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This story was first published on July 19th, 2009, and was last updated on
February 3rd, 2010.

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Table of Contents

Summary
1. Primer Encuentro
2. Segundo Encuentro
3. Fantasma
4. Rosas para una Tumba
5. La Ofrenda
6. Piel de Fantasma
7. La Visita de Media Noche
8. Amor Fantasmal
9. La Fiesta
10. Pasado
11. Paraíso
12. Los Masen
13. Hasta el final, parte I
14. Hasta el final, parte II

-3-
Summary

Edward, un chico que generalmente le gusta vestirse de negro, se encuentra, en


una de sus visitas al cementerio, a una muchacha sentada sobre una tumba. ¿Qué
pasará desde ese momento?. Terminado.

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Primer Encuentro

Nota: Los personajes principales pertenecen a Stephenie Meyer. Yo sólo


me tomo la libertar de jugar un poco de ellos para divertirme un rato y no
obtengo ningún otro beneficio más que mi propio entretenimiento y sus
comentarios.

Balada de un Cementerio

Prólogo.

El amor es el sentimiento menos predecible que existe. El más complicado. El


único que no ha podido ser descrito verdaderamente. La emoción más subjetiva que
puede haber entre los humanos. Lo más bello. Lo más aterrador. El amor puede ser
tibio o frío. Curar o herir. Sanar... o destrozar por completo.

El amor es receloso y se da a conocer en pocas ocasiones, en el momento menos


esperado y con la persona que jamás imaginaste. Le encanta dar sorpresas, ya sean
amargas o dulces. Se deleita con nuestras sonrisas y con nuestros llantos. Disfruta
el poner pruebas a los amantes y se decepciona, fácilmente, cuando no se es
superado...

El amor te enseña a ser incondicional, incluso, te puede llevar a la locura más


hermosa... pero, sobre todo, cuando el amor se instala en dos corazones, llega para
quedarse siempre.

..

Capítulo 1: Primer Encuentro

..

Forks, un numeroso grupo de adolescentes habían decidido ir a divertirse en el


cementerio del pequeño pueblo. Era la noche perfecta, la lluvia, que había caído
durante todo el día, había cesando hacía pocos minutos; dejando como rastro una
espesa niebla que regocijaba a los adolescentes que aplastaban la tierra húmeda

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bajos sus pies.

–¿Han traído café? – se quiso asegurar Alice, en cuanto llegaron al sepulcro que
usualmente ocupaban para reunirse

–Si – confirmó Jasper, sonriéndole y mostrando un termo color vino

–Menos mal. Es una noche demasiado fría

Jasper caminó hacia ella y la cubrió con sus brazos, de manera afectuosa. Ambos
cerraron los ojos, dejándose inundar por la paz que les daba estar así de juntos. El
resto de los muchachos observaron la escena durante un momento, antes de girar el
rostro hacia otro lado, dándole a la pareja su propia intimidad.

Entre los adolescentes, había uno en especial. Edward, un muchacho de ropas


completamente negras, que había clavado su mirada en la espesura que se
levantaba más allá de donde estaba sentado, siguiendo, con su color verde, las
sombras sin fin de un sendero que parecía más bien olvidado. Perdiéndose en la
belleza del lúgubre paisaje. Ajeno a lo que el resto de sus compañeros hacían y
platicaban. Adentrándose en sus propios pensamientos sin forma. Inmiscuyéndose
en su propio silencio, en su propia soledad.

–Ey, ¿Qué pasa? – el amigable puñetazo de Emmett sobre su hombro le hizo


reaccionar. Sonrió, de manera apenas perceptible, y contestó:

–Pensar

–¿En qué? – preguntó el moreno, sentándose a su lado.

–No lo sé – admitió y era sincero. Su mente divagaba en nubes sin acepción.


Imágenes sin estructura, que, contradictoriamente, le mantenían en reflexión.

–¡La fogata ya está lista! – anunció Alice, de manera animosa, aproximándose a


ambos chicos, dando pequeños saltitos y frenando de manera súbita, de un momento
a otro. Cubriendo su alegre expresión por una máscara del terror más infinito que
alguien pudiera demostrar.

–¿Qué sucede? – preguntó Emmett, más la pequeña no contestó. Permaneció


inmóvil, con los labios entreabiertos y morados a causa del miedo. Y los ojos
completamente dilatados y nublados.

–¿Alice? – insistió Edward, al ver a su hermana menor permanecer en ese estado


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por más de un minutos. Jasper, quien se encontraba alimentando la lumbre con unos
trozos de madera, dejó su labor a un lado y se acercó a su novia – Alice – volvió a
insistir, sin lograr que la pequeña reaccionara

–¿Qué pasa? – preguntó el rubio, tomándola por los hombros

–No sabemos, parece como si hubiera visto a un fantasma... – bromeó Emmett,


intentando quitar tensión al asunto, pero dejó de hablar al ver que Alice asentía al
escucharle

Todos se giraron para mirarla de manera inquisitiva

–Alice, ¿Viste algo? – indagó Jasper, con voz suave. La pequeña volvió a asentir, sin
lograr salir de su terrible pasmo, con su menudo cuerpecito temblando bajo las
manos de él – ¿Qué fue lo que viste?

–Fan... Fan... Fantasma – soltó, con voz ahogada en pánico.

Todos voltearon a ver a Rose, cuando esta se rió, sin poderse contener.

–Lo siento – se disculpó la chica de mirada azul – Fue inevitable. Alice, los
fantasmas no existen

–Alguien pasó por ahí – señaló, la aludida, una espesura de arboles que se
encontraba a espaldas de Edward y Jasper, tratando de controlar su propio miedo
para poder hablar – Lo vi por un segundo y, después, ya no estaba...

–Tal vez fue tu imaginación – trató de consolar su hermano, pero ella se apresuro a
negar

–Era una persona – insistió – Yo lo vi. No estoy loca

–Tal vez es algún bandido que anda rondando por aquí cerca e intenta hacernos
una mala broma – murmuró Jasper, abrazándola completamente – Deberíamos ir a
investigar a los alrededores.

–¡Si! – Exclamó Emmett, somatando sus puños eufóricamente – Algo de acción y


sangre no vendría mal

–Si las conjeturas de Jasper son ciertas, NO vamos a golpear a nadie – le recordó
Edward, con el rostro viendo aún hacia el sendero de sepulturas que parecían
llamarle a coro – Emmett, Mike y yo iremos a revisar los alrededores – agregó,
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poniéndose de pie, dejando ver las cadenas plateadas que le colgaban a un costado
de su pantalón negro y la cruz, igualmente de plata, que reposaba sobre su pecho.

–Nos separaremos, mientras Jasper se queda con Ben, cuidando de ustedes –


continuó, mirando a las chicas que estaban sentadas frente a él

–Yo no necesito que me cuiden – refutó Rose, cruzando sus brazos y piernas con
soberbia.

–Yo si – contradijo Jessica, poniéndose de pie y encaminándose hacia Edward con


aire presuntuoso – Es más, si me dejaras acompañarte, me sentiría mucho más
segura

El chico se soltó, con gesto educado, de las manos que se movían por sus hombros
y dio dos pasos hacia atrás. Jessica, al notar el sutil rechazo, frunció los labios y
volvió a tomar asiento, sin poder evitar ver al alto muchacho de desordenados
cabellos color cobre y piel pálida, que resaltaba de manera excepcional gracias a su
vestuario fuliginoso.

–Emmett, tu ve en esa dirección – dijo Edward, al separarse del grupo – Mike, tú


por este camino y yo me iré derecho. Nos vemos aquí en quince minutos.

Los otros dos jóvenes asintieron para después recorrer el sendero que se le había
asignado respectivamente.

Tal y como anteriormente Edward había dicho, él caminó hacia el pasaje que,
desde su llegada, se le había pasado contemplando. Sus botas se hundían en la
tierra blanda y húmeda, haciendo de sus pisadas movimientos casi insonoros. Cerró
sus ojos, olvidándose del posible bandido que acechaba alrededor, al dejarse
inundar por la bella noche y su canto acechante. No había nada que a él le gustara
más que dejarse envolver por su suave manto oscuro...

Sus pasos se atajaron cuando, al despejar su vista, ésta se encontró, frente a


frente, con la imagen de una muchacha que se hallaba dándole la espalda,
mostrándole su larga cabellera castaña, que casi parecía negra. Se mantuvo en
silencio, sin saber muy bien por qué. Escondiéndose, cautelosamente, detrás de un
cenotafio, lo suficientemente alto y ancho como para cubrirle, y así permitirle la
discreción apropiada de seguir observándole. Una viva curiosidad se había
despertado en él. Tal vez se debía a las ropas que la cubrían, o el simple hecho de
verla sola, en medio de aquel lugar que, para muchos, se les presentaba tenebroso.

Intentó, con sigilo, verle el rostro. Más no le fue posible hasta que la misma joven
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giró su cuerpo, mostrando, ante él, la imagen más gloriosamente hermosa que
pudiera llegar a contemplar en toda su existencia. No sabía cómo describirla. No
encontraba las palabras para hacerlo. Simplemente, ella era sublimemente bella...
Con su piel pálida que parecía tener breves destellos bajo la plateada luna, daba la
apariencia de ángel que había caído del cielo y se encontraba perdido en aquel sitio.

No supo cuándo fue que sus pies le movieron para situarse frente a ella que, al
verlo, dio dos pasos hacia atrás, dando a mostrar, con su candela mirada, el
sobresalto que se había llevado por su repentina y apresurada aparición.

–Tranquila – calmó el muchacho – Disculpa, no fue mi intención asustarte... Lo


siento – volvió a repetir, ante el silencio de la castaña – No te pienso hacer daño...
¿Estás sola? ¿Te has perdido?

La muchacha lo miraba confundida. ¿Le estaba hablando a ella?

–No te he visto por aquí – prosiguió, y la forma en que esas gemas verdes se
clavaban justamente en su persona, no le dejaban duda alguna de que,
efectivamente, aquel joven estaba consciente de su presencia...

¿Acaso él no le temía? Si era así, no lo daba a demostrar en su mirada que, fuera


de mostrarse aterradora, era penetrante y brillosa. Con una luz que, nunca antes,
había contemplado en las pupilas de un mortal...

–¿Có...? ¿Cómo te llamas? – Respingó, cuando él le preguntó.

Y la duda incierta le paralizó. ¿Debía o no responder? Una parte de ella le incitaba


a hacerlo, pero la otra mitad, le aconsejaba que mejor desapareciera de la vista
esmeralda que no se despegaban de su rostro ni un solo momento. Ya bastante
anormal era que él pudiera advertirla... Eso bastaba para correr lejos de él... ¿Por
qué entonces sus pies se habían quedado aprisionados con los candados de esos
ojos?

–¡Edward! – la voz de Emmett y Mike llamaron a lo lejos, aproximándose


rápidamente.

La morena dilató su mirada. ¿Y si él no era el único que la podía ver? No podía


arriesgarse a tanto; así que, retrocediendo rápidamente, se fue alejando de Edward.

–¡Espera! – gritó éste, al verla partir y desaparecer, literalmente, en el aire.

Su cuerpo quedó inmóvil ante lo que había presenciado. No encontrando una


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explicación lógica de cómo aquella muchacha se había desvanecido en el aire. No
creyéndolo, más bien. Pero estaba seguro que no había sido producto de su
imaginación. Él no era muy creativo, al menos, no tanto como para dibujar aquel
rostro con esos detalles que le hacían único.

–¡Edward! – llamó Emmett, tras de él – ¿Qué haces? Llevamos varios minutos


esperándote.

La voz de su amigo apenas y llegaba a sus sentidos, los cuales estaban


completamente absorbidos, buscándola, intentándole hallar entre las sombras de
aquel cementerio e, ignorando a los dos muchachos que le hacían preguntas que su
mente no lograba procesar, caminó hacia la tumba en donde la había encontrado
sentada.

Mike y Emmett intercambiaron sendas miradas al ver que él paseaba la punta de


sus dedos en el cemento tallado y centraba su atención las letras grabadas en él:

Isabella Swan.

1986-2004

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Segundo Encuentro

¿Qué la hiere, amor mío; qué dolor la arrebata?Pues ella en soledad empalidece y
sus facciones lentamente se desvanecen.No puedo unirme a ella, me estiro hacia allí
sin sentido,mientras mis brazos rodean el silencio y el vacío

Amy Levy

Capítulo 2: Segundo Encuentro

–¿Se puede saber qué te pasa? – Le preguntó Emmett, mientras caminaban por las
húmedas y sombrías calles de un desolado parque – Estás muy callado.

–Que yo sepa, no soy de las personas que se la pasan charlando todo el tiempo

–Si. Pero no me refería a eso – aclaró el moreno – quiero decir, estás extraño (más
de lo normal), desde la noche en que fuimos al panteón.

Edward bajó el rostro y volvió a perderse, por un breve momento, en el recuero de


la hermosa castaña que había visto noches atrás...

–¿Cómo siguió tu hermana? – Emmett decidió cambiar el tema al notar la


incomodidad de su amigo. Sabía que si él le quería contar lo que le sucedía, lo haría
tarde o temprano. No era necesario presionarlo... Su amistad no necesitaba ese tipo
de exageradas atenciones.

Edward agradeció el gesto en silencio.

–Mejor. Terminó aceptando que fue su imaginación. Aunque tal vez...– detuvo sus
pensamientos de manera violenta. No. Aquello que estaba pensando era totalmente
imposible... – Pero no ha podido estar lejos de Jasper en ningún momento. Es una
ventaja que nuestros padres le tengan mucho aprecio por que, de otra forma, no
encuentro la manera de que él pudiera quedarse a dormir con ella para que esté
más tranquila.

–No pareces celoso – le apuntó su compañero – Un hermano normal lo estaría.

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–Confío en Jasper. Es un chico demasiado maduro y respetuoso. Además, sé que
quiere a Alice y eso es lo que realmente me importa...

–Tienes razón – admitió su amigo, suspirando profundamente mientras tomaba


asiento en una oxidada banca – Si tan solo Rosalie fuera la mitad de lo amable y
sencillo que es su hermano, otra cosa sería.

Pasaron unos segundos en silencio, hasta que Edward preguntó:

–¿Qué se siente? –

El moreno no entendió.

–¿A qué te refieres?

–¿Qué se siente estar enamorado?

–¿Y por qué me lo preguntas a mí? – se asombró el chico

–Por que tú lo estás de Rose

–¡Por supuesto que no! – Se apresuró a decir – ¿Cómo podría interesarme una
chica tan arrogante y soberbia como ella?

Edward soltó una pequeña risita. A veces Emmett podía llegar a ser tan infantil.

–Si no te interesará, no hablarías así de ella – resolvió

–Entonces, ¿Cómo? – exigió saber el otro joven.

–Simplemente, no lo harías – contestó él, encogiéndose de hombros ante lo obvio


de la situación – Cuando una persona no ocupa tus pensamientos, tampoco ocupa tu
lengua.

Otro pequeño lapso de tiempo transcurrió antes de que Emmett se enfurruñara en


la banca, gruñendo por lo bajo al verse descubierto. En momentos como ese era
cuando realmente odiaba lo perspectivo que podía llegar a ser su camarada.

–Deberías hablarle

–Como si fuera fácil – discutió él – Es una chica realmente complicada. Lo primero


que hará al saber de mis sentimientos hacia ella será burlarse.
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–El miedo es un sentimiento demasiado posesivo y autodestructivo ¿no crees? –
Inquirió Edward, sin esperar una respuesta, mientras se ponía de pie – Nos hace su
presa, nos toma como rehenes y nos alimenta diariamente de inseguridades,
impidiéndonos, con éstas, tomar riesgos que, muy probablemente, nos llevarían a
una gloria personal. No seas uno más de ellos, Emmett. Hay mucha gente
desgraciada, lamentándose y culpando al resto, por los infortunios que sus propios
temores les han causado. Soy tu amigo, pero no pretendas que yo te consuele
cuando, el mar creado por las aguas de tu tristeza, te haya ahogado de tal manera
que la sal de tus lagrimas te queme los ojos y la espesura de tu llanto te reviente los
tímpanos y no seas capaz de sentir nada más que dolor.

Emmett quedó solo a los pocos segundos después. No le sorprendió ni ofendió el


hecho de que su amigo se marchara de un momento a otro. Llevaba años de
conocerlo y siempre había sido así: Impredecible... solitario... La persona con la que
más solía pasar tiempo era con él. (Y no era un período que sobrepasaran los ciento
veinte minutos del reloj)

Edward caminó hacia el cementerio, ignorando lo tarde que era y las gotas de
lluvia que, después de un pequeño descanso, comenzaban a caer de nuevo. Se alzó
el cierre de su negra sudadera hasta el cuello y se cubrió los cabellos con el gorro.
Sus botas chapotearon en el agua helada que se estancaba en las calles, hasta que
llegó a la vieja entrada de arco. Un pequeño chirrido se escuchó cuando su mano
empujó la puerta, de delgados barrotes verticales, para penetrar por ella. Sus pies
se movieron directamente hacia la misma tumba en la que, noches atrás, había visto
a la misteriosa muchacha que no se borraba de sus pensamientos.

Llegó al sepulcro de cemento gris y empolvado en donde había tenido su extraño


encuentro. El lugar estaba vacío, viajó su mirada por todo alrededor y lo único que
pudo apreciar fue el lúgubre paisaje, simplemente adornado por los débiles rayos
platinados que se filtraban por la espesura de los arboles. Caminó y tomó asiento
sobre la piedra plana, sintiéndose absurdamente estúpido al reconocer que, si había
ido hacia allá, era sólo por la vana esperanza de volverse a encontrar con la castaña
de vestimenta negra y rostro pálido...

Esperó por un momento, tal vez durante el lapso de una hora o dos. El reloj ya
marcaba pasado de la media noche para cuando, resignadamente, se dispuso
regresar a casa. Esme seguramente estaría ya desesperada por su demora.

Apenas había dado el primer paso cuando se detuvo al verla. El asombro no se


hizo esperar en su expresión. No por miedo, o algún sentimiento que se le pareciera,
si no por que su belleza le resultaba inexplicable. La blancura de su piel le era única,
parecía como si ligeros destellos plateados se escaparan de ella... Si hubiera tenido
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alas, no hubiera titubeado al deducir que estaba frente a un ángel.

De manera indeliberada, impulsado por una fuerza recién nacida e recóndita, dio
un paso hacia el frente, el mismo paso que la castaña dio hacia atrás.

– No te asustes – pidió – no pretendo hacerte daño

Sus suaves palabras llegaron a los sentidos de la muchacha que no acababa de


comprender qué era lo que él quería, por qué estaba ahí, hablándole, en lugar de
salir despavorido lejos de ella. La mirada verde se fusionó con el café de sus ojos y
los pies se le volvieron a sembrar en la tierra, haciéndole imposible el replegarse
para cuando él se aproximó hasta que una distancia mínima fue la que los separó.

–No temas – volvió a repetir, avanzando mientras el extraño océano marrón le


ahogaba de la manera más deleitante posible. –¿Quién eres? – preguntó, sin dejarle
de contemplar bajo ningún instante; y la cuestión fue dirigida más hacia él que para
ella; pues no lograba explicarse qué era lo que lograba desconectarlo de esa
manera.

La muchacha se mantuvo callada.

Edward se percató de su vacilación, por lo que prefirió reprimir su curiosidad y no


forzarla.

–Está bien – dijo – Si no quieres contestar, no hay problema – sonrió

El rostro de Bella permaneció inalterado durante otro par de segundos más; pero
¿Es que acaso él no veía lo obvio? ¿No había tenido suficiente muestra que la que le
había mostrado aquella noche como para comprender que ella no era... no era
humana?

–¿Siempre vienes a este lugar?

Tampoco contestó, pero no era su silencio motivo para que el muchacho se


decepcionara y retirara. Al contrario, él se aturdía y maravillaba un poco más ante
su enigma que bañaba a los fríos vientos de una escancia incomprensible que le
rebatía con fuerza los pies y el corazón y le hacían desear saber los secretos que sus
discretos labios guardaban.

Edward se aproximó otro paso, rompiendo los límites apropiados entre ambos
cuerpos. Ella intentó retraerse, pero fue una gentil mano, que la tomó por la
muñeca, lo que la detuvo. Sus expresivos ojos se dilataron al entrar en contacto con
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el fulgor de esa piel humana y, con un movimiento un tanto violento, se soltó del
amable agarre y volvió a retroceder.

–Lo siento – se disculpó él, sin permitir que la distancia entre ambos se
acrecentara.

Ella cayó al suelo al tropezar con una pequeña roca.

Aquello era el colmo, pensó, ni aún siendo lo que era, dejaba de ser torpe...

–¿Te encuentras bien? –

Rechazó la ayuda que se le era ofrecida y dirigió su mirada hacia el oscuro


sendero del bosque que se abría a pocos pasos de ella.

Sólo era cuestión de desvanecerse durante el poco tiempo que le era posible y
adentrarse en él para correr y, así, aislarse de mortal que le miraba con expresión
atormentada y convicta. Sólo era eso... Una actividad sencilla que no le tomaría más
de dos segundos; pero...

–Lo mejor será que me marche – murmuró Edward, suspirando, resignadamente,


al notar que, de alguna manera inexplicable, su presencia la asustaba – No quiero
que por mi culpa te sigas lastimando...

La forma de hablar se le perdió justo cuando, al intentar incorporarse, una suave


mano jaló la suya, imposibilitándole alejarse. Retomó su original posición de manera
lenta, casi sin atreverse a respirar, como si un falso movimiento pudiera provocar
que ella se arrepintiera y le soltara.

Y es que él no quería ser liberado... aún no.

Cuánto hubiera dado por poder leer su mente y así saber qué era lo que
significaba el brillo pardo de sus pupilas. Cubrió la mano que sostenía la suya con la
otra que tenía libre, palpando la piel de apariencia y sensación extremadamente
fina. Pensó, debido a lo mismo, en lo posible que sería para ella el mezclarse con el
viento y desaparecer...

Fue entonces cuando recordó lo sucedido la noche anterior...

–Aquella vez que te encontré, te marchaste demasiado rápido que pareció como si
te hubieras vuelto invisible – comentó, sonriendo por el absurdo camino que sus
pensamientos habían tomado los primeros minutos que pasaron después de haberla
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perdido.

Bella bajó el rostro. Tal parecía él no sospecha, ni en lo más mínimo, que no eran
iguales. Tal vez, era por lo mismo que él aún seguía a su lado... ¿Pasaría lo mismo si
se enterará de la verdad? Por supuesto que no.

El dolor pintado en su expresión no pasó desapercibido para el oscuro chico que,


apretando gentilmente el agarre de sus manos contra las otras, intentó disipar la
desconocida tristeza que surcaba a la mirada chocolate.

–Me gustaría tanto saber cómo te llamas – susurró

Bella sabía que no debía de responder. Ella no podía comunicarse con él. Los
límites de la naturaleza se lo impedían y, aún sabiéndolo, quería hacerlo... Una voz
interior le pedía que lo hiciera y, siguiendo ese instinto enfrenadle, murmuró:

–Isabella

Su voz delicada y vibrante, tan ligera y exquisita, como el repiqueteo de pequeñas


y lejanas campanas, era igual de hechizante que el castaño de sus ojos.

Tan encandilado, tan idiotizado, tan abandonado se encontraba Edward, que le


tomó más de dos minutos el encontrar la relación que tenía ese nombre con lo
familiar que se le presentaba en la memoria.

Sus movimientos fueron lentos al transitar su mirada hacia la tumba que yacía a
su costado izquierdo y los ojos se le nublaron al comprobar que, efectivamente, las
letras talladas en el cemento decían lo mismo...

–Eres Isabella Swan – dijo, con voz apenas audible y, a pesar de que Bella sabía
bien que el comentario no había sido dirigido hacia ella (pues, lo que Edward había
dicho era más bien para convencerse a él mismo) y que tampoco se trataba de una
pregunta, contestó:

–Si...

Ay T_T Disculpen la terrible demora. (Si, si, sé que no tengo perdón) pero
ah T_T me encuentro terriblemente ocupada. T_T lo siento. Trataré de
actualizar lo más pronto posible la próxima vez, por cierto, muchísimas
gracias por sus comentarios y la bienvenida a este fic ^^. Espero les haya
gustado el segundo capítulo y, si pueden, me hagan saber su opinión :-P

- 16 -
Gracias por leer ^^

Atte

AnjuDark

- 17 -
Fantasma

Y si alguna vez quieres regresar, no importa cómo, hazlo.

Yo te espero cada noche, frente a tu altar, y lloro, cada día, tu recuerdo.

AnjuDark.

Capítulo 3: Fantasma

La castaña esperaba, sumergida en un perenne y precario silencio, la supuesta


reacción atemorizada del muchacho. No tenía mucha noción del tiempo. Toda su
concentración estaba en él, en lo que se venía. Estaba segura que, de haber
necesitado realmente respirar, su pálido rostro se hubiera tornado morado por la
falta de oxigeno, pues, desde su imprudente confesión, se había quedado
completamente inmóvil, con la espalda totalmente erguida, como una estatua de un
divino ángel oscuro que guarda por una profecía.

Más sin embargo, pasaron un minuto, y dos, y tres y cuatro... y él seguía ahí,
frente a ella, con sus gemas verdes disipadas en el vacío, canalizando las pocas,
pero significativas, palabras dichas e intentando relacionarlas con la fantasía, la
realidad y lo lógico.

Al fin, ya contados varios suspiros. La mirada masculina penetró en sus pupilas


color chocolate, traspasando su alma, sus sentidos, su muerte. Las manos de él
quemaron al apretarse gentilmente contra las suyas. Hacía ya tanto que se había
resignado a ya no sentir y ahora... Todo parecía tan distinto, al menos por ese
pequeño lapso de tiempo.

–Significaba alguien muy especial para ti, ¿no? – Preguntó él, con voz baja –
¿Quién era? ¿Tu madre...?

Balla no lo pudo creer. ¿Es qué acaso nunca se iba a dar cuenta?

Pero, la verdad, el problema no radicaba tanto en entender o no, si no, más bien,
todo era cuestión de querer aceptarlo.

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Ella no se imaginaba, ni si quiera de lejos, todo el debate interno que surcaba la
mente del muchacho. La rotunda resolución de no consentir lo que era obvio. El afán
de suplantarlo por lo que, humanamente, era lo más racional. ¡Y es que no podía
ser! ¡Aquello era absurdamente imposible! Tal vez mirar tantas películas de temas
sobrenaturales le habían afectado el raciocino. Esta conjetura también era mucho
más factible que la que se empeñaba en salir y él desistía con dejarle en libertad.

Pero, ¿Por qué, a pesar de que el tiempo transcurría, ella no contestaba? ¿Qué era
lo que pasaba? ¿Qué esperaba para hacerlo? ¡Necesitaba que le respondiera! ¡Era
preciso que le tranquilizara con un "Si, era mi madre" o algo por el estilo!

–¿Era tu abuela? – insistió suavemente, pese a lo carcomido que estaba gracias la


espera.

Por primera vez, Edward Cullen no podía dominar su paciencia.

Bella bajó el rostro y las comisuras de sus labios se vieron levemente caídas.

Adiós, dijo mentalmente.

Era extraño, tal vez hasta enfermizo, pero esos dos encuentros fugaces habían
bastado para que, en ese momento, una ligera punzada de melancolía le oprimiera el
pecho. Seguramente era el precio que había que pagar por haber permitido que un
humano entrara en contacto directo con ella. Aún así, había tiempo para remediarlo.
Para ponerle fin a todo.

Inspiró profundamente, antes de contestar:

–No – sintió sus manos vacías al verse liberada por el cálido contacto que
anteriormente las asía. Aún así, prosiguió. No tenía caso alguno si le mentía. Nada
cambiaría la realidad... – No – volvió a repetir – No es mi madre, ni mi abuela, ni
ningún otro familiar o amigo el que se encuentra debajo de esta tumba. Soy yo. Es
mi cuerpo y esta, la que tú tocas, es mi alma.

Y la palabra que Edward tanto había retenido, estalló como una imperiosa bomba

¡Fantasma!

Isabella Swan era un... fantasma. Así de simple, así de complejo.

El silencio se levantó por segunda vez, bañando al aire de pesadez y tensión que
se tornó insoportable para la muchacha que, prefiriendo ser ella quien huyera
- 19 -
primero, se levantó, dispuesta a alejarse de manera "normal". No era necesario el
desvanecerse frente a sus ojos para recalcar lo confesado. Sin embargo, ni bien se
hubo incorporado, la mano de Edward la asió de nuevo. Con mucha más fuerza que
antes.

–No te vayas – suplicó éste, sin salir de su trance. Su vista se posó en la pequeña
mano que sostenía.

Tan delicada, tan frágil y fría... pero, al final de cuentas, palpable. ¿Qué no se
suponía que los fantasmas eran "alucinaciones" enviadas directamente a la mente y,
por lo tanto, no tenían masa y no se podían tocar? Sin embargo, pese a lo
contradictorio de la situación, debía admitir que siempre supo que había en ella algo
diferente. Estaba claro que humana no era. Una persona tan hechizante no podía ser
un simple mortal... Pero ni en sus más locos sueños pensó el encontrarse con un...
fantasma.

Sonrió, ante lo irónico de la situación. ¿Quién lo imaginaría? Para él los espíritus


siempre habían sido personajes de relatos de terror. Meras fantasías que servían
para las noches de cementerio. Y habría que mirarlo ahí, al lado de la tumba de una
joven muchacha que se había presentado frente a él como una insólita aparición de
ensueño.

A Bella le extrañó mucho el gesto. ¿Acaso no estaba aterrorizado? La verdad era


que no. Asombrado, si. Pasmado, tal vez. Consternado, un poco. Pero aterrado,
jamás. Lo que si sentía era tristeza, demasiada tristeza por no saberla viva...

–¿Eres de aquí? – quiso saber. Según la fecha tallada en el cemento, ella había
muerto cuatro años antes. Él había llegado a Forks tenía apenas dos inviernos, así
que eso explicaba por qué nunca antes le había conocido.

Bella asintió.

–¿Acaso no estas asustado? – se atrevió a preguntar.

–¿Debería de estarlo?

–No lo sé. No todas las personas lo toman tan bien como tú el encontrarse con
un... con un anima.

Tuvo deseos de contestar "No todos corren con la suerte de toparse con ángeles",
pero se contuvo. Era muy pronto para hacer ese tipo de comentarios y no quería
inquietarla.
- 20 -
–Siempre pensé que los seres como tú eran... diferentes. No sé si me explico

Bella sonrió ligeramente y su rostro se coloreó mucho más hermoso que nunca.
Dejando a Edward en un estado de idiotez profunda.

–Los libros de terror suelen darnos demasiadas características que resultarían


ventajosas para nosotros.

–Te puedo tocar – dijo él, apretando sus dedos alrededor de su mano para
enfatizar el hecho – ¿Qué no se supone que no debería poder?

–Si – asintió Bella, meditabunda – Tampoco deberías poder divisarme – agregó – y,


sin embargo, lo haces.

–Mi hermana también te vio.

–Son muy pocas las personas que pueden percibirnos y ni qué decir de quienes
puedan tocarnos, realmente es algo poco usual. Supongo que tu familia tiene sangre
vidente.

–No lo creo – discutió Edward – Tú eres el primer espíritu que miro.

–Eso no es verdad – negó la castaña – Si me ves a mí, quiere decir que miras a
todos los que son como yo, sólo que no te has dado cuenta. Por ejemplo ahora, da
media vuelta – indicó.

El muchacho obedeció y los ojos se le dilataron al encontrarse con varios


espectros alrededor de él.

Y si, efectivamente, parecían personas normales. Tal vez demasiado pálidas, pero
no se encontraban flotando por los aires ni emitiendo sonidos extraños. Nadie se
había tomado el tiempo de mirarle, es más, casi podía jurar que ignoraban su
presencia, con excepción de unos cuantos, que le observaban fijamente. Era casi
mágico el solo figurarse las veces que se pudo haber encontrado con esos espíritus y
él los había tomado como personas normales vagando por las calles...

¿Habría pasado lo mismo con Bella si no se la hubiera encontrado específicamente


aquella noche en ese lugar? Dudaba que una beldad como ella pasara desapercibida
entre un mar de gente. Pero Edward no era de los que prestaba demasiada atención
a su alrededor si de humanos se trataba, así que no podía asegurar nada.

Los fantasmas le seguían mirando. Algunos ya se habían ido. Bella permanecía a


- 21 -
su lado. Tal vez era la última vez que le vería, quería disfrutar del momento. En sus
cuatro años como muerta era la primera vez que sentía deseos de estar con un
mortal con otro fin que no fuera el alimentarse de él.

Los espíritus mayores se fueron, sin decir palabra alguna. Era demasiada
afortunada de encontrarse en un lugar donde las almas buenas abundaban. Edward
siguió cada uno de sus pasos y un escalofrío recorrió su espalda al ver cómo sus
figuras se desvanecían en el aire.

–¿Có-cómo hacen eso? – tartamudeó.

–Es un pequeño truco – no fue la voz de Bella la que contestó. Inconscientemente,


retrocedió cuando la pequeña figura de una niña, de aproximadamente siete años,
caminó hacia él – Es demasiado divertido. Lástima que solo podemos usarlo por tres
minutos.

Edward no entendía nada, pero no tuvo tiempo de protestar, pues, de repente,


sintió los parpados muy pesados y no vio más que oscuridad...

–Edward, Edward – el angustiado llamado de Esme le fue despertando poco a


poco. Abrió sus ojos con lentitud, esperando, pacientemente, a que lo nublado de su
vista se disipara por completo.

–Ya despertó – anunció Alice.

–Edward, ¿Me escuchas? – esa era la voz de Carlisle.

El chico se fue incorporando hasta quedar sentado y comprobar que,


efectivamente, se encontraba en su casa.

–¿Qué paso? – preguntó en voz alta, haciendo eco de sus pensamientos.

–Creo que esa pregunta deberíamos de hacerla nosotros – dijo Alice, con un poco
de reproche. La había pasado demasiado fatal al verlo desvanecido tantas horas y se
encontraba un poco molesta.

–Hijo, ¿no recuerdas nada?

–No – mintió Edward. Era claro que si narraba todo lo que le había sucedido, lo
más probable sería que al segundo siguiente se encontrara en un hospital
psiquiátrico, con una camisa de fuerza apretándole el cuerpo - ¿Cómo fue que llegué
hasta aquí?
- 22 -
–Apareciste tirado en la entrada de la casa – explicó Esme, acariciándole los
cabellos con ternura – Tocaron el timbre y salimos a ver de quién se trataba, pues ya
era demasiado noche. No sabes el susto que nos hemos llevado.

–Lo siento – susurró. De las cosas que más odiaba era causar problemas

–¿Dónde estabas? – Preguntó Alice – hablé con Emmett y dijo que se habían
separado dese hacía ya varias horas.

–Fui a dar una vuelta al cementerio – confesó.

Su hermana le hizo una mueca y Esme suspiró resignadamente, siendo imitada por
Carlisle. Bajó la mirada, apenado.

–De ahí... ya no recuerdo qué paso – balbuceó, el mentir no estaba entre sus
preferencias, pero no encontraba otra forma de escapar.

–Lo importante es que has llegado a casa a salvo – confortó su madre, abrazándole
– Pero, por favor, cariño, intenta no estar en la calle tan noche.

Después de ser obligado por Esme a tomar un vaso de té, subió a su recamara. La
habitación era pequeña, pero muy organizada. El color que más abundaba era el
negro y había un estante repleto de CD's y libros. El muchacho se dejó caer sobre su
cama, hundiendo el oscuro edredón con su peso. Tomó el control para encender su
pequeño, pero potente, aparato de sonido e, inmediatamente, el alrededor se llenó
con el eco de las guitarras eléctricas y voces guturales de su banda favorita.

Entonces, se acordó de todo: A Bella y su pequeña platica con ella, los fantasmas
que habían aparecido y desaparecido después... y por ultimo, a la niña de cabellos
rubios y rizados que se le había acercado.

¿Se habría tratado todo de un sueño? ¿Cómo es que había llegado hasta la puerta
de su casa, que se encontraba a varias cuadras de distancia de donde, se suponía,
estaba originalmente?

El amable toque de nudillos le sacó de sus cavilaciones.

–Adelante – indicó y bajó el volumen de la música al ver a su madre entrar.

–¿Te he despertado?

–No, aún no dormía. ¿Ocurre algo?


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–Sólo venía a desearte buenas noches – sonrió Esme, de maneca cálida, mientras
se acercaba para depositar un beso sobre su frente.

–Siento haberte preocupado

–No pasó nada, cariño. Pero, ten en cuenta que cualquier problema, por muy
mínimo que sea, puedes contármelo.

–Gracias – dijo Edward de manera sincera y, alentado por las palabras


anteriormente escuchadas, preguntó –: Mamá, ¿Tu crees en fantasmas?

–¿A qué viene esto? – inquirió la señora, con una divertida sonrisa. Lo cual dejaba
en claro su respuesta.

–Era una simple curiosidad – contestó el muchacho, disimulando su decepción – ya


sabes, libros de terror

–Pareces preocupada – indicó la pequeña niña, mientras Bella jugaba


nerviosamente con sus manos

–Lo estoy – admitió la castaña – No debiste de hacerlo, Cristal. Viste cuántos


habían estado a su alrededor antes, no debiste de acercarte tanto.

–Te juro que no fue mi intención. Yo sólo quería explicarle mejor las cosas. Parece
alguien amigable.

Bella suspiró profundamente y sonrió a Cristal de manera comprensiva. Sabía que


decía la verdad; pero el solo recordar cómo Edward había caído a sus pies,
completamente desvanecido, le erizaba los sentidos.

–Posee un alma fuerte – dijo una voz detrás de ella – De no haber sido por Cristal,
que, de manera involuntaria, se alimenta más de lo debido de cuanto humano tenga
cerca, seguramente hubiera seguido de pie.

–¡Erick! – exclamó la pequeña, lanzándose hacia el niño de cabello oscuro que la


recibió con afecto – De verdad no fue mi intención el hacerlo. Se veía tan bien. Tan
lleno de energía, pensé que mi presencia no le afectaría.

–Era de esperarse – terció Bella, con voz atormentada – la mayoría del tiempo su
mano se mantuvo aferrada a la mía, después todos los que se acercaron para
demostrarle que no era la única a la que podía ver y, por último... – la voz huyó de su
garganta por un momento – Qué estúpida... él pudo haber muerto y hasta ahora soy
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consiente de ello.

–No te preocupes – tranquilizó Erick – no le pasó nada grave y se recuperará. Ya te


dije que posee un alma demasiado fuerte. Así que no hay problema alguno en que te
siga frecuentando. Cristal se mantendrá lejos, si es necesario, para evitar que se
desvanezca.

–No – tajó Bella, con voz triste – Él ya no debe de venir a buscarme.

–¿Por qué? – Se asombró Cristal – No es nada malo. No serías la única que


interactúa con un mortal. Bueno, en estos momentos si – agregó – pero
anteriormente muchos de nosotros nos hemos hecho amigos de los humanos. Es
demasiado divertido. Lástima que cada vez son menos los que son capaces de vernos
y creen en nosotros.

–Aún así, dudo mucho que regrese y, si lo hace, le diré que ya no lo haga más.

–No entiendo, ¿cuál es el problema?

–Es simple – contestó Bella – Él está vivo y yo muerta...

Y un fantasma no debe de encariñarse nunca de un mortal, ¿Verdad?... Eso solo


traería desgracia para ambos...

Hola. Bueno, aquí está otro capítulo más. ¿Qué les ha parecido? ¿Tienen
dudas? Bueno, en los siguientes capítulos se irán aclarando más ^^- Gracias
por leer y disculpen la demora. Les anticipo que, seguramente, tardaré en
actualizar, puesto que me encuentro de vacaciones ^^. Pero trataré en no
demorarme mucho, lo prometo. Un saludo y gracias por todo.

Atte

AnjuDark

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Rosas para una Tumba

Mi vida se convirtió en un eterno esperar.

La ansiedad me corroía por dentro, como un grito que nunca se termina de


proferir,

pero que sigue latiendo en los oídos con un palpitar que no deja lugar para
otro pensamiento.

El sueño de una Tumba – el espejo gótico.

Capítulo 4: Rosas para una Tumba

Edward interrumpió su marcha al visualizar un pequeño puesto de flores y,


desviando su camino, se dirigió hacia él. El resto de sus compañeros intercambiaron
miradas extrañadas

–Pueden seguir sin mí – alentó, implorando por que le hicieran caso – Yo tengo
algunos pendientes que hacer.

Alice, Jasper, Rose, Jessica y Mike asintieron, y retomaron sus pasos. Solo Emmett
le ignoró y fue tras él

–Buenas tardes, joven, ¿Qué se le ofrece? – preguntó la amable señora en cuanto


él se acercó y viajó su verde mirada por cada una de las flores que se exhibían

–¡Con que flores, eh! – la voz de Emmett le alarmó. No se había fijado que estaba
detrás de él – ¿Conozco a la chica?

–No – se limitó a responder

–¿Pero cómo? Soy tu mejor amigo y no...

–No es para una chica – aclaró.

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El moreno hizo una mueca. No entendía.

–Tampoco es cumpleaños de Esme – adivinó Edward sus pensamientos,


conteniendo una risita. Su amigo, a veces, era demasiado predecible – Son para...
una tumba – ¿Le parecería extraño?

En un principio si. Pero Emmett lo "comprendió" rápido. Al final de cuentas,


Cullen era una persona con tendencias... lúgubremente extrañas. Si le encantaba
caminar a media noche por los cementerios y en su cuarto había una colección de
imágenes tétricas, ¿Por qué no habría de gustarle decorar los sepulcros con flores?
Aún así, el moreno no pudo evitar que un escalofrío le recorriera el espinazo.

–¿Una tumba? Vaya... eso si que es algo... nuevo.

Edward suspiró. ¿Creería su amigo que estaba loco si le contaba la verdad? Una
vocecita interior le aconsejó que era mejor esperar y le hizo caso. Se sintió molesto
consigo mismo, pues, tendría que mentir otra vez.

–Parece estar muy olvidada – hasta ahí, el engaño no era tan grande, pues,
ciertamente, eso pudo apreciar las dos veces que había ido a ese lugar – pensé que
no le caería mal algunas flores que le adornaran; pero no sé cuáles elegir.

Emmett cogió un hermoso alcatraz.

–Este me gusta

Edward negó con la cabeza

–No son para Rose – recordó, sonriendo ligeramente ante el gesto refunfuñado de
su amigo

–A veces siento que puedes leer los pensamientos de los demás. Generalmente,
siempre sabes lo que pasan por nuestras cabezas.

–No es eso – discutió él, viendo detenidamente a todos los capullos que reposaban
sobre sus vasijas de cristal – Pero las flores nos recuerdan mucho a la gente que es
especial para nosotros. Es por eso que siempre son un buen regalo. Es como darle a
la persona un pedacito de su propia alma, su misma esencia. A ti te gusto la alcatraz
por que te recordó a Rose. La forma altiva de sus pétalos es muy similar a cuando
ella camina y te mira por encima del hombro ¿no es así? – él moreno asintió, viendo
mientras tanto, que él tomaba una pequeño botón de una rosa blanca – Al fin la he
encontrado – anunció Edward, con una tenue sonrisa – esta es perfecta para ella.
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Ya estaba oscuro para cuando Edward abandonó su casa y caminó, a grandes
zancadas, hacia el cementerio. Al llegar a la empolvada tumba, se descolgó la
mochila de sus hombros y sacó un delgado pañuelo que le ayudó a limpiar al
cemento del espeso polvo que la cubría. Suspiró profundamente, mientras tomaba
asiento y se disponía a esperar; había tantas preguntas por hacer, ¿Cómo había
llegado a su casa la noche pasada? ¿Por qué se había desvanecido de esa manera
tras ver a la rubia niña? Había tanto por hablar. Sin embargo, las horas pasaron,
trayendo consigo el espesor de la noche que se agudizó con el cantar de las
lechuzas, y ella no apareció en ningún momento. Su verde mirada se paseó por cada
centímetro alrededor, encontrándose con una que otra alma andante, a las cuales,
él, en un pasado, había llegado a confundir como veladores del panteón. Era curioso
el notar cómo ellos no le tomaban importancia, el comprobar que, durante casi dos
años, había vivido engañado al pensar que eran humanos.

Estiró las piernas y abandonó sus pies en la tierra humedecida por la ligera lluvia
que empezaba a caer. Miró el reloj de su celular y sus esperanzas se esfumaron al
ver que ya era más de media noche... Suspiró resignadamente y se levantó, no
quería volver a preocupar a Eme; pero, antes de irse, extrajo, con mucho cuidado, la
pequeña rosa blanca que había comprado en la tarde y la acomodó en el centro del
cemento, justo debajo de donde estaba el nombre de la chica tallado.

–Hasta pronto, Bella – susurró, paseando la punta de sus dedos por una de las
líneas de la tumba. Después, dio media vuelta y se marchó, ignorando que, todo ese
tiempo, un par de ojos castaños le había estado observando, escondidos detrás de un
espeso árbol.

–¡Ya se va! – anunció la aguda vocecita de Cristal.

La morena bajó el rostro y sus espesos cabellos cubrieron la tristeza que se dibujó
en sus labios.

–Mejor así...

–¡Mira lo que te dejó! – Exclamó la animosa niña, jalándole de la mano y


haciéndola caminar – ¡Una rosa!

La castaña no pudo evitar el tomar el pequeño botón entre sus manos.

–Es muy pequeña.

–A mí me gusta – dijo, apenas y escuchando las quejas. Estaba demasiado


concentrada en pasear sus dedos por los suaves y delicados pétalos de su regalo.
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Sonrió ligeramente, mientras tomaba asiento sobre su tumba y se perdía en su
ensoñación.

–Parece que le gustas a ese muchacho

Ella negó con la cabeza.

–Seguramente es sólo la intriga que le causo. Al final de cuentas, fue por mí que
descubrió que puede ver fantasmas. Pobre, ha de estar demasiado confundido.

–Pues no se parece asustado

–No – su sonrisa se ensanchó – es muy valiente.

Cristal se sentó a su lado, jugando con uno de sus dorados rizos

–¿Por qué no saliste a verlo? Te estuvo esperando mucho tiempo

–Ya te dije que no me interesa vincularme con un mortal... No tiene caso alguno
que lo haga.

–No pierdes nada con intentarlo. Es divertido. Suelen ser muy buenos amigos.

–¿En qué aspecto? – Quiso saber la castaña – ¿Qué puede haber de gracioso en
una relación que, se sabe desde un principio, es naturalmente imposible? Los
muertos y los vivos están separados en dos mundos totalmente diferentes. La misma
naturaleza así lo quiere, por eso la mayoría de ellos no puede vernos.

–Tú misma lo has dicho – señaló Cristal – "la mayoría no puede vernos", pero él si.
Eso quiere decir que la naturaleza acepta que...

–No puedo, Cristal – interrumpió Bella – Yo... no puedo tolerarlo. Me da miedo

–¿Miedo a que?

–Supongamos que acepto que él me visite las veces que quiera, que nos hagamos
amigos y se forme un vínculo, que, como tú dices, sea fuerte y divertido; pero... eso
no es eterno y lo sabemos. Él está vivo, rodeado de mortales, y algún día llegará
algo o alguien a su vida que sea más importante que mi alma. Un día, él tendrá un
trabajo, a alguien a quien amar y proteger, y me dejará. ¿Qué haré yo en ese
entonces, si me llego a encariñar más de lo debido?

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Cristal bajó la mirada. Sabía a lo que se refería, estaba consiente de ello pues ya le
había pasado con anterioridad.

–Tienes razón – admitió la niña – los humanos están vivos y nosotros, los
fantasmas, estamos muertos. Ellos se aburren de nosotros en algún determinado
tiempo de sus vidas y nos olvidan fácilmente, sin si quiera darse cuenta. Eres muy
inteligente y precavida, Bella – felicitó, sonriendo tristemente – la mayoría no
aprendemos esta lección hasta ya haber pasado por lo mismo una y otra vez.

La castaña miró fijamente a Cristal. Era en esos pequeños lapsos de tiempo, en los
que su infantil y hermoso rostro se tornaba serio, cuando se le hacía más fácil el
creer que llevaba muerta más de cincuenta años. Su historia era triste, si. Todos los
que se encontraban vagando en ese lugar la tenían, pues, de no ser así, no estarían
ahí.

–Pero esa clase de sentimientos tienen sus ventajas – interceptó una tercera voz.
Las tristes facciones de la pequeña se reemplazaron, la instante, por su común
entusiasmo y felicidad, al ver llegar a Erick, quien la recibió entre sus brazos y la
acomodó en su regazo – el saber que somos capaces de aún sentir felicidad, tristeza,
amor... dolor, significa que seguimos conservando parte de nuestra alma mortal, y
no solo somos espíritus errantes, caminando sin rumbo en la tierra, por no haber
sido recibidos por las puertas del cielo ni del infierno.

Bella suspiró melancólicamente y fijó su mirada en las ánimas que pasaban frente
a ella con la vista perdida. Sin si quiera verle ni escucharle. Recordó el momento en
que "despertó" con esta nueva forma y el miedo que sintió al no ser reconocida por
nada ni nadie... hasta que Erick y Cristal le hablaron.

–Hay demasiadas almas perdidas – murmuró y los dos niños asintieron – Todos
tenemos ese fin, ¿No es así?

–No – contestó Cristal, apretando sus bracitos alrededor del cuello de Erick – Mi
Erick y yo no nos perderemos jamás por que estamos juntos y nos amamos, ¿no es
así?

El niño asintió, besando su frente.

Bella apartó la mirada del afable cuadro. A veces sentía que estaba de más entre
ellos dos.

–Entonces, es el dolor o la perdición – musitó la castaña para sí misma, mientras


alzaba la mirada y veía lo plateado de la luna – Ni pensar que muchos dicen que,
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cuando las personas mueren, todas descansan de sus dilemas...

Los días comenzaron a transcurrir y, con ellos, Edward compraba siempre un


pequeño capullo blanco para llevarlo por la tarde al cementerio, con la esperanza
fija de encontrar, por tercera vez, a la hermosa castaña que no se le arrancaba del
pensamiento.

Pero el tiempo pasó hasta que los días completaron una semana, y las semanas un
mes, y ella nunca apareció otra vez. Siempre escondida cuando él ahí estaba, le
observaba desde la oscuridad, con el miedo y la esperanza mezclados de que,
seguramente, al día siguiente, ya no regresaría.

¡Qué alivio y qué desazón le invadían al comprobar que Edward siempre volvía! Y
cómo le placía perderse en la forma angulada de sus pálidas mejillas y el verdor de
sus ojos, que deslumbraba cuando paseaba su mirada por el alrededor. Sonreía
mientras lo observaba jugar, pacientemente, con sus dedos, o tomar un libro y
leerlo, mientras esperaba.

Ahh... pero no le gustaba, para nada, verlo marchar siempre con la misma luz
disipada en sus pupilas. Ni mucho menos le entusiasmaba el ardor que se
acrecentaba en su pecho y el impulso, cada vez más enfrenadle, que le motivaba a
querer mover los pies para alcanzarle. Mas era necesario, ¿no? Tenía que ser fuerte
y soportarlo. Algún día (que ella, egoísta y masoquistamente, esperaba no fuera
cercano) él dejaría de buscarla. Dejaría de dejarle sus rosas blancas, que ella cogía
con tanta delicadeza y las guardaba contra pecho. Algún día, él se cansaría de
convivir con la nada... ¿Verdad?

El crepúsculo estaba muriendo para cuando Edward arribó, como todos los días, a
la necrópolis. Tomó asiento y sacó un ancho libro para leerlo, siguiendo la misma
rutina que a Bella le parecía igual (o si se podía más) de maravillosa, no importaba
las veces que le divisara.

La noche cayó, y, tras la lluvia de la tarde, arribó consigo una espesa neblina que
hizo descender la temperatura de manera atroz. Pensó la castaña que tanto temple
provocaría que él abandonara el lugar de manera más pronta, pero, como ya era
costumbre, sus teorías estaban lejos de la realidad, pues Edward no solo respetó su
horario de estancia si no que, cuando el reloj marcó la media noche, sacó de su
mochila un termo y, sirviéndose un vaso de café, se acomodó más plácidamente
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sobre el sepulcro.

–¿Qué piensa hacer? – Se extrañó Cristal, haciendo eco a los pensamientos de


Bella – parece que se piensa quedar toda la noche.

–Está loco – susurró la morena, prestando más atención a la espesa niebla que se
comenzaba a formar y cómo Edward metía sus manos en las bolsas de su chamara
(la cual, cabe decir que no era muy gruesa)

–Deberías de salir a verlo

–No – espetó rápidamente – El frío no tardará en ahuyentarlo...

Y si. La verdad era que la glacial temperatura se clavaba en el cuerpo del


muchacho como filosos cuchillos que le cortaban la piel. Pero no se iría. Aún así si la
sangre se le congelaba, no lo haría. Durante todas esas semanas no se había logrado
desprender de la imagen de sus ojos color chocolate, de su pálido rostro y su voz
frágil. Durante ese tiempo, había llegado a pensar que tal vez todo había sido un
sueño. Pero, ya fuera ilusión o realidad, ella estaba presente a cada paso que daba y
esa noche soportaría todo con tal de verla... Un esfuerzo extra debería tener alguna
recompensa, ¿no?

–¿Qué espera para irse? – murmuró impacientemente Bella, al verlo encogerse y


temblar.

–No se irá si no te mira – adivinó Cristal, pero ni bien había terminado de hablar,
se vio abandonada por su amiga.

Una sonrisa se dibujó en sus rosados labios al ver a Bella caminar hacia él.

–¿Qué te parece si vamos a pasear por el río? – propuso Erick, apareciendo a su


lado. Ella asintió y, juntos, se marcharon para dejar a Bella sola con Edward.

La castaña se acercó a él con pasos vacilantes. Sabía que no estaba haciendo lo


mejor, que estaba fallando a sus propias palabras, que el tener otro encuentro con
ese muchacho significaría el fracaso de su resolución por mantenerse distante. Pero,
extrañamente, poco le importaba en ese momento. Lo único que quería era
asegurarse de que él estuviera bien.

Edward mantenía la vista puesta en el suelo, con la cabeza cubierta por el gorro
de su sudadera y con sus manos aferradas en la tela, tratando de concentrar el
mayor calor posible. Sentía el cuerpo entumecido y unas endebles capas de hielo se
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estaban formando en los húmedos cabellos que habían quedado al descubierto. De
pronto, vio un par de pies descalzos y, atropelladamente, alzó la mirada.

El frío dejó de tener importancia al encontrarse con el marrón de sus ojos.

–Ya sabía que volvería a verte – sonrió, exhalando una fina capa de humo, mientras
se ponía de pie para recibirla.

Bella se perdió en la forma de sus labios, que tiritaban, y la forma en que sus
pálidas mejillas se habían pintado tenuemente a causa de la extremadamente baja
temperatura. Suspiró profundamente y después se acercó más.

–¿A qué has venido? – Preguntó, con su voz suave – Vete a tu casa. Hace
demasiado frío.

–N-no – discutió el muchacho, luchando por que la voz no se le quebrara – no me


iré. Todas las noches he esperado a que volvieras a aparecer... y ahora...

–¿Haces todo esto solo por verme?

–No – admitió él, con una sonrisa triste – H-hago todo esto para conocerte.

Ella bajó el rostro, apenada. Entonces él se fijó en que su cabello parecía más bien
una cascada de hielo café. Seguramente se había mojado mientras llovía en la tarde

– ¿Qué haces? – se extrañó Bella, al ver que comenzaba a deshacerse de su


chamarra para dársela.

– Abrígate – pidió.

La morena no terminaba de entenderlo. ¿Cómo era posible que él estuviera


preocupado de lo que pudiera o no sentir una muerta? ¡¿Cómo?

–No puedo aceptarlo

–Hazlo – insistió – ¿Me dirás que no eres capaz de percibir el frío o el calor?

Tardó un poco en contestar. No sabía si decirle o no la verdad. Al final de cuentas,


era complicado de explicar cómo, siendo un alma errante, apreciaba todo de una
manera diferente... ¿Entendería que, aunque su piel sí lograba captar las punzadas
que el viento helado le traían, no eran tan incomodas como seguramente a él le
resultaban? Además, y lo más primordial en ese momento, aún si ella fuera
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enterrada bajo hielo, no importaba. Ya estaba MUERTA.

Intentó devolver la prenda una vez más, pero un par de gélidas manos se
apretaron contra las suyas y la detuvieron.

–No permitiré que me la devuelvas

–Yo no la necesito...

–Claro que si – discutió – tienes la piel erizada – señaló

La castaña se sorprendió. ¿Cómo era capaz de ver hasta esos detalles en su


cuerpo? Comprendió que el tema de la chamarra era un caso perdido. Así que
desistió, aumentando con ello su preocupación.

–Debes irte a casa, puedes enfermar

–Si me voy... ¿Te veré luego? – había anhelo en su voz. Un anhelo que a ella no le
pasó por desapercibido.

Recordó las palabras de Erick:

"El saber que somos capaces de aún sentir felicidad, tristeza, amor... dolor,
significa que seguimos conservando parte de nuestra alma mortal, y no solo somos
espíritus errantes, caminando sin rumbo en la tierra, por no haber sido recibidos por
las puertas del cielo ni del infierno"

¿Dolor u olvido?

Si aceptaba, estaba firmando una factura que pagaría caramente en un futuro. Si


lo rechazaba, no solo se estaba condenando a perder la parte humana que le
quedaba, si no que, también, estaba traicionado cruelmente ese ferviente deseo que
le pedía estar con él...

¿Dolor u olvido?

Ambos le aterraban de la misma manera; pero, si de igual forma iba a sufrir. Si de


alguna manera estaba ya sentenciada a la desgracia, podía disfrutar de los cortos
lapsos de dicha ficticia que aquel mortal podía ofrecerle con su momentánea
compañía. Al final de cuentas, ¿Qué era lo peor que podía pasar?

Dicen que el tiempo cura las heridas. Ella sabía que eso era algo irremediable.
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Que el entablar un vínculo con Edward le dañaría de una u otra manera. Pero, para
su alma errante, tiempo era lo que sobraba... así que... tomaría el riesgo.

–Si – contestó, con un hilo de voz –Me verás pronto, lo prometo.

Si, si, si. Sé que no tengo perdón por tardar tanto. Y esta vez, se me acabaron las
excusas xD. Sólo espero que les haya gustado y haya compensado la espera. ¿Me
dejan su opinión? *-*- Gracias por leer ^^

Atte

AnjuDark

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La Ofrenda

Lo correcto no es siempre lo obvio. A veces lo correcto para alguien es


incorrecto para otros.

Así que... buena suerte averiguándolo

Stephenie Meyer - Eclipse

Capítulo 5: La Ofrenda

–¿Por qué no vas con nosotros? – le preguntó Jessica, acomodando sus manos
sobre sus hombros

–Lo siento, tengo cosas que hacer– contestó Edward, rompiendo el contacto de la
manera más amable posible. ¿En qué momento había bajado de su habitación, justo
cuando Mike y Jessica habían llegado, sin previo aviso, a su casa por Alice y Jasper?

–Calla, Cullen. Tus excusas son las peores que he escuchado en mi vida. Siempre
resulta que tienes "algo que hacer" justo cuando te invitamos a salir a otro lugar que
no sea el cementerio – reprochó Mike, aprovechando la oportunidad para descargar
algo de la saña que siempre había tenido en contra de él.

Edward sonrió. A veces Newton podía ser alguien realmente infantil y absurdo...

–La verdad es que puedo llegar a ser un buen embustero, si me lo propongo –


contestó, de manera amable, mientras retiraba los vacíos vasos de cristal en el que
Esme había servido un poco de refresco a las inesperadas visitas – Pero ¿A qué lugar
irán?

–A una fiesta – contestó Jessica, de manera atropellada

–Exactamente – asintió Edward, con una sonrisa triunfante – Una fiesta. Y creo que
no se necesita de mucho para saber que a mi no me interesan ese tipo de
ambientes...

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Mike hizo una mueca de disgusto y tensó la mandíbula. Cada palabra, cada gesto,
cada movimiento que Edward hacía alimentaba la desidia que le tenía y le hacía
preguntarse qué era lo que Jessica veía en él de atractivo.

–Si, claro, se me olvidaba que ir y platicar con los muertos es algo realmente
interesante – soltó, con amargo sarcasmo – tal parece que ninguna otra cosa más te pare

Edward no dijo nada. Se mantuvo callado por un momento, mientras pensaba lo


irónico que todo era. Mike ni si quiera se imaginaba que sus mal intencionadas
palabras eran la más pura realidad de lo que era, pues, lo que haría en cuanto se
fueran, sería ir al encuentro de un fantasma...

Sus pisadas se detuvieron al verla frente a él. Por un momento, no encontró la


forma de moverse. No importaba las veces que la apreciara, su belleza siempre
lograba cautivarlo de manera única, hechizante. Ella le recibió con gesto apacible,
pero pudo divisar en sus pupilas cierto temor, por lo que se acercó lentamente,
intentando no asustarla con su apremio.

–Hola – saludó, cuando al fin había acortado la distancia que les alejaba.

–Hola – contestó la castaña, susurrando y bajando el rostro.

Una suave y ligera caricia sobre sus labios y la punta de su nariz le sorprendieron,
y le hicieron alzar la vista para encontrarse con un pequeño capullo blanco que
terminó cayendo sobre sus manos.

–Gracias – dijo, sin poder evitar esbozar una pequeña sonrisa

–¿Te gustan? – preguntó él, deleitándose con el simple gesto. Ella asintió – me
recuerdan mucho a ti –se animó a agregar – por eso siempre compro una. Me alegra
que te gusten. Temía a que te llegaran a molestar

–Para nada... son muy lindas.

Él sonrió y ella volvió a bajar la mirada. Se sentía nerviosa.

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–S-supongo que tienes preguntas qué hacer

–La verdad es que si – contestó Edward. Ella esperó en silencio y él tomó asiento a
su lado – ¿Cómo es que llegué aquella noche a mi casa? ¿Y por qué, después de ver a
esa niña, perdí el conocimiento?

Bien. Al menos, no se había andado con rodeos. Aquí empezaba todo... Tenía que
ser sincera, pese a las contradicciones que esta moral le causaban.

Tomó una bocanada de aire para adquirir valor.

–Como recordaras, aquella noche te dije que yo no soy... humana – comenzó y él


escuchaba atento – pues bien. La niña que viste aquella noche es como yo. Está
muerta. Pero, como todo en la naturaleza, nosotros también necesitamos de un
alimento para que nos de energía. Nuestra forma de alimentarnos es a través de
ustedes. Los mortales tienen en su cuerpo a dos almas viviendo. Una de ellas, es la
que proporciona energía física y desaparece cuando llega el momento de morir (He
ahí el por qué los cadáveres ya no se mueven), y, la otra, proporciona energía
espiritual, y es la que permanece y es juzgada. Nosotros nos alimentamos de cuanto
humano esté cerca, pero procuramos quitar una medida equilibrada y justa de
ambas partes para que el mortal no lo resienta y no arriesgue su vida. Sin embargo,
Cristal, involuntariamente, "bebe" más de lo debido en lo que al alma física se
refiere y agota a las personas. Esa noche, tú, sin darte cuenta, ya habías alimentado
a varios de nosotros. Además, sostuviste mi mano por varios minutos y esa unión
provocó que te debilitaras más...

–Lo siento – agregó, con voz abatida – La verdad es que en esa ocasión estuviste
en grave riesgo pues, si se toma toda el alma física de un mortal, este muere. Es una
fortuna que tengas esencias fuertes. De otra forma... no quiero ni pensar en lo que
hubiera pasado.

¿Qué tan horroroso le resultaría a Edward la reciente información? Cristal dijo que
varios humanos habían abandonado el lugar, al instante, después de escuchar esto.
¿Haría él lo mismo? Se atrevió a inspeccionar por si misma y se sorprendió mucho el
verlo con el semblante sereno, apacible. Sus miradas se volvieron a hallar y ella se
perdió por completo en el lago esmeralda de sus pupilas.

–¿Pasa algo? – preguntó Edward, ante su mutismo, trayéndola a la realidad con un


respingo.

–¿No estás asustado?

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–No – dijo él rápidamente. Sorprendiéndola aún más por su sinceridad

–¿Cómo es posible? Pudiste haber muerto...

–Para eso nacimos todos, ¿no? – Interrumpió suavemente – Es lo único que


tenemos en común todos los humanos. ¿Por qué habría de temerle a algo que, desde
el principio, sé que es irremediable? Además – agregó, con una sonrisa traviesa –
dices que tengo un alma fuerte y, por lo que entendí, eso quiere decir que no corro
peligro alguno al estar contigo. Eso era lo que realmente me preocupaba

–Estás loco...

–No lo creo – Bella frunció el ceño. Un poco de instinto de supervivencia no le


haría ningún daño a ese muchacho – ¿Me explicarás cómo es que llegue a mi casa?

–Yo no fui quien te llevo. Fue Cristal y Erick quienes lo hicieron – aclaró la castaña
– yo... no puedo salir de este panteón

–¿Por qué no?

–No se ha roto el vínculo que me mantiene atada a mi lápida.

–No entiendo – confesó el muchacho.

–No todos nosotros podemos vagar por doquier – explicó – solo algunos que son
muy antiguos lo hacen

–¿Quieres decir que es por el tiempo que lleves estando de esta manera?

–No – negó con la cabeza – no es eso. Se trata más de una ofrenda.

–¿Qué tipo de ofrenda?

Ella dudó antes de contestar, pero sabía que todos esos detalles tenían que ser
revelados si estaba dispuesta a frecuentarlo.

–Un humano tiene que derramar sangre sobre la tumba del alma que desee
"soltar". Solo de esta manera el espíritu podrá vagar fuera del lugar en el que su
cuerpo yace. Es por eso que, generalmente, son los más antiguos los que tienen esta
facilidad pues, se supone, han interactuado con más mortales. Pero son pocos los
que se animan a liberarnos – agregó – después de todo, les incomoda el saber que,
con ello, podríamos llegar a aparecer hasta en su cama, de un momento a otro...
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¡¿Qué haces? – soltó, al ver que Edward se arremangaba la manga de su negra
sudadera y enterraba la filosa punta de una piedra en su muñeca

–Liberándote – contestó, mientras la sangre se eximía de manera inmediata.

La castaña dilató su mirada y se sintió aterrada. Sabía que no moriría por un corte
así de chico, pero lo imprevisto de la situación era demasiado estupefaciente como
para creerla posible. El espeso líquido que destilaba del cuerpo del muchacho
comenzó a mojar el cemento gris de la lápida, dejando, al paso de unos segundos,
varios puntos carmesí por todo su grosor. Edward se estaba esforzando, era fácil
deducirlo al ver el empeño que ponía para que su sangre se vertiera por todo el
muro.

–¿Crees que esto ya es suficiente? – preguntó, pero no obtuvo respuesta. Isabella


estaba demasiado pasmada aún como para responder.

¿Pero qué pretendía él con todo este apremio? ¡Apenas y se conocían! ¿Acaso no le
temía ni si quiera un poco? ¿Qué era él? ¿Dónde estaba el instintivo miedo mortal?
Ni si quiera había logrado reconocer algún indicio de vacilación al cortarse. Ni el
más mínimo gesto de dolor. Ni el menor temblor de sus manos... Nada... – ¿Pasa
algo?

–No era necesario que lo hicieras – dijo al fin. Escuchó a Edward soltar una risita y
volvió el rostro para verle. ¿Qué era tan divertido?

–¿Ya eres libre?

–No lo sé... – contestó sinceramente. Entonces, se estremeció al sentir que su


mano era tomada por él. Se soltó prontamente – no me toques – ordenó, sin
intención de ser grosera. Pero le inquietaba que él se esforzara tanto – llevas mucho
tiempo aquí y has sangrado...

–Solo quiero que probemos si ya eres libre – se justificó, inmune a su rechazo, con
una sonrisa tranquilizante – Además, no me siente "cansado" ¿Vamos? – inquirió,
volviendo a asirla

Bella ya no rezongó ante el contacto. Debía admitir que se sentía demasiado bien.
Era cálido y reconfortante. Asintió y se puso de pie. Permitiendo ser guidada por
Edward que frunció el ceño al ver sus pies descalzos caminar sobre las raíces y
hierbas.

–¿No te lastima? – preguntó, mirando hacia abajo. Pero no esperó respuesta, si no


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que la tomó y alzó entre sus brazos

Demasiado apenada y atónita se encontraba Bella, que tardó dos segundos en


comprender y protestar sobre lo ocurrido.

–No es necesario...

–No importa – interrumpió Edward, suave, pero firmemente.

Ella bajó el rostro e intentó ocultarlo entre sus cabellos. ¿Notaría él que estaba
sonrojada? Temía que así fuera. Si aquella noche había sido capaz de ver el
erizamiento de su piel, como si de cualquier otro mortal se tratara, ¿Qué le
impediría el fijarse del tenue rubor que pintaba sus pómulos?

–¿Qué pasa si intentas salir del cementerio y no estás... "liberada"? – Preguntó


Edward, con un poco de titubeo al escoger las palabras adecuadas.

–Nos debilitamos y corremos el riesgo de que nos disolvamos y nos convirtamos en


nada – contestó Bella.

Edward frenó rápidamente sus pasos. ¿Qué pasaba si lo que había derramado de
su sangre no bastaba?

Bella sonrió, sin poderlo evitar. Él parecía tan... protector. Tan delicado al tratarla
y cuidarla. Como si su alma en pena tuviera algún valor.

–No te preocupes – tranquilizó – Solo pasa eso si te obstinas en permanecer fuera


sabiendo que no puedes. Si me siento mal regresaré pronto.

El muchacho asintió, confiando, y reanudó su sosegada marcha hasta llegar a la


barroca entrada del cementerio. Bajó a Bella de sus brazos y él fue el primero en
salir.

Afuera, en la oscura y desolada calle, alumbrada endeblemente por las débiles


luces de las arcaicas lámparas, solo se levantaba una ligera neblina. La castaña
estaba consolidada en el umbral, con el rostro aparentemente sereno. Solo en el
marrón de sus ojos se podía vislumbrar el nerviosismo combinado con miedo que
sentía. Elevó la mirada y la clavó en Edward, que esperaba paciente al otro lado de
la determinante línea invisible. Suspiró profundamente y cerró los ojos, entonces,
sus pies descalzos dieron el primer paso, tocando, con la punta de sus dedos, el
húmedo cemento del asfalto. Sintió su mano ser sujetada por Edward, quien,
suavemente, la guió hacia el centro de la calzada, dando andadas pequeñas y
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precavidas, como si en lugar de un fantasma fuera un bebé que se anima a dar sus
primeros movimientos impulsados por la fuerza de sus piernas.

Ambos muchachos permanecieron inmóviles un momento, con el silencio de la


noche acompañándolos en la espera de una reacción que los impulsara a regresar
inmediatamente al panteón. Pasó un segundo y dos y tres... sus miradas fijamente
unidas a distancia. Sus respiraciones contenidas. Reteniendo la esperanza.
Humillando al fracaso. La disimulada e incontenible sonrisa de Bella, que se fue
dibujando paulatinamente, al transcurrir casi un minuto y descubrirse intacta de
alguna fuerza sobrenatural que le castigara por no afrontar su sentencia, fue lo que
dio el veredicto final. ¡Lo habían logrado!

Edward también sonrió. La fantasma se perdió en el brillo cálido y victorioso que


reflejaban sus verdes pupilas.

–Gracias – susurró.

–¿De qué? – Los dedos de Edward se apretaron contra los suyos, recordándole que
sus manos seguían unidas. Otra vez, sintió sonrojarse. Estaba a punto de decir algo
para distraerse, pero un patético mareo llegó primero – ¿Qué sucede? – se alarmó el
muchacho.

–No, espera – dijo ella, cuando él intentó llevarla de vuelta al camposanto – no es


nada grave. Estoy bien, es solo el natural cansancio que tenemos al salir fuera de
nuestro territorio.

Edward se tranquilizó, pero la condujo, con delicadeza, hacia una banqueta y


ambos tomaron asiento en ella.

– ¿Segura que te sientes bien? – se quiso asegurar él.

Ella asintió.

–Tenemos demasiadas normas que nos rigen – confesó, con una sonrisa triste y,
sin dar previo aviso, se decidió por explicarse –Ahora, de alguna manera, ya soy
libre, gracias a ti – empezó – pero jamás podré dejar este cementerio. Esa es la
condena que tenemos: no poder abandonar el lugar en donde nuestro cuerpo
reposa. Puedo salir ahora de él, pero tengo que regresar siempre.

El chico se afligió. No le gustaba la idea de que ella sufriera por su encierro.


¿Cómo podía un alma tan preciosa estar destinada a permanecer siempre en el
mismo lugar, en contra de su voluntad? Era una idea intolerable. Una condena
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demasiado injusta, que solo le demostraba que ese ser Divino que tantos humanos
idolatraban no era tan bondadoso como se hacía creer.

–¿Qué pasa? – preguntó Bella al ver su rostro sombrío. ¿Se habría asustado o
arrepentido de lo que había hecho? Tal vez ya había sabido las cosas suficientes
como para inquietarse– ¿Tienes miedo?

Edward sonrió.

–Lo preguntas todo el tiempo – señaló, con voz divertida – ¿Es que acaso pretendes
ser espeluznante?

–No – susurró Bella, contrariada – Es solo que... me resulta insólito tu


comportamiento. Todo tú me resultas extraño

Edward soltó una carcajada y, como un gesto reflejo, ella hizo lo mismo. Aquel
sonido era demasiado contagiadle y hermoso. Estaba segura que podía pasar noches
enteras escuchándolo.

–¿Qué sucede? ¿Qué es tan gracioso? – quiso saber, suplicando por que él no
dejara de reír.

–Lo siento, pero tu comentario fue realmente inesperado – se disculpó el


muchacho, lográndose tranquilar al cabo de unos segundos – ¿Cómo puedes decir
que yo soy "extraño" cuando eres tú la que está llena de misterios? – preguntó, sin
esperar una respuesta pues sabía que no la habría ni la necesitaba. ¿Cómo necesitar
explicaciones cuando estaba ella frente a él, demostrándole que era real? Un suspiró
se escapó de sus labios al encontrarse con su mirada café. Era tan hermosa – Estoy
seguro que aún faltan muchas cosas por saber de ti...

Bella no contestó, y no supo precisamente si su mutismo se debía al temor de


revelar más de sus secretos y asustarlo, o simplemente por que el cálido fulgor del
océano verde que le bañaba era lo suficientemente intenso y hechizante como para
preferir, por el momento, no hacer nada más que abandonarse en él.

–... Y muchas más noches que quiero pasar a tu lado.

.
- 43 -
–¡Edward! – la voz de Esme sonaba ansiosa en cuanto traspasó la puerta de su
casa. Bajó el rostro, avergonzado por su irresponsabilidad de haberse olvidado de
haber llamado para avisar que se encontraba bien y llegaría un poco "tarde" – ¿En
dónde estabas?

–En el panteón...

–¿Has visto la hora que es? – Exigió saber una voz aguda y femenina que provino
del pie de las escaleras – ¡Son casi las cuatro de la mañana! – dijo Alice.

–Lo siento...

–¡Lo sientes! – interrumpió su hermana, completamente enfurecida. No era muy


dada a estos ataques de ira, pero odiaba que Edward hiciera ese tipo de cosas –
¿Tienes una maldita idea de cómo la pasamos Carlisle, Esme y yo mientras
esperamos noticias tuyas?

–Alice... – intentó tranquilizar Carlisle, tomándola por el hombro; pero ella se zafó
rápidamente del agarre y sus verdes ojos se incrustaron en su hermano.

El muchacho fue incapaz de sostenerle la mirada. A pesar de ser esa parte de su


físico la prueba más clara de que tenían la misma sangre, él no se lograba explicar
de dónde sacaba ella ese brillo hiriente y punzo cortante que contrastaba con lo que,
generalmente, era su personalidad amable y alegre.

–A ver cuándo las lápidas dejan de ser más importantes que tu propia familia – le
reprochó, para después dar media vuelta y subir a su recamara.

–Lo siento – repitió Edward, rompiendo el silencio que Alice había dejado tras su
partida – sé que una disculpa no compensa todo lo que las preocupaciones que les
hago pasar...

–Cariño – interrumpió Esme, dulcemente – solo te pedimos que no te desaparezcas


de esta manera tanto tiempo. Una llamada... un mensaje, bastaría para que
estuviéramos más tranquilos.

Él asintió, sin decir más. Sabía que no había palabras para excusarse con aquellas
dos personas tan bondadosas a las que tanto debía.

–No volverá a pasar – prometió.

Carlisle puso una de sus manos sobre su hombro y le sonrió compresivamente.


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Después se retiró. Sabía que si Edward quería hablar con él le buscaría después.

Esme se acercó para besar su frente.

–¿Qué hacías en el panteón?

La pregunta la extrañó. Su madre no era de aquellas que pedían ese tipo de


explicaciones.

–Lo mismo de siempre – contestó, accediendo a lo que una voz interior le advertía
que no dijera la verdad – leyendo, pensando... escuchando música... Mamá, ¿Qué
sucede? – preguntó, al ver el femenino rostro cubierto de una angustia que no podía
disimular

–Edward, ¿No crees que sería mejor si dejaras de ir a ese tipo de lugares?

El muchacho tardó dos segundos en comprender lo escuchado.

–¿Por qué dices eso?

–Hijo, por favor, no me mal interpretes – se apresuró a decir Esme – pero estaba
pensando en la pregunta que me hiciste aquella noche, en la que apareciste
desvanecido en la entrada de la casa, y... no sé... tal vez estás imaginando cosas
debido a ese ambiente tan... tétrico.

¿Lo estaba llamando loco? Bueno, realmente, no la culpaba. Él habría hecho


quizás lo mismo hacía un par de meses atrás. Y es que la idea de que, en realidad,
existieran los fantasmas era difícil de aceptar. Suspiró pesadamente. Sabía que
Esme no tenía intención de ofenderle, que solo estaba preocupada, pero tenía que
hacerle entender que él por nada, dejaría de ir – ahora más que nunca – a ese
bendito lugar.

–Mamá, agradezco tu preocupación – dijo, tomándole de las manos – pero te


recuerdo que, desde muy pequeño, me ha gustado frecuentar ese tipo de terrenos.
Me dan calma. Sé que no es algo muy común – agregó, con un poco de humor – pero
te puedo asegurar que no pasa nada malo en ello. Te lo juro.

Esme le miró fijamente a los ojos. En ellos, había ese especial brillo de sinceridad
y franqueza que le había conocido desde que lo había visto por primera vez. Se
acercó de nuevo y volvió a besarlo. Tal vez su sangre no corría en sus venas, pero lo
amaba (así como a Alice) como si en realidad fuera su hijo.

- 45 -
Hola. Bueno, como siempre, les ofrezco una disculpa por la tardanza. Lo
siento. Este capítulo me costó más de lo que creía ya que no sabía cómo
desarrollar el dialogo entre Bella y Edward para que ella le explicara los
primeros detalles de su "condición fantasma" Espero haya quedado claro :-S
(Cualquier duda, no duden en preguntarme ^^) En fin *suspiro pesado*
espero les haya gustado y esta idea no les parezca tan incoherente. Aclaro
que la idea esta tomada de varias creencias que hay aquí en mi pueblo y de
otras más, que yo misma me he ido formando xD. Cualquier parecido con
algún otro caso más, juro que no es plagio si no mera casualidad (Insisto,
cualquier reclamo o aclaración no duden en escribirme). Gracias por su
apoyo y por todos sus comentarios ^^ me alegra que les guste.

Atte

AnjuDark

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Piel de Fantasma

La vida sin Bella era penumbra absoluta:

Una Terrible y Lastimera Noche Sin Luna. Oscuridad; plena, desgarrante,


penetrante y sin cuartel.

Noche sin Luna - Mariiz . slash*

*Gracias por permitirme usar este fragmento, que es mi favorito, de tu fic ^^.

Capítulo 6: Piel de Fantasma

El toque de nudillos sobre su puerta le despertó. Abrió los ojos con pereza, se
sentía demasiado cansado. Al ver el reloj, agradeció fervientemente que fuera
domingo. No quería imaginarse si quiera cómo la habría pasado de haber tenido que
ir a clases.

–¿Edward? – una voz cantarina le recordó que alguien le esperaba afuera – ¿Puedo
pasar?

–Adelante – indicó, con voz perezosa.

–Tiene cerrojo...

Oh... Se levantó de la cama, con un relajado estiramiento, y caminó hacia la


puerta. Alice apareció frente a él, su rostro estaba inclinado había abajo, lucía
apena.

–¿Puedo hablar contigo?

Él asintió, haciéndose a un lado para que su hermana pudiera entrar.

Ambos muchachos tomaron asiento sobre la cama de sábanas negras. Pasó un


minuto silencioso antes de que ella comenzara a hablar

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–Discúlpame por cómo te hablé...

–No te preocupes... – intentó tranquilizar, pero Alice interrumpió, negando


suavemente con la cabeza. Era necesario dejar las cosas en claro, pedir una
disculpa. Si algo odiaban ambos era estar disgustados.

–Eres mi hermano y sé cuanto te gusta estar en los panteones, los visitas desde
que somos pequeños... ¿Lo recuerdas? – él asintió, con una sonrisa al evocar las
numerosas veces en las que Esme y Carlisle le fueron a recoger por que se había
quedado dormido en alguna de las lápidas.

Sus manos fueron asidas por las de su hermana

–Discúlpame. Estaba demasiado preocupada, pero no es excusa para que me haya


comportado de esa manera contigo.

–Tonta, ya te dije que lo olvides – tranquilizó, alborotando los negros cabellos de la


pequeña – en todo caso, yo también te debo una disculpa.

Alice suspiró y sus ojos miraron con afecto al rostro masculino que se le
presentaba al frente.

–Te quiero – dijo, con voz bajita.

Edward la tomó entre sus brazos y la atrajo hacia sí. Alice cerró los ojos y recargó
su cabeza sobre su pecho, mientras él hundía sus labios en sus cabellos.

–¿Por qué llegaste tan tarde? – preguntó, con curiosidad, al ver que el tema de las
disculpas había concluido – la última vez que actuaste de esta forma, éramos unos
niños y recuerdo que te disculpaste con Esme, diciendo que, estabas seguro,
nuestros padres estarían ahí, esperando por nosotros.

Edward asintió en silencio y sus ojos se perdieron en el triste recuerdo de aquella


noche, cuando Alice y él eran solo unos niños y sus padres les habían abandonado en
una de las calles de Italia.

–Ellos siempre hablaban, por las noches mientras según nosotros dormíamos,
sobre idas al cementerio – aclaró – pensé que les hallaría ahí.

–¿Los extrañas?

–Casi no recuerdo sus rostros


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–Yo tampoco

–Eras muy pequeña para cuando eso sucedió – apuntó, con una sonrisa. Alice
suspiró contra su pecho

–Siempre me has visto como un bebé, a pesar de que solo soy dos años menor que

–¿Te molesta?

–Ya me acostumbre a tener un hermano posesivo

Ambos soltaron una risita.

–Además, ellos siempre estaban ocupados. Tú fuiste el único que estuviste


conmigo, cuidándome.

–Y siempre lo voy a seguir haciendo– prometió, besando su frente. Entonces,


recordó – Alice, aquella noche que fuimos al cementerio, dijiste que habías visto a
un... fantasma

La muchacha palideció al instante

–Fue solo mi imaginación

–No – negó Edward suave, pero firmemente – y lo sabes. Tú siempre has sabido
que ellos existen.

Aunque no fue una pregunta, al paso de varios segundos, Alice asintió.

–Los miro desde que soy pequeña y, conforme he ido creciendo, los identifico más
fácilmente. Primero eran vagas apariciones, de aspecto translucido, tan débiles, que
solo perecían reflejos de sombras o malas bromas de nuestra propia clarividencia;
pero... aquella noche, la distinguí claramente. Era una chica, estoy casi segura de
ello...

–Ella es el motivo por el cual llegué tarde anoche – interrumpió. Los ojos de Alice
se dilataron, pero Edward se apresuró a preguntar

–¿Por qué, si estabas segura de lo que veías, no insististe...?

–Por que sabía que sería inútil, sabía lo que iba a pasar: me iban a tomar de loca o
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enferma, que nadie me creería... La gente nunca cree en lo que no puede ver... Pero
– agregó, desconcertada – ¿Cómo es que tú...? ¿Acaso...?

–Yo... lo acabo de saber tiene poco – confesó – gracias a ella, a Bella

–Bella – repitió Alice – ¿Así se llama aquella muchacha?

Él asintió

–Dices que por ella llegaste tarde ayer. ¿Significa que estuviste toda la noche en
su compañía?

Volvió a asentir, mostrándose un poco vacilante por la expresión que comenzaba a


surcar el rostro de su hermana

–¿No te da miedo?

–En absoluto – contestó, con un apremio involuntario, enmudeciendo a su


compañera otro par de segundos

–Yo tiemblo cada vez que sé de alguno – admitió, para después quedarse callada y
estremecerse.

–Te comentaba todo esto por que, según Bella, nosotros podemos verlos gracias a
que tenemos "Sangre vidente" – añadió Edward

–¿Piensas que alguno de nuestros padres también podía verlos?

Él asintió

–Si, uno de ellos... o, probablemente, los dos.

–¿Irás otra vez al cementerio? – preguntó Alice al verlo dirigirse hacia la salida
cuando la merienda terminó

–Prometo no llegar tarde – asintió


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–¿Por qué no vas otro día? Jasper vendrá y traerá consigo unas películas...

La angustia de su hermana era casi palpable. Edward sonrió, tal vez había sido
mala idea al contarle a Alice todo lo ocurrido con Bella; pero se había visto en la
necesidad de hacerlo pues presentía que toda esa información, algún día, le sería
útil.

–Estaré bien – prometió. Alice le tomó de la mano, impidiéndole salir por segunda
vez

–No vayas – soltó, susurrando para que ni Esme ni Carlisle le oyeran – es


peligroso. Hasta ella misma te lo ha dicho...

–Todo estará bien – sonrió, soltándose amablemente y dejando a la pequeña


parada en el umbral de su puerta, completamente angustiada

Ya había oscurecido totalmente cuando Edward arribó al cementerio. Tomó


asiento en la misma tumba de siempre y viajó la mirada al no verla por ninguna
parte.

–Hola – no pudo evitar un respingo al verla aparecer, sentada a su lado, de esa


manera tan repentina – Lo siento – agregó la pálida muchacha, bajando el rostro y
ocultando una sonrisa – no era mi intención asustarte

Edward sonrió en respuesta. Fue lo único que se le ocurrió hacer en ese momento
pues había quedado atontado, y no precisamente por el sobresalto que Bella le había
provocado, si no por lo especialmente hermosa que lucía esa noche, con su cabello
amarrado en una media coleta

–Pensé que no vendrías hoy – dijo la castaña, desviando el rostro en dirección


contraria para que la lava esmeralda que se fijaba en ella no lograra aturdirla

–Luces hermosa – susurró Edward sin embargo, importándole poco si su


comentario era imprudente o atrevido, pues ¿Cómo callar la más pura de sus
verdades?

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La candela mirada se fijó en el verdor de sus pupilas. Se perdió entonces en la
forma de su pálido rostro, adornado con un tenue rubor apenas legible. Si.
Definitivamente era divina. Tanto, que casi parecía un pecado la osadía de poder
contemplarla y el deseo de pasear la yema de sus dedos por los casi invisibles
pétalos rosados, impregnados en su piel, se hacía más doloroso y apremiante
conforme más la veía y estaban cerca.

Bella dejó escapar un frágil suspiro y entonces, sin planearlo, su atención se fijó en
los labios que se encontraban próximos a los suyos, comprobando que un punzante
anhelo de rozarlos le invadía.

Bajó el rostro, simulando tener un pequeño malestar en la garganta, para liberarse


de los pensamientos que comenzaban a asaltarle.

–¿Qué sucede? – Preguntó Bella, al escucharle aclararse la voz, quizás de modo un


poco exagerado

–No pasa nada...

–¿Tienes fiebre? – examinó la castaña el rubor de sus mejillas, pero él apenas y era
conocedor de sus palabras pues había quedado completamente mudo e inmóvil ante
su reconfortante contacto.

–Lo siento – mal interpretó Bella su reacción y se dispuso a liberarlo rápidamente

–No – se lo impidió, colocando su mano sobre la de ella para que ésta siguiera
acariciando su piel

–Te debilitarás...

–No importa – susurró, cerrando los ojos y suspirando, apaciblemente, mientras


disfrutaba del fresco cosquilleo que le producía la "piel" de fantasma que le tocaba y
adormecía.

Los días, que después transcurrieron, estuvieron llenos de encuentros entre ellos
dos. No había noche en la que Edward no visitara a Bella en su lápida ni ocasión
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alguna en la que ella no le esperara, cada vez más ansiosa de verle. Permanecían
juntos desde el crepúsculo y, generalmente, se despedían minutos antes de la media
noche, cuando Edward recordaba la promesa hecha a su familia de regresar
"pronto" a casa.

Ahí, Alice siempre le recibía con rostro aliviado y él sonreía para tranquilizarla;
intentando ocultar la pesadumbre que la lejanía de Bella la causaba, pues, no
importaba cuánto permaneciera con ella, el tiempo se hacía cada vez más extinto
estando a su lado. Estaba seguro de poder pasar toda una eternidad en su compañía
y jamás se aburriría de sus pláticas, de su tímida y pequeña sonrisa, de sus pasos
frágiles que le acompañaban, en silencio, cuando salían a caminar por las desoladas
y húmedos callejones – ambos compartían el desagrado por los lugares concurridos –
del natural movimiento que el viento causaba en sus cabellos, o del reflejo de sus
ojos.

Tras pasar dos meses, reducidos para la fantasma y el mortal en algo similar a una
semana, los exámenes finales arribaron.

Las constantes visitas al cementerio no habían tenido mal efecto en las


calificaciones de Edward; pero aquello no era motivo para confiarse. Creía él que lo
menos que Esme y Carlisle se merecían, por todo lo dado, era una boleta con buen
promedio. A esto, también se le sumó la pequeña oferta de trabajo que él no quiso
desperdiciar ante la proximidad que había para el cumpleaños de su hermana.

El reloj marcaba cerca de las once del día para cuando Edward llegó al cementerio
y tomó asiento frente a la ya familiar lápida. Sonrió después de dejar caer la
habitual rosa blanca, que adornaría con su sencilla belleza el grisáceo monumento, y
suspiró. Ya sabía que no la encontraría – Bella le había explicado que los fantasmas,
efectivamente, solo transitaban durante las noches – aún así, no pudo evitar sentir
en el aire un aliento faltante, algo como si un vacío fuera formándose en su pecho
ante la imposibilidad de no poder despedirse mirándole a los ojos.

–Te prometo que solo será un par de días – dijo, en voz baja, seguro de que Bella le
escucharía. Luego, frunció los labios y, un poco vacilante y tímido, extrajo de sus
bolsillos un pequeño y oscuro papel, de hoja gruesa, y lo depositó bajo la rosa –
Hasta pronto... – musitó, mientras se ponía de pie y caminaba, de regreso a clases.

.
- 53 -
El crepúsculo comenzaba a aparecer para cuando el alma de Bella emergió de su
cuerpo. Sus pies descalzos fueron los primeros en advertir el exterior, al tentar la
húmeda tierra. Abrió lo ojos, abatiéndose al no encontrar, como esperaba, a Edward
aguardando por su "aparición"

–Parece que tu príncipe oscuro no vendrá hoy – señaló Cristal, materializándose,


literalmente, a su lado.

La castaña bajó el rostro, avergonzada por haberse mostrando tan obvia.

–O, probablemente, vino muy temprano – denotó Erick, quien recibió,


amorosamente, a la pequeña niña que se aventó a sus brazos en cuanto le divisó

Bella giró el rostro y se encontró con el pequeño y fresco capullo blanco


sosteniendo un pedacito de papel, el cual cogió entre sus manos y desdobló.

–¿Qué dice? – quiso saber Cristal, al ver que sus bordes esbozaban una tenue y
soñada sonrisa, al mismo tiempo que sus mejillas se ruborizaban – Bella... – trató de
insistir, pero Erick la silenció, poniendo, tiernamente, uno de sus dedos sobre sus
sonrojados labios.

–Creo que no te escuchará por el momento

Y era realmente cierto. La castaña se encontraba perdida en el detalle que Edward


le había dejado y no paraba de leer, una y otra vez, el pequeño y sencillo conjunto de
letras, elegantes y plateadas, que contrastaban con el fondo negro y decían "Estas
noches sin ti serán como las noches sin luna; vacías e inertes"

Frunció ligeramente el ceño cuando recobró un poco de coherencia y entendió que


Edward, efectivamente, no vendría a verla. Dirigió una de sus manos hacia la
sencilla cruz que adornaba su lápida, indagando si había algún otro mensaje de él.
Sonrió cuando comprobó que así era

"Te prometo que será solo un par de días. Hasta luego..."

Las comisuras de sus labios decayeron, junto con sus hombros, después de que el
eco de su voz desapareció.

–¿Qué dice? – la cantarina y dulce voz de Cristal estaba bañada de una inocente y
traviesa curiosidad

–Que no vendrá hasta dentro de un par de días – contestó.


- 54 -
Su tristeza era tan evidente que hasta el rostro de la niña se ensombreció.

–Lo vas a extrañar mucho. No importa si es, o no, poco el tiempo que transcurra
con su ausencia. Nunca tendrás suficiente de su compañía

–Eso... ¿Es normal? – preguntó. La niña se encogió de hombros y levantó su


centelleante mirada hacia Erick, quien seguía acunándole entre sus brazos.

–No lo sé – admitió – yo solo me puse en tu lugar por un momento, y debo decir


que fue horrible – sus bracitos se apretaron entorno a la infantil y masculina figura y
suspiró profundamente – Yo no podría vivir sin Erick ni un solo minuto, pero eso es
por que lo amo... Así que, supongo, es normal

–¿Qué quieres decir con eso? – inquirió Bella, un poco asustada

La mirada de Cristal brilló, triunfante, pero se limitó a permanecer en silencio,


mientras Erick besaba sus dorados cabellos.

–El problema aquí es que tu lo vas a extrañar y a mi no me gusta verte triste –


apuntó, al termino de varios minutos

–Pero dicen por ahí que, para todo problema, siempre existe una solución – añadió
Erick. Cristal se estiró un poco para rozar sus labios, en un mudo agradecimiento
por haberle apoyado con lo que estaba tramando

–¿Hay un método para no extrañarlo? – el ceño de la morena se frunció ante la


duda. Los dos niños asintieron – ¿Cuál es? – preguntó, inocentemente.

Cristal volvió el rostro hacia su pareja, otorgándole la palabra. El niño esbozó una
diablilla sonrisa, antes de hablar

–Él no puede venir, por razones humanas y compromisos mortales, pero tú ya eres
libre y bien podrías aplicar el famoso dicho que afirma "Si la montaña no viene hacia
ti, ve tú hacia la montaña"

¿Eh?... La muchacha no entendía. O, más bien, no confiaba en lo que creía haber


entendido.

Cristal resopló ante la lentitud de su comprensión.

–Bella, Edward es la montaña – decidió aclarar, con los ojitos en blanco.

- 55 -
Bella respingó. Después de todo sus elucubraciones no estaban del todo perdidas,
pero... ¡¿Cómo se les ocurría?

–¡¿Yo?

–¡Si, tú! – confirmó la pequeña, alejándose de Erick y hundiendo sus manitas en la


espesa cortina de su cabello caoba – Te puedo hacer una media coleta, como la de
aquella noche en la que te dijo que eras hermosa, pareció gustarle...

–Pero yo no puedo ir a su casa – jadeó. Sus mejillas estaban totalmente rojas

–¿Por qué no? – discutió la niña, sin dejarla de peinar, hilando sus cabellos, unos a
otros, para que pudieran sostenerse de la manera que ella quería

–¿Qué tal si no le gusta, si tiene cosas que hacer, si lo asusto...?

–¿En serio crees que se disgustaría por que fueras a buscarlo? – No supo qué
responder, por lo que Cristal sonrió, anticipando su victoria –¿Ves? ¿Por qué no lo
intentas? No pierdes nada con arriesgarte un poco. Estoy segura que, si vas, Edward
se alegrará mucho.

Y ahí estaba al fin, parada en el baldío y oscuro patio trasero de la casa de los
Cullen. Las luces estaban ya apagadas, a excepción de una sola, que colindaba con
el lugar que sus pies pisaban.

–Vamos – alentó Cristal, dándole un empujoncito por la espalda.

Las piernas le temblaron y su cuerpo se envaró.

–No puedo – susurró – seguramente está dormido... – Enmudeció cuando la niña le


dedicó una mirada envenenada.

Cristal comenzaba a sentirse desesperada. La noche pasada había puesto todo de


su parte para convencerla y, ahora, no estaba dispuesta a dejarla regresar al
cementerio. No hasta que, por lo menos, hubiera cruzado un par de palabras con el
mortal.
- 56 -
–¿Acaso no lo extrañas? – persuadió. Bella se limitó a asentir, tímidamente –
¿Entonces?

–Yo...

–¡Bella! ¡Si no vas, juro por mi alma que...!

–¡Cristal! ¡Calla! – Susurró, tapándole la boca a la pequeña – recuerda que él si


puede oírte...

–Pues que me oiga. Si no subes a esa recamara, ahora mismo, yo misma iré a
decirle que tú viniste a verlo. Y me importa poco si lo debilito o no...

Se escuchó una risita a lo lejos, emitida por Erick quien, en divertido silencio, se
lindaba a ver cómo Cristal y Bella fruncían el ceño y reñían.

Al final, la castaña terminó venciéndose. Sabía que con Cristal no tendría opción
alguna.

–De acuerdo – asintió, aún vacilante, para después de adquirir un poco de valor, a
través de un suspiro, y traspasar la pared que la adentraría en aquella casa de dos
pisos.

Lo sé. Sé que no tengo perdón por la tardanza, pero no había tenido tiempo para
escribir esta historia T_T. Lo siento, lo siento, lo siento. Prometo no tardar tanto
como esta vez...

En fin, ¿Qué les ha parecido? ¿Ha valido la pena? Me gustaría saber su


opinión ^^.

Un saludo y hasta pronto. Gracias a todos por sus magníficos mensajes

Atte

AnjuDark

- 57 -
La Visita de Media Noche

Y tus latidos cesarán. Tus labios fríos me besaran.

Ángel dormido despertarás. Al fin mi consuelo compartirás.

Y aquí mismo y en este lugar, desencarnarás tu espíritu.

Las ilusiones son la verdad. No habrá más miedo en realidad.

Ángel Dormido – Anabantha.

Capítulo 7: La Visita de Medianoche.

El reloj marcaba cerca de las diez de la noche. Edward se estiró sobre su asiento,
para relajar su espalda. Suspiró y caminó hacia la ventana, miró a través de ella el
patio baldío que se extendía hacia el lúgubre horizonte. ¿Cómo estaría ella? ¿Qué
estaría haciendo? No era la primera vez que se preguntaba lo mismo. Tampoco era
la primera vez que contemplaba aquel oscuro paisaje y el deseo de bajar e ir al
cementerio le invadía. Habían pasado solo dos noches de no verla y se sentía
enfermamente desesperado. Miró otra vez hacia el reloj. Tal vez podría escaparse
por un par de horas. Al final de cuentas, ya tenía todos los temas dominados.

Sonrió tristemente y negó con la cabeza, reprendiéndose él solo por su actitud.


¿Qué pasaba si sus padres, o hermana, se percataban que no estaba en casa? Se
preocuparían. Con esfuerzo, optó por permanecer en su habitación y esperar hasta
mañana. Se trataban solo de horas para volverse a encontrar reflejado en su castaña
mirada, pero el tiempo le traicionaba cruelmente: se hacía perenne, inacabable,
lastimero.

Caminó hacia una de las gavetas de buro y tentó hasta encontrar un cuaderno de
dibujo pasta gruesa. Lo abrió. No se fijó en las figuras que había ahí, ya no tenían
demasiada importancia. Cogió un lápiz con delgada punta de carbón y comenzó a
trazar líneas uniformes. Al fondo, el reproductor de música coreaba una melodía
triste de piano y violín. Todo esto, en conjunto con el elegante resbalar de las
cristalinas gotas de lluvia que caía allá fuera, le transmitieron una inmediata

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inspiración que terminó, al cabo de dos horas, en un profundo sueño.

La castaña se encontraba ya dentro de la lujosa y oscura casa. Tratando de no


hacer ruido, caminó hacia las escaleras que, sabía, la llevarían hacia las recamaras.
Anduvo con las puntas de sus pies e imploraba por que su falta de equilibrio no le
fallara. Lo que menos deseaba era espantar a la familia de Edward. Llegó al
prolongado pasillo y trató de adivinar qué puerta sería la que le llevaría hacia él.
Sintió un escalofrío recorrer su espalda y la indecisión le volvió a arribar. Se mordió
los labios. Aún estaba a tiempo de irse...

–¿Qué esperas? – brincó al escuchar la insistente vocecita de Cristal tras ella.

–¡¿Qué haces aquí? – susurró. La pequeña ensanchó una inocente sonrisa

–Me aseguro de que en verdad lo veas y hables con él.

Bella suspiró. Debió imaginarlo.

–Cristal, es demasiado arriesgado que ambas estemos aquí – alegó – recuerda que
su hermana también puede vernos.

–La habitación de Edward es esa – señaló la niña, ignorándola – Ve.

Sabía que no tenía opción. Tenía ganas de llorar. Tenía miedo. ¿Y si Edward se
molestaba? A muchos humanos no les agradaba la idea de que las ánimas rondaran
cerca de su casa. ¿Sería él igual que el resto? Pero se encontraba, tal y como dicen,
entre la espada y la pared. Cristal era demasiado terca, jamás la dejaría irse si no se
presentaba frente a él.

Ya estaba frente a la puerta.

–¡Entra! – alentó Cristal, sin poder ocultar la emoción en su cantarina voz.

Su mano se posó sobre la perilla y la hizo girar.

–Tiene cerrojo – señaló. Cristal puso los ojos en blanco.


- 59 -
–Bella, no estoy para juegos.

La morena quería gritar. Las piernas le temblaban. ¡Era la primera vez que odiaba
el poder traspasar cualquier tipo de paredes sin ningún tipo de problema! Por
primera vez, la experiencia de sentir la superficie rocosa acariciando su "piel" no le
maravillaba.

–¡Entra! – repitió su amiga, dándole un empujoncito por la espalda que la hizo


penetrar la barrera de manera inmediata.

Sus ojos se dilataron. No lo podía concebir: estaba en la habitación de Edward.

Viajó su mirada por cada metro a la redonda. Era un lugar pequeño, pero con
reconfortante. Las paredes estaban tapizadas de fuliginosas láminas góticas que
dejaban a la vista el nombre de los diferentes grupos musicales: Theatres des
Vampires, Lacrimosa, Cradle of Filth, Nox Arcana, Therion, Children of Bodom,
Corpus Deliciti... entre otros. Había también varias repisas pintadas de negro y en
ellas, innumerables colecciones discos y libros. Pero lo más maravilloso fue lo que
sus pupilas descubrieron después: el joven de oscura vestimenta sobre la cama, con
los ojos cerrados, mostrando a la perfección sus parpados y sus espesas pestañas.
Sus labios entreabiertos expulsaban un débil ronquido. Estaba durmiendo. Ella
sonrió. Era una imagen gloriosa, única e inmejorable, el cómo los despeinados y
largos cabellos cobrizos caían para adornar de manera informal su rostro pálido.

Se atrevió a dar un paso hacia delante y otro, y otro más, movida por el deseo de
poder contemplarlo mejor. No se dio cuenta de lo cerca que estaba hasta que pudo
localizar, a un lado de él, una grande hoja de papel que tenía varios y definidos
trazos sobre ella. Un tórrido sentimiento le invadió al descubrir qué era el fin de esa
combinación de sombras y curvas: era ella, sentada sobre su tumba, con una
hermosa luna menguante bailando arriba de su cabeza.

Tomó asiento sobre la cama, que apenas y se hundió con su peso. Dejó de admirar
el ingenioso dibujo para centrarse en quién lo había hecho. Suspiró. Era demasiado
bello. Parecía un oscuro ángel perdido, exiliado del cielo por ofender a Dios con su
perfección. Sin poderse contener, dirigió una de sus manos hacia la angulada
mejilla.

Edward despertó casi al instante, parpadeando numerosas veces para aclararse la


vista y comprobar que no era una alucinación. Bella irguió su espalda, su expresión
dejaba en claro lo asustada que estaba mientras esperaba la mortal reacción. El
muchacho la seguía mirando fijamente. Después, sin más, la yema de sus dedos se
dirigió, cautelosamente, hacia el femenino rostro, paseándose delicadamente por su
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piel sonrojada.

–No eres un sueño –susurró.

La castaña sonrió, aliviada. Jamás se imaginó que esas serían las primeras
palabras que él le diría al encontrarla, repentinamente, en su habitación.

–Yo... espero no incomodarte... – comenzó a decir, pero las suaves caricias que le
eran brindadas a su rostro la desconcentraban

–No tienes idea de cuánto te extrañaba – confesó Edward – ¿Incomodarme? Parece


que no te has dado cuenta de que cada día te necesito un poco más.

Bajó el rostro, ruborizada. No hallaba las palabras en la boca. La habitación quedó


un momento en silencio después de que el tacto que la aturdía se alejó. Ella observó,
por segunda ocasión, el dibujo, mientras intentaba hallar un poco de lucidez, aunque
estaba resultándole una tarea difícil.

–¿Te gusta? – le preguntó él

–Pensé que estarías estudiando – puntualizó, divertida. Edward sonrió, pero no


dijo nada a cambio – Es lindo...

–Eres tú – asintió - no se podía esperar menos.

Se miraron a los ojos por un momento. Entonces él se fijó más allá del castaño
hechizante de sus pupilas.

–Estás empapada –apuntó

–No pasa nada – tranquilizó ella, encogiéndose de hombros, más él la ignoró,


buscó una toalla limpia y comenzó a secar sus cabellos con suma delicadeza.

Bella ya no opuso ninguna resistencia. Sabía que no tendría caso alguno. Edward
siempre la trataba de esa manera tan afable, como si ella pudiera sufrir algún
verdadero daño, como si ella no estuviera muerta. Suspiró. Debía admitir que se
sentía bien cada vez que él la tomaba entre sus brazos o la acariciaba. Le gustaba...

Edward, mientras tanto, había dejado caer la toalla a un lado para entrelazar sus
dedos en la húmeda cascada caoba. Sonrió ligeramente al sentir su suave textura
entre ellos, acariciandolos con sus yemas. Se acercó más. Bella se estremeció y
cerró los ojos.
- 61 -
–Tu olor es delicioso – susurró él, inhalando suavemente, con su nariz casi hundida
en las hebras castañas.

Bella temblaba de pies a cabeza, azorada del todo por su cálido aliento que le
acariciaba los parpados. El muchacho se alejó un poco, solo para fijarse en la
delicada abertura de sus labios. No pudo resistir arrullarlos con la punta de sus
dedos, sintiendo la trepide de ellos bajo su tacto. Pegó su frente a la suya. Las
puntas de sus narices se tocaban. Los labios de ambos tan próximos, acicalando sus
alientos en la poca distancia que los separaba. Edward dirigió sus manos hacia el
rostro femenino, lo acunó entre ellas con adoración. Todo había quedado en silencio,
todo había desaparecido para ambos, solo existía el uno y el otro.

–Quiero besarte – confesó Edward, con voz muy bajita, no pudiendo refrenar más
el anhelo que desde hacía ya tanto le enardecía la sangre y le alteraba el pecho.

Y es que ya no tenía caso tratar de seguir ocultando lo que resultó obvio desde un
principio. Al fin comprendió el mutismo de Emmett y Jasper al preguntarles cómo
era lo que sentían por Rose y Alice. ¡Al fin supo por qué nunca hallaban las palabras
para explicarse! Ahora mismo, él, por más que lo intentaba, no acertaba la mejor
manera de cómo nombrar sus sentimientos. ¿Amor? ¿Así se le conocía a esa mezcla
infinita de sensaciones nuevas, desconocidas, mágicas, imperiosas e indescriptibles?
¿Amor? Le pareció casi insultante un término tan pequeño para semejante
definición, para tan dulce embrollo. Amor... Definitivamente, una palabra simple,
pero intensa, sincera y tangible. Al fin lo comprendía. Al fin todas sus dudas estaban
disipadas. Al fin el mismo había pintado su propia respuesta, pues, al fin, él se había
enamorado.

Bella no contestó. La confesión de Edward había acabado con la débil consciencia


que le quedaba, la que le advertía que esta osadía llegaba demasiado lejos, que esto
que estaba a punto de suceder podría resultar arriesgado para él... Ahora solo era
capaz de estremecerse ante el fuego que iba y venía por todo su cuerpo. Ahora solo
era capaz de hilar sus dedos en los cabellos de Edward y dejarse llevar por el
movimiento que sus labios habían comenzado a ejercer sobre los suyos.

Un suspiro se le escapó ante el primer contacto entre sus bocas, tórrido, suave,
frágil. Dando paso a otro movimiento más sensato y firmemente dulce, iniciando con
ello una febril danza que la acunaba entre suaves ondas de terciopelo y frenó
cuando las manos de Edward liberaron su rostro de manera involuntaria, movidas
por la incontenible y repentina debilidad que se había apoderado de él.

–Edward... – susurró Bella preocupada, al ver que el chico había palidecido


notoriamente y su respiración se había descompasado – Lo siento...
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–No – negó él con la cabeza, inhalando profundamente para adquirir las fuerzas
que se habían esfumado – estoy bien. No te preocupes – sonrió, volviendo a tomar su
rostro entre sus manos – estoy bien – repitió, con los ojos aún cerrados, acariciando
sus labios, nueva, débilmente.

Bella lo aceptó de la misma apabullada manera. Al final de cuentas, era lo


suficientemente egoísta como para no detenerlo. ¿Podría alguien tener la voluntad
de renunciar a ese sabor tan exquisito y embriagante? Su primer beso. Todas esas
ilusiones, propias de niñas de su edad, habían quedado enterradas, junto con su
cuerpo, desde hacía cuatro años. ¡Y había que verla ahora! Sintiéndose más viva que
nunca. Qué irónica, qué bella realidad.

El rostro de Edward cayó sobre el hueco de su hombro al segundo siguiente. El


miedo volvió a turbar el encanto de la situación, reclamándole, reprochándole, su
falta de sensatez.

–Lo siento – repitió, con culpa, intentando alejarlo de su cuerpo para que no
siguiera debilitándose

–No – frenó él, aferrado, con ahínco, sus dedos en su negro vestido – no lo hagas.
Quiero estar contigo...

Bella desistió de forcejear ante la suave insistencia de sus palabras y, a cambio,


dejó que la cabeza del muchacho descansara sobre su pecho. Sabía que si se
mantenía quieta, nada grave pasaría. Además, era agradable, como todo lo obtenido
de él...

–Se siente bien estar de esta manera, ¿sabes?

–Lo sé – asintió la castaña y, de manera natural, como si fuera algo que ya hubiera
hecho ciento de veces antes, sus brazos se enrollaron alrededor de él.

El reloj marcaba casi media noche. El silencio entre ambos era reconfortante en
aquella oscuridad endeblemente quebrantada por la lámpara que reposaba en el
sencillo escritorio de madera. Edward jugaba distraídamente con un mechón de
castaño cabello, el cual, a veces, de manera indeliberada, se llevaba a los labios.

– Edward – llamó, repentinamente, con un susurro

–¿Si?

–¿Sueñas conmigo?
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–Todo el tiempo

Sonrió, complacida, ante la sincera respuesta obtenida. Edward se incorporó


entonces, sentándose frente a frente, tomándole de las manos y clavando su mirada
en ellas

–Bella – susurró, un poco indeciso. Conocía nada sobre temas amorosos. Tenía
menos de diez minutos había descubierto que no era lo mismo percibir este
sentimiento desde fuera. Pero esa noche se estaba dejando guiar solamente por sus
impulsos; por esa misma fuerza interna que lo había llevado a besarla y a callar
después y, ahora, le incitaba a hablar – Te quiero...

Un estremecimiento recorrió a ambos ante lo dicho y lo escuchado. Las mejillas de


ella se sonrojaron. Las manos de él volvieron a asir su rostro y sus labios besaron los
suyos, otra vez, de manera tan ligera, que pareció como si las alas de un colibrí
hubieran sido las que habían acariciado su boca.

La morena cerró los ojos. Él hizo que sus frentes permanecieran unidas, mientras
sus dedos se hilaban en la castaña melena. El corazón le latía con vigor, a un ritmo
deliciosamente acelerado, cantando, bailando de dicha. Sabía que Bella le quería.
No era necesario que lo preguntara o se lo dijera. Lo sentía. Se lo decía el tímido
temblor de sus labios bajo los suyos. Se lo confirmaba el brillo de su mirada.

Y no hacía falta nada más...

Alice temblaba bajo las sabanas de su cama. Podía jurar que había visto, a través
de la pequeña rendija inferior de su puerta, pasar un par de diminutos pies. Tragó
saliva ruidosamente y se obligó a cerrar los ojos.

"No pasa nada", se reconfortaba mentalmente, "ellos no son peligrosos. Tal vez es
solo mi imaginación..."

–No eres un sueño – el lejano sonido de la voz de su hermano le hizo saltar – no


tienes idea de cuánto te extrañaba...

Frunció el ceño. ¿Con quién dialogaba Edward? Miró el reloj. Era muy noche como
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para platicar por teléfono. Y, aún así fuera un horario más temprano, ¿A quién
podría él hablar de esa manera?

–Estás empapada

–No pasa nada

¿La voz de una mujer? Hizo las sabanas a un lado y se levantó de la cama. No se
molestó en calzarse las sandalias, se dirigió hacia la salida de su cuarto con los pies
descalzos. Comprobó que la habitación de su hermano aún estaba iluminada. Frenó
sus pasos al estar casi frente a su puerta. Jamás antes había hecho algo similar y no
podía evitar sentirse culpable. Pero el temor era más fuerte que su lealtad hacia él.
Si, temor a que sus especulaciones fueran ciertas y la voz femenina que alcanzaba a
escuchar no fuera otra más que la de aquella muchachita fantasma del que su
hermano tanto le había hablado hacía ya varias semanas.

Adquirió valor para asomarse y mirar por una pequeña rendija.

Se llevó una de sus manos a la boca, para sosegar un jadeo, al ver la imagen que
se le presentaba. Edward y una pálida chica, de piel casi translucida y espesos
cabellos color caoba, besándose con ingenua pasión. Parpadeo varias veces para
deshacerse de su enajenamiento. Se negaba a creer lo que sus ojos divisaban
claramente...

Un escalofrío le recorrió la espalda al ver a su hermano debilitarse. Estuvo a punto


de abrir la puerta para ir en su ayuda; pero los pies se clavaron en el suelo al ver
que él insistía en seguir a su lado. ¿En qué estaba pensando Edward? ¿Era acaso
que se había vuelto loco? ¿Cómo era posible que no se fijara en lo obvio? Estaba más
que claro que la jovencita que lo arrullaba entre sus brazos no era alguien normal.
Solo había que prestar atención a las finas ojeras que se formaban bajo sus ojos, a
sus pies descalzos y enlodados, a su vestimenta desgarrada y vieja...

–Te quiero...

Su rostro de duendecillo se ensombreció, sus pequeñas manitas se crisparon sobre


la pared, su cuerpecito temblaba de pies a cabeza. Sentía lágrimas en los ojos.
¿Tenía que ser necesario que su hermano se fuera a enamorar precisamente de un
fantasma? ¿Por qué, habiendo tantas mujeres de carne y hueso, tenía que fijarse en
la representación de un alma rezagada?

Una fuerte punzada le pegó a sus sienes. Recargó su espalda sobre la fría pared y
se dejó resbalar hasta quedar sentada en el suelo. La piel se le enchinó al arribo de
- 65 -
varias y difusas imágenes. No era la primera vez que experimentaba este tipo de
"visiones". Le había ocurrido algo similar en un par de ocasiones; pero le seguía
horrorizando la bestial rapidez con que las efigies, sonidos y voces pasaban y
nublaban su vista. Era como pasar cien mil fotografías, en menos de un segundo,
frente a sus ojos. Nunca alcanzaba a distinguir mucho; solo lo suficiente como para
poder afirmar que lo que lograba comprender, se transformaban en fragmentos del
futuro de sus personas amadas. Espantoso, si. Pero esta vez había algo más
escalofriante. La voz de su hermano, los llantos de ella, lágrimas de sus padres, dos
desconocidos rostros... un ataúd.

–¡Basta! – gritó, llevándose las manos hacia su cabeza.

Su aguda vocecita llegó a los oídos de Edward.

–Alice – susurró – Iré a ver qué pasa

–Ve – alentó Bella.

Él depositó un beso sobre su frente y se encaminó hacia su puerta.

Y la encontró ahí, a un lado de ésta, hecho ovillo, temblando y con las mejillas
completamente empapadas.

–Alice – musitó, agachándose para tomarla entre sus brazos – ¿Qué te pasa?

La pequeña no contestaba. Parecía que solo era capaz de mirarle con sus ojitos
dilatados y húmedos. La introdujo en su habitación, ignorando las súplicas que ella
hacía por que no fuera así.

–¡Alice, cálmate! – Pidió, zarandeándola suavemente por los hombros –


despertarás a Carlisle y a Esme.

La pequeña apretó los labios para obedecer, pero las violentas sacudidas de su
cuerpo daban a saber, sin censura alguna, lo aterrada que estaba. Su verde mirada
se clavó en Bella.

–Creo que lo mejor será que me vaya...

Otra lluvia de imágenes. Edward feliz, sonriente, al lado de la misma chica que
ahora mismo le miraba.

–No – soltó Alice, sorprendiendo tanto a Bella como a su hermano con su tan
- 66 -
inesperada actitud – no te vayas, por favor.

La morena retrocedió los pasos que había dado, cautelosamente.

Los temblores comenzaron a cesar casi de manera inmediata. Edward la abrazó


durante varios segundos, hasta que el ritmo de su corazón se normalizó.

–¿Estás bien?

Se limitó a asentir.

–Te has puesto muy mal... ¿Qué sucedió?

–No preguntes – pidió, luchando por no recordar las primeras visiones que había
tenido – ¿No me presentas a tu amiga?

Edward analizó su expresión un momento más. Era notorio que Alice luchaba por
no mostrar lo verdaderamente inquieta que estaba. También era fácil deducir que no
había sido la imagen de Bella la que la había alterado de esa manera. Había sido
algo más. Algo que, por el momento, Alice no quería contarle. Él no la presionaría.
Sabía que para todo había un momento, que las cosas debían de fluir a su paso,
conforme a su naturaleza. Ahora su hermana lo que deseaba era conocer a Bella. La
llevó, entonces, de la mano hacia donde la castaña permanecía inmóvil. Las
presentó. Ambas muchachas se sonrieron. Alice comprobó que el gesto, aunque
tímido, salía sincero de sus labios y se animó a extender su mano

–Siento mucho el escándalo que hice hace minutos

– No te preocupes... – retrocedió Bella, evadiendo su contacto. A la pequeña se le


escapó una risita

–No creo que me desmaye por un simple rozón de manos – tranquilizó.

La morena dilató la mirada. Al igual que Edward, no acababa de comprender el


cambio de humor tan súbito de la mortal muchacha. Aún así, sus facciones no
dejaban duda alguna de que su cordialidad era sincera. Su mano se elevó en el aire;
pero ni bien la punta de sus dedos iba a rozar la cálida piel femenina, la puerta de la
habitación se abrió, dando paso a una señora de gentil rostro de corazón,
acompañada de un señor de rubios cabellos.

–Edward, Alice, ¿Qué sucede? ¿Por qué tanto alboroto?

- 67 -
.

Hola ^^. Bueno, como prometí, esta vez no tardé tanto. ¿Verdad? *-*...

En fin. ¿Qué les pareció este capítulo? Espero les haya gustado y me dejen su
opinión para ver si mi esfuerzo valió la pena. Aquí, mi estimada Romina puede
decirles qué tanto me estuve partiendo la cabeza para escribirlo T_T (Por cierto,
gracias por ayudarme a relajarme y darme ideas). ¿Me compensan con un
comentario? *-*. ¡Gracias! ^^

PD: Se me olvida decirles que, el lunes ya regreso a la universidad, así que


les quiero pedir disculpas, anticipadamente, si tardo un poco con la
actualización T_T. Así mismo, pido su comprensión. Haré todo lo posible por
no demorar demasiado, pero ya saben, la escuela es primero (¡Puaj! ¬¬) En
fin, ¿Qué dicen? ¿Cuento con su apoyo? *-* Gracias una vez más

Se cuidan

Atte

AnjuDark

- 68 -
Amor Fantasmal

¿Dónde estoy? ¿Qué sentimiento indecible viene a turbar todas las


facultades de mi existencia?

¿Dónde has cogido esos ojos que me desarman?

¿Quién te ha prestado esa voz seductora, cuyos sonidos ablandan mi


corazón?

¿Eres acaso un ángel celeste? Habla, ¿Quién eres?

Ya no me reconozco, no sé ya ni lo que quiero ni lo que hago;

Todas mis facultades, anonadadas ante ti, no me dejan hacer sino tus deseos.

Los Crímenes del Amor – Marqués de Sade

Capítulo 8: Amor Fantasmal.

Era la primera vez que Bella veía a los padres de Edward. Había demasiada
curiosidad en su castaña mirada. Edward le había hablando mucho de ellos, del
amable matrimonio que le habían acogido, junto con su hermana, al encontrarlos
solos en las calles de Italia.

Esme y Carlisle habían penetrado en la habitación con gesto preocupado. Los


gimoteos de Alice les habían despertado violentamente y corrieron hacia ella,
pensando que tal vez algún intruso se había inmiscuido en la casa; pero en aquel
cuarto no había nadie, más que la presencia de ambos adolescentes... y, claro, de un
fantasma al que ellos no podían ver.

–Edward, ¿Qué sucede? – insistió Esme, quien se encontraba justo a un lado de


Bella. Con su hombro traspasando el suyo, de manera literal, y sin si quiera notarlo
o imaginarlo – ¿Por qué lloraba Alice de esa manera?

El muchacho tardó un poco en contestar. Estaba impactado. No era la primera vez

- 69 -
que divisaba esa cualidad de Bella, pero tampoco era algo que, pensaba él, se podría
llegar a acostumbrar. Le había sucedido lo mismo en otro par de ocasiones, mientras
salían a pasear por las desoladas calles de Forks, en medio de la noche. No había
hecho falta algún mendigo que, tambaleándose de un lado a otro, pasara a su lado,
ignorando, por completo, que lo que exactamente había hecho era calar el cuerpo de
la fantasma, como si de una frágil capa de humo se tratara.

Bella dio un paso hacia atrás, para alejarse de la mortal mujer y así no robarle más
energía de la que ya había obtenido de su dulce alma. Estaba asustada. Si. Asustada
de que Edward le molestara con ella por no poder impedir robarle energías a su
madre, hermana y padre. Tal vez lo mejor era irse.

–Vi unas sombras –fue Alice la que al final contestó. Sabía que no hacía falta decir
más. No era conocida por su gran valentía en esos aspectos – disculpen.

Esme se acercó y le sonrió tiernamente.

–No tengas cuidado, cariño. ¿Te sientes mejor?

Ella asintió.

–De todos modos, estaré con Edward un poco más, ¿no te molesta?

–De ninguna manera – contestó el muchacho.

Esme y Carlisle se despidieron entonces. Dejando "solos" al par de hermanos.

–¡Uf! – Suspiró Alice – por un momento pensé que te verían

–Siento mucho causar problemas. Yo...

–Bella – interrumpió Edward, tomando sus manos. Sintiéndolas entre su tacto,


como un acto milagroso del que él no se sentía digno; pero, contradictoriamente,
daba gracias por ser capaz de ello – No te preocupes de nada, ¿si? Todo está bien.

–¿No estas molesto conmigo?

–¿Por qué habría de estarlo? – inquirió, divertido

–Entré a tu casa, me alimenté de tu familia...

La risita de Edward le hizo callar. Él se inclinó para besar sus manos.


- 70 -
–Realmente eres tontita – murmuró – ¿Acaso no te ha quedado claro que estas dos
noches en las que no te vi fueron el peor de mis calvarios? ¿Tengo que gritarlo para
que entiendas que mi corazón muere si no estás a mi lado?

Alice escuchó cada palabra en completo silencio, después, decidió marcharse.


Sentía cierta melancolía ver a su hermano tan enamorado de esa tímida muchacha.
¿En qué terminaría todo esto? No lo sabía. No quería saberlo. ¿Cómo concluir una
historia amorosa entre un humano y un fantasma? Era la pregunta más incierta que
se pudiera plantear en toda una vida. Al final de cuentas, los fantasmas eran almas
expelidas del Cielo y del Infierno. Y, hasta donde intuía, Bella jamás le había
platicado sobre ese tema a Edward.

Y así era. En todo este tiempo, Edward y Bella se habían conocido, confesado sus
amenidades y narrado pequeñas experiencias de su vida. A ella le gustaban las rosas
blancas, desde el día en que él puso una en su lápida; pero, cuando vivía, tenía
cierta inclinación por las flores de colores sombríos. Respecto a la música, tenían
mucha similitud. Habían pasado noches enteras juntos, acurrucados el fondo de una
cripta abandonada, resguardándose de la implacable lluvia y escuchando, a través
del Mp3 de Edward, las suaves y relajantes notas de Stoa, Apocalyptica, Era, Isaac
Shepard, Ashram y Secret Garden, mientras contemplaban las gotas cristalinas
golpear y humedecer la tierra.

Si. Muchas experiencias tan sencillas como estas les habían acompañado. Pero
decir que Edward conocía todo de Bella era mentir. Solo en una ocasión le había
preguntado sobre su familia, sobre su muerte. Ella había quedado callada. Su rostro
se había transformado en otro, sombrío y triste. Entonces él supo que no había
llegado el momento de saberlo. No insistió más. Y, hasta el momento, seguía
ignorando porqué el alma de Bella seguía aquí, porqué su lápida parecía estar en
total abandono, porqué, cuando quiso indagar sobre Isabella Swan no encontró
ninguna clase de información.

Aunque, todo eso, ¿Qué importaba ahora que ella se encontraba entre sus brazos?

–¿Qué sucede? – le preguntó la castaña, al escucharle suspirar.

Él besó sus cabellos, sintiendo su textura sedosa acariciar sus labios, inhalando su
sublime y singular aroma. Uno de sus dedos se paseó por sus mejillas, tan suaves,
que casi parecían difusas en el viento. Apagó todas las luces para poder apreciarla
mejor. La piel de fantasma era mucho más visible en la oscuridad completa y él no
quería desperdiciar ni un solo momento para poder observarla.

–Eres hermosa – susurró, acercándose; hechizado. La castaña suspiró al sentir que


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sus parpados eran besados dulcemente

–No soy humana...

–¿Y eso qué importa? –Interrumpió, con sutileza – no sabes cuán agradecido estoy
con la vida por darme la oportunidad de poder verte, de poder tocarte... ¿Qué sería
de mí sin ti, Bella? No sería nada, más que otra de esas tantas y simples masas de
carne que, a través del transcurso miserable de horas y días, esperan, con pavor,
morir.

–Eres muy joven para pensar en la muerte – musitó la fantasma, embriagada del
aliento cálido que golpeaba sus pómulos, perdida en las manos que sostenían y
entibiaban su rostro.

–Me gustaría morir ahora – dijo Edward, con voz suave, firme. Sincera. – jamás
antes deseé la muerte tanto como hoy, Bella. Así estaría contigo siempre.

–No – discutió ella, sin alterarse – Eso es imposible, estoy segura.

–¿Por qué?

–Tienes un alma excepcionalmente hermosa y fuerte – contestó, con voz cándida –


No concibo a alguien capaz de cerrarte las puertas del Cielo. Apuesto a que, en
cuanto te vea llegar, Dios te extenderá sus brazos y te recibirá como el hijo
predilecto.

–A mí no me interesa estar en brazos de ese Dios – discutió él, susurrando – yo no


quiero estar al lado de ese ser que te desterró de su reino.

–Entonces, te irás al infierno...

–Tampoco quiero eso. ¿Acaso no lo entiendes? Mi única deidad eres tú, Bella. El
único lugar para descansar mi alma está entre tus brazos. Yo no quiero estar ni con
Dios, ni con el Demonio. Ninguno de sus reinos es bueno, lo sé por el simple hecho
de no estar tú en ellos. Yo quiero estar contigo. Mi edén solo existe a tu lado.

Bella le miró a los ojos. Sonrió, mientras su delicada mano le acariciaba el rostro.

–Edward, tu hora aún no ha llegado – susurró – La muerte aún no te busca y jamás,


escúchame bien, jamás, dejaría que hicieras una tontería para acelerar ese
momento. Piensa en tu familia – agregó – ellos te aman...

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–Para morir nacemos...

–Si. Pero eso no contrarresta el dolor que dejarás en ellos

Edward bajó el rostro, derrotado. Ella se acercó para besarlo brevemente. Esto le
sorprendió de manera agradable, le hizo sonreír.

–No pienses en eso – pidió – aún falta demasiado por recorrer

–Juntos – enfatizó él

–Juntos – asintió ella.

El año escolar había terminado. Edward no solo se encontraba aliviado y


satisfecho por sus calificaciones, si no también por que, al fin, podría ir al
Cementerio. Una sonrisa ensanchó sus labios al recordar lo sucedido la noche
pasada. Suspiró. Aún podía sentir la suave caricia de sus besos, la frialdad
acogedora de sus manos, el embrujo de su mirada.

Isabella. Su nombre se repitió, con gozo, en su interior. Y no hacía falta prestar


demasiada atención para percatarse de su severo estado de ensoñación. Todos sus
allegados habían reparado ese extraño brillo en su mirada y lo ausente que se
encontraba. No es que Edward siempre estuviera atento a todo lo que le rodeaba.
Había sido, desde niño, demasiado distraído. Y esta actitud se debía a que prefería
abandonarse en la agitación de las hojas, en el sonido del viento o en la caída de la
lluvia, en lugar de sentarse a juzgar a cuanto humano pasara a su lado. Para él, las
personas, a excepción de las que quería y apreciaba, eran monótonas y simples.
Repetitivas. Como si fueran creadas en la misma fabrica, con los mismos
pensamientos, con los mismos prejuicios y ambiciones.

Más sin embargo, esa mañana se le percibía diferente. Perdido, pero, en cierto
modo, radiante. Lo delataba esa pequeña sonrisa pintada en sus labios y los suspiros
que, con frecuencia, se le escapaban inconscientemente.

–¡Ey! – Exclamó Emmett, llegando a su lado – ¡Hombre! Jamás había visto


semejante cara de cordero degollado ¿En qué piensas?
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Edward le miró. Quería demasiado a su amigo y, desde hacía ya varias semanas
había sospesado la posibilidad de contarle la verdad; pero... ¿Le creería?

–¡Edward! – la voz de Jessica le distrajo. La chica llegó corriendo hacia ellos,


siendo seguida por Mike, Rosalie Alice, Jasper y otro grupo de jóvenes que se habían
unido – ¡Al fin han terminado las clases! ¡El resto quiere ir a festejar a algún lugar!

–Lo siento, yo no podré ir...

–¿Y se puede saber por qué, Cullen? – Preguntó Newton, aunque sin dar tiempo
para contestar – ¡Espera, espera, no me digas! ¡Ya sé! Irás a festejar con tus amigos
los muertos, ¿no?

Emmett frunció el ceño, al igual que Alice. La pequeña ya estaba de mal humor
desde el principio – pues había organizado una reunión entre SUS AMIGOS, no con
casi todo el grupo, tal y como había sucedido gracias a Jessica – y esa actitud tan
grosera de Mike para con su hermano no era el mejor paliativo para su
temperamento. Sin embargo, Edward pareció no tomarle importancia al
malintencionado comentario y, sonriendo, contestó:

–Tienes toda la razón, Mike. ¿Para qué mentir? Iré al cementerio – le dedicó una
mirada a Alice. Ella sonrió, intentando no recordar la visión que se le había
presentado anoche. No lo logró del todo. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo y
Jasper lo percibió al instante.

–¿Qué sucede? – Preguntó el rubio, de manera suave – ¿Tienes frío?

–S-si – musitó Alice. Él la abrazó tiernamente y ella se dejó relajar por su


presencia. Al lado de su novio, las aguas turbias se cristalizaban. Las cosas que
podía ver, y tanto le aterraban, se disipaban.

–¿Por qué no vamos al cementerio todos? – ofreció Jessica, de manera inesperada.


A Edward se le dilataron los ojos.

–No creo que sea buena idea – discutió, intentando ser discreto – Quiero decir,
ustedes ya tenían planes...

–Nada bueno, en realidad – interrumpió la muchacha, completamente decidida a


pasar esa tarde en compañía de nuestro protagonista – Tiene meses que no vamos.
Podemos comprar algo de botanas y organizar una velada.

Para desgracia de Edward la mayoría se mostró de acuerdo. Frunció los labios y


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trató de resignarse a la idea de no poder pasar esa tarde a solas con Bella, tal y
como había deseado. La vería, si. Y también ella podría estar sentada a su lado, si se
sentía cómoda con ello; pero no podría tomarla de la mano, ni quedársele viendo
fijamente, contemplando su belleza, así como a él le encantaba hacerlo, ni mucho
menos hablarle. El resto pensaría que se estaba volviendo loco. Y no es que le
importara lo que rumiaran de él. Ese era un detalle que, desde su infancia, había
ignorado con suma y natural facilidad. Lo que le preocupaba –o más bien, en cierto
modo, le molestaba e indignaba – era tener el certero presentimiento de que jamás
lo comprenderían, ni le creerían.

Los humanos son demasiados soberbios y se niegan a la existencia de otros seres


aparte de los que han visto sus ciegos ojos. Y el poner en tela de juicio el nombre de
Isabella Swan era algo que, sabía, no podría soportar. Ya casi podía imaginarse a
Mike carcajeándose de ella. La mandíbula se le tensó nada más el planteárselo.

Mientras el numeroso grupo de estudiantes, recién egresados, discutían y


proponían sobre qué comprar y llevar hacia el camposanto, Edward dirigió una de
sus manos hacia el bolso de su pantalón. Sus dedos tentaron, con delicadeza, el
pequeño objeto que en él reposaba. Sonrió con ligera decepción. "Tal parece que
tendré que esperar hasta mañana"

–No pareces demasiado contento – apuntó Emmett, despertándolo de un codazo en


sus costillas – dime, ¿tenías una cita?

–Algo así – asintió

–Ey, hermano, ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto misterio?

–No es fácil contar lo que me está pasando

–Pero somos amigos, ¿no? – Insistió el moreno – sabes que puedes confiar en mí

Edward le miró fijamente por un segundo. Si, era cierto. De toda esa bola
arremolinada a pocos metros de él, excluyendo a Jasper y su hermana, Emmett era
el único en quien podía confiar. Suspiró. Esperó hasta que el resto de los
adolescentes comenzara a caminar para hacer él lo mismo. Emmett le seguía los
pasos.

–Lo que te voy a decir, seguramente te sonará extraño; pero no estoy loco y te digo
solo la verdad – anticipó, hablando en susurros, por si alguien venía atento a ellos.
El moreno esperaba, en un expectante silencio – Estoy enamorado de una fantasma.

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Otro silencio, pero diferente: lleno de enredo. Y es que Emmett se había
imaginado de todo: Desde una mujer casada hasta una menor de edad, por la cual
Edward podría ir a la cárcel. Pero... ¿Una fantasma? Por un brevísimo instante, tuvo
ganas de reír, pero la expresión de éste le dejaba en claro que no se trataba de
ninguna broma

–No entiendo...

–Lo sé. Y no te culpo por ello. Tú no puedes verlos. Solo te pido de favor una cosa

–¿Cuál es?

–No dudes de lo que te digo. Créeme. Tal vez, algún día, te pueda comprobar que
es verdad

Emmett asintió. Dieron tres pasos en silencio, mientras él intentaba asimilar lo


escuchado. No fue fácil. Sin embargo, conocía a Edward y, aunque pareciera
absurdo, tenía la certeza de que su declaración, efectivamente, era verídica.

–¿Y es linda? – quiso saber, volviendo a sonreír como siempre: de manera


despreocupada.

–Demasiado – admitió Edward, sin poder evitar sonreír – es la más bella de todas

El moreno dilató los ojos. Era la primera vez que oía hablar así a su amigo; más no
dijo nada al respecto. Se alegraba, de hecho, el poder contemplarlo de esa manera
tan... natural, más humano. Edward siempre había sido frío, distante y ausente.
Sumergido siempre en su exclusivo mundo. "Pensando sin pensar", esa era lo que
siempre contestaba cuando él llegaba y lo despertaba de esa ensoñación que, para
muchos espectadores, resultaba hasta un poco incomoda.

Llegaron al Cementerio. El crepúsculo comenzaba a caer. Se instalaron en una


gigantesca tumba y varios se apresuraron a usar el aposento como un improvisado
comedor.

–No hagan eso – interrumpió Edward, bajando las cosas hacia el suelo

–¡¿Qué te pasa, Cullen? – desafió Mike, empujándolo por los hombros, con
violencia. Emmett gruñó y dio un paso hacia el frente, en defensa de su amigo, pero
éste le interrumpió con un gesto en la mano.

–No es mi intención ofenderles; solo quiero recordarles que en este lugar


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descansan cuerpos, almas. Debemos de tener un poco más de respeto y no usar los
sepulcros como mesa de aperitivos.

Nadie dijo nada al respecto. Al menos, no enfrente de él. Alice dedicó una mirada
envenenada a aquellos que murmuraron blasfemias en contra de su hermano, pero
trató de no darle importancia. Su mirada se viajó un momento por alrededor.
Comenzaba a oscurecerse. La hora de los fantasmas estaba cerca. ¿A cuántos
lograría ver ahora? Un escalofrío le recorrió el espinazo.

–Estás demasiado nerviosa – apuntó Jasper, besando sus cabellos – ¿Qué sucede?

Permaneció en silencio, concentrada en cómo su hermano comenzaba a aislarse de


toda es masa de adolescentes, para ir en búsqueda de ella.

Edward sonrió al verla sentada, sobre su tumba, esperando por él. Pudo apreciar
el tenue rubor que se pintó en las femeninas mejillas que, ingenuamente, intentaban
ocultarse entre la espesa capa de oscuro castaño.

–Hola – saludó, al estar frente a ella.

–Hola – contestó la muchacha. Él se acercó para besar su frente y luego, acariciar


sus labios entreabiertos que suspiraron, aceptándolo.

–Te extrañaba

Bella sonrió.

–Yo también. Felicidades, ahora eres un alumno egresado de la preparatoria

–Gracias

–Tengo algo para ti –informó la castaña, mientras extendía su mano derecha para
que él pudiera ver la pequeña y tiesa mariposa negra que reposaba en ella – La
encontré hoy, al despertar. La vi y me pareció hermosa. Le conté los deseos que
tenía de que la conocieras, que seguramente a ti también te gustaría. Ella te vio en
mis pensamientos ¿Y sabes lo que me dijo?: Me dijo que quería estar contigo por
siempre, así como yo. Tómala, en ella no solo va su alma, si no también la mía. Son
tuyas.

Edward cogió la mariposa entre sus manos. Sintió la textura de sus negras alas
contra la piel de sus dedos. Sus ojos se encontraron con los de Bella y, luego, se
inclinó para besarla. Fue un beso breve, pero dulce. Nada que implicara marearlo o
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debilitarlo de manera considerable.

–Yo también tengo algo para ti – dijo, extrayendo un objeto, de aspecto fino y
dientes plateados, ovalado y adornado con pequeños cristales negros en las orillas.
Era un prendedor para cabello – pensaba dártelo mañana – agregó – pero no he
podido con la tentación.

–Gracias – musitó Bella, tomándolo entre sus manos – es hermoso. Pero...

–Sé que no podrás ponértelo siempre – tranquilizó, adivinando los pensamientos


de la muchacha.

Y es que Bella, al igual que el resto de los fantasmas, no podía usar, libremente,
ningún otro accesorio que no portara momentos antes de su muerte.

Eh ahí el por qué sus pies descalzos y el mismo vestido desgarrado todo el tiempo.
El motivo era simple y entendible. Hacía varias semanas, Edward le había comprado
un par de zapatos, para después invitarla a salir a pasear; ella los había rechazado,
apenada, explicándole que, si salía con ellos puestos, la gente que no podía verla,
solamente podría apreciar el calzado andando "solo", sin "nadie" que los moviera. Lo
mismo sucedería con pulseras, cadenas, ropa. Con todo objeto que no hubiera
muerto con ella...

Esta característica, que marcaba fuertemente la línea entre el mundo de las almas
en pena y el mundo de los mortales, y resultaba poco notoria para los videntes (pues
para sus ojos sería como si los fantasmas pudieran usar las prendas que desearan),
resultaba divertido para muchos de su especie, los cuales disfrutaban de entrar en
viviendas y mover cosas, solo para deleitarse con el sonoro palpitar del miedo; pero
ella, irónicamente, a pesar de ser lo que era, lo que menos deseaba era ser motivo
alteraciones, gritos, desmayos e, incluso, paros cardiacos. Así que se limitó a
encajarse el par de zapatitos de negra gamuza por un momento, para modelárselos a
Edward. Luego se los quitó y guardo en un pequeño hueco, al lado de su lápida.

Edward viajó la mirada por alrededor y, cuando comprobó que estaban solos, con
delicadeza, tomó un grueso mechón de cabello castaño, para sujetarlo con el
prendedor.

–Creo que no soy bueno para esto –sonrió, al ver que los hilos castaños se desasían
del agarre y caían, revueltos, por el rostro pálido.

Bella soltó una risita y optó por ser ella quien se peinara. El arreglo era sencillo,
improvisado; pero no hacía falta más para que él se sintiera atolondrado por su
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belleza

–Podría pasar toda la eternidad mirándote. Estoy seguro que jamás me cansaría de
hacerlo – susurró, volviendo a acariciar las suaves mejillas con la yema de sus dedos.

Estaban a punto de besarse, cuando un ruido les hizo saltar a ambos. Bella se
deshizo rápidamente del prendedor, dejándolo caer sobre el cemento de su lápida.

–¿Edward? – Era Jessica – ¿Estás ahí?

–Si – contestó.

La chica se mostró frente a él, incapaz de ver a la morena que se situaba a su lado.

–¿Pero qué haces aquí? ¿Por qué no vas con el resto? Nos estamos divirtiendo.

–En seguida voy – trató de resistirse, amablemente, cuando ella le quiso tomar de
la mano.

–¿Qué es eso? –señaló Jessica el plateado objeto que brillaba a un lado de él

–Es un prendedor

–¡Qué lindo! – Lo cogió y se lo acomodó en el cabello – ¿Cómo me queda?

–Bien – contestó Edward, amablemente

–¿Es tuyo?

Él asintió

–¿Se lo ibas a dar a alguien?

Volvió a asentir. Fue fácil para Jessica adivinar que ese "alguien" no era ella. Los
desmedidos celos la invadieron, pero trató no hacerlos manifiestos

–¿Conozco a la chica?

–Jessica, no me gustan las entrevistas – recordó Edward

La adolescente se mordió los labios y bajó el rostro, indignada. ¿Por qué Edward
siempre la rechazaba? ¿Quién era esa muchacha? Quería conocerla. Ver qué tenía
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de especial para que pudiera lograr lo que ella no había hecho en dos años.

–¿Vendrá?

Ya está aquí. –No

–Deberías presentárnosla algún día – recomendó Jessica, con voz endurecida – me


voy, solo venía a decirte que ya han prendido la fogata. No tardes – y se fue, sin dar
tiempo si quiera a que Edward contestara.

–Parece que le gustas – señaló Bella, con voz tranquila, simple –han venido todos
tus amigos esta noche.

–Por eso te decía que quería darte el prendedor mañana. Así podría verte con él
más tiempo, sin el riesgo de que alguien nos descubra– explicó

–Esa muchacha podría usarlo día y noche...

–Bella – interrumpió, cuando al fin pudo reconocer un ápice de celos en su voz –Yo
solo quiero verte a ti. Isabella – insistió, ante la resistencia de la fantasma de mirarlo
frente a frente – Te amo.

La castaña respingó ante la intensidad de la palabra. Sabía poco de temas


amorosos, de sentimientos humanos. Había muerto joven, su vida había sido
extremadamente corta; pero, de alguna manera, sabía que Edward no le mentía.
Sabía que, aunque pareciera imposible, en realidad, la amaba. Así como ella a él.
Sus ojos se encontraron al fin.

–Yo también – susurró. Edward sonrió brevemente, para después retomar el beso
que había sido interrumpido.

Sus labios se movieron sobre los de ella con lenta suavidad; acariciándolos con
dulzura y fresco sabor. Humedeciéndolos paulatinamente, hasta que la falta de
fuerzas comenzó a languidecer el agarre de sus manos e hicieron que soltara su
rostro y respirara hondo, en busca de aliento.

–¿Estás bien? – preguntó la fantasma.

Él asintió, débil, aunque felizmente. Se atrevió a depositar otro beso, breve, casi
extinto, y luego hundió su rostro en el hombro de la muchacha. Sus brazos buscaron
su lugar alrededor de ella, que lo aceptó con calidez. Ambos suspiraron,
embriagados del sentimiento que les hacía bailar el pecho, que les hacía olvidar sus
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diferencias y no desear otra cosa más que estar juntos, siempre de la misma
manera.

Ligeros pasos hicieron a Bella alzar la mirada hacia el frente. Edward parecía
haberse quedado dormido por un momento, enlazado a ella. Era Alice, quien se
acercaba lentamente, no pudiendo ocultar la preocupación de ver a su hermano así
de quieto y pálido.

–Edward – llamó la pequeña. Éste no contestó. Él solo era capaz de advertir el


aroma y la piel de los brazos que lo rodeaban.

–Lo siento – musitó la morena, con voz ahogada en pena.

Alice se fijó entonces en la pequeña sonrisa que surcaba los labios de su hermano,
mientras descansaba en el pecho de esa extraña muchacha de la cual, sin duda
alguna, estaba totalmente enamorado. Suspiró. A pesar de las repentinas ojeras que
se le habían formado, no podía negar que lucía "bien"... es decir,... Feliz.

–Él... te quiere mucho – señaló, sonriéndole a la fantasma de manera amigable y


haciendo un esfuerzo sobrehumano por no dar a mostrar su temor.

Bella se sonrojó.

–Yo no quiero hacerle daño...

–Lo haces feliz – discutió. Calló un momento, como si su silencio le permitiera


evocar varias imágenes de su pasado. Luego, volvió a hablar, con voz mucho más
sincera, mucho más reflexiva – He estado toda mi vida con Edward y nunca lo había
visto tan lleno de sentimientos, ¿sabes?, Siempre ha sido una persona demasiado
leal, preocupada por la gente que ama; pero todo el tiempo se había mostrado
distante, ausente. Sonreía por cortesía, hablaba por educación. Era como si algo le
faltaba... como si el mundo no fuera nada digno de su asombro o su atención... Hasta
que te conoció. Bella, irónicamente, tú le has dado a mi hermano vida. Y te lo
agradezco. Estoy segura que Edward moriría feliz entre tus brazos

–Yo jamás lo incitaría a algo así...

–No – acordó ella, más para si misma que para la castaña – tú no lo harías... ¡Ay,
cuánto lo siento! – Soltó, súbitamente, cambiando el tema de conversación de
manera drástica – de verdad que soy inoportuna... los estoy interrumpiendo.

Bella volvió a sonrojarse.


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–Será mejor que lo despierte – dijo – tengo entendido que más amigos de ustedes
están aquí.

Alice asintió

–Pero no creo que quiera ir si no tú no vas con él. A Edward no le gustan mucho
este tipo de reuniones.

–Le agrada estar solo...

–...O contigo – agregó Alice, susurrando. Después, como si eso no hubiera pasado,
comenzó a pegar palmaditas en la espalda del muchacho – ¡Ey, dormilón, despierta!

Edward abrió los ojos, suspirando en el acto. Reconfortándose con el perfume de


su compañera.

–¿Qué haces aquí, Alice? – inquirió, confundido, al encontrarse con la duendecito,


parada frente a él.

–Vine a saludar a Bella – contestó ésta, despreocupadamente, poniéndose de pie y


alejándose, dando saltitos – Por cierto – añadió – ¿Ya la invitaste a la fiesta que haré
por mi cumpleaños?

–No sabía que harías una – señaló Edward, divertido

–Eso es un "no" – dijo la pequeña, volviéndose a acercar – Bella, me daría mucho


gusto verte ese día. Espero contar con tu presencia

–Gracias – asintió la castaña, asombrada por la sincera aceptación que le mostraba


Alice.

–¿Irás? – se quiso asegurar. Ella asintió – promételo

–Lo prometo

–¡Bien! – Se alegró la menor de los Cullen – Los dejo entonces. Los espero allá, en
la fogata

–En seguida vamos – dijo Edward, tomando la mano de Bella entre las suyas

–Siento haberme quedado dormido – se disculpó, con divertida pena – y no es


justificación lo que te voy a decir, pero tus brazos han sido el mejor lecho en donde
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he descansado. Podría dormir eternamente entre ellos

Bella no dijo nada en respuesta. Se limitó a dejar caer su cabeza en el pecho de


Edward, quien la cubrió con sus brazos e hizo lo mismo, hundiendo su nariz en sus
espesos cabellos. Permanecieron así bastante tiempo, olvidándose del resto,
teniendo solo sentidos para este mágico sentimiento, que derribaba las barreras de
la vida y la muerte y los afianzaba con lazos fuertes e indestructibles. Y es que,
mientras uno permanecía en los brazos del otro, era fácil olvidarse de que él era un
humano y ella... una fantasma.

Mientras tanto, Mike y el resto de aquel grupo de jóvenes aprovecharon la


ausencia de Alice, Emmett, Rosalie y Jasper para juntarse y hablar de ellos.

–A mí me parecen demasiado extraños – dijo una chica – sobre todo los hermanos
Cullen. Oí por ahí que Alice dice que ve fantasmas

–Eso es cierto – afirmó Jessica, con saña – hubieran visto cómo se puso aquella
noche. Temblaba de pies a cabeza, como una gallina.

–Aún no sé cómo es que puede tener a un novio como Jasper – sentenció una
morena, que respondía por el nombre de María

–Vamos, vamos – interrumpió Mike – No es para tanto. Withlock no es la octava


maravilla del mundo

–Pues déjame decirte que, para una chiflada como Alice, es demasiado.

–Mujeres – refunfuñó Tayler – se comen vivas entre sí. Haber, ¿Por qué no difaman
a Edward Cullen?

–Por que él es perfecto – contestó Lauren, con chocante obviedad. Jessica le


dedicó una mirada envenenada. El rostro de Mike se desfiguró

–No está menos trastornado que su hermana – dijo el arrogante muchacho –


¿Cómo puede parecerles atractivo un hombre con vocación y aspecto de enterrador?

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–Y dicen que los hombres no son envidiosos – musitó, por lo bajo, Jessica.

–¿Envidia yo? – Refutó Mike, con exagerada incredibilidad – No, cariño. Nada de
eso. Yo tengo mejores planes que pasar mi vida visitando cementerios. En realidad,
no entiendo por qué te desgastas en defenderlo – agregó, sin poder contenerse –
¿Acaso no te das cuenta de que prefiere estar sentado en una lápida que contigo?

Esas palabras pegaron duro a la dignidad de Jessica. Lauren soltó una risita
malvada.

–No comprendo por qué, si tanto les desagrada la personalidad de Edward y Alice,
se juntan con ellos – expresó una voz amable y casi inaudible.

Todos se giraron para ver a Ángela, que era quien había hablado.

–¿Dirás que acaso a ti no te perturban lo que hacen?

–Son personas realmente amables – se encogió de hombros la tímida chica – no se


meten con nadie. Eso es lo que realmente importa.

–¡Ba! – Refutó María – Lo único que estamos haciendo es plantear puntos de vista.
No creo que tenga nada de malo decir que Alice es demasiada poca cosa para
Jasper. Es mi simple y humilde opinión.

–Creo que sería más apropiado decir que, lo que ustedes sienten hacia los Cullen,
es envidia.

Mike soltó una risotada.

–¡¿Envidia? ¡Oh, si, claro! ¡No sabes cuánta envidia me da el no poder parecer un
zombi!

–¡Y no sabes cuánto me gustaría poder tener delirios de psíquica! – se carcajeó


María.

Todos, menos Ben y Ángela, su novia, rieron. Algunos por lo dicho de Edward,
otros por lo dicho de Alice... Varios por lo dicho de ambos.

Se alzaron varias palabras de burla y teatrales imitaciones. Mike se acercó hacia


la tumba e hizo como si hablara con ella, en una clara y ofensiva parodia por lo que
Edward hacía. Se estaban divirtiendo de manera cruel, de manera cobarde...
Simples humanos, al fin y al cabo, de vidas vacías que nada mejor tienen por hacer
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que juzgar a los demás, sin detenerse a ver su propia lista de defectos. Criticando,
juzgando, creyéndose perfectos; olvidándose de que, por naturaleza, son inferiores a
todo lo que les rodea. Y que es sólo por su miserable e inútil vanidad que piensan lo
contrario.

Cristal rechinó sus blancos dientes y frunció el ceño. De ser mortal, el rostro se le
hubiera tornado rojo, a causa de la furia. Erick también se encontraba igual de
molesto, por lo que escuchaban y veían, pero lo hacía menos manifiesto.

–No es justo – musitó la pequeña, con los ojitos llenos de lágrimas – ¿Cómo pueden
tener el alma, la vergüenza de hacer esto?

–Son humanos, al fin de cuentas – contestó Erick, besando sus cabellos para
intentar tranquilizarla – Recuerda que la mayoría se preocupa más por alimentar su
egocentrismo, en lugar de su estomago.

Cristal suspiró, con tristeza. Sus azules ojos, fríos como el hielo, se fijaron en el
estúpido humano, de rubios cabellos, que no cansaba de remedar a Edward. Y es
que, aunque ella no hubiera platicado mucho con el aludido mortal, lo quería por el
simple hecho de ser quien hacía feliz a su amiga, a su hermana.

–Lo que merecen es un escarmiento – siseó, soltándose del agarre de Erick

–¿A dónde vas? – preguntó éste, siguiéndola

–A darles una lección. Dudan de nuestra existencia, ¿no? Acusan a los hermanos
Cullen de ser locos, solo por que ellos sí tienen la capacidad de vernos, por que
ellos, en realidad, sí están conscientes de lo que hay a su alrededor. ¡Pues bien!
Ahora veremos si, después de esta noche, se atreven a decir que nosotros, los
fantasmas, no existimos.

Si, vamos, díganlo: soy un monstruo. T_T disculpen. Ya les había dicho que
iba a tardar y no exageraba en decir que la universidad me absorbe por
completo. Siento mucho la demora. Les aseguro que hago todo lo posible
por actualizar lo más pronto posible, pero hay días que en lo único que
quiero hacer, al llegar de la escuela, es tirarme en mi cama, escuchar
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música clásica y dormir...

En fin, espero este capítulo les haya gustado y haya compensado la espera. Lo
bueno está a punto de venir ^^. En el siguiente capítulo veremos a nuestra querida
Cristal jugando un poco con estos chicos venenosos ¬¬ (Dios, yo escribo sus líneas y
los odio xD)

En fin. Me gustaría mucho que me dejaran su opinión por que, además de


estar haciendo un esfuerzo sobrehumano para no abandonar tanto tiempo
esta historia, esta semana es mi cumpleaños ^^. (T_T Me hago vieja,
¡Edward!, ¡¿dónde estás?)

Ejem *cof,cof* Lo siento. Pequeños achaques u.u

Cuídense y espero sus críticas ^^

Atte

AnjuDark

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La Fiesta

Para mí eres el mundo, y de tu lengua quiero oír las críticas y elogios.

No cuenta nadie más, nadie podría torcer por bien o mal mis intenciones.

Con tal fuerza estás en mí arraigada que el mundo, salvo tú, parece
muerto.

Sonetos – W. Shakespeare.

Capítulo 9: La Fiesta.

–Cristal, espera – frenó Erick, tomándola del brazo – ¿Qué es lo que piensas hacer?

–Darles un buen escarmiento – contestó la pequeña, con su rabiosa mirada clavada


en Mike, que aún seguía mofándose de Edward – son unos cobardes. A ver si siguen
haciéndose los valientes después de esto...

–¿Qué pasará con esa chica y su novio? – señaló a Ángela y Ben

–Ellos son buenas personas y tienen un alma pura, no se asustarán – afirmó Cristal
– lo que provoca el miedo de la gente es su propia conciencia.

–Tienes razón – asintió Erick, soltándola y siguiendo sus pasos.

–No es necesario que me sigas – le dijo Cristal, con voz tierna. Él sonrió y acarició
una de sus mejillas

–No es necesario que te diga que yo estaré contigo en todo momento

Los labios de Cristal dibujaron una sonrisa y el azul de sus ojos destelló, opacando
la luz de la plateada luna. Las manos de Erick asieron las suyas y juntos se
dirigieron hacia el revoltoso e inmaduro grupo de adolescentes.

La niña se dirigió hacia Mike. Era su presa predilecta. Se acercó, sin que nadie

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más lo notara. El rubio seguía hablando y acariciando, teatralmente, a la tumba.
Casi todos reían. Algunos prestaban más atención a María, que remedaba a Alice de
manera casi grosera.

–¡Shhh! ¡Silencio! – Exclamaba Mike, en medio de aullidos y carcajadas – ¡No


hablen tan fuerte por que los muertos podrían despertar!

"Ya estamos despiertos" – pensó Cristal, uniendo energías para que su cuerpo,
fuera de traspasar a la simple masa, cálida y mortal, que tenía por objetivo, tuviera
la fuerza necesaria como para ejercer un contacto que resultase "notorio"

Y así fue. Las risas de Mike cesaron al sentir éste un empujón dado sobre su
hombro.

–¿Quién fue? – Exigió saber, ante la mirada inquisitiva de todos sus compañeros –
¡¿Quién fue?

–¿Qué cosa? – preguntó Jessica.

Mike volvió el rostro hacia atrás y se encontró con la nada. Parpadeó


numerosamente.

–Nada – contestó, convenciéndose de que, muy probablemente, había sido su


alguno de esos extraños reflejos que el cuerpo suele tener.

Sin embargo, ni bien había acabado de tranquilizarse, un viento helado le silbó


cerca del oído. La sangre abandonó su rostro. Su garganta emitió un sonoro jadeo.
Todos los ahí presentes intercambiaron miradas extrañadas.

–Mike, ¿nos podrías decir qué te pasa? – Exigió María, plantándose frente a él y
retándole con la mirada – ¡Ey! ¡Contes...!

Y la muchacha enmudeció cuando un mechón de su cabello fue jalado hacia atrás.


Después, soltó un patético chillido que deleitó los oídos de Cristal. Ambos mortales
se miraron a los ojos, con el miedo incrustado en sus pupilas y las mandíbulas
endurecidas por la tensión.

Erick sonrió de manera traviesa. Era su turno. Los fantasmas podían producir
pequeñas ráfagas de viento. Las ramas de los árboles se agitaron de manera
tenebrosa, inquietando a todos los presentes. Luego, caminó hacia la tumba que,
después de que Edward los dejara, habían vuelto a tomar como mesa de aperitivos.

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–¿Me ayudas? – le preguntó a Cristal. La niña asintió y, juntos, comenzaron a
arrojar las cosas al suelo.

–¡Esto no es gracioso! – exclamó Lauren, horrorizada, mirando a María y a Mike,


quienes estaban igual de pasmados – ¡Ya dejen de bromear así!

–No somos nosotros – susurró María, con los labios pálidos de tanto terror

–¿Qué no son ustedes? – Se mofó Tayler, simulando estar tranquilo – ¿Qué esperan
que creamos? ¿Que el fantasma de esta tumba se ha enfadado en realidad?

Y, como respuesta, las cosas que habían caído al suelo se alzaron, danzando
"solas" en el aire. Cristal agarró un vaso desechable y lanzó directamente hacia el
rostro de Mike, haciendo, en seguida, lo mismo con María. Erick, por el contrario, se
limitó a golpear la tierra húmeda con una roca, provocando un sonido hueco, casi
imperceptible, pero estremecedor.

Debían admitirlo. Los pequeños fantasmas se estaban divirtiendo a lo grande.


Hacía bastante que no jugaban de esta manera, así que aprovecharon para
descargar todos esos años de quietud. Arrojaron y movieron cosas, hicieron silbar
las ramas de los arboles con el viento, propinaron pequeños empujones, jalaron
cabellos, hicieron cosquillas...

Los mortales chillaban, temblaban y gritaban horrorizados. Solamente Ángela y


Ben permanecían tranquilos, aunque demasiados confundidos por todo el
espectáculo.

–¡Vámonos! – ofreció Jessica.

–¡No podemos dejar al resto aquí! – discutió alguien más.

–¡¿Qué importan esos raros? – balbuceó María. Grave error.

Cristal frunció su delicado ceño.

–Parece que aún no aprenden la lección – siseó.

–¿Qué piensas hacer al respecto? – preguntó Erick

–Dicen por ahí que hierva mala nunca muere – confió la niña – no creo que les de
un paro cardiaco si aparecemos frente a ellos.

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Erick dilató la mirada. Cristal no era muy dada a mostrarse frente a los mortales
que carecían de la capacidad para verlos. A decir verdad, casi ningún fantasma lo
hacía. Muchos pensaban que era desafiar las leyes de la naturaleza, además de que
requería de un desgaste de energía muy grande que no valía la pena.

Solamente las almas demasiado rebeldes usaban esta cualidad para asustar
cruelmente a los mortales, apareciendo frente a sus ojos y diluyéndose en la nada al
segundo siguiente. Algunos se limitaban a concentrar la energía necesaria para
hacer notoria su voz y, así, proferir gritos agudos que le enchinaban la piel hasta al
más valiente.

Erick estuvo a punto de protestar, solo a punto, pues, siendo honestos, se lo


merecían. Y, tal como su compañera decía, era muy poco probable ocasionar un
daño irreparable. Quizás unas cuantas noches de insomnio y delirios de persecución
ayudaba a esos jóvenes a madurar un poco, para tener la capacidad de aceptar más
a los que eran diferentes.

–Hagámoslo – alentó.

Cristal negó con la cabeza.

–¿Ya te arrepentiste?

–No – contestó – Erick, no quiero que hagas esto si tú no quieres... – comenzó a


decir, pero fue silenciada por un breve beso sobre sus labios

–¿Y quién dice que no quiero?– preguntó divertido, jalándole de la mano – vamos,
que no falta mucho para que salgan corriendo.

–Pero...

–Te reto a ver quién provoca más gritos – interrumpió. Cristal le miró por un
momento. Luego sonrió y asintió, mientras llevaba sus manitas hacia su cabello y se
lo alborotaba – espeluznante...

–Lo sé – admitió, orgullosa.

Mike y el resto de los adolescentes se hallaban juntos, casi abrazados, debajo de


un gigantesco árbol. Sus miradas iban y venían, de un lado hacia otro, buscando
algún otro sobrenatural suceso. Sabían que debían echarse a correr, pero ninguno
de los pies se atrevía a moverse ni un solo centímetro. Nunca antes sesenta
segundos habían sido tan largos...
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Lo primero que Cristal hizo, antes de hacerse visible, fue gritar. El agudo sonido
que su garganta irradió se encumbró por los aires, como el coro de un ángel que
llora y sufre en soledad. Un sudor frio recorrió a cada una de las columnas
vertebrales ahí habidas (exceptuando a Ángela y Ben, quienes se habían limitado a
cerrar los ojos y permanecer serenamente abrazados).

María comenzó a balbucear oraciones, lo cual hizo reír a Erick.

–Se acuerdan de su Dios sólo cuando les conviene.

Cristal asintió y volvió a chillar de manera escalofriante. Luego, caminó hacia la


horrorizada aglomeración y, cuando estuvo justamente a un metro de ellos, permitió
que sus formas fueran apreciadas por las simples y ciegas pupilas. Erick apareció a
su lado.

Los adolescentes no fueron capaces ni si quiera de gritar. El miedo los había


enmudecido. La repentina imagen de los dos niños, pálidos como la misma luna y
vestidos con ropas propias del siglo pasado, los había dejado totalmente
estupefactos. Cristal clavó su mirada en Mike y le sonrió de forma amenazante. El
muchacho tenía los ojos casi blancos ante el pavor. El gesto duró solo media
fracción de segundo, después "desaparecieron".

Los gritos no se hicieron esperar. Jessica se estaba deshaciendo en lágrimas.


Lauren se había desmayado. Tayler no paraba de descargar su terror con palabras
altisonantes.

–Creo que con esto ha sido suficiente – demandó Cristal

–Además, Edward y Bella no tardarán en venir – asintió Erick, asiendo su mano

–Seguramente no encontrarán a nadie

–Creo que no les molestará en nada

–Eso quiere decir que matamos dos pájaros de un tiro.

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–¡No puedo creer lo que hicieron! – exclamó Bella. Cristal y Erick inclinaron el
rostro hacia abajo – ¿Cómo es posible...?

–Se estaban burlando de Edward y su hermana – justificó la pequeña. La castaña


enmudeció

–¿Burlando?

–Y de la peor manera. Piensan que están locos por darle tanta importancia a los
muertos. Por eso Erick y yo decidimos mostrarles que en realidad existimos.

La castaña se tranquilizó. Había acompañado a Edward hacia la fogata en donde,


se suponía, deberían de estar el resto de sus amigos, pero sólo habían encontrado a
un grupo de históricos jóvenes que afirmaban, en medio de balbuceos, haber visto a
dos niños aparecer y desaparecer en menos de dos segundos.

Para Bella no había sido difícil descubrir de quiénes se trataban. Molesta, había
ido en busca del pequeño par, pensando que todo había sido producto de una
travesura incontenible. Aunque, ya sabiendo el verdadero motivo, todo cambiaba.

–Supongo que yo hubiera hecho lo mismo – admitió.

Cristal soltó una risita. Era un alivio saber que Bella ya no estaba disgustada con
ellos.

–¿Y Edward? ¿Ya se fue?

La castaña asintió

–Estaba demasiado débil. Su hermana me ayudó a convencerlo que lo mejor era ir


a descansar

–Entonces... ¿irás a su casa? – preguntó Cristal, a modo de propuesta. Bella se


sonrojó y negó con la cabeza

–Es mejor dejarlo sólo un momento para que recupere todas sus energías.

La niña hizo un mohín y suspiró, intentando ser comprensiva. Erick, por lo tanto,
se limitaba a jugar con uno de sus rizos.

–Pareces preocupada por algo más – apuntó, sin desviar la mirada de las hebras
doradas que acariciaba con la punta de sus dedos.
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La castaña se mordió el labio inferior cuando Cristal fijó sus inquisitivas pupilas
sobre ella. Sabía que no tenía caso alguno ocultar la verdad; además, necesita un
consejo.

–La hermana de Edward, Alice, me ha invitado a su fiesta de cumpleaños...

–¿Y cuál es el problema?

Bella tardó un momento en contestar. No hallaba las palabras para explicar


semejante locura que quería hacer.

–Cristal, Erick... ¿Creen que sería mala idea ir a esa fiesta y mostrarme ante
todos?

–Creo que al final si es mala idea...

–¡No! ¡Ni lo digas! – Interrumpió Cristal – Ya estás aquí, Bella. ¡No puedes
arrepentirte ahora!

La castaña negó enérgicamente con la cabeza y comenzó a caminar de regreso al


cementerio. La niña no tardó en alcanzarla y sostenerla del brazo.

–Deja que me quite los zapatos y el vestido – suplicó, deshaciéndose del prendedor
que adornaba sus cabellos. La pequeña frunció el ceño y, con firmeza, le encarceló
las muñecas para que desistiera de quitarse sus prendas.

–No dejaré que te dejes intimidar por tus miedos. Entrarás a esa casa, así como
estás. ¡Tú así lo quieres, Bella! ¡Deseas esto!

Y así, entre ambas, comenzaron una discusión que llegó a oídos de Edward.

–¿Bella? – musitó, volviendo el rostro hacia la puerta.


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La sala de su casa ya estaba abarrotada por adolescentes. Algunos invitados y
varios más colados. La mesa del centro estaba repleta de regalos y todos bailaban
en una muy bien improvisada pista de baile. El susto obtenido hacía poco más de
una semana en el cementerio ahora era tema de conversaciones de terror y falsos
actos heroicos. Edward y Alice se habían divertido escuchando cómo,
paulatinamente, el relato adquiría más exageración. Ahora Jessica juraba al decir
que la niña que había aparecido había hecho girar todo el rostro, tipo exorcista.
Mike afirmaba que el niño había intentado atacarle, poseyendo a Tayler... entre
otras cosas más.

–¡Toca!

Edward volvió a escuchar la delicada voz infantil al otro lado de la puerta y estuvo
seguro de que no se trataba de su imaginación. Miró hacia el reloj, Bella ya debería
de haber entrado para materializarse a su lado, como siempre solía hacerlo.

Decidió ir a investigar qué sucedía. Se abrió paso entre todo el gentío ahí presente
y abrió la puerta. Aparentemente no había nada, más que el pasto agitándose por el
viento y la luna plateada adornando el cielo. Sin embargo, su nariz pudo detectar
ese delicado aroma, imposible de confundir. Dio tres pasos más hacia delante y
buscó a la dueña de esa esencia divina. No fue difícil encontrarla. ¿Cómo pasar
desapercibida tanta hermosura? Una encandilada sonrisa levantó las comisuras de
sus labios y, de manera inconsciente, sus pies se movieron hacia ella.

Bella bajó el rostro, tímida y temerosa, cuando estuvieron frente a frente. Él asió
su mano entre las suyas. Eran tan suaves y frágiles, que amenazaban con diluirse en
el aire.

–Eres... hermosa – susurró.

Las palabras no bastaban para describirla. Parecía un ángel, el más precioso de


todos, con parte de su espeso cabello alzado en un sencillo peinado que venía
acompañado del prendedor plateado que le había regalado. También portaba un
vestido negro de liso algodón y el par de zapatitos de tela adornando sus pies.

–Gracias – musitó la fantasma, con las mejillas ardiendo ante el fino tacto que
comenzaba a acariciarlas – Yo... espero no te moleste...

–En absoluto –afirmó él, perdiéndose en el color marrón de sus ojos.

–Te lo dije – una vocecita interrumpió, haciendo saltar a ambos. Habían olvidado
de que Cristal y Erick aún estaban ahí – Realmente Bella suele ser demasiado
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insegura. A veces me ocasiona muchos problemas y corajes.

–Hola – saludó Edward, mostrándose divertido ante lo escuchado. Cristal le dedicó


una extensa sonrisa y Erick se limitó a hacer un gesto con la cabeza, en forma de
respuesta.

–Cuida mucho de Bella – le recomendó la niña

–Siempre lo haré – aseguró el muchacho.

Los dos pequeños fantasmas desaparecieron al poco rato. Él volvió a centrar su


atención Bella.

–¿Estás lista?

–No lo sé – admitió la castaña, mordiéndose el labio inferior – temo a no parecer lo


suficientemente humana

–Hmm... Pues creo que eso si será algo difícil – acordó, acariciando su mejilla e
inclinándose para acortar la distancia que separaba sus labios – ¿Quién podría
confundirte con un simple mortal? Estoy seguro que, cualquiera que te vea, pensará
que se ha topado con un ángel.

La fantasma cerró los ojos y suspiró. Creía casi imposible que, aún estando
muerta, fuera capaz de sentir mariposas revoloteando en el estomago.

–No creo que sea buena idea el que me beses ahora... – logró susurrar, cuando la
boca de Edward casi tocaba la suya

–¿Por qué no?...

–Te puedes debilitar...

–¿Qué importa eso cuando estás conmigo? – murmuró el muchacho, dispuesto a


terminar la dimensión que los alejaba, cuando una tercera voz interrumpió,
haciéndolos saltar y apartarse.

–¿Edward? – llamaba Jessica, con insistencia.

El rostro de Bella se ensombreció, como cada vez que era testigo del interés que
había hacia Edward, por parte de esa humana. No eran celos, o al menos ella no lo
veía de esa manera, pues sabía que, por alguna extraña razón, él la amaba. Y eso era
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precisamente lo que le atormentaba: el que Edward la prefería, cuando era incapaz
de darle todo lo que él se merecía.

"Si fuera mortal, todo sería distinto..." – se lamentó, como tantas otras veces,
mirando a sus pies.

Un tierno beso sobre su mejilla la sacó de sus pensamientos. Alzó la mirada y se


encontró con los ojos de Edward, brillando sólo para ella, recordándole,
silenciosamente y como si pudiera leer sus pensamientos, cuánto la amaba y lo poco
que a él le importaba lo distintos que eran.

Ella sonrió. Quizás dar rienda suelta a este sentimiento estaba mal, pero nada
podía hacer ya por controlarlo.

Jessica apareció frente a ellos y su rostro no disfrazó la poca gracia que le hacía
ver a Edward tomando de la mano a esa misteriosa y pálida chica.

"¡¿Qué? ¡¿Es ella?" – Se escandalizó – "¡Cielo santo! Pensaba que era más linda..."

–Edward, lo siento – dijo a cambio – desapareciste repentinamente de la fiesta y te


salí a buscar. Disculpen si interrumpí... – añadió, mirando de arriba abajo a Bella.

–No te preocupes, Jessica – contestó el muchacho – ya íbamos a entrar a la casa.


En todo caso, aprovecho para presentarte a Bella, mi novia.

–Mucho gusto – sonrió Jessica, con hipocresía.

La castaña se limitó a asentir, mientras estrechaba la cálida mano y aprovechaba


para alimentarse un poco. El exponerse ante todos los ojos mortales requería
demasiado esfuerzo que necesitaba ser compensado.

Jessica decidió ignorar el mareo que le llegó después del saludo. Al igual que
también prefirió no dar importancia a la textura tan extraña de la piel que acaba de
rozar. Por el contrario, dio media vuelta y comenzó a caminar a la par de la pareja.

–Todo estará bien – animó Edward, hablando muy bajito, al ver la vacilación de
Bella al estar frente a la entrada que los llevaría dentro de la casa.

La fantasma suspiró, armándose de valor, mientras que la puerta era abierta por
obra de Jessica. Las luces de colores pegaron directamente hacia sus ojos,
haciéndola respingar. Edward la cubrió al instante con sus brazos, protegiéndola, y
depositó un beso sobre su frente. Permanecieron así un par de segundos, en lo que
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sus pupilas se acostumbraron al refulgente ambiente.

–¿Estás bien?

–Si – asintió, separando el rostro de su pecho, sólo para encontrarse con varias
miradas puestas sobre ella.

El rubor no tardó en hacerse presente en sus mejillas. Aunque claro, seguramente


casi nadie lo notaría. La mano de Edward sujetó fuertemente la suya,
tranquilizándola un poco. Demasiados y todo tipo de pensamientos surcaban la
estancia.

"Hacen una linda pareja" – pensó Ángela

"¡Ja! No se podía esperar menos. Era de imaginarse que se buscaría una tía con la
misma pinta de enterradora" – se mofó Tayler

"Está flaca. ¡Y su vestido es horroroso! ¿Qué le habrá visto Edward?" – se


preguntaba una y otra vez Lauren

"Extraña, si. Tal vez demasiado pálida; pero si le quitamos la pinta de gótica, es
muy guapa..." – pensaba Mike, examinándola lascivamente.

Este gesto no pasó desapercibido para Edward quien no endureció la quijada al


instante y, con un movimiento inconsciente, la cubrió con su cuerpo, dedicándole, al
mismo tiempo, una mirada asesina al rubio muchacho.

–¡Bella! – la animosa y cantarina voz de Alice no se hizo esperar. La ágil


muchachita llegó corriendo hacia ella, asombrada de verla en esa forma – ¡Me
alegra tanto que hayas venido!

–Muchas felicidades, Alice – musitó la castaña, extendiendo su mano para darle un


pequeño frasquito de cristal que contenía una luciérnaga que bailaba dentro.

Los ojos de la pequeña brillaron de emoción y, sin pensarlo, se lanzó hacia los
brazos de la fantasma

–¡Es hermoso! ¡Gracias!

Una sonrisa se dibujó el rostro de Edward. Era agradable ver que su hermana ya
no le temía a Bella. Las dos muchachas se alejaron al instante después, justo cuando
Esme y Carlisle hicieron acto de presencia.
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–Mamá, papá – se apresuró a decir Edward, en voz alta y segura, sin soltar la
mano que sostenía entre las suyas – Les presento a Bella, mi novia.

Todos los ahí presentes intercambiaron fugaces miradas, mientras esperaban la


reacción del matrimonio Cullen.

Esme fue la primera en deshacerles de la duda. Con una sincera y dulce sonrisa,
caminó hacia la castaña y le extendió su mano.

–Mucho gusto, Bella. Se bienvenida – dijo, apenas y pudiendo ocultar su emoción.

Su hijo siempre había sido una persona solitaria y, aunque la noticia fuera
demasiado repentina, le hacía feliz el saber que había encontrado a alguien a quien
querer.

–Siente en tu casa – agregó también Carlisle, para mala sorpresa de muchas


quienes, hirviendo en envidia, esperaban todo lo contrario.

Y es que, ¿Cómo era posible que ninguno de los dos dijera algo sobre la pinta de
muerta que tenía la dichosa Bella? Jamás iban a comprender que para Carlisle y
Esme eso importaba poco. Al final de cuentas, se trataba de su hijo. Si él estaba con
esa muchachita era por un motivo fuerte y sincero. Y eso era suficiente.

–El gusto es mío – contestó Bella, con voz apenas y audible.

–¡Bien! Ya que todos conocen a la novia de mi hermano, ¡Que la fiesta continúe! –


animó Alice, guiñándole un ojo a la fantasma, quien le dedicó una mirada de
ferviente agradecimiento.

La mayoría de los adolescentes decidieron quitarle importancia a todo el asunto y


comenzaron a bailar. Solamente Mike, Jessica, Lauren y Tayler siguieron atentos a
la extraña parejita que había ido a tomar lugar en uno de los sofás de cuero negro

–¿Cómo te sientes? – quiso saber Edward, mientras acomodaba a Bella sobre su


regazo. La muchacha suspiró

–No recuerdo haber estado tan nerviosa antes. Aún nos siguen viendo – apuntó,
cabizbaja. Él la cubrió con sus brazos y besó la punta de su nariz

–No les tomes importancia. Ellos... siempre son así. Muchas gracias – agregó, con
un suspiro, mientras comenzaba a jugar una punta de sus cabellos.

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–¿Por qué?

–Por hacer esto por mí. Sé que no te ha de estar resultando fácil. Has de estar
agotada.

–La verdad es que no – tranquilizó – hay demasiadas personas alrededor y me


estoy alimentando bien. En todo caso, eres tú quien terminará agotado si me tienes
abrazada toda la noche – agregó, y, como si todo lo contrario hubiera hablado, los
brazos de Edward se ciñeron más a su alrededor – eres imposible...

–Lo soy – admitió él, sonriendo.

Ella se perdió la esmeralda de sus pupilas y fueron esta vez sus manos las que
delinearon, lentamente, cada ángulo de su rostro masculino. Edward cerró los ojos,
disfrutando de la sensación que ese ligero tacto le transmitía.

Jessica apretó los dientes al contemplar la escena desde el lugar en el que bailaba
y, al no poder soportarlo más, aventó a Mike a un lado y decidió ir a interrumpir.

–¡Bella, Edward! ¿Acaso no piensan ir a bailar?

El aludido no pudo evitar mostrar cierta irritación.

–Ya sabes que no bailo, Jessica. Y tampoco a Bella le gusta hacerlo

–¿Ah no? Qué lastima – hizo un teatral puchero – ¿Entonces piensan pasar toda la
noche sentados aquí, sin hacer nada y aburriéndose?

–Nos divertimos mucho platicando – contestó Bella, molesta por el comentario. El


hielo de su mirada bastó para ahuyentar a la inoportuna chica que, retrocediendo,
volvió a la pista de baile.

Y la fiesta prosiguió. Alice se acercó un momento, sólo para que Bella y Jasper se
conocieran. Al igual que Emmett y Rosalie, que llegaron poco después, tomados de
la mano. El moreno apenas y podía disimular su fascinación y tuvo que morderse
fuertemente la lengua para no hablar de más y meter la pata, diciendo que había un
fantasma en la casa, abrazada a su amigo.

Nadie pareció notar el detalle de que Bella no había comido nada en toda la noche.
Ni si quiera pastel. La celebración comenzaba a llegar a su fin y varios invitados
comenzaban a marcharse.

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Era más de media noche y sólo quedaban los amigos más allegados de los
hermanos Cullen, para cuando Alice se dispuso a abrir sus regalos. Todos, incluidos
Bella, Carlisle y Esme, se sentaron alrededor de la gran pila de presentes. La
pequeña saltó sobre ellos y, con un entusiasmo altamente contagiadle, comenzó a
abrirlos uno por uno. Se encontraba desgarrando una envoltura de color cobre, para
cuando llamaron a la puerta.

–Seguramente alguien olvidó algo – dijo Jasper, ayudando a su novia para que se
pusiera de pie.

Edward frunció el ceño y miró hacia el reloj. Era demasiado tarde como para tener
visitas. Aún así, soltó la mano de Bella y comenzó a caminar hacia la entrada y, al
abrirla, halló en el suelo dos cajas de regalos de envoltura plateada. Una con un
lujoso y laborioso moño color negro y la otra con uno de color morado. Divisó
también una nota con dedicatoria, la cual, al leer, tensó todo su cuerpo.

–Hijo, ¿Qué pasa? – preguntó Esme, preocupada. Más la respuesta la obtuvo al


segundo después, cuando el blanco y grueso papel cayó al suelo, mostrando el
mensaje escrito con letras elegantes y formales que decía:

"Con amor, para Edward y Alice Masen"

Oh, si. Sé que no tengo perdón por tardar tanto, pero ya saben que toda la culpa la
tiene la universidad ¬¬. ^^ Espero me disculpen. Mientras, ¿Qué les ha parecido el
capítulo? Algo largo ¿no? Ojala les haya gustado. ¿Me dejan su opinión al respecto?
Ya saben que sus comentarios me motivan y le dan energía a mi fantasmal
neuronita^^. Bueno, ya me voy. Gracias por su apoyo y nos leemos en la próxima
actualización

Atte

AnjuDark

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Pasado

Capítulo 10: Pasado...

Jugueteó una vez más con la pequeña caja que bailaba entre sus dedos. Su verde
mirada estaba sombría, temerosa. ¿Quién la habría enviado? Quería pensar que todo
era producto de una mala broma por parte de Mike o algún otro de sus compañeros,
pero...

Sintió una mano acomodarse sobre su hombro. Alzó la vista y sonrió al ver a la
fantasma que le miraba con preocupación.

–Lo siento – se disculpó, dejando la cajita a un lado y tomándole de las manos

–¿Estás pensando en tus padres?

–Ellos no son mis padres – discutió él – unos padres no abandonan a sus hijos en
las calles. Discúlpame – agregó dulcemente, al ver que el rostro de la castaña se
había ensombrecido – no quise sonar tan amargado, pero...

–No deberías de juzgarlos tan fuertemente – interrumpió – Ellos pudieron haber


tenido sus razones

–No hay razones para justificarlos, Bella.

La fantasma se encogió de hombros y sonrió tristemente.

–Créeme que hay cosas peores que tus padres pueden hacer, en lugar de
abandonarte. Recuerda que, gracias a ello, estás con Carlisle y Esme; estás con
Alice...

–Estoy contigo – agregó él – Eso es lo que más importa ahora.

–No es necesario que me digas palabras bonitas – recordó la castaña, mientras él


la atraía hacia su pecho – Basta con decirme que ya no quieres seguir hablando del
mismo tema. Yo entenderé

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Edward hundió el rostro en sus cabellos y soltó una apenada risita

–Gracias – dijo, empezándola a acunar entre sus brazos.

Ella cerró los ojos y los abrió, al sentir que sus labios comenzaban a ser
acariciados por una suave tela de dulce terciopelo – Supongo que ahora, que
estamos en mi recamara y todos piensan que tú te has ido a tu casa y yo estoy
durmiendo, no importa si hago esto, ¿verdad?

La fantasma no contestó. Se limitó a hilar sus pálidos dedos en los cabellos del
muchacho, para atraer su boca hacia la suya. Edward suspiró ante la maravillosa
sensación que le ocasionaba ese aliento fresco entrando por su garganta y, sin darse
cuenta si quiera, su cuerpo fue empujando al de Bella hacia atrás, hasta que éste
quedó completamente acostado sobre la cama, debajo del suyo.

Ambos pares de labios se humedecían, cada vez con más dulzura y pasión,
mientras Edward intentaba delinear, con la punta de sus dedos, cada parte de sus
sonrojadas mejillas.

–Eres tan hermosa – susurró, con la respiración entrecortada, mirándola a los ojos.

Era tan maravilloso comprobar que era capaz de sentir cada curva de Bella
pegada a su cuerpo, que apenas y lo podía creer. Y es que debajo de él no había un
alma vagando por la tierra, si no una mujer de carne y hueso que vibraba bajo sus
caricias.

Suspiró y besó los pálidos parpados. Sus largas pestañas le cosquilleaban los
labios, que dibujaban una sonrisa feliz, pero agotada.

–Descansa – aconsejó la fantasma, abrazándolo. Había sido suficiente por hoy.

Él aceptó y recargó su cabeza sobre su pecho. Cerró los ojos, mientras la mano
blanda acariciaba sus cabellos y le adormecía. Si existía un paraíso, debía de ser en
el lugar que se hallaba: entre la cuna de sus brazos, entre la suavidad de su piel,
entre la dulzura de su olor... No importaba si ella no existía para el resto del mundo.
Poco afectaba el saber que, si alguien se llegaba a asomar en ese momento por la
puerta, solo le vería a él, "solo", tendido sobre la cama...

- 102 -
.

Para cuando Edward despertó, Bella ya no estaba. Miró hacia el reloj, era cerca
del medio día. Se paró de la cama con apremio, sintiéndose culpable por tanta
pereza.

Bajó las escaleras, después de haberse dado un frío baño. Ahí encontró a su
hermana, sentada en la sala, jugando con la última caja de regalo recibida, mientras
aparentaba ver la televisión.

Se acercó a ella, con cautela para no asustarla. Alice ni si quiera notó que él se
había sentado a su lado.

–Alice – llamó suavemente. La pequeña respingó y giró el rostro para encararlo.


Horror. Eso era lo único que fue capaz de descifrar en el brillo de sus pupilas – ¿Qué
pasa? ¿Estás bien?

–¿Crees que ellos fueron quienes en realidad enviaron esto? – preguntó la


muchacha.

Edward inclinó su rostro y recordó lo sucedido. Después de haber leído la nota,


había salido y recorrido todo el lugar con la mirada, pero no había hallado más que
el vacío roto por el frío viento que soplaba. La persona que había hecho tal entrega,
debió de haber corrido demasiado rápido para desaparecer tan inmediatamente...

–Tal vez sólo se trató de una mala broma...

–¿Y si no lo es? – Interrumpió Alice – ¿Y si realmente son ellos?

–Todo seguirá igual – contestó, encogiéndose de hombros para restarle


importancia al asunto. Luego se inclinó y asió las manos de su hermana – Nosotros
ya tenemos una familia y un lugar aquí, Alice, y eso, nada ni nadie lo va a cambiar.
Yo no lo voy a permitir. Tranquila, sabes que yo siempre te protegeré.

La pequeña sonrió, confiando en sus palabras. Necesitaba hacerlo, para


tranquilizarse. Últimamente, las pesadillas de un funeral eran más frecuentes, más
nítidas...

–Por cierto, Bella lucía magnifica ayer – dijo, para distraerse. La sonrisa
encandilada de Edward no se hizo esperar

–¿Magnifica? – Suspiró, perdiéndose en su recuerdo – Esa no es palabra para


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describirla...

–¡Oh, por todo lo santo! Tengo que grabar esto, hermanito – soltó Alice. Él le
dedicó una mueca rara, mientras ella se cubría la boca para contener sus risitas

–Yo nunca te dije nada cuando hablabas de Jasper

–Lo sé, lo sé. Discúlpame – pidió la muchacha, mordiéndose el labio inferior para
mantenerse serena – Es sólo que... jamás creí verte así... tan... enamorado. ¿Sabes?
Siempre tuve esa intuición de que no te ibas a fijar en una chica "normal" y ahora
veo que estaba en lo cierto. La dueña de tus pensamientos resultó ser una...
fantasma ¿Quién lo diría, sabiendo el número de admiradoras que tienes allá afuera?

Edward rió, un poco apenado. No le eran muy cómodos ese tipo de comentarios.
La "popularidad" era uno de los temas que menos le importaban. A decir verdad, no
tenía ni la más mínima idea de quiénes eran esas "admiradoras" de las que tanto le
comentaba su hermana y o Emmett (Dudaba de que en realidad existieran) Y
tampoco estaba interesado en investigarlo.

–¿Por qué Bella? – preguntó Alice, con sincera curiosidad

–No lo sé – admitió él – lo que sentí al verla por primera vez fue... algo
indescriptible. De alguna manera tuve la necesidad de acercármele. Me sentí
fascinado, hechizado. Desde esa noche no dejé de pensar en ella. Fue como si mi
alma se hubiera fundido con la suya en ese preciso instante... Bella no es sólo la
dueña de mis pensamientos, Alice. Bella es la dueña de mi vida, de mi corazón, de
mi todo.

–De tu todo – acordó la pequeña, intentando ocultar su tristeza, con una sonrisa.
Hasta de tu muerte...

¿Cuándo fue el día exacto en el que morí? Quien viera mi lápida diría que fue en
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un desconocido día del año dos mil siete; pero yo sé que no es verdad. Al menos, no
desde mi punto de vista.

Yo pienso que la muerte puede llegar desde mucho antes de que nuestra alma
física perezca y el cuerpo que nos ha sido otorgado se vuelva inservible. ¿Cómo?
Sólo basta con prestar un poco más de atención alrededor y comprobar que son
pocas las personas que realmente viven. Generalmente, todas se han convertido en
máquinas blandas, objetos de una imposición social que sólo nos hace seguir normas
sin sentido.

Muñecos de fábrica. Así les llamaba, aunque no fuera yo precisamente la indicada


para juzgarlos.

No es que me guste recordar mi pasado, pero es imposible no hacerlo cuando las


marcas reaparecen, literalmente, cada año.

Nací en el estado de Phoenix, una gran ciudad ubicada en el sur de Arizona...

Era hija única de un millonario matrimonio y viví la típica infancia de aquel niño
que tiene todo tipo de juguetes, atenciones y vestidos a cambio del cariño de sus
padres. Típico. No es algo nuevo. Historias como la mía hay cientos. Algunas
guardadas en un cofre de secretos, otras deambulando libres en las calles y otras
más, como en mi caso, enterradas debajo de la tierra. Pero, desafortunadamente, el
factor repetitivo no afecta en nada a la desgracia que cada individuo siente al ser
participe de una historia tal cual. De ser así, las personas podrían acercarse al
hombre o mujer que llora a los pies del cuerpo interfecto de la persona amada y
decirle "¿Por qué sufres? Se dice que, en el mundo, mueren cuatro personas por
segundo. Hay más gente que, al igual que tú, está pasando por esto... No eres el
único"

Sería ridículo, ¿no? Pues lo mismo pasa con esos pequeños detalles que, si no lo
has experimentado en carne propia, no puedes comprender jamás la terrible
desdicha que provocan.

El dolor es lo más personal que tenemos. Cada uno lo siente y lo controla de


manera diferente. Algunos de una manera más "inteligente", otros, como yo, se
cansan rápido y buscan una salida "fácil"

La primera vez que intenté terminar con mi vida fue cuando tenía solamente diez
años. Siempre fui mala para todo tipo de deportes, así que salté hacia la piscina de
la casa. Aún recuerdo que el agua estaba helada y entró a borbotones por mis
pulmones, pero yo me sentía feliz. La muerte me estaba resultando sumamente
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deliciosa, hasta que ese chico me "salvó"

–¡Ey! ¡Ey! – Decía, mientras intentaba revivirme, apretando su mano contra mí


pecho – ¡Reacciona!

Y lo hice. Abrí los ojos, y las lágrimas no se hicieron esperar al ver que me
encontraba en el mismo lugar y que seguía miserablemente viva. Aunque... debo
admitirlo, no todo fue tan malo. Esa misma mañana también lo conocí a él: a mi
Jacob, mi mejor amigo... el único en quien lograría confiar en mi mortalidad.

Mi amistad con él no fue nada fácil, debido a que él era hijo de la cocinera y mis
padres poseían esa "mentalidad" tan cerrada que les hace creer que, sólo por tener
una inmensa mansión, eran más que el resto. Aún así, ambos siempre nos las
ingeniábamos para mirarnos y platicar.

Estar a su lado fue lo que hizo soportable los siguientes cuatro años de mi vida. Él
siempre me escuchaba y, de alguna manera, siempre encontraba la manera de
hacerme sonreír. Si en mi vida mortal, alguna vez tuve momentos felices, esos
fueron los que compartí en su compañía, viendo su socarrona expresión,
adentrándome en sus negros ojos.

Pero las personas tarde o temprano se van y tan sólo sus recuerdos permanecen
en nosotros. La más grande y dolorosa ironía de mi existencia fue lo que pasó en ese
verano, cuando supe que Jacob había muerto.

Intenté mantenerme fuerte... más no pude. La soledad no era algo que me


asustara. Lo que realmente me aterraba era el formar parte de esa monotonía llena
de materialismo. Todas las tardes solía ir a caminar a un pequeño parque ubicado a
pocas cuadras de mi casa. Y ahí, sentada, cerraba los ojos y me imaginaba que Jacob
estaba a mi lado, tomando mis manos entre las suyas, dándome su apoyo.

La segunda vez que atenté contra mi vida fue justamente un año después de la
muerte de mi amigo. Un frasco de pastillas fue mi solución fallida. Cuando abrí los
ojos, me encontraba en un hospital... y lloré. Lloré lo que no había llorado desde que
Jacob me había sacado de esa piscina.

Me encontraba tan desesperada. LOCA, así me llamaron. Permanecí sedada


durante semanas. No podía estar despierta por que siempre hallaba alguna manera
para hacerme daño. Lo que fuera era bueno. Las agujas que tenía enterradas en la
piel y por las cuales me pasaban el medicamente eran siempre la primera opción,
después podía utilizar mis propias uñas o mis dientes.

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Me convertí en la vergüenza de mis padres, quienes optaron por internarme en un
manicomio, después de decirle a sus amistades de que me había ido a estudiar al
extranjero.

Aún me sigo preguntando si, en realidad, nunca nadie comprendió que lo único
que yo quería era morir para abandonar este mundo que tanto asco me causaba.

Era una noche muy fría de invierno cuando logré escapar de ese infierno vestido
de blanco. La lluvia caía con granizo, mojando mis cabellos y mis ropas. Y corrí sin
rumbo, ignorando las heridas que el suelo causaba a mis pies descalzos.

No fue hasta que estuve segura de estar ya muy lejos de Phoenix, hasta que me
detuve. El lugar en el que me encontraba estaba nevando y mi cuerpo temblaba de
pies a cabeza. Me acurruqué cerca de un inmenso pino y comencé a reír al sentir las
lacerantes punzadas que el frío me mandaba.

Sabía que, al fin, mi muerte estaba cerca. Pero yo quería apresurarla lo más
posible. Mis ojos miraron fijamente al bisturí que había logrado robarle a una de las
enfermeras y, antes de que empezara enterrarlo en mis venas, cerré los ojos y
recordé a la única persona que había querido, hasta ese entonces: a mi Jacob...

Aún no expiraba para cuando las luces de la pequeña y humilde cabaña, que se
encontraba a pocos metros de ahí, se encendieron. Un par de ancianitos se
acercaron y trataron de ayudarme, pero ya era tarde. Mis últimos minutos los pasé
al lado de una sencilla chimenea, arrullada por el dulce canto de la señora que
peinaba mis cabellos y cambiaba mis ropas por un desgastado vestido negro.

Y fue, segundos antes de mi muerte, cuando supe lo que era el amor maternal...

A ese matrimonio, que falleció dos meses después, les debo el que mi cuerpo no
haya sido masacrado por los lobos.

Mi juicio llegó en cuanto mi alma física se desvaneció entre el viento. Y sólo


escuché voces diciendo "Ella no es bienvenida aquí". Sin embargo, esa vez que abrí
los ojos, todo era diferente. De alguna manera, yo sabía que ya no era la misma.
Estaba muerta... pero no estaba descansando, como se supone hacen el resto de las
almas. Atentar contra mi propia vida había sido un pecado que el Cielo no me
perdonaría jamás, pero, fuera de enviarme hacia el Infierno, Él decidió castigarme
de la manera más cruel: condenándome a pasar una eternidad en el mundo que
tanto detestaba... convirtiéndome en un fantasma.

.
- 107 -
.

–¿Dónde está Bella? – preguntó Edward, por enésima vez, al pequeño par de
fantasmas que tenía al frente.

Cristal y Erick intercambiaron miradas, pero se mantuvieron en silencio. El


muchacho resopló. Acabar con su paciencia era prácticamente imposible, pero tenía
cerca de una hora tras haber llegado al cementerio y no sabía nada de Bella. Más
que impaciente, se encontraba preocupado.

–Cristal, Erick, díganme dónde está Bella – intentó una vez más, obteniendo, claro,
el mismo resultado – ¿Le ha pasado algo?

Los niños se limitaron a negar con la cabeza. Él suspiro, más tranquilo.

–¿Entonces? – insistió.

–Edward, lo mejor será que regreses a tu casa y vuelvas mañana – recomendó


Cristal – No creo que puedas ver a Bella esta noche.

–¿Por qué no? – Exigió saber, mirando fijamente a ambos niños – no me voy a ir de
aquí hasta que no me den una respuesta – declaró

Cristal se mordió su labio inferior, con gesto nervioso. ¿Qué era lo que ocurría?

–¿Acaso Bella no quiere verme? – adivinó, notando la significativa mirada que la


rubia niña le dedicaba a Erick. ¿En realidad era eso?

–Edward, no la mal interpretes – salió Erick en defensa – ella tiene sus razones

Razones...

Intentó comprenderlo pero no podía. Si Bella no quería estar con él esa noche,
¿por qué no se lo decía ella directamente? Además, ayer se veía tan animada con la
idea de salir a dar un paseo, ¿Cómo es que había cambiado tan drásticamente de
parecer?

–Supongo que si es así, no hay nada que se pueda hacer – se resignó, poniéndose
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de pie.

La sombra que opacaba el brillo de sus ojos resultó muy dolorosa para Bella que,
escondida entre los arboles, había observado todo el teatro desarrollado. ¡Cuánto
odiaba verlo así por su culpa!, pero no se podía mostrar frente a él. No en la forma
en que estaba...

–¡Espera! – Llamó Cristal, frenando los pasos del pálido muchacho – Edward,
¿cuánto amas a Bella?

La pregunta le sorprendió. ¿A qué venía esto?

–Demasiado – contestó, aún así.

–¿Qué tanto es para ti "Demasiado"? – insistió la pequeña.

–Cristal...

–Responde – apremió la niña

–No te puedo responder lo que me estás preguntando –confesó finalmente, con la


sinceridad destilando en su voz – lo que siento por Bella no es cuantificable. Podría
darle mi vida entera y estoy seguro que eso no bastaría para demostrarle todo lo que
significa para mí

–Eso quería escuchar – sonrió Cristal, triunfante, mientras lo asía por la mano y lo
guiaba hacia donde su castaña amiga estaba oculta y petrificada – Bella, sé que no
me perdonarás por esto, pero creo que lo que estás haciendo es innecesario.

–¡Bella! – musitó Edward al verla, encogida bajo un árbol –¿Qué te pasa?

–Aléjate – fue lo dijo – no quiero que me veas – pero él no le hizo caso. Al contrario,
la levantó del suelo, tomándola entre sus brazos, notando cómo ella ocultaba el
rostro en su pecho y temblaba.

–Bella, ¿Qué ocurre? ¿Estás lastimada? – Ella negó con la cabeza – ¿Entonces? –
Insistió – Bella, ¿por qué no me miras?

–No, Edward... – musitó la castaña, mientras él alzaba, delicada pero


decisivamente, su barbilla – ¡No!

Pero ya era demasiado tarde. Cuando ambas miradas se encontraron, Edward


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comenzó a sumergirse en el oscuro piélago de tormentosos recuerdos que reflejaban
la vida mortal de Bella.

Y vio todo con perfecta claridad, como si de un testigo anónimo se tratase. En


medio de esas aguas turbias, vislumbró a Bella y a la soledad reflejada en su mirada,
a su pálido rostro siempre ausente, a su pequeña y sincera sonrisa al estar en
compañía del moreno joven. Vislumbró las veces que fracasó al quitarse la vida y el
llanto que venía después de ello. El rechazo de sus padres, la tortura que sintió al
estar hospitalizada, el miedo que le embargaba al ser encerrada en esa clínica
psiquiátrica... Pero lo que más fuerte le golpeó el pecho fue ver su muerte con cada
lacerante detalle, como si su piel se hubiera unido a la suya en ese preciso instante.
Sintió el frío, la soledad, la melancolía, el alivio, el dolor de las cortadas que secaban
sus venas, las heridas que el rocoso suelo le había causado a sus pies...

Las efigies desaparecieron de la misma manera en que vinieron y, en cuanto se vio


liberado, lo primero que hizo fue tomar las manos de Bella y examinarlas con
detenimiento, comprobando que, efectivamente, las marcas de las heridas que ella
misma se había provocado estaban ahí, presentes.

¿Qué estaba pasando? Había hecho lo mismo innumerables veces y jamás había
notado tal detalle. Bajó la mirada hacia los pequeños pies descalzos y evidenció que
también éstos se mostraban muy lesionados y comenzaban a sangrar.

–Bella – musitó, horrorizado – ¿Qué ocurre?

–Por eso no quería que me vieras – contestó la morena – esto ocurre a cada año,
justo el día en el que abandonamos nuestras vidas como mortales. Nuestra alma
adquiere la forma que tuvimos antes de morir para que no olvidemos el error que
nos condenó a permanecer en la tierra.

–Entonces, lo que vi...

–Todo es cierto – asintió – Los videntes tienen la capacidad de ver nuestro pasado
en este día, por que somos más vulnerables. Perdóname. De verdad no quería
hacerte pasar por esto... Se me olvidó que hoy... Lo siento tanto...

Inclinó el rostro hacia abajo y apretó los labios para reprimir el llanto que le había
cerrado la garganta. Estaba segura de que esa noche lo perdería ¿Quién podría
amar a una persona que no valoró ni su propia vida? ¿Quién podría querer estar al
lado de alguien que fue condenado solo por su cobardía? Era justo si él se iba y la
dejaba... Era justo, trató de convencerse.

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Unos brazos cálidos enrollando su cuerpo la deshicieron de esos pensamientos.

–Mi pequeña, cuánto has sufrido – murmuró Edward, mientras la acomodaba en su


regazo, como una bebé, y depositaba pequeños besos por su rostro cenizo – Daría
todo por hacerte olvidar... lo daría todo, Bella.

Y fue el dolor que bañaba a esas sinceras palabras lo que la desarmaron por
completo, haciéndola llorar... por tercera vez.

–Perdóname...

–No, mi amor, no pidas perdón – tranquilizó Edward, enjuagando sus lagrimas


cristalinas, casi invisibles – Soy yo el que debe de disculparse, por no haber
aparecido antes en tu vida. Por no buscarte...

–No – interrumpió ella, viendo como ese par de ojos verdes se enrojecían por el
llanto contenido – tú me has dado más de lo que yo me merezco, Edward. Créeme
que no me arrepiento de nada, pues te conocí a ti.

El muchacho se inclinó para rozar sus labios por un breve momento. Necesitaba
de ese dulce sabor para calmar la impotencia que le calcinaba el no poder hacer
nada para retroceder el tiempo y borrar todo el daño infligido en esa frágil
muchachita que tanto adoraba.

–No volverás a sufrir, Bella – juró, mirándole a los ojos – Ahora estoy aquí, contigo,
y siempre cuidaré de ti. ¿Entiendes?

La fantasma asintió. Luego, cerró sus ojos, mientras Edward acortaba la distancia
que les separaba y comenzaba a humedecer sus labios... Reiterando, con ese dulce y
sincronizado movimiento de sus bocas, su promesa. Y consagrando, en ambas almas,
lo que estuvo claro desde el principio:

Nada, absolutamente nada, podría separarlos jamás.

Hola ^^. Bien, aquí les traigo lo que muchas querían saber: el por qué Bella es un
fantasma. Espero les haya gustado ^^. La verdad, me costó horas enteras escribir
este capítulo T_T (Mi neuronita fantasmal amenaza con desintegrarse) pero un
review para saber qué les pareció podría compensar todo el esfuerzo ^^ (jeje)

Gracias por leer. Nos leemos pronto.


- 111 -
Atte

AnjuDark

- 112 -
Paraíso

Era todo lo que siempre soñé. Le debo todo lo que soy.

Estrecharla entre mis brazos era para mí más natural que oír los latidos de mi
corazón.

Pienso en ella constantemente. Ahora mismo, mientras estoy aquí


sentado, estoy pensando en ella.

No hubo otra igual.

El diario de Noah, Nicholas Sparks.

Capítulo 11: Paraíso

—Deberías irte a casa – dijo Bella, acariciando las anguladas mejillas del
muchacho que la acunaba entre sus brazos – Hace demasiado frío. Te vas a
enfermar

—No quiero dejarte – contestó él – Mucho menos esta noche

—Estaré bien. Ya lo he vivido antes

—Pero esta vez quiero que sea diferente. No quiero que temas. Quiero que te
convenzas que yo siempre te cuidaré.

—No podrás cuidarme si pescas un resfriado. Además, falta poco para la media
noche. A partir de ahí todo volverá a la normalidad.

—Entonces, esperaré hasta que eso ocurra

—Eres un necio – replicó la fantasma, lamentando el hecho de que, en esa noche,


nada ni nadie podía sacarla del cementerio. Esa era otra clausula de su condena.

Él sonrió de manera traviesa y besó la punta de su nariz

- 113 -
—Te amo. Tal vez te canses de escucharlo todo el tiempo, pero, esta necesidad de
hacértelo saber es más fuerte que mi necesidad de respirar. Mucho más fuerte

—¿Porqué? – Preguntó ella – ¿Por qué, habiendo tantas chicas mejores que yo,
humanas, me has escogido a mí?

—Por que eres diferente– contestó Edward, mirándole a los ojos – Por que sólo
contigo siento paz. No me importa si eres o no mejor que las otras, Bella. Tampoco
me importa que no seas humana. Para mí lo eres todo...

La castaña hundió el rostro en su pecho, sin decir nada más, y suspiró, complacida
y triste a la vez. Aún así Edward dijera todo lo contrario, ella sabía que no era cierto.
¿Cómo comprender que un ángel ha bajado del cielo sólo para coger, entre sus
manos, a la flor más marchita de esa inmensa pradera? Seguramente iba a llegar el
día en que él alzaría la vista y contemplaría más allá de sus pétalos caídos, aspiraría
nuevos olores, vislumbraría nuevos colores y se alejaría, dejándola nuevamente
sola... Y eso... estaba bien... Pues, desgraciadamente, aún no era lo suficientemente
egoísta como para desear que él fuera condenado a errar toda la eternidad, sólo
para tenerlo a su lado.

Alice dejó escapar un leve jadeó, mientras su mirada se perdía en las imágenes
difusas, tan rápidas como un torbellino en plena acción. La secuencia de éstas era
siempre la misma y cada vez más frecuente, pero no por ello dejaba de asustarla.
Pequeños detalles se iban añadiendo paulatinamente, detalles casi imperceptibles
que ella apenas y lograba captar.

Dos rostros, un hombre y una mujer, de los cuales solamente lograba distinguir el
color de sus ojos, verdes como frías esmeraldas. Luego, la voz de Edward, ahogada
por incesantes gritos. Bella, sentada como una estatua en una fría y neblinosa noche
en el cementerio. Lechuzas cantando y volando sobre su cabeza. Una luna eclipsada
por brumosas nubes. Un cuervo. Jasper queriendo alcanzarla. Llanto... Un funeral.
Gente cantando lúgubremente alrededor de un inmenso y lujoso ataúd con forro de
terciopelo negro, adornado por flores y velas...

—Alice – la suave voz de su novio la rescató de ese teatro que tanto odiaba – ¿Qué
sucede? – no fue hasta que sus mejillas se vieron acariciadas por sus gentiles manos,
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hasta que notó que estaba llorando.

—Lo siento – se secó rápidamente las gotitas saladas – estoy bien...

—Alice – interrumpió Jasper suavemente, tomando sus manos – Últimamente te he


notado muy... inquieta

Alice bajó el rostro, huyendo de su mirada. El rubio suspiró y se inclinó para besar
su frente, luego agregó, con voz dulce:

—Ha de resultar muy difícil para ti confiar al resto de las personas ciertas cosas.
Los humanos somos ingenuos por naturaleza. Nos encanta automentirnos.
Aceptamos las verdades que nos convienen y tachamos como prejuicios, mitos y
leyendas a lo que nos asusta, solo para sentirnos más "seguros". Pero, Alice, yo sé lo
especial que eres. Yo sé que tú puedes ver cosas que muchos de nosotros no
podemos...

La pequeña clavó su verde mirada en la de él. Había sólo temor en sus pupilas.

—¿Desde cuándo...? – preguntó, en un susurro

—Desde que hablamos por primera vez – admitió el chico – Esa misma tarde,
recuerdo que tu me dijiste "qué bonita casa", mientras señalabas hacia un patio
baldío en donde, efectivamente, tenía más de tres años se había incendiado por
completo una mansión.

—Pero... si lo sabías desde el principio, ¿Por qué?

—Todo este tiempo he actuado como si no lo supiera, por dos cosas. La primera,
para protegerte; la gente suele ser muy cerrada y se les facilita más etiquetar de
locos a los que no son iguales, que a aceptar que existen personas mejores que ellos
mismos. Y la segunda, esperaba a que fueras tú quien me lo confiara algún día.

—Creí que pensarías que era un fenómeno...

—Alice, te amo – le aseguró, confirmando con la intensidad de sus azules ojos sus
palabras – Y te amo más por lo especial que eres. Confía en mí – pidió – tal vez no
pueda ayudar en mucho pero, al menos, te prometo que buscaré una forma de
tranquilizarte cuando estés inquieta o tengas algún problema.

La pequeña sonrió y dejó caer el rostro en su pecho. Sus brazos de él la rodearon


tiernamente. Y ambos suspiraron al unísono, para después quedar envueltos
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solamente por el reconfortante silencio que sólo era roto por la leña quemándose en
la chimenea.

—Siempre te vi – susurró, casi adormecida – Tus ojos siempre aparecían en mis


visiones.

—Y yo siempre te esperé – confesó él, recordando el primer momento en el que la


había visto. Alice había entrado al salón y centrado sus verdes ojos en él, penetrando
hasta lo más profundo de su alma, reconociéndolo, llamándolo con una poderosa y
silenciosa voz.

—Edward – dijo la pequeña, tras pasar un minuto – él está... enamorado de una


muchacha que no está viva. Está enamorado de una fantasma. Pero ese no es el
problema – aclaró – Hay imágenes, terribles imágenes en mi cabeza que no logro
entender, pero que creo tienen mucho que ver con ellos y con nosotros. Jasper,
tengo miedo. No quiero que nada malo le suceda a mi hermano. No quiero que nada
malo te suceda a ti.

El rubio la apretó más hacia su pecho. Sus labios descansaron largo rato sobre su
frente. Ella cerró los ojos.

—No tengas miedo – pidió el muchacho – Estaremos juntos siempre. Yo no


permitiré que nada nos separe.

—¿Qué lees? – su voz le hizo desviar la mirada de su libro rápidamente.

Sonrió nada más al verla y, olvidando el volumen sobre la mesa, se levantó para
tomarla entre sus brazos y hacerla girar sobre el aire.

Ella soltó una risita, cuando sus descalzos pies volvieron a tocar el suelo.

—A veces realmente pienso que estás loco.

—Puede ser – acordó él, mientras la jalaba hacia la cama – Pero, de ser así,
deberías de tener mucho miedo. Dicen que cuando un loco actúa como si no lo
estuviera, es un ser muy peligroso – sus ojos brillaron maliciosamente – ¿Le asusto,
- 116 -
señorita?

Ella alzó la barbilla de manera petulante, siguiéndole el juego.

—Déjeme informarle, joven, que los fantasmas no le tenemos miedo a nada.

—¿Ni a un loco desquiciado?

—Ni a eso.

—Bien – tomó su mano y la llevó a sus labios – Me gustan las mujeres valientes.
Razón de más para amarte.

Una tímida sonrisa se dibujó en los labios de la castaña.

—Aún no me has dicho qué era lo que leías – recordó.

Edward se estiró para alcanzar el libro que había olvidado en la mesita de noche y
se lo ofreció.

—Julietta – leyó las enormes letras doradas sobre la blanca superficie. Abrió el
libro en la parte donde estaba el marcador y leyó el grueso párrafo destacado con
una delicada línea gris. —Parece un señor inteligente.

Él negó con la cabeza.

—Es demasiado presuntuoso. La mayoría de sus argumentos son buenos, pero lo


arruina cuando asegura que él tiene la razón. Y hacer eso, es una osadía demasiado
grande para un simple humano. Nosotros no sabemos nada, somos ciegos andando
en un mundo extraño. No podemos afirmar o negar la existencia de lo desconocido
por que simplemente es eso: algo que no conocemos. De ahí nacen nuestros grandes
errores, de nuestra vanidad, de la absurda creencia que nos hace pensar que somos
inteligentes y podemos llegar a comprender todo, cuando no es así. El ejemplo claro
está contigo – sonrió – El marqués aseguraba que no existe vida después de la
muerte y, afortunadamente, aquí estás tú, como un milagro.

La fantasma siguió leyendo otro párrafo. Luego, sus cejas se arquearon y las
mejillas se le ruborizaron. Sus ojos, sorprendidos, se volvieron a hallar con los de él.

—Es demasiado... descriptivo en algunas cosas. No imaginé que te gustara leer


esto.

- 117 -
El muchacho soltó una carcajada.

—No le tomo mucha importancia a sus escenas de sexo, eso no es interesante,


salvo si te detienes a preguntar si todo eso es humanamente posible. Lo que me
gusta, como ya te dije, son varios de sus diálogos.

—Blasfemia horriblemente contra Dios.

—Así como Él es de rencoroso, seguramente ahora el pobre Marqués se encuentra


en el Infierno.

—O quizás está en el Cielo – apuntó la fantasma – ¿No te has puesto a pensar en


ello? El peor castigo de este señor no sería el Infierno, si no estar condenado a vivir
en la casa misma casa de Dios, tener que verlo todos los días, por una eternidad.

—Tienes razón. Al final de cuentas, Él es muy cruel. Si fue capaz de hacer sufrir a
alguien como tú, ¿por qué se habría de tentar el alma con otra persona?

Ella negó con la cabeza y, con tristeza, susurró. —Lo que me hizo fue justo. Yo no
valoré mi vida. Habiendo tantas personas agonizando, luchando contra la muerte, yo
la desperdicié.

—Hay personas que tiran la comida, aún sabiendo que hay gente muriendo de
hambre – recordó Edward – y no por eso...

La fantasma tomó su rostro entre sus manos y le silenció con un breve beso en los
labios.

—No lo odies por lo que me hizo. Créeme, después de todo, Dios ha sido muy
bondadoso conmigo. Estando en la Tierra, te conocí a ti. Eso ya es mucho más de lo
que yo merezco.

Y, sin darle al muchacho tiempo de discutir, cubrió sus labios con los suyos,
emprendiendo un apasionado beso que los llevó a caer sobre la cama. Ella encima
de él.

—Lo siento – comenzó a apartarse, temiendo haberlo debilitado más de lo normal.

—No – frenó Edward. – Espera – Los ojos de Bella se encontraron con los suyos,
que ardían como lava verde en medio de la oscuridad arcaicamente quebrantada por
la luz de la lámpara – Déjame acariciarte – pidió, acomodando una mano sobre su
cuello – Quiero sentirte.
- 118 -
La castaña no tuvo consciencia alguna para negarse. Los riesgos que Edward
corría al estar tanto tiempo en contacto directo con su alma, fueron olvidados por
una deliciosa corriente eléctrica que se había instalado en su "piel". No hubo
necesidad de hablar, su respuesta fue confesada con su mirada, la cual él entendió
bien.

Con movimientos lentos y tiernos, como si tratará de memorizar cada centímetro


de su cuerpo, las manos de Edward comenzaron a descender de su cuello y se abrió
camino por sus hombros, hasta enmarcar las curvas de su cintura y llegar a sus
caderas y piernas.

Aún arriba de la tela de su ropa, su tacto quemaba. La fantasma cerró los ojos y
deshizo el delicado moño que sostenía su vestido, haciéndole caer a éste por sus
caderas.

El muchacho se maravilló por la visión que se presentó frente a sus ojos. ¿Cómo
era posible que fuera capaz de contemplar tal perfección? ¿Cómo había podido el
Cielo cerrar sus puertas al ángel más divino? La única respuesta era que Dios le
había tenido envidia, envidia por ser ella mucho más hermosa que él.

Alzó la espalda y sus labios buscaron ansiosos su boca, mientras que, con la punta
de sus dedos, repetía el recorrido anteriormente hecho, ésta vez, con más lentitud,
apreciando la suave, casi inexistente textura de su piel.

Era como poder tocar la neblina, en lugar de traspasarla. Tan suave, fría y fina,
que amenazaba con desaparecer.

La fantasma jadeó al sentir la humedad de su lengua acariciar sus pechos y la


fuerza de sus manos apretar su cuerpo contra el suyo. En respuesta, sus caderas
comenzaron a mecerse y sus dedos se hilaron sobre sus cabellos, mientras él la
acostaba sobre la cama y comenzaba a besar su vientre.

De esta forma, ambos pasaron la noche. Ella revolviéndose entre las sabanas,
entregándose mientras él no paraba de acariciarla, contemplarla y besarla. Y con la
pasión inundándolos, no hizo falta nada más para que los dos conocieran el paraíso,
así como cuando dos amantes mortales hacen el amor.

.
- 119 -
El timbre de la casa sonó muy temprano, despertándolo. Miró hacia al lado de su
cama. Estaba vacía. Suspiró y sonrió al apreciar que, además del exagerado
cansancio, su dulce aroma, aún flotando en el aire, estaba como prueba de que,
efectivamente, ella había estado con él anoche.

No fue un sueño, Se dejó caer sobre la almohada, embelesado con los recuerdos
que, muy cuidadosamente, había grabado en su memoria. Estaba seguro de que
jamás, aunque pasaran cien mil años, podría olvidar la forma en que Bella se había
abandonado entre sus brazos, susurrando su nombre, mientras él saboreaba cada
parte que le era posible de su cuerpo.

Sus ojos comenzaron a cerrarse de nuevo. Estaba dichosamente enervado. Ya se


había olvidado del sonido que le había despertado, hasta que otra vez volvieron a
llamar.

Se levantó rápidamente, tratando de evitar que el sueño de su familia también


fuera interrumpido, y bajó las escaleras silenciosamente. El timbre ya no volvió a
sonar, pero las sombras de varias personas se dibujaban por la rendija.

—¡Edward, no! – apareció Alice en la sima de las escaleras, justo cuando él había
abierto la puerta, dando paso a cuatro individuos. De los cuales dos, claramente, no
eran humanos.

El muchacho se quedó pasmado por un momento. ¿Cómo era posible? Su hermana


llegó a su lado, contemplando también ese horrendo e inexplicable espectáculo.
Después, ambos centraron su mirada en la pareja humana.

Se trataba de un hombre y una mujer de oscuras ropas y perfiles pálidos, sin edad
definida. No hubo necesidad de más explicaciones al encontrarse con sus miradas,
verdes como frías esmeraldas. Inmediatamente, Alice dio un paso hacia atrás y
Edward la cubrió con su espalda.

—¿Qué hacen aquí? – exigió saber él.

—Edward, Alice – susurró la señora de larga cabellera cobriza – hemos venido por
ustedes.

La pequeña negó desesperadamente con la cabeza y, con voz temblorosa, dijo:

—Váyanse. Nosotros no queremos verlos.

—Me temo que no los han educado adecuadamente – habló el hombre de extensa
- 120 -
cabellera negra, mirando por encima de ellos

—¿Edward? ¿Alice? ¿Pasa algo?

Los adolescentes envararon el cuerpo al escuchar la voz de sus padres llamarles.


Sus miradas volvieron a contemplar a la otra pareja que no era humana. La pequeña
se estremeció.

—Podemos hablar pacíficamente – ofreció la dama, con voz dulce.

Carlisle y Esme llegaron a la sala. Obviamente, sólo eran capaces de apreciar a


dos personas paradas en el umbral de la puerta.

—Hijos, ¿Quiénes son ellos? – inquirió Esme.

—Los señores Elizabeth y Edward Masen – fue el caballero quien contestó – los
verdaderos padres de estos muchachos.

Ojala me disculpen por esta tardanza. Casi un mes sin actualizar, de


verdad lo siento, pero simplemente la inspiración se negaba a llegar y los
dedos se me congelaban en el teclado. Prometo no volver a tardar tanto. De
verdad, no estaba de humor para ello. Andaba en estado de hibernación
urgentemente necesaria para deshacerme de una serie de problemas
acumulados que ya eran precisos superar (al menos, tolerar)

Espero entiendan y este capítulo haya recompensado la espera.

Nos leemos pronto

Atte

Anju

- 121 -
Los Masen

De la alegría nace la pena, ya sea porque el recuerdo de la dicha pasada


forme la angustia de hoy,

o bien porque las angustias que son tengan su origen en los éxtasis que pudieron
haber sido.

Berenice, Narraciones Extraordinarias – Edgar Allan Poe.

Capítulo 12: Los Masen

Los cuatro se encontraban sentados alrededor de una mesa, en un desolado café a


orillas de la carretera de Forks. Todo estaba bañado por un completo, desértico y
pesado silencio. Así había sido desde que, tras convencer a Carlisle y Esme que todo
estaba "bien", habían salido de su casa y abordado la negra camioneta de cristales
polarizados. Y si eso era o no una casualidad o una mala racha del destino, ya no
importaba. Ellos estaban ahí, y eso nada lo iba a cambiar. Intercambiaron miradas
una vez más; Alice lucía preocupada y Edward furioso.

—¿Qué es lo que quieren? – preguntó finalmente.

—Sabes lo que queremos – contestó Elizabeth

—Pierden el tiempo. Nosotros no nos iremos de acá

—Su lugar no es este – dialogó el caballero de negra cabellera – deben estar con
nosotros, con sus padres

—¿Padres? – Refutó el ojiverde – los padres no abandonan a sus hijos.

—Teníamos nuestras razones – discutió Elizabeth – ¡Estábamos protegiéndolos!

—¿De qué? – Exigió saber - ¡¿De ellos? – señaló al par de fantasmas que se
encontraban detrás. Fantasmas que no tenían el mismo aspecto que Bella y sus
amigos. Fantasmas que, realmente, parecían almas en pena.

- 122 -
Eran dos seres andróginos, de largas y alborotadas cabelleras y vestidos
desgastados y sucios. Sus rostros, exangües, demacrados, no demostraban ni una
sola emoción. Estaban atados a cadenas, cadenas que el par de adolescentes no se
lograban explicar cómo es que podían verdaderamente sostenerlos.

—¿Cómo es posible que les hagan esto? – reprendió Alice

—Realmente es muy fácil si se tienen nuestras habilidades – manifestó Elizabeth –


¿no me digan que no han destapado sus regalos?

El par no contestó. La señora emitió una risita delicada —Mis niños, ¿ven? A eso
nos referimos al decir que su lugar está con nosotros. Tienen tanto que aprender.
Sus cualidades deben ser explotadas.

—¿Explotadas para qué? – Preguntó la pequeña – ¿para encarcelar almas? ¿Cómo


es posible que los obliguen a permanecer durante el día, cuando es el único
momento en el que pueden conocer algo de descanso?

—Al parecer, saben mucho de ellos – apuntó el señor Masen, mirándolos con
recelo – pensábamos que nos íbamos a encontrar con unos muchachitos ignorantes
en el tema.

—Poca gente ve espíritus – Salió Edward en defensa – sabíamos que no éramos…


normales. Así que decidimos investigar

—Bien – sonrió la señora – un comportamiento digno de la familia Masen

—No somos de su familia – siseó el muchacho

—Vaya que lo son – replicó el caballero - ¿de dónde creen que tienen la capacidad
de ver cosas que el resto de la gente no puede apreciar? Es por el linaje que corre
por sus venas. El apellido de nuestra familia es antiguo; pertenece a los pocos
aquelarres de videntes que hay en el mundo. Aprovechamos nuestros poderes para
exterminar a esas almas que no deberían de estar aquí. Las convertimos en lo que
deberían de ser: en nada.

Edward se puso de pie sin darse cuenta, con el rostro completamente pálido.

—¿Exterminar almas? – Repitió - ¿eso es lo que hacen?

—Ellos son nuestros sirvientes – aclaró Elizabeth, señalando al par de


encadenados fantasmas y cruzando las piernas en un claro gesto de
- 123 -
condescendencia – los necesitamos. Hay espíritus que no son tan fáciles de redimir y
ellos nos ayudan a debilitarlos… además, son muy buenos para hacer favores que a
nosotros nos costaría un poco más de trabajo.

—Es imposible – musitó Alice - ¿porqué?

—Nos roban energía – interrumpió la señora – Este mundo es para los vivos, no
para ellos.

—¿Y quiénes son ustedes para decidir eso? – inquirió Edward.

La mesera llegó y sirvió cuatro tazas de café.

—Nos vamos – anunció Edward, tomando a Alice de la mano. Inmediatamente, el


señor Masen se puso de pie y les obstruyó el paso.

—Siéntense – pidió, con voz seria, claramente amenazante, mientras que un


invisible, pero sensible peso comenzaba a oprimir sus hombros. Comprendieron que
se trataba de los fantasmas, quienes les estaban extrayendo enormes cantidades de
energía. No les quedó otra más que obedecer.

—¿Qué es lo que quieren de nosotros? – Alice temblaba, estaba realmente


asustada.

—No queremos hacerles daño – habló Elizabeth con dulzura, acercándose para
acariciar sus rostros – Sé que todo esto les resulta extraño. Los abandonamos, pero
no fue porque no les amaramos; como ya les dijimos, estábamos protegiéndolos. No
queríamos arriesgarlos. Ustedes eran muy pequeños y necesitaban atenciones que
nosotros, debido a nuestro trabajo, no podíamos ofrecerles.

—Y por eso prefirieron tirarnos en las calles de Italia, ¿no? – ironizó el muchacho
de ojos verdes.

—Aún no podíamos llevarles a los sitios a los que íbamos para expulsar almas –
prosiguió la dama, ignorándole – y dejarlos en casa ya no era seguro. Había espíritus
a los cuales aún no lográbamos expulsar y se encontraban furiosos; durante las
noches, nos rondaban. Un pequeño descuido por parte de nosotros y ustedes
saldrían lastimados, incluso hasta muertos. No teníamos opción.

— ¿Por qué nos buscan ahora? ¿Por qué no antes? – preguntó Alice

—Porque tú aún eras una niña – le acarició sus cabellos – No estabas lista.
- 124 -
—¿Lista? ¿Para qué?

—Para entregarte como mujer. – Sus ojos se dilataron. La señora tomó un pequeño
suspiro antes de proseguir – Su padre ya les ha dicho que nuestra familia es antigua
e importante en el mundo de los videntes. Por lo mismo, debemos de proteger la
castidad de nuestra sangre. Para ello, tú y Edward deben de casarse. Así, sus hijos
heredaran sus habilidades y…

—¡Están completamente locos! – exclamó Edward. Alice había quedado pasmada,


enmudecida. – ¿Cómo creen que eso sea posible?

—Es algo que nuestra familia ha hecho desde hace más de cincuenta generaciones
– reveló el señor Masen

—¿Eso quiere decir que…?

—Su madre y yo somos hermanos, sí. Ese fue nuestro deber, así como es, ahora, el
suyo…

—De ninguna manera – protestó él – Ustedes no tienen ningún derecho de venir a


decidir nuestras vidas. Largo. Regresen por donde vinieron, vayan a excretar almas
y a seguir vanagloriando al apellido de SU familia; pero a nosotros, déjennos en paz.

Elizabeth se llevó una mano, mientras reía disimuladamente —Sacaste el mismo


carácter del abuelo Anthony.

—Hijo – el caballero intentó tocar su hombro, pero él se lo impidió con un brusco


movimiento – Son muy jóvenes y por eso no comprenden. Sabemos que es difícil. En
nuestro momento también nos incomodó la noticia, pero con el tiempo aprendimos a
aceptarlo y verlo de la mejor manera.

Negó con la cabeza repetidamente, con frustración, con incredibilidad y amargo


asombro. Después, con apremio y sin decir más, se levantó del asiento y jaló a Alice
hacia las afueras del café. —No tienen caso que huyan – advirtió quien hacía
llamarse su "padre", pero aún así, siguió caminando cada vez con más grandes
zancadas.

Llegaron a la orilla de la carretera y nadie les detuvo; pero podían sentir que eran
perseguidos. El cielo estaba nublado y la llovizna mojaba a sus negras ropas.
Estaban lejos de casa, casi no transitaban carros y, los pocos que pasaban, hacían
caso omiso ante sus señas. Edward maldijo interiormente, sin dejar de caminar y
jalar a su impávida hermana, quien, sin que él pudiera evitarlo, tropezó y cayó de
- 125 -
rodillas en el húmedo pavimento.

—Alice – se giró para ayudarla. La pequeña parecía no haberse percatado de que


se había lastimado y estaba sangrando; su mirada seguía ida, distante. La cogió por
los hombros y la agitó – ¡Alice! ¡Reacciona!– la muchacha se sublevó violentamente,
como si le hubiera logrado sacar de un profundo sueño que se negaba a liberarla.

—Edward – musitó, con los ojos llenos de lágrimas – ¡Estás aquí, Edward! — Se
lanzó hacia sus brazos – Estás aquí…

—Tranquila –susurró – Estoy bien. Estamos bien.

Esperó un momento a que su hermana se tranquilizara; después, apartándola


dulcemente para que se pudieran mirar a los ojos, dijo:

—Alice, debemos caminar…

Ella negó con la cabeza —Nos alcanzarán….

—No –interrumpió – Nos meteremos al bosque. Hay que intentarlo, ¿Si? ¿Cómo
están tus piernas? ¿Quieres que te cargue?

—Estoy bien.

Se escuchó el ligero rugido de un motor acercarse y, al volver la vista hacia atrás,


vislumbraron a la negra camioneta a pocos metros de ellos.

—¡Corre! – la tomó de la mano y comenzaron a descender el pequeño barranco


que los adentraría entre la espesura de los arboles.

Sus pies entablaron una jadeante huida sin dirección alguna. Lo único que les
preocupaba era esconderse para no ser alcanzados y evitar tropezar con las ramas o
raíces que figuraban aparecer en su contra. Dentro del boque, todo era mucho más
tenebroso. Había un silencio abrumador, únicamente roto por lo agitado de sus
respiraciones y por esa fría presencia que les acechaba. No era paranoia; lo
supieron en cuanto el par de encadenados fantasmas se materializaron frente a ellos
de manera espectral.

Alice ahogó un grito, mientras que Edward se adelantaba dos pasos para cubrirla
con su espalda. Si tenía miedo, su rostro no lo denotaba.

—¡No queremos ir con ustedes! – gruñó


- 126 -
—Nosotros no somos quienes les buscan

Se estremeció al escuchar las voces hablando en su cabeza, mientras que un


zumbido, que se hacía cada vez más fuerte, se apoderaba de sus oídos y le
provocaba un intenso dolor en sus sienes. Cayó de rodillas al no soportarlo más y,
con desesperación, buscó a Alice. Ella ya yacía en brazos de uno de los fantasmas.

Quiso volverse a poner de pie, pero el zumbido aumentó; postrándolo sin nada que
lo pudiera evitar. Después, apreció la misma coacción que había oprimido a sus
hombros en la cafetería y sintió los parpados pesados, la lengua seca y las
extremidades exageradamente débiles.

Sólo hubo algo en lo que pensó antes de que todo se volviera oscuridad: Bella…

Media noche. Su mirada viajó de nuevo hacia el cielo. Estaba oscuro, como boca
de lobo. No había luna, ni estrellas, sólo fuliginosas nubes que parecían estar
enlazadas unas a otras, obstinadas a no dejar pasar ni el más mínimo rayo de luz.
Una diminuta mano se acomodó sobre su hombro. Era Cristal. Se obligó a esbozar
una pequeña sonrisa, pero la felicidad no llegó a sus pupilas. La niña alzó sus
bracitos y los anudó alrededor de su cuello, consolándola…

Cerró los ojos y respiró hondo. Parecía sorprendente, incluso ridículo, pero era
como si le faltara el aire; como si realmente lo necesitara para existir.

—Han pasado… trece días – susurró –Trece días desde que él y Alice…
desaparecieron.

Cristal guardó silencio. Por primera vez, no sabía qué decir. Era claro que Bella no
quería escuchar palabras que trataran de hacerle sentir mejor, puesto que serían
inútiles. No tenían noticia alguna sobre Edward y su hermana. Al ir a investigar a su
casa, sólo habían logrado enterarse de la visita de sus padres biológicos y de una
carta que, según, había sido envidada por ellos, diciendo que no regresarían.

—Ellos jamás abandonarían a Carlisle y Esme de esa manera – había dicho el novio
de Alice, Jasper, mientras la policía hacía necias entrevistas para "resolver" el caso.

- 127 -
Lo mismo pensaba Bella al respecto, lo cual era motivo de su angustiante
preocupación. Y es que no pedía nada, más que saber si Edward estaba bien; a
salvo. Eso bastaba para estar tranquila. La sola idea de imaginarlo herido le
atormentaba. Prefería diez mil veces el pensar que la había abandonado sin un
mínimo adiós, a creer que esas personas le habían hecho daño.

Pero no había ni una sola seña de él, ni de Alice. Habían salido a buscar por los
alrededores, por los pequeños hoteles, por los parques… Nada. Las noches se hacían
cortas y largas a la vez. Y el día… el día simplemente no se prestaba a ayudarlos.
Cuando el primer rayo del alba aparecía, tenían que regresar al panteón y perderse
en ese mundo gris y silencioso en cual podían cerrar los ojos y dormir.

Bella suspiró y bajó la mirada hacia el plateado broche que jugaba entre sus
dedos; se lo llevó al corazón y lo apretó contra éste. Una pequeña y casi invisible
lágrima cristalina quemó su mejilla. Extrañaba tanto sus tiernos abrazos, sus besos,
su voz…

El crujir de las hojas, bajo las pisadas de alguien, le hizo alzar la mirada. La
esperanza se esfumó tan rápido como llegó al comprobar que no era Edward, si no
Jasper. Escondió el broche y permaneció quieta, pasmada, pues los ojos azules del
muchacho miraban fijamente a su lápida, justo en su dirección.

—¿Puedes vernos? – preguntó.

Erick se paró frente a él, elevó una de sus manos y su pequeño dedo índice
traspasó la superficie de su estomago.

—No

—Pues pareciera – dijo Cristal.

El rubio caminó hasta llegar a su sepulcro, su rostro lucía sereno; después, con
movimientos un tanto indecisos, tocó la cruz que adornaba su lápida y cerró los ojos.

—Por favor – musitó – Aunque no te puedo ver, sé que estás ahí. Necesito hablar
contigo. Yo… - La voz se le ahogó en ese momento. Apretó los labios para reprimir el
llanto e inhaló profundamente con la nariz.

Quizás era inútil. Quizás se estaba volviendo loco. Pero, ¿Qué importaba? Haría lo
imposible, todo, por encontrar a Alice. Respingó al apreciar una fina brisa cerca de
su hombro, alzó la mirada y, entonces, la vio. Era ella, la misma muchacha que Alice
le había presentado en la fiesta; sólo que esta vez lucía diferente. Su desgastado
- 128 -
vestido negro y sus pies descalzos, en conjunto con lo alborotado de su cabello y el
pálido rostro, le daban una apariencia más espectral…

Un involuntario frío le recorrió la espalda, pero no lo hizo notorio.

—Bella – dijo, a modo de saludo.

—¿Cómo sabes que yo…?

—Alice… Alice me contó. No te preocupes – anticipó – no diré nada al respecto.

La fantasma asintió en gesto de confianza. —Pero, si vienes a conseguir


información sobre ellos, lamento decirte que no tengo más noticias de las que tú
tienes.

—Me lo imaginaba – musitó.

—Entonces, ¿Por qué…? – se asombró la castaña.

—Pequeñas esperanzas – se encogió de hombros y sonrió tristemente – era lo


último que me quedaba por hacer para tener, por lo menos, una pista para
buscarlos… Porque si de algo estoy completamente seguro, es que ellos no se fueron
porque quisieron, si no porque algo les obligó a hacerlo.

La punta de sus dedos acariciaron delicadamente las frágiles alas de la tiesa y


negra mariposa que descansaba sobre la palma de su mano. Estaba recordando,
extrañando a ese par de castaños ojos que tanta falta le hacían. El tiempo. En esa
lujosa habitación, el tiempo se había vuelto como un desierto caluroso y escaso de
agua, en donde el día y la noche lastimaban de igual manera, calentando o enfriando
con despiadada exageración.

Recostó la cabeza sobre la pared, miró a su alrededor. Las negras cortinas de fina
seda permanecían inmóviles, colgadas exiguamente. La enorme y lujosa cama
matrimonial no había usado ni una sola vez desde su llegada; la charola del
desayuno estaba intacta; Alice, quien descasaba la cabeza sobre su regazo, dormía;
la televisión y el radio no habían sido prendidos…
- 129 -
—¿Qué es lo que quieren? – Preguntó Elizabeth, con voz ahogada en llanto y
frustración – ¿Qué es lo que les falta?

—Irnos de aquí – contestó, sin mirarle.

Y es que, aún así les construyeran un castillo con muros de oro, a ellos les faltaba
lo más importante: su verdadera familia, su verdadera casa… sus corazones, sus
almas. Sentían el pecho frío, vacío, lleno de desesperación y soledad, amarga
soledad.

—Sus caprichos no les llevarán a ningún lado – advirtió la mujer, antes de salir de
la habitación y cerrar con llave.

Edward suspiró. Se preguntaba en qué momento había cambiado tanto las cosas.
Hacía unos cuantos días había estado entre sus brazos, amándola, sintiéndola, y
ahora… ahora estaba encerrado por un par de locos "caza fantasmas" que hacían
llamarse sus padres y querían emparejarle con su propia hermana. Soltó una áspera
risita, atiborra de negro y sarcástico humor. Después, cuadró la mandíbula y
empuñó las manos – sin hacerle daño a la mariposa –. La verdad era que no había
nada de gracioso en todo esto. No era divertido este cambio tan radical que el
destino había interpuesto en su vida. La impotencia era grande, golpeaba en su
espalda como un edificio brutalmente estrellado contra ella.

—¡Edward! –Alice despertó de un brinco.

—Shh, shh – cuchicheó él, acariciando su sudorosa frente. Ya no le sorprendía; al


parecer, su hermana ya no podía dormir sin tener pesadillas, pesadillas que se
negaba a revelar – tranquila; estoy aquí…

—Tienes que salir de aquí – interrumpió ella, con la mirada aún ajena a la realidad.
Hablaba de modo mecánico, delirante– Tienes que irte ahora mismo al panteón.

—¿Al panteón? ¿Por qué?

—Bella…

El corazón se le detuvo por un segundo

—¿Qué sucede con ella? – Silencio —¡Alice!

La pequeña reaccionó con un salto y un sonoro jadeo. —Alice, ¿Qué sucede con
Bella? – pidió saber.
- 130 -
—Ellos no solamente han venido por nosotros – susurró – Irán al panteón… Irán al
panteón para acabar con las almas que hay ahí.

Palideció al instante. Un frío viento congeló la sangre en sus venas.

—¡No! – bramó, aventándose contra la puerta.

—¡Espera! – Frenó Alice – No lograrás nada si actúas de esta forma.

Se obligó a escuchar a su hermana, quien, evidentemente, tenía la razón. No podía


dejar que la falta de conciencia se apoderará de él; por más que se azotara contra
las paredes, no las derrumbaría. Debía recordar que estaba en el mundo real, en el
que los milagros nacidos por un sacrificio no existen.

Sin embargo, pese al control que estaba luchando por mantener, su cuerpo
temblaba de miedo, de pavor, de angustia; el pecho amenazaba con comprimirse
hasta desaparecer y su mente sólo repetía un juego de palabras: "Ella, no". Podía
soportar todo, todo, menos el hecho de que esa alma tan preciosa, de la cual se
había enamorado, dejara de existir por completo.

—Aún están aquí – dijo la muchacha, pensando rápidamente – debemos buscar la


manera de distraerlos; de ganar su confianza para que, al menos, nos permitan salir
de esta habitación. Cenaremos con ellos. No saben nada sobre tu relación con Bella,
ni si quiera se la imaginan, ese es un punto a nuestro favor. Actuaremos como si
empezáramos a resignarnos ante sus ideas. Les haremos creer que ha nacido en
nosotros un poco de interés sobre la dedicación y antigüedad de los Masen y
aprovecharemos la información que podamos obtener. Edward – le tomó por el
rostro e hizo que le mirara a los ojos – Todo estará bien, ¿De acuerdo? Eres fuerte y
sabrás cómo cuidar de Bella, ¿Entendido?

Él se limitó a asentir. Su cuerpo estaba totalmente erguido; luchaba en contra de


aquella voluntad que le estaba nublando la vista y cerrando la garganta. Alice lo
abrazó un momento y después se apartó para impactar sus nudillos contra la gruesa
madera de roble.

Los señores Masen llegaron casi al instante, sorprendidos de que, al fin, fueran
ellos quienes solicitaran su presencia.

—Hemos decidido – se apresuró a hablar a Alice, tomando a Edward de la mano –


que, como ustedes dicen, no tiene caso luchar en contra de nuestro destino.

—¿Hablas en serio? – dudó el caballero


- 131 -
La pequeña hizo que los brazos de su hermano le enrollaran la cintura.

—No será fácil – admitió – el incesto no es algo que teníamos planeado en nuestras
vidas; pero podemos intentarlo. Edward dice que, si es cierto que en nuestras venas
corre la sangre de una importante y legendaria familia, debemos de estar orgullos y
acatar, por muy exuberantes que nos parezca, sus tradiciones y costumbres.

—¿Es cierto eso, hijo? – los ojos de Elizabeth brillaron de contenida emoción

—Actuamos de manera muy… impulsiva y rebelde – habló el muchacho,


tragándose sus agudas ansiedades y aparentando una serenidad impasible, única,
perfecta – les pedimos disculpas por ello. Comprendan que estábamos asustados.
Esperamos nos den la oportunidad de conocerlos mejor. Nada nos gustaría más que
recuperar el tiempo perdido que estuvimos sin ustedes, nuestros padres.

—Tiene menos de tres horas te portaste distante y grosero conmigo –recordó la


señora, mirándole con desconfianza – ¿A qué se debe este giro tan repentino?

—Supongo que el abuelo Anthony era tan vulnerable como yo – contestó, con una
inocencia angelical en su rostro, incapaz de poner en duda.

Elizabeth saltó a sus brazos y le llenó de besos las mejillas; después se abalanzó
contra Alice e hizo lo mismo

—Mis niños, mis adorados, ¡Me alegra tanto que al fin hayan recapacitado! Oh,
pero vengan – los jaló por el pasillo – esto hay que celebrarlo con un banquete.
Están tan delgados y estos días no han comido bien.

—Pero, cariño – intercedió el señor Masen – ¿Recuerdas lo que íbamos a hacer


hoy?

Edward se estremeció

—Sabía que sería inútil – susurró Alice, haciendo un teatral puchero – ustedes
siempre tendrán cosas qué hacer…

—No, no, no – discutió la dama de cabellos cobres, con suavidad – De ninguna


manera. Amor, – se dirigió hacia su esposo – cenemos con nuestros hijos. Podemos ir
mañana a desterrar a esas almas, ¿Qué es una noche más?

—Mi vida entera – contestó Edward mentalmente; acariciando, disimuladamente,


la pequeña mariposa que Bella le había regalado.
- 132 -
.

Nos acercamos al final, ¿Están preparadas? Muajaja. Yo estoy ansiosa.


Muajaja. *El instinto malvado de Anju se levanta de su ataúd tipo Nosferatu*
Muchas gracias por todos y cada uno de sus comentarios, de verdad, cada
línea que ustedes me dedican es… asombrosa. Gracias, gracias por todo su
apoyo. Nos leemos pronto. Atte. AnjuDark

- 133 -
Hasta el final, parte I

Háblame, aunque no te escuche, háblame.

Mírame, aunque no me veas mírame, porque yo te siento desde el universo hasta


el final

Vivo eternamente en ti. Háblame, no me ignores, sólo háblame.

No me creas lejos, siénteme. Estoy muy cerca, sólo siénteme.

Háblame –Beto Cuevas.

N/A. Gracias a la chica (lo siento no recuerdo cuál es el nombre ˆˆ) que me
recomendó esta canción, es hermosa, ¿no creen?. Bueno, pasando a otra cosa, sé
que no es el medio indicado para decirlo, y quizás hasta resulte un poco tonto, pero
no pude evitarlo. Chicas, creo que ya todas sabemos la situación por la que está
pasando Haití, no vengo a darles un sermón, sé que muchas me ignorarán y dirán
"¿Eso qué?" Pero intentarlo no me quita nada. Por favor, si pueden, si quieren,
vayan a un centro de acopio y donen por lo menos una botellita de agua, ¿Vale?. No
seamos tan egoístas, puede que mañana ese terremoto surja en nuestro país y
estemos tan necesitados y desamparados como ellos. Ok, ya las dejo con la historia.
Espero la disfruten,

..

Capítulo 13: Hasta el Final, parte I

La única manera de aniquilar a las almas en pena es incinerar el cuerpo que les
sirvió de alojo y esparcir sus cenizas. "Lo que es de la tierra, a la tierra regresará".
El mismo Señor lo dice, pero la mayoría de los humanos no son capaces de
interpretar correctamente lo que está escrito.

- 134 -
La muerte no existe cuando el corazón de un ser humano deja de latir. La muerte
es nada. Y no existe la nada después de que tu cuerpo ha sido enterrado. Aún
incinerado, si tus cenizas están reunidas, sigues teniendo un lugar en este mundo.
No hay asesinos en la Tierra. Quien introduce un puñal en el pecho de una persona
no está realmente acabando con su vida, si no transformándola. Su alma –que es lo
que realmente vale – abandonará ese cuerpo inservible y pasará a su juicio, en
donde se decidirá hacia qué lugar SEGUIRÁ existiendo.

Sea el infierno, sea el cielo, es voluntad del Todo Poderoso que el espíritu
prevalezca en alguno de esos dos lugares creados por Él mismo. Sin embargo, hay
almas que hasta el más bondadoso aborrece. Dios no puede matar, va contra sus
leyes, por eso la mayoría de los humanos son incapaces de asesinar
verdaderamente.

Si Él consintiera que una simple arma mortal, un virus, un simple accidente, fuera
capaz de convertir a sus hijos en nada, no sería mejor que un animal sin
sentimientos. Por eso creó solo a unos cuantos como nosotros, quienes somos los
únicos y reales homicidas, para que fuéramos su mano derecha e hiciéramos eso que
Él, para conservar su virtud, no puede llevar a cabo. Dios se limita a mandarnos a
esas almas que simplemente no merecen existir hacia la tierra, para que nosotros
las exterminemos. Somos sus ángeles oscuros. Estamos libres de pecado, pues
tenemos toda su adhesión y nos brinda dones espléndidos que nos muestran lo
especiales que somos para Él.

Nuestra familia es una de las más antiguas y poderosas que hay. Las riquezas de
los Masen son incalculables. Las mismas religiones son las que nos pagan. No hay ni
una sola que no nos haya dado antes una buena cantidad de dinero, oro o terrenos.
Aquí, por ejemplo, en Forks, sólo basta presentarnos a una de sus iglesias y no
tardarán en atendernos como reyes.

Realmente, no es muy complicado deshacer a un espíritu. Como ya les hemos


dicho, solo basta con incinerar el cuerpo que usó antes de ser enjuiciado y esparcir
sus cenizas; la mayoría de las veces resulta muy sencillo. El alma desaparece
automáticamente en cuanto su tumba es profanada y no puede ser capaz de tomar
forma alguna hasta que sus cenizas, si en todo caso no llegan a ser esparcidas, sean
nuevamente enterradas.

El problema viene cuando hay otros espíritus tenaces que se reúnen entre todos
para formar una clase de complot y proteger a esa alma que está a punto de ser
desterrada. Ahí es cuando usamos a nuestros esclavos.

Ellos son dos almas errantes, atadas por un de conjuro. ¿No abrieron sus regalos?
- 135 -
Dentro de esas cajas iba una clase de medallón labrado en plata. Todos los Masen lo
tienen. Su escudo, una cruz atravesando por la mitad a una luna menguante,
representa el símbolo de nuestra familia. Estos medallones, que solamente pueden
ser usados por personas como nosotros, son unos encapsuladores de energía. Solo
tienen que elegir al fantasma que deseen, quemar su cuerpo e introducir un poco de
sus cenizas en un diminuto agujero que hay en el centro. Eso bastará para
convertirse en sus dueños. Ellos harán todo lo que ustedes le pidan y le seguirán a
donde quiera que vayan. No los miren como amigos o compañeros, porque no lo son.
Están obligados a permanecer con nosotros no importa si es de noche o de día, lo
cual los extenúa y los vuelve más hambrientos. Esa hambre la utilizamos a la hora
de cazar. Se alimentan de la energía de los fantasmas que se niegan a ser
exterminados, convirtiéndolos, nuevamente, en presas fáciles…

Las palabras se repetían sin cesar en su cabeza, mientras su pie apretaba, lo más
fuerte posible, el acelerador del carro. Engañar a los Masen había sido una tarea
fácil. Gracias a Alice, habían logrado entretenerlos dos días más, hasta obtener las
llaves de uno de los carros e información más precisa sobre ese extraño y cruel
trabajo.

No cazamos en las mañanas por dos simples motivos: no es divertido y va en


contra de nuestro orgullo y reputación. Sería como aplastar a una hormiga: no hay
esfuerzo y es simple. Con el tiempo se convertiría en una actividad monótona. Es
sano tener un poco de rivalidad, te obliga a ser mejor.

Las cinco de la tarde. Aún estaba retirado del cementerio. Aceleró más. Las llantas
se volvían casi invisibles al rodar por el húmedo asfalto. Alice había engatusado a
Elizabeth diciéndole que, como los hijos de la importante y poderosa familia que
eran, necesitaban ropa de marcas distinguidas. La señora, encantada y fascinada,
les había llevado a un ostentoso centro comercial ubicado en Port Angeles, de
donde, a la más mínima posibilidad, se habían logrado escabullir.

No faltaba mucho para que descubrieran su ausencia, su traición.

Hay algo curioso en los cadáveres que fueron usados por las almas en pena: no
están deteriorados; permanecen tal y como fueron enterrados. Esto se debe a que, si
se desintegraran como el resto, el espíritu que se alojó ahí, terminaría por
desaparecer tarde o temprano. Esto nos regresa al impedimento que Dios tiene para
matar; admitir que los espíritus se anulen sin nuestra intervención, lo convierte en
el asesino que no puede ser. Así que no le quedó otra opción más que conservar esos
cuerpos para nosotros.

—¿Qué piensas hacer? – preguntó Alice, rompiendo el silencio por primera vez.
- 136 -
Él no contestó. No le había escuchado. Sus pensamientos estaban concentrados en
no dejarse invadir por la angustia. Sus dedos apretaron el volante. Por nada del
mundo iba a permitir que la tocaran.

Cinco de la tarde con treinta minutos. Habían logrado llegar a Forks. Manejó hacia
su casa y entraron en ella sin pararse a dar explicaciones. Corrieron hacia sus
recamaras y cogieron las pequeñas cajas que habían recibido días atrás.

Efectivamente, ahí estaban: los medallones plateados y con un diamante negro


incrustado en el centro. Los guardaron en sus bolsillos.

—Edward, Alice, ¿Qué sucede? – exigieron saber Esme y Carlisle caminando tras
ellos, mientras se dirigían hacía el jardín y cogían una pala y otros instrumentos
que, al parecer, no tenían un uso común.

Regresaron a la camioneta. El muchacho detuvo sus pasos y abrazó rápidamente a


sus padres, con amor.

—Estaré bien – prometió y, tomando a Alice por los hombros dijo – Gracias. Hasta
aquí he necesitado tu ayuda.

La pequeña dilató la mirada y negó frenéticamente con la cabeza

—No pienso dejarte solo

—No es momento para caprichos.

—Exactamente – le replicaron –Entiende que te acompañaré, digas lo que digas.

Suspiró. Su hermana no le dio tiempo de discutir ni una sola palabra más y subió a
la camioneta.

Seis de la tarde. El crepúsculo ya vestía el cielo con su lúgubre manto. Ambos


adolescentes se internaron, corriendo, en el panteón. Edward iba varios pasos más
adelante que Alice. Sin perder tiempo, tomó aquel oscuro sendero por el que casi
nadie transitaba y que guardaba su más grande tesoro.

Era extraño, un poco irónico. Recordaba la noche en que la había visto por
primera vez. Nunca antes había recorrido esa parte tan desolada del cementerio,
hasta en esa bendita ocasión. Y había quedado maravillado con los detalles de esa
olvidada senda adornada por caídos y raídos arboles, por los rayos de luna que
apenas y se filtraban por sus ramas y alumbraban tenuemente el labriego suelo.
- 137 -
Había sido mágico. Un hechizo silencioso que le había llamado, apresado y
conducido, paso a paso, suspiro tras suspiro, hacia ella: la hermosura más sublime
que la noche pudiera crear.

Al divisar finalmente, después de tantos días, aquella solitaria lápida y a la


muchacha sentada sobre ella, miles de sentimientos le invadieron.

—¡Bella!

La castaña giró el rostro inmediatamente y sus ojos destellaron con esas mismas
miles de emociones reflejadas en los suyos propios.

—Edward – musitó, lanzándose a sus brazos.

La recibió con fervor, dejando caer todos los desvariados objetos al suelo,
olvidándose un momento de todo, mientras se permitía hundir la nariz en sus largos
y perfumados cabellos. Era sorprendente, quizás hasta un poco enfermizo, como es
que el aire ya no dolía al llegar a su pecho. Es más, sentía el alma cálida, suave y
dulcemente aletargada; en paz…

—Bella – dijo su nombre, con voz ahogada en sosiego, apretándola hacia sí,
deseando poder envolver en su sangre, para que nada le hiciera daño

—Estás bien – musitó la fantasma, acariciándole el rostro con sus finos dedos de
neblina – me tenías tan preocupada…

La besó con intensidad, interrumpiéndola dulcemente. No podía soportar más esa


necesidad que le hacía latir o frenar su corazón. Sus labios se movieron con
frenética delicadeza, queriendo compensar en ese minuto todo el tiempo que habían
permanecido lejos.

La liberó lentamente, renuente a desprenderse de ese húmedo sabor, capaz de


enajenar hasta el más profundo de los dolores. Le miró a los ojos, temblando de
miedo al recordar que esa noche no era como otras, silenciosa y serena; si no, fría y
funesta

—¿Qué sucede? – preguntó ella

Tardó en contestar. No hallaba palabras para explicarse. Tantas cosas, motivos,


circunstancias…

—¿Edward? – insistió ante su silencio


- 138 -
—Es necesario que desenterremos tu cuerpo – explicó Alice, al notar que para su
hermano sería imposible hacerlo – Resulta que fuimos capturados por un par de
maniacos "caza fantasmas" que están a punto de venir hacia acá para proscribir a
almas como las tuyas.

—¿Qué?

—"¿Caza fantasmas?" – terció Cristal, materializándose, literalmente, al lado de la


castaña. Sus radiantes ojitos lucían desconcertados

—Ahora todo tiene sentido – dijo Erick, con el semblante serio – Por eso ustedes
pueden vernos con tanta claridad, tocarnos como si fuéramos materia común…

—Bella – Edward ignoró el par de comentarios y tomó el rostro de la fantasma


entre sus manos – No permitiré que les hagan daño. A ninguno de ustedes.

—No quiero que te arriesgues por mí…

—Eres mi vida – recalcó él – ¿Cómo me pides que no luche por ello?

El verde de sus ojos le confirmaba cada una de sus palabras. Palabras contra las
cuales ella no podía luchar. Sus frentes se unieron, sus manos no paraban de
acariciar sus rostros, paseando las yemas de sus dedos lentamente sobre la tez del
otro.

—Tengo miedo – confesó el muchacho

—Yo también – acordó la castaña

—No quiero perderte – musitaron los dos al unísono.

Cerraron los ojos y suspiraron, embriagándose con la fusión de sus alientos.

—¿Confías en mí?

—Confío en ti

Se permitió besarla una vez más. Su boca acarició lentamente sus suaves labios,
mientras sus dedos se entrelazaban fuertemente entre sí, afianzando más que su
piel con esa unión. El momento había llegado. No podían esperar más.

—No lo hagas - suplicó ella.


- 139 -
—Es preciso. No puedo vivir sin ti, Bella. Si tú faltas en este mundo, ¿Qué soy yo?
Nada mejor que un pedazo de piedra…

La fantasma retrocedió tres pasos, resignada, (sabía que nada podía decir o hacer
para evitarlo), se sentó sobre su lápida, con el rostro bañado en preocupación, no
por lo que le fuera a pasar a ella, si no por lo que le fuera a pasar a él.

Edward cogió la pala y la impactó contra la capa de cemento, que se desboronó


casi al instante, debido a la mala calidad del material. Y, tal como habían dicho los
señores Masen, la imagen de Bella desapareció automáticamente. Fue perturbador
verla desvanecerse entre la nada, como lo había hecho la primera noche, en su
primer encuentro. La duda de si volvería a contemplarla después, llegó y golpeó su
pecho.

—Todo estará bien – la voz de Alice le trajo a la realidad – ahora no es momento


para detenerse a pensar.

Comenzaron a cavar entre ambos, mientras continuas gotas de lluvia comenzaban


a caer. Cristal y Erick ayudaron con lo que sus pequeñas manos permitieron,
haciendo a un lado los trozos de cemento para despejar el espacio en donde la tierra
cubría el objetivo principal.

—¡Alice!

La pequeña giró al escuchar su nombre siendo pronunciado por esa voz tan
conocida.

—¡Jasper! – Se lanzó a los brazos del rubio – ¿Qué haces aquí?

—Tú mamá me habló, me dijo que tú y Edward habían regresado a la casa, pero
que se habían marchado sin dar ningún tipo de explicación. Me imaginé que estarían
aquí – miró hacia Edward, quien no dejaba de enterrar la pala en la húmeda tierra
–¿Qué pasa?

—Es una historia muy larga – contestó – Lo que ahora necesitamos es tu ayuda.

—Lo que quieras – ofreció él – haré lo que tú me pidas.

Ocho de la noche. Los tres adolescentes jadeaban, exhaustos, mientras los últimos
pocos de tierra eran expulsados.

—No tenemos mucho tiempo – musitó Alice, mientras Edward tomaba el frágil
- 140 -
cuerpo que yacía entre la tierra.

Contuvo las lágrimas mientras la alcanzaba entre sus manos. Contemplarla de esa
forma, con los ojos cerrados y las heridas secas surcando la áspera piel de sus pies y
brazos, le llenaban de melancolía al recordar la historia de su pasado. Pero, al
mismo tiempo, era mágico, una experiencia que jamás creyó posible, poderla tocar
realmente, poder verla en su forma totalmente humana.

Por una casi extinta fracción de segundo se imaginó una historia distinta entre los
dos. Una historia en el que la muerte no les separaba, en el que ella era tan humana
como él… Una sonrisa triste se dibujó en sus labios. Debía de estar totalmente
dislocado del cerebro, pero, ninguna historia era mejor que la que ya estaba escrita.
No es que no la hubiera amado conociéndola en otro tiempo, en la misma dimensión,
era solo que cada noche a su lado, cada roce de su boca, cada caricia otorgada,
había sido tan especial que cambiarlo era una idea inaceptable.

La cargó hasta una cripta, que Jasper había logrado abrir, y la acomodó sobre el
suelo, con extrema delicadeza. "La muerte, que robó la dulzura de tu aliento, no ha
rendido tu belleza". Se inclinó hasta alcanzar sus fríos labios.

—Perdóname – pidió, separándose lentamente.

Cerró los ojos cuando Alice comenzó a bañarla en petróleo.

—Ella es más que esto – le reconfortó la pequeña, adivinando lo difícil que era
para él ver el cuerpo de la que amaba arder entre llamas.

—Lo sé – sonrió – Alice…

—¿Dime?

—Si algo no sale bien esta noche…

—Lo haré – interrumpió su hermana, reprimiendo el llanto. No era necesario que


él completara la frase. Ella ya sabía lo que iba a pedirle… desde hacía mucho.

Recogieron las cenizas lo más rápido y cuidadosamente posible, guardándolas en


un pequeño cofre de madera labrada. Afuera, la lluvia era recia y el viento soplaba
fuertemente, agitando las ramas de los árboles.

—Hay que ir por Cristal y Erick – anunció, dirigiéndose hacia las tumbas de los
niños
- 141 -
—Espera – frenó su hermana, con la espalda rígida y la mirada dilatada –
Retrocede. Retrocede, Edward

—¿Qué sucede…?

—¡Retrocede!

Le jalaron bruscamente hacia atrás, justo cuando la puerta de la cripta se


derrumbaba violentamente, dejando, ante sus ojos, al matrimonio Italiano.

—¿Cómo es posible? – Siseó el caballero, con las pupilas, bañadas de rabia, fijas en
el cofre que contenía las cenizas de Bella – Traicionar a tu familia, a tu propia
sangre, por algo que no vale nada…

—¿Nada? – Repitió Edward, cubriendo la caja con su cuerpo – Nada es lo que era
yo antes de conocerla. No permitiré que le hagan daño. Primero muerto… a aceptar
que ella desaparezca de este mundo.

—¡Estás demente! – Acusó Elizabeth – Eres un necrófilo, una vergüenza para la


familia…

—Supongo que tener que acostarme con mi propia hermana es algo digno de
aplausos, ¿no? – ironizó

La señora cuadró la mandíbula

—No tienes perdón. No lo tienen – rectificó, mirando hacia Alice

—¿Cuál es el castigo? – Desafió la pequeña – ¿Matarnos?

—Mala idea no lo es – dijo el señor – Merecen estar en el infierno. Pero podemos


darles otra oportunidad. Edward, dame esas cenizas. Alice, despídete de este…
joven. Suban a la camioneta y espérennos ahí. No tardaremos mucho en realizar
nuestro trabajo. Después nos iremos a Italia y…

—Prefiero mil veces arder en el infierno que ir con ustedes – tajó Edward.

El semblante de los Masen se endureció por completo.

—Es una lástima – musitó el hombre, introduciendo una mano dentro de su negro
y lujoso saco de satín – pero, no tenemos otra opción.

- 142 -
—¡No! – graznó Alice, un segundo antes de que una pistola saliera de entre las
telas, apuntándole directamente.

—Última oportunidad, Edward. Dame esas cenizas y no interfieras en lo que es la


voluntad del Señor

—Tú señor es el Diablo – contestó, con el rostro impávido y la mirada llena de hiel

—Contesta.

—Sabes mi respuesta.

—Por favor… - suplicó Alice, con voz ahogada, al predecir el siguiente movimiento:
el disparo.

¡PUM! cerró los ojos y se estremeció de pies a cabeza

—¡Corre! – la aguda voz de Cristal le hizo respingar. Buscó a su hermano y lo halló


escabulléndose hacia el cementerio.

El par de pequeños fantasmas habían logrado desviar el disparo.

—Huyan – indicó Erick – vayan con él

—Pero…

—¡Nosotros estaremos bien! –enfrentó el niño, situándose frente al par de


encadenados fantasmas que, bajo las ordenes de los Masen, se habían convertido en
sus rivales.

..

..

..

La velocidad de sus pies se veía impedida por la tierra húmeda y blanda que se
hundía bajo su peso y el viento que se azotaba contra él, nublándole la vista y
enfriándole la garganta, agitando su respiración, cansándolo, recordándole que no
era el superhéroe y que poderes mágicos no aparecerían para ayudarle.

Lo único que restaba era seguir corriendo, no detenerse, arrastrase si era


- 143 -
necesario. Alejarse lo más posible, mantener la esperanza; por ella, por él. Sus
empapadas ropas no ayudaban a la ligereza de movimiento, la lluvia seguía cayendo
como cascada helada y le había empapado por completo.

Frenó y se recargó sobre lo que parecía ser un grueso roble. No lo sabía, la densa
neblina no le permitía predecir una ubicación exacta. Tomó una profunda bocanada
de aire y comenzó a correr de nuevo. Los pies le pesaban, cayó una vez, sin soltar
bajo ningún momento el cofre, embarrándose las manos y rodillas con el fango. Se
levantó en menos de un segundo y continuó andando lo más rápido que podía.

El sordo sonido de un balazo se escuchó no muy a lo lejos. La oscuridad reinaba, la


luna se había ocultado entre las nubes negras. Se sentía como un ciego
desesperado. Un alambre de púas desgarró su pantalón y buena parte de su pierna.
Gimió, más no dejo de caminar. El corazón le latía frenéticamente, amenazando con
hacerle explotar el pecho. El miedo le envolvió con una capa mucho más gruesa,
mucho más asfixiante.

Tenía que hacer algo para evitar que tocaran sus cenizas. Entre su desesperación,
sospesó la posibilidad de usar el medallón para salvarla, pero la idea se deshizo
instantáneamente en cuanto recordó aquellas cadenas que le iban a atar. No podía,
no era capaz de condenarla a una existencia así. Lo que él deseaba era su libertad,
la más absoluta libertad que se le pudiera otorgar.

Se ocultó tras una enorme y vieja estatúa gótica, que tenía la forma de un ángel
triste. La herida le punzaba y seguir corriendo no tenía caso alguno. Le iban a
capturar de todas formas. Lo único que restaba era luchar cara a cara contra ellos.
Apretó la caja de madera contra su pecho y, con sus labios lívidos por el frío y el
miedo, acarició su lisa superficie.

—Estarás bien, mi amor – musitó, más para él que para ella – Yo te protegeré
siempre, hasta el final…

...

UF! *La neuronita fantasmal de Anju ha sido expirada por los Masen* Estoy
muerta. Este capítulo me costó como no tienen una idea. ¿Qué les pareció?
¿Valió o no la pena? Espero sí T_T. Nos acercamos al capítulo final, que es el
siguiente. Así que, ¿Serían tan amables de dejarme su importantísima
opinión?

- 144 -
Hasta el final, parte II

Te vi a punto. Era una noche de julio, noche tibia y perfumada, noche


diáfana.

De la luna plena límpida, límpida como tu alma, descendían sobre el parque


adormecido gráciles velos de plata.

Ni una ráfaga el infinito silencio y la quietud perturbaban en el parque...


Evaporaban las rosas los perfumes de sus almas para que los recogieras en
aquella noche mágica;para que tú los gozases su último aliento exhalaban
como en una muerte dulce,como en una muerte lánguida, y era una selva
encantada, y era una noche divina llena de místicos sueños y claridades
fantásticas.

Toda de blanco vestida, toda blanca, sobre un ramo de violetas reclinadate veía y a
las rosas moribundas y a ti, una luz tenue y diáfana muy suavemente alumbraba,luz
de perla diluida en un éter de suspiros y de evaporadas lágrimas.

¿Qué hado extraño (¿fue ventura? ¿fue desgracia?) Me condujo aquella


nochehasta el parque de las rosas que exhalaban los suspiros perfumadosde
sus almas?

Ni una hoja susurraba; no se oía una pisada;todo mudo, todo en sueños, menos tú
y yoA Elena – Edgar Allan Poe

Capítulo13: Hasta el final, Parte II.

No tenía armas para defenderse, más que sus propias manos que, contra el plomo
disparado violentamente por las pistolas, eran nada. La herida en su pierna ardía y
laceraba con tortura, el viento silbaba fríamente; podía escuchar las secas ramas de
los arboles agitarse.

Pasos. Se estaban acercando. Alzó la mirada hacia el cielo; seguía oscuro, como
terrible boca de lobo. Le gustaba la noche, pero no cuando la luna se ocultaba tan
tímida entre los mantos negros de las nubes.

- 145 -
Las hojas secas crujían bajo las sigilosas pisadas de los Masen. Estaban jugando
con él, lo sabía. Estaban disfrutando de cada suspiro entrecortado, de cada pizca de
sudor, de cada gota de sangre que estaba derramando por lo que ellos consideraban
nada.

—¿Dónde estás, Edward? – preguntó Elizabeth, con voz angelical y diabólica al


mismo tiempo, con sus esmeraldas esferas escudriñando cada obscuro rincón.

Siempre se había preguntado por qué Alice y él, a pesar de tener muchos rasgos
diferentes, sus ojos eran tan similares. ¿Quién diría que, como productos de un
incesto generado desde hacía décadas enteras, fuera característico de los Masen el
poseer el mismo color en la mirada?

—Edward…

Dejó de respirar, mientras buscaba algo que le pudiera ser de ayuda. Nada, más
que estériles raíces de árboles tiradas sobre la tierra. Tomó dos de ellas, las que
prometía ser más fuertes y puntiagudas, y esperó.

Elizabeth no tardó en aparecer frente a él, con su esposo al lado. Ambos le


sonrieron de esa manera en la que se le sonríe a un niño que ha sido descubierto en
una travesura demasiado osada. Edward cuadró la mandíbula y endureció su
mirada. Por nada les demostraría temor.

El caballero volvió a señalarle con la pistola.

—¿Ultima reconsideración? – Su silencio fue la respuesta – Qué lástima…

Y la detonación vino un segundo antes que un adolorido jadeo. Edward había


logrado ser lo suficientemente resuelto y hábil como para poder ensartar una de las
ramas en el ojo izquierdo de su agresor; no pudiendo evitar que la bala se insertara
en algún lugar de su cuerpo que, por el momento, no le importaba, pero sí logrando
obtener el arma que había caído casi a sus pies.

Cogió la pistola y, retrocediendo para tener más libertad, apuntó hacia la pareja.
Elizabeth irradiaba furia completa, mientras Anthony, su pareja, gemía de dolor y
apretaba con sus manos la cuenca sangrante.

—¡Mátalo! – gimió éste.

La señora no le escuchó dos veces y jaló el gatillo.

- 146 -
Como la vez anterior, Edward ignoró el daño adquirido por el plomo e, imitando
los movimientos de su agresora, intentó hacer lo mismo; sin embargo, Elizabeth le
propinó una patada con uno de sus tacones y el arma salió arrojada junto con un
chorro de sangre desterrado de su boca.

Gimió al caer contra el fango, pero sus manos no dejaban bajo ningún momento de
sostener con firmeza las cenizas de Bella; inconscientemente, aún tirado y
sangrando, su cuerpo no dejaba de cubrir la cajita, de protegerla, de amarla… Se
arrastró hasta volver a coger el arma, mientras Antonhy le arrebataba el revólver a
su esposa y apuntaba en su dirección, totalmente dispuesto a matarle.

—¡Edward! – clamó Alice, al escuchar el cercano sonido de un disparo. Después,


comenzó a correr con más fuerzas, con Jasper pisándole los talones bajo la torrente
lluvia.

..

..

Para no merecer el cielo ni el infierno, es necesario cometer un pecado que ofenda


el orgullo de Dios. Mentir, robar, codiciar bienes ajenos son realmente acciones que
el ser humano ya debería de saber son insuficientes para considerarlas dignas de
una terrible condena. Lo mucho que podrías ganar con ello sería irte al averno, pero
el averno, comparado con este mundo, es el paraíso.

No es que no sea feliz estando aquí; no al menos después de haberla encontrado.

¡Erick!

Cristal. Su nombre es digna mención de su alma, pura y límpida. Aún recuerdo la


noche en que ella llegó a mí. Llevaba solo décadas enteras, pues había muerto poco
después de 1820. ¿Mi historia? Realmente no es muy importante, si fui un proscrito
se debió al simple hecho de haber asesinado a mis padres ¿Razones? Me sobraban;
la principal radicaba en que estaba harto de sus malos tratos e inconstantes abusos.

Matar a mis padres fue como arrojarle a la cara el papel en el que tenía escrito mi
destino. Fue como decir "No quiero esta vida que me has dado". E ir en contra de lo
que Él cree correcto, necesario y justo es lo peor que puedes hacer si no quieres
terminar siendo un alma en pena.

Pero eso no importa, nada importó después de haberla conocido. Ahora sé que si
soporté tanta soledad, fue porque la estaba esperando.
- 147 -
¡Erick!...

—¿Eres un ángel? – le pregunté al verla aparecer, pues con sus dorados cabellos y
sus azules ojos brillando como un zafiro, eso era lo que parecía.

Ella me sonrió y se sentó a mi lado

—Los ángeles están con Dios – contestó. Y la rabia y la dicha me invadieron al


mismo tiempo. Dicha egoísta de saber que ella se quedaría conmigo. Rabia infinita
contra el que la había rechazado

—¿Por qué? – pregunté más para mí que para ella. No me lograba explicar cómo
alguien tan bello podía no ser expiado de pecados.

—No le creí –contó, mientras jugaba con uno de sus bruñidos rizos – Estaba
jugando en la terraza de mi casa, cuando apareció frente a mí, me sonrió y me
tendió la mano, diciéndome que era mi amigo y que debía de bajar, pues podía ser
peligroso. Yo retrocedí y le dije que se marchara, que mamá no me dejaba platicar
con extraños. "No soy un extraño" discutió con voz suave, "Sólo quiero ayudarte, soy
tu amigo". Negué con la cabeza, con mucha más desconfianza de la que un niño
normal de mi edad pudiera mostrar, e intenté correr lejos, pero me olvidé que me
encontraba de espaldas a orillas de la terraza y caí desde el tercer piso… ¿Sabes
algo? – agregó, sonriéndome dulcemente. Yo esperé en silencio – Ahora sé que el
Cielo no está en un solo lugar.

—¿A qué te refieres con eso? – me confundí

—Mis papás me decían que el Cielo estaba arriba, más allá de las nubes y el Sol. Y
yo lo he encontrado abajo, al chocar contra el suelo… y verte a ti.

Erick abrió los ojos al recordar éstas últimas palabras e instantáneamente, las
fuerzas robadas por el fantasma que le tenía ceñido, parecieron regresar. Fijó sus
manos en la espalda de la absorta alma que sólo se limitaba a obedecer órdenes y
ésta vez, fue él quien comenzó a debilitarla. Era claro que el andrógino y demacrado
ser hacía todo lo posible por darle una oportunidad y ventaja de ganarle.
Finalmente, convertirse en nada no era mucho peor que el estar condenado a ser un
esclavo.

Poco a poco, los brazos que le sostenían fueron cediendo hasta liberarle. El
enorme y escuálido fantasma se derrumbó contra el suelo y Erick buscó a Cristal
con apremio. La encontró a pocos metros, tendida en el regazo de la otra alma
subyugada, que parecía también dormir.
- 148 -
Se acercó lentamente, invadido en consuelo al saberla bien. Al llegar, se hincó
para quedar a la altura de su cansado rostro, la cogió entre sus brazos y la atrajo
hacia su pecho.

—Cristal – musitó, hundiendo su nariz entre cabellos.

La manita de la pequeña se dirigió hacia su mejilla

—¿Erick?

—Estoy aquí – susurró él. Ella abrió perezosamente los ojos y al mirarle, sonrió.

—Sí…

..

..

El cuerpo de Anthony cayó frente a él. Edward retrocedió, sin darse tiempo pensar
en lo que había hecho, pues Elizabeth aún seguía de pie, apuntándole con la pistola
que las manos de su esposo habían liberado.

—Te voy a mandar al infierno – bramó la señora – Para que desde ahí mires cómo
acabo con la existencia de ese fantasma que te ha llevado a derramar la misma
sangre que corre por tus venas.

—Más acciones y menos palabras, "mamá" – sonrió Edward, mientras jalaba el


gatillo y contemplaba cómo la bala de plomo atravesaba el pecho de la dama, quien
se mantuvo todavía unos cuantos segundos más de pie, segundos que aprovechó
para dispararle cuántas veces pudo, antes de enterrar las rodillas entre el lodo y
desparramarse al lado de su esposo.

Edward vislumbró la escena hasta creerla realmente posible. Bajó la mirada hacia
el cofre que siempre había mantenido pegado a su pecho…. Bella se encontraba a
salvo. Suspiró y sonrió mientras acercaba sus labios hacia la fría cajita salpicada con
sangre, con su sangre.

Con dificultad, se puso de pie y, abriéndose paso entre la neblina, comenzó a


buscar, en medio de tropezones, aquel bendito lugar en donde Bella había sido
enterrada años atrás. Ahora que el peligro había pasado, podía sentir el dolor
ocasionado por las heridas obtenidas. Llegó y con sus uñas comenzó a remover un
poco de tierra para que ésta cayera sobre la cajita de madera que, cuidadosamente,
- 149 -
había depositado entre ella y la cubriera.

Un peculiar brillo plateado le llamó la atención; con el aliento entrecortado, se


estiró para alcanzar el broche de Bella y extrajo de sus bolsillos la negra mariposa
que la fantasma le había regalado. Unió ambos objetos y los abrigó entre sus
trémulas y carmesís manos, mientras de sus ojos se escapaba un par de cristalinas
lágrimas.

—Ya estás en casa, Bella – musitó, cediendo finalmente ante la debilidad y dejando
caer su cuerpo sobre el montón de húmeda tierra acumulada bajo de él.

—¡Edward! – escuchó la voz de su hermana llamarle desde muy lejos. Intentó


contestarle, pero no pudo. Sus escazas fuerzas apenas y le permitían respirar.

—Edward… - sollozó Alice al encontrarle yaciendo bajo la lápida de la castaña a la


que tanto amaba, sangrando, temblando… muriendo.

Una translucida mano apareció de repente, acariciando tiernamente la frente de


su hermano. Alzó la mirada y se encontró con Bella. Sin decir palabra alguna,
retrocedió con discreción, permitiendo que la fantasma y el muchacho pudieran
estar solos…

—Llamaré a una ambulancia – anunció Jasper

—No – frenó Alice – Ya no hay nada que se pueda hacer – explicó, con sus ojitos
bañados en lágrimas, pues el momento de cumplir su promesa había llegado…

..

..

El frío se disipó en cuanto sintió su piel acariciarle. La lluvia había cesado por
completo, dejando como rastro solamente una fresca brisa que había movido las
nubes que obstruían el reflejo plateado de la luna, que ahora parecía centrar su luz
solamente en la pareja que descansaba en aquella desolada parte del cementerio.

—Bella – musitó el agonizante muchacho, alcanzando con la punta de sus endebles


dedos la femenina mejilla – ¿Por qué lloras?

Los ojos castaños de la morena se clavaron en los de él, traspasándole,


remplazando todo su avieso dolor por una esencia cálida, misteriosa, llena de
sentimientos tan profundos que las simples palabras mortales no alcanzan a
- 150 -
describir.

—Te amo – susurró ella, tan bajito que parecía como si hubiera sido el viento quien
había hablado

—Bella…

—Shhh… – le silenció dulcemente, con un breve beso, entibiando sus lívidos labios,
acariciando sus desordenados cabellos, rozando con la punta de su nariz sus
cansados y pálidos parpados – Duerme, mi amor. Duerme…

—¿Estaremos juntos?

—Siempre… - prometió

Edward sonrió y, reconfortado por el dulce canto que le aletargaba el alma, cerró
los ojos, tomó un último suspiró, inhaló el suave perfume de la morena que le
acunaba entre sus brazos… y dejó que su corazón dejara de latir.

El cementerio guardó un absoluto, apesadumbrado y luctuoso silencio. Los rayos


de la luna palidecieron de tristeza… Una lechuza comenzó cantar melancólicamente
y los grillos le acompañaron poco después, mientras la fantasma lloraba
silenciosamente contra el pecho -ahora quieto y callado- del joven que tanto la había
amado.

..

..

..

..

Epílogo.

..

Siempre con nosotros

Edward Cullen.

1990-2010
- 151 -
La rosa roja se sentó bajo los pies de la lápida recién puesta en el camposanto. Sus
tristes ojos verdes le contemplaron una vez más.

—Te voy a extrañar– susurró Alice, mientras una lágrima se perdía en la entrada
de su boca.

Una cariñosa mano se acomodó sobre su hombro.

—Esme y Carlisle te esperan en el carro – anunció Jasper, con voz suave.

—Ya voy – Suspiró y se acercó hacia la otra lápida que se encontraba justo al lado.
En ella, dejó caer un capullo de níveos pétalos.

—De parte de Edward

Una agradable brisa le removió sus cabellos. Sonrió. Quizás ya no podía verla –
Debido a la muerte de su hermano se había roto aquella herencia vidente que
cargaban desde hacía décadas – pero sí podía sentirla.

Miró hacia la luna que comenzaba a aparecer en el cielo. Faltaba poco… Extrajo
de su bolsillo una pequeña mariposa negra y un prendedor plateado y los acomodó
en sus respectivos lugares, antes de dar media vuelta. Jasper aún le esperaba.
Ambos sonrieron, se tomaron de las manos y, juntos, caminaron de regreso por
aquel silencioso y apartado sendero; de regreso a casa…

—Gracias – musitó Bella, mientras los miraba marchar y cogía entre sus manos la
blanca rosa y el broche que habían dejado sobre su tumba. Miró hacia la lápida
contigua… Silencio.

Se llevó el capullo hacia la nariz y cerró los ojos, inhalando su dulce fragancia…
recordando. "Te amo. Tal vez te canses de escucharlo todo el tiempo, pero esta
necesidad de decírtelo es más fuerte que mi necesidad de respirar"

No debía de estar triste, Edward ya se encontraba en un lugar mejor.


Seguramente ahora mismo Dios le estaba acogiendo con amor y ternura, tal y como
una persona como él lo merecía. No debía de ser tan egoísta como para guardar una
esperanza. No debía… pero lo hacía.

¿Cómo seguir sin él? Se preguntó, abrazando su pecho vacío. Las cosas tenían que
ser así, desde el principio se tenía predestinado que el final entre los dos sería triste.
¿Qué otra opción cabía entre el romance de una fantasma y el ser humano más
precioso que la Tierra pudiera concebir? Era doloroso… Sí, pero ya estaba
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anunciado desde el primer momento en que ella le miró, que no podían estar juntos.
Por eso le había huido, para evitar más sufrimiento. Sin embargo, jamás se imaginó
que tan penetrante y lacerante sentimiento fuera a su vez tan hermoso.

No se arrepentía, en absoluto. Al contrario, estaba agradecida con la vida por


haberle dado la oportunidad de conocerlo, por haberle enseñado lo que es el amor,
lo que es sufrir por otra persona y no por ti mismo, lo que es la pasión, la necesidad
de que esa persona especial te mire y te sonría para que el aire llegue
armoniosamente a tu pecho… Daba gracias de haber conocido a Edward, pues
gracias a él… ahora sabía lo que era extrañar a alguien realmente.

Caminó hacia la lápida contigua a la suya y se sentó a un lado. Una cristalina


gotita se derramó por su mejilla, estrellándose contra el cemento recién labrado. No
lo podía contener, no podía reprimir el llanto cuando sabía que ya no le vería…
Apretó la rosa inmaculada hacia su nariz. No quería abrir los ojos, sabía que la
noche ya había velado el cielo y no quería contemplar el cementerio bañado en su
ausencia. Se limitó a seguir dejando que las lágrimas se derramaran por sus
translucidos parpados, se limitó a seguir recordando su voz, sus ojos verdes, su
sonrisa…

—Un ángel no debería de llorar – respingó ligeramente al escuchar ese sereno


sonido cerca de ella, más no se atrevió a mover los parpados.

Qué lindo y engañoso es el poder de la imaginación, inspirado por la angustia,


pensó mientras un frágil tacto se paseaba por sus pómulos, es el viento, nada más.
Es el viento que me consuela…

—Bella, mírame.

—No – sollozó ella. Un par de pulgares se pasearon poco a poco por sus parpados.

—Por favor…

Finalmente, lo hizo. Su mirada chocolate se encontró con una ya bien conocida, de


perturbador y tórrido color esmeralda.

—Estoy aquí – musitó el pálido muchacho de ropas negras, con una pequeña
sonrisa.

En silencio, y aún escéptica, la fantasma izó sus manos hacia las mejillas
masculinas, palpándolas con cuidado, como si la imagen de Edward pudiera
desvanecerse en cualquier momento. Después, con un poco más de confianza,
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condujo la punta de sus dedos hacia cada ángulo de su rostro, mientras él
comenzaba a hacer lo mismo con ella y le demostraba, con la suave e inesperada
presión de sus labios, que era real.

—Estás aquí – suspiró la castaña, embriagada de su dulce sabor que la muerte no


había hecho nada más que perfeccionarlo – Pero, ¿Cómo? – Se preguntó – Deberías
de estar en el cielo

—Bella – suspiró él, uniendo sus frentes y mirándola profundamente a los ojos –
Estoy en el cielo. En mi cielo.

Una frágil sonrisa se fue dibujando en los labios de ambos. Edward volvió a
besarla, con más fuerza y vigor, y ella aceptó hilando sus neblinosos dedos en sus
cabellos color cobre, afianzándose a él, al alma que le acompañaría para siempre,
mientras las tumbas, la noche y la luna cantaban una tierna canción coreada por
lechuzas y cuervos. Una canción especialmente para ellos. Una Balada… La Balada
de un Cementerio.

..

FIN

Agradecimientos.

Bueno *Anju secándose sus lagrimas con un pañuelo* Hemos terminado.

Disculpen la tardanza, pero este final, a pesar de ser lo primero que se me vino a
la mente antes de escribir el primer capítulo, me costó mucho trabajo. Espero les
haya gustado. Muchas gracias por todo su apoyo, sus comentarios, alertas, favoritos,
etc. Me alegra mucho que le dieran una oportunidad a esta pequeña idea y les
gustara. Sé que muchas querían que la historia se alargara más, pero realmente me
fui imposible hacerlo, pues hubiera sido, desde mi punto de vista, forzar la trama.
Mil disculpas.

También disculpen por las demoras en actualizar y los errores ortográficos y


dedazos que, seguramente, por ahí se me escaparon. En fin, no sé que más decir,
siempre me entra la melancolía al terminar una historia y ésta no es la excepción.

Quiero agradecer también a la señora Meyer, por crear estos personajes con los
cuales jugué un poco y a mis amadas bandas de música. Para las que les interese, en
mi perfil tengo la playlist de este fic, así como una portada (Gracias Liss, mejor
conocida como Cunning Angel, por regalármela) y un intento de tráiler (nada bueno,
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por cierto, pero por si quieren arriesgarse a verlo).

Ah sí, una cosa más y muy importante: POR EL MOMENTO, NO PERMITO QUE
ESTE FIC SEA PUBLICADO EN NINGUNA OTRA PARTE. Acepto recomendaciones
que traigan el link directo hacia la historia original, pero no que la historia sea
copiada y pegada en un blog, página o lo que sea. Por el momento, aclaro. Quiero
disfrutar un poco de intimidad con mi pequeño intento de novela xD.

En fin, gracias, gracias, gracias. Ahora sólo me queda pedirles y esperar su


opinión general, sea buena o mala.

Nos leemos pronto, en alguna otra historia, si es que gustan. Por cierto, tengo
planeado hacer un final alternativo, el cual subiría dentro de un par de semanas más
(no es seguro), pero por si también les interesa, nos leemos ahí entonces. Hasta
pronto.

atte

AnjuDark

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