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SINOPSIS

El amor puede ser su salvación... o su perdición...

Cassie
Hartfield Manor es como yo: maldita y no deseada.
Aceptar un trabajo allí como ama de llaves interna es mi única
opción. Nadie quiere contratar a la hija de unos infames asesinos en
serie.
Pero mi nuevo jefe... me fascina. Envuelto en sombras, ocultando
su dolor tras unos modales bestiales, me atrae como ningún otro.
Cree que es irredimible. Imperdonable.
Ahora no puedo evitar pensar, ¿quién mejor que la hija de los
monstruos para amar a una bestia?
Luca
Lo tuve todo y lo perdí.
Fui Príncipe de la mafia. Ahora soy un recluso alcohólico y
cargado de culpabilidad. Con cicatrices, roto y solo.
Entonces la conocí.
Cassie es como el sol, iluminando mi oscuridad. Ella me hace
querer vivir de nuevo.
Pero mi mundo no es lugar para una inocente como ella. Es
demasiado peligroso.
Yo soy demasiado peligroso.
Porque no importa cuánto la necesite, nunca dejaré que mi
redención sea a costa de su alma...
CRÉDITOS
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complacer al lector dando a conocer al autor y animando a adquirir
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PRÓLOGO

Neumáticos chirriando, miedo, gritos y dolor... mucho dolor. Un


dolor que pensé era el peor que había experimentado hasta que abrí
los ojos y miré en sus oscuros ojos sin pestañear.
Me di cuenta, mientras caía lentamente en la inconsciencia al
mirar fijamente sus ojos sin vida y sus cuerpos destrozados, que
estaban muertos, que me los habían arrebatado. No podía moverme,
no podía hablar, no podía respirar. Lo único que mi mente podía
gritar era, ‘Por favor, déjame morir con ellos’.
Debería haber sabido que no debía esperar ningún indulto de la
vida: ahora era el momento de vivir en mi infierno, mi purgatorio...
mi penitencia.
CAPÍTULO 1

C ie

Dicen que todo el mundo quiere ser famoso, salir en las portadas
de los periódicos. Que toda prensa es buena prensa, ¡pero eso es un
montón de mierda!
La prensa no había sido más que una maldición para mí y mi
hermano pequeño, Jude. Éramos Cassandra y Jude West, los hijos de
los Asesinos de Rivertown.
Esta gente... Mis padres utilizaron su pequeña empresa de
inversiones para malversar los fondos de jubilación de más de
quince mil personas en diez años y también habían asesinado a
treinta y dos ancianos en un intento de cubrir sus huellas.
Mi rostro, medio oculto tras mi alborotada melena pelirroja al
salir del tribunal durante el juicio, llegó a aparecer en la primera
página de nuestro periódico comarcal y ese día quise desaparecer.
No iba al tribunal a apoyarlos. Fui allí…, no estaba segura por qué
iba allí.
Quizá una parte de mí esperaba que tuvieran la decencia de
pedir perdón a Jude y a mí por destrozarnos la vida y convertirnos
en parias, porque el estigma que llevábamos era una pesada cruz
que cargar.
Dejé escapar un suspiro de alivio cuando mi padre fue
condenado a cadena perpetua sin libertad condicional y mi madre a
cuarenta años Yo estaba allí para asegurarme que toda esta pesadilla
terminara por fin y ellos acabaran sus vidas entre rejas.
No pasé por alto las miradas que me dirigían las familias de las
víctimas cada vez que me sentaba al fondo de la sala. La gente no se
creía que la hija veinteañera de esos dos sociópatas no supiera que
algo iba mal, e incluso si realmente no tuviera idea, no podía evitar
sentirme culpable. ¿Me había perdido algo? ¿Había señales?
Cuando salí del tribunal tras el veredicto, miré el reloj y gemí.
Solo tenía una tarde con Jude a la semana y este último día de juicio
me robó dos horas preciosas.
Han pasado cuatro meses desde que mi vida -nuestra vida- se
convirtió en un infierno. No teníamos otra familia y los servicios
sociales declararon que no estaba capacitada para cuidar de mi
hermano y no podía negarlo. Estaba sin blanca, tuve que abandonar
la escuela de enfermería y ahora dormía en el incómodo futón de
nuestra vieja criada, una de las únicas personas que me mostraba un
poco de compasión.
Me apresuré a coger el autobús. Tenía que llegar pronto al
Hogar, ya que las visitas terminaban a las cinco de la tarde.
Ver a mi hermanito solo una tarde a la semana me estaba
destrozando. Lo echaba mucho de menos y estaba muy preocupada,
solo tenía diez años, demasiado joven para tener que lidiar con todo
esto.
Nadie debería lidiar con todo esto.
Cuando llegué, Amy, la trabajadora social que llevaba el caso de
Jude, se paseaba frente a la puerta.
—Pensé que no llegarías —dijo, empujándome hacia la sala de
visitas.
—Lo sé. —jadeé sin aliento. —Gracias por esperar.
Me dedicó una pequeña sonrisa.
—Te mereces que alguien te dé un respiro —dijo con suavidad,
haciendo que se me llenaran los ojos de lágrimas.

Ú
Últimamente no estaba acostumbrada a la amabilidad. Había
tenido suerte cuando le habían asignado el caso de mi hermano.
Habíamos estado en el mismo instituto, aunque ella estaba en el
último curso cuando yo entré, y eso creó una especie de afinidad que
agradecí enormemente.
Abrió la puerta lateral y habló con alguien, la puerta se abrió
más y mi hermano entró corriendo.
—¡Cassie! —gritó, corriendo a mis brazos.
Lo abracé con fuerza. Era tan bajito y frágil. Tendría diez años,
pero no aparentaba más de siete. Sin embargo, era mi hombrecito,
nuestros padres siempre habían estado emocionalmente distantes.
Siempre habíamos sido Jude y yo.
—Lo siento. No quería llegar tarde —le dije, acariciando
suavemente su pelo rubio oscuro.
Él me rodeó con sus brazos y alzó la vista, mirándome con sus
grandes y tristes ojos verdes, demasiado cansados para un niño de
su edad.
—¿Estamos bien ahora? —preguntó en voz baja.
Asentí con la cabeza.
—Sí, lo estamos. No van a volver. —Fruncí el ceño, fijándome en
el pequeño moratón que tenía en la mandíbula—. ¿Qué es eso? —
pregunté, pasándole los dedos por encima.
—Nada. —Se encogió de hombros—. Me caí.
Miré a Amy, que nos miraba con tanta tristeza que me partió aún
más el corazón. Tenía que sacarlo de aquí.
—Te llevaré a casa tan pronto pueda, hombrecito. Te juro que te
llevaré.
—Lo sé, Cassie. No pasa nada. Estoy bien aquí.
No, no lo estás. Eres miserable, pero intentas ser fuerte por mí cuando
no deberías tener que hacerlo, pensé.
—Lo sé, pero echo de menos tenerte conmigo, así que quiero que
vuelvas cuanto antes. —Forcé una sonrisa que esperaba pareciera
genuina—. Quién se supone me va a ayudar a probar brownies
ahora, ¿eh?
Asintió con la cabeza.
—Sí, soy una especie de experto.
Solté una risa. —Sí, lo eres.
Amy suspiró.
—Lo siento, chicos, pero Jude tiene que volver ahora.
Levanté la vista y la vi muy cabizbaja. Estaba segura que sentía
debilidad por Jude, pero ¿quién no?
—Nos vemos la semana que viene y alguna vez podemos
chatear por vídeo esta semana —dije antes de lanzar una rápida
mirada a Amy, que asintió. Ella hacía eso todas las semanas por
nosotros, utilizando su propio teléfono para que Jude y yo
pudiéramos hablar durante unos minutos. Aquella mujer era
realmente un regalo del cielo y al menos nos ayudaba a mejorar un
poco aquella horrible situación.
—Te quiero hasta la luna y de vuelta —dijo, abrazándome de
nuevo con fuerza.
—Te quiero hasta el sol y de vuelta —respondí, besándole la
coronilla, sintiendo ya el ardor de mis lágrimas no derramadas en el
fondo de mis ojos.
Cuando se fue, Amy se volvió hacia mí.
—¿Qué ha pasado realmente? —pregunté, sabiendo
perfectamente que el moratón de Jude no había sido un accidente.
Suspiró, sacudiendo la cabeza.
—Los niños han sido duros con él —admitió a regañadientes. —
Ser pariente de... —Hizo una mueca de dolor—. Es una pesada cruz
que llevar.
—Lo sé. Pienso cambiarnos el nombre apenas pueda recuperarlo.
—Me senté en una de las incómodas sillas naranjas que bordeaban la
sala de visitas.
Sabía que tenía que irme. No tenía por qué seguir aquí, el centro
estaba cerrado al público, pero necesitaba unos minutos.
Unos minutos con alguien que me mirara, no como cómplice de
los monstruos que eran mis padres, sino como una de sus víctimas.
—No estoy convencida que llegue ese día —admití, y decirlo en
voz alta me dolió más de lo previsto.
—Así que se negaron a aceptarte de nuevo, ¿eh? —preguntó ella,
viniendo a sentarse a mi lado, agarrando mi mano entre las suyas.
Asentí.
—Sí, aunque no puedo culparles. Al hospital le costaba justificar
mi presencia allí y desde la escuela de enfermería me echaron. —Me
encogí de hombros—. ¿Qué sentido tenía que trabajara allí?
—Podemos luchar contra su decisión, ya sabes. Lo he
investigado y no tenían motivos para despedirte.
Sacudí la cabeza.
—¿Qué sentido tiene? Nadie me quiere allí. Los alumnos me
miran como si fuera un monstruo, los profesores también. Y aunque
me obliguen, necesito formación hospitalaria y ningún hospital me
la ofrecerá.
—Sí. —Asintió con resignación. —¿Y tu situación de vida?
—Todavía en cuclillas en el futón de la Sra. Broussard. —Nunca
había estado más agradecida en mi vida. La señora Broussard
llevaba trabajando para mis padres desde que yo tenía cinco años y,
cuando todo se fue a la mierda, había sido la única que me había
ofrecido la mano amiga que necesitaba desesperadamente a pesar de
los consejos de sus propios hijos—. Tengo que devolverle su espacio
y dejar de comer su comida. —Miré al cielo—. Nadie está dispuesto
a contratarme en esta ciudad, pero... —Miré hacia la puerta que
comunicaba con la vivienda que ocupaba mi hermano pequeño—.
No puedo irme, me necesita.
—Te acuerdas de la Sra. Lebowitz, ¿no?
La miré confusa ante el cambio de tema.
—¿La orientadora profesional del instituto?
Ella asintió.
—Se jubiló, pero sé que trabaja a tiempo parcial para la agencia
de trabajo temporal que hay junto a la farmacia. —Amy se encogió
de hombros—. Siempre tuvo debilidad por sus antiguos alumnos.
¿Por qué no vas a verla?
La Sra. Lebowitz era una señora mayor, una hippy excéntrica,
pero siempre había visto más de lo que parecía. Ya entonces sabía
que yo era la que cuidaba de Jude. Fue ella quien me sugirió que
estudiara enfermería al ver mi naturaleza bondadosa.
—Me gusta. Merece la pena intentarlo. —Miré mi reloj, ya había
pasado mucho la hora y no necesitaba que Amy se metiera en
problemas y le quitaran a Jude de su cuidado por su relación
conmigo—. ¿Y qué pasa con Jude y sus moratones?
—No te preocupes, lo he trasladado a una habitación con niños
más pequeños. Ya está bien. —Respondió a mis pensamientos no
expresados.
Le lancé una mirada de agradecimiento.
—Necesito irme ya. Tengo que coger el autobús.
—Déjame llevarte a casa, por favor.
Asentí con la cabeza. El viaje en autobús hasta casa de la señora
Broussard iba a durar más de cuarenta y cinco minutos, y tenía que
admitir que, después del agotador día que había tenido, estaba más
que agradecida de aceptar.
—¿Por qué eres tan amable conmigo? —le pregunté a Amy
mientras emprendíamos el camino—. No es que no te esté
eternamente agradecida, pero...
Se encogió de hombros.
—Llámalo empatía. Te he visto antes en el hospital, te
preocupabas de verdad por los pacientes, ¿y la forma en que tu
hermano habla de ti? Eres todo su mundo. He visto a mucha gente
mezquina y despiadada en mi trabajo y tú no eres una de ellas. Eres
cariñosa y afectuosa y obviamente no eres consciente de las
monstruosidades de tus padres. —No te mereces que te traten como
lo hacen, así que si puedo aliviar un poco esta injusticia... lo haré.
Aparté la mirada, parpadeando. Sus palabras me daban
esperanza. Quizá los demás también se dieran cuenta. Quizá los
demás me darían un respiro y me ayudarían a recuperar a Jude.
Sí, mañana sería otro día y cambiaría las tornas, sin importar los
sacrificios.
Por Jude.
CAPÍTULO 2

C ie

Me desperté con el zumbido de la señora Broussard en la


pequeña cocina y el olor a café recién hecho.
Me incorporé y me estremecí al sentir el dolor de espalda que me
habían dejado los barrotes metálicos del delgado futón. Sin embargo,
nunca diría nada, ella me había dado cobijo cuando todos me dieron
la espalda. Ella había sido mi salvadora.
—Ma Cherie. —Sonrió, poniendo un plato en la encimera para
mí—. Hice un poco más para ti. —Sus ojos ambarinos estaban tristes
a pesar del brillo de su sonrisa.
—¿Qué haría yo sin ti? —pregunté, frotándome los ojos y
caminando descalza en pijama de franela, para luego sentarme en un
taburete.
—Estarás bien, Cherie. Eres una buena persona, siempre lo has
sido. La vida te dará la vuelta, ya lo verás.
—Espero que tengas razón —dije, dando un mordisco a la
tostada francesa. —Hoy voy a la agencia de trabajo temporal de la
ciudad. Si Dios, el karma o lo que sea anda por ahí y alguna vez ha
querido concederme un favor, hoy es el día.
—Puedo hablar con Camille.
Negué con la cabeza. Camille era médico auxiliar en el Hospital
Central y no era muy amiga mía ni de los problemas en los que creía
que estaba metiendo a su madre.
Pero no podía culparla. Su madre había trabajado
incansablemente para mi familia, que no la trataba mejor que a un
mueble. Había trabajado tan duro solo para comprarse este
minúsculo apartamento en un complejo para mayores de cincuenta
años y ahora yo vivía de sus escasos ingresos.
No era mejor que una sanguijuela, pero eso iba a acabar hoy.
Conseguiría un trabajo como fuera.
—Eso no es necesario. Vamos a ver cómo va hoy.
Amy me había asegurado que tan pronto tuviera un trabajo
estable, un lugar donde vivir lo bastante grande para tener a Jude y
unos ahorrillos, haría todo lo que estuviera en su mano para que me
lo llevara y, una vez que lo tuviera de vuelta, nos iríamos,
cambiaríamos de nombre y empezaríamos de cero. Solo nosotros
dos.
La señora Broussard miró el reloj.
—¿Quieres que te lleve? Tengo un poco de tiempo.
Sonreí, pero negué con la cabeza, con la boca llena de tostada. —
Estoy bien, no te preocupes.
Ladeó la cabeza.
—Tengo derecho a preocuparme por ti, Cassie. Te he visto
crecer.
Cogí el periódico de la encimera y ella apoyó su dorada mano
sobre la mía.
—Quizás no deberías, Cherie.
Suspiré.
—Créeme, no hay nada que puedan decir que no haya leído
antes.
Dudó un segundo antes de levantar la mano con un suspiro.
—De esto no va a salir nada bueno —dijo derrotada, antes de
darse la vuelta y meter el plato en el pequeño lavavajillas de la
encimera.
Me alegré que no me estuviera mirando porque no pude evitar
hacer una mueca de dolor al leer el título de la primera página.
Monstruos de Riverside: ¡encarcelados de por vida! El título principal
aparecía en letras negras, pero en lugar de una foto de ellos, era yo la
que aparecía en la portada del Riverside Herald, de pie, sola en la
escalinata del juzgado, con mi rebelde melena pelirroja ondeando
alrededor de mi rostro. Tenía un aspecto sombrío, derrotado, y lo
estaba. Mi vida había dado un giro a peor, pero no estaba derrotada
por su sentencia. No, eso había sido lo único bueno de todo aquello.
Mis padres siempre habían sido terroristas emocionales,
utilizándome a mí y posteriormente a Jude para sus horribles planes.
Había sido duro descubrir en el juicio que Jude había sido concebido
por inseminación, no porque se murieran por tener otro hijo, sino
porque yo había ido creciendo y ya no parecía tan mona y, por tanto,
ya no inspiraba tanta confianza.
Lo que siempre había tomado como nada más que la falta de
instinto paternal y una ajetreada vida laboral había sido, en realidad,
mucho peor de lo que jamás hubiera imaginado. Habíamos sido
juguetes, accesorios, nada más.
Esperaba que Jude nunca descubriera que no había sido más que
un medio para un fin. Una carta añadida a la mesa sin ningún
sentimiento de por medio.
También esperaba amarle lo suficiente como para compensar
todas las cicatrices que le habían infligido los monstruos que nos
habían puesto en este mundo.
Me fuerzo a sonreír cuando me encuentro con los ojos
preocupados de la señora Broussard y meto el plato en el lavavajillas
antes de ir a rebuscar en las dos pequeñas maletas que me han
permitido llevar conmigo.
Rezaba por tener algo adecuado para ir a ver a la Sra. Lebowitz
porque, cuando salí de casa, había esperado volver en algún
momento. No había esperado que todo durara tanto.
Cuando el FBI se presentó en nuestra casa, me alegré que Jude
estuviera en el colegio. Decenas de agentes se apoderaron del lugar,
pusieron la casa patas arriba y me informaron que la casa estaba
ahora bajo embargo de Asset.
Nadie quería contarme lo sucedido y, aunque sospechaba que
mis padres podían haber malversado dinero, nunca habría
imaginado el verdadero horror.
Al cabo de un momento se me acercó un agente, un hombre
grande y aterrador, y me ladró que tenía treinta minutos para
empaquetar lo que mi hermano y yo necesitaríamos durante unas
semanas.
Hice dos maletas para mí y una para Jude tan rápido como pude
bajo su atenta mirada. ¿Esperaba que ocultara algo? ¿Creía que
estaba implicada en lo que habían hecho mis padres?
El agente me condujo hacia su gran todoterreno negro.
—¿Puedo llevarme mi coche? —había preguntado, señalando el
Toyota que mis padres me habían comprado a principios de año. No
había sido un regalo de corazón, simplemente necesitaban que yo
hiciera de chófer de Jude y realizara todas las compras que a ellos les
molestaba hacer.
Sacudió la cabeza.
—No, todos los bienes propiedad de Martha y John West están
ahora embargados por el gobierno federal de los Estados Unidos. —
Abrió la puerta trasera del coche—. ¿Dónde te vas a alojar?
Me quedé helada en ese momento. ¿Dónde iba a quedarme?
Había estado tan ocupada con la escuela de enfermería y cuidando
de Jude, compensando todas las carencias de mis padres, que en
realidad no tenía amigos, al menos nadie lo bastante cercano como
para ofrecerme un lugar donde quedarme.
—Se quedará conmigo, ¿verdad, Cassie?
Me había dado la vuelta y solté un pequeño sollozo de alivio sin
lágrimas cuando la señora Broussard vino hacia mí ya vestida para
marcharse.
—Necesito ir a recoger a Jude...
—Jude West será recogido por los servicios sociales. —El agente
intentó coger la maleta que hice para Jude.
Apreté con fuerza la empuñadura y di un paso atrás.
—Tengo que hablar con él, se asustará. Por favor, señor. Es solo
un niño —supliqué, con la voz quebrada al pensar en mi hermano
pequeño asustado y solo.
Me miró un segundo y suspiró.
—Los servicios sociales irán al colegio en los próximos treinta
minutos o así, puedes ir a esperar allí.
Y me fui con la señora Broussard, jurándole a mi aterrorizado
hermanito que iba a arreglarlo todo pronto, pero ya llevaba cuatro
meses y no estaba ni un paso más cerca de recuperarlo.
Los bienes seguían congelados y todas las pertenencias de mis
padres iban a ser vendidas para pagar las indemnizaciones
concedidas a las familias de las víctimas. Me importaban un bledo la
casa, los coches y las cuentas bancarias, no quería nada. Nunca me
plantearía disfrutar de nada de lo que adquirieron con la sangre
literal de otras personas, pero me habría encantado poder ir a buscar
más ropa y otras cosas para Jude y para mí.
Suspiré, rebusqué entre la ropa y me decidí por unos vaqueros
oscuros y una camisa verde de manga larga, con la esperanza que
me quedara lo bastante profesional.
—¡Hasta luego! —gritó la señora Broussard detrás de la puerta
del baño cuando me metí en la ducha.
Una vez que se hubo marchado, finalmente pude soltar mi fuerte
fachada y lloré mientras el agua tibia golpeaba mi rostro, mis
lágrimas mezclándose con la misma. Ni siquiera intenté contener
mis sollozos mientras más y más lágrimas corrían lentamente
Lloré por mi hermano pequeño y por los abusos de los que no
pude protegerle. Era el niño más adorable, con un corazón tan
grande que cabía en el mundo, y solo podía imaginar cómo le estaba
afectando el odio recibido.
Yo misma lo pasaba mal... amenazas de muerte, insultos,
ostracismo. Era una cruz pesada de llevar para mí, no podía ni
empezar a comprender lo pesada que podía ser para él.
Cuando el agua se enfrió y se me secaron las lágrimas, salí de la
ducha, me recogí el pelo rebelde y me maquillé por primera vez en
meses.
No me sentía ni remotamente preparada para enfrentarme al
mundo hoy con mi cara apareciendo en todos los periódicos de esta
ciudad, pero algunas cosas eran más importantes que mi propia
comodidad y eso era recuperar a mi hermano y salir de Riverside.
Miré mi cuenta bancaria y, a pesar de mis escasos ahorros, decidí
permitirme un taxi Uber por una vez. No creía que pudiera
enfrentarme a las miradas curiosas, enfadadas y sentenciosas de los
transeúntes que aún se preguntaban si yo había participado con mis
padres.
Cuando llegué a la agencia, me alegró ver que el mostrador de la
señora Lebowitz estaba más cerca de la puerta y que, salvo por la
joven rubia que había detrás del otro mostrador, la agencia estaba
vacía.
No había cambiado nada desde el instituto, con su cabello
canoso a media espalda, su vaporoso vestido bohemio y sus amables
ojos marrones. Casi podía oler su perfume de pachulí detrás de la
puerta.
Cuando entré, los ojos de la joven se agrandaron y era obvio que
sabía quién era yo con tan solo una mirada. Ahora era una
celebridad local... Bien por mí.
La Sra. Lebowitz levantó la vista y me sonrió. Hacía tiempo que
no me ocurría y me sentí muy bien.
—¡Señorita West! —Sonrió, aplaudiendo, haciendo que sus
numerosos brazaletes repicaran con ese sonido tan familiar que me
recordaba al instituto—. ¿Qué te trae por aquí?
Me alisé la camisa, tratando de darme cierta presencia.
—Buenos días, señora Lebowitz, cuánto tiempo sin verla.
—Por favor, llámame Patty, hace mucho que terminó la escuela.
—Señaló el asiento frente al suyo—. ¿Qué puedo hacer por ti?
Me senté y suspiré. No estaba segura si debía fingir. Siempre
había sido tan perspicaz con los alumnos, quizá eso era lo que la
hacía tan buena en su trabajo.
—Necesito un trabajo.
Ella asintió.
—Sí, claro. —Empezó a teclear en su ordenador mientras yo
miraba a la otra mujer.
Ya ni siquiera fingía no escuchar. Había dejado el teléfono
descolgado y nos miraba fijamente, con el codo apoyado en el
escritorio y la barbilla en la mano.
La Sra. Lebowitz miró la pantalla durante lo que me pareció una
eternidad antes de volverse hacia mí, y su anterior sonrisa genuina
fue sustituida por una falsa que nunca antes había visto en su rostro.
—Ummm, sabes, Cassie, no es la mejor época del año y los
trabajos son bastante escasos estos días. —Ah, sí, ya vi por dónde iba
eso.
—Aceptaré cualquier cosa. —Sí, no estaba por encima de la
mendicidad en este punto—. Usted sabe que no hice absolutamente
nada malo —dije con desesperación.
—¡Claro que sí! —Jadeó, apoyando la mano en el pecho—. Fuiste
una de las alumnas más sensatas y cariñosas que he conocido. —
Sacudió la cabeza—. No entiendo cómo gente como ellos tenían una
hija como tú.
—Necesito sacar a Jude. La gente es antipática conmigo y no
importa, pero él... —Fruncí los labios y negué con la cabeza. No era
el momento de echarme a llorar—. Solo necesito dinero, rápido.
Ladeó la cabeza y sus ojos se llenaron de tristeza.
—Cassie...
—Siempre está Hartfield Manor—intervino la otra mujer,
haciendo que la señora Lebovitz se pusiera tensa.
Giró la cabeza lentamente y miró a la rubia. Creo que nunca
había visto a Patty Lebowitz mirar a nadie con desprecio.
—No creo que esa sea la solución, Karin. ¿Por qué no vuelves a
tu trabajo?
Fruncí el ceño, aún más intrigada ahora.
—¿Qué es la Hartfield Manor? —pregunté, mirando
directamente a Karin.
Se volvió hacia mí agitando su cabello rubio por encima del
hombro como un ‘que te jodan’ silencioso hacia Patty, pero estaba
demasiado desesperada por conseguir un trabajo como para
preocuparme en ese momento.
—Es un trabajo de asistenta a tiempo completo —respondió con
una voz demasiado dulce para ser sincera. No estaba intentando
ayudarme, no realmente, pero mi necesidad de dinero superaba
cualquier señal de alarma que sonara en mi cabeza.
—De acuerdo... —miré hacia la señora Lebowitz, quien estaba
lanzando dagas a Karin—. No puedo decir que tenga mucha
experiencia en el campo. He ido a la escuela de enfermería dos de
mis tres años, pero... —Hice una mueca—. Además, soy Cassie West,
no estoy segura que nadie...
Hizo un gesto despectivo con la mano y se burló.
—Están desesperados. Aceptarán a cualquiera que les enviemos.
Es cuatro veces el salario medio por hora de una institutriz. —Se
encogió de hombros—. Dijiste que necesitabas dinero rápido, así que
pensé...
—No pensaste en nada, Karin, solo en tu comisión —soltó Patty
antes de volverse hacia mí—. Escucha, Cassie, cariño. —Suspiró—.
Este trabajo no es para ti. No sé quién es el dueño, pero las siete
amas de llaves que enviamos renunciaron en menos de seis semanas.
Siete, Cassie.
Me mordí el labio inferior, era cierto que no tenía buena pinta,
pero al mismo tiempo...
—¿Cuál es el sueldo?
—Cassie... —La Sra. Lebowitz se interrumpió cansada,
probablemente sabiendo que me había perdido.
—Por favor. —Se me quebró la voz.
Suspiró derrotada. —Mil quinientos dólares a la semana.
—¿Mil quinientos dólares a la semana? —grité. Con esa cantidad
de dinero podría asegurarme un lugar y ahorros suficientes para
recuperar a Jude en unos cuatro o seis meses.
Amy me había prometido que una vez que me asegurara un
apartamento de dos dormitorios, un trabajo estable y ahorros
suficientes para garantizar la seguridad financiera en caso de un
inconveniente que estimábamos en unos diez mil, podría recuperar a
Jude.
La ciudad era cara, pero el suburbio estaba bien, y estaba lo
suficientemente lejos de Riverside para que pudiéramos empezar de
cero, sin embargo, necesitaba dinero y mucho. Este trabajo podría
ser mi salvación.
—Lo acepto. Puedo trabajar todos los días excepto los jueves por
la tarde. —Era el único día que podía ver a Jude.
La sonrisa de Karin se ensanchó.
—Excelente. Haré la llamada.
—Por favor, Cassie, no estoy segura que esta sea la mejor
jugada...
—¿Tienes algo más que ofrecerme? —pregunté un poco más fría
de lo que pretendía. Estaba claro que no era el trabajo ideal, pero era
un montón de dinero y, si la zorra rubia tenía razón, estaban lo
bastante desesperados como para que no les importara que yo fuera
la hija de los monstruos de Riverside.
Ella negó con la cabeza.
—El hombre es malo. Las otras candidatas estaban aterrorizadas.
Me encogí de hombros.
—Al menos salieron vivas, es más de lo que mis padres le
hicieron a la gente. Y en serio, ¿la forma en que me criaron? Fueron
mezquinos, fríos, despectivos. Estoy lo suficientemente preparada y
desesperada para lidiar con un viejo horrible—. ¿Cómo se llama el
tirano?
Se reclinó en su silla, sabiendo que había perdido la batalla.
—Nos contrató un consorcio con sede en la ciudad. —Sacudió la
cabeza—. Las otras mujeres nunca se quedaron el tiempo suficiente
para conocerlo y... —Se encogió de hombros—. Francamente,
supongo que es un accionista viejo y medio loco que quieren
mantener oculto.
Hice una mueca.
—Es una imagen encantadora.
—Me gustaría que lo reconsideraras, Cassie.
Negué con la cabeza.
—No puedo, esto es demasiado importante.
Asintió antes de volverse hacia Karin, que acababa de colgar.
—Te han aprobado el jueves por la tarde. También tienes los
domingos. Te esperan mañana a las nueve en punto.
Asentí con la cabeza. Era antes de lo que esperaba, pero cuanto
antes empezara, mejor sería.
—Patty te imprimirá la dirección y la descripción del trabajo.
Intenta no salir corriendo.
Perra. —Haré lo que pueda.
La señora Lebowitz perdió toda jovialidad mientras imprimía los
documentos y tomaba mis datos, incluida una copia de mi carné de
conducir y mi número de la seguridad social para preparar todo el
papeleo.
—Estaré bien —le dije una vez que terminamos—. No es para
siempre.
Me dedicó una pequeña sonrisa.
—Es solo que, eres una chica muy dulce, Cassie, y he oído que
este hombre es una fiera.
Me encogí de hombros.
—¿Quién mejor que la hija de monstruos para tratar con una
bestia? —Cogí la carpeta y hojeé rápidamente la interminable lista
de obligaciones antes de mirar la dirección. —¿Ridgepoint? —no
pude evitar preguntar.
Ni siquiera sabía que hubiera casas tan altas. Estaba en las
montañas, lejos de todo. Era un pequeño problema, ya que tardaría
unos treinta minutos en volver a la ciudad para ver a Jude.
—Eso está lejos... —admití, de repente ya no tan segura.
—Tienes acceso a un coche —se apresuró a explicar Karin, al ver
que mi determinación flaqueaba—. Puedes cogerlo siempre que lo
necesites.
Respiré hondo.
—Bien, no hay problema. Le diré a mi amiga que me lleve por la
mañana. —Miré a Karin—. Gracias por tu ayuda —añadí con
bastante desgana, sabiendo que sus acciones habían sido impulsadas
por una cuantiosa comisión y nada más.
—Seguiré buscándote —continuó obstinadamente la señora
Lebowitz—. Tan pronto encuentre algo adecuado, te llamaré.
Podría haberle dicho que no se molestara, que apenas recuperara
a mi hermano me iría de esta ciudad para siempre y no volvería a
mirar atrás, pero era una mujer encantadora y no quería preocuparla
más de lo que ya estaba.
—Perfecto, sí, hagámoslo. Hasta pronto.
—¡Llámame si necesitas algo! —gritó justo cuando la puerta se
cerraba tras de mí. Me despedí de ella con la mano y caminé mucho
más ligera hacia la parada del autobús, con la carpeta sujeta contra el
pecho.
Tenía un trabajo, con un sueldo astronómico y sin gastos de
manutención. ¡Era casi demasiado bueno para ser verdad! ¿Y si el
hombre era una bestia? La Sra. Lebowitz se había equivocado, la
niña inocente que había sido antes de la detención de mis padres
había muerto y desaparecido. Ya no era blanda. Había recibido tanto
odio en los últimos meses... Era suficiente para insensibilizarme y
hacerme tan fuerte como necesitaba ser.
Me burlé internamente. ¡Adelante, bestia, esta chica puede
soportarlo!
CAPÍTULO 3

C ie

—No estoy segura que esto me guste, Cassie. —La señora


Broussard se inclinó hacia delante en su asiento e hizo una mueca,
mirando la austera verja metálica negra y el enorme muro gris
cubierto de musgo.
La finca era tan grande que apenas podíamos distinguir la
oscura mansión victoriana de estilo gótico al final del camino de
grava.
Se veía tan austera y poco atractiva como la puerta y el hombre
que vivía en ella.
—No pasa nada, solo es un anciano. —No le había contado toda
la historia, que no sabía quién era mi jefe, ni que siete mujeres habían
huido, pateando y gritando de la casa.
—Puedes quedarte conmigo más tiempo. No hay prisa —insistió
ella.
Pero no podía. Claro que no podía. No podía seguir siendo un
peso para ella y que la gente la tratara mal solo porque me mostraba
amabilidad. También tenía que seguir adelante y hacer lo que
pudiera por Jude ahora, antes que perdiera la poca inocencia que le
quedaba.
—Estoy bien. Es una oportunidad para mí. —Esperaba que mi
sonrisa pareciera genuina mientras alcanzaba el picaporte de la
puerta—. Será mejor que toque el timbre antes que sea demasiado
tarde.
Apenas toqué el timbre, la cámara fijada a la pared se volvió
hacia mí.
—¿Sí?
—Soy Cassie West. Estoy aquí para...
—Por favor, cojan sus pertenencias y diríjanse a la entrada, les
acompañarán dentro. —La voz era joven, aguda, autoritaria. Por
alguna razón, no era el tipo de voz que esperaba.
Me volví hacia el coche y la señora Broussard, que seguía
mirándome con curiosidad.
—Mi amiga me ha traído... —comencé.
—Tu amiga no puede entrar en el recinto, solo usted. Coja sus
pertenencias y diríjase a la puerta lateral. —La orden en su voz no
dejaba lugar a discusión.
—Por supuesto. —Me volví hacia el coche con una sonrisa en la
cara.
Abrí la puerta del copiloto y me incliné hacia dentro.
—Ahora voy a coger las maletas y voy a ir andando, ¿vale?
Frunció el ceño.
—Está lejos, Cassie, y tus maletas no son pequeñas.
Suspiré. Tenía que ser sincera con ella.
—Son muy estrictos con la seguridad, no quieren dejarte entrar.
Frunció el ceño.
—¿Por qué no?
Sacudí la cabeza.
—No importa. Necesito este trabajo y si son estrictos con la
seguridad, ¿quién puede culparles?
Suspiró rendida.
—Prométeme volver si pasa algo. No me importa que pienses
tontamente que eres un peso para mí. No lo eres.
—Lo prometo. Te llamaré.
Cogí mis dos maletas del maletero y las llevé rodando hasta la
pequeña puerta lateral, que se abrió en el instante que me detuve
frente a ella.
Me di la vuelta y saludé a la señora Broussard antes de hacer
rodar mis maletas sobre los guijarros blancos. Agradecí llevar
zapatos planos porque el largo camino y los guijarros que se
atascaban en las ruedas de las maletas me dificultaban mucho tirar
de ellas.
Cuando llegué a las escaleras de piedra gris y a las puertas
negras, era un desastre sudoroso y sin aliento.
Llamé al timbre y la puerta se abrió inmediatamente por un
hombre mayor de cabello gris, y traje negro.
¿Me estaba esperando detrás de la puerta?
—Señorita West. —Se movió de su sitio en la puerta,
invitándome a pasar con un gesto de la mano—. Deje las maletas en
el vestíbulo, se las llevarán a su habitación.
Este hombre parecía bastante mayor que el que había
respondido en la puerta.
—Le haré un recorrido y le recordaré algunas normas que ya
debería conocer. Recuérdelas.
—De acuerdo, pero siempre puedo volver a preguntarle, ¿no? —
Ese hombre era un engreído, pero tener una red de seguridad, por
fina que fuera, era mejor que nada.
—No, no estoy trabajando aquí. Me pusieron aquí porque
parecía... difícil encontrar una nueva ama de llaves. Me iré en cuanto
terminemos.
Parecía complacido con eso y no podía culparlo si el interior de
la casa, que era simplemente deprimente, reflejaba a las personas
que vivían en ella. Si no estuviera desesperada, yo también me iría.
Se parecía demasiado a una película de terror para mi gusto, pero la
desesperación era algo curioso, te hacía desdeñar muchas cosas.
¡Jude te necesita para conseguir ese sueldo de 6.000 dólares al mes!
Suspiré. —Bien, estoy lista para beber de tus palabras.
Me lanzó una mirada de soslayo, pero siguió caminando.
—Eres libre de entrar en cualquier habitación de la planta baja y
del primer piso. Las habitaciones a las que no debes acceder están
cerradas. Sin embargo... —Dejó de caminar y se volvió hacia mí—,
Nunca debes subir al segundo piso bajo ninguna circunstancia. —Si
antes me parecía severo, no era nada comparado con el aspecto que
tenía ahora.
—¿Por qué? ¿Qué hay en el segundo piso? —pregunté, lanzando
una mirada curiosa hacia la escalera de madera oscura cubierta de
moqueta roja.
—Nada que te interese. —La oscura advertencia en su voz me
hizo temblar—. Continuemos. —Me hizo un gesto para que
avanzara.
Entramos en una cocina que, a pesar de ser espaciosa, era más
pequeña de lo que había previsto para una casa tan grande. Tenía un
aire hogareño que no se reflejaba en los pasillos y en un par de
habitaciones que me había señalado.
La cocina era cuadrada, con una isla en el centro y una mesa
rectangular de madera con seis sillas.
Era una cocina preciosa, no me malinterpretes, con un frigorífico
americano gigantesco, dos hornos, una cocina de seis fogones y más
armarios de madera que ahora mismo no podría contar, pero me
gustaba la sensación que daba esta cocina. Era cálida, con azulejos
blancos y amarillos a prueba de salpicaduras con un dibujo de
girasoles rodeando todo el lado izquierdo. Las enormes ventanas
que daban a un jardín gigantesco aportaban mucha luz a la
habitación.
—Es una cocina preciosa —comenté, sabiendo que disfrutaría
pasando tiempo en esta estancia.
El hombre mayor asintió.
—Cierto. —Señaló a la izquierda, a la puerta junto a la nevera—.
Por aquí tiene la despensa, el lavadero y la puerta del jardín. Por
favor, mire lo que necesite, las entregas de comida vienen el mismo
día que el equipo de limpieza: los martes y los viernes.
—Así que no tenemos mucho contacto con el exterior. —Era
realmente extraño ver lo solitario que podía ser este anciano. —¿Hay
algún otro personal interno?
—El personal de seguridad, sí. No es algo que esté en libertad de
discutir con usted.
Fruncí el ceño. ¿Personal de seguridad?
—No he visto a nadie.
Se enderezó.
—Y así es como debe ser. Otra regla fundamental que hay que
respetar, no interactúes con el amo a no ser que él lo haga contigo.
No hagas de tu presencia una molestia, y no interactúes con él ni con
ninguno de sus miembros de seguridad.
—¿Y quién es el amo? —Decir esta palabra era difícil, sonaba
como si acabara de entrar en algún tipo de espectáculo victoriano. —
¿Necesita alguna atención en particular? ¿Médica o de otro tipo?
El mayordomo o lo que sea... Llamémosle ‘Jim el Engreído’ me
miró críticamente.
—De nuevo, esto no es algo que corresponda a su función. Está
aquí para garantizar el buen funcionamiento de la casa. Que el
equipo de limpieza haga su trabajo, que la casa esté abastecida de
comida, que, si alguien viene a la propiedad, te ocupes de ellos y de
cualquier petición que te hagan a través del HCS.
¿Era tonto o lo hacía a propósito? —¿HCS?
Suspiró. —¿Has leído el dosier que te han dado?
—Sí, pero fue ayer y... —Fue mi turno de suspirar. Dame un
respiro, hombre.
—Sistema de comunicación doméstico. —Señaló la pantalla que
había en la pared junto a la entrada—. Cualquier tarea solicitada que
no esté prescrita en su horario diario típico estará disponible aquí.
Hay otra en la primera planta. Funciona en ambos sentidos. Si
necesitas algo o si hay una emergencia, puedes ponerte en contacto
con el amo, que te responderá si procede. Por favor, utilice el sistema
solo si es absolutamente necesario. No moleste, no hable con el amo
ni con el personal de seguridad si no es directamente —repitió.
¿Como en 1683? Asentí con la cabeza. ¿Podría ser más raro?
—¿Es el amo? —Síp, sigue siendo raro decirlo—. ¿Sabe que necesito
los jueves por la tarde libres?
—Sí, esto ha sido aprobado. —Me hizo un gesto para que saliera
de la cocina—. Por favor, continuemos la visita. Tendré que irme
pronto, es un largo viaje de vuelta a la ciudad.
Lo seguí en silencio hasta una habitación que parecía ser en parte
biblioteca y en parte comedor.
—Eres libre de leer cualquier libro que desees —dijo,
probablemente notando mis ojos clavados en las estanterías del
suelo al techo llenas de libros—. Pero solo cuando la puerta no esté
cerrada y fuera del horario de comedor. —Miró su reloj—. Harás la
comida y servirás la cena a las ocho en punto de la tarde. Ni a las
siete y media, ni a las ocho y media. Una vez servida la cena —
señaló el interruptor rojo a su izquierda—, encenderás este
interruptor antes de salir de la habitación. Informará al amo que la
cena está servida y encenderá una luz fuera de la puerta. No podrá
volver a entrar en la habitación hasta que la luz vuelva a apagarse.
Asentí, preguntándome por qué el secreto era tan crucial.
—Tendrá que cocinar para cuatro. Las otras porciones se
guardarán en la cocina para los guardias de seguridad, por si desean
comer. —Volvió a mirar el reloj—. El almuerzo debe servirse a la una
en punto.
—Déjeme adivinar, ni las doce y media, ni la una y media. No
estaba segura por qué intentaba hacer humor con un hombre que
muy probablemente estaba muerto por dentro.
Quizá por eso soporta esta casa pensé, observando la habitación
una vez más. Todo era oscuro, la madera, los muebles. Todo era caro
y viejo, pero tan... carente de vida.
El engreído Jim ignoró mi comentario, saliendo ya de la
habitación.
—Venga al primer piso, por favor.
Subimos por la enorme escalera, y no pude evitar mirar hacia
arriba cuando llegamos al primer piso, la curiosidad hundiendo sus
garras en mi cerebro.
La escalera que subía al segundo piso era completamente
idéntica a la que acababa de tomar. No estaba segura de lo que
esperaba después de una interdicción tan ominosa. ¿Dragones?
¿Perros rabiosos tal vez?
Jim se aclaró la garganta y atrajo mi atención hacia él.
Estaba de pie frente a una puerta donde descansaban mis
maletas, mirando hacia la escalera.
—Le aconsejo que no lo haga, esto es lo que les costó el puesto a
algunas de sus predecesores.
—No iba a hacerlo.
—Ajá. —Hizo un gesto hacia la puerta—. Esta es su habitación.
Ahora debo marcharme. No se espera que trabaje hasta la hora de la
cena. Por favor, asegúrese de seguir las normas, tenga en cuenta el
HCS y no debería haber ningún problema. —Inclinó la cabeza—.
Buenos días.
Se dio la vuelta y me dejó allí, frente a la puerta cerrada. Parecía
ansioso por marcharse, algo que tampoco podía reprocharle.
Cuando abrí la puerta de mi dormitorio, me sorprendió lo que
encontré. Era como entrar en otra casa.
Esperaba muebles oscuros, paredes oscuras... básicamente una
celda de monja.
Pero esta habitación era luminosa. Dos grandes ventanales
daban a los jardines. Las paredes y los muebles eran de color crema,
las cortinas y colcha de color melocotón, así como un cómodo sillón
a un lado de la habitación, frente a una chimenea.
La habitación no era excesivamente grande, pero sí fresca y
limpia, y estaba unida a un pequeño vestidor y a un cuarto de baño a
juego de mármol blanco y azulejos de color melocotón.
Dejo que mi mano recorra la bañera de patas de garra que hay en
medio de la habitación y luego la ducha gigante, lo bastante grande
para dos personas.
Metí las maletas en la habitación antes de sentarme en el mullido
colchón, mirando por la ventana.
Decidí que no sería tan malo si cumplía las normas y que en
unos meses podría recuperar a Jude.
Pero la pregunta que no podía dejar escapar era, ¿quién
demonios era el amo de esta casa?
CAPÍTULO 4

Luca

Ignoré los chirridos de mi puerta, mirando por la ventana el


deteriorado cenador del jardín. Era extraño que las cosas se
estropearan tan rápido por falta de mantenimiento.
Dejé escapar una risa sin humor, acariciándome con el índice las
cicatrices de la mejilla izquierda. No solo ocurría con los objetos, yo
también estaba deteriorado.
La puerta se abrió y suspiré. Solo Dom se atrevería a entrar sin
invitación.
—Por favor, siéntete como en casa —dije con fuerte sarcasmo, sin
molestarme en darme la vuelta.
—¿Le enviaste un mensaje para darle las gracias?
—¿Pediste mi opinión cuando le diste la mejor habitación de
invitados?
Dom suspiró y escuché el sonido del cuero cuando tomó asiento
frente a mi escritorio. Había venido para quedarse. A la mierda. Tomé
un sorbo de mi whisky escocés Macallan Millennium 50 años. Antes
no era un gran bebedor, pero las cosas habían cambiado. Al menos
ahora era un borracho con buen gusto.
—Esta casa tiene catorce habitaciones, Luca. Solo tú y yo vivimos
aquí. ¿Cuántos huéspedes hemos tenido en veintisiete meses? Ah, es
verdad. Cero. Entonces, discúlpame por tratar de hacerlo mejor para
ella. No queremos que esta corra.
—¿Por qué no? Tenerte cerca ya es demasiado, ¿y ahora quieres
que charle con la chica?
—Parece agradable.
Sí, lo hizo, joven y refrescante pero también atormentada. Sabía
quién era, la hija de los monstruos de Riverside, y quizá eso la
desesperara lo suficiente como para quedarse un tiempo. Mi tío
estaba harto de tener que contratar gente.
Suspiré y finalmente me giré en la silla, encontrándome a mi
antiguo mejor amigo y actual jefe de seguridad detallándome
críticamente pero también con una preocupación que no conseguía
ocultar por mucho que quisiera, y eso me agravaba. No merecía ni
quería su preocupación.
—Estoy ocupado.
—¿Estás ocupado haciendo qué? —Miró fijamente mi mesa vacía
—. ¿Tragándote el odio y la autocompasión?
—No olvides la autodestrucción —añadí, dando un gran sorbo a
mi bebida—. Es un trabajo a tiempo completo.
Se inclinó hacia delante.
—Son las diez de la mañana, Luca. —Cogió mi vaso—. ¿No es
un poco pronto para destrozarte el hígado?
Gruñí, apartando la mano de él.
—Es mi cuerpo, mi vida. Haré lo que me salga de los cojones.
Eres mi jefe de seguridad, no mi hermano ni mi amigo. Recuerda.
Tu. Lugar —solté.
El dolor brillando en sus ojos oscuros se sumaba al agonizante
peso de la culpa que ya cargaba cada día.
—Solíamos serlo —respondió casi con nostalgia.
—Las cosas cambian, la gente cambia. —El Señor sabía que yo lo
había hecho. No era ni remotamente el hombre que había sido y me
gustaba que fuera así. Pasé de ser el aterrador, guapísimo y adulado
Gianluca Montanari, subjefe de la familia mafiosa más poderosa de
la Costa Este, quizá incluso del país, a la ruina clínica, alcohólica y
bestial de un hombre, basura humana que deseaba que cada uno de
sus respiraciones fuera la última.
Suspiró, poniéndose de pie.
—Creo que iré a darle las gracias si tú no lo haces.
Enarqué una ceja.
—¿Y debería importarme por qué? —Me mofé con una sonrisa
burlona—. ¿Está Domenico colado por Blancanieves? —suspiré,
sacudiendo la cabeza en fingido arrepentimiento—. Si es tan
inocente como parece, dudo mucho que sea para ti. Tus perversiones
son... difíciles de digerir —añadí, sonriendo a mi bebida y
acabándomela de un trago.
Su anterior preocupación y dolor se convirtieron en ira.
—¡Mangia merda e muori! —ladró.
Su anterior preocupación y dolor se convirtieron en ira. —
¡Mangia merda e muori! —ladró.
Come mierda y muere... qué original. Alcancé la botella que había
en el suelo y llené mi vaso.
—Estoy en ello. Adiós.
Se dio la vuelta y salió de la habitación, dando un buen portazo,
por si no sabía lo enfadado que lo había puesto.
Últimamente siempre era así. En realidad, había sido así durante
los últimos años. Pelear con Dom era mucho más fácil que reconocer
el alcance de mis cagadas.

Sacudí la cabeza y miré el portátil cerrado, sobre la mesa... mi


ventana al mundo y a Cassandra West. Llevaba aquí tres días y
había sido la única que había seguido las normas, y tenía que
admitir que su cocina era deliciosa.
Puse los ojos en blanco. ¡Vete a la mierda, Dom!
Abrí el portátil e inicié sesión en el HCS.
‘Gracias por las comidas, han estado deliciosas. Especialmente
la tarta de fresa’.
Dejo que mi dedo planee sobre el botón de enviar. ¿Debería
hacerlo? Le habían pagado por ello, y con creces, debo añadir. ¿Por
qué tenía que darle las gracias por algo que era literalmente su
trabajo? Llevé el dedo al botón de borrar, pero no pude pulsarlo.
Puse los ojos en blanco y pulsé ‘Enviar’ antes de pensármelo
mejor. ¿Por qué había escuchado a Dom?
La respuesta llegó casi de inmediato, como si hubiera estado
esperando frente a la pantalla. Quizá se aburría.
Gracias. No estaba segura lo que te gustaría. Me alegro que la
hayas disfrutado. Estoy preparando la lista de la compra, ¿hay algo
más que te gustaría comer?
Negué con la cabeza. El antiguo Luca habría respondido ‘tu coño’
en un instante y habría visto adónde nos llevaba eso... que estaba
seguro habría sido a ella, desnuda y mojada, sobre la mesa de la
cocina y a mí devorándola como si fuera mi última comida.
Mi polla se agitó y miré hacia abajo, sorprendido. Hacía tiempo
que mi polla no salía de su prolongado coma. Normalmente estaba
con respiración asistida, igual que yo, sin sentir nada excepto mi
constante odio hacia mí mismo. Eso era lo que pasaba cuando eras
un auténtico muerto viviente.
Cualquier cosa, no me importa.
Oh, de acuerdo. Tienes una casa preciosa y los jardines son
increíbles. He estado explorando.
Lo sabía, por supuesto, no había nada en esta finca de lo que yo
no estuviera al tanto.
Suspiré y me levanté, tambaleándome un poco. No iba a charlar
con ella. Apenas soportaba las charlas con Dom, no iba a charlar con
Astraea, diosa de la inocencia.
Me rasqué la barba al girarme hacia la ventana y, por primera
vez, me fijé en mi reflejo. Había quitado todos los espejos a los que
tenía acceso, no necesitaba que me recordaran en quién me había
convertido. ¿Cuánto hacía que no me miraba? ¿Seis meses? ¿Un año?
No estaba seguro, pero no lo suficiente.
La barba y el cabello largo no ocultaban quién era, lo que había
hecho. Llevaba mi vergüenza, mis pecados en la piel, y no había
forma de olvidarlo, ni de superarlo …aunque tampoco quería
hacerlo.
Arabella. Se me estrujó el corazón al sentir una oleada de náuseas.
¿Fue el alcohol o la culpa? No estaba seguro, probablemente un poco
de ambas cosas.
Mi teléfono sonó sobre en el escritorio. Había olvidado apagarlo
después de pedir una caja de whisky.
‘Envío a Savio’. Supuse que ignorar a mi tío durante seis
semanas había sido forzarlo.
Jódeme.
Savio, mi estúpido primo, recién autoproclamado subjefe de la
familia. El músculo perfecto de mi tío. Siempre había sido envidioso,
celoso y colérico, como el resto de nosotros, pero era demasiado
estúpido para ir a por lo que quería.
Tras mi accidente que me dejó incapacitado en más de un
sentido y el asesinato de mi padre unos meses más tarde, mi tío
Benny se puso al frente de la Famiglia y a mí me daba igual quién se
hiciera cargo. Toda la famiglia podría haber desaparecido por lo que
me importaba. Savio era ahora el subjefe y un grano en mi puto culo.
Yo no lidiaría con toda su falsa solicitud y su mierda de estilo
Hallmark. ‘El tiempo cura todas las heridas, Gianluca’, ‘Son inmortales en
tus recuerdos’... Vuélame la tapa de los sesos y ahórrame más
discursos
Cogí el teléfono y llamé a mi tío.
—Sabía que ese mensaje llamaría tu atención —anunció con
gravedad.
—¿Qué quieres? No me gusta que me amenacen.
—¿Te tomas la visita de tu primo como una amenaza? —Soltó
una risita baja. —Eso no es muy amable.
—No soy amable. ¿Qué quieres? Tengo cosas que hacer. —Beber
hasta dormirme.
—¿Es esa forma de hablarle a tu tío? —preguntó, con frialdad
matizando su tono.
Sabía que quería decir, ‘¿Es esa una forma de hablar con tu jefe?
Pero no podía porque, pasara lo que pasara, yo seguía siendo el
heredero legítimo. Podía ir hasta allí y echarlo del trono si quería,
pero no me importaba, ni siquiera un poco. Podía quedárselo.
Simplemente suspiré. No iba a entretenerle ni a él ni a su ego. Iba
a esperar a que dijera lo que tenía que decir.
—Solo quería recordarte que no la asustes. Hemos tocado fondo
con esta. Apenas es adulta. Si esta huye, no enviaré más a Stewart.
Tendrás que valerte por ti mismo —me advirtió.
¿De verdad creía que me importaba? —Entendido.
De repente escuché música de fondo durante un par de
segundos y supe que no estaba en las oficinas habituales de
Montanari, sino en las del club de striptease. Puse los ojos en blanco,
aquello era el tío Benny al uso.
—¿Algo más?
—La famiglia se reunirá la semana que viene. Sería bueno que te
unieras.
Tuve que reírme. No era divertido, sino oscuro, frío y roto, como
yo.
—¡Dios, no se me ocurre nada peor! No y finjamos que lo hice. —
Sacudí la cabeza. La mitad de la familia me odiaba, la otra mitad me
compadecía.
—Al menos piénsalo, figlio.
Quería decirle que yo no era su hijo, que era huérfano, en gran
parte por mi propia mano.
Volví a suspirar. Parecía ser mi única forma de comunicación
estos días.
—No lo haré. Y por favor, llama solo cuando sea importante.
Adiós.
Colgué antes que intentara seguir parloteando inútilmente.
Salí de mi despacho y caminé descalzo hasta mi habitación. Ni
siquiera estaba seguro por qué me molestaba en salir de mi
habitación durante el día. Di unos pasos y me detuve. Fruncí el ceño,
caminé suavemente hacia el lado de las escaleras y escuché.
Estaba tarareando. No reconocí la melodía, pero me pareció una
canción de cuna, dulce, suave, reconfortante, como probablemente
era esta mujercita de voz dulce.
Sabía que había aceptado el trabajo por desesperación. Estaba
seguro que después que la séptima zorra entrometida abandonara el
lugar, estaba acabado, tardé semanas en encontrar un sustituto y
entonces apareció ella.
Ella no pertenecía a este lugar, en mitad de fantasmas, dolor y
culpa, pero aquí estaba, reavivando una chispa de vida que no
estaba seguro de merecer.
No seas absurdo. Si te viera, huiría. Como hizo la número tres... ¿o fue
la cuatro? Sacudí la cabeza. Dom había estado seguro que había sido
mi actitud feroz la que la había hecho huir y no mi aspecto bestial.
Yo no estaba tan seguro y no me importaba, esta casa no era para los
débiles de corazón.
Dime, Cassandra West, ¿has venido para quedarte?
CAPÍTULO 5

C ie

Una cosa era cierta, esperando lo peor de este trabajo, en


realidad me sorprendió gratamente.
Era cierto que me sentía inmensamente sola en esta gran casa,
pero al menos no era el infierno que la señora Lebowitz estaba
convencida que era y la había llamado para decírselo. También había
llamado a la Sra. Broussard para tranquilizarla y tener algún
contacto humano
Realmente parecía que esta casa funcionaba en un plano
diferente. Había visto al personal de seguridad desde lejos, en el
jardín, mientras recorrían el recinto. También había visto a uno de
ellos por la casa un par de veces, pero de refilón. Solo sabía que era
alto y musculoso, moreno y con perilla.
Incluso me había alegrado cuando vi llegar el coche del personal
de limpieza el martes, pensando que podríamos estrechar lazos y
charlar, siendo ambas personal de la casa, pero eso también había
sido un error.
Las cuatro mujeres llegaron y se pusieron a trabajar. Si no fuera
por los rápidos saludos, me habría creído invisible. Eran eficientes,
se movían con precisión militar, habían hecho toda la casa, incluido
mi dormitorio, en menos de cuatro horas.
Pero hoy estaba contenta. Iba a ver a Jude y no tendría que
enfrentarme a la gente, ya que me habían permitido coger el coche
del personal, un bonito Chevrolet Spark.
Echaba mucho de menos a mi hermano y, a pesar de las
pequeñas llamadas que Amy nos ayudaba a colar aquí y allá, vivía
para esas tardes de jueves.
Estaba lista para irme, con mi bolso al hombro, pero me detuve
ante el HCS. Esa había sido la única regla que había roto. Le estaba
enviando un mensaje a él, el misterioso propietario de esta lúgubre
casa. No me había contestado desde la primera vez y, sin embargo,
seguía mandándole mensajes. No sabía muy bien por qué. Cuanto
más lo hacía, menos creía que me respondería, y sin embargo lo
esperaba. Me sentía tan sola que cualquier tipo de conexión, incluso
a través de una pantalla, sería bienvenida.
Todavía no me había dicho que dejara de molestarlo, así que una
parte de mí pensó que le gustaba recibir mis mensajes aleatorios y
eso me hizo sonreír, sobre todo porque ayer lo había molestado
durante un par de horas diciéndole que me encantaría rehacer su
jardín y que la jardinería siempre había sido una de mis pasiones.
Voy a ver a mi hermano. ¿Necesitas que te traiga algo?
Aparecieron los dos tics, recibí y leí. Esperé un minuto.
Me voy a la tienda de golosinas a comprar mi peso en caramelos
y me los comeré descaradamente en mi habitación. ¿Quieres? El
doble tic apareció sin respuesta. Vale, está bien. Elegiré por ti.
Volveré sobre las seis. También traeré comida para llevar, así no
tendré que cocinar.
Todos los pensamientos sobre la mansión aislada y el dueño
ermitaño se desvanecieron cuando aparqué en el Hogar donde se
alojaba Jude.
—Tienes buen aspecto —anunció Amy al venir a buscarme a la
recepción.
Asentí.
—Ahora tengo trabajo. Me pagan muy bien. Pronto podré
conseguir tener a Jude.
—Sí, te ayudaré. Tu hermano siempre habla muy bien de ti.
Cada vez que habla de ti, a mí y a los demás trabajadores sociales
nos queda claro que siempre has sido una madre para él. —Sonrió—.
No creo que recuperarlo sea un problema una vez que puedas
demostrar autonomía económica.
Me dirigió a la sala de visitas y me señaló una de las sillas de
plástico.
Eché un vistazo a la sala, con sus paredes blancas, los carteles
que pertenecen más a una sala de espera de los ochenta que a este
lugar, las sillas de plástico naranja neón, convencida que habían sido
creadas para incomodarte tanto que no te dieran la bienvenida.
—¿Crees que podré sacarlo pronto?
Me dedicó una pequeña sonrisa.
—Lo solicité, pero ya sabes. Mientras las autoridades no lo
autoricen totalmente...
—Pero... —Sacudí la cabeza, respirando hondo. No podía
descargar mi frustración con Amy, ella había estado de nuestro lado
desde el principio. Me había dicho que su principal objetivo era
mantener a nuestra familia unida y a Jude en el sistema el menor
tiempo posible—. Me dijeron que estaba limpia, incluso se
disculparon. —Cosa que yo sabía que no era común.
Ella asintió.
—Sí, lo hicieron. Es obvio que no hiciste nada, pero la
burocracia... —Puso los ojos en blanco—. Una vez que el informe
llegue a la mesa de mi jefe, te prometo que se lo haré llegar al juez de
familia con carácter prioritario para que tengas más derechos. —Me
sonrió—. Aunque tengo que admitir que supervisar tu visita es lo
mejor de mis días. Tanto amor.
El corazón se me estrujó dolorosamente en el pecho. Jude era la
persona que más quería en el mundo.
—Volvemos enseguida —dijo antes de desaparecer tras la
puerta.
Me acerqué a la puerta, no quería perder ni un segundo más con
Jude sentándome al final de la mesa.
Nada más entrar, su cara se llenó del mismo regocijo que seguro
reflejaba mi cara al verlo.
Corrió hacia mí y me abrazó con fuerza.
—¿Cómo estás, colega? —le pregunté, pasando la mano por su
sedoso cabello.
Levantó la vista, sin dejar de rodearme con los brazos, y estudié
su rostro. El moratón de la semana pasada había desaparecido y no
tenía ninguna marca nueva.
—Estoy bien, aquí no se está tan mal. La escuela va bien.
Estamos haciendo un volcán en ciencias.
—¿Ah sí? —pregunté, tratando de poner toda la emoción que
pude en mi declaración. Debería haber sido yo quien le ayudara con
sus experimentos científicos. No, debería haber sido el trabajo de tus
padres, ya sabes, los asesinos sociópatas.
Asintió, soltándome por fin, y me incliné para besarle la
coronilla.
—¿Cómo va el trabajo? —preguntó mientras nos sentábamos
uno al lado del otro. No era una pregunta que debiera preocupar a
un niño de diez años, pero él sabía lo que significaba para nosotros
un buen trabajo.
—Es bueno, realmente bueno. —Al menos no tan malo como
pensaba—. ¡Oh, te he traído algo que te va a encantar! —Eché mano
de mi bolso y recuperé los tres libros que había cogido prestados de
la biblioteca de la casa. Podría comprarle muchos libros cuando
cobrara mi sueldo. ¡Mil quinientos dólares a la semana! Aún me
costaba creerlo—. Los cogí prestados del trabajo, te traeré otros la
semana que viene.
—¡Genial! —Los cogió con impaciencia y los repasó
rápidamente.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Jude siempre se contentaba
con tan poco. Era el mejor niño que había.
Levanté la vista y parpadeé para contener las lágrimas. Solo
tenía un par de horas con él, no podía malgastarlas llorando.
—¿Sabías que el signo del infinito se llama lemniscata? —
preguntó, apoyando la mano encima de los libros.
—No, no lo sabía, pero ahora sí. Gracias.
Jude sonreía. A mi hermano le encantaban las palabras y todo lo
que tuviera que ver con ellas. Los médicos habían dicho que estaba
dentro del espectro autista, en un nivel muy bajo, pero el uso de
palabras y los juegos de palabras eran su mecanismo de
supervivencia. Mis padres se habían enfadado con él cuando
descubrieron que mi hermano estaba ‘roto’. Era raro viniendo de
asesinos sociópatas.
Respiré hondo, intentando ahuyentar los pensamientos sobre
mis padres. No quería que arruinaran ni un minuto más de mi vida.
—Entonces, ¿a qué quieres jugar hoy? —le pregunté, mirando las
pequeñas estanterías marrones contra la pared que contenían juegos
de mesa muy usados.
—¿Scrabble?
Sonreí y asentí. ¿Qué niño de diez años elegiría el Scrabble? Mi
hermano pequeño, amante de las palabras.
Jugamos durante más de una hora mientras lo escuchaba hablar
de sus nuevos amigos y del colegio. En cierto modo, era bueno saber
que no era tan desgraciado como me temía.
Amy se quedó sentada en silencio, jugando con su teléfono.
Y una vez más, mi tiempo con Jude terminó mucho antes de lo
que esperaba. El tiempo siempre pasaba volando cuando estaba con
él.
Siempre fue tan difícil dejarlo ir, poniendo mi cara de valiente.
Lo echaba tanto de menos.
—Te quiero, Cassie. Gracias por los libros —dijo abrazándome.
Le besé la parte superior de la cabeza.
—Yo también te quiero, bicho Jude. Pórtate bien, ¿vale?
Me dedicó una amplia sonrisa, mostrándome el adorable hueco
entre sus dientes delanteros antes de desaparecer en la sala de estar.
Volví a sentarme, dejando por un momento de lado mis
bravatas.
—Te lo prometo, está bien —dijo Amy tranquilizándome,
acercándose a mí y apretándome el hombro—. No digo que no te
eche de menos, porque sería mentira, pero está bien.
Asentí.
—Está acostumbrado a contentarse con poco. Nuestros padres
nunca nos quisieron, nunca nos mimaron. —Suspiré—. Jude no
debería estar acostumbrado a eso.
—Lo estás compensando con creces.
—Eso espero.
—Entonces, tu trabajo...
La miré interrogante. Sonaba tentativa, incómoda... tan poco
habitual en ella.
—¿Sí?
—La Sra. Lebowitz me dijo que trabajas como ama de llaves en
Hartfield Manor.
Fruncí el ceño.
—Declaré eso a los servicios sociales... Me dijeron que buscara
trabajo, ¿este trabajo no es adecuado?
—¡No, no, lo es! —se apresuró a decir, levantando las manos en
señal de rendición—. No te lo pido como trabajadora social, sino más
bien como amiga preocupada.
¿Amiga? Me pareció un poco exagerado, pero hizo tanto por
nosotros que no pude decir nada.
—Vale... —interrumpí, poniéndome de pie y cruzando los brazos
sobre el pecho.
—Es que hay muchos rumores sobre el lugar. No sé hasta qué
punto son ciertos, pero... —Se encogió de hombros—. Estoy
preocupada por ti.
Puse los ojos en blanco. Me sentía como si estuviera discutiendo
de nuevo sobre demonios y fantasmas con la señora Broussard.
—¿Qué has oído? —Para ser justos, quería saberlo porque aún
quería averiguar quién era mi recluido patrón.
—Mafia —dijo, con las mejillas enrojecidas por lo absurdo de sus
palabras.
—¿Mafia? —repetí. Vale, eso no me lo esperaba.
Hizo una mueca de dolor.
—Eso es lo que se ha dicho siempre y ¿conoces el Reststop?
Asentí con la cabeza. El Reststop era una pequeña cafetería
panorámica que había a un lado de la carretera cuando subías a la
cima de Ridgepoint. Era precioso. El Reststop era de cristal y ofrecía
unas vistas impresionantes de la montaña y el lago.
—El dueño dice que solía ver coches negros caros con los
cristales tintados subiendo por allí y, un par de veces, hombres
parados en el café, vestidos con trajes de diseño y con gafas de sol.
—Sacudió la cabeza—. No puedes decirme que eso no es raro.
—No —admití—. Pero las palabras clave aquí son ‘solía’. —
Suspiré—. Solo llevo allí una semana pero no hay nada que decir, el
sitio es aburridísimo. —Esto tampoco tenía sentido, ya que el primer
día me desperté con un acuerdo de confidencialidad sobre la mesa
de la cocina que debía firmar y dejar junto a su almuerzo de ese día.
—Sí. —Hizo un gesto despectivo con la mano—. Probablemente
sean historias estúpidas.
—Sí. —Probablemente. Miré mi reloj—. Tengo que volver, necesito
hacer unas compras y tengo bastante camino.
Me acompañó a la puerta en silencio.
—Te llamaré con Jude esta semana.
—Gracias, Amy, de verdad.
Mientras paraba en la pizzería a recoger la cena y en la tienda de
golosinas usando el dinero para gastos menores que había para mí
en la casa, no podía dejar de pensar en lo que me había dicho Amy.
Tal vez era verdad, tal vez mi jefe era un viejo mafioso. Eso
explicaría la seguridad en la casa. Solo esperaba que, si era cierto, no
me impidiera recuperar a Jude.
Volví a la casa vacía y tranquila y metí las pizzas en el horno
para que se calentaran mientras comía un número bastante insano
de dulces.
No estaba segura qué tipo de pizza le gustaría, así que le preparé
un plato con varias, e incluso le di dos porciones de mi favorita, piña
y jamón. Esperaba que no se enfadara por la cena, técnicamente no
debía proporcionarle comida los jueves ni los domingos.
Dejé la comida en la habitación, pero solo después de pulsar el
botón para llamarle a cenar me di cuenta que había dejado el libro
que estaba leyendo en la mesa auxiliar.
Suspiré y me apresuré a entrar en la cocina para cenar. Eché un
vistazo a la cocina, pensando una vez más en lo que Amy me había
dicho sobre esta casa.
Era cierto que, a pesar de esta luminosa cocina decorada con
girasoles y de mi dormitorio, todas las habitaciones en las que había
estado eran oscuridad y penumbra, los jardines dolorosamente
desnudos y el cenador del centro desconchado y podrido. Pero todo
esto decía vieja casa familiar descuidada, no mafia.
Puse los ojos en blanco. Yo era Cassie, la experta en mafia. ¿Qué
era una casa de la mafia? Había visto El Padrino demasiadas veces.
Terminé mi segundo trozo de pizza y me di cuenta que el kilo de
dulces que había comido antes había sido un error.
Ah, más para la seguridad, supongo.
Volví al salón y me sorprendió ver la luz ya apagada. Nunca
había comido tan rápido.
Entré y me detuve apenas cerré la puerta tras de mí. La
atmósfera de la habitación era pesada, el estómago se me llenó de
plomo... No estaba sola.
—No acepto ladrones en mi casa.
Jadeé, volviéndome hacia la voz profunda y grave. Apenas
podía distinguirlo en las sombras, entre la chimenea y las
estanterías, pero era alto y ancho, y llevaba una sudadera negra con
capucha, que le hacía formar parte de las sombras.
Di un paso instintivo hacia delante.
—¡Quédate donde estás! —ordenó fríamente, haciendo que el
corazón me retumbara en el pecho de miedo y aprensión. No podía
permitirme huir y, sin embargo, la necesidad de hacerlo era casi
abrumadora.
Di un pequeño paso atrás.
—Devuelve lo que robaste.
Negué con la cabeza.
—Yo no he robado nada.
—Los libros —continuó, su tono uniforme y a la vez tan frío que
me cortó como un cuchillo.
—¿Qué libros? —Ahora estaba tan ansiosa que apenas podía
pensar. Sentía que un sudor frío se me formaba en la nuca y me
recorría la columna. Era un nivel de ansiedad que no había sentido
desde aquel día con el FBI.
—Hoy, te fuiste con tres libros. ¿Dónde están?
—Me dijeron que podía utilizar la biblioteca como quisiera. —
Me volví hacia la mesa y el ejemplar de El corredor de cometas había
desaparecido.
—Usar no significa robar, vender o... Voy a tener que despedirte.
A pesar del miedo que sentía ahora al enfrentarme a esta sombra
aterradora, no era nada comparado con la desesperación que me
producía la idea de perder este trabajo. No era una opción, era mi
única solución rápida para recuperar a Jude.
—No, por favor, señor. Necesito este trabajo. —Odié cómo mi
voz se quebraba mientras mis ojos se llenaban de lágrimas. —Yo no
robé esos libros, los tomé prestados. Verá, mi hermano pequeño está
en los servicios sociales y le encanta leer. Está obsesionado con las
palabras y estos libros estaban en inglés antiguo. Me los devolverá el
jueves que viene y ya no le llevaré ninguno. —Solté un sollozo y
Señor, fue vergonzoso. —No soy una ladrona.
—Lo llevas en la sangre.
Ah, él sabía quién era yo, y era un imbécil gigante.
Su comentario mezquino de alguna manera cambió mi miedo a
ira. Eso fue un golpe bajo mezquino.
—¿Entonces estoy despedida? —pregunté, cruzando los brazos
sobre el pecho.
Permaneció en silencio durante un rato, limitándose a ser una
sombra fantasmal en un rincón.
—Deja de romper las reglas.
—¿Incluso enviarte mensajes? —Lo intenté.
—Especialmente enviándome mensajes. Pensé que mi falta de
respuesta mostraría mi falta de interés. —Se dio la vuelta para
marcharse.
—Espera, ¿me devuelves el libro?
Se detuvo, dándome la espalda.
—No, este libro es mío.
Era un ejemplar bien leído de El corredor de la cometa, un libro
corriente. No tenía nada de especial.
—Pero yo estaba...
—He dicho que no —respondió antes de salir de la habitación.
¡Idiota!
Pero ahora sabía que el dueño no era ni viejo ni frágil. No podía
ver mucho de él, pero parecía alto y ancho incluso en la oscuridad y
su voz grave y rasposa era la misma que escuché el primer día y
aquella era una voz realmente atractiva.
Puse los ojos en blanco. Realmente no tenía tiempo para
encontrar a nadie atractivo, y menos al ermitaño, un hombre
evidentemente dañado que firmaba mis cheques.
CAPÍTULO 6

Luca

No pretendía interactuar con ella. Solo quería verla sin una


pantalla, verla con mis propios ojos, y sus ojos abiertos y
sorprendidos, su nariz de botón cubierta de pecas que me había
perdido en la pantalla pero que la hacían parecer mucho más joven
de lo que pensaba.
Me arrepentí de haberla reprendido por saltarse las normas
porque, por mucho que odiara admitirlo, estos dos últimos días
habían sido aburridos sin sus mensajes aleatorios. Había sido
exasperante y, sin embargo, dejé que mis dedos rozaran el teclado.
No estaba seguro del motivo por el que le había dicho que no lo
hiciera. No lo había dicho en serio, pero ella me había puesto en un
aprieto y...
—Discúlpate.
Levanté la cabeza y vi a Dom apoyado en el marco de la puerta
de mi despacho. Por muy injusto y cruel que fuera con él, siempre
volvía. No estaba seguro de merecer tanta lealtad.
—¿Qué?
Entró, observando mis dedos apoyados en el teclado. No era
mucho lo que Dom echaba de menos, eso lo convertía tanto en un
aliado fantástico como en un enemigo despiadado.
—La chica. —Hizo un gesto con la cabeza hacia el jardín, donde
supuse que estaba. —Discúlpate con ella.
—¿Por qué iba a hacerlo? —me burlé.
Me dedicó una media sonrisa, robándome un caramelo del tarro
que me había traído.
—Porque fuiste un culo épico con ella.
—¡Puedo ser mucho peor!
Dom arqueó una ceja y soltó una breve carcajada.
—¿Ese es realmente tu argumento?
Me encogí de hombros en silencio.
—Sé que puedes ser peor, diablos, me he llevado la peor parte,
pero ella no lo sabe. Y la llamaste mala semilla, mentirosa y ladrona
en la misma frase. Eso es mucho para asimilar.
—¿Escuchaste la conversación? —pregunté despacio, apenas
creyendo que lo hiciera. Dom sabía cuánto valoraba mi intimidad,
tanto como él la suya.
Resopló.
—¡Puedes apostar tu culo a que sí! Esta casa es mortalmente
aburrida. Ha sido el entretenimiento del año hasta ahora.
—Eres bienvenido a irte si quieres. Nadie te ha pedido que estés
aquí.
Sacudió la cabeza, cogiendo otro caramelo de mi tarro.
—No, pero estoy donde me necesitan, donde debo estar, a tu
lado, hermano, lo veas o no —añadió, cogiendo otro caramelo.
Apreté los dientes.
—La próxima vez que cojas uno sin pedir permiso, te corto la
mano.
—Discúlpate, Luca.
Suspiré. —Bien.
—¿Bien?
Asentí con la cabeza. —Ajá.
—¡Pero tú nunca cedes!
Me recosté en mi asiento. —Lo haré si...
Dom gruñó.
—Debería haberlo sabido.
—Si vas a la reunión de la famiglia la semana que viene.
Dio un paso atrás.
—¿La famiglia? ¿Por qué? Creía que no querías involucrarte más.
Negué con la cabeza.
—No quiero, pero Benny me llamó para invitarme. Creo que era
su forma de asegurarse que no acudiría. Y por eso, necesito que
vayas.
Dom se pasó la mano por el pelo negro y apartó la mirada.
—Solo soy un soldado, Luca. No me corresponde estar en una
reunión con la famiglia.
—Perteneces donde yo diga que perteneces. —Puede que yo
fuera una ruina, pero era Gianluca Montanari, Príncipe de la Mafia,
y lo que yo decía era ley sin importar lo que Benny o los otros
quisieran. Solo Matteo Genovese podría y probablemente no le
importaría lo suficiente.
Dom suspiró.
—Bien, iré. —Hizo un gesto con la cabeza hacia el ordenador. —
Ahora discúlpate.
Suspiré y me volví hacia el portátil.
—Iba a hacerlo de todos modos.
Dom soltó una risita.
—¿Sí? Habría ido a la reunión sin tus disculpas. —Se dio la
vuelta y salió de la habitación.
Imbécil.
Volví a mirar la pantalla.
La próxima vez que pongas piña en una pizza serás despedida.
Esto es un crimen contra la naturaleza.
Pulsé enviar antes de pensármelo mejor.
En la pantalla apareció el aviso de haber visto mi mensaje, pero
no respondió de inmediato. Volví a releerlo e hice una mueca de
disgusto, tenía que trabajar en mis disculpas.
¿Por qué lo harías? Quieres que te dejen morir solo, ¿no? La voz de
mi padre resonó. Se parecía bastante a las palabras que me había
dicho cuando desperté de mi coma de cinco semanas.
‘Deseaba que hubieras muerto junto con ellas, para no tener que volver
a ver tu cara de asesino’, me espetó en cuanto hube recobrado el
conocimiento.
No supe por qué en aquel momento, mi memoria estaba confusa,
pero una vez que recordé... me estremecí. Le di toda la razón.
Un ping me devolvió a la realidad, ella respondió, trayendo un
pequeño resquicio de euforia del que no estaba seguro, tuviera
cabida en mi vida.
La piña es una incomprendida. ¿La has probado?
Una pequeña sonrisa se formó en la comisura de mis labios.
¿Cómo era posible que me hiciera sonreír? Hacía tanto tiempo que
no sucedía.
No necesito probarlo para saber que no va conmigo.
Estoy de acuerdo en no estar de acuerdo.
Me burlé. Ella había lanzado ese fuego, me gustó.
Luego le bajaré unos libros a tu hermano.
¿Por qué?
—Buena pregunta —susurré a la pantalla.
Gracias. añadió unos segundos después.
Miré por la ventana, hacia el decrépito cenador, antes de
volverme de nuevo hacia el ordenador.
¿Te gustaría cuidar del jardín?
¿De verdad? ¡Me encantaría!
Negué con la cabeza, hacía falta tan poco con ella. No podía
imaginar lo que habría hecho falta con Francesca para excitarla
tanto. Diamantes... habrían hecho falta diamantes.
Cogí el teléfono y llamé a la empresa que teníamos contratada
para pedirles que vinieran a hacer lo que les pidiera el ama de llaves.
Sabía que le gustaba pasear por el jardín. Dom y los otros chicos
de seguridad la veían allí a menudo. Era una florista, eso estaba
claro. También por eso sospechaba que le gustaba tanto la cocina.
Era la decoración de mi madre, mi madre... Se me estrujó el corazón al
recordarlo con dolor.
Me levanté y me dirigí a la barra. Ya había estado sobrio
demasiado tiempo. Era hora de adormecer el dolor y los recuerdos.
Después de servirme una dosis triple de whisky, miré el espejo
cubierto por una sábana blanca. Todos los espejos de la casa habían
sido tapados o retirados... bueno, excepto el de las habitaciones en
las que no iba a entrar.
Había intentado conservarlas durante un tiempo, un
recordatorio adicional de mis pecados y crímenes. Cada vez que
miraba mi rostro destrozado, me recordaba las vidas que había
arrebatado.
Tres cicatrices marcaban mi rostro. Rastreé la principal, que iba
desde la sien izquierda hasta la barbilla, bajando por el lateral de la
boca en un mohín perpetuo. Qué apropiado. La segunda me
atravesaba el ojo izquierdo, me cortaba las cejas en dos y bajaba
hasta la mandíbula. Estas dos cicatrices se unían en medio de mi
mejilla formando una X roja y furiosa. El médico dijo que fue un
milagro no perder el ojo. Un milagro, como si lo mereciera. El trozo
de cristal me había dañado un poco la córnea, pero solo me había
reducido la visión en este ojo, obligándome a llevar gafas.
La tercera me atravesó la parte delantera de la oreja izquierda y
bajó por el lateral del cuello, a escasos dos centímetros de la arteria
carótida, otro milagro, según dijeron. Para mí no era más que una
maldición.
Respiré hondo antes de dar un gran sorbo a mi bebida. Suspiré al
notar el calor en el estómago. En unos tragos más, el dolor habría
desaparecido, al igual que mis remordimientos y todo lo que los
rodeaba. Estaba impaciente por sentir el adormecimiento del alcohol,
odiando cada mañana en la que estaba lo suficientemente lúcido
como para sentirlo todo de nuevo.
Rellené mi copa y me dirigí a la sala lateral, la biblioteca
principal, para elegir algunos libros para el niño antes de estar
demasiado borracho y no poder elegir algo apropiado para su edad.
O quizá no debería, quizá debería saber lo jodida que era la vida.
Naces, vives con dolor y, si tienes suerte, mueres pronto.
Negué con la cabeza, el chico estaba en un centro de asistencia
social y sus padres eran asesinos en serie. Ya sabía lo jodida que era
la vida.
Cogí tres libros y miré el ejemplar maltratado de El corredor de la
cometa que me había llevado. No estaba seguro cómo este libro había
logrado aparecer cerca de sus pisos. Lo había leído tantas veces y
odiaba que ella pudiera verlo, que tuviera una visión de mi mente.
Suspiré y lo puse en la parte superior de la pila antes de tomar la
escalera trasera y dejar los libros frente a la puerta de su dormitorio.
Respiré hondo, por imposible que fuera, podía olerla, una
mezcla de melocotón y lavanda, dos aromas que yo no habría
juntado y que, sin embargo, combinaban bien.
Era tan diferente del abrumador perfume caro de Francesca y
mil veces más atractivo.
Sacudí la cabeza, realmente no debería ir allí. Primero, porque no
merecía indultos y segundo, ¿quién querría estar con una bestia?
Volví a mi despacho, cogí mi vaso y me senté detrás de mi
escritorio justo a tiempo para ver aparecer un mensaje.
Disculpa aceptada.
¿Qué iba a hacer con ella?
CAPÍTULO 7

Luca

No estaba seguro cómo había sucedido exactamente, bueno, sí,


en realidad sabía cómo había sucedido. Lo que no entendía era cómo
y por qué había permitido que sucediera. Las charlas diarias con la
fogosa mujer que cuidaba de mi casa.
En realidad, era decente, mejor de lo que esperaba. Se presentó y
la contrataron por desesperación de ambas partes y aun así
consiguió sorprenderme. Cumplía las normas... casi siempre.
Cocinaba bien, mantenía la casa ordenada.
El jueves volvió con los libros que le había dejado a su hermano
y otra pizza, esta vez sin piña. También me trajo un libro y algunos
dulces más. Era algo tan infantil, ¿quién le traía caramelos a un
hombre adulto? Aquella mujer lo hacía y, contra todo pronóstico, me
hizo sonreír, algo que aún me resultaba tan desconocido que me
sentí raro cuando utilicé músculos que hacía tiempo no empleaba.
El libro se titulaba El Recluso y no pude evitar reírme de ello.
Realmente tenía un sentido del humor diferente.
¿Disfrutó con el libro?
No, me resulta demasiado familiar para disfrutarlo. No lo he
leído. Mentiroso. No me gustan mucho los libros. Eso no era una
mentira completa. Al menos no había sido un gran lector antes.
Demasiado ocupado matando gente, follándome mujeres y
consiguiendo todo lo que quería, cuando quería. Pero desde que
decidí exiliarme en medio de la nada, leer, beber y revolcarme en el
odio a mí mismo habían sido mis únicos pasatiempos.
¿Cuántos años tienes?
Suelto una carcajada sorprendida.
Esa pregunta es aleatoria.
No, realmente no. Tú lo sabes todo de mí y yo no sé nada de ti.
Torcí la boca hacia un lado. Sabía que nunca podría pasar nada
entre nosotros, por tantas razones que me habría llevado una
eternidad enumerarlas todas, pero, al mismo tiempo, no me sentía
inclinado a hacerle saber cuánto mayor que ella era yo.
Siguiente pregunta.
*Suspiro pesado* Bien. ¿Por qué has leído El corredor de
cometas tantas veces? Es un libro tan deprimente.
Joder, tenía que ir directa a las tripas.
Gruñí.
Tengo 32 años.
Voy a cumplir veintiún años el mes que viene, respondió como si
se lo hubiera preguntado. Lo sabía todo sobre Cassandra West,
incluso que le resultaba imposible pedir ayuda, para cualquier cosa.
Supongo que se debía a que había sido criada por unos padres
emocionalmente maltratadores, al menos, yo creía que solo
emocionalmente. La mano se me cerró en un puño sobre el
escritorio, casi involuntariamente.
Aquella chica no tenía la menor idea de lo que había hecho
cuando había comenzado a chatear conmigo a través del anonimato
de las pantallas. Diablos, yo ni siquiera sabía lo que había empezado
hasta que sentí oleadas de protección por aquella mujer, apenas
salida de la adolescencia.
Me volví hacia la glorieta. A la tonta se le había metido en la
cabeza repararlo y había estado trabajando en él unas cuantas horas
todos los días, y yo iba en plena noche con una linterna para arreglar
lo que ella había intentado hacer.
Ni siquiera estaba seguro por qué lo hacía, habría sido mejor que
ella fracasara. Al menos así se daría cuenta que no vale la pena
salvarlo todo. Cada noche me juraba a mí mismo que había
terminado de ayudarla, y cada noche volvía como un tonto.
El jardinero volverá la semana que viene para plantar algunas
de las flores que encargué. ¿Quieres que te enseñe lo que tenemos y
dónde he pensado plantarlas?
Negué con la cabeza. Quería verme, eso estaba claro, pero no
podía, ni ahora ni nunca.
Tan solo por el hecho de saber quién era y por qué estaba aquí,
podría poner su vida en peligro.
No te mientas, Luca. No querrás ver la cara de horror que pondrá
cuando te vea.
Una cara que antes hacía que se humedecieran sus bragas, ahora
hacía que las mujeres retrocedieran y desviaran la mirada.
Recordé eso la primera vez que vi a Francesca después del
accidente. Ella siempre había sido una zorra superficial, de todos
modos... Me encerré en mí mismo y ella lo utilizó como excusa para
romper nuestro compromiso, aunque me contaron que Savio y ella
habían sido más que amistosos, cosa que no me había molestado en
absoluto. Savio podía quedarse con la serpiente venenosa que era.
Haz lo que quieras, seguro que todo estará bien.
¿Estás seguro? No estaré aquí para siempre. Tendrás que vivir
con ello.
Ah sí, he estado olvidando estos días que ella no será una
presencia permanente. No debería importarme, era solo una
empleada doméstica. Apenas llevaba aquí dos semanas y, sin
embargo, esperaba con impaciencia sus pensamientos aleatorios y su
cháchara sin sentido. Era una distracción agradable de mis
discusiones con Dom o la tediosa llamada con mi tío que debía sufrir
de vez en cuando.
No sabía quién era ni lo que había hecho, y eso me hacía sentir
bien. Aunque no mereciera ese pequeño respiro, lo aprovecharía
cada vez que pudiera.
No importa, estará bien. Los dejaría morir una vez que ella se
hubiera ido de todos modos.
Jude me envió un mensaje esta mañana. Le encantan los libros
que le prestaste.
Bien, parece único en su clase, tu hermano.
Es el mejor. Aunque creo que todo el mundo dice eso de los
suyos. ¿Tienes hermanos?
Y terminé. Sus preguntas eran demasiado profundas y yo no
estaba lo suficientemente borracho como para pensar en Arabella.
Porque había sido la mejor hermana pequeña, la mejor humana que
existía, y yo la había matado.
No le respondí. Nunca me molestaba en decirle cuando había
terminado. Simplemente dejaba de responder y ella normalmente se
daba cuenta por sí misma, pero nunca me guardaba rencor. Qué
extraño.
Me levanté, cogí la botella de whisky sin abrir y arrastré el culo
hasta mi dormitorio, dispuesto a emborracharme por un día.

Llegué caminando, o más bien arrastrándome, a mi oficina con la


madre de todas las resacas. No debería haber vuelto a beber después
de haber vomitado la noche anterior, y sin embargo lo hice. Pensar
en Arabella me había revuelto las tripas. Lógicamente, incluso en mi
nublado cerebro, sabía que Cassie no lo sabía. No lo había hecho
para torturarme y, sin embargo, no podía evitar sentirme furioso con
ella por esa razón.
Entré en mi despacho y encontré a Dom sentado en mi mesa.
Que mierda.
—¿Qué crees que estás haciendo? —ladré a Dom e hice una
mueca por la banda de mariachis en mi cerebro.
Se levantó despacio, como si no acabara de ganarse una bala en
el cráneo. No podías entrar en el despacho de un Capo pensando
que podías hacer lo que te diera la gana. Eso era una sentencia de
muerte.
¿Pero eres un Capo? Más bien una ruina humana.
—Te estaba esperando. —Se encogió de hombros—. Fui a tu
habitación y llamé cuatro veces. Supuse que estabas en coma
inducido por el alcohol o muerto. Pensé que esperarte aquí era igual
de bueno. —Señaló el ordenador con el pulgar—. Me compré
zapatos nuevos.
Entrecerré los ojos.
—No pareces disgustado por mi posible desaparición. Siento
decepcionarte.
Suspiró.
—No voy a malgastar mi tiempo ni mi pena en algo que tú te
empeñas en hacer. ¿Quieres morir? He terminado de intentar
detenerte.
No podía negar que, a pesar de todo, sus palabras me escocían.
Finalmente se estaba dando por vencido conmigo.
—Y no vuelvas a tocar mis cosas, ¿entendido? Usa tu puto
portátil para comprarte los zapatos o para ver porno, joder.
—El porno era un consejo para ti, hermano. Creo que necesitas
depurar el disco duro. Te ayudará con tu estado de ánimo.
Caminé alrededor de mi escritorio y me senté en mi sillón. Hice
una mueca. El asiento aún estaba caliente. Miré la pantalla y suspiré
aliviado. Al menos no lo había dejado abierto en esa página porno
como la última vez.
—¿Cuándo has vuelto? —pregunté, aún con menos ganas de
cháchara que antes.
—Esta mañana, la fiesta duró más de lo que había previsto.
—Oh, ¿hubo una fiesta? Qué bonito. —No pude evitar una
mueca de desprecio.
Puso los ojos en blanco, pero se sentó en la silla frente a mi
escritorio.
—Ya, yo encajaba allí —dijo con gran sarcasmo. —Todos me
miraban como si fuera un bicho, y creo que a tu tío le dio un ataque
cuando le dije que me habías enviado. —Sacudió la cabeza. —Y
luego estaba Savio mirando desde el fondo de la sala y metiéndole la
lengua hasta la garganta a Francesca cada vez que podía... —Se
detuvo y apartó la mirada.
—Ah. —Francesca, mi antigua prometida quien tan rápidamente
me había dejado tirado tras el accidente. Algo que debería haberme
dolido pero que me había aliviado al verla alejarse y aunque debería
haberme molestado que mi primo me la arrebatara tan pronto como
me dejó, no pareció importarme, ni siquiera un poco—. No estoy
seguro que mereciera semejante castigo en vida.
Dom esbozó una media sonrisa.
—Es una buena pieza. —Estuvo de acuerdo.
—¿Qué más?
—Enzo me hizo compañía contra la pared del fondo. Éramos los
alhelíes de la noche. Fue agradable, aunque creo que perdí mi cofia
en el camino de vuelta.
Puse los ojos en blanco. El seco sentido del humor de Dom era
más fuerte cuando estaba irritado.
—¿Cómo está? —Mi preocupación era genuina por una vez.
Enzo era todo aquello de lo que su padre y su hermano carecían. Era
sensible y bondadoso, totalmente condenado al ostracismo, aunque
no parecía importarle demasiado. Lo veían como a un idiota por su
tartamudez, pero yo sabía que el chico era más inteligente que el
crédito que le daban
—Ya sabes …siempre igual. Te echa de menos.
Asentí con la cabeza.
—Es un buen chico. ¿Qué se habló? ¿Qué justificaba una reunión
familiar?
—Tu tío quiere someter a votación la revocación de algunas
decisiones de tu padre.
Me incliné hacia delante, apoyando los brazos en el escritorio,
que logró atravesar la niebla del alcohol.
—¿A qué te refieres?
—Los negocios legales. Tu tío no está muy por la labor de
invertir en eso. Quiere hacer crecer la otra parte.
Fruncí el ceño, pero guardé silencio, invitándolo a continuar.
—Se está preparando para aumentar el lado de las drogas y las
armas tomando algunos de los territorios albaneses.
—¿Los albaneses? ¿No están protegidos por los rusos?
Dom se encogió de hombros.
Suspiré, pasando mis manos por mi rostro. Había una razón por
la que mi padre había sido nombrado jefe de la famiglia a pesar que
Benny era mayor... Benny era un idiota impulsivo.
—Va a empezar una guerra. —Por suerte, no me importaba lo
suficiente como para intervenir.
Dom volvió a encogerse de hombros.
—Lo están sometiendo a votación. Si los demás están de acuerdo
con él, tendrán la guerra que se merecen.
Me rasqué mi desordenada barba de montañés, asintiendo.
Se aclaró la garganta y supe que no me iba a gustar lo que iba a
gustar lo que venía a continuación.
—¿Sí?
—Matteo Genovese quiere verte. —Anunció como si fuera una
amenaza y para ser justos probablemente lo fuera. Matteo Genovese
simplemente no te quería ver sin ninguna razón.
—Genovese puede irse a la mierda —gruñí.
Dom resopló.
—Me encantaría oírte decir eso. Ni siquiera el todopoderoso
Luca Montanari se saldría con la suya.
—Puf. ¿Qué va a hacer? ¿Matarme? —Podría en realidad, podría
hacerlo delante de todos y saldría impune.
Matteo Genovese, un rey entre los hombres... literalmente. Él fue
originalmente enviado a los Estados Unidos hace dieciocho años
como un dignatario por las familias Italianas para supervisarnos a
nosotros, las familias Americanas. Estaba aquí para asegurarse que
siguiéramos las reglas básicas de las familias originales, pero no se
entrometía en las disputas familiares, no le importaba quién vivía o
moría. Estaba por encima de las leyes, por encima de nuestras leyes.
Era el Hombre de Hojalata, un rey cruel de ojos tan azul pálido como
el hielo que rodeaba su corazón, y mataba con una cierta trivialidad
que incomodaba hasta al más violento.
Nadie enfadaba o faltaba al respeto a Genovese y salía con todos
los dientes... o dedos, pero ya había pasado el punto de
preocuparme. La mayoría de los días acogería la muerte como una
bendición, un indulto, ¿y la tortura que podría infligirme? No sería
la primera y simplemente sería dolor físico, nada tan horrendo como
el dolor mental que sentía constantemente.
Suspiré. ¿La muerte? ¿Qué dulce sería?
Dom ladeó la cabeza.
—¿Por qué no te metes una bala en el cerebro y acabas de una
vez? —Sus palabras fueron duras, pero el aleteo de sus fosas nasales,
la mandíbula apretada y la silenciosa desesperación de sus ojos
demostraban que no lo decía en serio.
Casi inconscientemente, recorrí mi tatuaje de iniciación sobre la
camiseta negra y tracé de memoria el rosario envuelto alrededor de
la daga en mi pecho con una sola palabra encima, ‘Omertà’. El
rosario representaba a Dios, la ironía no me resultaba ajena, pero, de
algún modo, a pesar de todo, una pequeña parte de mí seguía
creyendo que había un Dios ahí arriba, un Dios vengador con la
misión de castigarme a cada paso por haber enviado a casa,
demasiado pronto, a dos de sus ángeles más extraordinarios. Y sabía
que, si había una mínima posibilidad de volver a verlos, el suicidio
me la arrebataría para siempre.
Sacudí la cabeza. —No lo llamaré.
Dom negó con la cabeza.
—Dijo que intentó llamarte varias veces. Luca, los dos sabemos
que Matteo no llama para charlar.
Me estaba irritando. Dom estaba actuando como un padre, me
sentía reprendido y me molestaba.
—Como ya he dicho —pronuncié las palabras despacio,
uniformemente—. Matteo Genovese puede. Irse. Jodidamente. A la
mierda.
Había sido más que cruel conmigo después del accidente, algo
que debería esperar basándome en su apodo de ‘Rey Cruel’ y, aun
así...
Mi padre había solicitado repudiarme, a pesar de ser su único
heredero. Prefería perder el control de la famiglia antes que
permitirme dirigirla, pero Matteo se negó por una razón que sigue
siendo un misterio, y tres semanas después mi padre fue asesinado
en un atentado en su restaurante favorito, matándolo a él, al Capo de
la Costa Este y a sus dos Consigliere.
Una vez que mi padre hubo desaparecido, para mi alivio debo
admitirlo, solicité que mi título, Capo de la Famiglia Montanari,
fuera transferido permanentemente a mi tío. Una formalidad en
realidad, nadie me quería... Joder, yo no me quería, pero de nuevo el
jodido Genovese, la espina clavada en mi costado, se negó,
afirmando que no estaba en el mejor estado mental para traspasar mi
título de forma permanente y que volvería a tratar el tema más
adelante.
Tal vez estaba listo para dejarme ir ahora... No, por supuesto que
no. Era un maldito sádico.
—Gracias por el mensaje.
Dom asintió, poniéndose de pie, comprendiendo que lo estaba
despidiendo.
—No vas a llamarlo, ¿verdad?
Resoplé. —Por supuesto que no.
Suspiró, mirando al cielo.
—No podrás evitarlo para siempre.
Le dediqué una sonrisa burlona.
—Mira cómo lo intento.
—Cuanto más le hagas esperar, más se enfadará —continuó
Dom.
—Si quisiera lecciones de vida, Domenico, llamaría a alguien, a
cualquiera... menos a ti. —Ya estaba de mal humor cuando me
desperté y después todo este estúpido drama familiar y Matteo...
Dom necesitaba dejarme en paz con toda su preocupación y sabias
palabras—. No eres mi consigliere. Eres el hijo de...
Su cara se transformó de cansancio a pura ira.
—No me jodas, Montanari. —Me señaló con un dedo acusador
—. Lo entiendo, estás herido, te odias, pero no hagas que yo también
te odie, y si lo dices, no habrá vuelta atrás.
Debería haberlo dicho, de verdad, debería haberlo hecho. Eres el
hijo de un violador en serie. Pero no pude porque a pesar de todo,
tenerlo aquí hacía que apestara menos. Su inquebrantable lealtad
significaba mucho más para mí de lo que estaba dispuesto a
admitirle a él e incluso a mí mismo.
—Solo vete, Dom —dije sombríamente—. Me ocuparé de Matteo
de la forma que crea conveniente.
Dom asintió.
—Como quieras. Ambos sabemos lo productivo que es evitar tus
problemas. Nunca te habría considerado un cobarde y, sin embargo,
aquí estamos.
Ni siquiera me dio tiempo a procesar sus palabras y ya se había
ido, y mi humor pasó de malo a absolutamente horrendo en cero
coma tres segundos.
Que se jodan todos.
CAPÍTULO 8

C ie

Cena conmigo esta noche.


Leí el mensaje cuatro veces. En efecto, habíamos estado hablando
a diario, pero aquel era un gran paso que no esperaba.
Decidí cocinar algo especial y utilizar el cuaderno que encontré
en un armario de la cocina. Estaba todo escrito en italiano, un idioma
que no hablaba, a pesar de lo cual parecía ser un libro de recetas
familiar. Tenía manchas de comida, algunos borrones y manchas de
ensayos y errores. Era un trabajo hecho con amor.
—Manzo Braciole1, eso es —murmuré, dando mentalmente las
gracias a Google Translate por ayudarme.
Tardé más de tres horas en prepararlo, pero el olor divino,
impregnado en la cocina, mereció la pena.
Mientras la comida se cocinaba a fuego lento, subí a vestirme
para la cena.
A pesar de ser una simple petición para cenar, probablemente
nacida de su soledad, no pude evitar las mariposas en el estómago al
hablar al fin con él en persona.
Llevábamos diez días intercambiando mensajes a diario y fue
encantador. Me hacía reír y disfrutaba de nuestras conversaciones: el
anonimato de la pantalla me facilitaba mucho las cosas, y
sospechaba que a él le sucedía lo mismo. Por eso me sorprendió
tanto su invitación. Pensé que nunca querría conocerme, al menos en
persona, pero aquí estábamos.
Me costó contener las mariposas que causaban estragos en mi
estómago mientras me ponía mi vestido de verano de lunares
verdes. Aún era principios de primavera y hacía demasiado frío para
llevar este tipo de ropa, pero era lo único decente que podía
ponerme.
No, esto no es una cita, Cassie.
Pero mi corazón acelerado y mi anticipación parecían pensar lo
contrario.
Cogí mi chaqueta blanca y mantuve mi rostro libre de
maquillaje, excepto por un poco de brillo rosa. No quería
arriesgarme del todo por si me equivocaba por completo.
Que lo estás, se burló la voz de la razón.
Bajé las escaleras y preparé la mesa para dos. No muy cerca
como para resultar demasiado acogedor, pero tampoco demasiado
lejos.
Puse una vela en el centro y me lo replanteé unas cinco veces,
poniéndola y quitándola cada vez que traía algo a la mesa.
Estaba así de nerviosa, dándole vueltas a cada detalle.
Era mi primera cita. Gruñí ante mis propios pensamientos.
¿Cómo podía ser una cita? Ni siquiera conocía a ese hombre.
Puse la comida en la mesa mientras mi corazón empezaba a latir
cada vez más rápido ante la idea de compartir una comida con él.
Sentí que me iba a dar un ataque de pánico solo de pensarlo.
Pulsé el botón rojo antes de tener la oportunidad de recapacitar y
respiré hondo.
Te ha invitado, Cassie, quiere que estés allí.
—¿Qué estás haciendo aquí? —ladró con frialdad mirando de mí
a la mesa puesta para dos.
O a lo mejor no...
—Yo... ¿qué? —fruncí el ceño, dando un paso atrás hacia la
puerta.
—Ya conoce las reglas, Srta. West. No hay muchas.
—T-tú me pediste que cenara contigo.
—No hice tal cosa —respondió él, permaneciendo en los confines
de la oscuridad—. ¿Es por eso que te disfrazaste?
—Yo… —Quise morir en ese momento, esperando que la lujosa
alfombra burdeos se abriera y me tragara entera, llevándose consigo
mi vergüenza.
—Señor, lo siento, el mensaje... —Cállate, Cassie, y vete ya—. Lo
siento —repetí, dándome la vuelta y alejándome a toda prisa.
—¡Detente! —me ordenó justo cuando me acercaba al pomo.
Me quedé inmóvil, con la mano en la puerta.
Suspiró.
—Ya que has hecho todo esto, vamos a comer.
Sentí que la luz se atenuaba detrás de mí y me giré lentamente
como si me enfrentara a un animal rabioso, y una parte de mí estaba
segura que así era.
Estaba sentado en un extremo de la mesa, con la capucha
levantada, apenas iluminado por la chimenea.
Tenía la cabeza inclinada hacia abajo, lo que me impedía ver su
rostro. Parecía aún más imponente así, sus manos fuertes y anchas
apretadas en puños.
Di unos pasos cuidadosos y me senté en el otro extremo de la
mesa, intentando calmar mi corazón ante el rechazo.
Abrí la boca para insistir en que había recibido una invitación a
cenar, pero volví a cerrarla. Parecía estar ya de muy mal humor.
Di un bocado, la carne deshaciéndose en mi boca, una explosión
de placer. Esta comida era increíble.
Oí su tenedor repiquetear con fuerza en el plato.
Levanté la vista y fruncí el ceño.
—¿Quién te ha enviado? —gruñó por lo bajo, amenazador.
Apoyé los cubiertos suavemente en mi plato.
—¿Perdón?
—Dije, ¿Quién. Te. Envió? —repitió más alto, su voz tan fría que
temblé.
Dejé que mis ojos descendieran hasta sus manos cerradas en
puños tan apretados que sus nudillos estaban blancos como hueso.
—Señor, yo...
—¿Quién? —rugió, dando un manotazo en la mesa, haciendo
volar su plato y haciéndolo añicos contra la pared.
Retrocedí tanto que me caí de la silla.
Se levantó enérgicamente y su silla se volcó hacia atrás. Se
arrastró hacia mí lentamente, como un depredador jugando con su
presa, mientras yo me arrastraba sobre manos y rodillas, sin dejar de
mirarlo con mis ojos llorosos.
El corazón me latía tan fuerte que apenas podía oírlo por encima
de los sonidos ensordecedores de mis oídos. No creía haber estado
más asustada en mi vida.
—¿Fue Benny? ¿Para espiarme? ¿O no, déjame adivinar Matteo
para jugar algún juego enfermizo? Me conoce mejor de lo que
pensaba. Se imaginó qué tipo de chica podría hacerme vibrar,
incluso si yo mismo no lo sabía.
¿Yo lo hacía vibrar? No estaba segura de lo que quería decir.
Ahora estaba contra la pared, retrocediendo sobre mí misma,
dejando escapar un sollozo.
—¿Pensabas que tu puta estratagema iba a funcionar? ¿Qué ibas
a hacer? ¿Ofrecerte a chupármela para curarme? —Su tono burlón
parecía veneno—. ¿Tienes una boca mágica, niña? ¿La han probado
para asegurarse que la chupas bien?
—No tengo ninguna estratagema. Por favor, señor, tiene que
creerme. —Sentí que la bilis subía por mi garganta mientras se cernía
sobre mí, con el rostro aún en la oscuridad. ¿Iba a morir?
—¿La invitación a cenar, la receta de mi madre? —Hablaba con
los dientes apretados, su cuerpo temblaba de rabia e indignación al
igual que el mío de puro terror.
Se inclinó más hacia mí y se quitó la capucha de un manotazo.
No fueron sus cicatrices lo que me hizo retroceder, sino la
expresión de su rostro. Una mezcla de ira y desesperación que jamás
había visto.
—¿Es eso lo que querías ver? —rugió, acercándose tanto que
pude oler el alcohol en su aliento. —¿A la bestia?
—N-no, yo... yo...
—¡Luca, detente! —ordenó una voz masculina detrás de él—. Yo
le pedí que bajara a cenar, no fue ningún truco.
Luca se enderezó y se dio la vuelta lentamente. Levanté las
rodillas y apoyé la frente en ellas, ahora sollozando aún más
libremente tanto de miedo como de alivio por la interrupción del
otro hombre.
—¿Qué has dicho? —preguntó Luca, con una extraña calma en la
voz.
—¡Joder, Luca! Ella no te engañó. Fui yo. Yo organicé la cena.
Ella...
Escuché un portazo y luego silencio.
—Ey, Cassandra. Mírame. —La voz era grave pero suave,
tranquilizadora.
Levanté la vista tímidamente hacia el hombre agachado frente a
mí. Sus ojos oscuros eran amables, a pesar de la dureza de sus
rasgos, pómulos afilados, nariz predominantemente romana.
Dejé que mis ojos recorrieran su traje y retrocedí cuando me fijé
en su funda de hombro y el arma que guardaba en ella.
Miró hacia abajo y se cerró la chaqueta.
—Cassandra, no te haré daño, te lo juro. —Levantó las manos en
señal de rendición.
Sacudí la cabeza y resoplé.
—Me voy. —Sollocé antes de limpiarme bajo los ojos con el
dorso de la mano—. ¡No puedo quedarme aquí, es malvado! Es una
bestia. —grité, esperando que pudiera oírme.
—Cassandra... —intentó de nuevo, acercándose a mí
tímidamente, apoyando su cálida mano en mi rodilla.
Le di un codazo.
—N-no, me voy. Esto no es por lo que firmé. No me merezco
esto. —Me levanté torpemente, apoyando la espalda contra la pared,
con todo el cuerpo aún tembloroso por las secuelas del terror que me
causó el tal Luca.
El hombre alzó de nuevo sus manos en señal de resignación.
—Por favor, es tarde. No tienes coche, no puedes irte esta noche.
Cálmate y respira, ¿de acuerdo? Si todavía quieres irte por la
mañana...
—¡Quiero irme! —respondí, frunciendo el ceño.
Asintió con un suspiro.
—De acuerdo, entonces yo mismo te llevaré al pueblo por la
mañana, te lo prometo.
Ahora lo estudié con más detenimiento. Era alto, pero más
esbelto que Luca, al menos eso me pareció por lo que vi de él.
Compartían algunos rasgos similares, ojos oscuros, cabello oscuro,
piel aceitunada.
Pero donde Luca había sido un terrorífico hombre de la
montaña, de larga cabellera, barba descuidada y aspecto salvaje, este
hombre se mantenía bien arreglado. Llevaba un corte de pelo clásico,
más corto por los lados y un poco más largo por arriba, y una perilla
bien recortada.
—¿Quién eres? —pregunté, odiando lo débil que sonaba mi voz.
Después de todo lo que había pasado, me había mantenido firme.
Ahora no quería parecer débil.
El hombre te encontró sollozando en el rincón de una habitación,
Cassie, no hay necesidad de fingir ahora.
—Oh, sí, lo siento. —Me dedicó una tímida sonrisa—. Me llamo
Domenico, pero puedes llamarme Dom. Soy el jefe de seguridad de
Luca.
Ah, las armas a ambos lados de su pecho tenían sentido ahora,
pero, ¿para qué necesitaba seguridad el loco psicópata de la
montaña?
Asentí en silencio.
—¿Por qué no vienes conmigo?
Miré el plato roto en el suelo, la salsa de tomate manchando la
pared y el suelo, de un color tan parecido a la sangre.
—Necesito limpiar. —¿Por qué me molestaba siquiera? Iba a
marcharme mañana y a no volver jamás.
Dio un par de pasos lentos hacia mí.
—No. Ahora vendrás conmigo y tomaremos una copa y
charlaremos, ¿de acuerdo?
Lo miré en silencio.
—Te juro que estás a salvo conmigo, Cassandra. No te haré
daño.
Me pareció una completa locura. Acababa de conocer a aquel
hombre y, sin embargo, le creía
—Llámame Cassie.
—Cassie, ¿qué quieres beber?
—Yo... no bebo. Aún no tengo veintiún años. Los cumpliré
dentro de un par de semanas.
Él sonrió al oír eso. —¿Sigues las normas?
Me encogí de hombros sin compromiso.
—Ah, creo que está bien saltarse las normas después de la noche
que has pasado. —Abrió la puerta y me hizo un gesto para que
saliera.
Lo seguí en silencio hasta la cocina, con la mente todavía en
blanco por lo que había sucedido esta noche. El hombre de las
cicatrices, Luca... Había estado tan furioso y tan radicalmente
destruido.
—Toma asiento. —Señaló la pequeña mesa de la cocina—.
Vuelvo enseguida.
Me senté y respiré hondo un par de veces. Me gustaba aquella
cocina. Me ayudaba a sentirme mejor.
Cuando Dom volvió con dos copas, yo ya había vuelto más o
menos a la normalidad.
—Chardonnay para ti —dijo con una sonrisa en sus delgados
labios, deslizando la copa delante de mí—. Creo que es la mejor
manera de empezar.
Tomé un sorbo, era fresco y agradable.
—Me gusta.
—Me lo imaginaba —asintió.
Bebió un sorbo de su bebida ámbar en el vaso.
—¿Por qué hiciste eso? —pregunté.
Suspiró, recostándose en su silla.
—Pensé que lo ayudaría —admitió.
—¿Ayudarlo?
—Luca... —Sacudió la cabeza—. Antes no era así. Él... —Dom
hizo una mueca de dolor—. Cambió y nunca habla con nadie,
excepto conmigo y algún contacto obligatorio, pero contigo... lo
disfrutaba y pensé... Lo siento.
Bajé la mirada hacia mi vaso, trazando el anillo con el dedo.
—Yo también disfrutaba de nuestras charlas. Me gustaba —
admití, manteniendo la mirada baja.
Levanté la vista cuando permaneció en silencio. Miraba hacia
otro lado, con el rostro tenso.
—¿Quién es? ¿Luca? ¿Quién necesita un detalle de seguridad
como ese?
Sacudió la cabeza antes de volver a mirar hacia mí.
—No puedo decírtelo. —Parecía sinceramente apesadumbrado
por ello—. No es mi secreto contarlo.
Me encogí de hombros.
—No importa. Me iré por la mañana. —Hice lo posible por no
parecer derrotada. Me gustaba trabajar aquí, aunque a veces me
sintiera sola. Me pagaban bien y estaba tranquila, pero el terror que
había sentido esta noche... No podría superarlo.
Asintió con un suspiro cansado.
—Desearía de verdad que no lo hicieras, pero lo comprendo. Lo
hago. —Miró en su chaqueta y sacó una pequeña tarjeta blanca con
un número impreso y nada más—. Es mi número. Cuando estés lista
para irte mañana, mándame un mensaje y nos vemos en la entrada
para llevarte donde quieras.
Bajé la mirada hacia la tarjeta sobre la mesa.
—Ya... Tendría que volver con la señora Broussard. Sabía que
ella se alegraría de tenerme de vuelta, tenía un gran corazón, pero
era un paso atrás y una responsabilidad que no necesitaba.
Dejé escapar un suspiro mientras Dom terminaba su bebida de
un trago y se levantaba.
—Tengo que ir al puesto de seguridad junto a la puerta para el
cambio de seguridad, pero si necesitas algo, llámame, ¿vale? O ven a
mi habitación, segunda planta, tercera puerta a la izquierda. Volveré
en una hora o así.
—No se me permite subir.
Me dedicó una pequeña sonrisa.
—¿A quién le importa? Te vas, ¿recuerdas?
—Sí... Cierto. —¿Mi voz sonó tan insegura como lo hizo a mis
oídos?
—No es demasiado tarde para cambiar de opinión. Luca, sin
importar qué, no te habría hecho daño. Ha cambiado, pero eso... —
Sacudió la cabeza—. Simplemente no lo haría. Que pases buena
noche, Cassie.
Se marchó antes de darme la oportunidad de contestar, y me
quedé en la mesa de la cocina un rato más, terminando mi copa de
vino. Miré mi copa, ahora vacía. Decidí que me gustaba el vino y el
suave calor que se instalaba en mi pecho después de beberlo.
Me levanté y fui al lavadero a buscar los productos de limpieza.
Sabía que Dom había dicho que lo dejara, pero la sola idea que la
salsa de tomate se filtrara por el viejo suelo de madera o manchara
permanentemente el caro papel pintado de tonos dorado y verde
musgo me preocupaba probablemente más de la cuenta.
Fui a la sala con una aprensión asentándose en mi estómago. ¿Y
si estaba ahí detrás? Apoyé la mano en el picaporte y respiré hondo.
Cuando entré encontré la mesa tal como la habíamos dejado. La
vela sobre la mesa... Puse los ojos en blanco ante mi propia
estupidez. ¿Pensé que era una cita? Sí, una cita con el solitario dueño
de la mansión. Estúpida.
Sacudí la cabeza y me detuve junto a la pared, el plato roto y la
comida habían desaparecido. Si no fuera por la mancha húmeda en
el suelo y la decoloración apenas visible en el papel pintado, era
como si no hubiera pasado nada.
Miré a mi alrededor. Incluso su silla estaba en su sitio. Si solo
supiera lo que hice para que se volviera loco, tal vez...
No lo hagas, Cassie. No defiendas su comportamiento. No cometas los
mismos errores que antes. Las bestias serán bestias y los monstruos
seguirán siendo monstruos.
Jude. Jude era mi objetivo y nada más importaba.

1 Manzo Braciole: Chuletas de ternera.


CAPÍTULO 9

Luca

Me desperté sin resaca por primera vez en... En realidad, no


recordaba la última vez que me había pasado.
Mi ira de ayer había sido tan abrumadora y agotadora que no
había necesitado adormecer los recuerdos con alcohol.
Odiaba pensar que me había mentido durante la cena. La había
puesto en un pedestal, me había decepcionado, y luego había
probado un bocado de la comida y sentí como si mi madre hubiera
estado en la cocina, y simplemente enloquecí.
Sentí la traición ante el truco de aquella mujer, el dolor del
recuerdo de la última vez que mi madre cocinó aquella comida. Casi
podía escuchar la risa de Arabella y durante unos minutos, tan solo
unos minutos, odié a Cassie por haberme convertido en alguien
como ella, por haber expuesto mi dolor tan descaradamente delante
de ella.
Actué como un loco, aterrorizándola. Una vez que Dom
interrumpió mi trance, me fui y comprobé el sistema de
comunicaciones, y Dom había dicho la verdad, él había sido quien la
había engañado para cenar conmigo.
Volví abajo, pero dudé. Me había enfurecido tanto que le había
mostrado mi rostro y ella había jadeado. Ese rechazo había sido
como echar leña al fuego a mi rabia, de alguna manera esperaba más
de ella.
Una vez más calmado volví al salón, inseguro de lo que
encontraría y de lo que podría decir. Agradecí que Dom hubiera
detenido lo que estuviera a punto de hacerle o decirle.
El salón estaba vacío. Miré el rincón donde se había acobardado
y me invadió una nueva oleada de culpa... Como si necesitara más
culpabilidad en mi vida.
Limpié el desaguisado que había provocado como si eso pudiera
borrar también el desastre que había provocado con ella esta noche.
Esperé un rato en la sala, con la esperanza que viniera a limpiar.
Tal vez podría disculparme de alguna manera, pero ella no regresó,
y me di por vencido después de un tiempo, sin estar seguro cómo
podría mejorarlo.
Después de despertarme más o menos normal esta mañana, cogí
una barrita de cereales y una botella de agua de mi habitación y subí
por las escaleras de atrás hasta el gimnasio de casa. Hacía tiempo
que estaba demasiado borracho para visitarlo, pero hoy quería
utilizar toda esa energía y rabia contra un saco de boxeo en lugar de
arremeter contra la chica. Me sorprendió bastante que anoche no
fuera a hacer las maletas.
Encontré a Dom sentado en un banco, levantando pesas.
Estaba furioso con él por lo que había pasado. Al fin y al cabo,
todo era culpa suya, no tenía derecho a engañarme como lo hizo.
Le fruncí el ceño en silencio, sin saber por dónde empezar.
Se levantó y volvió a colocar las pesas en el soporte.
Puso los ojos en blanco ante mi mirada.
—Voy a volver a levantarlo en un minuto, adelante.
Le señalé con un dedo acusador.
—¡No tenías derecho a hacer lo que hiciste!
Él asintió.
—Estoy de acuerdo. No me di cuenta que... —Cogió su camiseta
del suelo y se la puso—. No importa, tengo que prepararme.
—No, termina lo que estabas diciendo. Y esta mañana no tienes
trabajo.
—No, pero tengo que llevar a Cassie a la ciudad. Se marcha.
Debería sentirme aliviado y, sin embargo, la extraña punzada en
medio del pecho me decía lo contrario.
Fruncí el ceño.
—¿Qué quieres decir con ‘marcharse’?
Soltó una carcajada sin humor.
—¿Creías que esa pobre chica se iba a quedar después del miedo
que le causaste?
La traición porque se la llevara fue tan fuerte, aunque no
estuviera justificada. Quería devolverle el golpe.
—Ah, y tú lo sabes todo sobre instigar miedos en las pobres
mujeres, ¿verdad?
Fue un golpe bajo y lo sabía. Fue mi reacción instintiva, excepto
que yo era el insensible y el estúpido.
Buscó su botella de agua en el suelo y bebió un trago.
—Érase una vez un mafioso con ética, con moral. Por eso eras
tan respetado y te peleabas a diario con tu padre, y por eso todos te
admiraban, yo incluido. Pero verás, cuanto más intentaba
convencerla que se quedara, cuanto más le hablaba de como eras
antes, más me daba cuenta que tal vez nunca volverías a ser ese
hombre.
Ah, él también me estaba abandonando, justo cuando necesitaba
que me dijera que fuera a verla. Cuando necesitaba que me
convenciera que podía conseguir algo de perdón de ella.
—¿Qué ocurrió para que pensaras que ella era buena para mí? —
Hice una mueca—. ¿No fue por eso que hiciste esa estupidez?
Dom asintió.
—Es verdad. Sigo pensando que es buena para ti, pero olvidé
una parte crucial.
Crucé los brazos sobre el pecho. —¿Cuál?
—Tú no eres bueno para ella.
Resoplé. Sabía que ya no era bueno para nadie. ¿Cómo me
llamaba mi padre? Veneno, sí eso era y, sin embargo, a pesar de
todo, estaba decidido a hacer que se quedara.
Su teléfono vibró en el bolsillo de su pantalón corto. Lo cogió y
suspiró tras leer el mensaje. —Estará lista en unos minutos. Tengo
que ducharme.
—Iré a hablar con ella. —No estaba seguro de dónde había salido
eso. Apenas se me daba bien hablar con ella a través del ordenador...
¿Por qué pensé...
Dom se dio la vuelta para subir las escaleras, pero no se me
escapó la sonrisa de su cara justo cuando me daba la espalda.
—¡Ha sido tu plan todo el tiempo! —exclamé tras él, de algún
modo impresionado.
Siguió subiendo, pero se detuvo justo al llegar arriba.
—Eres el jefe, averígualo tú —replicó antes de desaparecer por el
pasillo.
—Imbécil —refunfuñé, pero subí las escaleras delanteras hasta
su habitación antes de tener la oportunidad de pensarlo demasiado y
admitirme a mí mismo que era mejor para ella, y en extensión para
mí, que se marchara y nunca mirara atrás.
Respiré hondo cuando me planté frente a su puerta, con la
aprensión en la boca del estómago tan nueva como inquietante.
Yo era …bueno, o solía ser, Gianluca Montanari, intrépido y
adulado subjefe. Nunca había sentido aprensión, los hombres como
yo nunca la sentíamos porque siempre conseguíamos lo que
queríamos.
Nunca había temido ni obtenido una negativa y, sin embargo,
eso era exactamente lo que esperaba de la feroz joven que había tras
aquella puerta.
Me subí la capucha y llamé. Sabía que con mi capucha negra de
gran tamaño me parecía más a la muerte que otra cosa, y en
retrospectiva, era exactamente lo que era.
—¡Adelante!
Abrí la puerta y entré.
—Lo siento —comenzó a mirar su maleta, con una camisa verde
brillante en la mano—. Haré la maleta en un... —Se detuvo al
levantar la vista y verme allí de pie—. ¿Qué haces aquí? —Su tono se
volvió frío y cauteloso.
Tampoco podría culparla por eso, no he sido más que un pagano
para ella.
Sacudió la cabeza cuando no le contesté, metiendo la camisa en
la maleta.
—No te preocupes, ya me voy. Iré a espiar a otra persona.
Ya, me lo merecía.
—Lo siento. —Las palabras me resultaron extrañas en la boca.
Nunca había sido el tipo de hombre que se disculpa por nada.
—¿Qué? —preguntó sin dejar de recoger la ropa doblada de la
pequeña pila que tenía sobre la cama para meterla en la maleta.
—¿Podrías parar un momento? Por favor. —Esa tampoco había
sido una palabra que usara a menudo. No pedía, ordenaba.
Volvió a dejar lentamente la camisa que sujetaba sobre la cama y
me miró con recelo, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Lo siento —repetí, mi vista de ella ligeramente ensombrecida
por mi capucha. —Ayer no fue el mejor de mis días, y luego pensé
que me mentías. —Sacudí la cabeza—. No llevo bien las mentiras y
luego cocinaste... —tragué saliva penosamente en torno a la
sempiterna bola de dolor y culpabilidad en mi garganta—. Cocinaste
la receta favorita de mi madre... tal y como ella lo hacía y... —
Suspiré.
—No hice nada malo —dijo con voz queda. —No tenías derecho
a gritarme y asustarme como lo hiciste. —Sacudió la cabeza—. Ya no
me siento segura aquí. No puedo evitar preguntarme qué será lo
próximo que haré que provocará tu ira y qué podría pasarme si Dom
no está aquí para detenerte. —Su voz se quebró un poco al
pronunciar la última palabra.
Joder, había aterrorizado a esta pobre mujer. También me
irritaba irracionalmente que viera a Dom como su protector y a mí
como la bestia.
—Nunca te haría daño. —Y era verdad. Tenía un código moral,
nunca lastimaba a las mujeres.
¿No? ¿Qué hay de tu madre y tu hermana? No solo las
lastimaste, las mataste. La voz de mi padre se levantó de su puta
tumba para perseguirme.
—¿Cómo podría saber eso?
—Yo te lo aseguro. —Suspiré. Por sus brazos cruzados y la
obstinada sacudida de su barbilla, me di cuenta que estaba
perdiendo el debate. Hora del segundo paso, negociar. Sabía lo que
más quería, solo tenía que dárselo.
—Escucha, necesito a alguien y tú eres la menos... objetable hasta
ahora. —Objetable, esa era una forma de decirlo. Más bien tentadora.
—Bien... —se interrumpió.
—Quédate hasta el verano y... —¿Y qué, idiota? No lo habías
pensado bien, ¿verdad? Recorrí su habitación y mis ojos se
detuvieron en el portarretratos de su mesita de noche, en el que
aparecían ella y su hermano pequeño—. Te ayudaré a recuperar a tu
hermano.
Su cara se iluminó y supe que había acertado.
—¿Jude? ¿Jude?
—Conozco gente, tengo contactos. —Esa era una forma de
decirlo. ¿En serio? Yo era el dueño de la ciudad—. Si te quedas hasta
entonces, me aseguraré que tengas trabajo, un lugar donde vivir y
un buen juez que firme los papeles. Te lo prometo. —Podría hacerlo
tan fácilmente, al menos solía hacerlo. Seguro que tres meses no era
el fin del mundo para conseguir todo lo que quería.
—¿Cómo sé que puedo fiarme de tus palabras?
Era una pregunta justa, ella no me conocía. Puede que estuviera
desesperada, pero no era estúpida, y eso me hizo respetarla mucho
más de lo que ya la respetaba.
—Porque nunca hago promesas que no tenga intención de
cumplir. Porque creo que respetar una promesa dada es cuestión de
honor y, lo creas o no, lo mío es el honor.
Me miró en silencio, con los labios fruncidos.
—Quítate la capucha.
Me sorprendió su petición. —¿Qué?
—Quítate la capucha —repitió despacio—. Me gusta mirar a la
gente cuando hablamos, sobre todo cuando se comprometen.
Cerré las manos en puños. Había tanta luz en su habitación y por
la forma en que me miró ayer...
—No creo que sea una buena idea.
—¿Por qué no?
Iba a obligarme a decirlo.
—Vi tu reacción ayer. ¿Por qué te obligas a mirar a la bestia? —
Me costó admitir que su respingo de ayer me hirió. Sabía que parecía
una bestia, pero de algún modo su reacción consiguió herirme
cuando creía que estaba por encima de todo.
Sacudió la cabeza.
—No fue tu rostro lo que me hizo estremecerme, fue la mirada
asesina de tus ojos.
Me costaba creerla, había oído a Francesca hablar a mis espaldas.
Era la mayor cazafortunas que existía y aun así había dicho que no
podía casarse conmigo por mi aspecto.
—Por favor. —La dulzura de su voz me sorprendió porque no la
merecía.
Dejé de respirar por completo cuando llevé la mano hacia arriba
y bajé la capucha lentamente, dejando al descubierto mi rostro bajo
el implacable sol de la mañana.
La miré a los ojos, preparado para ver cómo se estremecía, cómo
fruncía la boca o incluso cómo apartaba la mirada, como hacían
muchos... todos esos sutiles signos de repugnancia que la gente suele
mostrar sin querer.
Sorprendentemente, no hubo ninguno de ellos en su rostro
mientras me miraba, detallando mi cara con un escrutinio que me
cohibió.
—No tienes nada que ocultar —dijo con suavidad—. Lo único
bestial en ti es tu actitud.
Dejé escapar el aliento que estaba conteniendo. Por imposible
que pareciera, no parecía turbada ni molesta por mis cicatrices. Era
como si pudiera ver más allá de ellas, ver al Luca que solía ser.
—¿Cómo te llamas? —preguntó ahora, parecía más receptiva,
ahora sus brazos estaban relajados a sus costados y la tensión de sus
hombros había desaparecido visiblemente. ¿Era realmente posible
que no le importara?
—Sabes cómo me llamo, Luca —respondí bruscamente. Había
compartido más de lo que esperaba al negociar con ella y mostrarle
mi rostro. Ella era parte del personal y, sin embargo, aquí, en esta
habitación, parecía tener todo el poder.
Ella negó con la cabeza.
—No, me refiero a tu nombre completo.
Sabía que apenas se lo dijera, se apresuraría a buscar en Google y
descubriría mis pecados, y entonces, aunque las cicatrices no le
hubieran repugnado, el resto sí lo haría, pero se lo debía y quizá
también fuera lo mejor si le desagradaba y se mantenía alejada. No
estaba seguro qué tenía, pero me inquietaba y no me gustaba.
—Gianluca Montanari —respondí con firmeza en mi voz. Había
terminado por ahora—. Házmelo saber si decides quedarte. —Y la
dejé, cerrando la puerta suavemente tras de mí.

Esperé en mi despacho durante una hora, mirando fijamente el


HCS, preguntándome por qué tardaría tanto en decidirse.
Esperé con cierta inquietud, relajándome cuando no salió ningún
vehículo en los treinta minutos siguientes, pero cuanto más tiempo
pasaba, más me angustiaba y, en cierto modo, más me irritaba.
¡Le había hecho una oferta increíble! El tipo de oferta que nunca
hacía. Era una tonta por pensárselo demasiado.
¡Le había hecho una oferta increíble! El tipo de oferta que nunca
hice. Sería tonta si se lo pensaba demasiado.
Respiré hondo, tratando de mantener a raya la irritación, está
comprobado que gritarle no sería la forma correcta de actuar.
¿Estaba en línea ahora? ¿Leyendo sobre todos mis pecados? ¿Por
eso tardaba tanto? Estaba obligada a irse después de todo lo que
había leído. Yo era un monstruo por dentro y por fuera.
Me levanté. Me había cansado de esperar como un cachorro
enamorado delante de una pantalla un mensaje que tal vez nunca
llegaría.
Caminé por el pasillo hasta la habitación de Arabella y, como
cada vez que entraba, mi muerto corazón se contraía en mi pecho.
La habitación había permanecido intacta. Todo estaba donde
debía estar. Observé el brillante papel pintado de flores, la colcha de
flores y todos los animales de peluche de su cama.
Me senté a los pies de la cama y miré el unicornio rosa de
peluche, descansando sobre su almohada. Había sido un regalo de
Navidad y le gustaba tanto que dormía con él todas las noches.
Agarré el unicornio y lo apoyé contra mi pecho. La echaba tanto
de menos.
Oí crujir el suelo en el pasillo, pero era demasiado sutil y ligero
para ser Dom. Sabía que era ella. Debería haberle impedido entrar y,
sin embargo, no lo hice. Apreté al unicornio contra mi pecho.
—No puedes estar aquí —dije, dándole la espalda.
—Creo que eso ya lo hemos superado —replicó ella con
suavidad.
Asentí con la cabeza. Sí, ya habíamos pasado eso, habíamos
pasado tantas barreras que nunca quise que ella cruzara. Estúpida,
hermosa y valiente chica.
Al menos no huyó asqueada o aterrorizada.
—Así que eres de la mafia.
Estuve a punto de reírme. Que lo soltara tan a la ligera, como si
no fuera para tanto.
—Así que eres la hija de los monstruos —repliqué con el mismo
tono.
—Lo soy.
—Soy mafioso. Al menos lo era —respondí, no dispuesto a
entrar en detalles.
Ella dio un par de pasos dentro de la habitación, pero me
mantuve de espaldas a ella, no dispuesto a encontrarme con sus ojos
todavía... sin saber lo que reflejaría su rostro.
Aquella mujer era fácil de leer, todo lo que sentía se reflejaba en
su rostro. Era tan diferente a las mujeres con las que solía estar, tan
diferente a Francesca.
—Esta era su habitación …Arabella.
—Lo siento.
No fingió desconocer de qué le hablaba y agradecí su sinceridad.
—¿Es ella?
La miré a ella y la foto que estaba contemplando. Era la última
gran foto real de Arabella, en la boda de Carter. Estaba junto a la
novia, Nazalie. Tan orgullosa de haber sido la niña de las flores
aquel día.
Asentí.
Cogió el marco con cuidado y vino a sentarse a mi lado en la
cama.
—Era una niña muy bonita —dijo pasando suavemente el índice
por la cara sonriente de mi hermana.
—Era un ángel. —Volví a dejar el unicornio en la cama, pero no
me volví hacia ella. Mejor que solo viera mi perfil bueno.
—Háblame de ella.
Una vez más, le lancé una mirada sorprendido. La mayoría de la
gente intentaba relacionarse contigo, contándote su propia
experiencia dolorosa, pensando que eso ayudaría, pero no lo hacía.
¿Por qué? Porque, voluntariamente o no, estaban desviando la
atención de ti hacia ellos, pero, una vez más, Cassandra no era así.
—Bella estaba llena de luz y risas. Podía sacarle una sonrisa a
cualquiera, ¡y me refiero a cualquiera realmente! —sacudí la cabeza
con una risita baja—. Incluso a Genovese, el hombre más frío y
despiadado de nuestras filas. Cuando Arabella se dirigía a él con su
sonrisa, se derretía.
—Así parece. —Sonrió al ver la foto. —Con solo ver su sonrisa
en una foto ya me hace sonreír.
Levanté la mano para apoyarla sobre ella en el marco, pero me lo
pensé mejor y volví a apoyarla en la rodilla. No tenía derecho a
hacer eso. No tenía derecho a tocarla.
—Le encantaban las flores, como puedes ver. —Hice un gesto
alrededor de la habitación antes de señalar la foto—. Aquí se
casaban mis amigos Carter y Nazalie y Bella era su niña de las flores.
Eso le alegró el día.
—¿Conseguiste hacer amigos a pesar de tu encantadora
personalidad?
Se estaba burlando de mí y, joder, me calentaba el pecho... y
otros lugares.
Levantó la vista y me guiñó un ojo y mi corazón muerto saltó en
mi pecho, su sonrisa como un desfibrilador metafórico creado solo
para mí. Era peligrosa, aterradora, tentadora, hipnotizadora... todo
en uno.
Ella era las puertas de un Cielo que no me estaba permitido
buscar, no se me permitía alcanzar. Ella era mi maldito castigo.
Los pecadores como yo no merecían mujeres como ella.
—Te sorprenderías.
—No tanto en realidad —respondió evasiva, y no pude evitar
preguntarme qué clase de basura encontraría en Internet.
—La maté —añadí, con la voz quebrándose bajo el peso de esta
verdad inmutable. Veía sus cuerpos sin vida pasar ante mis ojos
cada vez que intentaba conciliar el sueño. Era una de las razones por
las que bebía tanto, porque era mejor estar demasiado borracho
como para pensar.
Ella apoyó el portarretratos sobre la cama y apoyó su mano
sobre la mía. Era más valiente que yo.
—Fue un accidente.
Miré su mano sobre la mía. Era tan fina, tan pequeña y delicada
y contrastaba con el corazón de leona que poseía.
—Les quité la vida, soy responsable —añadí con obstinación. Al
parecer estaba borracho. No recordaba gran cosa de aquella noche.
Recordaba la pelea con mi padre, el champán y luego nada hasta que
abrí los ojos en un estado de dolor tan intenso que nunca pensé que
pudiera sentirme peor, pero me equivoqué. El dolor que sentí
cuando vi sus cuerpos destrozados y sin vida me mató.
Me estremecí involuntariamente y ella me apretó la mano en
señal de consuelo.
Estuvimos sentados así unos minutos, uno al lado del otro, con
su mano sobre la mía. Me sentía incómodo en aquella postura, pero
no me atrevía a moverme, demasiado asustado porque retirara su
mano y su reconfortante toque.
—¿Por qué no me ayudas a construir el jardín? —preguntó,
retirando la mano.
—¿Perdona? —me volví hacia ella, sorprendido por el giro que
habían tomado sus pensamientos.
—Sé que ya me estás ayudando a arreglar la glorieta.
—¿Cómo lo sabes? —No la insultaría con una mentira.
Dejó escapar una pequeña carcajada.
—Porque sé lo mal que se me da, aunque me estoy esforzando, y
entonces por la mañana bajo y veo que está bien.
—¿Tal vez sea el hada de los cenadores?
Tomarle el pelo era tan fácil, aunque sonara a cliché. Me sentía
mucho más ligero con ella.
—¿Así quieres que te llame? —se burló ella. Ella se encogió de
hombros—. Puedo, si quieres.
Negué con la cabeza, ensanchando mi sonrisa.
—Ayúdame a construir un bonito jardín lleno de flores, una oda
a Arabella. ¿Qué me dices?
Me levanté y me acerqué a la ventana para contemplar el
despoblado jardín
—No lo sé.
—¿Por qué? ¿Tienes cosas mejores que hacer?
Me encogí de hombros. Pasar demasiado tiempo con ella no sería
bueno ni para ella ni para mí. Había conseguido hacerme sentir
tantas cosas en tan poco tiempo.
No podía profundizar más con esta chica. Estaba prohibida por
muchas razones, una de ellas por ser perfecta, pura, amable. Ella
venía de un infierno, no merecía volver a entrar.
—¿Así que te quedas? —pregunté, todavía de espaldas al jardín.
Me resultaba más fácil parecer profesional cuando le daba la
espalda.
Sus hermosos ojos, sus pecas y su dulce rostro tendían a hacerme
olvidar lo mucho que merecía mi penitencia.
—Lo hago —respondió con cuidado, probablemente notando el
cambio en mi tono. —Sin embargo, con una condición más.
Suspiré. —Esto no es una negociación.
—Por supuesto que lo es.
—¿Qué quieres? —respondí un poco más bruscamente de lo que
pretendía.
—Quiero que me ayudes al menos dos veces en el jardín, y si no
es lo tuyo, no te lo volveré a pedir.
—¿Eso es todo? —Podría ofrecer algo más, tal vez una cena en
los confines de la biblioteca.
—Y un televisor. Echo de menos Netflix.
Tuve que reírme de aquello, era tan inesperado.
—Hecho —respondí antes de darme cuenta que había aceptado
todo, incluido el trabajo del jardín.
—Muy bien. Hasta luego, Sr. Montanari.
—Llámame Luca —dije, un tanto mortificado por haberlo hecho.
¿Qué diablos...?
Me di la vuelta, mirándola con los ojos muy abiertos. Tenía que
ser una hechicera, no había otra forma.
La contemplé entrecerrando los ojos. Apenas conocía a esta
chica. Llevaba aquí tres semanas. ¿Es que me sentía tan solo que...?
Sonrió tan alegremente que no me atreví a decirle que había
cambiado de opinión.
—Muy bien, Luca. Hasta pronto. —Se arremolinó y se fue antes
de tener la oportunidad de decir alguna estupidez y arruinar el
progreso que acabábamos de hacer. Chica lista.
Sacudí la cabeza. Cassandra West era una fuerza a tener en
cuenta y una parte de mí solo quería rendirse a su pureza antes de
arriesgarme a mancharla con mi oscuridad.
CAPÍTULO 10

C ie

Me quedé de pie junto al lecho de flores, mirando todos los


bulbos que tenía que plantar. Puede que me hubiera pasado con el
pedido, pero esperaba contar con la ayuda de Luca y, aunque
cumplió su promesa del televisor cuando ayer regresé de la visita a
mi hermano y me encontré con una pantalla plana gigante colgada
en la pared frente a mi cama y un post-it con los nombres de usuario
de Netflix, él aún tenía que cumplir su promesa de ayudarme con el
jardín.
Miré el reloj una vez más y suspiré. Luca llegaba veinte minutos
tarde. Siempre podía pedirle ayuda a Dom, pero no me parecía bien.
Me arrodillé, alcanzando el primer ramo de tulipanes rojos,
cuando lo vi salir de la casa por la puerta trasera, vestido de negro.
Me apoyé en las rodillas, esperando a que me alcanzara. No
podía negar que, a pesar de todo, aquel hombre era una fuerza de la
naturaleza, más de metro ochenta, ancho y rebosante de poder.
Llevaba vaqueros negros, botas de combate y una sudadera negra
con la capucha bajada.
Mis ojos se posaron en su rostro y en su ceño fruncido. Inclinaba
ligeramente la cabeza hacia un lado, y sospeché que era una forma
inconsciente de ocultar el lado cicatrizado de su rostro.
Algo que esperaba que dejara de hacer una vez que me conociera
y supiera lo irrelevantes que eran para mí sus cicatrices.
Se detuvo frente al parterre, mirándome, claramente molesto por
acudir, pero lo había hecho.
Bajé la mirada, apretando los labios para ocultar mi sonrisa ante
un hombre adulto haciendo pucheros.
—Tenemos que empezar primero con los tulipanes rojos y
amarillos. —Señalé con mi pala el gran contenedor que tenía a mi
lado—. Yo me encargo de este lado, tú puedes empezar aquí con el
amarillo. —Señalé a mi izquierda—. Me incliné hacia atrás y cogí
una caja metálica azul—. He preparado una cajita con lo que
necesitarás.
Cogió la caja y se acomodó en el lado que le indiqué. Aún no
había dicho ni una palabra y estaba claramente hosco y molesto por
estar aquí.
Estaba convencida que esperaba que su conducta me afectara
hasta que le dijera que podía irse. Ah, le esperaba una sorpresa.
Haber sido criada por mis horribles padres tenía una ventaja: las
malas actitudes de los demás rara vez me afectaban.
—Puedes mirar como lo hago yo si lo necesitas, y luego hacer lo
mismo y...
—Sé plantar flores. Ya lo he hecho antes —respondió
bruscamente, frunciendo aún más el ceño ante la caja que acababa de
darle.
Me encogí de hombros.
—De acuerdo —respondí lo más amistosamente que pude.
Estaba en mi segunda planta cuando volvió a hablar.
—¿Cómo sabías que vendría?
Levanté la vista hacia él. Estaba mirando los guantes de
jardinería de hombre que había puesto en su caja.
—Porque dijiste que lo harías —respondí, retirándome un
mechón de pelo de la frente con la muñeca doblada.
—Lo sé, pero después de lo que pasó... —Se encogió de hombros
—. Estaba un poco más dudoso.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, pero volví al trabajo. Me
resultaba más fácil hablar con él si estaba haciendo algo.
—Bueno, tras desmoronarse el asunto con tus padres, todo el
mundo te dio la espalda hasta el punto que acabaste durmiendo en
el sofá del piso de una habitación de tu antigua criada.
Me sorprendió y me incomodó un poco la cantidad de
información que este hombre tenía sobre mí, pero al mismo tiempo,
no debería haberme sorprendido. Después de todo, era mafioso.
—No tenía muchos amigos —admití, y con no muchos me
refería a ninguno—. Con la vida que llevaban de mis padres, era
madre de Jude la mayor parte del tiempo, así que con Jude, la
escuela y todo eso, mi vida social pasaba a un segundo plano.
—Aun así, nadie te ofreció ayuda.
—La Sra. Broussard lo hizo, me ofreció un hogar. —Puse un
tulipán en el suelo—. Y mi prima en Calgary me ofreció su casa.
—¿Tienes familia?
Sabía lo que no dijo. Su expediente no mostraba ninguna.
—Sí. Bueno, India es mi prima segunda. Es encantadora y me
pidió que me mudara con ella. Hubiera sido más fácil ir a un lugar
donde nadie me conociera o me odiara por asociación, pero...
—¿Pero?
Lo miré, pero él también estaba concentrado en su tarea.
Agradecí no estar bajo su escrutadora y oscura mirada la cual
parecía ver hasta lo más profundo de mi alma.
—Hubiera sido imposible dejar atrás a Jude. Los servicios
sociales me dijeron que India tardaría una eternidad en conseguir la
custodia y aun así es muy joven, soltera y está en un país extranjero,
así que dije que no. No me importan el odio y las dificultades
mientras esté aquí para Jude.
—Tiene suerte de tenerte.
¿Había nostalgia en su voz? Recuerdo la forma en que se sentó
en la habitación de su hermana, sosteniendo el unicornio contra su
pecho como si fuera un salvavidas. Había perdido una parte de él
cuando ella murió, y no podía ni imaginar su dolor. La idea de
perder a Jude me ponía físicamente enferma.
Sentía su pérdida hasta el alma.
—Tengo suerte de tenerlo. Es único, en más de un sentido.
Luca asintió y cogió un tulipán, contorsionando extrañamente el
cuerpo para agarrarlo como si sufriera.
Estaba a punto de preguntárselo cuando continuó.
—¿Así que le gusta leer?
—¿Jude? Sí, le encanta. Es más que eso, para serte sincera. Está
obsesionado con las palabras, siempre lo ha estado.
—¿Por qué?
Me encogí de hombros.
—No estoy segura, pero empezó siendo muy pequeño. Lo creas
o no, sabía leer antes de los cuatro años. —Solté una risita—. Como
sabes, mis padres no eran muy dados a la paternidad y yo no estaba
lo bastante disponible para leer cuentos, así que, ya sabes, lo hizo él
solo. Su psicólogo lo llama hiperlexia. A veces les pasa a los niños
con trastornos de espectro.
Luca asintió y me alegré que no preguntara más sobre el hecho
que Jude estuviera afectado por un trastorno autista.
—Nuestros padres lo consideraban imperfecto, yo lo considero
un regalo.
Luca me miró, sus cejas arqueadas y sorprendido.
—Eres sabia más allá de tu edad —dijo pensativo.
Solté una carcajada sorprendida. —No soy tan joven.
—Pero demasiado joven —replicó, cogiendo torpemente otro
bulbo de tulipán.
No respondí a su comentario porque estaba segura que había
estado hablando consigo mismo más que conmigo.
—¿A qué dedicas tus días? Nunca te veo por aquí.
Me miró en silencio antes de volver a concentrarse en su tarea.
—Vamos, estás haciendo todas esas preguntas. Es justo que yo
también te haga algunas.
Sacudió la cabeza, sin levantar la vista.
—Sabes que, si no quieres responder a mis preguntas, puedes
hacerlo. Nadie te obliga.
No pude evitar sentirme un poco desinflada ante su desplante.
No lo había dicho como una puñalada, sino simplemente como una
broma.
Suspiré, volviendo a mis bulbos de tulipán.
—Beber y revolcarme en la autocompasión —dijo al cabo de un
rato.
—¿Perdona? —No estaba segura de lo que decía.
Suspiró.
—Me preguntaste qué hacía todo el día. Beber y revolcarme en la
autocompasión.
—Oh, —Eso sospechaba. Solo que no esperaba que lo admitiera.
—¿Te sorprende? —preguntó levantando la vista.
—Me sorprende que me hayas dicho la verdad.
—No te mentiré, Cassandra —dijo con tal seguridad que me hizo
estremecer, su voz grave resonando en lo más profundo de mis
huesos—. Prefiero no contestar a mentir.
Le sonreí alegremente.
—Me gusta eso. A mí me pasa lo mismo. Las mentiras son
demasiado difíciles de mantener, demasiado para recordar. Diciendo
la verdad, nunca temo ser incoherente. No hay nada más inamovible
que la verdad.
Me miró de un modo que me incomodó, como si no estuviera
seguro que yo fuera real.
—Sí, no podría haberlo dicho mejor.
Se retorció de nuevo para alcanzar una bombilla.
—¿Te duele algo? —Estuve a punto de graduarme en la escuela
de enfermería, tal vez podría ayudarlo.
—¿Qué?
Señalé la caja con los bulbos. —¿Estás cogiendo de forma rara los
bulbos, ¿te duele algo?
—Ah, no. Es... —Se rascó la mandíbula barbuda con la mano
enguantada, dejándose un poco de tierra sobre la barba—. —Te
estoy dando mi buen perfil. No debería someterte a la abyecta visión
de mi destrozado rostro.
—Oh.
Asintió.
—Si quieres podemos cambiar de sitio, puede que sea más fácil
para ambos.
No, no quería cambiar de sitio. Quería que me mostrara su cara
libremente, incluido el lado izquierdo. No me molestaban las
cicatrices, incluso me parecían atractivas. Había visto en Google el
aspecto que tenía antes del accidente, elegante y poderoso, con un
asombroso parecido con aquel vampiro moreno de Buffy
Cazavampiros, pero las cicatrices no le restaban nada de atractivo, por
mucho que creyera o le hicieran creer lo contrario.
—No, no lo creo. Me gusta estar aquí y de hecho estoy
disfrutando de la vista. —Me sonrojé ante mis palabras. Yo no era
una mujer atrevida, nunca piropeaba a los hombres ni coqueteaba.
Demonios, ni siquiera sabía cómo hacerlo.
Sus cejas se fruncieron confusas. Probablemente intentaba
averiguar si estaba loca o era una mentirosa. No era ninguna de las
dos cosas, sus cicatrices eran llamativas, pero no le quitaban su
belleza robusta y masculina, al menos no para mí.
Me acerqué a él más lentamente y me quité los guantes de
jardinería. Levanté la mano y le retiré la tierra de la barbuda mejilla.
Se tensó como si mi contacto lo convirtiera en piedra.
Alcé la otra mano y rocé suavemente con las yemas de los dedos
su mejilla llena de cicatrices, apenas un toque, y a pesar de su estado
de congelación, vi que sus pupilas se dilataban. Le gustó que lo
tocara.
Su pequeña reacción me hizo envalentonarme de algún modo y
recorrí las cicatrices con el índice. Tracé la que descendía en línea
casi recta desde el costado hasta su frente, bajando por la comisura
de sus ojos, la comisura de su boca hasta su barbilla. Torcía la
comisura de sus labios en un pequeño mohín.
—Las cicatrices no son feas —susurré en voz baja, preocupada
por si rompía el hechizo y se alejaba, refugiándose en su caparazón
de odio a sí mismo. —Eres atractivo. Me gustan tus dos aspectos. —
Mantuve mis ojos fijos en los suyos, demostrándole que mis palabras
no eran más que la verdad. No lo decía por lástima, sino por la
atracción que sentía por él a pesar de saber lo equivocado e inútil
que era sentir algo por un hombre como él.
—No tienes que decir eso —susurró, pero permaneció inmóvil,
dejándome trazar todas las cicatrices.
—Sé que no. Pero lo digo en serio, cada palabra. Por favor, no
me ocultes tu rostro.
No me di cuenta que se había movido hasta que me rozó
suavemente con los dedos la comisura del labio inferior. Se había
quitado los guantes mientras yo estaba absorta con su rostro y
parecía tan hipnotizado como yo.
Su rostro se suavizó y, por una vez, vi lo vulnerable que era
aquel hombre.
—Me lo pones muy difícil —susurró tan bajo que no estaba
segura de haber sido dicho para que yo lo oyera.
—¿Qué? —respondí sin aliento mientras me rozaba lentamente
el labio inferior con sus dedos.
—Mantenerme alejado de ti.
—¿Y si no quiero que lo hagas?
—Entonces eres tan tonto como yo.
Abrí la boca para responder cuando Dom y otro guardia
doblaron la esquina.
Nos sobresaltamos como si nos hubiera alcanzado un rayo, el
momento se había esfumado definitivamente.
Luca se levantó mucho más rápido y con más gracia de lo que un
hombre de su tamaño debería ser capaz.
—Creo que la jardinería no es para mí —comenzó, quitándose la
tierra de los vaqueros, evitando mis ojos—. Te buscaré ayuda para el
jardín. —Miró a Dom y al otro hombre que nos observaba con
curioso interés—. ¿Puedo ayudaros en algo? —les ladró.
Dom sacudió la cabeza, pero sus ojos ya no estaban puestos en
Luca. Estaban puestos en mí. Se mostraban interrogantes,
especulativos... Bajé la mirada con incomodidad.
—Entonces sigue, no te pago por mirar.
Seguí mirando hacia abajo como si el bulbo que tenía en la mano
fuera lo más fascinante del mundo.
Vi los pies de Luca volviéndose hacia mí y levanté la vista,
encontrándome con sus ojos. Su rostro volvía a ser duro, sus ojos
casi acusadores, como si estuviera enfadado conmigo por ver a
través de las grietas de sus muros. Podía construirme y destruirme
con una sola mirada, una sola palabra... Su poder sobre mí era a la
vez excitante y aterrador.
—Esto no volverá a pasar.
—¿Qué cosa? La jardinería o... —¿O qué? ¿Lo que acabábamos
de compartir? Era una intimidad que aún no había experimentado.
Había sido diferente, significativo, aunque no pudiera ponerle
nombre.
—Ambas cosas, todo —respondió secamente antes de alisarse las
mangas y retirarse de nuevo a la casa.

Aunque en realidad no esperaba que me hablara durante el resto


del día, me sentí decepcionada por su silencio.
En este caso, sabía que su silencio decía mucho. Tenía miedo, de
qué, no estaba segura.
Trabajar sola en el jardín hoy había sido difícil. Estaba dolorida y
cansada, además de decepcionada por la reacción de Luca, así que
después de cenar me retiré a ver la tele.
Me di una ducha caliente para intentar aliviar mis músculos y
me acomodé encima de la cama con un bol gigante de palomitas.
Estaba a punto de empezar el espectáculo cuando oí un suave
golpe en mi puerta.
El corazón me dio un vuelco al pensar que Luca vendría a mi
habitación.
—Adelante —llamé, sentándome más recta en la cama.
No pude evitar el pequeño pellizco de decepción que sentí al ver
a Dom entrar en la habitación. Solo esperaba que no se me notara en
la cara.
—Ah, perdona que no sea a quien quieres ver.
Bueno, tal vez lo hizo. Eso no era bueno, me gustaba Dom. Era
una persona tan dulce y gentil.
—No, solo me sorprende ver a alguien. —Me señalé el pijama de
franela cubierto de pasteles—. La verdad es que no voy vestida para
recibir visitas.
Pareció ruborizarse un poco, pero no pude estar segura bajo la
tenue luz.
—Sí, lo siento, pero todavía es pronto. Pensé... —Se aclaró la
garganta e hizo un gesto con el pulgar hacia la puerta—. Me voy.
Podemos hablar por la mañana.
—No. —Me incorporé en la cama, casi tirando las palomitas al
suelo. Siempre estaba tan sola aquí, y ansiaba un poco de compañía.
Me senté con las piernas cruzadas en medio de la cama y señalé la
silla color melocotón que había junto a ella—. Siéntate por favor, me
gusta tu compañía.
Entró y sonrió aliviado.
—A mí también.
—Entonces, ¿en qué puedo ayudarte? —pregunté después que se
sentara. Se veía tan... extraño en esta habitación.
Aquí, todo era ligero y delicado y él era un hombre grande, todo
moreno de traje negro, la diferencia entre él y la decoración era
sorprendente.
Se reclinó en la silla y sonrió. La sonrisa de Dom era tan
despreocupada, tan encantadora. ¿Cómo era posible que Luca y él
fueran tan diferentes?
—En realidad es más bien en lo que te puedo ayudar.
—¿Sí?
—Luca me pidió que te ayudara con el jardín.
—Oh. —No pude evitar la poderosa decepción que me invadió
con sus palabras. De algún modo, una parte de mí esperaba que
Luca recapacitara y viniera mañana a los jardines—. No tienes por
qué. Puedo arreglármelas. Tienes suficiente trabajo, estoy segura.
Me dedicó una media sonrisa y una mirada de reojo que parecía
decir, ‘Veo a través de tu mierda’.
—No me importa. Aquí me muero de aburrimiento la mayor
parte del tiempo. Como ves nunca tenemos visitas y la seguridad es
como Fort Knox, así que ya sabes... —Se encogió de hombros—.
Hacer un poco de jardinería será una distracción bienvenida.
—¿Tú también eres de la mafia? —solté de sopetón. Me paralicé
con los ojos muy abiertos, ¿qué demonios me pasaba?
Dejó escapar una carcajada sorprendido.
—¿De verdad me acabas de preguntar eso?
—¿Qué? —sacudí la cabeza—. No... sí... ¿Quizá? —Gemí.
Soltó una risa, sacudiendo la cabeza.
—Sí, lo soy. Bueno... —Ladeó la cabeza—. Supongo que se puede
decir que estoy de permiso. Soy la seguridad de Luca.
Asentí en silencio. Si Luca estaba fuera de permiso, él también lo
estaría. Tenía sentido.
—¿Qué estás viendo? —preguntó, moviendo la cabeza hacia la
pantalla que estaba en pausa en un partido de baloncesto.
Agradecí el cambio de tema. Me preocupaba haber hecho las
cosas aún más incómodas.
—One Tree Hill. —Me acomodé en la cama, con la espalda
apoyada en el cabecero.
—¿Es buena?
—Solo voy por el tercer episodio hasta ahora... Se avecina mucho
drama adolescente.
Asintió con la cabeza. —Ah, el drama adolescente... de lo mejor.
Me reí y le tendí el bol de palomitas en una invitación silenciosa
a que se quedara a verla.
Después de un episodio, lo vi retorcerse en la silla, era pequeña y
estrecha. Era cómoda para mí, que medía uno sesenta, pero no para
él, que medía metro ochenta y cuatro.
Me deslicé hacia un lado y palmeé el espacio a mi lado.
—Es más cómodo aquí.
Levantó las cejas sorprendido cuando me di cuenta de lo que
había dicho. Dios, sonaba como un sórdido acercamiento.
—No. Lo digo de forma amigable. Solo... —Sentí que me ardían
las mejillas por el aplastante peso de mi incomodidad—. No soy
buena en esto. Yo … —Sacudí la cabeza. Cierra el pico, Cassie. Eres una
estúpida que invitó a un mafioso adulto a estar en tu cama contigo, ¿qué
esperabas?
Respiré hondo. —No estarás intentando salir conmigo, ¿verdad?
—¡Dios, no! —soltó con un retroceso como si el pensamiento en
sí fuera repulsivo.
Bueno, no importaba que yo sintiera lo mismo, su rechazo
extremo escocía.
—Vale, entonces no hay problema, ¿no?
Me miró en silencio durante unos segundos, como si intentara
descifrar algo antes de asentir.
Se quitó la chaqueta, se descalzó los zapatos negros de vestir y se
sentó conmigo encima de la cama antes de coger el bol de palomitas
y apoyarlo en su regazo.
—Sabes, por si te sirve de algo, aunque quisiera salir contigo o
acostarme contigo... Dios no lo permita.
Vale, pinchazo número dos. —¿Sí?
Sacudió la cabeza.
—Mis sentimientos o intenciones no deberían importar. Esta
invitación, aquí mismo, no me da ningún derecho sobre ti. ¿Lo
entiendes?
Lo miré a la cara, sorprendida por la intensidad de sus palabras.
Me estaba mirando, con el cuerpo tenso, las cejas ligeramente
fruncidas por la determinación, los ojos oscuros brillando con un
fuego justiciero que no esperaba en esta situación.
—¿Bien?
—No importa lo que puedas decir o hacer -conscientemente o
no-, eso nunca le da a un hombre ningún derecho sobre ti o tu
cuerpo. Tienes que recordarlo, siempre.
La intensidad de sus palabras me hizo estremecer. ¿Habría sido
testigo de algo? No, no quería pensar en eso.
—Lo sé.
Dejó escapar un suspiro.
—Genial. Ahora ya está arreglado. Veamos a qué drama
adolescente nos enfrentamos.
Asentí, todavía un poco inquieta por su discurso serio y la fuerza
de su rechazo.
—¿Eres gay? —le pregunté a mitad del episodio. Jadeé ante mi
propio comentario mientras él se atragantaba con las palomitas.
Acababa de pensarlo e hice una mueca. Necesitaba controlar mi
boca. No eran unos cualquiera y, francamente, eso no estaba bien.
—¿Perdona? —preguntó, con la voz ronca tras el ataque de tos
que acababa de sufrir.
—No importa. —Hice un gesto despectivo con la mano—.
Vamos a ver el episodio.
—No soy gay —respondió un rato después.
—No importaría que lo fueras —respondí con sinceridad, aún
demasiado avergonzada por mi pregunta como para mirarlo.
Puso el programa en pausa y me preparé para lo que vendría.
—Lo sé. Pero me pregunto qué te ha hecho decir que lo sabías...
desde el punto de vista científico.
Aunque podía oír la sonrisa en su voz, seguía sintiéndome
incómoda. Parecía que había perdido el pequeño filtro que tenía
desde que me mudé aquí.
—Es que... —Señor, llévame ahora—. Bueno, sé que no soy la
mujer más hermosa del mundo ni nada por el estilo, pero soy la
única mujer que hay, y a ti parecía repugnarte la idea. Pensé... —Me
encogí de hombros—. No sé qué pensé.
Lo miré de reojo mientras volvía a poner en marcha el aparato.
Se metió en la boca unos cuantos granos dulces y salados, con los
ojos fijos en el televisor, pero yo sabía que lo había perturbado.
Dejó escapar un suspiro.
—Todos tenemos cicatrices, hermosa chica —dijo, volviéndose
hacia mí con una sonrisa triste, casi melancólica—. Algunas están en
el exterior, en tu piel como una armadura, una prueba de tu lucha.
Pero otras, las más crueles y destructivas de todas, son internas y
crecen, supuran y... —Se detuvo de repente y dejó escapar un
tembloroso suspiro—. Eres increíble, eres perfecta, y siento un fuerte
vínculo contigo que me resulta desconocido e inquietante. Siento
como si fueras familia y, una vez más, todo esto es nuevo para mí.
Agradece que no sea romántico, agradece que lo único que quiero de
ti es tu amistad y tu confianza.
—¿Agradecida? —pregunté, con las mejillas encendidas por la
amabilidad de sus palabras. No era ninguna locura, yo sentía lo
mismo desde el primer día y ahora me alegraba de tener un amigo.
Había estado demasiado tiempo sola.
Asintió con la cabeza. —Sí, de lo contrario Luca me habría
matado.
—¿Por qué? —Mi corazón se aceleró. ¿Era posible que sintiera
algo por mí? —Oh, espera. ¿Es porque no aprueba la
confraternización entre el personal?
Dom soltó una carcajada.
—Sí, seguro, digamos que es eso.
Abrí la boca para preguntar algo más, pero negué con la cabeza.
¿Qué sentido tenía?
Acabábamos de empezar a acomodarnos para volver a ver el
programa cuando habló.
—Solo... —empezó.
—¿Solo?
Respiró hondo.
—Te vi en el jardín con Luca.
No estaba segura que me gustara cómo empezaba el tema. —
Bien...
—Simplemente... —sacudió la cabeza—. Luca es una persona
increíble, o solía serlo. Creo que aún lo es bajo todo el dolor y la
culpa y cualquier otra cosa que sienta. —Me dio una palmadita en la
pierna. Lo vi replegarse en su caparazón—. Sé paciente con él, sé
indulgente. Él lo vale.
Lo miré con cierto asombro. Era un verdadero amigo, él también
lo veía. No estaba loca... la conexión que tenía con Luca. Puede que
fuera joven e inexperta, pero sabía que era algo especial. La forma en
que me perdía en sus oscuros orbes, la forma en que un simple roce
le hacía estremecerse, eso tenía que ser especial.
—Lo prometo.
Asintió y eso fue todo.
Vimos un par de episodios más, o al menos eso me pareció
porque me quedé dormida, con la cabeza apoyada en el hombro de
Dom, sin sentirme sola por primera vez desde que el FBI puso mi
vida patas arriba.
CAPÍTULO 11

Luca

Habían pasado tres días desde el incidente en el jardín cuando


ella me había descolocado. Cuando me tocó, no quise retroceder,
sino todo lo contrario. Quería inclinarme hacia ella, buscar su
consuelo, que no merecía.
Sus caricias calmaron mi dolor, mi angustia. Quería más, y
nunca había querido más; nunca había sentido la necesidad de
nadie, y menos de una mujer, y sin embargo sus dedos sobre mi
piel... Me sentí redimido y la ansiaba.
Me había sacudido hasta la médula, y lo único que pude hacer
fue huir y esconderme, esperando que esa debilidad desapareciera,
pero no fue así.
Luché contra eso, luché contra ella, hasta que ya no pude más,
hasta que me planté en esta cocina, viéndola amasar algo de pasta
con un delantal amarillo que había sido de mi madre.
—Huele a naranja y canela.
Se paralizó al escuchar mi voz, y aquello me ralló de mala
manera. Últimamente se estaba haciendo tan amiga de Dom. Dos
guisantes en una vaina y eso me molestaba mucho más de lo que me
importaba admitir.
Dejó de amasar y se dio la vuelta lentamente, se limpió las
manos en el delantal y me miró con recelo. Tampoco podía culparla
por ello: había sido el hombre de peor humor siempre que había
estado con ella.
Había contemplado la posibilidad de volver a bajar con una
sudadera extra grande, para ocultar mi rostro de ella y del mundo,
pero quería ponerla a prueba, ver su reacción antes de ponerse en
guardia, y también quería demostrarle a mi manera que empezaba a
confiarle quién era yo.
Casi sonreí cuando vi en su rostro apreciación ante mi camiseta
negra ajustada y mis vaqueros. No solía ser vanidoso, al menos ya
no. Pero había trabajado mucho en mi físico durante mi autoexilio.
Le agradó la vista, extrañamente era como si ella, a diferencia de los
demás, pudiera ver más allá de las cicatrices y el dolor para ver al
hombre que yo solía ser.
—Sí, estoy haciendo cassatelle siciliana con ricotta. Dom dijo que
es su favorito.
Sentí un pellizco de celos al oír hablar de Dom. ¿Estaba
interesada en él? Se iba a decepcionar. ¿Dom y ella? Era imposible.
—Horneando su favorito. Eso está bien. —Me alegré de lo neutra
que sonaba mi voz a pesar de la agitación de emociones al verla así
en la cocina, con el delantal de mi madre. Espero que se haya
atragantado con uno.
Asentí, preguntándome si ella podría ver los celos que sentía en
mi rostro.
—¿Necesitas algo?
Suspiré. Estaba siendo profesional y quería que se mostrara
conmigo como lo hacía con Dom.
—No, la verdad es que no. —Me senté en el taburete frente a la
barra del desayuno, frente a ella—. ¿Te molesto?
—¡No! Claro que no. Es tu casa. Puedes hacer lo que te parezca.
Vale, no era la respuesta que esperaba. Hubiera preferido que
dijera que quería mi compañía, pero era un comienzo.
Se dio la vuelta de nuevo, trabajando en su cassatelle.
—¿De dónde has sacado la receta? Huele muy bien.
—Yo... Ummm. —parecía reacia a contestar.
Dejé que mis ojos se desviaran de la encimera para encontrar el
cuaderno de mi madre a un lado.
—Está bien. Puedes usar las recetas de mi madre. A Dom
siempre le encantó su cocina. —Respiré hondo—. Puedes usarla
también para mis comidas.
Me lanzó una mirada entrecerrada y llena de dudas por encima
del hombro, haciéndome reír.
—Juro que no volveré a estallar... al menos no por la comida.
Soltó una risita baja y se dio la vuelta con su bandeja de masa,
poniéndola en la encimera frente a mí.
—¿Cuál es tu postre favorito? —me preguntó, y en ese momento
supe que me había perdonado... otra vez. ¿Cuántas veces lo haría?
—Brownies red velvet2 con nueces.
Levantó la vista de su tarea de rellenar la masa.
—¿Qué?
Se encogió de hombros.
—Nada. Es que me parece muy dulce.
—Soy un hombre dulce —bromeé.
Resopló, pero sus labios se curvaron y sentí que había ganado.
Era una locura el poder que esa mujercita tenía sobre mí sin
intentarlo siquiera. Por muy oscuros que fueran mis pensamientos,
por muy huraño que estuviera, estar a su lado me hacía sentir mejor.
Bromeaba, sonreía... respiraba. Ella me aterraba.
Me quedé un rato más con ella, instalándome en una especie de
paz al verla cocinar y escucharla divagar. Me había dado cuenta que
tendía a divagar cuando estaba nerviosa y yo la estaba poniendo
nerviosa. Solo esperaba que fuera en el buen sentido, el mejor
sentido. Como ella me ponía nervioso a mí.
—Sabes, creo que podemos detener todo el proceso en torno a las
comidas. Ya sabes quién soy. —Intenté parecer tranquilo mientras el
corazón se aceleraba en mi pecho.
Asintió y levantó la vista, encontrándose con mis ojos con una
sonrisa brillante que me hizo sentir como un superhéroe.
—Me encantaría... Pero esta noche no. Tengo planes.
Me desinflé un poco y me molestó. Quería saber cuáles eran sus
planes, pero no tenía derecho a preguntar... Aunque no podía ser tan
emocionante, ¿verdad? Estaba atrapada aquí conmigo en medio de
la nada. A los guardias se les había ordenado que se mantuvieran
alejados de ella a no ser que hubiera un peligro inmediato.
—Claro. —Asentí.
—¿Mañana? —Volvió a sonreír. Joder, cómo me gustaba esa
sonrisa—. Nos traeré pizza del pueblo. ¿Qué te parece?
Ah, sí, había olvidado que era su visita semanal con su hermano.
—¿Sin piña?
Se rio.
—Sin piña —confirmó.
Mi euforia se apagó de inmediato cuando añadió.
—Le preguntaré a Dom qué tipo de pizza quiere que traiga.
—Sí, claro. —Dom se unirá a nosotros sobre mi cadáver, chica fogosa.
La cena somos tú y yo. Me puse en pie—. Me tengo que ir. ¿Nos vemos
luego?
Ella asintió.
—¡Sí, claro! Te dejaré unas cassatelles en esta caja —dijo,
señalando la caja de metal cubierta de rosas que había sobre el
mostrador—. ¿Me dirás qué te parecen?
—Absolutamente, pero si tengo que basarme en el olor hasta
ahora... Seguro que será divino.
Me alegré que no me preguntara qué iba a hacer porque, a decir
verdad... no tenía idea. Dom estaba trabajando con los nuevos
guardias y ya no me apetecía tanto beber, sobre todo gracias al rayo
de sol que cuidaba de mi casa.
Decidí utilizar mi tiempo para ser productivo en lugar de
autodestructivo por una vez e investigué la situación de Cassie y la
de su hermano. Quizá podría ayudar... Quizá podría convertirme en
el héroe que quería ser para ella.
Me sobresalté cuando oí el timbre de la cena. ¿Cuánto tiempo
estuve concentrado en lo que hacía?
Miré mi bloc de notas y todos los nombres que había anotado y a
los que tenía que llamar para ayudar en la situación de Cassie.
Me decepcioné un poco cuando encontré la biblioteca vacía,
excepto por la increíble comida que me esperaba en la mesa.
No pude evitar sonreír cuando me senté a la mesa y me fijé en la
cajita de metal rosa con el Post-it encima.
Creo que están deliciosos. Ya me dirás qué te parecen. 😉
Estaba convencido estarían deliciosos porque era una buena
cocinera y porque los había hecho ella. Eso ya lo hacía mucho mejor.
Comí rápidamente. Ahora tenía una razón para buscarla a pesar
de sus planes para esta noche. Sospechaba que estos planes eran con
Dom, lo cual no me gustaba mucho o algunas llamadas de Skype con
su amiga lo cual no me molestaba mucho.
Llevé mi plato y mi caja a la cocina, pero ella no estaba allí. Me
detuve en medio de la vacía cocina y me di cuenta que la calidez que
había sentido allí esta tarde era únicamente de ella. Ahora solo era
una habitación vacía llena de recuerdos dolorosos.
Cogí otra cassatelle y subí las escaleras. La puerta de su
habitación estaba entreabierta y me detuve al oír su risa, tan
despreocupada, tan encantadora. Sonreí. Me encantaba oírla reír. Mi
sonrisa se congeló en mi cara cuando oí reír a Dom, mi humor dio un
giro oscuro casi de inmediato.
Nunca había sentido celos, ni siquiera cuando Francesca me dejó
por Savio. Nunca me habían importado tanto como para sentir celos.
Era algo desconocido y tan inquietante que lo odiaba.
Llamé a la puerta, haciendo todo lo posible por refrenar mi mal
genio y mis crecientes ganas de dejar inconsciente a Dom de un
puñetazo.
—¡Adelante!
Entré en la habitación, dispuesto a echarle la bronca por algo...
cualquier cosa en realidad para que se fuera de esta habitación, pero
lo que vi me pilló desprevenido. Solo pude quedarme allí, con la
boca ligeramente abierta como un idiota.
Estaban los dos con batas rosas a juego en su cama, rodeados de
palomitas y otros dulces. Las dos llevaban diademas rosas y una
extraña máscara verde en la cara, como una especie de tratamiento
facial.
—¿Cosa c’è di sbagliato in te, stronzo3? —pregunté a mi jefe de
seguridad, que en aquel momento parecía más una fea mujer de
gran tamaño que el frío asesino mafioso que se suponía que era.
Los labios de Dom se torcieron. —Vamos a tener una noche de
chicas.
—Ah. —Asentí—. ¿Finalmente te ha crecido una vagina? Era de
esperar.
Cassie puso los ojos en blanco y dio una palmada juguetona en el
brazo de Dom. Envidiaba la familiaridad que había surgido entre
ellos.
—Dom me compró una cesta de spa para animarme después de
las malas noticias que recibí de los servicios sociales. —sonrió—. Era
para dos, así que lo invité a unirse.
Fruncí el ceño.
—¿Qué malas noticias? —pregunté bruscamente. Cada vez
estaba más molesto. No solo lo buscaba durante su tiempo libre, sino
que además confiaba en él.
Nunca había envidiado a Dom, supongo que hay una primera
vez para todo.
Hizo un gesto despectivo con la mano. —No te preocupes, está
bien.
Quiero preocuparme por eso, pensé, pero me callé. Dom me miraba
como si fuera un experimento científico, analizando cada palabra,
cada movimiento... Lo odiaba.
—¿Quieres unirte a nosotros? —preguntó y aplacó mi irritación,
saber que no quería pasar tiempo a solas con Dom.
¿Unirme a ti, a solas? Sí, por supuesto. ¿Unirme a ti y la Barbie
Dom? Paso. Sacudí la cabeza.
—No, solo quería decirte que las cassatelles estaban deliciosas.
Sonrió, apoyando la mano en el corazón.
—¡Gracias! Me alegro mucho que te hayan gustado. La próxima
vez te haré los brownies con nueces que te gustan.
Eso me calentó el pecho más de lo que podría decir.
Le sonreí y eso también me pareció extraño. ¿Cuánto hacía que
no sonreía de verdad?
Me volví hacia Dom.
—También me alegro de haberte pillado. ¿Entrenamos mañana?
¿A las ocho?
La sonrisa de Dom se ensanchó, sabía por qué quería entrenar.
Bueno, buena suerte, imbécil. Puedes pensar que soy un alcohólico fuera de
forma, pero puedo pelear sucio.
—Nos vemos luego, chicas.

Llegué a la sala de entrenamiento solo unos minutos antes que


Dom bajara con una sonrisa comemierda en la cara.
Sabía que estaba cabreado por lo de anoche y lo disfrutó.
Relajé mi cuello y entré en el cuadrilátero, preparándome.
—¿Ni siquiera un poco de cháchara? —preguntó, su sonrisa se
volvió burlona.
—Pensé que ya habías charlado bastante durante tu noche de
chicas.
Dom negó con la cabeza.
—Hace mucho que no nos enfrentamos. Lo echaba de menos. —
Se quitó la camisa, rodando los hombros.
Fruncí el ceño y miré el tatuaje de su pecho, igual al mío... La
daga, el rosario y el juramento que nos unía. Nuestra marca, nuestra
lealtad a nuestra sangre, nuestro legado, nuestro compromiso.
Nuestro lema era Honor, Protección, Conquista, honrar nuestros
votos, proteger nuestra sangre, conquistar a nuestros enemigos.
—Creo que es hora que vayas de visita al Rectory, para aliviar un
poco la presión. —El Rectory era un club sexual de alto nivel y muy
caro, pero también el único del estado que contaba con profesionales
capaces de hacer frente a las preferencias sexuales de Dom.
—¿El Rectory? —Asintió—. Quizá, pero ¿es por mi bien o
quieres que te deje a solas con ella? —Soltó una risita—. Puedes
pedirlo. Puede que te conceda el deseo.
—Cazzo4. —siseé mientras mi codo salía en un solo movimiento,
golpeándolo justo en la cuenca del ojo.
—Mierda —gruñó, dando un paso atrás y llevándose la mano al
ojo—. Estás jugando sucio, Montanari.
—¿Y tú no? —pregunté, adoptando una postura de combate, con
las manos en puños, protegiéndome la cara de las represalias—.
Acaparándola, ejerciendo de perfecto y dulce caballero. —Lancé un
jab5. Él esquivó hacia la izquierda, adoptando finalmente también
una postura de combate. Iba en serio y él lo sabía—. ¿Sabe lo que
eres?
Suspiró.
—¿Quién puede decir que no soy ese tipo?
Lanzó un puñetazo y lo detuve con el antebrazo. Apreté los
dientes mientras el dolor del golpe me subía por el brazo, directo a la
cabeza. Estaba más fuera de forma de lo que había previsto.
—No la quiero así, y ella no me ve así.
La forma en que enfatizó la palabra ‘me’ hizo que mi corazón
saltara en mi pecho como un estúpido adolescente. ¿Quería decir
que ella me veía así? No me jodas, tenía problemas.
—¿Qué está pasando? —pregunté mientras nos rodeábamos,
ambos reacios a lanzar otro puñetazo.
—¿Qué quieres decir? Su vida se fue a la mierda, tienes que ser
más específico.
Aquí estaba, molestándome otra vez. Sabía exactamente lo que
quería decir.
Hice una finta con un gancho de izquierda y le di un puñetazo
con la derecha.
—Deja de hacer el gilipollas.
Se rio, frotándose la mandíbula.
—Eres tan fácil de irritar.
Lo era, y todo gracias a ella. Antes siempre se me había dado
bien mantener todo muy cerca del corazón, pero ella era como una
herida abierta dejando salir todos los sentimientos.
—Domenico... —Le advertí.
Puso los ojos en blanco.
—Está relacionado con el FBI. La habían incluido en la lista de
‘personas de interés’ por los asesinatos de sus padres, pensando que
sabía más de lo que decía.
Dejé de moverme.
—Esto es estúpido, esta mujer no haría daño ni a una mosca.
—¡Obviamente! Y el FBI también lo sabe, pero la burocracia se
está tomando su tiempo y mientras no sea oficialmente eliminada de
la lista por un juez, no puede sacar a su hermano pequeño. Tiene que
estar supervisada en cada visita porque hay riesgo de fuga, y le está
pasando factura porque es interminable.
—¿Por qué no me lo dijiste? Podría haber ayudado.
—¿Por qué no le preguntaste cómo estaba en lugar de hacer
pucheros como un niño de cinco años? ¿Es porque cuando te tocó te
hizo sentir algo en el corazón y en los pantalones?
—¡Cazzo! —Lancé un puñetazo que él esquivó y me dio justo en
el riñón.
—¡Joder! —gruñí, sujetándome el costado, y casi me doblo en
dos intentando recuperar el aliento.
—Hemos terminado —anunció Dom ominosamente, bajándose
del ring y cogiendo una botella de agua—. La próxima vez que
quieras hacer de sparring, recuerda que he estado entrenando todos
los días mientras tú has estado remojando tus órganos en alcohol
durante los últimos años, ¿de acuerdo?
Le lancé una mirada fulminante, haciéndolo reír.
Se limpió la cara con una toalla y me miró mientras me frotaba el
costado, que seguía ardiendo como una perra. Su cara cambió de
burlona a seria.
—Además, la próxima vez, en vez de comportarte como un
estúpido cavernícola alfa, háblame, tío.
Fruncí el ceño, sin saber dónde quería llegar.
—Aunque no pienses así de mí, eres mi mejor amigo. Mi
hermano en todos los sentidos menos en sangre. Casi todo el mundo
me lo ha ofrecido todo para que me fuera de tu lado y me uniera al
suyo, pero he preferido quedarme con tu culo arrepentido, enfadado
y suicida que buscar otra cosa.
Respiró hondo y salí del ring, caminando hacia él, con la
emoción agolpándose en mi garganta, haciéndome difícil tragar
saliva. No era algo que hiciéramos en la famiglia, mostrar nuestros
sentimientos. Los sentimientos eran una debilidad, luchábamos con
todas nuestras fuerzas para no tenerlos, y si el cielo nos prohibía
tener sentimientos, luchábamos como bestias para ocultarlos al
mundo.
—Cassie es única. La he visto devolviéndote a la vida, y me
mataré antes de intentar arrebatarte eso, pero si no te mueves, otro lo
hará porque ella es especial, esa mujer …es joven, sí, ¿desconocedora
de nuestro mundo, de nuestras costumbres? Sin duda. Pero es
valiente, fuerte y leal. Ella puede manejarlo, ella puede manejarte. Es
un jodido unicornio, hermano.
Ahora estaba frente a Dom e hice algo que nunca pensé que
haría. Lo abracé.
—Gracias por quedarte conmigo. Me has salvado la vida —
admití de muy mala gana.
—Ti voglio bene —afirmó, devolviéndome el abrazo.
Me sorprendió que Dom admitiera que me quería, y yo también
a él, con el mismo amor fraternal que él me daba, y a pesar de todo,
no podía decírselo.
Así que le dije lo siguiente mejor...
—Io ti proteggerò sempre. —Siempre te protegeré. Era la única
forma de corresponderle y, por la forma en que me abrazó, supe que
lo había entendido.

2 Red Velvet: Terciopelo rojo.


3 Cosa c’è di sbagliato in te, stronzo: ¿Qué está mal contigo, imbécil?
4 Cazzo: insulto en italiano.
5 Jab: golpe rápido, utilizado para marcar o medir distancia con
respecto al oponente, donde el peso del cuerpo suele estar
depositado sobre el pie delantero.
CAPÍTULO 12

C ie

Me disponía a salir para ir a ver a mi hermano cuando Luca


apareció en la cocina.
—¿Estás bien? —pregunté, echándome el bolso al hombro.
Ladeó una ceja.
—Buenas tardes a ti también.
Me sonrojé, aquello era descortés y me alegré de verle, volviendo
a sentir ese vértigo en la boca del estómago. Me gustó que ya no
intentara ocultar su rostro, me miraba de frente.
—Lo siento. No esperaba verte. ¿Puedo ayudarte en algo?
Sacudió la cabeza.
—No, sé que vas a la ciudad y me preguntaba si podrías traer la
cena.
—Pensé... —me detuve y negué con la cabeza. Ayer habíamos
quedado para comer pizza, pero quizá era su forma de venir a
hablar conmigo y a mí me gustaba verlo, hablar con él. ¿Por qué lo
cuestionaba? —Por supuesto, traeré pizza.
Se acercó a mí hasta apoyarse en la isla de la cocina. Podía verlo
por el rabillo del ojo. Pude sentir el calor de su cuerpo, oler su sutil
fragancia. Cerré los ojos y ni siquiera me di cuenta que me inclinaba
hacia él, respirando hondo.
—¿Estás bien?
Me incorporé de un tirón y me sonrojé tanto que sentí que me
ardía la cara.
—Sí, seguro. Bien.
—Si tú lo dices.
Asentí con la cabeza, evitando sus ojos mientras podía oír la
sonrisa en su voz. No lo había engañado, claro que no.
Me aclaré la garganta.
—¿Está Dom por aquí? —Me volví hacia él y no me extrañó que
se tensara, que frunciera sus labios. ¿Estaba celoso? No, eso era
ridículo. He visto el tipo de chicas con las que él salía antes de todo
esto, yo ni siquiera era un punto en el radar de este hombre.
—No, siento decepcionarte, está en la ciudad durante todo el día.
Algo que olvidó mencionar anoche.
—Ah. —Hice un gesto despectivo con la mano—. No, no pasa
nada. Es que hoy recibiremos más flores y no puedo esperar más si
quiero llegar a tiempo a ver a Jude y...
—Yo me ocuparé de ellos. —Asintió.
—¿Estás seguro?
Puso los ojos en blanco. Disfrutaba de esa pequeña jocosidad en
él, aunque fuera escasa.
—De acuerdo. —Cogí la tarta que había horneado de la encimera
—. Puedes tenerlas preparadas junto al atrio. Se supone que el
tiempo aguantará unos días. —Moví la cabeza en dirección al jardín
—. Asegúrate que hoy solo entregue flores rosas. Hemos encargado
rosas, azaleas, begonias... —Suspiré, no tenía por qué aburrirle con
todos los detalles.
—No te preocupes. Estoy seguro que puedo manejarlo. —
Enterró las manos en los bolsillos de sus vaqueros—. Las flores rosas
eran las favoritas de Arabella.
Finalmente lo miré con una pequeña sonrisa, desaparecida la
vergüenza de antes.
—Sé que lo son. Y púrpura —señalé al otro lado del jardín—.
Este jardín es una oda a ella.
Apartó la mirada y, a pesar de la barba, pude ver cómo se le
movía la mandíbula. ¿Lo había ofendido al hacer eso? Pensé que le
haría feliz.
—¿Luca? —Volví a dejar la tarta sobre la encimera, moviéndome
de un pie a otro con incomodidad. —Puedo cambiarlo, siento haber
pensado...
Me miró, su rostro era un torbellino de emociones.
—Gracias.
Dejé escapar un suspiro. —¿Qué?
Sacudió la cabeza hacia mi plan sobre la mesa.
—Esto significa más de lo que crees. Eres única, Cassandra West.
Hice un gesto con la mano, con el pecho caldeado por los
elogios. No era algo a lo que estuviera acostumbrada con los padres
que tuve.
Volví a coger la tarta, atrayendo su atención hacia él.
—¿Feliz cumpleaños? —leyó en él.
Dejé escapar una risita.
—Sí, ya sé que es un poco triste hacer tu propia tarta de
cumpleaños, pero... —Me encogí de hombros.
Él se aquietó
—¿Es tu... cumpleaños?
—Sí. No.
Ladeó la cabeza. —Bien...
—No. —Me reí—. —Mi cumpleaños es el domingo, pero no es
para tanto, ¿sabes? Mis padres nunca han celebrado nuestros
cumpleaños. Nunca consideraron nuestro nacimiento como un logro
por nuestra parte.
—Encantador.
Resoplé. —Claro. En fin, siempre somos él y yo para los
cumpleaños y como solo puedo verle los jueves por la tarde, lo
celebramos hoy.
Asintió.
—Bien, entonces haremos algo el domingo. Tú, yo y... Dom.
Mi pecho se acaloró ante la atención. Se suponía que este hombre
era una bestia aterradora y, sin embargo, estaba mostrando mucha
más atención de la que mis padres jamás me habían mostrado.
—Luca, no. No tienes que hacerlo.
—Sé que no. Quiero. Vamos, todos necesitamos una pequeña
celebración. El domingo es una promesa.
Sonreí y asentí con la cabeza. Recordé lo que había dicho, él no
hacía promesas a la ligera y, de alguna manera, me emocioné por mi
cumpleaños por primera vez en mucho tiempo.
—Oh, dejé algunos libros nuevos para tu hermano en la consola
junto a la puerta. Nos vemos esta noche.
—Por supuesto. Gracias de nuevo.
Lo vi salir de la cocina y dejé que mis ojos recorrieran su trasero.
Puede que fuera inocente, pero no era una santa, y el culo de este
hombre en vaqueros ajustados era una obra de arte.

Fruncí el ceño cuando aparqué delante de la casa de acogida y


me encontré a Jude y Amy esperando delante de la puerta.
Jude llevaba puesta su chaqueta, sonreía de oreja a oreja y
rebotaba de emoción.
—¿Está todo bien? —pregunté saliendo del coche, con el corazón
ya acelerado.
—¡Cassie! —gritó, corriendo hacia mí y lanzándose sobre mí,
haciéndome resoplar mientras todo el aire salía de mis pulmones—.
¡Podemos salir!
Le devolví el abrazo y lancé una mirada interrogante hacia Amy.
Esperaba que no lo hubiera entendido mal, nos rompería el corazón
a los dos.
Me sonrió y asintió.
—Sí, puedes sacarlo esta tarde. Solo tienes que traerlo de vuelta a
las cinco —dijo acercándose a nosotros.
—¿Cómo? —sacudí la cabeza—. Sabes qué, no importa cómo.
Puedo sacarlo a pasear.
Jude me soltó y se volvió hacia Amy. —Gracias.
Le guiñó un ojo antes de volver a mirarme.
—¿Significa que todo este lío ha quedado atrás? —Me refería al
interés del FBI por mí, pero no quería preocupar a Jude más de lo
que ya estaba.
Se encogió de hombros.
—No del todo. Está en camino, pero la burocracia es
interminable. Sin embargo, mi jefe dijo que un juez federal Martin
había dado el visto bueno al asunto ante el distrito. —Se encogió de
hombros—. No sé qué ha pasado aquí, pero disfrútalo, se acabaron
las visitas supervisadas.
Miré al cielo y parpadeé para contener las lágrimas mientras mi
corazón se hinchaba de gratitud por el hombre roto y marcado,
estando segura era el origen de este pequeño milagro.
—Lo traeré a las cinco. —Miré a Jude. —Entonces, ¿qué quieres
hacer?
Se encogió de hombros. —Cualquier cosa, no me importa.
—De acuerdo. —Abrí la puerta trasera del coche y esperé a que
se abrochara el cinturón.
Me senté en el asiento del conductor y me encontré con sus ojos
en el retrovisor.
—¿Qué te parece si te llevo a la librería para que elijas unos
libros y luego nos vamos a tomar un chocolate caliente y una
magdalena al Starbucks?
—¿Podemos ir a la tienda de cómics en su lugar? Me encantan
los libros que me regala tu jefe.
—¿En serio? —pregunté, dándome la vuelta en el asiento y
mirando la pequeña pila de libros que había colocado en el asiento
de al lado.
Asintió, pasando los dedos por la cubierta de cuero burdeos del
libro que tenía encima.
—Sí, tendrás que recoger los otros cuando me lleves de vuelta.
Asentí y me volví para arrancar el coche. Solo tenía unas horas
con él y tenía que aprovecharlas.
—Le darás las gracias de mi parte, ¿verdad, Cassie?
—Por supuesto, lo haré. Se lo digo todas las semanas.
Después que Jude hojeara durante más de treinta minutos y
compráramos tres cómics, nos acomodamos en una mesa en la parte
trasera del Starbucks local y me alegré de no haber recibido las
miradas de odio que tuve durante el juicio de nuestros padres.
Miré a mi hermano mientras seguía su ritual de partir su
magdalena de chocolate en trocitos antes de comérselos. A pesar de
las palabras tranquilizadoras de Amy, no podía evitar la oleada de
preocupación que se instalaba en mí cada vez que lo miraba y lo
pequeño que era para su edad, lo pálido y delicado.
—¿Cómo estás, pequeñajo, de verdad? —le pregunté mientras
cogía uno de los trocitos de magdalena de su plato.
—Estoy bien, Cassie. —Se encogió de hombros—. Al principio el
centro no estaba bien. Los chicos eran malos, pero ahora estoy con
los más jóvenes, y los dos malos ya se han ido. —Me dedicó una
pequeña sonrisa.
Eso era algo que ocurría con los niños maltratados y
abandonados emocionalmente, se conformaban con todo y se
conformaban con mucho menos de lo que merecían. Pero eso no le
ocurriría a Jude, yo le daría todo lo que se merecía.
—Te sacaré pronto.
—Sí, lo sé. Amy dijo que tienes un buen trabajo. ¿Cuándo crees
que podremos ir a casa?
—No podemos volver a casa, Jude. La casa... —Me detuve, sin
saber cómo podía decirle que lo único que nos quedaba de nuestras
vidas eran las cuatro cajas de cartón que ahora estaban guardadas en
el apartamento de la señora Broussard. ¿Cómo podía decirle que
todo, y me refería a todo, incluida su bicicleta, había sido confiscada
y vendida para pagar la indemnización de las víctimas?
—No me refiero a la casa, sino a estar en casa contigo. —Se
encogió de hombros—. Dondequiera que esté, es tu casa, Cassie.
Respiré hondo, intentando contener las lágrimas ante sus
palabras. Mi hermano era mucho más sabio para su edad y su amor
por mí, igual que mi amor por él, era realmente lo que me hacía
seguir adelante.
—Para el verano debería estar bien. Mi jefe me está ayudando a
recuperarte. —Yo creí a Luca, de verdad, porque a pesar de todo lo
que sabía de él, podía ver que era un hombre de honor, y la clase de
lealtad que Dom le tenía no era algo que se pudiera comprar. Se lo
había ganado.
—Me gusta tu jefe.
Tuve que reírme. Casi podía imaginarme un encuentro entre
Luca y Jude, eso sería para los libros de historia.
—No conoces a mi jefe.
—Eso no es verdad.
Me tensé un momento, no estaba segura que me gustara la idea
que Luca fuera a ver a mi hermano a mis espaldas. —¿De acuerdo?
—Los libros que me ofrece, los escoge muy bien. —Asintió para
sí, como si tuviera un debate interno—. Me gusta —repitió.
Me recosté en la silla.
—Es un buen hombre. —Y lo era, aunque él mismo no pudiera
verlo. ¿Lo que hizo por mí? Permitirme ver a Jude yo sola... no tenía
precio.
Casi podía imaginármelo, Jude mudándose a la casa conmigo.
Era una visión tonta, por supuesto. Solo era un trabajo que tenía allí,
no estaba construyendo una vida, y sin embargo no podía dejar de
pensar en lo mucho que le gustaría la casa a Jude, sobre todo la
biblioteca.
—Me escribió.
—¿Él …qué?
—Luca, me dejó una nota en el primer libro y le contesté.
—¿Y me lo ocultaste? —Estaba más sorprendida que enfadada.
El Asperger de Jude le hacía muy difícil ocultar las cosas.
—Está respondiendo a mis preguntas —respondió. —Algo que
en realidad no estás haciendo.
Ouch eso dolió y sin embargo era justo.
—Solo estoy tratando de protegerte.
—Lo sé, pero no tienes por qué y me gusta hablar con él.
Me moría por leer sus cartas, pero no lo haría. A Jude le costaba
mucho crear relaciones y si lo conseguía a través de cartas … ¿Quién
era yo para impedirlo? No le traicionaría y si Luca le ayudaba de
alguna manera, tenía que aceptarlo.
—Puedes leer sus cartas si quieres —dijo, cogiéndome por
sorpresa mientras le llevaba de vuelta al Hogar.
—Está bien, Jude. Tienes derecho a tener una amistad con Luca.
—Lo sé, pero está bien si quieres. Iré a buscar los libros a mi
habitación.
Esperé un total de ocho segundos después que entrara antes de
coger la pila de libros del asiento trasero.
La carta estaba doblada por la mitad justo en la portada del
primero.
Chico,
Me alegro que hayas decidido seguir escribiendo y me enorgullece que
te defiendas. Ser pequeño no es un problema, es una ventaja. Deja que la
gente te subestime, te servirá de algo, créeme.
Sé que te lo estás cuestionando todo, pero a veces no hay forma de
explicarlo. No puedo decirte por qué tus padres hicieron lo que hicieron.
Qué les hizo ser así o si alguna vez se sentirán culpables, pero sé algo de lo
que estoy convencido. Lo que ellos son no es lo que te hace a ti. Lo que ellos
hicieron no te define.
Mira a tu hermana, tan feroz, fuerte y valiente. Tus padres no son ni la
mitad de mujer que ella. Lee este libro y comprueba que lo que te define no
es de dónde vienes, sino quién quieres ser.
Me gustaría decirte que las cosas son más fáciles cuando creces, que
puedes distinguir al villano solo por su capa negra y al bueno con su
estrella de sheriff, pero esto no es vida y lo siento chaval. De verdad que lo
siento.
Puedes ser un villano con buenas intenciones y honor y puedes ser un
buen hombre que resbala a la primera dificultad.
Tracé las palabras con el pulgar. Un villano con buenas
intenciones, eso era Luca, estaba segura. Tenía un buen corazón por
mucho que intentara luchar contra él. ¿Cómo iba a resistirme a él?
¿Impedirme a mí misma clavar un alfiler por él?
Levanté la vista y vi que Jude y Amy se acercaban al coche con
una bolsa. Volví a meter la carta en el libro.
—Aquí están los libros —intervino Jude, tendiéndome la bolsa.
Cambié los libros de una bolsa a la otra. —Gracias. Olvidé que
había hecho una tarta de cumpleaños y... —Miré a Amy—. ¿Tal vez
puedas llevarla y compartirla? —Miré a Jude y le guiñé un ojo—. Es
de red velvet.
Amy asintió con entusiasmo.
—Nunca diremos que no a la tarta.
—Perfecto. —Me incliné para besar la cabeza de Jude—. Te
llamaré el sábado. Te quiero.
—¡También te quiero!
Esperé a que volvieran al edificio antes de ir a recoger la pizza.
Cuando llegué a la propiedad, llovía a cántaros y estaba
preocupada por los bulbos que me habían entregado hoy.
Dejé la pizza sobre la mesa de la cocina y salí corriendo para ver
a Luca, calado hasta los huesos, corriendo dentro del invernadero
con los bulbos.
Me sentí culpable.
—¡No, está bien, déjalo! —grité—. Iré y lo haré.
Luca me hizo un gesto para que me quedara mientras terminaba.
Me apresuré a entrar en el lavadero y le esperé junto a la puerta
con una toalla grande.
Cuando Luca volvió, estaba temblando. Cogió la toalla e intentó
secarse.
—No funcionará así. Será mejor que vayas a cambiarte de ropa.
—Sí, ahora vuelvo.
—Gracias —dije antes que saliera de la cocina.
Hizo un gesto con la mano.
—No ha sido nada, he tardado cinco minutos.
Negué con la cabeza.
—Sí, gracias por eso, pero también por mi hermano. Sé que fuiste
tú. —Caminé hacia él—. No sabes lo que significa para mí.
Me miró, sus ojos indescriptibles.
—Me alegro de haber podido ayudar.
No estaba segura de lo se apoderó de mí, tal vez fuera lo sexy
que parecía todo mojado, su ropa pegada a la piel, mostrando sus
impresionantes músculos.
Me acerqué a él, poniéndome de puntillas, y sujeté su rostro,
atrayéndolo hacia mí, uniendo mis labios a los suyos en un casto
beso.
Se quedó inmóvil cuando mis labios tocaron los suyos y no se
movió hasta que rompí el beso.
—Gracias —dije de nuevo, ruborizándome ante la locura de mis
actos.
Carraspeó, dio un paso atrás y otro como si escapara de un
animal salvaje.
Lo miré, a la vez mortificada por mis acciones y dolida por el
rechazo, antes de dar media vuelta y correr escaleras arriba hacia la
seguridad de mi dormitorio.
Dios, ¿qué me había pasado?
CAPÍTULO 13

C ie

Respiré hondo y volví a mirarme en el espejo, intentando asentar


el estómago.
Una cena de cumpleaños entre amigos. Eso es todo lo que era y,
sin embargo, no podía calmar mis nervios.
Había encargado un vestido nuevo para la ocasión y me había
peinado y maquillado aún mejor que para el baile de graduación.
No estaba segura de lo que iba a pasar, pero sería la primera vez
que lo viera después del beso del jueves por la noche. Había sido
casto y motivado por la gratitud, al menos eso me decía a mí misma.
Entonces, ¿por qué te has esforzado tanto? se burló de mí una
vocecita.
No me había dicho nada. Me había mandado un par de mensajes
el viernes para decirme que iba a pedir la cena para el cumpleaños y
también que bajara a las ocho de la tarde, pero después de eso,
silencio absoluto de radio.
Sacudí la cabeza y bajé corriendo las escaleras antes de poder
cambiar de opinión.
En la pequeña biblioteca había una pancarta ‘Felices 21’ sobre la
chimenea. También había algo de comida y una pequeña tarta sobre
la mesa, así como una botella de champán y un par de regalos
envueltos en papel de plata al fondo de la mesa.
Dom estaba apoyado en la chimenea con unos vaqueros azul
claro y un jersey de cuello en V color crema que, tenía que admitir, le
quedaba increíble con su piel aceitunada.
—¿Hola? —suspiré, ¿por qué sonaba como una pregunta? Es que
me había pillado por sorpresa la ausencia de Luca. Quizá aún estaba
en modo preparación. Había llegado un poco pronto.
—¡Cumpleañera! —sonrió Dom antes de acercarse a mí y
abrazarme—. ¿Qué se siente al poder beber? —preguntó una vez
que me soltó.
Me encogí de hombros.
—Te he conseguido lo mejor que hay. Lo haremos con
responsabilidad —añadió con una sonrisa pícara.
Miré a mi alrededor una vez más como si Luca fuera a aparecer
en un rincón oscuro.
—¿Dónde está Luca?
—Ah, sí. Se ha quedado atascado. —Se rascó la nuca,
visiblemente incómodo—. Me dijo que te pidiera disculpas y que te
deseara un feliz cumpleaños.
Decir que estaba ofendida y dolida era quedarse corto. Nunca
había tomado a Luca Montanari por una persona evasiva y él me dio
su palabra.
Sacudí la cabeza mientras la ira me llenaba el pecho tan caliente
como el carbón. Ni siquiera se molestó en enviarme una nota él
mismo.
—No. —Di media vuelta y salí de la habitación.
Dom me cogió de la muñeca justo cuando estaba a punto de
subir las escaleras.
—¿A dónde vas?
—Voy a verlo. —Le di un empujoncito a mi muñeca, pero Dom
la mantuvo flojamente agarrada—. Quiero que me diga cara a cara
por qué no mantiene su palabra, por qué me hizo una promesa que
no va a cumplir y por qué un besito tan estúpido es tan...
—¿Te besó? —preguntó Dom, con los ojos muy abiertos por la
sorpresa.
Me sonrojé de vergüenza. No quería admitirlo y, de algún modo,
pensé que Luca le habría dicho por qué evitaba la fiesta, para evitar
el enfrentamiento con la niña estúpida encaprichada del lobo feroz.
—No, yo lo besé. —Sacudí la cabeza—. Realmente no es esa la
cuestión.
—No creo que subir sea una buena idea. —Hizo un gesto con la
cabeza hacia lo alto de la escalera—. Iré a hablar con él.
—No, no lo harás. Iré de una forma u otra. A menos que pienses
retenerme —repliqué, mirando su mano que aún rodeaba mi
muñeca.
Bajó la mirada y me soltó el brazo inmediatamente.
—¡No, claro que no! Nunca te tocaría de un modo que te
incomodara.
Lo dijo con mucha más vehemencia y convicción de lo que la
situación requería, pero era todo lo que yo necesitaba.
—Bien entonces. Iré a verlo y ¡que me eche si quiere! —Giré
sobre mis talones y subí las escaleras, contenta que Dom solo me
cubriera las espaldas y no pudiera ver lo preocupada que estaba por
enfrentarme a Luca.
¿Me trataría con amabilidad? ¿O volvería a ser la bestia que
había sido al principio? Yo fui la que fue rechazada después de aquel
beso, yo era la que debía ocultar y curar los tajos que causó en mi
apenas existente confianza, no al revés.
Entré en su despacho y lo encontré vacío.
Me di la vuelta y miré por el largo pasillo.
—¿Cuál es su habitación?
Dom suspiró.
—Creo que es una idea terrible.
Asentí con la cabeza.
—Tu preocupación está debidamente anotada y cuando las cosas
me exploten en la cara, serás libre de darme un gran ‘te lo dije’.
Sacudió la cabeza.
—Esto no es lo que quiero. Me encanta tenerte aquí. Es solo que
no quiero...
—¿Qué habitación, Dom? —Solté. Dios, cómo he cambiado en
las últimas semanas. Si hace un par de meses me hubieras dicho que
le exigiría cosas a un mafioso con dos pistolas, te habría dicho que
habías perdido la cabeza, y sin embargo aquí estábamos.
Miró al cielo y dijo algo en italiano que no entendí antes de
señalar una puerta a la izquierda.
Asentí y seguí la indicación, apretando mis temblorosas manos
en puños.
Respiré hondo antes de llamar bruscamente a la puerta. Al no
obtener respuesta, golpeé más fuerte.
—Luca. ¿Sr. Montanari? —No estaba segura que se me
permitiera llamarlo Luca nunca más—. Necesito hablar con usted.
Esperé unos segundos y gruñí.
—Bien. —Abrí la puerta y lo primero que me sorprendió, aparte
de la oscuridad, fue el olor. Olor a enfermedad, no el penetrante olor
a vómito, sino olor a sudor, a fiebre...
Encendí las luces. —¿Qué...
Corrí a la cama y encontré a Luca, temblando y con aspecto
ceniciento, con el pelo oscuro pegado al sudor en la frente.
Llevé mi mano a su frente y siseé.
—¡Está ardiendo! —Miré a Dom, ahora apoyado en la puerta
cerrada, con cara de preocupación.
—¿Sabías que estaba así?
Dom frunció los labios y asintió una vez.
Sacudí la cabeza.
—Increíble. —Retiré las mantas y Luca gimió.
Su pecho era llamativo y estaba surcado por tres furiosas
cicatrices rojas, como si lo hubiera mutilado un oso, pero ni siquiera
tuve la oportunidad de entretenerme al fijarme en las manchas
húmedas alrededor de su cuerpo, probablemente causadas por su
fuerte sudoración.
—Necesitamos llamar a un médico. —Cogí su muñeca y miré mi
reloj—. ¡Su corazón está demasiado acelerado, Dom! ¿Cuánto tiempo
lleva enfermo?
—Un par de días —respondió de muy mala gana.
Eso explicaba su silencio, pero al mismo tiempo me enfurecía
saber que había dejado que su estado empeorara tanto.
—¡Necesitamos un médico, llama a uno, ahora! —ordené.
—No doctor... —susurró Luca.
Dom se acercó.
—No quiere un médico, por muchas razones, y no podemos
negociar sobre eso. Llama a un médico ahora y toda la familia sabrá
que está débil. Esto causará más problemas de los que te imaginas.
Sabía que cuando decía familia se refería a la Mafia.
—Estúpida mafia —refunfuñé.
Dom me dedicó una sonrisa sin humor.
—No tienes ni idea. ¿Puedes hacer algo?
Mi corazón empezó a bombear más rápido en mi pecho. Solo era
una estudiante de enfermería, no lo sabía todo, pero ¿qué otra
opción tenía? Tenía que salvarlo.
—Puedo intentarlo. —Negué con la cabeza—. ¿Alguien puede
conseguirme medicinas? ¿Un termómetro? ¿Cualquier cosa?
—Puedo conseguir lo que quieras.
—¿Incluso medicamentos con receta? —pregunté dudosa. —
Sabes que no me permiten presc...
—Cualquier cosa, Cassie. Solo dímelo.
—Vale, toma nota. —Señalé el bloc de notas y el bolígrafo que
había sobre la mesilla de Luca—. Un termómetro, un estetoscopio,
co-amoxiclav por vía intravenosa, paracetamol, aspirina, un poco de
cloruro sódico al 0,45% y otro al 0,9% y un gotero de algún tipo, un
oxímetro, oxígeno... por si acaso. Solo eso por ahora y vuelve tan
pronto le hayas dado la lista a alguien, ¿vale?
Salió corriendo y pude volver a concentrarme en Luca.
Intenté asentarlo un poco sobre las almohadas, pero era un peso
muerto y pesaba demasiado. —¿Por qué eres tan testarudo?
Necesitas un médico. Solo soy enfermera.
Dom volvió sin aliento.
—Luciano está en marcha. Dije que era para ti, que estabas
enferma. Volverá en treinta minutos.
Hice un gesto con la mano.
—Hay que bajarle la fiebre inmediatamente.
—Bien, ¿qué necesitas?
—Tengo que meterlo en un baño frío, lo odiará, pero es la única
manera... —Miré su cara, su piel pálida, su respiración agitada—.
Para ser justos, está tan fuera de sí que dudo se dé cuenta. ¿Puedes
llevarlo al baño?
Asintió, subiéndose las mangas antes de quitarse la funda y
dejarla al final de la cama—. Comencemos con el baño. —Señaló el
cuarto de baño—. Estaremos allí enseguida.
Me apresuré a entrar en el enorme cuarto de baño de mármol
blanco y empecé a llenar la bañera tamaño jacuzzi que tenía en un
rincón de la habitación.
—Sabes, creo que todo el apartamento de la señora Broussard
podría caber en este cuarto de baño —dije mientras Dom arrastraba
a un Luca apenas consciente.
—Joder —gruñó Dom, ajustando su agarre alrededor de la
cintura de Luca—, pesa más de lo que parece.
Puse los ojos en blanco.
—El hombre mide cerca de un metro noventa. ¿Qué esperabas?
—Yo mido uno noventa —respondió Dom con un guiño.
—Felicidades, tú ganas. —Me aclaré la garganta—. Yo …um …
necesito quitarle el pijama empapado.
—De acuerdo. —Tiró del brazo de Luca más fuerte alrededor de
su cuello—. Lo tengo.
Respiré hondo, agachándome. Solo es un paciente, Cassie. Has
hecho esto cientos de veces, no es nada más. Excepto que yo no sentía nada
por mis pacientes. No besaba a mis pacientes. No se me hacía un nudo en el
estómago cuando pensaba en ellos.
Le bajé los pantalones, haciendo todo lo posible por evitar
mirarle la polla, lo que resultó imposible, incluso blanda era grande.
Me levanté rápidamente, esperando que mis mejillas no
estuvieran tan rojas como creía.
—Ayúdame a meterlo en el agua.
Mientras lo bajábamos al agua, empezó a sacudirse y a gemir.
Abrió los ojos y me miró.
—Tesorina6 —graznó antes de volver a cerrar los ojos.
—¿Qué ha sido eso?
Dom negó con la cabeza.
—No lo sé.
—Quédate con él un rato, por favor. Asegúrate que no se
ahogue.
—¿A dónde vas? —preguntó Dom mientras colocaba el brazo a
la espalda de Luca para sostenerlo.
—Voy a abrir la ventana para refrescar el aire y cambiar la cama.
Vuelvo enseguida.
Abrí la ventana y el aroma a aire fresco que percibí hizo que
comprendiera lo mal que olía aquella habitación. ¿Por qué dejó que
empeorara tanto? ¿No podía mostrar ninguna debilidad? ¿Solo
estaba enfermo o era algo más? Algo mucho más aterrador.
¿Realmente quería morir? No quería pensar que fuera así, pero
cuando me mudé estaba bastante anclado en el proceso de
autodestrucción. Creí que estaba mejor, creí que le estaba ayudando,
pero tal vez era lo que quería ver.
Negué con la cabeza mientras movía las armas de Dom con
cuidado antes de desnudar la cama.
¿Así era mi vida ahora? ¿Estar rodeada de armas? ¿Arreglar a
mafiosos enfermos? Sacudí la cabeza. No era un mafioso cualquiera.
Era Luca y, a pesar de todo, vi su luz brillar a través de las grietas y
quise ver más. Cambié su cama y rebusqué en los cajones de su
cómoda un pantalón de pijama. No necesitábamos que pasara calor.
—Bien, creo que ya está todo bien —le dije a Dom, entrando en
el baño un poco sin aliento.
—Oye, tómate un segundo. No tienes que apurarte tanto.
—En realidad sí, ha dejado que esto se ponga muy mal. Podría
morirse. Yo solo... —Miré a Luca y a pesar de seguir fuera de sí
parecía menos sonrojado—. Necesita recuperarse.
Dom asintió en silencio.
—De acuerdo. —Presioné el botón para vaciar la bañera—.
Simplemente sujétalo. Necesito secarlo. —Estaba satisfecha de lo
mecánicamente que podía hacerlo, y ahora que había pasado el
shock inicial al ver su cuerpo desnudo en todo su esplendor, por fin
podía concentrarme en secarlo.
Una vez que terminamos y lo acomodamos de nuevo en la cama,
dejé escapar un pequeño suspiro aliviada mientras tocaba su frente.
Seguía caliente, pero no tan demencial como antes.
—La fiebre ha bajado por ahora, pero tenemos que actuar rápido.
¿Podrías ir a comprobar si tenemos todo lo que necesitamos?
Dom hizo dos viajes para llevarlo todo arriba y me di cuenta que
haciendo todo eso ni siquiera le faltaba el aire. Era una locura lo en
forma que estaba ese hombre.
Le pedí a Dom que ayudara a Luca a incorporarse y, a pesar de
mi formación básica con el estetoscopio, pude comprobar al instante
que tenía una infección torácica grave. La respiración sibilante y
crepitante era inconfundible.
—Bien, como sospechaba, es una infección torácica grave.
Incluso sospecho que es neumonía. —Sacudí la cabeza. Había sido
tan imprudente con su salud. Hombre idiota y autodestructivo.
Dom se limitó a apoyarse contra la pared, con el rostro adusto.
Estaba realmente preocupado por Luca, y una vez más me di cuenta
que su relación debía de ser mucho más que guardaespaldas y jefe.
Habían sido amigos en otro tiempo.
—Se pondrá bien. Voy a curarlo —dije con mucha más
seguridad de la que sentía. Ni siquiera había terminado la carrera de
enfermería y, aunque cuidaba a muchos pacientes en el hospital,
nunca lo había hecho sola y menos sin supervisión. Sin embargo,
estaba haciendo promesas estúpidas que no estaba segura de poder
cumplir.
—Si alguien puede hacerlo, eres tú.
No, tendría que ser un médico de urgencias con la formación adecuada
en un hospital de verdad, pensé con amargura mientras colocaba el
oxímetro en el dedo de Luca antes de ponerle la vía intravenosa con
el suero e inyectarle el antibiótico directamente en la bolsa.
Miré la lectura del oxímetro. Su oxígeno estaba por debajo de los
90. Sin duda preocupante. Le tomé la temperatura y seguía en 39...
Señor, ¿cuán alta debió ser antes?
—Sabes que no soy una experta, ¿verdad? —le dije a Dom
cuando terminé de acomodar a Luca. Lo tapé con una sábana fina.
Tenía que tener cuidado de no sobrecalentarlo.
Sacudió la cabeza hacia el goteo.
—A mí me lo pareces.
Dejé escapar una carcajada cansada mientras me sentaba en la
silla junto a la cama de Luca. —Solo era una estudiante de
enfermería. Si no mejora en las próximas veinticuatro horas,
llamaremos a un médico, ¿vale?
Se pasó una mano por la cara. —No le gustará.
Me encogí de hombros.
—Prefiero que esté enfadado conmigo a que esté muerto, así que
lo acepto. Ya puedes irte a descansar. Yo vigilaré esta noche.
Dom me miró con sus ojos oscuros de una forma que parecía ver
en lo más profundo de mi alma.
—Lo besaste, ¿eh?
Puse los ojos en blanco, maldiciéndome mentalmente por abrir la
bocaza.
—No significó nada.
—Claro que no. ¿Quieres saber por qué te lo confío a ti más que
a cualquier otro médico o enfermera? Porque no es el miedo o el
deber lo que te impulsa a curarlo. Te preocupas por él
profundamente.
Abrí la boca para negarlo, pero él levantó la mano.
—No te molestes, Cassie. Eres muy fácil de leer y prefiero que
seas sincera, ¿vale? Ahora no es momento de jugar.
—Él es Mafia —respondí.
Dom asintió. —Yo también.
—Sí, lo sé, pero... —Pero ¿qué, niña tonta?
—Pero no te estás enamorando de mí y es la diferencia
fundamental.
Sacudí la cabeza. —Es mucho mayor que yo, y está roto y es
autodestructivo y... —Me detuve.
—¿Y?
—Solo soy yo. —Era una respuesta bastante floja, pero esperaba
que transmitiera lo que sentía. Solo era una chica corriente,
inexperta, apenas salida de la adolescencia. Una chica que creía
saber mucho pero que era más ingenua de lo que yo creía. Una
chica... Pero no lo suficiente para alguien como él.
Dom ladeó la cabeza.
—Lo dices como si fuera algo malo.
Me encogí de hombros.
Él suspiró. —¿Puedo traerte algo?
—Sí, por favor. ¿Podrías prepararme un termo de café y traerme
la caja de galletas que tengo en la encimera de la cocina?
—Claro, enseguida subo.
Una vez que Dom me lo trajo todo, cogí un libro de la mesilla de
Luca y volví a acomodarme en el asiento, poniendo el despertador
para que sonara cada hora.
Pasaron tres días hasta que empecé a preocuparme un poco
menos. La fiebre había desaparecido por completo y parecía un poco
más despierto y alerta, aunque hablaba casi siempre en italiano.
Al cuarto día, estuvo despierto un poco más y conseguí darle de
comer un poco de caldo y unas tostadas, sin embargo, no tenía
mucho sentido y seguía hablando mucho en italiano.
—Mia piccola guaritrice, non lasciarmi innamorare di te. Spezzerebbe i
nostri cuori. Ci farebbe male a entrambi7 —había murmurado al
terminar de comer.
—Seguro, de acuerdo.
Sonrió y asintió con la cabeza como si le hubiera dado la
respuesta correcta antes de volver a dormirse.
—Duerme mucho.
Me sobresalté, girando la cabeza enérgicamente.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí de pie? —pregunté a Dom, que
estaba apoyado en el marco de la puerta.
—No mucho. No quería interrumpir.
Solté una risa.
—No hay nada que interrumpir, está diciendo tonterías italianas.
—Tonterías, sí. —Miró su reloj y frunció el ceño—. ¿No se
supone que tienes que ir a ver a tu hermano?
Sacudí la cabeza.
—He llamado a Amy, la asistente social. No puedo dejar a Luca
todavía. Quiero decir que está estable, pero prefiero quedarme aquí.
Tendré una videollamada con Jude con mi portátil.
—Eso es muy amable de tu parte, pero no tienes que hacer eso.
Ya has ido más allá por él. ¿Cuánto tiempo has dejado su habitación
en los últimos días? Para duchas y siestas rápidas. Necesitas un
descanso.
Asentí con la cabeza. No lo negaría, mi cara reflejaba mi falta de
sueño.
—Realmente está mejorando. Te prometo que, si sigue así,
mañana saldré.
—Le salvaste la vida —insistió Dom—. Sin ti... —Sacudió la
cabeza y su nuez de Adán se balanceó mientras tragaba saliva.
Una vez más pude ver que su relación era mucho más que jefe y
guardaespaldas. Luca era su familia. Vi el amor en sus ojos, era un
poco como yo miraba a Jude.
—Estoy seguro que al final habrías ido en contra de sus órdenes.
—Reacomodé las cubiertas de Luca—. Pero sí, tienes razón. Es
demasiado testarudo para su propio bien.
Dom puso los ojos en blanco. —Dijo la sartén al cazo.
Lo miré, cruzando los ojos y sacando la lengua a un lado.
—Caliente.
Solté una risita. —Lo sé.
Suspiró. —Escucha. Debo ir a la ciudad un rato. Necesitamos
más antibióticos y he olvidado encargar la comida esta semana.
¿Necesitas algo?
Me encogí de hombros.
—Bueno, si pasas por la tienda de dulces... —me interrumpí.
Tenía tanta suerte de tener un buen metabolismo porque, con todos
los dulces que comía, debería tener cinco veces mi talla.
—Eso es un hecho. —Miró hacia Luca una vez más—. Bien,
volveré pronto.
Fui al baño y mojé un paño.
—Sabes que tienes suerte de tener gente que te quiere y se
preocupa por ti tan profundamente —susurré mientras le pasaba
suavemente el paño por la cara.
Bajé las escaleras, me preparé un sándwich y subí algo de
comida para él también, luego me acomodé en el asiento junto a su
cama.
Llamé al teléfono de Amy.
—Hola. —Sonreí al ver la cara de mi hermano en la pantalla—.
Lamento haberme perdido nuestra reunión semanal, pequeñajo. De
verdad que lo siento.
Hizo un gesto con la mano.
—No pasa nada, Cassie. Tengo mucho trabajo escolar. No
terminé los libros que me trajiste la semana pasada. ¿Cómo está
Luca? Amy dijo que estaba enfermo.
Asentí.
—Sí, pero ahora está mejorando. Me asustó. —No estaba segura
por qué le había confesado eso a mi hermano pequeño, pero de
alguna manera tenía que decírselo a alguien.
Aquella noche había pasado mucho miedo. Me había alegrado
que mi entrenamiento se hubiera apoderado de mí, pero me había
asustado tanto que muriera y la razón que había detrás era igual de
aterradora. Me importaba mucho Gianluca Montanari, jefe mafioso
roto en el exilio... No le auguraba nada bueno y, desde luego, no un
final feliz para mí.
—Eres la mejor, Cassie. Siempre me has curado. —Su sonrisa se
ensanchó.
Ladeé la cabeza mientras me invadía una oleada de ternura.
Había sido la madre de Jude en muchos sentidos, limpiando sus
heridas cuando se caía o cuidándolo cuando se resfriaba.
—Tienes razón. Soy un superhéroe.
—¡Superheroína! Eres mi Mujer Maravilla.
Me reí. —¿Vaya, Mujer Maravilla? Menudo cumplido. —Señalé
mi cabello rojo—. Pensé que sería más una Viuda Negra o una
Mística.
—No, ambas tienen un lado oscuro, pero tú no. Eres buena como
Diana.
—Te quiero, hermanito.
Seguimos hablando durante unos minutos, sobre sus deberes del
colegio y los libros que le había regalado Luca. Jude era ahora adicto
a Arsene Lupin, el caballero ladrón... un ladrón con moral y un
código.
Sí, deja que Luca comparta eso con mi hermano.
Le prometí a mi hermano que la semana que viene le llevaría a
tomar el helado más grande de la historia para compensarle, aunque
no parecía tan molesto. Tenía sus libros, era feliz.
—Siento haberte asustado —oí decir a una voz tan pronto cerré
el portátil.
Salté de mi silla, casi estrellándola contra el suelo
—¡Jesús!
—No del todo, aunque casi lo conozco.
—No tiene gracia —refunfuñé mientras mi corazón empezaba a
calmarse.
—¿Ni siquiera un poco?
Lo fulminé con la mirada, negando con la cabeza.
—Bien. —Se sentó en la cama, haciendo una mueca de dolor.
Me acerqué a la cama.
—Inclínate —le dije, rodeándole el torso con los brazos y tirando
de él hacia mí para poder ajustarle las almohadas y que se sentara
más cómodamente.
Sin embargo, esta vez fue incómodo, ya que él estaba consciente
y yo tenía la barbilla apoyada en su hombro. Le sentí girar un poco
la cabeza y sentí un leve roce en mi cabello. ¿Acaba de besarme en el
pelo? No, eso fue estúpido.
Negué con la cabeza, ayudándole contra la almohada antes de
ajustarle la funda alrededor de la cintura.
—¿Cómo te encuentras?
—Como si me hubiera atropellado un camión.
Fruncí los labios.
—Sí, bueno, espero que te sirva de lección y no vuelvas a hacer
algo tan estúpido.
—No pensé que sería tan malo.
—Sí, bueno... Me has asustado, Luca, de verdad.
—Lo siento, lo último que quiero es asustarte. Nunca quiero que
me tengas miedo.
—¿No tengo miedo de ti sino por ti? Parece que es mi modo por
defecto.
Sonrió mientras su estómago gruñía.
—Tengo un poco de comida para ti. Intenta tomarla, ¿vale? —Le
puse la bandeja con un bocadillo de mantequilla de cacahuete y
mermelada y una botella de zumo de manzana.
Me miró con una ceja arqueada.
—¿Ahora soy un niño de cinco años?
Puse los ojos en blanco.
—Necesitas el azúcar. Come y tómate los antibióticos —añadí,
dándole dos pastillas—. Tendrás que tomarlos al menos una semana
más.
—Sí, jefe.
Suspiré, sentándome de nuevo en la silla mientras él comía, y
dejé que mis ojos se perdieran en su pecho desnudo, y en particular
en el tatuaje que tenía allí.
Mi inspección se vio interrumpida cuando sus dedos la rozaron.
Levanté la vista y me encontré con sus ojos antes de apartar la
mirada, bastante avergonzada por haber sido sorprendida in
fraganti.
—Este es el tatuaje de la famiglia —dijo, sin dejar de trazarlo con
los dedos—. Todos lo tenemos, o una variante. Todo depende de la
familia a la que pertenezcas. Este es el tatuaje de la familia de la
Costa Este. —Suspiró y dejó caer la mano sobre la cama—. Fue
cuando hice la prueba final de lealtad. Normalmente te lo haces
entre los dieciséis y los dieciocho, pero qué quieres que te diga,
siempre he sido precoz. —Lo dijo en broma, pero la amargura de su
voz era inconfundible—. Lástima que estas estúpidas cicatrices no
me lo hayan quitado. Hubiera sido lo único bueno.
—¿Se supone que tienes que contarme todo eso? —pregunté
suavemente, inclinándome hacia delante en la silla para prestarle
toda mi atención. Quería saberlo, por supuesto, pero no, si le creaba
problemas.
Se encogió de hombros.
—Realmente no me importa. Me salvaste la vida, me cuidaste,
me lavaste la polla... Te ganaste mi confianza.
Me ruboricé al oír hablar de su polla.
—¡Dom estaba allí cuando te bañé! No fue nada inapropiado.
Dejó escapar una risita.
—Oye, solo estoy bromeando, pero todo sea por decir... Ahora
estás en mi círculo de confianza. Todo lo que quieras saber puedes
preguntarlo.
Asentí con la cabeza. —Bien, gracias.
—Necesito ir al baño.
—¡Oh! Sí, por supuesto, déjame ayudarte.
—Yo me encargo.
Dejé escapar un suspiro de alivio cuando Dom entró en la
habitación.
—¿Estás seguro? —pregunté.
—Sí, el idiota ya se ha despertado y tú apenas has dormido ni
comido en los últimos cuatro días. Ve a comer algo y acuéstate...
Puede que te haya dejado un regalito en la mesa de la cocina.
Me alegré. Nunca nadie me había comprado regalos, no sin tener
algo más en mente.
Miré a Luca que me guiñó un ojo
—Sí, ve tú. A Dom le encanta verme la polla, en realidad es más
un favor que otra cosa.
Dom resopló, pero se acercó a la cama.
—Sí que pareces cansada, Cassie —añadió Luca, completamente
serio, con la preocupación grabada en el entrecejo—. Hasta luego.
—Sí, nos vemos luego. —Me volví hacia Dom—. Cuida de él.
—Siempre —respondió justo antes que saliera de la habitación.
Quería ir a ver mi regalo, pero de repente la adrenalina y la
ansiedad de los últimos días se desvanecieron para dejar solo una
poderosa sensación de cansancio, y apenas llegué a mi dormitorio
antes de hundirme en el olvido.

6 Tesorina: amada, querida, cariño.


7 Mi pequeña sanadora, no dejes que me enamore de ti. Nos
rompería el corazón. Nos lastimaría a los dos.
CAPÍTULO 14

Luca

Pasaron otros cuatro días antes que volviera a ser yo misma...


bueno, una versión golpeada y dolorida de mí misma, pero al menos
funcionaba.
Había estado a punto de morir, lo sabía, y también sabía que ya
no había vuelta atrás en lo que respecta a Cassie West.
Me había salvado la vida con creces y, a pesar que todo se
acumulaba en mi contra, me di cuenta que realmente se preocupaba
por mí... Qué milagro para mí, pero qué maldición para ella.
Había querido mantenerla a raya, impedir que penetrara en mis
muros, pero nunca había tenido ninguna posibilidad. Había
demasiada bondad, demasiada luz en ella, para que no debilitara la
oscuridad que me rodeaba.
Ella había sido un faro de esperanza con todas las palabras
amables, todas las caricias gentiles y toda la fuerza sosegada que
presencié durante los pocos momentos de lucidez durante mi
enfermedad. Lo había significado todo.
Después de una ducha, que me cansó mucho más de lo debido,
caminé por la casa, buscando a Dom.
Había estado un tanto raro desde que sucedió todo, andando de
puntillas a mi alrededor... actuando como si necesitara que me
trataran con cuidado; odiaba eso.
Lo encontré en la sala de juegos jugando al billar solo.
—¿Para esto te pago?
Puso los ojos en blanco, pero se apoyó en la mesa de billar y
metió dos bolas de un solo tiro.
—En realidad, todavía no estoy en horario de trabajo —
respondió, dando la vuelta a la mesa, evaluando su siguiente
movimiento—. Me alegra ver que vuelves a ser encantador.
—Quiero entrenar.
Dom levantó la vista, sorprendido.
—¿Entrenar? ¿Con quién?
Alcé las cejas sorprendido por la pregunta.
—¿Es una pregunta trampa?
—Bueno, debe de ser Cassie porque jodidamente no soy yo.
Había un tipo de entrenamiento que ansiaba hacer con Cassie
que implicaba mucha menos ropa y mucho más placer que mi
habitual sesión de entrenamiento con Dom.
—¿Por qué demonios no?
Dom se echó a reír.
—No te ofendas, Luca, pero a mí me gusta al menos un pequeño
desafío. Vuelve cuando puedas estar de pie más de unos minutos sin
apoyarte en la pared como un paciente geriátrico.
Me levanté de un salto, ni siquiera me había dado cuenta que me
había apoyado en la pared.
—Necesito desahogarme —admití—. Estar encerrado en una
habitación y una cama durante una semana realmente me ha
afectado.
—Oh, sí, estoy seguro que la enfermera te ha molestado. —Dom
cogió un taco de billar y me lo lanzó—. Juega conmigo.
Mis labios esbozaron una media sonrisa. —No, eso fue una
ventaja.
Asintió con la cabeza, con cara de preocupación mientras
acomodaba las bolas de billar.
—¿Qué ocurre?
Sacudió la cabeza. —Nada.
—Dom... —solté suspirando.
—Hablabas mucho cuando estabas con fiebre.
—¿Lo hice? —pregunté mientras se me formaba un sudor frío en
la nuca.
Él asintió.
—La mayoría de las veces en italiano, pero...
Aquello fue un alivio. No necesitaba que Cassie se diera cuenta
de lo jodido que estaba.
—Hablaste con tu madre y con tu hermana.
Respiré hondo y bajé la vista a la mesa, acomodándome a la
pausa, haciendo todo lo posible por evitar los ojos de Dom. Las
había visto cuando estaba en el peor de mis estados, cuando
sospechaba que mi vida solo pendía de un hilo. Las había visto a
ambas en un hermoso jardín, donde me habían dicho que no había
sido culpa mía, que no había hecho nada malo y que tenía que seguir
adelante y ser feliz. Ellas querían que fuera feliz y querido, y verme
así les estaba rompiendo el corazón.
—Sí... —carraspeé antes de aclararme la garganta bajo el peso de
la emoción al recordar aquella ilusión que había parecido demasiado
real... Quizá había sido real—. Necesito una copa.
—Cassie dijo que no. Los antibióticos que estás tomando son
demasiado fuertes. Tendrás que esperar unos días más. No me hagas
llamarla.
Fruncí el ceño, nadie me decía que no, nadie me ordenaba nada.
—Cassandra West no es mi jefa.
Dom resopló.
—¡Claro que no! —Se volvió hacia mí con una mueca burlona—.
Mia piccola guaritrice, accarezzami il cazzo per favore. —Se burló con
voz aguda.
—¡Nunca le pedí que me acariciara la polla!
Dom volvió a reír.
—No, pero los dos sabemos que querías.
Sacudí la cabeza. Pero recordaba haberla llamado ‘mi pequeña
sanadora’.
—No te romperá el corazón, Luca.
Hice un tiro y mandé mi bola dentro.
—No, no lo hará. Ya no tengo nada que romper.
Dom me dedicó una sonrisa cómplice.
—Los dos sabemos que eso no es cierto. He visto que no es cierto.
Agradecí la rápida llamada a la puerta. Cualquier cosa era mejor
que un cara a cara con Dom.
—¿Sí?
Cassie abrió la puerta y se le iluminó el rostro cuando me miró.
Me encantaba cómo reaccionaba ante mí porque cada vez que sus
ojos verdes se posaban en mí, el corazón me daba un brinco en el
pecho.
—Tienes buen aspecto —dijo con su habitual sonrisa brillante.
Asentí, devolviéndole la sonrisa.
—Gracias a ti.
Hizo un gesto despreocupado con la mano, volviéndose de un
adorable tono rosado ante el cumplido.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti? —pregunté mientras ella
seguía mirándome en silencio.
Parpadeó rápidamente.
—¿Qué? Ah, sí.
Me complacía ver cómo reaccionaba ante mí. Se sentía realmente
atraída por mí, a pesar de todo... Era una auténtica maravilla.
—Tu amigo Matteo ha venido a verte.
Dejé escapar una burla, volviéndome hacia Dom. ¡Esa ha sido
buena!
Cuando noté que Dom se tensaba y palidecía un poco, me di
cuenta que no era una broma que habrían planeado, era verdad.
—¿Lo has conocido? —pregunté, tratando de mantener la voz lo
más fría posible. Que Cassie conociera a Genovese era
probablemente una de mis peores pesadillas.
Ella asintió, aparentemente ajena a la masa plomiza que se había
formado tanto en mi estómago como en el de Dom.
—Sí, un hombre encantador. Está en la cocina.
Asentí. Matteo Genovese había invadido mi espacio, algo que no
me agradaba.
—Perfecto, genial, iré a verle. ¿Por qué no vas con Dom? —Vete
a cualquier sitio lo más lejos posible de Matteo Genovese y quédate
encerrada hasta que abandone la propiedad.
—Sí —continuó Dom. —Me has privado de las bondades de la
tele mientras te ocupabas de este. Quiero saber quién se hizo el test
de embarazo. Apuesto por Brooke.
Me miró a mí y a Dom varias veces, sin creérselo.
—Cassie... por favor —continué.
Dejó escapar un suspiro resignado.
—Bien. —Se volvió hacia Dom—. Y es totalmente Hayley quien
está embarazada.
Esperé a que subieran antes de respirar hondo y entrar en la
cocina para enfrentarme a mi perdición. Matteo nunca salía de la
ciudad y ¿que condujera más de una hora para venir aquí? No
significaba nada bueno.
Lo encontré sentado en la isla de la cocina con un vaso de leche y
un brownie de nueces y terciopelo rojo -mi brownie de nueces y
terciopelo-, como si fuera su sitio a pesar de su aspecto de maldito
Capo.
—Me dijo que era tu favorito —me dijo, sin levantar la vista del
plato.
Lo estudié, vestido con su traje de diseño, su cabello oscuro
peinado a la perfección. Para ser justos, desde que conocía a Matteo
Genovese, nunca había visto otra cosa que fuera la imagen de la
perfección.
Giró lentamente la cabeza hacia mí, sus ojos fríos y carentes de
emoción me estudiaron mientras terminaba su bocado.
Sus ojos siempre habían sido inquietantes y, después de años sin
verlos, me costó acostumbrarme de nuevo. La mayoría de nosotros
teníamos los ojos marrones, pero los suyos eran del azul más claro
que jamás había visto. Incluso circulaba una historia en nuestros
círculos según la cual, sus ojos solo reflejaban el color del hielo que
sustituía a su corazón... el rey cruel.
—Gianluca. Estás vivo.
Permanecí en silencio, sin saber muy bien a dónde quería llegar
con esta declaración.
Suspiró, limpiándose las manos en la servilleta de papel que
Cassie le había dado. La anfitriona perfecta.
—Estoy francamente un poco decepcionado. Esperaba que
estuvieras muerto o moribundo porque no veo ninguna otra razón
para que no contestes a mis llamadas y no respondas al mensaje que
tu cachorro trajo de vuelta a casa. La única otra razón sería pura
estupidez y esperaba un poco más de ti.
—He estado ocupado.
—¿Follándote a la asistenta? —Ladeó la cabeza como si estuviera
meditando la idea—. Casi podría perdonarte si fuera el caso.
—No. La. Toques —gruñí, con las fosas nasales encendidas—.
Ella no tiene nada que ver con nada.
Sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa, le había
mostrado lo que quería ver.
—Necesitamos hablar. —Se levantó.
Asentí, dándome la vuelta y alejándome en una silenciosa
invitación a que me siguiera al despacho.
—¿Quieres una copa? —pregunté mientras me servía un vaso de
whisky. No importaban las instrucciones de Cassie, era obligado
para la conversación que iba a tener lugar.
Sacudió la cabeza y tomó asiento sin invitación. Le había
ofrecido una copa por cortesía, Mateo rara vez bebía en público.
—Así que... —lanzó una mirada aburrida a su alrededor—. Tú...
el príncipe mafioso roto, escondido en su mansión en medio de la
nada. —Me señaló el largo cabello y la barba—. Convirtiéndote en
un salvaje...
Resoplé.
—¿Así me llaman? ¿Príncipe roto?
—Creo que es bastante apropiado en realidad. Eres un niño
petulante que huyó de su responsabilidad porque resultó herido.
Apreté los dientes con tanta fuerza que me sorprendió no se me
rompieran. ¿Cómo podía no entenderlo? Ese hombre era un
psicópata.
—Quise renunciar a mi puesto, mi padre estuvo de acuerdo.
—Y yo me negué —añadió como si estuviera bien que él
decidiera por mí. Él tenía el poder de hacerlo, y aun así no lo hizo
bien.
—Pero dijiste que me dejarías tranquilo.
Asintió.
—Lo hice, pero creo que he sido más que paciente. Ahora está
encargando flores, enviando a tu consigliere a reuniones de famiglia.
—Dom no es mi cons...
—¿Pensabas que pidiendo favores al tribunal federal no
volverías a mí? Por favor, Gianluca, no eres tan estúpido.
—Estaba cobrando una deuda.
—Así que lo hiciste —Giró el anillo de sello que llevaba en el
dedo anular derecho. El anillo tenía grabado el símbolo de Trinacria,
un anillo poco común, uno que le habían dado como símbolo de su
autoridad. Matteo Genovese era el único que podía llevarlo en
Estados Unidos, era nuestro jefe, nuestro comandante, juez y
verdugo. Había sido enviado aquí cuando solo tenía quince años
para gobernarnos a todos. Era nuestro Capo dei capi y nos
gobernaba con puño de hierro.
Uno que era a la vez temido y venerado... El problema conmigo,
lo que le agravaba más que nada, era que yo ya no tenía nada que
perder, ningún punto de presión.
Miré hacia la puerta cerrada de mi despacho. Al menos solía
hacerlo. Durante dos años aquel hombre había perdido su poder
sobre mí, pero lo había recuperado y era evidente que lo sabía.
Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y me tensé. Aún
podía decidir que yo no merecía la pena y pegarme un tiro en la
cabeza.
Sacó una larga caja de terciopelo negro.
—Ya que venía, recogí esto de la joyería Lucía. Es una preciosa
pieza hecha a medida... diamantes... platino... 14.000 dólares, ¿no?
Qué gesto tan considerado para alguien que no te importa
especialmente.
Entrecerré los ojos hasta convertirlos en rendijas, ese cabrón lo
sabía todo incluso antes de poner un pie en esta casa. —¿A quién
tienes?
Se rio.
—A todos. —Sacudió la cabeza—. ¿Pensaste que te dejaría
marchar y lamentarte en tu rincón sin vigilarte de cerca? Bueno... —
Negó con la cabeza—. Debería decir que todos menos tu
consigliere... Ese es molestamente fiel.
—Él no es mi consigliere y yo no soy el Capo...
Matteo golpeó el escritorio con la mano.
—¡Suficiente! —gritó.
Me detuve, sobresaltada. Matteo tenía un carácter tranquilo y
colérico. Lo había visto degollar a un traidor y limpiar el cuchillo en
la camisa del tipo con la misma cara de aburrimiento que cuando iba
a la iglesia.
—Podría hacerte la vida muy, muy difícil, Gianluca. No me
pongas a prueba —soltó con frialdad, y si algo sabía de Matteo era
que nunca profería amenazas vacías—. Pero también podría
hacértela mucho más fácil.
Me recosté en el asiento. —¿Más fácil?
—Sabes lo que hice por ti cuando tenías catorce años, lo que te
conseguí.
Me puse rígido, era un secreto que no quería que se supiera.
—Eso hace tiempo que pasó, Matteo, y te lo he devuelto
multiplicado por diez.
Asintió.
—Sí, lo hiciste, pero aun así no tenía por qué estar de acuerdo.
Entonces era arriesgado. Yo era nuevo, pero me puse de tu parte.
—No gratuitamente —le recordé—. ¿Qué pretendes con esto?
—Sabes que no puedes casarte con quien quieras, ¿verdad?
Como Capo debes casarte dentro de las cinque famiglie, pero te
ayudaré a casarte con ella.
Mi corazón saltó ante la idea de tener a Cassie.
—No, ella se merece algo mejor. Quiero mantenerla fuera de
esto.
—¿En serio? —Miró la caja de regalo que había sobre mi mesa—.
Es demasiado tarde, lo sabes, ¿verdad? Sabe demasiado, no tiene
escapatoria. Te aseguraste de ello.
—Ella no sabe nada.
—¿Es eso cierto, Gianluca? —Se pasó el índice por el labio
inferior—. Ya sabes cómo trato a los mentirosos. —Hizo una mueca
—. Me disgustaría tener que torturarla solo para asegurarme, pero si
es lo que quieres.
—No le lastimes. Todo lo que ella sabe era mi derecho a
compartir.
—No le haré daño... si no me obligas a hacerlo. —Se rio—.
Quiero decir que podría hacerle daño solo por verte sangrar, pero
ella me gusta.
Que el Señor se apiade de ella, ser del agrado de Matteo
Genovese sonaba casi como una maldición. Igual que lo son tus
sentimientos por ella, se burló la estúpida vocecita sádica de mi
cabeza.
—Cuando entres en razón y te la folles, dale un anillo y que
termine su formación de enfermera. Necesitamos más sanadores en
la famiglia.
Sacudí la cabeza.
—Le están haciendo la vida imposible al simplón.
—Enzo no es un simplón. ¿Por qué te importa?
—A mí no, pero a ti sí —se burló.
—¿Qué es lo que quieres?
—Tienes que ocupar tu lugar y me importa una mierda tus
pequeñas turbulencias internas. Tú eres el Capo y se lo vas a
arrebatar a ese loco de mierda que se cree inteligente.
Me encogí de hombros. —Sácalo.
Puso los ojos en blanco.
—Eso es poco sofisticado y no puedo... hasta que su idiotez
provoque la guerra real que ya se avecina, tengo las manos atadas.
Benny es demasiado, demasiado llamativo, demasiado pagado de sí
mismo. —Sacó un sobre blanco del bolsillo—. El gordo cabrón está
organizando un baile de máscaras para su sesenta cumpleaños el
próximo viernes... Un baile de máscaras propio de una chica de
dieciséis años con gusto por lo teatral.
Tengo que admitir que me sorprende que ni Benny ni Savio me
informaran de su estúpida fiesta. Se habían esforzado tanto en fingir
que les importaba, en fingir que me querían dentro de la famiglia en
lugar de a dos metros bajo tierra... Así que el que ni siquiera me
enviaran una invitación me hizo saltar todas las alarmas.
Matteo deslizó el sobre hacia mí.
—Es un nombre falso. Ve con tu chica. Envía a tu cachorro.
Realmente no me importa. Tienes que ver lo que está haciendo y
tienes que pararlo. He sido más que paciente contigo, Gianluca. Te
he dado más libertad de acción de la que nunca le he dado a nadie.
No hagas que me arrepienta de haber apostado por ti. —Se levantó,
enderezándose la corbata y los puños—. Será mejor que te vayas o
que envíes a alguien, y espero que recuperes tu puesto muy pronto,
Gianluca. Nunca se me ha conocido por mi paciencia o indulgencia.
Ese fue el eufemismo del año.
—No me hagas volver aquí, no te gustará si lo hago... y a ella
tampoco.
Apreté las manos contra el escritorio, tratando de contener la
rabia. Enfrentarme a Matteo era una forma de hacer que lloviera
fuego del infierno sobre mí, sobre ella, y no era algo que hubiera
deseado.
Le hice un gesto cortante con la cabeza.
—Oh y una cosa más antes de irme... La próxima vez que te
llame, más vale que me contestes o me llames enseguida porque te
juro que no te va a gustar el resultado.
—Cosa segura.
—Me alegro que nos entendamos. La verdad es que no me
apetece ensuciarme las manos.
Eso era una mentira descarada, Matteo vivía para el caos y el
dolor. Su nombre era más que apropiado. Matteo significaba regalo
de los Dioses y él realmente se creía nuestro Dios, nuestro rey...
nuestro puto rey psicótico.
—Dale las gracias a la chica por el brownie. Me alegro de tenerla
en la famiglia.
Permanecí en silencio mientras me abandonaba en el despacho.
La había cagado en proporciones épicas.
Había querido proteger a Cassie, mantenerla justo en la frontera
entre el mundo normal y el mío. La quería cerca, pero me importaba
lo suficiente como para no querer maldecirla conmigo, y a pesar de
todos mis esfuerzos, a pesar de todos mis intentos de no caer, la
arrastré conmigo.
Pasé la mano por la caja del collar hecho a medida que había
encargado para ella. Debería haberlo sabido, pero quería que tuviera
algo especial por su cumpleaños, algo significativo que expresara lo
que sentía por ella sin que ella supiera realmente lo que significaba.
Debería haber tenido en cuenta que Matteo era tan listo como
astuto. Ahora ella estaba en su radar y no había mucho que yo
pudiera hacer.
Dale lo que quiere a cambio de su libertad. Quiere que vuelvas a la
cima. Se la dará. No es como si realmente le importara. Ella es solo un
medio para un fin, afirmaba mi voz de la razón, y ahí estaba esa
estúpida vocecita que salía de mi destrozado corazón. Tal vez no
quiera ser libre, tal vez quiera quedarse aquí... contigo.
Me recosté en el asiento y cerré los ojos cansadamente.
¿Cómo voy a salvarte, Cassie West? Y lo que es más importante,
¿quieres siquiera que te salven?
CAPÍTULO 15

C ie

Clavé la pala un poco más fuerte de lo necesario en la tierra. Aún


estaba un poco enfadada por lo que había pasado ayer, aunque no
tenía motivos para estarlo.
Luca me había dicho que confiaba en mí, que ahora estaba en su
círculo de confianza, y me mandó a mi habitación como a una niña
tan pronto apareció uno de sus colegas.
Sacudí la cabeza, poniendo el bulbo en el suelo. Sabía que era
novata en todo esto de la mafia, pero, aun así.
Aquel hombre había sido encantador. Bueno, era cierto que casi
me muero de un infarto cuando me había dado la vuelta y me lo
había encontrado allí, de pie en la cocina.
Matteo, dijo que se llamaba, y era una auténtica obra de arte.
Creo que nunca en mi vida había visto a un hombre tan hermoso. Su
rostro era perfecto, impecable... con una nariz recta, una mandíbula
bien definida y unos labios que harían llorar a las chicas, y unos ojos
de un azul tan claro que casi parecían irreales sobre su piel
bronceada y su cabello negro.
Y su acento, dulce Señor, ¡ten piedad! ¿Cómo es que los mafiosos
eran tan atractivos? ¿No se suponía que todos debían ser bajos,
gordos y calvos?
Suspiré al pensar en Luca y en el beso que le había dado.
—¿Por qué tan melancólica?
Me giré y vi a Dom a mi lado, con los brazos cruzados sobre el
pecho.
—¿Realmente quieres fastidiarme? Tengo una pala, ya sabes.
Levantó las manos rindiéndose.
—Qué miedo...
—Sí. —Me apoyé sobre los talones para verlo mejor—. ¿En qué
puedo ayudarte?
—Te voy a llevar fuera.
—¿Llevarme fuera? En plan... —Me pasé el pulgar por el cuello
de forma cortante.
Puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
—No, solo te saco a ti, lo juro... –suspiró—. Te voy a llevar a un
baile de máscaras, en la ciudad.
Me levanté, ajustándome la gorra en la cabeza.
—¿Baile de máscaras? ¿Por qué? ¿Cuándo?
—Sí, ya sabes... un baile con máscaras.
Era mi turno de poner los ojos en blanco.
—Sé lo que es una mascarada, Dom. Es solo que parece tan...
aleatorio.
Se encogió de hombros.
—¿Por qué no? Es divertido y llevas mucho tiempo encerrada en
esta casa, ¿y antes? ¿Alguna vez hiciste algo divertido como eso?
Seguro que no asistías a fiestas cuando ibas al instituto.
Tenía razón. Sonaba divertido y yo nunca había estado en una
fiesta de verdad, salvo en la que organizaban mis padres asesinos y
en la que tenía que interpretar el papel de su hija perfecta.
—No tengo nada que ponerme para ello. —Tendría que gastar
más de mis ahorros y eso no me entusiasmaba demasiado—.
¿Cuándo es?
—El próximo viernes y no te preocupes por no tener nada que
ponerte, te tengo cubierta, Boo.
—¿Boo? —pregunté arqueando una ceja.
Ladeó la cabeza.
—Estaba probando algo nuevo... ¿No?
Sacudí la cabeza con una risa sorprendida.
—No, desde luego que no.
—Entonces, ¿la mascarada? ¿Sí?
Realmente quería ir, pero no quería que Luca pensara que tenía
una relación romántica con Dom. Era estúpido incluso sentir
preocupación porque Luca no me había mostrado interés, al menos
no de forma romántica pero...
—¿Le parece bien a Luca?
Dom sonrió alegremente como si yo acabara de hacerle la
pregunta más interesante que jamás hubiera oído. Asintió con la
cabeza.
—Sí, dijo que mientras no toque lo que no me pertenece, no pasa
nada. Si no, perderé la mano.
—¿Qué pertenece a quién?
Dom soltó una risa.
—Hablando de Luca, me preguntó si podías ir a verlo a su
despacho.
El corazón me dio un brinco en el pecho, pero intenté contener
mi excitación ante la idea que me solicitara. Podía ser por trabajo,
claro, pero me hacía ilusión, pasara lo que pasara.
Asentí con la cabeza.
—Bien, ahora voy.
—¡No corras demasiado! No quisiera que resbalaras y te cayeras
—gritó tras de mí.
Seguí andando, pero le enseñé el dedo corazón y entré en casa
seguido de su estridente carcajada... ¡Idiota!
Respiré hondo cuando llegué al segundo piso y llamé a la puerta
de Luca.
—Adelante.
Abrí la puerta y mi estómago dio un vuelco cuando me miró a
los ojos y sonrió. Me había dado cuenta que era una sonrisa suave y
agradable, que solo me dedicaba a mí.
No pude evitar devolverle la sonrisa, sin darme cuenta que no
hacía ni cinco minutos estaba enfadada con él.
—¿Querías verme?
Señaló la silla al otro lado de su escritorio.
—Sí, quería hablar de lo que pasó ayer.
Asentí y tomé asiento.
—Matteo Genovese es... —Desvió la mirada y se rascó la barba
—. Es peligroso, muy peligroso.
No lo parecía. —Es muy guapo.
Luca resopló.
—Es el tipo de hombre que te desangra cuando se despierta y
desayuna junto a tu cadáver. Te mantuve alejada para protegerte...
no porque no confíe en ti, porque lo hago, más de lo que jamás he
confiado en una mujer. Yo solo... —Suspiró—. Solo quiero que sepas
que no quise lastimarte.
—...no me lastimaste. —Mentirosa.
Abrió el cajón y sacó una larga caja rectangular negra.
—Te lo compré por tu cumpleaños, pero obviamente las cosas no
salieron como esperaba, pero aquí la tienes. Feliz cumpleaños
atrasado.
No sabía lo que contenía la caja, pero tuve que parpadear para
contener las lágrimas ante la intensidad de las emociones que
despertaba en mí un regalo de Luca.
—No es mucho —añadió rápidamente, deslizando la caja hacia
mí.
Dejé escapar un suspiro tembloroso, cogí la caja y la abrí
lentamente. Dentro encontré un collar de plata hecho de formas
geométricas, pentágonos y líneas, enlazadas con flores de cristal. Era
absolutamente hermoso y único.
—Me encanta... —susurré, rozándolo con los dedos. Levanté la
vista—. Muchas gracias.
Me miró con una expresión tan parecida al cariño, tanto que el
corazón me volvió a dar un brinco en el pecho.
—Así que…, ummm…, Dom me invitó a un baile de máscaras.
¿Te parece bien?
Frunció el ceño. —¿Por qué no iba a estarlo?
Mi estómago se hundió ante la tristeza que me causó su
aceptación. ¿Qué esperaba? No era más que una ingenua tonta. Él se
preocupaba por mí, pero de la misma manera que Dom y
probablemente también era por eso que había estado distante desde
que lo había besado.
No quería tener que rechazar abiertamente a la dulce idiota.
Asentí con resignación. Había dejado de esperar más. Era
poderoso, maduro, educado y, sobre todo, estaba profundamente
roto. Necesitaba algo más que yo.
Me levanté. —Gracias de nuevo por el collar.
—No me preocupa Dom porque no toca lo que no le pertenece.
Me detuve con la mano en el picaporte y giré la cabeza para
mirarlo.
—¿Y a quién pertenezco yo? —pregunté, con el corazón
empezando a galopar como un mustang en mi pecho.
Se reclinó en su asiento, apoyó la mano en los labios y me miró
con sus penetrantes ojos oscuros, como si pudiera ver a través de mí.
—Que tengas un buen día, Cassie.
A pesar de esquivar la respuesta, no pude evitar sonreír cuando
salí de su despacho, apretando la caja contra mi pecho. Puede que no
me reclamara con sus palabras, pero sus ojos sí lo hicieron y por
ahora era suficiente.
Cuando volví a casa el jueves después de mi salida semanal con
Jude, encontré una caja negra de un famoso diseñador frente a la
puerta de mi habitación, así como una bolsa con varias cajas más
pequeñas.
Llevé las cajas a mi habitación y encontré el vestido más
hermoso de todos. Era un vestido de noche verde esmeralda, largo
hasta el suelo y con un solo hombro. La parte superior estaba
bordada con finas flores doradas y caía en una relajada línea A desde
la cintura, con una abertura tan alta que pensé que sería indecente
cuando me lo pusiera.
La primera caja de la bolsa contenía zapatos dorados y verdes
exactamente de mi talla, la segunda un chal dorado y la última una
máscara veneciana dorada adornada con ligeras líneas esmeralda
que creaban un hermoso e intrincado diseño.
Dom se había superado a sí mismo. Todo era tan maravilloso y
estaba tan bien coordinado. Recorrí el vestido con los dedos y decidí
probármelo enseguida.
Me despojé de mi ropa y me puse el vestido. Una vez cerrada la
cremallera lateral, me giré para mirarme al espejo y me quedé
sorprendida por lo impresionante que me quedaba el vestido, el
perfecto contraste de colores entre mi piel lechosa y mi cabello
pelirrojo. Pasé las manos por la cintura recortada y el vuelo de la
falda. Me quedaba perfecto.
No pude evitar sonrojarme un poco al ver que Dom se había
fijado en mi cuerpo... Saqué el móvil para hacer una foto, pero me
llegó un mensaje de Dom.
¿Puedes venir a mi habitación?
Fruncí el ceño. Sabía dónde estaba su habitación, pero nunca
había estado allí.
Claro, estaré allí en cinco minutos.
Me quité el vestido con cuidado y lo guardé en el armario antes
de ir a ver a Dom.
—Entra —dijo después de llamar a la puerta.
—¿Estás... bien? —pregunté. En realidad, era una pregunta
estúpida. Dom estaba en la cama a las seis de la tarde, con el cuello
cubierto de un ligero sarpullido. Estaba claro que no se encontraba
bien.
Suspiró, negando con la cabeza.
—No, bueno, ahora estoy bien, pero ya sabes que soy alérgico al
marisco, ¿no?
Asentí en silencio, estudiándolo, mi formación de enfermera
tomando el control.
—Pedí comida china y puede que no tuviera cuidado. Se me
disparó la alergia y si no llega a ser porque Luca me trajo la
EpiPen… —Sacudió la cabeza.
Corrí a su lado y miré su sarpullido.
—Ha debido de ser realmente fuerte —confirmé, mientras bajaba
un poco el cubrecama y notaba que el sarpullido le corría también
por el pecho.
Suspiró.
—Sí, es bastante común. —La mayoría de las reacciones alérgicas
graves y la reacción al EpiPen tenían tendencia a provocar malestar
estomacal. Comprendí lo que no decía.
Me encogí de hombros.
—No pasa nada, Dom, habrá otras fiestas. —Me alegré que mi
voz no transmitiera la decepción que sentía. Me había hecho ilusión
ir a algún sitio por una vez y parecer una princesa.
Por supuesto que no, Luca te va a llevar —dijo sacudiendo la
cabeza.
No pude evitar la emoción que me invadió antes de desinflarme
cuando la realidad se me vino encima porque, uno, no sería justo
obligar al ermitaño Luca a hacer algo tan trivial, y dos, sería bastante
despiadado utilizar a Dom como una pieza reemplazable.
—No, está bien...
—Me parece justo, él es quien lo ha organizado todo —añadió,
interrumpiéndome.
Arqueé las cejas, sorprendida.
—¿Luca lo hizo? —No era algo que me hubiera esperado.
Asintió con la cabeza.
—Sí, pensó que necesitabas un poco de distracción por todo lo
que está pasando en tu vida, por todas tus responsabilidades. Él
eligió el vestido... todo.
—¿Luca? ¿Gianluca Montanari hizo eso?
Dom soltó una risita, pero sonaba cansada. Casi había olvidado
cómo podía afectarle esta mala reacción alérgica.
—Sorprendente, ¿verdad? Debes de gustarle mucho.
Me sonrojé de placer.
—Yo, no, solo está siendo amable.
Dom me miró con una sonrisa cómplice en la cara.
—Claro, sí... debe de ser eso. Los jefes de la mafia suelen ser
conocidos por su carácter amable y bondadoso.
Puse los ojos en blanco.
—No estoy segura que dejarte sea inteligente.
—No te ofendas, Cassie, pero soy un hombre de treinta y dos
años. Estoy bastante seguro que puedo manejarme bien.
Crucé los brazos sobre el pecho.
—¿Como hiciste cuando Luca estuvo enfermo?
—¡Oye! —apoyó la mano en el pecho en señal de fingida ofensa
—. Primero, eso fue culpa de él, no mía. Y segundo... —torció la boca
hacia un lado—. Vale, no tengo un segundo, pero solo es una tarde.
Volverás antes que me dé cuenta.
Suspiré. —Sí, pero Luca...
—¿Qué pasa con Luca?
—¿Estás seguro que está bien para participar? No quiero que
haga algo que no le entusiasme. Lleva más de dos años sin salir. No
estoy segura... —No estoy segura de merecer el esfuerzo, añadí para mis
adentros, pero sabía que enfadaría a Dom si decía eso. Él era mi
animador personal.
—¿Entre tú y yo?
Asentí con la cabeza.
—No creo que él mismo se dé cuenta, pero probablemente ahora
mismo esté dando gracias al cielo por tener esta oportunidad.
Solté una pequeña carcajada.
—Espero que sea verdad... Yo... —Respiré hondo—. Él me gusta.
—¿Ah, sí? Vaya... Esa es información totalmente nueva.
Puse los ojos en blanco, tenía un fuerte sarcasmo.
—No, quiero decir que él me gusta. —Sí, volvía a ser una niña de
séptimo curso.
Dom me miró en silencio, como si yo tuviera pocas luces.
—¿Pensaste que eras discreta al respecto?
De repente, el pánico se apoderó de mí.
—¿Crees que lo sabe? —Si lo supiera, juro que no podría volver a
mirarlo a los ojos.
Dom resopló.
—Debería, normalmente lo haría, pero está tan atrapado en su
odio a sí mismo que no creo que se dé cuenta que la gente puede ver
más allá de eso. —Respiró hondo y se acomodó un poco más en su
pila de almohadas—. Vete ya. Necesito mi sueño reparador.
—De acuerdo, pero llámame si necesitas algo, por favor.
—¡Honor de explorador! —Prometió, levantando la mano en un
saludo a lo Star Trek.
—Así no es como se hace. Eso es un saludo Vulcano.
Se encogió de hombros. —Lo es en Italia.
Entrecerré los ojos con desconfianza.
—No, no lo es, no soy tan despistada.
—¡Ah! —me guiñó un ojo. —Mereció la pena intentarlo.
Sacudí la cabeza. —Nos vemos el sábado.
—Diviértete y si te sirve de algo, creo que a Luca también le
gustas... Quizá deberías pasarle una nota en clase y preguntarle si le
gustas —añadió Dom mientras yo llegaba a la puerta.
No pude evitar que cientos de mariposas revolotearan en mi
estómago al pensarlo, pero me di la vuelta para fulminar a Dom con
la mirada.
—Luca tiene razón, realmente eres un gilipollas.
Salí de la habitación seguida por la estridente carcajada de Dom
y, sin embargo, a pesar de lo preocupada que estaba por él, no podía
evitar la sensación de nerviosismo por gustarle a Luca y pasar la
velada con él en el baile, bailar con él...
Sí, mañana no podía llegar lo suficientemente rápido.
CAPÍTULO 16

C ie

Teníamos que salir a las seis y cuanto más tiempo pasaba, más
nerviosa me ponía. Había preparado mi bolso de viaje a primera
hora de la mañana y había visto unas tres horas de tutoriales de
YouTube sobre cómo maquillarme y peinarme, pero cuando ahora
me miraba en el espejo, me alegraba de decir que no había sido en
vano.
Me hice un look sofisticado. Me ahumé los ojos, haciéndolos aún
más verdes, y me pinté los labios de un rojo intenso, poniendo el
acento en mi boca respingona y creando un contraste en mi piel de
porcelana.
Me recogí el cabello en una trenza asimétrica y dejé sueltos
algunos rizos naturales para suavizar el conjunto.
Sonreí a mi reflejo, subí la mano y rocé el collar que Luca me
había regalado por mi cumpleaños.
Hoy me sentía hermosa. Parecía una mujer segura de sí misma,
alguien lo bastante hermosa como para haber atraído la atención de
Gianluca Montanari incluso antes que su vida se fuera al infierno...
Incluso antes de considerarse arruinado.
Un golpe en la puerta me devolvió a la realidad.
—Ya voy. —Respiré hondo, cogí mi bolso de viaje y abrí la
puerta.
No pude contener el grito ahogado que se me escapó al ver a
Luca frente a mí. Había visto fotos suyas antes del accidente, pero no
le hacían justicia.
Se había cortado su larga melena negra, no demasiado corta y
conservadora, sino lo bastante larga para enroscarse en el cuello de
su camisa de esmoquin. También se había afeitado la barba, lo que
hacía más llamativas sus cicatrices, pero también revelaba su afilada
mandíbula y su fuerte mentón.
Era una fuerza a tener en cuenta y cuando me miraba así, como
si quisiera comerme viva... no tenía ninguna posibilidad.
—Estás impresionante —susurré aturdida, asimilando su
poderosa presencia en su esmoquin perfectamente confeccionado.
Su boca se curvó en una suave sonrisa.
—Me has robado la frase.
Me sonrojé vivamente, sin darme cuenta que había dicho esas
palabras en voz alta.
—Cassie, sei più bella di mille stelle.
Ni siquiera sabía lo que había dicho y, sin embargo, estaba
haciendo cosas en mis partes femeninas, también era una sensación
nueva, pero bastante recurrente a su lado.
Ladeé la cabeza cuando extendió la mano para coger mi bolso.
—Eres más hermosa que mil estrellas —tradujo.
—Oh, gracias. —Me sonrojé de nuevo, bajando la mirada a mis
pies—. Es el vestido.
Negó con la cabeza, extendiendo el codo como un caballero para
que lo aceptara.
—No, el vestido no importa, cualquier vestido te quedaría
precioso. Brillas como la más brillante de las estrellas.
Le devolví la sonrisa, sin saber muy bien qué decir. Tomé su
brazo y bajé las escaleras en silencio, disfrutando de su fuerte
presencia y su aroma amaderado.
Entramos en la limusina más lujosa que había visto nunca, ni
siquiera en las películas.
—Trevor nos dejará en el baile y llevará nuestro equipaje a las
habitaciones —dijo mientras se sentaba frente a mí en el vehículo.
—De acuerdo —asentí—. ¿Dónde nos alojamos?
—El Gran Hotel. Tenemos habitaciones una al lado de la otra...
¿Te parece bien?
—Claro, sí. —¿Entonces por qué te decepcionó un poco la idea
de las dos habitaciones? Miro la caja negra que tiene a su lado en el
asiento—. ¿Qué es eso?
—Mi máscara. ¿Quieres...
—¡La máscara! —jadeé, tocándome la cara desnuda. Me la había
dejado en la cama junto con el chal—. ¡Para el coche!
Luca dio un golpecito en la ventanilla cerrada y el coche se
detuvo justo cuando su teléfono comenzó a sonar.
Lo sacó del bolsillo y vi el nombre de Matteo parpadear en la
pantalla.
Miré por la ventanilla, acabábamos de salir de la verja de hierro.
Rechazó la llamada. ―De acuerdo, daremos la vuelta —dijo justo
cuando el teléfono volvió a sonar.
—No, quédate aquí y habla con él. —Hice un gesto con la cabeza
hacia el teléfono—. Haré que el guardia me lleve con el carrito de
golf y me espere. Volveré dentro de diez minutos.
Suspiró, bajando la vista hacia su teléfono.
—Bien, date prisa. —Contestó—. Pronto.
Salí del coche y le hice un gesto al guardia de seguridad.
—Lo siento. Olvidé algo en la casa, ¿podría llevarme de vuelta?
—Por supuesto, señorita.
Me quité los zapatos al llegar a la casa. —Vuelvo enseguida. —
Puse los zapatos en el asiento y subí corriendo las escaleras hasta mi
habitación.
Cogí el chal y la máscara y me disponía a bajar las escaleras
cuando escuché un crujido en el piso de arriba.
Fruncí el ceño y subí al segundo piso tan silenciosamente como
pude mientras la aprensión y el miedo se mezclaban. Debería haber
llamado a seguridad y no haber subido sola, pero estaba preocupada
por Dom.
Encontré a Dom en el despacho de Luca revisando sus cosas,
aparentemente en buen estado, y la decepción que sentí por su
traición a Luca fue abrumadora.
―¿Estuviste siquiera enfermo? ―pregunté, con la voz temblorosa
a causa de la tristeza que sentía.
Se quedó inmóvil, con una carpeta en la mano, mirándome como
un ciervo asustado.
―¿Qué haces aquí? Te he visto salir.
Enarqué una ceja. ―¿Qué hago yo aquí? ―Hice un gesto hacia el
despacho―. Estás traicionando a Luca.
Levantó las manos en señal de resignación.
—No, Cassie, te juro que lo hago para ayudar a Luca. Nunca lo
traicionaría.
―Tengo que decírselo. ―Me di la vuelta, dispuesta a marcharme.
—No, no lo hagas, por favor, te lo ruego. —La urgencia de su
tono me hizo volverme de nuevo hacia él. —Cassie, me conoces,
sabes que me preocupo... por ti, por él.
—Dom, no puedo traicionarlo.
Sacudió la cabeza.
—Por favor, solo hasta mañana. Cuando vuelvas te lo contaré
todo, y si aún quieres decírselo, no te lo impediré.
—¿Lo prometes?
—Te lo prometo, Cassie. —Asintió con la cabeza.
Suspiré y miré el reloj de pared. Ya había pasado la cuenta de los
diez minutos.
—No diré nada... No hagas que me arrepienta.
—No lo harás.
Sacudí la cabeza. —¿Mañana?
—Sí, mañana.
—Bien.
—¡Además estás absolutamente impresionante! —gritó tras de
mí mientras bajaba las escaleras.
Cuando llegué al coche sin aliento, pude ver que Luca no estaba
de tan buen humor como antes de la llamada.
Tan pronto como volví a sentarme en el coche, Luca golpeó la
mampara y el vehículo se puso en marcha de nuevo.
―Lo siento, he tardado más de lo debido —le ofrecí mientras
fruncía el ceño por la ventanilla.
Se volvió hacia mí y dejó escapar un suspiro.
―No, Cassie, no tiene nada que ver contigo. ―Dejó escapar una
pequeña sonrisa que parecía forzada, pero lo intentó―. Es Matteo
siendo Matteo—. Hizo un gesto displicente con la mano.
―Vale... Háblame de la mascarada. ―Intenté entablar
conversación y convencerme de hacer lo correcto ocultando el
secreto de Dom.
Él puso los ojos en blanco.
―Es una fiesta de cumpleaños ostentosa y exagerada.
—Oh. ―No esperaba que fuera tan indiferente al respecto—.
Sabes que si no quieres ir...
Sacudió la cabeza.
―No, sí quiero, aunque solo sea por verte con este vestido, pero...
—Suspiró, recostándose en su asiento—. Dejé ir esta faceta de mi
vida hace más de dos años y no tengo tantas ganas de volver. Pero...
—Levantó la mano, sabiendo que me ofrecería a volver atrás—.
Tenía que hacerlo, hoy o mañana... Se me ha acabado el tiempo. —
Era tan críptico que quise presionar, preguntarle por qué se le había
acabado el tiempo, pero no me correspondía.
—Rara vez he estado en la ciudad, ¿sabes? —Sonreí, recordando
mi último viaje allí―. Llevé a Jude apenas un par de semanas antes
que nuestras vidas ardieran en llamas. Fue el mejor día de mi vida.
Le vuelven loco los musicales, pero nuestros padres no creían que
encajara con la idea de un chico y ya sabes —hice un gesto
desdeñoso con la mano—. Eran demasiados problemas para lo que
valíamos. Así que organicé un día sorpresa para ese cumpleaños.
Cogimos el tren a la ciudad y fuimos a una representación
vespertina de El Mago de Oz. Luego lo llevé al Palacio de los Donuts,
donde estoy segura que comió su peso corporal en donuts y durmió
el coma de azúcar en el viaje de vuelta. —Sonreí al recordar su
cabecita recostada en mi hombro.
—¿Nunca has visitado la ciudad?
—En realidad, no. —Negué con la cabeza.
Se frotó la barbilla como hacía cada vez que pensaba.
—Un día te la enseñaré.
Asentí y aparté la mirada mientras mis mejillas enrojecían de
placer ante la idea que me llevara de visita.
Permanecimos un rato en cómodo silencio y me animé al ver las
luces de la ciudad en el horizonte.
—Casi hemos llegado —confirmó Luca, pero su voz transmitía
una cautela que yo no comprendía del todo, pero con la que podía
empatizar.
—Todavía no me has enseñado tu máscara. —Señalé la caja,
intentando sacarle de sus pensamientos.
Sonrió, viendo a través de mí, pero me siguió el juego.
—Ah, sí, me parece muy apropiada. —La sacó de la caja y se la
puso delante de la cara.
La máscara era aterradora y tuve que hacer todo lo posible para
mantener la cara plana. La máscara tenía forma de calavera y estaba
diseñada para ser una pieza llamativa para un baile de máscaras. La
cara de la máscara estaba pintada de blanco y con láminas doradas,
y unos cristales le daban un efecto envejecido para conseguir un
aspecto envejecido. Solo se veían sus oscuros ojos, su boca sensual y
su fuerte barbilla.
—Es un demone —dijo quitándoselo.
—Es aterrador —asentí.
—Igual que yo.
Me encogí de hombros.
—Quizá para otros, pero no para mí.
Sacudió la cabeza.
—No, para ti no ...para ti nunca.
Quise preguntarle qué quería decir con eso, pero el vehículo se
detuvo y me di cuenta que nos encontrábamos frente a una casa
majestuosa. Había unas cuantas personas vestidas de noche
subiendo las escaleras.
Luca suspiró, apretándose la máscara alrededor de su rostro.
—Bien, hora de ponerse la máscara. Solo unas cuantas normas.
Fruncí el ceño mientras me ponía la máscara.
—¿Normas? —Pensé que estábamos aquí para divertirnos, las
reglas no predecían nada divertido... ni nada seguro—. ¿Es...
peligroso?
Ya no podía verle la cara, pero frunció los labios mientras sus
hombros se tensaban.
—No, conmigo estás a salvo, siempre.
La seguridad de su voz hizo que me relajara e, incluso sin esas
palabras, la había sentido con él después de nuestro accidentado
comienzo. Luca Montanari me hacía sentir segura.
―Me siento segura contigo ―admití. No estaba convencida si
eran las máscaras o qué, pero era más fácil decir las cosas cuando
nos ocultábamos de ese modo.
Sus ojos se acaloraron mientras me estudiaba.
―Quédate a mi lado toda la noche, ¿de acuerdo?
Asentí con la cabeza.
―Si alguien te saca a bailar, te niegas —añadió con seriedad.
―Pero me encantaría bailar.
―Y para eso estoy aquí.
De algún modo, no podía imaginármelo como un tipo bailarín,
mi hombre roto y colérico... Seguía olvidando que tuvo una vida
antes de todo esto y, basándome en las pequeñas cosas que encontré
en internet, era bastante ajetreada.
―Seguro, me quedaré contigo.
Luca salió del coche extendiendo la mano para ayudarme a salir.
Apenas salí, me agarró la mano y entrelazó nuestros dedos,
enviando un destello electrizante por mi brazo y por mi espina
dorsal.
¿Era algo normal? Nunca había sentido algo así con ningún
hombre. Sospechaba que era cosa de Luca.
Subimos las escaleras de la casa y el simple hecho de entrar en el
vestíbulo fue como entrar en otro mundo. Era como entrar en una
especie de palacio de techos altos, mármol blanco y tonos dorados.
Todo era excesivamente lujoso.
Luca nos detuvo frente a un mostrador de seguridad y extendió
su tarjeta.
―Sr. Benetti, bienvenido a la fiesta.
Miré de reojo a Luca, que inclinó la cabeza. ¿A qué venía ese
nombre falso?
Se dio la vuelta y entramos en un enorme salón de baile parecido
más a una especie de carnaval que a otra cosa.
La fiesta ya estaba en pleno apogeo, Luca nos había hecho llegar
tarde a propósito. Había mujeres vestidas de pájaros en altas jaulas
doradas, bufones a los lados y un hombre vestido de rey sentado en
un trono dorado al final de la sala.
―Esto es...
—¿Ostentoso? ¿Vulgar? ¿Ridículo? ¿Narcisista?
—Estaba a punto de decir increíble. ―Me reí.
—Sí... eso también. —Su mano apretó la mía y levanté la vista
antes de seguir sus ojos hacia un grupo de tres hombres, luciendo
unos extraños tatuajes cruzados en el cuello.
—¿Quieres bailar?
Asentí una vez al tiempo que me llevaba a la pista de baile y me
hacía girar.
Jadeé, agarrándome a sus grandes hombros mientras nos
balanceábamos al ritmo de la música. No esperaba que bailara tan
bien, siendo tan grande y ancho, y, sin embargo, era Luca
Montanari... Sospechaba que no había mucho que aquel hombre no
pudiera hacer si se lo proponía.
Cuanto más bailábamos, más estrechamente me abrazaba, y
podía sentir los latidos de su corazón contra mi pecho.
—Me gustas, Luca Montanari —susurré a mi pesar y su paso
vaciló levemente, única prueba de haberme oído.
Cuando terminó la canción volvió a agarrarme de la mano.
—¿Quieres ver algo interesante?
Asentí.
—Ven conmigo. —Primero nos detuvimos en el bufé para tomar
algo e intercambió unas palabras en italiano con un hombre que
llevaba una máscara de bufón. Cuando se volvió hacia mí e inclinó la
cabeza, reconocí los gélidos ojos azules de Matteo Genovese.
—¿Va todo bien? —pregunté a Luca mientras me arrastraba a
una esquina más oscura.
—No estoy seguro —admitió con sinceridad antes de hacer girar
un aplique de la pared y un pequeño panel situado justo a mi lado se
deslizó hasta abrirse.
—Cómo...
—Ven, rápido —susurró, tirando de mí y volviendo a cerrar el
panel.
Estuvimos a oscuras unos segundos antes de sacar su teléfono y
encender la linterna.
Volvió a cogerme de la mano y tiró de mí hacia unas escaleras.
—¿Cómo sabes esto?
—Esta fue mi casa, conozco todos sus secretos.
Perdí un paso por la sorpresa, pero Luca me sostuvo.
—¡Dios, gracias! Podría haberme hecho daño.
—Siempre te protegeré.
Abrí la boca, pero volví a cerrarla. Esta promesa era tan ominosa
y el efecto que tenía en mi mente y cuerpo era... inquietante en el
mejor de los casos.
—¿Pensé que Hartfield era tu hogar?
—Así es —confirmó, abriendo una puerta y haciéndome un
gesto para que pasara primero.
Me llevó a un pequeño mirador en el primer piso, medio oculto
por la decoración, que me ofrecía una vista completa del salón de
baile.
—¡Esto es increíble!
Luca se presionó detrás de mí, apoyando sus manos junto a las
mías en la barandilla, atrapándome entre sus brazos, su cálido pecho
contra mi espalda.
Me estremecí, pero no me atreví a moverme. Su tenue fragancia,
el calor de su cuerpo, su fuerte presencia... todo era tan embriagador.
—¿Cómo es que no vives aquí?
—Nunca me gustó esta casa. Vivía en un apartamento en el
centro. Este no es mi hogar. Mi madre y Arabella tampoco eran fans.
Hartfield era su hogar.
Me recosté contra él, dejando caer un poco la cabeza hacia atrás,
apoyándola en su hombro.
―Me encanta Hartfield.
Luca se inclinó un poco, rozándome el cuello con los labios.
—No puedo dejar de pensar en ello. —Me estremecí al sentir su
cálido aliento en mi cuello, su fuerte cuerpo contra mi espalda... la
intimidad del momento.
—¿Qué? —pregunté sin aliento.
—El beso... el que no debiste darme y ahora tengo marcado en
mi pecho. —Sus labios rozaron mi mentón―. Huiste antes que
pudiera recuperarme.
—¿Y si hubiera esperado?
Levantó la mano y giró mi cabeza hacia un lado. Apenas lo miré
a los ojos, se inclinó y me besó. Fue duro, contundente. Me mordió el
labio inferior, exigiendo acceso a mi boca, y me rendí encantada.
Tan pronto le di acceso, su lengua se deslizó en mi boca,
acariciando, saboreando, dominando. Sentía cómo mi excitación
aumentaba y, si aquel hombre podía hacer eso con un solo beso, me
imaginaba lo que sería tenerlo dándome placer en mi cama y, de
repente, nada me apetecía más que aquel hombre, esa fuerza
puramente salvaje, fuera mi primero.
Me estremecí y gemí en su boca.
Luca gruñó, comenzando a besarme el cuello mientras su mano
ascendía por la abertura de mi vestido, tocando mi muslo desnudo
hasta llegar al borde de mi ropa interior. Rozó la tela con el pulgar
mientras me mordía ligeramente el cuello.
Levanté el brazo, pasándolo por detrás de mí y envolviéndolo
detrás de su cuello mientras separaba ligeramente las piernas,
invitándolo a tocarme como ambos deseábamos.
—Cassie... —Su tono era de advertencia, pero no me importó.
Estaba embriagada de él y quería más, aunque no tuviéramos futuro,
ni oportunidad... aunque no hubiera un mañana, lo quería. Tenía
derecho a ser egoísta por una vez.
Incliné un poco la cadera hacia atrás, presionando su polla cada
vez más dura.
Volvió a gruñir cuando sus dedos se deslizaron bajo el borde de
mi ropa interior hasta rozar mi núcleo caliente, la constatación de lo
excitada que me ponía, de lo mucho que lo deseaba.
Abrí un poco más las piernas, sin importarme si eso me ponía
necesitada y deseosa, solo quería sus dedos sobre mí, dentro de mí,
liberando la abrumadora presión que se había instalado en mi bajo
vientre.
—Estás empapada —susurró contra mi oído antes de
pellizcarme el lóbulo lo bastante fuerte como para provocarme una
pequeña punzada de dolor que, extrañamente, no hizo sino
aumentar mi placer mientras rozaba mi abertura con sus dedos.
—Siempre por ti —admití y era verdad. Me había tocado
pensando en él la mayoría de las veces.
Apretó el pulgar contra mi clítoris mientras deslizaba el dedo
corazón dentro de mí. Jadeé y apreté alrededor de su dedo.
Siseó, presionando su polla, ahora completamente erecta, contra
mi espalda.
—Estás tan apretada...
—Luca... —susurré suspirando lujuriosamente.
Cerré los ojos y me apoyé más en él mientras introducía un
segundo dedo, haciéndome sentir tan llena. Apretó la palma de la
mano contra mi clítoris mientras bombeaba sus dedos dentro de mí
más rápido, más fuerte. Sentí que me corría como nunca lo había
hecho y, cuando llegué al orgasmo, sentí como si cayera por un
precipicio. Olvidé a la gente que bailaba y hablaba justo debajo de
mí, olvidé las responsabilidades, la imposibilidad de mi relación con
Luca, incluso olvidé mi nombre.
Luca pegó sus labios a los míos y me besó profundamente,
amortiguando el grito provocado por mi estremecedor orgasmo.
Sentí como si mis piernas fueran de gelatina y agradecí que Luca
me rodeara la cintura con un brazo para mantenerme en pie.
Abrí los ojos justo a tiempo para ver cómo se llevaba los dos
dedos a la boca, chupándoselos hasta dejarlos limpios.
Sus ojos se oscurecieron aún más mientras sacó los dedos de su
boca. —Sabes lo bastante bien como para comértelo —susurró
apreciativamente antes de lamerse el labio inferior.
—¿Por qué no lo haces entonces? —No podía creer lo descarada
que sonaba y, sin embargo, lo deseaba.
—Cassie, si lo hacemos ahora. —Sacudió la cabeza―. No habrá
vuelta atrás.
—No quiero vuelta atrás.
Me besó de nuevo, mucho más suavemente que antes.
—Vamos entonces.
Me cogió de la mano y me llevó escaleras abajo, siguiéndolo en
un aturdimiento post-orgásmico.
Luca se detuvo justo cuando nos acercábamos al panel secreto,
empujándome tras él.
—Te dije que fueras a revisar la cocina, ¿tan estúpido eres,
hermanito? —oí escupir a un hombre.
Me asomé por encima de su hombro para ver a un hombre
corpulento con una máscara de bufón planeando
amenazadoramente sobre un hombre más pequeño y dolorosamente
delgado.
Me asomé por encima de su hombro y vi a un hombre grande
con una máscara de bufón que se cernía amenazador sobre un
hombre más pequeño y dolorosamente delgado.
—No S-s-s-avio, yo s-s-solo...
—No tengo siete horas para desperdiciarlas en una puta
respuesta. Haz lo que se te pide stupido.
—¡Basta! —ladró Luca.
Los dos hombres se giraron a la vez. El pequeño sonrió, el
grande lo fulminó con la mirada.
—Gianluca, no sabía que estarías aquí.
—¿Cómo ibas a saberlo, Saviolino? Mi invitación debió perderse
en el correo ―añadió con voz firme, irguiéndose aún más.
—¿Disfrutando de la fiesta?
—Fue... cuando menos informativa.
—¿A quién escondes?
—No es asunto tuyo. Ahora ve, Savio, a comprobar la cocina.
—¿Qué? ―Se burló―. No voy a hacer eso.
—Recuerda con quién estás hablando, Savio. —La amenaza en la
voz de Luca no era ni siquiera apenas velada.
El tal Savio, quien me caía francamente mal, se marchó
refunfuñando y yo me deslicé junto a Luca, sonriéndole al hombre
más pequeño.
—No de-deberías haber he-hecho eso.
—¿Por qué? Tu hermano es un cazzo.
—P-puedo defen-dederme —añadió, irritado.
—Lo sé —replicó Luca―. Pero me encanta darle a tu hermano un
poco de su propia medicina. —Me atrajo a su lado―. Esta es mi
amiga, Cassie.
¿Amiga? Cierto, es una forma de decirlo.
Luca me miró. —Este es mi primo favorito, Enzo.
—Encantada de conocerte, Enzo.
—Igualmente, C-Cassie.
Luca me apretó la mano.
—Tenemos que irnos, pero mándame un mensaje, ¿vale? No
dejes que te intimiden.
—T-te fuiste hace d-dos años. Sacudió la cabeza. —P-puedo
ocuparme.
Luca suspiró al ver a su primo marcharse, mezclándose con la
multitud.
—¿Quieres quedarte? —pregunté, con la secreta esperanza que
se negara.
Sacudió la cabeza.
—He visto todo lo que tenía que ver y tengo otros planes.
Me arrastró a través de la multitud y fuera de la casa hasta la
limusina.
Tan pronto ordenó al conductor ponerse en marcha, se quitó la
máscara y la mía antes de tirar de mí hacia él.
―¿Dónde estábamos? ―preguntó, con los ojos clavados en mis
labios.
Volví a sentirme valiente y lo besé mientras rodeaba mi cintura y
profundizaba nuestro beso. Aquel hombre me besaba como si yo
fuera lo que necesitaba para respirar, como si fuera su oasis en
medio de un desierto, y no quería que parara nunca.
Cuando el vehículo se detuvo frente al hotel, suspiró,
reajustándose la polla en los pantalones.
Cogiéndome de la mano, se dirigió al mostrador VIP y tomó las
tarjetas de nuestras dos habitaciones antes de tirar de mí hacia el
ascensor.
Lo seguí mecánicamente, con la aprensión luchando ahora
contra mi lujuria. Iba a perder mi virginidad esta noche con un jefe
mafioso doce años mayor que yo... Nunca habría pensado que
ocurriría así, pero no cambiaría nada.
Utilizó una de las tarjetas para acceder a la habitación. Me fijé en
mi bolso morado sobre la silla, pero no tuve ni siquiera la
oportunidad de hacer o decir nada cuando se inclinó y
levantándome en volandas, me llevó a la cama al estilo nupcial.
—Ahora eres mía —dijo en voz baja, poniéndome en medio de la
cama.
—Sí, lo soy.
Gruñó, dejando que sus ojos recorrieran mi cuerpo. —Buena
chica.
Me excité aún más con sus palabras y apreté las piernas,
intentando crear la fricción que ansiaba.
Él sonrió al ver eso y disfruté de su lado arrogante.
Me descalzó y tiró de la cremallera lateral de mi vestido antes de
bajármelo.
—Levanta las caderas —me ordenó e hice lo que me pedía
retirándome el vestido y tirándolo al suelo.
El vestido no estaba adaptado para llevar sujetador de modo que
ahora estaba tumbada en la cama en tan solo mi tanga, mi
respiración errática y mi cuerpo en llamas bajo su mirada ardiente.
—Estás impresionante, Cassandra ―dijo, despojándose de la
chaqueta, los zapatos y la pajarita, pero sin apartar los ojos de mi
cuerpo―. Eres una sirena, a la que seguiré con gusto hasta la muerte.
―Se quitó la camisa y se arrastró sobre mí en la cama.
Se inclinó y me lamió un pezón.
Siseé, arqueando la espalda.
—Te gusta, ¿verdad? —preguntó, lamiéndome el otro pezón
antes de llevárselo a la boca y chuparlo.
Todo aquello era nuevo para mí y temí morir de demasiado
placer. ¿Sería posible?
Su boca caliente y húmeda era el paraíso.
—Luca. Oh, Luca.
—Acabamos de empezar, anima mia.
Siguió besándome el estómago sin detenerse hasta llegar a mi
coño cubierto de seda.
Levanté las caderas instintivamente para que volviera a besar mi
centro.
Soltó una carcajada ahogada, visiblemente tan ebrio de deseo
como yo.
―Ansiosa por mi boca, ¿eh?
Asentí y mis caderas se levantaron por sí solas.
Enganchó los dedos índice a cada lado de mis bragas.
―No te preocupes, voy a devorarte bien tu dulce coñito.
Debería haberme avergonzado por sus palabras soeces y, sin
embargo, parecía humedecerme más si cabe.
Una vez sin tanga, abrí las piernas, ya no había vergüenza, ni
timidez. Necesitaba su boca en mí.
Me abrió más, apoyando mis piernas a cada lado de sus anchos
hombros, y presionó su lengua caliente sobre mi coño, lamiendo
lentamente mi abertura.
Jadeé, agarrando la colcha con los puños apretados mientras él
empezaba a darme besos con la boca abierta en el coño.
—Joder, Cassie, qué bien sabes. ¿Cómo ha sacado tu ex novio la
cabeza de entre tus muslos?
—Yo no, ellos nunca...
—¿Nunca te han comido, anima mia?
Sacudí la cabeza.
—Qué lástima, no saben lo que se han perdido —añadió antes de
desaparecer entre mis piernas con renovado ardor. Utilizó su lengua,
sus labios, sus dedos, y lo único que pude hacer fue sujetarme con
fuerza e intentar no desmayarme de un placer tan intenso.
Me corrí, gritando su nombre. Si muriera ahora, moriría como
una mujer feliz.
Luca me besó tiernamente la cara interna de los muslos antes de
levantarse, sus labios brillantes por mi excitación, el pelo revuelto
por mis piernas y dedos.
No me quitaba los ojos de encima mientras se desabrochaba el
cinturón y la cremallera, sacando su dura polla.
Mis ojos se agrandaron y él me dedicó una orgullosa sonrisa
masculina, disfrutando de mi reacción ante el tamaño de su polla.
—Esto es lo que me estás haciendo. Estoy duro por ti... todo el
tiempo.
Se puso encima de mí y me besó profundamente. Podía
saborearme en su lengua y era deliciosamente perverso.
—No veo la hora de follarte —susurró contra mis labios mientras
frotaba su polla arriba y abajo por mi hendidura, lubricándola.
Tenía que decírselo, era muy grande y nunca lo había hecho
antes. Tenía que saber que era mi primera vez.
—Nunca había hecho esto antes —susurré antes de besarle el
cuello.
Me mordió la bola del hombro.
—¿Tener sexo con tu jefe mafioso mucho mayor?
—No, sexo... en absoluto.
Se quedó inmóvil, su polla presionando suavemente mi entrada.
—¿Estás diciendo...? —frunció el ceño como si yo no tuviera sentido.
—Soy virgen.
―¡Dio mio! ―En un segundo su cuerpo había desaparecido y él
intentaba meter de nuevo su dura polla en los pantalones―.
¡Deberías haberlo dicho! —ladró acusadoramente.
—¿Qué? Luca. ¿Qué? —Mi cerebro aún estaba ralentizado por la
niebla de placer de los orgasmos que me había dado―. Luca, está
bien. Quiero que seas el primero. —Me incorporé y me acerqué a él.
Sacudió la cabeza y dio un paso atrás.
—¡No quiero eso! No, no puedo hacerlo. —Se dio la vuelta y
salió de la habitación sin mirar atrás.
Miré a mi alrededor, completamente perdida, y mi corazón se
rompió en mil pedazos bajo la fuerza de su rechazo, y entonces, por
primera vez desde que todo se fue a la mierda en mi vida, me
permití llorar.
CAPÍTULO 17

C ie

Me desperté a las cinco de la mañana, reseca y con un dolor de


cabeza de muerte. Pero no me sorprendió. Anoche había llorado
durante horas, literalmente hasta quedarme dormida, y
probablemente dejé de llorar cuando ya no me quedaban lágrimas.
El rechazo me había herido profundamente y me mortificaba
tener que enfrentarme a Luca hoy.
Negué con la cabeza. No, no podía hacerlo. Necesitaría unos días
antes de volver a verlo.
Me levanté, cogí una botella de agua de la mini nevera, me la
bebí de golpe antes de meterme una ducha caliente y ponerme un
jersey rojo de gran tamaño y unos leggings negros, sintiéndome un
poco más yo misma a pesar del profundo corte que me había
causado su rechazo.
Hice la maleta, doblé su chaqueta con cuidado, dejándola junto
con sus zapatos delante de la puerta de su habitación antes de bajar
en ascensor.
Agradecí que el hotel estuviera lo bastante cerca de la estación y
tomé un tren de vuelta a Riverstown antes de las siete de la mañana.
Le envié un mensaje a Dom para que fuera a recogerme,
necesitábamos hablar de todos modos, y un paseo en coche parecía
ser la mejor manera.
La verdad es que me sorprendió encontrarlo allí, había esperado
que me evitara.
―¿Por qué no volviste con Luca? ―preguntó mientras arrancaba
el coche.
Lo fulminé con la mirada.
―¿Sabe que estás aquí? ¿Qué ha pasado? ¿La ha cagado?
―Creo que tienes que dar algunas explicaciones ―dije, ignorando
su pregunta.
Suspiró. ―Sí... no sé por dónde empezar.
―¿Tuviste siquiera una reacción alérgica? ―pregunté. Si la
erupción había sido fingida, era impresionante.
―Técnicamente, sí.
―¿Técnicamente?
―Tuve una reacción alérgica, pero no fue del todo un accidente.
Me retorcí en el asiento, mirándolo con horror.
―¿Te has envenenado? ―pregunté, apenas dando crédito a mis
propias palabras―. ¿Quién hace eso?
Suspiró. ―Suena mucho peor de lo que es en realidad.
―¿Lo es?
―Todavía es súper temprano. ¿Qué te parece si paramos a tomar
un café y una magdalena de vuelta, y entonces te lo explico todo?
Mi estómago gruñó, pidiendo comida.
―¡Bien! Un café y una magdalena para llevar, y tú y yo
aparcamos en algún sitio y charlamos en el coche, ¿trato hecho?
Paramos en el autoservicio y pedimos un café con leche de
vainilla y un brownie de Nutella para mí y un café solo y una
magdalena integral de plátano para él. ¡Puaj, qué asco!
Recorrimos un trecho, tomamos una carretera secundaria y
aparcamos en el tranquilo aparcamiento del sendero de montaña.
Era un día lluvioso, no algo que los excursionistas habituales
disfrutaran especialmente.
―¿Y qué hay de tu intento de suicidio?
Dom puso los ojos en blanco.
―No fue un intento de suicidio. Sabía exactamente lo que estaba
haciendo. No es la primera vez que tengo una reacción alérgica a
propósito.
―¿Por qué alguien...? ―me detuve, agitando la mano
desdeñosamente―. ¿Sabes qué? Ahora mismo no viene al caso. ¿Por
qué lo hiciste esta vez?
Tomó un sorbo de café.
―Dos razones. Una, Luca está claramente enamorado de ti y
sabía que le estaba matando enviarte al baile conmigo, así que pensé
que, si le daba un empujoncito, quizá dejaría de ser un gallina y
actuaría en consecuencia... lo cual, basándome en tu pronto regreso y
en el par de mensajes que recibí de él, fue contraproducente.
―Evidentemente ―respondí, aún mortificada al recordar cómo
me había rechazado segundos antes de hacerme el amor―. ¿Cuál es
la segunda razón?
―Creo que alguien quiere que Luca muera.
Me quedé helada. De todas las cosas que esperaba oír, esa no era
una de ellas. Como si nada, el móvil de Dom sonó y el nombre de
Luca parpadeó en la pantalla.
―Tengo que cogerlo. ―Lo puso en altavoz―. Hola.
―¿Sabes dónde está? ―preguntó Luca, con la voz entrecortada
por la preocupación.
Casi me habría sentido mal por irme así si mi mortificación de la
noche anterior no estuviera tan reciente.
―Conmigo, en el coche de vuelta a la mansión... Estás en altavoz
―añadió rápidamente.
―¿Cassie?
El corazón se me estrujó en el pecho al oír su voz cálida y
profunda diciendo mi nombre.
―¿Sí?
―¿Qué ha pasado?
Miré el teléfono con el ceño fruncido, ¿estaba loco? ¿No
recordaba la humillación de anoche?
―Me levanté temprano y no quise perder el día. Decidí volver al
trabajo.
Luca permaneció en silencio tanto tiempo que casi pensé que
había colgado.
―Ya veo ―respondió finalmente.
¿En serio?
―Bien, estoy de regreso, discutiremos más cuando llegue a casa.
No, no lo discutiremos.
―Eso no será necesario.
―Creo que sí.
―Y le aseguro, señor, que no lo es.
Suspiró cansado.
―Cassandra... ―dijo en tono de advertencia.
―Señor... ―respondí con el mismo tono.
―Te veré cuando llegue. ―Y sonó mucho más como una
amenaza que como una promesa.
La línea se cortó.
―Eso estuvo bien, y no fue nada incómodo. ―Dom suspiró,
guardándose el teléfono en el bolsillo.
―¿Crees que alguien quiere a Luca muerto?
Dom asintió bruscamente.
―Aún no tengo pruebas y por eso necesitaba a Luca lejos. Quería
mirar en sus papeles, todo eso porque... ―Se reclinó en su asiento,
cerrando los ojos―. Luca nunca bebía demasiado en público, y
especialmente cuando iba en coche con su familia. Aquella noche sí
que se peleó con su padre. No se suponía que Gianna y Arabella
estuvieran en un coche con él, a pesar que lo conozco mejor que eso.
Simplemente no cuadra. Y se ha estado ahogando en su dolor y
autocompasión durante tanto tiempo, pasando todos los días
borracho. No contaba con el estado de ánimo adecuado para pensar
que todo fuera cierto. Además, su padre había muerto en un tiroteo
en un lugar en el que ni siquiera debería haber estado. ―Dom
levantó las manos exasperado―. Resulta tan obvio y nadie dice nada,
y luego Luca se lo entregó todo a Benny y Savio y actúan todos...
―Se volvió hacia mí―. Creo que es un trabajo desde dentro y lo
demostraré.
Asentí con la cabeza. De todas formas, no me gustaban las
vibraciones que me había transmitido el imbécil de Savio anoche.
―Benny siempre tuvo una megalomanía al más alto nivel.
Ninguno de ellos es de lo más brillante, definitivamente más fuerza
muscular que cerebro, pero... ―Golpeó el volante con frustración―.
Has devuelto a Luca a la vida, está más receptivo, bebe mucho
menos. Vuelve a interesarse por las cosas de la famiglia. Si tengo
razón y Benny y Savio están detrás, volverán a por él y quiero
pruebas para acabar con ellos antes que acaben con él.
No pude evitar el pellizco de felicidad que sentí al saber que
podía haber sido parte de la recuperación de Luca a pesar de lo
ocurrido anoche.
―¿Puedes, ya sabes. ―chasqueé los dedos.
―¿Qué significa...? ―Imitó mi gesto―. ¿Qué significa?
―Ya sabes... hacerlos desaparecer.
―Oh, ya veo... ―asintió―. ¿Como pies en hormigón en el fondo
del océano? ¿O más bien en los cimientos de un edificio en
construcción o incluso en el viejo escenario de enterrarlos en medio
del bosque?
El muy cabrón se estaba burlando de mí. Crucé los brazos sobre
el pecho y le fulminé con la mirada.
―¡Olvídalo!
―No, no, es interesante. ―Ahora sonreía sinceramente―. ¿Con
qué referencia estamos trabajando? ¿Los Soprano? ¿El Padrino? No
me digas McMafia, eso es insultante.
Le levanté el dedo medio, haciéndolo reír.
―No, ya me gustaría. ―Soltó un suspiro―. Pero hay reglas que
todos debemos cumplir. No puedo llevarme a uno de mis famiglia
sin pruebas e incluso entonces necesitaré la aprobación del consejo,
que básicamente es Matteo Genovese.
Hice una mueca.
―Exacto. Luca es el favorito de Genovese, pero aun así... ―Ladeó
la cabeza―. Y yo estoy lejos de ser uno de sus favoritos. Me ve como
un cachorro irritante en el mejor de los casos.
―Entonces, ¿qué vamos a hacer?
―¿Nosotros? ―preguntó, arqueando las cejas con incredulidad,
mientras una pequeña sonrisa se dibujaba en un costado de su
rostro.
―Sí, nosotros. No voy a dejarte en esto solo, y no arriesgaré la
vida de Luca si puedo evitarlo.
Dom me agarró la mano y me la apretó.
―Él no querrá que te pongas en peligro.
―Y yo sé que me mantendrás a salvo.
Asintió con la cabeza. ―Sí, por supuesto lo haré.
―¿Qué necesitas?
―No sé qué ha hecho para enfadarte, pero necesito que le
perdones. No puedo permitir que vuelva a ser un huraño alcohólico.
―No estoy enfadada con él. Es solo... ―me sonrojé con
incomodidad―. No ha hecho nada malo... en realidad no. Es que...
hablaré con él.
―Perfecto, vamos.
―¿Pero encontraste algo anoche? ―pregunté mientras daba la
vuelta al coche.
―Un poco, pero no tanto como pensaba. ―Su voz estaba tensa
por la frustración―. Luca parece querer olvidarlo todo, pero he
encontrado algunas fotos de la escena y no hay marcas de frenos en
la carretera... ―Se encogió de hombros―. No lo sé, pero ¿no crees que
intentarías frenar si perdieras el control del coche? Y hay... fui a la
ciudad y me colé en el hospital, hay cosas raras en su expediente...
los números de página no están como deberían... tienen colores
diferentes... distinta letra para un mismo médico...
Fruncí el ceño.
―Pequeñas cosas, pero suficientes para que te lo cuestiones todo.
Dom me lanzó una rápida mirada de reojo llena de alivio.
―¡Exactamente! Me alegro que estemos de acuerdo.
―Lo resolveremos. ¿Has intentado hablar con el médico o el
policía a cargo?
Suspiró.
―Lo intenté... El médico murió en el incendio de una casa un par
de meses después del accidente, y al policía le dispararon siete veces
en el pecho en un allanamiento de morada una semana después.
―Ya veo... Podría ser una coincidencia ―dije, sin llegar a
creérmelo―. Pero... a mí me parece que se trata más bien de atar
cabos sueltos.
―Sí.
―¿Por qué no se lo dices? Se va a enfadar cuando se entere.
Dom se encogió de hombros. ―Podría, pero ha estado tan
hundido en la desesperanza... No creerá que él no es el culpable, al
menos no ahora.
―Bien, ya se nos ocurrirá algo.
Cuando llegamos a la casa, Luca nos estaba esperando, con los
brazos cruzados sobre el pecho mientras miraba el coche.
Dom puso los ojos en blanco. ―Niña, papi está jodidamente
furioso.
―¿Por qué?
Dom soltó una risita.
―Eres tan despistada que resulta entrañable.
Apenas el coche se detuvo, Luca me abrió la puerta.
―Cassie.
Fruncí el ceño al oír la frialdad de su voz.
―Luca ―respondí, saliendo del coche.
Luca miró a Dom.
―Pensé que ambos volvíais a casa andando. Tardasteis... ―Miró
su reloj―. Más de una hora en volver.
Dom se encogió de hombros.
―Nos detuvimos en el bosque para echar un polvo rápido, pero
esta tardó mucho en correrse.
Miré a Dom, con la boca abierta asombrada, mientras oía un
gruñido grave procedente de Luca.
¿De verdad hacían eso los hombres? Miré a Luca... Parecía
dispuesto a matar a Dom. Aunque no tenía sentido, ya que anoche
me dejó toda caliente y deseosa en la cama.
Dom se rio.
―Funciona siempre. Hasta luego. ―Me lanzó una última mirada
antes de subir las escaleras, silbando.
―Cassie ―empezó Luca, con una voz mucho más suave ahora,
tan suave que casi parecía una caricia sobre mi piel.
Asentí con la cabeza.
―Tenemos que hablar, lo sé. ¿Adónde?
Luca pareció sorprendido por mi aceptación y, para ser sincera,
si no hubiera sido por mi charla con Dom, me habría escondido para
lamerme las heridas.
―¿La biblioteca? ―sugirió, haciéndome un gesto para que
subiera las escaleras.
Asentí y lo seguí en silencio hasta allí.
―Cassie, lo de anoche, lo siento ―empezó apenas cerró la puerta
tras nosotros.
Me di la vuelta. Tenía un aspecto tan delicioso con su camiseta
negra ajustada, estirándose sobre su ancho pecho y sus gruesos
brazos, las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros azul claro.
Quería preguntarle si sentía haberme dejado abatida y deseosa
sobre la cama o si sentía haberme tocado. En cualquier caso, me
escocería.
―No te disculpes. ―Hice un gesto con la mano, intentando sonar
distante a pesar de la vergüenza y el rechazo que aún me estrujaban
dolorosamente el corazón.
Luca frunció el ceño.
―No hay nada que lamentar. No has hecho nada malo. ―Quise
decir eso... más que nada―. Todos tenemos derecho a cambiar de
opinión. No tenías todas las cartas en la mano. No sabías de mi...
condición de virgen. ―Sentí el calor del rubor subir a mis mejillas,
ser pelirroja con una piel tan pálida no me ayudaba a parecer estoica.
Frunció el ceño y cruzó los brazos sobre el pecho. ¿Se estaba
enfadando?
―A muchos hombres no les gustan las mujeres inexpertas. Lo
entiendo, de verdad. ―O al menos lo intento con todas mis fuerzas.
―Bueno, a ver si lo he entendido. ¿Crees que hui porque eres
virgen y eso hizo que te deseara menos?
Me encogí de hombros.
―Cassie, me hizo desearte más.
Arqueé una ceja con incredulidad.
―Huiste muy rápido. ―Negué con la cabeza―. De todos modos,
no importa. No hay sangre, no hay falta. Estamos bien.
Se quedó allí estudiándome como si sus ojos oscuros pudieran
ver directamente dentro de mi alma, y mi cuerpo se estremeció ante
su intensidad.
―Me convertí en oscuridad para proteger la luz, Cassie. Soy todo
oscuridad y no merecías ser mancillada, no por mí. Esa parte de ti no
me pertenece.
―Es mía para darla, Luca. Yo decido a quién quiero darle esa
parte de mí. ―Respiré hondo.
―No sabes lo que dices. Odias a tus padres por la gente que
mataron. ¿A cuántas personas hirieron? ¿A cinco? ¿A diez?
Fruncí los labios con irritación, sabía que no era un ángel...
―¿Qué quieres decir?
―¡He matado al menos cinco veces ese número con mis propias
manos! ―Me mostró las manos para enfatizar―. Y he ordenado
muchas más. Mis manos están cubiertas por un río de sangre.
―¿Eran malas gente?
―¿Qué? ―Arqueó las cejas, mi pregunta le sorprendió.
―¿Eran malas personas?
Pareció pensarlo.
―Sí, pero eso no es realmente la cuestión, ¿verdad?
―En realidad lo es. Mis padres mataron a ancianos indefensos
por codicia. Mis padres son monstruos. Tu mataste asesinos,
mentirosos y gente con las manos manchadas de sangre.
Sacudió la cabeza.
―No me conviertas en el héroe de esta historia, Cassandra.
Me reí de eso.
―No eres un héroe, no soy una ilusa. Puede que no conozca esta
vida, pero sé lo suficiente. Eres un villano ―asentí―. Pero un villano
siempre puede ser el héroe en la historia de alguien... Igual que el
héroe puede ser el villano en la historia de alguien. Todo es cuestión
de perspectiva.
Dejó escapar un suspiro cansado.
―Cassie...
―Está bien, lo entiendo, lo prometo. No estoy enfadada. No hay
nada de anoche que tengas que expiar, pero...
―¿Pero qué? ―me animó―. Pregunta cualquier cosa.
―Me gustaría mucho que pudiéramos volver a lo de antes, hacer
como si no hubiera pasado nada ―pregunté amablemente―. Estoy
demasiado avergonzada y me gustaría olvidar, por favor.
Apartó la mirada un segundo, como si no quisiera que viera
cómo le hacía sentir.
Finalmente volvió a mirarme, con su plácida máscara habitual.
—Sí, me parece prudente.
―Sí, me parece prudente. ¿Amigos?
Asentí con la cabeza.
―Por supuesto. ―Forcé una sonrisa―. Nos vemos luego, ¿de
acuerdo?
Asintió, moviéndose de su sitio frente a la puerta.
―Sí, más tarde.
CAPÍTULO 18

Luca

Habían pasado cuatro días desde la fiesta en mi antigua casa y, a


pesar de todo, solo el final de la noche me inquietaba.
No tenía muchas ganas de ir allí, de ver la casa en la que vivían
mis padres, lugar al que llevaba de regreso a mi familia cuando los
maté.
Pero Dom tenía su alergia y yo sabía que no podía echarme atrás.
Me había comprometido con Matteo y sabía que Cassie estaba
deseando salir una la noche y, de algún modo, la sola idea de
decepcionarla me inquietaba mucho más de lo debido.
Ella había hecho que la experiencia fuera mucho mejor de lo que
podría haber sido. Ella no lo sabía, pero había sido mi ancla esa
noche. Odiaba cómo mi tío había transformado la casa. Odiaba verlo
sentado como un puto rey mirando a sus súbditos. Odiaba ver a
hombres con tatuajes de águilas en el cuello. Los putos Bajrak de la
mafia albanesa invitados a una fiesta de la famiglia cuando por fin
habíamos conseguido pactar una escabrosa tregua con los rusos.
Me había sentido a punto de explotar toda la noche, mi tío era
mucho más tonto de lo que había pensado en un principio, pero
entonces sentí su pequeña mano en la mía y todo dejó de... doler. No
había planeado lo que le hice en el secreto mirador, pero aquella
mujer me insufló tanta vida y fuego que no pude contenerme. Tenía
que tocarla, poseerla.
No importaba lo que le prometiera, no podía olvidar su sabor, la
suavidad de su piel, cómo sus gemidos habían resonado hasta mi
alma.
Me he estado masturbando todas las noches desde entonces,
pero este deseo seguía ardiendo tan dentro de mí.
Podría haber dicho que todo estaba olvidado y perdonado, pero
había puesto una especie de barrera entre nosotros, la relación fácil
se había esfumado. Se mostraba más reservada y odiaba eso.
Aunque no podía culparla, lo que había hecho estaba mal, muy
mal. Bueno, al menos sería como ella lo veía... como un rechazo.
Si tan solo supiera que alejarme de ella, tan hermosa y tan
receptiva a mis caricias, ha sido lo más difícil que he tenido que
hacer.
Pero cuando admitió que era virgen, la parte caballerosa de mí
había asomado su fea cabeza. No tenía derecho a tomar algo que no
podía pertenecerme.
Me moría por ser su primero, su último, su único. Necesitaba ser
merecedor de esta parte de ella, de este pedacito de su historia que
me perteneciera, pero no lo era. Era un pecador con las manos
manchadas de sangre.
Ella no sabía que Matteo nos había atado a la famiglia, pero tenía
la certeza que podía concederle la libertad. Podía ver lo desesperado
que estaba Matteo por que ocupara mi lugar.
Lo haría por ella. Daría un paso adelante y ocuparía mi trono en
el infierno si él prometiera dejarla en paz y no maldecirla a una vida
con nosotros. Lo haría.
―Tu primo Savio está aquí.
Levanté la vista, sobresaltado, y la encontré delante de mi
despacho.
Hice una mueca. ―¿Es él?
―Sí, está esperando delante de la puerta. Necesitaba encontrarte,
pero no sabía dónde estabas. ―Sonrió tímidamente.
Me recosté en la silla y una sonrisa se dibujó en mis labios.
Aquella mujer conseguía hacerme feliz incluso cuando ya no lo creía
posible.
―También me estaba escondiendo muy bien. Apuesto a que
nunca habrías esperado encontrarme aquí, en mi despacho —
bromeé, siguiéndole el juego.
―No.
―¿Y cuánto tardaste en encontrarme?
―Veinte minutos hasta ahora.
Solté una carcajada sorprendido.
―Esa es mi chica ―dije, recuperando la sobriedad casi de
inmediato.
Me dirigió una mirada suave y una sonrisa amable. No le
extrañó que la llamara así y le gustó. Si supiera cuánto me gustaba
llamarla mía.
―Te dejo que te ocupes de él. Estaré en mi habitación viendo mi
programa. No te ofendas, pero no soy fan de él.
―¿De quién? Creo que es el único que es fan de sí mismo.
Me serví un vaso de whisky antes de llamar al guardia y pedirle
que acompañara a Savio a mi despacho.
Necesitaría un trago para enfrentarme al imbécil narcisista.
Llamó a mi puerta.
―Adelante.
Entró y todo lo que iba a decir murió en mi garganta. No había
venido solo, había traído a Francesca con él...
Francesca Morena... mi ex prometida y su actual pareja. Ella no
debería estar aquí por muchas razones. La primera porque era una
zorra oportunista, impulsada por el dinero... una perfecta esposa
mafiosa, pero en la que no se podía confiar en el mundo de los
negocios.
―Francesca, ¿a qué debo el disgusto? ―Di un sorbo, sin ofrecer
asiento ni bebida. No eran bienvenidos y me importaba un bledo el
decoro.
Se acercó a mi mesa, contoneando las caderas a cada paso.
Llevaba un look de secretaria sexy, falda lápiz negra, blusa
transparente roja, pintalabios a juego y el cabello largo y oscuro
recogido en una coleta alta y lisa.
Solía provocarme cosas, mi polla respondía a su belleza. Mi
oscuridad alimentándose de la suya, pero ya no.
―Mi sei mancato, Gianni, tesoro ―resopló con su voz sexy,
inclinándose hacia delante sobre mi escritorio, intentando
mostrarme su amplio escote... Qué pérdida de tiempo.
―¿Me has extrañado? ―pregunté, arqueando una ceja. ―Lástima
que yo no pueda decir lo mismo.
Dejó escapar una carcajada, apoyando su mano perfectamente
cuidada sobre su pecho—. Gianni, vamos.
Apreté los dientes.
―Soy Luca o Gianluca. No Gianni. ―Miré a Savio—. ¿Puedes
ponerle una correa a tu novia?
Savio hizo saltar su chicle. Llevaba el pelo con raya a un lado y
casi le brillaba con todo el producto que llevaba. La camisa medio
abierta, la gruesa cadena de oro y su corno portafortuna de oro, el
colgante en forma de guindilla descansando sobre el vello de su
pecho... Parecía un cliché andante de la cultura cursi italiana. Este
colgante normalmente se llevaba como signo de virilidad... un
protector de tu esperma. Joder, no podía pensar en ninguna mujer
medianamente cuerda que deseara el esperma de aquel desecho de
la costa de Jersey.
―Ella no es mía, hace lo que le da la gana ―respondió, sus ojos
bajando hasta su culo—. Solo nos divertimos un poco.
Como si fuera a meter la polla en cualquier agujero en el que
hubiera estado... Prefiero cortármela.
―Ya veo... ―asentí—. ¿Qué quieres?
Finalmente cedió y se sentó pesadamente en el asiento al otro
lado de mi escritorio, Francesca seguía apoyada seductoramente
contra el lateral de mi escritorio... Si pensaba que había siquiera una
posibilidad en el infierno que volviera a tocarla, se estaba buscando
otra cosa.
―Así que decidiste salir de tu hermetismo. ―Empezó a reventar
el chicle otra vez.
―¿Qué te importa? Puedo hacer lo que me plazca.
Se encogió de hombros, pasándose la mano por el pelo
engominado. Vale, Travolta, baja el volumen de los 70—. Me gusta
saber lo que pasa en mi ciudad.
Solté una carcajada sorprendida.
―¿Tu ciudad?
Frunció el ceño como si no viera en qué se había equivocado.
―Soy el Capo, Savio. Pareces olvidarlo.
―No, no lo eres, renunciaste a tu título.
―No oficialmente. Lo retiraré cuando me apetezca.
―Si te apetece... ―insistió.
―No, cuando me plazca. Y puede que sea más bien pronto que
tarde.
―¿Has informado a mi padre?
Ladeé la cabeza.
―¿Por qué iba a hacerlo? Solo estoy recuperando algo que le
presté por un tiempo.
―Te deseo suerte para recuperarlo.
―No necesito suerte, Savio. Tengo todo el poder.
―¿Es por la zorra pelirroja? ―preguntó, lamiéndose el labio
inferior de un modo que me revolvió el estómago. Savio no era
conocido por aceptar un no por respuesta en lo que a mujeres se
refería. Para él, un ‘no’ no era más que una sugerencia.
―¿Qué pelirroja?
―¿Tu criada? ―continuó, inclinándose hacia delante en su
asiento—. Papá dice que es solo una niña... pero es a la que llevaste
al baile, ¿no?
É
Él no tenía idea si había sido ella o no. Enzo no me había
delatado. Era un buen chico.
―¿Y si lo es?
―No te habría tomado por un hombre que deseara niñitas
―intervino Francesca con aire enfurruñado—. Pensé que eras un
hombre de buen gusto ―añadió, apoyando la mano en la cadera.
―No siento ninguna atracción por ella. ―Miré a Francesca a los
ojos—. Ni por cualquiera.
Savio volvió a lamerse los labios y supe lo que ese cabrón estaba
pensando. Si sabía lo que yo sentía por Cassie, haría todo lo posible
por llevársela. Si ella estaba en su radar, la pobre chica estaba jodida
y yo tendría que matarlo con mis propias manos, sin importar las
consecuencias.
Savio era tres años más joven que yo, pero siempre tuvo un
estúpido complejo de inferioridad respecto a mí. No solo quería ser
como yo, quería ser yo, y eso siempre incluía lo que yo tenía o lo que
yo codiciaba.
Y Cassandra West era el premio final. Para mí, ella lo era todo.
―¿Puedo invitarla a salir? Está un poco plana, pero es tan bajita y
pequeñita. ―Se mordió el labio inferior—. Apuesto a que su coño es
el más apretado que jamás probaré.
Necesité toda mi fuerza de voluntad para no saltar por encima
de mi mesa y apuñalarlo en el cuello con mi abrecartas.
―¿Con lo pequeña que es tu polla? ―Hice una mueca—. No
estoy seguro que algo pueda sentirse apretado.
Francesca soltó una risita en voz baja. Los dos sabíamos que era
verdad. Lo que Savio no tenía en los pantalones, lo compensaba con
ego.
Savio frunció el ceño.
Suspiré, agitando mi mano hacia la puerta.
―Como quieras, invítala a salir, pero primero consúltalo con
Dom. Creo que esos dos tienen algo entre manos.
―¿Lo elegirás a él en su lugar?
―¿De verdad me estás preguntando eso? Por supuesto, lo haría,
siempre.
―Cazzo ―murmuró—. ¿Me estás diciendo que la niña tiene algo
con Dom? ¿Domenico Romano?
Le hice un gesto seco con la cabeza.
―Uh ... ―Savio asintió—. Bueno, definitivamente ahora es más
atractiva. ¿Si la chica puede lidiar con las perversiones de Dom?
Mmm, mmm, mmm. Quiero un pedazo de ese culo.
Volví a encogerme de hombros.
―Pregúntale. ―Me impresionó lo plácida que sonaba mi voz—.
Si está de acuerdo, haz lo que quieras.
Francesca le lanzó una mirada victoriosa.
―Te dije que era una estupidez, Luca nunca podría caer tan bajo
como conformarse con esa insignificante chica.
Savio se levantó.
―Voy a ver a mi hombre, Dom ―dijo.
¿Su hombre? Le esperaba una jodida llamada de atención. Dom
odiaba a Savio incluso más que yo.
―¿Y tal vez los tres podamos irnos de fiesta más tarde? He visto
un club de striptease junto a la interestatal. Quizá podamos
divertirnos ―continuó, frotándose las manos con excitación.
No pude evitar hacer una mueca al pensarlo. Había pasado por
este lugar, parecía una ETS con paredes. No, gracias.
Francesca deslizó su mano por mi brazo, rastrillando
suavemente sus uñas contra mi cuello.
―No creo que Luca pueda ir. Estará muy ocupado conmigo esta
noche.
Me volví hacia ella.
―¿Qué te parece un no? Francesca, déjame que te lo aclare. Hay
un cero por ciento de posibilidades que vuelva a tocarte. Eras un
objetivo, un cuerpo con el que tenía que conformarme para satisfacer
a mi padre, pero como tú misma dijiste cuando estuve en el hospital,
ahora soy una bestia y puedo hacer lo que me dé la gana y tú, cariño,
no estás en la lista.
―Vamos, Luca. Te conocí antes del infierno, cuando eras el rey,
antes de la oscuridad.
―Sí, lo hiciste, y te fuiste. Y tengo que admitir que estoy muy
agradecido por eso.
Sacudió la cabeza.
―Es por la chica, ¿no?
―Ya he dicho...
Puso los ojos en blanco.
―Oh, al diablo con lo que dijiste. ―Ella dio un paso atrás—. Te
conozco, Luca, y no soy tan estúpida como tu primo. Veo la cara que
pones cuando hablas de ella. Puede que sea de Dom, pero tú la
quieres.
Me giré para ver que Savio se había ido y entonces me di cuenta
de dos cosas. Una, aunque quisiera liberarla, Cassie estaba ahora en
el radar de todo el mundo porque yo era tan suave como un elefante
en una cacharrería y, en segundo lugar, hacía mucho, mucho tiempo
que había dejado de preocuparme por ella. Cassie se preocupó por
mí a pesar de mi oscuridad, me siguió hasta allí, cogió mi mano, y
me costaría demasiado dejarla marchar.
Salí del despacho y seguí la voz de Savio hasta el primer piso. Le
diría que se fuera a la mierda, que la chica no era suya para tocarla.
Se me paró el corazón cuando lo encontré apoyado en el marco
de la puerta de Cassie, hablando con ella dentro.
Ese hombre iba a morir.
Bajé disparado las escaleras, listo para matar. ¿Cómo se atrevía a
invadir la intimidad de mi chica? La conocía lo suficiente, nunca le
habría abierto la puerta de esa manera.
―Que me jodan de lado, tenías razón.
Eso me paró en seco.
―Normalmente lo hago, ¿por qué esta vez?
Señaló el dormitorio y cuando miré dentro vi a Cassie y a Dom
en su cama, ambos apoyados contra el cabecero, los brazos de él
alrededor de los hombros de ella, la cabeza de ella apoyada en él.
Sabía que lo suyo era platónico y, sin embargo, no pude evitar
sentir una punzada de envidia. Envidiaba lo fácil que le resultaba a
él estrechar lazos con ella a pesar de todos sus traumas y cicatrices y
lo fácil que ella confiaba en él a pesar de lo aterrador que era.
―Dom tiene la tarde libre. ―Me volví hacia Savio, ignorando a
Francesca—. Puede hacer lo que le plazca.
―O con quien le plazca ―añadió Dom con énfasis, acercando a
Cassie a él. Sabía que solo estaba siguiéndole el juego, mandando a
Savio a la mierda, pero una parte de mí aún quería matarlo por
reclamar lo que era mío, aunque todo fuera fingido.
Además, no es tuya, me recordó mi conciencia. Todavía no, pero
pronto.
Algo andaba mal con Cassie. Podía verlo en la forma en que
evitaba mis ojos. No estaba seguro qué era, pero lo sentía y deseaba
desesperadamente un momento a solas con ella para hablar.
―Quería preguntarte si te apetecía ir a tomar algo.
Dom me miró de reojo y yo le hice un pequeño gesto con la
cabeza, algo que Savio pasó por alto, pero no Francesca. No, no lo
hizo, porque ella lo sabía. Lo sabía todo.
Dom asintió.
―Seguro. Conozco un bar estupendo, vamos. ―Besó a Cassie una
vez más en la frente y se levantó.
―Hay chicas calientes en el bar, ¿verdad?
Puse los ojos en blanco mientras Dom se reía entre dientes.
―Las más calientes, hermano, excepto tú, nena ―añadió
llamando la atención de Cassie.
Suspiré, señalando a Francesca.
―Llévatela, por favor.
―Luca... ―empezó ella con su molesto quejido.
Sacudí la cabeza.
―No, no te escucho. Quiero que te vayas. ―Miré fijamente a
Savio—. Será mejor que te la lleves contigo y te asegures que no
vuelva nunca. ¿Entendido?
Savio chasqueó los dedos a Francesca antes de señalar la
escalera.
Ella lo fulminó con la mirada, pero empezó a bajarla.
―¿No vienes? ―preguntó Savio cuando él y Dom llegaron al
final de la escalera.
―Te veré allí. Necesito hablar con Cassandra un minuto.
―Pero...
―Nos encontrará allí ―ladró Dom, cortándolo—. Vámonos antes
que cambie de opinión.
Esperé a que desaparecieran escaleras abajo antes de cerrar la
puerta y girarme hacia Cassie.
Estaba erguida, al otro lado de la cama, con los brazos cruzados
sobre el pecho, claramente a la defensiva y no tenía idea por qué.
¿Era por Francesca? ¿Estaba celosa?
―Sabes que no significa nada …Francesca y yo...
―Quería discutir el trato que hicimos.
Di un paso atrás sorprendido y apoyé la espalda contra la
puerta. ¿Qué trato? —¿El acuerdo?
―Dijiste que si me quedaba hasta el verano me ayudarías a irme
y a recuperar a mi hermano.
Asentí con la cabeza.
―Sí... ―dije con cautela.
―Necesito saber si es principio o final del verano... El principio
sería lo mejor.
Me quedé completamente desconcertado, el principio del verano
era dentro de un mes. La sola idea de su marcha me causaba un
dolor agudo.
—No.
―¿No?
Sacudí la cabeza.
―Qué ha pasado, Cassie, cuéntamelo.
Ella negó con la cabeza.
―¿Cuándo será?
Suspiré.
―Pensé... ―me detuve. ¿Qué pensaste, Luca? ¿Que se quedaría
contigo para siempre, sabiendo quién eres y lo que hiciste? ¿Fue
criada por monstruos que la descuidaron toda su vida y pasó por
todo eso, hizo todos los sacrificios para salvar a su hermano solo
para atar su vida con una bestia?
Tenía sentido y darme cuenta me dolió más de lo que debería.
Me quería, le gustaba, pero ni de lejos lo que yo sentía por ella.
―¿De verdad quieres irte? ―le pregunté, sin poder disimular el
tinte de desesperación en mi voz.
―Yo …―Se detuvo y sacudió la cabeza.
Algo había pasado, de eso no cabía duda, pero ahora no era
relevante. Estábamos llegando al final del camino por lo que se veía.
Dom, Matteo y ahora Francesca sabían lo mucho que me interesaba
esta chica. Parecía que la única persona que no lo sabía fuera ella.
Era cuestión de tiempo que alguien más descubriera lo que
significaba para mí, y si realmente quería ofrecerle una opción, era
ahora o nunca.
Pronto estaría unida a mí, lo quisiera o no.
Suspiré.
―Bien, puedes irte. ―Era lo correcto, así que ¿por qué me dolía
tanto?
―¿Qué? ―Ella arqueó las cejas, sorprendida—. Hicimos un trato,
yo...
―Y voy a cumplir ese acuerdo. ―Asentí—. Mi abogado en la
ciudad ha estado trabajando en este acuerdo. Puedes marcharte hoy
mismo. Si decides irte, preferiría que lo hicieras hoy. Llévate el
coche. Llamaré al abogado y te enviaré el número por mensaje de
texto. Llámalo y elige tus opciones, también te ayudará a solicitar la
custodia de tu hermano. Él ya está trabajando en ello, para ser
honesto.
―¿Por qué me obligas a irme hoy?
Me encogí de hombros.
―¿Por qué no? Mañana no me dolerá menos verte marchar.
Ella frunció el ceño.
―¿Te dolerá?
Me quedé callado, ¿cómo podía estar tan ciega esta mujer?
―Te oí hablar con ellos en tu despacho. Subí para asegurarme
que estuvieras bien... ―Desvió la mirada—. Les dijiste que no te
importaba, que yo no tenía importancia.
Eso era todo. Cómo era tan fácil para esta chica creerse las
mentiras, pero no podía creerse la verdad que yo le mostraba.
―La verdad, Cassie, es que estaba luchando por tu lugar en este
mundo con todo lo que tenía. Intentaba tomar una decisión por ti,
una decisión que no tenía derecho a tomar. —Le dediqué una
pequeña sonrisa—. Quería ser desinteresado, ahorrarte esta vida
que, por mucho que quiera protegerte de ella, te manchará. Pero
fingir, mantenerte a distancia, no tomar lo que tan generosamente
me ofrecías, me hizo miserable y creo que a ti también te hizo un
poco desdichada.
La verdad, Cassie, es que estaba luchando por tu lugar en este
mundo con todo lo que tenía. Intentaba tomar una decisión por ti,
una decisión que no tenía derecho a tomar. ―Le dediqué una
pequeña sonrisa. ―Quería ser desinteresada, ahorrarte esta vida que,
por mucho que quiera protegerte de ella, te manchará. Pero fingir,
mantenerte a distancia, no tomar lo que tan generosamente me
ofrecías, me hizo desgraciada y creo que a ti también te hizo un poco
desgraciada
―Luca... ―susurró ella, dando un tímido paso adelante.
Levanté la mano para detenerla. No podíamos seguir jugando a
este juego. Este ir y venir era peligroso para ella y para mí.
Tenía que establecer este ultimátum ahora, aunque no quisiera.
—Así que ya puedes irte, tendrás todo lo que te prometí.
Seguirás con tu vida y a veces pensarás en mí o no... Consigue esa
vida encantadora, tranquila y de valla blanca que te mereces. —Me
detuve para respirar hondo. Podía imaginármela, esa encantadora
vida de valla blanca para ella. No se merecía menos, pero el dolor
que despertó en mí oprimió mis pulmones como una prensa de
acero.
―O puedes quedarte aquí, conmigo, pero no como mi ama de
llaves o lo que sea, sino como mía. —Solo decir las palabras aliviaba
el dolor—. Pero tienes que saber que, si me eliges, no hay vuelta
atrás, Cassie. Una vez dentro, no hay salida. Recuperaré a tu
hermano, se mudará con nosotros y construiremos nuestras vidas.
Debo volver a mi posición. Volveré a ser el Capo, y si por algún
milagro decides quedarte, caminarás en la oscuridad conmigo,
tomándome de la mano y manteniendo el camino iluminado con tu
bondad. Serás la vocecita de la razón en mi oído cuando la oscuridad
me engulla, serás... tú.
―¿Por qué? ―preguntó, rodeándose con los brazos como si
necesitara ese consuelo.
―¿Por qué, qué?
―¿Por qué debería quedarme?
Le dediqué una sonrisita cansada.
―Tú sabes por qué. Claro que lo sabes. Y es que en esta vida no
sabemos cuánto futuro nos queda. Fui testigo de ello en primera fila
llevándome por delante el futuro de dos personas a las que quería
más que a mi vida. Lo que se fue se fue y en mi trabajo nada está
garantizado, el futuro aún menos y anhelo tenerte en él. ¿Es justo?
En absoluto. ¿Te mereces algo mejor? Sin duda. Pero, Cassie, ánima
mía, solo eres tú.
—¿Qué significa? ¿Anima mia? —preguntó ella, su voz un suave
susurro.
Suspiré, abriendo la puerta.
—Te lo diré. Si decides quedarte lo haré. Pero piénsatelo bien
porque por mucho que quiera retenerte, se acabó el mentir. Esta vida
no es un cuento de hadas y no soy un príncipe azul y será un
compromiso del que no podrás alejarte sin más.
―¿Adónde vas?
Solté una risita sin humor.
―Voy a emborracharme muchísimo con Dom y el aspirante a
Tony Manero y cuando vuelva a casa, o estarás aquí o no estarás,
pero sea como sea, Cassandra West, nunca me arrepentiré de haberte
conocido. Porque me demostraste que incluso un pecador como yo
podía amar, que a pesar de todo no estaba muerto por dentro, que
mi corazón aún podía sentir, y solo por eso todo había merecido la
pena.
CAPÍTULO 19

C ie

Estaba tumbada en la cama, mirando cómo las sombras de la


luna jugaban en el techo. Alcé la mano y tracé el collar que Luca me
había regalado.
Me dio una salida, todo lo que quería. Prometió que recuperaría
a Jude y yo sabía que sus palabras eran inflexibles, pero también me
pidió que me quedara, y cuando me miró, bajando la guardia, supe
que estaba perdida, y aunque aún no había estado preparada para
admitirlo ante mí misma, dejarme amar por un hombre como él me
aterraba.
Quería dejarlo a él y a esta vida atrás. Él había tenido razón, yo
había querido una vida tranquila y sabía que nunca la tendría
estando con el Capo de la mafia. No era una experta y Dom había
tenido razón, mis referencias mafiosas se habían limitado a la
trilogía de El Padrino y a un par de temporadas de Los Soprano, pero
no era idiota. Sabía que había mucha sangre, violencia y muerte.
Incluso había marcado el número del abogado tan pronto como
Luca me lo envió por mensaje, pero, por mucho que hubiera querido
pulsar enviar, no pude, porque la idea de alejarme y no volver a
verlo nunca, de no sentir nunca lo que sentía por él, me aterraba
mucho más que formar parte de este mundo del que no sabía nada,
aunque sí había algo de lo que estaba segura. Sabía que estaría con
Luca y que él me mantendría segura, que estaría ahí para mí y para
Jude, y esto era suficiente para tomar la decisión que sentía que era
la correcta para mí.
La conmoción del piso de abajo interrumpió mis pensamientos.
Sin pensarlo, salí de la cama y corrí escaleras abajo, pero me detuve a
mitad de camino.
Luca estaba allí con Dom y Savio, Dom de alguna manera
tratando de mantenerlo erguido.
Los tres hombres se volvieron hacia mí y la sorpresa en el rostro
de Luca se transformó en algo que me hizo estremecer cuando sus
ojos oscuros recorrieron mi cuerpo.
En ese momento me di cuenta que no me había molestado en
ponerme la bata, y que la camiseta de tirantes y los pantaloncitos
cortos con los que había dormido no dejaban mucho a la
imaginación.
Estaba a punto de excusarme y volver corriendo a la habitación,
con la esperanza de morirme de mortificación antes de volver a ver a
aquellos hombres, cuando me fijé en la sangre goteando de la ceja
derecha de Luca y en las manchas de sangre de su costado
izquierdo. Me apresuré a bajar, olvidando de repente mi vergüenza.
―Estás herido ―susurré, poniéndome delante de él.
―No es mi sangre ―respondió sombríamente.
Asentí, agarrándolo de la mano y llevándolo a la cocina.
―Siéntate. —Señalé una silla antes de sacar el botiquín de debajo
del lavabo.
Luca no se resistió y se sentó.
―¿Acaso quiero saber qué ha pasado? ―le pregunté cuando me
dio su camisa.
―No tienes que hacer eso ―me llamó mientras entraba en el
lavandero—. Solo es una camisa.
―No es solo una camisa, es tu camisa favorita. Dame un minuto.
―La empapé en agua y bicarbonato y, cuando volví a entrar, vi que
tenía los ojos ligeramente vidriosos y parecía menos dueño de sí
mismo.
―¿Está …está borracho? ―pregunté a los chicos que estaban
junto a la puerta de la cocina. Dom parecía protector, Savio
especulador.
―No, no lo estoy, pero me estaba aproximando. ―Suspiró
mientras yo acercaba una silla para sentarme frente a él.
Le lancé a Dom una mirada interrogante.
Dom puso los ojos en blanco.
―Nuestro hombre tiene mal genio y un tipo le ha molestado.
―Ya veo. ―Miré a Luca y negué con la cabeza—. Te has puesto
en plan cavernícola.
Siseó cuando presioné suavemente la bola de algodón empapada
en desinfectante justo encima de su frente.
―¿Por qué te quedaste? ―susurró mientras limpiaba el corte.
Seguí trabajando en silencio. No quería compartir mis
sentimientos delante de testigos.
Atrapó mi muñeca, manteniendo sus ojos fijos en los míos.
―Te quedaste ―continuó como si apenas pudiera creerlo—.
Después de todo lo que te dije, después del compromiso que
impone, después de darte una salida... Te quedaste. ―No se me
escapó el anhelo en su voz y en sus ojos.
Me metí entre sus piernas abiertas y miré su pecho lleno de
cicatrices. Estaba demasiado asustada para mirarlo.
Tracé una de sus cicatrices en su pecho con el índice.
―Por ti, Luca Montanari, una y mil veces ―susurré. Era una cita
de su libro favorito y sabía que lo entendería. Pasaría todas las
pruebas por él.
Su mano apretó mi muñeca.
―¡Fuera! ―ladró.
Levanté la vista, sobresaltada, y vi que miraba a Dom y Savio,
que estaban detrás de nosotros.
―Vivo aquí ―empezó Dom.
―No, esta noche no ―contestó, mirándolos fijamente—. No me
importa dónde vayas, pero quiero que te vayas. ―Él me atrajo más
cerca, deslizando su mano debajo de mi top y apoyando una mano
posesiva en mi estómago—. Esta noche reclamo lo que es mío ―dijo,
mirándome con tanto ardor en sus ojos que mi corazón empezó a
martillearme en el pecho.
Savio empezó a decir algo, pero Dom le dijo algo en italiano, tras
lo cual oí cerrarse la puerta y la habitación quedó completamente en
silencio, salvo por el ruidoso reloj de pie del vestíbulo y mi agitada
respiración.
Luca seguía mirándome en silencio, rozándome el estómago con
el pulgar.
―No me atreví a albergar la esperanza que te quedaras —
admitió entrecortadamente, tan afectado como yo por el fragor del
momento, el aire entre nosotros crepitando con nuestro deseo.
―No podría dejarte. ―Ti amo, mia bella bestia ―dije, esperando no
estar destrozando su idioma.
Su rostro se iluminó y tiró de mí hasta colocarme a horcajadas
sobre su asiento, con el vientre presionado contra su creciente
erección.
―Oírte hablar en italiano... ―Se interrumpió, tiró de mí hacia
delante, besándome el cuello. ―Te amo, mi corazón, mi alma. —
Rozó con los dedos el collar que me había comprado—. Cuando te lo
regalé, dije que era solo porque me pareció hermoso, pero es de
serotonina, porque la serotonina es la fuente de tu felicidad y tu
bienestar. Tú eres mi serotonina, Cassie, me haces más feliz de lo que
creí que podría llegar a ser. Más de lo que merezco.
Sujeté su rostro y lo besé, pero él no tardó en agarrarme la nuca y
tomar el control del beso. Me mordisqueó el labio inferior, con la
fuerza suficiente para hacerme jadear, e invadió mi boca con su
lengua, saboreándome como si fuera un hombre sediento
encontrando un oasis en medio del desierto. Sus labios eran
exigentes, firmes, apasionados, el beso tan ardiente que todo mi
cuerpo se sintió arder bajo los placeres sensuales que un simple beso
suyo provocaba en mí.
Gemí en su boca, balanceando las caderas contra su dura polla.
El sabor del bourbon en su lengua, su rudo aroma almizclado, sus
fuertes manos apretándome aún más contra él me mareaban con una
lujuria abrumadora por mi príncipe mafioso.
Luca rompió el beso y me miró a los ojos mientras respirábamos
entrecortadamente. Me alegré de estar sentada sobre él porque la
pasión de su beso me había convertido en papilla y no estaba segura
que mis piernas hubieran podido sostenerme.
Mantuvo sus ojos clavados en los míos mientras cogía los finos
tirantes de mi camiseta y tiraba de ellos hacia abajo hasta que el
trozo de tela rosa se amontonó en mi cintura. Mis pezones estaban
duros y exigían atención bajo el ardor de sus ojos. Ya había estado
desnuda ante él y una vez más, a pesar de mi inexperiencia y de la
luz brillante de la cocina, no me sentí cohibida, no con él. Me miraba
como si fuera un tesoro, un sueño que acababa de realizar, y la
fuerza de su deseo era tan transparente en la forma en que sus
manos se tensaban casi dolorosamente sobre mis caderas, en la
forma en que su lengua se deslizaba fuera de su boca para lamerse el
labio inferior como si ya pudiera imaginar mi pezón erecto en su
boca. Sus ojos marrones parecían negros ahora, revelando su voraz
deseo sexual por mí.
Bajé la mirada cuando apartó las manos de mis caderas y las
subió lentamente. Una sobre mi costado, la otra arrastrada
suavemente sobre mi vientre liso y plano, la visión en sí era
insoportablemente erótica, sus manos fuertes y grandes subiendo
por mi esbelto cuerpo. Su piel más oscura, una diferencia asombrosa
con la piel de alabastro y sin manchas de mi abdomen.
Se detuvo cuando ambas manos se posaron en mis pechos y los
presionó suavemente.
Siseé y volví a mover las caderas contra él. Ahora estaba
completamente mojada y no me cabía duda que él podía sentir mi
excitación a través de sus pantalones, pero yo estaba demasiado
perdida en mi delirante necesidad de sus caricias como para
preocuparme.
Rozó mis pezones con las yemas de sus dedos antes de apretar
mis pechos con un poco más de fuerza.
Dejé escapar un gemido fuerte y lujurioso mientras cerraba los
ojos, arqueando la espalda, ofreciéndole mi pecho, invitándolo en
silencio a hacer algo... cualquier cosa. No estaba segura de lo que
quería, lo que necesitaba, pero sabía que era él... de todo... él, él, él.
Se metió uno de mis pezones en la boca y dejé escapar un grito
de alivio al sentir su boca y su lengua calientes sobre mi cuerpo.
―Te amo. ―Exhalé en un suspiro.
Gruñó, soltándome el pezón antes de lamérmelos con la parte
plana de la lengua en rápida sucesión.
―Yo también te amo, más que a la vida ―dijo, su voz casi sonaba
dolida.
En un instante, me levantó de su regazo y me llevó escaleras
arriba.
Lo miré, tenía la mandíbula apretada y las cejas marcadas en un
gesto de absoluta concentración. Parecía un hombre con una misión.
Rocé su mandíbula con mi mano.
―Te deseo.
Me miró y frunció el ceño.
―No tanto como te deseo yo a ti. Hago todo lo que puedo para
contener a la bestia, pero... ―Soltó otro gruñido.
Me di cuenta que estábamos en su habitación cuando me tumbó
en medio de la cama y se levantó, recorriendo mi cuerpo con la
mirada.
―Aún no puedo creer que seas mía ―susurró sobre todo para sí
antes de llevarse la mano al cinturón.
Lo miré, hipnotizada por su movimiento mientras se quitaba los
zapatos de una patada y se despojaba de sus pantalones y bóxer,
dejando al descubierto su dura polla apuntando con rabia hacia su
estómago.
No era una experta, y aunque su polla no era de un tamaño
gigantesco como para echarte a correr en la otra dirección, era larga
y gruesa, y no pude evitar que la pequeña oleada de ansiedad
penetrara mi lujuria al pensar en su gran polla entrando en mi
pequeño y virginal cuerpo.
Los duros rasgos de Luca se suavizaron.
―Todo va a salir bien, tesoro.
Ese hombre podía leerme como un libro abierto.
―Seré suave ―añadió antes de agarrarme los pantaloncillos y
bajármelos, dejándome jadeante y deseosa sobre su cama.
―Confío en ti.
Se arrastró por la cama y se arrodilló junto a mis caderas,
separando mis piernas y mirando mi húmedo coño.
Una vez más me sorprendió mi falta de pudor al abrirme tan
descaradamente ante él, mostrándole la parte más íntima de mi
cuerpo y lo que su mero roce y beso habían provocado.
Se lamió los labios con deseo mientras me acariciaba el abdomen
con la mano antes de acariciarme el coño posesivamente.
Levanté las caderas instintivamente mientras dejaba escapar un
gemido estrangulado.
—Me estás volviendo loca. —Quería que cesara el dolor, esa
presión en el bajo vientre. Quería correrme—. Luca, por favor.
Comenzó a acariciarme despacio, recorriendo mi coño de arriba
abajo con la punta de sus dedos. Me agarré al cubrecama, abriendo
las piernas al máximo, sin preocuparme de nada más que de su
caricia.
Sus dedos me abrieron los labios inferiores y presionó el clítoris
con el pulgar. Me acarició el coño con dedos expertos.
―¿Es eso lo que quieres? ―preguntó, deslizando un dedo
profundamente en mí.
―A ti, te quiero... a ti entero.
Me introdujo el dedo lentamente antes de añadir un segundo,
estirándome deliciosamente. Aumentó el ritmo mientras me frotaba
el clítoris con más fuerza.
—Tan apretado, tan húmedo... Todo mío.
Su declaración posesiva me llevó al límite y llegué al orgasmo
con la misma fuerza que cuando me hizo correrme con su lengua
después del baile.
Apenas había bajado del subidón que me provocó cuando se
tumbó a mi lado, apoderándose de mis labios en un beso apasionado
y enérgico.
―Dime que eres mía ―ordenó contra mis labios antes de volver a
besarme.
―Sí, tuya, siempre ―respondí cuando rompió el beso,
permitiéndonos a ambos recuperar el aliento.
El calor de su poderoso cuerpo sobre el mío, la fuerza de su
caricia, sus graves gruñidos salvajes de su garganta me hacían sentir
como si estuviera ardiendo. Envolví mis brazos alrededor de sus
hombros, tirando de él más cerca. Quería más de su peso sobre mí, lo
quería dentro de mí.
Pasé mi lengua por sus labios, su garganta, saboreándolo,
explorándolo. Estaba tan perdida en él.
Empujé mis caderas hacia arriba en un movimiento desesperado,
y él pareció finalmente dispuesto a concederme mi deseo, ya que
utilizó su mano para abrirme más ampliamente mientras se movía,
acomodándose entre mis piernas, y un nuevo torrente de humedad
se filtró de mí cuando sentí su polla rozar mis pliegues.
Rodeó su polla con la mano y me pasó la punta por la raja,
mientras murmuraba palabras en italiano que yo no entendía, pero
que encendían mi ardiente pasión.
Se detuvo un segundo y me miró fijamente antes de
introducirme la punta. Jadeé ante la intrusión.
Me besó los labios.
―Dolerá, tesorina. Iré despacio. No te muevas, apenas tengo
control. ―Su voz reflejaba el hambre primitiva que podía ver en sus
ojos.
―Está bien. Quiero todo de ti.
Me dio un beso sensual y dominante que me dejó sin aliento
mientras empujaba lentamente, centímetro tras centímetro.
Me tensé al sentir un pequeño dolor y él se detuvo de inmediato,
rozando la suave barrera de mi virginidad.
Me miró, su rostro era una máscara de completa lujuria
impulsada por la necesidad de estar completamente dentro de mí.
Asentí con la cabeza y empujó hacia delante, introduciendo sus
últimos centímetros en mí de una vez.
El mordisco de dolor fue inmediato y mi cuerpo se tensó,
abriendo la boca en un grito silencioso.
Parpadeé mientras él permanecía inmóvil dentro de mí,
esperando a que mi cuerpo se relajara.
―Lo siento, tesorina ―susurró, besándome los párpados—.
Mejorará en un tiempo, te lo prometo.
Abrí los ojos y deslicé mis manos por su espalda, el dolor y el
ardor sustituidos por una incómoda plenitud que no me importaba
sabiendo que era él quien estaba dentro de mí.
—Ya me siento bastante bien ahora —dije sinceramente—. Me
encanta tenerte dentro de mí.
―¿Todos mis veinte centímetros? ―preguntó con una sonrisa
masculina totalmente suya.
―Todos tus veinte centímetros. ―Besé el costado de su cuello—.
Ya puedes moverte. Ya estoy bien.
Luca empezó a moverse con embestidas cortas y superficiales,
permitiéndome acostumbrarme a la intrusión. Besó mi cuello,
arrastrando su mano hacia arriba hasta llegar a mi pecho y atrapar
mi pezón erecto entre sus dedos.
Me agarré a su hombro y mordí su cuello. Gruñó, intensificando
sus embestidas. Subí las piernas, apoyando los talones en la parte
superior de su trasero.
—Más fuerte —solté con un grito ahogado.
Aceleró el ritmo y embistió con más fuerza, más profundamente,
y todo lo que importaba eran mis gemidos, mezclados con sus
gruñidos de placer, el sonido rítmico de su carne contra la mía, el
marco de la cama golpeando la pared con cada potente embestida.
Me estaba poseyendo, dominando, haciéndome suya por completo y
no deseaba que terminara nunca.
― Estoy cerca —gruñó renuente—. Acaríciate, quiero que
ordeñes mi polla cuando me corra.
Sus sucias palabras me excitaron aún más y siseó cuando apreté
mis paredes contra su polla.
Me llevé la mano al clítoris cuando sus embestidas se volvieron
erráticas y un solo roce fue suficiente para hacerme llegar al orgasmo
mientras se corría gritando mi nombre.
Cuando terminó, cayó pesadamente sobre mí y, a pesar de la
incomodidad que su peso podría haberme causado, no quise que se
moviera.
Lo rodeé con mis brazos y piernas y besé su cuello.
—Te amo, Luca.
Suspiró satisfecho.
—Creo que nunca me acostumbraré a que digas esas palabras,
Cassie. Me cuesta creer que alguien como tú pueda amar a alguien
como yo. —Besó la parte superior de mi cabeza antes de separarse
de mí sintiendo su pérdida.
—Quédate —susurré, tratando de atraerlo de nuevo sobre mí.
Dejó escapar una pequeña risa cansada.
―Tenemos toda la noche, tenemos toda la vida, amore. Ahora
vuelvo.
Lo vi entrar en su cuarto de baño y volver con un paño húmedo.
Miré entre mis piernas para ver su fluido y el mío saliendo de mi
cuerpo, así como un poco de sangre en la parte interna de mi muslo.
Me sonrojé, cerrando las piernas, aquello era demasiado íntimo.
Me ducharía rápidamente.
Luca puso los ojos en blanco mientras se arrodillaba en la cama.
―Cassie ―dijo con tono de advertencia mientras me separaba las
piernas con las manos—. Eres mía, Cassandra. Mía para cuidarte,
mía para protegerte, mía para amarte ―dijo con fiereza mientras
presionaba el paño caliente contra mi carne dolorida.
Dejé de forcejear. Se sentía tan bien en mí, su toque suave,
cariñoso.
―No tienes por qué hacerlo.
Me sonrió suavemente y se tumbó de lado, frente a mí.
―Sí, lo es. Es mi prerrogativa, mi privilegio como tu hombre
cuidarte.
Me incliné hacia delante y lo besé en los labios.
―Y lo haces muy bien.
Su sonrisa se ensanchó cuando retiró el paño de entre mis
piernas y se tumbó boca arriba, atrayéndome hacia él hasta que mi
cabeza descansó contra su pecho.
Dejé escapar un bostezo mientras le rodeaba su pecho con mi
brazo.
―Duerme, mi amor ―susurró, rozando con el pulgar la curva de
mi culo.
―Tenme en tus brazos.
―Siempre, aquí es donde perteneces ―respondió y me dormí al
ritmo de su respiración.
CAPÍTULO 20

C ie

Me desperté deliciosamente dolorida por haber hecho el amor


con Luca. Me había tomado una vez más durante la noche y, como
estaba un poco menos perdida en mi lujuria, le aseguré que tomaba
la píldora, aunque a él no pareció importarle cuando soltó un
suspiro de satisfacción una vez estuvo completamente encajado
dentro de mí.
Me removí en la cama y me envolví en la sábana. Sabía que Luca
se había ido sin tan siquiera abrir los ojos y echaba de menos su calor
corporal terriblemente. ¿Era posible estar tan compenetrada con
alguien después de una sola noche?
Al fin abrí los ojos e intenté ver el reloj de la mesilla de Luca. Me
incorporé de un salto, era mucho más tarde de lo que había previsto
y hacía años que no me despertaba tan tarde.
Tesorina. Ven a la biblioteca. Tengo una sorpresa para ti.
Suspiré, me levanté de la cama e hice una mueca dolorida.
Cogí mis pantalones cortos y mi camiseta del suelo antes de
dirigirme al primer piso a mi habitación, rezando a Dios para no
encontrarme con Dom por el camino.
Anoche lo echamos y sabía que iba a burlarse de mí todo el año
si me veía hacer el camino de la vergüenza hasta mi dormitorio.
Me di una ducha caliente que hizo maravillas con mis músculos
doloridos antes de vestirme con unos leggings y una camisa de
vestir roja a cuadros.
Me quedé helada cuando llegué a la biblioteca y escuché una
risita familiar procedente del resquicio de la puerta.
El corazón me dio un vuelco, no me lo podía creer.
Volví a escuchar la risita.
―¿Jude? ―pregunté con incredulidad, abriendo la puerta.
Estaba tumbado boca abajo frente a la chimenea, leyendo un
libro, mientras Luca estaba sentado en su sillón de cuero mirándolo
con una pequeña sonrisa.
Jude levantó la cabeza al oír mi voz.
―¡Cassie! ―Saltó de su sitio en el suelo y corrió hacia mí,
envolviéndome en su habitual y aplastante abrazo.
―¿Cómo? ―pregunté, devolviéndole el abrazo—. ¿Cómo? ―volví
a preguntar, levantando la vista hacia Luca, quien nos miraba desde
su sitio, con una expresión melancólica en su rostro.
―He estado trabajando en eso durante un tiempo. ―Se levantó y
caminó hacia nosotros—. Es solo por un día ―añadió rápidamente—.
Quería que viniera para tu cumpleaños, pero me puse enfermo y...
—Se encogió de hombros—. Feliz cumpleaños atrasado.
―Esta casa es increíble, Cassie. Luca me la enseñó. Me encanta.
Jude me sonrió y fue como volver a tener a mi despreocupado
hermano pequeño.
Aparté su flequillo crecido de sus ojos cuando rompió el abrazo.
―¿Cuánto tiempo llevas aquí?
―Alrededor de dos horas, pero Luca dijo que habías trabajado
mucho y estabas cansada, así que te dejamos dormir ―añadió antes
de ir a recoger su libro del suelo.
Miré a Luca mientras mis mejillas se teñían de rojo.
―¿Cómo estás? ―me preguntó y supe exactamente a qué se
refería.
―Perfectamente ―respondí, con las mejillas aún más encendidas.
Me dedicó una sonrisa de lado llena de orgullo masculino y no
pude evitar sacudir la cabeza ante la tontería del momento.
―Jude me estaba diciendo lo mucho que le gustaría vivir aquí
―continuó Luca, acercándose a mí y rozándome tiernamente la
mejilla con el dorso de la mano.
Me volví hacia Jude, quien nos estudiaba pensativo.
―¿Te gustaría vivir aquí? ¿Con Luca y Dom?
―¿Es Luca tu novio?
―Sí, ¿Luca es tu novio? ―me giré para ver a Dom apoyado en el
marco de la puerta, con una sonrisa burlona en la cara—. ¿Qué?
―preguntó, levantando las manos—. Necesito asegurarme que me
han echado de casa por una buena razón.
Hice una mueca al recordar que Luca lo había echado a la calle la
noche anterior. Envié una mirada de impotencia a Luca, que se
encogió de hombros.
―También me gustaría oír esa respuesta.
Suspiré, concentrándome de nuevo en Jude.
―Sí, lo es.
Luca me cogió la mano y entrelazó nuestros dedos.
―¿Te parece bien? ―pregunté con aprensión. A Jude no se le
daban bien los cambios ni la gente nueva, y el hecho de estar con
Luca y trasladarlo aquí eran grandes cambios.
Jude apoyó el libro en el regazo, estudiando a Luca en silencio.
Finalmente asintió.
―Sí, está bien. Me gusta Luca. ―Volvió a bajar la vista hacia su
libro—. Además, ha dicho que me regalará su biblioteca y me
comprará un perro si me mudo.
Miré a Luca con las cejas arqueadas.
Me guiñó un ojo.
―Nunca dije que estuviera por encima del soborno.
Me reí, apoyándome en él.
―¿Cuándo me mudo? ―preguntó Jude, sin apartar los ojos del
libro que estaba leyendo.
―Dentro de unos días iremos a Nueva York a ver a un abogado.
Trabajaremos tan rápido como podamos —le dijo Luca.
―Nos vamos a Nueva York.
―Sí, quiero que conozcas a mis amigos, que veas que hay una
vida fuera de... ―Hizo un gesto despectivo con la mano.
―Esa fue idea mía ―intervino Dom.
Luca lo fulminó con la mirada, pero fruncí el ceño. Si Dom lo
había sugerido, tenía que tener un motivo.
Luca se inclinó y me besó los labios.
―¿Por qué no te quedas con tu hermano un tiempo? Necesito
trabajar un poco. —Miró hacia Jude—. Tu hermano me dijo lo
mucho que le gustaban las hamburguesas, Devlin nos traerá comida
rápida para almorzar.
Asentí tomando asiento frente a Jude, sabiendo que mientras
estuviera absorto en su libro no lo interrumpiría, pero no me
importaba. Me encantaba tal y como era.
―¿Qué tal la velada? Increíble, seguro ―se burló Dom, viniendo
a sentarse a mi lado.
Levanté la vista hacia él y me miró con un sugerente movimiento
de cejas.
Puse los ojos en blanco, pero guardé silencio.
―Tengo que admitir que me molestó un poco que me enviaran
con el tonto del pueblo, pero cuando vi a Luca bajar esta mañana
silbando y con un ímpetu en su caminar, supe que estaba curado de
su caso de bolas azules, haciendo que mi noche en el coche casi
valiera la pena.
Rápidamente miré a mi hermano que tarareaba para sí mismo,
había desaparecido por completo.
―¿Nueva York? ¿Por qué?
Era el turno de Dom de mirar a su alrededor.
―Creo que estamos acercándonos. Hay un cabo suelto que no ha
desaparecido. El primer médico, está en Nueva York —susurró.
—Bien...
—Luca tendrá que ir a ver a Matteo o a Benny. No te llevará allí.
—Y se lo agradezco.
—El hospital está contratando. Necesito que vayas a la
entrevista, dirígete a su oficina como un intento exagerado de
conseguir el trabajo.
—Bien, ¿y cómo entras?
—Causas alboroto, los distraes. Consigo entrar en el despacho
mientras el subnormal intenta calmarte.
—¿Qué buscas? Dom, han pasado dos años.
Se encogió de hombros.
—Detalles de cuentas... cualquier cosa. El dinero deja huellas.
―Bien, lo que ayude. ―Señalé a mi hermano—. Él estará bien
aquí, ¿verdad? A pesar de todo.
―¿Te refieres a nuestras vidas?
Asentí con la cabeza.
―No creo que esté hecho para eso.
Dom miró a Jude.
―Te sorprendería lo mucho que puede hacer una mente
inteligente, y esta... Es aterradoramente inteligente.
―Lo es.
―Pero no, Luca no dejará que esta vida lo manche a menos que
él quiera. Luca es un protector, no importa lo que piense de sí
mismo. No dejará que nada lo toque a él o a ti... Y lo mismo se aplica
a mí.
Le dediqué una cálida sonrisa.
―Lo sé, eres como el hermano mayor que nunca tuve.
―Ajá ...¿Significa que tengo que tener la charla con Luca? ―Dom
se apoyó el índice en la barbilla—. Ya sabes, trátala bien o te disparo
en las rodillas.
Puse los ojos en blanco.
―Me gustaría ver cómo lo intentas.
Luca volvió poco después y cada vez que sus ojos se clavaban en
mí, sentía un pequeño escalofrío recorriendo mi espina dorsal.
―Acabo de hablar con el abogado. Iremos el martes, para darle
tiempo a que nos prepare todos los papeles.
―Perfecto, gracias.
Luca se acercó a nosotros, colocándose al lado de Jude.
―¿Eh, Jude?
Jude siguió leyendo como si nadie hubiera hablado. Eché un
vistazo al lomo del libro, otra vez Arsène Lupin. Estaba en su propio
mundo, nada lo distraería ahora.
Luca apoyó una suave mano en su hombro, sobresaltándolo.
Jude parpadeó y miró a Luca.
Luca le sonrió.
―La comida llegará pronto. ¿Por qué no vas con Dom a la gran
biblioteca de arriba y coges algunos libros para llevarte?
Eso funcionó porque Jude se levantó de un salto de su asiento y
cerró el libro con un sonoro golpe.
―¿Hay una biblioteca grande? ―Miró a Luca con los ojos muy
abiertos.
Me encantaba que mi hermano no mirara a Luca de otra manera.
Al principio me había preocupado cuando imaginé estos dos
encuentros. Luca era alto, musculoso y, además de las cicatrices,
tenía un aire peligroso.
No estaba segura cómo reaccionaría mi hermano ante él, era
torpe con los extraños en el mejor de los casos... Y, sin embargo, Jude
lo había aceptado de inmediato.
Dom negó con la cabeza. ―Otra vez me echan ―murmuró, pero
la sonrisa de su cara demostraba que no le importaba lo más
mínimo.
―¿Puedo llevarme el libro que quiera? ―preguntó Jude como si
no se lo pudiera creer.
Luca le alborotó el pelo.
―Claro, el que quieras. ―Miró a Dom y le dijo algo en italiano.
Dom asintió y se levantó.
―Vamos, Jude, demos un poco de intimidad a los tortolitos.
Los vi marcharse y cerré la puerta tras ellos antes de volverme
hacia Luca, quien me miraba con tanta intimidad que mi estómago
se agitó.
―Necesito aprender italiano.
Asintió, acercándose a mí y deteniéndose a un suspiro.
―Yo te enseñaré. ―Apoyó las manos en mis caderas—. Disfruto
enseñándote. Además, no te ocultaré nada, solo tienes que
preguntar.
―¿Qué acabas de decirle a Dom?
Luca se inclinó y me rozó el pómulo con los labios.
―Le dije que mantuviera a tu hermano alejado de los estantes
superiores, esos no son libros para él. Pero son libros que tú y yo
podemos explorar.
Mis pezones se endurecieron ante los pensamientos lujuriosos
que entraban en mi cabeza ante su proximidad.
Luca acortó la pequeña distancia que nos separaba y tiró de mí
hacia él, apoyando las manos en mi trasero.
―¿Cómo te sientes hoy?
―Bien, un poco dolorida, pero no me importa.
Luca me rozó la concha de la oreja con los labios.
―Todavía me sientes muy dentro de ti, ¿verdad?
―Sí ―admití, apretando los muslos.
Luca besó un lado de mi rostro antes de apartarse con desgana.
—Hoy te mudas a mi habitación. Hay espacio suficiente en mi
vestidor.
—Suena mucho a una orden.
Frunció el ceño.
—No pretendo que lo sea, pero creía que habías entendido que
ahora eres mía y que tengo la intención de compartir tu espacio vital
y compartir mi cama todas las noches. No hay otra alternativa.
Odiaba admitirlo, y probablemente la feminista que había en mí
gritaba de indignación, pero su actitud alfa y dominante me
emocionaba de un modo que jamás habría imaginado.
Apoyé las manos en su camisa, sobre sus pectorales, y froté
suavemente.
—Por supuesto que lo haré.
Sonrió. ―Brava.
―Gracias por lo de Jude, significa mucho para mí. ―Lo miré—.
Tú, luchando por él, significa más de lo que puedo decir.
―No hay mucho que no haría por ti, Cassandra, excepto tal vez
dejarte ir. Hiciste un trato con la bestia ahora, y yo me quedo
contigo.
Me puse de puntillas y le besé el cuello.
―Eso está bien, porque no me voy a ir a ninguna parte, te guste o
no.
―¿Se supone que es una amenaza? ―preguntó, arqueando una
ceja con diversión.
Negué con la cabeza.
―No, es un juramento.
El resto del día fue como un sueño. Le enseñé el jardín a Jude y
lo vi jugar al ajedrez contra Dom y Luca. Los aplastó a los dos y, en
lugar de sentirse molestos al haber sido derrotados por un niño de
diez años, los hombres se sintieron orgullosos de él.
Ahora podía ver nuestra vida aquí. La familia que pronto
construiríamos y no podía esperar a que esta vida comenzara porque
confiaba en que Luca mantendría la oscuridad alejada.
Podría haber sido un villano en su propia narrativa, pero no lo
era, no en mi historia.
No, Luca Montanari era mi héroe.
CAPÍTULO 21

Luca

Decir que estaba feliz era quedarse corto. Nunca habría pensado
que fuera posible, incluso antes del accidente, antes de no merecer
nada más que penitencia, nunca hubiera pensado que mereciera un
regalo tan preciado como Cassandra West.
La amorosa, suave, indulgente y amable Cassandra West. Era el
polo opuesto a mí y, sin embargo, me complementaba
perfectamente.
Una vez le dije a Carter que nunca hubiera hecho nada para
merecer una buena mujer y, sin embargo, tenía la mejor de ellas.
Me despertaba cada mañana esperando que su lado de la cama
estuviera vacío, dándome cuenta que todo había sido un truco
jugado por mi cerebro aturdido por el alcohol para torturarme un
poco más, pero no, cada vez que abría los ojos por la mañana la veía,
profundamente dormida a mi lado, con sus hermosos labios rosados
ligeramente abiertos, y cada mañana daba las gracias a quien me
escuchaba por haberme hecho este regalo impagable.
―No te importa, ¿verdad? ―le pregunté después de acomodar
las maletas en la habitación del hotel neoyorquino—. Puedo llevarte
si quieres ―añadí bastante a regañadientes. No me entusiasmaba
mucho la idea que conociera a Benny, pero tampoco quería que
pensara que quería mantenerla oculta.
Se volvió hacia mí y arrugó la nariz en una mueca adorable.
―Si se parece en algo a tu primo Savio, prefiero pasar... sin
ofender.
Me reí de eso.
―De tal palo, tal astilla. No te culpo. ―señalé la puerta—. Y tú
podrás pasar algún tiempo con Dom y vosotras, chicas podréis hacer
lo que queráis. Ir de compras y esas cosas.
Puso los ojos en blanco.
―Voy a buscar un vestido para la cena.
―No tardaré, te lo prometo, y luego tú y yo podremos
divertirnos un poco antes de ir a casa de Carter.
Se volvió hacia mí, repentinamente seria de nuevo.
―¿Cómo te sientes al volver a ver a tu amigo después de tanto
tiempo?
Esta mujer realmente podía matarme, veía a través de mí, a pesar
de todo. Sabía que debía tranquilizarla, decirle que no me
incomodaba. Yo era el Capo, se suponía que nada debía afectarme -
al menos no públicamente-, pero ella era mi Cassie, la mujer a la que
juré respetar y con la que juré mantenerme firme. No iba a ser mi
padre ni ningún otro hombre del grupo. No podía ser vulnerable,
pero con ella lo iba a ser porque ella se merecía al verdadero Luca.
―Estoy nervioso ―admití—. Y sobre todo avergonzado, no he
sido amable. Ha intentado una y otra vez estar a mi lado y rechacé
cualquier intento. Simplemente lo descarté de mi vida... A excepción
de Dom, Carter era mi único amigo y sé que a él le ocurría lo mismo.
Ella asintió.
―Sí, pero la verdadera amistad puede resurgir de todo eso. Y
estuvieron encantados de invitarnos a cenar esta noche. ―Me cogió
la mano y me besó el dorso—. Estaré aquí para ti, todo el tiempo.
Apreté su mano, era mi ancla.
Me resistía a separarme de ella, aunque fuera por poco tiempo,
pero tenía que ver a Benny.
Ahora que Cassie había decidido ser mía, necesitaría el apoyo de
Matteo y para conseguirlo tenía que recuperar mi lugar, que a tenor
de lo que había presenciado, estaba más que demorado.
Respiré hondo y me detuve en la puerta trasera de Effeuillage, el
club de striptease que teníamos en los límites de la zona marginal de
la ciudad. No le avisé a Benny de la visita, quería darle una sorpresa.
Había pensado que ponerle un nombre francés a un club de
striptease le daría algo de clase, pero no había engañado a nadie.
Seguía siendo un club de mala muerte con bailarinas pasadas de
moda.
Cuando intenté abrir la puerta trasera, un guardia vestido de
negro se interpuso en mi camino.
―Prohibido el paso.
―Vengo a ver a Benny.
El guardia permaneció frente a la puerta, con el ceño cada vez
más fruncido.
―¿Sabes quién soy? ―Tuve que darle al tipo la oportunidad de
recapacitar antes de romperle una pierna—. Soy Luca Montanari.
―A menos que el Capo me diga que te deje entrar, no te voy a
dejar pasar.
Solté una risita.
―Bien, el Capo te está diciendo que le dejes entrar. Yo soy el
Capo.
El tipo me dedicó una media sonrisa.
―Claro que lo eres.
Sí, ese tipo quería morir, pero tuvo suerte que hoy no tuviera
tiempo de empezar una pelea.
Cogí el teléfono y marqué el número de Benny.
―¿Dónde estás? ―pregunté apenas me contestó.
―¿Gianluca? Estoy en el club.
―Tu matón... ―miré al tipo que estaba delante de la puerta—.
¿Cómo te llamas?
―Fabrizio.
―Fabrizio no me deja entrar. Dice que el Capo se lo ordenó...
Irónico, ¿no crees?
Al cabo de un par de minutos, abrió la puerta un Benny sin
aliento. Hacía más de un año que no lo veía y Señor, parecía aún más
bajo y gordo que en mis recuerdos... Podría ser el doble de Dany
Devito.
Me reí por lo bajo. Era una broma que Dom apreciaría más tarde.
―¡Ma cazzo! ―Le ladró al guardia—. ¡Es mi sobrino!
―Y el Capo de la Famiglia ―añadí con calma.
―No realmente, ¡pero no debería haberte detenido! Eres de la
familia ―añadió, con su espeso bigote moviéndose hacia un lado,
clara señal de su nerviosismo.
Fruncí el ceño. ―Sí, Benny, realmente.
Se limpió las manos húmedas en la camisa negra y me hizo
pasar.
Hice una mueca nada más entrar, dando gracias a Dios por no
haberme traído a Cassie conmigo. Este antro olía a alcohol barato y a
sexo.
Sacudí la cabeza y seguí a Benny hasta su despacho.
―¿Por qué has venido? ―preguntó en cuanto cerró la puerta tras
de sí.
Miré por las ventanas unidireccionales de su despacho hacia el
escenario donde una stripper de pechos caídos y tanga se movía
para el puñado de clientes bajo una luz roja poco favorecedora.
Me encogí de hombros, sin apartar los ojos de la habitación. Me
mantuve de espaldas a él a propósito, necesitaba que le recordaran
su lugar.
―Hace tiempo que me pides que venga. ¿No lo decías en serio?
―¡Claro que sí! Gianluca, eres mi sobrino.
Finalmente me di la vuelta, metiendo las manos en los bolsillos
del traje pantalón.
―Parece que hay un malentendido entre las filas. La gente parece
creer que tú eres el Capo.
Las fosas nasales de Benny se encendieron. ―Lo soy.
―Eres el Capo en funciones. Una palabra de diferencia cierto...
pero un significado totalmente diferente.
―Savio dijo que ahora tienes una chica. ―Ladeó la cabeza—. Me
alegro por ti. Creía que esas cicatrices lo impedirían.
―No parece que le molesten. ―Y por la forma en que siempre las
besaba, me atreví a pensar que las quería tanto como a mí.
―A toda mujer le importaría, Gianluca, si dice que no, miente.
―Pero todos mentimos, ¿verdad, tío Benny?
Puso la mano sobre el escritorio y golpeó los dedos en rápida
sucesión.
―¿Qué pasa? ¿Estás recuperando tu asiento? ¿Es lo que ella
quiere que hagas? ―Negó con la cabeza—. No querías ese puesto, no
te conformes de nuevo con un estilo de vida cargado de odio por
una mujer.
―No lo hago por una mujer.
―¿Pero lo estás haciendo? ¿Y tu promesa?
Me señalé el pecho.
―¿Y mi promesa? ¿Y la tuya? La que me hiciste de defender
nuestros valores y hacer lo mejor para la familia.
Golpeó el escritorio con el puño.
―¡Siempre he hecho lo mejor para la familia! Estoy haciendo
cosas que tu padre estaba demasiado asustado de hacer.
―¿Demasiado asustado o demasiado cuerdo?
Benny negó con la cabeza.
―¿Es eso? Ahora que el hombre está muerto defenderás sus
acciones. No he olvidado lo mucho que os peleabais, por todo.
Suspiré. Este hombre estaba demasiado metido en su propio culo
como para ver la verdad sobre sus acciones.
―Tengo seguidores, ya sabes. Las cosas no serán tan fáciles como
crees.
Me sorprendió su atrevimiento; mi tío solía ladrar y no morder,
y enviaba a perros más grandes a librar sus batallas como una niña
asustada.
—¿Me estás amenazando?
—No, Luca —murmuró.
Ah, retrocediendo. Eso era más propio de Benny.
—Me cediste tu sitio, me lo merezco. Esto es mío —continuó, casi
gimoteando.
Miré el reloj.
—He venido por cortesía, reunión familiar y toda esa mierda. —
Suspiré—. Nos vemos luego.
―¡Luca! ―me llamó al abrir la puerta—. ¿Qué vas a hacer? ―gritó
mientras yo seguía saliendo de su miserable club.
Al final dejaría que se lo quedara, que fuera el rey de su sórdido
reino mientras se mantuviera alejado de mí y no se acercara a mi
mujer.
Mi teléfono emitió un pitido cuando llegué al callejón exterior
del club. Respiré hondo. ¿Quién iba a pensar que disfrutaría del olor
de un callejón de la ciudad? Para ser justos, todo era mejor que el
penetrante olor de este club.
Suspiré, miré las fotos de mi pantalla y fruncí el ceño. Joder, mi
día de enfrentamientos estaba lejos de terminar, y estaba seguro que
este lo disfrutaría mucho menos.
Cuando volví a entrar en mi habitación, un poco de mi oscuro
humor se desvaneció al ver a Cassie allí de pie, con una gran sonrisa
en la cara, visiblemente tan feliz de verme.
Y a pesar de mi enfado no pude evitar devolverle la sonrisa, esta
mujer me poseía.
―He encontrado un vestido para esta noche. Es muy bonito.
―Me cogió la mano y se puso de puntillas para darme un casto beso.
―No, así no ―le contesté, acercándola más a mí y profundizando
el beso, dejándonos a los dos con ganas y jadeando. Quería hacerle el
amor ahora mismo, pero tenía una cuenta pendiente y no podía
esperar.
―¿Dónde está Dom?
―Está en su habitación. ―Señaló la puerta—. Creo que lo he
matado con tanta compra.
Asentí, viéndola guardar las bolsas.
―¿Has pasado una buena tarde? ¿Has hecho algo interesante?
Su paso vaciló y se dio la vuelta, con un leve matiz en el rostro.
―No, la verdad es que no.
Suspiré. Era una mentirosa terrible, ¿y el hecho que me mintiera?
Me rompió un poco el corazón.
―Voy a ver a Dom, pero vuelvo enseguida para ducharme y
prepararme.
―¿Está todo bien? ¿Funcionaron las cosas con tu tío?
―Sí. —Asentí.
―Te espero, podemos ducharnos juntos. Ahorra un poco de
agua. ―Se sonrojó tan profundamente que hizo que mi corazón se
estrujara en mi pecho con todo el amor que sentía por ella. Todavía
no estaba acostumbrada a coquetear conmigo, a pedir lo que quería.
―No, adelante ―le dije un poco más bruscamente de lo que
debía. Estaba más molesto con ella de lo que había previsto.
Se echó hacia atrás y bajó la mirada, tratando de ocultar su dolor
por mi rechazo.
Debería haberlo dejado así, eso es lo que debería haber hecho un
Capo, pero sentía debilidad por ella, y no importaba lo que hiciera...
por aterrador que fuera darme cuenta, no creía que hubiera un
pecado que ella pudiera cometer que yo no perdonara.
―Tesorina, si me meto en esta ducha contigo, no habrá cena en
casa de Carter. Te follaré de todas las formas posibles hasta que
ninguno de los dos pueda moverse.
―Oh. —Me miró de reojo—. Quizá... quizá me gustaría.
Gruñí, mirando al cielo.
―Me estás matando. Ahora vuelvo ―añadí, dándome la vuelta y
saliendo de la habitación antes de tener la oportunidad de
reconsiderar mi elección.
Llamé a la puerta de Dom y, apenas me abrió, le di un puñetazo
tan fuerte que estaba seguro tendría los nudillos magullados.
Cayó al suelo con un gruñido doloroso. Aproveché para entrar y
cerrar la puerta tras de mí.
―¡Qué coño, Luca! ―gritó, sentándose en el suelo, levantando la
mano y tocándose la ceja izquierda reventada. Se miró los dedos
cubiertos de sangre.
―Eso es por mentirme, puto gilipollas, y por hacer que ella
también me mienta.
Dom permaneció sentado en el suelo, pero cogió la toalla que
había sobre la cama y se la apretó en la ceja.
―¿Qué? ¿Nada que decir? ―pregunté burlonamente—. ¿Creíste
que era tan estúpido, amico? Es una mentirosa terrible y tú... —
resoplé—. Hoy estabas demasiado feliz de quedarte atrás. Y sé lo leal
que es, la única persona por la que mentiría, serías tú.
―¿Cómo te has enterado? ―Hizo una mueca de dolor,
apretándose un poco más la toalla contra la ceja.
Resoplé.
―Por favor, dame más crédito. Hice que te siguieran. ¿Qué
hiciste en el hospital con mi mujer?
―Es complicado.
―¡Entonces no lo compliques! ―Le señalé con un dedo acusador
—. ―¡Hiciste que mintiera por ti!
―Oh, vete a la mierda, Gianluca. Esa chica te es leal hasta la
médula. La única persona por la que mentiría no soy yo... ¡eres tú!
―¿La única razón por la que me mintió es por mí? ―Asentí,
frunciendo los labios—. Debes pensar que soy un tipo especial de
estúpido.
Suspiró.
―Todo empezó la noche del baile. Yo no, bueno, no, tuve una
reacción alérgica, pero me la provoqué a propósito.
Arqueé las cejas, sorprendido, no me lo esperaba.
―Cassie me pilló y quería correr a contarte la verdad, así que
tuve que involucrarla, y una vez que le dije lo que sospechaba, quiso
ayudar y no aceptó un no por respuesta.
―¿Ayudarte a hacer qué?
―Demostrar que no tuviste un accidente esa noche, que fue
intencionado. Demostrar que no estabas borracho y que esas
muertes no recaen sobre tu conciencia.
Aquella revelación tuvo el efecto de recibir un puñetazo en el
estómago. Me senté pesadamente en la silla de su habitación,
mirándolo como si fuera otra persona.
―Crees que... ―me detuve. No podía creer que fuera posible.
¿Podría borrar esta marca negra de mi agenda? —No. ―Sacudí la
cabeza—. Nadie habría hecho nunca daño a Arabella ni a mi madre.
―Correcto. ―Asintió. ―Pero, como probablemente recuerdes, se
suponía que no debían estar allí aquella noche. Se suponía que se
marcharían pronto a la finca, pero tuviste aquella gran pelea con tu
padre y tu madre decidió quedarse. Se suponía que tú y tu padre
estabais en el coche, no ellas.
Apoyé los antebrazos en los muslos y bajé la mirada hacia las
manos que durante años había creído cubiertas de la sangre de mi
familia.
―¿Quién haría eso?
―Ya sabes quién, Luca. Quiso el puesto desde que tengo uso de
razón.
Negué con la cabeza, sin dejar de mirarme las manos.
―Benny y Savio son idiotas. Espesos y evidentes, nunca habrían
conseguido hacer algo así.
―A menos que tuvieran ayuda.
Levanté la vista.
―¿Quién?
―¿Los armenios? ―Dom se encogió de hombros—. Quizá
hicieron un trato con ellos, son lo bastante estúpidos.
Ladeé la cabeza, reflexionando. No era imposible.
―¿Por qué has ido hoy al hospital?
―La letra de tu expediente médico era diferente, el color de las
páginas no encajaba. Cassie encontró algunas cosas inusuales en él
así que fuimos allí. Ella fue la distracción y yo irrumpí en la sala de
archivos.
―Ya veo... A ver si lo entiendo. Involucraste a mi mujer en un
posible complot de asesinato contra mí poniéndola en peligro.
Dom hizo una mueca.
―Bueno, suena mal cuando lo dices así.
―¿Sabes por qué? ¡Porque jodidamente lo es! ―grité. La sola idea
que hirieran a Cassie me causaba tanto dolor que apenas podía
respirar.
―Luca...
Levanté un dedo para detenerlo.
―Su participación termina ahora, ¿entendido?
Dom asintió, teniendo al menos la decencia de parecer
avergonzado.
―¿Encontraste pruebas? ―Por favor, di que sí.
―Algunas, no tanto como me gustaría.
Me levanté, enderezándome los pantalones.
―Mañana concertaré una cita con Matteo, le contarás todo lo que
sepas y seguiremos a partir de ahí, ¿entendido?
―Sí. ―Se levantó también e hizo una mueca cuando vio su reflejo
en el espejo.
―¡Y tú la mantienes al margen! No la pongas más en peligro
innecesario o juro por Dios... ―No necesitaba terminar esa amenaza
—. Te veré por la mañana.
―Yo también la quiero, ¿sabes? ―dijo Dom cuando llegué a la
puerta—. No como tú, pero sí tan profundamente.
Giré la cabeza hacia un lado, manteniendo la mano en la
empuñadura.
―Sé que lo haces. Es la única razón por la que sigues en pie.
Cuando volví a entrar en la habitación, Cassie estaba envuelta en
una toalla, recién duchada y secándose el pelo.
Me miró interrogante en el espejo, siguiéndome silenciosamente
con la mirada hasta que llegué al cuarto de baño.
La miré a los ojos en el espejo y le sonreí. —Ti amo —vocalicé.
Sus hombros se hundieron de alivio. —Yo también. Me contestó
y, de repente, estábamos bien.
Me sequé con la toalla después de mi ducha rápida y entré en el
dormitorio con la toalla alrededor de la cintura, y el brillo lujurioso
que apareció en sus ojos me hizo sentir como un superhéroe.
Todavía no podía creer que la mereciera.
―¿Me subes la cremallera? ―preguntó, volviéndose hacia el
espejo.
Me coloqué detrás de ella y le rocé la columna con los nudillos,
haciéndola estremecerse.
―Tu piel es tan suave ―susurré antes de inclinarme para besarle
la nuca. Me encantaba cuando llevaba el cabello recogido, su cuello
era tan bonito y delicado.
Aspiró cuando rocé con mis labios la columna de su cuello. Me
asomé al espejo y vi que sus pezones estaban erectos de deseo.
―Esta noche ―le prometí, o advertí mientras le subía la
cremallera—. Estás impresionante ―le dije mientras estudiaba su
vestidito de cóctel negro y plateado que llevaba con el collar que le
había regalado. No se lo quitaba y eso me alegraba más de lo debido.
Giró sobre sí misma y apoyó su manita en mi mejilla llena de
cicatrices.
―Siempre dices lo mismo ―se burló con una sonrisa.
La rodeé con mis brazos y la besé.
―Porque siempre es verdad.
Puso los ojos en blanco.
―¿Incluso cuando me acabo de despertar en pijama extra grande
? Porque entonces también lo dices.
―¡Especialmente cuando te despiertas con pijama extra grande!
Significa que puedo quitármelo y comerme ese dulce coñito mío.
Soltó una carcajada sorprendida mientras se sonrojaba. Ahora
era mi juego favorito. Cuántas veces al día podía hacer que mi mujer
se sonrojara.
―¿Tu coñito?
―¡Por supuesto! No pienso compartirlo ni devolverlo. Es mío —
me burlé.
Me acarició la mejilla y pude ver todo su amor allí mismo, en sus
impresionantes ojos verdes. Moriría por ti, quería prometer.
―Sí, es tuyo ―confirmó antes de zafarse de mi agarre—. Ahora
prepárese, señor Montanari, que ya vamos con retraso.
Cuando se sentó en el coche para ir a casa de Carter, a las afueras
de la ciudad, la cogí de la mano.
―Sé que me has mentido ―le dije lo más suavemente que pude
para demostrarle que en realidad no estaba enfadado.
Se tensó y me miró de reojo.
―Dom me contó la verdad, sobre la investigación que estabais
haciendo. Solo pensar que estuvieras en peligro. —Negué con la
cabeza.
―No te enojes con Dom, ¡fue mi idea involucrarme!
Por supuesto, deja que ella lo defienda.
―Puede que sí, pero él sabe lo peligroso que es nuestro mundo.
Debería haberlo sabido.
―Quería ayudarte.
Me llevé su mano a los labios y la besé.
―Y lo hiciste, pero ahora, por favor, no te involucres. Necesito
que estés sana y salva, ¿vale? No puedo investigar y preocuparme
por ti al mismo tiempo.
―De acuerdo ―dijo derrotada.
―Mañana iré a ver a Matteo después de la cita con el abogado y
te lo contaré todo.
―¿Lo prometes?
―Lo juro.
Sonrió, deslizándose más cerca de mí y apoyando la cabeza en
mi hombro.
―Me alegro no tener que guardar más el secreto. Odio ocultarte
algo.
Giré la cabeza y le besé la frente.
―Y además se te da muy mal.
―Está bien. Prefiero ser así.
―Yo también.
Cuando aparcamos frente a la mansión de Carter, la aprensión
cesó. Solté un suspiro agitado.
―Todo va a salir bien ―me animó Cassie, apretándome
suavemente el muslo.
Solté una carcajada sin humor.
―Señor, debes pensar que soy un bicho raro. Primero, me asusté
en el baile y ahora, aquí. ―Sacudí la cabeza—. Debo parecer un niño
asustado.
―No, veo a un hombre fuerte que empieza a cicatrizar e intenta
recuperar su vida. Esto no es fácil y estoy muy orgullosa de ti.
Asentí con la cabeza. ―Vamos.
Nada más llegar a la gran puerta de madera, un mayordomo nos
hizo pasar a un pequeño comedor.
Nazalie sonrió alegremente cuando nos vio y Carter tenía su
habitual ceño fruncido, aunque eso no significaba nada con él.
Nazalie corrió hacia mí y me abrazó.
―Oh, Luca, qué alegría volver a verte.
Le devolví el abrazo con torpeza, negándome a soltar la mano de
Cassie.
Carter se acercó a nosotros y le dedicó una leve sonrisa a Cassie
antes de volverse hacia mí.
―Luca, se te ha echado de menos. ―Sabía que a Carter King no le
gustaban mucho las muestras de emoción, al menos con nadie que
no fuera la mujer de curvas situada a su lado, y pensé que quizá
fuera por eso por lo que habíamos sido amigos durante tanto
tiempo, éramos iguales.
Acerqué a Cassie a mí.
―Esta es Cassie, es mi... ―me detuve sin saber cómo decirlo.
¿Novia? No era suficiente. ¿Prometida? Un poco presuntuoso.
Sinceramente, solo podía pensar en mía. Ella era mía... lo era todo
para mí.
Carter asintió.
―Lo entiendo. ―Se volvió hacia Nazalie y le dedicó una suave
sonrisa—. ―Ella simplemente lo es.
―Sí. —Miré a Cassie—. Simplemente lo es.
Me volví hacia Nazalie y mis ojos se clavaron en su vientre
hinchado.
—¿No es el mismo que hace dos años?
Se rio, apoyando una mano protectora sobre su barriga.
—En realidad, este es el bebé número tres. Leo y Connor
duermen arriba.
―¡Jesús! ¿Tres?
Carter sonrió.
―¿Qué quieres que te diga? Realmente quería una niña y me
costó tres intentos. ―Me guiñó un ojo—. Además, seamos sinceros,
disfruto bastante haciéndolas.
―¡Carter! ―jadeó Nazalie, dándole una palmada juguetona en el
brazo.
La atrajo hacia sí y besó su coronilla.
―También me encanta ver crecer a mis bebés dentro de ella.
Mis ojos conectaron instantáneamente con el vientre plano de
Cassie, sí, definitivamente podía ver el atractivo. Me moría de ganas
de ver a mi Cassie gestando a nuestro bebé, esa pequeña parte de
nosotros. Mi cavernícola interior estaba sobreexcitado ante la idea de
fecundarla... Pero todavía no, era muy joven. Teníamos todo el
tiempo del mundo.
La cena fue mucho mejor de lo que esperaba y fue como volver a
la rutina. A pesar de los dos años que habían pasado, era como si
nunca hubiéramos perdido el contacto.
Nazalie y Cassie conectaron de inmediato y pude ver que Carter
también le tomaba cariño, ¿cómo no iba a hacerlo? Cassie era un
ángel disfrazado.
Después de cenar, Nazalie llevó a Cassie a dar una vuelta por la
casa mientras yo seguí a Carter a su despacho para tomar una copa.
―¿Así que has vuelto? ―preguntó Carter tras extenderme un
vaso de bourbon.
Asentí, tomando un sorbo.
―Eso es bueno porque tu tío no es el mejor gobernando esta
ciudad.
―Lo sé y me haré cargo, pero seguiré en la finca. A Cassie le
encanta.
―Y tú amas a Cassie ―terminó para mí.
―Más que mi vida.
―Es algo catártico, ¿no crees? Encontrar a la persona.
―Es aterrador.
Carter echó a reír.
―Sí, pero de la mejor manera posible. Ella me da una razón para
seguir adelante.
―Lo siento ―admití finalmente, aunque con renuencia.
―No lo sientas. Hiciste lo que necesitabas hacer por ti mismo. Me
alegra ver que has llegado al otro lado.
―Cassie ayudó mucho. Ella lo acepta todo, lo bueno y lo malo.
―Así es como sabes que has encontrado a la elegida.
―Temo que un día se despierte y se vaya, decida que es
demasiado y se marche.
Carter suspiró.
―Ese miedo, yo también lo tengo, y en realidad nunca
desaparece. Más de dos años en este matrimonio, tres hijos después,
y algunas mañanas todavía me despierto asombrado de tenerla a mi
lado.
―Voy a casarme con ella.
―Sé que lo harás. ―Sacudió la cabeza—. Me alegro que hayas
vuelto, Luca, te hemos echado de menos... No por mí, pero tú lo
sabes.
Me reí.
―Dicho sea de paso y para que conste, yo tampoco te eché de
menos.
―No lo habría soñado. ―Y así como así, volvimos a nuestra
antigua amistad.
CAPÍTULO 22

C ie

Me limpié nerviosamente las manos en los pantalones mientras


Luca y yo esperábamos a que aquel abogado de familia tan
importante nos llamara a su despacho.
Luca me cogió la mano y me besó el dorso.
—Todo va a salir bien.
Forcé una sonrisa. —Sí, lo sé, es que... Jude, ya sabes.
Asintió.
—Sí, y prometí que lo recuperaríamos lo antes posible, y ya
sabes que siempre cumplo mi palabra.
—Sí, lo sé y confío en ti, pero esto... —señalé la puerta del
abogado—. Pase lo que pase, mucho de esto escapa a tu control.
Me dedicó una sonrisa pícara que hizo temblar mis partes
femeninas.
—Es bonito que pienses así Tesorina, por ahora voy a utilizar la
vía legal, pero si no funciona... —Se encogió de hombros—. De un
modo u otro, recuperaremos a nuestro chico.
Nuestro chico... Eran pequeñas cosas como esa las que me hacían
amarlo aún más.
—Srta. West, ¿Sr. Montanari? El Sr. Gutsberg les está esperando.
Entramos en la oficina más grande que jamás había visto, con
todo un panel de ventanas al fondo ofreciendo una vista privilegiada
de la ciudad.
Miré a Luca. ¿Cuánto le pagaba a ese abogado?
El abogado se levantó y señaló los asientos situados frente a su
mesa.
—Sr. Montanari, qué placer verle de nuevo. Por favor, tome
asiento. Srta. West. —Hizo una leve inclinación de cabeza antes de
sentarse en su escritorio frente a un montón de papeles.
—Siento la demora, pero tengo excelentes noticias. Estuve al
teléfono con el Tribunal de Distrito de Familia y francamente, Srta.
West, su abogado hizo un trabajo muy pobre en este caso.
—Yo, um … no tenía abogado. —Me removí en la silla, sintiendo
de repente que había defraudado a mi hermano—. No hice nada
malo y no tenía dinero, así que...
Luca me cogió la mano y la apretó.
—No importa, ¿qué pasa?
—Un par de personas se ofrecieron a acoger temporalmente a tu
hermano. Una tal Sra. Broussard y una pariente lejana... ¿India
Cassidy?
Asentí con la cabeza.
—Sí, India es mi prima de Vancouver y la señora Broussard era
nuestra antigua criada. Me quedaba con ella.
El abogado apoyó los brazos en el escritorio y me miró.
—Todo eso para decir que te descartaron como sospechosa muy
al comienzo de la investigación. Sospecho que algo de desidia y falta
de colaboración han tenido que ver en este desaguisado, pero
deberían haberle entregado a su hermano hace semanas.
No, no puede ser tan fácil. No tuve tanta suerte.
—Significa que puedo...
—¿Recuperarlo? —El abogado sonrió—. ¡Sí, desde luego!
Cometieron un error y están agilizando el procedimiento. Mi
ayudante estará pendiente a diario, pero sospecho que podrá recoger
a su hermano en los próximos días.
—Oh, esto es... Esto es... —Me llevé una mano temblorosa a la
boca, el alivio me hizo llorar.
El abogado sonrió.
—Lo comprendo y de nada.
Luca volvió a apretarme la mano.
—¿Cómo hacemos lo de la adopción?
Giré la cabeza hacia él.
—¿Quieres que adoptemos un niño?
Me dedicó una sonrisa burlona. —Ahora no, prefiero que
trabajemos para intentar tener uno.
Me sonrojé de mortificación al verlo decir eso delante de un
desconocido.
—Me gustaría adoptar a tu hermano, quitarle el estigma que le
causa su nombre.
—Ya veo... ¿Porque Montanari no viene con estigmas
preconcebidos?
Se rio.
—Sí, así es, pero al menos viene con el tipo de estigma que lo
mantendrá a salvo pase lo que pase.
Me volví hacia el abogado.
—¿Es factible?
El hombre canoso asintió.
—Bueno, sí, es factible, pero el problema es que sus padres
siguen vivos y, aunque estén en la cárcel, siguen teniendo la patria
potestad. La única manera que funcione es que...
—¿Ellos mueran? Luca comentó.
—Oh, por el amor de Dios —murmuré. A veces olvidaba que mi
hombre era mafioso.
El abogado ni siquiera se inmutó. Me preguntaba con qué
frecuencia trataba con hombres como Luca.
—No, lo más sencillo sería que renunciasen en su totalidad a la
patria potestad en favor de usted o... —Hizo un gesto hacia mí—. la
Srta. West. Así podrías iniciar el proceso de adopción de Jude West.
—¿Te parece bien? —me preguntó Luca.
—Sí, pero... —Suspiré—. Como sabes, mis padres son muy malas
personas. Si saben que nos hará la vida más fácil, no lo harán.
Luca me sonrió, tenía un filo depredador que nunca había visto
antes, era el Capo Luca frente a mí.
—Oh, lo harán, confía en mí. —Se volvió de nuevo hacia el
abogado—. Inicia todo el papeleo, lo haremos pronto.
—Perfecto. Empezaré. —Se volvió hacia mí y me acercó una pila
de documentos—. Por favor, firma el acuerdo de tutela. Podré
finalizar la liberación de tu hermano en un día o dos.
Firmé todo, aún me costaba creer que la pesadilla estuviera
terminando.
Cuando llegamos a la calle, esperando el coche, no pude
contener más mi felicidad y tiré de Luca en un abrazo.
Me devolvió el abrazo con una risilla sorprendido.
—¿Por qué es eso?
—Por Jude, por mí, por todo.
—Te mereces todo y más, tesorina.
—¿Y qué pasa con la maldición de mi apellido? —pregunté
burlona mientras él me miraba con una sonrisa divertida. —
¿También vas a adoptarme?
Resopló, estrechando su agarre alrededor de mi cintura.
—No, contigo me casaré, por supuesto.
Me quedé de piedra. Lo había dicho como si fuera lo más
natural, como si fuera evidente y no la bomba que era.
Le seguí entumecida hasta el interior del coche.
—¿Estás conmocionada?
Me giré hacia él en el asiento.
—Acabas, acabas de decir eso.
Asintió con la cabeza.
—Lo dije. Dije que eras mía, Cassie. Creí que sabías lo que
significaba.
—Sí, no, quiero decir ¿Era una proposición?
—¡En absoluto! Dame más crédito, tesorina. Cuando te lo
proponga, lo sabrás.
—¿Qué hacemos ahora?
Suspiró, mirando su reloj.
—Tengo que ir a ver a Matteo con Dom sobre...
—Vale. Estarás bien, ¿verdad?
—Por supuesto. No te dejaré por mucho tiempo. Tal vez reservar
un masaje.
—Buena idea. —No me apetecía mucho que me dieran un
masaje, pero no quería que se preocupara por mí.
—Todo está bien, tesorina. Te lo prometo. —Me cogió la mano y
me besó el dorso—. Disfrutémoslo, las cosas van bien. Esta noche te
llevo a cenar a Vignaiolo. ¿Qué te parece?
—¿No es ese restaurante súper famoso con una lista de espera de
varios meses?
—Lo es.
—¿Cómo se consigue una mesa?
Se encogió de hombros.
—La ventaja de ser el dueño, supongo.
—Oh... —Sabía que Luca era poderoso, rico y aterrador, pero
aún no había lidiado realmente con esta faceta suya. Estaba segura
que me costaría un poco acostumbrarme, pero lo amaba lo suficiente
como para hacer frente a todo lo que se avecinaba.
Cuando volvimos al hotel, fuimos a la habitación de Dom en
lugar de a la nuestra, Dom estaba hablando con un guardia que
había visto por la propiedad unas cuantas veces.
Dom se volvió hacia mí y me guiñó un ojo.
—¿Cómo van las cosas, princesa?
Sacudí la cabeza con una pequeña sonrisa.
—Las cosas van bien.
Asintió antes de mirar a Luca.
—Sergio cuidará de Cassie mientras hacemos nuestras cosas, ya
se lo han comunicado. Es bueno.
—Sergio —lo llamó Luca con su voz de jefe.
El fornido joven se volvió hacia él.
—Jefe.
—Vas a cuidarla como si te fuera la vida en ello, ¿entendido? —
Su voz era tranquila, pero la frialdad que había detrás era
aterradora.
—Por supuesto, Jefe, ella está a salvo conmigo.
—Bien, bien. —Luca asintió—. Porque verás, la proteges como si
fuera tu vida porque es exactamente lo que es. Si algo... lo que sea le
pasa a ella, tú mueres. ¿Entiendes eso también?
El tipo palideció.
—Está de broma —solté de sopetón. No necesitaba que aquel
tipo estuviera aterrorizado todo el tiempo.
Luca me miró como si hubiera perdido la cabeza.
—No estoy bromeando, desde luego.
Me volví hacia Dom, que sacudió la cabeza y me dijo.
—No bromea.
De acuerdo entonces...
Luca suspiró y volvió a mirar el reloj.
—Será mejor que nos vayamos. Matteo no se lleva bien con la
gente que llega tarde.
Matteo nunca es bueno con nada —resopló Dom.
—Solo un minuto —dijo Luca a los chicos mientras entraba en la
habitación conmigo.
Me atrajo hacia él hasta que su frente estuvo contra la mía.
—No te muevas, ¿vale? —me preguntó con la ansiedad que le
embargaba.
—Sí, claro. —Le apoyé la mano en el pecho, sobre el corazón—.
¿Por qué estás tan preocupado?
Me picoteó los labios.
—Porque te amo, y porque mi corazón vive en tu pecho, y odio
dejarte sola en la ciudad con alguien que no seamos Dom o yo.
Rodeé su cintura con mis brazos.
—Estaré bien. Me quedaré aquí. Me daré un masaje y un
tratamiento facial y todo eso, y luego, cuando vuelvas, cerraremos la
puerta y nos divertiremos durante unas horas.
Sonrió, y el brillo travieso de sus ojos hizo que mi estómago
saltara.
—Te tomo la palabra.
—Espero que sí.
Luca me soltó y se dirigió a la puerta.
—Sergio estará delante de la puerta. Ábrele y si necesitas algo,
pregúntale.
—Bien, te amo.
Su rostro cambió de decidido a tierno.
—No creo que me canse nunca de oírte decir eso.
—Bueno, entonces está bien, porque no pienso parar nunca.
—Yo también te amo.
Solté una risita.
—Lo sé.
—Furbetta8 —murmuró antes de dejarme atrás.
Ahora que se había ido, ya no tenía que ocultar mi ansiedad. Me
preocupaba que hablara con Matteo. No sabía mucho de él, pero por
lo que Dom me había contado, no era un hombre agradable.
Solo esperaba que creyera a Luca y Dom y se enfrentara a
cualquier otro peligro que se cerniera sobre él.
Decidí seguir el consejo de Luca y reservé un masaje y aproveché
el tiempo para llamar a Amy y pedirle hablar un rato con Jude.
Estaba tan contento como yo de venir a vivir a la finca. Era cierto
lo que había dicho Luca, por fin la suerte nos estaba sonriendo.
Acababa de prepararme un bocadillo cuando Sergio llamó a la
puerta. Miré el reloj, la masajista había llegado un poco pronto.
Abrí la puerta y me encontré con un Savio sin aliento.
—¿Dónde está Sergio?
—Bajó con Dom —dijo con pánico—. Tienes que venir conmigo
ahora. Luca está herido, es grave.
Mi corazón se detuvo, mi respiración se detuvo, todo se detuvo
como si el tiempo se detuviera por completo. Aquellas palabras
fueron las más aterradoras que jamás había oído.
—Vamos. —Empecé a seguirlo por el pasillo hacia los
ascensores, con la mente a mil por hora, pero de repente no me
pareció bien. ¿Por qué no venía Dom a recogerme?
Aminoré el paso, decidiendo ponerlo a prueba.
—¿Cómo lo hirieron en la oficina de Carter?
—No estoy seguro, allí le esperaba un tirador solitario —añadió,
pulsando el botón del ascensor.
¡Mentiroso! Dejé de caminar.
—Lo siento, mi bolso, lo necesito. —Me di la vuelta y volví
corriendo hacia la habitación lo suficientemente rápido como para
que no notara que estaba huyendo.
Una vez estuviera la puerta cerrada tras de mí, podría llamar a
Luca y…
Justo cuando iba a entrar en la habitación, un brazo me rodeó el
cuello con tanta fuerza que me cortó el suministro de aire.
—Me pregunto, ¿en qué me he equivocado? —me susurró Savio
al oído.
Jadeé al sentir el pinchazo de una aguja en el cuello y todo se
oscureció.
8 Furbetta: listilla.
CAPÍTULO 23

Luca

—¿Te das cuenta de lo ridículo que suena? —preguntó Matteo,


recostándose en su sillón de cuero negro mientras jugaba con su
Zippo.
El despacho de Matteo era como él y su alma... todo muebles
negros y cristal. Su escritorio imponente, su sillón tan grande que
más bien parecía un cómodo trono.
Me incliné hacia delante en mi asiento.
—¿Me estás diciendo que no crees que Benny fuera capaz de
matar para ser Capo?
Matteo se echó a reír.
—Oh no, Benny es totalmente capaz de matar por esto. Pero él y
el idiota de su hijo... —Sacudió la cabeza—. No son lo bastante
buenos ni inteligentes para salirse con la suya en algo así.
—Tal vez los armenios estuvieran involucrados. Al parecer
ahora es su putita.
Matteo puso los ojos en blanco.
—Los armenios son unos oportunistas, no se habrían molestado
con tu tío antes que se convirtiera en el Capo. —Suspiró—. ¿Qué
pruebas tienes?
Dom estaba a punto de contestar cuando mi teléfono vibró. Miré
y vi el nombre de Enzo. Fruncí el ceño. El chico odiaba hablar por
teléfono por razones obvias, que me llamara no auguraba nada
bueno.
—¿Enzo?
Matteo me lanzó una mirada incrédula, como si no pudiera creer
que estuviera respondiendo a una llamada en su presencia.
—L-l-luca. C-creo que S-savio y mi p-padre han hecho algo m-
malo.
—¿Qué han hecho?
—C-c-cassie.
Salté de mi asiento e hice un gesto a Dom para que se levantara.
—¿Estás en casa?
—Sí.
—Bien. Dom va a recogerte. Quédate ahí. —Colgué—. —Enzo ha
dicho que su padre tiene a Cassie.
Dom palideció mientras sus manos se cerraban en un puño.
—Está muerto —gruñó.
A veces olvidaba lo importante que era también para él.
—Lleva a Enzo al hotel. Nos encontraremos allí.
—¿Nosotros? —preguntó Matteo cuando Dom se fue—. Sabes
que no puedo meterme, Gianluca, esto es algo que pasa en tu propia
familia.
Sacudí la cabeza.
—¿Pero y si lo derribo? ¿Me juzgarán?
—Lo harán.
—¡Pero él la tiene! La amo…
—No es tu esposa, Gianluca, no la has reclamado oficialmente
como tuya. Para la famiglia, no es más que una civil sin ataduras que
sabe demasiado sobre nosotros. Benny no será juzgado con
demasiada dureza por su precipitación.
—Ella no es nada, pero para mí lo es todo. ¿Sabes siquiera lo que
es el amor?
Inclinó la boca con disgusto.
—¡Dios, no! Doy gracias a Dios todos los días por protegerme de
semejante maldición.
—Tal vez deberías agradecer tu falta de corazón.
Matteo reflexionó sobre ello.
—Sí, eso también.
No estaba por encima de rogarle, no por ella.
—Ayúdame y daré un paso al frente, volveré a tomar asiento y
seré un buen Capo.
Matteo me miró con su sonrisa sádica.
—Me temo que esta vez no será suficiente.
Entendí el mensaje subyacente. Quería negociar.
—¿Qué quieres?
—Quiero un favor.
Asentí, cada minuto perdido era un riesgo para su vida.
—Te daré lo que sea. Ayúdame a salvarla.
—¿Cualquier cosa? —El brillo de sus ojos me inquietó—. No
hagas promesas que no puedas cumplir.
—Mientras no sea Cassie o nuestros futuros hijos, lo que sea.
Matteo emitió un sonido de disgusto.
—¿Niños? ¡Señor, no! ¿Quién querría voluntariamente a esos
parásitos? Dios, guarda tu descendencia. —Se estremeció
fingidamente al pensarlo—. No, algún día te pediré algo y tendrás
que decir que sí, sea lo que sea, y ahora das un paso al frente. A
partir de este momento vuelves a ser el Capo.
—Bien, sí, lo que sea.
—Giuro.
—Lo giuro sulla mia vita, sul mio nome, e sul mio sangue9.
Se levantó con un movimiento de cabeza. —Vámonos.
Cuando llegamos al hotel, Sergio estaba en mi habitación, con la
cara hinchada y sangrando.
—¿Cómo? —le ladré, sin importarme que estuviera medio
muerto.
—No esperaba que Savio... —Graznó antes de apoyarse contra la
pared, sujetándose la cabeza—. Creo que tengo una conmoción
cerebral.
—Tendrás suerte si es lo único que tienes. —Exploré la
habitación y me detuve en la barra junto a la cocina americana—. Tú
y yo hablaremos cuando la recupere.
Me volví hacia Matteo, mostrándole el collar que le había
comprado a Cassie y la nota que decía simplemente:
‘Renuncia y recupérala’
—Voy a matarlo —anuncié.
Matteo negó con la cabeza.
—No, no lo harás, no lo conviertas en un mártir. No empieces
una guerra dentro de la famiglia. Ya se encargarán de él.
En ese momento llegó Dom con Enzo.
—L-l-luca, no fui y-y-yo —dijo mirando a su alrededor con los
ojos muy abiertos y las grandes gafas apoyadas precariamente en su
fina nariz.
Cualquier otro día habría sido paciente con él, amable. Enzo era
un buen chico y tenía suficiente mierda de su propio padre y
hermano.
—Enzo, lo sé, pero tienes que elegir un bando ahora. ¿Dónde
están?
Miró a su alrededor inseguro, lanzando una mirada de
preocupación hacia Matteo. Sabía algo, pero también se sentía
culpable. Sabía que, pasara lo que pasara, no acabaría bien.
—¡Mírame! —solté.
Enzo se volvió hacia mí, sorprendido por mi tono.
—Olvídate de Matteo, él no puede ayudarte ahora. Soy la peor
pesadilla en esta habitación. Ahora elige y elige bien. O te pones del
lado de tu padre y de tu hermano, que siempre tienen ganas de
humillarte, o te pones del lado de tu Capo. —Me señale a mí mismo
—. Y su consigliere. —Señalé a Dom, que me miró con clara
sorpresa.
Por supuesto, era mi consigliere, no había hombre en el mundo
en quien confiara más que en él.
—Vaya... —Matteo puso los ojos en blanco—. Ese es otro giro
argumental que nunca vi venir. Eres tan impredecible. Un verdadero
hombre misterioso.
—E-estoy c-contigo, L-luca. Siempre.
Le hice un gesto brusco con la cabeza. Si no hablaba ahora, juro
por Dios que también acabaría con él.
—Mi p-p-padre tiene un a-almacén s-secreto en los m-muelles.
—¿Dirección? —demandó Dom.
Enzo sacó una libretita de su bolsillo interior y se la tendió a
Dom.
—P-p-primera página.
Dom abrió la libreta y me miró.
—Parece de fiar. —Hizo un gesto con la cabeza hacia Enzo—. Tú
también vienes.
Cuando llegamos al almacén, me sentí como un depredador
enjaulado, inquieto y hambriento, listo para saltar y matar.
Tan pronto el vehículo se detuvo, salí corriendo y me lancé hacia
la puerta, dispuesto a entrar a toda pastilla.
Estaba llegando a la puerta trasera cuando alguien me agarró del
brazo para detenerme.
Gruñí, arremolinándome para encarar a Matteo.
—Detente, no te dejes llevar por tus emociones. Tomémonos un
minuto.
Bajé la mirada hacia su mano, agarrando mi antebrazo.
—Ten cuidado, Genovese, la gente pensará que te importa.
Resopló.
—Difícilmente, pero al final te convencí a ti, un Capo medio
decente, para que dieras un paso al frente, y no es para que te maten
o te exilien ahora.
—Prioridades, ¿no? —pregunté burlonamente.
—Siempre. —Miró hacia la puerta—. Entraré yo primero, dame
un minuto y sígueme... y no olvides tu promesa.
Volví a mirar a Dom, que se encogió de hombros, y a Enzo,
acurrucado en la pared.
—Tú quédate aquí, Enzo, ¿de acuerdo? —Intenté que mi voz
sonara más suave que antes.
Asintió con cara de agradecimiento.
—Bien, vamos.
Matteo sacó su Beretta del soporte derecho y le colocó el
silenciador que llevaba en el bolsillo.
Lo miré con las cejas arqueadas. ¿Quién iba por ahí con un
silenciador en el bolsillo?
—¿Qué? Siempre estoy preparado. —Disparó a la cerradura de
la puerta con un suave ruido sordo.
—Voy a matarlos —murmuré a Dom apenas entró Matteo.
—Lo sé.
Dom y yo cogimos nuestras armas y caminamos detrás de
Matteo. Estaba claro que utilizaban este almacén para muchas cosas
cuestionables, según nuestras reglas familiares.
Caminamos en silencio siguiendo una luz tenue y voces
apagadas en la distancia.
Dom me dio un toque en el brazo y movió la cabeza hacia la
izquierda.
Miré y vi una caja con letras rusas. Podía apostar a que eran
armas. Benny traficaba armas con los rusos o los armenios... Ese
hombre era aún más estúpido de lo que pensaba... o quizá no, se
llevó el premio cuando me robó a mi mujer.
—No debiste llevártela, Benny, no fue inteligente —dijo Matteo
con voz severa.
—Lo hice por nosotros, Matteo. Ella sabe demasiado.
Salí detrás de una estantería y me coloqué junto a Matteo, con
Dom al otro lado.
Benny se tensó cuando miré a mi alrededor y encontré a Cassie
en una silla en medio de la habitación, con los brazos atados a la
espalda y los tobillos sujetos a las patas de la silla. Tenía la cabeza
gacha, la barbilla pegada al pecho. Su hermoso cabello pelirrojo caía
como un velo sobre su rostro, ocultando lo que yo más deseaba ver.
Savio se colocó detrás de ella, su arma demasiado cerca para mi
gusto.
—¿Estás tomando partido, Matteo? —preguntó Benny, con
evidente frustración—. ¿Qué ha pasado con el simple papel de
observador? Que yo sepa, no he infringido ninguna norma. No ha
sido reclamada.
Matteo se encogió de hombros.
—Y yo solo estoy aquí... simplemente observando.
—No te preocupes, Gianluca, quizá la drogué un poco más de lo
conveniente, pero por ahora respira. —se mofó Savio. No se me
escapó el tácito ‘por ahora’.
Disfrutaré matándote.
—Te llevaste lo que era mío —le dije a Benny, tratando de
refrenar mi ira.
—Por favor, Luca, es solo una chica, una criada a la que le
contaste todo sin hacerle jurar por la famiglia. No nos gustan los
cabos sueltos. Estoy arreglando tus errores.
—¿Por eso mataste a mi familia?
Benny dio un paso atrás, sorprendido.
—¿De qué estás hablando?
—¿Mi madre y mi hermana? ¿Qué monstruo hace algo así?
Sacudió la cabeza.
—¡Esto es una locura! No tienes pruebas. No soy un cualquiera,
Gianluca. Soy el Capo. —rugió, con el arma temblando en su mano.
—Capo en funciones, Benny. Ahora ya no. He recuperado mi
papel. Nunca debí cedértelo.
Benny miró a Matteo, con la cara tan roja que casi parecía
morada.
—Sí, es el Capo.
—Y tengo pruebas.
—¡No puedes tener pruebas! —ladró—. ¡No se suponía que
estuvieran allí! Estaban allí por tu culpa. ¡Tú los mataste!
Me golpeó como una tonelada de ladrillos. Acababa de admitir
de algún modo que había provocado el accidente con la intención de
matarnos a mi padre y a mí. Fue él quien mató a mi familia, a las dos
almas más bondadosas del mundo en un juego de poder, y yo
levanté la mano, apuntándole a la cara con mi arma.
—Me lo pensaría dos veces —advirtió Savio, colocándose detrás
de Cassie y levantando su arma hacia un lado de su cabeza.
—¿Dónde está tu lealtad? —Escupió Benny a Matteo.
—¿Qué lealtad te debo? —frunció el ceño, claramente molesto
por el arrebato de Benny.
Benny le dedicó una sonrisa malévola.
—Hermano, hermano, ¿dónde estás? Estoy a tu lado —cantó.
No tuve tiempo de darme cuenta de lo que ocurría hasta que
noté por el rabillo del ojo la pistola de Matteo y Benny cayó
pesadamente al suelo, con un disparo limpio justo en medio de la
frente.
Entonces escuché amartillar un arma, un disparo en el costado y
sentí que moría.

9 Lo giuro sulla mia vita, sul mio nome, e sul mio sangue: Lo juro por mi
vida, por mi nombre y por mi sangre.
CAPÍTULO 24

C ie

¿Ruido? ¿Agua? ¿Dolor? Todo al mismo tiempo. Sentía la boca


tan seca como si tuviera bolas de algodón en ella.
Gemí suavemente, tratando de moverme, pero mis brazos
estaban atascados y de repente escuché un estruendo ensordecedor
seguido rápidamente por un segundo estruendo.
Me sacudí hacia atrás en la silla, gimiendo por el dolor que sentía
en la cabeza y en el cuerpo.
—Cassie, mi amore, abre los ojos.
—¿Luca? —Intenté hablar, pero tenía la garganta tan seca como
si hubiera tragado arena.
—Cassie, por favor.
No conocía tanta desesperación en su voz.
Hice todo lo posible por abrir los ojos, pero veía un poco
borroso. Solo podía ver la forma de Luca arrodillado frente a mí
mientras sus manos tocaban mis piernas.
—Me siento rara. —¿Por qué me sentía rara? ¿Por qué no
recordaba nada después de la cita con el abogado?
—¿Luca?
—Sí, tesorina. Estoy aquí y no volveré a perderte de vista.
Sentí que alguien tiraba de mis manos y giré la cabeza,
sobresaltada.
Dom me dedicó una rápida sonrisa antes de desatarme las
manos.
Levanté la vista y vi a Matteo de pie detrás de Luca y todo volvió
como una ola. Savio, la aguja.
—¡Savio me secuestró!
Ahora podía ver el rostro de Luca con más claridad y la
preocupación en su rostro, el ceño profundamente fruncido entre sus
cejas, la fina línea de sus labios.
—Lo hizo, cielo.
Matteo se acercó a Luca, regio con su traje oscuro. Me observó
críticamente y le tendió una botella de agua a Luca antes de decir
algo en italiano.
Luca le respondió con dureza antes de volverse hacia mí.
—Bebe, te ayudará con los efectos secundarios de los fármacos
—dijo Luca con suavidad, aún arrodillado frente a mí.
Asentí con la cabeza, intentando coger la botella, pero la mano
me temblaba demasiado.
Luca me llevó el agua a los labios y bebí con avidez, el agua fría
hizo maravillas en mi dolorida garganta. No me había dado cuenta
que me la había bebido toda hasta que Luca tiró la botella y habló
por encima de mi hombro.
—¿Puedes traer otra? Y dile a Enzo lo que ha pasado.
Matteo seguía mirándome, la intensidad de sus ojos me
incomodó.
—No lo hicieron solos, lo sabes, ¿verdad? Todo el asunto... fue
demasiado bien ejecutado. —Habló en beneficio de Luca.
Luca suspiró.
—Lo sé, pero eso es un problema para otro momento.
Matteo asintió antes de sacar el pañuelo de bolsillo blanco de su
traje gris oscuro y tendérselo a Luca.
Luca me limpió la mejilla con tanta suavidad que casi me hizo
llorar. Este gran hombre siempre tan tierno conmigo.
—¿Sangre? —jadeé cuando dobló la tela para guardársela en el
bolsillo. No me sentía herida.
Luca me acunó el otro lado de la cara con su gran mano.
—No es tuya, tesorina. —Sus ojos se desviaron hacia su costado.
Seguí su mirada y me estremecí. Había visto muertos en el
hospital, pero este era diferente. Savio yacía en el suelo a mi lado,
con el ojo izquierdo muerto mirándome fijamente mientras el otro
había desaparecido por completo a causa de una herida de bala, y su
sangre ensuciaba lentamente el suelo de cemento.
—Oh, Luca... —Mis ojos se desviaron hacia el cuerpo un poco
más allá al de Benny muerto—. ¿Vas a tener problemas?
Todo su rostro se transformó con tanta ternura.
—Oh, anima mia —soltó una risita cansada—. Te han drogado,
secuestrado y casi matado, ¿y te preocupas por mí?
—Por supuesto. —Fruncí el ceño, ¿por qué estaba tan
sorprendido? —Te quiero.
Matteo se aclaró la garganta.
—Siento interrumpir el momento más conmovedor de la historia
—empezó, claramente sin lamentarlo en absoluto—. Pero tenemos
que movernos ya. No puede estar aquí cuando llegue el equipo y
dejarme al niño a mí.
—¿Chico? ¿Qué chico?
Matteo me lanzó una mirada exasperada.
—Nada que te incumba y solo para apaciguar tu mente.
Gianluca no mató a nadie. Yo me cargué a este —dijo señalando al
tío de Luca.
—Y yo maté a Savio —dijo Dom, volviendo con otra botella de
agua—. No podía dejar que nadie hiciera daño a mi colega de OTH,
¿verdad? —Me dedicó una de sus sonrisas pícaras, intentando
ocultar el miedo real que acababa de sentir.
—No quiero ni saber lo que eso significa —refunfuñó Matteo—.
Cogedla, tomad el coche y marchaos.
Luca me alcanzó y me cargó en brazos.
—¿Qué te dijo Matteo? —pregunté mientras le rodeaba el cuello
con los brazos.
—¿Cuándo? —preguntó antes de besarme la sien y suspirar
aliviado.
—Cuando te dio el agua.
Luca puso los ojos en blanco.
—Matteo es un poco anticuado. Decía que un Capo no se
arrodillaba ante nadie.
—Ya veo...
—Le contesté que no me arrodillaría ante nadie, incluido él, pero
que la mujer que guarda mi corazón y mi alma hecha jirones, era una
excepción a la regla.
Le dediqué una pequeña sonrisa y apoyé la cabeza en el pliegue
de su cuello, sintiendo su cálida piel, su ligera barba incipiente,
oliendo su embriagador aroma, nunca me había sentido más segura
que entre sus brazos.
Durante todo el trayecto hasta el hotel me dormí una y otra vez.
—Voy a pedir algo de comida para ti y café. Ahora te ayudo a
ducharte, ¿de acuerdo?
Llamó al servicio de catering y me acompañó lentamente al
cuarto de baño.
Abrió el agua de la gigantesca ducha mural y, mientras el lujoso
cuarto de baño empezaba a empañarse ligeramente, me quitó la ropa
y la suya con precisión casi militar, metiéndome con él en la ducha,
enjabonándome con un olor a lilas y lavándome luego el cabello con
tanta ternura.
Me apoyé en su espalda mientras me masajeaba el cuero
cabelludo.
—Eres tan bueno cuidándome —susurré, sintiéndome tan
relajada a pesar de todo.
—Tú también sabes cuidarme, lo nuestro es una alianza, Cassie.
—Me dio la vuelta para que pudiera mirarlo—. Somos tú y yo. —Me
besó la punta de la nariz.
—Siempre.
Me enjuagó el cabello y me hizo sentar en el asiento de la ducha
mientras se lavaba rápidamente.
Una vez hubo terminado, me secó con una toalla y me ayudó a
ponerme el pijama antes de ocuparse de sí mismo y, una vez vestido,
me cogió en brazos y me llevó a la cama.
—Luca, ya estoy bien. No soy una inválida.
—Te secuestraron y drogaron, mi amor. Déjame cuidarte.
Suspiré, pero cedí. Sabía que lo hacía tanto por él como por mí.
Me metió en la cama y acomodó las mantas a mi alrededor.
—Vuelvo enseguida.
Me relajé contra las mullidas almohadas cuando Luca trajo un
carrito lleno de comida. —No estaba seguro de lo que querías.
—Luca... —repliqué antes de decidirme por el plato de huevos
revueltos con tostadas.
Se sentó en el cómodo sillón color crema al otro lado de la cama
y me miró, con un vaso de whisky en la mano.
—Cásate conmigo —soltó cuando llevaba la mitad del plato.
Casi me atraganto con la tostada.
—¿Qué?
—Cásate conmigo, mañana... solo, cásate conmigo.
—¿Es una proposición?
Asintió con la cabeza.
—Por supuesto que me casaré contigo, Luca Montanari, pero...
—sacudí la cabeza—. No podemos casarnos ahora mismo. Esto es
una locura, apenas nos conocemos.
—Sí, podemos. He solicitado una licencia esta mañana. —Se
inclinó hacia delante en su asiento—. Te conozco, sé todo lo que
importa. Cásate conmigo... mañana por la mañana. No quiero irme
de Nueva York sin ti como esposa.
—Luca, es el miedo a perderme hablando. Yo...
Sacudió la cabeza.
—Siempre temo perderte, tesorina. Estés o no en peligro. Eres mi
gran amor, mi único amor. Eres mi oportunidad de ser feliz y me di
cuenta de ello hace mucho tiempo. Pero aparté estos sentimientos,
los enterré porque no debería haberte deseado y por lo que siento
por ti... joder, mujer, me asusta de un modo que apenas puedo
comprender. Te mereces un cuento de hadas, y este amor que
compartimos, cariño, no es el cuento de hadas que quieres o con el
que sueñas.
—Tú eres mi Príncipe Luca, la armadura oscura no me asusta.
—Estoy de vuelta en la cima de la cadena alimentaria. Soy Mafia,
es oscura, y sucia. No podré contártelo todo y habrá cosas que oirás,
que verás que no te gustarán, con las que no estarás de acuerdo, pero
tendré que hacerlas igualmente. Seré la oscuridad que rodea tu
brillante luz. Pero juro nunca sofocarla, nunca.
—Deja que tu oscuridad abrace mi luz, Luca Montanari. No me
asusto fácilmente. ¿Por qué no podemos hacer nuestro propio cuento
de hadas, tú y yo? No tiene que ser Disney. Solo necesitamos ser
nosotros.
—Podemos tener tu boda de cuento de hadas más tarde si
quieres, cuando quieras, donde quieras, pero por ahora dame eso.
Cassie, te lo ruego, cásate conmigo.
—No quiero una boda de cuento de hadas, ni ahora ni nunca. Y
sí, aunque sea una locura, me casaré contigo mañana mismo.
La cara de Luca se iluminó como la de un niño la mañana de
Navidad y, solo por eso, supe que había tomado la decisión correcta.
—Hazme el amor, Luca Montanari —dije una vez que retiró la
comida de mi regazo.
Se quedó inmóvil un segundo, y sus ojos se iluminaron con un
brillo lujurioso.
—Te han lastimado, tesorina. No estoy seguro...
—Pero yo sí. —Me quité la parte de arriba del pijama, dejándole
a la vista mis pezones erectos—. Mi mente está despejada ahora y
ansío tus manos sobre mi piel.
Los ojos de Luca recorrieron mi pecho y su rostro pasó de la
indecisión al puro deseo. Aún me costaba creer el poder que tenía
sobre aquel hombre. Lo mucho que me deseaba.
Se quitó el pijama y su magnífico cuerpo y su polla semidura
hicieron que se me agitara el estómago y se me apretara la vagina al
pensar en su enorme polla dentro de mí.
Retiré la sábana y levanté las caderas en una invitación silenciosa
a que me quitara el pijama. Sabía cuánto disfrutaba desnudándome.
Gruñó de satisfacción y enganchó los dedos en el lateral de mis
pantalones, bajándomelos lentamente antes de tirarlos al otro lado
de la habitación.
Se sentó a horcajadas sobre mis piernas y me miró como un
depredador listo para atacar, buscando la parte más vulnerable. Si
tan solo supiera que todas mis partes eran vulnerables bajo su
mirada oscura y ardiente.
—La mia bellissima fidanzata10. —Se sonrió, rozándome
suavemente los pezones con los dedos.
Sentía que la piel me ardía.
Se inclinó para lamerme uno de los pezones mientras un hilo de
humedad se asentaba entre mis muslos.
Rozó con sus labios mi clavícula, la curva de mi garganta.
—Voy a tatuarte con mis labios —murmuró antes de pellizcarme
la mandíbula.
Intenté apretar las piernas, buscando la fricción que me moría
por sentir.
—¿Qué quieres? —exigió, alternando lametones, mordisquitos y
succiones en mi piel.
—A ti —solté jadeando—. Dentro de mí.
Se tumbó a mi lado, sin interrumpir las caricias que me estaban
volviendo loca.
—¿Dentro de ti? —preguntó, dejando que su gran mano
recorriera mi vientre—. ¿Aquí? —preguntó, ahuecando mi coño en
un gesto posesivo.
—Sí —murmuré, levantando las caderas y separando más las
piernas, dándole acceso total a su mano.
Luca succionó mi pecho mientras sus dedos separaban mis
pliegues, probando mi humedad.
Me penetró con un dedo, y gemí, levantando las caderas una vez
más, queriendo su dedo más profundo... Quería más, solo más.
Dejó que mi pezón saliera de su boca de un pop.
—Siempre tan húmeda para mí, tan ardiente y dispuesta.
—Siempre para ti.
—Solo para mí. —No debería disfrutar de la oscura posesividad
con la que ordenaba eso y, sin embargo, lo hice. Llevó mi deseo al
límite de la locura.
Asentí, cerrando los ojos.
—Solo para ti. —Dejé que mi mano vagara a ciegas hasta rodear
su polla dura como el acero.
Apreté, haciéndolo sisear y empujar en mi mano.
—También eres mía.
—Sí, soy tuya. Siempre y para siempre.
—Hazme el amor.
Luca retiró el dedo y se lo metió en la boca mientras se
acomodaba entre mis piernas, sin romper el contacto visual.
—Sabes a mi ambrosía personal, tesorina —dijo mientras
empujaba sus caderas lentamente, frotando su polla contra mi
empapado ardor.
—Pronto tendré que probar el tuyo. —Abrí más las piernas y
volví a balancear las caderas.
Luca levantó las caderas, agarró su polla y entró en mí con una
lentitud agonizante, sin dejar de mirarme hasta que estuvo
completamente sentado dentro de mí.
Apoyé los talones sobre su culo y me agarré sus hombros.
Me hizo el amor dulce y suavemente, con embestidas largas,
lentas y profundas que sentí hasta el corazón.
Me besó, me acarició y murmuró tantas palabras de amor, tanto
en inglés como en italiano, con cada embiste.
Lo sentí crecer dentro de mí, estaba cerca. Echó la cabeza hacia
atrás, llevando su mano hacia abajo y acarició mi clítoris con la yema
del pulgar, llevándome al límite.
Cuando mis músculos internos se apretaron alrededor de su
cuerpo, gritó mi nombre y se liberó dentro de mí.
Cayó pesadamente a un lado, dejándome vacía, pero casi
inmediatamente me atrajo hacia el calor de sus brazos.
Apoyé la cabeza en su pecho, escuchando su respiración agitada
y los latidos de su corazón.
—Te amo, Luca —susurré, rodeando su torso con el brazo.
Sus brazos me rodearon con fuerza.
—Lo eres todo para mí —respondió melancólico antes de
besarme la coronilla.
Me quedé dormida, saciada, feliz y sintiéndome segura en los
brazos del hombre que amaba, arrullada por el ritmo de los fuertes
latidos de su corazón.
Y supe sin lugar a dudas que, a pesar de todo lo que la vida nos
deparara, Luca Montanari y yo seríamos para siempre.

10 La mia bellissima fidanzata: Mi hermosa prometida.


CAPÍTULO 25

Luca

Me desperté al amanecer y miré a mi prometida dormida en la


cama a mi lado.
—Prometida —susurré, dejando que mis ojos recorrieran su
esbelto cuello y su hermoso cabello a la escasa luz del sol naciente
filtrándose por el hueco de la pesada cortina.
Me costaba creer que, después de todo lo que había hecho, de
todo lo que había pasado conmigo o por mi culpa, estuviera
preparada para ser oficialmente mía.
Me arrastré fuera de la cama con tanto cuidado como pude, me
aseguré que las cortinas estuvieran perfectamente cerradas y salí de
la habitación, dispuesto a ponerme en pie de guerra para hacer todo
lo posible antes que despertara y pudiera replantearse algo.
No lo hará, te ama, me repetí.
Llamé a Dom.
—¿Quién ha muerto? —murmuró somnoliento al teléfono.
—Tú, si no estás en mi habitación en los próximos cinco minutos.
Dom entró en chándal y camiseta, con una mirada sombría.
—Qué demonios —gruñó—. Sabes que con toda la mierda con la
que ayudé a Genovese a lidiar, apenas he dormido. Pero ya sabes
que como consigliere tuyo... —suspiró.
—Tu eres mi consigliere. ¿Alguna vez pensaste que elegiría a
otro?
Dom me miró con incredulidad.
—No puede ser. Soy el hijo de un simple made man, no es como
suele hacerse.
Negué con la cabeza.
—Y sin embargo lo eres. Se lo dije a Matteo, estaba confirmado.
No hay hombre en quien confíe más que en ti, Domenico. Te confío
mi vida y, sobre todo, te confío la suya. No solo eres mi seguridad,
eres mi mejor amigo.
Dom se aclaró la garganta y apartó la mirada.
—¿Qué necesitas?
—Me caso hoy.
—¿Te casas? —Dom se volvió hacia mí—. ¿Lo sabe ella? ¿Me
estás pidiendo su mano?
Le hice un gesto con el dedo corazón.
—Necesito que me ayudes.
Soltó una risita.
—Por supuesto. ¿Qué necesitas?
—Ve a nuestra joyería habitual y recoge el anillo de compromiso
que he encargado. Pídele que te dé la alianza a juego y un anillo de
platino para mí.
—¿Te has hecho un anillo de compromiso?
Asentí con la cabeza. —Hace unas semanas, cuando fui a Nueva
York. Supe que era ella desde el momento en que la vi aparecer en
mi pantalla.
—Yo también lo sé desde hace tiempo. —Se frotó la cara—. ¿Qué
más necesitas?
—Necesito que vayas a ver a Matteo y le digas que tiene que
venir al Ayuntamiento esta tarde con otro miembro del consejo.
Necesito que sean testigos.
—¿Matteo? ¿En serio? —Hizo una mueca—. Pasé cuatro horas
con el tipo después que te marchaste, suficiente para toda la vida.
Suspiré.
—Dom, por favor.
—Si. —Se frotó la barba incipiente—. ¿Qué crees que significó
todo lo de ayer? ¿Por qué ayudó Matteo?
No quería que Dom se preocupara, darle a Matteo una promesa
en blanco como lo hice fue estúpido más allá de la creencia, pero
nació de una desesperación que Dom no podía entender.
—Matteo quería que volviera a la cima, ayudarme a conseguir a
Cassie era la única manera. Si hubiera muerto... —No pude contener
el escalofrío que me recorrió la espalda y la oleada de náuseas que
me golpeó el estómago con solo pensarlo.
Dom también palideció y cerró la mano sobre el mostrador.
Sabía que la idea de perder a Cassie le resultaba tan insondable
como a mí.
—Si ella hubiera muerto, no habría sobrevivido yo.
—Y yo los habría matado a todos —añadió Dom en tono
sombrío.
Asentí, lanzando una mirada hacia el dormitorio donde mi
mujer seguía durmiendo. Los dos moriríamos por ella y ese
pensamiento me tranquilizó de algún modo.
—Voy a ocuparme de Genovese. ¿Algo más?
Negué con la cabeza.
—No, Cassie no quiere un gran alboroto.
Dom me dedicó una pequeña sonrisa.
—No esperaba menos de ella. Lo suyo es la sencillez.
—Aún no puedo creer que me eligiera a mí —admití.
Dom resopló.
—Yo tampoco puedo, esa mujer está clínicamente loca.
Le lancé una mirada fulminante. —Cazzo.
Se rio por lo bajo, sacudiendo la cabeza.
—No te estás viendo con claridad, nunca lo hiciste. Ella te ve a ti,
a quien realmente eres, y sí, no eres fácil, pero eres un buen hombre,
el mejor de los hombres. ¿De verdad creías que te seguiría en lo más
profundo del desespero si alguna vez dudara de ti, Luca? —Me
dedicó una pequeña sonrisa—. Hizo la elección correcta. No creo
que pueda encontrar a nadie tan dedicado como tú.
Fue mi turno para que se me formara un nudo de emoción en la
garganta.
—Será mejor que te vayas ya, esta boda no se hará sola. Tengo
que llamar a Carter ahora. Tengo que cobrar unos cuantos favores.
Dom miró el reloj de la habitación. —Son las seis y media.
Me encogí de hombros. —Tienen dos bebés, estoy bastante
seguro que están levantados.
—Bien, me prepararé y me iré. Volveré en las próximas horas
con los anillos.
Dom se volvió hacia la puerta, dio un paso, pero se detuvo antes
de volverse de nuevo.
—¿Qué crees que quiso decir Benny cuando cantó?
Ah, eso, yo me pregunté lo mismo, pero eso también era un
problema para otro momento. ¿Sabía Benny lo que hice? ¿A quién
maté en nombre de la hermandad?
—Eran palabras desesperadas de un hombre desesperado,
tratando de engatusarnos para ganar tiempo. —Hice un gesto
displicente con la mano—. Ya tengo suficientes cosas de las que
ocuparme. Aquello fue irrelevante.
Dom asintió.
—Sí, creo que tienes razón. —Pero le conocía lo suficiente como
para saber que no lo olvidaría.
Apenas Dom se fue, llamé a Carter y, como había previsto, ya
estaba despierto, con el sonido de un niño lloriqueando de fondo.
—Sea lo que sea, Luca, tendrá que esperar —dijo a modo de
saludo.
—Me voy a casar y necesito tu ayuda.
Carter guardó silencio unos segundos.
—¿Y tenías que decirlo ahora? Enhorabuena.
—Me caso hoy.
—Oh. —Carter se rio—. ¿Temes que cambie de opinión? No
puedo culparte.
Puse los ojos en blanco. ¿Por qué estaba rodeado de gilipollas?
Porque eres gilipollas, respondió la vocecita burlona.
Carter suspiró.
—¿Qué necesitas?
—Tú como mi testigo, tu esposa para ayudar a la mía, y el acceso
a King’s Mall.
—Un segundo... —La línea se silenció cuando se puso en silencio
—. Nazalie dijo que sí.
Antes me habría burlado infinitamente de él por eso, pero ahora
lo sabía mejor gracias a lo que dijo Cassie.
—Perfecto. ¿Cuándo puedes estar aquí?
—¿Un par de horas?
—Hasta luego.
Pedí el desayuno para Cassie y se lo llevé rodando a la
habitación. Abrí la cortina hasta la mitad y la miré en la cama, con el
corazón apretándoseme casi dolorosamente en el pecho. ¿Se iría
alguna vez esta sensación? ¿Me acostumbraría algún día a tenerla?
Lo dudaba.
Me senté cuidadosamente a su lado y rocé con mis labios su
pómulo, recorriendo su mejilla hasta su cuello.
Suspiró complacida.
—Tenga cuidado, Sr. Montanari. Podría pedir este tipo de
despertador cada mañana.
Me reí contra su cuello.
—Lo que mi reina quiere, mi reina lo consigue. —Me moví de mi
lugar en su cuello y me encontré con sus ojos verdes aún
somnolientos—. Te he traído el desayuno. —Sonreí—. La futura
novia necesita comer y prepararse porque su equipo nupcial llegará
en breve.
Parpadeó en silencio y, de repente, me quedé paralizado por el
miedo. ¿Se había olvidado de lo de ayer? ¿Le habían jugado una
mala pasada las drogas? Y lo más aterrador de todo, ¿había
cambiado de opinión?
—¿Cassie? —Señor, ¿mi voz sonaba tan asustada como creía?
—Pensé que solo era una boda rápida. No hace falta que te
compliques, lo único que importa es que me caso contigo.
Solté una risita aliviado.
—Tesorina, es tanto para mí como para ti. Es la única que
tendremos... Compláceme.
Sacudió la cabeza con una sonrisita pícara en la cara.
—Te amo, mi dulce bestia.
Le picoteé los labios.
—Dulce solo para ti, bellissima.
Me di una ducha rápida mientras ella desayunaba y volví al
salón para darle un poco de intimidad. La emoción del día
empezaba a afectarme.
Dom fue el primero en regresar.
—Matteo fue un engreído con lo de la boda. Dijo que te dijera
‘otro giro argumental que nunca vio venir’ pero que estará allí a la
una con Romero.
—Ser un capullo es el modo por defecto de Matteo.
Dom ladeó la cabeza.
—Pensé que era un asesino psicópata.
—Eso también. —Cogí el anillo de compromiso y lo miré. Era tan
hermoso como me lo había imaginado. El anillo era de platino,
engastado con diamantes negros y esmeraldas en la base y un
diamante rojo redondo, en el centro.
—¿Es una...
—Rosa roja, sí. —Lo confirmé—. Un recuerdo de nuestro jardín.
—Mira quién es romántico.
—Vaffanculo. —Cerré la caja de terciopelo rojo y miré hacia
nuestro dormitorio—. Carter llegará en cualquier momento, que
pase, por favor. Solo necesito un con mi prometida.
Entré en el dormitorio y, cuando la ducha dejó de funcionar,
esperé a que se abriera la puerta y me arrodillé con la caja del anillo
abierta delante de mí.
Salió con el cabello mojado recogido en un moño apretado,
vestida con unos leggings negros y una camisa roja de franela.
Sus ojos se agrandaron ante la posición.
—¿Luca?
Le sonreí.
—Sé que ya has aceptado, pero quería hacer esto bien. Cassandra
West, te lo vuelvo a pedir. ¿Te casas conmigo hoy?
Se echó a reír y corrió hacia mí.
—Por supuesto.
Me levanté y le puse el anillo en el dedo.
—¿Una rosa? Luca, es tan hermosa.
—Lo mandé hacer especialmente para nosotros. —Pasé mi
pulgar sobre los diamantes negros—. Mis ojos. —Luego las
esmeraldas—, Tus ojos. —Y finalmente el diamante rojo—. Mi amor
eterno por ti... todo nacido en un jardín.
Me tomó el rostro y tiró de mí para besarme profundamente. Yo
no era de los que cedían el dominio, pero por ella lo haría.
Una vez que rompimos el beso, ambos sin aliento, me cogió la
mano, entrelazó nuestros dedos y se dirigió al salón.
—¡Me caso! —sonrió a Dom, mostrándole su anillo.
—¡Bien! ¿Quién es el bastardo afortunado?
—¡Imbécil! —murmuré mientras Cassie ponía los ojos en blanco.
Soltó mi mano y se acercó a él, abrazándolo.
—En realidad tengo algo que preguntarte. ¿Me entregarías y
serías mi testigo? Excepto Luca y Jude, eres la persona que más me
importa y significaría mucho para mí.
Dom apartó la mirada, sus ojos llevaban el brillo de lágrimas no
derramadas.
—No estoy llorando, tú estás llorando.
—Nunca dije que estuvieras llorando —replicó Cassie con
suavidad.
Dom moqueó. —Cállate.
Fue el momento en que Carter y Nazalie aparecieron.
Nazalie abrazó a Cassie.
—Me alegro mucho por ti. —Se volvió hacia mí—. Te dije que
algún día tú también conseguirías esa felicidad.
Asentí, lo recuerdo. Me lo había dicho el día de su boda.
—Y yo dije que no había hecho nada para merecerlo.
—Es lo que pasa con el amor, Luca, no siempre es algo que
mereces. Es un regalo. Solo tienes que ser lo suficientemente valiente
como para aprovecharlo. —Carter acercó a Nazalie a él y besó la
parte superior de su cabeza.
—No es que quiera ser pesado, pero tengo que robarles a la
futura novia si queremos llegar a tiempo al Ayuntamiento.
—Voy contigo —intervino Dom—. Soy la dama de honor.
Le lancé una mirada agradecido, sabiendo que me aportaría
tranquilidad estando con Cassie.
—Lo veré pronto, señor Montanari. —Cassie me sonrió antes de
picotearme los labios con un casto beso.
La miré marcharse, tratando de sofocar la oleada de ansiedad
que me producía verla perderse de vista.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Carter en cuanto nos quedamos
solos.
Me volví hacia él.
—¿Qué quieres decir?
—Amas a la mujer, eso está claro, pero ¿por qué casarse ahora?
Hace dos días no estaba en los planes.
—Siempre estuvo en los planes, pero ayer casi la pierdo y fue
suficiente para darme cuenta que esperar un día más sería perder el
tiempo. La quiero como esposa, así que para qué esperar. El tiempo
es precioso, y jodidamente corto, Carter.
Asintió con la cabeza.
—Buena respuesta. —Miró su reloj—. Bien, es hora de ir a
buscarte un traje. No voy a faltar a mis obligaciones de padrino y
dejar que te cases con aspecto de vagabundo.
Elegí un traje de tres piezas azul oscuro con camisa blanca y
corbata a juego. Nos detuvimos en el club de caballeros de Carter
para tomar una copa de bourbon caro y un buen puro, su versión de
una despedida de soltero exprés, antes de ducharme allí y ponerme
el traje.
Llegamos al Ayuntamiento al mismo tiempo que Matteo y
Romero salían del coche.
—Matteo. —Incliné mi cabeza hacia él—. Romero. —Mantuve el
contacto visual, retándole a que me desafiara. Romero era un
miembro mayor del consejo, probablemente fue la razón por la que
Matteo lo eligió como testigo. Nadie dudaría de las palabras de
Romero y él era demasiado viejo para guardar ningún tipo de rencor
mezquino.
—Luca Montanari. Me alegro de verte. No esperaba que tus
nupcias fueran la primera vez que nos volviéramos a ver —dijo
Romero, ladeando la cabeza—. ¿Puedo suponer que se está gestando
un heredero?
Ah, sí, los embarazos habían sido el motivo número uno de las
bodas forzadas en la familia y me había follado a Cassie a pelo desde
la primera vez, sin saber que tomaba la píldora.
—No imposible —dije evasivamente. Era bastante cierto y esto
reforzaría la posición de Cassie como mi esposa.
Romero se rio entre dientes.
—El mensaje es claro. Nos vemos allí. Tengo que ver a un juez
un minuto o dos.
Matteo se rio una vez que Romero estuvo fuera del alcance del
oído.
—Mejor que crea que la has dejado embarazada a que sepa lo
nenaza que eres. Lo comprendo.
—No, de verdad que no.
Levantó las manos en señal de rendición, con una sonrisa
burlona en el rostro.
—No, yo no, y viéndote a ti te lo agradezco aún más.
—Entonces, qué hacemos con ... ya sabes.
Matteo miró al frente, enterrando las manos en los bolsillos de su
traje pantalón negro.
—Benny y Savio han sido asesinados por los albaneses.
Intentaron robarles. —Matteo se encogió de hombros—. Los
traidores mueren. El chico está libre, ahora trabaja para mí. Todo un
avance. Es lo bastante agradecido como para mantener la boca
cerrada.
—Gracias. —Asentí.
—No lo hice para salvar tu corazón sangrante.
Miré a Carter, que esperaba al final de la escalera, sabiendo que
no debía escuchar a escondidas esta conversación.
—Pero todavía tenemos que averiguar qué...
—Cásate, Luca. Disfruta de tu mujer y de tu nueva vida durante
un tiempo. Embarázala, asegúrate que el perro callejero que estás
adoptando siga las reglas, y luego ven a verme, ya nos ocuparemos
de eso entonces. Por ahora, tengo mucho que limpiar. ¿Capisce?
—Entendido.
Matteo asintió, lanzándome una mirada de reojo.
—Ve a casarte, Gianluca, eres una novia tan ruborizada. —Subió
las escaleras despacio, riéndose de su propia broma.
Subí las escaleras tras él y me uní a Carter.
—¿Está todo bien?
Suspiré asintiendo.
—Tan bien como siempre.
Carter movió la cabeza hacia las puertas.
—Vámonos. Nazalie acaba de mandarme un mensaje, llegarán
en cualquier momento.
Mi estómago se contrajo de anticipación ante la idea de casarme.
Carter y yo entramos en la sala donde ya esperaba el empleado.
Matteo y Romero estaban sentados al fondo.
Un par de minutos después, Nazalie entró en la sala. Me guiñó
un ojo y se sentó en primera fila. Entonces se abrió la puerta y se me
cortó la respiración mientras el corazón me daba un vuelco.
Mi ángel entró vestido con un sencillo y vaporoso vestido de
seda color crema con escote en V y mangas de encaje color crema
con rosas rojas.
Llevaba el cabello recogido en un intrincado peinado con
algunas rosas rojas. Su belleza era impresionante. Vi un flash por el
rabillo del ojo, pero no me importó. Nada que no fuera un incidente
nuclear podría hacerme apartar los ojos de la mujer más hermosa
que había visto nunca.
Me sonrió tan intensamente, sus ojos brillantes de lágrimas no
derramadas, que casi me mata.
Quería caer de rodillas y darle las gracias una vez más por
salvarme, por amar a la bestia y hacerla humana una vez más.
Por devolverme a la vida cuando creí que todas las esperanzas
estaban perdidas... por ser simplemente ella.
Se detuvo a mi lado y se volvió hacia mí.
Dom retiró su mano de su brazo y la puso sobre la mía.
—No la cagues, idiota —susurró burlón antes de ir a colocarse al
lado de Cassie.
Acerqué su mano y la besé.
—Cassandra, estás tan hermosa. —Sabía que podía oír el
asombro en mi voz y verlo en mi rostro.
Se sonrojó, mirando nuestras manos.
—Tú también estás bastante elegante.
El secretario procedió con la ceremonia y yo me limité a repetir
mi parte como un buen chico, mientras me perdía en los ojos de mi
ahora esposa.
Cassie tendría que jurar lealtad a Matteo justo después de la
ceremonia. Repetiría las palabras del juramento que yo había hecho
hacía casi veinte años. Ella besaría su anillo y sería inducida como mi
esposa.
—Si no le importa, me gustaría decir unas palabras —le dije al
empleado.
—Umm, sí, pero hay otros...
—Cinco minutos —ordené.
—Sí, claro —murmuró, dándose cuenta que no había sido una
petición.
—Cassandra Montanari, mi alma, mi vida, mi corazón. Desde el
principio no ha sido fácil. Nuestro amor se desarrolló en las
circunstancias más improbables. Te enamoraste del hombre más
improbable. Te convertiste en mi todo, Cassie, mi amor. Me haces
más fuerte y me has ayudado a no perder la cabeza. Has hecho que
esta vida sea hermosa, me has dado un propósito, ser el hombre que
te merezca cada día... —Levanté la mano, acunando su mejilla—.
Doy gracias a Dios por ti, por tu amor, y me aseguraré de ser digno
de él incluso en el momento más oscuro.
Ella moqueó. —Prometí no llorar, pero no sé qué más decir
salvo:
Lo giuro su Dio e sulla famiglia. Il mio cuore, il mio amore e la mia
lealtà sono tuoi. Ora e per sempre. Faccio questo giuramento col sangue, nel
silenzio della notte, e sotto la luce delle stelle e lo splendore della luna. Tutti
i tuoi segreti saranno miei, tutti i tuoi peccati saranno miei, tutto il tuo
dolore sarà mio. Sono tuo completamente.
Respiré hondo y miré a Dom por encima del hombro. Ella no
acababa de prestar el juramento general de lealtad. No, aquí, en
medio de la habitación y en un italiano bastante digno, me había
entregado su vida, convirtiéndonos en uno solo.
Dom sonrió y asintió con la cabeza en un gesto de ‘de nada’. Ese
fue el regalo más hermoso que me pudieron haber hecho.
—Cassie, sabes lo que acabas de...
Se puso de puntillas y me besó los labios para detenerme.
—Lo juro por Dios y por la familia. Mi corazón, mi amor y mi
lealtad son tuyos. Ahora y para siempre. Hago este juramento con
sangre, en el silencio de la noche y bajo la luz de las estrellas y el
esplendor de la luna. Todos tus secretos serán míos, todos tus
pecados serán míos, todo tu dolor será mío. Soy tuya por completo.
—Repitió el juramento en inglés—. Sé lo que prometí, Luca, y me
rindo a ti, en todos los sentidos.
Eso envió un mensaje a mi polla mientras un flash de ella de
rodillas se instalaba en mi cerebro. No era el momento ni el lugar.
La besé demasiado profundamente para la ocasión, pero no me
importó. Era la Sra. Montanari y, por primera vez en lo que me
pareció una eternidad, estaba deseando ver qué me deparaba el
futuro.
¿Quién iba a pensar que haría falta una pelirroja feroz para
salvar a la bestia?
EPÍLOGO

C ie

Seis meses después

Me acomodé un poco más en la tumbona y, a pesar del protector


solar PSF 50 y la enorme sombrilla que me proporcionaban sombra,
notaba cómo mi pálida piel se calentaba.
Me ajusté las gafas de sol y oteé el mar azul de las Bahamas,
buscando a mi marido.
Tuvimos que retrasar nuestra luna de miel por un tiempo.
Primero, porque Luca tenía mucho que limpiar y queríamos
asegurarnos que Jude estuviera completamente instalado en
Hartfield antes de dejarlo con Dom.
Luca había conseguido que nuestros padres cedieran la patria
potestad, y a mí no me había importado cómo lo había hecho. La
adopción había finalizado hacía poco más de un mes, y Jude estaba
tan feliz como yo de dejar atrás el apellido West y convertirse en un
Montanari.
Mi hermano adoraba a Luca y Dom y a ninguno de los dos
parecía importarle sus pequeñas manías y TOC. Si no los había
querido entonces, ahora lo haría.
A Jude le encantaba la casa, la biblioteca y el colegio privado al
que le había apuntado Luca.
Perdí el hilo de mis pensamientos cuando mi marido salió del
agua en bañador negro, con el cabello negro mojado y rizado, el
pecho musculoso y bronceado cubierto de gotas de agua que quise
borrar a besos.
Luca nos había alquilado una villa durante dos semanas, con
acceso a una playa semiprivada, y vi cómo los vecinos miraban a
Luca. Con su enorme cuerpo y sus llamativas cicatrices, era
aterrador, pero para mí no lo era y no lo había sido desde aquella
noche en la biblioteca.
Cuando lo miraba, lo único que sentía era amor, paz y una buena
dosis de lujuria.
Luca se inclinó sobre mí y me besó, enviando unas gotitas de
agua felizmente refrescantes sobre mi piel.
—¿Cómo está nuestro chico? —preguntó, sentándose en la
tumbona frente a mí.
—¿Cuál?
Se rio entre dientes.
—Dijo que Dom le está enseñando a pelear y también dijo que
tenemos que dejar de llamarlo y mimarlo. —Le sonreí—. Tú también
le has estado llamando a mis espaldas, ¿verdad?
Se encogió de hombros.
—Estoy preocupado. Todavía es muy joven.
—Dom se porta muy bien con él, se divierten.
Luca gruñó.
—El chico tiene once años, no necesita diversión. Necesita
estructura.
Me reí de eso. —Mírate, siendo la estricta figura paterna.
—Te gusta eso, ¿verdad?
—Sí, tal vez puedas castigarme a mí también.
—No me presiones, mujer... —Se acercó y me pasó la mano por
la pierna—. O te juro que te cojo aquí mismo y les doy un
espectáculo a los vecinos.
Solté una carcajada jadeante, acalorándome demasiado bajo su
contacto, casi olvidando lo que quería decir.
—¿Disfrutas siendo padre? —le pregunté.
Frunció el ceño.
—Sí, ya te lo he dicho, me encanta Jude, es un niño tan fácil de
criar.
Asentí con la cabeza.
—Está bien, te quedan unos siete meses de entrenamiento.
—Es agradable... —Se congeló, sus ojos se posaron en mi
estómago—. ¿Siete meses?
—Ajá.
—¿Significa que...
—¿Estamos embarazados? —Me apoyé la mano en el vientre.
Luca cayó de rodillas junto a mi silla y me besó el estómago
antes de besarme.
—Nuestro bebé... tesorina. —Me volvió a besar la barriga,
haciéndome estremecer.
—Vas a ser el mejor padre, Luca. Estoy deseando verte con
nuestro bebé en brazos.
—Te voy a querer mucho, bebé —dijo acariciándome la barriga
—. Sé buena con mamá, ¿vale?
Apoyé mi mano en su cabello, acariciándolo suavemente.
Giró la cabeza para mirarme.
—Estoy deseando ver cómo crece tu cuerpo para acoger a
nuestro bebé. Solo de pensar en ti como madre. Os mantendré a
salvo, a ambos.
—Lo sé, mi amor. Nunca tuve duda.
Chillé cuando Luca se levantó, cogiéndome en brazos.
—Luca, ¿qué estás haciendo?
—Voy a hacer el amor con mi futura mamá. ¿Tienes algún
problema con eso? —preguntó, ya caminando hacia la casa.
—No, claro que no. No me canso de ti —me reí.
—Lo mismo digo. Gracias de nuevo por salvarme, bellissima.
Subí la mano, acunando su mejilla.
—Gracias por dejarme salvarte, mi bestia.
Gruñó, haciéndome soltar una risita.
—Despertaste a la bestia, Sra. Montanari, ahora es el momento
de pagar.
Y pagué felizmente el precio aquella noche mientras me hacía el
amor insaciablemente en nuestra cama.
Luca Montanari, jefe de la Mafia, bestia, hombre insensible para
algunos. Marido, amante, amigo y padre para otros. Una
contradicción de hombre, pero sobre todo... mío.
PRÓXIMO LIBRO

Dom
Los pecados del padre son los pecados de los hijos.
Llevo años intentando expiar los crímenes del monstruo que me
creó, del monstruo que corre por mi sangre. Soy indigno de amor, de
compasión... de comprensión.
Hice las paces con esta vida de penitencia mientras cazaba a la
rata que envenenaba las filas de la Famiglia. Al menos eso era cierto
hasta que ella entró en mi vida. India McKenna, una contradicción
viviente y habladora encarnada en una diosa.
Cuando me mira, sus ojos esmeralda llenos de ternura se
asemejan a mi oportunidad de redención.
Perdí mi alma hace muchos años, pero esta mujer hace que
quiera recuperarla...
¿Seré lo bastante valiente para alcanzarla?
India
Dejé Calgary para alejarme del dolor, para sanar mi corazón y mi
vida. Lo que no esperaba era conocer a Domenico Romano, un
criminal profesional con un corazón de oro y una mirada capaz de
hacer caer de rodillas a cualquier mujer. Un hombre como nunca
había conocido. Un hombre tan empeñado en mantener las
distancias, en hacerme creer que es malvado a pesar de la bondad
que sigo viendo brotar de él.
Este hombre está tan lleno de secretos, de dudas y
remordimientos, que, a medida que intento ayudarle a pesar de sí
mismo, me voy enamorando de él...
¿Seré lo bastante valiente para salvarnos a los dos?
SOBRE LA AUTORA

Además de ser una autora de éxito internacional, soy abogada,


viajera, adicta al café y aficionada al queso.
Cuando no estoy ocupada haciendo todo mi caos de abogada o
escribiendo Romance Contemporáneo con corazón, calor y un poco
de oscuridad, héroes alfa y heroínas fuertes y porque estoy viviendo
en la lluviosa (pero hermosa) Gran Bretaña, sobre todo disfruto de
actividades de interior como leer, ver TV, jugar con mis locos
perritos.
Espero que mis historias te hagan soñar y te traigan tanta alegría
como me trajeron a mí al escribirlas.
Espero que disfrutes. 🙂

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