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D ESA RRO LLO D EL CO N CEPT O D E GEN ERO

EN LA TEO RI A FEM IN ISTA

G abriela C a stella no s L la n os

Hasta cierto punto, el concepto de género está ya presente


en la célebre frase de Simone de Beauvoir, “No se nace mujer,
se llega a serlo”. Inclusive, según Judith Butler, en la obra de
Beauvoir ya se insinúa un concepto tan complejo y tan
contemporáneo como el de la participación de la mujer misma
en el proceso de convertirse en miembro del género femenino,
un proceso que es a la vez un proyecto personal, laborioso y
sólo parcialmente consciente, de cada mujer. Cada una
escoge ese género que la sociedad le propone, en el sentido de
que lo hace propio:
La decisión de asumir un cierto tipo de cuerpo, de vivir
0 llevar el propio cuerpo de una manera determinada,
implica un mundo ya establecido de estilos corporales.
Escoger un género es interpretar las normas de género
tradicionales de una manera especial, una manera que
las reproducirá y las organizará de nuevo.1
De acuerdo a la lectura que hace Butler, El segundo sexo
contenía, al menos en germen, la posición asumida por Teresa
de Lauretis al enfatizar el papel de la experiencia personal de

1 Judith Butler, “Variations on Sex and Gender: Beauvoir, Wittig


and Foucault,” Feminism as Critique. On the Politics o f Gender. Seyla
Bensahib and Drucilla Cornell, eds. (Minneapolis: University of
Minnesota Press, 1988). p. 131.
G ener o e n l a t e o r ía f e m in is t a

cada mujer en la construcción del género.2


Sin embargo, aunque las bases conceptuales estuvieran
ya presentes en Beauvoir, el término “género” no surgió en
Francia, sino en Estados Unidos. Fueron las feministas
norteamericanas quienes lo popularizaron, a partir de las
décadas de los 60 y los 70, como una categoría para el análisis
de la sociedad y la cultura, empleándolo para subrayar “la
cualidad fundamentalmente social de las distinciones basa
das en el sexo”.3 Al emplear en este sentido el término, estas
feministas desplegaban su osadía, pues en el pasado, la
palabra en su uso estricto denotaba sólo la diferencia grama
tical entre lo femenino y lo masculino. Los lingüistas de corte
más normativo desde hace algo más de un siglo han venido
combatiendo la tendencia en muchos hablantes de la lengua
inglesa de emplear la palabra gender para referirse a la
personalidad o identidad de personas de uno u otro sexo. En
español, según creo, no ha existido una tendencia compara
ble, ni tampoco, por tanto, la batalla de los académicos en su
contra. Pero los neologismos (o el desarrollo de nuevas
acepciones para un término ya existente) no sólo son inevi
tables, por mucho que les pese a los profesores de Oxford o a
los académicos de Francia o España, sino que además pueden
ser necesarios, en el caso de un desarrollo científico nuevo.
En cualquier caso, al iniciar la teorización sobre el género las
feministas norteamericanas aprovecharon una tendencia que
ya existía entre los hablantes del inglés, pero le dieron un
nuevo giro al término.
Fue en la década de los 80 cuando quedó definitivamente
consolidado el concepto de género en la teoría feminista, y
2 Véase Alice Doesn't. Feminism, Semiotics, Cinema. Bloomington:
Indiana University Press, 1984.
3 Joan W. Scott, “El género: Una categoría útil para el análisis
histórico”, en Historia y género: Las mujeres en la Europa Moderna y
Contemporánea, James Amelang y Mary Nash (eds.),Eugenio y Maria
Pórtela (trad.), Valencia: Edicions Alfons el Magnanim, 1990), p. 24.

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cuando comenzó a crecer su influencia en el campo de las


ciencias sociales. Gradualmente, se fue estableciendo la
definición de género como la organización social de las
relaciones entre los dos sexos, con énfasis en los orígenes
«
sociales de las identidades subjetivas de hombres y mujeres.
Como lo señala Joan Scott, en este sentido meramente
descriptivo, el concepto refuerza las potencialidades de nue
vos campos de estudio, entre los cuales encontramos la
historia de las mujeres, los estudios de la literatura femenina
y la investigación sociológica o histórica de aspectos privados
de la vida. Aunque estas nuevas áreas académicas pueden
existir sin modificar los paradigmas existentes en las ciencias
sociales,4el concepto de género, como veremos más adelante,
encierra un enorme potencial teórico, capaz de modificar
radicalmente los métodos, los procesos de análisis y muchas
posiciones hoy canónicas en los estudios sociales en diversas
disciplinas.
Por otra parte, es necesario reconocer que en muchos
casos en Colombia, aun más que en Europa o Estados
Unidos, encontramos una tendencia a emplear el término
“género" simplemente para sustituir la palabra “mujer”, tanto
en relación con estudios como en proyectos de acción social
o en la planificación. Se trata de una táctica de camuflaje
encaminada a aplacar a los anti-feministas y misóginos
opositores de cualquier trabajo sobre mujeres o especí
ficamente dirigido a ellas. No está de más decir que este
intento de apaciguamiento no sólo es ineficaz en la mayor
parte de los casos, sino que además es contraproducente,
pues tiende a desgastar la especificidad del concepto y a
socavar sus posibilidades científicas.
No obstante, cuando la categoría de género se asume con
todas sus implicaciones, se producen efectos que pueden

4 Joan Scott, op. cit. pp. 25-27.

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llegar a revolucionar las disciplinas humanas y sociales. Se


trata de una categoría con enorme potencial para mostrar que
la diferenciación social entre los sexos es una realidad activa
en todos los ámbitos y niveles de la actividad humana. Una de
las consecuencias más interesantes del empleo del concepto
de género es su poder para cambiar radicalmente la orienta
ción investigativa en muchos campos. Por ejemplo, como lo ha
señalado Pauline Schmitt Pan tel, al investigar las relaciones
y lás diferencias entre hombres y mujeres en sociedades
antiguas (tal como las de Atenas o Esparta) se descubren
nuevas perspectivas que alteran “el conjunto de la historia
antigua”, mostrando la influencia, sobre la esfera de lo
público, tanto de la ideología como de la organización de la
vida privada. Así vemos que "la reflexión sobre la delimitación
de espacios entre hombres y mujeres aporta elementos para
una problemática con la que se encuentran los historiadores
que encaminan sus investigaciones a lo político, lo económi
co, las prácticas sociales”.5
Ahora bien, para comprender a fondo las posibilidades de
reflexión que brinda la categoría de género, es necesario
reconocer que ella surge como resultado de la confluencia de
dos tendencias académicas contemporáneas: los “estudios de
las mujeres” (women's studies), por una parte, y dos posicio
nes teóricas, por otra parte: el feminismo radical y los análisis
de discursos, de culturas y prácticas sociales de corte post-
estructuralista. Podríamos decir que los “estudios de las
mujeres” aportaron, por una parte, el énfasis en el problema
de la identidad de la mujer, el interés por examinar y cuestio
nar las relaciones sociales entre hombres y mujeres y las
posiciones políticas de las distintas vertientes feministas. De
4

5 Pauline Schmitt Pantel, “La historia de las mujeres en la historia


antigua, hoy”, en Historia de las mujeres en Occidente. La antigüedad
(vol. 1), Georges Duby y Michelle Perrott (eds.) (Madrid: Taurus, 1992),
p. 546.

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los análisis de discursos y prácticas sociales de tipo post-


estructuralista, los estudios de género tomaron la insistencia
en la importancia de tener siempre un término de compara
ción al examinar cualquier realidad cultural, a fin de no
«
considerar sus rasgos en términos absolutos. Sin embargo,
las posiciones feministas quizá más influyentes y mejor
conocidas corresponden a lo que Linda Alcoff llama el “femi
nismo cultural” (o, como se le conoce más comunmente, el
feminismo radical). Esta autora contrapone estas dos co
rrientes en la teoría feminista: la “cultural" y la post-estruc-
turalista. A continuación, resumiré el texto de Alcoff sin
ceñirme demasiado a él, contrastando los aportes que las dos
posiciones pueden hacer a la orientación de los estudios de
género, así como sus desventajas, para luego mostrar en qué
sentido estas posiciones antagónicas han ido contribuyendo
a la conformación de la categoría de género.
El feminismo “cultural”, que corresponde a grandes rasgos
a lo que Julia Kristeva llama "segunda generación de feminis
tas”,6 considera el género como la diferencia entre dos cultu
ras: por un lado la dominante, construida por los hombres y
basada en la opresión, la violencia, el anhelo de controlar el
mundo sin respetar sus ritmos de vida, y, por otro lado, la
cultura de las mujeres, caracterizada por la sensibilidad, la
ternura, el amor a la paz, la capacidad de nutrir, el respeto por
los ciclos naturales de la vida. La cultura femenina, que
aparece como alternativa a la dominante, valora las costum
bres de las mujeres, su manera de relacionarse, los aspectos
típicos de su personalidad, a pesar de que la cultura machista
los desprecia. Por otra parte, son esos atributos los que
pueden salvar a una civilización en bancarrota.
Feministas culturales como Mary Daly y Adrienne Rich,
plantean la diferencia de género como aquella entre alguien
6 Véase Julia Kristeva, “Women's Time”, The Kristeva Reader, ed. Toril
Moi (New York: Columbia University Press, 1986), pp. 186-213.

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que sólo puede quitar la vida (el hombre), y alguien que


también puede darla (la mujer). Tanto Rich como Daly creen
que existe una esencia femenina, una naturaleza compartida
por todas las mujeres. Estas pensadoras definen el patriarcado
como la subyugación de esta esencia por los hombres debido
a su envidia. Ambas proponen una misma solución: redescu
brir nuestra esencia natural y fortalecer los lazos con otras
mujeres.
Estos planteamientos tienen varios aspectos positivos. En
contra de la cultura dominante, que desprecia a la mujer, el
feminismo cultural permite auto-afirmarnos, ver muchas
características femeninas como positivas. Además, el femi
nismo cultural establece un cierto equilibrio después de tanta
insistencia, por parte de las feministas “liberales”, de que
debemos minimizar nuestras diferencias para entrar al mun
do masculino en plano de igualdad con el hombre. Estas
nuevas feministas nos dicen que la cultura femenina, aunque
desarrollada en condiciones de opresión, tiene muchos valo
res que rescatar. Sin embargo, el feminismo "cultural” pre
senta una tendencia nociva, pues sus planteamientos a
menudo no permiten separar los valores positivos de una
cultura femenina de las condiciones de opresión en las cuales
se desarrollaron estos valores. Por el hecho de que nuestras
limitaciones sociales nos hayan permitido desarrollar una
mayor ternura, o un mayor contacto con nuestros propios
sentimientos, no podemos negar que múltiples condiciones
sociales nos han restringido en otros sentidos. Aunque el
feminismo “cultural” busca un cambio generalizado, esta
posición puede llegar a reforzar la idea misógina de que existe
una esencia femenina, una sola naturaleza de la mujer, y que
quienes no correspondan a ella no son”verdaderas” mujeres,
o no “plenamente” mujeres. Como bien señala Alcoff, las
feministas nos caracterizamos precisamente por afirmar
nuestro derecho de construir nuestra propia identidad como

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mujeres, rechazando la imposición de determinadas carac


terísticas culturales como si fueran la única manera “natural”
de ser mujer.
Para los estudios de género en el campo del análisis
literario y de otros tipos de textos, las posiciones del feminis
mo radical/cultural han sido fundamentales, nos recuerda
Biddy Martin; a la vez, algunos de sus aspectos deben ser
criticados si queremos avanzar en la construcción de un
concepto de género que sea verdaderamente productivo.
Efectivamente, los planteamientos del feminismo radical nos
han permitido, en primer lugar, develar y analizar el sexismo
en los textos escritos por hombres, y en segundo lugar, nos
han llevado a defender la escritura de la mujer, desarrollando
un análisis que toma en cuenta sus especificidades, en contra
de la crítica tradicional, que ha sido ciega al punto de vista
femenino.
Ciertamente, [estos dos proyectos del feminismo radical]
han sido cruciales para el desarrollo de una crítica
cultural feminista y una esfera cultural alternativa; sin
embargo, ambos están limitados por un enfoque hacia
el lenguaje y la cultura que interpreta las imágenes
como si fueran el reflejo más o menos auténtico de una
realidad o verdad preconcebida, presuponiendo que las
mujeres, por haber sido aisladas del poder, podemos
crear nuevos significados sin involucramos simultánea
mente en un análisis cuidadoso de los procesos por los
cuales se negocian los significados a través de diversas
prácticas discursivas en un momento histórico
determinado.7
A diferencia del feminismo radical, la segunda corriente de
pensamiento feminista, la post-estructuralista, sostiene que

7 Biddy Martin, “Feminism, Criticism and Foucault," Feminism and


Foucault. Reflections on Resistance. Irene Diamond y Lee Quinby (eds.)
Boston: Northeastern University Press, 1988, p. 18.

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es un error concebir lo femenino como una esencia, natural


e invariable. Se insiste en esta corriente, nos dice Alcoff, en
que debemos rechazar todo intento de definición de la mujer,
provenga de donde provenga. No avanzamos nada si reempla
zamos la imagen de la mujer nacida sólo para esposa y madre,
por la propuesta, hecha por el feminismo de corte liberal, de
la mujer como una ejecutiva o una profesional más,
indistinguible de los hombres, ni tampoco si la sustituimos
por la idea, planteada por el llamado feminismo cultural, de
la mujer como la Madre Tierra o la maga naturalista. Toda
definición, tal como love esta segunda corriente, es una forma
de estereotipar y encasillar a la mujer, desconociendo la
pluralidad, la diversidad, la diferencia entre distintaspersonas,
ya sean hombres o mujeres. La tarea feminista, entonces,
consiste en desconstruir todos los conceptos de mujer.
La posición post-estructuralista tiene su base en el pensa
miento de autores como Kristeva, Lacan, Derrida y Foucault.
Siendo muy diferentes entre sí, son ellos similares en su
conclusión de que la idea de que existe una esencia natural
del ser humano fue producto del humanismo. Según la
concepción humanista, bajo las diferencias entre ricos y
pobres, blancos y negros, mujeres y hombres, existe una
única naturaleza humana, que es la misma en todas las
épocas; las diferencias (raciales, de clase o de género) son sólo
aparentes. El post-estructuralismo se ha impuesto la tarea de
desmontar esta idea, “desconstruyendo” el humanismo. Se
aspira, así, amostrar que las personas definen sus ideas y sus
comportamientos por medio de su relación con una cultura.
Derrida, por ejemplo, muestra cómo nuestra cultura occiden
tal, a pesar de su insistencia en la “esencia” humana, entien
de toda la realidad con base en dicotomías, u oposiciones
binarias; hombre/mujer, cultura/naturaleza, razón/senti
miento, positivo/negativo. En la tradición occidental, el pri
mero de cada uno de estos dos términos se supone superior

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al otro. La supuesta igualdad de los hombres pregonada por


el humanismo liberal no es más que una trampa ideológica,
ya que el modelo de “Hombre” es realmente un varón, blanco,
burgués, europeo.
Para escapar a la esclavitud de estas estructuras menta
les. es necesario, según la perspectiva post-estructuralista,
desconstruir estas supuestas diferencias para afirmar la
diferencia total, subvertir la estructura misma. Según esta
posición, las diferencias entre las personas obedecen a mu
chas causas sociales complejas que interactúan; no es válido
establecer diferencias entre dos grandes grupos, uno confor
mado por todos los hombres, y el otro por todas las mujeres.
El feminismo, entonces, debe asumir la tarea de desconstruir,
desmantelar activa y subversivamente la ficción del género.
No se trata, sin embargo, de eliminar la superficie “femenina”
para quedar con el fondo “humano”—como recomendaría el
feminismo liberal--sino de desconstruir la concepción de
mujer y de hombre, y quedar sólo con la negación, la diferen
cia misma, es decir, con la decisión de no terminar nunca de
desmontar cada nueva certidumbre que venga a reemplazar
a la anterior. Para Julia Kristeva, por ejemplo, “la práctica
feminista sólo puede ser negativa, en pugna con lo que ya
existe para siempre decir “no es eso”, y “tampoco es eso”.8
Puesto que este orden del ser es definido en nuestra cultura
como masculino, la lucha política de la mujer debe tener
simepre por objeto la negatividad radical, el rechazo a todo lo
definido, estructurado, significativo en el concepto de las
diferencias de género.
A pesar de las potencialidades para un análisis cultural
agudo y sutil que brinda esta posición, el post-estructura-
lismo, según Alcoff, no permitirá el desarrollo del feminismo,

8 Julia Kristeva, “Woman Can Never Be Defined”, New French


Feminisms. Elaine Marks and Isabelle de Courtivron Eds. (New York:
Schocken, 1981).

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porque no se puede construir una posición política que sólo


sea negativa, que no presente alternativas positivas. La
práctica feminista de la negatividad que promueve Kristeva
sólo conduce al aislamiento político, a la marginalidad, con
denándonos a no poder ejercer ningún tipo de influencia
sobre la realidad social. ¿Cómo podemos agrupamos como
mujeres para una lucha política conjunta si comenzamos por
negar que exista una realidad que llamamos “ser mujer", si
insistimos en que cada mujer puede ser producto de distintas
determinaciones, y en que por tanto la categoría “mujer” es
una ficción?
Por estas razones, Alcoff plantea una nueva posición
respecto a la diferencia de género, basándose en gran parte en
planteamientos de Teresa de Lauretis.9Esta autora concibe la
construcción de la identidad de género no simplemente como
resultado de la influencia de ideas culturales, sino como un
proceso de interacción entre los lenguajes culturales y la
realidad personal. La experiencia de ser mujer consiste en
una serie de hábitos que resultan de la interacción entre los
conceptos, signos y simbolos del mundo cultural externo, por
un lado, y las distintas tomas de posición que cada una va
adoptando internamente, por el otro. Partiendo del análisis de
Lauretis sobre la importancia de la interacción personal con
el lenguaje y la cultura en la formación de la subjetividad,
Alcoff redefine el “ser mujer” en términos de los resultados de
una experiencia histórica. Ser mujer, entonces, es estar en
una posición cultural que nos llama a tomar, consciente o
inconscientemente, una serie de actitudes frente a lo que
nuestra cultura nos exige como la conducta y las caracterís
ticas “femeninas”. La identidad de género aparece como un
producto histórico, constituido a partir de la relación de cada

9 Véase Gabriela Castellanos, "¿Existe la mujer? Género, lenguaje


y cultura”, en Identidades femeninas y masculinas. Luz Gabriela
Arango, Magdalena León y Mara Viveros, eds., (en imprenta).

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individuo con “un contexto continuamente cambiante, una


red de elementos que tiene que ver con los otros, con las
condiciones económicas, con las instituciones culturales y
políticas, con las ideologías”.10 Surge así el concepto de
“posicionalidad” como la posibilidad de adoptar una identi
dad que sirva de base a una actitud y una actuación políticas
frente al género. Este análisis termina con un llamado a
“articular un feminismo que no continúe construyéndonos de
una manera fya e invariable”.
Así vemos que Alcoff logra avanzar en la construcción de
nuevos planteamientos sobre el género a partir de la crítica
alas dos posiciones feministas que ella considera antagónicas.
Sin embargo, desde otro punto de vista, el concepto de género
también puede considerarse como una consecuencia, no de la
lucha, sino de la articulación entre muchos de los plantea
mientos de la teoría feminista que reivindica los valores de la
mujer y algunas de las contribuciones que ha hecho el post-
estructuralismo para el análisis de manifestaciones cultu
rales. A fin de construir la teoría de género necesitamos,
simultáneamente, los aspectos más originales y más osados
de la posición radical o cultural (que son, después de todo, los
más específicamente feministas) y la teoría y el método post-
estructuralista como herramienta para el análisis.
El post-estructuralismo, como su nombre lo indica, se
basa en una revisión y un replanteamiento del estructuralismo,
sobre todo, de la lingüística estructural de Ferdinand de
Saussure. Para Saussure, la significación se da, no mediante
la relación entre la palabra y el objeto al que ella se refiere,
sino sólo en virtud de la relación de los signos entre sí. De esta
suerte, dentro de lo que Saussure llamó la relación
paradigmática entre las palabras, un adjetivo como “rojo” sólo
tiene sentido por la relación que guarda con otros como

10 Alcoff, op. cit., p. 433.

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“azul”, “amarillo” o “verde”.11Esta posición de Saussure sobre


el signo lingüístico fue posteriormente extendida por Derrida
a todos los sistemas de signos y concepciones sociales,
aunque haciéndole algunas críticas al logocentrismo saussu-
reano.12 Para Derrida, la significación en cualquier sistema
cultural de producción de sentido sólo es posible debido las
diferencias que se establecen entre los elementos del sistema.
El término “différance” acuñado por Derrida, designa simul
táneamente la “diferencia pasiva’ [entre dos signos] como
condición de significación, y el acto de diferir que produce la
diferencia”.13 Esta “diferancia” es el juego de diferencias, de
“espaciamientos" entre un elemento y otro, por el cual estos
elementos se relacionan entre sí y por ende significan. Es
cierto que para Derrida, el juego ausencia/presencia, el ir y
venir entre palabra y silencio, más que la relación entre un
signo y otro (como en Saussure) lo que permite la significa
ción. Y sin embargo, tanto en Derrida como en Saussure. son
las relaciones internas al código, si incluimos en el código sus
intersticios, sus brechas, las que intervienen en el proceso
designificación; ni en Saussure ni en Derrida se toma en
cuenta el papel de la ideología en la producción de sentido.
Cuando las feministas comenzaron a señalar la necesidad
de estudiar, no sólo a las mujeres, sino las diferencias y
relaciones entre los roles sexuales de hombres y mujeres en
distintos niveles y ámbitos sociales, lo hicieron dentro del
espacio teórico creado por este tipo de análisis post-
estructuralista. Así, por ejemplo, es en el marco de estas
posiciones que una historiadora como Natalie Zemon Davis
sostiene, en 1975:
11 Véase Ferdinand de Saussure, Cours de linguistique genérale
(Paris: Payot, 1973). •
12 Jacques Derrida, Positions (Paris: Minuit, 1972), pp. 39-40,
citado en Jonathan Culler, On Deconstruction. Theory and Criticism
after Structuralism (Ithaca: Cornell University Press, 1982), pp. 96-101.
13 Culler, op. cit., p. 97.

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Me parece que deberíamos interesamos tanto en la


historia de las mujeres como de los hombres, que no
deberíamos trabajar solamente sobre el sexo oprimido,
del mismo modo que un historiador de las clases
sdciales no puede centrarse por entero en los
campesinos. Nuestro objetivo es comprender el
significado de los sexos, de los grupos de género, en el
pasado histórico. Nuestro propósito es descubrir el
alcance de los roles sexuales y del simbolismo sexual en
las diferentes sociedades y períodos.14
A partir del post-estructuralismo, la comparación deja de
ser un recurso entre otros, para el análisis, y se constituye en
un principio metodológico básico. Al confluir, entonces, los
estudios de las mujeres con el análisis post-estructuralista,
observamos que en muchas disciplinas se produce un mutuo
enriquecimiento entre ambas orientaciones.
Desde esta perspectiva, el concepto de género se convierte
en fuente de nuevas posibilidades. Aunque en Colombia esta
tendencia sea apenas incipiente, se hace cada vez más difícil
que en la era postmodema las ciencias sociales persistan en
lo que Craig Owens ha llamado “nuestra negativa a encarar el
tema de la diferencia sexual".15Con base en los planteamien
tos de feministas como Julia Kristeva, Sarah Kofman y Luce
Irigaray, y en concepciones desarrolladas por otro post-
estructuralista, Jacques Lacan, Owen re-examina su propia
lectura de una obra de teatro de la dramaturga norteamerica
na. Laurie Anderson, Americans on the Move (Americanos en
progreso). Voy a detenerme un poco en el análisis que Owen
hace de esta obra, porque no sólo muestra claramente la
14 Natalie Zemon Davis, “Women's History in Transition: The
European Case", Feminist Studies, 3 (1975), p. 90, citado en JoanScott,
op. cit., p. 24.
15 Craig Owens, “The Discourse o f Others: Feminists and
Postmodernism," in Hal Foster, ed., The Anti-esthetic: Essays in
Postmodern Culture (Seattle: Bay Press, 1983), p. 61.

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convergencia del feminismo y el post-estructuralismo, sino


que además es un excelente ejemplo de cómo el concepto y la
perspectiva de género permiten renovar el campo delestudio
de la representación de la mujer en distintas manifestaciones
culturales, inyectándole nueva fuerza al análisis.
En la obra de Laurie Anderson, los actores se mueven
frente a una pantalla en la cual puede verse proyectada una
imagen que fue portada por la nave espacial Pioneer: la figura
estilizada de ún hombre y una mujer desnudos, el hombre con
su brazo derecho en alto, como en un saludo. Al mismo
tiempo, se oye la siguiente grabación:
En nuestro país, enviamos imágenes de nuestro lenguaje
de señas al espacio sideral... ¿Creen ustedes que ellos
pensarán que el hombre tiene la mano pegada al cuerpo
en esa posición permanentemente?
En un ensayo anterior, Owen había enfocado su análisis
de este pasaje de la obra hacia un tema básico para los
postmodemistas: el tema del etnocentrismo Occidental, el
empleo de lenguajes propios de una cultura sin tomar en
cuenta los lenguajes de otros. En el ensayo a que nos
referimos, sin embargo, Owen deplora su propia negligencia
al no haber reparado en el falocentrismo de la imagen grabada
en la nave. En ella, es la silueta masculina la que “habla” con
su gesto de alzar el brazo. Se trata de un gesto, además, que
sugiere la erección del falo, el cual es el significante primor
dial, privilegiado, a la vez que el significante por antonomasia
del privilegio, del poder del varón en nuestra sociedad. Según
Owen, “en esta imagen (Lacaniana), escogida para represen
tar a los habitantes de la tierra ante el Otro extraterrestre, es
el hombre quien habla, quien representa a la humanidad. La
mujer sólo está representada; (como siempre) se habla por

ella”.16 En otras palabras, en la imagen escogida por la NASA
16 Owen op. c it, p. 61. (La última frase de esta cita es un juego de
palabras intraducibie: the woman is (as always) already (continúa)

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para representar a la especie humana, sólo el varón aparece


como sujeto, capaz de producir significado, de enviar un
mensaje, mientras que la mujer no asume el papel de sujeto
de una enunciación.
«
Aunque Owen no se refiere explícitamente a Foucault al
hacer este análisis, pueden advertirse en él algunos ecos de
la crítica que ha hecho este filósofo post-estructuralista, a la
concepción del sujeto en la tradición occidental. Los plantea
mientos foucauldianós. efectivamente, representan un apor
te valioso para los análisis de género. Para Foucault, la
subjetividad, que en el pensamiento moderno parece ser una
característica humana esencial, es una construcción de una
época histórica. Esta idea, al relativizar la concepción del
sujeto, ha permitido a muchas teóricas feministas develar el
androcentrismo de la concepción de sujeto, es decir, la
presuposición generalizada pero inconsciente de que el sujeto
por antonomasia es un varón.
Para Teresa de Lauretis la teoría de Foucault sobre la
sexualidad es androcéntrica, pues en ella la sexualidad no
aparece diferenciada, sino que es una sola y modelada de
acuerdo a la masculinidad.17Sin embargo, una de las grandes
fortalezas de las mujeres a través de la historia ha sido su
habilidad para adaptar diversos materiales ideológicos y
culturales, a menudo misóginos, y ponerlos al servicio de
fines feministas. Siguiendo esta tradición, muchos de los
planteamientos foucauldianós han servido a las mujeres que
spoken fo r significa a la vez que alguien siempre habla por la mujer, y
que alguien ya ha “hablado”, sobreentendiéndose que para pedir su
mano (presumiblemente a los padres de una mujer soltera). Así, en
inglés, la frase señala simultáneamente que la imagen relega a la mujer
al silencio, pues otros hablan por ella, y que la mujer es un objeto sexual
que se intercambia, que pasa de ser posesión del padre a ser del
marido).
17 Véase Teresa de Lauretis, “La tecnología del género”, en El género
en perspectiva, Carmen Ramos (comp.) (México: Universidad Autónoma
de México, 1992), pp. 252-3.

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trabajan la perspectiva de género para produndizar en el


análisis de diversas manifestaciones culturales. Por
androcéntrico que sea Foucault, sus teorías se han converti
do, en las manos de autoras feministas, en herramientas
útiles para el análisis de género.
En Vigilar y castigar, Foucault describe cómo, a partir
del Siglo xvii, se produce gradualmente la superación de la
técnica del Antiguo Régimen de dominar por medio del castigo
público, ceremonial, ostentoso, para pasar a la disciplina
interiorizada como una “nueva política del cuerpo”.18Median
te el adiestramiento minucioso de cada movimiento, la vigi
lancia constante y la planeación minuto a minuto de su
tiempo, instituciones como el ejército, la escuela, el hospital,
la prisión, logran que el soldado, el escolar, el enfermo, el
preso, internalicen la disciplina que opera hasta producir un
cuerpo dócil. Se produce entonces “una extensión gradual de
los mecanismos de disciplina a todo el cuerpo social... la
formación de lo que podría llamarse... la sociedad disciplina
ria”.19 Sin embargo, la producción de cuerpos dóciles no es
idéntica para hombres y mujeres. Como señala Sandra Lee
Bartky, además de las prácticas disciplinarias escolares que
permiten la docilidad corporal de todos y todas, existen
disciplinas que producen una modalidad de adiestramiento
corporal que es típicamente femenina. Entre ellas, Bartky
analiza “aquellas que buscan producir un cuerpo de una
cierta talla y configuración; aquellas que conducen a extraer
de este cuerpo unrepertorio específico de gestos, posturas, y
movimientos; y aquellas que se encaminan a exhibir este
cuerpo como una superficie ornamentada".20 Un resultado.
18 Michel Foucault, Discipline and Punish: The Birth o f the Prison.
Tr. Alan Sheridan (New York: Vintage Books, 1979), p. 103. Las qtas
de esta obra aparecerán de ahora en adelante en el texto.
19 M. Foucault, op. cit., p. 209.
20 “Foucault, Femininity and Patriarchal Power", in Feminism and
Foucault (Boston: Northeastern University Press, 1988), p. 64.

34
Gab r ie l a Cast e l l ano s L l ano s

entre otros, es una constante preocupación por la apariencia,


ese mismo fenómeno de “conciencia visual de su propia
persona", esa “especie de narcisismo” que encontramos tanto
en mujeres de carne y hueso como en muchas heroínas
«
literarias.
Otro concepto Foucauldiano que puede ser muy útil
para el análisis de la vida emocional de mujeres reales o
ficticias es el de “histerización de los cuerpos de las mujeres”
como un proceso histórico. Este proceso incluía la represen
tación del cuerpo femenino como saturado de sexualidad a la
vez que de patologías, y la definición de la madre como aquella
persona consagrada al hogar y a los hijos que, como lado
negativo, sufría una gran susceptibilidad a “los nervios”.21 Es
ya en el Siglo xix cuando surge el concepto del “sexo” como
categoría cultural, con tres acepciones, relacionadas con la
histerización de los cuerpos de las mujeres. “Sexo” se definía,
simultáneamente, como “aquello que pertenece tanto a hom
bres como a mujeres; aquello que pertenece, par excellence,
a los hombres, y por tanto les falta a las mujeres; pero, al
mismo tiempo, como aquello que por sí mismo constituye el
cuerpo de la mujer”.22 La mujer, entonces, a la vez carece de
sexualidad y es sexualidad pura.
Ahora bien, la sexualidad para Foucault es un producto
histórico que está íntimamente relacionado con nuestra
identidad, nuestra subjetividad. Nuestro sentido de quienes
somos “no existe fuera de o previamente al lenguaje y la
representación, sino que realmente es llevado a actuar me
diante las estrategias discursivas y las prácticas representa
tivas”.23 Es en este sentido que podemos decir que para
muchas mujeres, los discursos que han incidido sobre ella en

21 Michel Foucault, History o f Sexuality. [Vol. I, An Introduction), Tr.


Robert Hurley (New York: Random House, 1980), p. 104.
22 Foucault, The History o f Sexuality, p. 153.
23 Biddy Martin, op. cit., p. 9.

35
G ener o e n l a t e o r ía f e m in is t a

el hogar, la escuela, la iglesia, así como las representaciones


del amor, la mujer, el hombre, han conducido a una difusión
de la sexualidad. Lo sexual en ella, aparentemente negado y
prohibido, se espiritualiza y se dispersa, convirtiéndose por
esa misma razón en la totalidad de su vida. De allí esa
tendencia a lo que hoy se ha llegado a llamar la tendencia
femenina a “amar demasiado”.
En conclusión, podemos extraer del post-estructuralismo
valiosas herramientas, pero al mismo tiempo debemos recha
zar el típico análisis post-estructuralista que niega la existen
cia o la validez de la categoría de género. Partiendo de
reflexiones similares a ésta, nos dice Biddy Martin que:
"... Es imperativo que no desconozcamos la importancia
de los conceptos de patriarquía y opresión como han
sido desarrollados por las pensadoras feministas
radicales, [ya que ellos constituyen] la condición de
posibilidad para el trabajo feminista de desconstruc
ción. La afirmación de la unidad de la mujer y de la
globalidad del patriarcado, aunque estos conceptos
sean ficciones, ha creado para nosotros un espacio
desde el cual podemos interpretar y hablar. Nuestra
tarea es desconstruir, deshacer nuestros propios
significados y categorías...” a fin de no dar por cerrada
la cuestión de la mujer, y de no girar en nuestro
discurso en tomo a nuevas certidumbres y nuevos
absolutos. No podemos darnos el lujo de negamos a
tomar una posición política “que nos amarre a nuestro
sexo” en son de alcanzar una corrección teórica
abstracta, pero sí podemos negarnos a quedar
satisfechas con identidades fijas y rehusar idealizamos
como sujetos revolucionarios universales.24

24 Biddy Martin, op. cit.. p. 16.

36
Gabr ie l a Cast el l ano s L l ano s

Por eso, según Martin, lo que precisamos es aceptar la


paradoja de que debemos, a la vez, retener el concepto de la
especificidad de la experiencia de las mujeres, y desconstruirlo,
empleando el método post-estructuralista para contrastar y
criticar las diferencias entre los dos géneros en todos los
aspectos de la cultura.
Ahora bien, las posiciones paradójicas son útiles o inclu
sive imprescindibles ocasionalmente, pero no es posible
articular toda una posición política y a la vez toda una teoría
sobre la base de una paradoja. Es por esta razón que se hace
urgente partir de otras bases teóricas para articular una
teoría acerca del género que sea positiva como el feminismo
radical sin caer en sus esencialismos, que permita una crítica
cultural profunda y aguda como la del post-estructuralismo,
sin caer en su negativismo. Como hemos visto, Linda Alcoff
logra algunas precisiones sobre la diferencia de género,
retomando algunas posiciones de Lauretis.25 Sin embargo, a
pesar de la contribución innegable de Lauretis al plantear la
importancia de la experiencia personal en el proceso de la
construcción de la identidad de género, la distinción que la
autora hace entre “mujer” como concepto cultural, producido
por discursos hegemónicos, y “mujeres” como seres históricos
y concretos,26 sigue siendo problemática. Esta distinción se
basa en el dualismo post-estructuralista de pensadores como
Derrida y Lacan.
Ahora bien, este dualismo tiene sus raíces teóricas en el
pensamiento de estructuralistas como Saussure o Lévi-
Strauss. Para Saussure, por ejemplo, debemos distinguir
entre la lengua, como sistema formal, fijo, estructurado, y el
habla como los actos individuales de uso de la lengua,
cambiantes, variados, imposibles de ser estudiados por su
diversidad y fluidez. Sólo la lengua, como sistema de formas
25 Véase Gabriela Castellanos, op. cit.
26 Lauretis, op.cit., 1984, p. 6.

37
G ener o e n l a t e o r ía f e m in is t a

abstractas, representa la dimensión social del lenguaje, tiene


reglas y puede ser estudiada, mientras que la producción
individual de actos de habla sólo presenta rasgos aleatorios
y accesorios. Esta posición de Saussure sobre el signo lingüís
tico fue posteriormente extendida por Derrida a todos los
sistemas de signos y concepciones sociales, aunque hacién
dole algunas críticas al logocentrismo saussureano.27En toda
la cultura, entonces, según Derrida, encontramos múltiples
códigos como sistemas abstractos de signos, por una parte, y
por otra, eventos particulares de significación, mensajes
concretos; la relación entre código y mensaje es siempre una
convención social completamente arbitraria.
Es obvia la importancia de estas posiciones teóricas para
las ideas de Lauretis, quien presenta como uno de los objeti
vos centrales de su libro Alice Doesn't (traducido al español
como Alicia ya no), el de “cuestionar las formas en que se
establece la relación entre mujer y mujeres”, entendiendo
mujer como un código cultural, y mujeres como los indivi
duos, y la relación entre los dos términos como “arbitraria y
simbólica”. Esta concepción dualista de la relación entre el
código cultural que nos marca y la mujer individual que
aspira a liberarse, nos lleva a un impase, pues los sujetos
concretos no pueden incidir significativamente sobre las
concepciones generalizadas dentro de una cultura sino me
diante un proceso acumulativo muy largo y completamente
inconsciente. Por eso, el significado que el lenguaje y la
cultura asignan a lo que es ser mujer se convierte en una
especie de prisión inescapable.
La dificultad, la casi imposibilidad del proyecto feminista,
cuando se parte de los planteamientos dualistas, puede
entreverse a partir de la formulación del problema de la mujer
que hace Catherine MacKinnon, a quien Lauretis cita:

27 Jacques Derrida, Positions (París: Minuit, 1972), pp 39-40.

38
G a b r ie l a Cast el l ano s L l ano s

Socialmente, el ser mujer quiere decir femineidad, lo


cual significa atractivo para los hombres, lo cual significa
atractivo sexual, lo cual a su vez significa disponibilidad
sexual en términos definidos por los hombres. Lo que
define a la mujer como tal es lo queatrae a los hombres.
Las niñas buenas son “atractivas”, las malas son
“provocadoras”. La socialización de género es el proceso
a través del cual las mujeres llegan a identificarse a sí
mismas como seres sexuales, como seres que existen
para los hombres. Ese proceso a través del cual las
mujeres internalizan una imagen elaborada por los
hombres de su sexualidad como su identidad de mujeres,
es el proceso por el cual hacen suya esa imagen. Y no
es sólo una ilusión.28
Desde esta perspectiva, el código cultural sobre la feminei
dad está predeterminado, es fyo, como lo son todas las
estructuras de significación, que corresponden a lo que, en el
terreno lingüístico, Saussure llamó langue o lengua. Las
mujeres como individuos sólo pueden actuar con base en
estas estructuras, llevarlas a la práctica, a la realidad concre
ta. mediante su actuación. Desde un punto de vista síquico y
cultural, entonces, ser mujer es haber internalizado una
identidad que está ya dada en el entorno cultural, convirtién
dose así en alguien que existe para los hombres, cuya
identidad de género sólo se define a partir de su deseo de
atraer a los hombres. La sexualidad femenina es sólo ser para
el deseo del otro, no desear al otro. Si esto es inevitable, no
una ilusión, ni el resultado de una actitud anti-mujer, sino
aquello que es constitutivo de ser mujer, no parece posible
operar el cambio que anhelamos las feministas, ese cambio
que debe permitimos participar en la cultura como seres
autónomos, a menos que nos volvamos un tercer sexo.
28 Catherine MacKinnon. “Feminism, Marxism, Method and the STate:
An Agenda for Theory”, Signs, 7 (1982), p. 531.

39
G ener o e n l a t e o r l a f e m in is t a

Aparentemente, tendríamos que convertimos en algo que no


sea aquello para lo cual nos han socializado, ni idéntico a
aquellos para quienes nos han socializado. De Lauretis, por
su parte, considera estas formulaciones de MacKinnon como
“brillantes”, y de una “deslumbradora concisión”.29 Esta
autora, por tanto, comparte esta tesis de la socialización
femenina que nos muestra una descorazonadora visión del
papel de la mujer en la cultura.
Esta visión desesperanzadora, sin embargo, está presente
en muchas feministas, como por ejemplo Luce Irigaray o
Helene Cixous, que se oponen a algunas formulaciones post-
estructuralistas sobre la muj er pero sin trascender su dualismo
básico. Este dualismo, por otra parte, no viene sólo de autores
como Derrida o Lacan, sino que influye en muchas feministas
a través de las concepciones de Lévi-Strauss que Beauvoir
empleó en El Segundo sexo. Para Lévi-Strauss, las sociedades
humanas se constituyen mediante un “pasaje del estado de
naturaleza al estado de cultura”. En este autor, la “dualidad,
la alternancia, la oposición y la simetría” entre naturaleza y
cultura y otros sistemas de oposiciones son “datos fundamen
tales e inmediatos de la realidad social”. El dualismo en la
concepción de la cultura de Lévi-Strauss tuvo gran influencia
en las feministas en Francia y en el mundo a través del uso
que Simone de Beauvoir hizo de él al postular la importancia
de la dualidad entre “lo Mismo y lo Otro" como base de la
conciencia en todas las sociedades, presentando al hombre
como “el Sujeto, lo Absoluto”, mientras que la mujer “es el
Otro”.30
Esta conceptualización dicotómica como base para com
prender la situación de la mujer en la cultura sirvió en su
momento para crear conciencia de que los papeles y funcio
nes sociales desempeñados por las mujeres, así como la
29 Lauretis, op.cit., 1982, p. 167.
30 Véase Simone de Beauvoir, El segundo sexo.

40
Gabr ie l a Cast el l ano s L l ano s

ideología generalizada acerca de las capacidades femeninas,


no eran condiciones naturales sino realidades culturales. No
obstante, el concepto de género que se desarrolló a partir de
este tipo de dualismos ha mostrado sus deficiencias.31 Una
vía que puede permitimos proponer una alternativa a esta
concepción es la crítica al dualismo estructuralista, tal como
la crítica del concepto de Saussure del signo lingüístico, que
proponen los lingüistas rusos Voloshinov y Bajtín.
Para Saussure, la ideología, es decir, el universo de creen
cias y actitudes que intervienen en la interacción de los
individuos, no juega ningún papel en el sistema de la lengua,
debido al carácter arbitrario y convencional del lenguaje. El
papel de la ideología en la producción del significado del
lenguaje es negligible, puesto que lo que interesa no es la
relación del signo con la realidad ni con el individuo que se
comunica, sino “la relación entre un signo y otro dentro de un
sistema cerrado, ya aceptado y autorizado... completamente
independiente de los significados ideológicos que le dan su
contenido a los signos”. Ahora bien, desde una posición
radicalmente opuesta, la de Mijaíl Bajtín, de quien fuera
discípulo Volosinov,32 los contenidos ideológicos aparecen
precisamente como los elementos que permiten la producción
de sentido mediante el lenguaje, que está “ideológicamente
saturado". Lo que existe en la realidad de la comunicación es
un enunciado o serie de enunciados, que no son, como creyó
Saussure, fenómenos individuales, sino sociales, y por lo
tanto cargados de posiciones ideológicas, del punto de vista
de los participantes: “El enunciado”, nos dice Volosinov, “se

31 Para una critica de las concepciones de Lévi-Strauss sobre la


mujer, véase Gabriela Castellanos, ¿Por qué somos el segundo sexo?
(Cali: Universidad del Valle, 1991).
32 Muchos autores, sobre todo franceses, consideran el libro de
Voloshinov al que nos hemos venido refiriendo como obra de Bajtín. Sin
embargo, la evidencia no es suficiente para desconocer totalmente el
aporte de Voloshinov.

41
G ener o e n l a t e o r ía f e m in is t a

construye entre dos personas socialmente organizadas...


Lapalabra está orientada hacia un destinatario”, o, en ausen
cia de un destinatario/a, “hacia quien podría ser su destina
tario”.33 En Bajtín, en un diálogo real, “la palabra está
orientada hacia la que le dará respuesta: provoca una res
puesta, la anticipa y se estructura a sí misma en dirección a
la respuesta. Formándose en la atmósfera de lo ya dicho, la
palabra está también determinada por aquello que aun no se
ha dicho pero que... 3e necesitay se espera cómo respuesta”.34
Esta concepción dialógica del lenguaje nos permite repen
sar el sentido de los vocablos “mujer” y “hombre”, dos de los
signos que denotan la diferencia de género, abandonando la
postura estructuralista que los plantea como elementos de un
código preexistente a las mujeres y hombres reales, y como
signos independientes de las actitudes y posiciones de estos
seres. El género, entonces, no se ve como una “construcción
ficticia”, una abstracción determinada socialmente, según
pretende Lauretis, sino como el resultado de un diálogo
continuo entre mujeres y hombres, y entre las mujeres
mismas. Como resultado de un diálogo, los signos que deno
tan las diferencias de género está cargado de significaciones
diversas, de resonancias, de sentidos a veces simplemente
diferentes, a veces contradictorios, que les han dado quienes
los han utilizado. Esas significaciones, ese contenido ideoló
gico, además, van variando históricamente; podemos creer,
entonces, en la posibilidad de una transformación, en los
efectos de nuestras luchas ideológicas.
Puesto que “ninguna palabra se relaciona con su objeto de
manera singular”; entre un término cultured y su referente
“existe un ambiente elástico de otras palabras ajenas sobre el

33 Valentín Voloshinov, Marxism and the Philosophy o f Language


(Austin, University of Texas Press, 1986), p. 85.
34 M. Bajtín, The Dialogic Imagination (Austin, University of Texas
Press, 1981), p. 284.

42
Gabr ie l a C ast el l ano s L l ano s

mismo objeto, el mismo tema”.35 En la elasticidad de ese


ambiente abigarrado, además, encontraremos no sólo códi
gos normativos, ideologías oficiales excluyentes y conserva
doras, sino también dos fuentes de diversidad: las múltiples
huellas de las respuestas transgresoras que esas ideologías
han recibido por parte de los grupos dominados, y una
heterogeneidad que contradice la imagen estructuralista de
la unidad del código lingüístico. En vez de concebir a la mujer
y a otros grupos marginados como excluidos radicalmente de
la cultura, según se piensa en las posturas post-
estructuralistas, el concepto propuesto por Bajtín del carna
val como respuesta jocosa popular al oficialismo, nos permite
descubrir las maneras en las cuales las mujeres construimos
también, como el pueblo, una contestación a la oficialidad
que nos oprime. La cultura popular del “carnaval”, ha sido
descrita por Bajtín como una serie de ritos y formas lingüísti
cas profanadoras, contradictorias, excéntricas. La risa
carnavalesca aparece como un tipo peculiar de jocosidad que
une y hermana, por cuanto quien ríe lo hace de todos, aun de
sí mismo/a. Por eso la cultura popular carnavalesca ofrece la
posibilidad de que el pueblo escape a las consecuencias
deldesprecio que le muestra la ideología oficial.36En el caso de
la mujer, podemos ver como carnavalescas esas manifesta
ciones de excentricidad lingüística, de risa disruptora, de
tendencias caóticas que mostramos las mujeres a menudo en
el discurso cotidiano de la colegiala, de la complicidad con las
amigas. Y así como el carnaval popular se convierte, según
Bajtín, en fuente de rupturas estéticas e ideológicas en el
discurso literario de autores como Rabelais o Cervantes, o
incluso Dostoievsky, el carnaval femenino da pie para múlti
ples rupturas en la cultura cotidiana.37

35 M. Bajtín, Op Cit., p. 276.


36 Véase M. Bajtín, Rabelais and His World. 1984.
37 Ver el trabajo de Natalie Zemon Davies (1978), sobre (continúa)

43
G ener o e n l a t e o r ía f e m in is t a

No estamos, por tanto, excluidas del discurso, como


piensa Lauretis. Si bien a las mujeres se nos ha vedado
tradicionalmente la participación en los discursos artísticos
y académicos de prestigio, nadie ha podido separamos del
discurso cotidiano, el cual es una formidable fuente de
creatividad. A pesar de nuestra exclusión de la “Alta Cultura”,
las mujeres hemos participado siempre de múltiples maneras
en la producción de la cultura popular. No sabremos nunca,
probablemente, cuanto le debieron las obras más vanguar
distas y sofisticadas de cada época a la inventiva iconoclasta
y excéntrica que demuestran en su discurso doméstico de tipo
carnavalesco las mujeres más influyentes en la vida de ciertos
autores, sobre todo las que fueron importantes para ellos en
su niñez.
Con base en Bajtín, entonces, podemos redefinir el con
cepto de género a partir del significado cultural de términos
concretos como “mujer”, u “hombre”, con todas sus implicacio
nes síquicas y sociales; el sentido de estos términos, por otro
lado, no puede estar aislado de otras condiciones de esas
mujeres y esos hombres que le dan sentido. Partiendo del *
concepto de Bajtín de heteroglosia, o multiplicidad y diversi
dad de los modos de expresión de distintos grupos sociales,
podemos reconocer que una lengua no es un sistema único,
sino una variedad de “sistemas verbales e ideológicos”, con
sus correspondientes “contenidos semánticos y axiológicos”,
por cuanto el lenguaje difiere según factores como genera
ción, raza, etnia, profesión, clase, o género de los hablantes.38
Todos estos sistemas y contenidos, esta gran heterogeneidad
sociolingüístíca, entonces, intervienen en la delimitación de
las características culturales, de las concepciones de género,

las posibilidades subversivas de imágenes pictóricas y lingüísticas de
mujeres díscola, fuertes y disruptoras en el siglo xvii en Europa. Ver
también Castellanos 1991.
38 M. Bajtín, The Dialogic Imagination, p. 288.

44
G a b r ie l a Cast e l l ano s L l ano s

tal como lo hacen en el caso de cualquier concepto cultural.


Esta formulación es claramente compatible con la noción de
Lauretis de que el género, al constituir a los individuos
concretos en hombres y mujeres, se interrelaciona con valo
res específicos de parámetros como clase, etnia y raza, por
cuanto no es lo mismo ser mujer u hombre en una clase que
en otra, en una u otra etnia. Es por esto que no podemos
perder devista las especificidades, ni emprender una defini
ción de la mujer en sentido ideálizado y abstracto.
Género aparece así como uno de los criterios de clasifica
ción básicos en todo tipo de relaciones sociales, uno de los
sistemas simbólicos de ordenamiento jerárquico que subyacen
a todas las relaciones entre individuos o entre grupos en una
sociedad. Puesto que se trata de un sistema simbólico, su
contenido es cultural, no esencial. Los conceptos de “hombre”
o “mujer”, entonces, no constituyen una realidad social
determinante, sino que remiten a contenidos parcialmente
divergentes según quien los emplee; por otra parte, están en
constante proceso de flujo, de cambio. Las mujeres y los
hombres históricamente concretos, por su parte, se relacio
nan no sólo con el sistema simbólico de género, sino simultá
neamente, con otros como los de clase, etnia, raza, origen
nacional, preferencia sexual, generación, profesión, etc. To
dos estos sistemas de significación cultural se entrecruzan e
influyen mutuamente. Desaparece, entonces, todo dualismo
de la concepción de género.
Con todas estas precisiones, entonces, podemos plantear
ya algunos elementos que deberán intervenir en una
conceptualización de la diferencia de género que se oponga
tanto al esencialismo de las feministas culturales como al
nominalismo y el desconstruccionismo nihilista de los postes-
tructuralistas. Retomando la idea de posicionalidad de Alcoff,
entonces, reconoceremos que la conciencia de ser mujer es
relativa a contextos socioculturales y políticos específicos,

45
G ener o e n l a t e o r ía f e m in is t a

frente a los cuales cada una de nosotras puede asumir una


actitud de identificación y de solidaridad política. A partir de
la descripción de Bajtín y Volosinov del dialogismo y de la
heteroglosia, nos propondremos crear las condiciones para
que pueda lograrse, no la definición de la mujer, sino la
confrontación dialógica de distintas auto-afirmaciones de
mujeres diversas, dotadas de especificidades de clase, etnia,
raza, etc. Comenzaremos, también, a preguntamos qué pue
den decimos los hombres de su propia experienca de género,
y a considerar cómo el diálogo entre ambas experiencias las
modifica mutuamente. Finalmente, tomando en cuenta las
posibilidades de creatividad del carnaval feminista, se hace
necesario estudiar la participación que la mujer ha tenido en
la producción de elementos de una cultura transgresora,
anti-oficialista, mediante manifestaciones lingüísticas, tradi
ciones orales, ritos, actitudes, costumbres. Con estos tres
elementos, podremos avanzar en el desarrollo de las posibi
lidades teóricas que nos ofrece la categoría de género, desa
rrollo que deberá incidir en un cambio social efectivo de la
situación de la mujer.

B ib l io g r a f ía

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