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Se casó, tuvo descendencia. Vivió en Caracas. Fue famoso interpretando el Cuatro. Grabó
numerosos discos de larga duración (LP), entre ellos El Rey del 4, Jacinto Pérez.
Es muy poco lo que se conoce de él. Casi todas sus huellas se han desvanecido en el
tiempo. Se llamaba Eduardo Azuaje. Había nacido en algún lugar del estado Aragua,
Venezuela.
Era un genuino hombre de pueblo, de humilde origen, sin fortuna. ¿Cómo fue el entorno de
su infancia? No lo sabemos. ¿Cuáles fueron sus primeros sueños? No lo sabemos. ¿Cuáles
fueron las circunstancias tempranas que impulsaron su destino? ¿Qué motivó su naturaleza
impresionable y supersticiosa? Esas preguntas y muchas otras tampoco tienen respuesta.
Lo que sí sabemos es que tenía alma de artista. Había nacido para la música. Es probable
que desde su tierna edad haya escuchado los ritmos alegres del joropo tuyero. Es
igualmente probable que haya visto con admiración la destreza y el talento de los músicos
arpistas moviendo ágilmente sus dedos sobre las templadas cuerdas.
Pero lo que si damos como cierto, es la poderosa atracción que ejerció sobre él, esa pequeña
guitarra, llamada “cuatro”, que de manera tan ajustada acompasaba el canto del arpa y el
coplero. Y también es seguro que, por haberse enamorado de ese instrumento, nació en su
mente de niño el firme deseo de poseer uno algún día. Cuando lo tuvo, comenzó su destino.
“EL REY DEL CUATRO”. Entonces ---tampoco sabemos por qué--- cambió su nombre
por el de JACINTO PÉREZ.
Ya lejos de su pueblo natal, se asentó en Caracas. Eran los años cincuenta. Jacinto Pérez se
dio a conocer a través de un programa diario de quince minutos en Radio Caracas, En él
interpretaba solos de cuatro, desplegando su novedosa técnica de alternar el punteo con
acordes de acompañamiento. La brevedad del programa daba cabida sólo a cuatro
interpretaciones, que eran más que suficientes para despertar la admiración de una
audiencia ávida de innovaciones.
Para esa época vivía en el populoso barrio “La Charneca” con su compañera “la negra”.
Vistiendo siempre de traje y corbata, era familiar su figura delgada y enjuta bajando cada
día por las torcidas veredas del cerro, siempre portando bajo el brazo su instrumento, la
fuente de su vida.