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Las democracias no mueren.

Al menos no lo hacen de golpe. Algunas se van debilitando lentamente. La gente se desencanta


con la democracia porque espera que ella le resuelva sus problemas básicos: que todos tengan un
buen salario, que la atención médica sea gratuita y de buena calidad, que las escuelas sean
públicas, gratuitas y de excelencia, que no haya desigualdades excesivas ni pobreza… Como
sabemos esto es difícil, porque la democracia no es un gobierno que toma decisiones.

La democracia es el sistema político (o el régimen político) donde los gobiernos (y la ciudadanía)


pueden tomar decisiones. Esas decisiones pueden ser buenas o malas y aunque las democracias
cuentan con mecanismos que deben encaminarnos hacia las buenas decisiones, estos mecanismos
no nos impiden tomar malas decisiones. De ahí que las democracias llegan a ser vistas como
ineficientes o incapaces de resolver los problemas de la sociedad.

Cuando eso sucede, las democracias entran en crisis. Las personas dejan de votar y de participar
empiezan a desconfiar de los representantes, políticos y partidos, pero también de los medios de
comunicación y, en general, de las instituciones. ¿Es este futuro inevitable? ¿Las democracias están
destinadas a fracasar? Para poder contestar esas preguntas, debemos regresar al punto de partida,
a nuestra primera pregunta: ¿Qué es una democracia? ¿Es sólo un mecanismo de toma decisiones
del que no deberíamos esperar demasiado? ¿O quizá es algo más? La democracia es, al mismo
tiempo, muchas cosas: un procedimiento, una cultura y un ideal. Solamente entendiendo y
asumiendo esas tres partes podemos comprender la fuerza y la vitalidad de la democracia.

La democracia entendida como procedimiento nos permite cambiar los gobernantes


pacíficamente, sin derramamientos de sangre. Quizá puede parecer poca cosa, pero si
reflexionamos sobre la historia de la humanidad que ha sido, en una gran medida, la historia de las
guerras y revoluciones sangrientas, fue la democracia procedimiento mental la que nos ha dado los
periodos de paz y de estabilidad más largos de la historia. Cuando los políticos saben que sus
victorias o derrotas electorales son temporales, porque en cuatro, cinco o seis años tendrán una
nueva oportunidad de competir y ganar, no tienen incentivos para recurrir al uso de la fuerza, lo
que permite la estabilidad de la democracia.

Además, las democracias no suelen entrar en guerra con otras democracias, lo que evita conflictos
armados por cuestiones territoriales o económicas. La democracia es imposible sin demócratas, es
decir, personas comprometidas con la democracia. Imagínate que estuvieras jugando al fútbol y los
otros miembros del equipo no quisieran pasarse la pelota, se quedarán de pie sin correr por la
cancha ni intentarán meter goles. Esto es algo parecido. La democracia requiere de ciudadanos y
ciudadanas que crean en la democracia, que compartan sus valores, que usen el diálogo como una
manera de resolver los problemas y que participen activamente para que su voz sea escuchada y
sus demandas atendidas.

Los demócratas somos tolerantes con quienes piensan distinto; somos los que respetan las
opiniones de los demás y somos solidarios con las demás personas. Sentimos empatía con los
demás y podemos entender las injusticias y luchar contra ellas aunque no nos afecten
directamente. Los demócratas luchamos porque todas las personas puedan vivir, decidir y opinar
en libertad, decidir sobre cómo vivir, qué estudiar, dónde trabajar, por qué partido votar y a quién
amar. Los demócratas reconocemos el valor de las personas más allá de las semejanzas o
diferencias que tengan con nosotros mismos”

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