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CAPÍTULO XX
PROCESO DE INDIVIDUALIZACIÓN DE LA PENA
1. Principio de legalidad
En virtud de la garantía penal del principio de legalidad, es necesario que la ley señale la
pena que corresponde a cada hecho delictivo (nulla poena sine lege), requerimiento que
cuenta con consagración constitucional (art. 19 N° 3 inc. 8° CPR). Como consecuencia de
tal exigencia, no sólo se necesita que el texto legal establezca la sanción abstracta para todo
aquel que incurra en el supuesto de hecho que describe, sino también que ella prevea los
pasos que deban darse para –aumentando o disminuyendo dicho marco penal–, individualizar
la pena concreta que corresponda imponer a quien ha delinquido, en las circunstancias
específicas en que lo ha hecho.
3. Principio de individualidad
4. Principio de incomunicabilidad
El proceso de individualización de la pena está guiado por una serie de reglas, cuya
observancia resulta obligatoria para el sentenciador:
a) La pena prevista para cada tipo se entiende fijada para el autor de delito consumado.
Así fluye con toda claridad de lo dispuesto por el artículo 50 del Código Penal.
b) Cuando la ley contempla una pena que se compone de varios grados, cada uno de
ellos se considera como una pena distinta.
Esta regla aparece expresamente contemplada en el artículo 57 CP. De modo que si un delito,
por ejemplo, tiene asignada como pena la de presidio mayor en sus grados mínimo a medio,
debemos entender que aquél aparece sancionado con dos penas: la de presidio mayor en su
grado mínimo y la de presidio mayor en su grado medio.
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c) Cuando la ley contempla penas diversas para un mismo delito, cada una de esas penas
se considera como si fuera un grado distinto.
Así lo dispone el artículo 58 CP. De suerte que si consideramos, por ejemplo, la penalidad
del delito de parricidio (art. 390 CP.), esto es, presidio mayor en su grado máximo a presidio
perpetuo calificado, debemos entender que dicho marco penal consta de tres grados: presidio
mayor en su grado máximo, presidio perpetuo y presidio perpetuo calificado, porque cada
una de esas penas ha de ser ficticiamente considerada como si fuera un grado.
d) La pena que en definitiva se aplique a una persona puede resultar mayor o menor
que aquella que la ley fija de modo abstracto para el delito respectivo.
Si bien esta regla no aparece expresamente consignada en el texto de la ley, ella se deduce
del conjunto de preceptos que regulan el proceso de individualización de la responsabilidad
criminal. La concurrencia de circunstancias agravantes puede conducir a la imposición de
una pena más elevada que la prevista de modo general para el delito, y la influencia de
circunstancias atenuantes -y, también, otros factores, como veremos enseguida- pueden
conducir a aplicar una pena inferior a la prevista en la ley.
Si por aplicación de este mecanismo llegáramos al tope máximo de la escala y todavía fuera
necesario seguir subiendo, se aplican las siguientes reglas, contempladas en el artículo 77 del
Código Penal:
- En la escala 1, debe imponerse presidio perpetuo calificado
- En las escalas 2 y 3, debe imponerse presidio perpetuo
- En las escalas 4 y 5, se impone la pena superior de la respectiva escala y además
reclusión menor en su grado medio.
Si, por el contrario, llegáramos al tope mínimo de la escala y todavía fuera necesario seguir
bajando, se impone siempre la pena de multa, cuya cuantía ha de fijarse de acuerdo con el
artículo 25 CP., atendiendo a la naturaleza de la infracción.
f) Cuando para un delito la ley contempla penas alternativas, el tribunal puede escoger
una de ellas para alguno(s) de los intervinientes en el hecho y una distinta para otro(s).
Así se desprende de lo previsto en el artículo 61, regla 3ª, del Código Penal.
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Así fluye de lo dispuesto en el artículo 61, regla 4ª, del Código Penal.
h) Siempre que el tribunal imponga una pena que lleve consigo otras por disposición de
la ley, según lo prescrito en el Párrafo 3 del Título III del Libro Primero del Código
Penal, condenará también al acusado expresamente en estas últimas.
Esta regla, relativa a las penas accesorias, aparece consagrada en el artículo 76 del Código
Penal.
1. El título de castigo
Son delitos habituales aquellos en los cuales el tipo demanda la ejecución de una
misma conducta varias veces. Por ejemplo, el encubrimiento por favorecimiento personal
habitual, previsto en el artículo 17 número 4° del Código Penal y el delito de maltrato
habitual, contemplado en la ley de violencia intrafamiliar.
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Son delitos complejos aquellos en los cuales el tipo reúne dos o más conductas
diversas que, consideradas en forma aislada, de todos modos son constitutivas de delito. Por
ejemplo, la figura del artículo 372 bis del Código Penal.
Un mismo hecho puede dar lugar a dos o más títulos de castigo. Por ejemplo: el hecho
"muerte de Jaime" puede ser calificado como parricidio respecto de uno de los ejecutores y
como homicidio respecto de los otros.
2. Delito continuado
Está constituido por dos o más acciones u omisiones separadas por un cierto tiempo
que, no obstante integrar cada una de ellas por separado la misma figura fundamental de
delito, se valoran como un solo delito en razón de la homogeneidad de sus elementos.
Ningún precepto legal se refiere en nuestro país a esta clase de delito, no obstante lo
cual puede decirse que goza de considerable reconocimiento en la jurisprudencia y la doctrina
nacionales.
Los elementos de este delito pueden clasificarse en objetivos y subjetivos. Del primer
orden son: la pluralidad de acciones u omisiones, la unidad de ley violada y, para algunos, la
identidad del sujeto pasivo. De índole subjetiva es el requisito de unidad de designio,
propósito, intención o dolo.
Elementos objetivos:
Realización del mismo tipo básico. También es indispensable que las diversas
acciones realizadas vulneren un mismo precepto legal o preceptos legales semejantes. No se
requiere, entonces, que todas las conductas merezcan idéntica calificación; basta con que las
diversas figuras sean analogables, esto es, que puedan ser comprendidas como
manifestaciones de un tipo básico. Luego, podrá darse tal homogeneidad entre un hurto y un
robo con fuerza en las cosas, por ejemplo.
Elemento subjetivo
Las múltiples posturas adoptadas al respecto pueden reducirse a dos: las que reclaman
una unidad del elemento subjetivo, sea que se lo conciba como dolo, resolución, propósito o
deseo, y las que exigen una cierta continuidad entre las diversas resoluciones o dolos.
La primera alternativa, esto es, la que postula la unidad del dolo, propósito o
intención, tiene el grave inconveniente de que si el dolo es unitario, ha de serlo por abarcar
de antemano todas las acciones parciales en un propósito común. Pero si es así, esa misma
perseverancia en la intención delictiva, lejos de disminuir la reprochabilidad del hecho, la
aumenta, lo cual no concuerda con la búsqueda de un tratamiento más benigno para el
imputado, a través de la consideración unitaria de sus acciones para evitar la aplicación de
las reglas agravatorias del concurso real. Piénsese que por algo la premeditación configura
una agravante de responsabilidad penal.
el ataque al bien jurídico que de otro modo no podría haber tenido lugar. Ello implica, claro
está, que la característica aglutinante de las diversas infracciones cometidas por el mismo
agente deja de ser de índole subjetiva y vinculada a la reprochabilidad, para pasar a ser de
carácter netamente objetivo y a ubicarse en el ámbito de lo injusto.
Disintiendo de este último autor, Garrido adhiere a ambas concepciones del elemento
subjetivo del delito continuado, esto es, tanto a la de la unidad como a la de la continuidad u
homogeneidad del dolo.
Indeterminación procesal
Tratamiento penal
La generalidad de la doctrina indica que el concurso ideal puede ser de dos clases:
homogéneo o heterogéneo. El primer nombre se reserva para aquellos casos en que el hecho
realizado configura dos o más veces un mismo delito, mientras que se designa como
heterogéneo al concurso que se produce cuando el hecho único configura dos o más delitos
diversos. Hay, así, concurso ideal homogéneo si con un mismo artefacto explosivo se causa
la muerte de varias personas, o si a raíz de una maniobra desafortunada un conductor lesiona
a diversos individuos.
En cambio, configuran un concurso ideal heterogéneo, por ejemplo, las lesiones que
se causan con ocasión de un delito de violación (art. 361 CP), cuando por su gravedad no
pueden estimarse absorbidas por la pena de este último delito.
Los delitos que integran el concurso ideal no sólo pueden ser de lesión o daño efectivo
para un bien jurídico, como sucede en todos los ejemplos que se acaban de señalar, sino que
también pueden ser de peligro, como ocurriría, verbigracia, si un sujeto abandonara en un
lugar solitario, al mismo tiempo, a sus hijos menores de siete años (art. 349 CP).
Tratamiento penal
El art. 75 CP establece que "se impondrá la pena mayor asignada al delito más grave".
Un sector doctrinal minoritario sostiene que esta regla sólo podría aplicarse al
concurso ideal heterogéneo –por lo que el concurso ideal homogéneo debería ser sancionado
conforme a la regla general del artículo 74 CP‒, ya que al ordenar la ley que se imponga la
pena mayor del delito más grave, se estaría partiendo de la premisa de que los delitos en
concurso son distintos. La mayoría, en cambio, afirma que no distinguiendo la ley en forma
clara, deben entenderse comprendidas ambas clases de concurso ideal.
Lo primero que debe hacerse para aplicar esta regla de penalidad es determinar cuál
es el delito más grave, para lo cual no debe examinarse la gravedad intrínseca de cada uno
de los delitos, sino examinar sus penas.
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La pena mayor asignada al delito más grave hace referencia, en el caso de las penas
compuestas de grados, al más alto entre éstos; y dentro de tal grado el juez procederá a fijar
la pena exacta de acuerdo al art. 69 CP.
Pero podría acontecer también que el cálculo de la pena así previsto condujera a una
penalidad superior a la suma de todas las que correspondería aplicar a las diversas figuras
por separado. Parece claro, sin embargo, que en tal situación correspondería aplicar la regla
general del art. 74 CP., respecto de la cual el art. 75 constituye una excepción, pues
indudablemente la finalidad de la ley ha sido la de otorgar un tratamiento más benévolo a las
figuras concurrentes -surgidas de un mismo hecho o ligadas en relación instrumental-, por lo
que la aplicación de la regla estudiada no puede conducir a un empeoramiento de la situación
del delincuente. El tratamiento más benigno del concurso ideal, en comparación con el del
concurso material, obedece al hecho de que hay en aquél un menor desvalor de acción, al
colocarse el delincuente sólo en una ocasión en situación de rebeldía frente a las normas.
Hay concurso real cuando los diversos delitos imputados a un solo individuo tienen
su origen en hechos también diversos e independientes, ninguno de los cuales ha sido objeto
de juzgamiento.
En el concepto recién apuntado se indica, además, que los hechos deben ser
independientes entre sí, expresión ésta que suele utilizarse para excluir el caso puntual del
delito continuado, que, como vimos, es analizado como un solo delito. Con todo, nada obsta
a que entre los delitos en concurso real haya uno o más que tengan el carácter de continuados.
Sistemas de penalidad
ofende un bien jurídico se le castiga con una pena, nada será más lógico que imponer dos
penas, o las que corresponda, a quien haga tal cosa con diversos bienes jurídicos. Se le
critica por conducir en ocasiones a la imposición de penas desproporcionadas e
imposibles de cumplir, por superar con creces los límites temporales de la vida humana
y convertirse en penas perpetuas.
Tratamiento penal
- Se cumplen simultáneamente las penas que así pueden serlo. Precisando un poco
más esta categoría, puede decirse, partiendo de lo obvio, que dos penas privativas de libertad
no admiten cumplimiento conjunto. Pero tampoco lo admiten éstas cuando concurren con
restrictivas de libertad, tal como se desprende de la última parte del precepto. También es
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claro que las pecuniarias son compatibles con todas las demás. En cambio, las de
inhabilitación y ciertas penas especiales que impliquen la suspensión de un derecho, como la
privación de la licencia de conducir (art. 492 CP.), deben comenzar a computarse después
del período de privación de libertad, si la hubiere, pues sería un caso de aquellos en que la
ejecución conjunta haría ilusorio el cumplimiento de las primeras.
De acuerdo al artículo 351 del Código Procesal Penal, recibe el nombre de reiteración
de delitos el concurso real de figuras delictivas de la misma especie.
El inciso final del precepto indicado precisa lo que debemos entender por tales: "Para
los efectos de este artículo se considerará delitos de una misma especie aquellos que afectaren
al mismo bien jurídico".
Si las diversas infracciones pueden estimarse como un solo delito, se impone la pena
resultante de considerarlos como un todo, pero aumentada en uno o dos grados.
Según algunos, esto es posible cuando las penas contempladas para las diversas
figuras se calculan sobre una base común que puede, además, acumularse. Así acontece con
las penas fijadas sobre la base de índices pecuniarios. Entre los que pueden considerarse de
la misma especie, cabe mencionar, a vía de ejemplo, el hurto (art. 446 CP), la estafa (art. 467
CP), la apropiación indebida (art. 470 n° 1 CP), y algunas hipótesis de incendio (art. 477 CP)
y daños (arts. 486 y 487 CP). De este modo, la apreciación como un solo delito de un hurto
y una apropiación indebida obligará a sumar los valores de lo sustraído y del perjuicio,
respectivamente, para así llegar a una penalidad común, que se elevará de uno a dos grados.
Según otros, las diversas infracciones pueden estimarse como un solo delito cuando
impliquen la realización de varias veces un mismo tipo penal.
Si las infracciones no pueden considerarse como un solo todo, "el tribunal aplicará la
pena señalada a aquella que, considerada aisladamente, con las circunstancias del caso,
tuviere asignada una pena mayor, aumentándola en uno o dos grados, según fuere el número
de los delitos" (art. 351, inciso segundo, CPP.).
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El inciso tercero del art. 351 CPP aclara expresamente un punto que ya nos había
suscitado dudas en torno a la aplicación del artículo 75 CP, esto es, si acaso ha de volverse a
la regla general del artículo 74 CP cuando la aplicación del sistema de asperación conduzca
a penas mayores que las correspondientes a la suma de las imponibles a cada delito por
separado. La afirmativa del legislador, sin embargo, está redactada en términos facultativos,
pues indica que "podrán" aplicarse las penas conforme al art. 74 CP. No obstante ello, la
tendencia de nuestros tribunales -indudablemente correcta- es la de observar siempre la
acumulación aritmética cuando ella resulta menos gravosa para el condenado.
En los casos de reiteración de hurtos, aunque se trate de faltas, a una misma persona,
o a distintas personas en una misma casa, establecimiento de comercio, centro comercial,
feria, recinto o lugar el tribunal calificará el ilícito y hará la regulación de la pena tomando
por base el importe total de los objetos sustraídos, y la impondrá al delincuente en su grado
superior. Esta regla es sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 447.
Nótese que esta disposición no obliga a aplicar la pena superior en un grado a aquella
que corresponda al valor total de los objetos sustraídos, sino a imponerla “en su grado
superior”. Ello significa que tal agravación resultará operativa sólo cuando el marco penal
correspondiente al importe total de las cosas sustraídas sea compuesto por dos o más grados.
En los demás casos, la pena a imponer, simplemente, tomará como base el monto total de los
objetos sustraídos, tal como ocurriría si se tratara de un delito continuado.
La segunda parte del inciso primero del artículo 75 CP, en efecto, se refiere a un caso
que parte de la doctrina denomina concurso ideal impropio, o -como suele hablarse en
España- concurso medial. De la lectura del precepto emana que el legislador dispensa un
mismo tratamiento, a los efectos de determinar las penas aplicables, al caso en que un hecho
configura dos o más delitos, que al evento en que "uno de ellos sea el medio necesario para
cometer el otro".
Las dudas que suscita esta parte del precepto son básicamente dos. Primero, ¿es éste
un caso de concurso ideal o, por el contrario, la norma cubre hipótesis que corresponden al
concurso real o material de delitos?, y, segunda, ¿qué significa que uno sea el medio
necesario para cometer el otro?
Hay concurso aparente de leyes penales cuando, pese a configurar uno o más hechos
las hipótesis de dos o más figuras penales, una sola de estas es suficiente para aprehender el
desvalor de todos ellos.
Ello ocurrirá cuando el o los hechos en cuestión admitan ser encuadrados en más de
una figura delictiva, no obstante lo cual razones de orden lógico o valorativo conduzcan a la
conclusión de que sólo puede tener aplicación un tipo penal, y no todos los que aparentemente
concurren en el mismo supuesto.
Principios de solución
a) El principio de especialidad
De este modo, se presentará una relación de especialidad entre dos o más preceptos
penales cuando, si bien todos cubran el supuesto de hecho, uno de ellos lo describa en mayor
detalle que los restantes. Así, la conducta del que mata a su padre puede encuadrarse
textualmente en el art. 391 Nº 2 CP, que sanciona el homicidio simple, y en el art. 390 del
mismo código, que castiga el parricidio. Pero de entre ambas disposiciones, la última es la
única aplicable, pues en ella se contempla con mayor precisión el hecho juzgado.
En los casos de especialidad se da una relación lógica (género a especie) entre las
diversas hipótesis delictivas, de suerte que la más detallada supone siempre la realización de
las restantes. Así, el infanticidio (art. 394) es una subclase de parricidio, el que, a su vez, es
una subcategoría dentro del homicidio. Según la configuración de los hechos, corresponderá
siempre aplicar uno solo de ellos.
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b) El principio de subsidiariedad
Este criterio tiene lugar en aquellos casos en que una determinada figura delictiva
sólo puede tener aplicación por defecto de otra, sea que ello se encuentre expresamente
establecido en la ley, o bien que pueda deducirse del sentido de sus normas.
En cambio, sí cabe apreciar subsidiariedad expresa, entre otros, en los artículos 168,
176, 183, 325 y 488 del C. Penal. El primero de los citados, por ejemplo, castiga al que, sin
haber tomado parte en la emisión o introducción al país de moneda falsificada (a que se
refiere el art. 167), se la hubiere procurado a sabiendas y la hubiere puesto en circulación.
Evidentemente, ambos preceptos describen situaciones diversas, pero no en relación de
género a especie. Por eso, si no se le hubiera dado carácter subsidiario al art. 168, éste y el
art. 167 serían aplicables (en principio) al individuo que, habiendo tomado parte en la emisión
del dinero falso, lo pusiera luego en circulación.
También existe subsidiariedad expresa entre los supuestos de los artículos 15, 16 y
17 del C. Penal, y constituye consagración general y explícita de este principio, en materia
de circunstancias modificatorias, el artículo 63 CP, en cuanto prescribe que carecen de efecto
agravatorio las circunstancias incorporadas a la descripción de un delito.
- Los delitos que se configuran en el curso hacia la realización del ataque más
grave al mismo bien jurídico. Así, no se sancionan las lesiones que conducen a la muerte.
Tampoco los actos preparatorios especialmente punibles, ni la tentativa configurada en
camino a la consumación que después se produce. También son subsidiarios los delitos de
peligro respecto de los de lesión del mismo bien, siempre que el peligro no vaya más allá del
menoscabo efectivamente producido. La misma relación se da entre la comisión dolosa y
culposa de un mismo delito (como cuando el conductor imprudente deja morir con dolo al
transeúnte que acaba de arrollar).
De acuerdo a lo expuesto, casi todas las hipótesis tratadas por la doctrina nacional
como concreciones del principio de absorción, deben ser consideradas como de
subsidiariedad expresa o tácita. Pues no se trata de que un desvalor absorba a otro, sino de
que, de acuerdo al sentido de una determinada norma, se desprende que ésta deja de tener
vigencia frente a hechos subsumibles en otros preceptos que describen manifestaciones más
intensas del mismo atentado.
Este principio supone una determinada relación valorativa entre dos o más preceptos.
Según él, frente a la concurrencia de dos o más preceptos debe darse aplicación exclusiva al
tipo penal que incluya en sí el desvalor de los demás. Ello también se expresa diciendo que
un delito absorbe el injusto de los demás. En otros términos, la implicancia entre los preceptos
no es lógica, sino valorativa.
Por lo general, puede apreciarse consunción respecto de los hechos típicos que
acompañan normalmente a otro más grave. Es el caso del robo con fuerza en las cosas en
lugar habitado (art. 440 CP), que generalmente va acompañado de violación de morada.
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En todos estos casos, la rebaja se efectúa utilizando las escalas graduales de penas,
y si un delito tiene asignadas varias penas o varios grados de una pena, la rebaja se efectúa a
partir de la pena o del grado inferior (art. 60 reglas 1ª y 2ª). Por ejemplo: si la pena es "presidio
mayor en cualquiera de sus grados" y tengo que sancionar al cómplice de delito frustrado,
efectúo la rebaja a partir del grado inferior, que es "presidio mayor en su grado mínimo" y
como debo bajar dos grados, me queda "presidio menor en su grado medio".
Respecto de las faltas, hay que tener presente que sólo se castigan cuando han sido
consumadas (art. 9º); que respecto de ellas no se castiga el encubrimiento (art. 17) y que los
cómplices son castigados con una pena que no exceda de la mitad de la que corresponde a
los autores (art. 498)
Esto es sin perjuicio de las reglas especiales que en ciertos casos establece la ley (art.
55 CP). La especialidad de estos casos puede consistir (i) en que el legislador tipifique un
hecho que constituya tentativa, frustración, complicidad o encubrimiento de otro delito y le
asigne una sanción especial (ejemplo: art. 109 inc. 8° CP); o bien, (ii) en que atribuya a
alguno de estos supuestos una sanción independiente de la del autor del delito consumado
(ejemplo: arts. 17 N° 4 y 52 inc. 3° CP); o bien, (iii) en que asigne a alguna de estas hipótesis
una rebaja o atenuación de la pena prevista para el autor del delito consumado, distinta de la
que conforme a las reglas generales corresponde (ejemplo: art. 111 CP), o bien, por último,
(iv) en que establezca que alguno de estos hechos no será objeto de rebaja alguna (ejemplo:
art. 450 CP).
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En efecto, los artículos 65 a 68 CP le señalan al juez una serie de reglas que precisan
de qué modo debe computar las circunstancias concurrentes en el hecho. Para ello, distingue
el tipo de pena a que se haya llegado en virtud de las fases anteriores de individualización de
la responsabilidad, y el número y clase de circunstancias que adjetivan el hecho concreto.
Las circunstancias que se someten a estas reglas son las atenuantes y agravantes
comunes o de eficacia ordinaria, con independencia de que sean genéricas (de aplicación a
cualquier delito, verbigracia, las de los arts. 11, 12 y 13 CP) o específicas (aplicables sólo a
ciertos delitos, por ejemplo, las del art. 456 bis CP). No se toman en cuenta aquí, en
consecuencia, las circunstancias especiales o de eficacia extraordinaria (verbigracia, la del
art. 400 CP), las cuales producen su efecto más intenso después de que se haga aplicación de
dichas reglas.
Sobre esta base, la ley desarrolla un esquema en el que al juez únicamente le otorga
un cierto margen de arbitrio en lo relativo a tres puntos bien precisos. Así, frente a la
concurrencia de varias circunstancias de distinto signo, el juez debe proceder a compensarlas
racionalmente, lo cual implica que ha de atender fundamentalmente a su valor propio (arts.
66, 67 y 68, incisos finales, CP).
En todo caso, deben tenerse presentes en este lugar las consideraciones efectuadas en
lo tocante a la inherencia de dichas circunstancias y a su comunicabilidad, como asimismo,
las reglas básicas que presiden el esquema legal de determinación de la penalidad sobre la
base de los diversos factores que inciden en ella.
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Como acabamos de señalar, la ley regula los efectos generales de las circunstancias
modificatorias sobre el marco de la penalidad, atendiendo a su número y, principalmente, a
la divisibilidad o indivisibilidad de la pena en cuestión.
Al respecto, son cuatro los preceptos que abordan las distintas alternativas posibles:
el art. 65, que alude al hecho sancionable con una sola pena indivisible; el art. 66, aplicable
cuando las penas imponibles al hecho sean dos indivisibles; el art. 67, que lo es en el caso de
que la pena sea sólo un grado de una divisible; y el art. 68, que se pone en los eventos
restantes, a saber, cuando la penalidad corresponda a la combinación de una o más
indivisibles con uno o más grados de penas divisibles, o bien, cuando sólo consista en
diversos grados de una que sí admite división.
Conviene señalar, antes de entrar a dicho examen, una regla general implícita en toda
esta regulación, según la cual, sin perjuicio de algunas excepciones, la configuración de una
sola circunstancia, ya sea atenuante o agravante, no permite subir o bajar del marco penal
asignado al hecho, ascendiendo o descendiendo en la escala de penas respectiva.
a) Tratándose de una pena indivisible, la agravante no tendrá efecto alguno (art. 65),
lo cual es una aplicación directa de la regla implícita aludida, en orden a que una sola
circunstancia no permite exceder del marco penal aplicable al hecho. Si tal es la norma, y
atendido que la pena es indivisible, no es posible variación alguna.
c) En el supuesto de que la pena sea un grado de una divisible (art. 67), la ley ordena
imponer su mitad superior (lo que la ley llama, el maximum). Es decir, si la pena es presidio
menor en grado máximo (3 años y un día a 5 años), el juez está obligado a fijar una sanción
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superior a los 4 años, aunque dentro de ese tramo tenga todavía cierta libertad para fijar la
duración exacta del presidio.
Aparte de ciertos supuestos de agravantes especiales y específicas (por ej., arts. 400
y 447 CP), que obviamente tienen un efecto propio, más severo, la ley contempla, asimismo,
un efecto más gravoso para una circunstancia agravatoria de aplicación general, cual es la
regulada en el art. 72 CP. Esta norma se pone en el evento de que un individuo mayor de
edad se valga de menores de 18 años para cometer el delito; en tal caso, se aplica al primero
"la pena que le habría correspondido sin esta circunstancia, aumentada en un grado". Luego,
se trata de una elevación obligatoria al grado siguiente, si bien es el juez quien aprecia en
conciencia si acaso el adulto se ha prevalido del menor. Como ya lo dijimos, estos casos
especiales de aumento de grado se deben observar después de hacer aplicación de las reglas
de los arts. 65 a 68 CP.
a) Cuando la pena es una indivisible (art. 65), tampoco puede haber efecto alguno,
en la medida en que una sola circunstancia común no modifica el grado de penalidad.
b) Si las indivisibles son dos, se produce el efecto opuesto del indicado en la letra b)
anterior, a saber: el juez debe aplicar el grado mínimo (art. 66).
Ahora bien, estas reglas generales se ven alteradas en dos casos especiales,
concernientes a atenuantes aplicables a toda clase de delitos.
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En otro orden de ideas, al igual que lo que sucede en materia de agravantes, también
existen algunas atenuantes aplicables a ciertas figuras delictivas, que son especiales, ya que
producen un efecto atenuatorio más intenso que el de las atenuantes comunes, al permitir,
por sí solas, rebajar en grado la pena del delito (ejemplo: art. 456 CP).
b) Si, en cambio, consta de dos penas indivisibles, y dado que el art. 66 CP tampoco
regula esta situación, sólo se producirá el efecto contemplado para cuando concurre una sola
agravante: se impondrá el grado máximo de los previstos en la ley para el hecho.
c) De acuerdo al art. 67 inciso quinto, CP, si hay dos o más circunstancias que
agravan un hecho sancionado con una pena divisible, el tribunal puede imponer la superior
en un grado. Es decir, la elevación al grado siguiente no es obligada, aunque si no opta por
ella, cuando menos tendrá que aplicar la mitad superior de la divisible prevista para el hecho,
según hemos expuesto más arriba.
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Ello es así en las hipótesis contempladas en los arts. 65, 66 y 67 CP, y se acentúa más
aun en el caso previsto en el art. 68 CP, esto es, varios grados todos divisibles o combinados
con una pena indivisible, ya que en presencia de tal penalidad el tribunal puede bajar la
sanción hasta en tres grados.
Por otra parte, para decidir en punto al número de grados a rebajar en cada caso, los
arts. 66 inciso tercero, 67 inciso cuarto, y 68 inciso tercero, CP, le señalan al juez la siguiente
regla: deberá atender al número y entidad de las circunstancias concurrentes, lo cual, en
realidad, parece bastante obvio.
Conforme a nuestro parecer, no existe atentado alguno contra el principio non bis in
idem, porque, poniéndonos en el caso de las agravantes, que es el que puede suscitar algún
grado de conflicto, el solo hecho de que la concurrencia de una o más de ellas le permita al
juez llegar a cierto grado de penalidad, no representa ningún obstáculo conceptual para que,
conforme al arbitrio que se le otorga dentro de éste, concluya que el único tramo exacto de
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la penalidad que refleja la gravedad del hecho circunstanciado, es, incluso, el máximo de
dicho grado. Se trata, en consecuencia, de un efecto perfectamente normal de las
circunstancias modificatorias, y no de una segunda consideración de las mismas.
Es más, quien quisiera sostener que esta parte del artículo 69 CP resulta violatoria del
principio aludido, tendría previamente que afirmar -lo que es insostenible- que las agravantes
sólo le permiten al juez subir la pena y, en su caso, llegar al tramo superior de penalidad, pero
no lo habilitan para, dentro de ese grado, imponer otra sanción que no sea el mínimo de éste,
pues sólo partiendo de esa base cabría pensar que la estimación de las mismas agravantes
para fijar ahora la magnitud exacta de la pena pudiera ser inadmisible a la luz del mencionado
principio, en cuanto permitiría imponer cualquier pena dentro del grado correspondiente.
Por lo demás, quien aseverara que esta segunda consideración de las circunstancias
agravantes, ya tenidas en cuenta para aumentar la pena, importa un atentado contra el
mencionado principio, no podría establecer ninguna distinción en la sanción aplicable a dos
delitos en cuya comisión concurra un número muy diferente de tales circunstancias. Tanto si
en un delito las agravantes fueran dos, como si en el otro fueran diez, en ambos casos, una
vez aumentada la sanción, no podría imponerse sino el mínimo de pena dentro del grado
correspondiente, lo que no parece razonable, si se pretende que la cuantía de la sanción refleje
adecuadamente los aspectos que constituyen el sustrato valorativo de la responsabilidad
criminal.
Finalmente, así como la mención que la norma efectúa al número de las circunstancias
que concurrieren no ofrece dificultades, sí podría presentarlas, el punto relativo a qué ha de
entenderse por entidad de las mismas. En concepto de Rivacoba, esta última expresión
permite dar cabida a una valoración del contenido de antijuridicidad o de culpabilidad de
cada circunstancia.
La posición extensiva tiene antecedentes remotos. Ya Pacheco planteaba que el mal a que
alude la ley “no es sólo el mal material y físico que resulta del crimen, sino también el mal
de alarma que se difunde por su consecuencia”. En fecha más reciente, se han mostrado
proclives a conferir una mayor amplitud a la noción mal del delito Cury y Etcheberry, quienes
si bien aceptan incluir en ella ciertas consecuencias dañinas ajenas al tipo (utilizan como
ejemplo la muerte de un bombero en un incendio), las restringen a aquellas que sean un efecto
directo del hecho delictivo. La noción de daño directo que utilizan estos autores, ciertamente,
evoca el concepto homónimo acuñado en el campo de la responsabilidad civil delictual, el
cual alude al evento lesivo que es consecuencia cierta y necesaria del hecho ilícito, y único
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 255
objeto de la reparación civil. Dentro de esta misma línea cabe mencionar la opinión de
Garrido, quien señala que al tribunal corresponde apreciar la entidad de la lesión o peligro
corrido por el bien jurídico protegido y a continuación otros efectos perjudiciales que se
deriven directamente del delito, sin perjuicio de que no hayan sido considerados por el
legislador al describir el tipo penal.
También cabe incluir dentro de esta corriente, la opinión de Van Weezel, quien entiende que
el concepto mal del delito incluye los resultados típicos no asociados por sí solos en el tipo a
incrementos vinculantes de penalidad; las repercusiones, que necesariamente serán extra-
típicas, derivadas de la tentativa y del delito frustrado, y, por último, las repercusiones extra-
típicas del hecho, tanto en los delitos de resultado como en los de mera actividad. Según este
autor, en todos los casos recién mencionados, el artículo 69 CP sólo capta las repercusiones
del hecho que sean, al menos, objetivamente imputables al comportamiento típico, aunque
no es necesario que exista dolo o culpa respecto de ellas.
En apoyo de la tesis extensiva podría argumentarse que la ley no alude al mal causado por la
acción del autor, sino al causado por el delito mismo, el cual de suyo, si es material, integra
ya el resultado dañoso. Por consiguiente, el mal causado por el delito no puede ser el que
forma parte del mismo, sino el que excede a él. Junto a ello, hay otros dos elementos que
refuerzan esta interpretación: el primero es que, concordante con lo señalado, el Código no
habla de la mayor o menor gravedad o intensidad del daño, sino que se refiere a la mayor o
menor extensión del mismo, lo que parece sugerir que la ley le pide al juez considerar
elementos trascendentes al tipo. Pero este argumento es fácilmente rebatible si se considera
que extensión (así como extender y extenso) no sólo tiene el sentido de expansión o
propagación, sino también el de superficie, tamaño o amplitud e, incluso, el de duración,
como lo reconoce la generalidad de los diccionarios en uso.
En el otro frente, sin duda, el más decidido exponente de esta posición ha sido hasta ahora
Rivacoba, quien arguye que una interpretación extensiva de la cláusula en estudio conduciría
a resultados violatorios del principio de legalidad, pues, en la medida en que se trasciende el
tipo penal para ponderar circunstancias, no ya propias del mismo, como sería la entidad del
resultado típico producido, sino otros elementos que nada tienen que ver con la previsión
legal de la conducta, el juez pasaría a ocupar el lugar del legislador. Esa desmedida extensión
atribuida al criterio legal mencionado acabaría por vulnerar, asimismo, el principio de
culpabilidad, puesto que no habría manera de que el delincuente llegara a abarcar con su
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 256
Este punto de vista es el que corresponde asumir, según nuestra opinión, frente al
ordenamiento jurídico chileno, tanto por razones sistemáticas como valorativas. En efecto, la
palabra mal, de acuerdo con la única acepción utilizable para estos fines que contempla el
Diccionario de la RAE, alude a “daño u ofensa que alguien recibe en su persona o hacienda”.
Empleando palabras propias del discurso jurídico-penal, tendríamos que decir que mal
significa afectación (sea a título de lesión o de puesta en peligro) del bien jurídico tutelado
por un hecho delictivo, de suerte que mayor o menor extensión de aquel mal sólo puede aludir
a la gravedad que alcanza la vulneración del objeto de tutela. Esta forma de entender la
locución que nos ocupa es plenamente concordante con sus antecedentes históricos, puesto
que tradicionalmente se la utilizó en términos de oposición a mal de la pena, expresión esta
última que claramente refiere a los derechos conculcados a través de la emisión de un juicio
de condena.
Aquella interpretación también es concordante con la forma en que otros artículos del Código
Penal utilizan esa misma nomenclatura. Sobre el particular es posible traer a cuento lo que
dispone el artículo 1º inciso tercero, que, al regular el error en la persona, denomina mal a la
lesión de un bien jurídico que recae o afecta a persona distinta de aquella a quien el autor se
proponía ofender. También lo que dispone el artículo 12 Nº 4, en que “mal del delito” aparece
en un sentido de oposición a otros “males ajenos a é1”; y, muy especialmente, las palabras
en que aparece redactada la circunstancia atenuante 7ª del artículo l1, que claramente
contraponen el mal causado (por el delito) –fórmula discursiva enteramente equivalente a la
utilizada por el artículo 69– y las “ulteriores perniciosas consecuencias” del mismo, porque
de tal oposición se desprende que la locución “mal causado por el delito” –a pesar de los
propios términos que utiliza la ley– no está referida al mal que es consecuencia del hecho
punible (el cual está significado mediante la frase “ulteriores perniciosas consecuencias”),
sino a aquél que es contenido del mismo.
De este modo, es claro que la idea de extender el vocablo mal, que utiliza el artículo 69, a
alguna consecuencia nociva ajena al tipo (incluso el denominado mal de alarma social o daño
mediato), como en su momento lo puso de manifiesto Rivacoba, es francamente atentatorio
contra el principio de legalidad penal. La noción “mal”, en efecto, es eminentemente
valorativa, lo cual equivale a decir que, desde un punto de vista natural, el mal o daño
simplemente no existe. Sólo existirá bajo la condición de que la autoridad expresamente lo
declare como lesivo de un interés individual o colectivo y, de hacerlo el tribunal, ello
implicaría lisa y llanamente la asunción de una potestad normativa por parte del órgano
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 257
Como es sabido, de conformidad con lo que dispone el art. 21 CP, la multa es una
pena común a los crímenes, simples delitos y faltas, y el art. 25, en su inciso sexto, se encarga
de precisar su monto respecto de los crímenes, de los simples delitos y de las faltas.
El inciso primero de esta disposición señala que para la imposición de esta pena, el
tribunal podrá recorrer toda la extensión en que la ley le permite imponerla, tarea que debe
efectuar considerando exclusivamente dos parámetros, a saber: las circunstancias atenuantes
o agravantes del hecho, y "principalmente, el caudal o facultades del culpable".
De entre estos factores, es indudable que la ley confiere primacía a las facultades
económicas del delincuente. Es principalmente en atención a éstas que debe fijarse el monto
a pagar por cada individuo.
Este factor es el único que puede garantizar, respecto de la multa, una cierta igualdad
en el trato penal. De no seguirse este camino, sería ilusorio pretender que cumpliera alguna
función preventiva o retributiva.
Con la expresión “caudal o facultades del culpable” no sólo se quiere hacer alusión al
patrimonio del penado al tiempo de la condena, sino también a su capacidad de rendimiento
económico futuro. Cabría, en consecuencia, tomar en cuenta como pasivo patrimonial del
delincuente obligaciones impuestas en la sentencia condenatoria (por ejemplo, a título de
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 258
costas o de responsabilidad civil derivada del delito) y no considerar como activo ingresos
destinados a fines sociales deseables (verbigracia, las cotizaciones previsionales o el ahorro
para subsidio habitacional).
Respecto de las circunstancias modificatorias, cabe destacar que el precepto que nos
ocupa sólo contiene una referencia genérica a tales figuras, sin vincularla, como ocurre en la
norma que lo precede, al número y entidad de las mismas. No obstante la amplitud de los
términos, nos inclinamos a pensar que el legislador alude a las contempladas en los artículos
11, 12 y 13 del C. Penal. En efecto, al consignar un catálogo de atenuantes y agravantes, la
ley lo hace de un modo general, aplicable a la totalidad de las infracciones regidas por dicho
texto, cualquiera que sea la pena con que aparezcan conminadas. Luego, por mucho que la
multa quede excluida de la aplicación del sistema general de individualización de la
responsabilidad penal, el principio de taxatividad que rige en materia de circunstancias
modificatorias afecta también a los delitos sancionados con pena de multa.
La disposición en análisis, con todo, permite al tribunal imponer una multa inferior al
monto señalado en la ley, en casos calificados, siempre que no concurran circunstancias
agravantes. Asimismo, se prevé la posibilidad de que el tribunal autorice al condenado para
pagar la multa por parcialidades, dentro de un límite que no exceda de un año. En tal evento,
el no pago de una sola de las parcialidades hará exigible el total de la multa adeudada.
Para el caso de que no se obtenga el acuerdo del condenado para dicha sustitución, la
ley prevé la imposición, por vía de sustitución y apremio de la multa, de la pena de reclusión,
a razón de un día por cada tercio de unidad tributaria mensual impaga, sin que la privación
de libertad pueda exceder de seis meses. Con todo, este apremio no se aplica a quien ha sido
condenado a reclusión menor en su grado máximo o a otra pena más grave que deba cumplir
efectivamente (art. 49 incs. 2° y 4° CP).
EJERCICIOS
En cada uno de los casos siguientes, debes indicar el límite inferior y el límite superior de la
pena aplicable, expresados en días, meses o años, según corresponda.
Ejemplo de respuesta: Límite inferior: “Tres años y un día”. Límite superior: “Cinco años”.
Derecho Penal II PUCV (2015) Profs. Luis Rodríguez Collao – Guillermo Oliver C. ‒ Fabiola Girao M. 259
1.- Una persona comete el delito A en calidad de cómplice. Hay una atenuante y el tribunal
estima que ésta es muy calificada
2.- Estamos frente a un delito preterintencional en que la figura culposa corresponde al delito
A y la figura dolosa al delito B. Hay una agravante y ninguna atenuante.
3.- Entre A y B hay un concurso aparente de leyes penales. B prima sobre A en virtud del
principio de especialidad.
5.- Respecto del delito B, se trata de un autor mediato que utilizó como instrumento a un
menor de edad. Supondremos que concurre la agravante de reincidencia.
6.- Una persona ejecuta varias veces la conducta exigida por el tipo B. El tribunal considera
que todas las acciones ejecutadas admiten ser consideradas como un delito continuado.
7.- Una persona ejecuta el delito B. El tribunal considera que concurre una atenuante y
ninguna agravante.