Está en la página 1de 3

En primer lugar hay que definir a qué nos referimos cuando hablamos de

posesión: ingreso, alojamiento y control del cuerpo y la mente del sujeto por parte
de un demonio o un espíritu. Si bien la idea es tan universal como antigua, existen
muchos tipos diferentes de posesión; algunos, ni siquiera malignos.

Desde siempre —y aún hoy— se creyó que los dioses pueden interferir en la vida
de los hombres. El rezo es una manifestación de esa filosofía.

Si bien la posesión es considerada como algo indeseable, muchas tradiciones la


asumen como un favor divino: shamanes, médiums y profetas se han jactado de
ser vehículos momentáneos de las fuerzas primordiales.

En cualquier caso, la mayoría de las posesiones son temporales.

La opinión más generalizada al respecto es que los demonios presionan sobre las
debilidades de la personalidad que poseen. Son incapaces de instalar sus propios
deseos, si estos son contrarios a los del anfitrión. En todo caso, aprovechan los
impulsos que ya existen en él, siquiera de forma latente, y poco a poco los
conducen a la superficie de la conciencia.

La lujuria, la avaricia, la ira, y el resto de los pecados capitales son algo así como
la puerta de entrada para la posesión demoníaca. Es decir, al cultivar esos hábitos
el sujeto realiza una especie de eucaristía con el mal, permitiéndole el ingreso a su
cuerpo.

Incluso algunas comidas pueden ser el primer paso para la posesión demoníaca.
En este contexto, las manzanas son las que mayores propabilidades tienen de ser
poseídas por espíritus impuros; quizás como recordatorio de la historia de Adán,
Eva y una manzana que no fue tal en realidad.

En 1585, por ejemplo, en Annecy, Francia, se efectuó un exorcismo masivo a toda


la cosecha de manzanas para prevenir inoportunas posesiones demoníacas entre
los consumidores. Las manzanas poseídas, por llamarlas de algún modo,
mostraban una rara protuberancia en forma de nariz. Fueron arrojadas al río.
Probablemente el grito de los hambrientos fue confundido con reproches del
maligno.

Los rituales de exorcismo se practican desde la más insondable antigüedad, sin


embargo, recién en 1614 la iglesia estableció el Rituale Romanum, una serie de
procedimientos de rutina para tratar todo tipo de posesiones.
Si bien el texto a sufrido numerosas revisiones a lo largo del tiempo, en esencia
sigue siendo el mismo: describe las oraciones y prácticas que el sacerdote debe
realizar para salvar el alma de la persona poseída.

Cualquier hombre bautizado puede practicar un exorcismo, aunque estos casos


son realmente extraños. La mayoría de las veces el rito es oficiado por un
sacerdote con una larga trayectoria dentro del exorcismo, habida cuenta de las
complicaciones que pueden surgir, como en los casos de Robbie Mannheim y
Anneliese Michel, por ejemplo.

Actualmente las causas que justifican un exorcismo han cambiado.

Si antes los pecados capitales eran una especie de llamada o de invitación a las
potencias infernales, hoy en día se considera que el mismo resultado indeseable
puede obtenerse a través de la práctica de la magia negra, o bien manipulando
fuerzas que no deben ser perturbadas, por ejemplo, a través del Tablero Ouija, las
Mesas Parlantes o el Juego de la Copa.

La primera sensación de estar poseído es positiva y negativa al mismo tiempo.

Por un lado, la persona poseída siente una notable lucidez, un tipo de


razonamiento claro, sin desviaciones. Por el otro, esta claridad no logra
desplazarse sino que se establece en una serie de pensamientos fijos; es decir:
obsesión. Una idea o un pensamiento se incrustan como una astilla en la mente
del poseído. Solo puede pensar en eso, todo el tiempo, sin pausa ni respiro. A
veces ni siquiera se trata de un pensamiento maligno. Con el correr de los días
esto altera notablemente su comportamiento.

La persona poseída también siente que su fuerza física aumenta. No es


infrecuente que incluso trate de tantear sus límites. Esta sensación alcanza picos
de verdadera euforia, seguidos de breves pero violentas convulsiones.

Las obsesiones de la persona poseída continúan, y traen consigo efectos


secundarios asombrosos. Rara vez ofrecen detalles voluntariamente, pero si se
los obliga pueden incluso dar cuenta de hechos futuros o revelar algún tipo de
información secreta.

La persona poseída no considera que está hablando en una lengua extraña, por
ejemplo, o que es capaz de entender idiomas que nunca estudió. Es frecuente que
la persona poseída muestre una viva repulsión por ciertas comidas, y sobre todo
por objetos sagrados como cruces y medallas de santos.
Es importante aclarar que la persona poseída ignora por completo lo que le ocurre,
y no es consciente de la totalidad de sus actos.

Más allá de estos síntomas, la posesión demoníaca siempre ocurre de forma


progresiva:

1. Infección : el punto de entrada donde el demonio logra acceder a la víctima


y desde allí empieza a ejercer su influencia.
2. Opresión : la víctima se debilita, física y emocionalmente. A partir de allí
puede manifestar un comportamiento errático, inadecuado, tomar
elecciones poco éticas o asumir hábitos inmorales. También es común que
olvide cosas sencillas, como por ejemplo comer o higienizarse.
3. Aceptación : la persona poseída empieza a desear el control de su invasor,
aunque de hecho sepa perfectamente que está alterando su cuerpo y su
personalidad.

También podría gustarte