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Silencios en La chaskañawi:
relectura de la novela de costumbres
Silences in La chaskañawi:
Re-reading the „costumbrista‟ novel
¿Debe la crítica estudiar el costumbrismo literario como si fuese una copia fiel de la realidad?
Escrito a contracorriente de lo que suele pasar por apreciación sociológica de la realidad, el
presente ensayo, dedicado al estudio de La chaskañawi, postula que dicha obra no es tan
objetiva como parece, y que en ella se enquistan extrañas figuras salvajes que, ocultas y
silenciosas, no se adaptan mansamente al pujante ascenso del cholaje. Revelarlas y
relacionarlas con el contexto histórico y autobiográfico de Carlos Medinaceli son las principales
tareas de este trabajo.
Should criticism study “costumbrismo”, the literary interpretation of local customs, as simply an
objective representation of everyday life? Writing against the grain of what normally passes as
socio-historical approaches to literature, this essay, dedicated to uncover the intricacies of La
chaskañawi, affirms that behind every event set in place by the plot of the novel a savage is
silently hidden, watching over the frontier of civilized existence. This essay attempts to explain
why European savages haunt the apparently progressive content of the novel, and how they
relate to the historical context and to the rise of the “costumbrista” novel.
1
Ensayista y crítico literario. Catedrático en el Departamento de Lenguas Romances de la Universidad de Michigan,
Ann Arbor. Correo electrónico: sanjines@umich.edu. Ann Arbor, Estados Unidos.
Preguntas insidiosas
Cuando un hombre deja entrever algo, permitiendo que se haga visible, podemos
preguntar: ¿Qué trata de ocultar? ¿De dónde quiere distraer nuestra mirada? ¿A qué
prejuicio intenta recurrir? ¿Hasta dónde alcanza la sutileza de su disimulo? ¿Y en qué
medida se equivoca al actuar así?
(Nietzsche, Aurora, 523)
LITERATURA E INTERPRETACIÓN
SOCIO-HISTÓRICA DE LA REALIDAD
LA MIRADA SOCIOLÓGICA
DE “LAS CLAUDINAS”
Adolfo Reyes, vástago de un tronco hispano de San Javier de Chirca, pueblo aledaño
a la ciudad de Sucre, donde el personaje de la novela estudia Derecho, vuelve al
terruño para resolver temas de herencia que sobrevienen a la muerte del padre. La
visita de Adolfo al pueblo natal, que debía ser breve, cambia bruscamente cuando,
agasajado por parientes y amigos, conoce a las dos mujeres que alterarán el rumbo de
su vida: una es Claudina García, la chola, morena “moza garrida”, de atrayente y
donairosa figura, que, con sus intensos y brillantes ojos negros, “descarga la mirada”
sobre Reyes, deslumbrándolo con su vitalidad, y desencadenando su tormentosa
pasión por ella.
Opuesta a la figura altiva y voluptuosa de la chola, Julia Valdez, señorita de alcurnia
de esta sociedad provinciana, estará destinada a casarse con Adolfo. Belleza pálida,
con “un gracioso abandono” en sus lánguidos ojos, Julia no rehuye la galantería de
este, y, sirviéndose de los juegos de sociedad, atrae a Adolfo, quien se aproxima a ella
con algo de timidez. La relación entre Julia y su pretendiente está gobernada por las
convenciones de la época, siendo Adolfo un “fin de raza” portador de códigos de honor
heridos de muerte.
Puesto que representan visiones de mundo contrastantes, ambas relaciones
amorosas no pueden ser más diferentes. Julia y Adolfo quedan atados a los vínculos
de sociabilidad estamental, ya debilitados a principios del siglo XX, incapaces de
contener la arremetida de un cholaje independiente, pleno de vitalidad y decisión,
como lo muestra Claudina. Con mayor temple que Adolfo, ella domina la relación. La
fiesta popular del carnaval y los frecuentes encuentros de ambos en las cantinas
cholas, apreciadas por los caballeros provincianos, son lugares privilegiados porque
en ellos la vitalidad del cholaje vence toda creencia o concepción filosófica que visita la
angustia y el tedium vitae de una civilización occidental escéptica y relativista. Si
Adolfo representa el Mal de Siglo, revelado por la literatura francesa decimonónica, y
adaptado por Medinaceli a la dureza del paisaje andino, su caso plantea la situación
del propio autor de la novela, quien también observa su condición social afectada por
la pérdida del estatus como resultado del ascenso de los nuevos sectores sociales.
Por ello, Adolfo sufre, a raíz del desgraciado matrimonio sujeto a las convenciones de
la época, el drama que lo predestina a amancebarse (encholarse) con Claudina. Ella,
poseedora de una voluntad superior que nada debe a los prejuicios de la pacata
sociedad estamental, seduce y doblega a Adolfo. Medinaceli narra el acontecimiento
sin olvidar todo lo áspero, huraño y hostil que tiene la condición de aldeano. Así, la
fuerza de Claudina, “fiera torcedora de almas”, logra que la materia vaya dominando al
espíritu: es la corriente bullidora y gozosa, llena de alegría de la potencia creadora de
lo cholo. Esta pasión fecundante culmina con la formación de una familia que bien
puede tenerse como punto de origen de un nuevo movimiento social al que el mundo
actual parece inclinarse.
Del día anterior solo recordaba la actitud de Claudina, cuando lo invitó a bailar, la
cara de humillación de Julia y lo que él, como enajenado, se puso a bailar saltando
y corriendo del brazo de la García, sin importarle nada. Después continuó bailando
y bebiendo en casa de las Espinoza. No recordaba más; era lo que comenzaba a
pasarle, de hacía poco tiempo, llegaba un momento en que, como si se hiciese el
vacío cerebral, perdía completamente la memoria. Ahora, con esa sensación de
melancolía y enervamiento que deja la embriaguez, se incorporó en el lecho...
(1967, p.109)
Compárese a la robusta Claudina con la serrana Alda. Hay en ambas una indudable
parodia de la dama ideal. Ambas también rechazan todo freno en la conducta, como
conviene a dos salvajes, enemigas de los amantes ideales, felices de atormentarlos,
de ensañarse con ellos hasta volverlos “pobres diablos, fácil presa para sus instintos
de fiera desbordante de fuerza” (1967, p.123), como dice el narrador de La
chaskañawi al relatar el comportamiento de Claudina. Pues bien, podemos extrapolar
este comportamiento de “fiera desbordante de fuerza” a la conducta del cholaje
femenino, hecho que permite hablar de una mutación salvaje que se origina en el mito
medieval de la femina agrestis. Este mito que no es uniforme en la tradición europea,
nada tiene que ver, sin embargo, con nuestra América, siendo, más bien, un mito que
el “invicto espíritu hispano” de nuestro escritor imagina cuando moldea, configura esta
obra, subtitulándola “novela de costumbres bolivianas”.
Se comprende ahora mejor lo que mencioné al principio de este ensayo: la
necesidad de explicar la obra literaria desde sus sentidos profundos, en conflicto con
el sentido latente del movimiento de la historia. Se ha visto que figurar no es describir,
sino inventar signos visibles que organicen la fábula que desplaza el contenido
narrativo a la forma que lo organiza (Macherey, 1966, p.9-119). En lo que concierne a
La chaskañawi, la situación poco venturosa del amor entre Claudina y Adolfo necesita
de la “segunda vida” literaria que trae al presente el viejo mito del homo sylvestris
europeo. Es, por tanto, un camino ya recorrido: la extraña conquista amorosa no es
posible si no ha sido ya transitada por una aventura similar que tiene lugar en el
pasado, y que, al volver al presente, muta de imagen, mas no de esencia. Así, la
aventura amorosa de la novela —la experiencia del desamor— no existe sin la forma
salvaje que le da vida, y que, como vimos, se origina en la tradición literaria española
que el novelista encuentra en su biblioteca.
Alejado de la ciudad y emocionado ante el sano paisaje del campo, Adolfo exclama:
En este breve comentario de Adolfo, que no vuelve a ser tema de discusión, queda
planteado, pero también silenciado, el motivo del retorno a la naturaleza. Este motivo,
que Adolfo recupera de Rousseau, permite urdir al autor de la novela la verdadera
fábula, el tema de origen de La chaskañawi. En efecto, de los escritos de Rousseau,
particularmente de Émile, su tratado sobre la naturaleza de la educación, surge la
figura simbólica que, silenciosa y fantasmática, viaja al presente para nuevamente
representar el retorno al estado de naturaleza. Dicha figura es Robinson Crusoe, el
héroe de la novela que Daniel Defoe publica en 1719, y que Rousseau recupera, en
Émile, en 1762. Refiriéndose a la formación de un hombre, mejor dicho a su reforma,
puesto que dicho proceso se inicia con Defoe, dice Rousseau:
...Quel es donc ce merveilleux livre? Est-ce Aristote, etc-ce Pline, est-ce Buffon?
Non, c‟est Robinson Crusoé.
Robinson Crusoé dans son ile, seul, dépourvu de l‟assistance de ses semblables et
des instruments de tous les arts, se procurant meme une sorte de bien-etre. Voilà
un objet interéssant por tout ãge, et qu‟on a mille moyens de rendre agréable aux
enfants... (Émile, L. III).
A MANERA DE CONCLUSIÓN
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