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ÉTICA NICOMAQUEA (FRAGMENTOS) – Editorial Gredos, traducción de Julio Pallí Bonet

ARISTÓTELES

1. Introducción: toda actividad humana tiene un fin

Todo arte y toda investigación e, igualmente, toda acción y libre elección parecen tender a algún
bien; por esto se ha manifestado, con razón, que el bien es aquello hacia lo que todas las cosas
tienden. En efecto, el fin de la actividad de la medicina es la salud; el de la construcción naval, el
navío; el de la estrategia, la victoria; el de la economía, la riqueza. Pero, además, las actividades
se subordinan a otras, como por ejemplo la fabricación de frenos para los caballos y de arreos
para los caballos se subordinan a la equitación, y la misma equitación y toda actividad guerrera
se subordina a la estrategia, así como otras actividades subordinadas se subordinan a otras
principales. Es evidente que el fin último de todas las actividades es lo bueno o lo mejor. ¿No
sería verdad, entonces, que el conocimiento de este bien tendrá un gran peso en nuestra vida y
que, como arqueros que apuntan a un blanco, no encontraremos un mejor blanco que este?
Debemos intentar determinar cuál es este bien y a cuál de las ciencias (o de las actividades
humanas) pertenece.
Esta actividad es, manifiestamente, la política. En efecto, ella es la que regula qué
ciencias son necesarias en las ciudades y cuáles ha de aprender cada uno y hasta qué punto. Es
hora, por tanto, de plantearnos la cuestión: cuál es la meta de la política y cuál es el bien supremo
entre todos los que pueden realizarse. Tanto el vulgo como los cultos dicen que es la felicidad, y
piensan que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz. Pero sobre lo que es la felicidad
discuten y no lo explican del mismo modo. Unos creen que es alguna de las cosas tangibles y
manifiestas, como el placer, o la riqueza, o los honores… Los hombres parecen entender el bien
y la felicidad partiendo de los diversos géneros de vida. Los principales modos de vida son tres:
la vida voluptuosa (la búsqueda del placer), la vida política y la vida contemplativa. La mayoría
de los hombres se muestran del todo serviles al preferir una vida de bestias, dedicados al placer,
como Sardanápalo (un rey asirio famoso por llevar una vida de placeres sensuales). En cambio,
los mejor dotados y los activos creen que el bien son los honores, pues tal es ordinariamente el
fin de la vida política. Pero, sin duda, este bien es más superficial que lo que buscamos, ya que
radica más en los que conceden los honores que en el honrado, y adivinamos que el verdadero
bien, por el contrario, es algo propio y difícil de arrebatar. El tercer modo de vida es el
contemplativo, que examinaremos más adelante.

7. El bien del hombre es un fin en sí mismo, perfecto y suficiente.

Pero volvamos de nuevo al bien objeto de nuestra investigación e indaguemos qué es. Porque
parece ser distinto en cada actividad y en cada arte: en la medicina, el bien que se busca, es la
salud; en la estrategia, la victoria; en la arquitectura, la casa; en otros casos, otras cosas, y en toda
acción y decisión es el fin, pues es con vistas al fin como todos hacen las demás cosas. De suerte
que, si hay algún fin de todos los actos, ése será el bien realizable, y si son varios, serán estos. Es
de señalar que algunos de estos fines que buscamos, los elegimos por otros, como la riqueza, o
cuando aprendemos un instrumento, ya que lo hacemos con el fin de hacer música.
Ahora bien, es claro que debe haber un bien que se busca por sí mismo y es, por tanto,
más perfecto que al que se busca por otra cosa, y al que nunca se elige por causa de otra cosa, lo
consideramos más perfecto que a los que se eligen, ya por sí mismos, ya por otra cosa.
Sencillamente, llamamos perfecto lo que siempre se elige por sí mismo y nunca por otra cosa.
Tal parece ser, sobre todo la felicidad, pues la elegimos por ella misma y nunca por otra
cosa, y, aunque los honores, el placer, la inteligencia y toda virtud, los deseamos en verdad, por
si mismos (puesto que desearíamos todas estas cosas, aunque ninguna ventaja resultara de ellas),
pero es verdad también, que los deseamos a causa de la felicidad, pues pensamos que gracias a
ellos seremos felices. No ocurre lo mismo al revés, no buscamos la felicidad para recibir
honores, ni para obtener riquezas.
Parece que ocurre lo mismo con la autarquía, pues el bien perfecto parece ser suficiente.
Decimos suficiente no en relación con uno mismo, con el ser que vive una vida solitaria, sino
también en relación con los padres, hijos y mujer, y, en general, con los amigos y conciudadanos,
puesto que el hombre es por naturaleza un ser social. Un animal político. Consideramos
suficiente lo que por sí solo hace deseable la vida y no necesita nada, y creemos que tal es la
felicidad.
Decir que la felicidad es lo mejor parece ser algo unánimemente reconocido, pero, con
todo, es deseable exponer con más claridad lo que es. Acaso se conseguiría esto, si se lograra
captar la función del hombre. En el caso de un flautista, de un escultor, y de todo artesano, y en
general de los que realizan alguna función o actividad, parece que lo bueno y el bien están en la
función (ser un buen flautista, un buen escultor, etc.). Así también ocurre, sin duda, en el caso
del hombre, si hay alguna función que le es propia (cuál es la función que le permite a un hombre
ser un buen hombre, alcanzar el bien). ¿Así como parece que hay alguna función propia del ojo y
de la mano y el pie, así pertenecería al hombre también una función propia de él? El vivir parece
también común a las plantas, pero aquí buscamos algo exclusivo al hombre, que no comparta con
otros seres. Seguiría después la sensitiva, pero parece que también ésta es común al caballo, al
buey y a todos los animales. Resta, pues, cierta actividad propia del ente que tiene razón. Pero
este ente, por una parte, obedece a la razón, y por otra, la posee y piensa. (Debemos tomar
entonces el pensamiento en sentido activo para saber si aquí encontraremos la función que es
exclusiva a los hombres). Si, entonces, la función propia del hombre es una actividad del alma
según la razón, (como la función del flautista es tocar bien la flauta, o la del corredor, correr
bien), y si, por otra parte, decimos que esta función es específicamente propia del hombre y del
hombre bueno, como el tocar la cítara es propio de un citarista y de un buen citarista, y así en
todo añadiéndose a la obra la excelencia queda la virtud (pues es propio de un citarista tocar la
cítara y del buen citarista tocarla bien), decimos que la función del hombre es cierto tipo de vida,
y ésta es una actividad del alma y unas acciones razonables, y la del hombre bueno estas mismas
cosas bien y hermosamente.
Nuestro razonamiento está de acuerdo con los que dicen que la felicidad es la virtud o
alguna clase de virtud, pues la actividad conforme a la virtud es una actividad propia de ella.
Pero quizás convenga decidir si debemos poner el bien supremo en un modo de ser o en una
actividad. Porque el modo ser puede estar presente sin producir ningún bien, como en el que
duerme o se queda inactivo. Pero, en cambio, con la actividad esto no es posible, ya que ésta
actuará necesariamente y actuará bien. Así como en los Juegos Olímpicos no son los más
hermosos ni los más fuertes los que son coronados, sino los que compiten (pues algunos de estos
vencen), así también en la vida los que actúan rectamente alcanzan las cosas buenas y hermosas
(la vida humana es, preferentemente acción, y son nuestras acciones las que nos hacen felices o
desgraciados); y la vida de éstos es por sí misma agradable. Porque el placer es algo que
pertenece al alma, y para cada uno es placentero aquello de lo que se dice aficionado, como el
caballo para el que le gustan los caballos, o el espectáculo para el amante de los espectáculos, y
del mismo modo también las cosas justas para el que ama la justicia, y en general las cosas
virtuosas gustan al que ama la virtud.
Es evidente que la felicidad necesita también de los bienes exteriores; pues es imposible o
no es fácil hacer el bien cuando no se cuenta con recursos. Y, por esto, el fin de la política es el
mejor bien, y la política pone el mayor cuidado en hacer a los ciudadanos de una cierta cualidad,
es decir, buenos y capaces de acciones nobles. Esa es la mayor felicidad.

POLÍTICA – ARISTÓTELES (SELECCIÓN) – ALIANZA EDITORIAL

Traducción de Carlos García Gual y Aurelio Pérez Jiménez

LIBRO I

Cap. 1

Ya que vemos que cualquier ciudad es una cierta comunidad, también que toda comunidad está
constituida con miras a algún bien (por algo que les parece bueno obran todos en todos los actos)
es evidente. Así que todas las comunidades pretenden como fin algún bien; pero sobre todo
pretende el bien superior la que es superior y comprende a las demás. Ésta es la que llamamos
ciudad y comunidad cívica.

Cap. 2

Está claro que la ciudad es una de las cosas naturales y que el hombre es, por naturaleza,
un animal político. Y el enemigo de la sociedad ciudadana es, por naturaleza, y no por
casualidad, o bien un ser inferior o más que un hombre. (El primero) como aquél que recrimina
Homero: “sin fratría, sin ley, sin hogar”. Al mismo tiempo, semejante individuo es, por
naturaleza, un apasionado de la guerra, como una pieza suelta en un juego de damas.
La razón de que el hombre sea un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier otro
animal gregario, es clara. La naturaleza, pues, como decimos, no hace nada en vano. Sólo el
hombre, entre los animales, posee la palabra. La palabra existe para manifestar lo conveniente y
lo dañino, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio de los humanos frente a los demás
animales: poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y las
demás apreciaciones. La participación comunitaria en éstas funda la casa familiar y la ciudad.
Y el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es
miembro de la de ciudad, sino como una bestia o un dios.
En todos existe, por naturaleza, el impulso hacia tal comunidad; pero el primero en
establecerla fue el causante de los mayores beneficios. Pues, así como el hombre perfecto es el
mejor de los animales, así también, apartado de la ley y de la justicia, es el peor de todos.
La injusticia es más feroz cuando posee armas, y el hombre se hace naturalmente con
armas al servicio de su sensatez y su virtud; pero puede utilizarlas precisamente para las cosas
opuestas. Por eso, sin virtud, es el animal más impío y salvaje, y el peor en su sexualidad y su
voracidad. La justicia, en cambio, es algo social, como que la justicia es el orden de la sociedad
cívica, y la virtud de la justicia consiste en la apreciación de lo justo.

Cap. 3

Ahora hay que hablar en primer término de la administración de la casa. Puesto que hay que
examinar cada cosa primeramente en sus componentes menores, y las partes primeras y mínimas
de una casa son el señor y el esclavo, el marido y la esposa, y el padre y los hijos.
En primer lugar, hablemos del amo y del esclavo, para observar lo relativo a este servicio
necesario, por si podemos aprehender algo mejor que las nociones ahora corrientes. A algunos
les parece que tal dominación supone una cierta ciencia. Para otros tal dominación es un hecho
contrario a la naturaleza, pues sólo por convención sería esclavo el uno y señor el otro, pero en
nada diferirían por su naturaleza. Por esta razón tampoco sería cosa justa, sino un hecho de
violencia.

Cap. 5

Tras esto hay que examinar si hay alguien de tal índole (el esclavo) por naturaleza o si no; si es
mejor y justo para alguien ser esclavo o no, o bien cualquier esclavitud es contraria a la
naturaleza. Mandar y ser mandados no solo son hechos sino también convenientes, y pronto,
desde su nacimiento, algunos están dirigidos a ser mandados y otros a mandar.
En todo lo que está constituido por varias partes, y que se desarrolla en algo único y
común, tanto si es de elementos continuos o separados, en todo aparecen lo dominante y lo que
es dominado, y eso sucede en los seres animados como en la naturaleza toda. Pues también en
los que carecen de vida existe cierta jerarquía, como la de la armonía.
El ser vivo está constituido por alma y cuerpo, de los cuales la una manda por naturaleza
y el otro es mandado.
Es posible entonces, como decimos, observar primero en el ser vivo el dominio señorial;
y a su vez la inteligencia ejerce sobre el apetito un dominio político regio. En esto resulta que es
conforme a la naturaleza y provecho para el cuerpo someterse al alma, y para la parte afectiva,
ser dominada por la inteligencia y la parte dotada de razón, mientras que disponerlas en pie de
igualdad o al contrario, es perjudicial para todos.
Al referirnos de nuevo al hombre y los demás animales sucede lo mismo: los animales
domesticables son mejores que los salvajes, y para todos ellos es mejor estar sometidos al
hombre ya que así obtienen su seguridad. También en la relación del macho con la hembra, el
uno es superior; la otra, inferior; por consiguiente, el uno domina; la otra es dominada.
Del mismo modo es necesario que ocurra entre todos los humanos. Todos aquellos que se
diferencian entre sí tanto como el alma del cuerpo y como el hombre del animal, se encuentran
en la misma relación. Aquellos cuyo trabajo consiste en el uso de su cuerpo, y esto es lo mejor de
ellos, éstos son, por naturaleza, esclavos, para los que es mejor estar sometidos al poder de otro,
como en los anteriores ejemplos. Así que es esclavo por naturaleza el que puede depender de
otro (por eso, precisamente es de otro) y el que participa de la razón en tal grado como para
reconocerla, pero no para poseerla. Pues los demás animales, que poseen solo sensaciones, no
obedecen por cálculo racional, sino que sirven con sus reacciones instintivas. En su utilidad la
diferencia es pequeña. Porque con su cuerpo proporcionan una ayuda para las necesidades de la
vida unos y otros, tanto los esclavos como los animales domésticos. La naturaleza intenta incluso
hacer diferentes los cuerpos de los esclavos y los de los libres: a los unos fuertes, para su
obligado servicio, y a los otros, erguidos e inhábiles para tales menesteres, pero capaces para la
vida política. Y si esto es verdad respecto del cuerpo, mucho más justo sería trazar tal distinción
con respecto al alma. Aunque no es igual de fácil ver la belleza del alma como la del cuerpo.
Sin embargo, está claro que, por naturaleza, unos son libres y otros esclavos. Y que a
éstos les conviene la esclavitud, y es justa.

Cap. 6

Hay también esclavos y esclavitud por ley. Y esa ley es un cierto acuerdo, según el cual las
conquistas de guerra son posesión de los vencedores. Ahora bien: muchos de los entendidos en
leyes recusan tal derecho en la idea de que es terrible que el sometido por la fuerza haya de ser
esclavo y súbdito del que puede ejercer la violencia y es más fuerte en poder.
La causa de esta controversia, y lo que hace que los argumentos se confundan, es que la
virtud, cuando dispone de medios, tiene también la mayor fuerza coercitiva y el vencedor destaca
siempre en la posesión de algún valor. De modo que parece que no existe la fuerza sin virtud,
sino que la discusión es sólo sobre el concepto de lo justo. Por eso unos opinan que lo justo es
benevolencia; otros, que lo justo es eso mismo: que mande el más fuerte.
Algunos que se amparan completamente, según creen, en una cierta noción de la justicia
(puesto que la ley es algo justo) declaran justa la esclavitud resultante de la guerra. Pero a la vez
lo niegan. Porque se acepta que la causa de las guerras puede no ser justa, y de ningún modo
puede uno llamar esclavo al que no merece la esclavitud. (Sin embargo) habría que señalar que
necesariamente hay quienes son esclavos en cualquier lugar, y otros, en ningún sitio.
Resulta claro, pues, que existe una razón para la discusión y que hay esclavos, y también
libres, que no lo son por naturaleza, y que en otros tal condición está bien determinada. De éstos
a uno le conviene ser esclavo, y a otro, ser señor, y es justo, y el uno debe obedecer y el otro
mandar, con el mando para el que le destinó la naturaleza, hasta ejercer el dominio señorial. Lo
contrario resulta perjudicial para ambos. Ya que lo mismo que beneficia a la parte, beneficia al
todo, al cuerpo y al alma. Y el esclavo es una parte del amo, como si fuera una parte animada, y
separada, de su cuerpo.

Cap. 7

Se deduce claramente de lo expuesto que no es lo mismo el poder del amo y el político, ni todos
los poderes entre sí, como pretenden algunos. Puesto que uno se ejerce sobre personas libres, y
otro, sobre esclavos, y el gobierno doméstico es una monarquía (ya que toda la casa está
gobernada por uno solo), y, en cambio, el político es un gobierno de hombres libres e iguales. El
amo no recibe su nombre por practicar una ciencia (como lo sería la política) sino por el hecho
de ser de tal condición, y de igual modo el esclavo y el libre.

¿Qué modelo de sociedad propone Aristóteles?


¿Cómo es el ciudadano ideal según Aristóteles?

¿Cómo funciona la sociedad aristotélica? ¿Es posible el ascenso social en esta sociedad?

¿Qué propósito debe tener un estado al organizar la sociedad según Aristóteles?

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