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NARRATIVAS DE LA IDENTIDAD COMO POLÍTICA1

Isabel Timaná

El estudio de las identidades políticas proviene de múltiples elaboraciones


académicas que han incidido en su desarrollo conceptual como categoría de
análisis, proceso que se ha dado gracias al cuestionamiento de formaciones
identitarias del sujeto en su individualidad, como en la construcción de colectivos
o grupos gregarios. Aspecto que ha provocado el diálogo de disciplinas como la
Antropología, la filosofía, la sociología y ligeramente la Ciencia Política.

Es por ello que este abordaje conceptual se sustenta con el fin de realizar
un desarrollo teórico que logre establecer toda una reflexión en torno a
diferentes autores que han escrito sobre la identidad, esto nos ayuda abordar el
objetivo de recorrer conceptualmente la definición de Identidad Política, y nos
acerca a la emergencia de este concepto en diferentes procesos políticos.

Antes de adentrarnos al concepto como tal de Identidad Política y su


proceso de constitución, se construye la primera narrativa en torno al concepto
de Identidad en su singularidad, donde hallamos a partir de la perspectiva de
Stuart Hall el cómo (a través de planteamientos teóricos) se logra apartar la
identidad del sujeto. Desde este momento se puede observar los cambios
conceptuales de la identidad y también, desde algunos movimientos, empieza a
ser un lema para insertarse en el ámbito político.

La segunda narrativa surge en la medida que nos preguntamos por el


proceso de constitución política de la identidad, en ese sentido, los conceptos
como la diferencia o el antagonismo nos generan un soporte teórico para
establecer una relación en torno a cómo surge el interés por hablar desde un
concepto claro de identidad política.

1
Texto extraído de trabajo de grado para uso exclusivo del “Taller-Laboratorio Indisciplinar los Estudios Políticos”
en su segunda edición.
En la última narrativa, se logra vincular la incidencia de los procesos
políticos de una identidad con respuestas políticas particulares como las políticas
de la identidad, por ende, también nos situamos en los diferentes matices y
posiciones que se tienen sobre su desarrollo e implementación de algunas
políticas para el tratamiento de la diferencia. En este sentido, también se logra
relacionar el ente institucional con algunas de las colectividades que tratan
desde su identidad lograr entrar a una agenda política.

La identidad como un espacio de lucha

La identidad aparece como un elemento fundante del ser humano. Lo constituye,


lo conforma, pero también escapa de él, debido a que las cuestiones auto
descriptivas del yo, ya no forman los puntos nodales identitarios, sino que existe
un desplazamiento de la identidad a lugares más colectivos pero consternados.
Este desplazamiento surge cuando es un sujeto colectivo quien asume un
protagonismo de nominación, mediante la fusión de: un carácter enunciativo,
espacios de reivindicación y discursos contra hegemónicos.

La construcción de los nuevos espacios de la identidad se sustenta sobre


dos criterios: en primer lugar, un debate teórico frente a la naturaleza del
concepto que involucra el descentramiento del individuo y, en segunda instancia,
a nuevas categorías identitarias que se van agenciando en el espectro social. La
discusión teórica parte de la crítica a una tradición esencialista del término, pues
se consideraba que la identidad era la proyección del yo en una determinada
realidad como única posibilidad de constitución desde aspectos propiamente
biológicos o físicos que sustentan al individuo (Adorno, 1993).

Desde esta perspectiva conceptual se crea un espectro de la identidad


sólido y estático que garantiza la trascendencia de categorías universales 2 por
medio de un único discurso de verdad. Este único discurso de verdad tiene como
resultado un individuo trascendental y fijo que, en palabras de Hall (2010), crea
una verdadero sí mismo que siempre busca una autenticidad al considerar su

2
Al hacer referencia de grandes categorías universales por grandes identidades que ha el mundo occidental
identidad de clase, de raza y nacionalidad.
reconocimiento desde su profundidad, por ello, se torna importante una
experiencia propia y un lugar que me diga de dónde soy.

Por mucho tiempo el concepto quedó relegado a esta lógica trascendental


del individuo, pero su uso en distintas disciplinas como en la antropología,
psicología y sociología (que la han convertido en un relevante punto de análisis
o como un objeto de estudio desde escuelas contemporáneas como el
posestructuralismo, la teoría feminista, la teoría de la performatividad, la teoría
postcolonial y la teoría querer) generó una explosión intelectual del término que
la puso nuevamente en discusión y que, por ende, trastocó su carácter profundo
e inmutable (Restrepo, 2010).

Para explicar este estallido en el mundo académico de la identidad, Hall


(2010) propone entender desde lo teórico qué es lo que genera un caos en ella,
esto lo hace a través de lo que él denomina los cuatro descentramientos de la
vida intelectual que, en su concepción, lograron desestabilizar la cuestión de la
identidad. En primer lugar, utiliza a Marx, dado a que plantea un descentramiento
del sentido fijo en la identidad, al mencionar que el ser humano se encuentra
incapaz de construir todas las condiciones para que desde sí mismo, se pueda
dar una totalidad de sus aspectos identitarios; por tanto, su agencia depende de
una exterioridad que siempre lo va a constituir.

El ser humano posee una incapacidad de auto-identificación, dicha


incapacidad reside en la existencia de prácticas o discursos que forman al sujeto
que no pueden ser controlados por este, pues si bien los hombres y las mujeres
hacen la historia no siempre pueden elegir en qué condiciones hacerla. Por este
motivo Hall (2010) determina que el individuo tampoco puede encontrar desde
su mismidad el origen del discurso y la historia; es aquí donde el autor resalta, en
la perspectiva de Marx, la problematización de un sujeto soberano que no
siempre evoca una verdad.

El segundo descentramiento intelectual se presenta en el desarrollo de la


teoría del inconsciente de Freud, donde la identidad está anclada a la forma de
cómo el ser humano va percibiendo la realidad y esta, a su vez, influye en su
psiquis de manera inconsciente, pues si bien, se pude examinar al sujeto desde
lo social y cultural, se debe tener en cuenta la relación de estos elementos con
la inmensidad de lo desconocido en su inconsciente. Esto desestabiliza la noción
del sí mismo, de la identidad como entidad completamente autorreflexiva,
gracias a que no es posible para el sí mismo reflexionar y conocer totalmente su
propio ser (Hall, 2010).

El tercer punto teórico que Hall (2010) estudia para el descentramiento de


la identidad es el modelo de la lengua y la lingüística en Saussure. Aquí se
menciona que: la vinculación del habla, el discurso y la enunciación dentro de las
relaciones de la lengua, producen una disputa en los significados de las palabras,
es decir, que se posicionan nuevos sentidos en ellas. Es importante resaltar que
la nueva significación se sustenta en la relación de la lengua en sí misma, porque
para que surja un nuevo significado se debe tener en cuenta una huella del
significado anterior.

Por ejemplo, se piensa en las profundas transformaciones que se tienen


que introducir para que ahora podamos decir con un sentido nuevo la palabra
“negro”. Para ello tenemos que modificar todo lo que el negro ha significado
siempre, todas sus connotaciones, todas sus representaciones negativas y
positivas, la estructura metafórica entera del pensamiento judeocristiano, por
ejemplo. Toda la historia del pensamiento imperial occidental se condensa en la
lucha por dislocar las implicaciones del significado de negro en aras de hacerle
significar algo nuevo, para poder decir “lo negro es hermoso” (Hall, 2010, p 23).

Frente a lo establecido anteriormente, lo importante en el descentramiento


de la identidad a través de lingüística de Saussure es que al reflexionar las
relaciones de la lengua se logra desestructurar un esencialismo de las palabras
que, en ocasiones, no solo repercute en la estructura y el uso del lenguaje, sino
que hace eco en cuestiones profundas de los significados como actos de
nominación, dado a que históricamente sabemos las implicaciones materiales y
simbólicas que florecen al recordar “lo negro” como una edificación racial que
mantuvo una lógica de segregación.
Para Hall si bien las teorías del lingüista suizo permitieron vislumbrar el
hecho de que el mundo tenía algo nuevo por decir, especialmente sobre aquello
que ya se encontraba edificado como un único sentido, es importante recalcar
que la búsqueda de otras posibilidades, de otras culturas, de otros lugares y
lenguajes también dan lugar para quebrar ese pensamiento imperial occidental
que, además, permite entender la inexistencia de una verdad absoluta, espacio
donde se condensa el cuarto descentramiento de la identidad (Hall, 2010).

Antes de continuar con el último descentramiento planteado por Hall


resulta importante retomar lo planteado en los tres descentramientos teóricos
anteriores, para así lograr entender la trascendencia de sus planteamientos
dentro de la identidad y cuál es su incidencia. Las consignas de estos autores
permiten desde elementos teóricos entender el comienzo de la movilización de
ese campo sólido en la identidad, Marx irrumpe con la cuestión inmutable de la
identidad al proponer una posicionalidad del sujeto a través de los discursos de
los otros y la relación dialógica de la historia en que se constituye, Freud es
enfático en lo desconocido del ser humano, por tanto, que su identidad
corresponde a su imposibilidad de su definición, Saussure des enmarca los
rastros del lenguaje para la subversión de antiguas aseveraciones sobre algo y
así construir una nueva nominación.

El escape de la identidad de ese campo de verdad universal estable o


esencial se teje en la mitigación de la creencia del pensamiento de Platón
relacionado con el conocimiento verdadero de las cosas ya que como hace
referencia Navarrete (2015), pensadores como Nietzsche y Heidegger pusieron
en duda las esencias trascendentales, atemporales de las identidades, incluso
Nietzsche enfatiza la eliminación de la identidad como una gran categoría a
resaltar al proponer ser contextualizada, historiada y situada, por eso es que el
cuarto descentramiento se posiciona en las identidades colectivas con aras de
problematizar también un sujeto universal que ha sido protagonista de las
grandes colectividades.
Al referimos a las grandes colectividades tomamos por referencia a
aquellas que se esconden detrás de una identidad estable como la clase, la raza,
el género y la nación. Estos grupos colectivos mantienen un sujeto único y
esencial dentro de su configuración, de este modo, se lograba un reconocimiento
fácil de un lugar en el espectro social; por ejemplo, de antemano se tenía
conocimiento a qué raza o clase social se correspondía. En los últimos tiempos,
estas colectividades se han transformado por cambios sociales y políticos que
han impulsado nuevos movimientos que no se sentían identificados con las
cuatro existentes.

Los cambios son producto de ver en un sujeto universal una movilización


política donde se encuentra situaciones de jerarquía que visualizaba los
diferentes contextos en los que el sujeto se construía y que, sin duda alguna,
hacía parte de su identidad; ejemplo dentro de la categoría de raza existía todo
un proceso hegemónico de elaboración categórica porque la invención de raza
se sustentó bajo argumentos de superioridad.

Por ejemplo, Castro (2005) en la “hybris del punto cero” expone la


ilustración europea como un lugar vanidoso que aguardaba una serie de
discursos emitidos desde un punto cero privilegiado, sustentado en la ciencia
como un lenguaje objetivo que hacía un no lugar desde donde se podía hablar
con autoridad sobre el mundo, eso llevó a que pensadores como Kant desde un
estatuto de cientificidad3 plantea la incapacidad que tienen algunas razas (en
específico su color de piel) para educar la naturaleza moral a través del concepto
de razas inmaduras. Este filósofo incluso señala que la única raza capaz de elevar
su autoconciencia racional por medio de las artes, la filosofía y la ciencia es la
raza blanca.

El marco en donde la identidad de las grandes colectividades se empieza


a perturbar es en los cambios de paradigma dentro del mapa mundial, por un

3
Un claro ejemplo del estatuto de cientificidad de la geografía física es el modo como Kant aborda el
problema de las razas. El concepto de “raza”, al igual que todas las categorías utilizadas por la historia, no
tiene correspondencia alguna en la naturaleza, sino que es fruto de una operación formal del entendimiento,
es decir, de una observación realizada desde el punto cero (Castro, 2005).
lado, la disolución de los bloques antagónicos tras la caída del muro de Berlín y,
en segunda instancia, la aparición de un espacio de lucha social de diferentes
grupos minoritarios, desde estos acontecimientos, según Arfuch (2005), se
empieza a resaltar la voz de la pluralidad y la subalternidad, las cuales van a estar
resumidas en una otredad.

Los grupos que específicamente emergen de ese no reconocimiento


dentro de las identidades universales colectivas nacen, en primer lugar, de los
procesos de descolonización de algunos países durante el siglo XX y, en segundo
lugar, de la intensificación de los tránsitos migratorios que promovieron la
movilización de Identidades políticas no tradicionales, nuevas formas de
ciudadanía e identificaciones etarias, culturales, sexuales y de género las cuales
emergieron con sus demandas en el espacio urbano y mediático, en pugna por
derechos y reconocimientos (Arfuch. 2005).

Los grupos que emergen de ese no reconocimiento dentro de las


identidades universales colectivas, en primer lugar, se ubican en los procesos de
descolonización de algunos países durante el siglo XX, en segundo lugar, la
intensificación de los tránsitos migratorios que promueven las identidades
políticas no tradicionales, nuevas formas de ciudadanía, identificaciones etarias,
culturales, sexuales, de género, emergen con sus demandas y en pugna por
derechos y reconocimientos en el espacio urbano y mediático.

La existencia de esos nuevos grupos no reconocidos en las identidades


clásicas lleva a que se reconozca las diferentes posicionalidades del sujeto y se
construyan identidades desde nuevos lugares, abanderándose así de su
identidad para que al hablar desde su enunciación se les reconozcan
políticamente dentro del espectro social. Y es aquí donde otro concepto de
identidad surge como consecuencia de las movilizaciones políticas, teóricas y
sociales.

Las identidades son relacionales, esto es, se producen a través de la


diferencia no al margen de ella. Las identidades remiten a una serie de prácticas
de diferenciación y marcación de un ‘nosotros’ con respecto a unos ‘otros’.
Identidad y alteridad, mismidad y otredad son dos caras de la misma moneda.
Para decirlo en otras palabras, la identidad es posible en tanto establece actos
de distinción entre un orden interioridad-pertenencia y uno de exterioridad-
exclusión (Restrepo, 2007, p.25).

Acto político de una identidad e identidad política: Constitución proceso y


disputa

La identidad no es solo un concepto cuestionado por diferentes debates


teóricos, donde es llenado por distintos espacios y posicionalidades, tal como lo
mencionamos en el apartado anterior. También posee una complejidad política
en cuanto al proceso de institución de las identidades, porque el proceso
identitario no solo responde a la nomenclatura del sujeto o de los sujetos, sino
que encarna dentro del acto constitutivo de las identidades ejercicios de una
lógica hegemónica, aspecto que refleja para nuestra reflexión el acto político de
una identidad.

En otras palabras, el acto político de una identidad reside en el proceso de


constitución que se da en ella misma, donde está mediado por una serie de
disputas que ponen en conflicto un sujeto individual o colectivo dentro de un
espectro social y político; pues en lo simbólico como en la materialidad, las
identidades se forman en jerarquías que les brinda su contexto. Esto ha llevado
a que distintos autores se interesen por estudiar un concepto en concreto como
lo es la identidad política, en donde se ve relacionado con otros procesos
políticos.

Antes de adentrarnos al concepto como tal de identidad política,


marcamos el comienzo del por qué el acto político de una identidad es el proceso
de su formación con un aporte que hace Hall (2003) en ¿Quién necesita
identidad? El autor explica que una de las razones por las que se genera la
emergencia de la identidad es su posicionalidad en el juego de modalidades
específicas de poder, ya que el proceso de las formaciones identitarias está
inmerso en el juego de la diferencia y la exclusión que radica en ella. Desde esta
perspectiva, no solo se reflexiona en el proceso irreductible del término desde
su significado, sino en todo lo que implica dichas formaciones.

La diferencia se hace protagonista, en la medida que el sujeto puede


constituirse a través de la relación con el otro, de aquello que no es, de eso que
le hace falta, esto forma un afuera constitutivo, determinando así, que toda
identidad maneja un límite donde se debe excluir aquello que considera su
ausencia. En esta medida, los límites de la identidad se incrustan en la exclusión
que se sostiene en el silenciamiento de su otro diferenciado, aunque necesario,
porque toda identidad se consolida dejando al margen algo que está de más
(Hall, 2010).

Es en la implicación de silenciar o dejar abyecto su afuera constitutivo


donde considera Laclau que radica el acto de poder, tesis que se desencadena
por la posición de Derrida al mencionar que la constitución de una identidad
presupone una acción violenta de dos polos identitarios. Por ejemplo, entre la
distinción de hombre-mujer existe toda una condicionalidad histórica y simbólica
que pone en jaque la segunda categoría frente a la primera (o como blanco y
negro que existe una marca de la segunda categoría frente a la condición de ser
humano). Bajo a estos argumentos se pude ver que tanto mujer como negro
siempre quedan relegados a su polo oponente (Laclau, 1990, citado en Hall,
2003).

Al situarse la identidad dentro de las modalidades de poder, gracias a la


lógica de la diferencia, Hall (2010) se pregunta por la teorización del concepto,
donde pone en reflexión una teorización del proceso identitario, por lo que
aparecen dos conceptos claves para lograr responder este último interrogante,
estos son: la sujeción y la subjetivación.

En este momento es posible preguntar ¿Por qué es importante la


discusión de Stuart Hall dentro de la formación de las identidades? Los
postulados de Stuart Hall nos ponen en una situación concreta sobre la
formación de las identidades; la marcación de la diferencia como una constante
dentro de dicha formación que promueve esferas desiguales entre los sujetos y
la posicionalidad del sujeto en distintos espacios que no limitan su definición;
además de tener la oportunidad de desestructurar, cambiar o fracturar dichas
posicionalidades.

A raíz de lo planteado por Stuart Hall podemos indagar sobre otro


concepto que también nos acerca a un proceso político de las identidades. En
este punto hacemos mención a Chantal Mouffe (2007) quien utiliza el concepto
de identidad política para referirse a un tipo de relación amigo-enemigo que se
acentúa con la discriminación nosotros como un opuesto a ellos. En esta relación
(amigo/enemigo) se posiciona un antagonismo como protagonista, por el hecho
de que hay un exterior constitutivo4 entre identidades, desbordado por la lógica
de la diferencia y rangos de jerarquía que en ella se genera.

Para Mouffe (2007), el antagonismo siempre puede estar presente en la


constitución de las identidades políticas, gracias a que la relación amigo-
enemigo puede propiciar una situación antagónica. La autora incluye el
antagonismo como concepto dentro de las identidades políticas para afirmar que
el ámbito de lo político está basado en el conflicto y en algunas formas de
exclusión, por ende, son las prácticas hegemónicas las que fijan un determinado
orden y un sentido de las instituciones sociales.

Es por eso que el punto central de Mouffe (2007) en su texto: “En torno a
lo político” es resaltar una política adversarial dentro del juego de la democracia,
debido a que según su análisis debe existir un “enfrentamiento político entre
posiciones políticas democráticas legítimas”. Es decir, para que se pueda generar
el goce de un verdadero pluralismo no se puede eliminar los viejos polos como
izquierda o derecha dentro del mundo político, porque si bien dicha eliminación
se disfraza como un consenso dentro de la democracia se van estableciendo
formas esencialistas de identificación.

4
Mouffe (2007) también utiliza el concepto exterior constitutivo para referirse a la lógica de la diferencia,
pero es más precisa en su conceptualización ya que determina que es Henrry Steten quien utiliza el termino
para reunir temas específicos desarrollados por Derrida como suplemento, huella y diferencia con el fin de
destacar que la creación de una identidad implica el establecimiento de una diferencia sostenida en la base
de una jerarquía.
¿Por qué hemos llegado hasta estas consideraciones de Chantal Mouffe?
La respuesta radica en todo el peso analítico que la autora le brinda al concepto
de identidades políticas, ya que lo utiliza para ejemplificar la existencia del
antagonismo en el mundo de lo político y así relacionarlo con el juego de la
democracia. Sus premisas nos llevan a pensar las prácticas políticas reales de la
identidad política y que más allá de brindarnos los rasgos de un concepto
también nos ubican en su formación.

Por otra parte, Carlés (2001) en su texto: “Las dos fronteras de la


democracia argentina” plantea toda una reconstrucción conceptual del término
identidad política, además, resuelve cómo es el proceso de formación de una
identidad política. Así como Mouffe, Aboy Carlés también relaciona el concepto
con otros procesos políticos a través de un rastreo político de la identidad. Lo
que llamamos como rastreo político parte de indagar sobre el origen de vacíos
conceptuales y esto lo hace a partir de una crítica a la crítica sobre el
institucionalismo.

La visión institucionalista parte de la obra de Sartori: “Partidos y Sistemas


de partidos” al presentar un modelo para la investigación empírica. Aquí se
genera una estructura con capacidades descriptivas y predictivas para el estudio
de regímenes políticos democráticos, esto impactó en los estudios de
instituciones políticas con relación a la ciudadanía o en aquellos de participación
política. La crítica a la visión institucionalista de Sartori aparece cuando después
de la Guerra Fría se genera un interés por estudiar la apatía de la ciudadanía
respecto al sistema político, por eso aparece el distanciamiento político como
concepto para explicar tal situación (Carlés, 2001).

El interés por ese distanciamiento político cuestiona a Sartori (o al


institucionalismo) por no involucrar un análisis más comprometido entre la
relación del sistema de partidos y la sociedad, pues se acentúa la concepción de
sistema político estrictamente en el Estado y deja a un lado su relación con la
sociedad. Esta crítica lleva a emplear dos visiones para explicar la crisis política:
“la producción del sistema de partidos entendido como un proceso de
intercambio entre actores políticos- institucionales y la relación entre sistema de
partidos y sociedad” (Carlés, 2001, p.25).

La crítica a la crítica del modelo institucionalista de Carlés (2001) se


establece cuando señala que las dos visiones anteriores crean una tendencia de
lo social como sustrato de la política, ya que se volvía a generar la misma
tradición que anclaba la práctica política con la práctica social. Además, esta
crítica al institucionalismo considera que la apatía de la ciudadanía frente al
sistema político se debe a una lectura inadecuada de la representación, pues se
consideraba que existía un exceso de lo representable que no es representado.

Este recorrido nos ha encaminado a dos puntos concretos. En primer lugar,


a una dualidad de lo social/ mecanismos políticos institucionales que lleva a
reflexionar sobre un segundo punto: lo representado versus lo representable de
la sociedad. Pero ¿por qué resulta importante para las identidades políticas todas
estas cuestiones? A lo cual podemos responder de la siguiente manera: Más allá
de que Aboy Carlés señale que se teje un pensamiento político a partir de dichas
dualidades, para nuestra reflexión ubicamos aquí el seno político donde surgen
las identidades políticas.

La división topológica se resuelve cuando Carlés (2001) resalta que la


visión sobre la sociedad civil- sociedad política en Gramsci es una discriminación
metodológica o analítica de funciones y no una ubicación de las instituciones en
la sociedad política, (aspecto que ayuda desvanecer dicha escisión), porque al
pensarse categorías como consenso, coerción y hegemonía se logran relacionar
categorías sociales y políticas. En esta medida, al superar una división topológica
(Sociedad civil- Sociedad política) también se logra trascender la idea de remitir
lo representado a una identidad que se constituye anterior a lo político.

En la representación existe una problemática donde lo representable es


un sustrato de lo representado. Derrida resuelve esto tomando la representación
como una suplementaridad, la cual se refiere a una ausencia o presencia de algo,
por tanto, no se habla la representación como dos tiempos consecutivos
(primero lo representable y después lo representado) sino que lo representable,
lo representado y el representante son vistos como un suplemento que necesita
del otro para constituirse.

La constitución misma de la presencia de lo representable, lo representado


y el representante es un juego de suplementos que se requieren lentamente
como un exterior constitutivo que colma una falta del adentro mismo: juego entre
lo representado y lo representable, entre lo representado y el representante.
Todos ellos se constituyen en un mismo proceso que denominamos
representación: constitución de la presencia, la identidad y los liderazgos
(Carlés, 2001, p.41).

Es pertinente hablar de un exterior constitutivo debido a que, al observar


el juego de lo representable, representado y el representante como el
suplemento de un suplemento, estos se convierten en una alteridad. Si bien ya
se había manejado el concepto de exterior constitutivo, Carlés (2001) hace
énfasis en adentrarnos un poco más debido al carácter importante que tiene esta
lógica en las identidades políticas, por eso menciona algunas consideraciones de
Derrida y Staten.

Derrida toma el exterior constitutivo como un accidente porque es una


característica que se aleja de la esencia de la definición de una entidad, pero
también puede ubicarse como una posibilidad de existencia, donde lo que
transforma, niega o se aleja de dicha esencia es lo que forma su exterior
constitutivo que, aunque controversial, es necesario.

Gracias a lo que se ha mencionado anteriormente se llega a dos


dimensiones que forman al concepto de identidad política: en primer lugar, existe
una dimensión de la representación mediada por la suplementaridad que incide
en el juego de lo representado y el representante, donde no se centra en el
liderazgo, debido a que también se debe tener en cuenta la relación que este
tiene con las creencias, mitos e ideologías que lo designan (lo cual se denomina
prácticas configuradoras de sentido); en segundo lugar, en respuesta a la lógica
de los suplementos se puede lograr entender cómo funciona un exterior
constitutivo (Carlés, 2001).
Para lograr entender cómo las dos dimensiones a que las que se han
llegado se pueden acercar a un concepto de identidad política se debe recordar
la intención de subrayar la discusión sobre la escisión de lo político y lo social
relacionado con las lógicas de la representación. En este sentido, se convierte
en algo específico la lectura de las formaciones políticas (identidades políticas)
y cómo estas son representadas. Para ello se menciona las diferentes
perspectivas de dos autores; la primera, es el planteamiento de Zizek al subsumir
lo representable en lo representado, además de asumir la existencia de lo
representado solo a partir del representante.

La segunda es la visión de Laclau quien ve en la representación un reflejo,


una ausencia, un suplemento y una infelicidad porque menciona que cuando el
representado tiene una necesidad de representación pues su identidad básica
está en un lugar A y lo que necesita representar está en un lugar B, determinando
así que al relacionarse estas dos razones se genera una relación necesaria para
la constitución de la identidad.

El planteamiento de Carlés (2001), frente a las dos posiciones, se ubica en


primer lugar en cuestionar la prevalencia del representante desde la visión de
Zizek, pues esto conlleva a que una constitución identitaria se edificará solo a
partir del accionar estratégico del líder. En segundo lugar, Aboy Carlés establece
que las prácticas articuladoras no surgen del vacío discursivo, sino en un campo
parcialmente objetivado por el efecto de la sedimentación, de otras prácticas
articuladoras anteriores y la disputa entre prácticas articuladoras presentes.

Frente a la posición de Laclau, Aboy Carlés no apoya la idea de una


identidad básica pues resulta para él un error conceptual del autor, en cambio
reafirma que el autor argentino, al contrario de Zizek, brinda luz al establecer que
hay algo antes de la constitución de una identidad, a lo cual Aboy Carlés
denomina que no hay no identidades básicas sino prácticas articuladoras de
sentido (identidades previas constituidas). En este momento, Aboy Carlés se
atreve a decir que la constitución de identidades políticas, al contrario de Laclau,
no se genera previa al proceso de representación sino durante todo el proceso
representativo.

En este momento se logran dos tesis centrales en la constitución de las


identidades políticas. Primero, toda identidad se encuentra dentro de un juego
de suplementaridad o sea de un juego de alteridades y de representación.
Segundo, las prácticas articuladoras de sentido se generan en un campo
objetivado y sedimentado donde siempre hay una disputa con otras prácticas
articuladoras (Carlés, 2001).

Los postulados de Aboy Carlés sobre la ecuación diferencia = identidad


no disertan con lo mencionado de Stuart Hall, pero si se alejan de un sitio común
sobre el cual se construye la reflexión de dicha ecuación, ya que más allá de
interpretarse en ella una ubicación, es decir, una posicionalidad relacional de dos
entidades, también debe adoptarse la perdurabilidad o el tiempo de constitución.
Por ello, hemos de recalcar que toda identidad se forma bajo prácticas sociales
sedimentadas configuradoras de sentido o, dicho de una forma más clara, sobre
identidades anteriormente constituidas. Aquí nos alejamos ya de la formación de
las identidades políticas y nos proponemos fijar estrictamente qué es una
identidad política.

En este sentido, Carlés (2001) explica que la mejor forma de entender una
identidad política es ubicarla en el seno de un significante vacío. Laclau (2014)
con el fin de generar una teoría de la constitución de lo social, plantea las
relaciones hegemónicas a través de una estructura que se denomina discurso.
Para hacerlo más entendible vamos a relatar un ejemplo que da el mismo autor:

Existe una fuerza represiva, en este caso podemos ponerlo como un


gobierno autoritario, por otro lado, tenemos una frontera que establece una
relación hegemónica con otras fuerzas que disertan de su accionar, aquí nos
encontramos con los obreros, los maestros, lo estudiantes, indígenas. Cada una
de estos grupos mantienen una identidad propia, pero el hecho de definir al
gobierno represivo como un enemigo común, genera una relación, la cual Laclau
(2014) la denominó: la equivalencia.
Siguiendo con el ejemplo, esta relación equivalencial generada por el
antagonismo con la fuerza represiva, hace que la identidad de los diferentes
grupos sea imposible en su totalidad, además que debilita las diferencias
internas como grupo, donde al enfrentarse a esa fuerza represiva, uno de los
grupos debe vaciarse de su particularidad y recoger las demandas de las otras
organizaciones. Cuando sucede esto se denomina que una entidad se ha vaciado
de su significado para así tomar una posición universal, a esto se le denomina
significado vacío (Laclau, 2014).

En este momento, Carlés (2001) señala que el significado vacío, es el que


establece una posibilidad o amenaza, donde existe una doble diferenciación, por
un lado, la diferencia con un enemigo común dentro de esa estructura y la
diferencia con los demás. Gracias al entendimiento de toda esta lógica es que
podemos llegar a una definición de identidad política como:

Conjunto de prácticas sedimentadas, configuradoras de sentido, que


establecen, a través de un mismo proceso de diferenciación externa y
homogenización interna, solidaridades estables, capaces de definir, a través de
unidades de nominación, orientaciones gregarias de la acción en relación a la
definición de asuntos públicos. Toda identidad política se constituye y
transforma en el marco de la doble dimensión de una competencia entre las
alteridades que componen el sistema y de la tensión con la tradición de la propia
unidad de referencia (Carlés, 2001, p.54)

¿Política de la identidad, esencialismo estratégico o alteridades


históricas?

Tras un proceso de constitución de las identidades políticas donde se observa


la relación de su configuración con diferentes conceptos y procesos del campo
fáctico de la política, nos preguntamos por la respuesta de los aparatos políticos
(Estado) ante la identidad como lema de lucha de los diferentes grupos
colectivos y su proceso político de constitución. En este momento, la nominación
como grupo o la emergencia del poder como argumento del auge de la identidad,
se une con respuestas más particulares denominadas políticas de la identidad,
pero antes de adentrarnos a su concepto se brinda un pequeño contexto.

En el marco de la globalización, tras la caída del muro de Berlín,


acontecimiento que determinó el fin del socialismo soviético, se presentó un
cambio en los paradigmas del mundo occidental frente al tratamiento y
democratización de la diferencia, debido a que este proceso que se dio a finales
del siglo XX, trasladó las luchas estructurales de la “clase” (como identidad
universal contra hegemónica) a lugares de disputa desde la diferenciación y las
identidades particulares, tales como: el género, la raza o la etnia. Este fenómeno
catapultó a la identidad como un catalizador de derechos que cambió las lógicas
políticas de los países occidentales (Segato, 2002).

Frente al fenómeno anteriormente descrito, donde la enunciación de una


identidad particular es la fundante de las luchas políticas contemporáneas, se
han presentado múltiples debates que han cuestionado su impacto en los
Estados modernos, debido a que se promociona a partir de ello una serie de
políticas denominadas “políticas de la identidad” que promueven la reparación
de grupos históricamente vulnerados y que, según Segato (2007), en
Latinoamérica generó la intervención imperialista desde políticas de identidades
globalizadas para así participar con “dignidad” en los asuntos internos de los
países.

En palabras de Arditi (2000), las políticas de la identidad hacen referencia


a una acción política reivindicativa de diferentes grupos étnicos, sexuales o
culturales. Este accionar nace del silenciamiento histórico, exclusión o
discriminación de los diferentes colectivos que arremeten con las grandes
narrativas políticas dadas en la modernidad como el nacionalismo o el socialismo
marxista. Una de las consignas a defender es el reconocimiento a la igualdad de
derechos de mujeres, negros e indígenas, inmigrantes y cualquier grupo
minoritario dentro de la esfera social y cultural.

Para dar más posibilidades conceptuales sobre el término nos remitimos a


los planteamientos de Pacheco (2011) quien estipula que las políticas de
identidad se refieren a la concientización o preocupación por las minorías, grupos
sociales marginados, donde debe prevalecer el respeto a la diferencia y un
reconocimiento a las presiones que se ha tenido sobre diferentes grupos
humanos por su raza, etnia, clase social u orientación social etc.

Esas acciones impulsadas desde la diferencia generan medidas más


específicas tales como: campañas contra el racismo, la creación de grupos de
ayuda para la lucha del sector campesino, campañas a favor de los pueblos
indígenas. En este momento, la identidad como proceso de constitución política
y lema de lucha de diferentes colectivos se convierte en una participación más
directa en asuntos públicos (Pacheco, 2011).

Se puede ver que dentro de las definiciones de esta categoría política se


encuentra una buena intención política de reivindicación para algunas
organizaciones, pero existen posiciones controversiales frente al tratamiento de
la diferencia desde lo que se denomina políticas de la identidad. En un primer
instante, Arditi (2000) señala que estas medidas tan particulares, impulsadas
desde una identidad específica, llevan al límite la crítica a las grandes narrativas
generando así la construcción de un pensamiento cerrado que crea un
esencialismo de la diferencia tan ilegitimo como el de la totalidad.

La creación de un sistema particularista extremo tiene una incidencia


política en tal medida que todo aquello que no esté enunciado desde un
parámetro identitario particular puede ubicarse como un agravio para los
intereses de ese colectivo, esto es más común ubicarse en el seno de los países
desarrollados que en los de la periferia. En este sentido, la política de la identidad
tiende a privilegiar un nosotros excluyente (nosotros los inmigrantes, nosotros
los indígenas) que a un nosotros incluyente (nosotros los ciudadanos, nosotros
los latinoamericanos) y esto hace que un grupo y no una categoría más
incluyente se convierta en el elemento fundante de solidaridad y la acción
colectiva (Arditi, 2000).

Por un lado, los que se ubican dentro de la política de la identidad


conservan los valores tradicionales de un liberalismo e iluminista al exigir
demandas tales como: el reconocimiento de la igualdad de derechos a diferentes
grupos feministas u otros y también la aplicación de los derechos universales a
estos sectores. Además de las anteriores exigencias se generan demandas
especiales para grupos especiales tales como: las cuotas de mujeres en puestos
directivos, la propuesta de permitirles una educación superior solo por el hecho
de identificarse como minoría étnica, cultural o nacional y empleos públicos en
cuotas asignadas (Arditi, 2000).

Tal vez parece objetable este tipo de políticas, pero resultan importantes
en la medida que movilizan e invitan a otros sectores excluidos a posicionarse
dentro de una agenda pública específica. Por otro lado, lo que si no es
conveniente para el juego político y democrático es bloquear las críticas u
objeciones que se le hacen a determinados grupos convirtiéndolos en
organizaciones soberanas e incluso puede limitar el proyecto y proceso político
del colectivo (Arditi, 2000).

Otra posición controversial sobre las políticas de identidad es ubicar su


accionar desde una perspectiva bélica y oportunista, ya que está dada por un
juego de cálculo y acción política, dentro de una posición estratégica. En el
artículo académico titulado “tejiendo identidades estratégicas” se plantea utilizar
el papel de las mujeres indígenas, su historia de lucha y el tejido de políticas de
la identidad para analizar el manejo estratégico de identidades con propósito de
negociaciones políticas y el reconocimiento de derechos de este colectivo.

En el trabajo anteriormente mencionado utilizan el concepto de


esencialismo estratégico que hace referencia a los procesos mediante el
movimiento de mujeres indígenas se constituyen como sujetos específicos
gracias a la politización de sus identidades. En este momento, nos ponemos a
reflexionar ya tácitamente sobre la relación que genera las urdimbres
institucionales con los distintos grupos o colectivos mediante la expedición de
políticas explícitas sobre su integración a los Estados nacionales.

Para argumentar el posicionamiento político que han tenido las mujeres


indígenas, se utilizan las diferentes políticas públicas para narrar su inserción en
el espacio público y la toma de decisiones políticas e institucionales. Este camino
ha sido logrado por su trayectoria de resistencia y organización dentro del
territorio, además por las diversas negociaciones con el gobierno. El diálogo con
los entes institucionales para que fueran catalogadas como sujetos de derecho
se ubicó en construir un discurso político a partir del uso estratégico de su
identidad étnica y de género (Cruz, 2016).

El uso de una posición estratégica puede hacer ruido en algunos de los


clásicos proyectos políticos e ideológicos que se remiten a la estructura de clase
para anclar un proyecto contra hegemónico, pero es importante recordar que
pese a la controversia que se pueda generar dentro de los discursos de la
universalidad versus particularidad el uso del esencialismo estratégico, en
palabras de Spivak, se convierte en la invocación de una identidad para los
propósitos de resistencia política ante la amenaza de marginalización histórica
de diversos sectores.

Es importante recalcar que las posiciones estratégicas de una identidad


pueden ser presentadas como soluciones temporales hasta que no haya una
verdadera constitución de una identidad política, es decir, que solo las políticas
de identidad son viables en un contexto definido, más no resultan ser
prometedoras en un largo plazo. Lo que resalta más allá de ver en las políticas
de identidad un oportunismo, estrategia o juego político temporal es que sin lugar
a dudas, como se relata en el caso anterior, se observa cómo se genera una
relación Estado- colectividades, pero ¿Qué tipo de relación?

Para responder la pregunta anterior nos remitimos a Gros en el texto de


Segato (2007), donde se estipula que el Estado ha tenido un papel fuerte en la
incidencia del tratamiento de la diferencia a partir de los años 80, especialmente
en Colombia, donde gracias a la incidencia de algunos cambios en el orden global
este se atrevió administrar la etnicidad porque vio conveniente su agencia y no
su desaparición dentro de la construcción del Estado-Nación. Es evidente que
este apartado nos brinda un poco de luces frente que no solo a las colectividades
les sirve una posición estratégica, sino que el Estado también se torna
oportunista frente al trato de la diferencia.

Segato (2007) frente a lo que se planteó anteriormente intenta realizar


algunas precisiones frente a los matices que se debe tener en relación con el
campo de acción de las identidades políticas como también su lucha y sus
consideraciones políticas como sujetos políticos, en donde resalta que las
brechas históricas específicas de cada país son el fundante de cada identidad
que debe considerarse como heterogénea, es por ello que habla de formaciones
nacionales de alteridad que re-significan la identidad política, al poner en relieve
“las formas propias y enraizadas de ser otro en el contexto de nación y de la
región (Segato, 2007).

Las alteridades históricas son aquellos grupos que se han formado durante
procesos históricos, donde su constitución se debe a fronteras históricas, es
decir, en el proceso del mundo colonial y en la construcción de Estado- Nación
y es, desde este espacio, donde se debe generar la agencia de la identidad
desde acciones propiamente de ellos para así llegar a un consenso con esa
estructura institucional (Segato, 2002).

El reconocimiento de un actor étnico con quien negociar la política de


intervención estatal podría ser considerado como un fenómeno contemporáneo,
lo cual podría relacionarse con el tránsito de las poblaciones (indígenas y afro
descendientes) de ser objetos de políticas públicas a ser sujetos de éstas. Esto
último indicaría que estas poblaciones ya no serían más objetos pasivos de la
intervención estatal y que lograrían –a través de sus organizaciones- materializar
su participación y consulta en las políticas estatales que les conciernen (Mueses,
2014, p.23

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