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Aristóteles: La Ética a Nicómaco

(trad. José Luis Calvo Martínez, Alianza Editorial, Madrid, 2005)


Extractos del Libro I (sobre la felicidad)
Cap. I. Parece que toda arte y toda investigación, e igualmente toda actividad y
elección, tienden a un determinado bien; de ahí que algunos hayan manifestado con
razón que el bien es aquello a lo que todas las cosas aspiran.
Cap. II. Pero, claro está, si en el ámbito de nuestras acciones existe un fin que
deseamos por él mismo -y los otros por causa de éste- y no es el caso que elegimos
todas las cosas por causa de otra (pues así habrá un progreso al infinito, de manera
que nuestra tendencia será sin objeto y vana), es evidente que ese fin sería el bien e,
incluso, el Supremo Bien. ¿Acaso, entonces, el conocimiento de éste tiene una gran
importancia para nuestra vida y alcanzaremos mejor lo que nos conviene como
arqueros con un blanco? Si ello es así, habrá que intentar captar, al menos mediante
un bosquejo, cuál es este fin y a cuál de las ciencias o facultades pertenece. Parecería
que pertenece a la más importante y a la directiva por excelencia, y es manifiesto que
ésta es la Política.
Cap. IV. Ya que todo conocimiento y elección tienden a un bien, expongamos, para
resumir, qué es aquello a lo que decimos que tiende la Política y cuál es el más elevado
de todos los bienes que se alcanzan mediante la acción. Pues bien, sobre el nombre
hay prácticamente acuerdo por parte de la mayoría: tanto la gente como los hombres
cultivados le dan el nombre de «felicidad» y consideran que «bien vivir» y «bienestar»
es idéntico a «ser feliz». Pero sobre la felicidad -qué cosa es- ya disputan y la gente no
lo explica de la misma manera que los sabios. En efecto, unos la consideran una de las
cosas visibles y manifiestas, como el placer, la riqueza o el honor; otros, otra cosa - y a
menudo una misma persona la tiene por cosas diferentes: la salud, cuando está
enfermo, y la riqueza cuando es pobre.
Cap. VII. Puesto que los fines son manifiestamente más de uno, y elegimos entre ellos
a uno por causa de otro como, por ejemplo, la riqueza, las flautas y en general los
instrumentos, es evidente que no todos son últimos, y es obvio que lo mejor es lo
último. Sencillamente, es último lo elegible por sí mismo siempre y nunca por causa de
otra cosa. Y una cosa así parece ser, sobre todo, la felicidad, pues ésta la elegimos
siempre por ella misma y nunca por otra cosa, mientras que los honores, el placer, la
inteligencia y toda virtud las elegimos, desde luego, por ellas mismas (pues elegiríamos
a cada una de ellas aunque de ellas nada resulte), pero las elegimos también por causa
de la felicidad, por suponer que vamos a ser felices por su causa. En cambio, nadie
elige la felicidad por causa de éstas, ni en general por otra cosa. Y es manifiesto que
esto mismo se deriva de su autosuficiencia, pues parece que el bien completo es
autosuficiente. Mas la autosuficiencia la referimos no a uno en soledad, al que vive una
vida solitaria, sino también a sus padres, hijos, esposa y, en general, a sus seres
queridos y conciudadanos, puesto que el hombre es un ser político por naturaleza.
Si la función del hombre es la actividad del alma conforme a la razón, o no sin la razón
[...] entonces el bien humano es una actividad del alma conforme a la virtud, y, si las
virtudes son más de una, conforme a la mejor y la más completa-. Y -todavía más- en
una vida completa, pues una sola golondrina no hace verano, ni tampoco un solo día: y
así ni un solo día ni un corto tiempo hacen al hombre feliz ni próspero.

Cap. X. En ninguna de las actividades humanas existe una estabilidad como en las
actividades conforme a virtud. Éstas parece que son más estables incluso que los
conocimientos: las más valoradas entre ellas son más estables por el hecho de que los
hombres felices perseveran más en ellas y de forma más continua; y ésta parece ser la
causa de que no se origine olvido en torno a ellas. Pues bien, lo que andamos
buscando se dará en el hombre feliz y será tal a lo largo de su vida. Pues siempre, o
antes que nada, obrará y contemplará lo que concierne a la virtud; y sobrellevará los
cambios de fortuna de la mejor manera y siempre de manera completamente
armoniosa.
Cap. XIII. Y puesto que la felicidad es una cierta actividad del alma conforme a una
virtud perfecta, preciso sería examinar la virtud, pues quizá de esta manera nuestra
investigación sobre la felicidad sería mejor. Es opinión común que el verdadero político
tiene su esfuerzo puesto principalmente en ésta, ya que quiere hacer buenos a los
ciudadanos y obedientes de las leyes.
Y si este examen versa sobre la Política, es evidente que la investigación sería
conforme al plan inicial. Pero es claro que hay que investigar acerca de la virtud
humana, pues también andábamos indagando el bien humano y la felicidad humana.
Pero «humana» llamamos no a la virtud del cuerpo, sino a la del alma: también
llamamos a la felicidad una actividad del alma. Si ello es así, evidentemente el político
debe conocer en cierto sentido los asuntos acerca del alma, lo mismo que el que va a
curar los ojos, acerca del cuerpo; y todavía en mayor medida, por cuanto la Política es
más valiosa y mejor que la Medicina.
Sobre el alma se han expuesto suficientemente algunos puntos, y de ellos habrá que
servirse: por ejemplo, que una parte de ella es irracional y la otra tiene un principio
racional. (Aunque en nada interesa para el objetivo que tenemos delante el que éstos
estén separados como las partes del cuerpo y como todo lo divisible, o bien sean dos
por definición, siendo inseparables por naturaleza, como lo convexo y lo cóncavo en
una circunferencia.) De la parte irracional, una parece común y vegetativa [...] hay que
dejar al margen la parte nutritiva, ya que no participa naturalmente de la virtud
humana. Mas parece que hay otra naturaleza del alma irracional, pero que, con todo,
participa de alguna manera de la razón. En efecto, solemos elogiar el principio racional
tanto del hombre continente como del incontinente, así como la parte de su alma que
tiene el principio racional -pues los impulsa rectamente y hacia lo mejor-. Pero parece
que en ellos hay también por naturaleza otro elemento contrario a la razón que
combate a la razón y se resiste a ella. En una palabra, lo mismo que las partes del
cuerpo paralizadas, cuando decidimos moverlas hacia la derecha, se dirigen en sentido
contrario hacia la izquierda, lo mismo en el alma: los impulsos de los incontinentes
se mueven en sentido opuesto. Sólo que en los cuerpos vemos la parte que se desvía,
mientras que en el alma no la vemos. Y quizá hay que pensar que también en el
alma existe, no menos, una parte contraria a la razón que se opone a ésta y le hace
frente. Y nada importa en qué sentido sea diferente, aunque parece que también ella
participa de la razón como hemos dicho.
Desde luego que la del hombre continente obedece a la razón, y, quizá todavía más
obediente es la del hombre templado y valiente, pues es en todo concorde con el
principio racional. Claro que parece que la parte irracional es doble: la vegetativa de
ninguna manera participa de la razón, mientras que la pasional, y en general la
apetitiva, participa de alguna manera en la medida en que es sumisa y obediente (en el
sentido, desde luego, en que afirmamos del padre o los amigos que «tienen razón», no
en el de las matemáticas). Pero que en cierto sentido la parte irracional es persuadida
por la razón, lo pone de manifiesto la reprensión, así como toda clase de censura
y exhortación. Aunque, si hay que decir que también esto «tiene razón», será doble
aquello que tiene razón: lo uno la tendrá en sentido propio y en sí mismo, lo otro en
cambio es algo que escucha como a un padre.

Extractos del Libro II (Sobre las virtudes éticas)


Cap. I. Las virtudes, en cambio, las recibimos después de haberlas ejercitado primero.
Más aún: toda virtud se origina como consecuencia y a través de las mismas acciones.
Realizando las acciones relativas a las transacciones con los hombres nos hacemos
justos y otros injustos; y realizando las acciones relativas a las situaciones de peligro, y
acostumbrándonos a temer o a tener valor unos nos hacemos valientes y otros
cobardes. E igualmente sucede con los apetitos y la ira: unos se hacen templados y
mansos y otros intemperantes e irascibles -unos por desenvolverse de una manera y
otros de otra en las mismas circunstancias-. Bien, en una palabra: los hábitos se
originan a partir de actividades correspondientes. Por ello hay que realizar actividades
de una cierta clase, pues de acuerdo con las diferencias entre ellas se siguen los
hábitos.
Cap. II. Por tanto, puesto que el presente tratado no tiene por objeto la teoría, como
los demás (pues no estamos examinando qué es la virtud por saberlo, sino para ser
buenos, ya que su provecho sería nulo), se impone necesariamente examinar, en lo
que concierne a las acciones, cómo hay que realizarlas, dado que son éstas las
responsables de que los hábitos sean también de una cierta clase, tal como hemos
dicho.
Las virtudes se pierden naturalmente por defecto o exceso, como vemos con el vigor y
la salud (ya que hay que servirse de testimonios visibles en ayuda de lo invisible): los
ejercicios gimnásticos excesivos o deficientes hacen que se pierda el vigor. E
igualmente las bebidas y los alimentos acaban con la salud, si se producen en exceso o
defecto, mientras que si son equilibrados la crean, la aumentan y la conservan. Pues
bien, de esta manera sucede también con la templanza, la valentía y las demás
virtudes. El que lo rehúye todo y es temeroso y no aguanta nada se hace un cobarde; y
el que no teme nada en absoluto, sino que se enfrenta a todo, temerario. Igualmente,
el que disfruta todo placer y no se abstiene de ninguno, se hace intemperante, pero el
que rehúye todo, como los hombres toscos, es insensible. Por consiguiente se pierden
la templanza y la fortaleza por el exceso y el defecto, mientras que se conservan por la
mesura.

Extractos del Libro VI (Sobre la prudencia)


Cap. V. Acerca de la prudencia podríamos alcanzar una idea de esta manera:
considerando a quiénes solemos llamar prudentes. Y parece, claro está, que es propio
de un hombre prudente el ser capaz de deliberar sobre lo bueno para sí y lo que le
conviene -no parcialmente, como, por ejemplo, qué cosas lo son con vistas a la salud o
al vigor, sino qué cosas lo son en general con vistas a vivir bien. La prueba es que
también llamamos prudentes a quienes lo son para algo (de lo que no hay Técnica)
cuando razonan bien con vistas a un fin bueno. De manera que en general sería
prudente el que es capaz de deliberar. Mas nadie delibera sobre las cosas que no
pueden ser de otra manera ni acerca de lo que no está en su mano realizar.
Luego queda que sea una disposición verdadera, acompañada de razón, relativa a la
práctica en cosas que son buenas y malas para el hombre. Por ello creemos que
Pericles y los hombres así son prudentes, porque son capaces de considerar lo que es
bueno para sí mismos y para la gente; creemos que son de esta clase los
administradores y los políticos. Por ello también aplicamos este nombre a la templanza
(sophrosyne) en la idea de que «salvaguarda» (sózousa) la «prudencia» (phrónesis). Y
salvaguarda nuestras concepciones de esta índole: pues lo placentero y lo doloroso no
destruyen ni subvierten todos nuestros conceptos -por ejemplo, que el triángulo tiene
o no tiene sus ángulos iguales a dos ángulos rectos-, sino las que se refieren a la
acción.
Caps. XII-XIII. En efecto, la virtud hace que sea recto el objetivo y la prudencia los
medios que a él conducen. En fin, de lo dicho resulta manifiesto que no es posible ser
bueno en sentido propio sin prudencia, ni tampoco prudente sin la virtud moral.
(Incluso de esta manera se resolvería el argumento dialéctico por el que se podía
mantener que las virtudes están separadas unas de otras: en efecto, un mismo hombre
no está perfectamente dotado para todas juntas, de manera que habrá adquirido ya
una, pero otra todavía no.)

Extractos del Libro VIII (Sobre la amistad)


Cap. I. A continuación correspondería hacer una exposición sobre la amistad puesto
que es una virtud o le acompaña la virtud, y, además, es cosa muy necesaria para la
vida, pues sin amigos nadie desearía vivir aunque poseyera todos los demás bienes, (a)
En efecto, incluso los ricos y los que ostentan magistraturas y posiciones de poder
parece que necesitan especialmente amigos, pues ¿cuál es el provecho de tal
bienandanza si se les quita el hacer favores, lo cual se ejercita especialmente - y es
cosa muy elogiada- para con los amigos? ¿O cómo se vigilaría y guardaría sin amigos,
si, cuanto más numerosos son, más segura está ella? (b) Además, en la pobreza y
demás infortunios se piensa que el único refugio son los amigos. También es una
ayuda para los jóvenes con vistas a que no cometan errores, para los ancianos con
vistas a su asistencia y a las carencias en su actividad debidas a la debilidad, y para los
hombres maduros con vistas a las acciones honrosas -cuando dos marchan juntos2...,
en efecto, dos son más capaces de pensar y actuar-, (c) También parece que se da por
naturaleza en el que engendra hacia lo engendrado y en éste hacia aquél no sólo entre
los hombres, sino también entre los pájaros y la mayoría de los animales; y entre los de
la misma raza entre sí, sobre todo en los hombres, por lo que elogiamos a los que son
«humanitarios». Incluso en los viajes puede verse que todo hombre es familiar y amigo
del hombre, (d) Parece que la amistad mantiene unidos a los Estados y que los
legisladores se afanan más por ésta que por la justicia: en efecto, parece que la
concordia tiene una cierta semejanza con la amistad y que aquéllos aspiran más a ésta
y tratan de expulsar la disensión por ser el peor enemigo. Además, cuando los
hombres son amigos no necesitan de la justicia, mientras que, aun siendo justos,
necesitan de la amistad: es más, parece que el carácter más amistoso es propio de los
hombres justos.

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