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Kant

Antes del siglo xx, hubo un filósofo muy importante que creyó que las reglas morales son
absolutas, y ofreció un célebre argumento en favor de esta opinión. Immanuel Kant (1724-
1804) fue una de las figuras fundamentales del pensamiento moderno. Argumentó, para
tomar un ejemplo, que nunca es correcto mentir, cualesquiera que sean las circunstancias.
No apeló a consideraciones teológicas; en cambio, sostuvo que la razón requiere que nunca
mintamos. Para ver cómo llegó a esta notable conclusión, empezaremos con una breve
mirada a su teoría general de la ética.
Kant observó que la palabra deber frecuentemente se emplea de modo no moral. Por
ejemplo,
1. Si quieres llegar a ser un mejor jugador de ajedrez, debes
estudiar las partidas de Gary Kasparov.
2. Si quieres ingresar en la escuela de derecho, debes anotarte
para el examen de admisión.
Buena parte de nuestra conducta está gobernada por tales “deberes”. La pauta es: tenemos
un cierto deseo (llegar a ser un mejor jugador de ajedrez, estudiar en la escuela de derecho);
reconocemos que un cierto curso de acción nos ayudará a obtener lo que queremos (estudiar
las partidas de Kasparov, anotarse para el examen de admisión), y entonces concluimos que
debemos seguir el plan indicado.
Kant llamó “imperativos hipotéticos” a éstos porque nos dicen qué hacer siempre y cuando
tengamos los deseos correspondientes. Una persona que no quiera mejorar su ajedrez no
tendría ninguna razón para estudiar las partidas de Kasparov; alguien que no quisiera ir a la
escuela de derecho no tendría razón alguna para inscribirse en el examen de admisión.
Como la fuerza vinculante del “deber” depende de que tengamos el deseo correspondiente,
podemos librarnos de su fuerza simplemente renunciando al deseo. Así, si ya no quieres ir a
la escuela de derecho, puedes librarte de la obligación de tomar el examen.
Las obligaciones morales, por contraste, no dependen de que tengamos deseos particulares.
La forma de una obligación moral no es “si quieres tal y cual, entonces debes hacer esto y
aquello”. En cambio, los requisitos morales son categóricos: tienen la forma de “debes
hacer esto y aquello, punto”. La regla moral no es, por ejemplo, que debes ayudar a la gente
si te importa la gente o si tienes algún otro propósito al ayudarla. En cambio, la regla es que
debes ayudar a la gente sin importar tus deseos particulares. Por ello, a diferencia de los
“deberes” hipotéticos, no se puede escapar de los requisitos morales simplemente diciendo:
“Pero eso a mí no me importa”.
Los “deberes” hipotéticos son fáciles de entender. Simplemente requieren que adoptemos
los medios necesarios para alcanzar los fines que perseguimos. Los “deberes” categóricos,
por otro lado, son misteriosos. ¿Cómo podemos estar obligados a comportarnos de cierta
manera sin importar los fines que queramos alcanzar? Buena parte de la filosofía moral de
Kant es un intento de explicar cómo es esto posible.
Kant sostiene que, así como los “deberes” hipotéticos son posibles porque tenemos deseos,
los “deberes” categóricos son posibles porque tenemos razón. Los “deberes” categóricos
obligan a los agentes racionales simplemente porque son racionales. ¿Cómo es esto
posible? Lo es, dice Kant, porque los deberes categóricos se derivan de un principio que
debe aceptar toda persona racional. El llama a este principio el imperativo categórico. En su
Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), expresa el imperativo
categórico del siguiente modo, es una regla que dice: Obra sólo según una máxima tal que
puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal.
Este principio resume un procedimiento para decidir si un acto es moralmente permisible.
Cuando estés pensando en hacer una acción particular, te vas a preguntar qué regla estarías
siguiendo si hicieras esa acción (ésta será la “máxima” del acto). Entonces te vas a
preguntar si estarías dispuesto a aceptar que toda la gente siguiera todo el tiempo esa regla
(eso la convertiría en una “ley universal” en el sentido pertinente). Si es así, se puede seguir
la regla, y el acto será permisible. En cambio, si no estuvieras dispuesto a aceptar que toda
la gente siguiera esa regla, entonces no deberías seguirla, y el acto será moralmente
impermisible.
Kant ofrece varios ejemplos para explicar cómo funciona esto. Supongamos, nos dice, que
un hombre necesita pedir dinero prestado, y sabe que nadie le prestará a menos que prometa
que lo va a devolver, pero también sabe que no podrá devolverlo. Por tanto, se enfrenta a
este problema: ¿deberá prometer que pagará su deuda, sabiendo que no puede hacerlo, con
el fin de persuadir a alguien de que le preste el dinero? Si lo hiciera, la “máxima del acto”
(la regla que estaría siguiendo) sería: cuando necesites un préstamo, promete que lo
pagarás, sin importar si crees que realmente puedes pagarlo. Ahora bien, ¿podría
convertirse esta regla en una ley universal? Obviamente no, porque sería contraproducente.
Una vez que ésta se volviera una práctica universal, nadie creería ya en tales promesas, y
entonces nadie prestaría dinero a cambio de ellas. Tal como lo dijo el propio Kant, “nadie
creería lo que se prometiera y todos se reirían de tales manifestaciones como de un vano
engaño”.
“Sin embargo, Kant también dio otra formulación del imperativo categórico. Más adelante,
en el mismo libro, dijo que el principio moral fundamental podía entenderse como si dijera:
Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu
persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y
nunca solamente como un medio.”
“Nos concentraremos en la idea de Kant de que la moral nos pide que tratemos a las
personas “siempre como un fin y nunca solamente como un medio”. ¿Qué significa
exactamente esto, y por qué debemos creer que es verdad? Cuando Kant dijo que el valor
de los seres humanos está “por sobre cualquier precio”, no lo dijo como mera retórica, sino
como juicio objetivo acerca del lugar de los seres humanos en el orden del universo. Dos
hechos importantes acerca de la gente, en su opinión, apoyan este juicio. En primer lugar,
dado que las personas tienen deseos y metas, otras cosas tienen valor para ellas, en relación
con sus proyectos. Las meras “cosas” (y esto incluye a los animales, a quienes Kant
consideró incapaces de tener deseos y metas conscientes) tienen valor sólo como medios
para alcanzar fines, y son los fines humanos los que les dan valor.
De este modo, si quieres ser un mejor jugador de ajedrez, un libro de instrucciones de
ajedrez tendrá valor para ti; pero aparte de esos fines el libro no tiene valor. O si quieres
viajar, un automóvil tendrá valor para ti; pero aparte de un deseo como ése, el auto no
tendrá valor.
En segundo lugar (e incluso más importante), los seres humanos tienen “un valor
intrínseco, es decir, dignidad”, porque son agentes racionales: esto es, agentes libres,
capaces de tomar sus propias decisiones, establecer sus propias metas y guiar su conducta
por la razón. Puesto que la ley moral es la ley de la razón, los seres racionales son la
encarnación de la ley moral misma. La única manera en que el bien moral puede existir es
si las criaturas racionales se dan cuenta de lo que deben hacer y, actuando por un sentido
del deber, lo hacen. Kant creyó que esto es lo único que tiene “valor moral”. Así pues, si no
hubiera seres racionales, la dimensión moral del mundo simplemente desaparecería.
No tiene sentido, por tanto, ver a los seres racionales tan sólo como una clase de cosa
valiosa entre otras. Ellos son los seres para quienes las meras “cosas” tienen valor, y son los
seres cuyas acciones meditadas tienen valor moral. Así concluye Kant que su valor debe ser
absoluto y no comparable al valor de cualquier otra cosa. Si su valor está “más allá de
cualquier precio”, de allí se sigue que los seres racionales deben ser tratados “siempre como
un fin y nunca solamente como un medio”. Esto significa, en el nivel más superficial, que
tenemos un estricto deber de beneficencia hacia otras personas: debemos esforzarnos por
promover su bienestar; debemos respetar sus derechos, evitar dañarlos, y de modo general
“esforzarnos, en lo que se pueda, por fomentar los fines ajenos”.
Pero la idea de Kant también tiene una implicación un tanto más profunda. Los seres de los
que estamos hablando son seres racionales, y “tratarlos como fines en sí mismos” significa
respetar su racionalidad. De este modo, nunca debemos manipular a la gente o usarla para
alcanzar nuestros propósitos, por muy buenos que puedan ser.

Fuente: Rachels, James, Introducción a la filosofía moral, Trad. Ortiz Millán, Gustavo,
México, FCE, 2006, pp. 190 a 207. 

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