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Microrrelatos y microcuentos

“SEXA” Luis Fernando Verissimo


–Papá...
–¿Hummm?
–¿Cómo el es femenino de sexo?
–¿Qué?
–El femenino de sexo.
–No tiene.
–¿Sexo no tiene femenino?
–No.
–¿Sólo hay sexo masculino?
–Sí. Es decir, no. Existen dos sexos. Masculino y femenino.
–¿Y cómo es el femenino de sexo?
–No tiene femenino. Sexo es siempre masculino.
–Pero vos mismo dijiste que hay sexo masculino y femenino.
–El sexo puede ser masculino o femenino. La palabra "sexo" es masculina. El sexo masculino, el sexo femenino.
–¿No debería ser "la sexa"?
–No.
–¿Por qué no?
–¡Porque no! Disculpá. Porque no. "Sexo" es siempre masculino.
–¿El sexo de la mujer es masculino?
–Sí. ¡No! El sexo de la mujer es femenino.
–Y ¿cómo es el femenino?
–Sexo también. Igual al del hombre.
–¿El sexo de la mujer es igual al del hombre?
–Sí. Es decir... Mirá. Hay sexo masculino y sexo femenino, ¿no es cierto?
–Sí.
–Son dos cosas diferentes.
–Entonces, ¿cómo es el femenino de sexo?
–Es igual al masculino.
–Pero, ¿no son diferentes?
–No. O, ¡sí! Pero la palabra es la misma. Cambia el sexo, pero no cambia la palabra.
–Pero entonces no cambia el sexo. Es siempre masculino.
–La palabra es masculina.
–No. "La palabra" es femenino. Si fuese masculino sería "el pal..."
–¡Basta! Andá a jugar.
El muchacho sale y la madre entra. El padre comenta:
–Tenemos que vigilar al pendejo...
–¿Por qué?
–Sólo piensa en gramática.

ARMANDO JOSÉ SEQUERA (Venezuela): “Una sola carne”

Tan pronto el sacerdote concluyó la frase …y formaréis una sola carne, el novio,
excitado, se lanzó a devorar a la novia.

EUGENIO MANDRINI (Argentina): “Prueba de vuelo” (18 palabras)

Si evaporada el agua el nadador todavía se sostiene, no cabe duda: es un ángel.

MIGUEL SAIZ ÁLVAREZ (España): “El globo” (17 palabras)

Mientras subía y subía, el globo lloraba al ver que se le escapaba el niño.

ÁNGEL GARCÍA GALIANO (España): “La última cena” (16 palabras)


El conde me ha invitado a su castillo. Naturalmente yo llevaré la bebida.

EUGENIO MANDRINI (Argentina): “Fantasma tradicional” (15 palabras)

En mitad de la noche, la sábana se despertó y salió a trabajar.

GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN (Venezuela): “El hombre invisible” (13 palabras)

Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.

JAIME MUÑOZ VARGAS (México): “Justicia” (12 palabras)

Hoy los maté. Ya estaba harto de que me llamaran asesino.

ANÓNIMO (México): “Enamorado” (11 palabras)

Le propuso matrimonio. // Ella no aceptó. // Y fueron muy felices.

AUGUSTO MONTERROSO (Guatemala-México): “Fecundidad” (11 palabras)

Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea.


Mitiline" por Miguel Ramírez Macías

– “¡Al fin solas!”

– “¡Al fin solas!”, dijo ella también a su simétrica manera. Y sin más preámbulo comenzó a desnudarse cálida y serenamente, disfrutando cada
movimiento previo a aquel acercamiento en que, con inmenso placer, accedió a acariciar lenta, muy lentamente, su imagen en el espejo.

"El beso y el adios" por Ramón de Peñaflor

– “Ha llegado el momento de separarnos, amor. Te prometo que algún día serás mía definitivamente...”, musitó Sebastián con un suspiro, tras
estamparle un cálido y prolongado beso con toda la pasión de que pudo hacer acopio.

La magia de aquel sublime instante fue rota sin miramientos por el tiránico vozarrón del dependiente:

– “¡Hágame el favor de no babear las revistas si no las va a comprar!”

"El gesto de la muerte" por Jean Cocteau

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:


-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:

-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en
Ispahán.

FIN

FIN

"Sueño de la mariposa" por Chuang Tzu

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba
soñando que era Tzu.

FIN

"Un creyente" por George Loring Frost

Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:

-Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?

-Yo no -respondió el otro-. ¿Y usted?


-Yo sí -dijo el primero, y desapareció.

FIN

"El hombre invisible" por Gabriel Jiménez Emán

Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.

"Soledad" por Pedro de Miguel

Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo,
muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos
viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras
continuábamos charlando.
No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el
hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.

FIN

"Cuento de espanto" por José Emilio Pacheco

Violó la cripta a medianoche. Halló su propio cadáver en el sarcófago.

Peña Vázquez, José María 

El suicida
A la altura del sexto piso se angustió: había dejado el gas abierto.
Cabrera, Rubén Faustino

Reflejos
“Te estás poniendo viejo”, le digo. “Se te está cayendo el pelo, te empiezan a aparecer arrugas y ya
tenés papada. Estás más gordo y las comisuras de tus labios comienzan a tener un rictus que a veces parece
delatar ironía, otras veces resignación, otras veces hastío. Hasta el brillo que antes tenían tus ojos marrones
se está opacando. A veces, te digo la verdad, hasta me dan ganas de putearte.

Lo único que te queda es la voz. ¿Te acordás cuando la profesora de Educación Democrática te dijo
“Tenés una voz hermosa”? Vos tendrías dieciséis, diecisiete años. Y ella era un bombón. Pero vos eras un
cobarde. Jamás podrías haber pensado en un affaire con la profesora. ¿Te hubiese llevado el apunte, en el
caso de que vos te animaras? Ahora ya no hay forma de saberlo. Ahora, cuando ya has superado largamente
la timidez, la cobardía, cuando se te podría catalogar fácilmente como caradura, has perdido la apostura, la
elegancia. 

Has perdido la pinta que tenías a los veinte años. ¡Qué digo a los veinte! ¡A los treinta, a los
cuarenta!

Pero ahora, pibe -te digo “pibe” irónicamente, no te la vayas a creer-, dedicate a escribir tus
memorias. Por ahí, quién te dice, en una de esas, pinta algo. “Todo lo que el hombre hace en su vida, es pa’
levantar minas”, sostiene siempre el filósofo Dolínades, el querido negro Dolina.

Y ahora, disculpame que haya sido cruel. Después de todo, nadie pide estas verdades que jamás
deberíamos decir.

Me lavo la cara, me cepillo los dientes, me peino y me voy”.

La imagen en el espejo me devuelve mi cara recién lavada, mis cabellos -los pocos que me quedan-
peinados con prolijidad y una sonrisa cómplice que parece decirme: “No te aflijas. Nunca falta un roto para
un descosido”.
Cabrera, Rubén Faustino

Era tan, pero tan amarrete…


…que su madre casi no pudo dar a luz, porque él no aceptaba nada que estuviera relacionado con la
palabra “dar”.  Fue así que cuando tuvo la edad suficiente, en vez de caminar, reptó, ya que jamás quiso dar
sus primeros pasos. Permaneció toda su vida en la oscuridad, para no dar sombra. Con tal de no tirar nada, ni
siquiera se tiraba gases. Se limó las yemas de los dedos  hasta lastimarse, para no dejar en ningún lado sus
huellas digitales.

No se casó, por supuesto, para no dar el sí; ni prestó juramento a ninguna bandera, a ningún dogma.
Jamás trató de solucionar un problema, para no sacarse un peso de encima.

Durante toda su existencia no se afeitó, para no mencionar la palabra “presto” cuando necesitaba una
Prestobarba. Jamás regaló una sonrisa, ni dio un abrazo, ni tiró una cana al aire.

Hacia el final de su vida se resistió a morir, suponiendo que iba a dar pena.

Pero el tiempo, inexorablemente, un día se dispuso a cobrar todo lo que jamás había obtenido de él.

Así se lo llevó la Parca, amargado, reptando, hinchado, pálido, solo como un perro solo, con la barba
hirsuta y las manos lastimadas.

Y muy en contra de su voluntad, terminó sus días dando lástima a algunos, rabia a otros y a la
mayoría, simplemente asco.

Mandrini, Eugenio 

Fantasma tradicional
En mitad de la noche, la sábana se despertó y salió a trabajar.

Muñoz Vargas, Jaime

En estricto sentido
Se nos acabó el amor. Nos separamos. Cada cual cogió por su lado.

Denevi, Marco 

De Catalina de Rusia
Si no hubiese sido por mi cuerpo, habría sido casta.

Cabrera, Rubén Faustino

Mucama, con conocimientos de literatura, se necesita…


La nueva mucama parecía muy eficiente. Parecía…, hasta que le dijo:

- ¿Me daría dinero, señor, para ir a comprar un cucarachicida?

- ¿Un qué?

- Un cucarachicida. Algo para matar las cucarachas, señor. La cocina hierve en cucarachas. La casa
está plagada. Los cajones del placard, de la cómoda, de las mesas de luz; las alacenas, la cama, los sillones,
el baño…

- ¿Usted está loca, señora? ¿Matar las cucarachas, dice? ¡Las cucarachas no se matan, señora!
¡Recoja ya mismo sus cosas y váyase! ¡Está despedida!
- ¡Usted… estará loco, señor! ¡Ya sabe dónde se puede meter sus malditas cucarachas!

De un portazo se despidió la nueva mucama. Había durado medio día.

¡Qué falta de respeto, llamarlo loco!, pensó.

¿Es que no se dan cuenta, estas pobres mujeres de tan corto intelecto, de que en cualquier momento
pueden matar a Gregorio Samsa?

Rocca, Roberto 

(¿Des?)mitificar

            Fui yo el que demostró que Homero no existió en realidad y que el tal nombre no era sino un
patronímico que designaba al conjunto de los amanuenses que transcribieron los cantos de los aedas.

            Fui yo quien buscando y rebuscando en los archivos probé que William Shakespeare no fue otra cosa
que un seudónimo tras el cual se ocultaron Ben Johnson, Richard Robinson, Alexander Cook, Nathaniel
Field y otros hombres de teatro de su época.

            Fui yo el que sostuvo que las mil quinientas poesías, las ochocientas cincuenta piezas dramáticas y
las tres novelas atribuidas a Lope de Vega, fueron obra de un grupo de profesores de la Universidad de
Alcalá y que el Fénix de los Ingenios no fue otra cosa que una invención de ellos.

            Mis investigaciones me acarrearon pocas alegrías y muchas desilusiones. La peor fue cuando
descubrí que yo mismo era sólo una broma urdida por un grupo de estudiantes de la Facultad de Letras.

Rocca, Roberto 

Herencia morbosa

            Cuando el Dr, Frankestein falleció, se hizo presente el monstruo, que pretendía su parte en la
herencia.

            -Dejad que me encargue del asunto -dijo la hija mayor- con dulzura y paciencia lo haré desistir.

            Le llevó casi un año lograrlo, pero se lo agradecieron hasta el día de su muerte.

            Después del entierro apareció el monstruito, para reclamar su parte.

Shua, Ana María

Un disparo
Un disparo corta en dos el aire de la ciudad. Se desploma la mitad izquierda, desprendida de sus
centros vitales, derramándose en líquenes sobre el asfalto. La otra mitad huye ululando vientos. No es raro
que ya no se pueda ni respirar en Buenos Aires.

Lagmanovich, David

Equívoco 
La hormiga escritora
Era ciego y caminaba por la calle Florida con un bastón blanco, apoyado en el brazo de una robusta
criada, pero no era Borges.
Borges, Jorge Luis

El adivino
El libro de la imaginación
En Sumatra, alguien quiere doctorarse de adivino. El brujo examinador le pregunta si será reprobado
o si pasará. El candidato responde que será reprobado...

Anderson Imbert, Enrique

Una plaza en el cielo


Etelvina y Luís van a casarse. En vísperas de la boda, Luís muere. Etelvina se resigna porque confía
en que volverán a encontrarse en el Cielo. Pasan los años y ella espera, espera... Espera que Dios la llame.
Ahora es una viejita. Está atravesando la Plaza de su barrio. De pronto- en el crepúsculo tocan las
campanas del ángelus- ve entre los árboles a Luís, que se acerca a paso lento. (No es Luís: es un joven de la
vecindad muy parecido al recuerdo que Etelvina conserva de Luís.)
Etelvina ve al joven Luís y está segura de que él, a su vez, la ve a ella también joven.
"Esta plaza, piensa, aunque se parece mucho a la del barrio, tiene que ser una plaza del Paraíso". Y
sin duda allí van a reunirse porque, por fin ¡qué felicidad! ella acaba de morir.
El grito de un pájaro la resucita, vieja otra vez.

Anderson Imbert, Enrique

La muerte
La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida que a pesar
del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) la automovilista vio en el camino a
una muchacha que hacía señas para que parara. Paró.
- ¿Me llevas? Hasta el pueblo no más- dijo la muchacha.
- Sube- dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba la montaña.
- Muchas gracias- dijo la muchacha con un gracioso mohín -pero ¿no tienes miedo de levantar por el
camino a personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto!
- No, no tengo miedo.
- ¿Y si levantaras a alguien que te ataca?
- No tengo miedo.
- ¿Y si te matan?
- No tengo miedo.
- ¿No? Permíteme presentarme- dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes, límpidos,
imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa-. Soy la Muerte, la M-u-e-r-t-e.
La automovilista sonrió misteriosamente.
En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. La
automovilista siguió a pie y al llegar a un cactus desapareció.

Anderson Imbert, Enrique

Tabú 
El ángel de la guarda le susurra a Fabián, por detrás del hombro:
- ¡Cuidado, Fabián! Está dispuesto que mueras en cuanto pronuncies la palabra zangolotino.
- ¿Zangolotino?- pregunta Fabián azorado.
Y muere.
 
Anderson Imbert, Enrique

El ganador
Bandidos asaltan la ciudad de Mexcatle y ya dueños del botín de guerra emprenden la retirada. El plan es
refugiarse al otro lado de la frontera, pero mientras tanto pasan la noche en una casa en ruinas, abandonada
en el camino.
A la luz de las velas juegan a los naipes. Cada uno apuesta las prendas que ha saqueado. Partida tras
partida, el azar favorece al Bizco, quien va apilando las ganancias debajo de la mesa: monedas, relojes,
alhajas, candelabros...

Temprano por la mañana el Bizco mete lo ganado en una bolsa, la carga sobre los hombros y agobiado
bajo ese peso sigue a sus compañeros, que marchan cantando hacia la frontera. La atraviesan, llegan sanos y
salvos a la encrucijada donde han resuelto separarse y allí matan al Bizco. Lo habían dejado ganar para que
les transportase el pesado botín.

Dieguito (José Pablo Feinmann)

Según su padre, que tal vez lo odiara, Dieguito era decididamente idiota. Según su madre, que algo había accedido a
quererlo, Dieguito era sólo un niño con problemas. Un niño de 8 años que no conseguía avanzar en sus estudios
primarios -había repetido dos veces el primer grado- taciturno, solitario, que apenas parecía servir para encerrarse en
el altillo y jugar con sus muñecos: los cosía y los descosía, los vestía y los desvestía, vivía consagrado a ellos. Un
idiota, insistía el padre, y un marica también, agregaba, ya que ningún hombrecito de ocho años juega tan
obstinadamente con muñecos y, para colmo, con muñecas. Un niño con problemas, insistía la madre, no sin deslizar
en seguida alguna palabreja científica que amparaba la excentricidad de Dieguito: síndrome de tal o síndrome de
cual, algo así. Y no un marica, solía decir contrariando al padre, sino un verdadero varoncito: ¿acaso no amaba el
fútbol? ¿Acaso no se prendía a la tele siempre que Diego Armando Maradona aparecía en la mágica pantalla
haciendo, precisamente, magia, la más implacable de las magias que un ser humano puede hacer con una pelota?

Dieguito se deslizaba por la vida ajeno a esos debates paternos. Se levantaba temprano, iba al colegio, cometía allí
todo tipo de errores, torpezas o, siempre según su padre, imbecilidades que luego se expresaban en las estólidas
notas de su libreta de calificaciones, y después, Dieguito, regresaba a su casa, se encerraba en el altillo y jugaba con
sus muñecos y con sus muñecas hasta la hora de comer y de dormir.

Cierto día, un día en el que incurrió en el infrecuente hábito de salir a caminar por las calles de su barrio, presenció
un suceso extraordinario. Fue en un paso a nivel. Un poderoso automóvil intentó cruzar con las barreras bajas y fue
arrollado por el tren. Así de simple. El tren siguió su marcha de vértigo y el coche, hecho trizas, quedó en un
descampado. Dieguito no pudo dominar su curiosidad. ¿Quién conduciría un coche tan hermoso? Corrió -
¿alegremente? - a través del descampado y se detuvo junto al coche. Sí, estaba hecho trizas, negro, humeante y con
muchos hierros retorcidos y muchísima sangre. Dieguito miró a través de la ventanilla y se llevó la sorpresa de su
corta vida: allí dentro, algo deteriorado, estaba él, el hombre que más admiraba en el mundo, su ídolo.

Una semana después todos los diarios argentinos dedicaban su primera plana a un suceso habitual: Diego Armando
Maradona llevaba más de diez días sin acudir a los entrenamientos de su equipo. Hubo polémica, reportajes a
variadas personalidades (desde ministros a psicoanalistas y filósofos) y conjeturas de todo calibre. Una de ellas
perseveró sobre las otras: Diego Armando Maradona había huido del país luego de ser arrollado por un tren mientras
cruzaba un paso a nivel con su deslumbrante BMW. ¿A dónde había huido? Muy simple: a Colombia, a unirse con el
anciano y desfigurado Carlos Gardel, quien aún sobrevivía a su tragedia en el país del realismo mágico. Ahora,
desfigurados horriblemente, los dos grandes ídolos de nuestra historia se acompañaban en el dolor, en la soledad y
en la humillación de no pode mirarse a un espejo. Ellos, en quienes se había reflejado el gran país del sur. En el
medio de la tristeza nacional no pudo sino sorprender al padre de Dieguito la alegría que iluminaba sin cesar el rostro
del niño, a quien él, su padre, llamaba el pequeño idiota. ¿Qué le pasaba al pequeño idiota?, preguntó a la madre.
"No sé", respondió ella. "Come bien. Duerme bien." Y luego de una breve vacilación -Como si hubiera,
demoradamente, recordado algo inusual- añadió: "Sólo hay algo extraño". "Qué", preguntó el padre. "No quiere ir más
al colegio", respondió la madre. Indignado, el padre convocó a Dieguito. Se encerró con él en su escritorio y le
preguntó por qué no iba más al colegio. "Dieguito no queriendo ir al colegio", respondió Dieguito. El padre le pegó
una cachetada y abandonó el escritorio en busca de la madre. "Este idiota ya ni sabe hablar", le dijo. "Ahora habla
con gerundios". La madre fue en busca de Dieguito. Le preguntó porque hablaba con gerundios. Dieguito respondió:
"Dieguito no sabiendo que son gerundios". Transcurrieron un par de días. Dieguito, ahora, ya casi no bajaba del
altillo. Sus padres decidieron ignorarlo. O más exactamente: olvidarlo. Que reventara ese idiota. Que se pudriera ese
infeliz: sólo para traerles desdichas y papelones había venido a este mundo. Sin embargo, hay cosas que no se
pueden ignorar. ¿Cómo ignorar el insidioso, nauseabundo olor que se deslizaba desde el altillo hacia el comedor y
las habitaciones? ¿Qué diablos era eso? ¿A quién habrían de poder invitar a tomar el té o a cenar con semejante olor
en la casa? Decidieron resolver tan incómodo problema. "Esto", dijo el padre, "es obra del pequeño idiota". Llamó a la
madre y, juntos, decidieron emprender la marcha hacia el altillo. Subieron la estrecha escalera, intentaron abrir la
puerta y no lo consiguieron: estaba cerrada. "¡Dieguito!", chilló el padre. "¡Abrí la puerta, pequeño idiota!" Se oyeron
unos pasos leves, giró la cerradura y se abrió la puerta. Dieguito la abrió. Sonrió con cortesía, dijo "Dieguito
trabajando", y luego se dirigió a la mesa en que yacía el ídolo nacional ausente. Sí, era él. El padre no lo podía creer:
no estaba en Colombia con Gardel, sino que estaba ahí, sobre la mesa, y el olor era insoportable y había sangre por
todas partes y el ídolo nacional ausente estaba trizado y Dieguito con, con prolija obsesividad, le cosía una mano (¿la
mano de Dios?) a uno de los brazos. Y la madre lanzó un aullido de terror. Y el padre preguntó: "¿Qué estás
haciendo, grandísimo idiota?" Y Dieguito (oscuramente satisfecho por haber sido, al fin, elevado por su padre a los
dominios de la grandeza) sólo respondió:

-Dieguito armando Maradona

Sin título (Anónimo)

Recién cuelgo de hablar con un viejo amigo de  Alaska.


Me dijo que desde esta mañana no para de nevar y que la nieve acumulada ya llega a una altura de 1,20 m . La
temperatura ya bajó de 0° C y hay viento norte con ráfagas de hasta 100 km/hora. Me contó que su señora no
ha hecho otra cosa que mirar por la ventana de la cocina todo el día.

Me dijo también, que si el tiempo se pone peor, no le va a quedar otro remedio que dejarla entrar.

SUEÑO PROFUNDO (Juan José Delaney)

Primero fue la molesta sensación de lo interrumpido. Luego sus dedos reconocieron la mortaja, la madera.
Buscó incorporarse pero pies y cabeza supieron que era inútil. La exánime atmósfera, por otra parte, le impidió
pensar coherentemente. Transpiraba. Las uñas de sus manos desesperadas empezaron a arañarle la cara, los ojos
sangraron y la sangre le manoseó repetidamente el rostro. Pronto el hombre fue un puñado de angustias que peleaba
por liberarse. Al final la garganta gritó y en ese instante último recordó haber vivido esa misma experiencia en otro
tiempo, en algún otro lugar.

IRSE

Apenas tomó conciencia de la situación, ordenó le discontinuaran el servicio telefónico. Casi todos sus amigos
habían muerto, a los parientes siempre los había considerado inexistentes y, encima, su hija única, entonces en el
extranjero, hacía mucho que había dejado de comunicarse con él. Entonces estimó que lo mejor era retirarse sin
decir nada, sin despedirse siquiera de la criada, único ser con quien compartía diariamente unas pocas horas y unas
mínimas palabras. En verdad, la decisión era atinada como lo mostró el hecho de que la mujer, ocupada en ordenarle
el living, ni se volvió cuando él cruzó el ambiente rumbo a la puerta de salida. Ya en la calle, enfiló hacia el destino
desde siempre previsto. A las cinco cuadras se dio cuenta de que se había olvidado el reloj pulsera e inmediatamente
reflexionó que no se trataba de un olvido casual y de que resultaba absurdo volver para buscarlo. Al cruzar el puente
de la avenida General Paz se sintió cansado y detuvo la marcha para decirse que había caminado bastante, que
desplazarse del barrio de Villa Urquiza hasta allí a pie no era poca cosa. Todo esto lo pensó sin darse vuelta, un poco
porque su padre siempre le había enseñado que nunca había que mirar hacia atrás y otro poco porque ya tenía la
vista fija en dirección al Partido de San Martín, su meta. A la media hora se detuvo en un boliche para pedir un vaso
de agua. Pronto estuvo en el cementerio de San Martín, zona en la que estaba el objeto de la travesía. Había
adquirido el sintético ambiente en cómodas cuotas. Ahora se instalaría entre esas cuatro desnudas paredes que sólo
albergaban un lecho, un reclinatorio y un candelabro. Oportunamente había dejado de pagar el servicio eléctrico, por
lo cual no tenía timbre. Llegaba a ese sitio tras un largo pero inexorable proceso en el que, poco a poco, más y más
cosas habían ido perdiendo para él todo interés. Las palabras fueron lo último; por eso cuando les llegó el turno a
ellas, sobrevino el aislamiento. Sin reloj, sin diarios, sin medios de comunicación, el tiempo parecía no existir. Acaso
porque era lo que en rigor quería o porque había nacido para eso, nada le costó habituarse a su nueva condición.
Innumerables días se concentraban en uno que algunas plantas y un poco de agua lograban sostener. Lo que más
hacía era espiar por la vidriada puerta. Su mirada sorteaba los árboles para detenerse en las prolongadas hileras de
tumbas, guardianas de secretos y misterios: cretinos que habían sido sepultados como santos, almas grandes que
habían tenido que partir envueltas por la ignominia. Muy cerca, los mortales intentaban el saqueo último: flores,
monumentos, placas... A veces recibía inesperadas visitas de conocidos que se habían preocupado por averiguar su
nuevo domicilio. Como la puerta no tenía llave, entraban sin pedir permiso. Casi ninguno de esos visitantes abría la
boca. Se limitaban a mirarlo un rato y, tras dejar un ramo, marcharse. Porque ya no tenía palabras, tampoco él decía
nada. Una vez se apareció la hija. No estaba sola: un hombre y dos niños la acompañaban. Ella trató de expresarse.
Primero lloró y después le salieron unas palabras. “Pensar que nunca pudimos hablar”, dijo. O algo parecido. Pero él
no podía hacer nada, y en verdad ninguna de esas inesperadas visitas ejercía ningún efecto sobre él. En cambio se
emocionó y conmovió cuando empezaron a llegar personas que él entendía habían muerto hacía años. Curiosamente
–y pese a que tampoco mediaban palabras– lograba con ellas una secreta y armoniosa comunión, la certeza íntima
de que siempre habían estado con él. En cierta oportunidad se apersonaron sus padres, que bien sabía habían
muerto muchísimos años atrás. Parecían mucho más jóvenes que él. Esa vez, sí, quiso hablar, y la palabra fue un
gemido. El gemido primero y final, el incomprensible, el de todos.

DIALOGO ENTRE ASMODEO Y EL RUSO SALZMAN

Asmodeo: Soy Asmodeo, inspirador de tahures y dueño de todas las fichas del mundo. Conozco de memoria todas las manos que se han
repartido en lahistoria de las barajas, Tambien conozco las que se repartiran en el futuro.Los dados y las ruletas me obedecen. Mi cara
esta en todos los naipes. Y poseo la cifra secreta y fatal que han de sumar tus generales cuando llegue el fin de tu vida.
Salzman: ¿ No desea jugar al chinchon?
Asmodeo: No, Salzman, Vengo a ofrecerte el triunfo perpetuo. Con solo adorarme, ganaras siempre a cualquier juego.
Salzman: No se si quiero ganar.
Asmodeo: !Imbecil...! ¿Acaso quieres perder?
Salzman: No, tampoco quiero perder.
Asmodeo:¿ Que es lo que quieres entonces?
Salzman: Jugar. Quiero jugar maestro....Hagamos un chinchon.

HISTORIA DEL QUE SE DESGRACIÓ EN EL TREN


Jaime Gorriti tomaba todos los días el tren de las 14.35.Y todos los días se fijaba en una estudiante
morocha. Con prudente astucia trataba de ubicarse cerca de ella y -a veces- ligaba una mirada
prometedora. Una tarde empezó a saludarla. Y algunos días después tuvo ocasión de hacerse ver,
ayudándola a recoger unos libros desbarrancados. Por fin, un asiento desocupado les permitió sentarse
juntos y conversar. Gorriti acelero y le hizo conocer sus destrezas de picaflor aficionado. No andaba
mal. La morocha conocía el juego y colaboraba con retruques adecuados. Sin embargo, los demonios
decidieron intervenir. Saliendo de Haedo, la chica trato de abrir la ventanilla y no pudo.

Por favor....Se prendió de las manijas, tiro hacia arriba con toda su fuerza y se desgració con un
estruendo irreparable. Sin decir palabra, se fue pasillo adelante y se largo del tren en Morón.
Desde ese día empezó a tomar el tren de las 14.10.

HISTORIA DEL QUE PADECÍA LOS DOS MALES


En la calle Caracas vivía un hombre que amaba a una rubia. Pero ella lo despreciaba enteramente.
Unas cuadras más abajo dos morochas se morían por el hombre y se le ofrecían ante su puerta. El las
rechazaba honestamente. El amor depara dos máximas adversidades de opuesto signo: amar a quien
no nos ama y se amados por quien no podemos amar. El hombre de la calle Caracas padeció ambas
desgracias al mismo tiempo y murió una mañana ante el llanto de las morochas y la indiferencia de la
rubia.

HISTORIA DEL QUE NO PODIA OLVIDAR.


El ruso Salzman tuvo muchas novias. Y a decir verdad solia dejarlas alpoco tiempo. Sin embargo jamas
se olvidaba de ellas.Todas las noches sus antiguos amores se le presentaban por turno enforma de
pesadilla. Y Salzman lloraba por la ausencia de ellas.La primera novia, la verdulera de Burzaco, la
pelirroja de Villa Luro,la inglesa de La Lucila, la arquitecta de Palermo, la modista de Ciudadela.Y
tambien las novias que nunca tuvo: la que no lo quiso, la que vio una sola vez en el puerto, la que le
vendio un par de zapatos, la que desapareció en un zaguán antes de cruzarse con el. Despues Salzman
lloraba por las novias futuras que aun no habían llegado. Los hombres sabios no se burlaban del ruso
pues comprendían que estaba poseído del más sagrado berretin cósmico: el hombre queria vivir todas
las vidas y estaba condenado a transitar solamente por una. Aprendan a soñar los que se contentan
con sacar la lotería......
LA CALLE DE LAS NOVIAS PERDIDAS.

Hay una calle en Flores en la que viven todas las novias abandonadas.Al atardecer salen a la vereda y
miran ansiosas hacia las esquinas para ver si vuelven los novios que se fueron. A veces conversan
entre ellas y rememoran viejos paseos por el Rosedal.Por las noches se encierran a releer cartas viejas
que guardan en cajitas primorosas o admirar fotografias grises.Los domingos se ponen vestidos
floreados y se pintan los labios. Algunas escriben diarios intimos con letra prolija. Dicen que no es
posible encontrar esa calle.
Pero se sabe que algún día desembocara en la esquina el batallon de los novios vencedores de la
muerte para rescatar a las novias perdidas y llevarlas de paseo al Rosedal.
Esto sera dentro de mucho tiempo, cuando endulce sus cuerdas el pajaro cantor.
Existen por ahi infinidad de personas confiables que juran que el amores posible en todos los barrios.
No habra de discutirse semejante tesis. Pero el que tuviera que vivir pasiones locas, es mejor que no
pierda el tiempo en rumbos equivocados. Una historia terrible esta esperandoen Flores.

"El hombre que va a menos (boceto de una vida completa)"


Alejandro DOLina

El protagonista ha nacido con una dotación formidable. Es inteligente,


valeroso, viril y apuesto. Sin embargo, durante toda su vida disimulará estas cualidades, tal vez por no apabullar a los demás.
Fracasará en sus estudios por fingir desconocimiento, aún poseyendo
erudición.
Renunciará a espléndidas mujeres y se casará con una verdadera bruja.
Retrocederá ante rivales que en realidad desprecia.
Cometerá injusticias para no sentir la soberbia de ser bondadoso. Se rodeará
de amigos miserables y les hará el homenaje de parecerse a ellos.
Tendrá gustos exquisitos, pero los negará para mentir regocijo ante las
cosas más despreciables.
Una noche sentirá venir la muerte y no tendrá miedo, pero gemirá como un
maula.
Jamás recibirá recompensa ninguna en este mundo, y tal vez tampoco en el
otro.

Cuento por encargo (DAMIANI MARCELO)


El barco pirata estacionó frente a mi casa. Los marineros engancharon el ancla en el árbol del vecino y se apostaron a
lo largo de la calle mirando hacia adelante con cara de desalmados. Al rato bajo el capitán y golpeó mi puerta; le abrí,
él entró sin ningún tipo de preámbulos y se acomodó en el bar destrozado que me quedó de un fallido cuento de
vaqueros. "Usted es escritor, ¿no?", me interpeló en un idioma desconocido; por suerte los dos manejábamos el
mismo código literario. "Sí; así es", respondí. "Bien, dijo, necesitamos alguien con mucha imaginación". "Los críticos
dicen que yo no tengo ni una pizca", señalé. "Bien, murmuró pensativo, ése es un buen signo". Hizo una pausa; tomó
un vaso de whisky que había por ahí, y me miró. "Mi tripulación y yo tenemos un problema. No encontramos una
buena aventura desde hace años. Nadie nos quiere dar lugar en sus historias; dicen que ya no servimos para nada
porque estamos pasados de moda... Así que decidimos tener nuestro propio escritor". Lo único que faltaba, pensé:
Piratas con problemas existenciales. "Mire, le dije, los relatos de aventura no son mi especialidad." "Eso no nos
importa, masculló, pónganos en el género que quiera." Se puso de pie bruscamente, se dirigió a la puerta y agregó:
"Le damos una semana. Y no intente traicionarnos. Los dos escritores que lo intentaron ya no pueden escribir más". Y
se fue.
Entonces, por las dudas, empecé a escribir este cuento.

El planeta REGLAS
Carlos Feinstein
El planeta azul se acercaba a gran velocidad. Mi hija boquiabierta lo miraba por la ventana de la nave.
—Papá, ya casi llegamos, qué rápido —gritaba excitada, mientras corría para no perderse detalles entre lo que veía
en el mirador y la información de los monitores de la sala de control.
—Bueno, Gisella, recuerdas todo lo que hablamos.
—Sí, papá.
—¿Recuerdas las reglas?
—De memoria: No transformarme delante de ningún humano. Hacerles creer siempre que soy del planeta. No violar
ninguna ley de la termodinámica, no volar, ni saltar más de medio metro. Y la más importante, no comerme a ninguno
no importa lo apetitosos que parezcan. que se vean.

Kafkiana - Sergio Gaut vel Hartman

Jorge Luis Borges corría entre las dunas de un lluvioso desierto. Se intuía perseguido por un alfil, pero no lograba
recordar las leyes del ajedrez, si alguna vez las había conocido. Soñaba con finales perdidos, y temía despertarse
convertido en un monstruoso insecto de muchas patas, ridículamente pequeñas, tumbado sobre su espalda dura. En
el sueño él no se llamaba Borges, sino Gregorio Samsa. No tengo salida, refunfuñó; era una situación kafkiana, sin
lugar a dudas. Decidió seguir corriendo y confiar en el Azar.

“El adivino”, Jorge Luis Borges—Argentina

En Sumatra, alguien quiere doctorarse de adivino. El brujo examinador le pregunta si será reprobado o si pasará. El
candidato responde que será reprobado…

EL LEÑADOR
Susana Duré

Las entrañas del viejo álamo crujieron al primer golpe del hacha. Un hilillo de sangre brotó por la corteza y el hombre
se detuvo, acercando su mano enguantada a la herida. Las furibundas raíces del árbol aprovecharon su desconcierto
y con veloces e inusitados movimientos, lo sepultaron vivo.

“Descendencia”. Ángel Guache—España

Celia dio a luz un hermoso botón. Creyó que había sido un sueño. Con sorpresa vio que el botón la seguía por la casa
pidiéndole que lo amamantara con hilo blanco y que le cantase una nana.

“Cuento de horror”. Juan José Arreola—México

La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.

“Ayer en la clase de física” Jairo Aníbal Niño—Colombia

Ayer en la clase de física casi grito EUREKA, al serme revelado todo lo que tiene que ver con la teoría de los vasos
comunicantes.

Fue el momento en que, oculta a toda mirada, mi mano estrechó la tuya largamente.

“El puñal” Jorge Luis Borges—Argentina

En un cajón hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre,
que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano.

Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a
apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina.
Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para
un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales
que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre.

En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de
tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al
homicida para quien lo crearon los hombres.

A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.

Este tipo es una mina. Luisa Valenzuela—Argentino (Micro-relato)

No sabemos si fue a causa de su corazón de oro, de su salud de hierro, de su temple de acero o de sus cabellos de
plata. El hecho es que finalmente lo expropió el gobierno y lo está explotando. Como a todos nosotros.

“El paraíso imperfecto”. Augusto Monterroso—Guatemala (Micro-relato)

-Es cierto -dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche
de invierno-; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se
ve.

“La pierna dormida”. Enrique Anderson Imbert—Argentina (Micro-relato)

Esa mañana, al despertarse, Félix se miró las piernas, abiertas sobre la cama, y, ya dispuesto a levantarse, se dijo: "¿y
si dejara la izquierda aquí?" Meditó un instante. "No, imposible; si echo la derecha al suelo, seguro que va a arrastrar
también la izquierda, que lleva pegada. ¡Ea! Hagamos la prueba."

Y todo salió bien. Se fue al baño, saltando en un solo pie, mientras la pierna izquierda siguió dormida sobre las
sabanas.

“Natación” Virgilio Piñera—Cuba

He aprendido a nadar en seco. Resulta más ventajoso que hacerlo en el agua. No hay el temor a hundirse pues uno
ya está en el fondo, y por la misma razón se está ahogando de antemano. También se evita que tengan que
pescarnos a la luz de un farol o en la claridad deslumbrante de un hermoso día. Por último, la ausencia de agua
evitará que nos hinchemos.

No voy a negar que nadar en seco tiene algo de agónico. A primera vista se pensaría en los estertores de la muerte.
Sin embargo, eso tiene de distinto con ella: que al par que se agoniza uno está bien vivo, bien alerta, escuchando la
música que entra por la ventana y mirando el gusano que se arrastra por el suelo.
Al principio mis amigos censuraron esta decisión. Se hurtaban a mis miradas y sollozaban en los rincones.
Felizmente, ya pasó la crisis. Ahora saben que me siento cómodo nadando en seco. De vez en cuando hundo mis
manos en las losas de mármol y les entrego un pececillo que atrapo en las profundidades submarinas.

“La fe y las montañas” Augusto Monterroso—Guatemala

Al principio la fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a
sí mismo durante milenios.

Pero cuando la fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían
sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche
anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.

La buena gente prefirió entonces abandonar la fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio.

Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o
inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.

El espejo que no podía dormir

Había una vez un espejo de mano que cuando se quedaba solo y nadie se veía en él se sentía de lo peor,
como que no existía, y quizá tenía razón; pero los otros espejos se burlaban de él, y cuando por las noches
los guardaban en el mismo cajón del tocador dormían a pierna suelta satisfechos, ajenos a la preocupación
del neurótico.

Vaca

Cuando iba el otro día en el tren me erguí de pronto feliz sobre mis dos patas y empecé a manotear de
alegría y a invitar a todos a ver el paisaje y a contemplar el crepúsculo que estaba de lo más bien. Las
mujeres y los niños y unos señores que detuvieron su conversación me miraban sorprendidos y se reían de
mí pero cuando me senté otra vez silencioso no podían imaginar que yo acababa de ver alejarse lentamente
a la orilla del camino una vaca muerta muertita sin quien la enterrara ni quien le editara sus obras
completas ni quien le dijera un sentido y lloroso discurso por lo buena que había sido y por todos los
chorritos de humeante leche con que contribuyó a que la vida en general y el tren en particular siguieran su
marcha.

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El dinosaurio

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.


EL SUEÑO DE LA MARIPOSA

Chuang-Tzu soñó que era una mariposa.  Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o
si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

Chuang-Tzu (Borges: Ocampo: Casares. Antología de la literatura fantástica, 1993:59)

SOLA Y SU ALMA

Una mujer está sentada sola en su casa.  Sabe que no hay nadie más en el mundo: Todos los otros seres han
muerto.  Golpean a la puerta.

Tomas Bayley Aldrich (1912)

EL SUEÑO DEL REY

-Ahora está soñando.  Con quién sueña? Lo sabes?


-Nadie lo sabe.
-Sueña contigo.  Y si deja de soñar.  Qué sería de ti?
-No lo sé.
-Desaparecerías.  Eres una figura de su sueño.  Si se despertará ese rey te apagarías como una vela.

Lewis Carroll (1871)

EL CADÁVER

El cuerpo desnudo de la mujer asesinada estaba tendido en la mesa del anfiteatro.  Antes de proceder a la necropsia
el médico pasó la mano sobre el promontorio velludo y carnoso, y dirigiéndose a sus alumnos, dijo; es una lástima. 
Morir tan joven cuando tenía tanto que brindarle a la  humanidad.  El cadáver se ruborizó y cambió de posición.

Roberto Montes Mathieu (Díaz: Parra, breve teoría y antología del minicuento latinoamericano, 1993: 88)

SABIDURÍA

El joven discípulo preguntó al maestro:


-Maestro, qué cosas son eternas?
-La muerte es eterna -dijo el maestro- entonces el joven se suicidó, porque quería vivir eternamente.
Benhur Carmona Caro (Bustamante: Kremer, Antología del cuento corto colombiano, 1994: 47)

PAJARILLO

El amor -me dijeron- es como un pajarillo: déjalo ir.


-si regresa es tuyo, si no regresa nunca lo fue.

Y yo solté a mi pajarillo y el muy cabrón sólo regresa cuando tiene hambre.

Rodolfo Farcug (Díaz: Parra. 1993: 40)

LA CIENCIA

El lobo al perro:

-yo ladro como vos y, sin embargo, el hombre a mí me persigue y a vos te alimenta.

El perro al lobo:

- Pero, olvidas que yo, además de ladrar, sé lamer la mano?

Alvaro Yunke (Díaz: Parra. 1993: 93)

Humor Blanco: las cosas por su nombre


Por Eduardo Parise

Como tantas tardes de verano, los hermanitos jugaban en los alrededores de la casa. Acostumbrados a la vida de
campo, los chicos corrían alegremente a las gallinas, asustaban a la vacas y con la gomera hacían puntería en
cuanto pajarito rondaba por el lugar. Así, Agustina, Benicio y Albino disfrutaban de un día de sus vacaciones.
Cuando se hicieron las seis de la tarde, desde la galería de la casa, su madre los llamó: "Chicos....vengan que ya es
la hora de la merienda...". Enseguida los dos mayores enfilaron hacia la casa. Albino se quedó correteando por el
campo. Su madre, lo llamó: "Albino, vamos..." La mujer insistía, pero el chico no le hacía caso. Después de tres
veces de repetir su llamado, la mujer tomó una drástica determinación. Fue hasta el armario del living, agarró una
escopeta, se asomó nuevamente a la galería, apuntó hacia el aire y disparó dos tiros: Pan...pan. Y al pan pan,
Albino vino.

Humor Blanco: cosa divina


Por Eduardo Parise

Los tres religiosos charlaban animosamente cuando apareció un cuarto y lanzó la pregunta: ¿cómo hacen para saber
qué dinero de las limosnas se destina a Dios y qué parte es para ustedes?. Los tres primeros se miraron y empezaron
a responder. "En nuestra iglesia tenemos un método simple: con tiza trazamos una línea en el piso y tiramos el
dinero al aire; lo que cae a la derecha de la línea es para Dios, lo que cae a la izquierda es para nosotros", dijo uno.
El segundo también se sumó: "nuestro sistema es similar, salvo que hacemos un círculo en vez de una línea; lo que
cae dentro del círculo es para Dios, lo de afuera es para nosotros". Finalmente, el tercero contó su experiencia: "la
metodología nuestra tiene rasgos similares a las de ustedes, pero no hacemos ninguna marca; simplemente tiramos
el dinero al aire. Lo que Dios agarra es para él, lo que cae es para nosotros".
Diálogo sobre un diálogo
[Cuento. Texto completo]

Jorge Luis Borges

A- Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender


la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más
convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernández repetía que el alma es
inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse
tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la
navaja de Macedonio; la abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba infinitamente
la Cumparsita, esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les
mintieron que es vieja... Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para discutir
sin estorbo.

Z (burlón)- Pero sospecho que al final no se resolvieron

A (ya en plena mística)- Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos.

FIN

El eclipse
[Cuento. Texto completo]

Augusto Monterroso

Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La
selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su
ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin
ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente
en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su
eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se


disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en
que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas.
Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal
y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un
eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para
engañar a sus opresores y salvar la vida.

-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos.


Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente
sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras
uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las
infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la
comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de
Aristóteles.

Lecciones sobre el arte de escribir cuentos breves


 
Víctor Montoya*

El Tío1, como todo diablo de vasta cultura y declarado defensor del cuento breve -brevísimo-,
aprovechó una de nuestras conversas para darme una lección sobre el arte de trabajar la palabra
con la precisión de un orfebre.

-Escribir un cuento breve es como grabar un verso de García Lorca en un anillo de bodas -
dijo-. Así de fácil pero a la vez difícil.

Lo miré callado, pensando en que el Tío, a pesar de sus atributos de Satanás, jamás dice
las cosas al tuntún. Es un tipo asaz inteligente, sabio en las ciencias ocultas y en las
ciencias de ciencias. ¿Qué no sabe? ¿Qué no puede? ¿Qué no quiere? Es un modelo de
constancia y rigor intelectual. Y, lo más deslumbrante, tiene una respuesta para cada
pregunta. Así un día, mientras hablábamos de literatura y literatura, dijo: “Los hombres
escriben cuentos violentos”. ¿Y las mujeres?, le pregunté. “Ése es otro cuento”, me
contestó.

-En tu opinión, ¿cómo se distingue al buen escritor de cuentos? -le dije a modo de
tantearle sus conocimientos.

-Para empezar, al buen escritor se lo distingue incluso por la forma de andar -replicó con
la sabiduría de quien posee el don del genio y la magia de la palabra-. El escritor de fuste
no necesita tarjetas de presentación, críticos ni reconocimientos. En él, más que en nadie,
la pasión de escribir es como estar endemoniado, una forma de levitar al borde del delirio,
de hacer añicos la realidad y contar un cuento en el cual la mentira es tan cierta que nadie
la pone en duda, aparte de que su vicio de escribir en soledad es una enfermedad
endémica y sin remedio. Nadie lo puede librar de esa atadura voluntaria, ni siquiera Cristo
en calzoncillos...

El Tío, consciente de que la virtud del intelectual consiste en simplificar lo complejo y no


en hacer más complejo lo simple, se daba modos de meterme los conocimientos como con
cuchara, aplicando una didáctica más eficaz que la de un profesor emérito. Por eso cuando
hablaba de un tema aparentemente difícil, como es la literatura, lo hacía con gran
desparpajo y muchos ejemplos.

-¿Y cómo se sabe que un cuento es un buen cuento? -le pregunté con la curiosidad de
quien aprovecha una charla sobre el arte de escribir.

-Cuando te atrapa desde un principio y el lenguaje fluye con fuerza propia, cuando el
lector reconoce las situaciones del cuento y empieza a identificarse con los personajes,
quienes, por su verisimilitud, dejan de ser puras invenciones para hacerse creíbles a los
ojos del lector. Un buen cuento se parece a un caleidoscopio, donde uno encuentra nuevas
figuras literarias cada vez que lo lee y lo relee. Claro que todo esto no depende sólo de la
perfección formal del cuento, incluidos el argumento, el lenguaje y el estilo, sino de la
destreza del autor, quien debe mantener el suspense del lector hasta el final. En el mejor
de los casos, el cuento debe tener un desenlace sorpresivo e inesperado, porque un cuento
sin un final sorpresivo es como un regalo descubierto en Navidad.

-Y si el cuento no atrapa desde un principio ni mantiene tenso el ánimo del lector hasta el
final, ¿qué hacer? -le pregunté, mientras rememoraba los malos cuentos que escribí en mi
juventud creyéndolos obras maestras.

-¡Ah! -contestó el Tío, reacomodándose en su trono-. En ese caso lo mejor es tirarlo como
cuando se tira abajo un edificio cuyas puertas y ventanas aparecieron construidas en el
techo. A propósito, García Márquez dice: "El esfuerzo de escribir un cuento corto es tan
intenso como empezar una novela”. Y si el cuento, por alguna razón misteriosa, no sale
bien desde un principio, lo aconsejable es “empezarlo de nuevo por otro camino, o tirarlo
a la basura", porque escribir un cuento que no quiere ser escrito es como forzar a una
mujer que no te ama.

Me quedé pensando en que no es fácil ser albañil de la literatura, un oficio que parece
reservado sólo para quienes, desde el instante en que conciben una historia en la
imaginación, se sienten apresados en un torbellino de imágenes y palabras.

-Otra pregunta -le dije-. A tu juicio, ¿quién es el buen escritor de cuentos?

-El ñatito que ve como en una película la obra de su creación y es capaz de inventar
ficciones sobre los tres pilares fundamentales de la condición humana: la vida, el amor y
la muerte, así algunos críticos digan que lo más importante no es QUÉ se cuenta sino
CÓMO se cuenta. Tampoco cabe duda de que un buen escritor de cuentos breves, usando
los instrumentos simples de la palabra escrita, es capaz de crear personajes, a quienes les
concede vida propia con su aliento y su talento, los crea no de un montoncito de tierra,
como Dios creó al hombre, sino de un montoncito de palabras, como tú me estás creando
contra viento y marea, soplándome vida en tus cuentos de la mina. El buen escritor posee
la magia de sacar las palabras hasta por los bolsillos, como el mago saca las palomas por
las mangas de la camisa.

-A propósito de ambientes y personajes, algunos de mis lectores dice que me repito


demasiado, que patino sobre el mismo tema y sobre el mismo personaje.

-¡Bah! -refunfuñó el Tío-. No les hagas caso, sigue insistiendo sobre el mismo tema, sigue
escribiendo sobre este Tío de la mina y, como recomendaba el viejo Tolstoi: “Describe tu
aldea y serás universal”.

En efecto, me prometí para mis adentros seguir escribiendo sobre la realidad dantesca de
los mineros y sobre las ocurrencias de su dios y su diablo protector encarnados en el Tío,
el mismo que en ese instante conversaba conmigo sobre sus autores preferidos y sobre las
claves del cuento breve, dándome la oportunidad de preguntarle una y otra vez, por
ejemplo, ¿cómo elegir un buen cuento en medio de tanta palabrería?

-Eso varía de lector a lector -aclaró el Tío-. Hay cuentos y cuentistas para todos los
gustos. Más todavía, los cuentos, al igual que sus autores, tienen diversas formas, tamaños
y contenidos. Así hay cuentos largos como Julio Cortázar y cuentos cortos como Tito
Monterroso; cuentos livianos como Julio Ramón Ribeyro y cuentos pesados como
Lezama Lima; cuentos chuecos como Augusto Céspedes y cuentos borrachos como Edgar
Allan Poe; cuentos humorísticos como Bryce Echenique y cuentos angustiados como
Franz Kafka; cuentos eruditos como JL Borges y cuentos dandys como Óscar Wilde;
cuentos pervertidos como Marqués de Sade y cuentos degenerados como Charles
Bukovski; cuentos decentes como Antón Chéjov y cuentos eróticos como Anaîs Nin;
cuentos del realismo social como Máximo Gorki y cuentos del realismo mágico como
García Márquez; cuentos suicidas como Horacio Quiroga y cuentos tímidos como Juan
Rulfo; cuentos naturalistas como Guy de Maupassant y cuentos de ciencia-ficción como
Isaac Asimov; cuentos psicológicos como William Faulkner y cuentos intimistas como JC
Onetti; cuentos de la tradición oral como Charles Perrault y cuentos infantiles como HC
Andersen; cuentos de la mina como Baldomero Lillo, cuentos rurales como Ciro Alegría,
cuentos urbanos como Mario Benedetti y así, como estos ejemplos, hay un montón de
cuentos como hay de todo en la viña del Señor. El saber elegirlos no es responsabilidad
del escritor sino un oficio que le corresponde al lector.

Al escuchar el chorro de nombres, en mi condición de eterno aprendiz, me quedé turulato


por la sabiduría del Tío, quien conocía las técnicas del arte de narrar sin haber escrito un
solo cuento. Claro que tampoco tenía por qué haberlo hecho, si en sus manos tenía a un
escribano como yo, encargado de transcribir los dictados de su ingenio y su corazón de
diablo.

Mi curiosidad por saber más sobre el arte de escribir cuentos breves fue in crescendo,
hasta que indagué el porqué de su preferencia por el cuento breve.

El Tío se arrimó en el espaldar de su trono, irguió la cabeza, cruzó los brazos y explicó:

-Porque es una creación literaria donde se ensamblan la brevedad, la precisión verbal y la


originalidad, pero también la sintaxis correcta y la claridad semántica, porque no es lo
mismo decir: “Dos tazas de té, que dos tetazas”, ni es lo mismo decir: “La Virgen del
Socavón, que el socavón de la virgen”.

Estaba a punto de abrir la boca cuando él, sin importarle un bledo lo que quería decirle, se
me adelantó con la agilidad propia de un gran conversador:

-El cuento breve es tiempo concentrado, tan concentrado que, algunas veces, puede estar
compuesto sólo por un título y una frase. Ahí tenemos “El dinosaurio”, un cuentito corto
como su autor: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, dice Monterroso,
seguro de haber cazado un animal prehistórico con siete palabras. Otro ejemplo, Antón
Chéjov, acaso sin saberlo, anotó en su cuaderno de apuntes una anécdota, que bien podía
haber sido un cuento condensado: "Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un
millón, vuelve a casa, se suicida". Lástima que el ruso dejó esta idea entre sus apuntes
como un diamante no pulido. De lo contrario, éste podía haber sido el cuento breve más
perfecto sobre la vida de un millonario suicida. ¿Qué te parece, eh? ¿Qué te parece?

-¿Y qué me dices de los cuentos de largo aliento? -le pregunté sólo por llevar más agua a
su molino.

El Tío se dio cuenta de mi actitud de preguntón, paseó la mirada por doquier, se alisó los
bigotes con la lengua y contestó:

-Los cuentos largos son como los largometrajes, si no terminas dormido, terminas
bostezando como cuando te metes en una sopa de letras. En el cuento breve, que se
diferencia de la novela por su extensión, deben figurar sólo las palabras necesarias. No en
vano Cortázar decía que el cuento es instantáneo como una fotografía y la novela es larga
como una película.

-O sea que la clave de un cuento breve radica en sintetizar el lenguaje -dije sin estar muy
seguro de lo que decía.

-Más que sintetizar -precisó el Tío-, es necesario economizar el lenguaje, evitando la


“inflación palabraria”, como dice Eduardo Galeano, quien recorrió un largo trecho hacia
el desnudamiento de la palabra. El lenguaje tiene que ser llano y sencillo, lo más sencillo
y claro posibles. No hay porqué escribir una prosa florida ni abigarrada, ni usar un
lenguaje rimbombante ni hacer del cuento un árbol de abundante follaje y pocos frutos.
Por el contrario, se trata de hacer un striptease del lenguaje, hasta dejarlo con su pura
sencillez y encanto, porque en la sencillez del lenguaje se esconde la belleza del arte
literario...

-Cómo es eso de desnudar la palabra -irrumpí, sin haber comprendido el meollo del
asunto.

-Fácil -dijo el Tío-. ¿Recuerdas el ejemplito sobre el letrero del pescadero?

-No -contesté, rascándome la cabeza.

-Ay, ay, ay. ¡Qué cabezota, eh! -enfatizó-. Según el ejemplo de Galeano, el pescadero
rotuló sobre la entrada de su tienda: "AQUÍ SE VENDE PESCADO FRESCO". Pasó un
vecino y le dijo: "Es obvio que es 'aquí', no hace falta escribirlo". Y borró el AQUÍ. Pasó
otro vecino y le dijo: "Es innecesario escribir 'se vende', ¿o acaso regala usted el
pescado?". Y borró el SE VENDE. Y sólo quedó PESCADO FRESCO. Sí. Y pasó otro
vecino y dijo: "¿Acaso cree que alguien piensa que vende pescado podrido, que escribe
'fresco'...?". Y borró FRESCO. Ya sólo figuraba PESCADO. Así es... hasta que otro
vecino pasó y le dijo al pescadero: "¿Por qué escribe 'pescado'? ¿Acaso alguien dudaría de
que se vende otra cosa que pescado, con el olor que sale de aquí?". Así que el pescadero
quitó las palabras que escribió sobre la entrada de su tienda...

El Tío parecía levitar mientras hablaba, como haciendo gala de su memoria retentiva.
Hizo una breve pausa y luego continuó:

-Qué te parece la ocurrencia del pelado Galeano, ese trotamundos que, además de hacer
striptease del lenguaje, logró escribir la historia de América Latina en pedacitos y con las
venas abiertas.

-Muy bueno el ejemplo, muy bueno -contesté-. Pero, ¿hacía falta quitar todas las palabras
del letrero?

-Está más claro que el agua. Hay cosas que no pueden ser "palabreadas" así nomás. Por
eso Galeano, siguiendo las enseñanzas del maestro Juan Carlos Onetti, se hizo consciente
de que “las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio".

-En eso estoy plenamente de acuerdo -le dije de golpe y porrazo-. Es como cuando se
habla, si las palabras que se van a decir no son más bellas que el silencio, lo mejor es
callar.

-Así es, pues -aseveró el Tío-. A veces, “la única manera de decir es callando” o como
dice el verso de Pablo Neruda: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente...”.

Ahí se plantó nuestra conversa y se abrió un largo silencio.

Antes de cerrar la noche, me despedí del Tío, no sin antes agradecerle por su magistral
enseñanza que, de seguir machacando mi oficio de artesano en la palabra, me ayudará a
mejorar mis cuentos mal escritos, aunque sé por experiencia propia que “del dicho al
hecho, hay mucho trecho”, tal cual reza el refrán popular.

Iba a franquear la puerta, cuando de pronto, a mis espaldas, escuché la voz del Tío:

-No dejes de escribir cuentos breves, como esos que a mí me gustan.

Me di la vuelta, le eché una veloz ojeada y pregunté:

-¿Como cuáles?

-Como los cuentos mineros donde cobro vida propia gracias a las aventuras de tu
imaginación.

Me volví otra vez y salí de prisa, sin dejar más palabras que el silencio a mis espaldas.

FIN

1. Tío: Dios y diablo de la mitología andina. Los mineros le temen y le rinde pleitesía, ofrendándole hojas
de coca, cigarrillos y aguardiente.

* Víctor Montoya nació en La Paz, Bolivia, el 21 de junio de 1958. Escritor, periodista cultural y pedagogo.
Vivió en las poblaciones mineras de Siglo XX y Llallagua. En 1976, como consecuencia de sus actividades
políticas, fue perseguido, torturado y encarcelado. Estando en el Panóptico Nacional de San Pedro y en la
cárcel de mayor seguridad de Chonchocoro-Viacha, escribió su libro de testimonio "Huelga y represión”.
Liberado de la prisión por una campaña de Amnistía Internacional, llegó exiliado a Suecia en 1977.
Egresado del Instituto Normal Superior de Estocolmo, en cuya Institución Pedagógica cursó estudios de
especialización. Impartió lecciones de quechua, coordinó proyectos culturales en una biblioteca, dirigió
talleres de literatura y ejerció la docencia durante varios años. Ha publicado: “Huelga y represión” (1979),
“Días y noches de angustia” (1982), “Cuentos Violentos” (1991), “El laberinto del pecado” (1993), “El eco
de la conciencia” (1994), “Antología del cuento latinoamericano en Suecia” (1995), “Palabra encendida”
(1996), “Cuentos de la mina” (2000), “Entre tumbas y pesadillas” (2002), “Fugas y socavones” (2002),
“Literatura infantil: Lenguaje y fantasía” (2003) y “Poesía boliviana en Suecia” (2005). Fundó y dirigió las
revistas literarias “PuertAbierta” y “Contraluz”. Su obra mereció premios y becas literarias. Tiene cuentos
traducidos y publicados en antologías internacionales. Actualmente escribe en publicaciones de América
Latina, Europa y Estados Unidos. Es director responsable de la edición digital de Narradores
Latinoamericanos en Suecia: www.narradores.se y del Rincón Literario:

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