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EL ANALISIS ECONOMICO
CLASICO (I):
UTILIDAD, POBLACION
Y DINERO

INTRODUCCION

Adam Smith hizo más por establecer la economía como una disciplina científica que
cualquier auto r antes que él. Estableció los fundamentos de la teoría clásica del
valor y suministró un anteproyecto con sentido para el crecimiento económico.
También le dio a la economía política una filosofía subyacente basada en la doctrina
de la utilidad o egoísmo. El deseo de m ejorar la propia situación se manifiesta en los
intentos de los individuos por obtener beneficios y evitar costes. Para Jeremy
Bentham (1748-1832), un contemporáneo más joven de Smith, la doctrina se formali-
zó en términos del principio del placer y del dolor. En su Introduction to the Principies
o f Moráis and Legislation (1789), Bentham escribió con confianza:

La naturaleza ha puesto a la h u m an idad bajo el gob iern o de dos am os soberanos, el dolor


y el placer. Sólo ellos señalan lo que tenem os q ue hacer, así com o determ inan lo que
harem os... El principio de utilidad reconoce esta sujeción... (p. 17).

La idea de que el egoísmo era, si no la exclusiva, al menos sí la influencia dom inante


en la actividad humana, ganó terreno con m ucha rapidez en el siglo xvm. Smith fue
meramente uno más de una larga serie de filósofos que expusieron el principio.
También estaba incluido en esta línea David Hume, profesor y amigo de Smith.
Juntos forjaron un m arco filosófico que sirvió de piedra de toque para el nuevo
campo de la economía política.

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EL PRINCIPIO DE UTILIDAD EN LA ECONOMIA CLASICA:


JEREMY BENTHAM

Desde un punto de vista de la política, el principio de utilidad (egoísmo) se ha


interpretado de dos maneras distintas. U na de ellas descansa en la creencia en una
identidad natural de intereses, y la otra en la creencia en una identidad artificial de
intereses. Adam Smith defendió la tesis de la identidad natural, que depositaba una
gran confianza en el orden natural y la armonía. El creía que los egoísmos indivi-
duales de la naturaleza hum ana se armonizan espontáneamente en una economía
libre; en consecuencia, su prescripción básica promovía esencialmente una política
de laissez faire. Bentham, sin embargo, tom ó un rumbo diferente. Aun adm itiendo
que los individuos son sobre todo egoístas, Bentham negaba cualquier arm onía
natural de los egoísmos. El delito, po r ejemplo, brinda un caso de com portam iento
egoísta que viola el interés público. El mismo hecho de la existencia del delito
constituía para Bentham la prueba suficiente de que la arm onía natural no existe.
P or tanto, el principio central de la filosofía de Bentham era que el interés de cada
individuo debe identificarse con el interés general, y que la tarea del legislador
consistía en producir esta identificación a través de la mediación directa. Así,
Bentham adoptó en primer lugar el principio de utilidad en forma de un marco de
identidad artificial de intereses. Su doctrina fue conocida como utilitarismo.
A primera vista, la doctrina de Bentham m uestra un parecido con la antigua
filosofía griega del hedonismo, que tam bién sostenía que el deber m oral se satisface
en el disfrute de los intereses que buscan el placer. Pero el hedonismo prescribe
acciones individuales sin referencia a la felicidad general. El utilitarismo añadió al
hedonismo la doctrina ética de que la conducta hum ana tenía que ser dirigida hacia
la maximización de la felicidad del m ayor número de gente. «La m ayor felicidad
para el mayor número», era la consigna de los utilitaristas, los que participaban de
la filosofía de Bentham. Entre ellos había personalidades como las de Edwin Chad-
wick (véase el capítulo 9) y la com binación de padre-e-hijo que form aban James y
John Stuart Mili (véase el capítulo 8). Este grupo defendía la legislación, más
sanciones sociales y religiosas que castigasen a los individuos que perjudicaran a
otros al perseguir su propia felicidad.
Bentham defendió su principio de la forma siguiente:

P o r el principio d e utilidad se entiend e aquel principio q u e ap ru e b a o desaprueb a toda


acción según la tend encia que dem uestre ten er para au m e n ta r o dism inuir la felicidad de
la p a rte cuyo interés está en juego... no sólo de cad a u n a de las acciones de un individuo
p riv ado, sino de to d a acció n de g o bierno (Principies o f M oráis and Legislation, p. 17).

Lo que es digno de notarse en esta declaración es la mínima distinción que hizo


Bentham entre moral y legislación. La misión que se asignó a sí mismo era-la de
d otar de carácter científico, en el sentido newtoniano, a la teoría de la m oral y la
legislación. Así como la física revolucionaria de Newton giraba alrededor del princi-
pio de atracción universal (es decir, la gravedad), la teoría de la m oral de Bentham
giraba sobre el principio de utilidad. La influencia indirecta de Newton sobre las
ciencias sociales tam bién se dejó sentir de otras formas. El siglo xix fue un siglo que
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tuvo pasión por la medición. En las ciencias sociales, Bentham cabalgó la cresta de
esta nueva ola. Si el placer y el dolor podían medirse en algún sentido objetivo,
entonces cada acto legislativo podía juzgarse en base a consideraciones de bienestar.
Este logro exigía una concepción del interés general, que Bentham estaba dispuesto
a proporcionar.
Según Bentham, el interés general de la com unidad se mide por la suma de los
intereses individuales en la comunidad. El planteam iento utilitarista era democrático
e igualitario. N o im portaba que uno fuera un pobre o que fuera el rey: cada uno de
los intereses individuales tenía que tener el mismo peso en la medición del bienestar
general. Así, si algo añade más al placer de un campesino de lo que quita a la
felicidad de un aristócrata, es deseable desde el punto de vista utilitarista. Asimismo,
si una acción gubernamental de cierto tipo aum enta la felicidad de la comunidad
más de lo que disminuye la felicidad de algún sector de la misma, la intervención,
por lo mismo, queda justificada.
Todo esto presupone una especie de «aritmética moral», que Bentham consideró
análoga a las operaciones matemáticas requeridas por la física newtoniana. Sin
embargo, no todas las operaciones de aritmética m oral son de la misma clase. Los
valores de los diferentes placeres se suman para los individuos, pero el valor de un
placer dado debe multiplicarse por el número de gente que lo experimenta, y los
diversos elementos que forman el valor de cada placer también tienen que multipli-
carse mutuamente. U na faceta económica singular de esta teoría del bienestar radica
en la elección que hace Bentham del dinero como medida del dolor y del placer. Por
supuesto, el dinero está sujeto a la utilidad marginal decreciente a medida que se
adquiere en cantidades progresivamente mayores, lo que Bentham reconoció, aun-
que no exploró el principio m arginalista tan a fondo como hicieron algunos de sus
sucesores. En otras palabras, Bentham fue más un utilitarista que un marginalista.
Por lo tanto, no tomó parte en la revolución de la utilidad marginal que reorientó la
teoría general del valor, aunque influyó en William Stanley Jevons (véase el capítulo
14), que participó en la llam ada revolución.

El cálculo de la felicidad

El intento de Bentham para medir el bienestar económico en sentido científico tomó


la forma de cálculo de la felicidad, o suma del placer y del dolor colectivos. Ya en
1780, en su Introduction to the Principies o f Moráis and Legislation (p. 30), Bentham
describía las circunstancias en las que tenían que medirse los valores del placer y del
dolor. Para la comunidad, se com ponían de los siete factores siguientes:
1. La intensidad del placer y del dolor.
2. Su duración.
3. Su certeza o incertidumbre.
4. Su proximidad o lejanía.
5. Su fecundidad, o la posibilidad de que las prim eras sensaciones fuesen segui-
das de otras de la misma clase (es decir, placer seguido de más placer, o dolor
seguido de más dolor).
6. Su pureza, o la posibilidad de que las primeras sensaciones no fuesen segui-
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das de otras de la clase opuesta (por ejemplo, el parto tiene un bajo índice de
pureza, porque representa una mezcla de dolor y de placer)
7. Su extensión, esto es, el núm ero de gente afectada.
Bentham reconocía que la quinta y sexta circunstancias no constituyen propie-
dades inherentes del dolor y del placer en sí mismas, sino sólo del acto que produce
placer o dolor. En consecuencia, sólo entran en los cálculos de la tendencia de
cualquier acto o acontecimiento que afecte a la comunidad.

Cálculos del bienestar. Bentham también explicó detalladamente el mecanismo


por medio del cual debían efectuarse los cálculos de bienestar. «Entonces, para hacer
un cálculo exacto de la tendencia general de cualquier acto que afecte a los intereses
de la comunidad», exhorta a «proceder como sigue»:

C om iéncese con cualquier person a de aq uellas cuyos intereses parecen afectados de form a
m ás d irecta p o r él [a cto ]; y hágase u n cálculo,

1. Del v alor de cad a placer identificable que parezca p roducido p o r él en prim er


lugar.
2. D el v alor de cada d o lo r que parezca p ro d ucid o p o r él en prim er lugar.
3. Del v alor de cada placer q ue parezca p ro du cido p o r él después de la prim era
sensación. E sto co nstituye la fecundidad del prim er placer y la im pureza del prim er dolor.
4. Del v alor de cad a d o lo r que parezca p ro d ucid o p o r él después de la prim era
sensación. E sto co nstituye la fecundidad del prim er d o lo r y la im pureza del prim er placer.
5. Súm ense to d o s los valores de to d o s los placeres p o r una p arte y los de todos los
d olores p o r otra. El saldo, si es favorable al placer, nos dará la tendencia buena del acto
en con ju n to, con respecto a los intereses de ese individuo; si es favorable al d olo r [d a r á ] la
tend encia m ala del acto en co nju nto.
6. Realícese un cálculo del nú m ero de perso nas cuyos intereses parecen estar im plica-
dos, y rep ítase el proceso a nterio r con respecto a cad a uno. Súm ense los núm eros que
expresan los grad o s de la tenden cia buena... en relación con... el conjunto: hágase de
n uevo con respecto a cad a individuo, en relación con el cual la tendencia sea m ala en su
conjun to. H ág ase balance: que, si es fav orable al placer, d a rá la tendencia buena general
del acto... y si es favorable al d o lo r [d a r á ] la ten dencia m ala general con respecto a la
m ism a co m u n id ad (Principies o f M oráis an d Legislation, pp. 30-31).

Anticipando probablem ente una crítica de la impracticabilidad de su teoría del


bienestar, Bentham adm itía que no esperaba que se realizase el cálculo de la felici-
dad después de cada juicio moral o disposición legislativa. Pero exhortaba a los
legisladores y administradores a tener siempre presente la teoría, porque cuanto más
avanzase el proceso real de evaluación, más cerca se encontraría de una medida
exacta.

Evaluación del utilitarismo

Hay varias dificultades analíticas y prácticas en la teoría de la medición del bienestar


de Bentham, algunas de las cuales reconoció, ignorando otras. Uno de los muchos
problem as a los que Bentham tuvo que enfrentarse era el de las «comparaciones
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interpersonales» de utilidad. La felicidad de un hombre, para parafrasear un viejo


tópico, puede ser veneno para otro hombre. El hecho de que diferentes individuos
tengan gustos diferentes, rentas diferentes, objetivos y ambiciones diferentes, etc.,
hace que las comparaciones de utilidad (ganada o perdida) entre individuos sean
ilegitimas, en relación con cualquier criterio objetivo. Bentham admitía esta dificul-
tad, pero consideraba que había que realizar tales comparaciones, o la reforma
social sería imposible. Por lo tanto, su teoría del bienestar tiene un contenido
subjetivo (es decir, normativo).
O tro problem a de la teoría del bienestar de Bentham se refiere a la ponderación,
si es que existe alguna, de los placeres cualitativos. ¿Debían recibir los placeres de la
mente, por ejemplo, más o menos énfasis que los placeres del cuerpo? Bentham fue
incapaz de resolver esta cuestión, aunque era consciente de la dificultad. Como
tantos economistas posteriores, recurrió al dinero como la mejor medida disponible
de la utilidad, aunque las m edidas m onetarias no registran siempre los cambios
cualitativos de un modo inequívoco.
Un defecto de la teoría del bienestar de Bentham, del que aparentemente no tuvo
conciencia, se refiere a la dificultad lógica que los economistas llaman falacia de
composición. Esta falacia afirma que si algo es cierto en relación con una parte,
tam bién lo es en relación con el todo. Con referencia a Bentham, hay una falacia
lógica en la afirmación de que el interés colectivo es la suma de los intereses de los
individuos. Aunque la afirmación puede ser cierta en muchos casos, no lo es necesa-
riamente en todos.
U n sencillo ejemplo puede servir para ilustrar este punto. Probablemente es de
interés general, en los Estados Unidos, que todo autom óvil esté equipado con todos
los mecanismos de seguridad posibles. Sin embargo, una m ayoría de com pradores
de automóviles no está dispuesta a pagar el coste de tales equipos, en forma de
precios más altos de los coches. En este caso, el interés colectivo no coincide con la
suma de los intereses individuales. El resultado constituye un dilema legislativo y
económico. En otras palabras, el supuesto básico de Bentham, en relación con la
medición del bienestar, puede llevar a estimaciones imprecisas del bienestar general.
En un terreno puram ente filosófico, la visión de Bentham sobre la naturaleza
hum ana es esencialmente pasiva: la gente se ve «empujada» por la búsqueda del
placer y la huida del dolor. De ahí que no existan motivos «malos» o deficiencias
«morales»; sólo hay «malos» cálculos respecto del placer y del dolor. Bentham no
pensaba que fuese erróneo hacer un mal cálculo; se podía ser estúpido, pero proba-
blemente la estupidez podía corregirse por medio de la educación. Efectivamente, el
utilitarism o insistió mucho en la educación como medio de reforma social.
El utilitarismo es demasiado estrecho en su aproxim ación al comportam iento
hum ano. Hay muy poco espacio, o no lo hay en absoluto, para otros motivos de
com portam iento que no sean la persecución del placer y la huida del dolor. Pero
Bentham pensaba que el cálculo de la felicidad era una teoría útil, aunque no fuese
original, a pesar de sus dificultades inherentes. Los cálculos individuales de placer y
de dolor pueden hacerse inconscientemente, y, sin embargo, existen, afirmaba Ben-
tham. «En todo esto», decía, «no hay nada más que la práctica de la humanidad, que
dondequiera que tenga una visión clara de su propio interés se conforma perfecta-
mente con él» (Principies o f Moráis and Legislation, p. 32).
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La búsqueda, por parte de Bentham, de una medida cuantitativa exacta de la


utilidad tenia que ser infructuosa, por supuesto. Aún en la actualidad, los economis-
tas del bienestar no han podido resolver nunca el problema de las com paraciones
interpersonales de utilidad de m anera que pudiesen deducirse criterios verdadera-
mente objetivos en los que basar las decisiones de bienestar. N o obstante, la influen-
cia de la filosofía de Bentham se manifestó a través de James Mili, un adepto al
utilitarismo, sobre su hijo John Stuart, particularmente en el área de la reforma
social. Y lo que es más im portante para la historia del análisis económico, el cálculo
de la felicidad proporcionó un punto de partida para las intuiciones más profundas
de Jevons en la teoría del com portam iento del consumidor basada en la utilidad
marginal (véase el capítulo 14).
La influencia de Bentham sobre la política económica fue especialmente profun-
da en las primeras décadas después de su muerte, cuando Edwin Chadwick y John
Stuart Mili mantuvieron alta la bandera de la reforma utilitarista. Su aproxim ación
a la economía, sin embargo, sigue siendo influyente en la actualidad, habiendo
servido para inspirar las ampliaciones contem poráneas de la teoría neoclásica, en
áreas como las de la economía del delito y la economía de la licitación del derecho
de votar (véanse las N otas para lecturas complementarias al final del capítulo). En
un sentido general, Bentham dem ostró ser el innovador magistral de las reformas
institucionales y adm inistrativas diseñadas para cambiar los incentivos económicos
de acuerdo con la voluntad general.

EL PRINCIPIO DE LA POBLACION EN LA ECONOMIA CLASICA:


T H O M A S MALTHUS

Si el principio de utilidad era una piedra angular de la economía clásica, el principio


de la población fue otra. El autor que dio a la teoría clásica de la población su
formulación definitiva fue Thomas Robert M althus (1766-1834). John M aynard
Keynes le llamó «el primero de los economistas de Cambridge», porque fue en
Cam bridge donde M althus se distinguió como alumno del Jesus College. Allí,
M althus se preparó para una carrera ministerial. A pesar de una palatosquisis
congènita, ganó premios por sus declamaciones en griego, latín e inglés. Se graduó
en 1788 y recibió órdenes sagradas en el mismo año, pero siguió en Cambridge
como fellow hasta 1804, en que se casó y, por lo mismo, tuvo que renunciar a su
cargo, según las reglas del College.
El padre de M althus contaba a Jean-Jacques Rousseau y a David Hume entre
sus amigos, suponiéndose que am bos fueron los primeros visitantes del joven Tho-
. mas, cuando éste era un niño. C uando se hizo mayor, Malthus fue educado privada-
mente y aprendió a ser un pensador independiente, rasgo del que más adelante haría
buen uso al establecer su teoría de la población. En 1798, Malthus publicó, anóni-
mamente, An Essay on the Principie o f Population as It Affects thè Future Improve-
ment o f Society, with Remarks on the Speculations o f M r. Godwin, M. Condorcet, and
Other Writers (existe trad. cast.; véanse las Referencias). Sin embargo, el anonim ato
dio paso rápidam ente al reconocimiento general, y a su debido tiempo, el nom bre de
M althus se convirtió en una palabra familiar.

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