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Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M.

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CAPÍTULO XX
PROCESO DE INDIVIDUALIZACIÓN DE LA PENA

PRINCIPIOS RECTORES DEL PROCESO DE INDIVIDUALIZACIÓN

1. Principio de legalidad

En virtud de la garantía penal del principio de legalidad, es necesario que la ley señale la
pena que corresponde a cada hecho delictivo (nulla poena sine lege), requerimiento que
cuenta con consagración constitucional (art. 19 N° 3 inc. 8° CPR). Como consecuencia de
tal exigencia, no sólo se necesita que el texto legal establezca la sanción abstracta para todo
aquel que incurra en el supuesto de hecho que describe, sino también que ella prevea los
pasos que deban darse para –aumentando o disminuyendo dicho marco penal–, individualizar
la pena concreta que corresponda imponer a quien ha delinquido, en las circunstancias
específicas en que lo ha hecho.

2. Principio non bis in idem

Este principio, generalmente expresado bajo la fórmula de no doble incriminación,


tiene en el ámbito sancionatorio un alcance muy vasto. Desde una perspectiva general, en
efecto, puede ser planteado como la prohibición que pesa tanto sobre la autoridad legislativa
como sobre la autoridad judicial, de no considerar -en miras a su sanción- más que en una
sola oportunidad la ilicitud y el reproche que mereciere cada conducta contraria al
ordenamiento jurídico.

En lo que respecta específicamente al proceso de individualización de la pena, el


principio aludido se traduce en que un mismo hecho o antecedente fáctico no puede dar
lugar más que a un criterio de medición de dicha responsabilidad, y en que éste, a su vez,
no puede ser considerado en más de una oportunidad con efectos que operen en desmedro de
la situación penal del individuo. Se trata, en consecuencia, de una limitación impuesta a la
actividad del órgano jurisdiccional.

Es prácticamente unánime el parecer doctrinal que lo considera un principio


vinculante para el órgano judicial, en cuanto tendría consagración legislativa en el artículo
63 inciso primero del Código Penal, el cual dispone que "no producen el efecto de aumentar
la pena las circunstancias agravantes que por sí mismas constituyan un delito especialmente
penado por la ley, o que ésta haya expresado al describirlo y penarlo".
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3. Principio de individualidad

Una de las manifestaciones del principio de personalidad de la responsabilidad penal


es, precisamente, la de que el proceso destinado a la cuantificación de dicha consecuencia
jurídica reviste un carácter estrictamente individual.

El proceso destinado a fijar la cuantía exacta de la pena, en efecto, no tiende a


determinar cuál es la sanción con que debe ser sancionado el delito, sino cuál es el castigo
que ha de imponerse a cada una de las personas que hubieren tenido intervención en el
hecho.

Luego, en caso de existir más de un sujeto penalmente responsable frente a un mismo


hecho delictivo, será necesario repetir todo el proceso de individualización tantas veces
cuantos fueren los individuos que se encontraren en aquella situación.

4. Principio de incomunicabilidad

Íntimamente ligado con el anterior, este principio se traduce en la exigencia de que al


repetirse el proceso de individualización de la sanción para cada uno de los sujetos
penalmente responsables de un mismo hecho, sólo deben considerarse las circunstancias
personales que en ellos concurran, sin que puedan tomarse en cuenta aquellas de la misma
índole que concurran en los demás. Una manifestación de este principio, en el ámbito de las
penas copulativas, se encuentra en el artículo 61 regla 4ª del Código Penal. Otra consagración
de este principio, en materia de circunstancias modificatorias, se halla en el artículo 64 de
dicho Código.

REGLAS PARA LA APLICACIÓN DEL SISTEMA

El proceso de individualización de la pena está guiado por una serie de reglas, cuya
observancia resulta obligatoria para el sentenciador:

a) La pena prevista para cada tipo se entiende fijada para el autor de delito consumado.
Así fluye con toda claridad de lo dispuesto por el artículo 50 del Código Penal.

b) Cuando la ley contempla una pena que se compone de varios grados, cada uno de
ellos se considera como una pena distinta.
Esta regla aparece expresamente contemplada en el artículo 57 CP. De modo que si un delito,
por ejemplo, tiene asignada como pena la de presidio mayor en sus grados mínimo a medio,
debemos entender que aquél aparece sancionado con dos penas: la de presidio mayor en su
grado mínimo y la de presidio mayor en su grado medio.
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c) Cuando la ley contempla penas diversas para un mismo delito, cada una de esas penas
se considera como si fuera un grado distinto.
Así lo dispone el artículo 58 CP. De suerte que si consideramos, por ejemplo, la penalidad
del delito de parricidio (art. 390 CP.), esto es, presidio mayor en su grado máximo a presidio
perpetuo calificado, debemos entender que dicho marco penal consta de tres grados: presidio
mayor en su grado máximo, presidio perpetuo y presidio perpetuo calificado, porque cada
una de esas penas ha de ser ficticiamente considerada como si fuera un grado.

d) La pena que en definitiva se aplique a una persona puede resultar mayor o menor
que aquella que la ley fija de modo abstracto para el delito respectivo.
Si bien esta regla no aparece expresamente consignada en el texto de la ley, ella se deduce
del conjunto de preceptos que regulan el proceso de individualización de la responsabilidad
criminal. La concurrencia de circunstancias agravantes puede conducir a la imposición de
una pena más elevada que la prevista de modo general para el delito, y la influencia de
circunstancias atenuantes -y, también, otros factores, como veremos enseguida- pueden
conducir a aplicar una pena inferior a la prevista en la ley.

e) El aumento o disminución de las sanciones ha de efectuarse utilizando las escalas


graduales de penas.
Para hacer efectivo el aumento o disminución de la pena contemplada para cada delito, el
Código Penal ha creado las llamadas escalas graduales de penas (Art. 59). Dentro de cada
escala, se enuncian en orden decreciente de gravedad las penas que la componen. Luego, para
determinar cuál es la sanción inferior o superior que corresponde aplicar, verificamos cuál es
el lugar que dentro de la escala respectiva ocupa la pena indicada en el tipo, y enseguida
subimos o bajamos, siguiendo dicha escala, el número de grados que fuere necesario. Así,
por ejemplo, si la pena asignada al delito fuera relegación menor en su grado mínimo y
tuviéramos que subir dos grados, arribaríamos a relegación menor en su grado máximo,
siguiendo la escala Nº 2.

Si por aplicación de este mecanismo llegáramos al tope máximo de la escala y todavía fuera
necesario seguir subiendo, se aplican las siguientes reglas, contempladas en el artículo 77 del
Código Penal:
- En la escala 1, debe imponerse presidio perpetuo calificado
- En las escalas 2 y 3, debe imponerse presidio perpetuo
- En las escalas 4 y 5, se impone la pena superior de la respectiva escala y además
reclusión menor en su grado medio.

Si, por el contrario, llegáramos al tope mínimo de la escala y todavía fuera necesario seguir
bajando, se impone siempre la pena de multa, cuya cuantía ha de fijarse de acuerdo con el
artículo 25 CP., atendiendo a la naturaleza de la infracción.

f) Cuando para un delito la ley contempla penas alternativas, el tribunal puede escoger
una de ellas para alguno(s) de los intervinientes en el hecho y una distinta para otro(s).
Así se desprende de lo previsto en el artículo 61, regla 3ª, del Código Penal.
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g) Si la ley asigna a un delito penas copulativas comprendidas en escalas distintas o si


agrega la multa a la(s) de la misma escala, unas y otras deben ser aplicadas a todos los
responsables. Pero cuando alguna de dichas penas se impone al autor del delito por
circunstancias peculiares a él que no concurren en los demás, no se hace extensiva a
éstos.

Así fluye de lo dispuesto en el artículo 61, regla 4ª, del Código Penal.

h) Siempre que el tribunal imponga una pena que lleve consigo otras por disposición de
la ley, según lo prescrito en el Párrafo 3 del Título III del Libro Primero del Código
Penal, condenará también al acusado expresamente en estas últimas.
Esta regla, relativa a las penas accesorias, aparece consagrada en el artículo 76 del Código
Penal.

PRIMERA ETAPA: DETERMINACIÓN DEL MARCO PENAL

1. El título de castigo

La primera etapa del proceso de individualización de la responsabilidad penal es,


como ya sabemos, la determinación del marco penal. Para saber cuál es el margen de
penalidad que tomaremos como referencia, debemos, en primer término, precisar cuál es el
título de castigo. Es decir, el delito (o delitos) por el cual (o por los cuales) vamos a
sancionar al individuo.

La determinación del título de castigo generalmente no ofrece dificultades. En la


mayor parte de los casos se trata de la ejecución de una sola conducta que trae como
consecuencia la configuración de un solo delito.

Tampoco se presentan dificultades cuando el legislador decide reunir en un mismo


tipo (y, en consecuencia, bajo un mismo marco de penalidad) varias conductas. Es lo que
sucede en los delitos de hipótesis copulativas, en los delitos habituales y en los delitos
complejos.

Son delitos de hipótesis copulativas aquellos en los cuales el tipo demanda la


ejecución de dos o más conductas diversas. Es el caso, por ejemplo, de la figura de ejercicio
ilegal de profesión prevista en el artículo 213 del Código Penal.

Son delitos habituales aquellos en los cuales el tipo demanda la ejecución de una
misma conducta varias veces. Por ejemplo, el encubrimiento por favorecimiento personal
habitual, previsto en el artículo 17 número 4° del Código Penal y el delito de maltrato
habitual, contemplado en la ley de violencia intrafamiliar.
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Son delitos complejos aquellos en los cuales el tipo reúne dos o más conductas
diversas que, consideradas en forma aislada, de todos modos son constitutivas de delito. Por
ejemplo, la figura del artículo 372 bis del Código Penal.

Excepcionalmente, en cambio, puede suceder que un mismo sujeto haya realizado


dos o más conductas que encuadran en tipos diversos o en un mismo tipo varias veces, o bien
que una misma conducta aparezca captada por dos o más tipos o por uno mismo varias veces.
Este es el problema que se presenta en el delito continuado y en las figuras denominadas
concurso ideal de delitos, concurso material de delitos y concurso de leyes penales.

El factor que ha de tomarse en consideración para determinar el título de castigo es el


hecho delictivo. Se entiende por tal la conducta o conductas que el sujeto ha ejecutado con
todas sus circunstancias (tiempo, lugar, medios de ejecución, sujeto pasivo, etc.).

Un mismo hecho puede dar lugar a dos o más títulos de castigo. Por ejemplo: el hecho
"muerte de Jaime" puede ser calificado como parricidio respecto de uno de los ejecutores y
como homicidio respecto de los otros.

2. Delito continuado

Está constituido por dos o más acciones u omisiones separadas por un cierto tiempo
que, no obstante integrar cada una de ellas por separado la misma figura fundamental de
delito, se valoran como un solo delito en razón de la homogeneidad de sus elementos.

Ningún precepto legal se refiere en nuestro país a esta clase de delito, no obstante lo
cual puede decirse que goza de considerable reconocimiento en la jurisprudencia y la doctrina
nacionales.

Los elementos de este delito pueden clasificarse en objetivos y subjetivos. Del primer
orden son: la pluralidad de acciones u omisiones, la unidad de ley violada y, para algunos, la
identidad del sujeto pasivo. De índole subjetiva es el requisito de unidad de designio,
propósito, intención o dolo.

También se incluyen en la doctrina algunos elementos de carácter secundario que,


fundamentalmente, permiten dar por establecido alguno de los requisitos mencionados. Aquí
se ubican la unidad o identidad de ocasión, la conexión espacial y temporal, y el empleo de
medios semejantes.

 Elementos objetivos:

Pluralidad de acciones u omisiones. Lo que da lugar al delito continuado es que las


diversas acciones ejecutadas son, cada una de ellas, típicas. Por esa misma razón, debe darse
un cierto espaciamiento temporal entre ellas.
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Realización del mismo tipo básico. También es indispensable que las diversas
acciones realizadas vulneren un mismo precepto legal o preceptos legales semejantes. No se
requiere, entonces, que todas las conductas merezcan idéntica calificación; basta con que las
diversas figuras sean analogables, esto es, que puedan ser comprendidas como
manifestaciones de un tipo básico. Luego, podrá darse tal homogeneidad entre un hurto y un
robo con fuerza en las cosas, por ejemplo.

Identidad de sujeto pasivo. No todos los autores concuerdan en esta exigencia.


Tiende a uniformarse la doctrina en torno a la idea de que ella sólo es importante en los
delitos que protegen bienes personales (por ejemplo, delitos sexuales, delitos contra el
honor); no así en los delitos de significación patrimonial.

 Elemento subjetivo

Sin duda, el elemento más controvertido es éste. Paralelamente a los caracteres


objetivos que denotan una cierta unidad en las acciones realizadas, se exige también un factor
aglutinante de índole subjetiva. Para muchos, es éste el factor decisivo y, en todo caso, el que
ha de justificar el tratamiento más benigno que se persigue con la figura del delito continuado.

Las múltiples posturas adoptadas al respecto pueden reducirse a dos: las que reclaman
una unidad del elemento subjetivo, sea que se lo conciba como dolo, resolución, propósito o
deseo, y las que exigen una cierta continuidad entre las diversas resoluciones o dolos.

La primera alternativa, esto es, la que postula la unidad del dolo, propósito o
intención, tiene el grave inconveniente de que si el dolo es unitario, ha de serlo por abarcar
de antemano todas las acciones parciales en un propósito común. Pero si es así, esa misma
perseverancia en la intención delictiva, lejos de disminuir la reprochabilidad del hecho, la
aumenta, lo cual no concuerda con la búsqueda de un tratamiento más benigno para el
imputado, a través de la consideración unitaria de sus acciones para evitar la aplicación de
las reglas agravatorias del concurso real. Piénsese que por algo la premeditación configura
una agravante de responsabilidad penal.

Más congruente es la segunda postura, que prefiere poner el acento en la


homogeneidad del dolo del agente, la cual vendría dada por obedecer todas las resoluciones
delictivas a circunstancias externas semejantes. Así, podrá afirmarse la existencia de un delito
continuado cuando el individuo haya actuado sucumbiendo en múltiples ocasiones a la
tentación provocada por las mismas o semejantes circunstancias motivantes a la comisión
delictiva. Al mismo tiempo, será posible afirmar que su reprochabilidad es menor en la
medida en que sus actos revelan una voluntad débil, con lo que el tratamiento unitario y
favorable de las diversas acciones adquiere justificación.

En nuestro país, Etcheberry se pronuncia por la unidad de propósito o determinación,


mientras que Cury, adoptando una posición personal al respecto, señala que sólo habrá delito
continuado cuando la pluralidad de acciones obedezca a una necesidad objetiva de fraccionar
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el ataque al bien jurídico que de otro modo no podría haber tenido lugar. Ello implica, claro
está, que la característica aglutinante de las diversas infracciones cometidas por el mismo
agente deja de ser de índole subjetiva y vinculada a la reprochabilidad, para pasar a ser de
carácter netamente objetivo y a ubicarse en el ámbito de lo injusto.

Disintiendo de este último autor, Garrido adhiere a ambas concepciones del elemento
subjetivo del delito continuado, esto es, tanto a la de la unidad como a la de la continuidad u
homogeneidad del dolo.

A nuestro parecer, la posición correcta es la que atiende únicamente a la semejanza


de las circunstancias motivantes del comportamiento del individuo, por ser la única que
puede dar sustento a un tratamiento unitario y más favorable a las diversas acciones delictivas
ejecutadas por él. Siendo posible recurrir a esta construcción doctrinal sólo en beneficio del
imputado, su justificación ha de encontrarse en una disposición subjetiva que trasunte una
menor reprochabilidad, y no a la inversa.

 Indeterminación procesal

Una corriente jurisprudencial suele apreciar también un delito continuado en las


hipótesis de “indeterminación procesal”. Se conocen con este nombre los casos en que no se
ha podido acreditar en juicio el número exacto de hechos delictivos atribuidos al imputado,
las fechas precisas en que se ejecutaron o, tratándose de delitos de significación patrimonial,
el monto total del perjuicio económico producido.

 Tratamiento penal

La lógica consecuencia de considerar que el delito continuado es uno solo, es la de


aplicarle la pena correspondiente al hecho único cometido. De este modo, si son varias las
conductas constitutivas de hurto o de apropiación indebida, por ejemplo, cabría simplemente
sumar el importe total de lo sustraído o del perjuicio, en su caso, e imponer la pena resultante.
La sanción para el conjunto de acciones pasa a ser idéntica, entonces, a la que habría sido
aplicable si el hecho se hubiera ejecutado por medio de una sola acción.

Lo dicho, en verdad, resulta fácilmente practicable cuando las conductas realizadas


se castigan con penas que se establecen sobre una base acumulable. Tal cosa ocurre en los
casos citados, pues en ellos la pena se calcula sobre la base de los valores económicos
involucrados. Pero en los demás casos, esto es, cuando las penas no admiten integración en
una sola, la búsqueda de una penalidad única para todas las infracciones conduce a optar por
la pena aplicable a una de ellas, concretamente la correspondiente a la infracción más grave.
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3. Concurso ideal de delitos

Se denomina concurso ideal de delitos a la situación contemplada en el artículo 75


del C. Penal, esto es, aquella en que un solo hecho configura dos o más delitos.

La generalidad de la doctrina indica que el concurso ideal puede ser de dos clases:
homogéneo o heterogéneo. El primer nombre se reserva para aquellos casos en que el hecho
realizado configura dos o más veces un mismo delito, mientras que se designa como
heterogéneo al concurso que se produce cuando el hecho único configura dos o más delitos
diversos. Hay, así, concurso ideal homogéneo si con un mismo artefacto explosivo se causa
la muerte de varias personas, o si a raíz de una maniobra desafortunada un conductor lesiona
a diversos individuos.

En cambio, configuran un concurso ideal heterogéneo, por ejemplo, las lesiones que
se causan con ocasión de un delito de violación (art. 361 CP), cuando por su gravedad no
pueden estimarse absorbidas por la pena de este último delito.

Como caso especial de concurso heterogéneo debe mencionarse el delito


preterintencional. Este tiene lugar cuando un individuo ejecuta dolosamente una conducta
delictiva, a raíz de la cual sobreviene otro resultado más grave que el querido por el agente,
pero en todo caso previsible e imputable a él a título de culpa. Sería, por ejemplo, el caso de
un delito de lesiones que provoca la muerte no querida de la víctima.

Los delitos que integran el concurso ideal no sólo pueden ser de lesión o daño efectivo
para un bien jurídico, como sucede en todos los ejemplos que se acaban de señalar, sino que
también pueden ser de peligro, como ocurriría, verbigracia, si un sujeto abandonara en un
lugar solitario, al mismo tiempo, a sus hijos menores de siete años (art. 349 CP).

Tratamiento penal

El art. 75 CP establece que "se impondrá la pena mayor asignada al delito más grave".

Un sector doctrinal minoritario sostiene que esta regla sólo podría aplicarse al
concurso ideal heterogéneo –por lo que el concurso ideal homogéneo debería ser sancionado
conforme a la regla general del artículo 74 CP‒, ya que al ordenar la ley que se imponga la
pena mayor del delito más grave, se estaría partiendo de la premisa de que los delitos en
concurso son distintos. La mayoría, en cambio, afirma que no distinguiendo la ley en forma
clara, deben entenderse comprendidas ambas clases de concurso ideal.
Lo primero que debe hacerse para aplicar esta regla de penalidad es determinar cuál
es el delito más grave, para lo cual no debe examinarse la gravedad intrínseca de cada uno
de los delitos, sino examinar sus penas.
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La pena mayor asignada al delito más grave hace referencia, en el caso de las penas
compuestas de grados, al más alto entre éstos; y dentro de tal grado el juez procederá a fijar
la pena exacta de acuerdo al art. 69 CP.

Pero podría acontecer también que el cálculo de la pena así previsto condujera a una
penalidad superior a la suma de todas las que correspondería aplicar a las diversas figuras
por separado. Parece claro, sin embargo, que en tal situación correspondería aplicar la regla
general del art. 74 CP., respecto de la cual el art. 75 constituye una excepción, pues
indudablemente la finalidad de la ley ha sido la de otorgar un tratamiento más benévolo a las
figuras concurrentes -surgidas de un mismo hecho o ligadas en relación instrumental-, por lo
que la aplicación de la regla estudiada no puede conducir a un empeoramiento de la situación
del delincuente. El tratamiento más benigno del concurso ideal, en comparación con el del
concurso material, obedece al hecho de que hay en aquél un menor desvalor de acción, al
colocarse el delincuente sólo en una ocasión en situación de rebeldía frente a las normas.

4. Concurso real o material de delitos

Hay concurso real cuando los diversos delitos imputados a un solo individuo tienen
su origen en hechos también diversos e independientes, ninguno de los cuales ha sido objeto
de juzgamiento.

En este caso, la pluralidad de valoraciones jurídicas no ofrece mayores dificultades


porque, a diferencia de lo que ocurre en el concurso ideal, todas recaen sobre hechos distintos.
De ahí la denominación de concurso real o material de delitos. Es indiferente la naturaleza
de los diversos delitos cometidos, como asimismo el grado de desarrollo que hayan alcanzado
y la clase de intervención que le hubiere correspondido en ellos al delincuente.

En el concepto recién apuntado se indica, además, que los hechos deben ser
independientes entre sí, expresión ésta que suele utilizarse para excluir el caso puntual del
delito continuado, que, como vimos, es analizado como un solo delito. Con todo, nada obsta
a que entre los delitos en concurso real haya uno o más que tengan el carácter de continuados.

Es también integrante de la definición de esta clase de concurso el elemento negativo


consistente en que no medie entre los diversos hechos una sentencia judicial ejecutoriada,
pues si tal fuere el caso, podrá apreciarse reincidencia, mas no concurso.

Sistemas de penalidad

En doctrina se reconocen varias posibilidades de regulación de la penalidad aplicable


al autor de varios hechos delictivos:

 El sistema de la acumulación aritmética. Consiste en la aplicación de todas las penas


correspondientes a cada delito. Es, en verdad, la alternativa más simple, pues si al que
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ofende un bien jurídico se le castiga con una pena, nada será más lógico que imponer dos
penas, o las que corresponda, a quien haga tal cosa con diversos bienes jurídicos. Se le
critica por conducir en ocasiones a la imposición de penas desproporcionadas e
imposibles de cumplir, por superar con creces los límites temporales de la vida humana
y convertirse en penas perpetuas.

 El sistema de la acumulación jurídica. Este criterio conlleva la imposición de una pena


más severa que la correspondiente al delito más grave, pero inferior a la suma de las penas
de todos los cometidos. A tal resultado puede llegarse por dos vías, ya sea agravando la
sanción asignada a la figura más grave (aumentándola en un grado, por ejemplo), o bien
atenuando la resultante de la suma de todas. La primera fórmula se conoce como sistema
de exasperación o asperación.

 El sistema de la absorción. Es el opuesto al primero, ya que conduce a la sola imposición


de la pena asignada al delito más grave, la que no es objeto de incremento alguno. Luego,
se traduce en la impunidad de los demás delitos, lo que constituye la principal crítica que
se formula en su contra.

 El sistema de combinación de marcos penales. Consiste en la creación de un nuevo


marco penal a partir de las sanciones de cada uno de los diferentes delitos. El mínimo de
este nuevo marco penal coincidirá con el más alto de los mínimos previstos para las
distintas infracciones, en tanto que el máximo corresponderá al más alto de los máximos
de los diversos delitos.

Tratamiento penal

En nuestro derecho, la regla general en esta materia se contiene en el artículo 74 del


C. Penal. Este precepto dispone lo siguiente:
Al culpable de dos o más delitos se le impondrán todas las penas correspondientes a
las diversas infracciones.
El sentenciado cumplirá todas sus condenas simultáneamente, siendo posible.
Cuando no lo fuere, o si de ello hubiere de resultar ilusoria alguna de las penas, las sufrirá
en orden sucesivo, principiando por las más graves o sea las más altas en la escala
respectiva, excepto las de confinamiento, extrañamiento, relegación y destierro, las cuales
se ejecutarán después de haber cumplido cualquiera otra penas de las comprendidas en la
escala gradual número 1.

Rige como norma general, entonces, el sistema de acumulación aritmética de las


penas, cuya ejecución práctica se ordena como sigue:

- Se cumplen simultáneamente las penas que así pueden serlo. Precisando un poco
más esta categoría, puede decirse, partiendo de lo obvio, que dos penas privativas de libertad
no admiten cumplimiento conjunto. Pero tampoco lo admiten éstas cuando concurren con
restrictivas de libertad, tal como se desprende de la última parte del precepto. También es
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claro que las pecuniarias son compatibles con todas las demás. En cambio, las de
inhabilitación y ciertas penas especiales que impliquen la suspensión de un derecho, como la
privación de la licencia de conducir (art. 492 CP.), deben comenzar a computarse después
del período de privación de libertad, si la hubiere, pues sería un caso de aquellos en que la
ejecución conjunta haría ilusorio el cumplimiento de las primeras.

- Si las penas no pueden cumplirse a la par, o si de ello hubiere de resultar ilusoria


alguna de las penas, su ejecución sucesiva se ordena según la precedencia indicada en la
escala respectiva, partiendo por las más graves. La excepción concerniente a las restrictivas
de libertad se justifica por la necesidad de asegurar la presencia del delincuente para el
cumplimiento de las privativas de libertad, aunque sean de menor duración.

Primera excepción: la reiteración de delitos

De acuerdo al artículo 351 del Código Procesal Penal, recibe el nombre de reiteración
de delitos el concurso real de figuras delictivas de la misma especie.

El inciso final del precepto indicado precisa lo que debemos entender por tales: "Para
los efectos de este artículo se considerará delitos de una misma especie aquellos que afectaren
al mismo bien jurídico".

Para el concurso real de delitos correspondientes a esta categoría (reiteración), el


artículo dispone dos reglas especiales:

Si las diversas infracciones pueden estimarse como un solo delito, se impone la pena
resultante de considerarlos como un todo, pero aumentada en uno o dos grados.

Según algunos, esto es posible cuando las penas contempladas para las diversas
figuras se calculan sobre una base común que puede, además, acumularse. Así acontece con
las penas fijadas sobre la base de índices pecuniarios. Entre los que pueden considerarse de
la misma especie, cabe mencionar, a vía de ejemplo, el hurto (art. 446 CP), la estafa (art. 467
CP), la apropiación indebida (art. 470 n° 1 CP), y algunas hipótesis de incendio (art. 477 CP)
y daños (arts. 486 y 487 CP). De este modo, la apreciación como un solo delito de un hurto
y una apropiación indebida obligará a sumar los valores de lo sustraído y del perjuicio,
respectivamente, para así llegar a una penalidad común, que se elevará de uno a dos grados.

Según otros, las diversas infracciones pueden estimarse como un solo delito cuando
impliquen la realización de varias veces un mismo tipo penal.

Si las infracciones no pueden considerarse como un solo todo, "el tribunal aplicará la
pena señalada a aquella que, considerada aisladamente, con las circunstancias del caso,
tuviere asignada una pena mayor, aumentándola en uno o dos grados, según fuere el número
de los delitos" (art. 351, inciso segundo, CPP.).
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El citado inciso resuelve expresamente el problema de si la determinación del delito


más grave supone la aplicación previa de las circunstancias modificatorias de responsabilidad
penal, en conformidad a los arts. 65 a 68 del C. Penal, pues ordena tomar en cuenta las
circunstancias del caso. Estimamos que este es el proceder correcto en todas las hipótesis
concursales y que, por tanto, no cabe sacar de aquí conclusiones contrario sensu, aun cuando
así lo han sostenido algunos fallos de nuestros tribunales.

Para la elevación de la pena en ambas situaciones, no ha establecido el legislador


criterio alguno (salvo en la segunda hipótesis, que alude al número de delitos), por lo que
queda entregada a la prudencia del tribunal. Con todo, el incremento de la pena es siempre
obligatorio, por lo que la discrecionalidad judicial se circunscribe a la cuantificación de dicho
incremento.

El inciso tercero del art. 351 CPP aclara expresamente un punto que ya nos había
suscitado dudas en torno a la aplicación del artículo 75 CP, esto es, si acaso ha de volverse a
la regla general del artículo 74 CP cuando la aplicación del sistema de asperación conduzca
a penas mayores que las correspondientes a la suma de las imponibles a cada delito por
separado. La afirmativa del legislador, sin embargo, está redactada en términos facultativos,
pues indica que "podrán" aplicarse las penas conforme al art. 74 CP. No obstante ello, la
tendencia de nuestros tribunales -indudablemente correcta- es la de observar siempre la
acumulación aritmética cuando ella resulta menos gravosa para el condenado.

El artículo 397 CPP extiende la aplicación de las reglas anteriores a la reiteración de


faltas de una misma especie.

El artículo 509 del Código de Procedimiento Penal –aplicable a hechos ejecutados


antes de la entrada en vigencia de la Reforma Procesal Penal− también regula el concurso
material por reiteración de delitos de la misma especie. Esta regulación presenta las
siguientes diferencias con respecto a los artículos 351 y 397 del Código Procesal Penal:
a) El aumento de pena que se prevé permite elevar ésta en uno, dos o tres grados.
b) Se consideran delitos de la misma especie aquellos que están penados en un mismo Título
del Código Penal o ley que los castiga. Esta definición ha sido criticada por ser excesivamente
formalista, pues conduce a estimar de la misma especie figuras tan diversas como el
homicidio y las injurias, y a considerar especies delictivas distintas el aborto y el infanticidio.

Existen algunos casos especiales de reiteración de delitos de la misma especie que se


encuentran sometidos a reglas de penalidad distinta. Por ejemplo, la reiteración de
receptaciones tiene su propia regla de punición, según la cual, en ciertos casos, corresponde
imponer la pena del delito en su grado máximo, y en otros, aumentarla en un grado (art. 456
bis A inc. 4° CP).

Segunda excepción: la reiteración de hurtos del art. 451

El mencionado artículo establece una regla de aplicación muy restringida, del


siguiente tenor:
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En los casos de reiteración de hurtos, aunque se trate de faltas, a una misma persona,
o a distintas personas en una misma casa, establecimiento de comercio, centro comercial,
feria, recinto o lugar el tribunal calificará el ilícito y hará la regulación de la pena tomando
por base el importe total de los objetos sustraídos, y la impondrá al delincuente en su grado
superior. Esta regla es sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 447.

Nótese que esta disposición no obliga a aplicar la pena superior en un grado a aquella
que corresponda al valor total de los objetos sustraídos, sino a imponerla “en su grado
superior”. Ello significa que tal agravación resultará operativa sólo cuando el marco penal
correspondiente al importe total de las cosas sustraídas sea compuesto por dos o más grados.
En los demás casos, la pena a imponer, simplemente, tomará como base el monto total de los
objetos sustraídos, tal como ocurriría si se tratara de un delito continuado.

Tercera excepción: el concurso medial

La segunda parte del inciso primero del artículo 75 CP, en efecto, se refiere a un caso
que parte de la doctrina denomina concurso ideal impropio, o -como suele hablarse en
España- concurso medial. De la lectura del precepto emana que el legislador dispensa un
mismo tratamiento, a los efectos de determinar las penas aplicables, al caso en que un hecho
configura dos o más delitos, que al evento en que "uno de ellos sea el medio necesario para
cometer el otro".

Las dudas que suscita esta parte del precepto son básicamente dos. Primero, ¿es éste
un caso de concurso ideal o, por el contrario, la norma cubre hipótesis que corresponden al
concurso real o material de delitos?, y, segunda, ¿qué significa que uno sea el medio
necesario para cometer el otro?

En lo que atañe a la primera interrogante planteada, la totalidad de la doctrina chilena


entiende que esta figura no corresponde a lo que en estricto rigor se denomina concurso ideal.
Hay aquí dos hechos que el legislador ha reunido en virtud de una ficción, para efectos de
determinar la pena aplicable.
Por lo que respecta al alcance de la exigencia de que un hecho sea el medio necesario
para cometer el otro, es claro que dicha conexión debe apreciarse de acuerdo a la situación
concreta, pues una conexión necesaria no circunstancial, sino inherente, sólo se daría cuando
un delito nunca pudiera ser cometido sino precedido del otro, pero, en este evento, lo que en
verdad se produce es un concurso aparente de leyes penales y no una pluralidad de delitos,
como veremos más adelante.

Así, se ha fallado que si para cometer un delito de estafa se adultera un carnet de


identidad, se produce un concurso ideal impropio, pues la falsificación de instrumento
público es en tal evento el medio necesario para perpetrar la defraudación.
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 244

Existen en el ordenamiento jurídico algunos casos especiales de concurso medial de


delitos que están sujetos a una regla de punición diferente. Esto es lo que sucede, verbigracia,
en la figura agravada de cohecho del funcionario público del artículo 249 CP, en la que se
ordena el castigo por separado, por una parte, del delito consistente en solicitar o aceptar un
beneficio económico y, por otra, del concreto delito que cometa el empleado a cambio de
dicho beneficio; este último delito debe ser sancionado con una pena no inferior a reclusión
menor en su grado medio. Otro ejemplo puede verse en el concurso medial integrado por la
asociación ilícita y el tráfico de drogas, que también se sanciona conforme a la regla de la
acumulación material del artículo 74 CP (art. 16 Ley N° 20.000).

5. Concurso aparente de leyes penales

Hay concurso aparente de leyes penales cuando, pese a configurar uno o más hechos
las hipótesis de dos o más figuras penales, una sola de estas es suficiente para aprehender el
desvalor de todos ellos.

Ello ocurrirá cuando el o los hechos en cuestión admitan ser encuadrados en más de
una figura delictiva, no obstante lo cual razones de orden lógico o valorativo conduzcan a la
conclusión de que sólo puede tener aplicación un tipo penal, y no todos los que aparentemente
concurren en el mismo supuesto.

Principios de solución

a) El principio de especialidad

Es quizás el más obvio de todos, pues no representa más que la aplicación de un


criterio general de interpretación: la ley especial deroga a la general.

De este modo, se presentará una relación de especialidad entre dos o más preceptos
penales cuando, si bien todos cubran el supuesto de hecho, uno de ellos lo describa en mayor
detalle que los restantes. Así, la conducta del que mata a su padre puede encuadrarse
textualmente en el art. 391 Nº 2 CP, que sanciona el homicidio simple, y en el art. 390 del
mismo código, que castiga el parricidio. Pero de entre ambas disposiciones, la última es la
única aplicable, pues en ella se contempla con mayor precisión el hecho juzgado.

En los casos de especialidad se da una relación lógica (género a especie) entre las
diversas hipótesis delictivas, de suerte que la más detallada supone siempre la realización de
las restantes. Así, el infanticidio (art. 394) es una subclase de parricidio, el que, a su vez, es
una subcategoría dentro del homicidio. Según la configuración de los hechos, corresponderá
siempre aplicar uno solo de ellos.
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 245

b) El principio de subsidiariedad

Este criterio tiene lugar en aquellos casos en que una determinada figura delictiva
sólo puede tener aplicación por defecto de otra, sea que ello se encuentre expresamente
establecido en la ley, o bien que pueda deducirse del sentido de sus normas.

En términos generales, la doctrina nacional y una parte de la extranjera consideran


que el principio que nos ocupa no cuenta con autonomía ni presta mayor utilidad. Subyace
en este planteamiento la creencia errónea de que este criterio es una concreción del de
especialidad.

En realidad no es así. Para hablar de subsidiariedad, debe partirse de la base de que


formalmente los tipos penales concurrentes sean aplicables. Por eso, cuando el ámbito de la
tipicidad de un delito se traza por exclusión de los casos contemplados en otra figura
delictiva, por lo general no habrá relación de subsidiariedad, sino de especialidad. De allí que
no sea un ejemplo de subsidiariedad expresa el artículo 473 CP, pues ninguno de los engaños
que allí se sancionan puede concurrir a la vez con la estafa propiamente tal: su figura es
residual, y no subsidiaria.

En cambio, sí cabe apreciar subsidiariedad expresa, entre otros, en los artículos 168,
176, 183, 325 y 488 del C. Penal. El primero de los citados, por ejemplo, castiga al que, sin
haber tomado parte en la emisión o introducción al país de moneda falsificada (a que se
refiere el art. 167), se la hubiere procurado a sabiendas y la hubiere puesto en circulación.
Evidentemente, ambos preceptos describen situaciones diversas, pero no en relación de
género a especie. Por eso, si no se le hubiera dado carácter subsidiario al art. 168, éste y el
art. 167 serían aplicables (en principio) al individuo que, habiendo tomado parte en la emisión
del dinero falso, lo pusiera luego en circulación.

También existe subsidiariedad expresa entre los supuestos de los artículos 15, 16 y
17 del C. Penal, y constituye consagración general y explícita de este principio, en materia
de circunstancias modificatorias, el artículo 63 CP, en cuanto prescribe que carecen de efecto
agravatorio las circunstancias incorporadas a la descripción de un delito.

Ahora bien, la aplicación verdaderamente interesante de este principio se da, desde


luego, en los supuestos en que no existe un pronunciamiento explícito de la ley. En general,
la relación tácita de subordinación puede afirmarse siempre que del sentido de una norma se
desprenda que ella no pretende ser aplicada en presencia de otra posible calificación más
grave del hecho, lo que en el fondo acontecerá en caso de que una de ellas constituya una
forma más grave o acabada de ataque al mismo bien jurídico. Así, por ejemplo, cabría
sostener que el delito de amenazas de cometer algún atentado en contra de una persona,
contenido en el art. 296, es subsidiario, en todos sus supuestos, respecto de la realización
efectiva de tal propósito. Es éste, además, el criterio de solución en el concurso aparente
entre la figura de falsedad documental y su posterior uso en el tráfico jurídico.

También se resuelven así los siguientes grupos de supuestos:


Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 246

- Los casos en que un mismo individuo realiza comportamientos tanto de


autoría, como de participación o encubrimiento respecto de un mismo delito, situación que,
en nuestro derecho se encuentra expresamente resuelta.

- Los delitos que se configuran en el curso hacia la realización del ataque más
grave al mismo bien jurídico. Así, no se sancionan las lesiones que conducen a la muerte.
Tampoco los actos preparatorios especialmente punibles, ni la tentativa configurada en
camino a la consumación que después se produce. También son subsidiarios los delitos de
peligro respecto de los de lesión del mismo bien, siempre que el peligro no vaya más allá del
menoscabo efectivamente producido. La misma relación se da entre la comisión dolosa y
culposa de un mismo delito (como cuando el conductor imprudente deja morir con dolo al
transeúnte que acaba de arrollar).

De acuerdo a lo expuesto, casi todas las hipótesis tratadas por la doctrina nacional
como concreciones del principio de absorción, deben ser consideradas como de
subsidiariedad expresa o tácita. Pues no se trata de que un desvalor absorba a otro, sino de
que, de acuerdo al sentido de una determinada norma, se desprende que ésta deja de tener
vigencia frente a hechos subsumibles en otros preceptos que describen manifestaciones más
intensas del mismo atentado.

c) El principio de consunción o absorción

Este principio supone una determinada relación valorativa entre dos o más preceptos.
Según él, frente a la concurrencia de dos o más preceptos debe darse aplicación exclusiva al
tipo penal que incluya en sí el desvalor de los demás. Ello también se expresa diciendo que
un delito absorbe el injusto de los demás. En otros términos, la implicancia entre los preceptos
no es lógica, sino valorativa.

No se trata de tipicidades totalmente independientes, sino en cierto modo conectadas,


por lo que cabe pensar que el legislador ya ha considerado el desvalor de una de ellas al penar
la otra. Ello es precisamente lo que diferencia este criterio del de subsidiariedad, pues esta
última relación se da cuando un precepto es de aplicación auxiliar, es decir, cuando sólo opera
a falta de otro más grave que venga al caso. En cambio, la relación de consunción supone
que una figura comprende también el desvalor de la otra, lo cual puede establecerse con base
en un cierto nexo típico entre ambas.

Por lo general, puede apreciarse consunción respecto de los hechos típicos que
acompañan normalmente a otro más grave. Es el caso del robo con fuerza en las cosas en
lugar habitado (art. 440 CP), que generalmente va acompañado de violación de morada.
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 247

SEGUNDA ETAPA: PONDERACIÓN DEL DELITO Y DE LA INTERVENCIÓN


DEL SUJETO

DELITO DELITO TENTATIVA


CONSUMADO FRUSTRADO

AUTOR TODA LA PENA UN GRADO DOS GRADOS


(ART. 50) MENOS MENOS
(ART. 51) (ART. 52)

CÓMPLICE UN GRADO MENOS DOS GRADOS TRES GRADOS


(ART. 51) MENOS MENOS
(ART. 52) (ART. 53)

ENCUBRIDOR DOS GRADOS TRES GRADOS CUATRO GRADOS


MENOS MENOS MENOS (ART. 54)
(ART. 52) (ART. 53)

En todos estos casos, la rebaja se efectúa utilizando las escalas graduales de penas,
y si un delito tiene asignadas varias penas o varios grados de una pena, la rebaja se efectúa a
partir de la pena o del grado inferior (art. 60 reglas 1ª y 2ª). Por ejemplo: si la pena es "presidio
mayor en cualquiera de sus grados" y tengo que sancionar al cómplice de delito frustrado,
efectúo la rebaja a partir del grado inferior, que es "presidio mayor en su grado mínimo" y
como debo bajar dos grados, me queda "presidio menor en su grado medio".

Respecto de las faltas, hay que tener presente que sólo se castigan cuando han sido
consumadas (art. 9º); que respecto de ellas no se castiga el encubrimiento (art. 17) y que los
cómplices son castigados con una pena que no exceda de la mitad de la que corresponde a
los autores (art. 498)

Esto es sin perjuicio de las reglas especiales que en ciertos casos establece la ley (art.
55 CP). La especialidad de estos casos puede consistir (i) en que el legislador tipifique un
hecho que constituya tentativa, frustración, complicidad o encubrimiento de otro delito y le
asigne una sanción especial (ejemplo: art. 109 inc. 8° CP); o bien, (ii) en que atribuya a
alguno de estos supuestos una sanción independiente de la del autor del delito consumado
(ejemplo: arts. 17 N° 4 y 52 inc. 3° CP); o bien, (iii) en que asigne a alguna de estas hipótesis
una rebaja o atenuación de la pena prevista para el autor del delito consumado, distinta de la
que conforme a las reglas generales corresponde (ejemplo: art. 111 CP), o bien, por último,
(iv) en que establezca que alguno de estos hechos no será objeto de rebaja alguna (ejemplo:
art. 450 CP).
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 248

TERCERA ETAPA: PONDERACIÓN DE LAS CIRCUNSTANCIAS


MODIFICATORIAS

El sistema reglado de individualización de la responsabilidad penal que caracteriza a nuestro


Código, tiene una de sus mayores expresiones de formalismo en el campo de la fijación de
los efectos de las circunstancias modificativas de ella.

En efecto, los artículos 65 a 68 CP le señalan al juez una serie de reglas que precisan
de qué modo debe computar las circunstancias concurrentes en el hecho. Para ello, distingue
el tipo de pena a que se haya llegado en virtud de las fases anteriores de individualización de
la responsabilidad, y el número y clase de circunstancias que adjetivan el hecho concreto.

Las circunstancias que se someten a estas reglas son las atenuantes y agravantes
comunes o de eficacia ordinaria, con independencia de que sean genéricas (de aplicación a
cualquier delito, verbigracia, las de los arts. 11, 12 y 13 CP) o específicas (aplicables sólo a
ciertos delitos, por ejemplo, las del art. 456 bis CP). No se toman en cuenta aquí, en
consecuencia, las circunstancias especiales o de eficacia extraordinaria (verbigracia, la del
art. 400 CP), las cuales producen su efecto más intenso después de que se haga aplicación de
dichas reglas.

Sobre esta base, la ley desarrolla un esquema en el que al juez únicamente le otorga
un cierto margen de arbitrio en lo relativo a tres puntos bien precisos. Así, frente a la
concurrencia de varias circunstancias de distinto signo, el juez debe proceder a compensarlas
racionalmente, lo cual implica que ha de atender fundamentalmente a su valor propio (arts.
66, 67 y 68, incisos finales, CP).

En el mismo caso indicado, y si aún quedaren varias agravantes o varias atenuantes


una vez realizada dicha compensación, el legislador le entrega cierta autonomía al juez en lo
que atañe a la posibilidad de imponer una pena superior o inferior, de acuerdo a la escala
penal correspondiente, pues, en general, queda a la discrecionalidad de éste decidir si eleva
o no la pena al grado siguiente (arts. 67 inciso quinto, y 68 inciso cuarto, CP), o si, en el
evento contrario, la rebaja en uno, dos o tres de ellos (arts. 66 inciso tercero, 67 inciso cuarto
y 68 inciso tercero, CP), si procediere.
Por último, queda todavía otro reducto de discrecionalidad para el juez en lo que
respecta a la determinación de la pena precisa dentro del grado a que hubiere llegado por
aplicación de todas las reglas anteriores, materia que norma el artículo 69, y que será
analizada en forma separada de cuanto concierne al efecto propio de las circunstancias
modificativas de responsabilidad penal.

En todo caso, deben tenerse presentes en este lugar las consideraciones efectuadas en
lo tocante a la inherencia de dichas circunstancias y a su comunicabilidad, como asimismo,
las reglas básicas que presiden el esquema legal de determinación de la penalidad sobre la
base de los diversos factores que inciden en ella.
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 249

Reglas legales de determinación

Como acabamos de señalar, la ley regula los efectos generales de las circunstancias
modificatorias sobre el marco de la penalidad, atendiendo a su número y, principalmente, a
la divisibilidad o indivisibilidad de la pena en cuestión.

Al respecto, son cuatro los preceptos que abordan las distintas alternativas posibles:
el art. 65, que alude al hecho sancionable con una sola pena indivisible; el art. 66, aplicable
cuando las penas imponibles al hecho sean dos indivisibles; el art. 67, que lo es en el caso de
que la pena sea sólo un grado de una divisible; y el art. 68, que se pone en los eventos
restantes, a saber, cuando la penalidad corresponda a la combinación de una o más
indivisibles con uno o más grados de penas divisibles, o bien, cuando sólo consista en
diversos grados de una que sí admite división.

Pese a lo dicho, no seguiremos el esquema planteado por la ley, pues estimamos


preferible referirse a los efectos generales que pueden tener las circunstancias modificatorias,
conforme a su naturaleza y número, y no repetir lo ordenado por los artículos 65 a 68 CP.

Conviene señalar, antes de entrar a dicho examen, una regla general implícita en toda
esta regulación, según la cual, sin perjuicio de algunas excepciones, la configuración de una
sola circunstancia, ya sea atenuante o agravante, no permite subir o bajar del marco penal
asignado al hecho, ascendiendo o descendiendo en la escala de penas respectiva.

1. Efectos derivados de la concurrencia de una agravante

Si sólo concurre en el hecho sometido a enjuiciamiento una sola circunstancia


agravatoria, o bien, si concurriendo varias, la compensación de éstas con una o más
atenuantes también configuradas en el caso concreto deja subsistente sólo una agravante, los
efectos son los siguientes:

a) Tratándose de una pena indivisible, la agravante no tendrá efecto alguno (art. 65),
lo cual es una aplicación directa de la regla implícita aludida, en orden a que una sola
circunstancia no permite exceder del marco penal aplicable al hecho. Si tal es la norma, y
atendido que la pena es indivisible, no es posible variación alguna.

b) En cambio, en el caso de que la pena asignada al hecho esté compuesta de dos


indivisibles, se abre la posibilidad de que el juez imponga, de entre ambas, la mayor. Esto es
justamente lo que ordena el art. 66 CP con carácter imperativo para el juez. Cabe agregar que
el hecho de que la ley aluda al grado máximo en este caso, se debe a la aplicación de la regla
contenida en el art. 58 CP.

c) En el supuesto de que la pena sea un grado de una divisible (art. 67), la ley ordena
imponer su mitad superior (lo que la ley llama, el maximum). Es decir, si la pena es presidio
menor en grado máximo (3 años y un día a 5 años), el juez está obligado a fijar una sanción
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 250

superior a los 4 años, aunque dentro de ese tramo tenga todavía cierta libertad para fijar la
duración exacta del presidio.

d) En los supuestos de combinación entre divisibles e indivisibles, o simplemente de


penalidad compuesta de dos o más divisibles, a los que se refiere el art. 68 CP, el efecto de
una agravante también se acomoda a las particularidades del caso, de modo que la regla que
aquí da el legislador está redactada en términos negativos: el juez no puede imponer el grado
inferior. Así, si son dos los grados, los efectos son similares a los señalados en la letra “b)”
anterior, pero si son más, sólo se excluye el tramo mínimo de los imponibles. De este modo,
si la pena fuere presidio mayor en cualquiera de sus grados, el juez sólo se vería impedido de
aplicar el grado mínimo, pero le restarían aún los dos superiores.

Aparte de ciertos supuestos de agravantes especiales y específicas (por ej., arts. 400
y 447 CP), que obviamente tienen un efecto propio, más severo, la ley contempla, asimismo,
un efecto más gravoso para una circunstancia agravatoria de aplicación general, cual es la
regulada en el art. 72 CP. Esta norma se pone en el evento de que un individuo mayor de
edad se valga de menores de 18 años para cometer el delito; en tal caso, se aplica al primero
"la pena que le habría correspondido sin esta circunstancia, aumentada en un grado". Luego,
se trata de una elevación obligatoria al grado siguiente, si bien es el juez quien aprecia en
conciencia si acaso el adulto se ha prevalido del menor. Como ya lo dijimos, estos casos
especiales de aumento de grado se deben observar después de hacer aplicación de las reglas
de los arts. 65 a 68 CP.

2. Efectos derivados de la concurrencia de una atenuante

Como en el caso precedente, si sólo se ha configurado una atenuante, o es sólo una


de éstas la que subsiste a la compensación de circunstancias concurrentes, se producen las
siguientes consecuencias, de acuerdo con la índole de la pena asignada al hecho:

a) Cuando la pena es una indivisible (art. 65), tampoco puede haber efecto alguno,
en la medida en que una sola circunstancia común no modifica el grado de penalidad.

b) Si las indivisibles son dos, se produce el efecto opuesto del indicado en la letra b)
anterior, a saber: el juez debe aplicar el grado mínimo (art. 66).

c) Si la pena es un solo grado divisible, acontece también lo opuesto a lo indicado en


la letra c) precedente: se impone la mitad inferior del grado, o sea, el minimum (art. 67).

d) En los casos comprendidos en el art. 68 CP, de los múltiples grados de penalidad,


el juez deberá descartar el máximo.

Ahora bien, estas reglas generales se ven alteradas en dos casos especiales,
concernientes a atenuantes aplicables a toda clase de delitos.
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 251

El primero de ellos es el contemplado en el art. 73 CP, relativo a las eximentes


incompletas configuradas por la concurrencia de la mayor parte de los presupuestos
requeridos por la ley para eximir de responsabilidad penal en cada caso. El efecto de esta
hipótesis, y que confiere el carácter de privilegiada a la atenuante contenida en el art. 11 Nº
1 CP, es el de obligar al juez a reducir la pena por lo menos en un grado, quedando a su
arbitrio conceder una rebaja de hasta dos o tres, partiendo, obviamente, del mínimo de la
pena asignada al hecho.

El segundo caso es el contenido en el art. 68 bis, que contempla la posibilidad de que


el juez, ante la concurrencia de una sola circunstancia atenuante, pueda considerarla muy
calificada e imponer también la pena inferior en grado al mínimo de la señalada al delito.

En la práctica, se observa la existencia de una discusión en torno a la posibilidad de


aplicar este último precepto cuando ha habido una compensación racional entre atenuantes y
agravantes que ha dejado subsistente una sola atenuante que se estima muy calificada. En
efecto, algunos tribunales consideran que la frase “cuando sólo concurra una atenuante muy
calificada” impediría hacer aplicación de esta norma en dicho caso y sólo la permitiría cuando
en el hecho se presente ab initio una única circunstancia modificatoria que sea atenuante y
que se estime muy calificada.

En otro orden de ideas, al igual que lo que sucede en materia de agravantes, también
existen algunas atenuantes aplicables a ciertas figuras delictivas, que son especiales, ya que
producen un efecto atenuatorio más intenso que el de las atenuantes comunes, al permitir,
por sí solas, rebajar en grado la pena del delito (ejemplo: art. 456 CP).

3. Efectos derivados de la concurrencia de dos o más agravantes

En caso de configurarse, o restar aún de la compensación que hubiere tenido lugar,


dos o más circunstancias agravantes, los efectos son los siguientes:

a) Si la pena es una indivisible, no se produce efecto alguno, pues el art. 65 CP no


prevé este caso.

b) Si, en cambio, consta de dos penas indivisibles, y dado que el art. 66 CP tampoco
regula esta situación, sólo se producirá el efecto contemplado para cuando concurre una sola
agravante: se impondrá el grado máximo de los previstos en la ley para el hecho.

c) De acuerdo al art. 67 inciso quinto, CP, si hay dos o más circunstancias que
agravan un hecho sancionado con una pena divisible, el tribunal puede imponer la superior
en un grado. Es decir, la elevación al grado siguiente no es obligada, aunque si no opta por
ella, cuando menos tendrá que aplicar la mitad superior de la divisible prevista para el hecho,
según hemos expuesto más arriba.
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 252

d) También en los supuestos de pluralidad de grados divisibles o de combinación de


penas de una y otra naturaleza, la ley faculta al juez para imponer la pena superior en grado,
si se dan dos o más agravantes en el hecho.

4. Efectos derivados de la concurrencia de dos o más atenuantes

A diferencia de lo que ocurría respecto de la configuración de dos o más agravantes -


que, en los casos de una o dos penas indivisibles no producían efecto alguno, y que sólo
permitían elevar la pena en un grado, en los demás supuestos-, la concurrencia de dos o más
atenuantes tiene efectos comparativamente más intensos, pues siempre habilitan al juez para
bajar en uno o dos grados la pena.

Ello es así en las hipótesis contempladas en los arts. 65, 66 y 67 CP, y se acentúa más
aun en el caso previsto en el art. 68 CP, esto es, varios grados todos divisibles o combinados
con una pena indivisible, ya que en presencia de tal penalidad el tribunal puede bajar la
sanción hasta en tres grados.

Existe discusión acerca de si la rebaja prevista en estos artículos es facultativa u


obligatoria para el juez. A favor de la primera posibilidad puede argumentarse que el
legislador utiliza la voz “podrá”, lo que sugeriría que la rebaja no tiene carácter imperativo.
A favor de la segunda, que dicho vocablo sólo expresaría la libertad del tribunal para decidir
el número de grados a rebajar, y que si la rebaja no fuera obligatoria se produciría una
inexplicable desarmonía penológica (por ejemplo, si Juan y Pedro fueran coautores de un
delito y beneficiaran al primero tres atenuantes y no concurriera respecto del segundo
ninguna circunstancia modificatoria, la tesis de la rebaja facultativa podría conducir a
imponer a ambos la misma pena).

Por otra parte, para decidir en punto al número de grados a rebajar en cada caso, los
arts. 66 inciso tercero, 67 inciso cuarto, y 68 inciso tercero, CP, le señalan al juez la siguiente
regla: deberá atender al número y entidad de las circunstancias concurrentes, lo cual, en
realidad, parece bastante obvio.

CUARTA ETAPA: DETERMINACIÓN DE LA CUANTÍA EXACTA DE LA PENA

El Código Penal chileno contempla dos disposiciones, que constituyen la culminación


del proceso de individualización de la responsabilidad penal y que confieren a los jueces un
importante grado de discrecionalidad.

Tales disposiciones son el artículo 69 CP, que resulta aplicable a la determinación de


todas las penas regidas por el proceso que hemos expuesto a lo largo de estas páginas, y el
artículo 70 CP, que se refiere específicamente a la determinación de la pena de multa.
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 253

En la primera de esas disposiciones la ley obliga a considerar dos aspectos: el número


y entidad de las circunstancias modificatorias que concurrieren en cada caso concreto y la
mayor o menor entidad del mal causado con el delito. En el segundo precepto, en cambio, el
legislador dispone que se tome en consideración, por una parte, el mismo parámetro relativo
a las circunstancias modificatorias recién indicado, como también las facultades económicas
del delincuente.

Estos factores, como tendremos ocasión de explicar enseguida, ofrecen un amplio


margen de posibilidades al juez para aplicar criterios de individualización vinculados con los
distintos aspectos que constituyen el sustrato valorativo de la responsabilidad criminal. En el
caso del artículo 69 CP, la labor del juez se circunscribe a la fijación de una cuantía exacta
dentro de los márgenes de la pena a que hubiere arribado luego de efectuar las fases de
individualización referidas al delito y a las circunstancias modificatorias. En el caso del
artículo 70 CP, en cambio, el ámbito de las facultades del tribunal es mucho más amplio,
puesto que no se restringe a unos márgenes preestablecidos, como en el caso anterior.

1. La cláusula general del artículo 69 del C. Penal

a) El número y entidad de las circunstancias modificatorias concurrentes

La mayor dificultad que ofrece la consideración de este factor es el de su


compatibilización con el principio non bis in idem, consagrado en el art. 63 del C. Penal.
Como tuvimos ocasión de examinar, cada una de las circunstancias modificatorias es objeto
de valoración al momento de determinar el grado de la pena que corresponde aplicar frente
a cada delito, de modo que al considerarla nuevamente pareciera obvio que, por lo menos en
principio, se estaría efectuando una doble valoración de los hechos en que tales circunstancias
consisten, lo cual, si bien no despierta mayor recelo en el caso de las circunstancias
atenuantes, resulta, en cambio, inaceptable cuando se trata de aquellas que permiten elevar
la sanción. Como expresa Zaffaroni, esta situación atenta "contra la lógica de la
individualización de la pena, porque implicaría una desvaloración doble: se le desvalora para
agravar la escala penal y para individualizar la pena dentro de esa escala agravada".

En concepto de Etcheberry, esta ponderación de las circunstancias concurrentes que


efectúa el juez por aplicación de lo preceptuado en el art. 69 CP, es aplicable en todos los
casos, y se diferencia de aquella ponderación que conduce a aumentar o disminuir la pena,
según las reglas de los arts. 65 a 68 CP, en que, en este caso, se trata de una consideración
global o de conjunto de las mismas para fijar la cuantía exacta del castigo.

Conforme a nuestro parecer, no existe atentado alguno contra el principio non bis in
idem, porque, poniéndonos en el caso de las agravantes, que es el que puede suscitar algún
grado de conflicto, el solo hecho de que la concurrencia de una o más de ellas le permita al
juez llegar a cierto grado de penalidad, no representa ningún obstáculo conceptual para que,
conforme al arbitrio que se le otorga dentro de éste, concluya que el único tramo exacto de
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 254

la penalidad que refleja la gravedad del hecho circunstanciado, es, incluso, el máximo de
dicho grado. Se trata, en consecuencia, de un efecto perfectamente normal de las
circunstancias modificatorias, y no de una segunda consideración de las mismas.

Es más, quien quisiera sostener que esta parte del artículo 69 CP resulta violatoria del
principio aludido, tendría previamente que afirmar -lo que es insostenible- que las agravantes
sólo le permiten al juez subir la pena y, en su caso, llegar al tramo superior de penalidad, pero
no lo habilitan para, dentro de ese grado, imponer otra sanción que no sea el mínimo de éste,
pues sólo partiendo de esa base cabría pensar que la estimación de las mismas agravantes
para fijar ahora la magnitud exacta de la pena pudiera ser inadmisible a la luz del mencionado
principio, en cuanto permitiría imponer cualquier pena dentro del grado correspondiente.

Por lo demás, quien aseverara que esta segunda consideración de las circunstancias
agravantes, ya tenidas en cuenta para aumentar la pena, importa un atentado contra el
mencionado principio, no podría establecer ninguna distinción en la sanción aplicable a dos
delitos en cuya comisión concurra un número muy diferente de tales circunstancias. Tanto si
en un delito las agravantes fueran dos, como si en el otro fueran diez, en ambos casos, una
vez aumentada la sanción, no podría imponerse sino el mínimo de pena dentro del grado
correspondiente, lo que no parece razonable, si se pretende que la cuantía de la sanción refleje
adecuadamente los aspectos que constituyen el sustrato valorativo de la responsabilidad
criminal.

Finalmente, así como la mención que la norma efectúa al número de las circunstancias
que concurrieren no ofrece dificultades, sí podría presentarlas, el punto relativo a qué ha de
entenderse por entidad de las mismas. En concepto de Rivacoba, esta última expresión
permite dar cabida a una valoración del contenido de antijuridicidad o de culpabilidad de
cada circunstancia.

b) El mal causado por el delito

Existen dos formas de entender la expresión “mal producido por el delito”: un


enfoque restrictivo, que circunscribe este concepto al daño o menoscabo que forma parte del
tipo y una posición extensiva, que incluye dentro de él las consecuencias extra-típicas de la
conducta delictiva.

La posición extensiva tiene antecedentes remotos. Ya Pacheco planteaba que el mal a que
alude la ley “no es sólo el mal material y físico que resulta del crimen, sino también el mal
de alarma que se difunde por su consecuencia”. En fecha más reciente, se han mostrado
proclives a conferir una mayor amplitud a la noción mal del delito Cury y Etcheberry, quienes
si bien aceptan incluir en ella ciertas consecuencias dañinas ajenas al tipo (utilizan como
ejemplo la muerte de un bombero en un incendio), las restringen a aquellas que sean un efecto
directo del hecho delictivo. La noción de daño directo que utilizan estos autores, ciertamente,
evoca el concepto homónimo acuñado en el campo de la responsabilidad civil delictual, el
cual alude al evento lesivo que es consecuencia cierta y necesaria del hecho ilícito, y único
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 255

objeto de la reparación civil. Dentro de esta misma línea cabe mencionar la opinión de
Garrido, quien señala que al tribunal corresponde apreciar la entidad de la lesión o peligro
corrido por el bien jurídico protegido y a continuación otros efectos perjudiciales que se
deriven directamente del delito, sin perjuicio de que no hayan sido considerados por el
legislador al describir el tipo penal.

También cabe incluir dentro de esta corriente, la opinión de Van Weezel, quien entiende que
el concepto mal del delito incluye los resultados típicos no asociados por sí solos en el tipo a
incrementos vinculantes de penalidad; las repercusiones, que necesariamente serán extra-
típicas, derivadas de la tentativa y del delito frustrado, y, por último, las repercusiones extra-
típicas del hecho, tanto en los delitos de resultado como en los de mera actividad. Según este
autor, en todos los casos recién mencionados, el artículo 69 CP sólo capta las repercusiones
del hecho que sean, al menos, objetivamente imputables al comportamiento típico, aunque
no es necesario que exista dolo o culpa respecto de ellas.

En apoyo de la tesis extensiva podría argumentarse que la ley no alude al mal causado por la
acción del autor, sino al causado por el delito mismo, el cual de suyo, si es material, integra
ya el resultado dañoso. Por consiguiente, el mal causado por el delito no puede ser el que
forma parte del mismo, sino el que excede a él. Junto a ello, hay otros dos elementos que
refuerzan esta interpretación: el primero es que, concordante con lo señalado, el Código no
habla de la mayor o menor gravedad o intensidad del daño, sino que se refiere a la mayor o
menor extensión del mismo, lo que parece sugerir que la ley le pide al juez considerar
elementos trascendentes al tipo. Pero este argumento es fácilmente rebatible si se considera
que extensión (así como extender y extenso) no sólo tiene el sentido de expansión o
propagación, sino también el de superficie, tamaño o amplitud e, incluso, el de duración,
como lo reconoce la generalidad de los diccionarios en uso.

Finalmente, podría argumentarse también que de aceptarse que el artículo 69 CP no incluye


los resultados extra-típicos la norma sería francamente inútil, puesto que sólo ordenaría tomar
en cuenta la magnitud del injusto para la determinación exacta de la pena, lo cual significaría
tanto como decirle al juez que considere para tal fin la gravedad del delito mismo. Además
de obvia, la inclusión expresa de este criterio resultaría ociosa. De no existir este precepto, y
dado que los artículos 65 a 68 CP le permiten al juez moverse discrecionalmente dentro del
grado de penalidad a que hubiere llegado después de ponderar las circunstancias
concurrentes, si acaso las hubiere, sin duda aquél llegaría a la misma conclusión por su propia
cuenta: que para fijar la pena debe atender a la gravedad del hecho concreto realizado.

En el otro frente, sin duda, el más decidido exponente de esta posición ha sido hasta ahora
Rivacoba, quien arguye que una interpretación extensiva de la cláusula en estudio conduciría
a resultados violatorios del principio de legalidad, pues, en la medida en que se trasciende el
tipo penal para ponderar circunstancias, no ya propias del mismo, como sería la entidad del
resultado típico producido, sino otros elementos que nada tienen que ver con la previsión
legal de la conducta, el juez pasaría a ocupar el lugar del legislador. Esa desmedida extensión
atribuida al criterio legal mencionado acabaría por vulnerar, asimismo, el principio de
culpabilidad, puesto que no habría manera de que el delincuente llegara a abarcar con su
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 256

conocimiento y voluntad las repercusiones colaterales de su actuación antes de llevarla a


cabo. Por consiguiente, según su opinión, el vocablo mal no puede significar sino el resultado
característico del delito, el grado de lesión o daño que se haya producido del correspondiente
bien jurídico, o la situación de riesgo en que se le haya colocado. De ahí que este factor de
medición de la responsabilidad penal no deba aplicarse sino a los delitos cuya antijuridicidad
consista en una disminución del bien jurídico, o en impedir o restringir su goce o ejercicio.
No resultaría aplicable, entonces, a los delitos que supongan la destrucción del bien jurídico,
por no ser ésta susceptible de cuantificación.

Este punto de vista es el que corresponde asumir, según nuestra opinión, frente al
ordenamiento jurídico chileno, tanto por razones sistemáticas como valorativas. En efecto, la
palabra mal, de acuerdo con la única acepción utilizable para estos fines que contempla el
Diccionario de la RAE, alude a “daño u ofensa que alguien recibe en su persona o hacienda”.
Empleando palabras propias del discurso jurídico-penal, tendríamos que decir que mal
significa afectación (sea a título de lesión o de puesta en peligro) del bien jurídico tutelado
por un hecho delictivo, de suerte que mayor o menor extensión de aquel mal sólo puede aludir
a la gravedad que alcanza la vulneración del objeto de tutela. Esta forma de entender la
locución que nos ocupa es plenamente concordante con sus antecedentes históricos, puesto
que tradicionalmente se la utilizó en términos de oposición a mal de la pena, expresión esta
última que claramente refiere a los derechos conculcados a través de la emisión de un juicio
de condena.

Aquella interpretación también es concordante con la forma en que otros artículos del Código
Penal utilizan esa misma nomenclatura. Sobre el particular es posible traer a cuento lo que
dispone el artículo 1º inciso tercero, que, al regular el error en la persona, denomina mal a la
lesión de un bien jurídico que recae o afecta a persona distinta de aquella a quien el autor se
proponía ofender. También lo que dispone el artículo 12 Nº 4, en que “mal del delito” aparece
en un sentido de oposición a otros “males ajenos a é1”; y, muy especialmente, las palabras
en que aparece redactada la circunstancia atenuante 7ª del artículo l1, que claramente
contraponen el mal causado (por el delito) –fórmula discursiva enteramente equivalente a la
utilizada por el artículo 69– y las “ulteriores perniciosas consecuencias” del mismo, porque
de tal oposición se desprende que la locución “mal causado por el delito” –a pesar de los
propios términos que utiliza la ley– no está referida al mal que es consecuencia del hecho
punible (el cual está significado mediante la frase “ulteriores perniciosas consecuencias”),
sino a aquél que es contenido del mismo.

De este modo, es claro que la idea de extender el vocablo mal, que utiliza el artículo 69, a
alguna consecuencia nociva ajena al tipo (incluso el denominado mal de alarma social o daño
mediato), como en su momento lo puso de manifiesto Rivacoba, es francamente atentatorio
contra el principio de legalidad penal. La noción “mal”, en efecto, es eminentemente
valorativa, lo cual equivale a decir que, desde un punto de vista natural, el mal o daño
simplemente no existe. Sólo existirá bajo la condición de que la autoridad expresamente lo
declare como lesivo de un interés individual o colectivo y, de hacerlo el tribunal, ello
implicaría lisa y llanamente la asunción de una potestad normativa por parte del órgano
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 257

jurisdiccional, en cuanto estaría elevando ciertos intereses a la categoría de bienes tutelados


penalmente.

2. La cláusula del artículo 70 del C. Penal

Como es sabido, de conformidad con lo que dispone el art. 21 CP, la multa es una
pena común a los crímenes, simples delitos y faltas, y el art. 25, en su inciso sexto, se encarga
de precisar su monto respecto de los crímenes, de los simples delitos y de las faltas.

Para la determinación de la cuantía específica de la multa, la ley ha contemplado


normas especiales que la sustraen al régimen general, en el que ella sólo aparece considerada
en tanto grado inmediatamente inferior a la última pena prevista en todas las escalas (art. 60
inciso primero, CP). En consecuencia, la determinación de la multa queda regida únicamente
por las reglas especiales que contempla el art. 70 CP.

El inciso primero de esta disposición señala que para la imposición de esta pena, el
tribunal podrá recorrer toda la extensión en que la ley le permite imponerla, tarea que debe
efectuar considerando exclusivamente dos parámetros, a saber: las circunstancias atenuantes
o agravantes del hecho, y "principalmente, el caudal o facultades del culpable".

De entre estos factores, es indudable que la ley confiere primacía a las facultades
económicas del delincuente. Es principalmente en atención a éstas que debe fijarse el monto
a pagar por cada individuo.

De ahí que no tenga sentido intentar aplicar a su respecto un esquema fijo de


atenuación, como el previsto por el legislador para las etapas de desarrollo previas a la
consumación y para las formas de intervención que no constituyen autoría. Si el patrimonio
de cada individuo determina el marco de referencia en vista al cual el juez debe imponer la
multa, conforme a los límites legales que la rigen, es perfectamente posible que el cómplice
acaudalado deba soportar una multa superior a la que, en definitiva, se imponga al autor del
mismo delito que carece de bienes (salvo que se trate de faltas, porque en ellas, como ya lo
vimos, el art. 498 CP sanciona a los cómplices con una pena que no exceda de la mitad de la
que corresponda a los autores). E incluso, si el caudal del primero es muy considerable, nada
impide que el juez le imponga el máximo de la multa prevista en la ley, cuando en
consideración al mismo sólo éste resulte proporcionado.

Este factor es el único que puede garantizar, respecto de la multa, una cierta igualdad
en el trato penal. De no seguirse este camino, sería ilusorio pretender que cumpliera alguna
función preventiva o retributiva.

Con la expresión “caudal o facultades del culpable” no sólo se quiere hacer alusión al
patrimonio del penado al tiempo de la condena, sino también a su capacidad de rendimiento
económico futuro. Cabría, en consecuencia, tomar en cuenta como pasivo patrimonial del
delincuente obligaciones impuestas en la sentencia condenatoria (por ejemplo, a título de
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 258

costas o de responsabilidad civil derivada del delito) y no considerar como activo ingresos
destinados a fines sociales deseables (verbigracia, las cotizaciones previsionales o el ahorro
para subsidio habitacional).

Respecto de las circunstancias modificatorias, cabe destacar que el precepto que nos
ocupa sólo contiene una referencia genérica a tales figuras, sin vincularla, como ocurre en la
norma que lo precede, al número y entidad de las mismas. No obstante la amplitud de los
términos, nos inclinamos a pensar que el legislador alude a las contempladas en los artículos
11, 12 y 13 del C. Penal. En efecto, al consignar un catálogo de atenuantes y agravantes, la
ley lo hace de un modo general, aplicable a la totalidad de las infracciones regidas por dicho
texto, cualquiera que sea la pena con que aparezcan conminadas. Luego, por mucho que la
multa quede excluida de la aplicación del sistema general de individualización de la
responsabilidad penal, el principio de taxatividad que rige en materia de circunstancias
modificatorias afecta también a los delitos sancionados con pena de multa.

La disposición en análisis, con todo, permite al tribunal imponer una multa inferior al
monto señalado en la ley, en casos calificados, siempre que no concurran circunstancias
agravantes. Asimismo, se prevé la posibilidad de que el tribunal autorice al condenado para
pagar la multa por parcialidades, dentro de un límite que no exceda de un año. En tal evento,
el no pago de una sola de las parcialidades hará exigible el total de la multa adeudada.

Además, si el sentenciado no tiene bienes para satisfacer la multa, la ley prevé la


posibilidad de imponer, sustitutivamente, la pena de prestación de servicios en beneficio de
la comunidad –para lo cual se requiere del acuerdo del condenado‒, salvo que existan
antecedentes de los que aparezca la imposibilidad de cumplir esta pena sustitutiva (art. 49
incs. 1° y 2° CP).

Para el caso de que no se obtenga el acuerdo del condenado para dicha sustitución, la
ley prevé la imposición, por vía de sustitución y apremio de la multa, de la pena de reclusión,
a razón de un día por cada tercio de unidad tributaria mensual impaga, sin que la privación
de libertad pueda exceder de seis meses. Con todo, este apremio no se aplica a quien ha sido
condenado a reclusión menor en su grado máximo o a otra pena más grave que deba cumplir
efectivamente (art. 49 incs. 2° y 4° CP).

Finalmente, existen algunos casos especiales en los que el legislador establece


excepciones a las reglas generales examinadas hasta ahora acerca de los criterios a tener en
cuenta para fijar la cuantía exacta de las penas de multa (ejemplo: art. 483 b inc. 1° CP).

EJERCICIOS

En cada uno de los casos siguientes, debes indicar el límite inferior y el límite superior de la
pena aplicable, expresados en días, meses o años, según corresponda.
Ejemplo de respuesta: Límite inferior: “Tres años y un día”. Límite superior: “Cinco años”.
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 259

Delito A, presidio mayor en su grado mínimo


Delito B, presidio mayor en cualquiera de sus grados

1.- Una persona comete el delito A en calidad de cómplice. Hay una atenuante y el tribunal
estima que ésta es muy calificada

2.- Estamos frente a un delito preterintencional en que la figura culposa corresponde al delito
A y la figura dolosa al delito B. Hay una agravante y ninguna atenuante.

3.- Entre A y B hay un concurso aparente de leyes penales. B prima sobre A en virtud del
principio de especialidad.

4.- Entre A y B hay un concurso medial

5.- Respecto del delito B, se trata de un autor mediato que utilizó como instrumento a un
menor de edad. Supondremos que concurre la agravante de reincidencia.

6.- Una persona ejecuta varias veces la conducta exigida por el tipo B. El tribunal considera
que todas las acciones ejecutadas admiten ser consideradas como un delito continuado.

7.- Una persona ejecuta el delito B. El tribunal considera que concurre una atenuante y
ninguna agravante.

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