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Comisión Diocesana de Liturgia

Diócesis de Ocaña

“Todos los Apóstoles


perseveraban unánimes en la
oración con algunas mujeres,
con María la Madre de Jesús...”
Hch. 1, 14

NOVENA AL ESPÍRITU SANTO



1
2023
Estructura
1. Oración Inicial
2. Meditación del día
3. Gozos
4. Oración final

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.



Oración Inicial
Estamos ante ti, Espíritu Santo,
reunidos en tu nombre.
Tú que eres nuestro verdadero consejero:
ven a nosotros, apóyanos,
entra en nuestros corazones.
Enséñanos el camino,
muéstranos cómo alcanzar la meta.
Impide que perdamos
el rumbo como personas
débiles y pecadoras.

No permitas que
la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento,
para que no dejemos que nuestras acciones se guíen
por perjuicios y falsas consideraciones.

Condúcenos a la unidad en ti,
para que no nos desviemos
del camino de la verdad y la justicia,
sino que en nuestro peregrinaje terrenal
nos esforcemos por alcanzar la vida eterna.
Esto te lo pedimos a ti,
que obras en todo tiempo y lugar,
en comunión con el Padre y el Hijo. Amen.

2
Primer día
La Anunciación de María y el don del temor de Dios


No temas, María” (Lucas 1, 30). El arcángel libera a María de
su temor para bendecirla con el temor santificado de
Dios. Porque el don del temor de Dios que nos da el
Espíritu Santo nos dispone a reverenciar a Dios y
estar completamente dedicados a Él. El temor
santificado de Dios permite a la Santísima
Virgen a demostrar a Dios la misma devoción
que Él le demuestra a ella: “¡Alégrate, llena de
gracia! El Señor está contigo. Bendita tú entre
las mujeres” (Lucas 1, 28).

El temor de Dios ayuda a María – y a nosotros
– para ver más allá de lo que consideramos
limitante, poco probable o imposible en
nuestras vidas. Nos abre la inmensidad de la
misericordia y providencia de Dios. Todo lo
que el Señor nos pide que hagamos en
respuesta, es confiar totalmente en su auxilio
divino. Y mientras permanecemos unidos a la
Santísima Virgen en su temor de Dios, su
confianza y tranquilidad se hacen nuestras. Según
proclama la vida y el cantico de María: “y su
misericordia alcanza de generación en generación a los
que le temen” (Lucas 1, 50).

El temor de Dios evita que desdeñemos la ayuda de Dios. El temor
santificado nos recuerda cuán crucial y urgente deberá ser siempre la
interacción de Dios en nuestra vida de modo que podamos ser felices,
santos y plenos de esperanza.

V. Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
R. Y regálanos el don del temor de Dios a ejemplo de María.

3
Gozos

//Espíritu Santo ven, ven//
En el nombre del Señor

Ven, Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro,
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

4
Segundo día
La Visitación de la Santísima Virgen María y el don de piedad


“María se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá;
entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel” (Lucas 1, 39-40). La Visitación
es un acto que manifiesta el don de la piedad. La piedad es el cumplimiento
de nuestro deber y el escrupuloso servicio a Dios, a nuestra patria, y a
aquellos que están relacionados con nosotros por la sangre o cualquier otro
vínculo. La Visitación da expresión al amor de la Santísima Virgen por Dios,
por el niño en su vientre, por sus parientes Isabel y Zacarías, por el niño en
el vientre de Isabel, y por la alianza común que todos comparten gracias a
las vocaciones divinas que se les han confiado.
La Visitación es un acto que manifiesta el don de la piedad. La piedad es el
cumplimiento de nuestro deber y el escrupuloso servicio a Dios, a nuestra
patria, y a aquellos que están relacionados con nosotros
por la sangre o cualquier otro vínculo. La Visitación da
expresión al amor de la Santísima Virgen por Dios,
por el niño en su vientre, por sus parientes
Isabel y Zacarías, por el niño en el vientre de
Isabel, y por la alianza común que todos
comparten gracias a las vocaciones divinas
que se les han confiado.
El don de la piedad nos llama a ser como
niños también. Y al responder a ese don
honrando a Dios como Padre, estaremos
seguros en nuestra pequeñez con María de
que “Dios exaltó a los humildes” (Lucas 1,
52).
V. Ven Espíritu Santo, llena los corazones
de tus fieles.
R. Y regálanos el don de piedad a ejemplo de
María.

5
Tercer día
La Presentación en el Templo y el don de la ciencia


José y María presentaron al Niño Jesús en el templo para cumplir
con la ley de Moisés ofreciendo un sacrificio “como está escrito en
la Ley del Señor” (Lucas 2, 23). Ellos manifiestan en su ofrenda el
don de la ciencia del Espíritu. Porque el don de la ciencia nos
permite saber lo que debemos creer y hacer en relación con Dios,
dándonos el discernimiento sobre lo relacionado con la fe. El don
de la ciencia nos proporciona un juicio seguro y correcto sobre los
asuntos de fe. Y así, en obediencia a la fe, María y José presentaron
a Jesús a Dios en el templo.

El don de la ciencia mueve a Simeón a la convicción de que el bebé que
María le ofrece para sostenerlo en sus brazos es precisamente el objeto de
su fe. De la misma forma, María nos entrega a Jesús mismo para que
también podamos estrecharlo en nuestros brazos, de forma que Él pueda
renovar y revivir nuestra débil fe.

La Escritura nos dice que el Niño
Jesús “crecía y se fortalecía,
llenándose de sabiduría; y la
gracia de Dios estaba sobre él”
(Lucas 2, 40). Mediante el don
de la ciencia podemos estar
seguros de que creceremos de
la misma forma. Y la Santísima
Virgen permanecerá tan
importante y ejemplar en
nuestro propio proceso de
crecimiento como lo fue en la
vida de su Hijo Jesús.
V. Ven Espíritu Santo, llena los
corazones de tus fieles.
R. Y regálanos el don de ciencia
a ejemplo de María.

6
Cuarto día

El Niño hallado en el Templo
y el don de la fortaleza

El don de la fortaleza es una firmeza mental
necesaria para hacer el bien y resistir al mal.
Este don supera la virtud moral natural del
valor por su poder para hacernos sentir
seguros de que podemos escapar de
todos y cada uno de los peligros, aun de
aquellos en que la firmeza es sumamente
difícil. Esa fue la situación a la que María y José se
enfrentaron. El don de la fortaleza les dio el poder
de rechazar las espantosas conjeturas y
posibilidades que deben haber atormentado su
mente mientras buscaban angustiados a Jesús (cf.
Lucas 2, 48).

La acción principal del don de la fortaleza es
permitirnos mantenernos firmes a pesar de los
peligros. De esta forma, el don impidió que María
y José llegaran a conclusiones equivocadas sobre
el porqué de la ausencia del niño. Porque
mediante este don, el Espíritu Santo mueve la
mente humana de forma que supera su naturaleza
y peculiaridad para que pueda llevar a término
una buena obra comenzada.

María y José buscaron a su hijo perdido como un hombre muerto de sed
busca agua. San Agustín dice que el valor es digno de aquellos que tienen
sed porque ellos trabajan duro por lograr la alegría que brota del bien que
buscan. Los frutos del don de la fortaleza son eminentes en María y José.
Ellos manifiestan una santa paciencia que les permite soportar el mal de
estar separados de su hijo.

V. Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
R. Y regálanos el don de fortaleza a ejemplo de María.

7
Quinto día
Las bodas de Caná y el don del consejo

En el Evangelio de Juan, el primer milagro del
ministerio de Jesús es la transformación del
agua en vino en las bodas de Caná (cf. Juan 2,
1-12). Este signo divino inaugura y señala el
impacto de la presencia y el poder
transformador de Dios entre nosotros.

En el centro de la transformación está
María, la Madre de Dios. Es María quien se
da cuenta de que se ha acabado el vino. Es
María quien le informa a su Hijo sobre la
situación. Y, especialmente, es María quien
instruye a los criados: “Hagan lo que Él les
diga” (Juan 2, 5). Quizás el aspecto que más
llama la atención es que los criados
efectivamente escuchan a María. Ellos siguen su
consejo.

El don divino del consejo es la forma en que el Espíritu Santo agiliza e
instruye nuestra mente para que haga lo que propicia nuestro bienestar
espiritual. El consejo es una búsqueda razonada que nos lleva a la acción
prudente. Pero en el proceso, el Espíritu Santo protege nuestra libertad,
nuestra habilidad para razonar las cosas por nosotros mismos, y nuestra
fuerza de voluntad.

Las palabras del consejo de María llevaron a los criados a su Hijo, y el don
del consejo nos lleva también a Jesús. En nuestra búsqueda del Señor
necesitamos la guía de Dios mismo, que nos aporta el don del consejo.
Porque en este don se nos da el propio consejo de Dios para hacernos
santos.

V. Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
R. Y regálanos el don de consejo a ejemplo de María.

8
Sexto día
“¿Quién es mi madre?” – El don de inteligencia


“¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Quien cumpla la voluntad de
Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. Mi madre y mis
hermanos son aquellos que oyen la Palabra
de Dios y la cumplen” (cf. Lucas 8, 21).

Con esta respuesta, Jesús explica a la
muchedumbre la necesidad que tienen de
buscar más allá de sus propias nociones,
conceptos y prejuicios preestablecidos para
alcanzar verdades más profundas que sólo el
Espíritu Santo puede revelar.

El don de inteligencia divina nos lleva a
efectuar acciones humanas bajo la dirección
divina. Por eso, la verdadera “madre” de Dios
es aquella que devotamente cumple la
voluntad de Dios (cf. Mateo 12, 50, Marcos 3,
35). En una persona así, la inteligencia y la
acción forman un todo orgánico, integral, que
da vida. Cuando cumplimos con la voluntad
de Dios, el Espíritu Santo nos permite ver más
allá de las implicaciones inmediatas de nuestras acciones y entender la
verdad sobre nuestro destino final con Dios.

La respuesta del Señor a la muchedumbre de ninguna forma es un
desprecio o insulto a la Santísima Virgen. Porque María ardientemente
desea que participemos en la íntima inteligencia del Espíritu Santo. Ella
deliberadamente viene a la muchedumbre – y viene a nuestras vidas – de
modo que cuando tenemos el impulso de recordarle a Jesús la presencia de
María

V. Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
R. Y regálanos el don de la inteligencia a ejemplo de María.

9
Séptimo día
La Pasión, Pentecostés y el don de sabiduría
“Junto a la cruz de Jesús estaba su madre” (Juan 19, 25). ¿Cómo pudo María
soportar ser testigo de la agonía de su Hijo? La sabiduría le dio el poder de
ser testigo de su Pasión. Porque el Hijo de María no es
cualquier Hijo; Él es la Palabra, y no cualquier
palabra, sino la Palabra que es Sabiduría.
El don de Sabiduría del Espíritu nos
permite juzgar y poner todo en orden en
nuestra vida de acuerdo con la voluntad
de Dios. A pesar del sufrimiento de la
Pasión, este don le permitió a la
Santísima Virgen ver, más allá de la
angustia, la causa última y la
necesidad fundamental de que su Hijo
muriera por los pecadores.
El don de sabiduría juzga todas las
cosas de acuerdo con la verdad divina.
La sabiduría llena de fe a María y la lleva
a observar la tragedia de la Pasión
únicamente de acuerdo con la verdad de
Dios. Lo mismo se aplica a nosotros. Mediante
el don de sabiduría confiamos plenamente en la
verdad divina para que dé sentido a lo absurdo, las
penas, las angustias y las calamidades de nuestra vida. Aun en medio de
una catástrofe o desastre, la sabiduría restaura el orden y el propósito
divino de nuestra vida.
La sabiduría también obra con los apóstoles y la Santísima Virgen en el día
de Pentecostés. Porque primero corresponde a la sabiduría contemplar las
realidades divinas, y entonces dirigir la acción humana de acuerdo con las
razones divinas.
V. Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
R. Y regálanos el don de la sabiduría a ejemplo de María.

10
Octavo día
“Y todo lo guardaba y meditaba en su corazón” – don de la
escucha
“Y presentándose a ella, le dice: Salve, llena de
gracia, el Señor está contigo. Ella se turbó al oír estas
palabras y discurría qué podría significar aquel
saludo” (Lc 1, 28-29). María es Virgen oyente
porque desde el comienzo no pecó, al contrario, ella
es la “llena de gracia”, que escucha con atención al
ángel y que sabe guardar y meditar todo en su
corazón (cf. Lc 2, 19). Esto es lo que realiza la Iglesia
en la sagrada liturgia bajo la acción del Espíritu
Santo, escuchar la Palabra de Dios en silencio y
apertura, para ser fecundada por ella y dar frutos de
vida eterna. la Exhortación Apostólica del Papa
Pablo VI, Marialis Cultus nos dice: María es la
“Virgen oyente”, que acoge con fe la Palabra de Dios:
fe, que para ella fue premisa y camino hacia la
Maternidad Divina (n. 17).

La escucha tiene que ver, como lo afirma San
Agustín, “creer en Dios es escucharlo y asentir con el corazón”. La
desobediencia de Eva, y luego de Adán, significa falta de confianza en Dios,
falta de lealtad hacia Él. La obediencia de María recupera la lealtad y la
confianza, se fía de Dios, le cree y obedece.

En definitiva, la actitud que la Iglesia debe cultivar es la de escuchar de
nuevo a Dios, de manera atenta, silenciosa, profunda, respetuosa y
amorosa. Dios no le ha negado su gracia a la humanidad, sino que el pecado
ha cortado de tal manera la relación del ser humano con Dios. Hay que
volver con la ayuda del Espíritu Santo a venerar la Palabra de Dios a
ejemplo de la Santísima Virgen María como pan de vida y escudriñar a su
luz los signos de los tiempos y los acontecimientos de la historia.

V. Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
R. Y regálanos el don de la escucha a ejemplo de María.

11
Noveno día
El Magníficat y el don de la oración


María es, asimismo, la "Virgen orante". Así aparece Ella en la visita a la
Madre del Precursor, donde abre su espíritu en expresiones de
glorificación a Dios, de humildad, de fe, de esperanza (cf. Lc 1, 46-55). El
Magnificat es la oración por excelencia de María, el canto de los tiempos
mesiánicos, en el que confluyen la exultación del antiguo y del nuevo Israel,
porque en el cántico de María fluyó el regocijo de Abrahán y
resonó, anticipada proféticamente, la voz de la Iglesia
orante que aprende a proclamar las grandezas del
Señor y a reconocer a la Santísima Virgen como la
Buenaventura. En efecto, el cántico de la Virgen, al
difundirse, se ha convertido en oración de toda la
Iglesia en todos los tiempos.

Como "Virgen orante", también aparece María en
Caná, donde, manifestando al Hijo con delicada
súplica una necesidad temporal, obtiene además
un efecto de la gracia: que Jesús, realizando el
primero de sus "signos", confirme a sus
discípulos en la fe en El (cf. Jn 2, 1-12).

También el último trazo biográfico de María nos la
describe en oración el libro de los Hechos de los
Apóstoles: "perseveraban unánimes en la oración,
juntamente con las mujeres y con María, Madre de Jesús, y con
sus hermanos"(Hch 1, 14). Este dato evidencia el ejemplo y la presencia
orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque
Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación.
"Virgen orante" es también la Iglesia, que cada día presenta al Padre las
necesidades de sus hijos, "alaba incesantemente al Señor e intercede por la
salvación del mundo".

V. Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
R. Y regálanos el don de orar a ejemplo de María.

12
Oración Final




Recibe ¡oh Espíritu Santo!, la consagración absoluta de todo mi ser, que te
hago en este día para que te dignes ser en adelante, en cada uno de los
instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi Luz, mi
guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.

Me abandono sin reservas a tus divinas operaciones, y quiero ser siempre
dócil a tus santas inspiraciones. ¡Oh Santo Espíritu! Dígnate formarme con
María y en María, según el modelo de tu amado Jesús. Gloria al Padre
Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador.
Amén.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.

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