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A menudo me preguntan por cómo conocí a Werner, así que les pido
que me permitan un comentario al margen, relacionado con la forma
en que terminé editando este libro, que es en sí una representación de
los temas que expone en profundidad. Si Una guía para perplejos es un
tratado indirecto sobre cómo provocar curiosidades latentes que no
sabíamos que teníamos, inmovilizar las fuerzas del mal que no dejan
de diluviar sobre el proceso de la realización de películas, neutralizar
la estupidez que nos rodea, despejar el camino, arrancar de los
recovecos más profundos el valor necesario, tirar por el inodoro a
todos los obstáculos (tanto internos como físicos), recuperar la
dignidad (o, como mínimo, adaptarnos a que no exista), aceptar las
adversidades, soportar el abatimiento y la angustia, contrarrestar la
inseguridad, levantarnos como si nada después de las patadas y las
bofetadas, y sencillamente ponernos a trabajar, entonces es el mejor
ejemplo en mi vida. El tiempo que se invierte en un trabajo en el que se
cree nunca es tiempo perdido.
Les cuento todo esto, queridos lectores, porque -a riesgo de sonar como
un gurú barato de autoayuda- vale la pena mantenerse firme, luchar
por lo que se desea, dar ese salto al vacío. Bien podría haber tirado
todo el proyecto a la basura luego de recibir el primer fax, pero en
cambio no lo abandoné. Werner es la primera persona que entrevisté
en mi vida, pero por alguna razón sentí que podía hacer que
funcionara. El resultado es, a mi parecer, la pura verdad, un volumen
de prosa depurada, similar a las películas de Herzog. “Mis historias
nunca son profundamente complicadas e intelectuales”, explica. “Los
niños de todas partes las pueden entender.”