Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
~2~
LA MORALIDAD DE LA MORTALIDAD
Antología de cuentos
Valentina Davila
UNSJ-FFHA-Departamento de Letras-Curso de
Ingreso 2022.
22/02/2022
~3~
PRÓLOGO
La literatura se introduce como una manera de reflejar un significado
artístico interior. Como lectores nos estimula el pensamiento, el
lenguaje, la imaginación, la creatividad, el conocimiento, la madurez
de los sentimientos, la mismísima existencia. Como escritores nos
hacemos conocedores de las reglas del lenguaje, las cuales se
manipulan para crear nuevos entendimientos y emociones. De eso se
trata escribir, intentar comprender y ahondar; a la vida, a las personas,
a nosotros.
En esta antología se intenta presentar el modo con el que la literatura
trata a la muerte mediante tres cuentos que comparten esta
circunstancia al final, donde sus personajes deben plantearse ante ella,
ante esta situación tan impactante, impredecible, increíble ¿Acaso se
puede describir a la muerte? Cabe señalar que los textos literarios no
se pueden comparar con otros como lo son las noticias o las
exposiciones. Donde estos últimos tratarían a la muerte como un
hecho objetivo y puntual, la literatura se toma el tiempo, la labor y el
aplomo para hacer de la muerte algo entrañable que despierta nuestra
empatía o nos hace sentirla más allá de lo que se considera lógico o
real.
Para finalizar me parece sensato aclarar que con esta antología no se
busca romantizar el suceso tan amargo y shockeante que es la muerte,
sólo mostrar las diferentes percepciones que hay de esta.
~6~
NO DEJES QUE
UNA BOMBA DAÑE EL CLAVEL
DE LA BANDEJA
Esteban Valentino
rodeaba.
Afuera de la trinchera, la llanura de Goose Green era el mejor
simulacro de la peor pesadilla de cualquier ser humano. Las balas de
mortero caían por todos lados y, por más novato que fuera, Emilio
Careaga sabía que para su trayectoria parabólica no había trinchera
que sirviera. Si el disparo caía adentro era el fin y le bastaba mirar
hacia cualquiera de sus costados, a sus compañeros muertos o con
piernas o brazos de menos, para convencerse. Hacía apenas cuarenta y
cinco días que había llegado a Malvinas en ese mayo del 82, pero al
menos esa lección –no sabía qué número sería en la lista de Vélez– la
conocía de memoria. Tampoco pudo preguntárselo porque quince
minutos después el sargento quiso hacer una salida y se quedó en la
boca de la trinchera con la cara hacia arriba, a menos de tres metros de
Emilio Careaga, que ahora estaba solo, lleno de amigos heridos o
muertos que lo miraban y con los morteros que seguían jugando a las
escondidas con sus ganas de seguir vivo.
“A ver, Emilito –decía la bomba–, ¿te encuentro, no te encuentro?
Booooommmmm. Pucha, no te encontré. Bueno. Otra vez será. Ya
vendrá el piedra libre, Emilio, en ese agujero lleno de agua sucia, y
entonces no te va a poder librar nadie para todos los compañeros. Ya
vendrá, Emilito, ya vendrá. Yo puedo tomarme mi tiempo. Busco
lento, pero tengo muchos ojos. A ver ahora, a ver, a ver...
Boooooooommm-mmm... Piedra li... No... pero, sangre... Otra vez
sangre... No eras vos... Me equivoqué de nuevo... Bueno ¿seguimos
jugando? Dale. Ahora me toca a mí. Sí, ya sé que soy un poco
tramposa. Siempre me toca a mí”.
con crema”. Desde chico tenía esa costumbre de comparar todo con la
comida y, ahora que había crecido, su hábito se había vuelto casi
manía.
“Bah, no es tan terrible, después de todo”, se dijo mientras miraba a
Jorge que empezaba su ataque final sobre la posición de Mercedes.
“Cuestión de tiempo, ahora”, volvió a pensar Emilio. Los minutos que
pasaron, ya demasiados para otra seca negativa, parecieron darle la
razón. Pero no. Mercedes había sido más amable, había consentido
que Jorge hablara todo lo que quisiera, pero el resultado había sido el
mismo. Bailar, ni loca. Y además ¿sabés qué? Lo que quiero en
realidad es estar sola. ¿Me disculpás?
–Esa piba es más difícil que un teorema –dijo Jorge con la mirada
inundada de derrota.
Alejandro copó la parada. Miró a sus compañeros de toda la vida con
cierto aire de superioridad y se dirigió hacia Mercedes con la idea de
demostrar que la estrategia de Jorge y el Colo había sido equivocada y
que en cambio la suya sería la correcta. Se paró delante de ella y le
dijo en voz baja.
–Ya sé que lo que más querés ahora es estar sola. Está bien. Permitime
estar aquí a tu lado sin decir nada. Yo tampoco quiero estar con nadie,
pero me parece que estar con vos va a ser una forma de sentirme
menos solo.
“¿Qué hago ahora que estoy solo con estos chicos vivos que me
miran, pero sobre todo con estos chicos muertos que me miran?”, se
dijo Emilio Careaga desde sus dieciocho años y meses llenos de terror
y ganas de dormir. Empezaba la noche, los morteros ingleses se
habían callado y solo algunas ráfagas de ametralladora cruzaban la
llanura de vez en cuando para que lo que quedaba de los chicos
argentinos recordara que la pesadilla seguía allí. Uno de sus
compañeros de infierno, con una esquirla de granada clavada en su
rodilla derecha, se arrastró en la oscuridad hasta ponerse a su lado.
~9~
–Che, Negro, ahora que Vélez no está más, me parece que vos estás al
mando.
A Emilio Careaga le pareció casi gracioso que justo él tuviera que
escuchar una frase así, tan cerca del ridículo. Lo único que quería era
dormir y una voz con una esquirla en la rodilla le decía que a partir de
ese momento tenía que empezar a decidir.
–¿Al mando de qué, Flaco? ¿Vos me estás cargando? Si yo soy el
único entero y vos que apenas podés arrastrarte sos el que me sigue.
–Bueno, si hay que rendirse, alguien tiene que hacerlo.
“¿Así que esto es la guerra?”, pensó Emilio Careaga. Una forma de
estar solo. Una manera de dejar de tener dieciocho años y meses y
pasar a tener yo qué sé cuántos. Y encima esta voz llena de esquirlas
me dice que tengo que encontrar una forma de sacarlos de aquí. Y
digo yo, ¿cómo se rinde uno?
esta zanja cada vez más llena de agua y que si hay que rendirse lo
vamos a hacer juntos y reúno a todos y les digo que ahora hay que
esperar a que amanezca. Me acuerdo de una canción de Sui Generis y
empiezo a cantarla en voz muy baja. Los demás me escuchan y, cosa
rara, nadie me pide que me calle. A ver, vamos, me echó de su cuarto /
gritándome / no tienes profesión / tuve que enfrentarme a mi
condición / en invierno no hay sol. Y ya sé que no, Mercedes. Hay
esta maldita lluvia que nos congela y hay tu recuerdo menos mal”.
MUERO CONTENTO
Martín Kohan
Sólo entonces, y no con total claridad, Cabral advierte que esa especie
de voz interior que le grita y a la vez murmura: ¿dónde? ¿dónde?
¿dónde?, es en cierta manera el efecto o la consecuencia de otra voz,
exterior en este caso, que es puro grito y ni remotamente murmullo, y
que le dice: ¡acá! ¡acá! ¡acá! Es como una especie de diálogo, por así
decir, aunque para ser un diálogo en el sentido estricto del término la
voz interior de Cabral debería convertirse en exterior. De la manera en
que están las cosas, el diálogo es diálogo solamente para Cabral; para
el otro, para el que lo llama a gritos, es otra cosa que Cabral, inmerso
en el caos de caballos y de sables, no termina de precisar.
–Acá, acá, acá –grita el otro. Acá, sí, ¿pero ¿dónde? – piensa Cabral.
Yo también estoy acá. Todos estamos acá. Lo que Cabral tiene que
resolver, y con premura, es cuál es el allá de ese acá que le están
gritando. Pero en medio de tanto moribundo ni siquiera él, que
habitualmente se ubica con facilidad aún en terrenos desconocidos,
tiene idea de su situación.
–¡Acá, acá, la puta madre! –grita el otro. Y grita, esa vez, en un
momento en el que en el lugar donde Cabral da vueltas sobre sí
mismo, y en sus inmediaciones, no hay, por casualidad, ningún otro
grito, ni quejido de moribundo ni relincho de caballo. Entonces Cabral
escucha con un aceptable grado de nitidez y, para su sorpresa, cree
reconocer la voz. En un primer momento lo que experimenta es alivio.
Es lógico que alguien que se siente tan absolutamente perdido y solo
en medio de siluetas extrañas encuentre alivio en el hecho fortuito de
reconocer una voz. Pero pronto retorna todo el humo y todo el ruido y
Cabral ahora no sólo se pregunta ¿dónde? sino ¿quién?
Al parecer ahora está quieto. Es una suposición, nada seguro: al
parecer, está quieto. Pero también es posible que siga dando vueltas
como estuvo dándolas durante quién sabe cuánto tiempo, y que ahora
todo su entorno, la batalla entera, haya comenzado a girar en el mismo
sentido que él, y a la misma velocidad, y al mismo tiempo, y que el
resultado de todo eso sea que Cabral crea que por fin se quedó quieto,
cuando en verdad sigue dando vueltas como al principio.
A Cabral le parece decisivo resolver esta cuestión, sólo él sabe por
qué. Pero antes de que consiga hacerlo -aún más: antes de que consiga
~ 14 ~
CIELO DE CLARABOYAS
Silvina Ocampo
La reja del ascensor tenía flores con cáliz dorado y follajes rizados de
fierro negro, donde se enganchan los ojos cuando uno está triste
viendo desenvolverse, hipnotizados por las grandes serpientes, los
cables del ascensor.
Era la casa de mi tía más vieja adonde me llevaban los sábados de
visita. Encima del hall de esa casa con cielo de claraboyas había otra
casa misteriosa en donde se veía vivir a través de los vidrios una
familia de pies aureolados como santos. Leves sombras subían sobre
el resto de los cuerpos dueños de aquellos pies, sombras achatadas
como las manos vistas a través del agua de un baño. Había dos pies
chiquitos, y tres pares de pies grandes, dos con tacos altos y finos de
pasos cortos. Viajaban baúles con ruido de tormenta, pero la familia
no viajaba nunca y seguía sentada en el mismo cuarto desnudo,
desplegando diarios con músicas que brotaban incesantes de una
pianola que se atrancaba siempre en la misma nota. De tarde en tarde,
había voces que rebotaban como pelotas sobre el piso de abajo y se
acallaban contra la alfombra.
Una noche de invierno anunciaba las nueve en un reloj muy alto de
madera, que crecía como un árbol a la hora de acostarse; por entre las
rendijas de las ventanas pesadas de cortinas, siempre con olor a
naftalina, entraban chiflones helados que movían la sombra tropical de
una planta en forma de palmera. La calle estaba llena de vendedores
de diarios y de frutas, tristes como despedidas en la noche. No había
nadie ese día en la casa de arriba, salvo el llanto pequeño de una chica
(a quien acaban de darle un beso para que se durmiera, que no quería
dormirse), y la sombra de una pollera disfrazada de tía, como un
~ 19 ~
diablo negro con los pies embotinados de institutriz perversa. Una voz
de cejas fruncidas y de pelo de alambre que gritaba “¡Celestina,
Celestina!”, haciendo de aquel nombre un abismo muy oscuro. Y
después que el llanto disminuyó despacito… aparecieron dos piecitos
desnudos saltando a la cuerda, y una risa y otra risa caían de los pies
desnudos de Celestina en camisón, saltando con un caramelo guardado
en la boca. Su camisón tenía forma de nube sobre los vidrios
cuadriculados y verdes. La voz de los pies embotinados crecía:
“¡Celestina, Celestina!”. Las risas le contestaban cada vez más claras,
cada vez más altas. Los pies desnudos saltaban siempre sobre la
cuerda ovalada bailando mientras cantaba una caja de música con una
muñeca encima.
Se oyeron pasos endemoniados de botines muy negros, atados con
cordones que al desatarse provocan accesos mortales de rabia. La
falda con alas de demonio volvió a revolotear sobre los vidrios; los
pies desnudos dejaron de saltar; los pies corrían en rondas sin
alcanzarse; la falda corría detrás de los piecitos desnudos, alargando
los brazos con las garras abiertas, y un mechón de pelo quedó
suspendido, prendido de las manos de la falda negra, y brotaban gritos
de pelo tironeado.
El cordón de un zapato negro se desató, y fue una zancadilla sobre
otro pie de la falda furiosa. Y de nuevo surgió una risa de pelo suelto,
y la voz negra gritó, haciendo un pozo oscuro sobre el suelo: “¡Voy a
matarte!”. Y como un trueno que rompe un vidrio, se oyó el ruido de
jarra de loza que se cae al suelo, volcando todo su contenido,
derramándose densamente, lentamente, en silencio, un silencio
profundo, como el que precede al llanto de un chico golpeado.
Despacito fue dibujándose en el vidrio una cabeza partida en dos, una
cabeza donde florecían rulos de sangre atados con moños. La mancha
se agrandaba. De una rotura del vidrio empezaron a caer manchas y
espesas gotas petrificadas como soldaditos de lluvia sobre las baldosas
del patio. Había un silencio inmenso; parecía que la casa entera se
había trasladado al campo; los sillones hacían ruedas de silencio
alrededor de las visitas del día anterior.
~ 20 ~
EPÍLOGO
No tenía que ver que fuese invierno o que fuese de noche, sentí tal frío
y ardor en tan poco tiempo que el terror se me formó en los ojos,
dejándome quieta muy quietita, justo como mi tía deseaba. Oh que feo
es, no poder ni hablar, solamente mirar, el llanto y la atención, el suelo
sobre todos nosotros. Pero no me importa, porque ya no están, y de
repente puedo moverme, puedo aclarar la garganta y cantar, si, puedo
cantar y voy a correr con mi vestido azul bajo este cielo también azul.
Cuando encuentre el ascensor decorado de flores de fierro, el cuarto
vacío, la música del piano, tu voz que me llama “¡Celestina,
Celestina!” sabré que estoy en casa, y que no lograste atraparme.
~ 22 ~
NOTAS FINALES
ÍNDICE
PRÓLOGO
Introducción a la literatura 5
Eje común de cuentos
RECOPILACIÓN DE CUENTOS
No dejes que una bomba dañe el clavel de la bandeja 6
Muero contento 12
Cielo de claraboyas 18
EPÍLOGO
En voz de Celestina 21
NOTAS FINALES
Esteban Valentino 22
Martin Kohan
Silvina Campo
~ 24 ~
Bibliografía
Departamento de letras. (2021) “Textos que trasgreden.” Cuadernillo
Curso de ingreso: Profesorado y Licenciatura de Letras.
Cifola C. (2010) “Martín Kohan o la desarticulación de las figuras
míticas argentinas.” http://cle.ens-lyon.fr/espagnol/ojal/clavel/martin-
kohan-o-la-desarticulacion-de-las-figuras-miticas-argentinas
“La niña volando” Artista desconocido. http://illustration-
ilustracion.tumblr.com/
Wikipedia. (2017) “Esteban Valentino”
https://es.wikipedia.org/wiki/Esteban_Valentino#:~:text=Es
%20licenciado%20y%20profesor%20universitario,otorgado%20el
%20Premio%20Amnesty%20International.
Wikipedia. (2021) “Silvina Ocampo”
https://es.wikipedia.org/wiki/Silvina_Ocampo
~ 25 ~