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LEÑA AL FUEGO

por

Felipe Rojas Juárez

de

México

1
Si alguien me pide que cante

Me vuelvo caminador,

Porque pienso que el cantante

Que canta lo que otros piden,

Es muy probable que olvide

Su oficio de sembrador.

A mí me gusta cantar

Cuando algo me quema el pecho,

Pero cantar sin derecho,

Sin razón, sin porque,

Es algo que yo no sé

A pesar que otros lo han hecho.

(Fragmento de: Apenas y Soy Cantor)

Argentino Luna

Para Abril, quien lo leyó primero;

y para Luqui, esta es mi taza rota.

2
El pasado a veces parece difuso cuando uno trata de

acercarse a las primeras memorias.

Uno de los primeros recuerdos de Édgar es entrar de la mano

de su padre a la Sala Nezahualcóyotl. Aquel día por alguna

razón era importante. Quizá nunca logrará recordar el

porqué, muchos de aquellos detalles se le escapan a su

memoria. Recuerda sujetarse de las rodillas sentado en una

de las butacas en la parte de arriba junto a la orquesta y

escuchar con fascinación el concierto de Aranjuez.

Ese día decidió que se convertiría en músico y se prometió

fervientemente a sí mismo ser un guitarrista.

Al salir del concierto su padre le compró un helado y el

niño le pidió a su padre una guitarra.

–Creo que tenemos una en la casa –le contestó Donato como

si se hablara a sí mismo mientras caminaban para llegar al

metro de ciudad universitaria.

En efecto, había una guitarra arrinconada en algún

guardarropa del departamento la cuál nadie había ocupado o

preguntado por ella desde que su madre la había abandonado

ahí durante los días en los que solían vivir juntos.

Édgar estaba por ingresar al cuarto año de primaria y por

aquellos días veía a su madre a veces, por no decir casi

nunca.

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Se esforzó mucho en los años venideros por borrarla de sus

pensamientos. Pero aún de vez en cuando llegaban a su

memoria recuerdos de ella que lo asaltaban entre sueños y

días lluviosos mientras miraba por la ventana.

Las veces que Lucía, su madre; se aparecía por el

departamento con el deseo de ver a su hijo, solían salir a

caminar juntos un rato. Esta lo llevaba al Parque de los

Venados y lo dejaba jugar en los columpios y colgarse del

pasamanos. Le compraba algún dulce y luego de algunas horas

lo regresaba a aquel departamento en la calle Anaxágoras.

Después de eso no volvía a verla en semanas.

Para Édgar, aquellas visitas esporádicas se habían

convertido en una rutina impredecible, como el clima. Jamás

sabía cuándo llovería o cuándo haría mucho calor o viento.

Del mismo modo, su madre se aparecía sin avisar a nadie y

de un momento a otro, pero siempre hacían lo mismo: salir a

caminar a algún parque aledaño, platicar de cosas sobre su

vida y verlo colgarse y columpiarse mientras sacaba un

cigarro y lo fumaba despacio. Luego de un rato, los dos

volvían al departamento, le daba un beso en la mejilla, le

acomodaba con ternura el cabello y se despedía por otro

periodo de tiempo indefinido.

Después de preguntarle varias veces a su padre o a su tía

(la hermana de su padre, que era quién lo cuidaba la mayor

parte del tiempo mientras su padre viajaba por negocios),

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sobre el paradero de su madre; Édgar se había acostumbrado

a escuchar la misma respuesta una y otra vez:

-Ella trabaja mucho. Seguro vendrá en algunos días.

Cuando regresó con su padre del concierto, su madre

esperaba parada afuera del departamento. Ella alzó sus

brazos como siempre hacía cada vez que lo veía, esperando

un fuerte abrazo por parte de su hijo y este corrió a

estrecharla. Lucía cruzó algunas palabras con Donato y

ambos, madre e hijo se encaminaron como siempre rumbo al

Parque de los Venados mientras Édgar le relataba extasiado

el concierto con pelos y señales, como hacen los niños

cuando describen las cosas.

-Papá dice que tenemos una guitarra en casa –le dijo el

niño a la madre mientras recorrían despacio la periferia

del parque antes de llegar a los columpios.

-Sí, hay una. –Respondió Lucía indiferente incluso a sus

propios recuerdos –. Es mía. La dejé ahí y jamás volví por

ella.

- ¿Es tuya? ¡Mami! ¿Tú sabes tocar la guitarra?

-No muy bien. Sé algunas cosas. La compré antes de conocer

a tu padre, poco después él y yo nos volvimos novios, casi

al principio de la universidad.

- ¿Y me la prestarías? ¡A mí me gustaría aprender a tocar!

¿Me podrías enseñar?

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- ¡En verdad te gustó ese concierto! ¿No es así?

- ¡Es que no sabes mami! ¡El guitarrista se movía de aquí

para allá! Y todo el mundo lo seguía. Y el que se paraba

enfrente de todos agitaba las manos así.

Al regresar de su paseo por el parque, Lucía le pidió

permiso a Donato para entrar y buscar la guitarra para

dársela a su hijo ella misma. La encontró después de un

rato y ella la puso en las manitas ansiosas e ilusionadas

de su hijo.

El pasado puede ser un poco difuso, pero la memoria de ese

día perseguiría a Édgar por siempre. Fue el día en que

descubrió que la música podía hacer sentir a una persona

palpitaciones estimulantes en el pecho y escalofríos por la

espalda. El día en que vio a una orquesta en vivo por

primera vez y se enamoró por completo de aquel instrumento

que desencajaba en apariencia con el resto de todos los

demás, pero que individualmente cuajaba ante la armonía del

sonido que en conjunto producían. Ese día decidió que le

dedicaría su vida a la música. Fue el día en que recibió su

primera guitarra de las manos de su madre. Y fue también el

último día que la vio.

Meses después de haber escuchado el concierto de Aranjuez

en la Sala Nezahualcóyotl, Édgar comenzó a tomar clases de

guitarra y Donato descubrió que su niño era un prodigio.

Luego de recibir alguna que otra indicación de parte del

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maestro que le había contratado, Édgar comenzó a maniobrar

el instrumento como si se tratase de un juego para niños.

Por puro instinto. Apoyándose con cada una de las cuerdas y

moviendo sus manitas con agilidad reproducía melodías de

memoria que había escuchado por aquí y por allá.

Un día el niño le dijo a su padre al regresar de uno de sus

viajes de negocios:

- ¡Papá! ¿Recuerdas el concierto de Aranjuez? ¡Escucha! -y

este sin partitura ni nada comenzó a tocar el Adagio con

soltura y precisión -. ¡Ahí va! ¿No crees? -le decía

satisfecho de sí mismo.

- ¿Crees que pronto venga mamá? –le preguntaba ansioso –,

¡quisiera mostrarle estas canciones!

Su padre apretaba la garganta y trataba de contener las

lágrimas. Un sabor amargo le recorría la boca y bajaba

hasta su pecho quemándolo poco a poco.

-Seguro que se sorprenderá, –le decía con un hilo de voz.

Su maestro convenció a Donato de llevar a Édgar a que

varios profesores de la entonces escuela de música de la

UNAM lo valuaran. Al ver tocar al niño decidieron aceptarlo

en el propedéutico pese a su edad. Su tía lo llevaba

después de clases en vez de llevarlo a clases de natación o

futbol. Pero el niño era feliz. Había nacido para eso.

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Cuando pasó a secundaria él dedujo que su madre lo había

abandonado. No quiso preguntarle nada más a su padre.

Decidió aceptarlo como un hecho, así sin más. No quería

ninguna explicación. Se decía a sí mismo que no la

necesitaba.

En secreto, varias veces por las noches mientras estudiaba

y le dolían las manos y dedos, él no paraba y practicaba

más fuerte y duro. Casi llegando al punto de sangrarse

paraba y tomaba la guitarra entre sus brazos aferrándose a

ella como si su vida dependiera de ello y trataba de

recordar a su madre pidiéndole un abrazo. Lloraba, gritaba

y se preguntaba el porqué de tantas cosas. Trataba de

recordarla, pero poco a poco fue olvidándose de cómo era.

De su voz o de su olor. Vagos despojos en su memoria le

hacían recordar que casi siempre olía a cigarrillo, café y

perfume. Pero ya nunca más estuvo seguro.

Cuando dio su primer concierto con la orquesta juvenil

universitaria él tenía 12 años. Su padre le había prometido

que asistiría, pero Édgar no guardaba muchas esperanzas. No

quería presionarlo. Sabía que este se dedicaba a viajar de

aquí para allá en compañía de su “tío” putativo.

Aquel día antes de partir al concierto se dio cuenta de que

su padre había dejado la caja fuerte del despacho abierta.

Entró y ahí, bajo una pila de papeles, en un folder verde

que tenía escrito en la pestaña el nombre de su madre;

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encontró algunos recortes con la foto de ella. Sus manos le

temblaban al igual que su corazón. De repente se olvidó de

cómo leer, pero ansioso siguió moviendo los papeles uno

tras otro hasta llegar al final donde lo esperaba el papel

que lo decía todo. Un acta de defunción que subrayaba la

palabra: suicidio.

¿Acaso su padre había dejado aquello ahí para él? Quizá sí.

Quizá aquella caja fuerte había estado ahí abierta desde

hace mucho tiempo esperándolo.

Esperando a que descubriera la verdad por él mismo.

Aquella tarde Édgar sería el broche de oro. Cerrarían con

el concierto de Aranjuez interpretado por el niño prodigio

que estaba próximo a comenzar con sus estudios

universitarios en música contando apenas con 12 años.

Su padre le había alquilado un bonito frac, y acomodándose

la faja frente al espejo del camerino la palabra suicidio

que había visto en aquellos papeles no dejaba de zumbar en

su cabeza.

Salió al escenario precedido por una ovación ensordecedora.

Caminó hasta donde estaba el director, le estrechó la mano

y se sentó acomodando con calma la guitarra en su muslo.

Cerró los ojos y la orquesta comenzó a tocar. Él posó las

manos en el instrumento y suave como ceda la música comenzó

a salir mágicamente al movimiento de sus dedos. Entonces al

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llegar al Adagio lo sintió. Un fuerte aroma a café, tabaco

y rosas lo envolvió y sintió calor. Un calor que recordaba

haber sentido alguna vez y que emanaba como un aura de

energía a su alrededor. El brazo de su madre lo arropaba al

ritmo de la música. Alzó la mirada. Ahí hasta el frente de

todos estaba su padre que lo veía con lágrimas en los ojos,

Édgar le sonrió y este también le devolvió la sonrisa.

***

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Todo el foro se hunde en la penumbra y una voz gruesa

resuena potente por todos lados.

<< ¡Damas y caballeros! ¡Ha llegado el momento! ¡Sean

todos bienvenidos a este, su programa: Esta noche con

Johnny Falcon! >>

<< Hoy tenemos para el goce de todos ustedes una increíble

entrevista y algunas sorpresas; y ahora, sin más rodeos,

por favor reciban a la figura que nos ha traído historias,

revelaciones y aventuras como cada jueves por la noche.

Con ustedes el amo y señor de este auditorio, el gran e

inigualable: ¡Johnny Falcon! >>

Suena “Simple Song” de The Shins en todo lo alto como en

cada programa. Las luces de colores ubicadas en el domo del

foro se vuelven locas y una tremenda ovación resuena en las

tribunas.

Enfocan una puerta abierta hasta el fondo del foro por

donde sale bajando unas escaleras el mentado presentador,

un hombre que no pasa de los cuarenta, cabello negro, alto

y guapo, con una figura atlética que no trata de esconder

bajo el elegante traje que siempre luce en sus programas.

Al llegar al escenario principal Johnny extiende los brazos

agradecido y aceptando todos los aplausos y ovaciones. Hace

varias reverencias sin bajar los brazos.

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- ¡Guau! Muchas gracias. ¡Qué público! ¡Espectacular!

¡Maravilloso! –Sonríe mostrando una dentadura brillante y

perfecta y vuelve a hacer una reverencia. El público por

fin baja un poco su arranque emocional y permiten que el

señor Falcon hable:

- ¡Muy agradecido! ¡Mis queridos amigos! ¿Cómo están en

esta hermosa noche? ¿Bien? Yo también me encuentro

perfectamente bien y emocionado por el programa que tenemos

preparado esta noche para todos ustedes. ¿Estamos listos?

¿Empezamos?

- ¡SI! -contesta el público entre más ovaciones y aplausos.

–Amigos míos; como ustedes recordarán hace unas cuantas

semanas supimos por la prensa nacional mexicana de la muy

triste y lamentable separación de una agrupación musical

que por un tiempo no muy largo fue la revelación de la

música popular en español. Sí, así es. Estoy hablando nada

más y nada menos que de la tristemente legendaria

agrupación Leña al Fuego. Pero podemos asegurar que pese al

co rt o ti em p o qu e e st uv ie ro n j un to s, co nq ui st an do

escenarios, enamorándonos con su música, apareciendo

inesperadamente incluso con nosotros ¡aquí en este mismo

programa! -aplausos -. Estos chicos sensacionales marcaron

un antes y un después en la música bohemia y popular. Lo

único que nos queda por hacer ahora es aferrarnos a la

memoria. Recordarlos con la música que nos legaron y

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desearles siempre y por siempre amor y respeto, y que las

decisiones que tomen los lleven al lugar al que pertenecen.

Siempre los tendremos en nuestros corazones. Mis queridos

amigos de Leña al Fuego, -mira fijamente la cámara -donde

quiera que estén, de mi parte y también de parte de todo el

hermoso público que hoy nos acompaña: Un fuerte abrazo.”

Aplausos solemnes.

–Pero hoy, damas y caballeros, ¡el día de hoy no estaremos

tristes! –grita y todo el foro se emociona -, ¡hoy

tendremos una oportunidad única! La oportunidad de develar

el secreto detrás del mito y responder aquellas preguntas

que estoy seguro de que nos carcomen a todos desde que

supimos de esta lamentable noticia: ¿Qué fue lo que pasó?

¿En dónde están? ¿Volveremos a escucharlos en vivo algún

día? Y para ayudarnos a desenmascarar este misterio tenemos

hoy para todos ustedes desde la hermosa Ciudad de México,

con nosotros en exclusiva al personaje detrás del telón.

Aquél al que nadie ve, pero mueve los hilos. Aquél que

tomara a estos tres chicos en sus manos y los ayudara a

alcanzar la fama que obtuvieron en tan poco tiempo. Hoy nos

acompaña el que fuera el manager de esta agrupación. Denle

la bienvenida al empresario mexicano: ¡Lucca Gabriel Mora!,

para quien pido el más caluroso de los aplausos.

Otra gran ovación por parte del público entusiasta.

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Enfocan al señor Mora bajando las escaleras como antes lo

había hecho Johnny, es un hombre corpulento y bonachón, con

unas grandes entradas en la frente lo que no delatan su

edad, pero sí le ofrecen un porte de empresario audaz.

Al llegar junto al presentador ambos se estrechan la mano y

este lo invita a pasar a sentarse a un diván que se

encuentra junto a un bonito escritorio de caoba donde ya

está preparada una jarra de cristal con agua y dos vasos ya

servidos. Johnny toma asiento detrás de su escritorio y

ambos intercambian un par de palabras.

- ¡Qué recepción! –dice admirado el señor Mora volteando

para todos lados -, ¡y qué bonito foro!

- ¡Cuando usted guste!

-Te tomaré la palabra, ¿Lo alquilan para fiestas? –Johnny

ríe y todo el foro lo imita.

- ¡El señor Mora damas y caballeros! –vuelve a sonar un

fuerte aplauso y el señor Mora alza la mano en señal de

agradecimiento –. Comencemos por lo primero, ¿le parece?

-comenta Johnny frotándose las manos.

-Usted dirá.

-Bueno, es que… por dónde empezar ¿No creen? –pregunta

Johnny al foro que luce muy entusiasmado -, porque

verdaderamente hay todo un mito detrás de estos magníficos

chicos que usted manejó por todos estos años. Los convirtió

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en toda una leyenda viviente ¡y ahora más que antes con

esta fatídica y repentina separación! Quisiéramos saber

tantas cosas que quién sabe si nos dará tiempo en todo el

programa. –Johnny risueño pasa sus manos por su cabello

engomado, toma el vaso de agua que se encuentra en su

escritorio y le da un trago -. Creo que lo mejor sería

comenzar desde el principio y en ese caso, la pregunta

obligada es: ¿Cómo fue que los conoció? ¿Estuvo usted con

ellos desde el principio?

El señor Mora se toma su tiempo, se acomoda su corbata y

sube la pierna a su rodilla.

-No desde el principio, pero casi. Es la vida ¿sabes? Uno

nunca sabe al despertar cómo va a terminar realmente el

día.

-Bueno, espero que el mío termine después de cinco vasos de

coñac, –lo interrumpe Johnny siempre simpático.

-En ese caso, le invitaré una copa al terminar el programa.

¡Tengo un Hannessy esperando en casa que le robaría el

aliento! ¿Qué le parece?

– ¡Me parece un sueño! –ambos sueltan risas cómplices.

– Pues… el cómo, –dice el señor Mora rascándose la barbilla

reflexivamente –. Es algo gracioso. No sé si sabrás, pero

antes de que yo los conociera me dedicaba a otra cosa

completamente diferente. Esto de ser manager me surgió como

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una idea descabellada el día en que los conocí a ellos y

bueno, ahora manejo una firma con varios agentes y

contratos. Pero fueron ellos los que me llevaron a sopesar

verdaderamente en convertirme en lo que soy ahora.

-Tengo entendido que antes de convertirse usted en manager

se dedicaba a la farmacéutica.

-Así es. Yo y mi difunto socio teníamos una compañía que se

dedicaba a comprar patentes de medicamentos y distribuirlos

por casi todo el continente. No era un negocio

extremadamente lucrativo, ya no digamos entretenido. Para

ser honesto casi siempre era una patada en el trasero, –

Johnny suelta una carcajada –, pero siempre me han gustado

los negocios. Es algo que se me da naturalmente. ¡Podría

oler un buen negocio a kilómetros de distancia! –ríe –,

pero pensándolo bien no sé dónde trabajo más, si ahora como

manager o como comerciante de fármacos. Porque para ser

honesto no he tenido un solo día de descanso desde que

comencé a encargarme de Leña al fuego. Sin embargo, en el

negocio de los fármacos tampoco descansaba mucho que

digamos y sin duda era mucho más agotador. No me refiero al

desgaste físico, más bien era un constante desgaste

cerebral. Pero estos chicos… ustedes lo saben -se dirige a

las tribunas -, los han visto. Estuvieron aquí en este

programa -aplausos -. Simplemente tenían magia. No lo puedo

decir de otra manera.

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-No creo que haya otra manera para decirlo –lo secunda

Johnny.

-La primera vez que los vi fue afuera del metro Hidalgo,

ahí junto al monumento de José Martí. En uno de esos

festivales que se organizaban para promocionar bandas y

grupos bohemios para que tuvieran la oportunidad de

presentarse, algunos incluso por primera y única vez. Ellos

tocaron después de un grupo de covers que no impresionaron

a nadie, bastante malos la verdad. Cuando empezaron su

presentación no había más que unas veinte o treinta

personas, pero diez minutos después el lugar estaba

abarrotado, ¡completamente a reventar!, no cabía ni un alma

más.

- ¿Cómo fue que llegó usted a ese evento?

- ¡Coincidencia! La verdad es que no soy mucho de asistir a

este tipo de eventos. Tengo como regla que si voy a

escuchar música en vivo tiene que ser en el auditorio

nacional –ríe de nuevo -, pero en esa ocasión se puede

decir que fue por pura casualidad. Yo y mi difunto socio

habíamos quedado de darnos unas cuantas semanas de

vacaciones después de años de trabajar sin parar. Yo estaba

verdaderamente ansioso por tomar las maletas y largarme a

Cancún o Puerto Vallarta o algún lugar así. ¡Tú sabes! El

chiste era alejarse del ajetreo de las ciudades, olvidarse

del trabajo y relajarse mientras la playa te arrulla y

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comienzas a beber martinis a las diez de la mañana. -Johnny

le guiña el ojo cómplice y lo señala con el dedo -. Pero me

agarró un gripón terrible que me tumbó casi por una semana

completa. Lo del festival recuerdo que fue un viernes y

para el jueves yo ya estaba mucho mejor y tenía ya todo

listo para la playa. Entonces mi difunto socio me llamó y

me dijo que si gustaba yo acompañarlo a ver tocar a su

hijo; Bueno ¿por qué no? me dije, Ya estuve enclaustrado

una semana completa, necesito que me pegue un poco el sol,

y pues igual y luego nos vamos a su departamento o por ahí

a tomarnos unas cervezas para comenzar con mis vacaciones.

- ¡Qué casualidad!¡Qué locura!

- ¡Una locura en verdad! Así es el destino. –El señor mora

ríe y vuelve a acomodarse la corbata.

-Es decir que el hijo de su socio formaba parte de este

grupo…

-Sí. Édgar. A este chamaco yo lo vi crecer. Ya sabía yo de

los dotes del muchacho para tocar la guitarra. Pero siempre

sospeché que terminaría en salas de concierto, tocando con

la sinfónica de Berlín o qué se yo. Es un prodigio con el

instrumento desde muy niño. Pero para ser sincero no soy un

asiduo seguidor de la música “clásica”, –alza sus manos

haciendo las comillas con sus dedos –eso más bien era cosa

de Donato, mi difunto socio. Por eso jamás le presté

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demasiada atención a su hijo o pensé siquiera en ser su

representante…

-Pero entonces los vio tocar.

El señor mora asiente con la cabeza y toma un trago de

agua.

-Acláreme una cosa –Johnny toma la jarra y le sirve un poco

más de agua a su invitado - ¿Cómo fue que un prodigio de la

guitarra “clásica” pasó a ser integrante de un grupo

popular y bohemio?… no es que no nos alegre y lo

agradezcamos ¡¿No es verdad?! -aplausos -. Pero como dicen:

Al César lo que es del César…

-Francamente no lo sé a ciencia cierta. No tengo idea de en

qué momento esta idea comenzó a formarse. Ni si quiera se

si fue a Édgar a quién le surgió. Yo personalmente lo dudo.

Tengo teorías por supuesto, como todos ustedes; pero cuando

los conocí ya eran completamente Leña al Fuego. De lo que

no hay duda es que los tres eran genios en lo que hacían.

Édgar solo era una pieza de ese complejo rompecabezas.

-Entonces podríamos decir que es a Édgar a quién conoce

más. ¿Qué me dice de los otros dos integrantes?

- ¿Diana y el otro chico? No los conocía en lo absoluto, no

supe de su existencia hasta ese día. Es que… ¿cómo

explicarlo? No esperaba para nada toparme con aquello.

Cuando Donato me invitó pensé que sería algún recital de

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guitarra clásica o algo por el estilo porque como ya dije,

Édgar desde niño daba recitales con orquesta y todo. Sin

embargo, me extrañó mucho que la presentación fuera al aire

libre, afuera del metro. Al llegar nos quedamos parados

esperando que pasara algo una vez que los que tocaron

covers terminaron. Entonces Édgar llegó con su guitarra y

comenzó a tocar un ritmo festivo y caribeño. Desde atrás,

el otro chico lo secundó con los bongós caminando despacio

hacia donde se encontraba Édgar. Cuando llegó se puso

delante del micrófono y sincronizados como relojes, Diana

que estaba escondida entre el público y él comenzaron a

cantar. Fue como un ¡pum! –hace un ademán como si su cabeza

hubiese estallado –. Jamás me he enamorado a primera vista,

pero estoy seguro de que así se debe sentir, -suelta una

fuerte carcajada –no lo podía creer. Así de simple.

¡Terminaron su acto y la gente no los dejaba ir! ¡Todos

estábamos completamente extasiados! Esa noche no pude

dormir. Cancelé mi viaje a la playa y al otro día estaba en

la casa de Donato esperando para conocerlos.

-Con esa imagen en la cabeza, ¿recuerda qué fue lo que

sintió al verlos cantar por primera vez?

- ¡Fue algo inenarrable! Francamente. -El señor Mora

suspira nostálgico -. Un recuerdo de la infancia que tengo

bien grabado en mi memoria fue la primera vez que escuché a

los Beatles. ¿Usted lo recuerda? ¡Creo que todos deberíamos

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apuntar eso para futuras referencias! Querido Diario: –hace

un ademán con la mano como si estuviera escribiendo en el

aire -, el día de hoy conocí a Los Beatles y mi vida no

volverá a ser la misma… ¿No cree? –Johnny asiente divertido

-. Yo sí lo recuerdo. Tendría como 10 años cuando entré a

la tienda de discos de la mano de mi padre. Tocaban a todo

volumen Please Please Me. Cuando escuché a estos chicos

sentí algo parecido. No los estoy comparando para nada, son

dos cosas completamente diferentes. Pero la sensación sí

que fue parecida. Y aquella vocecita que luego nos dice

cosas al oído me susurró: aquí hay una oportunidad, tienes

que tomarla.

***

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Cuando pienso en las diferentes facetas de la personalidad,

me viene a la mente la figura de un icosaedro.

La gente cambia y evoluciona constantemente, eso es una

verdad innegable. Pero me es difícil imaginar un cambio tan

abrupto en un límite de tiempo tan corto. O que la

personalidad de alguien de un giro repentino hacia otra

dirección completamente diferente a como era de un día para

otro. Cuando pienso en este tipo de cambios me imagino que

más bien debe ser como estas esferas mágicas de la bola 8

que te lanzan respuestas limitadas grabadas en un prisma de

múltiples caras a preguntas que tú mismo te haces.

Si hay algo que puedo aseverar sobre mi icosaedro de

personalidad es que por mucho tiempo llegó a permanecer

como “sedentario”.

Adentrándome en este estado, dentro de mis cavilaciones

siempre me he identificado mucho con aquellos animales que

viven su vida arriba de un árbol con todas las necesidades

que pudiesen tener a lo largo de su vida cubiertas a la

brevedad y haciendo el mínimo esfuerzo. Sí, estoy hablando

de los folívora o mejor conocidos como “perezosos”. Incluso

su suborden (mamífero placentario) suena a que este amigo

no tiene más preocupaciones en la vida que el simple hecho

de ser, y no morir en el intento. Esta especie evolucionó

de tal modo que no tenga que hacer mucho esfuerzo en su

vida. ¿Por qué no pudimos seguir su ejemplo?

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No quisiera que esto se malinterprete. No es que me

propusiera a hacer el mínimo esfuerzo en las actividades

que realizaba. Mejor dicho: siempre me he jactado de ser

una persona práctica. Es decir que enfoco todas mis

energías en seguir el camino que considero más “directo”. Y

es que a las personas prácticas no nos gusta dar rodeos,

nos gustan las líneas rectas, las explicaciones concisas y

al punto. Nos esforzamos mucho por encontrar la solución

más efectiva a cualquier problema.

Fue por esta razón, por poner un ejemplo, que decidí

terminar con mi novia de la preparatoria cuando entré a la

universidad. Yo quería mudarme a otra ciudad con mi mejor

amigo. Ella no quería abandonar a su madre. Mi solución

fue: terminar. ¡Tan simple como eso!

¿Para qué alentar con sentimientos ilusorios a la

inevitabilidad?

Mi mejor amigo sin embargo, viéndose en la misma situación

abogó por otra solución, quiso dar un rodeo a lo

inevitable. Se lo recordé meses después cuando ya borrachos

comenzó a injuriar su nombre; pero como diría mi madre:

nadie escarmienta en cabeza ajena. ¿Cómo saber si hacer el

intento no estaba de más? Aunque a mi parecer se pudo

evitar tanto sufrimiento.

Personalmente trataba de alejarme (por no decir huir) del

sufrimiento. Y no me refiero a una experiencia física,

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aquellas son inevitables (por no decir que sufrir

generalmente es inevitable). No es así, buscaba evitar

conflictos emocionales. Y no es que considere al amor o al

sentimentalismo emocional como alguna especie de debilidad.

Pero para llegar a esta conclusión solo necesité un empujón

(cómo dicen por ahí).

En la universidad conocí a otra chica, y meses después de

haber comenzado el segundo semestre ambos congeniamos y no

tardamos en concretar una relación que duró bastante. Sin

embargo, aquella chica con la que llegué a pensar que

pasaría el resto de mi vida volteó la vista hacia otra

persona. Eso no me lo esperaba. Es decir: no todo iba

viento en popa, pero tampoco se diría que nuestra relación

fuera un caos. Quizá no quise ver las señales. En fin, ese

hecho cambió radicalmente la idea que tenía por cómo vivir

mi propia vida. Llegó de repente la imagen del icosaedro

dentro de la bola 8 ofreciéndome una cara aleatoria con el

consejo:

<< Llegó el tiempo de ser sedentario. >>

Y volvió a mí aquélla fantasía de tratar de imitar a los

folívora que pasaban toda su vida adheridos como parásitos

a un solo árbol.

Fue quizá una idea que en su momento me pareció demasiado

descabellada para siquiera intentarla, pero poco a poco

cada día que pasaba me iba dando cuenta que me era más y

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más engorroso tener que poner el pie afuera del lugar en el

que vivía. Cada día en el que despertaba sabiendo que tenía

que salir de mi casa, un dolor proveniente del pecho me

invadía todos los músculos del cuerpo y calambres

agobiantes me martirizaban. Comencé a optar por limitar las

salidas a lo mínimo posible y a mis amigos les pedía que

vinieran a visitarme o arreglaba encuentros lo más cercanos

a mi apartamento que se pudiera.

Mi mejor amigo trató de no perderme la pista y quizá fue un

poco más comprensivo de lo que yo fui cuando él se encontró

en mi situación. Aunque siempre consideré que él era el

fuerte de los dos. Nos habíamos acompañado desde niños y

ambos nos vimos crecer, nos envolvimos en las situaciones

más extrañas que al momento nos parecieron agobiantes y con

el tiempo nos dieron gracia. Poniendo las cosas en

perspectiva he de decir que él siempre fue quien trató de

cuidar de mí.

Cuando llegó el momento de pensar en la universidad ambos

decidimos que queríamos ir a la UNAM y vivir juntos.

Aquella meta se convirtió en “nuestro sueño”.

- ¡Vivir juntos! ¿Te imaginas? A nuestras anchas, jugando

ajedrez todo el tiempo -. Me decía para que enfocara todos

mis esfuerzos en hacer que aquella fantasía se hiciera

realidad. Desde niños él ya era “el lo co de las

matemáticas”. Jamás conocí a nadie que le entusiasmara

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tanto como a él aprender álgebra. Por mi parte desde antes

que lo conociera yo tenía en la cabeza la idea loca de

convertirme en un escritor -. No hay mejor lugar para que

ambos podamos vivir juntos y estudiar lo que nos plazca

que la Ciudad de México, -me repetía constantemente con los

ojos llenos de ilusión juvenil.

Nos costó trabajo, pero lo logramos. A ambos nos aceptaron

en nuestras respectivas facultades y el “sueño” de vivir

juntos se volvió en una realidad. Fueron tiempos de

verdadera locura y genialidad.

Encontramos un bonito y módico departamento en la Unidad

Latinoamericana a unos minutos caminando de mi facultad y a

una estación del metro de distancia de la facultad del

loco de las matemáticas. Y por unos semestres todo estuvo

“bien”.

Digo “bien” porque pasó de todo. Entre exámenes,

borracheras, música, canto, marihuana y nosotros tratando

de encontrar a “la chica indicada” pasaron en un pestañear

casi cuatro semestres.

En medio de todo eso conseguí un par de amigos que a veces

parecían vivir con nosotros: Édgar y Diana. También me hice

novio de una muchacha llamada Leticia.

Mi mejor amigo comenzó a adoptar la costumbre de calzar

huaraches el cien por ciento del tiempo y pasó a ser

26
conocido por todo el mundo como: el matemático en chanclas.

Él también tuvo algunas novias sin que ninguna

verdaderamente le entusiasmara demasiado hasta que conoció

a Di, la bióloga.

De alguna forma ellos congeniaron como jamás vi a nadie

hacerlo. Parecían un par de moléculas, ella la positiva y

el chancludo la negativa, que danzaban alegremente el baile

de la atracción química.

No tardaron mucho en decidir que querían su propio espacio

y consiguieron otro departamento por Avenida Panamericana,

mucho más cerca para ellos de la facultad de ciencias.

Y de repente me quedé solo con el otro departamento.

- ¿No crees que son un poco radicales las decisiones que

tomas? -me recriminaba cuando me pasaba a visitar.

- ¿Por qué radicales?

- ¡¿Cómo que por qué?! ¡Ya no hablas con casi nadie y hace

años que no vas a las noches de juego! -era evidente que

estaba molesto y en mí despertaba cierto sentimiento de

culpa, pero era peor el sentimiento de desesperación, el

dolor en el pecho y la urgencia de volver a mi recinto cada

vez que ponía un pie fuera de ahí -. Cada vez que te pido

que nos veamos... la verdad me está dando flojera tener que

venir siempre a tu casa. ¡Sal!

-Pues si te da flojera no tienes porqué venir.

27
- ¡Es que no se trata de eso! ¡Carajo! -Siempre lograba

sacarlo de quicio. Desde niños ambos sabíamos que nuestros

raciocinios eran completamente diferentes. La mayoría del

tiempo se complementaban; pero también varias veces se

contraponían. Y ambos terminábamos muy desesperados -. ¡Tú

también tienes que ceder un poco a veces! Si ya no quieres

que venga, está bien. Pero por tu salud no deberías

aislarte. Solo te digo eso. ¡A ver dime! ¿Qué opinan Édgar

y Diana de estás actitudes que estás tomando?

-No sé qué quieres que te diga. ¿Qué opinan de qué? Ya no

se ni cuándo fue la última vez que los vi. Simplemente no

necesito salir. No quiero. No es que no quiera verte o que

vengas.

Fumando y jugando ajedrez nos quedamos en silencio un buen

rato mirando las piezas y evitando a toda costa nuestras

miradas.

Su alfil encerró a mí caballo obligándome a sacrificar una

torre, no faltaba mucho para que el juego concluyera como

usualmente lo hacía.

-Necesitas más convivencia humana -dijo de repente -. Yo sé

que este no es el mejor de los momentos por todo lo que ha

pasado…

Apagué el cigarro a medio terminar, harto y con algo de

violencia.

28
- ¡Se lo que piensas y no! ¡No se trata de ella! -Me di

cuenta de lo molesto que estaba y traté de respirar.

No estaba molesto por ella, estaba molesto por que creyese

que aún me duraba el mal de amores. Ella había pasado a

segundo plano en el pensamiento lógico de mí conciencia. Ya

no era más que un eslabón que completó la cadena de

circunstancias detonantes que me llevaron a sopesar las

ideas “radicales” que en ese momento me agobiaban.

- Lo siento, no quise…

- Olvídalo, -lo volví a interrumpir, esta vez un poco más

calmado. Volví a mirar el tablero y simplemente moví

cualquier peón -. Sí, claro que me dolió mucho lo que pasó.

¡Pero ya pasó! Tú sabes quién soy. ¡Siempre he sido un

sedentario!

Él sólo hizo una mueca y asintió sacando otro cigarro. Me

ofreció otro, pero lo rechacé.

-Creo que no estuvo mal que termináramos, -parte de mí

quería asegurarse de que entendiera que aquel evento

incidental ya había sido clausurado en mi agenda

sentimental.

- ¿Por qué lo dices? -Prendió su cigarro y movió su torre

tres casillas -. Jaque.

- ¿Conoces el termino hikikomori?

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Me miró extrañado y esperó a que terminara mi patética

jugada para responder.

-No sé qué clase de porno estés viendo, pero… -ambos

soltamos una fuerte carcajada -. Pues suena japonés, pero

no sé a qué clase de perversidad te refieras.

-Así les dicen a los que se encierran por años en su casa.

- ¡Oh claro! Ahora que lo pienso si he escuchado de ellos.

Son famosos… -regresó la vista al tablero, tomó su reina y

pulverizó a mi segunda torre -. Jaque, ya sé por dónde vas.

¡Qué perverso! -ríe burlesco mientras me contemplaba mirar

al t a bl e ro c o mo pi di é nd o le al gu n a p is ta , -y n o.

Definitivamente no, ¡no podrías!

- ¡Claro que podría! -Estaba más que muerto, di otra patada

de ahogado y avancé otra casilla a otro peón.

- ¡Serás un huevón para salir del departamento, pero para

nada eres un ermitaño!

- ¿Tú qué sabes?

-No te doy ni tres meses; jaque mate.

***

30
Alguna vez leí que para cerrar los ciclos uno no debe dejar

de bailar.

Así como los protagonistas en libros y películas que se ven

envueltos en frustrantes momentos encerrados en un círculo

vicioso sin poder avanzar ni tener la posibilidad de dar el

siguiente paso por culpa de su propia necedad o la

causalidad del mundo en el que viven. Para poder salir y

avanzar deben tomar una decisión que lo cambie todo, que

cambie las reglas del juego y les permita salir avante, o

morir en el intento.

Decisiones…

Decisiones, Decisiones…

Esa palabra pasaba por mí mente una y otra vez hasta que

sopesé la idea de no hacer nada. Poner la palanca en neutro

como el matemático en chanclas solía decir. Eso para mí

también era válido. Era lo que él hacía siempre que se

enfrentaba a una jugada de ajedrez que le parecía

peculiarmente interesante de secuenciar.

-En este tipo de situaciones debes tener la habilidad de

poder ver el futuro, -me decía -. Y para lograr ver el

futuro necesitas poner la palanca en neutro y sopesar todo,

porque la decisión que tomes definirá el resultado del

juego.

31
Como el protagonista de mi propia película, yo sabía que

estaba hasta el fondo de uno de aquellos círculos viciosos

y no sabía qué hacer para salir, de manera que decidí poner

la palanca en neutro y esperar a que (como solía decir mi

madre) todo cayera por su propio peso.

Estaba convencido de que un camino sensato para romper

aquella jaula circular era exiliarme del mundo, de manera

que decidí mudarme de departamento y tratar de comenzar

desde cero nuevamente.

Tomar aquella decisión me llenaba de nostalgia.

Al recorrer aquel departamento los fantasmas que la

habitaban me susurraban recuerdos que no quería dejar ir

así como así. Pero al pensarlo varias veces concluí que ese

también era quizá, parte del problema.

Justo sopesaba aquellas ideas de pasar a ser solo un chico

sedentario para comenzar a construir mi crisálida como

hikikomori cuando Édgar, mi viejo amigo y socio me marcó al

celular.

-Perdón por la hora... ¿te interrumpo en algo?

-Hola, no. No hacía nada particularmente importante, ¡Qué

milagro que llamas!

-Mi padre acaba de fallecer.

Un cubo de agua fría calló sobre mí.

32
¡Don Donato!

La noticia me aturdió como si un relámpago hubiese caído al

lado.

Aquel hombre siempre tenía las puertas abiertas de su

departamento para cuando queríamos ensayar. Casi nunca

estaba en su casa, pero las pocas veces que nos observó

tomar los instrumentos y practicar nuestras canciones una y

otra vez se sentaba en una silla mecedora al fondo de su

sala y cruzaba los brazos, se ponía a fumar y se mecía

largo rato sin que nada lo perturbase, parecía un objeto de

exposición de alguna casa de antigüedades, como aquellas

esculturas chuscas que te esperan en la entrada de los

restaurantes para que se sepa que en aquél local son

mexicanos pues hasta tenemos a un paisano de adorno ahí,

cuidando la puerta y tomando el sol nomás, como el típico

paisano.

- ¿Crees que me puedas acompañar en el servicio?

-Claro que sí. Créeme que lamento mucho tu pérdida, te

acompaño en tu dolor.

-Gracias, -detrás del teléfono se le escuchaba triste.

Bastante apagado y decaído. Lo entendía a la perfección -.

Entonces te espero. A papá siempre le gustó mucho tu voz.

-Te veo ahí.

***

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34
Leí mucho sobre aquella condición que se reproducía

constantemente en la población japonesa, sobre todo en

aquella juventud que habita en áreas metropolitanas y que

muchos psicólogos describen como un trastorno social propio

de los habitantes de las grandes urbes.

Era verdad que dentro de mi propio deseo de separarme del

mundo existían múltiples anhelos de desligarme

terminantemente de la sociedad, pero aún sentía latentes

ciertos vínculos fraternos que no podía simplemente

ignorar.

El matemático en chanclas tenía razón en que sería bastante

complejo, entonces entendí que no dudaba de mi

determinación o mis convicciones, sino de mi ser emocional

que aún buscaba de cierta forma pertenecer. Aún la sociedad

me pertenecía y yo a ella de tal manera que me parecía a

veces imposible desprenderme de mis padres, de mi hermana o

mis amigos si es que alguno de ellos me necesitaba o yo a

ellos de alguna forma.

De repente me encontré pensando en Panini.

En el museo del Louvre en París se encuentra una pintura

llamada: Galería de vistas de la Roma antigua. Una obra

bastante conocida. La pintura en sí es bastante grande,

mide aproximadamente dos metros y medio de alto por tres de

largo, y cuando estás cara a cara con ella puedes apreciar

cientos de detalles en cada una de las pinturas que forman

35
parte del collage, pero por más que se parezcan todas las

vistas terminan por tener características propias que las

definen y las diferencian de las demás. Al pensar en este

cuadro una sucesión de preguntas surgieron ante mí en

estampida:

¿Dónde una historia comienza individualmente?

¿En qué momento la brocha termina de delinear la base para

comenzar con la esencia y el detalle del pincel?

¿Cómo saber si dentro de tu diario acontecer aún estas

delineando la estructura y no estas preparado para

detallar nada?

Y si no eres lo suficientemente valiente para alzar la

vista y dejar de enfocarte en una sola pintura.

¿Cómo saber si has terminado de pintar una para continuar

con la siguiente?

¡Cuánto valor se necesitará para decirse a uno mismo: aquí

he terminado!

¿Cuán difícil es apreciar cada detalle y al mismo tiempo

la imagen completa?

Tantos cuadros de una misma pintura que para mí ya se

habían terminado de pintar.

O eso creía yo.

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Si viera mi vida cómo en aquél hermoso cuadro de Panini en

el Louvre diría que, para mí el retrato de Leña al Fuego se

comenzó a pintar el día en que conocí al hijo de don Donato

y su novia.

Él y yo nos hicimos amigos el primer día de clases del

primer semestre de universidad. Era también mi socio porque

ambos fuimos durante varios años junto con Diana, su novia;

el grupo Leña al Fuego.

Éramos un trío bohemio estupendo.

En lo que para mí fueron nuestros mejores tiempos los fines

de semana nos aventurábamos a diferentes localidades

concurridas de la ciudad y ofrecíamos un espectáculo a

quién quisiera verlo pidiendo al final la bondadosa

cooperación del público callejero.

Con el tiempo tuvimos un éxito bastante considerable, nos

llegaron a invitar a participar en programas de radio y

televisión y gracias al señor Mora y sus “contactos”

llegamos a viajar por casi toda la república y salimos

también al extranjero.

Los tres nos volvimos casi inseparables y llegamos a

considerar un tiempo incluso en vivir juntos.

El primer día de clases en la universidad ambos se sentaron

frente a mí. Antes de que el profesor llegara, ella se

37
levantó y salió al sanitario, él entonces se volteó y me

preguntó:

- ¿Tendrás una hoja y algo con qué escribir que te sobre?

Sin decirle nada arranqué una hoja de mi cuaderno y le pasé

un lápiz que traía de más en el morral.

-No creas que no he venido preparado. No, lo que pasa es

que solo vengo a acompañar a mi novia.

- ¿Y tú no estudias?

-Música, Pero yo hace años que terminé la carrera, ahorita

estoy comenzando con una maestría y hoy solo tuve

instrumento en la mañana y Diana me pidió que la

acompañara.

Me le quedé viendo como si estuviera medio loco. Aquel

muchacho tendría más o menos mi edad. ¿Cómo que maestría?

Pero no le dije nada y decidí seguirle la corriente.

- ¿Cuántos años tienes?

-En unos meses cumplo dieciocho. –Si debe estar loco, o me

debe estar jugando una broma, me dije. Pero no le

recriminé nada.

- ¿Qué instrumento estudias?

-Guitarra

- ¿Cuál guitarra?

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- ¡¿Y mi guitarra?!-gritó y se paró de un salto alarmando a

toda la concurrencia en el aula. Todos en el aula voltearon

a ver al muchacho que visiblemente alterado miraba y se

sacudía para todos lados en busca de algo. Estábamos

completamente desconcertados, entonces el muy bribón,

tranquilo y relajado se volvió a sentar y me dijo sonriendo

- ¡Es broma! La pasé a dejar a mi casa antes de venir.

Aún hoy me pregunto qué hubiera sido de mis días en la

universidad de no haber sido por ese par. Es increíble cómo

sólo una hoja de papel y un lápiz hicieron que la vida de

tres personas cambiara de un momento a otro. Al final

utilizó la hoja que le di para hacer una muy buena

caricatura del profesor, supe entonces que nos llevaríamos

muy bien.

Sentados en las islas de ciudad universitaria a la espera

de la siguiente clase, me contaron que eran novios desde la

preparatoria. Juntos eran un espectáculo interesante de

presenciar, estaban tan mimetizados que bien podrían haber

pasado por los gemelos de las aventuras de Alicia salidos

directamente del libro.

Diana no tardó también en convertirse en mi amiga.

Solíamos pasar juntos mucho tiempo dentro de las clases en

la universidad y era de lo más natural nuestra amistad.

Nuestro vínculo era más bien vocal y no tardamos también en

39
mimetizarnos de manera que al cantar ambos experimentábamos

un placer embriagante.

Al descubrir que yo también cantaba bastante bien me pedía

que cantara con ella todo el tiempo: entre clases, cuando

la acompañaba al metro, cuando no queríamos entrar a alguna

clase y nos quedábamos en las islas fumando y compartiendo

música. Yo me hacía del rogar, pero siempre terminaba

cediendo.

-Escucha esto –me decía casi en un quejido y ponía el

chícharo de su audífono en mi oído. Incluso aunque

estuviéramos a la mitad de alguna clase. A ella siempre se

le hacía fácil interrumpirme con tal de compartir conmigo

su música.

- ¿Qué estoy escuchando? –le preguntaba en un susurro para

no interrumpir al profesor en turno o a cualquier compañero

que estuviera presentando alguna exposición.

- Es Miles Davis. Te gusta el Jazz, ¿verdad?

Era una amistad muy diferente a la que tenía con su novio,

un tanto más sensorial. Con el tiempo fuimos acercándonos

más y más, quizá hasta sin darnos cuenta.

Siempre repetía cuando solía estar pasada de copas que aún

sin el hijo de Don Donato interviniendo en la ecuación de

nuestro destino, de igual forma hubiéramos terminado siendo

muy buenos amigos.

40
***

41
El 23 de junio por la mañana, Diana se levantó creyendo que

era un día normal, hasta que aún medio adormilada llegó a

la cocina de la casita que tenían perdida en medio de la

colonia del Carmen de la delegación Benito Juárez.

Ahí esperándola se encontraban sus hermanas y su madre.

Una de sus hermanas sostenía una caja de zapatos envuelta

en papel periódico adornada con un moño Azul Persia; la

otra cargaba un gran pastel con merengue de fresa. Su

madre, atrás de ellas sostenía una pala de madera y al

verla todas gritaron:

- ¡Felicidades!

Diana las miró desconcertada y luego recordó que era su

cumpleaños.

¡Gritó de alegría ya completamente despierta!

Fue corriendo a abrazar a su madre y luego a sus hermanas.

Karla la mayor, le enseñó su pastel y luego lo puso en la

mesa y al abrazarla le dijo que lo habían hecho entre todas

pero que ella lo había decorado. Vero la menor, también

dejó la caja de zapatos con periódico y el moño en la meza

y corrió a darle un fuerte abrazo a su hermana.

- ¡Yo partí los huevos! -Gritó emocionada.

- ¡Dale su regalo! –Le recordó su madre. Vero entonces

soltó de entre sus brazos a su hermana y fue presurosa por

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el regalo para dárselo -. Mi amor, si prefieres primero

desayunemos y después lo abres, ya está casi todo listo. -

Sin que nadie la viera le guiñó un ojo, entonces Diana

aceptó y entre todas ayudaron a preparar lo que hiciera

falta.

- ¿Cuándo hicieron el pastel? -preguntó Diana una vez que

todas estuvieron ya sentadas en la mesa de la cocina que

alcanzaba justo para las cuatro.

- ¡Ayer! –gritó Vero notablemente emocionada.

Diana incrédula volteó a ver a Karla y luego a su madre,

ambas asintieron mientras tomaban café.

-Si, mientras estuviste en casa del abuelo las chicas y yo

nos apuramos, ¿verdad? –dijo su madre.

Ambas niñas asintieron y las tres rieron cómplices.

- ¡Con razón la caza olía tan rico cuando regresé!

Cuando alguien cumplía años en aquella casa, Angie solía

organizar a todos aquellos que no fueran los cumpleañeros

para preparar un rico desayuno y estar preparados para

entregar los obsequios antes de que la festejada se

levantara. Había sido así siempre.

Usualmente el desayuno eran frutas picadas aderezadas con

yogurt y granola y tres molletes para cada una con todo el

pico de gallo que pudieras echarle y trozos de tocino. De

43
beber malteada de chocolate y por supuesto el sabroso

pastel de zanahoria adornado con merengue de fresa que era

también ya una tradición entre ellas.

- ¡Ya diez años Didi! –Dijo Vero emocionada mientras

colocaban velitas alrededor del pastel.

- ¿Qué se siente tener una década de vida? –preguntó

Karla.

Diana no supo que responder así que solo alzó los hombros y

sonrió incrédula a su hermana mientras ponía un trozo de

fruta con granola en su boca.

-Con la edad vienen más responsabilidades, -dijo Angie que

estaba terminando de encender las diez velitas de colores

que había conseguido en la papelería de la esquina -.

¿Verdad Karla?

Karla rio y también alzó los hombros viendo a Diana. Las

tres rieron divertidas.

-Pues esto ya está, ¡cantemos! –mientras cantaban las

mañanitas, Angie tomo algunas fotos de todas sus hijas

juntas mirando al pastel embelesadas. Al terminar Diana

sopló las velas y partió con un cuchillo el pastel. Angie

le ayudo a colocar las rebanadas en los platillos y

sirvieron más malteada.

Cuando terminaron Angie le pidió a Karla y Vero que

levantaran la mesa y lavaran los trastes. Mientras tanto

44
Diana corrió a la recámara que compartía con Vero con su

caja de zapatos envuelta en periódico bajo el

brazo. Pesaba bastante para solo contener zapatos.

En el camino, Diana comenzó a fantasear sobre todas las

cosas que podrían caber dentro de la caja. Subió presurosa

las escaleras en medio de aquellas cavilaciones, estaba muy

emocionada por abrir su regalo. Al llegar, se quitó los

zapatos y se sentó en su cama frente a su misterioso

obsequio. Le quitó el moño y rasgó el papel periódico. Ante

ella había una caja negra de cartón que decía con letras

grandes y plateadas HUMAT. En ese momento escuchó que

alguien tocaba la puerta, su mamá estaba del otro lado del

portón.

- ¿Puedo? –Preguntó con media cabeza asomada. Diana afirmó

con la cabeza. Angie pasó y se sentó en una esquina de la

cama –. Veo que no pierdes el tiempo, –dijo en medio de una

sonrisa señalando el papel periódico hecho bola a un lado

de la caja.

Diana también sonrió, pero no pudo evitar notar en su madre

un dejo de nostalgia en su voz.

Angie miraba a la pequeña ventana que se encontraba

frente a la puerta a un costado de la litera donde dormían

sus hijas. Tomo aire y volteó a ver a Diana.

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- ¿Qué recuerdas de papá? –preguntó poniendo la mano en la

caja de zapatos que estaba en medio de ambas.

-No mucho… -dijo Diana en un susurro después de pensar un

rato -recuerdo algunas cosas, pero casi nada.

- ¿Cómo qué?

Diana miraba fijamente a la caja negra.

Se moría por saber lo que contenía, pero también quería

saber a dónde quería llegar su mamá con todo aquello.

Estaba segura de que se encontraba frente algo grande, algo

que le revelaría una verdad, o un misterio. Como en

aquellas películas del canal 5 que pasaban los domingos.

De su padre no recordaba gran cosa. Recordaba el funeral y

todo lo que representó para la familia, pero para aquel

entonces tendría la mitad de los años que tenía ahora y

quizá también la mitad de conciencia.

-Creo que lo que más recuerdo es su barba. Era como tocar

pasto filoso. Y cuando me cargaba me gustaba acariciarla

como los gatos. Recuerdo el avioncito. Algunos cuentos con

Karla… y que nos cantaba. –Y de repente una lágrima se

escapó de su ojo. Sabrá Dios de donde había salido. Quizá

aquella niña de cinco años había recordado algo que ella se

había obligado a olvidar -. ¿Por qué mamá?

-Papá nos amaba mucho a todas. Cuando se enteró de su mal,

quedaba ya muy poco tiempo. Entonces pensó que hay ciertas

46
etapas en la vida fundamentales y en las que a él le

hubiera gustado compartir con nosotras. Dejó esto para ti.

Justo para este día. -Angie extendió su mano hacia la de su

hija. Diana colocó su pequeña mano encima de la de su madre

y ella la apretó con cariño. Luego puso en su mano un

pequeño sobre -, este es de mi parte. –Se paró de la cama y

fue hasta donde su hija, la abrazó con fuerza y le dio un

beso en su frente y otro en sus negros y rizados

cabellos. Al soltarla caminó hasta el portón. Estaba por

cerrar la puerta, pero se detuvo antes y volvió sus pasos

-. Es martes, primera semana de vacaciones. Además, pedí el

día en el trabajo. ¿Qué te gustaría hacer?

- ¿Vamos al cine? –preguntó Diana secándose

sus lágrimas con las manos.

- ¿Qué hay de bueno?

-Podríamos ir a ver de nuevo El Señor de los Anillos. -

Angie meneó la cabeza, la idea no le disgustaba tanto,

aquél joven de cabellera rubia y orejas puntiagudas se

había aparecido algunas veces en sus sueños después de la

primera vez que la vieron.

–Bueno, les preguntaré a tus hermanas. ¿Crees que cuando

termines aquí puedas llevarle un cacho de pastel al

abuelo?

47
Diana asintió y su madre salió cerrando la puerta tras de

ella.

Al fin sola, pensó Diana. Tomo aire y soltó un gran

suspiro. Acercó la caja para poder verla mejor. No era una

caja de zapatos como las que ella usualmente conocía. Esta

era un poco más elaborada. Tenía todo un caparazón de

cubierta y un hoyuelo de un lado de las bases para que uno

pudiera jalar el resto de la caja. Con cuidado jaló el

caparazón para dejar al descubierto la caja secundaria.

Papel celofán blanco envolvía el misterioso contenido y al

apartarlo Diana se encontró con una gran colección de

casets y encima de todo eso un sobre con una letra muy

linda que decía su nombre.

***

48
La casa del abuelo quedaba a tan solo unas cuantas cuadras

arriba de donde Diana vivía con su madre y sus hermanas.

Hacía años que su abuelito se había retirado y vivía de la

pensión que la UNAM le había otorgado por sus años de

servicio, y de algunas clases particulares que daba a

alumnos generalmente niños y jóvenes.

Cuando Diana llegó, tocó el timbre de la puerta y una voz

ronca contestó luego de un momento.

- ¿Quién está ahí?

- Soy yo abuelito.

- ¿Quién es yo?

-Siempre las mismas preguntas -pensó Diana entre divertida

y desesperada -. ¡Diana Abuelito! ¡Ábrame! Le traigo

pastel.

El timbre de la puerta que indicaba que esta se había

abierto sonó y Diana la empujó para pasar.

Aquella casa siempre olía a loción de lavanda, al igual que

su abuelito. Diana tenía la ligera sospecha de que él se

bañaba en tinas repletas de aquella fragancia.

Era una casa pequeña.

Detrás de la puerta que daba a la calle se tenía que

recorrer un jardincito bardeado por rosas para llegar al

mosquitero que daba a la entrada de la sala. Siguiendo un

49
pasillo del lado derecho te encontrabas con unas

escalerillas angostas que daban al piso de arriba donde

estaba la única habitación que tenía, que era la de él. Ahí

en la sala estaba el piano mignon arrinconado en la esquina

derecha. En el otro extremo había un pequeño pasillo que

daba a la cocina que también tenía una puertecita que daba

a la zotehuela.

Diana pasaba mucho tiempo en compañía de su abuelito.

A diferencia de sus hermanas, a ella era a la única que le

enseñaba a tocar el piano y a cantar. No porque a las otras

dos no las quisiera. Pero él decía que habían nacido con un

nulo don para la música, al igual que su hija.

Pero la nieta de en medio era otra historia. Era sin dudas

su favorita. Cuando se cansaban de vocalizar y estudiar, él

le contaba historias. La favorita de Diana era aquella en

la que se describía a sí mismo como el causante de que sus

padres se hubiesen conocido y se enamoraran. Siempre que

podía, Diana le pedía que le contara aquella historia.

- ¿Abuelito? -preguntó Diana parada en medio de la sala

después de haber dejado el pedazo de pastel en el

refrigerador.

- ¡Voy bajando! -le gritó desde su recámara en el piso de

arriba.

50
- ¡Si quieres yo subo! -le gritó de regreso la nieta. Pero

las pisadas lentas de su abuelo ya se escuchaban bajar las

escaleras. Entró con calma a la sala y Diana al verlo fue a

darle un abrazo y a besarlo en la mejilla.

- ¿Qué pasó? ¿Hoy nos toca clase?

- No abuelito. Vine a dejarte pastel que hizo mi mamá.

- ¿A santo de quién el pastel?

-Hoy es mi cumpleaños.

-No es cierto. Tú cumpleaños es el 23 de Junio.

Diana soltó una risita. Sabía que su abuelito estaba

jugando, él jamás olvidaría su cumpleaños.

-Hoy es 23 de Junio Abuelito.

-Si hoy fuera 23 de Junio, -dijo severamente separándose de

su nieta y dirigiéndose al piano -, habría una caja encima

del asiento del piano. -Diana entonces fue corriendo a

buscar la caja que su abuelito le había dicho y la

encontró. Era una simple caja de cartón un poco más grande

que una caja de zapatos, la tomó y volvió a donde estaba su

abuelito emocionada -. ¡¿Es para mí?! ¡¿Puedo abrirlo?!

Su abuelito asintió con una gran sonrisa impresa en su

rostro.

Diana fue al sillón que estaba pegado a uno de los muros y

con cuidado abrió la caja. Adentro encontró lo que parecía

51
una guitarra minúscula con cuatro cuerdas. Lo sacó

emocionada y se lo mostró a su abuelito. Este fue a

sentarse junto a su nieta y le explicó:

- Es un ukulele. No son muy famosos aquí en México. Le pedí

a un conocido que te lo trajera. Viene directo desde Hawái.

- ¡¿En serio?! ¡Está muy bonito! ¿Me vas a enseñar a

tocarlo?

-No tiene gran ciencia. Seguramente en un par de meses si

prácticas, lo dominas sin problema. Ahí en la caja viene un

instructivo y un librito con pisadas de algunas canciones

famosas. Esta en inglés, pero seguro que para ti no es

problema.

-Apenas estoy aprendiendo.

-Pues con esto vas a practicar. Ahora solo falta algo, -se

levantó y fue a sentarse al piano -. Que yo te entone las

mañanitas. ¡Cántalas conmigo!

Diana dejó su nuevo instrumento con cuidado en su caja y

fue a pararse junto a su abuelito.

***

52
Por la noche Diana Llegó a casa tan emocionada que casi se

cae al subir las escaleras hacia su cuarto.

- ¡Con cuidado! –Le gritó su madre -. ¿Estás bien?

La niña solo gritó: ¡estoy bien!, y siguió subiendo las

escaleras de dos en dos con su bolsa de RadioShack sujeta

de una mano.

Llegó a su cama, sacó el paquete que se había comprado con

la tarjeta de regalo que su madre le había dado. Era un

e q u i p o WALKMAN SONY nuevecito. Estaba que no podía

contenerse del gusto.

La puerta se entreabrió y por el pequeño espacio la

cabecita de su hermana pequeña se asomó.

- ¿Didi?

- ¿Vero? –respondió Diana imitando la voz chillona de su

hermana.

- ¿Puedo estar contigo? ¿Estas abriendo tu regalo? ¿Me lo

vas a prestar?

- ¡Ay! –Soltó Diana –. ¡Aún no lo abro! –Nadie lograba

impacientar tanto a Diana como lo hacía la velocidad con la

que su hermana pequeña hablaba. Respiró profundo y le

sonrió a la niña que veía todas las “visiones” que esta

tenía que hacer para aplacarse.

53
-Si, te lo presto pero con cuidado. Ven siéntate aquí, te

muestro algo secreto. –Vero quería mucho a Diana, era su

hermana favorita, sin embargo, Diana siempre fue una niña

muy independiente. Tenía gustos y aficiones originales que

sabrá Dios de donde sacaba. También era demasiado

impaciente, sus otras dos hermanas tenían más en común

entre ellas de lo que Diana jamás tuvo con ninguna y ambas

poseían un don para pajarear del que Diana constantemente

se impresionaba y se desquiciaba al mismo tiempo.

Sacó de debajo de la cama la caja negra con el logo HUMAT

impreso y la puso en la cama entre ellas.

- ¿Qué dice? –preguntó Vero curiosa como un gato.

-Humat… n o se si así se p r o n u n c i e . Pero quiere

decir tesoro.

La cara de Vero se iluminó.

- ¿Tesoro?

-Si. Debes prometerme algo, -Vero puso su cara de seria -,

debes prometerme que protegerás este tesoro. ¡Con tu vida!

¿Lo prometes? –Su hermanita asintió con la cabeza, entonces

Diana con cuidado corrió el cascaron de la caja apartó el

papel celofán y formados uno tras otro se encontraban todos

los casets que su padre le había heredado. Eran por lo

menos cuarenta estuches. En cada estuche con la misma letra

que había escrito la carta se encontraba el título y la

54
descripción de lo que traía cada caset. Diana comenzó a

leerlos uno por uno, pero al pasar el dedo por todas las

cajas se encontró con algunos que no tenían nada escrito,

quizá tampoco nada en la cinta. Pero solo eran cinco de

ellos.

-Quizá, -pensó -no le dio tiempo de grabar estos últimos,

-un nudo en la garganta se le formó al formularse esa idea

en la cabeza y sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo.

- ¿Hermanita? –Vero se acercó a Diana y le puso una mano

sobre la espalda. Diana contuvo la respiración y luego

soltó una fuerte bocanada de aire.

-Estoy bien, -le sonrió a su hermana y con las mangas de su

sudadera se secó los ojos –. Vamos a probar esto, –dijo

animosamente.

Tomó la caja de su nuevo equipo Sony, la abrió y sacó el

unicel donde estaba colocado el aparato envuelto en

plástico con burbujas. Lo miró, atrás de aquel empaque

venían muchas hojas con letras pequeñitas que Diana ignoró

por completo. La caja también traía unos audífonos y pilas

de la misma marca, pero su madre también le había comprado

unas pilas recargables extra, para que no tomes las de la

tele, le dijo con un toque de reproche.

El equipo era precioso, la cubierta era amarilla y tenía

adornos para resaltar los botones de PLAY, REC y STOP. En

55
la base superior tenía dos tornos para subir el volumen y

encontrar estaciones de radio FM con la ayuda de una

antenita que le salía de un extremo al apretar un pequeño

botón en la esquina y una plica con el que el reproductor

se abría y se cerraba para poder meter el caset. El

vendedor de la tienda les aclaró que era una versión muy

novedosa y era también a prueba de agua. Pero Diana no

quería comprobar su eficacia.

Con cuidado abrió la cabina donde se colocan las pilas y

colocó un par tal como el vendedor de la tienda le había

indicado. Abrió el walkman y apretó el botón de PLAY para

ver si las mancuernas que hacían girar la cinta funcionaban

correctamente. Todo parecía estar bien.

Vero la miraba como si estuviese viendo a un mago ejecutar

su acto.

Diana dejó el walkman en medio de ellas y volvió la vista a

la caja del tesoro.

Hasta ese momento no se le había ocurrido que las cintas

quizá tenían un orden específico. Aunque quizá no. Quizá su

mamá solo tomó una caja de zapatos cualquiera con los

casets que su padre le había dejado. Por otro lado, no

había habido zapatos de hombre en esa casa desde que ella

tenía memoria. Entonces reparó en un estuche que decía:

Cuentos y canciones con Diana. Lo tomó y miró la carátula

56
donde usualmente se escribían los nombres de las canciones.

Pero esa parte del estuche estaba en blanco.

-Puede que también este vacío -pensó, pero eso no le

impidió sacar el caset del estuche y colocarlo en su

Walkman. Apretó el botón de PLAY y ambas escucharon.

Tardó un rato en salir un sonido, fue la voz de su madre…

-Ya me voy a dormir –dijo.

-Si, -le contestó una voz gruesa y cálida –. Despídanse de

mamá.

Y las voces chillantes de Diana y Karla aparecieron

despidiéndose de su madre.

-Hasta mañana mami.

Se escuchó el rechinar de la puerta y algunos pasos, luego

su padre volvió a hablar.

-Entonces quedamos que hoy te tocaba contarme un

cuento Didi –dijo su padre a la Diana pequeña de la

grabación.

-No, tu cuéntanos un cuento.

- ¡Pero yo siempre les cuento cuentos! –Las niñas del

caset rieron al escuchar la voz burlesca de su padre.

-Recuerdo esto –dijo la Diana sentada en frente de Vero –.

Si, lo recuerdo. Papá solía venir a este cuarto cuando aún

dormía con Karla, no sabía que nos grababa. –Vero miraba el

57
WALKMAN como si estuviese en presencia de un

extraterrestre. Entonces Diana se sintió mal también por la

pobre de Vero. Ella por lo menos tenía algunos recuerdos de

su padre, pero su hermanita… papá los había dejado cuando

ella era aún muy pequeña. Era imposible que lo recordara.

- ¡¿Es papá?! –preguntó por fin. Miró a Diana y esta

asintió con la cabeza -. ¡Tiene una voz muy bonita!

-Karla tendría casi tu edad, quizá un año menos.

- ¿En serio? ¿seis?

-Más o menos, yo tendría como tres o cuatro años. Tú apenas

habías nacido.

Y escucharon a su padre jugar con ellas, a Diana tratar de

contar un cuento que no tenía ni pies ni cabeza, a Karla

dándole sugerencias sobre los personajes o lo que sucediera

en la h is to r ia , y en p oc o r at o su p ap á r on ca ba

profundamente dormido, hasta que luego comenzaba otra

grabación de alguna otra noche.

- ¡Qué chistoso!

- ¿El qué? – preguntó Diana.

- ¿Por qué habrá querido papá dejarnos grabados sus

ronquidos?

***

58
- ¿Casets? –preguntó Édgar.

-Si, muchos casets.

- ¿Y qué decía la carta?

Diana sonrió. Aquella carta aún la tenía guardada como uno

de sus más grandes tesoros. Solo ella conocía

la ubicación precisa de aquella carta y su contenido

lo sabía de memoria. Sin embargo, aquellas palabras eran su

secreto, jamás nadie había leído o escuchado lo que su

padre había escrito. Para ella eran palabras que guardaban

un profundo significado y que año con año leía. Cada año

tenía un encuentro con su padre desde el más allá y su

puente para poder escucharlo eran aquellas hojas

dobladas y envueltas en un sobre que mantenía en secreto de

todo el mundo.

-Solo son las listas de los títulos de las canciones, –

inventó la muchacha indiferentemente.

- ¿En serio? –Édgar no se lo podía creer -. ¡Anda dime!

- ¿Por q u é tanta urgencia? –Ambos chicos permanecían

acostados en la cama de Édgar mirándose de lado uno frente

al otro. Desnudos y cansados platicaban siguiendo su

costumbre después de mantener relaciones como dos almas

poseídas por entes endemoniadas en busca de un placentero

sosiego.

59
Hacía ya dos meses que Diana y Édgar habían comenzado a

tener relaciones. Se habían enamorado por casualidad.

Estaban ambos en su segundo año de preparatoria y si la

maestra de inglés no los hubiera puesto juntos en equipo

para hacer un proyecto jamás se habrían dirigido la

palabra.

Los eventos fueron tan precipitados y todo sucedía tan

rápido que ambos chicos solo pudieron reaccionar como sus

instintos carnales les permitieron. No obstante, luego de

dos meses de locuras ininterrumpidas, fugas furtivas de la

escuela y mentiras piadosas; ambos se habían hecho de una

rutina que amaban y seguían fielmente como un monje a

su liber usualis.

-No es urgencia. Solo que… -Diana lo miro expectante. Una

de las muchas cosas que le atraía de aquél menudo

y espabilado muchacho era que casi se podía apreciar la

manera en que su cerebro se iluminaba de ideas. Era a todas

luces u n chico br i ll a n te , s i e mp r e q u er i e nd o pa s ar

desapercibido por aquella penitenciaria también llamada:

Escuela Preparatoria Antonio Caso, pese a su notable

genialidad con el instrumento que dominaba como un maestro

-. … es solo que es muy intrigante, ¿sabes? Si como dices a

tu padre le quedaba poco tiempo, ese tiempo para él debió

de ser lo más precioso, lo más sagrado. No puedo imaginarme

de qué manera tu padre vivió aquel pedazo de tiempo. Es una

60
perspectiva completamente diferente. ¿Te imaginas? No

podría solo dejarte una lista de canciones.

- ¿Y por qué no? –Diana estaba fascinada escuchando las

babosadas de Édgar –. Quizá hay un mensaje cifrado

siguiendo algún orden en la lista, -sugirió ella dándole

cuerda.

-Y, ¿lo h a y ? –Diana solo encogió los hombros como

usualmente hacía cuando no conocía la respuesta de algo, o

simplemente no quería responder.

- ¿Qué hora es? –Diana se giró hacia la mesa de noche que

tenía a su izquierda y tomó el celular que había dejado

ahí. Era un Sony Ericsson de carpeta rojo y ya gastado que

su hermana mayor le había heredado. En la carátula tenía

una pequeña pantalla donde podías ver la hora y si

escuchabas música también veías el nombre de la canción, el

del artista y el medidor de tiempo. Al mirar la hora dejó

el celular donde estaba y regresó a su antigua posición.

Posó la mano sobre la mejilla de Édgar, éste cerró los ojos

y ella acercó despacio sus labios a los de él.

Édgar la abrazó con fuerza y en un movimiento maestro la

cargó y la puso sobre él.

- ¡Me haces cosquillas! –gritó la chica dándole tiernos

besos en el cuello a su captor. Édgar continuó rozando las

costillas de Diana con sus yemas mientras esta se retorcía

61
riéndose escandalosamente -. ¡Espera! –gritó la muchacha,

Édgar paró. La chica sentada sobre él lo

miraba animosamente. Al verla así, Édgar puso sus manos

sobre aquellos pechos juveniles y Diana puso las suyas

sobre las de él y soltó una risilla -. ¿Crees que crezcan

más? –Édgar encogió los hombros y procedió a masajearlos.

-Para mí están perfectos. –Diana soltó otra risita.

-Eso no fue lo que pregunté, baboso -le dijo dándole un

tierno beso en la frente y desmontándose de Édgar para

poder sentarse en la cama -. Ya es hora de irme. Ya casi

son las 7 y debo llegar a cenar.

Édgar la soltó y con la mano en su espalda la atrajo

hacia él. Ella despacio calló suavemente en sus labios. Al

separase el muchacho solo dijo:

-Bueno.

Todo era parte de su “rutina”. Así la llamaban.

Los jueves, día en el que ninguno de los dos tenía nada que

hacer; la chica inventó la excusa de entrar a un grupo de

lectura para subir la calificación. Así que aquel día se

encontraban afuera de la escuela y juntos se dirigían a la

casa del chico. Su padre jamás estaba el jueves y tenían

completa libertad de hacer lo que quisieran. Se habían

puesto como regla que a más tardar a las siete de la tarde

Diana tenía que estar regresando a su casa para no levantar

62
sospechas. A ambos les gustó la dinámica y todos los jueves

pasaban por lo menos cuatro horas seguidas juntos. Cuatro

horas que pudieron haber dedicado a aprender algún otro

idioma, practicar algún deporte, comenzar alguna colección…

pero no. Ellos decidieron hacerse amigos y de paso,

enamorarse.

Al l l eg a r al de p ar ta m en t o d el c h ic o se d ir i gí an

inmediatamente a su recámara, prendían la televisión,

bajaban el volumen y como si estuvieran tratando de

despojarse de sus propias almas, hací an el a mor a

conciencia. ¡Jóvenes al fin! Lo hacían tantas veces su

briosa mocedad se los permitía y entre tanto y tanto veían

las películas que pasaban en algún canal cualquiera,

escuchaban música que Diana escogía y sobre todo

platicaban. Platicaban mucho de cualquier cosa. También

solían bajar a la cocina y prepararse algo, casi siempre un

sándwich, a veces pedían algo. Cierta vez Diana preparó

algo en su casa con el pretexto de que les compartiría a

sus compañeros del grupo de lectura. Alguna vez a Édgar se

le ocurrió ocupar la tina que tenían instalada en el baño

grande, pero luego del relajo que provocaron después de

todo, decidieron dejar la tina solo para “ocasiones

especiales”.

Y entre besos y apapachos cuando llegaba la hora ambos se

vestían, tratando de alargar más y más la despedida.

63
Édgar acompañaba a Diana hasta la puerta de su casa y el

muchacho r e g r e s a b a a su departamento en la

calle Anaxágoras añorando el próximo jueves y sintiendo que

parte de sí, se quedaba al resguardo de ella.

Mientras tanto Diana pasaba el resto de aquellos jueves con

la cabeza en la luna. Era un momento muy intenso e

interesante en su vida. Entraba en su cuarto, tomaba sus

audífonos y ponía música. Se tumbaba en su cama y así

acostada miraba las tablas de la cama de su hermana en

donde tenía pegados posters de constelaciones y personajes

de series japonesas que a ella y a sus hermanas les

gustaban. Y escuchando la música trataba de recordar el

camino que los labios de Édgar recorrían desde su cuello

hasta sus pechos, tratando sin éxito de memorizar la

sensación de su pene entrando en e l l a y al solo

poder a l c a n z a r un rastro de aquella fina y

delicada experiencia soltaba un suspiro y reía o lloraba.

Sabía que eran sus hormonas haciendo de las suyas,

sin embargo, a veces le gustaba más llorar. Sentía que

aquella sensación de desasosiego y extravío desaparecían

mejor si soltaba las lágrimas.

- ¿Estás lista? –Le preguntó Édgar.

-Ya casi, solo déjame pasar al baño. –Cuando la

chica terminó apagaron el televisor y ambos salieron del

64
cuarto, caminaron por el pasillo y doblaron hacia la

escalera distraídamente.

- ¿A dónde van? –Preguntó don Donato sentado en la sala.

-Ahorita vengo, -respondió Édgar por instinto, pero al

voltear a ver a Diana notó la cara crispada de la chica y

calló en la cuenta de quién le había hablado.

Voltear a ver a su padre le costó un esfuerzo titánico.

Diana le hacía muecas con la mirada desesperada para que se

diera vuelta, pero él negaba una y otra vez.

El pánico se apoderó de su cuerpo y la muchacha le dio

un fuerte manotazo en el estómago para que saliera de aquel

transe de terror en el que se encontraba y le diera la cara

a su padre.

-Hola, –se le ocurrió decir a Édgar al voltear. Luego de un

largo e incómodo silencio Diana le soltó otro manotazo esta

vez en su espalda para que volviera a reaccionar –.

Este, sí. Ella. Diana, -volteó a ver a la chica, ella notó

que sudaba como si hubiese corrido el maratón completo.

- ¡Qué tal señor! Buenas tardes, soy Diana –se le ocurrió

decir a la chica asomando la cabeza a espaldas de Édgar -.

Con su permiso ya me tengo que retirar… -La chica sentía

arder sus mejillas de tan coloradas que estaban.

65
Ambos voltearon de nuevo tratando de bajar las escaleras

tan rápido como sus piernas les permitieran, pero la voz

gruesa y fuerte de Don Donato los paró en el acto.

-Un momentito.

Ambos se detuvieron con una pierna puesta en el primer

escalón.

-Acompáñenme un momento por favor, quisiera platicar con

ustedes. Solo un ratito.

Diana volteo a ver a Édgar, este parecía estar a punto de

llorar.

Resignados regresaron con pasos de plomo a la sala y se

sentaron en un sillón uno al lado del otro frente a

la silla mecedora de Don Donato.

Una vez sentados Don Donato sacó de uno de los bolsillos

interiores de su saco un puro, con calma le cortó la punta

y lo prendió. Luego con el puro en la boca se rascó la poca

barba rala y blanquecina que tenía y exhaló el humo.

-Pues fíjense que hará cosa de tres semanas que me encontré

por casualidad con Doña Rosario, la inquilina del tres. ¿Si

la ubicas? –Le preguntó directamente a Édgar, este solo

asintió con la mirada -. Pues me la encontré aquí a la

vuelta en el puesto de gorditas y entre una cosa y otra

me preguntó medio apenada por mi nueva novia…

66
- ¿Mi nueva novia doña Rosario?

- ¡Ay! ¡Hágase!

-Pues me va a disculpar que me “haga”

doña Rosario, pero yo no he tenido novia desde que me casé

con mi difunta esposa hará cosa de 17 años.

- ¡Ay Don Donato! Pues yo no sé. Pero cada jueves por las

tardes lo he escuchado a usted en compañía de no sé quién y

no precisamente conversando, ¿he?

- ¿Ah sí? Pues a ver si deja usted de meterse en asuntos

ajenos.

-… yo dije: ¡Esta pobre anciana ya se ha de estar quedando

loca!, yo usualmente estoy fuera de casa de martes a

viernes. Sin embargo, por azares del destino el cliente me

canceló a última hora y pude regresar unos días antes. Te

envié un mensaje cuando mi avión aterrizó. Ahora veo por

qué no respondías. Traje la cena, ¿Te gusta la comida

china? – esta vez le preguntó a Diana.

-Si, gracias Don Donato. Una disculpa, pero ya me tengo que

retirar…

67
-No veo por qué no puedas quedarte. Cena con nosotros y

platiquemos. Luego te llevamos a tu casa. Habla y pide

permiso. Si es necesario puedo hablar con tus padres.

Diana no sabía qué hacer, volteó la vista a Édgar para

recibir por lo menos un poco de apoyo moral. Este también

la volteó a ver, en su rostro se leía indudablemente una

cara que a todas luces decía: ¡apiádate de mí!, así

que decidió quedarse; se levantó y fue a la cocina a hablar

con su madre. Al poco rato regresó y se volvió a sentar al

lado del chico. Se miraron y trataron de intercambiar

pensamientos. Lo que ambos tenían bien claro es que no

sabían que era exactamente lo que estaba pasando; o lo que

podía llegar a pasar. Sin embargo, a l ver la cara

preocupada pero un poco más calmada de Édgar los nervios de

ella también se apaciguaron un poco.

-Pues creo que lo está tomando bastante bien, -pensó. No

obstante, el zumbido en sus mejillas rojas le comenzó a

preocupar un poco.

- ¿Si te dieron permiso? –Preguntó don Donato al sacar el

humo del puro.

-Si. Solo me pidió mi madre no llegar demasiado tarde.

-No te preocupes, antes de las 9 ya estás en tu casa. Y

¿qué les dijiste?

68
-Le dije que me quedaría a cenar con un compañero de la

escuela.

-Muy bien, muy bien. Pero antes de cenar quisiera quitarme

esta piedrita del zapato… Porque cuál sería mi sorpresa al

llegar hoy a mi casa y encontrarme con que aparentemente le

debo una disculpa a Doña Rosario. –Don Donato volvió a

meterse su puro a la boca y se meció despreocupado con una

mano debajo de la axila y la otra sosteniendo el puro -.

¿Entonces muchachos?

Si en ese momento hubieran tomado la temperatura a

cualquiera de los dos, el termómetro hubiera explotado como

en aquellos dibujos animados de ayer y hoy.

-Supongo que se van a casar, porque esto no puede solo

quedarse así. –Puntualizó don Donato con severidad.

- ¡¿Qué!? –gritaron ambos a la vez.

Don Donato casi se orina de la risa.

***

69
Fue Diana quien me recibió en la puerta de la funeraria

cuando llegué con mi guitarra al hombro. Me abrazó y me dio

un tierno beso en la mejilla. Se notaba que había estado

llorando.

- ¡Qué bueno verte desaparecido! -Así abrazados me susurró

al oído -. ¿Cuánto tiempo ha pasado? -Me soltó y tomó con

suavidad mi mano para conducirme hasta la sala donde

velaban a don Donato.

Casi al final de todo aquello solo Diana y yo nos

terminábamos reuniendo de vez en cuando. A veces yo iba a

su casa, a veces ella venía a la mía. A veces cantábamos

algo, a veces solo platicábamos, salíamos a pasear o íbamos

al cine o a cualquier parque a fumar y revivir viejas

glorias que aún teníamos a flor de piel.

Ambos solíamos trabajar en una melodía que pretendíamos

agregar a nuestro repertorio, la cual mostramos a Édgar. La

tratamos de ensamblar un par de veces, pero jamás la

terminamos.

-Casi un año -respondí mientras caminábamos.

Era verdad.

Hacía casi diez meses más o menos desde la última vez que

nos habíamos encontrado.

Fueron tiempos caóticos tanto para ellos como para mí.

70
La última vez quedaron de ir los dos a mi apartamento, pero

jamás llegaron. Eso si lo recuerdo bien.

Todo iba aparentemente bien con Leña al Fuego, pero sin

darnos cuenta y por razones que quizá en ese momento no

supimos comprender, todo terminó. No fue decisión de nadie,

simplemente pasó.

Desde que Leticia y yo dejamos de vernos, para mí el tiempo

dejó de tener algún valor significativo en mí vida, vivía

pegado a Diana y a Édgar en un principio. Luego comencé

solo a salir del departamento para ensayar o dar conciertos

y poco a poco todo se me derrumbó. Comencé a pedir que los

ensayos fueran en mi departamento por causas de “fuerza

mayor”. A veces pienso que quizá fue mi culpa que todo

aquello terminara tan abruptamente. Sin embargo, no podría

echarme todo el credito. Aunque quisiera. Repito:

simplemente pasó.

Édgar por su parte, estaba obteniendo bastante renombre

como guitarrista dentro de la facultad y frecuentemente lo

invitaban a dar conciertos e impartir talleres.

Para su novia y para mí era evidente que él estaba

comenzando a enfocarse mucho más en continuar estudiando,

perfeccionando su técnica y escalar en el mundo musical

académico. De modo que poco a poco dejó de prestarle

atención a Leña al Fuego. Cada vez más cancelaba ensayos,

71
llegaba muy tarde o se retiraba muy temprano, siempre con

la excusa de tener compromisos que atender.

Así entonces esa llama se fue extinguiendo y ni siquiera

nos dimos cuenta de cuándo fue la última vez que salimos a

dar una presentación.

Diana y yo sólo nos reuníamos como por inercia, fumábamos,

cantábamos y recordábamos viejas glorias hasta que un mal

día dejamos de hacerlo.

Pienso que así se van perdiendo las costumbres, sin avisar

y por accidente.

Entre ellos también comenzaron a haber roces que se

acrecentaban por la falta de interés de Édgar y razones que

no alcanzaba a entender (o que más bien, no me incumbían).

Tanto ella como yo habíamos hablado algo al respecto. A

ella le gustaba la carrera, pero estaba muy enamorada del

canto. Más que eso, estaba enamorada de Leña al Fuego, y

que su novio no le diera la importancia que ella le daba le

causaba un conflicto intenso.

Por un lado, no quería reprocharle nada porque los tres

sabíamos que su talento daba para mucho más que un trío

bohemio, pero por otro lado no podía creer que no añorara

el candor y la adrenalina que causaba salir y cantar para

el mundo, para quién fuera. Más que nada y para ser

honestos cantábamos para nosotros mismos.

72
Ahora entiendo que ella lo que sentía era miedo, temor de

que la música se acabara, de que ya no quedaran

oportunidades de sentir la emoción y la excitación por

cantar, y bailar y decir y gritar a todo pulmón que por lo

menos en esos momentos éramos libres y verdaderamente

felices.

Quizá también por eso Diana y yo nos reuníamos. Éramos

adictos tratando de recuperarnos de la abstinencia de no

hacer algo que amábamos. Intentábamos ser realistas y poco

apoco nos fuimos alejando de nuestra dependencia de

conjugar nuestras voces, porque lo quisiéramos o no,

faltaba siempre la guitarra de Édgar.

Tomados del brazo recorrimos un largo pasillo alfombrado y

con varias mesas y sillones acomodados en cada una de las

salas. La de don Donato era la última y parecía que habían

adaptado dos salas por la cantidad de gente que aglomeraba

la estancia. Adentro una larga muralla de sillones rodeaba

el féretro abierto y mi amigo estaba sentado en una silla

del fondo con la mirada extraviada en el suelo.

Entré y saludé a todos con un:

-buenas noches; -a lo que todos me contestaron igual a

coro. Me recordaron a un grupo de zombis que solo emiten

sonidos guturales causados por sus ansias de comer

cerebros.

73
Recorrí el pasillo caminando despacio, saludé al señor Mora

que estaba sentado solo en un sillón, y al pasar frente al

ataúd de don Donato hice una pequeña reverencia. Nunca fui

muy religioso, pero quería demostrar mi respeto al difunto

padre de mi amigo.

Al llegar frente a Édgar puse la funda de la guitarra en

sus pies. Este levantó la vista y sonrió, yo entonces con

toda la seriedad del mundo le dije:

- ¿Llamaron a un gigoló?

Se levantó y me abrazó gustoso. Notaba en su cara que no

había dormido en un largo rato.

- ¡Qué bueno que viniste!

-Lamento que tenga que ser en estas circunstancias.

-Pasó como tenía que pasar, -me tomó del hombro y me guio

hacia un reservado que se encontraba en una de las

esquinas. Dentro ya se encontraba la tercera integrante de

Leña al Fuego. Sacamos las guitarras y afinamos.

Antes de volver a salir mi amigo me dijo:

-Me gustaría que dijeras algo antes de que empecemos. Como

en nuestros conciertos. A ti siempre se te han dado bien

los discursos.

Asentí con la cabeza y salimos del reservado sin saber que

sería el último leño que aquel fuego consumiría.

74
***

75
-Y, ¿vives por aquí Diana? –preguntó don Donato sirviéndose

más Chow Mein en su plato.

-Si, su casa está en la colonia del Carmen. Está muy cerca

de la escuela también. –Respondió Édgar con la boca llena

de la mitad de un rollo primavera, Diana comía con timidez

pollo Kung Pao.

-Ya veo. Está bastante cerca. –Don Donato tomó un bocado y

masticó con paciencia sus fideos, se sirvió un poco más del

refresco de naranja que había llevado. Engulló y volvió a

hablar –, con razón Édgar comenzó a bañarse todos los días.

Édgar respingó y tosió por culpa del refresco que tomaba en

ese momento. Don Donato no pudo evitar soltar una fuerte

carcajada mientras Diana que estaba junto a él le daba

palmadas en la espalda.

-Jálale las orejas –le sugirió don Donato muy divertido

dándole otro bocado a sus tallarines.

Diana le obedeció y Édgar pudo dar un fuerte respiro.

-Nunca falla.

Cuando terminaron de comer Édgar recogió todos los platos

de la mesa y los llevó al fregadero. Don Donato anunció que

también había comprado un tiramisú en la panadería. Luego

de un rato Édgar apareció de la cocina con dos platos con

una rebanada de tiramisú en cada uno. Puso uno frente a

76
Diana y otro frente a él. Al poco rato apareció Don Donato

con su propio plato y unas cucharillas.

-El café ya está casi listo, –anunció Don Donato dejando

las cucharillas en el centro de la mesa -, pero si quieren

pueden comenzar, sin pena. –Regresó a la cocina tarareando

y no tardó en volver con una gran jarra metálica con café y

tres tasas. Dejó la jarra con café en el centro y las tasas

a un lado. Édgar ya le había pasado a Diana una cucharita y

colocado otra en el plato de su padre –. Sírvanse por

favor.

- ¿Quieres café? –Le preguntó Édgar tímidamente a Diana.

-Si por favor, –la chica tomó el azucarero y se sirvió dos

cucharadas luego de que Édgar le terminara de servir el

café. –Gracias -le dijo suavemente.

-No es nada. –Este se terminó de servir y fue a servirle a

su padre. Luego dejó la cafetera en el centro y se volvió a

sentar, tomó la azucarera y se sirvió una sola cucharada.

Don Donato sentado al inicio de la mesa contestaba unos

mensajes con su celular último modelo, cuando terminó le

dio un pequeño bocado a su rebanada de tiramisú y los miró

atentamente.

-Incómodo, ¿verdad?

Ambos chicos asintieron con la cabeza.

77
-Bueno cuéntenme, ¿se conocen de hace mucho?

Diana terminaba de masticar un gran bocado y Édgar tomaba

lentamente su café mientras don Donato los observaba como

quien observa un cuadro de Renoir. Entonces, de la nada

decidió tomarles una fotografía con su celular. Ambos

chicos se quedaron paralizados. Si el cuadro se pudiera

representar en viñetas de manga japones a ambos les

estarían saliendo dos gotas de agua de su cabeza.

- ¿Entonces? –preguntó Don Donato algo impaciente -. ¿Nadie

me va a responder?

-Nos conocimos este año, –susurró Diana con timidez -, sin

embargo, creo que hemos sido compañeros en la escuela desde

el primer grado.

-Creo que sí, –aseveró el chico.

-Si ajá, muy bien… –dijo Don Donato algo divertido, no

quería estar jugando al gato y al ratón con ese par -, pero

debe haber alguna historia, es decir; no llegas al nuevo

curso y de repente a las dos semanas ya tienes novia,

-ambos chicos alzaron las cejas al mismo tiempo -no es como

jugar a la lotería. -Diana soltó una risita.

-Lo que pasó fue que de casualidad faltamos el mismo día a

la escuela –comentó Diana con una sonrisa escondida en la

memoria.

***

78
--- Extracto del blog de Susana Toribio, muchacha de 16

años alumna de la Escuela Nacional Preparatoria N° 6

"Antonio Caso" UNAM ---

Lunes 22 de septiembre.

Entrada 457.

Mal día.

Si de por sí este año no ha sido el mejor de mi vida hasta

ahora, este día se lleva la medalla por ser el peor. Una

porquería. ¡NO HAY MÁS!

Para empezar mamá compró de esa porquería de mayonesa

Melmans que sabe a vómito.

¿Cómo puedo prepararme mi desayuno sin mayonesa en mi

sándwich? ¡Es que no puedo con esa porquería! ¿Qué mi madre

no puede entender que odio el sabor de esta cosa? ¿Qué le

cuesta comprar McCormack?

En fin, solo tomé una maldita manzana para no morir de

hambre y como veinte pesos que encontré en los pantalones

de mi padre.

Luego, en el camión a la escuela un imbécil se propasó

conmigo. Es verdad que el camión estaba algo lleno, pero

ese idiota solo esperaba la oportunidad para aventarse.

Desde que me subí se me quedó viendo con cara de

79
pervertido. ¡Le di un puñetazo en sus bajos! Ojalá le haya

dolido mucho.

Por lo menos no llegué tarde, pensé que todo lo feo ya

había pasado, pero de repente comenzó la primera clase y me

di cuenta de que Diana no vendría… y estaba tan ansiosa de

desahogarme, de un abrazo, o por lo menos de ir a fumar a

nuestro lugar secreto. Le mandé un mensaje, pero no

contestó sino hasta el descanso de la media jornada.

A mí me valió madres y me escapé un ratito a fumar. Creo

que eso fue lo mejor de mi día. Me eché tres cigarros. No

debí, lo sé. ¡Pero cómo me hacían falta! Al terminar el

segundo ya me sentía mucho mejor. El tercero nada más me lo

fumé por vicio, la verdad.

Luego de tomar las medidas necesarias para que no me

cacharan, regresé al salón pensando que por lo menos en la

clase de la señorita Ivone me podía hacer la tonta y

ponerme a escuchar música con mis audífonos escondidos en

mi suéter. Eso quizá me ayudaría a levantar el ánimo.

¿Por qué soy tan ingenua?

¡No hay duda! Hoy me levanté con el pie equivocado.

Lo peor que podía ocurrir ocurrió y de la peor manera

posible…

Es decir, hubiera preferido mil veces que un meteorito nos

aplastara a todos, bailar reguetón, ser asaltada o tener

80
que besar a Gerardo (el tipo que tiene una halitosis

asquerosa del grupo D) ¡Cualquier cosa! A tener que ser

compañera del imbécil de Mauricio.

¡¿Por qué Mauricio Dios mío?!

Resulta ser el mejor amigo de Édgar. Es más o menos como

él, pero en nefasto.

¡Ay, Édgar! Mi amor, mi vida, mi cielo.

Pero bueno, el caso es que este imbécil siempre me anda

molestando. Siempre que quiero hablar con Édgar este tipejo

llega y se interpone; y digo, no pido mucho. Solo que toque

un poco de su guitarra para mí, que me lleve serenata.

Cosas bobas, ya lo sé.

¡Ay, pero es que si ustedes lo vieran tocar! Es como si sus

manitas hermosas estuvieran acariciando la ceda. Me

encanta, me derrite… no puedo. Él cree que nadie le hace

caso cuando ha invitado a sus presentaciones al grupo, pero

yo voy en secreto. ¡Es fantástico! ¡Simplemente un genio!

Diana dice que es un pretencioso y un presumido.

Pues sí. Pero eso es lo que MÁS me encanta de él. Osea no

es cualquiera y él lo sabe. Él fue tocado por los dioses,

un genio, Apolo entre los humanos…

Al contrario del estúpido de su amigo que fue tocado por

algún vagabundo y le contagió la peste.

81
¡¿Cómo me pudo haber tocado con él como compañero de

equipo?!

¡¿Qué la maestra no vio los ojos de súplica que le avente?!

¡La muy maldita! Seguro nada más lo hace para joderme.

Para colmo es un proyecto importante, según la profesora va

a definir la calificación de este semestre.

¡Maldita sea!

Qué se me hace que voy a reprobar. Es que la sola presencia

de Mauricio me enferma. ¡Es tan irritante! No podré

resistir tener que estarme poniendo de acuerdo con ese

gandul para hacer este trabajo. Simplemente no lo vale,

pese a todo lo que diga mi madre de la calificación,

prefiero venir en vacaciones a reponer la materia. Aunque

no se si Diana vaya a pensar igual que yo, a ella le va a

tocar con Édgar porque él tampoco vino a clases. Solo

espero que esos dos no se enamoren. No lo creo; a Diana le

cae tan gordo que de seguro acepta volarse la clase conmigo

para reponerla en las vacaciones.

Ya veremos mañana.

El imbécil de Mauricio estaba tan emocionado que casi se

moja en los pantalones, estoy casi segura de que cuando

supo que nos tocaría juntos tubo una erección con la cosita

que ha de tener como pene, no cabía en sí. Tonto.

82
Me pregunto si Édgar sabrá que me gusta, ¿Le gustaré? Es

que es tan tímido… de seguro me ama con todo su corazón,

pero no se atreve a decirme nada.

¡Cómo me encantaría que se me declarara! Que me escribiera

una canción y me susurrara al oído: ¿Quieres ser mi novia?

¡Ay, se me hace la piel chinita tan solo de pensarlo! Pero

sobre todo me encantaría que mandara a la chingada a su

amigo.

La cereza del pastel en este día de porquería fue (valga la

redundancia) que hoy llegó Andrés.

¡Ese hijo de puta!

***

83
-Hola, -saludó Édgar al sentarse junto a aquella chica

menuda. La clase de inglés había comenzado y la profesora

le había pedido al grupo que se sentaran con su pareja para

que comenzaran a trabajar en el proyecto.

Diana volteó a ver al chico recelosa y esperó a que este se

hubiera acomodado para lanzarle una mirada furtiva y

seductora.

-Diana, ¿verdad? Soy Édgar creo que jamás nos habíamos

hablado…

- ¿Eres el maestro de las llaves? -lo interrumpió Diana

abruptamente con voz falsa tratando de imitar a Sigourney

Weaver.

Édgar captó de inmediato la referencia y le siguió el

juego.

-No que yo sepa.

Diana entonces se volteó aparentemente enojada de cara a la

ventana. Édgar golpeó la mesa como si estuviera tocando una

puerta. Diana volteo de nuevo hacía el chico y volvió a

preguntar:

- ¿Eres el maestro de las llaves?

- ¡Si! -soltó Édgar casi gritando y Diana le ofreció una

encantadora sonrisa, jamás nadie le había seguido en su

jueguito de los Caza Fantasmas sin previo aviso. Todos

84
siempre la tiraban de loca, hasta sus hermanas. Por su

parte Édgar no lo supo, pero desde ese momento y hasta que

se fue a dormir, no se pudo quitar una sonrisa idiota de la

cara -. En realidad, soy su amigo; me dijo que me reuniera

con él aquí. Aún no me has dicho tu nombre.

-Soy Diana, la guardiana de la puerta. -Susana tiene razón,

pensó la chica; pudiera parecer un chico algo mamón a la

distancia, pero sí que tiene carisma cuando te acercas.

Ambos rieron divertidos y la profesora recelosa los volteó

a ver con mirada amenazante.

-Pues, creo que hay que hacer una composición, eso fue lo

que entendí. –Dijo Diana con una sonrisa boba. Tenía

bastante presente que el caso de su amiga rallaba en lo

obsesivo, pero como que comenzaba a entenderla. Aquel chico

simplemente tenía algo. Pero no daría su brazo a torcer.

- ¿Composición? Es decir ¿un poema o algo así?

-Yo supongo –le respondió la chica -. ¿Preguntamos a la

profesora?

El chico asintió y ambos recorrieron el salón hasta el

escritorio de la profesora.

-Disculpe –la interrumpió Édgar.

La profesora, una chica joven de casi treinta años, pero

amargada hasta la médula lo volteó a ver.

85
–Perdón, es que mi compañera y yo no pudimos asistir ayer y

al parecer tenemos que hacer juntos el proyecto. Nos podría

por favor ayudar con las pautas…

-Lo siento mi amor, –dijo la profesora con malicia

volviendo la mirada al apunte en el que trabajaba sobre su

escritorio -, yo ayer di todos los detalles. Sería injusto

para tus compañeros si repitiera todo.

Édgar se quedó parado y pudo ver como un muro de ladrillos

reforzados aparecía entre la profesora y él.

–Gracias por todo -, dijo finalmente Édgar y volvió con

Diana a su sitio –. De seguro Mauricio o tu amiga tienen

completos todos los parámetros.

Acertó con Susana, la mejor amiga de Diana; porque Mauricio

el chico con el que Édgar mejor se llevaba había escrito

algunas rimas obscenas en sus apuntes del día anterior.

Susana asintió embelesada cuando Édgar le fue a pedir los

apuntes, este los copió rápido y volvió a sentarse junto a

su compañera de proyecto justo en las bancas que daban a la

entrada de la puerta.

- ¡Helas aquí! –dijo al sentarse y extenderle el cuaderno a

Diana –. Las reglas del juego que definirán nuestro

destino.

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Diana le dedicó una hermosa sonrisa mientras leía los

apuntes del chico. Tenía una letra cursiva muy bonita,

pulcra y estilizada.

- ¿Quién es esta persona? ¿De dónde habrá salido?

- ¿Dónde aprendiste a escribir así?

-Podría decírtelo, pero… tendría que acecinarte, –respondió

Édgar con la voz más gruesa que pudo hacer. Diana no pudo

contenerse y soltó una risa tan estridente y aguda que todo

el salón los volteó a ver.

- ¡Usted! –gritó la profesora -. ¡Sálgase del salón!

-Una disculpa profesora, -dijo Édgar parándose de un salto

-fue mi culpa. Yo provoqué que mi compañera se riera.

- ¡Pues sálganse a contar chistes los dos! –gritó

completamente desquiciada -. ¡Ya veremos qué tal queda su

proyecto!, todavía que no vienen a clases se ponen a jugar.

Pero ya verán cuando entregue calificaciones, a ver si se

ríen mucho. Los demás ¿qué están viendo? ¡pónganse a

trabajar! –Volteó a ver a ambos chicos -. ¿Qué esperan?

¡Afuera!

Édgar se levantó serio, pero con la quijada desfigurada por

querer destornillarse de la risa.

Tomó su guitarra y su mochila, metió su libreta y salió del

salón. La chica lo siguió igual con sus cosas.

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Susana los vio irse como si se estuvieran embarcando al

TITANIC y supiera que jamás los volvería a ver. Volteó a

ver a su compañero de equipo que la veía embelesado y tubo

ganas de llorar.

Ya en el pasillo Édgar caminó hasta la esquina del edificio

junto a las escaleras y esperó a Diana.

-Ven -le dijo una vez que la niña llegó –. Si nos ve el

decano nos va a levantar un reporte.

La guio hasta la planta baja del edificio y salieron rumbo

a la pista de atletismo, pero antes de llegar el chico

divisó a lo lejos al decano y cambió radicalmente el rumbo.

La chica no paraba de reírse. Entraron a un laboratorio

vacío y ahí se quedaron un rato.

-Debemos movernos -le susurró el chico tratando de

controlar su respiración -, el decano pasa seguido por los

salones que sabe que están vacíos. –Puso su mochila en el

suelo al igual que el estuche de su guitarra. Se puso en

cuclillas y abrió el estuche despacio –. No le vayas a

decir a nadie de esto, ¿estamos?

-Édgar, todo el mundo sabe que tienes una guitarra. Dejó de

ser novedad a las dos semanas del primer grado.

- ¡Eso no! –Respondió el chico divertido. Y del estuche

sacó un radio intercomunicador igualito a los que

utilizaban los de vigilancia o la directiva.

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- ¡Guau! –dejó escapar la muchacha -, ¿de dónde sacaste

eso?

-En un momento te cuento, cuando te diga ya, sales

corriendo a la salida. –La chica asintió.

Édgar prendió el radio y apretó el comunicador un par de

veces para comprobar que funcionaba. Al tercer intentó

habló con una voz fingida pero bastante creíble:

- ¡Martín, Martín!

Inmediatamente una voz respondió:

-Copio.

- ¿Cuál es tu posición? Cambio.

-Estoy de guardia en la entrada con el nuevo. Cambio.

-Un favor, tuvimos un problema con una manguera en el área

de las canchas, vente rápido con el nuevo. Cambio…

prepárate -, le susurró a Diana. La chica se puso su

mochila bien sujeta en la espalda y se pegó a la pared

junto a la puerta.

-Entendido, vamos para allá. Cambio.

Un minuto después, por la ventanilla del laboratorio Édgar

vio como ambos guardias se dirigían presurosos a las

canchas.

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- ¡Ya! -y ambos corrieron como bólidos hacia la salida,

atravesaron la calle y no pararon hasta llegar a las

fuentes de los coyotes.

Ya que hubieron recuperado el aire, Édgar le invitó una

nieve a Diana y ambos comenzaron a dar de vueltas por todo

el centro de Coyoacán como si de 1950 se tratara.

- ¿Cómo conoces la frecuencia de los guardias? –Diana

estaba súper encantada con aquel chico. Había resultado que

todos sus prejuicios estaban por ahora incorrectos. Édgar

sí que era un chico bastante interesante, muy encantador. Y

con su guitarra al hombro parecía Antonio Banderas en El

Pistolero.

-Resulta que un día en primer grado el decano entro a

nuestro salón a hacer quién sabe qué cosa y dejó su radio

justo al lado de mi banca y se fue. Jamás regresó por él.

Entonces yo solo lo tomé y pues, no se lo devolví. Tengo un

cargador universal en casa y tiene entrada para audífono,

te imaginarás entonces que a veces estando de ocioso me he

puesto a escuchar la frecuencia.

-Ya veo –dijo la chica divertida. Al parecer no le

incomodaba en nada que Édgar poseyera cosas que no fueran

de su legítima propiedad –. Es un gran poder el que tienes.

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El chico sonrió y asintió mientras miraba a una anciana

sentada lanzando migajas de un pan que tenía a las palomas

que la rodeaban.

-Trato de utilizarlo con responsabilidad.

- ¿Alguien más sabe que tienes este tesoro? –Édgar solo

encogió los hombros a modo de respuesta. Encontraron una

banca vacía justo viendo la retaguardia de los coyotes y se

sentaron. El chico ya había terminado su nieve, pero Diana

apenas iba por la cubierta. El clima del medio día de

finales de septiembre ofrecía una brisa algo fría. Édgar

puso el estuche de su guitarra entre los dos como si de un

tercer invitado se tratara.

-Así que… -dijo Diana sarcásticamente subiendo ambas

piernas a la banca como si se tratara de un diván -, tocas

la guitarra ¿eh?… me parece muy bien.

Édgar solo sonrió.

En primer grado cuando llegaba a la escuela con su mochila

y su estuche todo el mundo cotilleaba y no faltaban

aquellos que queriendo pasarse de graciosos le pedían que

tocara canciones de moda o le preguntaban estupideces como

que si les podría dar clases o si tocaba en los camiones, o

que si al salir de la escuela sería alguna estrella de rock

o trovador. Édgar no se inmutaba. Aceptaba con agrado todos

los cumplidos y decía que sí a todas las preguntas que le

91
soltaban por más idiotas que parecieran, pero jamás cedió.

Tenía como regla jamás sacar su instrumento en la escuela a

no ser que fuera necesario. Si alguien le pedía que tocara

algo siempre respondía lo mismo:

-Ahorita no muchas gracias, si gustan les digo cuando

tengo un concierto con mucho gusto.

Por eso en la escuela cuando llegó a segundo grado ya tenía

gran fama de arisco, creído y mamón. Cosa que a Édgar le

traía sin cuidado.

- ¿Puedo decirte algo que nadie de la escuela sabe sobre

mí?

Diana solo abrió los ojos a modo de respuesta como si fuera

un gato curioso.

-No lo vas a creer, pero ya casi termino la licenciatura en

música y estoy a punto de entrar a la maestría.

Diana se rio como si el muchacho le hubiera contado un buen

chiste, pero al ver al chico serio paró de golpe.

- ¿Es verdad?

El chico asintió con la cabeza.

-Solo dices esto para impresionarme.

El chico negó con la cabeza.

Esta vez nadie le pidió que tocara nada.

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Parsimoniosamente colocó el estuche en el suelo, lo abrió,

tomó la toalla que cubría parte de las cuerdas del

instrumento y se la puso en su rodilla como siempre hacía

cuando estudiaba o daba algún recital, luego sacó el

instrumento, cerró el estuche lo volteó y puso la pierna

sobre el estuche y la guitarra donde tenía la toalla

apoyándola sobre su muslo. Raspó las cuerdas y movió un

poco las clavijas para que el instrumento quedara

perfectamente afinado.

Miró a la niña que tenía junto a él y le sonrió. Esta lo

miraba escéptica.

-Jamás has ido a ninguno de los recitales que he dado,

¿verdad?

Diana negó con la cabeza.

Susana le pedía constantemente que la acompañara, pero ella

siempre se negaba rotundamente.

-Tengo mejores cosas que hacer que ir a ver a ese

presumido -le respondía.

-Sabrán los dioses del heavy metal que mosca me ha picado

-pensó el desesperanzado chico.

Volteó la vista al frente. A la nada. Cerró los ojos, dio

un fuerte suspiro y dejó que sus manos se movieran, las

guio hacia el fondo de su conciencia y ligadas por aquel

93
reflejo innato que poseía, soltó sus emociones haciendo

malabares con aquel pedazo de madera con tripas de gato.

***

94
-… y lo demás es historia –concluyó Diana.

Don Donato hacía rato que había terminado su rebanada de

tiramisú y ahora sostenía su taza de café dándole pequeños

sorbos de cuando en cuando mientras escuchaba la historia

que Édgar y Diana le contaban.

Ambos chicos lo miraban expectantes. Pero este seguía

tomando café por sorbos.

-Pues me parece muy mal. –Dijo por fin don Donato.

El chico no dijo nada, solo miraba a su padre expectante.

Diana sin embargo movida por la curiosidad se atrevió a

preguntar.

- ¿Le parece mal?

-Muy mal. –Pero don Donato no estaba serio. Miraba a su

hijo y reía –. ¡Terriblemente mal! –gritó y se carcajeó.

-Creo que tiene un ataque psicótico, -pensó Diana con algo

de miedo.

-Cuando tenía 16 le dije a Sagrario, la niña que me gustaba

que fuera conmigo a la feria y ella solo me tiró a loco.

Ustedes dos malditos suertudos. –Soltó un suspiro. Se

empinó todo lo que le quedaba de la tasa de café, y se

sirvió más.

- ¡En fin! Lo que me parece aún peor es que me haya tenido

que enterar de esta forma. Sin embargo, lo dejaré pasar

95
esta vez. ¡Ja! –azotó un puño en la mesa –. ¡Ay! ¡Qué buen

susto le sacaron a la pobre de doña Rosario! –Don Donato no

paraba de reír más y más fuerte -, ¡y que buen susto les

saqué a ustedes! ¡sus caras cuando los espante en la

escalera no tienen precio! Debí haberles sacado una foto

ahí también –. Se paró de su asiento, se estiró un poco y

respiró hondo para tranquilizarse. Tomó la azucarera, fue a

la cocina a rellenarla y regresó, le puso dos cucharadas a

su taza y dejó la azucarera de nuevo en el centro de mesa

–. Tenemos que poner ciertas reglas.

- ¿Reglas? –preguntó Édgar.

-Si. Miren, no me parece mal que sean novios…

- ¡No somos novios! –lo interrumpieron ambos chicos al

mismo tiempo.

-Bueno, o lo que sea que pretendan ser… ¡Definan su vida!

-Al escucharlos don Donato se tornó un poco molesto. Tomó

lo que quedaba del puro que había dejado en el cenicero y

lo prendió con un encendedor zipo que sacó de su bolsillo

-. Y por supuesto que pueden utilizar la casa como su

“nidito”. Sin embargo, me gustaría aclarar que si meten la

pata estarán completamente solos. ¡Ya saben a qué me

refiero! ¿Estamos?

Ambos chicos asintieron sin soltar palabra y sin saber

exactamente todo lo que implicaban las palabras de don

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Donato. Este se paró y avanzó hacia el perchero, tomó las

llaves del coche y puso la mano sobre el barandal.

-Deberían formalizar lo que tienen. Vamos Diana, te

llevamos a casa, -y comenzó a bajar por las escaleras.

***

97
- ¡No inventes! -soltó el chico pasándose la mano por sus

largos y negros cabellos -. ¡No te lo puedo creer!

-Es verdad, cada palabra.

- ¿Y “formalizaron” las cosas luego, luego?

Diana se carcajeó con ganas.

-Bueno ese es otro anexo a la historia.

- ¿Porqué?

Entre risas Diana estiró las manos y lanzó al aire una

pelota de tela con la que ambos habían estado pasando el

rato mientras la chica contaba sus historias.

-Cuando don Donato terminó de bajar las escaleras Édgar me

pidió que fuera su novia. –Volvió a soltar otra carcajada

mientras lanzaba de nuevo la pelota –. Pero yo le dije que

no.

- ¡Qué mala onda!

- ¡Es que es un menso! –le aventó la pelota a su nuevo

amigo - ¡Claro que quería que fuéramos novios!, pero aquel

día ya había pasado por mucho en muy poco tiempo, entonces

me pareció gracioso hacerlo sufrir un rato, -el chico le

lanzó la pelota de vuelta.

- ¿Y el que hizo?

-Nada, se quedó con cara de baboso. Pensó que le diría que

sí, ¡así nada más! -Diana volvió a lanzarle la pelota, pero

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esta vez el chico no pudo atraparla y se levantó de la

silla de metal que ocupaba para ir por ella, cuando volvió

a sentarse la chica continuó -, entonces me paré y le dije:

lo voy a pensar. –La chica atrapó la pelota, pero esta vez

antes de regresársela primero vio la hora en su celular -;

¡Ya casi comienza la clase!

Ambos chicos se levantaron con calma de sus asientos. El

chico se estiró un poco y Diana soltó un bostezo. Un viento

gélido arrastró las hojas secas que caían en el jardín

Rosario Castellanos en medio de la facultad de Filosofía y

Letras.

-Me gusta mucho este jardín –dijo Diana soltando un sonoro

suspiro -, se siente un aura de misticismo…

-Dicen, -la interrumpió el chico – que si metes el dedo en

la nariz de Castellanos se abre un túnel directo al noveno

círculo del infierno…

La chica se rio con ganas.

- ¿En dónde nos toca la clase? –preguntó el chico.

- En el 315 -respondió Diana tratando de recuperarse de su

arranque -, vamos que quiero pasar por unas picafresas

antes porque la voz de este profe me arrulla.

Atravesaron el jardín, pasaron por la cooperativa, ambos

chicos compraron provisiones y subieron por las escaleras

hasta el tercer piso.

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-Bueno, ¿y tú qué? –soltó Diana mientras se dirigían al

aula -, ¿Vas a ligarte a Leti?

- ¡Sigues con eso!

- ¡Es obvio que quiere contigo!

- ¿Sabes algo?

-Es intuición femenina. ¡Vamos! no te mudaste a una nueva

ciudad para seguir igual de mojigato.

- ¡Yo no soy un mojigato! –soltó el chico y empujó

levemente a su amiga a modo de juego. Esta soltó una risa

malévola y gritó.

-Escandalosa hasta el fin -pensó el chico.

- ¡Bueno, bueno! Pero no me dirás que no estas algo

traumadito como todos los pipopes.

- ¡Traumadas tienes las nalgas!

Esta vez fue Diana quién empujó al chico riéndose como mono

en celo.

Llegando al tercer piso de la facultad se encuentra una

cooperativa que vende libros de uso y los exhiben siempre

en unas cuantas mesas pegadas a la pared en el descanso.

Parada y viendo los volúmenes se encontraba Leticia.

Diana al verla le dio un codazo en las costillas al chico y

le susurró:

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-Hablando del diablo, -y antes de que este pudiera

impedirlo, ella ya estaba gritándole a todo pulmón.

- ¡Leti!

Leticia volteó y al vernos nos dedicó una sonrisa.

- ¡Chicos! ¿Cómo están?

- ¡Bien, todo bien!, ¿Algo interesante? –Diana le dio una

repasada rápida a los libros y luego volvió la atención a

su compañera.

-Es lo que trato de averiguar. ¿Si era para hoy el ensayo

sobre el capítulo del pragmatismo? –Diana encogió los

hombros.

-Yo no hago tareas, me lo prohíbe mi religión.

- Si, para hoy –dijo el chico tímidamente.

Leticia sonrió un poco por la broma de su compañera y le

dedicó unas gracias tímidas al chico. Dejó de ojear los

títulos de la mesa del colectivo y los tres comenzaron a

avanzar por el pasillo hacia el aula, entonces Diana se

paró en seco y le susurró al chico:

-Me guardas un lugar.

- ¡Adelántense! –soltó entonces Diana -, yo voy a pasar a

soltar el cake, -dijo señalando el sanitario que tenía a la

derecha y entró sin esperar alguna respuesta.

El chico y Leti continuaron avanzando a pasos de tortuga.

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- ¡Qué chica! ¿no? –soltó Leticia.

- ¿Diana? ¡es genial! esta algo zafada… Pero eso la hace

más interesante. ¿No crees? -La chica asintió con una

pequeña sonrisa, pero no del todo convencida.

-Te llevas mucho con ella desde que empezó el curso…

-Si, su novio y ella se han vuelto buenos amigos.

- ¡Me da gusto!

Leticia era una chica alta, morena y muy bonita. Siempre

vestía pantalones de mezclilla y bonitas combinaciones de

blusas de varios colores, su preferido era el rosa pálido.

Al chico le gustaba mucho, pero no sentía gran afinidad por

ella. Era mejor dicho un gusto estético. Ansiaba hablar más

con ella y darse cuenta de que quizá su timidez hacía que

sus mejores cualidades se mantuvieran ocultas. Era difícil

encontrar momentos en los que poder hablar con ella a

gusto. Tampoco es que los buscara mucho, si era

completamente honesto consigo mismo, prefería pasar el

tiempo con Diana y con Édgar quienes le parecían

notablemente más interesantes.

Llegaron a la puerta y antes de entrar la chica le preguntó

qué tal le estaba yendo en la ciudad.

- ¿Ya te acoplaste? ¿Qué tal te trata mi ciudad?

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-Pues no me puedo quejar. Aún me cuesta salir de mi “zona

de confort” pero ahí vamos.

- ¡Qué bien! Cualquier cosa que necesites, ya sabes que…

-Si, no te preocupes, Édgar y Diana se han ocupado de

cuidarme bastante. -El chico se rascó la cabeza sonriendo

algo apenado y con el brazo señaló la entrada para que Leti

entrara primero, ella entonces le dedicó una última sonrisa

y le dijo:

-Ahorita nos vemos.

Entró y fue a acomodarse junto con un grupo de chicas con

las que se llevaba y que ya estaban aglomeradas en las

bancas de hasta el frente.

El chico tomó un par de asientos en una de la esquina

trasera derecha y puso su mochila junto a él para apartarle

el lugar a Diana que llegó pocos minutos después. Entró,

saludó a todo el mundo con un: ¿qué hay banda?, y fue a

sentarse junto a su amigo.

- ¿Qué onda, ya son novios? –le preguntó la muchacha en un

susurro.

-Aún no… -el chico volteó a ver seriamente a Diana - ¿El

cake? –Diana soltó una risita tonta.

- ¿Qué te puedo decir? Estaba inspirada.

–Eres toda una poeta. Y ¿todo salió bien?

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- ¡De maravilla! -respondió Diana con una enorme sonrisa.

***

- ¿Y? –Preguntaron Édgar y Diana cuando vieron al chico

entrar a su departamento en el edificio México.

Este con una cara de melancolía cerró la puerta tras de él

y se arrastró hasta el sillón enfrente de ellos. Una vez

ahí sentado puso las manos en la cara, suspiró y gritando

dio un fuerte brinco con ambas manos alzadas.

- ¡Dijo que sí!

Édgar y Diana saltaron también de alegría y abrasaron a su

amigo vitoreando.

Del pasillo salió el compañero del chico que había entrado

al baño por un momento, un muchacho que estaba estudiando

matemáticas y que vestía chanclas el cien por ciento del

tiempo.

- ¿Qué pasó? –preguntó este totalmente extrañado.

- ¡Leti wey! ¡Me dijo que sí!

- ¡A huevo! –gritó a todo pulmón y corrió a abrazar a su

amigo.

Una vez que se calmaron los jubileos todos se sentaron. El

chico aún tenía una sonrisa de oreja a oreja y Diana

abrazaba feliz a Édgar.

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- ¡Esto amerita un brindis! -dijo el chico y se levantó del

sillón hacia la cocina. Regresó al poco rato con cuatro

botellas de cerveza, las repartió y Diana alzó la suya

diciendo:

- ¡Feliz cumpleaños cabrón! -y todos juntaron sus botellas.

Todo había sido plan de Diana.

Semanas atrás el chico le había anunciado que pronto

cumpliría los diecinueve años y se le antojaba una velada

relajada en compañía de aquel par de locos que se habían

vuelto sus amigos y el matemático de las chanclas con el

que compartía departamento y era su mejor amigo desde la

infancia. Entonces Diana con su habitual y locuaz encanto

le propuso hacer una fiesta.

-La verdad es que no soy muy fan de las fiestas, -objetó el

chico -. Preferiría que solo estuviéramos nosotros tres y

mi roomie.

-Pero ¿qué estás diciendo? –soltó Diana bastante exaltada

dándole una leve palmada en la espalda al chico - ¡Es la

oportunidad perfecta para hablar con Leti!

- ¿Hablar con Leti?

- ¡Vaya que eres lento! –gritó Diana alzando la vista al

cielo -. Sí mira, haces una fiesta, celebramos tu

cumpleaños, todos se van por ahí de las doce u once de la

105
noche y mientras tanto, bailas con Leti, platican y antes

de que se vaya ¡le lanzas la bomba!

El chico al final le hizo caso y pese a las bajas

expectativas de este, la fiesta fue en general todo un

éxito.

Hubo de todo, botanas en grandes cantidades, abundante

cerveza y algunos de sus compañeros de carrera hicieron un

menjurje combinando un tequila barato, un garrafón de agua

y polvos endulzantes sabor a guayaba al que denominaron

“aguas locas”. Todos bailaron, cantaron, organizaron juegos

de borrachos y al final solo quedaron ellos platicando y

fumando hierba a las dos de la mañana y aquella dulce

sensación de ser los amos del universo.

Leticia había llegado como a eso de las seis de la tarde

junto con sus amigas de la carrera y le dio un gansito

envuelto en papel de regalo al chico. Este lo agradeció y

ofreció algo de beber a la chica. Ella le aceptó una

cerveza y desde ese momento no dejaron de platicar,

bailaron un poco y por ahí de las once de la noche la chica

le dijo que era tiempo de retirarse. Este la acompañó hasta

la salida de la unidad y antes de que le ayudara a pedir un

taxi le “soltó la bomba”, como le dijo Diana.

- ¡Vaya! –dijo Leticia cuando este por fin habló -. ¡Pensé

que jamás te atreverías a decirme nada!

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-Es que no sabía…

- ¡Sólo cállate! –soltó Leticia divertida y agarrándolo de

las manos lo acercó hacia ella y lo besó.

Caminando de regreso al departamento, el chico sentía que

levitaba. No podía creer lo fácil que había sido. Sentía un

adormecimiento general de todo su cuerpo desde la cabeza

hasta los pies, y le encantaba.

Después de brindar con sus amigos, Édgar se empinó la mitad

de su botella de cerveza y soltó un fuerte eructo.

- ¡Provecho mi amor! –le dijo Diana que estaba sentada

junto a él y ella también soltó otro.

- ¡Provecho tú también bebé! –dijo este y le dio un beso.

- ¡Puaj! –gritó el matemático en chanclas.

Ese era el ambiente relajado y tranquilo que Édgar

disfrutaba mucho, le fascinaba. Se sentía liberado y

olvidaba el pasar del tiempo y los ajetreos de la vida de

manera que podrían pasar horas, incluso días sin que se

quisieran ir de ese departamento. No importaba si era un

lugar algo austero de “estudihambre”; la comodidad recaía

en su estado anímico, y en que podían fumar cuanta hierba

quisieran sin que nadie les dijera nada. Entonces sin

pensarlo sacó la guitarra.

- ¿Nos cantas algo? –le preguntó a su novia.

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Diana le sonrió cariñosamente.

Édgar había descubierto que su novia tenía una voz

exquisita cuando ellos estaban en la preparatoria, y desde

entonces cada que tenía oportunidad le pedía que cantara

algo mientras él la acompañaba con su guitarra.

-Bueno, -la chica se enderezó, encontraba encantador que su

novio tuviera siempre cerca su guitarra como si padeciera

de cierta dependencia – ¡pero cantan todos!

-No, yo no canto, pero puedo hacer percusiones, –el

matemático en chanclas se recostó un poco y palmeó su panza

chelera que retumbó como bongó.

-Yo tampoco canto –dijo el chico.

- ¡Ay no te hagas! –soltó Diana señalándolo

amenazadoramente -, ¡te he escuchado tarareando entre

clases! No lo haces mal. ¡Vamos! -Se acercó a su novio y le

susurró algo al oído, este asintió con la cabeza y comenzó

a golpear la guitarra con las palmas de las manos

repitiendo un ritmo caribeño, el matemático en chanclas

comenzó a imitar el ritmo palmeando su panza.

-Esta canción me encanta, es de un grupo que se llama Onda

Vaga, tu solo sígueme. –Le susurró Diana al chico.

La muchacha comenzó a moverse cadenciosamente sentada junto

a su novio y tomando un profundo suspiro soltó su canto

agudo y sonoro:

108
-Haciendo revolución, te encontré en la orilla del sol,

pisando tu cuerpo, desnudando la ciudad… -cantaba la chica.

Tenía una voz fuerte y muy hermosa -, … y si me canso, el

cielo va a escuchar, el cielo va a escuchar, hablo de un

lazo, y de la tierra, el cielo va a escuchar –. Diana le

alzó las cejas repetidas veces al chico -, esta fácil,

¿verdad? ¿te la aprendiste?

-Creo que si –le respondió notablemente emocionado. Era una

melodía alegre, pero con letra nostálgica que combinaba

perfecto.

-Va, el chiste en sí es tratar de improvisar con esta

melodía… ¿de nuevo juntos?

El chico asintió y ambos comenzaron a cantar el corito que

la chica acababa de cantar. Édgar tocaba la guitarra

inmutable, acompañando a su novia y dándose el lujo de vez

en cuando de improvisar alguno que otro requinto.

- ¡Uy! ¡Suenan bastante bien! –soltó Édgar originalmente

asombrado después de dar el último rasgueo a su guitarra.

- ¡Y sí! -reconoció el matemático en chanclas.

- ¡Cantemos otra! -pidió Édgar.

Diana sin embargo miraba al chico notablemente

entusiasmada.

109
-Oye, cantas muy bien. ¿No crees cielo? –Édgar asintió y

con el rabillo del ojo volteó a ver a su novia y pudo notar

un leve rubor en sus mejillas que en ese preciso momento no

le hizo pensar mucho.

-Otro ritmo mi amor, -le pidió la chica a Édgar. Este, como

si las palabras de su novia fueran algún hechizo que

activaran sus manos como las de un autómata; volvió a tocar

la guitarra dándole entrada a Diana.

Ella le guiñó el ojo al muchacho y esta pudo también

apreciar el rostro del chico rezumbar de pena.

–Esta va un poquito más rápida, ¿listo? –el chico asintió y

ella se arrancó.

***

110
-Gracias por venir.

Volteé y en el pórtico que da a la terraza de aquella

funeraria se encontraba el ahora huérfano de don Donato.

-No hay nada que agradecer.

Caminó hacia mí hasta que estuvimos codo a codo. Yo miraba

las estrellas mientras fumaba un cigarrillo, saqué mi

cigarrera y le ofrecí uno, lo aceptó, le ofrecí fuego y

tras una larga calada soltó lentamente el humo. Pese a que

se le veía cansado, su mirada era serena, como si hubiera

terminado de escalar una montaña particularmente difícil y

ahora solo quedara contemplar el paisaje en la cima.

-No sé si sepas, -dijo de repente –pero Diana y yo

terminamos.

-No lo sabía. - ¡Más malas noticias! Pensé.

-Tiene ya un par de semanas. Pensé que serías la primera

persona a la que se lo diría. Te extraña mucho, ¿sabes?

-Lamento escucharlo, Pues no, no me mencionó nada; ni

siquiera hace rato que me recibió en la entrada.

-Tenía que pasar, -no se le veía angustiado, ni alterado,

su mirada era algo triste pero resuelta -. Resulta que me

ofrecieron una beca en el extranjero y acepté.

- ¿De verdad? ¡Felicidades!

111
-Gracias, es para un posgrado, dos años y me dicen que

puede que me recomienden para otro doctorado si todo sale

bien.

-Suena increíble. ¿En dónde?

-Nueva York, ¿verdad que sí suena increíble? Pero ella… -le

dio una calada a su cigarro pensando en las palabras justas

para decir lo que sentía -. Bueno, tú sabes cómo es, dijo

que no soportaría tenerme a distancia y me pidió que

decidiera.

-Entiendo. -En realidad lo entendía a medias. En cuestiones

del amor ellos eran mi faro de esperanza hacia la

humanidad. Enterarme de que habían terminado también

representó para mí un duro golpe, pero no quise comentar

nada al respecto -. ¿Por qué no se van juntos? -qué

pregunta tan estúpida, pensé inmediatamente después de

soltarla.

-Es imposible. -Édgar miraba hacia el firmamento, soltó el

humo del cigarro y volteó a verme -. Es imposible, mira que

he pensado de todo. Le he dado mil vueltas al asunto. No es

cuestión de dinero, con lo que tenemos juntado seguro que

podríamos vivir los dos juntos sin problemas. Pero ella

piensa también en su madre, sus hermanas, tú… no le agrada

para nada la idea de irse de aquí. Por lo menos no ahora.

No así. Por eso decidimos terminar.

112
-Supongo que yo hubiera hecho lo mismo -lo suponía porque

en los últimos días me había cuestionado todo sobre mí,

sobre mis decisiones en la vida y el amor. No podía hacer

nada acerca de ellas, pero eso no me impedía sopesarlas al

grado de sorprenderme fantaseando despierto sobre las

múltiples posibilidades que otras decisiones pudieron haber

causado -. ¿Cuándo partes?

-Espero terminar aquí para el 6 de junio, medio mes más o

menos, tengo que estar allá para el 25 de julio.

-Ya veo. Si te vas no deberías regresar jamás.

No dijo nada. Ni siquiera yo sé por qué le solté esas

palabras. Apagué el cigarro en un cenicero que había en la

esquina de esa terraza y dejé ahí la colilla.

- ¿Necesitas ayuda con algo? -Decidí romper el silencio

después de que él terminara con su respectivo cigarrillo.

-De hecho, te quería pedir un favor, curiosamente.

-Dime.

-El departamento, ¿crees que le puedas echar un ojo

mientras yo no esté?

- ¿Tu departamento?

-Sí, se quedará completamente abandonado por dos años o

más…

-De echo estaba buscando mudarme pronto.

113
- ¿En serio? ¿De tu departamento? ¡Pero lo amas!

-Si, pero ahí hay muchos recuerdos que creo que es mejor

dejar atrás por mi salud mental.

- Entiendo. Pues múdate a mi departamento. Aunque sea por

un tiempo, ya lo conoces y todo, es bastante espacioso.

Y sí. Su departamento era la planta baja y el primer piso

de un edificio en la colonia del valle. Una zona muy bonita

y céntrica de la ciudad de México. Varias veces había

pernoctado ahí cuando después de los ensayos nos agarraba

la noche platicando y al darnos cuenta el metro había

cerrado varias horas atrás.

-No tendrías que pagarme renta ni nada. Pero el gasto de

los servicios y todos esos asuntos tendrán que correr por

tu cuenta.

-Pues no es mala idea.

-Si aceptas me quitarías un peso de encima. Algo menos en

lo que pensar. Al menos hasta que regrese.

-Si es que regresas.

Asintió con la cabeza.

-Todo puede pasar -susurró finalmente.

Una nube que ocultaba la luna pasó y una luz blanca iluminó

por un momento el valle hasta que otra nube un poco más

grande la volvió a cubrir.

114
- ¿La cuidarás?

Sabía que se refería a Diana, pero no entendí el contexto

de su pregunta. Saqué de otro bolsillo del saco un dulce de

limón y le tendí otro a Édgar.

-Para el mal sabor del cigarro.

Él miraba fijamente la nube que por ratos dejaba ver parte

de la curvatura lunar. Volteó a ver mi mano, tomó uno y

soltó una pequeña risa.

-Tú y tus dulces. -Se lo metió a la boca y tras saborearlo

un rato soltó: -No se sí sea verdaderamente la decisión

correcta.

- ¿Irte a Nueva York?

-No. Haber terminado con Diana.

***

115
-Rara vez mi padre y yo hacemos algo juntos, mucho menos

viajar. Pero en esta ocasión él y su socio se dieron un

respiro y mi padre está muy entusiasmado.

- ¡Tú también deberías! Un viaje entre padre e hijo… -Diana

cierra sus ojos y se lo imagina por un momento -. ¡Siempre

he soñado con eso!

-Pero tu situación es muy diferente a la mía.

-No tanto. Tu casi no conociste a tu mamá y yo no recuerdo

casi nada de mi padre…

-Si, pero yo no sueño con ir de viaje a solas con mi madre.

Diana no supo que responderle así que cambió de tema.

- ¿Y cuándo partirán a la aventura?

-Creo que pasado mañana.

- ¿Y qué haremos mientras?

-Supongo que todos nos merecemos un descanso. Hemos

ensayado como locos. Ayer salió todo muy bien. ¿No crees?

-Creo que si… me gustó mucho. Los tres nos hemos acoplado

muy bien. No sé si podremos estar separados por tanto

tiempo, –dice Diana un poco a broma y un poco con autentica

preocupación.

- ¿De qué hablas? Solo saldré por una semana y algo,

llegando reanudaremos los ensayos. Hay que conseguir muchos

más eventos. No por nada conseguí los permisos para

116
presentarnos en la vía pública. El concierto de ayer me

dejó con un muy buen sabor de boca. Tuvieron que sacarnos a

la fuerza pese a las suplicas de la gente de que

siguiéramos tocando, eso jamás me había pasado… -Édgar

estaba notablemente entusiasmado.

Ambos salían del metro Zapata del lado del Sport City y la

parada de autobuses. Ahí era donde regularmente se

encontraban con su otro compañero que ya los estaba

esperando parado en las escaleras que descendían al metro

fumando un cigarrillo.

Al verlos, lo apagó y tiró lo que sobraba a un cenicero que

se encontraba a su izquierda. Levantó la mano y esperó a

que estuvieran cerca para estrecharlos copiosamente.

- ¡Qué espectáculo el de ayer! ¿no creen?

-Justo veníamos hablando de eso –soltó Diana animosamente.

- ¿Ustedes cómo se sintieron? –preguntó el chico.

- Me gustó mucho, -soltó Édgar tratando de que su propio

frenesí pasara desapercibido –. Pero pudimos haber hecho

mejor algunas cosas…

- ¡Mi novio el entusiasta! –Soltó Diana a modo de burla.

Los tres comenzaron a caminar rumbo a la casa de Édgar.

Siempre doblaban en San Lorenzo hasta la calle Anaxágoras

117
para evitar el bullicio de la plaza Pabellón del Valle y

poder platicar cómodamente.

-Lo que quiero decir –continuó Édgar -, es que para ser de

nuestras primeras presentaciones lo hicimos bastante bien.

Pudimos controlar nuestros nervios, nos acordamos de todas

las canciones, las improvisaciones salieron geniales y el

público estuvo muy entusiasmado.

-Cuando estuve en la orquesta de morro -interrumpió el

chico -, tuvimos buenos conciertos, y mira que el público

jamás se puso así de intenso.

-Yo estaba súper nerviosa. Pero al final me sentí genial.

Yo creo que estuvo estupendo. Pero aún debo acostumbrarme

al público.

-Ya te acostumbrarás. Pero es verdad -la respaldó el chico

-, tenemos que volver a hacerlo. ¿Qué sigue?

-Un descanso -los interrumpió Édgar.

- ¡¿De qué hablas?! -preguntó el chico.

-Su padre está de vacaciones y quiere llevárselo a una

merecida aventura entre padre e hijo. -Respondió Diana.

-Oh, ¡Genial! –dijo el chico - ¿Cuánto tiempo?

-No sé exactamente cuánto tiempo, pero no debe ser más de

dos semanas.

118
-Pues supongo que está bien, tu padre trabaja mucho, se lo

merecen. ¿A dónde irán?

-Me dijo que es una sorpresa… yo solo espero que no sea a

la playa.

- ¡¿Cómo puedes decir eso!? -Soltaron el chico y Diana al

mismo tiempo.

-Detesto que la arena se me meta por todas partes. La

última vez que fui pasaron semanas y aún seguía habiendo

arena por todos lados.

Riendo y bromeando llegaron al 1367 de Anaxágoras. Édgar ya

estaba listo con la llave para abrir, pero antes de que

pudiera meterla por la cerradura la puerta se abrió y Don

Donato apareció en el umbral.

- ¿Cómo están chicos? -Todos contestaron al saludo

desorganizadamente –, déjenme felicitarlos nuevamente por

su actuación de ayer, los tres lo hicieron muy bien. Pasen,

hay alguien que quisiera hablar con ustedes.

Los tres cruzaron miradas curiosas y uno por uno

traspasaron el umbral siguiendo a Don Donato que iba a la

cabeza.

En la sala de estar del segundo piso del departamento se

encontraba sentado el socio de Don Donato. Un hombre alto,

corpulento y bonachón que daba la apariencia de que le

faltaba poco para quedarse calvo. Sin embargo, Édgar lo

119
conocía desde que tenía memoria y siempre había tenido el

mismo aspecto. Su escaso cabello ralo permanecía inmutable

pasaran los años que pasaran.

Al verlos entrar en la estancia el señor Mora se paró de

golpe y les aplaudió con entusiasmo.

- ¡Chicos, chicos! –dijo entre aplausos -. ¡Felicidades!

¡Estupendo, maravilloso!

- ¡Tío Lucca! –soltó Édgar y fue a estrecharle la mano,

este la esquivó y en su lugar le dio un fuerte abrazo -.

¡Qué guardado se lo tenían!

- ¿Qué andas haciendo aquí? Yo ya te hacía en Cancún…

-Pospuse mi viaje un poco, no podemos perder el tiempo.

- ¿Podemos? –Édgar entendía cada vez menos.

- ¡Claro! –Contestó el señor Mora –. Pero todo a su tiempo,

todo a su tiempo. Vamos paso a paso, –soltó una estridente

carcajada y les pidió que se sentaran. Los tres chicos

tomaron asiento juntos en un sillón grande que estaba

esquinado hacia el balcón. El señor Mora se sentó frente a

ellos y Don Donato escapó hacia la cocina –. Pues bien,

quise darles esta sorpresa porque, como bien sabes –dijo

hablando directamente a Édgar -, soy un hombre de negocios.

Tengo ojo para eso, y estoy verdaderamente interesado en

hacer negocio con ustedes.

120
Los tres chicos volvieron a intercambiar miradas.

- ¿Nosotros por qué? –preguntó Diana.

-Mi niña… lo que vi ayer fue como una revelación para mí.

De repente Don Donato los interrumpió y les puso en el

centro de mesa una charola con vasos y una gran jarra de

agua de guanábana que acababa de preparar. Sirvió vaso por

vaso y fue pasándolos hasta que finalmente se sirvió el

suyo y fue a la esquina junto a la escalera donde se

encontraba su mecedora favorita, sacó su puro y se puso a

fumar mientras se mecía tranquilamente.

-Es usted muy amable –dijo Diana una vez que Don Donato le

hubo pasado su vaso –, pero francamente no veo a donde

quiere usted llegar…

-Sin ir más lejos chicos. –La interrumpió el señor Mora con

una sonrisa en la boca -. Yo quisiera representarlos.

- ¿Cómo que representarnos? –dijo quedo el chico -.

Nosotros hacemos esto como amateurs. Jamás hemos pretendido

llegar más allá…

- ¡Pero lo harán! –volvió a interrumpir soltando otra

sonora carcajada -. ¡Claro que lo harán! Pero antes, quiero

que me cuenten, ¿cómo comenzó esto?

121
- Pues… -Édgar habló un poco receloso –. Diana y yo siempre

tuvimos este sueño loco de formar una agrupación… y

entonces entramos a la universidad y conocimos a…

- ¿Por qué nos quiere representar? –interrumpió Diana a su

novio abruptamente.

- ¡Ya se los dije! Ustedes… ¿cómo decirlo? ¡Tienen algo! La

verdad no sé decir exactamente qué… pero lo tienen. Y estoy

determinado a explotarlo. Chicos, lo que vi ayer no fue a

unos amigos que se reunieron en la tarde para ver qué

salía. Ayer ocurrió algo mágico. Lo sentí yo, lo sintieron

todos. Y quiero ayudarlos a subir…

- ¿A subir a dónde? –preguntó el chico.

- ¡Hasta donde se pueda! No hay límites aquí… la pregunta

verdadera es… ¿hasta dónde quieren llegar ustedes?

Los tres muchachos volvieron a intercambiar miradas.

-Efectivamente chicos… veo en sus ojos el mismo sueño de

ser algo más de lo que ya son ahora. Lo veo, y estoy seguro

de que también ustedes sienten ese gusanito, aunque ahora

no lo quieran admitir. –Carcajada de nuevo.

-Bueno, pero nosotros no tenemos dinero… lo que nos dieron

ayer apenas y nos alcanzó para pagar el taxi, -dijo Édgar

un tanto abrumado.

122
-El dinero vendrá después. Así son los negocios. Primero

debemos tomar el riesgo. Yo estoy dispuesto a arriesgarme

si ustedes lo están también. Si logramos lo que tengo en

mente… el dinero jamás será un problema.

Édgar, sentado en medio de sus amigos volteó la mirada al

chico, este veía al señor Mora como si estuviese tratando

de resolver algún acertijo. Luego miró a su novia; Diana

también lo vio, en sus ojos centelleaba aquella chispa de

certidumbre y anhelo. Como si estuviera a punto de apostar

a lo seguro, como si hubiera hecho una travesura y se

hubiera salido con la suya. Sin embargo, antes de que nadie

dijera nada Édgar tomó la palabra.

-Creo que tenemos que discutirlo en privado. -Se levantó

del sillón y los otros dos lo imitaron -, volvemos en un

momento -y los tres salieron del departamento rumbo a la

azotea.

- ¡No esperaba menos! –vitoreó -. Tómense su tiempo -dijo

con parsimonia el señor Mora.

Aquel edificio carecía de elevador así que subieron las

escaleras de cinco pisos hasta la azotea. Ahí se

encontraban los tendederos donde el resto de los inquilinos

subían a colgar su ropa, los tres entraron a un enrejado

reservado y se sentaron en el suelo. Diana extrajo de su

bolso una pipa de madera que su abuelo le había heredado y

la llenó con una mezcla de tabaco y hierbas aromáticas que

123
le encantaba. La prendió y se la pasó al chico y así la

comenzaron a rolar. Permanecieron en silencio un buen rato.

-Tengo un conflicto con esto -soltó el chico después de

unos minutos, estiró el brazo para pasarle la pipa a Édgar

y continuó -; amigos, quizá aquí este mi ego hablando; pero

quisiera expresar esto que siento antes de que tomemos una

decisión -. Tomó aire y frunció el ceño, Diana tenía la

vista clavada en él, como si estuviera esperando el momento

en el que sus ideas se le escaparan para poder atraparlas

como un felino a su presa. Édgar le tocó el hombro para

darle la pipa y esta sin quitar la mirada extendió la mano,

tomó el instrumento y después de tres caladas sacó el humo

poco a poco haciendo bonitas aureolas -. Creo que lo que

hacemos entre los tres, nuestro “arte” por así decirlo, es

simplemente invaluable. A lo que voy, es que no se si

realmente deberíamos hacerlo por dinero. No es que no me

guste tener dinero y gastarlo. Pero siento que, si

comenzamos a hacer esto profesionalmente, llegará el punto

en el que parte de nuestra esencia desaparecerá.

- ¿Desaparecerá? –preguntó Édgar.

- ¿Cómo? –secundó Diana.

- ¡Pues sí! Esto que hacemos es increíble, estupendo; y nos

funciona ahora como un desahogo, las canciones que

escribimos son muy bonitas, pero tienen el sello impregnado

de amor, amistad y libertad y yo amo eso. ¡Es verdad! Lo

124
adoro. Me encantan las tardes con ustedes y Leti en mi

departamento, cantando, improvisando, cocinando. Y temo

mucho que si nos vendemos llegará el día en que quizá nos

fastidiemos, que ya no quieran verme, que ya no quiera

verlos. Llegará el momento… -los ojos del chico comenzaron

a temblar y el subió la mirada. En el cielo había nubes

grises acumulándose en el valle. Un par de gotas cayeron al

suelo, pero no eran de lluvia -. Temo que esto que amo se

pierda por el propósito de hacer dinero.

-Como si le pusiéramos precio al alma… -lo interrumpió

Diana con un suspiro. El chico simplemente asintió.

Diana se levantó y lo abrazó. Estando sujeta del chico,

estiró su brazo hacía su novio indicándole que se les

uniera. Así lo hizo y extendiendo los brazos cayó en medio

de los dos palmeando ambas espaldas al mismo tiempo. Luego

de un rato se separaron y el chico continuó hablando.

-Por otro lado, ¡claro que me gustaría que la gente

escuchara nuestra música! Lo de ayer fue algo increíble. El

mismo señor que esta allá abajo esperándonos lo reconoce.

Les pregunto esto en nombre de nuestra amistad. ¿Creen que

valga la pena dar este paso?

- ¡Ay, amigo! - Soltó Édgar en un suspiro y le dijo

mirándolo a los ojos: -el día en que manchemos lo que

hacemos con música vacía, el día en que solo hagamos esto

125
por el hecho de hacer dinero, el día que eso suceda

simplemente renunciaré.

***

126
- ¿Qué tenemos que hacer? –preguntó Édgar.

-Muchas cosas. -El señor Mora los miraba intrigado e

inquieto, se habían ausentado bastante tiempo, pero

finalmente habían aceptado -. Tenemos mucho trabajo. Pero

primero lo primero. -El señor Mora ya había elucubrado todo

un programa de trabajo y estaba tan ansioso por empezar

como cualquier niño de abrir un regalo envuelto que acaba

de recibir -. Necesitan un buen nombre, ese que tienen es

lindo, pero no pega.

-Nos costó trabajo ponernos de acuerdo… -dijo el chico

apesadumbrado.

-Ya pensaremos en eso, pero es primordial –aclaró el señor

Mora.

- ¿Cómo se llama la última canción que cantaron? –Preguntó

don Donato desde su mecedora - ¡El público se volvió loco!

-Leña al fuego –dijo Diana.

***

127
El 21 de Julio del 2017 acompañé a mi amigo al aeropuerto

de la ciudad de México.

Dos días antes ya había mudado todas mis pertenencias a su

departamento y ahora me encontraba parcialmente instalado.

No quería desempacar todo hasta que Édgar estuviera ya en

camino a su destino. No me parecía correcto. Mientras tanto

le ayudé a empacar, envolver y embalar todo lo que fuera

necesario, guardamos lo que no se podía llevar en un

pequeño almacén que había en la azotea donde cada inquilino

tenía una bodega igual.

Aquel departamento se encontraba en la colonia del Valle

dentro de la delegación Benito Juárez en la ciudad de

México. Es quizá una de las delegaciones más grandes y

tranquilas para vivir en esa ciudad, y eso ya es decir

bastante. Quedaba casi en la esquina entre las calles

Miguel Laurent y Anaxágoras. Se trataba de la planta baja y

el primer piso de un conjunto de departamentos divididos en

varias entradas, pero unificado en un solo edificio que

cubría parte de la cuadra. Era la segunda puerta después de

una cortina que al abrirla se descubría un puesto dividido

en forma extraña entre una tienda de abarrotes y un puesto

de jugos y frutas. Junto, sobre Miguel Laurent se

encontraban otros puestos de comida, gorditas, mariscos y

tacos. Prácticamente todo estaba al alcance de la mano.

Había también varios supermercados a la redonda y solo

128
pasando la calle te encontrabas con restaurantes y

almacenes también y caminando se podía llegar casi al mismo

tiempo a dos estaciones diferentes del metro de la línea

tres: Zapata y División del Norte.

La noche del 20 después de haber descargado mis cosas del

camión de mudanzas y de instalarme momentáneamente en un

cuarto en la planta baja compré un tequila y algunas

botanas.

Subí y encontré a Édgar sentado en el sillón con la ventana

de la sala que daba a un balcón con vistas a la calle

completamente abierta. Tocaba la guitarra distraídamente

viendo pasar los coches, sin tener verdaderamente un punto

fijo en la mirada.

Corté algunos limones los puse en un plato, llevé sal y un

par de vasos tequileros, los puse en la mesa de centro y

serví, le pasé uno al guitarrista sacándolo de su trance y

brindamos.

-Está bueno, - dijo volteando la guitarra y chupando el

limón cubierto de sal.

Yo solo afirmé sonriendo. Serví más, pero esta vez solo le

dimos unos cuantos besos al caballito. Entonces volvió a

acomodarse la guitarra dispuesto a tocar.

-Échate esa que nos pedía mi papá en su cumpleaños.

129
Don Donato siempre nos pedía la misma canción. Amor de Mis

Amores de Agustín Lara. Seguido nos repetía que sería una

buena idea para nosotros rescatar canciones viejitas que el

tiempo había olvidado. Siempre que dábamos conciertos

incluíamos una que otra canción que el mismo don Donato nos

recomendaba. La escuchábamos e inventábamos un bonito

arreglo que se acoplara a las guitarras y a las voces de

Diana y mía. Pero solo en su cumpleaños cantábamos Amor de

Mis Amores. La resguardábamos especialmente para él, por

así decirlo.

-Poniendo la mano... -canté, inmediatamente tocó el segundo

acorde esperando a que siguiera -, sobre el corazón…

Y así seguimos durante casi toda la noche. Por cada canción

nos bebíamos un tequilazo hasta que la botella y la botana

se terminaron y llegamos a la última canción.

-Por último, canta la que cantabas a cada rato con Diana…

-me pidió arrastrando la voz de una manera muy graciosa.

- ¿Cuál? Jejeje… -Yo también la arrastraba y eso me

producía gracia.

-La que cantabas con ella, del grupo de chicas… se llamaban

algo así como que algo se chingó.

Solté una fuerte carcajada.

- ¡Perota Chingó! -Ambos reíamos sin razón alguna pero

resueltos y con ganas.

130
Sabrá el cielo qué pasa con los borrachos que cuando ya

andan puestos comienzan a gritar como si no escucharan.

- ¡Ándale ellas!

- ¡Estas bien güey! -riendo me paré y le quité la guitarra

que le pegó en su rodilla haciendo un espantoso ruido.

- ¡Cuidado idiota! ¿Qué crees que las regalan?

- ¡No le pasó nada!, ¡Ya! -comencé a sobar la caja de la

guitarra al ritmo de: sana, sana, colita de rana. Llegué a

mi lugar y me acomodé la guitarra. Comencé a tocar una

melodía sencilla pero hermosa y tierna. Una melodía linda

que te remonta a alguna tarde soleada a la orilla de algún

río.

- Escucha esta canción -me dijo Leti en un susurro. Me

colocó el chícharo del audífono en la oreja y escuché

junto con ella. Tumbados en algún cuadro de pasto junto a

la biblioteca central, Leticia y yo descansábamos de

alguna clase -. ¿Es tierna verdad?

-Ponla de nuevo -le pedí. Ella me obedeció y me dio los

dos chícharos para que la pudiera escuchar mejor. Le pedí

escuchar la canción una tercera vez porque era corta y

pasaba tan rápido que al terminar me quedaba con la

sensación de querer mucho más de aquello palpitándome en

el corazón. No era una canción difícil pero ambas voces

131
femeninas se entrelazaban de una manera tan sobrecogedora

que al cerrar los ojos me parecía escuchar una sola voz

cantando y dividiéndose mágicamente en dos melodías al

mismo tiempo. Al terminar le pedí de nuevo a la que en ese

momento era mi novia que volviera a poner aquella canción;

era como escuchar agua de un riachuelo cayendo suavemente

desde su nacimiento en la cima de una montaña. Al

preguntarle sobre cómo se había hecho con aquel tesoro

solo me dijo:

-Diana me la pasó, ¡Ves cómo hace!, de repente te pone el

audífono en la oreja sin previo aviso. ¿Te gustó?

Al comenzar a cantar aquella canción me llegó un pinchazo

de nostalgia.

Faltaba Diana ahí, acompañándome con la armonía. Pero no me

pegó tan feo como a Édgar, él me veía cantar y tocar.

Miraba fijamente el movimiento torpe de mis dedos por la

guitarra y de repente lagrimas gruesas comenzaron a salir

de sus ojos.

-Ya me estoy volviendo norte -canté -mi agua viene cuesta

abajo, -el comenzó a cantar también, primero empezó

despacio y me pidió con señas de la mano que repitiera de

nuevo aquel verso, y poco a poco comenzó a subir el volumen

de su voz -hermana soy de los vientos, miro la montaña y

132
canto - decíamos al unísono. Repetimos aquel verso

incansablemente, yo al igual que él cantaba a todo pulmón y

con toda el alma atrapada en aquellos gritos que salían de

nuestra garganta - ¡Y traigo el canto de los pájaros!

No supimos en qué momento el dejó de llorar y yo comencé.

Cuando dejamos de cantar ambos estábamos parados uno frente

al otro. Le di la guitarra y nos volvimos a sentar, soltó

un suspiro y se tapó la cara con las manos.

-Recuerdo bien esta canción. Cuando te escuché cantar esta

canción con Diana supe que teníamos que crear algo juntos…

-echó a reír y volvió a pasarse las manos por la cara -.

Tienes que cuidarla -dijo en un suspiro casi inaudible -,

prométeme que la vas a cuidar.

No sabía que contestarle, no tenía idea de qué decirle.

-Prométeme que…

Ya no pudo terminar la frase, parecía asustado. De repente

se levantó como alma que lleva el diablo y corrió como un

bólido al baño.

Yo permanecía sentado en el sillón, el sueño comenzaba a

invadirme y la nostalgia me perseguía como asesina

acechando a su presa. No sabía qué creer. Si yo estuviera

en el lugar de mi amigo estaría más que preparado para

partir a Nueva York. Pero siendo sincero conmigo mismo, no

me encontraba en la mejor de las posiciones anímicas para

133
opinar sensatamente al respecto. Aún una leve cicatriz

dolía siempre que me ponía a discernir si sufrir de aquella

manera valía o no la pena. Porque, aunque mi amigo no lo

dijera sabía que el origen del miedo que le embargaba

estaba directamente relacionado con Diana y el fracaso

artístico.

Sí tuviera que describir a Édgar la primera cosa que se me

ocurriría mencionar es que es como “El Principito”. Un ser

que vino desde otro planeta, y como tal, a veces no

entiende ciertas cosas de nosotros, los humanos. Es un niño

dentro del cuerpo de un hombre, un niño apasionado.

Enamorado de la música y el amor. Todo esto que estaba

ocurriéndole en verdad le afectaba pues el no tuvo

oportunidad de poner la palanca en neutro. Porque la

decisión tuvo que tomarse y consumatum est.

Luego de un rato regresó ya con un poco más de color en el

rostro. Era evidente que había vuelto el estómago y que se

había echado agua en la cara para sentirse un poco más

despejado.

-Quiero decirte algo antes de que se me baje la borrachera

y ya no encuentre el valor.

- ¿Qué cosa?

-Diana… le gustas.

Lo miré con incredulidad, dudé varias veces de decir algo.

134
- ¿Qué dices? -trataba de pelear contra mi borrachera y la

necesidad de decir algo coherente -. ¿Por qué me estás

diciendo esto?

-Porque no quiero que salgas con ella, no quiero que se

acuesten, no quiero que se enamoren… -hablaba con enojo y

rabia, pero no contra mí, estaba furioso con sus palabras,

con aquel sentimiento de celo iracundo. No me miraba

mientras hablaba, apretaba la quijada y miraba al suelo.

- ¡Qué dices! Sólo te vas por un par de años, yo… yo jamás

podría...

-Yo sé que a ti también te gusta -alzó la mirada por fin,

sus ojos rojos eran una mezcolanza de tristeza, miedo e ira

aderezado con un poco de desesperación.

- ¿Cómo podrías saber eso?

Édgar rio con ironía.

-Veo cómo la miras, cómo son juntos... es obvio. -Dio un

gran suspiro, la voz le temblaba mientras hablaba –. ¿Quién

en su sano juicio no la amaría?

-Estas muy pendejo. No tienes una idea. ¡Claro que la

quiero! Pero es mi amiga. Un cariño y un amor muy

diferentes a los sentimientos que ustedes tienen entre sí.

- ¡Se cómo suena! Se que todos somos amigos, pero… -se pasó

la mano por la cara de nuevo y trató de tomar aliento -.

135
Perdóname. tengo tanto miedo… -le estaba costando trabajo

respirar -. Siento que me lanzo al vacío. No llevo nada que

me ate. No hay nada. Como si estuviera a punto de saltar de

un avión sin paracaídas.

-Cómo sabes que ella...

-Sólo... dime que la cuidarás.

Ya no sabía a qué se refería. Ella podía cuidarse sola.

Quizá quería que fuera yo como su bandera representativa a

la vista de cualquiera que se le acercara para recordarle

que muy probablemente él regresaría para quedarse con ella

por siempre.

-No sé qué pueda hacer por ella.

-Solo, sigue siendo su amigo.

-Ya no se si podré tener amigos.

Me miró como viendo a una obra abstracta.

- ¿Por qué?

-Escaparé. Es el plan. O, mejor dicho, no iré a ninguna

parte. Ya no más.

-No te estoy entendiendo.

-El caso es que no tienes que preocuparte. No por mí al

menos.

136
Me sonrió. Recargó su espalda en el sillón, se estiró y

soltó un fuerte bostezo. Se levantó usando todas las

fuerzas que le quedaban.

-Iré a dormir. -Le levanté la mano a modo de despido y

arrastrando los pies se dirigió hasta su habitación.

Me quedé ahí, yo y la guitarra y toda la inmensa ventana

abierta y el sonido de los aviones que iban y venían

sobrevolando los cielos de aquella enorme ciudad.

Estando en el aeropuerto apenas e intercambiamos palabras.

A las ocho de la mañana me estrechó la mano, me dio un

abrazo y vi como mi amigo atravesaba la zona para

abordajes.

Al pasar un momento apropiado volví mis pasos hacia el

metro.

***

137
-Cinco minutos chicos -les anuncia el técnico.

-Gracias -le responde Édgar asomando la cabeza desde el

camerino. Al volver a entrar se mira al espejo iluminado

que tiene frente a él. Luego de un rato voltea a ver a sus

amigos -. ¿Están listos?

La cara de Diana que está sentada en un sillón jugando con

su celular es de pánico. No puede más y corre a abrazar a

Édgar.

-Estoy muy nerviosa… -le dice temblando entre sus brazos –.

Cuando comenzamos a hacer esto ¡nunca pensé que llegaríamos

hasta aquí!

-Es normal estar nervioso, -le dice su otro compañero que

se arregla el cabello sentado en la esquina.

- ¡Ay cállate! –le responde Diana un poco alterada - ¿Qué

sabes tú de estar nervioso? Parece como si estuvieras

arreglándote para salir a pasear. ¿Te drogaste? ¡DAME!

El chico y Édgar que aún tiene entre sus brazos a Diana

arrojan tremendas carcajadas, Diana por los nervios también

suelta una risita.

Damas y caballeros…

Una voz pulcra, gruesa y acompasada resuena por todos

lados.

138
…el teatro de la ciudad de México “Esperanza Iris”, les da

las más cálida bienvenida y les anunciamos que esta es la

segunda llamada. Les rogamos tomar sus asientos de manera

organizada y les recordamos que el uso de celulares y

cámaras fotográficas están prohibidas durante la función.

Muchas Gracias.

-Es la hora -dice el chico levantándose de la silla

ceremoniosamente y yendo al encuentro de sus amigos que

permanecen abrazados.

-Si. -Diana suelta a su novio de un brazo y se lo ofrece a

su amigo.

Como es su costumbre los tres juntan sus cabezas en un

circulo y cierran los ojos. Entonces Diana comienza a

cantar muy quedito:

-Y siento el ritmo en mi corazón, la llama creciente, el

viento que crespa el camino ascendente… -El chico y Édgar

la acompañan con voz queda -, …hay brazas ardiendo de un

leño que muere. La vida; si es una, es leña que espera a

ser consumida en un fuego infinito y ardiente.

Al terminar se miran aún tomados de las manos.

Édgar suelta a su amigo y abraza fuertemente a su novia

dándole un profundo beso. Al soltarla voltea a ver a su

amigo para estrechar su mano y se encuentra con que este le

139
hace el amago de que también quiere un beso, este lo empuja

y ambos ríen.

Tocan a la puerta y una voz al otro lado les anuncia:

- ¡Dos minutos!

- ¡Vamos! -dice animosamente el chico. Toma su guitarra y

unos bongós y sale. Afuera sin voltear anuncia: -Ya voy a

mi puesto. Los veré del otro lado.

-Ve, -le dice Édgar a Diana dándole una palmadita en su

trasero. Diana sale también, toma la puerta trasera y se

dirige a ocupar su lugar justo en la entrada del teatro.

Estando sólo, Édgar toma su gabardina, se la coloca con

calma, toma su guitarra y va a sentarse en medio del

escenario con el telón aún abajo.

Se coloca la guitarra sobre su muslo, respira profundamente

varias veces y voltea a ver al técnico, con un dedo arriba

le anuncia que está listo.

Aquella voz gruesa vuelve a resonar por todo el teatro,

pero Édgar ya no escucha nada, ve fijamente el rojo telón

que cae frente a él y goza con calma aquella deliciosa

tortura de esperar a que se abra.

Todas las luces se apagan.

El telón con un sonido secó se abre y Édgar toma el paló de

lluvia que tiene preparado a un lado. Lo inclina lentamente

140
y gotas de fantasía comienzan a escucharse caer por todos

lados. De repente un timbal retumba acompasado varias veces

y suavemente una voz aguda y potente resuena aullando como

si estuviera llamando a algún espíritu antiguo. Otro

aullido un poco más grueso comienza a jugar con el primero

hasta que solo queda el eco del segundo y el sonido de una

guitarra se escucha suavemente, es un ritmo seductor y

misterioso.

Entonces Diana canta avanzando lentamente desde la entrada

del teatro por el pasillo de la derecha.

-Voy subiendo la montaña –canta dulcemente, aquel otro

aullido aún se escucha acompañando las palabras de la chica

-, contra mi rostro el viento sopla, lluvia que empapa mis

pies descalzos, senda que se abre ante mis deseos,

muéstrame la ruta, guía cada paso…

Una luz tenue ilumina el camino de la muchacha y cada

rostro de aquel teatro la mira, pero los ojos de la chica

los ignora, ella solo busca una mirada en particular.

***

141
En la esquina de Avenida Universidad y Miguel Laurent se

encuentra un restaurante estadounidense de cadena que goza

de bastante popularidad. Es de aquellos restaurantes que

tienen siempre una isla con barra para los que llegan

solos, dos pisos de muchas mesas y sillas y un menú lleno

de cervezas y licores varios, refrescos, hamburguesas,

alitas y papas, todo completamente “tapa arterias”

garantizado. Cabe resaltar que una de las características

de este restaurante es que solo te atienden chicas. Estas

ch ic a s s ie mp r e t ie ne n un e n ca nt o p e cu li a r y s on

notablemente atractivas. Rondan por todo el restaurante, en

la recepción, en la barra, sirviendo la comida y todas

llevan el mismo uniforme: un short minúsculo que deja nada

a la imaginación y una playera entallada con el logotipo de

la empresa impreso en el pecho.

Nunca había entrado a aquel restaurante, pero era imposible

no notarlo cuando pasabas caminando por la acera. Además,

afuera del establecimiento siempre había gente fumando. Era

una completa lástima que el restaurante no tuviera en el

segundo piso una terraza para los que gustan de comer y

fumar o fumar y luego comer.

Aquel día en el metro de regreso del aeropuerto pensé en

pasar por aquel restaurante, aún no era hora del “cierre

final” y quería darme un lujo. Pero aún era temprano como

para pedir algo de aquel menú.

142
Resolví regresar al apartamento, comenzar a desempacar y

arreglar lo mejor posible todas mis pertenencias, barrer,

trapear, tal vez almorzar algo y por la tarde noche ir a

envenenar mis venas con las grasas saturadas de aquel

establecimiento.

Me entretuve por horas desempacando y escuchando a Chet

Baker hasta que traté de acomodar mis libros en los

estantes que previamente había ayudado a desalojar y

empacar.

Es inevitable cuando estás dándole una sacudida a tus

libros y te vuelves a encontrar con viejos amigos no darles

una ojeada.

Así decidí volver a leer Wilt d e Tom Sharpe. Una

divertidísima comedia inglesa que habla sobre un profesor

d e high school de un barrio bajo que es acusado

injustamente de asesinar a su esposa.

Harto de desempacar y acomodar mis cosas me senté en uno de

los sillones y leí hasta que dieron las siete y media y mi

estomago me reclamo algo de comida.

No me pareció mala idea llevarme mi libro pues ya estaba

picado y mientras traían la comida podía tomar cerveza y

leer. Ese era el plan.

La chica de la recepción era muy bonita. Tenía una sonrisa

enorme y ojos grandes y expresivos. Desde que atravesé el

143
umbral me miró risueña y con una voz aguda y sonora me

recibió.

- ¡Hola bienvenido! ¿Mesa para uno?

-Hola, gracias. Quisiera sentarme en la barra, si no es

mucha molestia.

Le di mi nombre y un código postal que anotó en una libreta

que tenía y me pidió que la siguiera. Me mostró un lugar

justo en un rincón de la isla de la barra. La chica sí que

me entendía.

-En un momento te toman la orden

-Gracias.

-Un placer, -me sonrió de nuevo y partió a su puesto en la

recepción.

***

144
De: Cinthya.CarusoG@accoda.com

¡Hola!

¡Muchas felicidades!

Has logrado pasar todos los filtros para la plaza: “Agente

de llamadas de emergencia” para la que aplicaste.

Solo queda algo más por hacer para que comiences tu

capacitación.

Hemos agendado una cita para una entrevista que se llevará

acabo el día 28 de Julio a las 10:30 am por la plataforma

Seektype.

Le agradecemos mandar a la brevedad el link de su contacto

para crear el enlace y poder estar preparados para el día

de su entrevista final. Si no cuentas con la plataforma

adjunto un link para que puedas descargarla lo antes

posible.

Muchas gracias por tu participación y mucha suerte formando

parte del grupo Accoda líneas de emergencia.

Atte.: Cinthya Caruso G

***

145
Tengo que confesar que ser atendido por chicas en paños tan

menores pero lo suficientemente políticamente correctos

como para que el restaurante sea considerado familiar no

fue la peor de las experiencias.

Mis sentimientos fueron encontrados, porque si bien la

cerveza no estaba mal y las alitas tampoco, el precio se

eleva bastante argumentando el “servicio”. Definitivamente

era un gasto excesivo. Así que decidí con todo mi pesar

frecuentar el establecimiento cada cuatro o cinco días.

Cuando daban las siete y media de la tarde y mi estomago

rugía por comida me dirigía con mi libro en turno bajo el

brazo a aquel restaurante donde la chica risueña y de ojos

grandes me recibía y alegre me llevaba ceremoniosamente al

mismo lugar en la esquina de la barra. Yo entonces pedía

una cerveza y regresaba a mi libro en turno hasta que

traían la comida y paraba para ver que había en las

múltiples pantallas del local. Siempre exhibían deportes.

En la pantalla arriba de mí, futbol de la liga mexicana; en

la de la esquina, futbol americano; en la de más allá,

basquetbol. Y en realidad no te puedes enterar de lo que

pasa en ninguna de las pantallas puesto que siempre está a

todo volumen música estilo rock y pop contemporáneos.

***

146
¿Para ser un hikikomori se requerirá de disciplina?

Nunca me había considerado una persona especialmente

disciplinada. Sin embargo, tengo una fuerte preferencia por

hacer las cosas de una determinada manera. Me gusta “seguir

el método”. Y si algo que sabía que se hacía siguiendo

cierto procedimiento era hecho bajo mi vista de algún otro

modo, mi “T.O.C.” no me permitiría dejarlo así y me

obligaba a volver a hacerlo de la manera en la que “es

correcto hacerlo”.

Decidí que debía obligarme a seguir disciplinadamente

ciertos pasos. La idea era crearme una rutina y tratar de

seguirla todos los días para hacerme un hábito y que tarde

o temprano sin darme cuenta lo terminara haciendo hasta con

los ojos cerrados.

Me gustaba pensar que me encontraba preparándome para

esconderme en algún departamento en Tokio, como una chica

que conocí en un libro, resguardada a la espera de alguna

señal mientras otros la cuidaban desde fuera. Claro que en

ese aspecto a mí nadie me perseguía y no tenía por qué

depender de alguien, pero fantaseaba con eso mientras

preparaba todo para el “cierre final”.

De cierta forma me encontraba bastante emocionado.

Así que, inspirándome en aquella chica cuyo nombre en

japonés significa guisante (que, a comparación mía, ella sí

147
que tenía disciplina); traté de crearme esta rutina

escribiéndola primero y luego repasándola varias veces para

que nada se me pasara por alto.

Para cubrir todas las bases decidí que primero que nada

tenía que conseguir un trabajo para que pudiera seguir

generando alguna clase de ingreso y no volverme loco de no

hacer nada en tanto tiempo que pasaría ahí encerrado.

No es que el dinero me preocupara en lo absoluto. Con las

giras, presentaciones y canciones que grabamos con Leña al

Fuego tenía dinero de sobra para vivir sin ninguna clase de

problema por varios años. Pero no quise aprovecharme de eso

y traté de verme a mí mismo como si en ese momento mi

cuenta bancaria estuviera en ceros.

El objetivo era conseguir un trabajo con el cuál poder

solventar la comida, el aseo mío y del inmueble y los

servicios que requería para poder hacer todo lo anterior.

Tenía que ser un trabajo de los llamados home-office que en

el país estaban alcanzando alta demanda.

También pensé mucho en el ejercicio.

En la novela, la chica guisante dedicaba un buen rato todos

los días a realizar una rutina de ejercicio.

En lo que a mí respecta jamás había sido una persona

entusiasta del esfuerzo físico, pero siempre caminaba mucho

y mientras estuve de novio con Leti en la universidad

148
aprendí algunas rutinas de yoga, así que decidí agregar un

buen espacio de tiempo para una sesión de ejercicios

diarios.

Uno de los principales temores de la chica guisante era que

sus músculos fueran a estropearse por la inactividad. Para

mí eso tenía sentido, pero sobre todo no quería convertirme

en algún mórbido que no es que ya no quiera salir de su

casa, simplemente ya no puede, y que al morir deban

derribar un muro y contratar una grúa para sacarme de mi

habitación.

Algo en lo que también reflexione bastante fue en la

recreación y el ocio.

En la novela ella pedía libros a su protector y se pasaba

las horas cocinando, haciendo ejercicio y leyendo novelas.

Pero estamos hablando de ficción. Esto era la vida real y

no me creía capaz de soportar un encierro voluntario solo

con libros, pese a que disfrutaba mucho de leer.

Afortunadamente para solventar esa parte tenía a mi

disposición un equipo de video que Édgar había dejado en el

departamento en donde podía conectar consolas para jugar

toda clase de videojuegos.

También decidí suscribirme a una página pornográfica que

pedía una cuota bimestral para poder tener acceso a todo el

contenido. Tenía mis dudas respecto a esto. Por un lado,

149
estaba mi necesidad por solventar mi sosiego carnal, por el

otro lado se encontraba mi ser social que generalmente

reprobaba aquella industria por muchos aspectos negativos

que se generan dentro de la misma. No obstante, luego de

pasar varias noches en vela pensando en lo mucho que me

gustaría tener como compañía a mi antigua novia, resolví

sin muchos miramientos dejarme llevar por mi ser carnal e

ignorar olímpicamente a mi ética y moral. Aunque no quise

dejármela tan “fácil”. Si voy a hacer esto, me dije; lo

haré sin meterle mano a los ahorros de mi vida artística.

Entonces, conseguir trabajo se convirtió en algo todavía

más apremiante.

Para mi buena suerte no pasaron ni tres días desde que

Édgar se había ido cuando me contactaron para hacerme una

entrevista para un puesto de “home-office” que había

solicitado.

Para aquel empleo los requisitos eran pocos: tener un buen

internet en casa, computadora portátil, celular con la

posibilidad de poder descargar aplicaciones, audífonos con

micrófono y dominar completamente el idioma inglés. Cumplía

con todos los requisitos y la chica que me entrevistó me

dio el visto bueno.

En total me hicieron tres entrevistas a lo largo de tres

días en donde me pedían que resolviera acertijos,

150
respondiera preguntas y tradujera al instante cualquier

cosa que me pidieran del inglés al español y viceversa.

Luego de aquellas pruebas no se contactaron conmigo como

por tres días más. Incluso llegue a pensar que no había

obtenido el empleo, hasta que llegó un correo electrónico

indicándome que me harían una última prueba.

Me pedían también descargar una aplicación para poder hacer

video llamadas. La descargué e inmediatamente mandé el link

de mi cuenta en respuesta al correo que me habían enviado.

A mi parecer, todo iba poco a poco cayendo en su lugar.

En comparación, la chica guisante había decidido recluirse

voluntariamente para escapar de un mundo que la perseguía.

Pero dentro de aquellas horas de completa soledad, un

vínculo de amor que tenía con otra persona que apenas y

conocía se fortaleció al punto de hacerla escaparse de su

propio encierro para encontrarse con él. Pensando en ella

me preguntaba si aún quedaba en mí alguna conexión con el

mundo que quería abandonar que me hiciera regresar de mi

propio exilio.

¿Será esto un llamado de auxilio? Jamás lo había pensado

así. Ultimadamente, qué puede saber uno de sus propios

sentimientos.

***

151
De: Cinthya.CarusoG@accoda.com

¡Hola!

¡Muchas felicidades!

Ahora eres parte de las filas de Accoda líneas de

emergencia.

Para poder cumplir con este trabajo te pedimos que acates

la agenda de entrenamiento que puedes completar en una

semana. En cuanto hayas terminado todo el curso nosotros

nos pondremos en contacto contigo para indicarte el

procedimiento a seguir.

En archivo adjunto envío las ligas de la página en la que

debes hacer los cursos y capacitaciones. Así como los

detalles de tu pago nominal que se realizara

quincenalmente. También te he enviado tus credenciales para

que puedas acceder a esta plataforma y podamos mantener un

seguimiento de tu progreso. Si en dos días a partir de hoy

vemos que no hay actividad en tú cuenta entenderemos que

has abandonado el puesto y te daremos de baja sin goce de

ningún sueldo.

Nos mantendremos en contacto por este medio. Cualquier duda

o aclaración házmela saber y de inmediato nos pondremos en

contacto contigo. Muchas gracias por tu participación y

152
mucha suerte formando parte del grupo Accoda líneas de

emergencia.

Atte.: Cinthya Caruso G.

***

Caminaba sobre Miguel Laurent con mi novela en turno bajo

el brazo, algo mareado, pero aún consciente. Había bebido

en total casi dos litros de cerveza, pero aún podía caminar

en línea recta.

Cuando llegué a la entrada del apartamento y saqué las

llaves me pareció escuchar un maullido. Cubrí el sonido de

las llaves con las manos para agudizar mi oído y luego de

un momento volví a escuchar el maullido. Era muy agudo y

potente, evidentemente de un cachorro. Volvió a maullar

después de un rato y comencé a llamarlo chasqueando la

lengua con los dientes repetidamente, eso provocó que el

maullido se saliera de control y fuera más y más seguido y

desesperado. Lo rastree con todo mi esfuerzo hasta la parte

trasera de una llanta del coche que estaba estacionado

justo enfrente al departamento. Trató de escapar, pero yo

fui más rápido. Lo tomé del cuello y dejó de maullar.

Se trataba de una gatita atigrada con colores café, ámbar y

miel. La llevé dentro del apartamento y la puse en la

zotehuela. Cerré tras de mí para que no se metiera al

departamento y fui a buscarle un recipiente donde ponerle

153
un poco de leche. Luego de preguntarme varias veces qué

hacía en la cocina, pude ponerle un poco en un traste y

salí de nuevo a la zotehuela. Le dejé la leche en el suelo

para que la tomara y subí a dormir.

Al otro día no recordé nada de la gata hasta que después de

tomar una ducha abrí la ventana para que saliera el vapor.

Entonces escuché el maullido de nuevo.

¡Aquella gatita sí que tenía pulmones!

Me vestí y bajé a verla. La leche había desaparecido sin

que dejara ni una gota.

La gata se había escondido y cuando chasqueé la lengua con

los dientes salió de una esquina por donde estaban todas

las escobas, trapeadores y recogedores. La cargué y la

observé detenidamente. Tenía unos ojos enormes y naranjas,

tan naranjas como las mandarinas. Su mirada buscaba algo en

mis ojos, le sonreí y maulló. La bajé y vi que había

ensuciado. Limpié, le serví más leche y fui a buscar la

computadora para pedir los menesteres que la nueva

inquilina necesitaba por internet.

Luego de ordenar las croquetas, arena y una caja bastante

grande (según las medidas en internet) busqué “cuidados de

gato bebé” en Google. Al parecer Mandarina ya no era tan

bebé según las fotografías que encontré. Tendría por lo

menos tres o cuatro meses, sin embargo, si se notaba

154
desnutrida, y débil. Me pareció increíble que pudiera

sobrevivir tanto tiempo sola.

Mandarina, así la decidí llamar y me pareció que era

apropiado. Además, aparecía en el momento propicio. Así

como Robinson Crusoe rescató a Viernes de los caníbales y

terminaron por hacerse amigos y buena compañía en aquella

isla; así yo tendría a Mandarina. Claro que por más que la

entrenara Mandarina jamás me iba a devolver ninguna de las

palabras que le lanzara.

Pero por lo menos yo ya no estaría completamente solo y

Mandarina ya no tendría que vivir abajo de aquella llanta.

Cuando llegó mi encargo salí de nuevo a la zotehuela donde

se encontraba Mandarina y le acomodé su nueva caja, le puse

arena y le indiqué que ahí sería donde tendría que hacer

sus necesidades.

La gatita me miraba con aquellos ojos naranjas enormes,

maullaba y restregaba su lomo contra mi pierna. Le serví

croquetas para cachorro en un platito y más leche.

Volví a entrar al departamento.

La noche anterior había terminado por fin el curso de

entrenamiento para el trabajo de home office para el que

estaba aspirando, todo parecía ir viento en popa.

Seguido tenía video conferencias con mi supervisora que me

decía cómo salían mis resultados en los exámenes que te

155
aplicaban para ver si sabías usar el programa que te pedían

utilizar. En sí el trabajo era simple, consistía en recibir

llamadas, escucharlas y llamar al departamento

correspondiente. Si alguien llamaba porque olía a gas en la

casa del vecino: pedir la dirección y llamar a los bomberos

de aquella localidad. Sí alguien llamaba porque había

presenciado un choque: pedir la ubicación y mandar una

ambulancia al lugar. En los cursos te presentaban casos y

te hacían revisar videos y realizar ejercicios, todo muy

básico.

Al terminar el curso volví a recibir una video llamada de

mi supervisora.

-Veo que terminaste el curso en tiempo récord. ¿Te quedó

alguna duda respecto al programa?

-No. Creo que todo quedó bastante claro.

-Saliste muy bien en las evaluaciones. Me parece que todo

está en orden. ¿Tienes alguna preferencia de horario?

-Me gustaría más un turno matutino... ¿Qué tanta

flexibilidad hay?

-Bastante, te recomendaré para el turno que comienza a las

ocho de la mañana. Te mandaré un correo con tu horario

completo y las especificaciones de los chequeos para tus

horas de salida y de entrada, en general dice que debes

trabajar mínimo seis horas seguidas a partir de tu hora de

156
entrada. Tienes máximo treinta minutos para descansar entre

estas seis horas que debes permanecer conectado y puedes

ocupar estos treinta minutos como tú quieras, por ejemplo:

te conectas, esperas dos horas y tomas quince, y luego te

conectas de nuevo por tres horas y te tomas otros quince

¿me explico?

-Sí.

-Te pagaremos el tiempo que permanezcas conectado, pero no

puedes estar conectado más de once horas por día. Puedes

por ejemplo conectarte por cinco horas, tomar un descanso

de una hora y luego volver a conectarte otras cinco horas y

tomarte un descanso de quince minutos entre cada periodo de

cinco horas ¿estamos?

- ¿Cuantas horas mínimo debo estar conectado para poder

descansar una hora y después volver a conectarme por otro

periodo de tiempo?

-Mínimo dos horas seguidas.

-Entiendo.

-Tomate unos días libres. Pero checa tu correo seguido. Yo

creo que empezarías el diez de agosto. ¿Qué te parece?

Todo me parecía bien.

Cuando la video llamada concluyó yo decidí festejar el

final de aquél engorroso entrenamiento.

157
Estaba ya todo preparado.

Aquél sería el último de mis días como ciudadano

convencional para convertirme en un hikikomori hecho y

derecho.

Decidí entonces salir por última vez a saludar a la chica

de la sonrisa enorme y los ojos grandes en aquel

restaurante “familiar” de la esquina.

Quizá nunca la volvería a ver.

***

158
- ¡Muchas gracias por continuar con nosotros! –dice Johnny

sentado desde detrás de su escritorio –. Si usted recién

nos sintoniza, el día de hoy tenemos un programa especial

conmemorando a la ya extinta agrupación Leña al Fuego. Lo

que acabamos de ver en pantalla fue Pasos en el Cielo,

grabación de la participación de estos chicos en este

programa hará cosa de ¿un año? –voltea a ver a su invitado,

el señor Mora.

-Si, creo que más o menos ha pasado un año desde que

tuvimos el honor de que nos invitaras. A mí por primera

vez. -Ríe el señor Mora y Johnny lo imita divertido.

-Y tenemos varios fragmentos más que nos gustaría compartir

con ustedes en este programa que más que nada es un

homenaje. ¡Pero continuemos deshilvanado este maravilloso

misterio de la mano de nuestro invitado especial el

empresario Lucca Gabriel Mora! -aplausos -. Hay algo de lo

que yo siempre he tenido curiosidad. Es bien sabido que el

éxito de Leña al Fuego se debió en parte a sus redes

sociales. Díganos, ¿tuvo usted algo que ver en eso? ¿Fue

completamente idea suya?

-Bueno sí. Para ser franco cuando decidí convertirme en su

representante yo tenía en la mente un “plan de acción”. La

idea era que estas tres entidades fueran completamente

diferentes pero que juntos cuajaran como gelatina de

frutas, –el señor Mora suelta otra carcajada. –Ellos ya

159
habían creado un par de experimentos los cuales subieron al

canal de You-Tube de Diana donde cantaban covers de otras

agrupaciones, y no estaban mal. Pero cuando aceptaron que

los dirigiera los invité a comer a un bonito restaurante

que se llama El Arroyo, muy buena comida, buen ambiente y

excelente para platicar. Ahí me comentaron que lo que ellos

buscaban era ser una especie de combinación entre “Arturo y

Selena” un par de guitarristas que ya habían alcanzado

bastante fama dentro del mundo bohemio y “Onda Vaga” otro

grupo de varios chicos argentinos y uruguayos a lo “Jack

Kérouack” que también eran en ese momento bastante sonados.

-Si, bastante famosos. Tuvimos a Arturo y Selena en alguna

ocasión. Pero ¿estabas de acuerdo con estas ideas?

-Como punto de partida no estaban mal, en este tipo de

cosas siempre se debe de tener algunos precedentes como

escalafones. Pero les dije que trataran de olvidar todo

aquello. Las canciones que más habían gustado al público

cuando yo los conocí eran las suyas propias. Tenían que

crearse su propia identidad. Trabajaron arduamente en eso.

Y yo por mi parte aproveché todas esas conexiones que uno

hace en el mundo de los negocios. Pedí favores por aquí y

por allá y comencé a colocarlos en varios de estos

festivales de música al aire libre que en estados como

Querétaro, Oaxaca o Guadalajara gozaban de bastante

popularidad.

160
-Entonces ¿tú los grababas mientras daban estas

presentaciones?

-Para nada, -le enseñó la mano a Johnny poniéndola a la

altura de su cabeza - ¡mira cómo se mueve! Yo tengo pulso

de maraquero -ríe divertido -no, lo que yo quería era un

“portafolio de evidencias” por así decirlo. Lo que hice fue

contratar a un camarógrafo y le pedí que él se hiciera

cargo de hacerles cuantas fotografías se pudiera y grabar

todo lo que el considerara óptimo e interesante sobre

ellos. Todos los conciertos que daban se grababan. Tuvo

mucha tarea, pero todo lo que me entregaba estuvo bastante

bien trabajado. Yo entonces me encargue de crear de todo en

las redes sociales. Una página de Facebook, un canal de

YouTube, una cuenta en Instagram, ¡de todo! Y Poco a poco

fui seleccionando el material que subíamos y con qué

frecuencia lo hacíamos. Estuvo muy loco. Pero al final de

aquel año ya teníamos llamados de otros agentes que los

buscaban y me pedían fechas.

- ¿Alguna gira memorable que hayan tenido?

-Creo que fue la gira que dieron en Cancún. En ese entonces

ya gozaban de bastante fama, no tanta como con la que

terminaron, pero sacamos muchísimo material de ahí, -ríe de

nuevo y bebe un poco de agua -. En esencia eso era lo que

yo buscaba proyectar, unos chicos que se van de vacaciones

a Cancún con sus guitarras y nada más que aventuras por

161
delante. ¡Pobres! Para nada fueron vacaciones. Se la

pasaron todo un verano, casi tres meses de hotel en hotel.

- ¿Porque Hoteles?

-Algo de lo que me di cuenta fue que ellos transmitían este

calor hogareño y a la vez festivo que resalta mucho en

petit comité. No sé si me explico.

-Bueno, personalmente creo que los videos que más disfruto

ver son en los que se encuentran completamente relajados

cantando y bailando en la playa.

- ¡Exacto! Esa era precisamente mi idea. Diseñé junto con

los chicos un espectáculo basándome en aquellos eventos que

se suelen dar en fiestas de año nuevo, pero para el verano.

Y la verdad es que a los gerentes de los hoteles les

encantó el concepto. Como el sueño de una noche de verano,

pero en la playa, –se ciñe la corbata orgulloso de sí mismo

-. Durante esa jira le pedí a Armando que no se les

despegara. Que grabara ensayos, ocurrencias,

presentaciones. Para mi todo ese material era oro.

- ¿Los acompañaba usted a todas partes?

-En esa gira si estuve muy presente. Más que nada en las

presentaciones. Pero por lo regular dejaba que ellos tres

se hicieran cargo de ellos mismos. Creía fuertemente que

parte de la magia que encontraba en sus canciones se debía

a esa libertad de la que tanto cantaban. No quería que

162
perdieran eso, mucho menos en sus presentaciones. Así que

me aparté todo lo que pude. De hecho, ellos me pidieron

llegar en una vagoneta. Al principio pensé que estaban

locos, –alza los ojos como si estuviera en busca de

iluminación -. ¿Por qué en una vagoneta?, les pregunté.

Bien pueden llegar en dos horas en avión. Pero ahora que lo

pienso, me alegra que me hayan convencido.

***

163
<<Su salida es el jueves a las 10:30 de la mañana desde el

estacionamiento de la facultad de música.>>

Diana leía y releía el mensaje mientras un taxi la paseaba

por la calle Xicoténcatl. Cuando llegaron al #126, el

conductor entró en el estacionamiento, indicó al guardia

que llevaba equipaje pesado y que iba a ayudar a su

pasajera para que este le dejara entrar. Diana salió del

auto y los chicos ya la esperaban sentados en la banqueta

del estacionamiento al lado de una vagoneta.

La cara de Diana se le caía de pena.

- ¡En verdad lo siento chicos!

-Ni siquiera lo menciones –dijo su novio ayudándole a bajar

sus maletas del portaequipaje.

-Si, ya estamos acostumbrados –lo secundó su otro amigo.

Este se levantó y abrió la vagoneta donde el conductor se

encontraba esperando, fumando un cigarrillo –. Ya estamos

listos, cuando usted quiera.

-En verdad que no fue mi culpa… -seguía repitiendo la

muchacha mientras el conductor, un hombre bonachón, moreno

y gordinflón casi calvo con el poco cabello blanco que

tenía peinado hacia atrás abría el portaequipaje para que

la chica pudiera subir sus maletas. El mismo conductor que

los había acompañado a todas las giras que habían hecho.

164
-Como tampoco lo fue cuando fuimos a Guadalajara -dijo el

chico tras de ella.

-O cuando fuimos a Monterrey -lo secundó Édgar entre risas.

Diana solo los miraba entre molesta y ruborizada.

- ¿Listos muchachos? –preguntó el conductor.

-Si Don Sergio, perdone la espera –le dijo Édgar.

-No pasa nada, yo también ya me acostumbré, como cuando

fuimos a Guanajuato, -todos rieron mientras abordaban.

Adentro de la vagoneta estaban acomodados perfectamente

todo el equipo que necesitaban para sus presentaciones:

bocinas, micrófonos, instrumentos, entre otros artilugios.

Acomodado en su lugar también se encontraba Armando, un

camarógrafo de mediana edad, alto, con bigote abundante y

con cabello largo siempre sujeto en una coleta que le hacía

parecer personaje de caricatura japonesa que el señor Mora

había contratado desde la primera gira y que los acompañaba

a todas partes donde se presentaran. Sólo les dedicó un

movimiento de cabeza al verlos entrar y continuó en lo

suyo. Callado como un muerto, pero conocía su oficio a la

perfección.

Se podría decir que fue gracias al buen ojo de Armando que

Leña al fuego cobró la popularidad que obtuvo tan

súbitamente. Sus fotos y videos se hacían virales a los

165
pocos minutos de publicarlos en las redes sociales del

grupo. Verdaderamente los entendía.

Fue una explosión repentina. Casi de un día para otro sus

caras y canciones se miraban en todas las pantallas de

México, Latinoamérica y Estados Unidos.

- ¡Y esto no es nada! No es el momento para andarnos con

pies de plomo -les decía una y otra vez el señor Mora -.

Así como ahorita les hacen caso a ustedes, mañana podrían

estar alabando a cualquier otro pelagatos -recalcaba tras

su sonora carcajada acostumbrada -. Nuestra arma secreta,

si podemos decirlo de algún modo, es su talento y sus

canciones -les repetía una y otra vez.

El señor Mora tenía en la mente la idea de que ellos tenían

tan tremendo éxito por todo lo que representaban para las

generaciones que en estos momentos consumían del medio como

Rómulo y Remo de aquella loba.

La libertad, la camaradería, el misticismo de sus canciones

eran lo que más aclamaban los críticos y público en general

del internet, radio y televisión.

Lo que el señor Mora menos quería era perturbar aquel

desborde de ideas y talento. Por eso siempre los dejaba

viajar solo en compañía de Armando y Don Sergio. Él viajaba

aparte, hacía sus negocios aparte y al terminar las giras

también se separaba de ellos, pero al momento de la

166
“acción” jamás faltaba, lo tenían tras bambalinas como un

punto focal.

No iba a ser un viaje corto, pero los chicos lo preferían

así.

Harían un par de paradas en hoteles de paso hasta llegar a

Quintana Roo, normalmente se tardarían veinte horas

aproximadamente desde el sur de la ciudad de México hasta

el resort que el señor Mora había conseguido para que

comenzaran con su gira recorriendo la mayoría de estos

suntuosos hoteles. Pero ellos le habían pedido como favor

personal que les dejara ir más tranquilos en su viaje,

observando el paisaje, parando para comer, dormir y quizá

visitar alguno que otro pueblito.

El señor Mora casi nunca objetaba a sus peticiones, siempre

y cuando se cuidaran entre ellos y Armando no dejaran de

tomar fotos y videos.

Entrando en la carretera a Puebla, Diana sacó su pipa y

Édgar le pidió prestado el ukulele a su novia para entonar

alguna que otra canción que se les ocurriera. A veces solo

improvisaban cualquier cosa que se les venía a la mente, y

si algo les gustaba lo repetían y lo grababan para que lo

pudieran considerar después.

167
-Pensé que Leti también nos acompañaría en esta ocasión –

soltó Diana al chico cuando esta le pasó la pipa para que

pudiera degustar.

-No le gustan los viajes largos. Nos va a alcanzar allá.

Espero.

-No te ves muy entusiasmado -comentó Édgar.

-No hemos estado bien últimamente.

- ¿Qué pasa? –preguntaron los novios al unísono.

El chico rio junto con sus amigos y exhaló el humo despacio

para no asfixiarse.

-Pues… -el chico pensó cuidadosamente sus palabras -. Quizá

sean solo sospechas sin fundamento, pero estoy casi seguro

de que le gusta alguien más. Al principio esto de

acompañarnos a las giras le entusiasmaba, pero últimamente

la noto distante, desinteresada… incluso celosa y molesta

cada vez que Leña al Fuego sale a colación.

- ¡Berta! –Soltó Diana y le dio una fuerte calada a su

pipa.

- ¿Has hablado con ella al respecto?

-La última vez que hablamos lo intenté, pero parece

imposible. Pensaba hacerlo en esta gira. Estaremos casi

tres meses de hotel en hotel. Algún momento habremos de

tener para hablar al respecto.

168
-Solo recuerda que no son vacaciones -le mencionó Édgar

como no queriendo.

-Lo sé.

- ¡Cantemos algo! –gritó Diana cambiando el tema.

Édgar le hizo caso y comenzó a tocar una secuencia de

acordes que ya todos conocían, un ritmo festivo acorde al

día soleado y despejado.

Don Sergio bajó el volumen de su música y les dejó el

sonido abierto a sus melodías. En todos los años que tenía

de chofer no había disfrutado tanto de su trabajo como en

aquellas pequeñas aventuras que tenía con esos chicos

alocados.

Armando aprovechaba esas situaciones para sacar su cámara y

captarlos. Su ojo era clínico. Agudo y preciso. Sus fotos

siempre parecían tener un movimiento especial. Una vida más

allá de la propia imagen. Una historia secreta escondida en

cada cuadro.

-Tengo una melodía dándome vueltas por la cabeza –soltó

Édgar después de un rato -, me gustaría que la escucharan a

ver qué ideas tienen.

Édgar comenzó con un ritmo rápido he intrépido, pero con

acordes notablemente nostálgicos. Diana y el chico

permanecieron callados hasta que Édgar dejó de tocar.

169
- ¿Y bien?

-Creo que tengo algo –susurró Diana -, ¿puedes tocarla de

nuevo, amor?

Édgar obedeció y volvió a tocar.

Diana entonces inhaló y suspiró un par de veces y soltó las

palabras que le dictaba su corazón.

-No hay quien se resista a su voz. Un susurró que comenzó

hace tanto tiempo atrás. Tan fuerte y potente, vibrante y

valiente. ¿Lo sientes? No se encuentra en el aire, no hay

notas ni melodías que lo describan. Tan fuerte y potente,

vibrante y valiente. ¿Lo escuchas? ¿Lo entiendes? Lleva

sangre ardiente. Fuego eterno, lluvia de vida. ¿Lo sientes?

Tan fuerte y potente, vibrante y valiente…

Diana dejó de cantar y miró a Édgar esperando algún

comentario. Este solo le sonrió, entonces volteo hacia el

chico y este soló dijo alzando las manos:

-Por mí queda.

Riendo Édgar también asintió.

-Podemos comenzar a trabajar con eso –dijo Édgar

finalmente.

Cuando se cansaban de tocar y cantar la encargada de

ambientar el viaje era Diana. A sus dos amigos les

170
encantaba que, aunque llegara tarde a casi todos lados,

siempre estaba preparada de una manera muy peculiar.

-Preparé una serie de listas de reproducción para este

viaje en particular –dijo conectando su iPod al estéreo de

la Van y Buddy Rich y su banda comenzaron a sonar.

- ¿Cómo es que conoces tanta música? -preguntó el chico.

-Mi papá. Me heredó su oído fino. -Le dijo rellenando su

pipa y volviendo a darle una fuerte calada.

***

171
<<Llamada entrante número desconocido>>

- ¿Quién llama?

-Aquí Diana.

- ¡Ah ya!¡Hola! ¿Por qué me llamas de un número

desconocido?

-Estoy en la oficina de mamá, vine a recogerla para

comer... pero esta en medio de una junta y pensé en

llamarte y ver cómo estabas.

-Por aquí todo bien.

- ¿Qué estás haciendo?

-Tomo un descanso.

- ¿De qué?

-Del trabajo.

- ¡Oh! ¿estás en el trabajo?

-Se podría decir que sí.

- ¿En dónde trabajas?

-En el departamento.

- ¿En tú departamento?

-No, el de Édgar.

-...

-...

172
- ¿Es en serio? ¿Qué estás haciendo ahí?

-Aquí trabajo, aquí vivo. Pensé que estabas enterada.

-No. No lo sabía. Pensé que aquel departamento iba a estar

desocupado.

-Pues no, yo me estoy haciendo cargo.

-Ya veo… ¿Cómo has estado?

-Pues… estoy tratando de reformar mi vida.

-Eso veo… Así que trabajas desde casa… ¿Qué haces

exactamente?

-Recibo llamadas y hago llamadas de emergencia.

- ¡Guau! ¿Y cómo le hiciste para encontrar ese tipo de

trabajo?

-Lo busqué en internet.

- ¿Y cómo te va? ¿Qué tal es?

-No me quejo. Ya llevo casi tres semanas tomando llamadas.

Fue raro al principio, (risa nerviosa), pero me acostumbré

en poco tiempo. No me desagrada el empleo.

-No te escuchas precisamente feliz.

-...

- ¿De qué hora a qué hora trabajas?

173
-Pues trabajo casi todos los días a partir de las 8:30.

Casi siempre trabajo siete horas seguidas, pero a veces

puedo trabajar hasta diez horas de corrido si me siento muy

motivado. Y descanso los sábados.

- ¿Te pagan bien?

-Es un salario fijo… No está mal.

-...

- ¿Tú cómo estás?

-Yo bien. Ya sabes, haciendo esto y aquello. Creo que

volveré a la escuela el semestre que viene.

- ¿En serio? Pensé que habías desertado como yo. Supongo

que está bien. Me alegro por ti.

-Eso creo. Aún no lo decido al cien por cien. Pero creo que

me haría bien. Y pues siempre ayuda tener una carrera si

algún día quiero trabajar en algo que no sea tomar

llamadas…

- ¡Auch! Esa pedrada dolió. (Risas) ¿Ese milagro que me

llamas? ¿Segura que esta todo bien?

-Pues todo no…

-...

-Se hace lo que se puede.

174
-Si te entiendo, creo que estamos igual. Sabes que siempre

me puedes decir si necesitas que te ayude en algo…

- ¡No es nada! La verdad es que extraño mucho cantar

contigo… ¿Por qué no me has hablado? ¡Grosero! Desde el

funeral de don Donato que no se nada de nadie.

-Perdóname… tenía otras cosas metidas en la cabeza.

- ¿Tu no extrañas cantar conmigo?

- ¿Qué preguntas? ¡Claro que sí! Mucho… El otro día estaba

pensando en ti. ¿Recuerdas aquella canción de Perota

Chingó que no nos cansábamos de cantar?

- ¿Piedra rueda cuesta abajo?

- ¡Sí! Esa mera… podrás creer que recuerdo toda la letra,

pero no puedo recordar el nombre de la canción.

-Creo que yo tampoco. Seguro si googleas la letra en

encuentras el nombre.

-Lo sé, pero por eso no quiero hacerlo.

-...

- ¿Tú estás trabajando?

-No por ahora.

-Y ¿Qué haces?

-Pues generalmente ayudo a mamá en la casa, ya nadie renta

la casa de mi abuelito, a veces me la paso ahí. Pero como

175
no se me quitaban las ganas de cantar, ahora estoy metida

en un coro de la universidad.

- ¿En serio? ¿Y qué tal?

-Lindo. Creo que si me está gustando. Conoces gente que

también canta bonito y así. La música que montamos es muy

bonita y el director es muy estricto. Creo que en parte por

eso me gusta, el resultado es muy bueno. De calidad. Te

gustaría, deberías unirte. Andan buscando otro tenor.

-No lo sé, no sé si estoy listo para cantar de nuevo.

-Lo mismo me decía, pero veme…

- Me refiero a cantar con más personas que no sean tú. Pero

pues lo pensaré. Tú siempre fuiste la resuelta del grupo.

Pero no sé, lo dudo… sin Édgar como que pierde chiste.

-...

-Perdona, no quise decir…

-No, tranquilo. Está bien. Hoy en la mañana me desperté con

la sensación de que todavía estábamos en Cancún,

¿recuerdas?

- ¿Amaneciste con bochornos? ¿No te estará llegando la

menopausia?

- (Risas) ¡Idiota!

- ¿Cómo olvidar todo ese caos?

176
- (risita) ¡Yo me divertí muchísimo!

-Si, fue muy divertido, pero eso no le quita lo

verdaderamente caótico que fue todo aquello.

-Estaba pensando… de no haber pasado lo que pasó… ¿Crees

que tuvo algo que ver?

- ¿Cómo saberlo? Pasaron tantas cosas…

-Oye me tengo que ir, ya terminó la junta de mi madre. ¿Qué

te parece si un día de estos paso a verte?

-No sé si eso sea tan buen idea…

- ¿De qué hablas? Bueno, hablamos luego. Cuídate.

-Sí, igual. Salúdame a tu mamá.

-Si, besos. Bye.

<<Fin de la llamada>>

***

177
Sin darme cuenta ya eran finales de agosto. Sólo hasta que

colgué con Diana me percaté de ello.

Me di cuenta también de que esa era la primera llamada que

recibía en semanas de un conocido que no fuera mi madre.

Mi supervisora me escribía correos casi a diario, pero

raramente me llamaba, Édgar solo mandó un mensaje de texto

cuando llegó a su nueva morada y se comunicaba

esporádicamente. Básicamente sabía de él solo por sus redes

sociales.

De ahí en fuera nadie había tratado de comunicarse conmigo.

Salvo mi madre que tenía como regla hablarme por teléfono

cada miércoles y viernes.

La vida en el exilio no me sentaba nada mal.

Me acoplé muy bien al sistema que yo mismo me diseñé porque

me dediqué exhaustivamente a hacerlo. Me gustaba

imaginarme, cuando realizaba las tareas de limpieza, o

jugaba algún videojuego en un tiempo libre, o pasaba tiempo

con Mandarina, que yo mismo me observaba dentro de una

maqueta del departamento como si observase a un criadero de

hormigas.

Desde que la adopté, Mandarina había crecido bastante y

subió mucho de peso. Era una gatita muy divertida, también

muy inteligente. A partir de que le mostré su arena supo

178
que ese era el lugar para hacer sus necesidades. Jamás se

hacía en ningún otro lugar y eso me llenaba de alivio.

En varios tiempos libres adapté varias partes del

departamento con alfombra, pelotas de espuma con pelillo e

hilos que colgaban de algunas partes para que Mandarina

pudiera jugar a gusto. Leí en internet que en la niñez de

los gatos es vital el juego para que estos desarrollen

todas sus habilidades motrices y se conviertan en

excelentes cazadores.

Tomar llamadas había resultado ser mucho más interesante de

lo que pude imaginar. Las horas se pasaban volando. Solo

estaba conectado de las ocho treinta de la mañana hasta las

dos o las tres de la tarde. Luego paraba y cocinaba, veía

una película, jugaba con Mandarina, algún video juego,

fumaba un cigarrillo y leía, leía mucho.

Dormía temprano y al día siguiente hacía exactamente lo

mismo. Excepto los sábados que no tenía que conectarme. Ese

día lo dedicaba completamente al ocio.

Gracias a que podía pedir cualquier cosa desde mi casa por

internet y me llegaba en cuestión de días u horas, mi

alacena jamás estuvo vacía y fue así también como pude

pedir muchos rompecabezas, libros, juegos de video y

cualquier cosa que se me ocurriera. En tres semanas me di

cuenta de que el ocio era un arma de doble filo, y

combinada con internet podía causar bastantes estragos.

179
La cantidad de aditamentos que la gente inventa para los

gatos es un tema aparte.

Y compré todo lo que pensé que podía quedarle a Mandarina:

Vestidos, juguetes, muebles, adornos. En ocasiones

utilizaba mis descansos para curiosear en las tiendas en

línea y cuando estaba a punto de comprar un laberinto

gigante que se podía adaptar a tu vivienda sonó el celular

con la leyenda "llamada entrante, número desconocido”

indicando que había alguien atrás de aquel aparato

esperando a que contestara para poder hablar conmigo.

Cuando colgué y me di cuenta del tiempo que había pasado y

que los últimos días de agosto se asomaban sin que yo me

percatara de ello, decidí parar por mi salud mental.

¡Mandarina ni siquiera usaba la mitad de las cosas que le

compraba! Se entretenía con las cosas más elementales

ignorando la fortuna que me gastaba en ella. Claro que eso

no me impedía que le hiciera cientos de fotos con todos los

aditamentos que conseguía para ella. ¡Valla que se veía

preciosa! Aunque muchas de las cosas que compré no las

podía usar porque aún no tenía la talla. Pero esperaba con

ansia el día en que pudiera probárselas ¡Crecía muy rápido!

Sin embargo, no necesitas talla para los pendientes, moños

y falditas ajustables. ¡Cómo pasaban las horas mientras me

dedicaba a arreglar y fotografiar a Mandarina!

180
A partir de ese día Diana comenzó a llamar seguido. Por lo

menos una vez cada dos o tres días. Me preguntaba por cómo

estaba, por si no me sentía solo, recordábamos viejos

tiempos y hablábamos prácticamente de cualquier cosa. No me

molestaba para nada hablar con ella, creo que a ambos nos

servía y nos ayudaba en cierta parte a crear catarsis.

Aprendí mucho de la vida de Diana gracias a aquellas largas

y consecutivas llamadas.

Tenía dos hermanas, la primera más grande y la tercera más

pequeña que ella. De entre todas ella era a la que le

habían llamado más la atención las artes y las humanidades.

De niña su abuelo le regaló de cumpleaños un ukulele y le

enseñó a tocarlo mientras aún vivía. Junto con sus hermanas

inventaban canciones que solo cantaban entre ellas.

Canciones que no tenían sentido alguno pero que eran muy

divertidas al cantarlas.

Me contó sobre su padre, era poco lo que recordaba sobre

él, pues había fallecido cuando ella aún era muy niña.

Recordaba su barba cuando la cargaba. Recordaba algunos

cuentos que les relataba a ella y a sus hermanas para

dormir. Recuerda haber aprendido de él a jugar cartas

mientras estaban en el hospital. Y conservaba como su más

grande tesoro una caja llena de casets que su padre le

había heredado.

181
Aprendí también sobre sus sueños, soñaba muy seguido y le

gustaba encontrarle sentido preguntándome lo que opinaba

sobre aquellas locas fantasías que su subconsciente le

hacía ver mientras dormía.

-Fue por mi abuelito que mis padres se conocieron -me contó

en alguna ocasión -. Él era maestro de música y mi padre

era su alumno. Se conocieron cuando eran jóvenes. Mi papá

estaba aprendiendo a tocar el piano y en una ocasión ellos

se toparon cuando mi madre fue a visitarlo por casualidad.

¡Me encanta esa historia! ¿Sabes? Creo que en parte por eso

me enamoré tan locamente de Édgar. No es que me recordara a

mi padre. Más bien me recordaba a aquella historia.

-Aquella vez noté que lloraba tras el teléfono. Ya no habló

más de eso y aquella llamada terminó casi de inmediato.

Jamás lo mencionaba, pero Diana estaba herida. Se sentía

sola y triste y pese a todo eso trataba siempre a toda

costa de evitar hablar sobre Édgar. Cuando alguno de

nosotros sin querer tocaba el tema ella inmediatamente

comenzaba a hablar de alguna otra cosa.

Lo mismo me pasaba a mí.

Ella insistía en que quería venir a visitarme, pero cada

vez que ella mencionaba siquiera acercarse al departamento

la voz de Édgar comenzaba a resonar en mi cabeza:

¡Le gustas! ¡Le gustas!

182
Le escuchaba decir en el eco de mi conciencia y terminaba

por darle largas.

Sabía que eso no ayudaba para nada a la autoestima de mi

amiga. Pero pese a todo no quería ver a nadie. O eso me

repetía.

Como “hikikomori” no me estaba yendo nada mal y día tras

día iba sintiendo como las paredes que me rodeaban no me

protegerían más si alguien ajeno invadía este espacio que

me resguardaba.

Aún si ese alguien fuera alguien muy querido.

¿Aún si ese alguien fuera Diana?

Mi corazón y mi cerebro comenzaron un eterno debate que me

mantenía despierto noche tras noche.

Me sentía en ocasiones como un satélite tratando de escapar

de la fuerza gravitacional de la tierra, sujeto solo por

aquel brazo invisible que no me dejaba ir.

Para mí, aquella fuerza invisible era Diana.

-No entiendo porque te niegas. ¿A qué le tienes miedo? -me

preguntaba mi amiga cada vez más fastidiada.

No le respondía nada. Pero sabía que si me hubiera atrevido

a decirle algo a alguna de sus preguntas mi respuesta

hubiera sido:

-Le tengo miedo a lo que pueda haber en mi corazón.

183
***

Édgar mantuvo los ojos cerrados un rato más.

La mano le dolía y sentía las yemas de sus dedos punzar al

ritmo del latido de su corazón, pero quería seguir

escuchando las vibraciones de su guitarra alejarse en la

memoria del último acorde que había tocado.

- ¡Qué bien tocas! –una voz clara y tersa sacó a Édgar de

su trance, levantó la vista y vio que frente a él se

encontraba una hermosa chica de color que lo veía sentada

en la banca de enfrente con las piernas cruzadas y

sosteniendo un vaso de lo que parecía ser un café.

El sol hacía rato que se estaba poniendo y como era su

costumbre de los sábados Édgar salió a caminar hasta llegar

a Central Park. En Maine Monument casi siempre encontraba

una banca vacía en donde sacaba su guitarra y se ponía a

estudiar hasta que los dedos le quedaban engarrotados.

-Gracias –respondió este tímidamente masajeando sus dedos

para desentumecerlos.

-Te he visto tocar aquí por varias semanas. ¿Vives por

aquí?

-A unas cuadras tengo un pequeño departamento.

184
La chica tomó un sorbo de su café sin quitarle la vista de

encima.

- ¿Y nunca te han molestado los polis?

-No. No pido dinero. Solo estudio aquí.

-Ya veo. Me pareces familiar. ¿De dónde eres? -Édgar jamás

había visto a aquella chica extraña en su vida. Antes de

que Édgar pudiera siquiera abrir la boca la chica volvió a

hablar -. ¡Sí por supuesto! Eres el guitarrista de aquella

agrupación. Eres mexicano, ¿verdad?

Édgar asintió con la cabeza.

En todos aquellos meses de su exilio en Nueva York, ella

era la primera persona que le reconocía.

- ¡Guau! ¡No lo puedo creer! ¡A mi novia y a mí nos

encantan sus canciones! ¿Crees que me pueda tomar una foto

contigo?

Édgar lo pensó un poco, pero después de un rato volvió a

asentir con la cabeza.

La chica sacó su teléfono del bolso y se acercó a Édgar, se

sentó junto a él en la banca y esperó pacientemente a que

este se acomodara.

- ¿Listo? –Édgar asintió con una mueca tímida y esta

extendió su brazo para abrasarlo y tomar la foto. Él

absorbió un aroma embriagante que estaba seguro haber olido

185
alguna vez, le recordaba a las rosas y al vino. Cuando la

chica quedó satisfecha, lo soltó y guardó su celular de

nuevo en su lugar -. ¡Muchas gracias! En serio.

-No es nada –dijo Édgar con un susurro y metódicamente

guardó su guitarra en el estuche como siempre lo había

hecho desde niño.

-Siempre actúas como un robot cuando se trata de guardar

tu instrumento –escuchaba la voz de Diana siempre que

terminaba sus estudios y dejaba descansar a su guitarra.

-Estas cosas hay que hacerlas metódicamente o no quedan

bien hechas –se repetía a sí mismo, así como le decía a

Diana cuál si fuera un padre nuestro que recitaban en

sincronía en los tiempos en los que ambos compartían casi

todos los momentos de su vida.

¡Maldita nostalgia!

Lo perseguía como un perro a un hueso desde que había

arribado a la gran ciudad.

Hacía más de cuatro meses que se encontraba rodeado de un

mundo de gente, sin embargo, jamás se había sentido más

solo en su vida.

No se arrepentía de haber ido a parar a Nueva York. La

ciudad era impresionante, sus clases magistrales eran

simplemente inmejorables y jamás faltaba algo que ver o

hacer. Pero siempre llegaban esos ratos muertos en los que

186
al descubrir algo, al encontrarse parado en algún

rascacielos disfrutando de algún atardecer o al mirar en

los espectaculares de Time Square el anuncio de alguna

película que saldría próximamente o el estreno de alguna

obra, no podía evitar pensar en Diana. Así como tampoco

podía reprimir el terrible deseo de saber de ella, de

llamarle, de que se encontrara junto a él y decirle:

-Mira, aquella película tiene música de Morricone, habrá

que ir a verla. -¿Cómo quitarse aquella sensación de

asfixia y vacío?

- ¿Ya te vas? –preguntó aquella chica que se había quedado

todo aquel rato observándolo.

-No puedo tocar más –susurró Édgar –. Un gusto conocerte.

- ¡Espera!

Édgar se detuvo en seco y volteó extrañado hacia aquella

hermosa chica.

-Puedo preguntar… ¿Qué fue lo qué pasó?

Édgar soltó un bufido de melancolía. Bajó la mirada y

sopeso la respuesta por un rato.

- ¿Cómo saberlo? –soltó finalmente y volvió sus pasos.

- ¡Oye! ¡Espera por favor! –Édgar ya no se detuvo.

Simplemente no tenía ganas de nada, mucho menos de

conversar con una extraña sobre temas que aún sentía a flor

187
de piel como llagas lacerantes. Pero la chica incansable lo

alcanzó en la esquina mientras este esperaba el momento

para cruzar la calle -. Aún no es tarde, si no estas

ocupado me gustaría invitarte una cerveza, conozco un bar

excelente que está a solo unas estaciones de aquí. ¿Qué te

parece? ¿Aceptas?

Édgar la miró extrañado.

- ¿Qué más da? -Se dijo. - ¿Cómo te llamas?

-Cheryl –dijo la chica mostrando una encantadora sonrisa y

ofreciéndole la mano para que este pudiera estrecharla.

-Está bien –dijo Édgar devolviéndole el saludo, tratando de

alentarse a sí mismo –un par de cervezas para subir el

ánimo.

- ¡Es por aquí! –exclamó Cheryl casi gritando. Sus negros y

trenzados cabellos ondulaban golpeando su espalda y

esparciendo aquél aroma tan peculiar que hacía estremecer

el corazón del pobre guitarrista -. ¿Te importa si llamo a

mi novia para que nos alcance allá? Estoy segura de que a

ella también le encantaría conocerte.

Édgar solo alzó los hombros en respuesta.

- ¿Sabes? Ella también es mexicana, como tú -le soltó ya en

la estación mientras esperaban que pasara el metro que los

llevara hasta su destino –. Por eso los conozco. Ella fue

188
la que me mostró sus videos. ¡Me encantan todos! En

especial el de Elefantes de cartón. Me encanta esa canción.

- ¿De dónde es tu novia?

-Guadalajara, creo. ¿Si se dice así? Ella vive aquí desde

hace un par de años. Llegó como corresponsal de una

automotriz para la que trabaja. Es ingeniera.

- ¿Y tú a qué te dedicas?

-Soy modelo.

- ¿Qué modelas?

-De todo, zapatos, ropa, bolsos, lencería, maquillaje. De

seguro que has visto mis piernas en algún escaparate de por

ahí.

Luego de tres estaciones hacia el norte y caminar un par de

cuadras llegaron a un bonito bar irlandés llamado: El

Poeta Muerto.

El lugar era bastante grande, cálido y sencillo. Una gran

barra cruzaba por completo el local y varias mesas lo

llenaban con un puñado de personas riendo, tomando y

tratando de olvidarse del ajetreo cotidiano. Las paredes de

madera se encontraban tapizadas con aquellas tradicionales

fotos que todo buen bar tiene de artistas que habían

visitado el bar. Algunos vivos, otros sepultados hacía

años.

189
Estaba bastante concurrido, pero no a tope. Sentada en una

mesa de la esquina se encontraba esperando una bonita

muchacha morena con el cabello corto y ondulado. Cuando los

vio entrar inmediatamente alzó la mano al reconocerlos para

que no pasara desapercibida entre el bullicio. Cheryl la

notó enseguida y corrió a saludarla dándole un fuerte

abrazo y besándola tiernamente. Al llegar Édgar después de

un rato no hubo necesidad de presentaciones.

- ¡No lo puedo creer! –gritó la novia de Cheryl y le tendió

la mano a Édgar, este la estrechó sin mucho entusiasmo -.

¡En verdad eres tú!

-Pues yo soy yo –dijo sin pretender ser gracioso, pero

ambas chicas rieron.

-Mi nombre es Macri, bueno; aquí todos me dicen así –le

dijo tímidamente -, en realidad me llamo María Cristina,

pero Macri suena mejor aquí. ¿No te parece?

Édgar asintió apenas convencido de sus propios

pensamientos.

Cheryl fue a la barra a pedir una ronda de cervezas y Édgar

tomó asiento en la silla que estaba de espaldas a la barra

para que las chicas pudieran sentarse una al lado de la

otra.

-En verdad es un placer conocerte –dijo por fin Macri que

no dejaba de verlo y trataba de encontrar las palabras

190
adecuadas para poder comenzar esa conversación. Édgar no

ayudaba mucho, desde siempre había sido un chico muy

modesto y los halagos hacia su persona siempre lograban

incomodarlo más de lo que le hacían sentirse orgulloso.

-Gracias –soltó en un quejido apenas audible.

- ¿S ab e s? Yo l os co no c í en un a de s us pr im er as

presentaciones que dieron en un festival ambulante en

Guadalajara. Apenas estaban comenzando, pero cautivaron a

toda la audiencia. Desde ese momento comencé a seguirlos

fehacientemente. Los vi cuando salieron en el programa

Esta noche con Johnny Falcon, cuando cantaron en los

festivales de Fuerza Latina, y ya estaba aquí cuando

aparecieron por sorpresa en el BRIC ¡Celebra Brooklyn!

Festival. No lo podía creer cuando los vi en cartelera…

¡quién diría que ese sería su último concierto!

Édgar la miraba un poco asustado.

Estaba completamente abrumado; conoció a muchas fans a lo

largo de toda la trayectoria de Leña al Fuego, pero esta

chica de seguro era la presidenta de todos.

- ¡Lloré mucho cuando anunciaron que se separarían! –seguía

imparable la chica -. ¿Qué estás haciendo aquí en Nueva

York? ¡De verdad que se me hace impresionante!

Édgar estaba a punto de pararse y salir corriendo por la

puerta, cuando Cheryl los interrumpió colocando los tres

191
tarros de cerveza en el centro de la meza para que cada

quién tomara uno.

- ¡Ya Macri! ¡Por Dios! –rio de lo lindo y le tomó un trago

a su tarro de cerveza -. El pobre chico está a punto de

llorar y tú te estás poniendo morada. ¡Toma aire!

Macri le río la broma y despacio tomó su respectivo tarro y

también le dio un trago sin quitarle la vista de encima a

Édgar como si temiese que si le dejaba de prestar atención

por un momento este desaparecería por arte de magia.

-Pues, estoy haciendo un doctorado -reveló Édgar

finalmente. –Gracias por todo lo que dijiste, es grato

conocer a una admiradora…

- ¡Admiradora es poco! –lo interrumpió Cheryl–. Ella está

obsesionada. ¡Lo digo en serio!

-Es porque amo su música –dijo Macri entre risas.

Luego de tomar casi media cerveza de un jalón, Édgar se

sintió mucho más relajado. Aún seguía algo incomodo, pero

aquél par de chicas le conferían desde sus recuerdos una

nostalgia embriagadora. Llegaron a su memoria casi

inmediatamente escenas tatuadas en sus recuerdos sobre los

dos amigos que había dejado atrás en México.

- ¡Quisiera saber algo! –soltó Macri después de interrumpir

su debate con Cheryl, sacando a Édgar de sus cavilaciones-.

¿Es verdad que componían sus canciones entre los tres?

192
-Podríamos decir que si –soltó Édgar un poco más divertido.

- ¡Pero es lo que quisiera saber! –Macri estaba tan

entusiasmada y asustada al mismo tiempo, como si fuera una

niña que acabara de descubrir el océano por primera vez -.

¿Quién ponía la letra? ¡Tú ponías la música seguramente!

-No siempre, para ser honestos. La verdad es que era algo

que no se puede explicar. Lo sentíamos, y experimentábamos

y cuando los tres quedábamos satisfechos lo repetíamos

hasta grabarlo en nuestra memoria. Es verdad que yo

terminaba por pulir la mayoría de nuestros arreglos. Pero

no todas las melodías son mías. Yo diría que ni siquiera la

mitad.

-Tengo una teoría –lo interrumpió Cheryl, Macri la volteó a

ver ofendida pero esta inmutable siguió con lo que estaba

diciendo –pero antes de revelarla, en verdad quisiera saber

porque fue que se terminó. Cuando escucho sus canciones

todo suena tan homogéneo. Tan radical y perfecto como la

naturaleza. ¿Qué fue lo que pasó?

Édgar pese a estar abrumado, escuchaba con parsimonia las

palabras desesperadas de la chica. Cuando esta terminó de

hablar, Édgar le dio otro profundo trago a su tarro de

cerveza y suspiró tras tragar el amargo líquido. Comenzaba

a sentir los efectos del alcohol.

193
-Ya te lo había dicho –le respondió arrastrando un poco las

palabras –. Ni siquiera yo sé decir qué fue lo que pasó

exactamente. A todos nos comenzaron a pasar cosas, y pese a

que estábamos muy enamorados de lo que hacíamos, no supimos

como seguir adelante juntos. Personalmente comencé a pensar

en venir aquí desde aquél último concierto… y cuando mi

padre falleció me pareció de lo más natural alejarme de

todo. Hasta de mi propio país. Fue la naturaleza, como tú

bien dices.

- ¿Y cuál es tu teoría? –preguntó Macri a su novia.

Cheryl miraba a Édgar y un poco ruborizada suspiró y

comenzó a soltar la sopa poco a poco.

-Bueno, no quisiera incomodar a nuestro invitado de honor

más de lo que ya está…

- ¡Suéltalo con un demonio! –gritó Édgar ya completamente

desinhibido. Sospechaba lo que Cheryl diría, pero quería

escucharlo de su propia voz. Como si le gustara tocarse

aquella herida para que el dolor no se le olvidara.

- ¡Esta bien! Cielos… -Cheryl soltó una risita tímida

-Siempre pensé que se habían separado porque tú y Diana

cortaron.

Édgar soltó un bufido hueco. Alzó la cabeza hacia arriba y

soltó un fuerte quejido mientras estiraba los brazos.

194
- ¿Por qué todo siempre tiene que empezar y terminar con

ella? -pensó.

-Pues algo hay de eso –contestó tratando de evadir el

asunto y volvió a empinarse el tarro tomando las últimas

gotas de su cerveza.

-Dime algo –se adelantó Macri tratando de cambiar de tema –

tienen canciones que no grabaron, ¿verdad?

-Sí, una o dos.

- ¿De verdad? –soltó Macri hinchada de emoción.

-Bueno, más o menos.

- ¡Explícanos! –le rogó su compatriota.

-Algo que nos caracterizaba era que todo el tiempo

estábamos improvisando. Con las guitarras, con las

percusiones y las voces, todo el tiempo tratábamos de

encontrar armonía dentro de nuestra “locura”. Pero en

nuestros últimos ensayos teníamos en mente una melodía en

específico. Por esos días yo faltaba mucho a los ensayos.

Mi papá se estaba poniendo malo y quería terminar con

pendientes que tenía en la facultad. Me llamaban para

conferencias y clases… en fin. Yo les pedía a mi amigo y a

Diana que siguieran reuniéndose para ensayar y tratar de

salvar Leña al Fuego. Y me hablaron de una melodía que

tenían en mente, pero que no habían podido ponerle toda la

195
letra. La practicamos un par de veces, pero jamás llegamos

a cantarla toda completa.

- ¿Y luego? –Preguntó Macri desesperada.

-Luego nada, todo se fue al diablo y estuvimos casi nueve

meses sin vernos… hasta que mi padre falleció. Ese día

cantamos en su honor. Ese fue en verdad el último recital

que dimos. Y yo unas cuantas semanas después me vine para

acá.

-Pero ¿qué pasó con la canción? –Macri estaba a dos pasos

de sacar espuma por la boca como un perro loco por la

rabia. A Édgar le parecía divertida aquella desesperación,

le recordaba a Diana vuelta loca cuando quería saber cómo

terminaba algún chiste que Édgar tardaba horas en terminar

de contar.

-Yo la terminé. Pero una vez estando aquí. Aunque jamás se

los he dicho. Ya no tiene caso, verdaderamente. Solo lo

hice para tratar de dejar de sentir esa sensación que te

carcome las entrañas cuando tienes algo en la cabeza en lo

que no puedes dejar de pensar hasta que lo completas. ¿Me

explico?

Ambas chicas asintieron en silencio.

- ¿Crees que la podamos escuchar? –preguntó Cheryl.

- ¡Oh si! ¡Debes enseñárnosla! –le suplicó Macri secundando

a su novia.

196
-No, imposible –sentenció Édgar.

- ¿Por qué imposible? –preguntó Cheryl mustiamente.

Sonrojado Édgar alzó su tarro de cerveza tratando de llamar

la atención del cantinero, pero luego de unos minutos de

ser ignorado olímpicamente desistió.

-No es que no quiera, chicas. Pero esa canción fue hecha

para que la cantara un tenor con voz tersa y aterciopelada,

no alguien con voz de aguardientoso.

Las chicas le celebraron la gracia con un par de risas

burlescas, pero decididas siguieron insistiendo hasta que

Cheryl, harta de tanta suplica se paró de su asiento, tomó

los tarros de todos y se dirigió a la barra en busca de más

bebida.

- ¿Crees que la haya molestado? –preguntó Édgar a Macri

algo preocupado.

-No te preocupes, pretende siempre ser de mecha corta, pero

es un ángel. Solo fue por otra ronda de cervezas.

Pero de repente un sonido de micrófono recién conectado

resonó por toda la estancia, y la voz del cantinero se

escuchó potente y clara:

-Damas y caballeros que hoy nos acompañan. Me acaban de

informar que hoy se encuentra entre nosotros el único e

inigualable Édgar Camarena, guitarrista de aquella

197
legendaria banda de nuestros vecinos y amigos mexicanos

¡Leña al fuego! -muchos cuchicheos y algunos aplausos y

silbidos se dejaron oír por todo el establecimiento -, Al

cuál le pedimos que nos interprete una canción para hacerse

acreedor a un lugar aquí en nuestra pared. ¡Todos, un

fuerte aplauso!

La gente reaccionó inmediatamente y comenzaron a aplaudir

mirando para todos lados tratando de identificar a ese gran

artista.

A Édgar se lo tragaba la tierra.

- ¡Qué injusto que utilicen la presión social! -pensó ante

semejante afrenta.

Resignado se paró de su asiento y se inclinó en reverencia

para darles a entender que aceptaba el reto. Tomó su

guitarra y se dirigió al lugar asignado en el bar para la

música en vivo.

Muchas personas comenzaron a sacar sus celulares y a

grabarlo.

-Jamás podré acostumbrarme esto -pensaba mientras se

acercaba al lugar arrastrando los pies como si se estuviera

acercando a recibir algún castigo.

Un personal del bar ya había colocado ahí un micrófono y un

banco.

198
Al llegar dejó su estuche en el suelo, lo abrió, sacó su

guitarra y la colocó en su regazo, escuchó las cuerdas para

comprobar que todas estuvieran afinadas y comenzó a tocar

la canción que interpretaban al final de cada uno de los

conciertos que dieron.

Cuando terminó la gente le aplaudió estrepitosamente, pero

Macri y Cheryl lo miraban con ojos de fuego desde el lugar

que ocupaban. Bien sabían que esa canción no era la que

Édgar les había mencionado. Entonces, cuando el barullo

paró un poco se acercó al micrófono para hablar.

-Muchísimas gracias a todos ustedes. Esto es un honor para

mí. Y tener la oportunidad de ganarme un lugar en este muro

al lado de tantas celebridades es totalmente un privilegio.

La canción que cantaré ahorita es un estreno completo y

mundial. Y tiene un gran valor emocional para mí. Espero

que la disfruten y perdonen de antemano mi voz, esta

canción fue hecha para ser cantada por alguien más. En fin,

para todo el Poeta Muerto, pero en especial para mis nuevas

amigas: seguir mi camino.

Aplausos de nuevo y de repente el silencio.

Édgar cerró los ojos. Respiró hondo, colocó las manos en la

guitarra y comenzó a tocar.

***

199
Sonó el timbre.

Lo ignoré porque seguramente para el día y la hora sería

algún testigo de Jehová y yo tenía bastantes llamadas, una

tras otra: algún gringo en Michigan solicitando una grúa

porque se le ponchó una llanta a la mitad de la carretera.

Otro paisano en Jalisco pide bomberos porque se le está

incendiando la cocina. Alguna chica con voz linda me llama

en Nueva York porque le han robado el bolso con todos los

papeles y no sabe qué hacer.

Volvió a sonar el timbre.

Mi concentración estaba en juego y eso no podía permitirlo.

Puse el auxiliar dentro de la aplicación para que dejaran

de entrar llamadas y fui a ver quién era.

Por la mirilla de la puerta alcance a ver a Diana.

Parada frente a la puerta se mecía cargando una gran bolsa

de esas que se usan para ir al mandado, mientras sus manos

chocaban con sus muslos. Traía un pequeño short de

mezclilla y una playera blanca con la característica

fotografía de David Bowie del disco Aladdin Sane, con la

cara pintada aludiendo un rayo. Su cabello negro estaba

simplemente recogido en una pequeña trenza y llevaba

puestos unos exuberantes aretes de unas corcholatas

aplastadas con fractales pintados.

200
Entré en la casa y me quedé parado recargado en la puerta.

Obviamente sabía que estaba aquí adentro.

¿Qué pasaría si no le abría? Se iría con el tiempo, pero

seguramente se quedaría también muy molesta conmigo.

El timbre sonó por tercera vez.

Ya no podía estar ignorándola, así que apreté el interfono

que estaba pegado junto a la puerta y pregunté:

- ¿Quién llama?

- ¡Pensé que no estabas! ¿Me abres? ¡Soy Diana! Traje algo

de comida. -Su voz aguda y dulce resonó por el aparato y al

mismo tiempo escuchaba el eco de su voz que provenía de

afuera.

Me resigné.

- ¡Hola! Espera, te abro en un momento, me encuentro algo

indispuesto.

Era solo parte verdad. Me encontraba relativamente en

pijama, pero aproveche ese lapso que tenía para pensar en

lo que le diría o en la excusa que le pondría para

sacármela de encima mientras me ponía algo más presentable.

No es que no quisiera verla. No era para nada que no la

quisiera, o que no la echara de menos, el asunto era que

cada vez que Diana si quiera se me cruzaba por la cabeza

comenzaba a escuchar la voz de Édgar retumbando por mi

201
cabeza: Le gustas, me repetía la voz de mi amigo y un eco

se escuchaba incontables veces golpeando cada rincón de mi

cerebro.

Al abrir la puerta me encontré con mi vieja amiga frente a

frente.

Tenía casi dos meses y algo que no nos veíamos. La última

vez en el funeral de Don Donato. Cantamos juntos mientras

ella se esforzaba en extremo para no llorar.

En esta ocasión la misma sonrisa radiante y encantadora de

siempre le adornaba el rostro, sus ojos chiquitos y

redondos me miraban como si no creyeran lo que su cerebro

procesaba.

Al verla, no pude evitar sonreír también.

La abracé y ella pasó sus brazos por mi cuello. Largo rato

nos quedamos juntos transmitiéndonos ese calor de amistad,

añoranza y de recuerdos que aún se mantenían sensibles.

Cuando por fin nos separamos ella aprovechó para darme un

beso en la mejilla; pero al acercarnos un extremo de

nuestros labios se rozaron levemente.

Cuando nos pusimos de nuevo el uno frente al otro ella

estaba llorando, pero ciertamente no de tristeza.

Ambos nos reímos y la invité a pasar.

202
***

Y ahí estaba ella, esperando sentada en los sillones del

lobby del hotel.

Mientras bajaba en el ascensor mis manos me sudaban. Mi

corazón crepitaba y quizá tuve tres pequeños ataques de

pánico en menos de dos minutos.

Cuando bajé del ascensor caminé hacia el lobby y ahí estaba

sentada mirando su celular con sus maletas junto a ella.

Me quedé pasmado un rato.

Todos aquellos días había tratado con todas mis fuerzas de

no pensar en lo que se me avecinaba, el pronóstico de

nuestro clima vaticinaba una tormenta tropical.

Tenía miedo. Sufría en silencio sobre tantas cosas.

La última vez que hablamos las cosas no habían terminado

para nada bien.

Los dos caminábamos rumbo a su casa, un departamento

escondido en los límites entre Coyoacán y la Magdalena

Contreras. Teníamos que atravesar un laberinto de parques y

departamentos para llegar al de ella.

Había pasado la noche conmigo y después de haber hecho el

amor ella simplemente dijo que se sentía muy cansada y

durmió. Al día siguiente pasó toda la mañana durmiendo y

203
mirando su celular de cuando en cuando, mientras yo

vagabundeaba por todo mi departamento fumando y tratando de

encontrar coraje para preguntarle lo evidente. Por la tarde

me pidió llevarla a su casa.

- ¿No quieres que pidamos algo para comer? -le pregunté.

-Solo llévame a mi casa por favor -fue todo lo que obtuve

por respuesta.

Mientras andábamos por aquellos pequeños caminos que se

habrían paso entre árboles y edificios, quise tomarle la

mano. Ella entonces me rechazó y yo harto me paré en seco

esperando que ella volteara.

- ¿Aquí me vas a dejar? –preguntó sin siquiera mirarme.

- ¡No entiendo nada de lo que está pasando! –le dije con

lágrimas en los ojos -. ¡Dime algo por favor! Yo no puedo

leer la mente, no sé qué decirte ni cómo tratar de hacerte

feliz si no me dices nada.

-No sé qué más quieres que te diga. Tu ya lo has dicho

todo. Te vas con tus amigos por casi tres meses a pasar la

vida loca a Cancún. Está bien. ¡Lárgate!

-Pero Leti. Yo te dije que claro que podías venir con

nosotros…

-No, lo que me dijiste es que estas no eran unas

vacaciones. ¡Claro que no quieres que vaya!

204
- ¡Mira! –saqué de mi chaqueta un boleto y se lo mostré -.

¡Lo compré para ti! Es un boleto abierto a Cancún. Cuando

tú quieras puedes venir y pasar todo el tiempo que quieras

con nosotros. Era una sorpresa. No encontré el momento de

dártelo. Has estado tan distante últimamente.

Leticia también empezó a llorar.

- ¡Ay! –gritó y corrió hacia mí para abrazarme. Yo también

la abracé y temblé casi perdiendo el control de mis

rodillas -. ¡Es que no lo entiendes! ¡Ese es precisamente

el problema! Siempre dices: puedes pasar tiempo con

nosotros. ¡Pero ya estoy harta de ese “nosotros”! Solo

quiero pasar tiempo contigo. Irnos de vacaciones los dos

solos. ¡Es que parece que tengo una relación también con

Édgar y Diana, ¡Maldita sea!

-No es así. Claro que me encanta pasar el tiempo contigo.

Solo contigo. Pero en este momento ellos y yo somos un

equipo. Estamos haciendo algo que amo y quiero formar parte

de esto. Pero también quiero que tú formes parte de mi

vida…

-Yo sé. Y me odio por decirte esto. Yo… yo no quiero ser

una Yoko Ono. -Se quedó mirando al suelo por un rato como

si entre las piedras de aquel pavimento tratara de

encontrar las palabras adecuadas para lo que quería decir

-. Lo que ustedes tienen… Leña al Fuego… es verdaderamente

205
hermoso. Y en verdad que me gusta y los admiro por todo lo

que hacen. Simplemente no quiero que eso termine.

Ya no dijimos mucho más.

Al final aceptó el boleto una vez que estuvimos en la

puerta de su casa.

-Lo voy a pensar -susurró.

Ya en el taxi de regreso a mi departamento en la Unidad

Latinoamericana me llegó un mensaje del señor Mora que

decía:

<<Su salida es el jueves a las 10:30 de la mañana desde el

estacionamiento de la facultad de música.>>

Ahora había pasado casi un mes y medio desde que comenzamos

nuestra gira por la zona hotelera de Cancún y estaba

resultando ser bastante agotador.

Parecía que aquel lugar estaba plagado de hoteles, antros y

turistas que salían Dios sabe de dónde, pero siempre había

más y más.

Después de la cuarta semana y el quinto hotel yo perdí la

cuenta.

Sabrá Dios cuántos contratos firmó el señor Mora para quién

sabe cuántas presentaciones, pero para nosotros se

convirtió en una rutina la cuál llegamos a pensar que jamás

terminaría.

206
No puedo negar que lo disfrutábamos, pero de cierta manera

estábamos atrapados en ese pequeño mundo tropical.

Fue prácticamente lo mismo en casi todos los hoteles.

Llegábamos, nos instalábamos en unas residencias que

reservaban para el personal “especial”, pero personal al

fin de cuentas. Sin embargo, no estaban nada mal.

Ensayábamos todos los días y dos o tres veces por semana

nos presentábamos, y luego hacíamos las maletas y nos

movíamos al siguiente hotel.

Todas las presentaciones se realizaban al aire libre; a

veces en anfiteatros a veces en escenarios improvisados.

Siempre nos recibían y despedían con generosos aplausos. La

mayoría de nuestro público eran adultos jóvenes que habían

viajado a Cancún para pasar un verano delicioso en compañía

de su pareja, sus amigos, con la familia o solteros

buscando aventuras. Y todos agradecían el ambiente

caribeño, ligero, festivo, nostálgico, romántico y alegre

que impregnábamos en nuestras presentaciones.

De vez en cuando, aquellos solteros en busca de aventuras

nos invitaban a tomar un trago e ir a alguna fiesta en

algún antro. Nosotros solo aceptábamos si era la última

noche que pasaríamos en aquel hotel. Se volvía bastante

divertido, sobre todo si aquel ruido y ajetreo lo

combinabas con alcohol y píldoras “mágicas”; de aquellas

que sincronizaban tu corazón al ritmo del estridente

207
sonido. Jamás terminábamos completamente perdidos. Y

teníamos a Don Sergio que aparte de ser nuestro chofer,

también se encargaba de regresarnos vivos a nuestra villa

en el hotel de turno si se nos apetecía soltar una cana al

aire.

Llevábamos apenas cuatro días en el Grand Oasis cuando me

llegó el mensaje después del ensayo de aquel día:

-Voy a ir a Cancún, mañana sale mi vuelo.

Y ahora ahí estaba, esperando sentada en el lobby del

hotel.

Cuando me vio se paró de un salto y corrió a abrazarme.

Por un momento parecía que todo rastro de aquella calamidad

que había pronosticado había desaparecido. ¡Qué iluso! Tan

solo era la calma antes de la inclemencia.

No dijimos nada.

Nos vimos, sonreímos, nos besamos, volvimos a abrazarnos.

La extrañaba tanto, y evidentemente ella a mí.

-Vamos, te llevo donde nos hospedamos. Obvio te quedarás en

mi cuarto.

-Pensé que tenían habitaciones arriba.

-No, esas solo son para huéspedes. Venía de arriba porque

nos prestan un salón de eventos para que ensayemos. Pero

por ahora nos quedamos en una villa para personal. No está

208
nada mal. Creo que es más grande que mi departamento en la

ciudad de México. Lo único diferente es que aquí mi cuarto

no da a Cuba.

Ella se rio por mi mal chiste.

En la unidad latinoamericana donde vivía en la ciudad de

México los edificios no tenían números sino nombres de

países latinoamericanos. El mío se llamaba México para

variar. Y desde mi habitación al asomarse por la ventana

había una vista plena al edificio Cuba. Me encantaba

asomarme cada vez que quería fumar y quedarme asomado a

aquel edificio pensando que verdaderamente veía hacía aquél

exótico país.

- ¡Qué mal!, no sé si podré acostumbrarme a eso -me

respondió sarcásticamente.

Caminamos hacia la villa, yo arrastraba su maleta

ayudándome con las rueditas y ella cargaba su usual mochila

café que llevaba a todas partes.

-Llegas en un buen día –se me ocurrió decirle –, pero no te

acomodes mucho.

- ¿Porqué?

-Bueno, hoy damos una presentación en este hotel. El

Domingo Daremos la última y el lunes nos trasladamos a otro

hotel. ¿Cuánto tiempo piensas acompañarnos?

209
-No estoy muy segura. Vine porque tenía muchas ganas de

estar contigo y porque…

Ya no le dio tiempo de terminar su oración pues en ese

momento Diana salía de la villa y al ver a Leti le gritó

emocionada. Ambas se abrazaron como si fueran las mejores

amigas, (par de locas, pensé).

- ¡Leti! –Gritó Diana –. ¡Qué bueno que estas aquí! Este

loco no para de toquetearse por las noches gritando “¡Oh,

Leti, Oh Leti!” cada vez que termina.

Me cubrí la cara con las manos.

- ¿D e d ó nd e s ac a s t an ta pe n de ja d a? -l e p re g un té

genuinamente impresionado.

Leti se carcajeó con ganas.

-Si lo creo. Pero no te preocupes, hace lo mismo también

cuando está conmigo. Justo en ese tonito.

Ambas reían.

-Oh no… No se hagan cómplices por favor -les rogué, también

bastante divertido.

- ¿A dónde vas? -le preguntó Leti. Ella evidentemente iba

a dar una vuelta por la playa, llevaba unos shorts de

mezclilla diminutos y sus pechos solo estaban ligeramente

cubiertos por dos pequeños pedazos de tela en forma de

210
triángulo lo que aparentemente resultaba ser la parte de

arriba de su bikini.

-Voy a caminar por ahí con Édgar. Igual y nos metemos un

momento al mar o algo. Queremos relajarnos antes de la

presentación de hoy. ¿Hasta cuándo te vas a quedar?

-Aún no se.

-Bueno, me da gusto que estés aquí. ¡Nos vemos en un rato!

-y salió a paso veloz rumbo a la playa no sin antes

lanzarnos a la distancia otro de sus finos comentarios: –no

canses mucho a este mono, y no lo hagas gritar mucho, al

rato tenemos que estar bien afinados.

-No cuentes con ello –le respondió divertida Leti.

Entre risas entramos a la villa.

Era bastante linda, como una mini casita tropical. Tenía

una salita con sillones y un centro de mesa bonito con

cajonera en donde guardábamos juegos de mesa. Al fondo

estaba la cocina que era bastante amplia, aunque nunca la

ocupábamos más que para preparar huevos o cosas muy

básicas. Al lado de la salita estaba un pasillo que daba a

dos habitaciones bastante amplias. Cada habitación contaba

con un baño completo.

-Así que están viviendo los tres aquí –comentó Leti no muy

entusiasmada.

211
-Sí. ¡El sueño! ¿No crees? Mucho más fácil para todos. Y

esta es mi habitación. ¿Quieres darte un baño antes de

salir? o prefieres… -le dije mientras acomodaba sus cosas

en el clóset, pero el sonido de la puerta al cerrarse me

interrumpió y volteé a verla para encontrarla completamente

desnuda. Y como si fuera un jaguar se abalanzó contra mí,

posesa de todo el deseo carnal acumulado por mes y medio de

abstinencia, separación y tristeza. Todo un coctel de

emociones desbocándose al compás de nuestros cuerpos

chocando uno contra el otro.

El tiempo pasó tan rápido al repartirnos equitativamente

nuestro amor que cuando nos dimos cuenta eran ya las seis

de la tarde y la voz chillante de Diana resonó por todas

partes.

- ¡Amiguis! –gritaba haciendo su voz más aguda y chillante

a propósito -. ¡Ya casi es hora! ¿están listos?

-Será mejor que me dé prisa –Le dije a Leti. Ella asintió

aún desnuda y recostada boca abajo viendo cómo me ponía

unas bermudas hawaianas y una camisa que hacía juego

abierta sobre una playera de tirantes que combinaba -. El

espectáculo comienza a las siete y media. Pregunta por el

anfiteatro – le di un último beso y salí de la habitación

tropezando con sus pantalones.

212
- ¡Apúrate mijito! –me gritó Diana al verme salir del

cuarto -. Ves que Édgar se pone loco si no llegamos a

tiempo. ¿Por qué caminas chistoso?

- ¡Chistosas tienes las nalgas! –le reclamé como de

costumbre y ella soltó una de sus escandalosas y casuales

carcajadas.

Leti se quedó con nosotros por casi dos semanas. Semanas

que para mí fueron como vivir dentro de algún sueño.

Para ser franco en algún punto realmente pensé que todo se

arreglaría.

Leti se llevaba estupendamente bien con Diana y Édgar.

Desayunábamos juntos, luego durante nuestros ensayos

diarios ella salía a pasear, a conocer los lugares de

interés, nadar, hacer ejercicio y recostarse en alguna

hamaca a la sombra de alguna palmera. Hacíamos el amor

todas las noches y a veces también en ciertas escapadas que

nos dábamos por ahí.

Todo parecía perfecto.

Hasta que llegamos al Grand Moon Palace.

-Creo que solo me quedaré por un par de días más –me soltó

una noche mientras caminábamos por la playa del hotel –. Ya

van a comenzar las clases y quiero prepararme, ya estoy en

el último semestre.

213
-Si, entiendo. A nosotros aún nos faltan un par de semanas

más. Si es que El señor Mora no encuentra alguna otra cosa

para después.

- ¿Qué es lo que opinas de nosotros? –se sentó en la orilla

de un camastro y me pidió con la mano que me le uniera, así

lo hice. El viento soplaba suave inundando todo con el olor

a salitre proveniente del mar -. ¿Estas feliz de que haya

venido?

-Si. Claro que estoy feliz de que estés aquí conmigo. Me

sentiré muy solo y triste cuando te vayas.

-Yo también estaré triste. Pero la vida sigue. ¿No crees?

-Leti. ¿Hay algo que quisieras decirme? –me temblaban las

rodillas y las palabras. Me sudaban las manos. No había

tenido el valor de decirle nada en todo el tiempo que

estuvo con nosotros porque pensé que no había necesidad de

hacerlo. Pero cuando comenzó a hablar en aquel momento,

aquella vocecita que a veces te dice: es ahora o nunca, me

forzaba a abrir la boca y tratar de resolver aquello que

parecía no tener solución. Pensaba que juntos podríamos

encontrar la salida al laberinto de nuestros sentimientos.

Quizá ella sí lo hizo.

-Estoy saliendo con alguien más -soltó de repente sin

mirarme. Su vista se dirigía a las estrellas. No lloraba.

214
No reía, estaba sería y serena. Evitando mi mirada como si

de ello dependiera su vida.

Cuando escuché esas palabras supe que finalmente todo había

terminado. No habría nada que dijera que la hiciera cambiar

de opinión. Su decisión estaba tomada.

Yo sin embargo quería aferrarme a algo que ya no existía.

- ¿Por qué me dices esto ahora?

-Por egoísta, quizá. Por perra. ¿Qué se yo? Porque aún te

quiero. Porque quería estar contigo y vivir una última

aventura contigo -. Por fin enfocó sus ojos hacía mí y noté

el esfuerzo enorme que hacía para sostenerme la mirada –.

Porque pese a todo, eres mi amigo. Y te voy a extrañar

muchísimo.

-Yo también te extrañaré. No sé cuánto ni en qué momento.

Ahorita… estoy en shock. No puedo hacerme a la idea.

-Ya lo harás -. Me tomó de la mano y me dio un tierno beso

en mis labios secos –. Eres un chico fuerte. ¡Un gran

chico! De verdad -. Me soltó la mano y fijó su vista en el

mar. Las olas tranquilas nos ofrecían su música serena. De

repente ella se levantó y comenzó a quitarse la ropa -. Ven

nademos un poco.

- ¡Pero no traemos traje de baño!

215
- ¡Ay eso qué importa! –dijo arrojando sus pantalones y

calzones al camastro –. Estamos rodeados de gringos y

europeos, a ellos no les importa.

Completamente desnuda se lanzó al mar.

Por un momento fantaseé con que la marea se la llevaba.

Pero inmediatamente me sentí culpable por mis ideas

homicidas y en acto de contrición también me desnudé y fui

a acompañarla. El agua estaba tibia y casi no había olas.

-Imaginemos que somos dos desconocidos -me dijo al oído

cuando la alcancé -. Que yo soy una de tus fans y te seguí

hasta aquí para tener una aventura pasional.

- ¡Esta usted loca señorita! –le dije en voz baja

siguiéndole el juego -, yo soy un caballero decente.

-Deja de pensar en qué dirán los demás. Por hoy seré toda

tuya, mi apuesto trovador. -Se arrojó a mi cuello y

abrazándome me beso con sus labios enjugados de agua salada

–, cántame una canción -me pidió al oído –, una que sea

solo para mí.

Pensé por un momento, la abracé y comencé a cantarle

suavemente en su oído.

-Viajando entre las estrellas, me he perdido en un planeta.

Un desierto de sueños e ilusiones, en donde el tiempo se

detiene y el amor nunca muere. Si tan solo pudieras

encontrarme aquí, dejaríamos de huir de nosotros mismos. Si

216
tan solo no estuviera yo solo, construiría nuestra casa

aquí.

- ¿La acabas de inventar?

-Para ti.

- ¡Mentiroso! ¡De seguro eso le dices a todas!

- ¡Solo a las que son bonitas!

- ¡Oigan ustedes! –un guardacostas nos gritó desde la

arena. - ¡No se puede nadar a estas horas! Por favor

salgan.

-Si, gracias. Ahora salimos. –El guardacostas se alejó y

corrimos presurosos hacía el camastro donde estaba nuestra

ropa, y luego de ponérnosla a toda prisa salimos corriendo

hacía la villa.

Antes de entrar Leticia me sujetó de la mano deteniéndome

en el marco de la puerta y me susurró:

- ¡Quiero que me hagas el amor toda la noche! ¿Podrás?

-Por algo se inventaron las drogas –le contesté. Ella

sonrió y abrió la puerta.

Édgar y Diana aparentemente estaban ya en su habitación

porque la estancia estaba completamente vacía, así que

nosotros hicimos lo mismo y encerrados en aquel cuarto nos

entregamos por completo una y otra vez hasta que quedamos

inconscientes por el agotamiento.

217
Al despertar me dolía todo el cuerpo.

- ¡Qué resaca! -pensé.

Me levanté despacio y fui al baño casi a ciegas por la

falta de lentes y los ojos llenos de lagañas.

Desahogué mi vejiga por un buen rato, como si hubiera

tomado diez litros de agua la noche anterior. Al terminar

fui al lavabo a tientas, me eché agua en la cara y me lavé

los dientes.

Abrí la puerta del baño y me quedé parado por un momento en

el marco contemplando el resto de la habitación, me di

cuenta en ese momento de que me encontraba solo. Y entendí

que Leticia se había ido.

Me puse los lentes para poder ubicarme bien en donde

estaba. Vi entonces una nota en el tocador que decía:

Fue una gran aventura. ¡Hasta siempre, trovador!

Esas fueron sus últimas palabras. Leí y releí aquel papel

tratando de sacarle algún mensaje oculto. Pero no. Esa fue

su despedida después de casi cuatro años de estar juntos.

Ahí quedó todo. Jamás la volví a ver ni a saber nada de

ella.

De un momento a otro yo ya no existía en su vida ni ella en

la mía. Me borró de su vida como a una foto mala de su

celular. Así sin más.

218
Tocaron a la puerta y la voz de Diana resonó chillante como

siempre:

- ¿Estás ahí? ¿sigues vivo?

Abrí la puerta y le dije que pasara.

- ¿Esta todo bien? ¿Dónde está Leti?

Sin decir nada le mostré la nota que había dejado y me

senté en la orilla de la cama.

- ¡Qué perra! –me agarró del hombro - ¿estás bien?

¿Necesitas algo?

-Estoy en shock.

-Ni siquiera la escuché salir.

De pronto Édgar se personificó en la puerta de la

habitación.

- ¿Está todo bien?

-Leticia se fue, mi amor –le dijo Diana, soltando la

noticia como si alguien se hubiera muerto. O como si

temiese que al repetirlo yo estallara en llanto o algo

parecido.

- ¡Bueno! -dijo sin entender por completo las cosas como

era su costumbre -. Ya regresará, el desayuno ya…

- ¡No estas entendiendo! -lo interrumpió Diana bruscamente.

-Me dejó -susurré.

219
- ¿En serio? –Diana le pasó la nota que Leti me había

dejado como prueba del delito -, ¡Qué perra! –soltó también

–. Cielos, amigo… lo siento.

Asentí sin voltear a verlo. Mi mirada estaba perdida en el

vacío.

De repente el celular de Édgar comenzó a sonar y salió de

la habitación para tomar la llamada.

Diana entonces se sentó junto a mí y me abrazó. Me besó en

la mejilla y permaneció así hasta que Édgar volvió.

- Se que quizá no es buen momento, pero el señor Mora dice

que quiere vernos, que nos tiene una sorpresa.

-Ya no más sorpresas por favor -dije tratando de ser

gracioso, pero mis amigos me miraban como si en cualquier

momento fuera a caerme -. De seguro viene a decirnos que

nos consiguió otros conciertos en otro hotel.

-No sé qué sea. Pero dice que llega como en una hora. Así

que…

-Voy a meterme un rato a la ducha -, les anuncié.

-Tomate tu tiempo -susurró Diana.

Así lo hice.

En la ducha intenté llorar, pero mis ojos no respondían.

Trate de identificar mis emociones, pero por alguna razón

220
no sentía nada. No quería gritar, no quería reír. Era como

un gran recipiente de carne vacío.

Cuando por fin salí de mi habitación Diana, Édgar y el

señor Mora ya me esperaban en la salita de la villa.

El señor Mora se paró cuando me vio llegar y me ofreció su

mano como si me quisiera dar el pésame. Su cara era de

preocupación.

-Me enteré de lo que sucedió muchacho. ¿Estás bien?

¿Necesitas algo?

-Estoy bien señor Mora, no se preocupe.

Asintió con la cabeza y me invitó a sentarme junto con mis

amigos. Él también tomó asiento en el sillón individual.

Sacó su celular y lo puso en el centro de la mesa.

-Bueno. Espero que esto que les tengo que decir los anime

un poco. Como ustedes saben aún nos faltan un par de

semanas de gira. Pero yo he estado también trabajando y les

tengo una gran noticia. Las redes sociales han explotado

por completo, ¡ustedes son todo un éxito! ¡Así! No se habla

de otra cosa más que de ustedes. Y como lo prometido es

deuda -, el señor Mora se froto las manos como si intentara

hacer fuego con una varilla imaginaria - ¡Vamos a cerrar

esta gira con broche de oro! Chicos, les he conseguido el

teatro Esperanza Iris. ¿Cómo ven? ¿Su manager cumple o no?

221
Al principio no entendimos bien lo que nos decía con esa

forma de hablar tan peculiar que tenía el señor Mora. Pero

luego de un rato Diana saltó de su asiento.

- ¡¿Es en serio?!

- ¡Oh si! Completamente. Ya anunciamos la fecha en nuestras

redes sociales y la próxima semana salen a la venta los

boletos. Estoy seguro de que se terminarán en unas cuantas

horas. ¿Cómo ven? ¡Les dije que hacer esta gira para grabar

videos y promocionarnos funcionaria!

- ¡Es excelente! -Édgar y Diana se abrazaban y reían de la

emoción, pero a mí como que aún no me caía el veinte -.

¡Muchas gracias, señor Mora!

-Bueno. Eso era en general todo lo que tenía que decirles.

Los veo más tarde en la presentación de hoy -. Él señor

Mora se me quedo viendo, sopesando mi estado catatónico -.

A no ser que quieran cancelar por el día de hoy. ¿Cómo te

sientes hijo?

-No será necesario -le dije -. Estoy bien.

- ¡Ay muchacho! Estas cosas siempre le pegan a uno donde

más le duele. Pero bueno, si dices que estas bien, yo

respeto eso. ¡El show debe continuar! -soltó en un grito

mientras se dirigía a la puerta. La abrió y antes de irse

les pidió a Diana y a Édgar que me echaran un ojo y lo

mantuvieran informado.

222
- ¡El teatro Esperanza Iris! –repitió Diana una vez que el

señor Mora se había ido.

Asentí viéndola y tratando de que su felicidad se me

contagiara. Pero no podía. No obstante, les ofrecí una

sonrisa fingida que debió haberse visto terrible porque de

inmediato dejaron de reír y celebrar.

-No has desayunado nada -se le ocurrió de repente a Édgar.

- ¡Es verdad! -lo secundó Diana -. ¿Quieres algo? Te puedo

preparar unos huevos, o podemos ir a alguno de los

restaurantes de aquí a malgastar nuestros honorarios. Creo

que por hoy te lo mereces.

Eso sí que me dio gracia. Reí un poco y a mis amigos les

relajó un poco verme sonreír.

-Gracias amigos -dije por fin -. Pero no es necesario. No

tengo hambre. No tengo nada. No sé qué tengo.

-Aún estas en shock amigo -Édgar se sentó junto a mí y puso

su mano en mi hombro -. Te voy a contar algo que no le he

dicho a nadie -miró a su novia y le sonrió con nostalgia -.

Ni siquiera a ti mi amor.

Diana no le respondió nada, solo se sentó en el suelo junto

a nosotros.

-El día en que di mi primer concierto con orquesta tendría

doce años -comenzó a contarnos con la voz más seria y

223
gruesa que jamás le había escuchado -. Ese día me enteré lo

que le había pasado a mi madre. Por mucho tiempo pensé que

ella me había abandonado a mí y a papá. Pero no. Ella se

suicidó. Yo no lo sabía y mi padre jamás me lo dijo, -Diana

comenzó a llorar en silencio -. Yo no supe que hacer. O

qué pensar. ¡Imagíname! ¿Cómo podría yo tocar con una

noticia así? Apenas y comprendía lo que significaba el

suicidio. Estuve a punto de cancelar todo. Pensé en muchas

cosas, incluso en huir. Hasta ese día tenía la esperanza de

volver a ver a mi madre de nuevo. -Hizo una pausa y tomó

aire. Diana se inclinó y abrazó su rodilla tratando de

secarse las lágrimas con las manos.

-Aún no sé cómo pero sí fui a tocar. Mi papá estaba de

viaje y mi tía trabajaba, así que solo fue a dejarme y

prometió recogerme cuando el concierto hubiera terminado. Y

cuando salí con la orquesta a tocar me sentía la persona

más sola del planeta. Pero de repente vi a mi padre ahí.

Sentado en primera fila. -Lo miré a los ojos. Una sonrisa

atrapada en aquel recuerdo se le asomó de repente bajo una

mirada vidriosa la cual estaba a punto de dejar salir un

líquido salado de memorias -. Te cuento esto porque ese día

comprendí que pese a todo no estaba sólo. Tenía a mi padre,

y de alguna manera que no puedo explicar también a mi

madre. Todos estaban ahí, conmigo. Amigo, nosotros estamos

aquí contigo. Y si hay algo de lo que me siento afortunado

224
es de saber que ahora tú y Diana también están conmigo.

Somos familia -concluyó finalmente con la voz quebrada.

No pude más. Lloré. Édgar me abrazó y Diana se paró y

también nos abrazó a los dos.

-Suéltalo todo -me decía dándome pequeñas palmadas en la

espalda.

Jamás me sentí tan agradecido de tenerlos en mi vida. En

aquella tormenta donde me sentía atrapado en medio del mar

y a punto de ahogarme, ellos fueron mi salvavidas.

Después de la presentación de aquella noche, en donde todo

salió muy bien y recibimos elogios y aplausos como de

costumbre; ellos se fueron a la villa a dormir. Pero yo les

dije que quería dar un pequeño paseo nocturno.

Me encontré de repente escuchando el vaivén de las olas,

caminando sin rumbo por donde tan solo unas horas antes

Leticia y yo habíamos nadado desnudos fingiendo ser unos

extraños teniendo una aventura.

Me senté en uno de los camastros y traté de que mis ojos

miopes vieran algo en aquella oscuridad penetrante que nos

regalaba la noche sin luz de luna.

Entonces, caminando por donde mis pasos ya habían pisado vi

venir a alguien. Como si fuese una alucinación del desierto

pensé que quien se acercaba a mí con lentitud era Leticia.

Entonces me paré de un salto y me quedé ahí esperándola.

225
- ¿Eres tú? -me preguntó la voz de Diana.

- ¿Diana? -al verla más de cerca la reconocí -. ¿Qué haces

aquí?

-No podía dormir y decidí venir a buscarte -. Me dijo ya

junto a mí. Yo me volví a sentar en el camastro y Diana me

imitó -. ¿Qué hacías?

-Contemplar el abismo.

- ¿Cómo te sientes? ¿Crees que en algún momento podrás

dejar de comportarte como si fueras Édgar Allan Poe? O

¿Prefieres que vaya a buscarte una botella de ron para que

te adentres mejor en el personaje?

- ¡Eres increíble! -le dije entre risas.

-Bueno, eso es noticia vieja -dijo sin modestia alguna mi

locuaz amiga -. ¡Ya en serio! -lanzó un suspiro y me volteó

a ver -. Hoy fue un día raro, ¿No crees?

Asentí.

-Jamás te había visto llorar, ni a Édgar. Fue toda una

experiencia. En fin. Solo quería decirte que estoy feliz de

que seas mi amigo. -Me abrazó y me dio un tierno beso en

los labios. Luego se levantó y se estiró dando un fuerte

bostezo -, me voy a dormir. No te quedes aquí toda la

noche. Te puedes resfriar.

226
Y se fue siguiendo los pasos en la arena que había dejado

al llegar ahí. Como si fuera un fantasma de medianoche.

Sentado ahí dejé pasar las horas hasta que de repente un

rayo de sol atravesó como saeta el firmamento. Entonces me

di por vencido. Me recosté en el camastro y cerré los ojos

quedándome profundamente dormido.

***

227
Una vez estando dentro del departamento soltó un aullido de

sorpresa que me erizó los vellos de la nuca.

- ¡Qué son todas estas cosas! -gritó Diana entre

sorprendida y emocionada. Se refería obviamente a todos los

aditamentos que obsesivamente había adquirido para

Mandarina.

-Pues las cosas de Mandarina...

- ¡¿Tienes un gato?!

-Es hembra...

- ¡Quiero verla!

Busqué a Mandarina que se encontraba dormitando en uno de

los hábitats para gato que le había comprado en el piso de

arriba y se la presenté a Diana.

La chica estaba fascinada, Mandarina no tanto. Cuando la

gata logró librarse de aquellos mimos, Diana volteó a

verme. No me había dado cuenta de que la veía con una

sonrisa boba hasta que ella me devolvió la mirada.

-He traído para preparar sopa de tortillas, tu favorita, y

enchiladas de serrano con pollo. ¿Te gustaría?

¿Cómo era posible que no me percatara de lo mucho que había

extrañado la presencia de Diana? Solo hasta que estuvo

conmigo en la misma habitación y comenzó a hablarme me di

cuenta de lo mucho que verdaderamente la extrañaba.

228
Pero la voz de Édgar regresó para hacerme un favor y

sacarme de mis divagaciones:

-Le gustas… -me seguía repitiendo una y otra vez.

-Sí me gustas… quiero decir, sí me gustaría. -Mi yo

interior se quedó mirándome con aquella jeta que le pongo a

las personas cuando no puedo creer su grado de idiotez.

Ella solo soltó una risita y se dirigió a la cocina. Yo

caminé detrás aun dándome golpes mentales en la cabeza.

-Lo que pasa es… -comencé a decir, pero no supe realmente

cómo organizar mis ideas. Estaba medio perdido, muy

abrumado y cohibido.

- ¿Qué pasa?

-Me agarraste un poco en un mal momento.

- ¿Por qué?

-Estaba trabajando y…

-No te apures -me interrumpió -, sigue en lo que estabas y

cuando termine de cocinar te llamo ¿Te parece? -me dedicó

una sonrisa pícara y no me dio tiempo de contestarle nada

pues ella ya estaba manos a la obra -. No tienes que

preocuparte por nada, conozco bien esta cocina, anda, yo te

llamo.

¿Pues qué le podía decir?

229
La dejé en la cocina y yo mientras me dirigí a mi despacho.

Un pequeño cuarto en ese mismo piso. Una habitación

bastante espaciosa donde estaban todos los libreros y una

pequeña televisión SONY que ya se podía considerar una

reliquia. Ahí había un gran escritorio de metal con varios

cajones que yo había escombrado y adaptado a mis

necesidades.

Mi celular y la computadora me esperaban aún en pausa. Me

senté en una bonita silla de cuero para escritorios y mi

menté no pudo evitar divagar.

¿Y sí Édgar no estaba de paranoico y me había soltado la

verdad la otra noche?

¡Simplemente no puede ser cierto!

Pero para ser justos, lo que sí era cierto era que desde

siempre había mantenido un sentimiento oculto en lo más

profundo de mis entrañas, algo completamente privado que

ocultaba incluso de mí mismo. Era que sí sentía cierta

atracción por Diana. Pero era una atracción completamente

“sana”, casual y superficial. Absolutamente no visceral, y

para nada carnal.

Eso era lo que me decía a mí mismo siempre que la vocecita

de Édgar aparecía para acosar a mis pensamientos.

- ¡Ponte a trabajar! -me regañé.

230
Me molestaba conmigo mismo cuando me encontraba pensando en

ese tipo de pendejadas.

Eran el tipo de pendejadas que me habían hecho torturarme

cuando la relación con Leticia, la novia que había tenido

durante tanto tiempo, terminó. Sin embargo, alguien siempre

estuvo ahí para no dejarme caer en mis propios pozos de

perversa locura y depresión: Édgar, Diana, toda la leña que

le poníamos a ese fuego y por supuesto la señorita Música.

Suena a tontería, pero la señorita Música era nuestra

amiga. La contábamos como un individuo más de nuestro grupo

y siempre aparecía inesperadamente. En los momentos en los

que estábamos más “enfocados” con nuestro arte.

Siempre que pensaba en aquella tarde de primavera tirados

en mí departamento se me escapaba una sonrisa.

***

231
Diana siempre había sido el tipo de chica que se deja

llevar por la corriente.

No es que no tuviera planes propios o que no pudiera

visualizar su futuro. Tampoco es que no tuviera criterio o

que siempre tomara “malas decisiones”. Ella simplemente

vivía tratando de no dejar pasar nada que le pudiera

enseñar algo, o que le pudiera brindar algún tipo de

experiencia.

Estaba segura de que el camino que debía seguir su vida se

le presentaría sin necesidad de andarlo buscando. Seguía a

sus instintos y a su corazón.

Aquella tarde me encontraba leyendo. Repasaba para un

examen que tenía que presentar aquella misma noche en la

clase de las seis.

Édgar estudiaba sus escalas como siempre lo hacía sentado

con la ventana abierta y mirando a los edificios de la

unidad.

Por aquél entonces aún vivía en el pequeño departamento del

edificio México de l a Unidad Latinoamericana con el

chancludo de mi mejor amigo.

Diana tocó el timbré.

Fui yo quién bajó a abrir porque siempre que Édgar

estudiaba se concentraba tanto que ignoraba cualquier otro

sonido que no fuera el que salía de su guitarra. Aunque yo

232
siempre pensé que se hacía el tonto para no tener que dejar

de estudiar.

Diana entró al departamento y se sentó en el sillón

individual con las piernas tocando su barbilla. Su posición

habitual.

Ella y yo hablamos un poco sobre el examen que se nos

avecinaba y cuando por fin Édgar nos hizo caso Diana reveló

el secreto que traía.

-Me la vendió Tlaca.

- ¿El que siempre trae cara de perdido?

-Ajá. Platicando el otro día con él salió el tema y me ha

traído una degustación -nos contó con una sonrisa pícara.

No dijimos que no. Jamás lo hacíamos.

-Ni modo -me dije -ya no llegamos al examen.

Ella preparó todo mientras yo hacía unos sándwiches para no

recibir el golpe con el estómago vacío. Los comimos

escuchando a The modern jazz quartet y platicando sobe

nuestra próxima presentación.

Cuando terminamos de comer, decidimos que era hora.

No era para nada la primera vez que probábamos algo juntos.

Pero definitivamente fue la más divertida.

Lo que buscábamos en sí era aprovechar “el viaje”.

233
Tratábamos de experimentar lo más que se pudiera con las

cosas que queríamos hacer en nuestras canciones. Y siempre

dejábamos una pequeña grabadora en un lugar seguro de la

habitación para escucharnos bajo el cobijo de la sobriedad.

No siempre conseguíamos cosas buenas. La mayoría eran

bastante raras, pero siempre interesantes. Sin embargo, si

llegamos a rescatar unas que otras cosas que resultaron

bastante impresionantes al pulirlas.

Una vez que quedamos satisfechos, comenzamos a ensayar

directamente.

Nuestras sesiones eran siempre bastante aleatorias, podían

ser en cualquier momento a cualquier hora. En esa ocasión

decidimos hacerlo así. De manera que Édgar comenzó a tocar,

nos dio pautas de cómo se imaginaba la canción y lo que le

gustaría que hiciéramos nosotros con la voz.

Usualmente lo que hacíamos era que cantábamos, grabábamos,

escuchábamos y repetíamos hasta que nos gustara lo que

escuchábamos. Entonces lo hacíamos de esa manera tres veces

seguidas para que nuestros músculos, tanto los dedos de

Édgar como las cuerdas vocales de Diana y mías se

acostumbrasen y lo pudiéramos recordar con facilidad.

Pero esa vez no nos importó escuchar inmediatamente lo que

hacíamos. Tratamos de que el ensayo siguiera y siguiera

hasta donde se pudiera.

234
Llegó el momento en que la música comenzó a fluir por ella

misma.

Fue algo social, algo que nos pasó a todos en aquella sala

del sexto piso del edificio México.

Édgar continuó tocando y Diana comenzó a cantar. De alguna

manera extraña y misteriosa todo aquello cobró sentido. Vi

los hilos musicales salir del instrumento de mi amigo y

entrelazarse con los que salían de la boca de Diana. Yo no

quise quedarme atrás y también comencé a cantar. Quise ser

aquel color detonante que en complemento resaltaría la

magnificencia de todo el tejido que se estaba creando.

Traté de encontrar mi propio hilo melódico y puse mi mano

sobre mi pecho. Sentí unas palpitaciones agitadas,

siguiendo mi instinto moví mi mano hacia la garganta y la

encontré al tomar aliento, un remolino de luz se formó en

mi boca y cuando lo dejé escapar se entretejió con los

demás. Todos comenzaron a juntarse y a envolverse. Se

formaba un capullo grande y hermoso hecho de hilos de

colores que resplandecían y más fuerte y rápido sacábamos

los hilos que entre ellos se atraían y mezclaban. Entonces

se paró. El último hilo aún pendía de la guitarra de Édgar.

Él siguió tocando, pero sus últimos acordes fueron suaves y

tenues, con la delicadeza con la que miras a alguien

dormir, sigiloso y cauteloso para que nadie se despierte y

la magia continúe. Entonces se abrió el capullo y una

235
sombra salió de este. Lentamente se levantó y un pequeño

sonido salió de ella. Era una nueva melodía, juguetona y

graciosa, el sonido era como el viento tocando todas las

flautas del mundo...

Todos los vientos del viento….

La quinta esencia de las armonías dentro de todas ellas.

Era la música misma que nos visitaba. La habíamos convocado

hasta nosotros y había respondido a nuestro llamado. Venía

a jugar con nosotros y a partir de entonces se volvió

nuestra amiga.

Y seguimos cantando.

Jugamos y bailamos con ella y en cada una de sus palabras y

sonrisas soltaba una nueva melodía que complementaba a la

anterior hasta que cansados y desnudos nos tendidos en el

suelo y muertos de risa nos quedamos dormidos.

***

236
- ¿Qué le pareció?

-Sin palabras -susurró el señor Mora–. Verdaderamente los

voy a extrañar.

- Ni que lo diga. Yo creo que esta pieza es sin duda mi

favorita. Tristemente feliz. ¡¿No creen?! –Preguntó Johnny

a su público -. ¡¿Acaso no les nace esa sensación de subir

la montaña más alta?! ¡¿De ir con aquella persona y

declarar su amor?! ¡¿Verdad que sí?! -Aplausos -.

Lamentablemente señor Mora, es un mito eso que dicen que

este programa no tiene un límite de tiempo. Y aunque

quisiera que así fuera. La verdad es que si lo tiene. Y

estamos ya en la recta final. Pero no se preocupen, creo

que aún tenemos tiempo para un par de preguntas más y

también un par de canciones. ¡¿Qué les parece?! -más

aplausos y chiflidos -. Señor Mora, último concierto en la

ciudad de Nueva York. ¿Usted ya sabía que aquél sería la

última vez que estos chicos cantarían juntos?

-Mira Johnny, hay dos errores en esto que dices. En

realidad, fue y no fue su último concierto.

- ¿Cómo? ¿Cuál fue entonces? ¡Cuente, cuente!

-Bueno, -el señor Mora se rasca la barbilla meditabundo y

luego de un suspiro dice: -la última vez que yo los vi

juntos también tocaron. Sin embargo, no fue un momento

237
lindo para nadie. Y solo tocaron por un espacio de treinta

o cuarenta minutos. Nadie toma el tiempo en esos casos.

-Oh ya veo. -Johnny vuelve a pasarse las manos por su

cabello –. Esta usted hablando del lamentable fallecimiento

de su amigo y colega. El padre de Édgar.

-Así es. Aquel día los tres estaban muy tristes. Tanto que

las últimas canciones las cantaron con lágrimas en los

ojos. Fue algo muy bello y triste al mismo tiempo. A mi

amigo le hubiera gustado verlo. –El señor mora saca un

pañuelo del bolsillo superior de su americana y se seca los

ojos.

-Es muy duro perder a un amigo. Pero díganos; ¿Cuál es el

otro error?

-Pues, yo no sabía que aquella vez de Nueva York sería

nuestra “última presentación” en público. Para serle

sincero yo sentía que todo iba a pedir de boca con la

agrupación. Tanto así que tenía ya invitaciones para

eventos en España, Francia y Brasil. Pero a los chicos ya

los notaba distintos. No sé cómo describirlo. Una especie

de niebla gris los invadió en algún momento sin que yo me

diera cuenta hasta que fue demasiado tarde. Y creo que todo

comenzó cuando el chico y su novia terminaron. Yo lo quise

animar incitándolo a que saliera, que conociera gente y que

se dejara llevar por el ambiente que ellos mismos

transmitían en sus presentaciones. La verdad es que él me

238
ignoró por completo y creo que poco a poco comenzó a

arrastrar a los demás. Con esto no quiero decir que fuera

su culpa… estas cosas nunca son culpa de nadie. Por otra

parte, Diana y Édgar que habían sido novios desde la

preparatoria también empezaron a tener problemas, pero no

soy quién para dar detalles al respecto. Como te comentaba,

Édgar es un muchacho prodigio y ciertas puertas comenzaron

a abrirse en un “mundo” al cuál sus amigos no podían

acceder.

-Se refiere a la música académica. ¿Verdad?

-Si. El vino a mí mucho antes de ir a Nueva York a

preguntarme si estaría mal que se presentara como solista

para tocar en conciertos sinfónicos. Le dije que no. Pero

que tratara de no descuidar demasiado a Leña al Fuego por

todos los proyectos que tenía en mente y los que ya

teníamos agendados. Pero al parecer aquello se le salió de

las manos. Les dije entonces que se tomaran un descanso de

un par de meses. Pero pasados esos meses me llamaron para

decirme que habían decidió separarse. Y eso fue todo. Unos

cuantos meses después el papá de Édgar falleció, y como

dicen: el resto es historia.

- ¡Lo bueno nunca dura! ¿No es así? –dijo Johnny irónico -.

¿Con qué se queda usted de esta experiencia?

-Creo que jamás podré agradecerles lo suficiente a estos

chicos. Ya sea que me estén viendo o no, les quiero dar las

239
gracias por la confianza que me dieron. Por dejarme entrar

en esta aventura, acompañarlos, aconsejarlos lo mejor que

pude. –Una pequeña lagrima se asoma y el señor Mora saca de

nuevo su pañuelo para tratar de detener a las que le

seguían -. Yo jamás tuve hijos. Pero quiero suponer que

esto que siento debe ser lo más parecido al orgullo que un

padre puede llegar a sentir por sus muchachos.

El público emocionado suelta aplausos y ovaciones.

-Estoy seguro de que ellos también están agradecidos y

orgullosos de todo lo que usted hizo por Leña al Fuego.

Estuvo en todos sus conciertos y grabaciones. Quisiera

saber, para usted ¿cuál fue el mejor de los conciertos?

- Creo que sin dudas elegiría el que dieron para terminar

la gira que les organice en Cancún.

- ¿Dónde fue?

-En el teatro de la ciudad de México Esperanza Iris.

- ¿Hay alguna historia especial detrás?

-Si. Por supuesto. Cuando comencé a platicar con ellos

sobre giras y conciertos, Diana me dijo que algo que ella

siempre había querido era presentarse en aquel teatro.

Durante aquellos tres meses interminables dando un

concierto tras otro en todos los hoteles de Cancún que te

pudieras imaginar, yo me puse a trabajar moviendo cielo y

tierra para conseguirles aquel espacio. Y unas semanas

240
antes de que la gira terminara les di la noticia: Chicos,

prepárense porque en una semana vamos a cerrar con broche

de oro esta gira; les dije. ¿No podríamos descansar por

algunas semanas? me reclamaban. Sólo que no quieran

presentarse en el teatro Principal de la ciudad de México,

les respondí. -El señor Mora ríe nostálgico -. ¡No se lo

podían creer! Y yo menos. Pero habíamos hecho tan buen

trabajo con las redes sociales que las entradas de aquella

única fecha se terminaron en cuestión de días. No cabía un

alfiler más en todo el teatro. ¡Fue toda una locura! Y

ellos estaban muy entusiasmados. ¡Me encantó!

-Suena a que fue un concierto excelente.

- ¡El mejor de todos! Y no me crea a mí. Los amigos del

teatro Esperanza Iris me hicieron el favor de grabar todo

el concierto y muy pronto saldrá el que será el último

disco de Leña al Fuego y que se titulará justamente así:

“Esperanza Iris”

- ¡No podemos esperar para adquirirlo! –dice Johnny

verdaderamente emocionado -. Señor Mora, ya estamos a pocos

minutos de terminar con este que ha sido de los programas

más memorables que hemos tenido jamás. ¡Créame! Con todo y

que tuvimos a Lisette justo aquí moviendo sus caderas,

-risas -. Pero antes de decir adiós: ¿qué le parece una

última canción?

***

241
242
Diana tocó en la puerta del despacho y se asomó.

-Ya está listo todo.

-Voy.

Me levanté del escritorio y fui a encontrarme con Diana en

el marco de la puerta.

-Gracias por las molestias, no tenías porqué.

Diana sonrió y me abrazó. Era una chica pequeña, pese a que

yo tampoco tenía gran estatura. Cuando me abrazaba su

cabeza reposaba perfectamente en mi pecho.

-Te extrañaba -soltó una risita.

-Y yo.

Caminamos por el pasillo hacia las escaleras y atravesando

la sala hacia la cocina escuchamos a lo lejos un sonido que

comenzó a envolver a toda la ciudad, rápidamente se hacía

más fuerte y un hombre gritaba algo repetidamente. Fue

entonces que nos dimos cuenta de que el suelo bajo nuestros

pies se movía oscilatoriamente.

Eran las 13:14 de la tarde.

***

243
- ¿Estas bien? -le pregunté a Diana.

-Si. -Estaba pálida. Ambos nos sujetábamos de los brazos

parados debajo del marco de la puerta de la cocina.

-Creo que ya terminó todo.

-Salgamos. -Me pidió Diana temblando. Asentí y tomados de

las manos bajamos las escaleras que yo sentía que aún se

movían como mantequilla.

Al querer abrir la puerta para salir del departamento no

pude. Trate de empujarla aventándole mi peso y nada. La

patee con todas mis fuerzas y nada.

-Creo que estamos atascados aquí.

La única reacción de Diana fue soltar una sonrisa nerviosa.

***

244
Luego de una hora de intentar abrir la puerta y no poder

hacer nada para conseguirlo y después de llamar a nuestros

respectivos familiares y checar que todos estuvieran bien,

pase media hora más tratando de contactar a algún vecino

que nos pudiera ayudar. Pero nada.

Diana mientras tanto revisaba sus redes sociales

continuamente. Me enseñaba los videos de los edificios

derrumbándose, y me leía constantemente los reportes de las

redes sociales sobre el siniestro, algunos de los edificios

que sucumbieron se encontraban bastante cerca del

departamento y eso hacía que nos pusiéramos más nerviosos,

el miedo se respiraba en todo el departamento.

La comida se nos había olvidado por completo. Diana estaba

bastante asustada y el saber que la puerta nos impedía

salir le hacía caer en reflexiones infructuosas.

- ¿Y sí el edificio se nos viene encima? -Me preguntaba a

cada rato.

Yo trataba de calmarla argumentando todo lo que se me

asomaba a la cabeza.

-No va a pasar nada. Mira, las paredes no están cuarteadas.

- ¡Pero la puerta se atascó! ¡Quizá el edificio se inclinó!

-Lo dudo. Si así fuera las demás puertas del edificio se

hubieran atascado y los gritos de nuestra vecina del tres

se escucharían más fuerte que la alarma sísmica.

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Le pude sacar a Diana una sonrisa y me sentí un poco

orgulloso de mí mismo.

- ¿Entonces?

-Pues yo creo que simplemente está muy atorada. El pórtico

es de madera y la puerta de metal, seguramente se incrustó.

Si tuviéramos un gato a lo mejor podríamos desatorarla

nosotros mismos.

-Pues por ahí ha de andar Mandarina -mencionó la chica

sarcásticamente, estaba empezando a relajarse y pensé que

lo mejor era que nos mantuviéramos así. Reí con ella y en

ese momento comenzó a sonar mi celular.

El número que aparecía en la pantalla no lo conocía. Casi

nunca contestaba a celulares que no identificaba, pero

estando en la situación en la que nos encontrábamos no

rechacé la llamada y contesté.

- ¿Diga?

- ¡¿Estas bien?! -Identifiqué la voz inmediatamente. Se

trataba de Jocelyn, mi supervisora de Accoda llamadas de

emergencia.

- ¡Qué tal Jocelyn! Sí estoy bien, algo asustado nada más.

¿Tú cómo estás? ¿En dónde te agarró?

-Estaba conduciendo por insurgentes. ¡Fue terrible! Se

cayeron barios postes del alumbrado público enfrente de mí.

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-Por lo menos no fue encima de ti.

-Eso sí. ¡Aunque justo ahora ando atrapada en un tráfico

del infierno! -Dio un fuerte suspiro -, pero me salve por

un pelito. Oye, me alegra mucho que estés bien. Hablaba

para mantenerte al tanto, en forma se supone que por

cualquier desastre podemos retirarnos de la actividad

laboral sin que perjudiques tus números, sólo por el

periodo de tiempo que indique la empresa, claro. Sin

embargo, te hago una atenta invitación a que te quedes

conectado por lo que resta de la tarde de hoy; los que se

queden estarán enlazados directamente a los números de

emergencia de la ciudad. La empresa estará apoyando de esta

manera a la contingencia.

-Me parece bien. Oye, pero necesito pedirte un favor.

- ¿Qué pasa?

- ¿Crees que puedas enviar a alguien a mi casa? La puerta

de la entrada se atoró y nos quedamos atrapados.

- ¿Nos? Pensé que vivías solo.

-Coincidió que alguien me vino a visitar.

-Bien. Veré que puedo hacer, te llamo cuando sepa algo.

Mientras tanto mantente tomando llamadas ¿sale?

-Lo haré... pero debo advertirte que no tardará mucho para

que la batería se termine, y en este momento la

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electricidad anda fluctuando. No es bueno mantener los

aparatos conectados ahora, podrían recibir una sobrecarga.

-Si, lo entiendo. ¿Para cuánto tiempo crees que te quede?

-Yo digo que un par de horas más. Máximo tres.

-Haz lo que puedas. Yo trataré de mandarte a alguien te

abra la puerta.

-No sé si será fácil. Un cerrajero no creo que pueda hacer

nada. Si tuviera un gato hidráulico aquí en casa quizá

hasta yo podría desatascarla.

-Ya veo. Bueno no te apures, yo veo que hago. Mientras

tanto mantente conectado tanto como puedas.

-Muy bien jefa.

Jocelyn colgó.

Diana permanecía sentada en el sillón de la sala,

enfrascada furiosa y frustradamente en el transito

alborotado y caótico de las redes sociales. Me senté junto

a ella y hasta ese momento dejó el celular un rato y me

miró, se arropó en mí apoyando su cabeza en mi regazo y

sujetando fuertemente mis caderas.

-Tengo miedo -dijo con voz queda.

Hacía ya largo rato que se escuchaban ambulancias pasar una

tras otra de un lado para otro. Era muy entendible dado que

estábamos muy cerca de una de las calles principales de

248
toda la ciudad, pero el escándalo que estas producían

hacían que nuestros nervios se crisparan.

-Todo estará bien -le dije tratando de calmarla. No se me

ocurrió algo más sensato que decirle. De alguna manera

sabía que el edificio estaba bien y que nada nos pasaría,

pero decirle algo más me pareció irrelevante a pesar de mis

palabras insulsas.

-Me siento impotente -se volvió a sentar derecha y me miró

a la cara -. Deberíamos estar afuera ¡Ayudando!

-Podemos ayudar desde aquí -le dije.

- ¿Cómo?

Le expliqué que quién me había marcado era mi jefa y que me

había pedido que me mantuviese conectado para poder asistir

y orientar bajo los protocolos de las llamadas de

emergencia a las personas que así lo necesitaran.

-Creo que es lo más que podemos hacer dada la situación.

Puedes ayudarme hasta que la batería del celular se

termine. Que será como en tres horas aproximadamente.

-Pero ¡¿Qué puedo hacer yo?!

-Puedes apoyarme buscando información y manteniéndote

conectada a internet con tu celular. Mira, como la

electricidad viene y va mi internet no va a serme útil

ahora. Necesito que me apoyes con eso. Es importante.

249
Diana aceptó notablemente emocionada. Y durante tres horas

los dos estuvimos enfrascados tomando llamadas y buscando

información en internet para poder mantener a la gente

conectada y poder atenderla lo mejor que pudiéramos.

Muchas personas llamaron solicitando ambulancias, apoyo

para levantar escombros, bomberos, comida, refugio...

nosotros hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance y

pasadas aproximadamente tres horas y media mi celular, con

el cuál estábamos tomando las llamadas se apagó y nos

detuvimos.

Cuando colgué la última llamada y mi celular ya no pudo más

nos dimos cuenta de lo cansados y hambrientos que

estábamos, pero pese a eso, no nos sentíamos satisfechos.

Aún había pesadumbre e impotencia dentro de nuestros

corazones. El ruido alarmante de la ciudad en caos seguía

siendo el mismo y nuestros nervios aún estaban prensados de

unas pinzas diminutas.

-No nos queda nada más que hacer -le solté a Diana.

Ella asintió.

Salimos del despacho improvisado y nos dirigimos a la

cocina. Sin decir nada, Diana y yo preparamos todo. El sol

estaba comenzando a ocultarse y antes de que nos quedáramos

completamente a oscuras saqué unas cuantas velas y las

encendí para que nos alumbraran lo poco que fuera.

250
En silencio comimos lo que Diana había preparado desde

hacía horas. Cuando terminamos levanté todo y lo deposité

en el fregadero, la cocina ya estaba completamente en

tinieblas así que no me moleste en hacer malabares para

fregar los platos en ese momento. Ya lo haría al día

siguiente.

- ¡Qué rápido se oscureció! -dije cuando salí de la cocina.

-Fue un día de locos. -Diana miraba a la nada sentada

frente a las velas encendidas en la mesa del comedor. Fui a

sentarme junto a ella, saqué de la chaqueta que traía mi

cigarrera, tomé uno y le ofrecí otro. Me lo aceptó y puse

el cenicero entre los dos, ella lo tenía colocado entre sus

labios y con mi encendedor de plástico en turno se lo

prendí.

Sin decir nada ambos veíamos las figuras que el humo hacía

cuando lo soltábamos lentamente de nuestras bocas.

-Hace mucho que tenía ganas de visitarte. -Quizá fuera la

nicotina, pero su voz se escuchaba un tanto más serena. Me

atreví entonces a soltar una broma.

-Y tenías que elegir justo hoy… -Diana se volteó a verme

con cara de indignación, pero luego de un rato no pudo

aguantar más la risa y ambos carcajeamos.

Era como si nuestra realidad hubiera estado hecha de un

cristal duro y oprimente que comenzó a deshacerse en

251
cientos de pedazos que caían liberando todo el estrés al

ritmo de nuestra risa.

-Evidentemente es una señal -dijo ella aun riendo.

- ¿Por qué una señal? ¿Quién señala qué cosa?

-No importa realmente quién. Lo que importa es el mensaje.

Quizá ahora no lo podamos entender, quizá debamos esperar

un poco para alejarnos y poder ver la imagen completa, como

en los cuadros de Van Gogh.

Asentí sacando despacio el humo.

- ¿Recuerdas aquella moda de hace algunos años con los

libros libres?

- ¿Cuál moda?

- ¿No recuerdas? Comprabas un libro que te gustara y le

escribías algo en las hojas de respeto y lo liberabas para

que alguien más lo leyera y anduviera de aquí para allá.

¡Imagínate! a mí me ocurrió que pasaba caminando hacia la

escuela todos los días frente a una cafetería que me

llamaba mucho la atención. Ni siquiera recuerdo el nombre,

pero siempre que pasaba por ahí volteaba a ver la vitrina

donde exhibían unos postres que se me antojaban mucho. Y un

día me decidí entrar. Me senté en una de las mesitas para

pedir un postre y ahí me estaba esperando.

- ¿Un libro?

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- ¡El libro! No importó quien realmente fue, pero el libro

estaba ahí para mi. Estoy segura de que me esperaba a mí.

Aún recuerdo las letras escritas a mano de la primera

página, era como si me hubieran escrito una carta y el

mensaje se hubiera detenido en el tiempo hasta que yo

llegara para leerlo -me reí, pero no de ella, no.

Escucharla tan apasionada y resuelta me hacía recordar

nuestros días en la universidad -. ¿De qué te ríes?

¡Grosero! -me soltó un manotazo en el hombro.

- ¡Pero si no me río de ti! Me hace feliz escucharte.

La mirada que me dedicó fue de credulidad y desconfianza al

mismo tiempo.

Estuvimos platicando largo y tendido durante horas.

Nos olvidamos del tiempo, de las ambulancias, de los

bomberos, de las llamadas y de los temblores. Nos olvidamos

incluso de que vivíamos en ese país y regresamos a ser lo

que antes éramos. Antes de la muerte y de los miedos, antes

de la música y del canto. Volvimos a la amistad pura, a las

risas y las tonterías. Éramos otra vez dos monos encantados

de vivir. Regresamos a tiempos más pacíficos, era

inevitable no mencionar a Édgar, al dueño de ese

departamento. Estaba ahí presente. Lo notábamos; lo

sentíamos entre nosotros y estaba bien. Compartíamos la

ceniza de la leña que alguna vez ardió con intensidad.

253
Todos los elementos estaban ahí de alguna manera, cambiados

y dispersos, diferentes; pero finalmente juntos.

Las velas que en el centro de la mesa nos alumbraban

estaban por terminarse y la electricidad no parecía que

fuera a estabilizarse en el futuro cercano.

- ¿Tienes más velas? -preguntó Diana.

-Solo me queda una, y un par de linternas en una mochila de

emergencia.

- ¡Siempre eres tan ñoño! -se rio y se terminó el vaso de

jugo de piña que tomábamos.

- ¡No está mal tener un plan! -protesté. Le serví más jugo

y vacié lo que quedaba en mi vaso -. ¡Gracias a Dios que te

quedaste atascada conmigo!

- ¿De qué hablas?

-De que estoy preparado, tengo comida y despensa como para

vivir sin problemas por meses.

- ¿Por qué?

Como respuesta sólo encogí los hombros.

Me levanté de la silla y fui a tirar al basurero de la

cocina el Tetra Pak del jugo y por la última vela.

Ya en ocasiones le había mencionado algo durante nuestras

eternas pláticas por teléfono sobre mis intenciones de

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recluirme y exiliarme del mundo por tiempo indefinido, sin

embargo, ella siempre se tomaba mis palabras a broma.

- ¡Alguien no puede simplemente recluirse sin más! -Me

repetía con aquel sonsonete molesto que hacía cuando tenía

que corregir a alguien por idiota. En algunos aspectos era

igual de desesperada que su antiguo novio.

- ¿Será buen momento para soltarle mi deseo por ser un

hikikomori? -pensé -, ¿me pedirá que no lo haga?, ¿tratará

de detenerme, de persuadirme?, ¿en verdad le gusto?

¡Cállate, Édgar! ¡Maldita sea!

Al regresar para sentarme Diana ya no estaba ahí, se había

mudado a la pequeña sala en donde meses antes con las

ventanas abiertas Édgar y yo nos habíamos emborrachado.

Lo que quedaba de las velas ahora iluminaban desde el

centro de mesa parte de aquella estancia y las cortinas

estaban descorridas dejando ver por los ventanales una

vista limitada de la colonia del Valle, todo estaba a

oscuras, pero el ajetreo de la ciudad no decrecía.

Diana que estaba sentada sosteniendo sus rodillas entre sus

brazos volvía a tener la misma mirada perdida entre los

edificios llenos de almas anónimas. Me senté a su lado y

susurré una canción en su oído:

-Y cuando duermo boca abajo sueño…

Ella volteo a verme y nuevamente sonrió complaciente.

255
Aquella noche sus labios delgados y finos temblaban ante la

angustia y el desconcierto. Yo entendía perfectamente que

le mortificaba el hecho de que había personas en ese

momento, quizá al otro lado de la calle que necesitaban

ayuda. Pero por más que lo quisiéramos lamentablemente

nosotros no podíamos hacer ya nada. ¿Era sano entonces

aferrar nuestros corazones a la preocupación y el

desasosiego? Yo opinaba que no. Por eso mismo trataba de

sacar a Diana de aquella ansiedad por no poder hacer nada.

Cuando comencé a cantarle al oído sus labios pararon de

temblar y la hermosa sonrisa que le conocía se asomó por un

momento, el hoyuelo que se le formaba al sonreír me

hipnotizó. Sus ojos como el agua iluminada por la luna

resplandecieron y me dio confianza de seguir cantando con

la esperanza de que ella en algún momento me acompañara.

-Y la mente se va, a jugar por allá… -seguí.

-Dejando el cuerpo acá, no lo puedo alcanzar… -cantó

finalmente ella.

-Cuando me acuesto miro al techo y pienso… - cantamos

juntos.

Nuestras voces se encontraron por primera vez en tanto

tiempo.

Ella acerco su cuerpo al mío y accidentalmente nuestras

manos se rozaron por un momento. Rápidamente alejé la mía,

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pero ella con agilidad gatuna la sujetó. Miré las manos que

se volvieron a soltar por un pequeño momento y como si

fueran imanes se atrajeron y se unieron entrelazando los

dedos suavemente.

Ambos con la mirada fija en ese ritual, sin querer volvimos

a mirarnos y sonreímos quebrando aquel silencio.

-Increíble que aún te acuerdes -dijo riendo sin soltarme la

mano.

-Sólo me acuerdo cuando cantamos juntos. -Ella volvió a

reír apenada, yo entonces puse mi otra mano sobre la que ya

mantenía sujetada como para equilibrar mi confianza -, me

dirás que tú ya no te acuerdas…

-Y empezar a dar amor de nuevo… -continuó cantando,

cambiando el ritmo, acompasando las palabras al ritmo de

sus palpitaciones que se sincronizaban con las mías.

Y así, tomados de las manos nos levantamos y seguimos

cantando sin quitarnos la vista de encima.

Quedo y despacio nuestras voces se juntaban trémulas.

De repente su boca entreabierta paró y ya no tuvo que decir

nada, la melodía siguió en el eco de la eternidad

envolviéndonos en un halo cálido, nuestros latidos se

unieron en uno solo y la besé. Ella me aceptó con toda

naturalidad. Me esperaba. Se aferró de mí como un koala de

su árbol y a la luz de las velas casi extintas, y entre

257
tanta incertidumbre hicimos el amor mientras se escuchaba a

lo lejos una y otra vez la sinfonía de nuestros corazones

palpitantes.

Sin dejar de mirarme, sus manos rozaban mis pectorales y me

recorrieron hasta llegar a mi bajo vientre. Sujetó con

suavidad mi pene erecto y yo como un crio indefenso repasé

mis manos por su espalda hasta llegar a sus nalgas y ahí se

quedaron como si de atracción magnética se tratara. Esto

aparentemente le causó gracia porque soltó un bufido y me

volvió a besar, esta vez muy tiernamente y despacio.

Mi corazón ahora le pertenecía, a sabiendas de que aquel

momento era nuestro y no había forma de desperdiciarlo. Me

besaba de poquito en poquito como si hubiera ahí un miedo

de que la brusquedad rompiera algún encantamiento del que

nosotros no estuviéramos enterados.

- ¿Recuerdas nuestra primera presentación afuera del metro

Hidalgo? -Su pecho se apretaba con fuerza contra mí y

sentía su respiración escabrosa rozándome -. Esta fue la

primera canción que cantamos. Tú la sugeriste para que la

gente se aglomerara. Y funcionó. Siempre tenías buenas

ideas. Pero aquel día estaba muy nerviosa. Por más que

Édgar intentó tranquilizarme jamás lo logró. ¿Sabes qué fue

lo que me mantuvo? -lanzó un fuerte suspiro, aparentemente

una gran carga bajo sus hombros estaba desapareciendo -.

Verte. Busqué tu mirada y la encontré de inmediato. Me

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hablaste con tu mente y te entendí perfecto. Jamás había

sentido algo así. Desde entonces todos los conciertos me

dedicaba a buscar tu mirada. Tus ojos se convirtieron en mi

punto focal.

-Lo recuerdo. Yo también tenía mucho miedo…

Diana soltó una fuerte carcajada.

- ¡Jamás tuviste miedo o nervios en ninguna presentación!

- ¡Claro que sí! -respondí lanzándole una cara de

incredulidad -, ¡Todo el tiempo! ¡Aquel día en especial!

¿Qué crees que soy de palo?

Ella rio y como un reflejo comenzó a hacerme cosquillas. Yo

reaccioné y también quise rascarle las costillas. Entonces

ella comenzó a correr alrededor de la sala.

Y así en cueros y correteándonos llegamos a la alcoba

principal. Exaltados y divertidos brincamos hacía la cama y

seguimos buscando nuestros labios. Mis manos desesperadas y

locuaces no podían darse a basto, iban de aquí para allá

como alguien que está aprendiendo a nadar. Al tocar su

vulva húmeda, sus caderas se retorcieron en un escalofrío

angustiante y comprendí que me necesitaba, y yo a ella.

Me entregué entonces a aquella ola de hormonas

desenfrenadas. Sin remordimiento y a morir, como un

kamikaze.

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-Ese día lo supe -me susurró al odio mientras mis caderas

arremetían sin miramientos contra las de ella. La vi a los

ojos. Y tras un suspiro pregunté:

- ¿Lo supiste?

-No me malinterpretes, quiero decírtelo ahora porqué quizá

así puedas entenderme mejor. Ese día, supe que me gustabas,

supe que te quería, y supe que te amaba y que estaba

enamorada.

- ¿Ese día?

-Si.

- ¿Te enamoraste de mí?

-Profundamente –soltó una fuerte risotada como si acabara

de decir un chiste tonto que sólo le causaba gracia a ella

y que lo ha repetido tantas veces que siempre que lo

escuchas solo te ríes por compromiso -, comprenderás que

entré en un dilema asqueroso, porque Édgar era todo lo que

conocía. También estaba segura de amarlo. Aún lo amo. Es

solo que… lo tuyo fue explosivo, como una cachetada bien

puesta.

Aferrado a ella tenía la cabeza apoyada en su brazo, ambos

desnudos y cubiertos solo hasta la cintura con la colcha

queríamos confesarnos todo lo que jamás pudimos decir,

declararnos hasta el cansancio, sin que no nos importara

nada más que el simple hecho de seguir juntos.

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-Yo jamás sospeché nada, –dije pasando la mano por sus

negros y rizados cabellos, tratando de memorizar cada

sensación de mi tacto contra su cuerpo –, no obstante; dada

la situación creo que es un buen momento para confesarte

que aparte de todo el cariño que te tenía, siempre me

gustaste, y mucho.

Diana sonrió divertida.

-Eso ya lo sabía.

- ¿Cómo es posible?

- ¡Elemental! -volvió a reír y se me acercó hasta rosar sus

labios con los míos, luego se acomodó en mi pecho como si

fuera un gatito acurrucándose -, en la U N I siempre que

platicábamos parecía como si contuvieras un impulso. Por

eso hice que tú y Leticia fueran novios.

-Eso no resultó muy bien, ¿o sí?

-Para ser honesta me costaba en un principio verlos juntos.

Te encariñaste de ella muy rápido y a ella le gustabas

mucho.

-Funcionó por un rato, pero ella siempre estuvo celosa de

ti y de Édgar.

- ¿Celosa?

- Me reclamaba constantemente que priorizaba ensayar con

ustedes o las giras, que procurar tiempo con ella.

261
Diana estiró las cejas algo asombrada.

-Pero ella venía a las giras con nosotros muy seguido.

-Pero si lo piensas bien, era realmente poco el tiempo que

pasábamos juntos, casi siempre estábamos ensayando o

demasiado cansados para hacer cualquier otra cosa. El caso

es que yo terminé más enamorado de ella que ella de mí. Al

final me confesó que ya salía con alguien cuando fue a

visitarme a Cancún.

- ¿De verdad? ¿Tú sospechabas algo?

-Sí, pero ¿qué podía hacer yo?

Diana me miró por un momento sin decir nada. Yo le dediqué

una mirada triste como si el fantasma de las navidades

pasadas hubiera venido a perturbar aquella calma.

-Creo que aquella jira fue el principio del final.

-También lo creo así.

Envolví a Diana entre mis brazos y le di un tierno beso en

la frente.

- ¿Qué fue lo que nos pasó?

-Pasaron muchas cosas, al final creo que no estábamos

destinados a permanecer los tres juntos.

-Jamás pensé que llegaríamos tan lejos…

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-Jamás pensé que llegaríamos a ninguna parte… -Diana soltó

un suspiro. Yo quería decir algo, pero fue Diana quien

habló finalmente.

-Fue una gran aventura -susurró.

Mi cabeza estaba inundada con tantas cosas, y concentrada

en tantas otras que solo quise saber una cosa:

- ¿Me quieres?

- ¡Si!

- ¿Quieres estar conmigo?

- ¡Te quiero y quiero estar contigo!

Ya no dijimos más.

Las palabras sobraban.

Dejé que lo que tuviera que pasar, pasara.

Mi cabeza daba vueltas.

Ahí acurrucado entre sus brazos y recibiendo sus caricias y

su amor incondicionalmente no sabía a ciencia cierta en qué

momento de mi vida me encontraba, en qué punto terrestre de

aquel mundo que poco a poco se desmoronaba estaba

verdaderamente ubicado. Pero estaba seguro de que por

alguna razón el circulo se había cerrado y un nuevo leño se

arrojaba entre las cenizas para ser consumido por aquel

fuego eterno, que jamás dejaría de crepitar.

263
FIN

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