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1 de julio de 2018
El futuro es aquí y ahora. La base sobre la que se asientan las principales innovaciones científicas y
tecnológicas que marcarán el pulso mundial en las próximas décadas se está consolidando ahora mismo,
mientras usted lee esta nota.
Los enormes avances registrados en los últimos años en materia de biotecnología, edición genética,
tecnologías de la información, inteligencia artificial y nanotecnología se presentan como una promesa de
mejoras sustanciales en la vida cotidiana, capaces de dar solución a muchos de nuestros problemas, como
por ejemplo la cura de enfermedades, una mayor eficiencia en el trabajo, la posibilidad de acceder a
diagnósticos médicos más certeros y dar respuestas a problemas ambientales producidos por el cambio
climático.
El enorme potencial de todas estas disciplinas -ya sea individualmente o combinadas entre sí- tiene su
contracara. Una manipulación excesiva o equivocada podría cambiar de manera drástica no solo el planeta
tal y como lo conocemos, sino, incluso, la humanidad misma. Ya lo ha dicho el futurista alemán Gerd
Leonhard: "La tecnología no tiene ética, pero la humanidad depende de ella". ¿Contamos con mecanismos
de resguardo suficientes para que, en el afán de generar conocimiento aplicado, no se pierda de vista el bien
común y aquellos valores que, aunque también cambiantes, sostienen y vertebran la especie? ¿Seremos
capaces de trazar un límite claro cuando sea necesario trazarlo?
Jennifer Doudna, la creadora de Crispr Cas9, un sistema de edición genética revolucionario de sencilla
aplicación, se ha vuelto en los últimos tiempos una de las principales difusoras de la necesidad de que su
creación se utilice de manera ética. En una entrevista en La Vanguardia realizada el año último, explicaba
que, con su técnica, las posibilidades son ilimitadas. Así como podría ser fundamental para la cura de
enfermedades como el cáncer, también permitiría el nacimiento de humanos genéticamente modificados.
"La genética está lista para hacerlo, pero la ética no -reconocía la especialista-. Todavía no hemos mantenido
el debate ético, jurídico, social y democrático para que estas modificaciones sean aceptables".
De todas maneras, la falta de un debate ético que defina los alcances y los límites de la técnica Crispr no ha
sido obstáculo para su utilización. Hace algunos meses, la propia Doudna había contabilizado la publicación
de más de 8400 papers sobre investigaciones que utilizaron la mencionada técnica de edición genética
desde que se difundiera, en 2012.
Con esta técnica de edición genética está ocurriendo algo que también puede observarse en el campo de la
inteligencia artificial: las regulaciones o los acuerdos éticos llegan después y, en ocasiones, cuando la
disciplina que se pretende regular ya evolucionó.
Así, por ejemplo, mientras en algunos países, como el nuestro, no hay total acuerdo acerca del estatus de un
embrión humano, hace unos años se contaban más de diez mil embriones criopreservados en las clínicas de
fertilización asistida. A pesar del limbo regulatorio en el que están inmersos los embriones, los actuales
avances permitirían modificarlos genéticamente e, incluso, abren la puerta a la clonación.
En el caso de la inteligencia artificial, por otra parte, no hay consenso acerca de cuáles deben ser sus
alcances y límites; sin embargo, los especialistas ya están hablando de inteligencia artificial general, o súper
inteligencia artificial, una fase más avanzada de la IA en la que las máquinas serían capaces de hacer todo
aquello que hace el cerebro humano, pero mucho mejor y mucho más rápido. Esta posibilidad tiene, como
puede suponerse, un número importante de críticos y detractores que anticipan todo tipo de escenarios
catastróficos a partir del momento en que las máquinas eventualmente superen a la raza humana.
La mente y el software
En esta enumeración cabría sumar una serie de experimentos o innovaciones que cuestionan algunas de
nuestras nociones actuales respecto de una diferenciación estricta entre lo humano y lo tecnológico. Así, por
ejemplo, empresas como Neuralink o Neurable trabajan proyectos de neurotecnología con la finalidad de
poder controlar software o artefactos con nuestra mente. Algo similar ocurre en el campo de la
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nanomedicina, con el desarrollo de nanoimplantes con todo tipo de finalidades: desde la reparación de
tejido humano hasta para la prevención, el monitoreo o el tratamiento de enfermedades.
Pero dado que, como se ha dicho, las instancias de control no siempre logran moverse al compás de los
incesantes avances de la ciencia y la tecnología, se vuelve crucial la responsabilidad y el posicionamiento
ético de los científicos que trabajan en estos campos, junto con dispositivos que permitan detectar y poner
freno a prácticas éticamente cuestionables. Ahí las opiniones son divergentes: mientras que algunos
analistas consideran que el quehacer de los expertos cuenta con suficientes mecanismos de regulación y
autorregulación, hay quienes sostienen que no en pocas ocasiones se pierde de vista la dimensión ética en el
apuro de generar patentes.
El investigador superior del Conicet Alberto Kornblihtt se ubica en el primer grupo. "Es poco probable que
se hagan cosas con poca ética. No imposible, pero poco probable. La actividad está controlada
académicamente, pero además uno no trabaja solo en el mundo sino que pertenece a instituciones donde
cualquier cosa que se haga es observada por colegas, discípulos y maestros. En el ámbito privado no hay
control del Estado de lo que se investiga, pero la investigación en empresas privadas es casi despreciable en
la Argentina", considera.
Para reforzar sus dichos, Kornblihtt menciona un incidente ocurrido en el país en los años 80 en la localidad
de Azul. "Una empresa privada quería inyectar vacas a campo abierto con un virus recombinante del virus
de la viruela vacuna (llamado vaccinia) con el virus de la rabia y estudiar, entre otras cosas, la aparición de
pústulas en los peones que ordeñaban las vacas. Los científicos, liderados por el fallecido biólogo molecular
Mariano Levin, nos enteramos, alertamos a las autoridades y el experimento fue abortado. Existen
consensos a nivel internacional como nacional sobre qué no debería hacerse y también sobre los cuidados a
tener con lo que se hace. Por eso es importante que la ciencia se realice en instituciones certificadas y lo
ideal es que se garantice esto último en lugar de promover leyes que proscriban o limiten la actividad
científica".
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De esta manera, según Rinesi, el problema central no radicaría en lo que hacen o no los programadores que
investigan sobre inteligencia artificial, sino, por ejemplo, en que una empresa como Uber ya esté utilizando
vehículos autónomos (sin conductor). En relación con el incidente ocurrido en marzo de este año, en el que
un auto de este tipo atropelló y mató a una mujer, el experto, también miembro del Instituto Baikal y
director de tecnología del Institute for Ethics and Emerging Technologies, con sede en Estados Unidos,
agrega: "El análisis técnico mostró que el auto detectó a tiempo que había algo adelante, aunque no lo
identificó como persona. No frenó porque estaba configurado para hacer el viaje lo más suave posible, y lo
hizo a costa de la seguridad".
Abrir el juego
Pallito recuerda que durante su formación en Biología no cursó una sola materia que abordase la reflexión
de la dimensión ética en la práctica profesional. "Se asume una neutralidad valorativa de la ciencia. Así, el
científico no sería responsable de los conocimientos que genere sino que sólo se hace cargo de los resultados
positivos de sus investigaciones. Y esta es una era que ha hecho una mercancía del conocimiento. En el
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apuro por la generación de nuevas patentes, lo que se valora es que sea conocimiento útil. La búsqueda de la
verdad ha dejado de ser central", reflexiona.
A la hora de pensar estrategias que impidan que la onda expansiva de la ciencia y la tecnología pierda su
curso, la ética se vuelve un concepto clave y central, aunque no es el único. Diferentes actores locales e
internacionales ponen también el énfasis en la necesidad de organizar esquemas democráticos,
participativos, que garanticen la representatividad de todos los actores involucrados a la hora de reflexionar
sobre los alcances de determinadas innovaciones.
"La alternativa a este modelo en el que un cuerpo de profesionales regula y, por ende, diluye las
responsabilidades individuales requiere fortalecer la democracia -recomienda Folguera-. Abrir el juego e
incluir a todas las comunidades implicadas. Sobre todo, a las comunidades no expertas". Basta rastrear en la
historia del último siglo para comprobar que cada vez que la ciencia o la tecnología se salieron de cauce,
fueron ellas, justamente, las más afectadas.
Por: Lorena Oliva
https://www.lanacion.com.ar/opinion/estamos-en-riesgo-la-etica-desafiada-por-una-ciencia-que-no-para-
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