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Resumen

Curso urgente de Política para gente decente


Monedero, J.
El peor analfabeto es un analfabeto político porque no oye, no habla y no participa
en los procesos políticos, no toma en cuenta el costo de la vida, precio del vestido
o calzado depende de las decisiones políticas. Es tan burro que se enorgullece
diciendo que odia la política sin saber que por su ignorancia nace una prostituta,
un menor abandonado y bandidos. A la política, a lo largo de la historia, se la ha
relacionado con lo mejor y lo peor del ser humano. El político, por definición,
realiza mandatos que deben ser obedecidos. A cambio, garantiza el orden social.
Por eso se repite esa relación dialéctica de reverencia y desconfianza.
A los estudiantes de ciencia política se les cuenta un chiste cuando empiezan sus
estudios: «Estaban reunidos todos los dioses discutiendo entre ellos cual era el
más importante. Habló el dios de la física y dijo: "Es evidente que yo soy el más
importante, pues del caos originario extraje las leyes físicas del mundo y eso
permitió ordenar el planeta” Le interrumpió el dios de la química y dijo: "Yo soy
mucho más importante, pues del caos originario saqué las leyes de la química y
con ellas se construyó la vida." Insatisfecho, habló el dios de la biología y tronó:
"Yo soy el más importante, pues del caos originario extraje las cadenas del ADN
que permitieron la existencia de! Mundo”. Con cierta tranquilidad, habló el dios de
la política y dijo: "Claro, claro, claro, pero, perdonen ¿quién inventó el caos?"»
Bromear sabre los políticos es un serial de buena salud democrática. El político
que se toma a si mismo demasiado en serio siempre está a un paso del
autoritarismo. Reírse de las altas figuras del Estado es un delito en muchos
países. Sobre todo, si son reinos.
Para hablar de política, se presupone a cualquiera el mismo derecho y la misma
capacidad. Aunque todos y todas creemos poder hablar de política, eso sólo es
cierto en un nivel superficial. Claro que todos podemos opinar sobre la marcha de
las cosas colectivas, criticar al gobierno o a la oposición o hacer un comentario
sobre la situación del mundo. Pero para saber de política hay que hacer un poco
más de esfuerzo. Saber de política requiere, al menos, el tiempo que dedican los
aficionados que controlan las claves de la liga de fútbol, que leen un periódico
deportivo diario y escuchan los programas correspondientes en la radio.
Para mirar en sus entrañas, los estudiosos de la política, como en cualquier otra
ciencia, llevan mucho tiempo construyendo conceptos, discutiéndolos, poniéndolos
al servicio de la transformación o del mantenimiento del orden. Mundo extraño
este de la política, capaz de sacar lo mejor y lo peor de los seres humanos. La
política tiene muchos ángulos. Hay quienes se empeñan en aburrirnos para que
no nos preocupemos de esas cosas. Otros nos prefieren ignorantes para necesitar
la orientación de “los que saben”. La política es una ciencia -o tiene al menos esa
pretensión, ya hemos dicho que excesiva-, que reclama estudio.
La socialdemocracia, que lideró el mundo occidental la mirada sobre la política
desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta los años setenta, cuando vio
que las recetas que le habían servido dejaban crudos los platos prefirió buscar
culpables fuera y empezó a hablar de posdemocracia. En una sociedad donde
todo fuera abundante, no haría falta ni la reflexión sobre la economía ni la gestión
económica de lo social. La esencia de lo económico es, pues, la escasez. Cierto
que de esta evidencia se pueden sacar conclusiones terribles. De hecho, hay
constructores de escasez que buscan sólo su propio beneficio. Pero no es
malentendido los problemas como mejor se encuentran soluciones.
“Los políticos saben tanto de política como los pájaros de ornitología”. El pueblo
en la calle, indignado, reclamaba el control de la política. Y para ello construía
conflicto y lo acompañaba de un relato. Detrás de cualquier “fin de la historia” está
la pretensión de los ganadores del partido de no disputar ningún nuevo juego. Y
cuando una de las partes suspende el juego desaparece la decisión colectiva,
aunque los derrotados asuman que todo se ha acabado. Hasta que vuelvan a
reclamarlo. Hasta que recuperen la política. En cuanto algo deja de ser politizado,
es decir, en el momento en que queda fuera del conflicto al considerarse
patrimonio común y compartido, se deja abierta la puerta para que los que no
creen en esa regla o prefieren beneficiarse de esa relajación, la incumplan.
En cambio, si la sociedad está politizada, siempre está “despierta”, en vigilia para
evitar estos comportamientos. Una mayor politización implica, por tanto, una
mayor posibilidad de avanzar en la emancipación. Por el contrario, despolitizar es
abrir la puerta a la marcha atrás social. Despolitizar es particularizar, dejar de
pensar las implicaciones colectivas de un asunto. Es bastante probable que las
sociedades oscilen pendularmente entre ambos extremos -la máxima politización y
la total entrega a los asuntos particulares- cuando se dejan a su propio
funcionamiento, la única posibilidad de evitar que las sociedades se replieguen a
la vida privada es mantener la politización social, mantener despierta la tensión.
Somos individuos, pero sólo sobrevivimos en grupo. Podemos definir la política
como aquel ámbito de lo social vinculado a la definición y articulación de metas
colectivas de grado cumplimiento. Es político lo que afecta al colectivo de manera
imperativa. Es consenso y disenso. Política es polis y polemos: objetivos comunes
y coacción. Aquello a lo que nos obligan, pero no estamos de acuerdo. La esencia
de la política, el movimiento, su motor dialéctico, es el conflicto que nace de
voluntades confrontadas. Sin conflicto y poder, no podemos hablar de política.
Algo es político porque implica, como decíamos, la probabilidad de la obediencia -
nos reunimos gentes que terminamos compartiendo maneras de leer el mundo-, y
esa probabilidad aumenta cuando tenemos la certeza del uso de la fuerza para
lograrla en última instancia.
El conservadurismo siempre apuesta por el orden. El progresismo por la justicia.
La academia, como institución, siempre es parte del orden. La ciencia política
hegemónica ha ido construyendo el actual modelo, caracterizado por el control
político de todo el sistema por parte de los partidos, la ausencia de separación real
de poderes, el alejamiento de la ciudadanía de las grandes decisiones, la
supeditación del Estado social a la tasa de ganancia empresarial, y la pérdida de
la apuesta por construir sociedades más igualitarias. Un vaciamiento del contenido
de la democracia que sólo es posible en la medida en que se asume socialmente
la imposibilidad de dotar de contenido a la democracia cuando no existe
homogeneidad social.
La democracia ya se puede nombrar: es precisamente lo que hacen los partidos.
Tenemos democracia, pero no tiene densidad alguna. Las elecciones que
conocemos marcan el límite de lo que podemos escoger, y el lema una vez más
repetido no puede sino ser: “vota y no te metas en la política”. Y la política deja de
ser conflicto para entenderse como un ámbito técnico donde los expertos
encontrarán soluciones.
Podríamos asumir que una persona es de derechas porque dice que es de
derechas. Pero eso no sirve de gran cosa. Sería idénticamente válido si su
decisión fuera la contraria o, en el colmo de la indefinición, si afirmara que para
algunas cosas de derechas y para otras de izquierdas. Hay mucha gente que se
cree de izquierdas y es medularmente de derechas. No es derechas alguien
porque vote o incluso milite en un partido de derechas. Necesitamos alguna
orientación más eficaz. Podemos vernos en la necesidad de saber si el tipo que
vende el periódico en el kiosco es de derechas o de izquierdas, o el del bar o los
compañeros de la oficina.
Es útil entender que una persona se ubica en la derecha cuando su manera de
estar en la vida es egoísta. Estás en la derecha cuando quieres algún tipo de
privilegio, ya lo hayas heredado o sea fruto de tu esfuerzo, cuando a pesar de
esos privilegios, te sientes en inferioridad de condiciones; cuando crees que tu
manera de comportarte debe ser el patrón de comportamiento de los demás,
cuando te falta empatía, cuando crees que la solidaridad es cosa de débiles,
cuando tienes tendencia a creerte superior a otras personas por cualquier razón,
cuando crees en el fatalismo, cuando tienes dificultades para creer en las
alternativas y, sobre todo, cuando no te gustan nunca las alternativas que
incorporen a más gente de manera completa en el contrato social.
Aunque no se detecte, el egoísmo pasa también por encubrir el privilegio. La
diferencia entre el cinismo y la ironía es que el irónico quiere educar y, además,
arriesga, mientras que el cínico busca algún tipo de privilegio, pero no quiere que
se le note. La derecha suele transitar en caminos rebosantes de cinismo. En esa
metástasis de impudor, los responsables últimos de la crisis pueden representar e
incluso jalear el descontento popular. Es la derecha quien, desde formaciones
políticas, afirma que está en contra de los partidos y los señala a todos como
igualmente corruptos y depredadores.
La derecha es capaz, sostenida por las empresas de valores y dirigida por
liderazgos fuertes, de protestar contra la bolsa y contra las élites. Nadie como ellos
para apoyar, llegado el caso, a algún líder con algún tipo de condición
extraordinaria. La derecha quiere monopolizar el descontento popular, buscando
alambicados argumentos donde lo importante no es que sean verdad, sino que
sean convincentes. Cuando los que gobiernan no son “de los suyos”, a la gente de
derechas le vale todo para demostrar la maldad intrínseca de los políticos. Y ese si
ese alejamiento del poder dura demasiado tiempo, no dudan en dar un salto y
buscar soluciones en el “todo vale” de la reacción.
Es muy de la derecha rechazar la más mínima crítica. Tampoco le van a echar la
culpa a la economía de mercado, esa que antes se llamaba economía capitalista,
porque eso les impediría regresar a ese pasado feliz una vez superadas las
dificultades. Los mecanismos del pensamiento conservador son un armario lleno
de cachivaches útiles para justificar el egoísmo. “Todos los políticos son iguales”,
gritan a los cuatro vientos. Como no hay diferencias, los míos no son peores que
los de los demás. Como todo esto genera contradicciones, el modelo precisa
enemigos para funcionar. La derecha no lee los programas electorales porque no
le hace falta. En el fondo no les molesta la ideología de la supuesta izquierda. La
derecha puede planificar, nacionalizar, regular, ampliar derechos civiles. Todo
dependerá del momento y de las necesidades.
La derecha es victimista. Lo que se hace en su nombre debe ser asumido. Lo que
les pasa a ellos, clama al cielo. No es igual a una víctima de derechas que una
víctima de izquierdas. Por eso necesita algún concepto que exprese todo el horror
y que le permita verbalizar la responsabilidad de los demás cuando algo le
desagrada.
Hay tres grandes familias de la izquierda. Una a la que le basta pensar que
conoce las reglas del movimiento de la historia y que va con los buenos para
creerse de izquierdas. Una de las izquierdas apostó siempre por la espontaneidad,
por la radicalidad inmediata, por la fuerza, por no comulgar con ninguna dádiva del
sistema. No parece que acierte con los tiempos políticos, pero por la suerte de sus
otros contendientes en la izquierda no desmiente sus análisis. Su coherencia
también implicó su soledad y su fragmentación. Si algo debiera ser la izquierda es
empatía radical en movimiento.
Ser de centro es renunciar a radicalizar -ir a la raíz- cualquier conflicto. Para ser
centrista hay que quitar hierro a los conflictos. Hay que despolitizar, hay que
buscar un consenso. En el llamado “modelo de inquietudes duales” que se usa
para la resolución de conflictos hay dos ejes. En el horizontal se mide la
importancia de los resultados propios. En el vertical, la importancia que se le da a
los resultados de la otra parte. El punto medio siempre depende de los extremos.
Ser de centro es, ideológicamente, la tentación de ser de ninguna parte
reclamando, como si fuera posible, lo mejor de todas las opciones. Aun sabiendo
que no pueden sumarse opciones que se niegan mutuamente. El centro ha tenido
la plausibilidad solamente porque el bipartidismo de la política ha dado pie a
pensar en formaciones bisagra.
El centro es el lugar de los que no quieren problemas y, otra vez con la tentación
de la inocencia, quieren parecer mejores de lo que son. El centro es una manera
cómoda de no tomar partido o, en el caso de que se tome, de hacerlo sin mucha
fuerza y convicción. El centro parece un sitio de justicia y, sin embargo, se
convierte en un vergonzante espacio de apoyo a los verdugos. El centro tendría
sentido si la política necesitara la intervención de un tercero en una discusión
entre dos locos. Pero no es el caso. Aunque pretendas coger lo mejor del agua y
del aceite, siempre terminan separándose.

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