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Broken Prince (R.G. Angel) PDF
Broken Prince (R.G. Angel) PDF
Cassie
Hartfield Manor es como yo: maldita y no deseada.
Aceptar un trabajo allí como ama de llaves interna es mi única
opción. Nadie quiere contratar a la hija de unos infames asesinos en
serie.
Pero mi nuevo jefe... me fascina. Envuelto en sombras, ocultando
su dolor tras unos modales bestiales, me atrae como ningún otro.
Cree que es irredimible. Imperdonable.
Ahora no puedo evitar pensar, ¿quién mejor que la hija de los
monstruos para amar a una bestia?
Luca
Lo tuve todo y lo perdí.
Fui Príncipe de la mafia. Ahora soy un recluso alcohólico y
cargado de culpabilidad. Con cicatrices, roto y solo.
Entonces la conocí.
Cassie es como el sol, iluminando mi oscuridad. Ella me hace
querer vivir de nuevo.
Pero mi mundo no es lugar para una inocente como ella. Es
demasiado peligroso.
Yo soy demasiado peligroso.
Porque no importa cuánto la necesite, nunca dejaré que mi
redención sea a costa de su alma...
CRÉDITOS
Esta traducción fue realizada sin fines de lucro, por lo cual no
conlleva remuneración alguna. Es una traducción hecha
exclusivamente para fans. Cada proyecto se realiza con el fin de
complacer al lector dando a conocer al autor y animando a adquirir
sus libros. Por favor comparte en privado y no acudas a fuentes
oficiales de las autoras a solicitar las traducciones de fans. Preserva y
cuida el esfuerzo que conlleva todo el trabajo.
PRÓLOGO
C ie
Dicen que todo el mundo quiere ser famoso, salir en las portadas
de los periódicos. Que toda prensa es buena prensa, ¡pero eso es un
montón de mierda!
La prensa no había sido más que una maldición para mí y mi
hermano pequeño, Jude. Éramos Cassandra y Jude West, los hijos de
los Asesinos de Rivertown.
Esta gente... Mis padres utilizaron su pequeña empresa de
inversiones para malversar los fondos de jubilación de más de
quince mil personas en diez años y también habían asesinado a
treinta y dos ancianos en un intento de cubrir sus huellas.
Mi rostro, medio oculto tras mi alborotada melena pelirroja al
salir del tribunal durante el juicio, llegó a aparecer en la primera
página de nuestro periódico comarcal y ese día quise desaparecer.
No iba al tribunal a apoyarlos. Fui allí…, no estaba segura por qué
iba allí.
Quizá una parte de mí esperaba que tuvieran la decencia de
pedir perdón a Jude y a mí por destrozarnos la vida y convertirnos
en parias, porque el estigma que llevábamos era una pesada cruz
que cargar.
Dejé escapar un suspiro de alivio cuando mi padre fue
condenado a cadena perpetua sin libertad condicional y mi madre a
cuarenta años Yo estaba allí para asegurarme que toda esta pesadilla
terminara por fin y ellos acabaran sus vidas entre rejas.
No pasé por alto las miradas que me dirigían las familias de las
víctimas cada vez que me sentaba al fondo de la sala. La gente no se
creía que la hija veinteañera de esos dos sociópatas no supiera que
algo iba mal, e incluso si realmente no tuviera idea, no podía evitar
sentirme culpable. ¿Me había perdido algo? ¿Había señales?
Cuando salí del tribunal tras el veredicto, miré el reloj y gemí.
Solo tenía una tarde con Jude a la semana y este último día de juicio
me robó dos horas preciosas.
Han pasado cuatro meses desde que mi vida -nuestra vida- se
convirtió en un infierno. No teníamos otra familia y los servicios
sociales declararon que no estaba capacitada para cuidar de mi
hermano y no podía negarlo. Estaba sin blanca, tuve que abandonar
la escuela de enfermería y ahora dormía en el incómodo futón de
nuestra vieja criada, una de las únicas personas que me mostraba un
poco de compasión.
Me apresuré a coger el autobús. Tenía que llegar pronto al
Hogar, ya que las visitas terminaban a las cinco de la tarde.
Ver a mi hermanito solo una tarde a la semana me estaba
destrozando. Lo echaba mucho de menos y estaba muy preocupada,
solo tenía diez años, demasiado joven para tener que lidiar con todo
esto.
Nadie debería lidiar con todo esto.
Cuando llegué, Amy, la trabajadora social que llevaba el caso de
Jude, se paseaba frente a la puerta.
—Pensé que no llegarías —dijo, empujándome hacia la sala de
visitas.
—Lo sé. —jadeé sin aliento. —Gracias por esperar.
Me dedicó una pequeña sonrisa.
—Te mereces que alguien te dé un respiro —dijo con suavidad,
haciendo que se me llenaran los ojos de lágrimas.
Ú
Últimamente no estaba acostumbrada a la amabilidad. Había
tenido suerte cuando le habían asignado el caso de mi hermano.
Habíamos estado en el mismo instituto, aunque ella estaba en el
último curso cuando yo entré, y eso creó una especie de afinidad que
agradecí enormemente.
Abrió la puerta lateral y habló con alguien, la puerta se abrió
más y mi hermano entró corriendo.
—¡Cassie! —gritó, corriendo a mis brazos.
Lo abracé con fuerza. Era tan bajito y frágil. Tendría diez años,
pero no aparentaba más de siete. Sin embargo, era mi hombrecito,
nuestros padres siempre habían estado emocionalmente distantes.
Siempre habíamos sido Jude y yo.
—Lo siento. No quería llegar tarde —le dije, acariciando
suavemente su pelo rubio oscuro.
Él me rodeó con sus brazos y alzó la vista, mirándome con sus
grandes y tristes ojos verdes, demasiado cansados para un niño de
su edad.
—¿Estamos bien ahora? —preguntó en voz baja.
Asentí con la cabeza.
—Sí, lo estamos. No van a volver. —Fruncí el ceño, fijándome en
el pequeño moratón que tenía en la mandíbula—. ¿Qué es eso? —
pregunté, pasándole los dedos por encima.
—Nada. —Se encogió de hombros—. Me caí.
Miré a Amy, que nos miraba con tanta tristeza que me partió aún
más el corazón. Tenía que sacarlo de aquí.
—Te llevaré a casa tan pronto pueda, hombrecito. Te juro que te
llevaré.
—Lo sé, Cassie. No pasa nada. Estoy bien aquí.
No, no lo estás. Eres miserable, pero intentas ser fuerte por mí cuando
no deberías tener que hacerlo, pensé.
—Lo sé, pero echo de menos tenerte conmigo, así que quiero que
vuelvas cuanto antes. —Forcé una sonrisa que esperaba pareciera
genuina—. Quién se supone me va a ayudar a probar brownies
ahora, ¿eh?
Asintió con la cabeza.
—Sí, soy una especie de experto.
Solté una risa. —Sí, lo eres.
Amy suspiró.
—Lo siento, chicos, pero Jude tiene que volver ahora.
Levanté la vista y la vi muy cabizbaja. Estaba segura que sentía
debilidad por Jude, pero ¿quién no?
—Nos vemos la semana que viene y alguna vez podemos
chatear por vídeo esta semana —dije antes de lanzar una rápida
mirada a Amy, que asintió. Ella hacía eso todas las semanas por
nosotros, utilizando su propio teléfono para que Jude y yo
pudiéramos hablar durante unos minutos. Aquella mujer era
realmente un regalo del cielo y al menos nos ayudaba a mejorar un
poco aquella horrible situación.
—Te quiero hasta la luna y de vuelta —dijo, abrazándome de
nuevo con fuerza.
—Te quiero hasta el sol y de vuelta —respondí, besándole la
coronilla, sintiendo ya el ardor de mis lágrimas no derramadas en el
fondo de mis ojos.
Cuando se fue, Amy se volvió hacia mí.
—¿Qué ha pasado realmente? —pregunté, sabiendo
perfectamente que el moratón de Jude no había sido un accidente.
Suspiró, sacudiendo la cabeza.
—Los niños han sido duros con él —admitió a regañadientes. —
Ser pariente de... —Hizo una mueca de dolor—. Es una pesada cruz
que llevar.
—Lo sé. Pienso cambiarnos el nombre apenas pueda recuperarlo.
—Me senté en una de las incómodas sillas naranjas que bordeaban la
sala de visitas.
Sabía que tenía que irme. No tenía por qué seguir aquí, el centro
estaba cerrado al público, pero necesitaba unos minutos.
Unos minutos con alguien que me mirara, no como cómplice de
los monstruos que eran mis padres, sino como una de sus víctimas.
—No estoy convencida que llegue ese día —admití, y decirlo en
voz alta me dolió más de lo previsto.
—Así que se negaron a aceptarte de nuevo, ¿eh? —preguntó ella,
viniendo a sentarse a mi lado, agarrando mi mano entre las suyas.
Asentí.
—Sí, aunque no puedo culparles. Al hospital le costaba justificar
mi presencia allí y desde la escuela de enfermería me echaron. —Me
encogí de hombros—. ¿Qué sentido tenía que trabajara allí?
—Podemos luchar contra su decisión, ya sabes. Lo he
investigado y no tenían motivos para despedirte.
Sacudí la cabeza.
—¿Qué sentido tiene? Nadie me quiere allí. Los alumnos me
miran como si fuera un monstruo, los profesores también. Y aunque
me obliguen, necesito formación hospitalaria y ningún hospital me
la ofrecerá.
—Sí. —Asintió con resignación. —¿Y tu situación de vida?
—Todavía en cuclillas en el futón de la Sra. Broussard. —Nunca
había estado más agradecida en mi vida. La señora Broussard
llevaba trabajando para mis padres desde que yo tenía cinco años y,
cuando todo se fue a la mierda, había sido la única que me había
ofrecido la mano amiga que necesitaba desesperadamente a pesar de
los consejos de sus propios hijos—. Tengo que devolverle su espacio
y dejar de comer su comida. —Miré al cielo—. Nadie está dispuesto
a contratarme en esta ciudad, pero... —Miré hacia la puerta que
comunicaba con la vivienda que ocupaba mi hermano pequeño—.
No puedo irme, me necesita.
—Te acuerdas de la Sra. Lebowitz, ¿no?
La miré confusa ante el cambio de tema.
—¿La orientadora profesional del instituto?
Ella asintió.
—Se jubiló, pero sé que trabaja a tiempo parcial para la agencia
de trabajo temporal que hay junto a la farmacia. —Amy se encogió
de hombros—. Siempre tuvo debilidad por sus antiguos alumnos.
¿Por qué no vas a verla?
La Sra. Lebowitz era una señora mayor, una hippy excéntrica,
pero siempre había visto más de lo que parecía. Ya entonces sabía
que yo era la que cuidaba de Jude. Fue ella quien me sugirió que
estudiara enfermería al ver mi naturaleza bondadosa.
—Me gusta. Merece la pena intentarlo. —Miré mi reloj, ya había
pasado mucho la hora y no necesitaba que Amy se metiera en
problemas y le quitaran a Jude de su cuidado por su relación
conmigo—. ¿Y qué pasa con Jude y sus moratones?
—No te preocupes, lo he trasladado a una habitación con niños
más pequeños. Ya está bien. —Respondió a mis pensamientos no
expresados.
Le lancé una mirada de agradecimiento.
—Necesito irme ya. Tengo que coger el autobús.
—Déjame llevarte a casa, por favor.
Asentí con la cabeza. El viaje en autobús hasta casa de la señora
Broussard iba a durar más de cuarenta y cinco minutos, y tenía que
admitir que, después del agotador día que había tenido, estaba más
que agradecida de aceptar.
—¿Por qué eres tan amable conmigo? —le pregunté a Amy
mientras emprendíamos el camino—. No es que no te esté
eternamente agradecida, pero...
Se encogió de hombros.
—Llámalo empatía. Te he visto antes en el hospital, te
preocupabas de verdad por los pacientes, ¿y la forma en que tu
hermano habla de ti? Eres todo su mundo. He visto a mucha gente
mezquina y despiadada en mi trabajo y tú no eres una de ellas. Eres
cariñosa y afectuosa y obviamente no eres consciente de las
monstruosidades de tus padres. —No te mereces que te traten como
lo hacen, así que si puedo aliviar un poco esta injusticia... lo haré.
Aparté la mirada, parpadeando. Sus palabras me daban
esperanza. Quizá los demás también se dieran cuenta. Quizá los
demás me darían un respiro y me ayudarían a recuperar a Jude.
Sí, mañana sería otro día y cambiaría las tornas, sin importar los
sacrificios.
Por Jude.
CAPÍTULO 2
C ie
C ie
Luca
C ie
Luca
Luca
C ie
Luca
C ie
Luca
C ie
C ie
Luca
C ie
C ie
Teníamos que salir a las seis y cuanto más tiempo pasaba, más
nerviosa me ponía. Había preparado mi bolso de viaje a primera
hora de la mañana y había visto unas tres horas de tutoriales de
YouTube sobre cómo maquillarme y peinarme, pero cuando ahora
me miraba en el espejo, me alegraba de decir que no había sido en
vano.
Me hice un look sofisticado. Me ahumé los ojos, haciéndolos aún
más verdes, y me pinté los labios de un rojo intenso, poniendo el
acento en mi boca respingona y creando un contraste en mi piel de
porcelana.
Me recogí el cabello en una trenza asimétrica y dejé sueltos
algunos rizos naturales para suavizar el conjunto.
Sonreí a mi reflejo, subí la mano y rocé el collar que Luca me
había regalado por mi cumpleaños.
Hoy me sentía hermosa. Parecía una mujer segura de sí misma,
alguien lo bastante hermosa como para haber atraído la atención de
Gianluca Montanari incluso antes que su vida se fuera al infierno...
Incluso antes de considerarse arruinado.
Un golpe en la puerta me devolvió a la realidad.
—Ya voy. —Respiré hondo, cogí mi bolso de viaje y abrí la
puerta.
No pude contener el grito ahogado que se me escapó al ver a
Luca frente a mí. Había visto fotos suyas antes del accidente, pero no
le hacían justicia.
Se había cortado su larga melena negra, no demasiado corta y
conservadora, sino lo bastante larga para enroscarse en el cuello de
su camisa de esmoquin. También se había afeitado la barba, lo que
hacía más llamativas sus cicatrices, pero también revelaba su afilada
mandíbula y su fuerte mentón.
Era una fuerza a tener en cuenta y cuando me miraba así, como
si quisiera comerme viva... no tenía ninguna posibilidad.
—Estás impresionante —susurré aturdida, asimilando su
poderosa presencia en su esmoquin perfectamente confeccionado.
Su boca se curvó en una suave sonrisa.
—Me has robado la frase.
Me sonrojé vivamente, sin darme cuenta que había dicho esas
palabras en voz alta.
—Cassie, sei più bella di mille stelle.
Ni siquiera sabía lo que había dicho y, sin embargo, estaba
haciendo cosas en mis partes femeninas, también era una sensación
nueva, pero bastante recurrente a su lado.
Ladeé la cabeza cuando extendió la mano para coger mi bolso.
—Eres más hermosa que mil estrellas —tradujo.
—Oh, gracias. —Me sonrojé de nuevo, bajando la mirada a mis
pies—. Es el vestido.
Negó con la cabeza, extendiendo el codo como un caballero para
que lo aceptara.
—No, el vestido no importa, cualquier vestido te quedaría
precioso. Brillas como la más brillante de las estrellas.
Le devolví la sonrisa, sin saber muy bien qué decir. Tomé su
brazo y bajé las escaleras en silencio, disfrutando de su fuerte
presencia y su aroma amaderado.
Entramos en la limusina más lujosa que había visto nunca, ni
siquiera en las películas.
—Trevor nos dejará en el baile y llevará nuestro equipaje a las
habitaciones —dijo mientras se sentaba frente a mí en el vehículo.
—De acuerdo —asentí—. ¿Dónde nos alojamos?
—El Gran Hotel. Tenemos habitaciones una al lado de la otra...
¿Te parece bien?
—Claro, sí. —¿Entonces por qué te decepcionó un poco la idea
de las dos habitaciones? Miro la caja negra que tiene a su lado en el
asiento—. ¿Qué es eso?
—Mi máscara. ¿Quieres...
—¡La máscara! —jadeé, tocándome la cara desnuda. Me la había
dejado en la cama junto con el chal—. ¡Para el coche!
Luca dio un golpecito en la ventanilla cerrada y el coche se
detuvo justo cuando su teléfono comenzó a sonar.
Lo sacó del bolsillo y vi el nombre de Matteo parpadear en la
pantalla.
Miré por la ventanilla, acabábamos de salir de la verja de hierro.
Rechazó la llamada. ―De acuerdo, daremos la vuelta —dijo justo
cuando el teléfono volvió a sonar.
—No, quédate aquí y habla con él. —Hice un gesto con la cabeza
hacia el teléfono—. Haré que el guardia me lleve con el carrito de
golf y me espere. Volveré dentro de diez minutos.
Suspiró, bajando la vista hacia su teléfono.
—Bien, date prisa. —Contestó—. Pronto.
Salí del coche y le hice un gesto al guardia de seguridad.
—Lo siento. Olvidé algo en la casa, ¿podría llevarme de vuelta?
—Por supuesto, señorita.
Me quité los zapatos al llegar a la casa. —Vuelvo enseguida. —
Puse los zapatos en el asiento y subí corriendo las escaleras hasta mi
habitación.
Cogí el chal y la máscara y me disponía a bajar las escaleras
cuando escuché un crujido en el piso de arriba.
Fruncí el ceño y subí al segundo piso tan silenciosamente como
pude mientras la aprensión y el miedo se mezclaban. Debería haber
llamado a seguridad y no haber subido sola, pero estaba preocupada
por Dom.
Encontré a Dom en el despacho de Luca revisando sus cosas,
aparentemente en buen estado, y la decepción que sentí por su
traición a Luca fue abrumadora.
―¿Estuviste siquiera enfermo? ―pregunté, con la voz temblorosa
a causa de la tristeza que sentía.
Se quedó inmóvil, con una carpeta en la mano, mirándome como
un ciervo asustado.
―¿Qué haces aquí? Te he visto salir.
Enarqué una ceja. ―¿Qué hago yo aquí? ―Hice un gesto hacia el
despacho―. Estás traicionando a Luca.
Levantó las manos en señal de resignación.
—No, Cassie, te juro que lo hago para ayudar a Luca. Nunca lo
traicionaría.
―Tengo que decírselo. ―Me di la vuelta, dispuesta a marcharme.
—No, no lo hagas, por favor, te lo ruego. —La urgencia de su
tono me hizo volverme de nuevo hacia él. —Cassie, me conoces,
sabes que me preocupo... por ti, por él.
—Dom, no puedo traicionarlo.
Sacudió la cabeza.
—Por favor, solo hasta mañana. Cuando vuelvas te lo contaré
todo, y si aún quieres decírselo, no te lo impediré.
—¿Lo prometes?
—Te lo prometo, Cassie. —Asintió con la cabeza.
Suspiré y miré el reloj de pared. Ya había pasado la cuenta de los
diez minutos.
—No diré nada... No hagas que me arrepienta.
—No lo harás.
Sacudí la cabeza. —¿Mañana?
—Sí, mañana.
—Bien.
—¡Además estás absolutamente impresionante! —gritó tras de
mí mientras bajaba las escaleras.
Cuando llegué al coche sin aliento, pude ver que Luca no estaba
de tan buen humor como antes de la llamada.
Tan pronto como volví a sentarme en el coche, Luca golpeó la
mampara y el vehículo se puso en marcha de nuevo.
―Lo siento, he tardado más de lo debido —le ofrecí mientras
fruncía el ceño por la ventanilla.
Se volvió hacia mí y dejó escapar un suspiro.
―No, Cassie, no tiene nada que ver contigo. ―Dejó escapar una
pequeña sonrisa que parecía forzada, pero lo intentó―. Es Matteo
siendo Matteo—. Hizo un gesto displicente con la mano.
―Vale... Háblame de la mascarada. ―Intenté entablar
conversación y convencerme de hacer lo correcto ocultando el
secreto de Dom.
Él puso los ojos en blanco.
―Es una fiesta de cumpleaños ostentosa y exagerada.
—Oh. ―No esperaba que fuera tan indiferente al respecto—.
Sabes que si no quieres ir...
Sacudió la cabeza.
―No, sí quiero, aunque solo sea por verte con este vestido, pero...
—Suspiró, recostándose en su asiento—. Dejé ir esta faceta de mi
vida hace más de dos años y no tengo tantas ganas de volver. Pero...
—Levantó la mano, sabiendo que me ofrecería a volver atrás—.
Tenía que hacerlo, hoy o mañana... Se me ha acabado el tiempo. —
Era tan críptico que quise presionar, preguntarle por qué se le había
acabado el tiempo, pero no me correspondía.
—Rara vez he estado en la ciudad, ¿sabes? —Sonreí, recordando
mi último viaje allí―. Llevé a Jude apenas un par de semanas antes
que nuestras vidas ardieran en llamas. Fue el mejor día de mi vida.
Le vuelven loco los musicales, pero nuestros padres no creían que
encajara con la idea de un chico y ya sabes —hice un gesto
desdeñoso con la mano—. Eran demasiados problemas para lo que
valíamos. Así que organicé un día sorpresa para ese cumpleaños.
Cogimos el tren a la ciudad y fuimos a una representación
vespertina de El Mago de Oz. Luego lo llevé al Palacio de los Donuts,
donde estoy segura que comió su peso corporal en donuts y durmió
el coma de azúcar en el viaje de vuelta. —Sonreí al recordar su
cabecita recostada en mi hombro.
—¿Nunca has visitado la ciudad?
—En realidad, no. —Negué con la cabeza.
Se frotó la barbilla como hacía cada vez que pensaba.
—Un día te la enseñaré.
Asentí y aparté la mirada mientras mis mejillas enrojecían de
placer ante la idea que me llevara de visita.
Permanecimos un rato en cómodo silencio y me animé al ver las
luces de la ciudad en el horizonte.
—Casi hemos llegado —confirmó Luca, pero su voz transmitía
una cautela que yo no comprendía del todo, pero con la que podía
empatizar.
—Todavía no me has enseñado tu máscara. —Señalé la caja,
intentando sacarle de sus pensamientos.
Sonrió, viendo a través de mí, pero me siguió el juego.
—Ah, sí, me parece muy apropiada. —La sacó de la caja y se la
puso delante de la cara.
La máscara era aterradora y tuve que hacer todo lo posible para
mantener la cara plana. La máscara tenía forma de calavera y estaba
diseñada para ser una pieza llamativa para un baile de máscaras. La
cara de la máscara estaba pintada de blanco y con láminas doradas,
y unos cristales le daban un efecto envejecido para conseguir un
aspecto envejecido. Solo se veían sus oscuros ojos, su boca sensual y
su fuerte barbilla.
—Es un demone —dijo quitándoselo.
—Es aterrador —asentí.
—Igual que yo.
Me encogí de hombros.
—Quizá para otros, pero no para mí.
Sacudió la cabeza.
—No, para ti no ...para ti nunca.
Quise preguntarle qué quería decir con eso, pero el vehículo se
detuvo y me di cuenta que nos encontrábamos frente a una casa
majestuosa. Había unas cuantas personas vestidas de noche
subiendo las escaleras.
Luca suspiró, apretándose la máscara alrededor de su rostro.
—Bien, hora de ponerse la máscara. Solo unas cuantas normas.
Fruncí el ceño mientras me ponía la máscara.
—¿Normas? —Pensé que estábamos aquí para divertirnos, las
reglas no predecían nada divertido... ni nada seguro—. ¿Es...
peligroso?
Ya no podía verle la cara, pero frunció los labios mientras sus
hombros se tensaban.
—No, conmigo estás a salvo, siempre.
La seguridad de su voz hizo que me relajara e, incluso sin esas
palabras, la había sentido con él después de nuestro accidentado
comienzo. Luca Montanari me hacía sentir segura.
―Me siento segura contigo ―admití. No estaba convencida si
eran las máscaras o qué, pero era más fácil decir las cosas cuando
nos ocultábamos de ese modo.
Sus ojos se acaloraron mientras me estudiaba.
―Quédate a mi lado toda la noche, ¿de acuerdo?
Asentí con la cabeza.
―Si alguien te saca a bailar, te niegas —añadió con seriedad.
―Pero me encantaría bailar.
―Y para eso estoy aquí.
De algún modo, no podía imaginármelo como un tipo bailarín,
mi hombre roto y colérico... Seguía olvidando que tuvo una vida
antes de todo esto y, basándome en las pequeñas cosas que encontré
en internet, era bastante ajetreada.
―Seguro, me quedaré contigo.
Luca salió del coche extendiendo la mano para ayudarme a salir.
Apenas salí, me agarró la mano y entrelazó nuestros dedos,
enviando un destello electrizante por mi brazo y por mi espina
dorsal.
¿Era algo normal? Nunca había sentido algo así con ningún
hombre. Sospechaba que era cosa de Luca.
Subimos las escaleras de la casa y el simple hecho de entrar en el
vestíbulo fue como entrar en otro mundo. Era como entrar en una
especie de palacio de techos altos, mármol blanco y tonos dorados.
Todo era excesivamente lujoso.
Luca nos detuvo frente a un mostrador de seguridad y extendió
su tarjeta.
―Sr. Benetti, bienvenido a la fiesta.
Miré de reojo a Luca, que inclinó la cabeza. ¿A qué venía ese
nombre falso?
Se dio la vuelta y entramos en un enorme salón de baile parecido
más a una especie de carnaval que a otra cosa.
La fiesta ya estaba en pleno apogeo, Luca nos había hecho llegar
tarde a propósito. Había mujeres vestidas de pájaros en altas jaulas
doradas, bufones a los lados y un hombre vestido de rey sentado en
un trono dorado al final de la sala.
―Esto es...
—¿Ostentoso? ¿Vulgar? ¿Ridículo? ¿Narcisista?
—Estaba a punto de decir increíble. ―Me reí.
—Sí... eso también. —Su mano apretó la mía y levanté la vista
antes de seguir sus ojos hacia un grupo de tres hombres, luciendo
unos extraños tatuajes cruzados en el cuello.
—¿Quieres bailar?
Asentí una vez al tiempo que me llevaba a la pista de baile y me
hacía girar.
Jadeé, agarrándome a sus grandes hombros mientras nos
balanceábamos al ritmo de la música. No esperaba que bailara tan
bien, siendo tan grande y ancho, y, sin embargo, era Luca
Montanari... Sospechaba que no había mucho que aquel hombre no
pudiera hacer si se lo proponía.
Cuanto más bailábamos, más estrechamente me abrazaba, y
podía sentir los latidos de su corazón contra mi pecho.
—Me gustas, Luca Montanari —susurré a mi pesar y su paso
vaciló levemente, única prueba de haberme oído.
Cuando terminó la canción volvió a agarrarme de la mano.
—¿Quieres ver algo interesante?
Asentí.
—Ven conmigo. —Primero nos detuvimos en el bufé para tomar
algo e intercambió unas palabras en italiano con un hombre que
llevaba una máscara de bufón. Cuando se volvió hacia mí e inclinó la
cabeza, reconocí los gélidos ojos azules de Matteo Genovese.
—¿Va todo bien? —pregunté a Luca mientras me arrastraba a
una esquina más oscura.
—No estoy seguro —admitió con sinceridad antes de hacer girar
un aplique de la pared y un pequeño panel situado justo a mi lado se
deslizó hasta abrirse.
—Cómo...
—Ven, rápido —susurró, tirando de mí y volviendo a cerrar el
panel.
Estuvimos a oscuras unos segundos antes de sacar su teléfono y
encender la linterna.
Volvió a cogerme de la mano y tiró de mí hacia unas escaleras.
—¿Cómo sabes esto?
—Esta fue mi casa, conozco todos sus secretos.
Perdí un paso por la sorpresa, pero Luca me sostuvo.
—¡Dios, gracias! Podría haberme hecho daño.
—Siempre te protegeré.
Abrí la boca, pero volví a cerrarla. Esta promesa era tan ominosa
y el efecto que tenía en mi mente y cuerpo era... inquietante en el
mejor de los casos.
—¿Pensé que Hartfield era tu hogar?
—Así es —confirmó, abriendo una puerta y haciéndome un
gesto para que pasara primero.
Me llevó a un pequeño mirador en el primer piso, medio oculto
por la decoración, que me ofrecía una vista completa del salón de
baile.
—¡Esto es increíble!
Luca se presionó detrás de mí, apoyando sus manos junto a las
mías en la barandilla, atrapándome entre sus brazos, su cálido pecho
contra mi espalda.
Me estremecí, pero no me atreví a moverme. Su tenue fragancia,
el calor de su cuerpo, su fuerte presencia... todo era tan embriagador.
—¿Cómo es que no vives aquí?
—Nunca me gustó esta casa. Vivía en un apartamento en el
centro. Este no es mi hogar. Mi madre y Arabella tampoco eran fans.
Hartfield era su hogar.
Me recosté contra él, dejando caer un poco la cabeza hacia atrás,
apoyándola en su hombro.
―Me encanta Hartfield.
Luca se inclinó un poco, rozándome el cuello con los labios.
—No puedo dejar de pensar en ello. —Me estremecí al sentir su
cálido aliento en mi cuello, su fuerte cuerpo contra mi espalda... la
intimidad del momento.
—¿Qué? —pregunté sin aliento.
—El beso... el que no debiste darme y ahora tengo marcado en
mi pecho. —Sus labios rozaron mi mentón―. Huiste antes que
pudiera recuperarme.
—¿Y si hubiera esperado?
Levantó la mano y giró mi cabeza hacia un lado. Apenas lo miré
a los ojos, se inclinó y me besó. Fue duro, contundente. Me mordió el
labio inferior, exigiendo acceso a mi boca, y me rendí encantada.
Tan pronto le di acceso, su lengua se deslizó en mi boca,
acariciando, saboreando, dominando. Sentía cómo mi excitación
aumentaba y, si aquel hombre podía hacer eso con un solo beso, me
imaginaba lo que sería tenerlo dándome placer en mi cama y, de
repente, nada me apetecía más que aquel hombre, esa fuerza
puramente salvaje, fuera mi primero.
Me estremecí y gemí en su boca.
Luca gruñó, comenzando a besarme el cuello mientras su mano
ascendía por la abertura de mi vestido, tocando mi muslo desnudo
hasta llegar al borde de mi ropa interior. Rozó la tela con el pulgar
mientras me mordía ligeramente el cuello.
Levanté el brazo, pasándolo por detrás de mí y envolviéndolo
detrás de su cuello mientras separaba ligeramente las piernas,
invitándolo a tocarme como ambos deseábamos.
—Cassie... —Su tono era de advertencia, pero no me importó.
Estaba embriagada de él y quería más, aunque no tuviéramos futuro,
ni oportunidad... aunque no hubiera un mañana, lo quería. Tenía
derecho a ser egoísta por una vez.
Incliné un poco la cadera hacia atrás, presionando su polla cada
vez más dura.
Volvió a gruñir cuando sus dedos se deslizaron bajo el borde de
mi ropa interior hasta rozar mi núcleo caliente, la constatación de lo
excitada que me ponía, de lo mucho que lo deseaba.
Abrí un poco más las piernas, sin importarme si eso me ponía
necesitada y deseosa, solo quería sus dedos sobre mí, dentro de mí,
liberando la abrumadora presión que se había instalado en mi bajo
vientre.
—Estás empapada —susurró contra mi oído antes de
pellizcarme el lóbulo lo bastante fuerte como para provocarme una
pequeña punzada de dolor que, extrañamente, no hizo sino
aumentar mi placer mientras rozaba mi abertura con sus dedos.
—Siempre por ti —admití y era verdad. Me había tocado
pensando en él la mayoría de las veces.
Apretó el pulgar contra mi clítoris mientras deslizaba el dedo
corazón dentro de mí. Jadeé y apreté alrededor de su dedo.
Siseó, presionando su polla, ahora completamente erecta, contra
mi espalda.
—Estás tan apretada...
—Luca... —susurré suspirando lujuriosamente.
Cerré los ojos y me apoyé más en él mientras introducía un
segundo dedo, haciéndome sentir tan llena. Apretó la palma de la
mano contra mi clítoris mientras bombeaba sus dedos dentro de mí
más rápido, más fuerte. Sentí que me corría como nunca lo había
hecho y, cuando llegué al orgasmo, sentí como si cayera por un
precipicio. Olvidé a la gente que bailaba y hablaba justo debajo de
mí, olvidé las responsabilidades, la imposibilidad de mi relación con
Luca, incluso olvidé mi nombre.
Luca pegó sus labios a los míos y me besó profundamente,
amortiguando el grito provocado por mi estremecedor orgasmo.
Sentí como si mis piernas fueran de gelatina y agradecí que Luca
me rodeara la cintura con un brazo para mantenerme en pie.
Abrí los ojos justo a tiempo para ver cómo se llevaba los dos
dedos a la boca, chupándoselos hasta dejarlos limpios.
Sus ojos se oscurecieron aún más mientras sacó los dedos de su
boca. —Sabes lo bastante bien como para comértelo —susurró
apreciativamente antes de lamerse el labio inferior.
—¿Por qué no lo haces entonces? —No podía creer lo descarada
que sonaba y, sin embargo, lo deseaba.
—Cassie, si lo hacemos ahora. —Sacudió la cabeza―. No habrá
vuelta atrás.
—No quiero vuelta atrás.
Me besó de nuevo, mucho más suavemente que antes.
—Vamos entonces.
Me cogió de la mano y me llevó escaleras abajo, siguiéndolo en
un aturdimiento post-orgásmico.
Luca se detuvo justo cuando nos acercábamos al panel secreto,
empujándome tras él.
—Te dije que fueras a revisar la cocina, ¿tan estúpido eres,
hermanito? —oí escupir a un hombre.
Me asomé por encima de su hombro para ver a un hombre
corpulento con una máscara de bufón planeando
amenazadoramente sobre un hombre más pequeño y dolorosamente
delgado.
Me asomé por encima de su hombro y vi a un hombre grande
con una máscara de bufón que se cernía amenazador sobre un
hombre más pequeño y dolorosamente delgado.
—No S-s-s-avio, yo s-s-solo...
—No tengo siete horas para desperdiciarlas en una puta
respuesta. Haz lo que se te pide stupido.
—¡Basta! —ladró Luca.
Los dos hombres se giraron a la vez. El pequeño sonrió, el
grande lo fulminó con la mirada.
—Gianluca, no sabía que estarías aquí.
—¿Cómo ibas a saberlo, Saviolino? Mi invitación debió perderse
en el correo ―añadió con voz firme, irguiéndose aún más.
—¿Disfrutando de la fiesta?
—Fue... cuando menos informativa.
—¿A quién escondes?
—No es asunto tuyo. Ahora ve, Savio, a comprobar la cocina.
—¿Qué? ―Se burló―. No voy a hacer eso.
—Recuerda con quién estás hablando, Savio. —La amenaza en la
voz de Luca no era ni siquiera apenas velada.
El tal Savio, quien me caía francamente mal, se marchó
refunfuñando y yo me deslicé junto a Luca, sonriéndole al hombre
más pequeño.
—No de-deberías haber he-hecho eso.
—¿Por qué? Tu hermano es un cazzo.
—P-puedo defen-dederme —añadió, irritado.
—Lo sé —replicó Luca―. Pero me encanta darle a tu hermano un
poco de su propia medicina. —Me atrajo a su lado―. Esta es mi
amiga, Cassie.
¿Amiga? Cierto, es una forma de decirlo.
Luca me miró. —Este es mi primo favorito, Enzo.
—Encantada de conocerte, Enzo.
—Igualmente, C-Cassie.
Luca me apretó la mano.
—Tenemos que irnos, pero mándame un mensaje, ¿vale? No
dejes que te intimiden.
—T-te fuiste hace d-dos años. Sacudió la cabeza. —P-puedo
ocuparme.
Luca suspiró al ver a su primo marcharse, mezclándose con la
multitud.
—¿Quieres quedarte? —pregunté, con la secreta esperanza que
se negara.
Sacudió la cabeza.
—He visto todo lo que tenía que ver y tengo otros planes.
Me arrastró a través de la multitud y fuera de la casa hasta la
limusina.
Tan pronto ordenó al conductor ponerse en marcha, se quitó la
máscara y la mía antes de tirar de mí hacia él.
―¿Dónde estábamos? ―preguntó, con los ojos clavados en mis
labios.
Volví a sentirme valiente y lo besé mientras rodeaba mi cintura y
profundizaba nuestro beso. Aquel hombre me besaba como si yo
fuera lo que necesitaba para respirar, como si fuera su oasis en
medio de un desierto, y no quería que parara nunca.
Cuando el vehículo se detuvo frente al hotel, suspiró,
reajustándose la polla en los pantalones.
Cogiéndome de la mano, se dirigió al mostrador VIP y tomó las
tarjetas de nuestras dos habitaciones antes de tirar de mí hacia el
ascensor.
Lo seguí mecánicamente, con la aprensión luchando ahora
contra mi lujuria. Iba a perder mi virginidad esta noche con un jefe
mafioso doce años mayor que yo... Nunca habría pensado que
ocurriría así, pero no cambiaría nada.
Utilizó una de las tarjetas para acceder a la habitación. Me fijé en
mi bolso morado sobre la silla, pero no tuve ni siquiera la
oportunidad de hacer o decir nada cuando se inclinó y
levantándome en volandas, me llevó a la cama al estilo nupcial.
—Ahora eres mía —dijo en voz baja, poniéndome en medio de la
cama.
—Sí, lo soy.
Gruñó, dejando que sus ojos recorrieran mi cuerpo. —Buena
chica.
Me excité aún más con sus palabras y apreté las piernas,
intentando crear la fricción que ansiaba.
Él sonrió al ver eso y disfruté de su lado arrogante.
Me descalzó y tiró de la cremallera lateral de mi vestido antes de
bajármelo.
—Levanta las caderas —me ordenó e hice lo que me pedía
retirándome el vestido y tirándolo al suelo.
El vestido no estaba adaptado para llevar sujetador de modo que
ahora estaba tumbada en la cama en tan solo mi tanga, mi
respiración errática y mi cuerpo en llamas bajo su mirada ardiente.
—Estás impresionante, Cassandra ―dijo, despojándose de la
chaqueta, los zapatos y la pajarita, pero sin apartar los ojos de mi
cuerpo―. Eres una sirena, a la que seguiré con gusto hasta la muerte.
―Se quitó la camisa y se arrastró sobre mí en la cama.
Se inclinó y me lamió un pezón.
Siseé, arqueando la espalda.
—Te gusta, ¿verdad? —preguntó, lamiéndome el otro pezón
antes de llevárselo a la boca y chuparlo.
Todo aquello era nuevo para mí y temí morir de demasiado
placer. ¿Sería posible?
Su boca caliente y húmeda era el paraíso.
—Luca. Oh, Luca.
—Acabamos de empezar, anima mia.
Siguió besándome el estómago sin detenerse hasta llegar a mi
coño cubierto de seda.
Levanté las caderas instintivamente para que volviera a besar mi
centro.
Soltó una carcajada ahogada, visiblemente tan ebrio de deseo
como yo.
―Ansiosa por mi boca, ¿eh?
Asentí y mis caderas se levantaron por sí solas.
Enganchó los dedos índice a cada lado de mis bragas.
―No te preocupes, voy a devorarte bien tu dulce coñito.
Debería haberme avergonzado por sus palabras soeces y, sin
embargo, parecía humedecerme más si cabe.
Una vez sin tanga, abrí las piernas, ya no había vergüenza, ni
timidez. Necesitaba su boca en mí.
Me abrió más, apoyando mis piernas a cada lado de sus anchos
hombros, y presionó su lengua caliente sobre mi coño, lamiendo
lentamente mi abertura.
Jadeé, agarrando la colcha con los puños apretados mientras él
empezaba a darme besos con la boca abierta en el coño.
—Joder, Cassie, qué bien sabes. ¿Cómo ha sacado tu ex novio la
cabeza de entre tus muslos?
—Yo no, ellos nunca...
—¿Nunca te han comido, anima mia?
Sacudí la cabeza.
—Qué lástima, no saben lo que se han perdido —añadió antes de
desaparecer entre mis piernas con renovado ardor. Utilizó su lengua,
sus labios, sus dedos, y lo único que pude hacer fue sujetarme con
fuerza e intentar no desmayarme de un placer tan intenso.
Me corrí, gritando su nombre. Si muriera ahora, moriría como
una mujer feliz.
Luca me besó tiernamente la cara interna de los muslos antes de
levantarse, sus labios brillantes por mi excitación, el pelo revuelto
por mis piernas y dedos.
No me quitaba los ojos de encima mientras se desabrochaba el
cinturón y la cremallera, sacando su dura polla.
Mis ojos se agrandaron y él me dedicó una orgullosa sonrisa
masculina, disfrutando de mi reacción ante el tamaño de su polla.
—Esto es lo que me estás haciendo. Estoy duro por ti... todo el
tiempo.
Se puso encima de mí y me besó profundamente. Podía
saborearme en su lengua y era deliciosamente perverso.
—No veo la hora de follarte —susurró contra mis labios mientras
frotaba su polla arriba y abajo por mi hendidura, lubricándola.
Tenía que decírselo, era muy grande y nunca lo había hecho
antes. Tenía que saber que era mi primera vez.
—Nunca había hecho esto antes —susurré antes de besarle el
cuello.
Me mordió la bola del hombro.
—¿Tener sexo con tu jefe mafioso mucho mayor?
—No, sexo... en absoluto.
Se quedó inmóvil, su polla presionando suavemente mi entrada.
—¿Estás diciendo...? —frunció el ceño como si yo no tuviera sentido.
—Soy virgen.
―¡Dio mio! ―En un segundo su cuerpo había desaparecido y él
intentaba meter de nuevo su dura polla en los pantalones―.
¡Deberías haberlo dicho! —ladró acusadoramente.
—¿Qué? Luca. ¿Qué? —Mi cerebro aún estaba ralentizado por la
niebla de placer de los orgasmos que me había dado―. Luca, está
bien. Quiero que seas el primero. —Me incorporé y me acerqué a él.
Sacudió la cabeza y dio un paso atrás.
—¡No quiero eso! No, no puedo hacerlo. —Se dio la vuelta y
salió de la habitación sin mirar atrás.
Miré a mi alrededor, completamente perdida, y mi corazón se
rompió en mil pedazos bajo la fuerza de su rechazo, y entonces, por
primera vez desde que todo se fue a la mierda en mi vida, me
permití llorar.
CAPÍTULO 17
C ie
Luca
C ie
C ie
Luca
Decir que estaba feliz era quedarse corto. Nunca habría pensado
que fuera posible, incluso antes del accidente, antes de no merecer
nada más que penitencia, nunca hubiera pensado que mereciera un
regalo tan preciado como Cassandra West.
La amorosa, suave, indulgente y amable Cassandra West. Era el
polo opuesto a mí y, sin embargo, me complementaba
perfectamente.
Una vez le dije a Carter que nunca hubiera hecho nada para
merecer una buena mujer y, sin embargo, tenía la mejor de ellas.
Me despertaba cada mañana esperando que su lado de la cama
estuviera vacío, dándome cuenta que todo había sido un truco
jugado por mi cerebro aturdido por el alcohol para torturarme un
poco más, pero no, cada vez que abría los ojos por la mañana la veía,
profundamente dormida a mi lado, con sus hermosos labios rosados
ligeramente abiertos, y cada mañana daba las gracias a quien me
escuchaba por haberme hecho este regalo impagable.
―No te importa, ¿verdad? ―le pregunté después de acomodar
las maletas en la habitación del hotel neoyorquino—. Puedo llevarte
si quieres ―añadí bastante a regañadientes. No me entusiasmaba
mucho la idea que conociera a Benny, pero tampoco quería que
pensara que quería mantenerla oculta.
Se volvió hacia mí y arrugó la nariz en una mueca adorable.
―Si se parece en algo a tu primo Savio, prefiero pasar... sin
ofender.
Me reí de eso.
―De tal palo, tal astilla. No te culpo. ―señalé la puerta—. Y tú
podrás pasar algún tiempo con Dom y vosotras, chicas podréis hacer
lo que queráis. Ir de compras y esas cosas.
Puso los ojos en blanco.
―Voy a buscar un vestido para la cena.
―No tardaré, te lo prometo, y luego tú y yo podremos
divertirnos un poco antes de ir a casa de Carter.
Se volvió hacia mí, repentinamente seria de nuevo.
―¿Cómo te sientes al volver a ver a tu amigo después de tanto
tiempo?
Esta mujer realmente podía matarme, veía a través de mí, a pesar
de todo. Sabía que debía tranquilizarla, decirle que no me
incomodaba. Yo era el Capo, se suponía que nada debía afectarme -
al menos no públicamente-, pero ella era mi Cassie, la mujer a la que
juré respetar y con la que juré mantenerme firme. No iba a ser mi
padre ni ningún otro hombre del grupo. No podía ser vulnerable,
pero con ella lo iba a ser porque ella se merecía al verdadero Luca.
―Estoy nervioso ―admití—. Y sobre todo avergonzado, no he
sido amable. Ha intentado una y otra vez estar a mi lado y rechacé
cualquier intento. Simplemente lo descarté de mi vida... A excepción
de Dom, Carter era mi único amigo y sé que a él le ocurría lo mismo.
Ella asintió.
―Sí, pero la verdadera amistad puede resurgir de todo eso. Y
estuvieron encantados de invitarnos a cenar esta noche. ―Me cogió
la mano y me besó el dorso—. Estaré aquí para ti, todo el tiempo.
Apreté su mano, era mi ancla.
Me resistía a separarme de ella, aunque fuera por poco tiempo,
pero tenía que ver a Benny.
Ahora que Cassie había decidido ser mía, necesitaría el apoyo de
Matteo y para conseguirlo tenía que recuperar mi lugar, que a tenor
de lo que había presenciado, estaba más que demorado.
Respiré hondo y me detuve en la puerta trasera de Effeuillage, el
club de striptease que teníamos en los límites de la zona marginal de
la ciudad. No le avisé a Benny de la visita, quería darle una sorpresa.
Había pensado que ponerle un nombre francés a un club de
striptease le daría algo de clase, pero no había engañado a nadie.
Seguía siendo un club de mala muerte con bailarinas pasadas de
moda.
Cuando intenté abrir la puerta trasera, un guardia vestido de
negro se interpuso en mi camino.
―Prohibido el paso.
―Vengo a ver a Benny.
El guardia permaneció frente a la puerta, con el ceño cada vez
más fruncido.
―¿Sabes quién soy? ―Tuve que darle al tipo la oportunidad de
recapacitar antes de romperle una pierna—. Soy Luca Montanari.
―A menos que el Capo me diga que te deje entrar, no te voy a
dejar pasar.
Solté una risita.
―Bien, el Capo te está diciendo que le dejes entrar. Yo soy el
Capo.
El tipo me dedicó una media sonrisa.
―Claro que lo eres.
Sí, ese tipo quería morir, pero tuvo suerte que hoy no tuviera
tiempo de empezar una pelea.
Cogí el teléfono y marqué el número de Benny.
―¿Dónde estás? ―pregunté apenas me contestó.
―¿Gianluca? Estoy en el club.
―Tu matón... ―miré al tipo que estaba delante de la puerta—.
¿Cómo te llamas?
―Fabrizio.
―Fabrizio no me deja entrar. Dice que el Capo se lo ordenó...
Irónico, ¿no crees?
Al cabo de un par de minutos, abrió la puerta un Benny sin
aliento. Hacía más de un año que no lo veía y Señor, parecía aún más
bajo y gordo que en mis recuerdos... Podría ser el doble de Dany
Devito.
Me reí por lo bajo. Era una broma que Dom apreciaría más tarde.
―¡Ma cazzo! ―Le ladró al guardia—. ¡Es mi sobrino!
―Y el Capo de la Famiglia ―añadí con calma.
―No realmente, ¡pero no debería haberte detenido! Eres de la
familia ―añadió, con su espeso bigote moviéndose hacia un lado,
clara señal de su nerviosismo.
Fruncí el ceño. ―Sí, Benny, realmente.
Se limpió las manos húmedas en la camisa negra y me hizo
pasar.
Hice una mueca nada más entrar, dando gracias a Dios por no
haberme traído a Cassie conmigo. Este antro olía a alcohol barato y a
sexo.
Sacudí la cabeza y seguí a Benny hasta su despacho.
―¿Por qué has venido? ―preguntó en cuanto cerró la puerta tras
de sí.
Miré por las ventanas unidireccionales de su despacho hacia el
escenario donde una stripper de pechos caídos y tanga se movía
para el puñado de clientes bajo una luz roja poco favorecedora.
Me encogí de hombros, sin apartar los ojos de la habitación. Me
mantuve de espaldas a él a propósito, necesitaba que le recordaran
su lugar.
―Hace tiempo que me pides que venga. ¿No lo decías en serio?
―¡Claro que sí! Gianluca, eres mi sobrino.
Finalmente me di la vuelta, metiendo las manos en los bolsillos
del traje pantalón.
―Parece que hay un malentendido entre las filas. La gente parece
creer que tú eres el Capo.
Las fosas nasales de Benny se encendieron. ―Lo soy.
―Eres el Capo en funciones. Una palabra de diferencia cierto...
pero un significado totalmente diferente.
―Savio dijo que ahora tienes una chica. ―Ladeó la cabeza—. Me
alegro por ti. Creía que esas cicatrices lo impedirían.
―No parece que le molesten. ―Y por la forma en que siempre las
besaba, me atreví a pensar que las quería tanto como a mí.
―A toda mujer le importaría, Gianluca, si dice que no, miente.
―Pero todos mentimos, ¿verdad, tío Benny?
Puso la mano sobre el escritorio y golpeó los dedos en rápida
sucesión.
―¿Qué pasa? ¿Estás recuperando tu asiento? ¿Es lo que ella
quiere que hagas? ―Negó con la cabeza—. No querías ese puesto, no
te conformes de nuevo con un estilo de vida cargado de odio por
una mujer.
―No lo hago por una mujer.
―¿Pero lo estás haciendo? ¿Y tu promesa?
Me señalé el pecho.
―¿Y mi promesa? ¿Y la tuya? La que me hiciste de defender
nuestros valores y hacer lo mejor para la familia.
Golpeó el escritorio con el puño.
―¡Siempre he hecho lo mejor para la familia! Estoy haciendo
cosas que tu padre estaba demasiado asustado de hacer.
―¿Demasiado asustado o demasiado cuerdo?
Benny negó con la cabeza.
―¿Es eso? Ahora que el hombre está muerto defenderás sus
acciones. No he olvidado lo mucho que os peleabais, por todo.
Suspiré. Este hombre estaba demasiado metido en su propio culo
como para ver la verdad sobre sus acciones.
―Tengo seguidores, ya sabes. Las cosas no serán tan fáciles como
crees.
Me sorprendió su atrevimiento; mi tío solía ladrar y no morder,
y enviaba a perros más grandes a librar sus batallas como una niña
asustada.
—¿Me estás amenazando?
—No, Luca —murmuró.
Ah, retrocediendo. Eso era más propio de Benny.
—Me cediste tu sitio, me lo merezco. Esto es mío —continuó, casi
gimoteando.
Miré el reloj.
—He venido por cortesía, reunión familiar y toda esa mierda. —
Suspiré—. Nos vemos luego.
―¡Luca! ―me llamó al abrir la puerta—. ¿Qué vas a hacer? ―gritó
mientras yo seguía saliendo de su miserable club.
Al final dejaría que se lo quedara, que fuera el rey de su sórdido
reino mientras se mantuviera alejado de mí y no se acercara a mi
mujer.
Mi teléfono emitió un pitido cuando llegué al callejón exterior
del club. Respiré hondo. ¿Quién iba a pensar que disfrutaría del olor
de un callejón de la ciudad? Para ser justos, todo era mejor que el
penetrante olor de este club.
Suspiré, miré las fotos de mi pantalla y fruncí el ceño. Joder, mi
día de enfrentamientos estaba lejos de terminar, y estaba seguro que
este lo disfrutaría mucho menos.
Cuando volví a entrar en mi habitación, un poco de mi oscuro
humor se desvaneció al ver a Cassie allí de pie, con una gran sonrisa
en la cara, visiblemente tan feliz de verme.
Y a pesar de mi enfado no pude evitar devolverle la sonrisa, esta
mujer me poseía.
―He encontrado un vestido para esta noche. Es muy bonito.
―Me cogió la mano y se puso de puntillas para darme un casto beso.
―No, así no ―le contesté, acercándola más a mí y profundizando
el beso, dejándonos a los dos con ganas y jadeando. Quería hacerle el
amor ahora mismo, pero tenía una cuenta pendiente y no podía
esperar.
―¿Dónde está Dom?
―Está en su habitación. ―Señaló la puerta—. Creo que lo he
matado con tanta compra.
Asentí, viéndola guardar las bolsas.
―¿Has pasado una buena tarde? ¿Has hecho algo interesante?
Su paso vaciló y se dio la vuelta, con un leve matiz en el rostro.
―No, la verdad es que no.
Suspiré. Era una mentirosa terrible, ¿y el hecho que me mintiera?
Me rompió un poco el corazón.
―Voy a ver a Dom, pero vuelvo enseguida para ducharme y
prepararme.
―¿Está todo bien? ¿Funcionaron las cosas con tu tío?
―Sí. —Asentí.
―Te espero, podemos ducharnos juntos. Ahorra un poco de
agua. ―Se sonrojó tan profundamente que hizo que mi corazón se
estrujara en mi pecho con todo el amor que sentía por ella. Todavía
no estaba acostumbrada a coquetear conmigo, a pedir lo que quería.
―No, adelante ―le dije un poco más bruscamente de lo que
debía. Estaba más molesto con ella de lo que había previsto.
Se echó hacia atrás y bajó la mirada, tratando de ocultar su dolor
por mi rechazo.
Debería haberlo dejado así, eso es lo que debería haber hecho un
Capo, pero sentía debilidad por ella, y no importaba lo que hiciera...
por aterrador que fuera darme cuenta, no creía que hubiera un
pecado que ella pudiera cometer que yo no perdonara.
―Tesorina, si me meto en esta ducha contigo, no habrá cena en
casa de Carter. Te follaré de todas las formas posibles hasta que
ninguno de los dos pueda moverse.
―Oh. —Me miró de reojo—. Quizá... quizá me gustaría.
Gruñí, mirando al cielo.
―Me estás matando. Ahora vuelvo ―añadí, dándome la vuelta y
saliendo de la habitación antes de tener la oportunidad de
reconsiderar mi elección.
Llamé a la puerta de Dom y, apenas me abrió, le di un puñetazo
tan fuerte que estaba seguro tendría los nudillos magullados.
Cayó al suelo con un gruñido doloroso. Aproveché para entrar y
cerrar la puerta tras de mí.
―¡Qué coño, Luca! ―gritó, sentándose en el suelo, levantando la
mano y tocándose la ceja izquierda reventada. Se miró los dedos
cubiertos de sangre.
―Eso es por mentirme, puto gilipollas, y por hacer que ella
también me mienta.
Dom permaneció sentado en el suelo, pero cogió la toalla que
había sobre la cama y se la apretó en la ceja.
―¿Qué? ¿Nada que decir? ―pregunté burlonamente—. ¿Creíste
que era tan estúpido, amico? Es una mentirosa terrible y tú... —
resoplé—. Hoy estabas demasiado feliz de quedarte atrás. Y sé lo leal
que es, la única persona por la que mentiría, serías tú.
―¿Cómo te has enterado? ―Hizo una mueca de dolor,
apretándose un poco más la toalla contra la ceja.
Resoplé.
―Por favor, dame más crédito. Hice que te siguieran. ¿Qué
hiciste en el hospital con mi mujer?
―Es complicado.
―¡Entonces no lo compliques! ―Le señalé con un dedo acusador
—. ―¡Hiciste que mintiera por ti!
―Oh, vete a la mierda, Gianluca. Esa chica te es leal hasta la
médula. La única persona por la que mentiría no soy yo... ¡eres tú!
―¿La única razón por la que me mintió es por mí? ―Asentí,
frunciendo los labios—. Debes pensar que soy un tipo especial de
estúpido.
Suspiró.
―Todo empezó la noche del baile. Yo no, bueno, no, tuve una
reacción alérgica, pero me la provoqué a propósito.
Arqueé las cejas, sorprendido, no me lo esperaba.
―Cassie me pilló y quería correr a contarte la verdad, así que
tuve que involucrarla, y una vez que le dije lo que sospechaba, quiso
ayudar y no aceptó un no por respuesta.
―¿Ayudarte a hacer qué?
―Demostrar que no tuviste un accidente esa noche, que fue
intencionado. Demostrar que no estabas borracho y que esas
muertes no recaen sobre tu conciencia.
Aquella revelación tuvo el efecto de recibir un puñetazo en el
estómago. Me senté pesadamente en la silla de su habitación,
mirándolo como si fuera otra persona.
―Crees que... ―me detuve. No podía creer que fuera posible.
¿Podría borrar esta marca negra de mi agenda? —No. ―Sacudí la
cabeza—. Nadie habría hecho nunca daño a Arabella ni a mi madre.
―Correcto. ―Asintió. ―Pero, como probablemente recuerdes, se
suponía que no debían estar allí aquella noche. Se suponía que se
marcharían pronto a la finca, pero tuviste aquella gran pelea con tu
padre y tu madre decidió quedarse. Se suponía que tú y tu padre
estabais en el coche, no ellas.
Apoyé los antebrazos en los muslos y bajé la mirada hacia las
manos que durante años había creído cubiertas de la sangre de mi
familia.
―¿Quién haría eso?
―Ya sabes quién, Luca. Quiso el puesto desde que tengo uso de
razón.
Negué con la cabeza, sin dejar de mirarme las manos.
―Benny y Savio son idiotas. Espesos y evidentes, nunca habrían
conseguido hacer algo así.
―A menos que tuvieran ayuda.
Levanté la vista.
―¿Quién?
―¿Los armenios? ―Dom se encogió de hombros—. Quizá
hicieron un trato con ellos, son lo bastante estúpidos.
Ladeé la cabeza, reflexionando. No era imposible.
―¿Por qué has ido hoy al hospital?
―La letra de tu expediente médico era diferente, el color de las
páginas no encajaba. Cassie encontró algunas cosas inusuales en él
así que fuimos allí. Ella fue la distracción y yo irrumpí en la sala de
archivos.
―Ya veo... A ver si lo entiendo. Involucraste a mi mujer en un
posible complot de asesinato contra mí poniéndola en peligro.
Dom hizo una mueca.
―Bueno, suena mal cuando lo dices así.
―¿Sabes por qué? ¡Porque jodidamente lo es! ―grité. La sola idea
que hirieran a Cassie me causaba tanto dolor que apenas podía
respirar.
―Luca...
Levanté un dedo para detenerlo.
―Su participación termina ahora, ¿entendido?
Dom asintió, teniendo al menos la decencia de parecer
avergonzado.
―¿Encontraste pruebas? ―Por favor, di que sí.
―Algunas, no tanto como me gustaría.
Me levanté, enderezándome los pantalones.
―Mañana concertaré una cita con Matteo, le contarás todo lo que
sepas y seguiremos a partir de ahí, ¿entendido?
―Sí. ―Se levantó también e hizo una mueca cuando vio su reflejo
en el espejo.
―¡Y tú la mantienes al margen! No la pongas más en peligro
innecesario o juro por Dios... ―No necesitaba terminar esa amenaza
—. Te veré por la mañana.
―Yo también la quiero, ¿sabes? ―dijo Dom cuando llegué a la
puerta—. No como tú, pero sí tan profundamente.
Giré la cabeza hacia un lado, manteniendo la mano en la
empuñadura.
―Sé que lo haces. Es la única razón por la que sigues en pie.
Cuando volví a entrar en la habitación, Cassie estaba envuelta en
una toalla, recién duchada y secándose el pelo.
Me miró interrogante en el espejo, siguiéndome silenciosamente
con la mirada hasta que llegué al cuarto de baño.
La miré a los ojos en el espejo y le sonreí. —Ti amo —vocalicé.
Sus hombros se hundieron de alivio. —Yo también. Me contestó
y, de repente, estábamos bien.
Me sequé con la toalla después de mi ducha rápida y entré en el
dormitorio con la toalla alrededor de la cintura, y el brillo lujurioso
que apareció en sus ojos me hizo sentir como un superhéroe.
Todavía no podía creer que la mereciera.
―¿Me subes la cremallera? ―preguntó, volviéndose hacia el
espejo.
Me coloqué detrás de ella y le rocé la columna con los nudillos,
haciéndola estremecerse.
―Tu piel es tan suave ―susurré antes de inclinarme para besarle
la nuca. Me encantaba cuando llevaba el cabello recogido, su cuello
era tan bonito y delicado.
Aspiró cuando rocé con mis labios la columna de su cuello. Me
asomé al espejo y vi que sus pezones estaban erectos de deseo.
―Esta noche ―le prometí, o advertí mientras le subía la
cremallera—. Estás impresionante ―le dije mientras estudiaba su
vestidito de cóctel negro y plateado que llevaba con el collar que le
había regalado. No se lo quitaba y eso me alegraba más de lo debido.
Giró sobre sí misma y apoyó su manita en mi mejilla llena de
cicatrices.
―Siempre dices lo mismo ―se burló con una sonrisa.
La rodeé con mis brazos y la besé.
―Porque siempre es verdad.
Puso los ojos en blanco.
―¿Incluso cuando me acabo de despertar en pijama extra grande
? Porque entonces también lo dices.
―¡Especialmente cuando te despiertas con pijama extra grande!
Significa que puedo quitármelo y comerme ese dulce coñito mío.
Soltó una carcajada sorprendida mientras se sonrojaba. Ahora
era mi juego favorito. Cuántas veces al día podía hacer que mi mujer
se sonrojara.
―¿Tu coñito?
―¡Por supuesto! No pienso compartirlo ni devolverlo. Es mío —
me burlé.
Me acarició la mejilla y pude ver todo su amor allí mismo, en sus
impresionantes ojos verdes. Moriría por ti, quería prometer.
―Sí, es tuyo ―confirmó antes de zafarse de mi agarre—. Ahora
prepárese, señor Montanari, que ya vamos con retraso.
Cuando se sentó en el coche para ir a casa de Carter, a las afueras
de la ciudad, la cogí de la mano.
―Sé que me has mentido ―le dije lo más suavemente que pude
para demostrarle que en realidad no estaba enfadado.
Se tensó y me miró de reojo.
―Dom me contó la verdad, sobre la investigación que estabais
haciendo. Solo pensar que estuvieras en peligro. —Negué con la
cabeza.
―No te enojes con Dom, ¡fue mi idea involucrarme!
Por supuesto, deja que ella lo defienda.
―Puede que sí, pero él sabe lo peligroso que es nuestro mundo.
Debería haberlo sabido.
―Quería ayudarte.
Me llevé su mano a los labios y la besé.
―Y lo hiciste, pero ahora, por favor, no te involucres. Necesito
que estés sana y salva, ¿vale? No puedo investigar y preocuparme
por ti al mismo tiempo.
―De acuerdo ―dijo derrotada.
―Mañana iré a ver a Matteo después de la cita con el abogado y
te lo contaré todo.
―¿Lo prometes?
―Lo juro.
Sonrió, deslizándose más cerca de mí y apoyando la cabeza en
mi hombro.
―Me alegro no tener que guardar más el secreto. Odio ocultarte
algo.
Giré la cabeza y le besé la frente.
―Y además se te da muy mal.
―Está bien. Prefiero ser así.
―Yo también.
Cuando aparcamos frente a la mansión de Carter, la aprensión
cesó. Solté un suspiro agitado.
―Todo va a salir bien ―me animó Cassie, apretándome
suavemente el muslo.
Solté una carcajada sin humor.
―Señor, debes pensar que soy un bicho raro. Primero, me asusté
en el baile y ahora, aquí. ―Sacudí la cabeza—. Debo parecer un niño
asustado.
―No, veo a un hombre fuerte que empieza a cicatrizar e intenta
recuperar su vida. Esto no es fácil y estoy muy orgullosa de ti.
Asentí con la cabeza. ―Vamos.
Nada más llegar a la gran puerta de madera, un mayordomo nos
hizo pasar a un pequeño comedor.
Nazalie sonrió alegremente cuando nos vio y Carter tenía su
habitual ceño fruncido, aunque eso no significaba nada con él.
Nazalie corrió hacia mí y me abrazó.
―Oh, Luca, qué alegría volver a verte.
Le devolví el abrazo con torpeza, negándome a soltar la mano de
Cassie.
Carter se acercó a nosotros y le dedicó una leve sonrisa a Cassie
antes de volverse hacia mí.
―Luca, se te ha echado de menos. ―Sabía que a Carter King no le
gustaban mucho las muestras de emoción, al menos con nadie que
no fuera la mujer de curvas situada a su lado, y pensé que quizá
fuera por eso por lo que habíamos sido amigos durante tanto
tiempo, éramos iguales.
Acerqué a Cassie a mí.
―Esta es Cassie, es mi... ―me detuve sin saber cómo decirlo.
¿Novia? No era suficiente. ¿Prometida? Un poco presuntuoso.
Sinceramente, solo podía pensar en mía. Ella era mía... lo era todo
para mí.
Carter asintió.
―Lo entiendo. ―Se volvió hacia Nazalie y le dedicó una suave
sonrisa—. ―Ella simplemente lo es.
―Sí. —Miré a Cassie—. Simplemente lo es.
Me volví hacia Nazalie y mis ojos se clavaron en su vientre
hinchado.
—¿No es el mismo que hace dos años?
Se rio, apoyando una mano protectora sobre su barriga.
—En realidad, este es el bebé número tres. Leo y Connor
duermen arriba.
―¡Jesús! ¿Tres?
Carter sonrió.
―¿Qué quieres que te diga? Realmente quería una niña y me
costó tres intentos. ―Me guiñó un ojo—. Además, seamos sinceros,
disfruto bastante haciéndolas.
―¡Carter! ―jadeó Nazalie, dándole una palmada juguetona en el
brazo.
La atrajo hacia sí y besó su coronilla.
―También me encanta ver crecer a mis bebés dentro de ella.
Mis ojos conectaron instantáneamente con el vientre plano de
Cassie, sí, definitivamente podía ver el atractivo. Me moría de ganas
de ver a mi Cassie gestando a nuestro bebé, esa pequeña parte de
nosotros. Mi cavernícola interior estaba sobreexcitado ante la idea de
fecundarla... Pero todavía no, era muy joven. Teníamos todo el
tiempo del mundo.
La cena fue mucho mejor de lo que esperaba y fue como volver a
la rutina. A pesar de los dos años que habían pasado, era como si
nunca hubiéramos perdido el contacto.
Nazalie y Cassie conectaron de inmediato y pude ver que Carter
también le tomaba cariño, ¿cómo no iba a hacerlo? Cassie era un
ángel disfrazado.
Después de cenar, Nazalie llevó a Cassie a dar una vuelta por la
casa mientras yo seguí a Carter a su despacho para tomar una copa.
―¿Así que has vuelto? ―preguntó Carter tras extenderme un
vaso de bourbon.
Asentí, tomando un sorbo.
―Eso es bueno porque tu tío no es el mejor gobernando esta
ciudad.
―Lo sé y me haré cargo, pero seguiré en la finca. A Cassie le
encanta.
―Y tú amas a Cassie ―terminó para mí.
―Más que mi vida.
―Es algo catártico, ¿no crees? Encontrar a la persona.
―Es aterrador.
Carter echó a reír.
―Sí, pero de la mejor manera posible. Ella me da una razón para
seguir adelante.
―Lo siento ―admití finalmente, aunque con renuencia.
―No lo sientas. Hiciste lo que necesitabas hacer por ti mismo. Me
alegra ver que has llegado al otro lado.
―Cassie ayudó mucho. Ella lo acepta todo, lo bueno y lo malo.
―Así es como sabes que has encontrado a la elegida.
―Temo que un día se despierte y se vaya, decida que es
demasiado y se marche.
Carter suspiró.
―Ese miedo, yo también lo tengo, y en realidad nunca
desaparece. Más de dos años en este matrimonio, tres hijos después,
y algunas mañanas todavía me despierto asombrado de tenerla a mi
lado.
―Voy a casarme con ella.
―Sé que lo harás. ―Sacudió la cabeza—. Me alegro que hayas
vuelto, Luca, te hemos echado de menos... No por mí, pero tú lo
sabes.
Me reí.
―Dicho sea de paso y para que conste, yo tampoco te eché de
menos.
―No lo habría soñado. ―Y así como así, volvimos a nuestra
antigua amistad.
CAPÍTULO 22
C ie
Luca
9 Lo giuro sulla mia vita, sul mio nome, e sul mio sangue: Lo juro por mi
vida, por mi nombre y por mi sangre.
CAPÍTULO 24
C ie
Luca
C ie
Dom
Los pecados del padre son los pecados de los hijos.
Llevo años intentando expiar los crímenes del monstruo que me
creó, del monstruo que corre por mi sangre. Soy indigno de amor, de
compasión... de comprensión.
Hice las paces con esta vida de penitencia mientras cazaba a la
rata que envenenaba las filas de la Famiglia. Al menos eso era cierto
hasta que ella entró en mi vida. India McKenna, una contradicción
viviente y habladora encarnada en una diosa.
Cuando me mira, sus ojos esmeralda llenos de ternura se
asemejan a mi oportunidad de redención.
Perdí mi alma hace muchos años, pero esta mujer hace que
quiera recuperarla...
¿Seré lo bastante valiente para alcanzarla?
India
Dejé Calgary para alejarme del dolor, para sanar mi corazón y mi
vida. Lo que no esperaba era conocer a Domenico Romano, un
criminal profesional con un corazón de oro y una mirada capaz de
hacer caer de rodillas a cualquier mujer. Un hombre como nunca
había conocido. Un hombre tan empeñado en mantener las
distancias, en hacerme creer que es malvado a pesar de la bondad
que sigo viendo brotar de él.
Este hombre está tan lleno de secretos, de dudas y
remordimientos, que, a medida que intento ayudarle a pesar de sí
mismo, me voy enamorando de él...
¿Seré lo bastante valiente para salvarnos a los dos?
SOBRE LA AUTORA