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This story was first published on July 19th, 2009, and was last updated on
February 3rd, 2010.
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Table of Contents
Summary
1. Primer Encuentro
2. Segundo Encuentro
3. Fantasma
4. Rosas para una Tumba
5. La Ofrenda
6. Piel de Fantasma
7. La Visita de Media Noche
8. Amor Fantasmal
9. La Fiesta
10. Pasado
11. Paraíso
12. Los Masen
13. Hasta el final, parte I
14. Hasta el final, parte II
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Summary
-4-
Primer Encuentro
Balada de un Cementerio
Prólogo.
..
..
-5-
bajos sus pies.
–¿Han traído café? – se quiso asegurar Alice, en cuanto llegaron al sepulcro que
usualmente ocupaban para reunirse
Jasper caminó hacia ella y la cubrió con sus brazos, de manera afectuosa. Ambos
cerraron los ojos, dejándose inundar por la paz que les daba estar así de juntos. El
resto de los muchachos observaron la escena durante un momento, antes de girar el
rostro hacia otro lado, dándole a la pareja su propia intimidad.
–Pensar
–Alice, ¿Viste algo? – indagó Jasper, con voz suave. La pequeña volvió a asentir, sin
lograr salir de su terrible pasmo, con su menudo cuerpecito temblando bajo las
manos de él – ¿Qué fue lo que viste?
Todos voltearon a ver a Rose, cuando esta se rió, sin poderse contener.
–Lo siento – se disculpó la chica de mirada azul – Fue inevitable. Alice, los
fantasmas no existen
–Alguien pasó por ahí – señaló, la aludida, una espesura de arboles que se
encontraba a espaldas de Edward y Jasper, tratando de controlar su propio miedo
para poder hablar – Lo vi por un segundo y, después, ya no estaba...
–Tal vez fue tu imaginación – trató de consolar su hermano, pero ella se apresuro a
negar
–Tal vez es algún bandido que anda rondando por aquí cerca e intenta hacernos
una mala broma – murmuró Jasper, abrazándola completamente – Deberíamos ir a
investigar a los alrededores.
–Si las conjeturas de Jasper son ciertas, NO vamos a golpear a nadie – le recordó
Edward, con el rostro viendo aún hacia el sendero de sepulturas que parecían
llamarle a coro – Emmett, Mike y yo iremos a revisar los alrededores – agregó,
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poniéndose de pie, dejando ver las cadenas plateadas que le colgaban a un costado
de su pantalón negro y la cruz, igualmente de plata, que reposaba sobre su pecho.
–Yo no necesito que me cuiden – refutó Rose, cruzando sus brazos y piernas con
soberbia.
El chico se soltó, con gesto educado, de las manos que se movían por sus hombros
y dio dos pasos hacia atrás. Jessica, al notar el sutil rechazo, frunció los labios y
volvió a tomar asiento, sin poder evitar ver al alto muchacho de desordenados
cabellos color cobre y piel pálida, que resaltaba de manera excepcional gracias a su
vestuario fuliginoso.
Los otros dos jóvenes asintieron para después recorrer el sendero que se le había
asignado respectivamente.
Tal y como anteriormente Edward había dicho, él caminó hacia el pasaje que,
desde su llegada, se le había pasado contemplando. Sus botas se hundían en la
tierra blanda y húmeda, haciendo de sus pisadas movimientos casi insonoros. Cerró
sus ojos, olvidándose del posible bandido que acechaba alrededor, al dejarse
inundar por la bella noche y su canto acechante. No había nada que a él le gustara
más que dejarse envolver por su suave manto oscuro...
Intentó, con sigilo, verle el rostro. Más no le fue posible hasta que la misma joven
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giró su cuerpo, mostrando, ante él, la imagen más gloriosamente hermosa que
pudiera llegar a contemplar en toda su existencia. No sabía cómo describirla. No
encontraba las palabras para hacerlo. Simplemente, ella era sublimemente bella...
Con su piel pálida que parecía tener breves destellos bajo la plateada luna, daba la
apariencia de ángel que había caído del cielo y se encontraba perdido en aquel sitio.
No supo cuándo fue que sus pies le movieron para situarse frente a ella que, al
verlo, dio dos pasos hacia atrás, dando a mostrar, con su candela mirada, el
sobresalto que se había llevado por su repentina y apresurada aparición.
–No te he visto por aquí – prosiguió, y la forma en que esas gemas verdes se
clavaban justamente en su persona, no le dejaban duda alguna de que,
efectivamente, aquel joven estaba consciente de su presencia...
Isabella Swan.
1986-2004
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Segundo Encuentro
¿Qué la hiere, amor mío; qué dolor la arrebata?Pues ella en soledad empalidece y
sus facciones lentamente se desvanecen.No puedo unirme a ella, me estiro hacia allí
sin sentido,mientras mis brazos rodean el silencio y el vacío
Amy Levy
–¿Se puede saber qué te pasa? – Le preguntó Emmett, mientras caminaban por las
húmedas y sombrías calles de un desolado parque – Estás muy callado.
–Que yo sepa, no soy de las personas que se la pasan charlando todo el tiempo
–Si. Pero no me refería a eso – aclaró el moreno – quiero decir, estás extraño (más
de lo normal), desde la noche en que fuimos al panteón.
–Mejor. Terminó aceptando que fue su imaginación. Aunque tal vez...– detuvo sus
pensamientos de manera violenta. No. Aquello que estaba pensando era totalmente
imposible... – Pero no ha podido estar lejos de Jasper en ningún momento. Es una
ventaja que nuestros padres le tengan mucho aprecio por que, de otra forma, no
encuentro la manera de que él pudiera quedarse a dormir con ella para que esté
más tranquila.
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–Confío en Jasper. Es un chico demasiado maduro y respetuoso. Además, sé que
quiere a Alice y eso es lo que realmente me importa...
–¿Qué se siente? –
El moreno no entendió.
–¡Por supuesto que no! – Se apresuró a decir – ¿Cómo podría interesarme una
chica tan arrogante y soberbia como ella?
Edward soltó una pequeña risita. A veces Emmett podía llegar a ser tan infantil.
–Deberías hablarle
Edward caminó hacia el cementerio, ignorando lo tarde que era y las gotas de
lluvia que, después de un pequeño descanso, comenzaban a caer de nuevo. Se alzó
el cierre de su negra sudadera hasta el cuello y se cubrió los cabellos con el gorro.
Sus botas chapotearon en el agua helada que se estancaba en las calles, hasta que
llegó a la vieja entrada de arco. Un pequeño chirrido se escuchó cuando su mano
empujó la puerta, de delgados barrotes verticales, para penetrar por ella. Sus pies
se movieron directamente hacia la misma tumba en la que, noches atrás, había visto
a la misteriosa muchacha que no se borraba de sus pensamientos.
Esperó por un momento, tal vez durante el lapso de una hora o dos. El reloj ya
marcaba pasado de la media noche para cuando, resignadamente, se dispuso
regresar a casa. Esme seguramente estaría ya desesperada por su demora.
De manera indeliberada, impulsado por una fuerza recién nacida e recóndita, dio
un paso hacia el frente, el mismo paso que la castaña dio hacia atrás.
El rostro de Bella permaneció inalterado durante otro par de segundos más; pero
¿Es que acaso él no veía lo obvio? ¿No había tenido suficiente muestra que la que le
había mostrado aquella noche como para comprender que ella no era... no era
humana?
Edward se aproximó otro paso, rompiendo los límites apropiados entre ambos
cuerpos. Ella intentó retraerse, pero fue una gentil mano, que la tomó por la
muñeca, lo que la detuvo. Sus expresivos ojos se dilataron al entrar en contacto con
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el fulgor de esa piel humana y, con un movimiento un tanto violento, se soltó del
amable agarre y volvió a retroceder.
–Lo siento – se disculpó él, sin permitir que la distancia entre ambos se
acrecentara.
Aquello era el colmo, pensó, ni aún siendo lo que era, dejaba de ser torpe...
Sólo era cuestión de desvanecerse durante el poco tiempo que le era posible y
adentrarse en él para correr y, así, aislarse de mortal que le miraba con expresión
atormentada y convicta. Sólo era eso... Una actividad sencilla que no le tomaría más
de dos segundos; pero...
Cuánto hubiera dado por poder leer su mente y así saber qué era lo que
significaba el brillo pardo de sus pupilas. Cubrió la mano que sostenía la suya con la
otra que tenía libre, palpando la piel de apariencia y sensación extremadamente
fina. Pensó, debido a lo mismo, en lo posible que sería para ella el mezclarse con el
viento y desaparecer...
–Aquella vez que te encontré, te marchaste demasiado rápido que pareció como si
te hubieras vuelto invisible – comentó, sonriendo por el absurdo camino que sus
pensamientos habían tomado los primeros minutos que pasaron después de haberla
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perdido.
Bella bajó el rostro. Tal parecía él no sospecha, ni en lo más mínimo, que no eran
iguales. Tal vez, era por lo mismo que él aún seguía a su lado... ¿Pasaría lo mismo si
se enterará de la verdad? Por supuesto que no.
Bella sabía que no debía de responder. Ella no podía comunicarse con él. Los
límites de la naturaleza se lo impedían y, aún sabiéndolo, quería hacerlo... Una voz
interior le pedía que lo hiciera y, siguiendo ese instinto enfrenadle, murmuró:
–Isabella
Sus movimientos fueron lentos al transitar su mirada hacia la tumba que yacía a
su costado izquierdo y los ojos se le nublaron al comprobar que, efectivamente, las
letras talladas en el cemento decían lo mismo...
–Eres Isabella Swan – dijo, con voz apenas audible y, a pesar de que Bella sabía
bien que el comentario no había sido dirigido hacia ella (pues, lo que Edward había
dicho era más bien para convencerse a él mismo) y que tampoco se trataba de una
pregunta, contestó:
–Si...
Ay T_T Disculpen la terrible demora. (Si, si, sé que no tengo perdón) pero
ah T_T me encuentro terriblemente ocupada. T_T lo siento. Trataré de
actualizar lo más pronto posible la próxima vez, por cierto, muchísimas
gracias por sus comentarios y la bienvenida a este fic ^^. Espero les haya
gustado el segundo capítulo y, si pueden, me hagan saber su opinión :-P
- 16 -
Gracias por leer ^^
Atte
AnjuDark
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Fantasma
AnjuDark.
Capítulo 3: Fantasma
Más sin embargo, pasaron un minuto, y dos, y tres y cuatro... y él seguía ahí,
frente a ella, con sus gemas verdes disipadas en el vacío, canalizando las pocas,
pero significativas, palabras dichas e intentando relacionarlas con la fantasía, la
realidad y lo lógico.
–Significaba alguien muy especial para ti, ¿no? – Preguntó él, con voz baja –
¿Quién era? ¿Tu madre...?
Balla no lo pudo creer. ¿Es qué acaso nunca se iba a dar cuenta?
Pero, la verdad, el problema no radicaba tanto en entender o no, si no, más bien,
todo era cuestión de querer aceptarlo.
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Ella no se imaginaba, ni si quiera de lejos, todo el debate interno que surcaba la
mente del muchacho. La rotunda resolución de no consentir lo que era obvio. El afán
de suplantarlo por lo que, humanamente, era lo más racional. ¡Y es que no podía
ser! ¡Aquello era absurdamente imposible! Tal vez mirar tantas películas de temas
sobrenaturales le habían afectado el raciocino. Esta conjetura también era mucho
más factible que la que se empeñaba en salir y él desistía con dejarle en libertad.
Pero, ¿Por qué, a pesar de que el tiempo transcurría, ella no contestaba? ¿Qué era
lo que pasaba? ¿Qué esperaba para hacerlo? ¡Necesitaba que le respondiera! ¡Era
preciso que le tranquilizara con un "Si, era mi madre" o algo por el estilo!
Bella bajó el rostro y las comisuras de sus labios se vieron levemente caídas.
Era extraño, tal vez hasta enfermizo, pero esos dos encuentros fugaces habían
bastado para que, en ese momento, una ligera punzada de melancolía le oprimiera el
pecho. Seguramente era el precio que había que pagar por haber permitido que un
humano entrara en contacto directo con ella. Aún así, había tiempo para remediarlo.
Para ponerle fin a todo.
–No – sintió sus manos vacías al verse liberada por el cálido contacto que
anteriormente las asía. Aún así, prosiguió. No tenía caso alguno si le mentía. Nada
cambiaría la realidad... – No – volvió a repetir – No es mi madre, ni mi abuela, ni
ningún otro familiar o amigo el que se encuentra debajo de esta tumba. Soy yo. Es
mi cuerpo y esta, la que tú tocas, es mi alma.
Y la palabra que Edward tanto había retenido, estalló como una imperiosa bomba
¡Fantasma!
El silencio se levantó por segunda vez, bañando al aire de pesadez y tensión que
se tornó insoportable para la muchacha que, prefiriendo ser ella quien huyera
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primero, se levantó, dispuesta a alejarse de manera "normal". No era necesario el
desvanecerse frente a sus ojos para recalcar lo confesado. Sin embargo, ni bien se
hubo incorporado, la mano de Edward la asió de nuevo. Con mucha más fuerza que
antes.
–No te vayas – suplicó éste, sin salir de su trance. Su vista se posó en la pequeña
mano que sostenía.
Tan delicada, tan frágil y fría... pero, al final de cuentas, palpable. ¿Qué no se
suponía que los fantasmas eran "alucinaciones" enviadas directamente a la mente y,
por lo tanto, no tenían masa y no se podían tocar? Sin embargo, pese a lo
contradictorio de la situación, debía admitir que siempre supo que había en ella algo
diferente. Estaba claro que humana no era. Una persona tan hechizante no podía ser
un simple mortal... Pero ni en sus más locos sueños pensó el encontrarse con un...
fantasma.
–¿Eres de aquí? – quiso saber. Según la fecha tallada en el cemento, ella había
muerto cuatro años antes. Él había llegado a Forks tenía apenas dos inviernos, así
que eso explicaba por qué nunca antes le había conocido.
Bella asintió.
–¿Debería de estarlo?
–No lo sé. No todas las personas lo toman tan bien como tú el encontrarse con
un... con un anima.
Tuvo deseos de contestar "No todos corren con la suerte de toparse con ángeles",
pero se contuvo. Era muy pronto para hacer ese tipo de comentarios y no quería
inquietarla.
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–Siempre pensé que los seres como tú eran... diferentes. No sé si me explico
Bella sonrió ligeramente y su rostro se coloreó mucho más hermoso que nunca.
Dejando a Edward en un estado de idiotez profunda.
–Te puedo tocar – dijo él, apretando sus dedos alrededor de su mano para
enfatizar el hecho – ¿Qué no se supone que no debería poder?
–Son muy pocas las personas que pueden percibirnos y ni qué decir de quienes
puedan tocarnos, realmente es algo poco usual. Supongo que tu familia tiene sangre
vidente.
–Eso no es verdad – negó la castaña – Si me ves a mí, quiere decir que miras a
todos los que son como yo, sólo que no te has dado cuenta. Por ejemplo ahora, da
media vuelta – indicó.
Y si, efectivamente, parecían personas normales. Tal vez demasiado pálidas, pero
no se encontraban flotando por los aires ni emitiendo sonidos extraños. Nadie se
había tomado el tiempo de mirarle, es más, casi podía jurar que ignoraban su
presencia, con excepción de unos cuantos, que le observaban fijamente. Era casi
mágico el solo figurarse las veces que se pudo haber encontrado con esos espíritus y
él los había tomado como personas normales vagando por las calles...
Los espíritus mayores se fueron, sin decir palabra alguna. Era demasiada
afortunada de encontrarse en un lugar donde las almas buenas abundaban. Edward
siguió cada uno de sus pasos y un escalofrío recorrió su espalda al ver cómo sus
figuras se desvanecían en el aire.
–Creo que esa pregunta deberíamos de hacerla nosotros – dijo Alice, con un poco
de reproche. La había pasado demasiado fatal al verlo desvanecido tantas horas y se
encontraba un poco molesta.
–No – mintió Edward. Era claro que si narraba todo lo que le había sucedido, lo
más probable sería que al segundo siguiente se encontrara en un hospital
psiquiátrico, con una camisa de fuerza apretándole el cuerpo - ¿Cómo fue que llegué
hasta aquí?
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–Apareciste tirado en la entrada de la casa – explicó Esme, acariciándole los
cabellos con ternura – Tocaron el timbre y salimos a ver de quién se trataba, pues ya
era demasiado noche. No sabes el susto que nos hemos llevado.
–Lo siento – susurró. De las cosas que más odiaba era causar problemas
–¿Dónde estabas? – Preguntó Alice – hablé con Emmett y dijo que se habían
separado dese hacía ya varias horas.
Su hermana le hizo una mueca y Esme suspiró resignadamente, siendo imitada por
Carlisle. Bajó la mirada, apenado.
–De ahí... ya no recuerdo qué paso – balbuceó, el mentir no estaba entre sus
preferencias, pero no encontraba otra forma de escapar.
–Lo importante es que has llegado a casa a salvo – confortó su madre, abrazándole
– Pero, por favor, cariño, intenta no estar en la calle tan noche.
Después de ser obligado por Esme a tomar un vaso de té, subió a su recamara. La
habitación era pequeña, pero muy organizada. El color que más abundaba era el
negro y había un estante repleto de CD's y libros. El muchacho se dejó caer sobre su
cama, hundiendo el oscuro edredón con su peso. Tomó el control para encender su
pequeño, pero potente, aparato de sonido e, inmediatamente, el alrededor se llenó
con el eco de las guitarras eléctricas y voces guturales de su banda favorita.
Entonces, se acordó de todo: A Bella y su pequeña platica con ella, los fantasmas
que habían aparecido y desaparecido después... y por ultimo, a la niña de cabellos
rubios y rizados que se le había acercado.
¿Se habría tratado todo de un sueño? ¿Cómo es que había llegado hasta la puerta
de su casa, que se encontraba a varias cuadras de distancia de donde, se suponía,
estaba originalmente?
–¿Te he despertado?
–No pasó nada, cariño. Pero, ten en cuenta que cualquier problema, por muy
mínimo que sea, puedes contármelo.
–¿A qué viene esto? – inquirió la señora, con una divertida sonrisa. Lo cual dejaba
en claro su respuesta.
–Te juro que no fue mi intención. Yo sólo quería explicarle mejor las cosas. Parece
alguien amigable.
–Posee un alma fuerte – dijo una voz detrás de ella – De no haber sido por Cristal,
que, de manera involuntaria, se alimenta más de lo debido de cuanto humano tenga
cerca, seguramente hubiera seguido de pie.
–Era de esperarse – terció Bella, con voz atormentada – la mayoría del tiempo su
mano se mantuvo aferrada a la mía, después todos los que se acercaron para
demostrarle que no era la única a la que podía ver y, por último... – la voz huyó de su
garganta por un momento – Qué estúpida... él pudo haber muerto y hasta ahora soy
- 24 -
consiente de ello.
–Aún así, dudo mucho que regrese y, si lo hace, le diré que ya no lo haga más.
Hola. Bueno, aquí está otro capítulo más. ¿Qué les ha parecido? ¿Tienen
dudas? Bueno, en los siguientes capítulos se irán aclarando más ^^- Gracias
por leer y disculpen la demora. Les anticipo que, seguramente, tardaré en
actualizar, puesto que me encuentro de vacaciones ^^. Pero trataré en no
demorarme mucho, lo prometo. Un saludo y gracias por todo.
Atte
AnjuDark
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Rosas para una Tumba
pero que sigue latiendo en los oídos con un palpitar que no deja lugar para
otro pensamiento.
–Pueden seguir sin mí – alentó, implorando por que le hicieran caso – Yo tengo
algunos pendientes que hacer.
Alice, Jasper, Rose, Jessica y Mike asintieron, y retomaron sus pasos. Solo Emmett
le ignoró y fue tras él
–¡Con que flores, eh! – la voz de Emmett le alarmó. No se había fijado que estaba
detrás de él – ¿Conozco a la chica?
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El moreno hizo una mueca. No entendía.
Edward suspiró. ¿Creería su amigo que estaba loco si le contaba la verdad? Una
vocecita interior le aconsejó que era mejor esperar y le hizo caso. Se sintió molesto
consigo mismo, pues, tendría que mentir otra vez.
–Parece estar muy olvidada – hasta ahí, el engaño no era tan grande, pues,
ciertamente, eso pudo apreciar las dos veces que había ido a ese lugar – pensé que
no le caería mal algunas flores que le adornaran; pero no sé cuáles elegir.
–Este me gusta
–No son para Rose – recordó, sonriendo ligeramente ante el gesto refunfuñado de
su amigo
–A veces siento que puedes leer los pensamientos de los demás. Generalmente,
siempre sabes lo que pasan por nuestras cabezas.
–No es eso – discutió él, viendo detenidamente a todos los capullos que reposaban
sobre sus vasijas de cristal – Pero las flores nos recuerdan mucho a la gente que es
especial para nosotros. Es por eso que siempre son un buen regalo. Es como darle a
la persona un pedacito de su propia alma, su misma esencia. A ti te gusto la alcatraz
por que te recordó a Rose. La forma altiva de sus pétalos es muy similar a cuando
ella camina y te mira por encima del hombro ¿no es así? – él moreno asintió, viendo
mientras tanto, que él tomaba una pequeño botón de una rosa blanca – Al fin la he
encontrado – anunció Edward, con una tenue sonrisa – esta es perfecta para ella.
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Ya estaba oscuro para cuando Edward abandonó su casa y caminó, a grandes
zancadas, hacia el cementerio. Al llegar a la empolvada tumba, se descolgó la
mochila de sus hombros y sacó un delgado pañuelo que le ayudó a limpiar al
cemento del espeso polvo que la cubría. Suspiró profundamente, mientras tomaba
asiento y se disponía a esperar; había tantas preguntas por hacer, ¿Cómo había
llegado a su casa la noche pasada? ¿Por qué se había desvanecido de esa manera
tras ver a la rubia niña? Había tanto por hablar. Sin embargo, las horas pasaron,
trayendo consigo el espesor de la noche que se agudizó con el cantar de las
lechuzas, y ella no apareció en ningún momento. Su verde mirada se paseó por cada
centímetro alrededor, encontrándose con una que otra alma andante, a las cuales,
él, en un pasado, había llegado a confundir como veladores del panteón. Era curioso
el notar cómo ellos no le tomaban importancia, el comprobar que, durante casi dos
años, había vivido engañado al pensar que eran humanos.
Estiró las piernas y abandonó sus pies en la tierra humedecida por la ligera lluvia
que empezaba a caer. Miró el reloj de su celular y sus esperanzas se esfumaron al
ver que ya era más de media noche... Suspiró resignadamente y se levantó, no
quería volver a preocupar a Eme; pero, antes de irse, extrajo, con mucho cuidado, la
pequeña rosa blanca que había comprado en la tarde y la acomodó en el centro del
cemento, justo debajo de donde estaba el nombre de la chica tallado.
–Hasta pronto, Bella – susurró, paseando la punta de sus dedos por una de las
líneas de la tumba. Después, dio media vuelta y se marchó, ignorando que, todo ese
tiempo, un par de ojos castaños le había estado observando, escondidos detrás de un
espeso árbol.
La morena bajó el rostro y sus espesos cabellos cubrieron la tristeza que se dibujó
en sus labios.
–Mejor así...
–Seguramente es sólo la intriga que le causo. Al final de cuentas, fue por mí que
descubrió que puede ver fantasmas. Pobre, ha de estar demasiado confundido.
–Ya te dije que no me interesa vincularme con un mortal... No tiene caso alguno
que lo haga.
–No pierdes nada con intentarlo. Es divertido. Suelen ser muy buenos amigos.
–¿En qué aspecto? – Quiso saber la castaña – ¿Qué puede haber de gracioso en
una relación que, se sabe desde un principio, es naturalmente imposible? Los
muertos y los vivos están separados en dos mundos totalmente diferentes. La misma
naturaleza así lo quiere, por eso la mayoría de ellos no puede vernos.
–Tú misma lo has dicho – señaló Cristal – "la mayoría no puede vernos", pero él si.
Eso quiere decir que la naturaleza acepta que...
–¿Miedo a que?
–Supongamos que acepto que él me visite las veces que quiera, que nos hagamos
amigos y se forme un vínculo, que, como tú dices, sea fuerte y divertido; pero... eso
no es eterno y lo sabemos. Él está vivo, rodeado de mortales, y algún día llegará
algo o alguien a su vida que sea más importante que mi alma. Un día, él tendrá un
trabajo, a alguien a quien amar y proteger, y me dejará. ¿Qué haré yo en ese
entonces, si me llego a encariñar más de lo debido?
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Cristal bajó la mirada. Sabía a lo que se refería, estaba consiente de ello pues ya le
había pasado con anterioridad.
–Tienes razón – admitió la niña – los humanos están vivos y nosotros, los
fantasmas, estamos muertos. Ellos se aburren de nosotros en algún determinado
tiempo de sus vidas y nos olvidan fácilmente, sin si quiera darse cuenta. Eres muy
inteligente y precavida, Bella – felicitó, sonriendo tristemente – la mayoría no
aprendemos esta lección hasta ya haber pasado por lo mismo una y otra vez.
La castaña miró fijamente a Cristal. Era en esos pequeños lapsos de tiempo, en los
que su infantil y hermoso rostro se tornaba serio, cuando se le hacía más fácil el
creer que llevaba muerta más de cincuenta años. Su historia era triste, si. Todos los
que se encontraban vagando en ese lugar la tenían, pues, de no ser así, no estarían
ahí.
–Pero esa clase de sentimientos tienen sus ventajas – interceptó una tercera voz.
Las tristes facciones de la pequeña se reemplazaron, la instante, por su común
entusiasmo y felicidad, al ver llegar a Erick, quien la recibió entre sus brazos y la
acomodó en su regazo – el saber que somos capaces de aún sentir felicidad, tristeza,
amor... dolor, significa que seguimos conservando parte de nuestra alma mortal, y
no solo somos espíritus errantes, caminando sin rumbo en la tierra, por no haber
sido recibidos por las puertas del cielo ni del infierno.
Bella suspiró melancólicamente y fijó su mirada en las ánimas que pasaban frente
a ella con la vista perdida. Sin si quiera verle ni escucharle. Recordó el momento en
que "despertó" con esta nueva forma y el miedo que sintió al no ser reconocida por
nada ni nadie... hasta que Erick y Cristal le hablaron.
–Hay demasiadas almas perdidas – murmuró y los dos niños asintieron – Todos
tenemos ese fin, ¿No es así?
–No – contestó Cristal, apretando sus bracitos alrededor del cuello de Erick – Mi
Erick y yo no nos perderemos jamás por que estamos juntos y nos amamos, ¿no es
así?
Bella apartó la mirada del afable cuadro. A veces sentía que estaba de más entre
ellos dos.
Pero el tiempo pasó hasta que los días completaron una semana, y las semanas un
mes, y ella nunca apareció otra vez. Siempre escondida cuando él ahí estaba, le
observaba desde la oscuridad, con el miedo y la esperanza mezclados de que,
seguramente, al día siguiente, ya no regresaría.
¡Qué alivio y qué desazón le invadían al comprobar que Edward siempre volvía! Y
cómo le placía perderse en la forma angulada de sus pálidas mejillas y el verdor de
sus ojos, que deslumbraba cuando paseaba su mirada por el alrededor. Sonreía
mientras lo observaba jugar, pacientemente, con sus dedos, o tomar un libro y
leerlo, mientras esperaba.
Ahh... pero no le gustaba, para nada, verlo marchar siempre con la misma luz
disipada en sus pupilas. Ni mucho menos le entusiasmaba el ardor que se
acrecentaba en su pecho y el impulso, cada vez más enfrenadle, que le motivaba a
querer mover los pies para alcanzarle. Mas era necesario, ¿no? Tenía que ser fuerte
y soportarlo. Algún día (que ella, egoísta y masoquistamente, esperaba no fuera
cercano) él dejaría de buscarla. Dejaría de dejarle sus rosas blancas, que ella cogía
con tanta delicadeza y las guardaba contra pecho. Algún día, él se cansaría de
convivir con la nada... ¿Verdad?
El crepúsculo estaba muriendo para cuando Edward arribó, como todos los días, a
la necrópolis. Tomó asiento y sacó un ancho libro para leerlo, siguiendo la misma
rutina que a Bella le parecía igual (o si se podía más) de maravillosa, no importaba
las veces que le divisara.
La noche cayó, y, tras la lluvia de la tarde, arribó consigo una espesa neblina que
hizo descender la temperatura de manera atroz. Pensó la castaña que tanto temple
provocaría que él abandonara el lugar de manera más pronta, pero, como ya era
costumbre, sus teorías estaban lejos de la realidad, pues Edward no solo respetó su
horario de estancia si no que, cuando el reloj marcó la media noche, sacó de su
mochila un termo y, sirviéndose un vaso de café, se acomodó más plácidamente
- 31 -
sobre el sepulcro.
–Está loco – susurró la morena, prestando más atención a la espesa niebla que se
comenzaba a formar y cómo Edward metía sus manos en las bolsas de su chamara
(la cual, cabe decir que no era muy gruesa)
–No se irá si no te mira – adivinó Cristal, pero ni bien había terminado de hablar,
se vio abandonada por su amiga.
Una sonrisa se dibujó en sus rosados labios al ver a Bella caminar hacia él.
Edward mantenía la vista puesta en el suelo, con la cabeza cubierta por el gorro
de su sudadera y con sus manos aferradas en la tela, tratando de concentrar el
mayor calor posible. Sentía el cuerpo entumecido y unas endebles capas de hielo se
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estaban formando en los húmedos cabellos que habían quedado al descubierto. De
pronto, vio un par de pies descalzos y, atropelladamente, alzó la mirada.
–Ya sabía que volvería a verte – sonrió, exhalando una fina capa de humo, mientras
se ponía de pie para recibirla.
Bella se perdió en la forma de sus labios, que tiritaban, y la forma en que sus
pálidas mejillas se habían pintado tenuemente a causa de la extremadamente baja
temperatura. Suspiró profundamente y después se acercó más.
–¿A qué has venido? – Preguntó, con su voz suave – Vete a tu casa. Hace
demasiado frío.
–No – admitió él, con una sonrisa triste – H-hago todo esto para conocerte.
Ella bajó el rostro, apenada. Entonces él se fijó en que su cabello parecía más bien
una cascada de hielo café. Seguramente se había mojado mientras llovía en la tarde
– Abrígate – pidió.
–Hazlo – insistió – ¿Me dirás que no eres capaz de percibir el frío o el calor?
Intentó devolver la prenda una vez más, pero un par de gélidas manos se
apretaron contra las suyas y la detuvieron.
–Yo no la necesito...
–Si me voy... ¿Te veré luego? – había anhelo en su voz. Un anhelo que a ella no le
pasó por desapercibido.
"El saber que somos capaces de aún sentir felicidad, tristeza, amor... dolor,
significa que seguimos conservando parte de nuestra alma mortal, y no solo somos
espíritus errantes, caminando sin rumbo en la tierra, por no haber sido recibidos por
las puertas del cielo ni del infierno"
¿Dolor u olvido?
¿Dolor u olvido?
Dicen que el tiempo cura las heridas. Ella sabía que eso era algo irremediable.
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Que el entablar un vínculo con Edward le dañaría de una u otra manera. Pero, para
su alma errante, tiempo era lo que sobraba... así que... tomaría el riesgo.
Si, si, si. Sé que no tengo perdón por tardar tanto. Y esta vez, se me acabaron las
excusas xD. Sólo espero que les haya gustado y haya compensado la espera. ¿Me
dejan su opinión? *-*- Gracias por leer ^^
Atte
AnjuDark
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La Ofrenda
Capítulo 5: La Ofrenda
–¿Por qué no vas con nosotros? – le preguntó Jessica, acomodando sus manos
sobre sus hombros
–Lo siento, tengo cosas que hacer– contestó Edward, rompiendo el contacto de la
manera más amable posible. ¿En qué momento había bajado de su habitación, justo
cuando Mike y Jessica habían llegado, sin previo aviso, a su casa por Alice y Jasper?
–Calla, Cullen. Tus excusas son las peores que he escuchado en mi vida. Siempre
resulta que tienes "algo que hacer" justo cuando te invitamos a salir a otro lugar que
no sea el cementerio – reprochó Mike, aprovechando la oportunidad para descargar
algo de la saña que siempre había tenido en contra de él.
Edward sonrió. A veces Newton podía ser alguien realmente infantil y absurdo...
–Exactamente – asintió Edward, con una sonrisa triunfante – Una fiesta. Y creo que
no se necesita de mucho para saber que a mi no me interesan ese tipo de
ambientes...
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Mike hizo una mueca de disgusto y tensó la mandíbula. Cada palabra, cada gesto,
cada movimiento que Edward hacía alimentaba la desidia que le tenía y le hacía
preguntarse qué era lo que Jessica veía en él de atractivo.
–Si, claro, se me olvidaba que ir y platicar con los muertos es algo realmente
interesante – soltó, con amargo sarcasmo – tal parece que ninguna otra cosa más te pare
–Hola – saludó, cuando al fin había acortado la distancia que les alejaba.
Una suave y ligera caricia sobre sus labios y la punta de su nariz le sorprendieron,
y le hicieron alzar la vista para encontrarse con un pequeño capullo blanco que
terminó cayendo sobre sus manos.
–¿Te gustan? – preguntó él, deleitándose con el simple gesto. Ella asintió – me
recuerdan mucho a ti –se animó a agregar – por eso siempre compro una. Me alegra
que te gusten. Temía a que te llegaran a molestar
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–S-supongo que tienes preguntas qué hacer
–La verdad es que si – contestó Edward. Ella esperó en silencio y él tomó asiento a
su lado – ¿Cómo es que llegué aquella noche a mi casa? ¿Y por qué, después de ver a
esa niña, perdí el conocimiento?
Bien. Al menos, no se había andado con rodeos. Aquí empezaba todo... Tenía que
ser sincera, pese a las contradicciones que esta moral le causaban.
–Lo siento – agregó, con voz abatida – La verdad es que en esa ocasión estuviste
en grave riesgo pues, si se toma toda el alma física de un mortal, este muere. Es una
fortuna que tengas esencias fuertes. De otra forma... no quiero ni pensar en lo que
hubiera pasado.
¿Qué tan horroroso le resultaría a Edward la reciente información? Cristal dijo que
varios humanos habían abandonado el lugar, al instante, después de escuchar esto.
¿Haría él lo mismo? Se atrevió a inspeccionar por si misma y se sorprendió mucho el
verlo con el semblante sereno, apacible. Sus miradas se volvieron a hallar y ella se
perdió por completo en el lago esmeralda de sus pupilas.
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–No – dijo él rápidamente. Sorprendiéndola aún más por su sinceridad
–Estás loco...
–Yo no fui quien te llevo. Fue Cristal y Erick quienes lo hicieron – aclaró la castaña
– yo... no puedo salir de este panteón
–No todos nosotros podemos vagar por doquier – explicó – solo algunos que son
muy antiguos lo hacen
–¿Quieres decir que es por el tiempo que lleves estando de esta manera?
Ella dudó antes de contestar, pero sabía que todos esos detalles tenían que ser
revelados si estaba dispuesta a frecuentarlo.
–Un humano tiene que derramar sangre sobre la tumba del alma que desee
"soltar". Solo de esta manera el espíritu podrá vagar fuera del lugar en el que su
cuerpo yace. Es por eso que, generalmente, son los más antiguos los que tienen esta
facilidad pues, se supone, han interactuado con más mortales. Pero son pocos los
que se animan a liberarnos – agregó – después de todo, les incomoda el saber que,
con ello, podríamos llegar a aparecer hasta en su cama, de un momento a otro...
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¡¿Qué haces? – soltó, al ver que Edward se arremangaba la manga de su negra
sudadera y enterraba la filosa punta de una piedra en su muñeca
La castaña dilató su mirada y se sintió aterrada. Sabía que no moriría por un corte
así de chico, pero lo imprevisto de la situación era demasiado estupefaciente como
para creerla posible. El espeso líquido que destilaba del cuerpo del muchacho
comenzó a mojar el cemento gris de la lápida, dejando, al paso de unos segundos,
varios puntos carmesí por todo su grosor. Edward se estaba esforzando, era fácil
deducirlo al ver el empeño que ponía para que su sangre se vertiera por todo el
muro.
¿Pero qué pretendía él con todo este apremio? ¡Apenas y se conocían! ¿Acaso no le
temía ni si quiera un poco? ¿Qué era él? ¿Dónde estaba el instintivo miedo mortal?
Ni si quiera había logrado reconocer algún indicio de vacilación al cortarse. Ni el
más mínimo gesto de dolor. Ni el menor temblor de sus manos... Nada... – ¿Pasa
algo?
–No era necesario que lo hicieras – dijo al fin. Escuchó a Edward soltar una risita y
volvió el rostro para verle. ¿Qué era tan divertido?
–Solo quiero que probemos si ya eres libre – se justificó, inmune a su rechazo, con
una sonrisa tranquilizante – Además, no me siente "cansado" ¿Vamos? – inquirió,
volviendo a asirla
Bella ya no rezongó ante el contacto. Debía admitir que se sentía demasiado bien.
Era cálido y reconfortante. Asintió y se puso de pie. Permitiendo ser guidada por
Edward que frunció el ceño al ver sus pies descalzos caminar sobre las raíces y
hierbas.
–No es necesario...
Ella bajó el rostro e intentó ocultarlo entre sus cabellos. ¿Notaría él que estaba
sonrojada? Temía que así fuera. Si aquella noche había sido capaz de ver el
erizamiento de su piel, como si de cualquier otro mortal se tratara, ¿Qué le
impediría el fijarse del tenue rubor que pintaba sus pómulos?
Edward frenó rápidamente sus pasos. ¿Qué pasaba si lo que había derramado de
su sangre no bastaba?
Bella sonrió, sin poderlo evitar. Él parecía tan... protector. Tan delicado al tratarla
y cuidarla. Como si su alma en pena tuviera algún valor.
–Gracias – susurró.
–¿De qué? – Los dedos de Edward se apretaron contra los suyos, recordándole que
sus manos seguían unidas. Otra vez, sintió sonrojarse. Estaba a punto de decir algo
para distraerse, pero un patético mareo llegó primero – ¿Qué sucede? – se alarmó el
muchacho.
Ella asintió.
–Tenemos demasiadas normas que nos rigen – confesó, con una sonrisa triste y,
sin dar previo aviso, se decidió por explicarse –Ahora, de alguna manera, ya soy
libre, gracias a ti – empezó – pero jamás podré dejar este cementerio. Esa es la
condena que tenemos: no poder abandonar el lugar en donde nuestro cuerpo
reposa. Puedo salir ahora de él, pero tengo que regresar siempre.
–¿Qué pasa? – preguntó Bella al ver su rostro sombrío. ¿Se habría asustado o
arrepentido de lo que había hecho? Tal vez ya había sabido las cosas suficientes
como para inquietarse– ¿Tienes miedo?
Edward sonrió.
–Lo preguntas todo el tiempo – señaló, con voz divertida – ¿Es que acaso pretendes
ser espeluznante?
Edward soltó una carcajada y, como un gesto reflejo, ella hizo lo mismo. Aquel
sonido era demasiado contagiadle y hermoso. Estaba segura que podía pasar noches
enteras escuchándolo.
–¿Qué sucede? ¿Qué es tan gracioso? – quiso saber, suplicando por que él no
dejara de reír.
.
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–¡Edward! – la voz de Esme sonaba ansiosa en cuanto traspasó la puerta de su
casa. Bajó el rostro, avergonzado por su irresponsabilidad de haberse olvidado de
haber llamado para avisar que se encontraba bien y llegaría un poco "tarde" – ¿En
dónde estabas?
–En el panteón...
–¿Has visto la hora que es? – Exigió saber una voz aguda y femenina que provino
del pie de las escaleras – ¡Son casi las cuatro de la mañana! – dijo Alice.
–Lo siento...
–Alice... – intentó tranquilizar Carlisle, tomándola por el hombro; pero ella se zafó
rápidamente del agarre y sus verdes ojos se incrustaron en su hermano.
–A ver cuándo las lápidas dejan de ser más importantes que tu propia familia – le
reprochó, para después dar media vuelta y subir a su recamara.
–Lo siento – repitió Edward, rompiendo el silencio que Alice había dejado tras su
partida – sé que una disculpa no compensa todo lo que las preocupaciones que les
hago pasar...
Él asintió, sin decir más. Sabía que no había palabras para excusarse con aquellas
dos personas tan bondadosas a las que tanto debía.
–Lo mismo de siempre – contestó, accediendo a lo que una voz interior le advertía
que no dijera la verdad – leyendo, pensando... escuchando música... Mamá, ¿Qué
sucede? – preguntó, al ver el femenino rostro cubierto de una angustia que no podía
disimular
–Edward, ¿No crees que sería mejor si dejaras de ir a ese tipo de lugares?
–Hijo, por favor, no me mal interpretes – se apresuró a decir Esme – pero estaba
pensando en la pregunta que me hiciste aquella noche, en la que apareciste
desvanecido en la entrada de la casa, y... no sé... tal vez estás imaginando cosas
debido a ese ambiente tan... tétrico.
Esme le miró fijamente a los ojos. En ellos, había ese especial brillo de sinceridad
y franqueza que le había conocido desde que lo había visto por primera vez. Se
acercó de nuevo y volvió a besarlo. Tal vez su sangre no corría en sus venas, pero lo
amaba (así como a Alice) como si en realidad fuera su hijo.
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Hola. Bueno, como siempre, les ofrezco una disculpa por la tardanza. Lo
siento. Este capítulo me costó más de lo que creía ya que no sabía cómo
desarrollar el dialogo entre Bella y Edward para que ella le explicara los
primeros detalles de su "condición fantasma" Espero haya quedado claro :-S
(Cualquier duda, no duden en preguntarme ^^) En fin *suspiro pesado*
espero les haya gustado y esta idea no les parezca tan incoherente. Aclaro
que la idea esta tomada de varias creencias que hay aquí en mi pueblo y de
otras más, que yo misma me he ido formando xD. Cualquier parecido con
algún otro caso más, juro que no es plagio si no mera casualidad (Insisto,
cualquier reclamo o aclaración no duden en escribirme). Gracias por su
apoyo y por todos sus comentarios ^^ me alegra que les guste.
Atte
AnjuDark
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Piel de Fantasma
*Gracias por permitirme usar este fragmento, que es mi favorito, de tu fic ^^.
El toque de nudillos sobre su puerta le despertó. Abrió los ojos con pereza, se
sentía demasiado cansado. Al ver el reloj, agradeció fervientemente que fuera
domingo. No quería imaginarse si quiera cómo la habría pasado de haber tenido que
ir a clases.
–¿Edward? – una voz cantarina le recordó que alguien le esperaba afuera – ¿Puedo
pasar?
–Tiene cerrojo...
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–Discúlpame por cómo te hablé...
–Eres mi hermano y sé cuanto te gusta estar en los panteones, los visitas desde
que somos pequeños... ¿Lo recuerdas? – él asintió, con una sonrisa al evocar las
numerosas veces en las que Esme y Carlisle le fueron a recoger por que se había
quedado dormido en alguna de las lápidas.
Alice suspiró y sus ojos miraron con afecto al rostro masculino que se le
presentaba al frente.
Edward la tomó entre sus brazos y la atrajo hacia sí. Alice cerró los ojos y recargó
su cabeza sobre su pecho, mientras él hundía sus labios en sus cabellos.
–¿Por qué llegaste tan tarde? – preguntó, con curiosidad, al ver que el tema de las
disculpas había concluido – la última vez que actuaste de esta forma, éramos unos
niños y recuerdo que te disculpaste con Esme, diciendo que, estabas seguro,
nuestros padres estarían ahí, esperando por nosotros.
–Ellos siempre hablaban, por las noches mientras según nosotros dormíamos,
sobre idas al cementerio – aclaró – pensé que les hallaría ahí.
–¿Los extrañas?
–Eras muy pequeña para cuando eso sucedió – apuntó, con una sonrisa. Alice
suspiró contra su pecho
–Siempre me has visto como un bebé, a pesar de que solo soy dos años menor que
tú
–¿Te molesta?
–No – negó Edward suave, pero firmemente – y lo sabes. Tú siempre has sabido
que ellos existen.
–Los miro desde que soy pequeña y, conforme he ido creciendo, los identifico más
fácilmente. Primero eran vagas apariciones, de aspecto translucido, tan débiles, que
solo perecían reflejos de sombras o malas bromas de nuestra propia clarividencia;
pero... aquella noche, la distinguí claramente. Era una chica, estoy casi segura de
ello...
–Ella es el motivo por el cual llegué tarde anoche – interrumpió. Los ojos de Alice
se dilataron, pero Edward se apresuró a preguntar
–Por que sabía que sería inútil, sabía lo que iba a pasar: me iban a tomar de loca o
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enferma, que nadie me creería... La gente nunca cree en lo que no puede ver... Pero
– agregó, desconcertada – ¿Cómo es que tú...? ¿Acaso...?
Él asintió
–Dices que por ella llegaste tarde ayer. ¿Significa que estuviste toda la noche en
su compañía?
–¿No te da miedo?
–Yo tiemblo cada vez que sé de alguno – admitió, para después quedarse callada y
estremecerse.
–Te comentaba todo esto por que, según Bella, nosotros podemos verlos gracias a
que tenemos "Sangre vidente" – añadió Edward
Él asintió
–¿Irás otra vez al cementerio? – preguntó Alice al verlo dirigirse hacia la salida
cuando la merienda terminó
La angustia de su hermana era casi palpable. Edward sonrió, tal vez había sido
mala idea al contarle a Alice todo lo ocurrido con Bella; pero se había visto en la
necesidad de hacerlo pues presentía que toda esa información, algún día, le sería
útil.
–Estaré bien – prometió. Alice le tomó de la mano, impidiéndole salir por segunda
vez
Edward sonrió en respuesta. Fue lo único que se le ocurrió hacer en ese momento
pues había quedado atontado, y no precisamente por el sobresalto que Bella le había
provocado, si no por lo especialmente hermosa que lucía esa noche, con su cabello
amarrado en una media coleta
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La candela mirada se fijó en el verdor de sus pupilas. Se perdió entonces en la
forma de su pálido rostro, adornado con un tenue rubor apenas legible. Si.
Definitivamente era divina. Tanto, que casi parecía un pecado la osadía de poder
contemplarla y el deseo de pasear la yema de sus dedos por los casi invisibles
pétalos rosados, impregnados en su piel, se hacía más doloroso y apremiante
conforme más la veía y estaban cerca.
Bella dejó escapar un frágil suspiro y entonces, sin planearlo, su atención se fijó en
los labios que se encontraban próximos a los suyos, comprobando que un punzante
anhelo de rozarlos le invadía.
–¿Tienes fiebre? – examinó la castaña el rubor de sus mejillas, pero él apenas y era
conocedor de sus palabras pues había quedado completamente mudo e inmóvil ante
su reconfortante contacto.
–No – se lo impidió, colocando su mano sobre la de ella para que ésta siguiera
acariciando su piel
–Te debilitarás...
Los días, que después transcurrieron, estuvieron llenos de encuentros entre ellos
dos. No había noche en la que Edward no visitara a Bella en su lápida ni ocasión
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alguna en la que ella no le esperara, cada vez más ansiosa de verle. Permanecían
juntos desde el crepúsculo y, generalmente, se despedían minutos antes de la media
noche, cuando Edward recordaba la promesa hecha a su familia de regresar
"pronto" a casa.
Ahí, Alice siempre le recibía con rostro aliviado y él sonreía para tranquilizarla;
intentando ocultar la pesadumbre que la lejanía de Bella la causaba, pues, no
importaba cuánto permaneciera con ella, el tiempo se hacía cada vez más extinto
estando a su lado. Estaba seguro de poder pasar toda una eternidad en su compañía
y jamás se aburriría de sus pláticas, de su tímida y pequeña sonrisa, de sus pasos
frágiles que le acompañaban, en silencio, cuando salían a caminar por las desoladas
y húmedos callejones – ambos compartían el desagrado por los lugares concurridos –
del natural movimiento que el viento causaba en sus cabellos, o del reflejo de sus
ojos.
Tras pasar dos meses, reducidos para la fantasma y el mortal en algo similar a una
semana, los exámenes finales arribaron.
El reloj marcaba cerca de las once del día para cuando Edward llegó al cementerio
y tomó asiento frente a la ya familiar lápida. Sonrió después de dejar caer la
habitual rosa blanca, que adornaría con su sencilla belleza el grisáceo monumento, y
suspiró. Ya sabía que no la encontraría – Bella le había explicado que los fantasmas,
efectivamente, solo transitaban durante las noches – aún así, no pudo evitar sentir
en el aire un aliento faltante, algo como si un vacío fuera formándose en su pecho
ante la imposibilidad de no poder despedirse mirándole a los ojos.
–Te prometo que solo será un par de días – dijo, en voz baja, seguro de que Bella le
escucharía. Luego, frunció los labios y, un poco vacilante y tímido, extrajo de sus
bolsillos un pequeño y oscuro papel, de hoja gruesa, y lo depositó bajo la rosa –
Hasta pronto... – musitó, mientras se ponía de pie y caminaba, de regreso a clases.
.
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El crepúsculo comenzaba a aparecer para cuando el alma de Bella emergió de su
cuerpo. Sus pies descalzos fueron los primeros en advertir el exterior, al tentar la
húmeda tierra. Abrió lo ojos, abatiéndose al no encontrar, como esperaba, a Edward
aguardando por su "aparición"
–¿Qué dice? – quiso saber Cristal, al ver que sus bordes esbozaban una tenue y
soñada sonrisa, al mismo tiempo que sus mejillas se ruborizaban – Bella... – trató de
insistir, pero Erick la silenció, poniendo, tiernamente, uno de sus dedos sobre sus
sonrojados labios.
Las comisuras de sus labios decayeron, junto con sus hombros, después de que el
eco de su voz desapareció.
–¿Qué dice? – la cantarina y dulce voz de Cristal estaba bañada de una inocente y
traviesa curiosidad
–Lo vas a extrañar mucho. No importa si es, o no, poco el tiempo que transcurra
con su ausencia. Nunca tendrás suficiente de su compañía
–Pero dicen por ahí que, para todo problema, siempre existe una solución – añadió
Erick. Cristal se estiró un poco para rozar sus labios, en un mudo agradecimiento
por haberle apoyado con lo que estaba tramando
Cristal volvió el rostro hacia su pareja, otorgándole la palabra. El niño esbozó una
diablilla sonrisa, antes de hablar
–Él no puede venir, por razones humanas y compromisos mortales, pero tú ya eres
libre y bien podrías aplicar el famoso dicho que afirma "Si la montaña no viene hacia
ti, ve tú hacia la montaña"
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Bella respingó. Después de todo sus elucubraciones no estaban del todo perdidas,
pero... ¡¿Cómo se les ocurría?
–¡¿Yo?
–¿Por qué no? – discutió la niña, sin dejarla de peinar, hilando sus cabellos, unos a
otros, para que pudieran sostenerse de la manera que ella quería
–¿En serio crees que se disgustaría por que fueras a buscarlo? – No supo qué
responder, por lo que Cristal sonrió, anticipando su victoria –¿Ves? ¿Por qué no lo
intentas? No pierdes nada con arriesgarte un poco. Estoy segura que, si vas, Edward
se alegrará mucho.
Y ahí estaba al fin, parada en el baldío y oscuro patio trasero de la casa de los
Cullen. Las luces estaban ya apagadas, a excepción de una sola, que colindaba con
el lugar que sus pies pisaban.
–Yo...
–Pues que me oiga. Si no subes a esa recamara, ahora mismo, yo misma iré a
decirle que tú viniste a verlo. Y me importa poco si lo debilito o no...
Se escuchó una risita a lo lejos, emitida por Erick quien, en divertido silencio, se
lindaba a ver cómo Cristal y Bella fruncían el ceño y reñían.
Al final, la castaña terminó venciéndose. Sabía que con Cristal no tendría opción
alguna.
–De acuerdo – asintió, aún vacilante, para después de adquirir un poco de valor, a
través de un suspiro, y traspasar la pared que la adentraría en aquella casa de dos
pisos.
Lo sé. Sé que no tengo perdón por la tardanza, pero no había tenido tiempo para
escribir esta historia T_T. Lo siento, lo siento, lo siento. Prometo no tardar tanto
como esta vez...
Atte
AnjuDark
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La Visita de Media Noche
El reloj marcaba cerca de las diez de la noche. Edward se estiró sobre su asiento,
para relajar su espalda. Suspiró y caminó hacia la ventana, miró a través de ella el
patio baldío que se extendía hacia el lúgubre horizonte. ¿Cómo estaría ella? ¿Qué
estaría haciendo? No era la primera vez que se preguntaba lo mismo. Tampoco era
la primera vez que contemplaba aquel oscuro paisaje y el deseo de bajar e ir al
cementerio le invadía. Habían pasado solo dos noches de no verla y se sentía
enfermamente desesperado. Miró otra vez hacia el reloj. Tal vez podría escaparse
por un par de horas. Al final de cuentas, ya tenía todos los temas dominados.
Caminó hacia una de las gavetas de buro y tentó hasta encontrar un cuaderno de
dibujo pasta gruesa. Lo abrió. No se fijó en las figuras que había ahí, ya no tenían
demasiada importancia. Cogió un lápiz con delgada punta de carbón y comenzó a
trazar líneas uniformes. Al fondo, el reproductor de música coreaba una melodía
triste de piano y violín. Todo esto, en conjunto con el elegante resbalar de las
cristalinas gotas de lluvia que caía allá fuera, le transmitieron una inmediata
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inspiración que terminó, al cabo de dos horas, en un profundo sueño.
–Cristal, es demasiado arriesgado que ambas estemos aquí – alegó – recuerda que
su hermana también puede vernos.
Sabía que no tenía opción. Tenía ganas de llorar. Tenía miedo. ¿Y si Edward se
molestaba? A muchos humanos no les agradaba la idea de que las ánimas rondaran
cerca de su casa. ¿Sería él igual que el resto? Pero se encontraba, tal y como dicen,
entre la espada y la pared. Cristal era demasiado terca, jamás la dejaría irse si no se
presentaba frente a él.
La morena quería gritar. Las piernas le temblaban. ¡Era la primera vez que odiaba
el poder traspasar cualquier tipo de paredes sin ningún tipo de problema! Por
primera vez, la experiencia de sentir la superficie rocosa acariciando su "piel" no le
maravillaba.
Viajó su mirada por cada metro a la redonda. Era un lugar pequeño, pero con
reconfortante. Las paredes estaban tapizadas de fuliginosas láminas góticas que
dejaban a la vista el nombre de los diferentes grupos musicales: Theatres des
Vampires, Lacrimosa, Cradle of Filth, Nox Arcana, Therion, Children of Bodom,
Corpus Deliciti... entre otros. Había también varias repisas pintadas de negro y en
ellas, innumerables colecciones discos y libros. Pero lo más maravilloso fue lo que
sus pupilas descubrieron después: el joven de oscura vestimenta sobre la cama, con
los ojos cerrados, mostrando a la perfección sus parpados y sus espesas pestañas.
Sus labios entreabiertos expulsaban un débil ronquido. Estaba durmiendo. Ella
sonrió. Era una imagen gloriosa, única e inmejorable, el cómo los despeinados y
largos cabellos cobrizos caían para adornar de manera informal su rostro pálido.
Se atrevió a dar un paso hacia delante y otro, y otro más, movida por el deseo de
poder contemplarlo mejor. No se dio cuenta de lo cerca que estaba hasta que pudo
localizar, a un lado de él, una grande hoja de papel que tenía varios y definidos
trazos sobre ella. Un tórrido sentimiento le invadió al descubrir qué era el fin de esa
combinación de sombras y curvas: era ella, sentada sobre su tumba, con una
hermosa luna menguante bailando arriba de su cabeza.
Tomó asiento sobre la cama, que apenas y se hundió con su peso. Dejó de admirar
el ingenioso dibujo para centrarse en quién lo había hecho. Suspiró. Era demasiado
bello. Parecía un oscuro ángel perdido, exiliado del cielo por ofender a Dios con su
perfección. Sin poderse contener, dirigió una de sus manos hacia la angulada
mejilla.
La castaña sonrió, aliviada. Jamás se imaginó que esas serían las primeras
palabras que él le diría al encontrarla, repentinamente, en su habitación.
–Yo... espero no incomodarte... – comenzó a decir, pero las suaves caricias que le
eran brindadas a su rostro la desconcentraban
Se miraron a los ojos por un momento. Entonces él se fijó más allá del castaño
hechizante de sus pupilas.
Bella ya no opuso ninguna resistencia. Sabía que no tendría caso alguno. Edward
siempre la trataba de esa manera tan afable, como si ella pudiera sufrir algún
verdadero daño, como si ella no estuviera muerta. Suspiró. Debía admitir que se
sentía bien cada vez que él la tomaba entre sus brazos o la acariciaba. Le gustaba...
Edward, mientras tanto, había dejado caer la toalla a un lado para entrelazar sus
dedos en la húmeda cascada caoba. Sonrió ligeramente al sentir su suave textura
entre ellos, acariciandolos con sus yemas. Se acercó más. Bella se estremeció y
cerró los ojos.
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–Tu olor es delicioso – susurró él, inhalando suavemente, con su nariz casi hundida
en las hebras castañas.
Bella temblaba de pies a cabeza, azorada del todo por su cálido aliento que le
acariciaba los parpados. El muchacho se alejó un poco, solo para fijarse en la
delicada abertura de sus labios. No pudo resistir arrullarlos con la punta de sus
dedos, sintiendo la trepide de ellos bajo su tacto. Pegó su frente a la suya. Las
puntas de sus narices se tocaban. Los labios de ambos tan próximos, acicalando sus
alientos en la poca distancia que los separaba. Edward dirigió sus manos hacia el
rostro femenino, lo acunó entre ellas con adoración. Todo había quedado en silencio,
todo había desaparecido para ambos, solo existía el uno y el otro.
–Quiero besarte – confesó Edward, con voz muy bajita, no pudiendo refrenar más
el anhelo que desde hacía ya tanto le enardecía la sangre y le alteraba el pecho.
Y es que ya no tenía caso tratar de seguir ocultando lo que resultó obvio desde un
principio. Al fin comprendió el mutismo de Emmett y Jasper al preguntarles cómo
era lo que sentían por Rose y Alice. ¡Al fin supo por qué nunca hallaban las palabras
para explicarse! Ahora mismo, él, por más que lo intentaba, no acertaba la mejor
manera de cómo nombrar sus sentimientos. ¿Amor? ¿Así se le conocía a esa mezcla
infinita de sensaciones nuevas, desconocidas, mágicas, imperiosas e indescriptibles?
¿Amor? Le pareció casi insultante un término tan pequeño para semejante
definición, para tan dulce embrollo. Amor... Definitivamente, una palabra simple,
pero intensa, sincera y tangible. Al fin lo comprendía. Al fin todas sus dudas estaban
disipadas. Al fin el mismo había pintado su propia respuesta, pues, al fin, él se había
enamorado.
Un suspiro se le escapó ante el primer contacto entre sus bocas, tórrido, suave,
frágil. Dando paso a otro movimiento más sensato y firmemente dulce, iniciando con
ello una febril danza que la acunaba entre suaves ondas de terciopelo y frenó
cuando las manos de Edward liberaron su rostro de manera involuntaria, movidas
por la incontenible y repentina debilidad que se había apoderado de él.
–Lo siento – repitió, con culpa, intentando alejarlo de su cuerpo para que no
siguiera debilitándose
–No – frenó él, aferrado, con ahínco, sus dedos en su negro vestido – no lo hagas.
Quiero estar contigo...
–Lo sé – asintió la castaña y, de manera natural, como si fuera algo que ya hubiera
hecho ciento de veces antes, sus brazos se enrollaron alrededor de él.
El reloj marcaba casi media noche. El silencio entre ambos era reconfortante en
aquella oscuridad endeblemente quebrantada por la lámpara que reposaba en el
sencillo escritorio de madera. Edward jugaba distraídamente con un mechón de
castaño cabello, el cual, a veces, de manera indeliberada, se llevaba a los labios.
–¿Si?
–¿Sueñas conmigo?
- 63 -
–Todo el tiempo
–Bella – susurró, un poco indeciso. Conocía nada sobre temas amorosos. Tenía
menos de diez minutos había descubierto que no era lo mismo percibir este
sentimiento desde fuera. Pero esa noche se estaba dejando guiar solamente por sus
impulsos; por esa misma fuerza interna que lo había llevado a besarla y a callar
después y, ahora, le incitaba a hablar – Te quiero...
La morena cerró los ojos. Él hizo que sus frentes permanecieran unidas, mientras
sus dedos se hilaban en la castaña melena. El corazón le latía con vigor, a un ritmo
deliciosamente acelerado, cantando, bailando de dicha. Sabía que Bella le quería.
No era necesario que lo preguntara o se lo dijera. Lo sentía. Se lo decía el tímido
temblor de sus labios bajo los suyos. Se lo confirmaba el brillo de su mirada.
Alice temblaba bajo las sabanas de su cama. Podía jurar que había visto, a través
de la pequeña rendija inferior de su puerta, pasar un par de diminutos pies. Tragó
saliva ruidosamente y se obligó a cerrar los ojos.
"No pasa nada", se reconfortaba mentalmente, "ellos no son peligrosos. Tal vez es
solo mi imaginación..."
Frunció el ceño. ¿Con quién dialogaba Edward? Miró el reloj. Era muy noche como
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para platicar por teléfono. Y, aún así fuera un horario más temprano, ¿A quién
podría él hablar de esa manera?
–Estás empapada
¿La voz de una mujer? Hizo las sabanas a un lado y se levantó de la cama. No se
molestó en calzarse las sandalias, se dirigió hacia la salida de su cuarto con los pies
descalzos. Comprobó que la habitación de su hermano aún estaba iluminada. Frenó
sus pasos al estar casi frente a su puerta. Jamás antes había hecho algo similar y no
podía evitar sentirse culpable. Pero el temor era más fuerte que su lealtad hacia él.
Si, temor a que sus especulaciones fueran ciertas y la voz femenina que alcanzaba a
escuchar no fuera otra más que la de aquella muchachita fantasma del que su
hermano tanto le había hablado hacía ya varias semanas.
Se llevó una de sus manos a la boca, para sosegar un jadeo, al ver la imagen que
se le presentaba. Edward y una pálida chica, de piel casi translucida y espesos
cabellos color caoba, besándose con ingenua pasión. Parpadeo varias veces para
deshacerse de su enajenamiento. Se negaba a creer lo que sus ojos divisaban
claramente...
–Te quiero...
Una fuerte punzada le pegó a sus sienes. Recargó su espalda sobre la fría pared y
se dejó resbalar hasta quedar sentada en el suelo. La piel se le enchinó al arribo de
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varias y difusas imágenes. No era la primera vez que experimentaba este tipo de
"visiones". Le había ocurrido algo similar en un par de ocasiones; pero le seguía
horrorizando la bestial rapidez con que las efigies, sonidos y voces pasaban y
nublaban su vista. Era como pasar cien mil fotografías, en menos de un segundo,
frente a sus ojos. Nunca alcanzaba a distinguir mucho; solo lo suficiente como para
poder afirmar que lo que lograba comprender, se transformaban en fragmentos del
futuro de sus personas amadas. Espantoso, si. Pero esta vez había algo más
escalofriante. La voz de su hermano, los llantos de ella, lágrimas de sus padres, dos
desconocidos rostros... un ataúd.
Y la encontró ahí, a un lado de ésta, hecho ovillo, temblando y con las mejillas
completamente empapadas.
–Alice – musitó, agachándose para tomarla entre sus brazos – ¿Qué te pasa?
La pequeña no contestaba. Parecía que solo era capaz de mirarle con sus ojitos
dilatados y húmedos. La introdujo en su habitación, ignorando las súplicas que ella
hacía por que no fuera así.
La pequeña apretó los labios para obedecer, pero las violentas sacudidas de su
cuerpo daban a saber, sin censura alguna, lo aterrada que estaba. Su verde mirada
se clavó en Bella.
Otra lluvia de imágenes. Edward feliz, sonriente, al lado de la misma chica que
ahora mismo le miraba.
–No – soltó Alice, sorprendiendo tanto a Bella como a su hermano con su tan
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inesperada actitud – no te vayas, por favor.
–¿Estás bien?
Se limitó a asentir.
–No preguntes – pidió, luchando por no recordar las primeras visiones que había
tenido – ¿No me presentas a tu amiga?
Edward analizó su expresión un momento más. Era notorio que Alice luchaba por
no mostrar lo verdaderamente inquieta que estaba. También era fácil deducir que no
había sido la imagen de Bella la que la había alterado de esa manera. Había sido
algo más. Algo que, por el momento, Alice no quería contarle. Él no la presionaría.
Sabía que para todo había un momento, que las cosas debían de fluir a su paso,
conforme a su naturaleza. Ahora su hermana lo que deseaba era conocer a Bella. La
llevó, entonces, de la mano hacia donde la castaña permanecía inmóvil. Las
presentó. Ambas muchachas se sonrieron. Alice comprobó que el gesto, aunque
tímido, salía sincero de sus labios y se animó a extender su mano
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.
Hola ^^. Bueno, como prometí, esta vez no tardé tanto. ¿Verdad? *-*...
En fin. ¿Qué les pareció este capítulo? Espero les haya gustado y me dejen su
opinión para ver si mi esfuerzo valió la pena. Aquí, mi estimada Romina puede
decirles qué tanto me estuve partiendo la cabeza para escribirlo T_T (Por cierto,
gracias por ayudarme a relajarme y darme ideas). ¿Me compensan con un
comentario? *-*. ¡Gracias! ^^
Se cuidan
Atte
AnjuDark
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Amor Fantasmal
Todas mis facultades, anonadadas ante ti, no me dejan hacer sino tus deseos.
Era la primera vez que Bella veía a los padres de Edward. Había demasiada
curiosidad en su castaña mirada. Edward le había hablando mucho de ellos, del
amable matrimonio que le habían acogido, junto con su hermana, al encontrarlos
solos en las calles de Italia.
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que divisaba esa cualidad de Bella, pero tampoco era algo que, pensaba él, se podría
llegar a acostumbrar. Le había sucedido lo mismo en otro par de ocasiones, mientras
salían a pasear por las desoladas calles de Forks, en medio de la noche. No había
hecho falta algún mendigo que, tambaleándose de un lado a otro, pasara a su lado,
ignorando, por completo, que lo que exactamente había hecho era calar el cuerpo de
la fantasma, como si de una frágil capa de humo se tratara.
Bella dio un paso hacia atrás, para alejarse de la mortal mujer y así no robarle más
energía de la que ya había obtenido de su dulce alma. Estaba asustada. Si. Asustada
de que Edward le molestara con ella por no poder impedir robarle energías a su
madre, hermana y padre. Tal vez lo mejor era irse.
–Vi unas sombras –fue Alice la que al final contestó. Sabía que no hacía falta decir
más. No era conocida por su gran valentía en esos aspectos – disculpen.
Ella asintió.
–De todos modos, estaré con Edward un poco más, ¿no te molesta?
Y así era. En todo este tiempo, Edward y Bella se habían conocido, confesado sus
amenidades y narrado pequeñas experiencias de su vida. A ella le gustaban las rosas
blancas, desde el día en que él puso una en su lápida; pero, cuando vivía, tenía
cierta inclinación por las flores de colores sombríos. Respecto a la música, tenían
mucha similitud. Habían pasado noches enteras juntos, acurrucados el fondo de una
cripta abandonada, resguardándose de la implacable lluvia y escuchando, a través
del Mp3 de Edward, las suaves y relajantes notas de Stoa, Apocalyptica, Era, Isaac
Shepard, Ashram y Secret Garden, mientras contemplaban las gotas cristalinas
golpear y humedecer la tierra.
Si. Muchas experiencias tan sencillas como estas les habían acompañado. Pero
decir que Edward conocía todo de Bella era mentir. Solo en una ocasión le había
preguntado sobre su familia, sobre su muerte. Ella había quedado callada. Su rostro
se había transformado en otro, sombrío y triste. Entonces él supo que no había
llegado el momento de saberlo. No insistió más. Y, hasta el momento, seguía
ignorando porqué el alma de Bella seguía aquí, porqué su lápida parecía estar en
total abandono, porqué, cuando quiso indagar sobre Isabella Swan no encontró
ninguna clase de información.
Aunque, todo eso, ¿Qué importaba ahora que ella se encontraba entre sus brazos?
Él besó sus cabellos, sintiendo su textura sedosa acariciar sus labios, inhalando su
sublime y singular aroma. Uno de sus dedos se paseó por sus mejillas, tan suaves,
que casi parecían difusas en el viento. Apagó todas las luces para poder apreciarla
mejor. La piel de fantasma era mucho más visible en la oscuridad completa y él no
quería desperdiciar ni un solo momento para poder observarla.
–¿Y eso qué importa? –Interrumpió, con sutileza – no sabes cuán agradecido estoy
con la vida por darme la oportunidad de poder verte, de poder tocarte... ¿Qué sería
de mí sin ti, Bella? No sería nada, más que otra de esas tantas y simples masas de
carne que, a través del transcurso miserable de horas y días, esperan, con pavor,
morir.
–Eres muy joven para pensar en la muerte – musitó la fantasma, embriagada del
aliento cálido que golpeaba sus pómulos, perdida en las manos que sostenían y
entibiaban su rostro.
–Me gustaría morir ahora – dijo Edward, con voz suave, firme. Sincera. – jamás
antes deseé la muerte tanto como hoy, Bella. Así estaría contigo siempre.
–¿Por qué?
–Tampoco quiero eso. ¿Acaso no lo entiendes? Mi única deidad eres tú, Bella. El
único lugar para descansar mi alma está entre tus brazos. Yo no quiero estar ni con
Dios, ni con el Demonio. Ninguno de sus reinos es bueno, lo sé por el simple hecho
de no estar tú en ellos. Yo quiero estar contigo. Mi edén solo existe a tu lado.
Bella le miró a los ojos. Sonrió, mientras su delicada mano le acariciaba el rostro.
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–Para morir nacemos...
Edward bajó el rostro, derrotado. Ella se acercó para besarlo brevemente. Esto le
sorprendió de manera agradable, le hizo sonreír.
–Juntos – enfatizó él
Más sin embargo, esa mañana se le percibía diferente. Perdido, pero, en cierto
modo, radiante. Lo delataba esa pequeña sonrisa pintada en sus labios y los suspiros
que, con frecuencia, se le escapaban inconscientemente.
–¿Y se puede saber por qué, Cullen? – Preguntó Newton, aunque sin dar tiempo
para contestar – ¡Espera, espera, no me digas! ¡Ya sé! Irás a festejar con tus amigos
los muertos, ¿no?
Emmett frunció el ceño, al igual que Alice. La pequeña ya estaba de mal humor
desde el principio – pues había organizado una reunión entre SUS AMIGOS, no con
casi todo el grupo, tal y como había sucedido gracias a Jessica – y esa actitud tan
grosera de Mike para con su hermano no era el mejor paliativo para su
temperamento. Sin embargo, Edward pareció no tomarle importancia al
malintencionado comentario y, sonriendo, contestó:
–Tienes toda la razón, Mike. ¿Para qué mentir? Iré al cementerio – le dedicó una
mirada a Alice. Ella sonrió, intentando no recordar la visión que se le había
presentado anoche. No lo logró del todo. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo y
Jasper lo percibió al instante.
–No creo que sea buena idea – discutió, intentando ser discreto – Quiero decir,
ustedes ya tenían planes...
–Pero somos amigos, ¿no? – Insistió el moreno – sabes que puedes confiar en mí
Edward le miró fijamente por un segundo. Si, era cierto. De toda esa bola
arremolinada a pocos metros de él, excluyendo a Jasper y su hermana, Emmett era
el único en quien podía confiar. Suspiró. Esperó hasta que el resto de los
adolescentes comenzara a caminar para hacer él lo mismo. Emmett le seguía los
pasos.
–Lo que te voy a decir, seguramente te sonará extraño; pero no estoy loco y te digo
solo la verdad – anticipó, hablando en susurros, por si alguien venía atento a ellos.
El moreno esperaba, en un expectante silencio – Estoy enamorado de una fantasma.
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Otro silencio, pero diferente: lleno de enredo. Y es que Emmett se había
imaginado de todo: Desde una mujer casada hasta una menor de edad, por la cual
Edward podría ir a la cárcel. Pero... ¿Una fantasma? Por un brevísimo instante, tuvo
ganas de reír, pero la expresión de éste le dejaba en claro que no se trataba de
ninguna broma
–No entiendo...
–Lo sé. Y no te culpo por ello. Tú no puedes verlos. Solo te pido de favor una cosa
–¿Cuál es?
–No dudes de lo que te digo. Créeme. Tal vez, algún día, te pueda comprobar que
es verdad
–Demasiado – admitió Edward, sin poder evitar sonreír – es la más bella de todas
El moreno dilató los ojos. Era la primera vez que oía hablar así a su amigo; más no
dijo nada al respecto. Se alegraba, de hecho, el poder contemplarlo de esa manera
tan... natural, más humano. Edward siempre había sido frío, distante y ausente.
Sumergido siempre en su exclusivo mundo. "Pensando sin pensar", esa era lo que
siempre contestaba cuando él llegaba y lo despertaba de esa ensoñación que, para
muchos espectadores, resultaba hasta un poco incomoda.
–No hagan eso – interrumpió Edward, bajando las cosas hacia el suelo
–¡¿Qué te pasa, Cullen? – desafió Mike, empujándolo por los hombros, con
violencia. Emmett gruñó y dio un paso hacia el frente, en defensa de su amigo, pero
éste le interrumpió con un gesto en la mano.
Nadie dijo nada al respecto. Al menos, no enfrente de él. Alice dedicó una mirada
envenenada a aquellos que murmuraron blasfemias en contra de su hermano, pero
trató de no darle importancia. Su mirada se viajó un momento por alrededor.
Comenzaba a oscurecerse. La hora de los fantasmas estaba cerca. ¿A cuántos
lograría ver ahora? Un escalofrío le recorrió el espinazo.
–Estás demasiado nerviosa – apuntó Jasper, besando sus cabellos – ¿Qué sucede?
Edward sonrió al verla sentada, sobre su tumba, esperando por él. Pudo apreciar
el tenue rubor que se pintó en las femeninas mejillas que, ingenuamente, intentaban
ocultarse entre la espesa capa de oscuro castaño.
–Te extrañaba
Bella sonrió.
–Gracias
–Tengo algo para ti –informó la castaña, mientras extendía su mano derecha para
que él pudiera ver la pequeña y tiesa mariposa negra que reposaba en ella – La
encontré hoy, al despertar. La vi y me pareció hermosa. Le conté los deseos que
tenía de que la conocieras, que seguramente a ti también te gustaría. Ella te vio en
mis pensamientos ¿Y sabes lo que me dijo?: Me dijo que quería estar contigo por
siempre, así como yo. Tómala, en ella no solo va su alma, si no también la mía. Son
tuyas.
Edward cogió la mariposa entre sus manos. Sintió la textura de sus negras alas
contra la piel de sus dedos. Sus ojos se encontraron con los de Bella y, luego, se
inclinó para besarla. Fue un beso breve, pero dulce. Nada que implicara marearlo o
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debilitarlo de manera considerable.
–Yo también tengo algo para ti – dijo, extrayendo un objeto, de aspecto fino y
dientes plateados, ovalado y adornado con pequeños cristales negros en las orillas.
Era un prendedor para cabello – pensaba dártelo mañana – agregó – pero no he
podido con la tentación.
Y es que Bella, al igual que el resto de los fantasmas, no podía usar, libremente,
ningún otro accesorio que no portara momentos antes de su muerte.
Eh ahí el por qué sus pies descalzos y el mismo vestido desgarrado todo el tiempo.
El motivo era simple y entendible. Hacía varias semanas, Edward le había comprado
un par de zapatos, para después invitarla a salir a pasear; ella los había rechazado,
apenada, explicándole que, si salía con ellos puestos, la gente que no podía verla,
solamente podría apreciar el calzado andando "solo", sin "nadie" que los moviera. Lo
mismo sucedería con pulseras, cadenas, ropa. Con todo objeto que no hubiera
muerto con ella...
Esta característica, que marcaba fuertemente la línea entre el mundo de las almas
en pena y el mundo de los mortales, y resultaba poco notoria para los videntes (pues
para sus ojos sería como si los fantasmas pudieran usar las prendas que desearan),
resultaba divertido para muchos de su especie, los cuales disfrutaban de entrar en
viviendas y mover cosas, solo para deleitarse con el sonoro palpitar del miedo; pero
ella, irónicamente, a pesar de ser lo que era, lo que menos deseaba era ser motivo
alteraciones, gritos, desmayos e, incluso, paros cardiacos. Así que se limitó a
encajarse el par de zapatitos de negra gamuza por un momento, para modelárselos a
Edward. Luego se los quitó y guardo en un pequeño hueco, al lado de su lápida.
Edward viajó la mirada por alrededor y, cuando comprobó que estaban solos, con
delicadeza, tomó un grueso mechón de cabello castaño, para sujetarlo con el
prendedor.
–Creo que no soy bueno para esto –sonrió, al ver que los hilos castaños se desasían
del agarre y caían, revueltos, por el rostro pálido.
Bella soltó una risita y optó por ser ella quien se peinara. El arreglo era sencillo,
improvisado; pero no hacía falta más para que él se sintiera atolondrado por su
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belleza
–Podría pasar toda la eternidad mirándote. Estoy seguro que jamás me cansaría de
hacerlo – susurró, volviendo a acariciar las suaves mejillas con la yema de sus dedos.
Estaban a punto de besarse, cuando un ruido les hizo saltar a ambos. Bella se
deshizo rápidamente del prendedor, dejándolo caer sobre el cemento de su lápida.
–Si – contestó.
La chica se mostró frente a él, incapaz de ver a la morena que se situaba a su lado.
–¿Pero qué haces aquí? ¿Por qué no vas con el resto? Nos estamos divirtiendo.
–En seguida voy – trató de resistirse, amablemente, cuando ella le quiso tomar de
la mano.
–Es un prendedor
–¿Es tuyo?
Él asintió
Volvió a asentir. Fue fácil para Jessica adivinar que ese "alguien" no era ella. Los
desmedidos celos la invadieron, pero trató no hacerlos manifiestos
–¿Conozco a la chica?
La adolescente se mordió los labios y bajó el rostro, indignada. ¿Por qué Edward
siempre la rechazaba? ¿Quién era esa muchacha? Quería conocerla. Ver qué tenía
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de especial para que pudiera lograr lo que ella no había hecho en dos años.
–¿Vendrá?
–Parece que le gustas – señaló Bella, con voz tranquila, simple –han venido todos
tus amigos esta noche.
–Por eso te decía que quería darte el prendedor mañana. Así podría verte con él
más tiempo, sin el riesgo de que alguien nos descubra– explicó
–Bella – interrumpió, cuando al fin pudo reconocer un ápice de celos en su voz –Yo
solo quiero verte a ti. Isabella – insistió, ante la resistencia de la fantasma de mirarlo
frente a frente – Te amo.
–Yo también – susurró. Edward sonrió brevemente, para después retomar el beso
que había sido interrumpido.
Sus labios se movieron sobre los de ella con lenta suavidad; acariciándolos con
dulzura y fresco sabor. Humedeciéndolos paulatinamente, hasta que la falta de
fuerzas comenzó a languidecer el agarre de sus manos e hicieron que soltara su
rostro y respirara hondo, en busca de aliento.
Él asintió, débil, aunque felizmente. Se atrevió a depositar otro beso, breve, casi
extinto, y luego hundió su rostro en el hombro de la muchacha. Sus brazos buscaron
su lugar alrededor de ella, que lo aceptó con calidez. Ambos suspiraron,
embriagados del sentimiento que les hacía bailar el pecho, que les hacía olvidar sus
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diferencias y no desear otra cosa más que estar juntos, siempre de la misma
manera.
Ligeros pasos hicieron a Bella alzar la mirada hacia el frente. Edward parecía
haberse quedado dormido por un momento, enlazado a ella. Era Alice, quien se
acercaba lentamente, no pudiendo ocultar la preocupación de ver a su hermano así
de quieto y pálido.
Alice se fijó entonces en la pequeña sonrisa que surcaba los labios de su hermano,
mientras descansaba en el pecho de esa extraña muchacha de la cual, sin duda
alguna, estaba totalmente enamorado. Suspiró. A pesar de las repentinas ojeras que
se le habían formado, no podía negar que lucía "bien"... es decir,... Feliz.
Bella se sonrojó.
–No – acordó ella, más para si misma que para la castaña – tú no lo harías... ¡Ay,
cuánto lo siento! – Soltó, súbitamente, cambiando el tema de conversación de
manera drástica – de verdad que soy inoportuna... los estoy interrumpiendo.
Alice asintió
–Pero no creo que quiera ir si no tú no vas con él. A Edward no le gustan mucho
este tipo de reuniones.
–...O contigo – agregó Alice, susurrando. Después, como si eso no hubiera pasado,
comenzó a pegar palmaditas en la espalda del muchacho – ¡Ey, dormilón, despierta!
–Lo prometo
–¡Bien! – Se alegró la menor de los Cullen – Los dejo entonces. Los espero allá, en
la fogata
–En seguida vamos – dijo Edward, tomando la mano de Bella entre las suyas
–A mí me parecen demasiado extraños – dijo una chica – sobre todo los hermanos
Cullen. Oí por ahí que Alice dice que ve fantasmas
–Eso es cierto – afirmó Jessica, con saña – hubieran visto cómo se puso aquella
noche. Temblaba de pies a cabeza, como una gallina.
–Aún no sé cómo es que puede tener a un novio como Jasper – sentenció una
morena, que respondía por el nombre de María
–Pues déjame decirte que, para una chiflada como Alice, es demasiado.
–Mujeres – refunfuñó Tayler – se comen vivas entre sí. Haber, ¿Por qué no difaman
a Edward Cullen?
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–Y dicen que los hombres no son envidiosos – musitó, por lo bajo, Jessica.
–¿Envidia yo? – Refutó Mike, con exagerada incredibilidad – No, cariño. Nada de
eso. Yo tengo mejores planes que pasar mi vida visitando cementerios. En realidad,
no entiendo por qué te desgastas en defenderlo – agregó, sin poder contenerse –
¿Acaso no te das cuenta de que prefiere estar sentado en una lápida que contigo?
Esas palabras pegaron duro a la dignidad de Jessica. Lauren soltó una risita
malvada.
–No comprendo por qué, si tanto les desagrada la personalidad de Edward y Alice,
se juntan con ellos – expresó una voz amable y casi inaudible.
Todos se giraron para ver a Ángela, que era quien había hablado.
–¡Ba! – Refutó María – Lo único que estamos haciendo es plantear puntos de vista.
No creo que tenga nada de malo decir que Alice es demasiada poca cosa para
Jasper. Es mi simple y humilde opinión.
–Creo que sería más apropiado decir que, lo que ustedes sienten hacia los Cullen,
es envidia.
–¡¿Envidia? ¡Oh, si, claro! ¡No sabes cuánta envidia me da el no poder parecer un
zombi!
Todos, menos Ben y Ángela, su novia, rieron. Algunos por lo dicho de Edward,
otros por lo dicho de Alice... Varios por lo dicho de ambos.
Cristal rechinó sus blancos dientes y frunció el ceño. De ser mortal, el rostro se le
hubiera tornado rojo, a causa de la furia. Erick también se encontraba igual de
molesto, por lo que escuchaban y veían, pero lo hacía menos manifiesto.
–No es justo – musitó la pequeña, con los ojitos llenos de lágrimas – ¿Cómo pueden
tener el alma, la vergüenza de hacer esto?
–Son humanos, al fin de cuentas – contestó Erick, besando sus cabellos para
intentar tranquilizarla – Recuerda que la mayoría se preocupa más por alimentar su
egocentrismo, en lugar de su estomago.
Cristal suspiró, con tristeza. Sus azules ojos, fríos como el hielo, se fijaron en el
estúpido humano, de rubios cabellos, que no cansaba de remedar a Edward. Y es
que, aunque ella no hubiera platicado mucho con el aludido mortal, lo quería por el
simple hecho de ser quien hacía feliz a su amiga, a su hermana.
–A darles una lección. Dudan de nuestra existencia, ¿no? Acusan a los hermanos
Cullen de ser locos, solo por que ellos sí tienen la capacidad de vernos, por que
ellos, en realidad, sí están conscientes de lo que hay a su alrededor. ¡Pues bien!
Ahora veremos si, después de esta noche, se atreven a decir que nosotros, los
fantasmas, no existimos.
Si, vamos, díganlo: soy un monstruo. T_T disculpen. Ya les había dicho que
iba a tardar y no exageraba en decir que la universidad me absorbe por
completo. Siento mucho la demora. Les aseguro que hago todo lo posible
por actualizar lo más pronto posible, pero hay días que en lo único que
quiero hacer, al llegar de la escuela, es tirarme en mi cama, escuchar
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música clásica y dormir...
En fin, espero este capítulo les haya gustado y haya compensado la espera. Lo
bueno está a punto de venir ^^. En el siguiente capítulo veremos a nuestra querida
Cristal jugando un poco con estos chicos venenosos ¬¬ (Dios, yo escribo sus líneas y
los odio xD)
Atte
AnjuDark
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La Fiesta
No cuenta nadie más, nadie podría torcer por bien o mal mis intenciones.
Con tal fuerza estás en mí arraigada que el mundo, salvo tú, parece
muerto.
Sonetos – W. Shakespeare.
Capítulo 9: La Fiesta.
–Cristal, espera – frenó Erick, tomándola del brazo – ¿Qué es lo que piensas hacer?
–Ellos son buenas personas y tienen un alma pura, no se asustarán – afirmó Cristal
– lo que provoca el miedo de la gente es su propia conciencia.
–No es necesario que me sigas – le dijo Cristal, con voz tierna. Él sonrió y acarició
una de sus mejillas
Los labios de Cristal dibujaron una sonrisa y el azul de sus ojos destelló, opacando
la luz de la plateada luna. Las manos de Erick asieron las suyas y juntos se
dirigieron hacia el revoltoso e inmaduro grupo de adolescentes.
La niña se dirigió hacia Mike. Era su presa predilecta. Se acercó, sin que nadie
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más lo notara. El rubio seguía hablando y acariciando, teatralmente, a la tumba.
Casi todos reían. Algunos prestaban más atención a María, que remedaba a Alice de
manera casi grosera.
"Ya estamos despiertos" – pensó Cristal, uniendo energías para que su cuerpo,
fuera de traspasar a la simple masa, cálida y mortal, que tenía por objetivo, tuviera
la fuerza necesaria como para ejercer un contacto que resultase "notorio"
Y así fue. Las risas de Mike cesaron al sentir éste un empujón dado sobre su
hombro.
–¿Quién fue? – Exigió saber, ante la mirada inquisitiva de todos sus compañeros –
¡¿Quién fue?
–Mike, ¿nos podrías decir qué te pasa? – Exigió María, plantándose frente a él y
retándole con la mirada – ¡Ey! ¡Contes...!
Erick sonrió de manera traviesa. Era su turno. Los fantasmas podían producir
pequeñas ráfagas de viento. Las ramas de los árboles se agitaron de manera
tenebrosa, inquietando a todos los presentes. Luego, caminó hacia la tumba que,
después de que Edward los dejara, habían vuelto a tomar como mesa de aperitivos.
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–¿Me ayudas? – le preguntó a Cristal. La niña asintió y, juntos, comenzaron a
arrojar las cosas al suelo.
–No somos nosotros – susurró María, con los labios pálidos de tanto terror
–¿Qué no son ustedes? – Se mofó Tayler, simulando estar tranquilo – ¿Qué esperan
que creamos? ¿Que el fantasma de esta tumba se ha enfadado en realidad?
Y, como respuesta, las cosas que habían caído al suelo se alzaron, danzando
"solas" en el aire. Cristal agarró un vaso desechable y lanzó directamente hacia el
rostro de Mike, haciendo, en seguida, lo mismo con María. Erick, por el contrario, se
limitó a golpear la tierra húmeda con una roca, provocando un sonido hueco, casi
imperceptible, pero estremecedor.
–Dicen por ahí que hierva mala nunca muere – confió la niña – no creo que les de
un paro cardiaco si aparecemos frente a ellos.
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Erick dilató la mirada. Cristal no era muy dada a mostrarse frente a los mortales
que carecían de la capacidad para verlos. A decir verdad, casi ningún fantasma lo
hacía. Muchos pensaban que era desafiar las leyes de la naturaleza, además de que
requería de un desgaste de energía muy grande que no valía la pena.
Solamente las almas demasiado rebeldes usaban esta cualidad para asustar
cruelmente a los mortales, apareciendo frente a sus ojos y diluyéndose en la nada al
segundo siguiente. Algunos se limitaban a concentrar la energía necesaria para
hacer notoria su voz y, así, proferir gritos agudos que le enchinaban la piel hasta al
más valiente.
–Hagámoslo – alentó.
–¿Ya te arrepentiste?
–¿Y quién dice que no quiero?– preguntó divertido, jalándole de la mano – vamos,
que no falta mucho para que salgan corriendo.
–Pero...
–Te reto a ver quién provoca más gritos – interrumpió. Cristal le miró por un
momento. Luego sonrió y asintió, mientras llevaba sus manitas hacia su cabello y se
lo alborotaba – espeluznante...
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–¡No puedo creer lo que hicieron! – exclamó Bella. Cristal y Erick inclinaron el
rostro hacia abajo – ¿Cómo es posible...?
–¿Burlando?
–Y de la peor manera. Piensan que están locos por darle tanta importancia a los
muertos. Por eso Erick y yo decidimos mostrarles que en realidad existimos.
Para Bella no había sido difícil descubrir de quiénes se trataban. Molesta, había
ido en busca del pequeño par, pensando que todo había sido producto de una
travesura incontenible. Aunque, ya sabiendo el verdadero motivo, todo cambiaba.
Cristal soltó una risita. Era un alivio saber que Bella ya no estaba disgustada con
ellos.
La castaña asintió
–Es mejor dejarlo sólo un momento para que recupere todas sus energías.
La niña hizo un mohín y suspiró, intentando ser comprensiva. Erick, por lo tanto,
se limitaba a jugar con uno de sus rizos.
–Pareces preocupada por algo más – apuntó, sin desviar la mirada de las hebras
doradas que acariciaba con la punta de sus dedos.
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La castaña se mordió el labio inferior cuando Cristal fijó sus inquisitivas pupilas
sobre ella. Sabía que no tenía caso alguno ocultar la verdad; además, necesita un
consejo.
–Cristal, Erick... ¿Creen que sería mala idea ir a esa fiesta y mostrarme ante
todos?
–¡No! ¡Ni lo digas! – Interrumpió Cristal – Ya estás aquí, Bella. ¡No puedes
arrepentirte ahora!
–Deja que me quite los zapatos y el vestido – suplicó, deshaciéndose del prendedor
que adornaba sus cabellos. La pequeña frunció el ceño y, con firmeza, le encarceló
las muñecas para que desistiera de quitarse sus prendas.
–No dejaré que te dejes intimidar por tus miedos. Entrarás a esa casa, así como
estás. ¡Tú así lo quieres, Bella! ¡Deseas esto!
Y así, entre ambas, comenzaron una discusión que llegó a oídos de Edward.
–¡Toca!
Edward volvió a escuchar la delicada voz infantil al otro lado de la puerta y estuvo
seguro de que no se trataba de su imaginación. Miró hacia el reloj, Bella ya debería
de haber entrado para materializarse a su lado, como siempre solía hacerlo.
Decidió ir a investigar qué sucedía. Se abrió paso entre todo el gentío ahí presente
y abrió la puerta. Aparentemente no había nada, más que el pasto agitándose por el
viento y la luna plateada adornando el cielo. Sin embargo, su nariz pudo detectar
ese delicado aroma, imposible de confundir. Dio tres pasos más hacia delante y
buscó a la dueña de esa esencia divina. No fue difícil encontrarla. ¿Cómo pasar
desapercibida tanta hermosura? Una encandilada sonrisa levantó las comisuras de
sus labios y, de manera inconsciente, sus pies se movieron hacia ella.
Bella bajó el rostro, tímida y temerosa, cuando estuvieron frente a frente. Él asió
su mano entre las suyas. Eran tan suaves y frágiles, que amenazaban con diluirse en
el aire.
–Gracias – musitó la fantasma, con las mejillas ardiendo ante el fino tacto que
comenzaba a acariciarlas – Yo... espero no te moleste...
–Te lo dije – una vocecita interrumpió, haciendo saltar a ambos. Habían olvidado
de que Cristal y Erick aún estaban ahí – Realmente Bella suele ser demasiado
- 94 -
insegura. A veces me ocasiona muchos problemas y corajes.
–¿Estás lista?
–Hmm... Pues creo que eso si será algo difícil – acordó, acariciando su mejilla e
inclinándose para acortar la distancia que separaba sus labios – ¿Quién podría
confundirte con un simple mortal? Estoy seguro que, cualquiera que te vea, pensará
que se ha topado con un ángel.
La fantasma cerró los ojos y suspiró. Creía casi imposible que, aún estando
muerta, fuera capaz de sentir mariposas revoloteando en el estomago.
–No creo que sea buena idea el que me beses ahora... – logró susurrar, cuando la
boca de Edward casi tocaba la suya
El rostro de Bella se ensombreció, como cada vez que era testigo del interés que
había hacia Edward, por parte de esa humana. No eran celos, o al menos ella no lo
veía de esa manera, pues sabía que, por alguna extraña razón, él la amaba. Y eso era
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precisamente lo que le atormentaba: el que Edward la prefería, cuando era incapaz
de darle todo lo que él se merecía.
"Si fuera mortal, todo sería distinto..." – se lamentó, como tantas otras veces,
mirando a sus pies.
Ella sonrió. Quizás dar rienda suelta a este sentimiento estaba mal, pero nada
podía hacer ya por controlarlo.
Jessica apareció frente a ellos y su rostro no disfrazó la poca gracia que le hacía
ver a Edward tomando de la mano a esa misteriosa y pálida chica.
"¡¿Qué? ¡¿Es ella?" – Se escandalizó – "¡Cielo santo! Pensaba que era más linda..."
Jessica decidió ignorar el mareo que le llegó después del saludo. Al igual que
también prefirió no dar importancia a la textura tan extraña de la piel que acaba de
rozar. Por el contrario, dio media vuelta y comenzó a caminar a la par de la pareja.
–Todo estará bien – animó Edward, hablando muy bajito, al ver la vacilación de
Bella al estar frente a la entrada que los llevaría dentro de la casa.
La fantasma suspiró, armándose de valor, mientras que la puerta era abierta por
obra de Jessica. Las luces de colores pegaron directamente hacia sus ojos,
haciéndola respingar. Edward la cubrió al instante con sus brazos, protegiéndola, y
depositó un beso sobre su frente. Permanecieron así un par de segundos, en lo que
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sus pupilas se acostumbraron al refulgente ambiente.
–¿Estás bien?
–Si – asintió, separando el rostro de su pecho, sólo para encontrarse con varias
miradas puestas sobre ella.
"¡Ja! No se podía esperar menos. Era de imaginarse que se buscaría una tía con la
misma pinta de enterradora" – se mofó Tayler
"Extraña, si. Tal vez demasiado pálida; pero si le quitamos la pinta de gótica, es
muy guapa..." – pensaba Mike, examinándola lascivamente.
Los ojos de la pequeña brillaron de emoción y, sin pensarlo, se lanzó hacia los
brazos de la fantasma
Una sonrisa se dibujó el rostro de Edward. Era agradable ver que su hermana ya
no le temía a Bella. Las dos muchachas se alejaron al instante después, justo cuando
Esme y Carlisle hicieron acto de presencia.
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–Mamá, papá – se apresuró a decir Edward, en voz alta y segura, sin soltar la
mano que sostenía entre las suyas – Les presento a Bella, mi novia.
Esme fue la primera en deshacerles de la duda. Con una sincera y dulce sonrisa,
caminó hacia la castaña y le extendió su mano.
Su hijo siempre había sido una persona solitaria y, aunque la noticia fuera
demasiado repentina, le hacía feliz el saber que había encontrado a alguien a quien
querer.
Y es que, ¿Cómo era posible que ninguno de los dos dijera algo sobre la pinta de
muerta que tenía la dichosa Bella? Jamás iban a comprender que para Carlisle y
Esme eso importaba poco. Al final de cuentas, se trataba de su hijo. Si él estaba con
esa muchachita era por un motivo fuerte y sincero. Y eso era suficiente.
–No recuerdo haber estado tan nerviosa antes. Aún nos siguen viendo – apuntó,
cabizbaja. Él la cubrió con sus brazos y besó la punta de su nariz
–No les tomes importancia. Ellos... siempre son así. Muchas gracias – agregó, con
un suspiro, mientras comenzaba a jugar una punta de sus cabellos.
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–¿Por qué?
–Por hacer esto por mí. Sé que no te ha de estar resultando fácil. Has de estar
agotada.
Ella se perdió la esmeralda de sus pupilas y fueron esta vez sus manos las que
delinearon, lentamente, cada ángulo de su rostro masculino. Edward cerró los ojos,
disfrutando de la sensación que ese ligero tacto le transmitía.
Jessica apretó los dientes al contemplar la escena desde el lugar en el que bailaba
y, al no poder soportarlo más, aventó a Mike a un lado y decidió ir a interrumpir.
–¿Ah no? Qué lastima – hizo un teatral puchero – ¿Entonces piensan pasar toda la
noche sentados aquí, sin hacer nada y aburriéndose?
Y la fiesta prosiguió. Alice se acercó un momento, sólo para que Bella y Jasper se
conocieran. Al igual que Emmett y Rosalie, que llegaron poco después, tomados de
la mano. El moreno apenas y podía disimular su fascinación y tuvo que morderse
fuertemente la lengua para no hablar de más y meter la pata, diciendo que había un
fantasma en la casa, abrazada a su amigo.
Nadie pareció notar el detalle de que Bella no había comido nada en toda la noche.
Ni si quiera pastel. La celebración comenzaba a llegar a su fin y varios invitados
comenzaban a marcharse.
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Era más de media noche y sólo quedaban los amigos más allegados de los
hermanos Cullen, para cuando Alice se dispuso a abrir sus regalos. Todos, incluidos
Bella, Carlisle y Esme, se sentaron alrededor de la gran pila de presentes. La
pequeña saltó sobre ellos y, con un entusiasmo altamente contagiadle, comenzó a
abrirlos uno por uno. Se encontraba desgarrando una envoltura de color cobre, para
cuando llamaron a la puerta.
–Seguramente alguien olvidó algo – dijo Jasper, ayudando a su novia para que se
pusiera de pie.
Edward frunció el ceño y miró hacia el reloj. Era demasiado tarde como para tener
visitas. Aún así, soltó la mano de Bella y comenzó a caminar hacia la entrada y, al
abrirla, halló en el suelo dos cajas de regalos de envoltura plateada. Una con un
lujoso y laborioso moño color negro y la otra con uno de color morado. Divisó
también una nota con dedicatoria, la cual, al leer, tensó todo su cuerpo.
Oh, si. Sé que no tengo perdón por tardar tanto, pero ya saben que toda la culpa la
tiene la universidad ¬¬. ^^ Espero me disculpen. Mientras, ¿Qué les ha parecido el
capítulo? Algo largo ¿no? Ojala les haya gustado. ¿Me dejan su opinión al respecto?
Ya saben que sus comentarios me motivan y le dan energía a mi fantasmal
neuronita^^. Bueno, ya me voy. Gracias por su apoyo y nos leemos en la próxima
actualización
Atte
AnjuDark
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Pasado
Jugueteó una vez más con la pequeña caja que bailaba entre sus dedos. Su verde
mirada estaba sombría, temerosa. ¿Quién la habría enviado? Quería pensar que todo
era producto de una mala broma por parte de Mike o algún otro de sus compañeros,
pero...
Sintió una mano acomodarse sobre su hombro. Alzó la vista y sonrió al ver a la
fantasma que le miraba con preocupación.
–Ellos no son mis padres – discutió él – unos padres no abandonan a sus hijos en
las calles. Discúlpame – agregó dulcemente, al ver que el rostro de la castaña se
había ensombrecido – no quise sonar tan amargado, pero...
–Créeme que hay cosas peores que tus padres pueden hacer, en lugar de
abandonarte. Recuerda que, gracias a ello, estás con Carlisle y Esme; estás con
Alice...
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Edward hundió el rostro en sus cabellos y soltó una apenada risita
Ella cerró los ojos y los abrió, al sentir que sus labios comenzaban a ser
acariciados por una suave tela de dulce terciopelo – Supongo que ahora, que
estamos en mi recamara y todos piensan que tú te has ido a tu casa y yo estoy
durmiendo, no importa si hago esto, ¿verdad?
La fantasma no contestó. Se limitó a hilar sus pálidos dedos en los cabellos del
muchacho, para atraer su boca hacia la suya. Edward suspiró ante la maravillosa
sensación que le ocasionaba ese aliento fresco entrando por su garganta y, sin darse
cuenta si quiera, su cuerpo fue empujando al de Bella hacia atrás, hasta que éste
quedó completamente acostado sobre la cama, debajo del suyo.
Ambos pares de labios se humedecían, cada vez con más dulzura y pasión,
mientras Edward intentaba delinear, con la punta de sus dedos, cada parte de sus
sonrojadas mejillas.
–Eres tan hermosa – susurró, con la respiración entrecortada, mirándola a los ojos.
Era tan maravilloso comprobar que era capaz de sentir cada curva de Bella
pegada a su cuerpo, que apenas y lo podía creer. Y es que debajo de él no había un
alma vagando por la tierra, si no una mujer de carne y hueso que vibraba bajo sus
caricias.
Suspiró y besó los pálidos parpados. Sus largas pestañas le cosquilleaban los
labios, que dibujaban una sonrisa feliz, pero agotada.
Él aceptó y recargó su cabeza sobre su pecho. Cerró los ojos, mientras la mano
blanda acariciaba sus cabellos y le adormecía. Si existía un paraíso, debía de ser en
el lugar que se hallaba: entre la cuna de sus brazos, entre la suavidad de su piel,
entre la dulzura de su olor... No importaba si ella no existía para el resto del mundo.
Poco afectaba el saber que, si alguien se llegaba a asomar en ese momento por la
puerta, solo le vería a él, "solo", tendido sobre la cama...
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.
Para cuando Edward despertó, Bella ya no estaba. Miró hacia el reloj, era cerca
del medio día. Se paró de la cama con apremio, sintiéndose culpable por tanta
pereza.
Bajó las escaleras, después de haberse dado un frío baño. Ahí encontró a su
hermana, sentada en la sala, jugando con la última caja de regalo recibida, mientras
aparentaba ver la televisión.
Se acercó a ella, con cautela para no asustarla. Alice ni si quiera notó que él se
había sentado a su lado.
–Por cierto, Bella lucía magnifica ayer – dijo, para distraerse. La sonrisa
encandilada de Edward no se hizo esperar
–¡Oh, por todo lo santo! Tengo que grabar esto, hermanito – soltó Alice. Él le
dedicó una mueca rara, mientras ella se cubría la boca para contener sus risitas
–Lo sé, lo sé. Discúlpame – pidió la muchacha, mordiéndose el labio inferior para
mantenerse serena – Es sólo que... jamás creí verte así... tan... enamorado. ¿Sabes?
Siempre tuve esa intuición de que no te ibas a fijar en una chica "normal" y ahora
veo que estaba en lo cierto. La dueña de tus pensamientos resultó ser una...
fantasma ¿Quién lo diría, sabiendo el número de admiradoras que tienes allá afuera?
Edward rió, un poco apenado. No le eran muy cómodos ese tipo de comentarios.
La "popularidad" era uno de los temas que menos le importaban. A decir verdad, no
tenía ni la más mínima idea de quiénes eran esas "admiradoras" de las que tanto le
comentaba su hermana y o Emmett (Dudaba de que en realidad existieran) Y
tampoco estaba interesado en investigarlo.
–No lo sé – admitió él – lo que sentí al verla por primera vez fue... algo
indescriptible. De alguna manera tuve la necesidad de acercármele. Me sentí
fascinado, hechizado. Desde esa noche no dejé de pensar en ella. Fue como si mi
alma se hubiera fundido con la suya en ese preciso instante... Bella no es sólo la
dueña de mis pensamientos, Alice. Bella es la dueña de mi vida, de mi corazón, de
mi todo.
–De tu todo – acordó la pequeña, intentando ocultar su tristeza, con una sonrisa.
Hasta de tu muerte...
¿Cuándo fue el día exacto en el que morí? Quien viera mi lápida diría que fue en
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un desconocido día del año dos mil siete; pero yo sé que no es verdad. Al menos, no
desde mi punto de vista.
Yo pienso que la muerte puede llegar desde mucho antes de que nuestra alma
física perezca y el cuerpo que nos ha sido otorgado se vuelva inservible. ¿Cómo?
Sólo basta con prestar un poco más de atención alrededor y comprobar que son
pocas las personas que realmente viven. Generalmente, todas se han convertido en
máquinas blandas, objetos de una imposición social que sólo nos hace seguir normas
sin sentido.
Era hija única de un millonario matrimonio y viví la típica infancia de aquel niño
que tiene todo tipo de juguetes, atenciones y vestidos a cambio del cariño de sus
padres. Típico. No es algo nuevo. Historias como la mía hay cientos. Algunas
guardadas en un cofre de secretos, otras deambulando libres en las calles y otras
más, como en mi caso, enterradas debajo de la tierra. Pero, desafortunadamente, el
factor repetitivo no afecta en nada a la desgracia que cada individuo siente al ser
participe de una historia tal cual. De ser así, las personas podrían acercarse al
hombre o mujer que llora a los pies del cuerpo interfecto de la persona amada y
decirle "¿Por qué sufres? Se dice que, en el mundo, mueren cuatro personas por
segundo. Hay más gente que, al igual que tú, está pasando por esto... No eres el
único"
Sería ridículo, ¿no? Pues lo mismo pasa con esos pequeños detalles que, si no lo
has experimentado en carne propia, no puedes comprender jamás la terrible
desdicha que provocan.
La primera vez que intenté terminar con mi vida fue cuando tenía solamente diez
años. Siempre fui mala para todo tipo de deportes, así que salté hacia la piscina de
la casa. Aún recuerdo que el agua estaba helada y entró a borbotones por mis
pulmones, pero yo me sentía feliz. La muerte me estaba resultando sumamente
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deliciosa, hasta que ese chico me "salvó"
Y lo hice. Abrí los ojos, y las lágrimas no se hicieron esperar al ver que me
encontraba en el mismo lugar y que seguía miserablemente viva. Aunque... debo
admitirlo, no todo fue tan malo. Esa misma mañana también lo conocí a él: a mi
Jacob, mi mejor amigo... el único en quien lograría confiar en mi mortalidad.
Mi amistad con él no fue nada fácil, debido a que él era hijo de la cocinera y mis
padres poseían esa "mentalidad" tan cerrada que les hace creer que, sólo por tener
una inmensa mansión, eran más que el resto. Aún así, ambos siempre nos las
ingeniábamos para mirarnos y platicar.
Estar a su lado fue lo que hizo soportable los siguientes cuatro años de mi vida. Él
siempre me escuchaba y, de alguna manera, siempre encontraba la manera de
hacerme sonreír. Si en mi vida mortal, alguna vez tuve momentos felices, esos
fueron los que compartí en su compañía, viendo su socarrona expresión,
adentrándome en sus negros ojos.
Pero las personas tarde o temprano se van y tan sólo sus recuerdos permanecen
en nosotros. La más grande y dolorosa ironía de mi existencia fue lo que pasó en ese
verano, cuando supe que Jacob había muerto.
La segunda vez que atenté contra mi vida fue justamente un año después de la
muerte de mi amigo. Un frasco de pastillas fue mi solución fallida. Cuando abrí los
ojos, me encontraba en un hospital... y lloré. Lloré lo que no había llorado desde que
Jacob me había sacado de esa piscina.
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Me convertí en la vergüenza de mis padres, quienes optaron por internarme en un
manicomio, después de decirle a sus amistades de que me había ido a estudiar al
extranjero.
Aún me sigo preguntando si, en realidad, nunca nadie comprendió que lo único
que yo quería era morir para abandonar este mundo que tanto asco me causaba.
Era una noche muy fría de invierno cuando logré escapar de ese infierno vestido
de blanco. La lluvia caía con granizo, mojando mis cabellos y mis ropas. Y corrí sin
rumbo, ignorando las heridas que el suelo causaba a mis pies descalzos.
No fue hasta que estuve segura de estar ya muy lejos de Phoenix, hasta que me
detuve. El lugar en el que me encontraba estaba nevando y mi cuerpo temblaba de
pies a cabeza. Me acurruqué cerca de un inmenso pino y comencé a reír al sentir las
lacerantes punzadas que el frío me mandaba.
Sabía que, al fin, mi muerte estaba cerca. Pero yo quería apresurarla lo más
posible. Mis ojos miraron fijamente al bisturí que había logrado robarle a una de las
enfermeras y, antes de que empezara enterrarlo en mis venas, cerré los ojos y
recordé a la única persona que había querido, hasta ese entonces: a mi Jacob...
Aún no expiraba para cuando las luces de la pequeña y humilde cabaña, que se
encontraba a pocos metros de ahí, se encendieron. Un par de ancianitos se
acercaron y trataron de ayudarme, pero ya era tarde. Mis últimos minutos los pasé
al lado de una sencilla chimenea, arrullada por el dulce canto de la señora que
peinaba mis cabellos y cambiaba mis ropas por un desgastado vestido negro.
Y fue, segundos antes de mi muerte, cuando supe lo que era el amor maternal...
A ese matrimonio, que falleció dos meses después, les debo el que mi cuerpo no
haya sido masacrado por los lobos.
.
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.
–¿Dónde está Bella? – preguntó Edward, por enésima vez, al pequeño par de
fantasmas que tenía al frente.
–Cristal, Erick, díganme dónde está Bella – intentó una vez más, obteniendo, claro,
el mismo resultado – ¿Le ha pasado algo?
–¿Entonces? – insistió.
–¿Por qué no? – Exigió saber, mirando fijamente a ambos niños – no me voy a ir de
aquí hasta que no me den una respuesta – declaró
Cristal se mordió su labio inferior, con gesto nervioso. ¿Qué era lo que ocurría?
–Edward, no la mal interpretes – salió Erick en defensa – ella tiene sus razones
Razones...
Intentó comprenderlo pero no podía. Si Bella no quería estar con él esa noche,
¿por qué no se lo decía ella directamente? Además, ayer se veía tan animada con la
idea de salir a dar un paseo, ¿Cómo es que había cambiado tan drásticamente de
parecer?
–Supongo que si es así, no hay nada que se pueda hacer – se resignó, poniéndose
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de pie.
La sombra que opacaba el brillo de sus ojos resultó muy dolorosa para Bella que,
escondida entre los arboles, había observado todo el teatro desarrollado. ¡Cuánto
odiaba verlo así por su culpa!, pero no se podía mostrar frente a él. No en la forma
en que estaba...
–¡Espera! – Llamó Cristal, frenando los pasos del pálido muchacho – Edward,
¿cuánto amas a Bella?
–Cristal...
–Eso quería escuchar – sonrió Cristal, triunfante, mientras lo asía por la mano y lo
guiaba hacia donde su castaña amiga estaba oculta y petrificada – Bella, sé que no
me perdonarás por esto, pero creo que lo que estás haciendo es innecesario.
–Aléjate – fue lo dijo – no quiero que me veas – pero él no le hizo caso. Al contrario,
la levantó del suelo, tomándola entre sus brazos, notando cómo ella ocultaba el
rostro en su pecho y temblaba.
–Bella, ¿Qué ocurre? ¿Estás lastimada? – Ella negó con la cabeza – ¿Entonces? –
Insistió – Bella, ¿por qué no me miras?
¿Qué estaba pasando? Había hecho lo mismo innumerables veces y jamás había
notado tal detalle. Bajó la mirada hacia los pequeños pies descalzos y evidenció que
también éstos se mostraban muy lesionados y comenzaban a sangrar.
–Por eso no quería que me vieras – contestó la morena – esto ocurre a cada año,
justo el día en el que abandonamos nuestras vidas como mortales. Nuestra alma
adquiere la forma que tuvimos antes de morir para que no olvidemos el error que
nos condenó a permanecer en la tierra.
–Todo es cierto – asintió – Los videntes tienen la capacidad de ver nuestro pasado
en este día, por que somos más vulnerables. Perdóname. De verdad no quería
hacerte pasar por esto... Se me olvidó que hoy... Lo siento tanto...
Inclinó el rostro hacia abajo y apretó los labios para reprimir el llanto que le había
cerrado la garganta. Estaba segura de que esa noche lo perdería ¿Quién podría
amar a una persona que no valoró ni su propia vida? ¿Quién podría querer estar al
lado de alguien que fue condenado solo por su cobardía? Era justo si él se iba y la
dejaba... Era justo, trató de convencerse.
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Unos brazos cálidos enrollando su cuerpo la deshicieron de esos pensamientos.
Y fue el dolor que bañaba a esas sinceras palabras lo que la desarmaron por
completo, haciéndola llorar... por tercera vez.
–Perdóname...
–No – interrumpió ella, viendo como ese par de ojos verdes se enrojecían por el
llanto contenido – tú me has dado más de lo que yo me merezco, Edward. Créeme
que no me arrepiento de nada, pues te conocí a ti.
El muchacho se inclinó para rozar sus labios por un breve momento. Necesitaba
de ese dulce sabor para calmar la impotencia que le calcinaba el no poder hacer
nada para retroceder el tiempo y borrar todo el daño infligido en esa frágil
muchachita que tanto adoraba.
–No volverás a sufrir, Bella – juró, mirándole a los ojos – Ahora estoy aquí, contigo,
y siempre cuidaré de ti. ¿Entiendes?
La fantasma asintió. Luego, cerró sus ojos, mientras Edward acortaba la distancia
que les separaba y comenzaba a humedecer sus labios... Reiterando, con ese dulce y
sincronizado movimiento de sus bocas, su promesa. Y consagrando, en ambas almas,
lo que estuvo claro desde el principio:
Hola ^^. Bien, aquí les traigo lo que muchas querían saber: el por qué Bella es un
fantasma. Espero les haya gustado ^^. La verdad, me costó horas enteras escribir
este capítulo T_T (Mi neuronita fantasmal amenaza con desintegrarse) pero un
review para saber qué les pareció podría compensar todo el esfuerzo ^^ (jeje)
AnjuDark
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Paraíso
Estrecharla entre mis brazos era para mí más natural que oír los latidos de mi
corazón.
—Deberías irte a casa – dijo Bella, acariciando las anguladas mejillas del
muchacho que la acunaba entre sus brazos – Hace demasiado frío. Te vas a
enfermar
—Pero esta vez quiero que sea diferente. No quiero que temas. Quiero que te
convenzas que yo siempre te cuidaré.
—No podrás cuidarme si pescas un resfriado. Además, falta poco para la media
noche. A partir de ahí todo volverá a la normalidad.
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—Te amo. Tal vez te canses de escucharlo todo el tiempo, pero, esta necesidad de
hacértelo saber es más fuerte que mi necesidad de respirar. Mucho más fuerte
—¿Porqué? – Preguntó ella – ¿Por qué, habiendo tantas chicas mejores que yo,
humanas, me has escogido a mí?
—Por que eres diferente– contestó Edward, mirándole a los ojos – Por que sólo
contigo siento paz. No me importa si eres o no mejor que las otras, Bella. Tampoco
me importa que no seas humana. Para mí lo eres todo...
La castaña hundió el rostro en su pecho, sin decir nada más, y suspiró, complacida
y triste a la vez. Aún así Edward dijera todo lo contrario, ella sabía que no era cierto.
¿Cómo comprender que un ángel ha bajado del cielo sólo para coger, entre sus
manos, a la flor más marchita de esa inmensa pradera? Seguramente iba a llegar el
día en que él alzaría la vista y contemplaría más allá de sus pétalos caídos, aspiraría
nuevos olores, vislumbraría nuevos colores y se alejaría, dejándola nuevamente
sola... Y eso... estaba bien... Pues, desgraciadamente, aún no era lo suficientemente
egoísta como para desear que él fuera condenado a errar toda la eternidad, sólo
para tenerlo a su lado.
Alice dejó escapar un leve jadeó, mientras su mirada se perdía en las imágenes
difusas, tan rápidas como un torbellino en plena acción. La secuencia de éstas era
siempre la misma y cada vez más frecuente, pero no por ello dejaba de asustarla.
Pequeños detalles se iban añadiendo paulatinamente, detalles casi imperceptibles
que ella apenas y lograba captar.
Dos rostros, un hombre y una mujer, de los cuales solamente lograba distinguir el
color de sus ojos, verdes como frías esmeraldas. Luego, la voz de Edward, ahogada
por incesantes gritos. Bella, sentada como una estatua en una fría y neblinosa noche
en el cementerio. Lechuzas cantando y volando sobre su cabeza. Una luna eclipsada
por brumosas nubes. Un cuervo. Jasper queriendo alcanzarla. Llanto... Un funeral.
Gente cantando lúgubremente alrededor de un inmenso y lujoso ataúd con forro de
terciopelo negro, adornado por flores y velas...
—Alice – la suave voz de su novio la rescató de ese teatro que tanto odiaba – ¿Qué
sucede? – no fue hasta que sus mejillas se vieron acariciadas por sus gentiles manos,
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hasta que notó que estaba llorando.
Alice bajó el rostro, huyendo de su mirada. El rubio suspiró y se inclinó para besar
su frente, luego agregó, con voz dulce:
—Ha de resultar muy difícil para ti confiar al resto de las personas ciertas cosas.
Los humanos somos ingenuos por naturaleza. Nos encanta automentirnos.
Aceptamos las verdades que nos convienen y tachamos como prejuicios, mitos y
leyendas a lo que nos asusta, solo para sentirnos más "seguros". Pero, Alice, yo sé lo
especial que eres. Yo sé que tú puedes ver cosas que muchos de nosotros no
podemos...
La pequeña clavó su verde mirada en la de él. Había sólo temor en sus pupilas.
—Desde que hablamos por primera vez – admitió el chico – Esa misma tarde,
recuerdo que tu me dijiste "qué bonita casa", mientras señalabas hacia un patio
baldío en donde, efectivamente, tenía más de tres años se había incendiado por
completo una mansión.
—Todo este tiempo he actuado como si no lo supiera, por dos cosas. La primera,
para protegerte; la gente suele ser muy cerrada y se les facilita más etiquetar de
locos a los que no son iguales, que a aceptar que existen personas mejores que ellos
mismos. Y la segunda, esperaba a que fueras tú quien me lo confiara algún día.
—Alice, te amo – le aseguró, confirmando con la intensidad de sus azules ojos sus
palabras – Y te amo más por lo especial que eres. Confía en mí – pidió – tal vez no
pueda ayudar en mucho pero, al menos, te prometo que buscaré una forma de
tranquilizarte cuando estés inquieta o tengas algún problema.
El rubio la apretó más hacia su pecho. Sus labios descansaron largo rato sobre su
frente. Ella cerró los ojos.
Sonrió nada más al verla y, olvidando el volumen sobre la mesa, se levantó para
tomarla entre sus brazos y hacerla girar sobre el aire.
Ella soltó una risita, cuando sus descalzos pies volvieron a tocar el suelo.
—Puede ser – acordó él, mientras la jalaba hacia la cama – Pero, de ser así,
deberías de tener mucho miedo. Dicen que cuando un loco actúa como si no lo
estuviera, es un ser muy peligroso – sus ojos brillaron maliciosamente – ¿Le asusto,
- 116 -
señorita?
—Ni a eso.
—Bien – tomó su mano y la llevó a sus labios – Me gustan las mujeres valientes.
Razón de más para amarte.
Edward se estiró para alcanzar el libro que había olvidado en la mesita de noche y
se lo ofreció.
—Julietta – leyó las enormes letras doradas sobre la blanca superficie. Abrió el
libro en la parte donde estaba el marcador y leyó el grueso párrafo destacado con
una delicada línea gris. —Parece un señor inteligente.
La fantasma siguió leyendo otro párrafo. Luego, sus cejas se arquearon y las
mejillas se le ruborizaron. Sus ojos, sorprendidos, se volvieron a hallar con los de él.
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El muchacho soltó una carcajada.
—Tienes razón. Al final de cuentas, Él es muy cruel. Si fue capaz de hacer sufrir a
alguien como tú, ¿por qué se habría de tentar el alma con otra persona?
Ella negó con la cabeza y, con tristeza, susurró. —Lo que me hizo fue justo. Yo no
valoré mi vida. Habiendo tantas personas agonizando, luchando contra la muerte, yo
la desperdicié.
—Hay personas que tiran la comida, aún sabiendo que hay gente muriendo de
hambre – recordó Edward – y no por eso...
La fantasma tomó su rostro entre sus manos y le silenció con un breve beso en los
labios.
—No lo odies por lo que me hizo. Créeme, después de todo, Dios ha sido muy
bondadoso conmigo. Estando en la Tierra, te conocí a ti. Eso ya es mucho más de lo
que yo merezco.
Y, sin darle al muchacho tiempo de discutir, cubrió sus labios con los suyos,
emprendiendo un apasionado beso que los llevó a caer sobre la cama. Ella encima
de él.
—No – frenó Edward. – Espera – Los ojos de Bella se encontraron con los suyos,
que ardían como lava verde en medio de la oscuridad arcaicamente quebrantada por
la luz de la lámpara – Déjame acariciarte – pidió, acomodando una mano sobre su
cuello – Quiero sentirte.
- 118 -
La castaña no tuvo consciencia alguna para negarse. Los riesgos que Edward
corría al estar tanto tiempo en contacto directo con su alma, fueron olvidados por
una deliciosa corriente eléctrica que se había instalado en su "piel". No hubo
necesidad de hablar, su respuesta fue confesada con su mirada, la cual él entendió
bien.
Aún arriba de la tela de su ropa, su tacto quemaba. La fantasma cerró los ojos y
deshizo el delicado moño que sostenía su vestido, haciéndole caer a éste por sus
caderas.
El muchacho se maravilló por la visión que se presentó frente a sus ojos. ¿Cómo
era posible que fuera capaz de contemplar tal perfección? ¿Cómo había podido el
Cielo cerrar sus puertas al ángel más divino? La única respuesta era que Dios le
había tenido envidia, envidia por ser ella mucho más hermosa que él.
Alzó la espalda y sus labios buscaron ansiosos su boca, mientras que, con la punta
de sus dedos, repetía el recorrido anteriormente hecho, ésta vez, con más lentitud,
apreciando la suave, casi inexistente textura de su piel.
Era como poder tocar la neblina, en lugar de traspasarla. Tan suave, fría y fina,
que amenazaba con desaparecer.
De esta forma, ambos pasaron la noche. Ella revolviéndose entre las sabanas,
entregándose mientras él no paraba de acariciarla, contemplarla y besarla. Y con la
pasión inundándolos, no hizo falta nada más para que los dos conocieran el paraíso,
así como cuando dos amantes mortales hacen el amor.
.
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El timbre de la casa sonó muy temprano, despertándolo. Miró hacia al lado de su
cama. Estaba vacía. Suspiró y sonrió al apreciar que, además del exagerado
cansancio, su dulce aroma, aún flotando en el aire, estaba como prueba de que,
efectivamente, ella había estado con él anoche.
No fue un sueño, Se dejó caer sobre la almohada, embelesado con los recuerdos
que, muy cuidadosamente, había grabado en su memoria. Estaba seguro de que
jamás, aunque pasaran cien mil años, podría olvidar la forma en que Bella se había
abandonado entre sus brazos, susurrando su nombre, mientras él saboreaba cada
parte que le era posible de su cuerpo.
—¡Edward, no! – apareció Alice en la sima de las escaleras, justo cuando él había
abierto la puerta, dando paso a cuatro individuos. De los cuales dos, claramente, no
eran humanos.
Se trataba de un hombre y una mujer de oscuras ropas y perfiles pálidos, sin edad
definida. No hubo necesidad de más explicaciones al encontrarse con sus miradas,
verdes como frías esmeraldas. Inmediatamente, Alice dio un paso hacia atrás y
Edward la cubrió con su espalda.
—Edward, Alice – susurró la señora de larga cabellera cobriza – hemos venido por
ustedes.
—Me temo que no los han educado adecuadamente – habló el hombre de extensa
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cabellera negra, mirando por encima de ellos
—Los señores Elizabeth y Edward Masen – fue el caballero quien contestó – los
verdaderos padres de estos muchachos.
Atte
Anju
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Los Masen
o bien porque las angustias que son tengan su origen en los éxtasis que pudieron
haber sido.
—Su lugar no es este – dialogó el caballero de negra cabellera – deben estar con
nosotros, con sus padres
—¿De qué? – Exigió saber - ¡¿De ellos? – señaló al par de fantasmas que se
encontraban detrás. Fantasmas que no tenían el mismo aspecto que Bella y sus
amigos. Fantasmas que, realmente, parecían almas en pena.
- 122 -
Eran dos seres andróginos, de largas y alborotadas cabelleras y vestidos
desgastados y sucios. Sus rostros, exangües, demacrados, no demostraban ni una
sola emoción. Estaban atados a cadenas, cadenas que el par de adolescentes no se
lograban explicar cómo es que podían verdaderamente sostenerlos.
El par no contestó. La señora emitió una risita delicada —Mis niños, ¿ven? A eso
nos referimos al decir que su lugar está con nosotros. Tienen tanto que aprender.
Sus cualidades deben ser explotadas.
—Al parecer, saben mucho de ellos – apuntó el señor Masen, mirándolos con
recelo – pensábamos que nos íbamos a encontrar con unos muchachitos ignorantes
en el tema.
—Vaya que lo son – replicó el caballero - ¿de dónde creen que tienen la capacidad
de ver cosas que el resto de la gente no puede apreciar? Es por el linaje que corre
por sus venas. El apellido de nuestra familia es antiguo; pertenece a los pocos
aquelarres de videntes que hay en el mundo. Aprovechamos nuestros poderes para
exterminar a esas almas que no deberían de estar aquí. Las convertimos en lo que
deberían de ser: en nada.
Edward se puso de pie sin darse cuenta, con el rostro completamente pálido.
—Nos roban energía – interrumpió la señora – Este mundo es para los vivos, no
para ellos.
—No queremos hacerles daño – habló Elizabeth con dulzura, acercándose para
acariciar sus rostros – Sé que todo esto les resulta extraño. Los abandonamos, pero
no fue porque no les amaramos; como ya les dijimos, estábamos protegiéndolos. No
queríamos arriesgarlos. Ustedes eran muy pequeños y necesitaban atenciones que
nosotros, debido a nuestro trabajo, no podíamos ofrecerles.
—Y por eso prefirieron tirarnos en las calles de Italia, ¿no? – ironizó el muchacho
de ojos verdes.
—Aún no podíamos llevarles a los sitios a los que íbamos para expulsar almas –
prosiguió la dama, ignorándole – y dejarlos en casa ya no era seguro. Había espíritus
a los cuales aún no lográbamos expulsar y se encontraban furiosos; durante las
noches, nos rondaban. Un pequeño descuido por parte de nosotros y ustedes
saldrían lastimados, incluso hasta muertos. No teníamos opción.
— ¿Por qué nos buscan ahora? ¿Por qué no antes? – preguntó Alice
—Porque tú aún eras una niña – le acarició sus cabellos – No estabas lista.
- 124 -
—¿Lista? ¿Para qué?
—Para entregarte como mujer. – Sus ojos se dilataron. La señora tomó un pequeño
suspiro antes de proseguir – Su padre ya les ha dicho que nuestra familia es antigua
e importante en el mundo de los videntes. Por lo mismo, debemos de proteger la
castidad de nuestra sangre. Para ello, tú y Edward deben de casarse. Así, sus hijos
heredaran sus habilidades y…
—Es algo que nuestra familia ha hecho desde hace más de cincuenta generaciones
– reveló el señor Masen
—Su madre y yo somos hermanos, sí. Ese fue nuestro deber, así como es, ahora, el
suyo…
Llegaron a la orilla de la carretera y nadie les detuvo; pero podían sentir que eran
perseguidos. El cielo estaba nublado y la llovizna mojaba a sus negras ropas.
Estaban lejos de casa, casi no transitaban carros y, los pocos que pasaban, hacían
caso omiso ante sus señas. Edward maldijo interiormente, sin dejar de caminar y
jalar a su impávida hermana, quien, sin que él pudiera evitarlo, tropezó y cayó de
- 125 -
rodillas en el húmedo pavimento.
—Edward – musitó, con los ojos llenos de lágrimas – ¡Estás aquí, Edward! — Se
lanzó hacia sus brazos – Estás aquí…
—No –interrumpió – Nos meteremos al bosque. Hay que intentarlo, ¿Si? ¿Cómo
están tus piernas? ¿Quieres que te cargue?
—Estoy bien.
Sus pies entablaron una jadeante huida sin dirección alguna. Lo único que les
preocupaba era esconderse para no ser alcanzados y evitar tropezar con las ramas o
raíces que figuraban aparecer en su contra. Dentro del boque, todo era mucho más
tenebroso. Había un silencio abrumador, únicamente roto por lo agitado de sus
respiraciones y por esa fría presencia que les acechaba. No era paranoia; lo
supieron en cuanto el par de encadenados fantasmas se materializaron frente a ellos
de manera espectral.
Alice ahogó un grito, mientras que Edward se adelantaba dos pasos para cubrirla
con su espalda. Si tenía miedo, su rostro no lo denotaba.
Quiso volverse a poner de pie, pero el zumbido aumentó; postrándolo sin nada que
lo pudiera evitar. Después, apreció la misma coacción que había oprimido a sus
hombros en la cafetería y sintió los parpados pesados, la lengua seca y las
extremidades exageradamente débiles.
Sólo hubo algo en lo que pensó antes de que todo se volviera oscuridad: Bella…
Media noche. Su mirada viajó de nuevo hacia el cielo. Estaba oscuro, como boca
de lobo. No había luna, ni estrellas, sólo fuliginosas nubes que parecían estar
enlazadas unas a otras, obstinadas a no dejar pasar ni el más mínimo rayo de luz.
Una diminuta mano se acomodó sobre su hombro. Era Cristal. Se obligó a esbozar
una pequeña sonrisa, pero la felicidad no llegó a sus pupilas. La niña alzó sus
bracitos y los anudó alrededor de su cuello, consolándola…
Cerró los ojos y respiró hondo. Parecía sorprendente, incluso ridículo, pero era
como si le faltara el aire; como si realmente lo necesitara para existir.
—Han pasado… trece días – susurró –Trece días desde que él y Alice…
desaparecieron.
Cristal guardó silencio. Por primera vez, no sabía qué decir. Era claro que Bella no
quería escuchar palabras que trataran de hacerle sentir mejor, puesto que serían
inútiles. No tenían noticia alguna sobre Edward y su hermana. Al ir a investigar a su
casa, sólo habían logrado enterarse de la visita de sus padres biológicos y de una
carta que, según, había sido envidada por ellos, diciendo que no regresarían.
—Ellos jamás abandonarían a Carlisle y Esme de esa manera – había dicho el novio
de Alice, Jasper, mientras la policía hacía necias entrevistas para "resolver" el caso.
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Lo mismo pensaba Bella al respecto, lo cual era motivo de su angustiante
preocupación. Y es que no pedía nada, más que saber si Edward estaba bien; a
salvo. Eso bastaba para estar tranquila. La sola idea de imaginarlo herido le
atormentaba. Prefería diez mil veces el pensar que la había abandonado sin un
mínimo adiós, a creer que esas personas le habían hecho daño.
Pero no había ni una sola seña de él, ni de Alice. Habían salido a buscar por los
alrededores, por los pequeños hoteles, por los parques… Nada. Las noches se hacían
cortas y largas a la vez. Y el día… el día simplemente no se prestaba a ayudarlos.
Cuando el primer rayo del alba aparecía, tenían que regresar al panteón y perderse
en ese mundo gris y silencioso en cual podían cerrar los ojos y dormir.
Bella suspiró y bajó la mirada hacia el plateado broche que jugaba entre sus
dedos; se lo llevó al corazón y lo apretó contra éste. Una pequeña y casi invisible
lágrima cristalina quemó su mejilla. Extrañaba tanto sus tiernos abrazos, sus besos,
su voz…
El crujir de las hojas, bajo las pisadas de alguien, le hizo alzar la mirada. La
esperanza se esfumó tan rápido como llegó al comprobar que no era Edward, si no
Jasper. Escondió el broche y permaneció quieta, pasmada, pues los ojos azules del
muchacho miraban fijamente a su lápida, justo en su dirección.
Erick se paró frente a él, elevó una de sus manos y su pequeño dedo índice
traspasó la superficie de su estomago.
—No
El rubio caminó hasta llegar a su sepulcro, su rostro lucía sereno; después, con
movimientos un tanto indecisos, tocó la cruz que adornaba su lápida y cerró los ojos.
—Por favor – musitó – Aunque no te puedo ver, sé que estás ahí. Necesito hablar
contigo. Yo… - La voz se le ahogó en ese momento. Apretó los labios para reprimir el
llanto e inhaló profundamente con la nariz.
Quizás era inútil. Quizás se estaba volviendo loco. Pero, ¿Qué importaba? Haría lo
imposible, todo, por encontrar a Alice. Respingó al apreciar una fina brisa cerca de
su hombro, alzó la mirada y, entonces, la vio. Era ella, la misma muchacha que Alice
le había presentado en la fiesta; sólo que esta vez lucía diferente. Su desgastado
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vestido negro y sus pies descalzos, en conjunto con lo alborotado de su cabello y el
pálido rostro, le daban una apariencia más espectral…
Recostó la cabeza sobre la pared, miró a su alrededor. Las negras cortinas de fina
seda permanecían inmóviles, colgadas exiguamente. La enorme y lujosa cama
matrimonial no había usado ni una sola vez desde su llegada; la charola del
desayuno estaba intacta; Alice, quien descasaba la cabeza sobre su regazo, dormía;
la televisión y el radio no habían sido prendidos…
- 129 -
—¿Qué es lo que quieren? – Preguntó Elizabeth, con voz ahogada en llanto y
frustración – ¿Qué es lo que les falta?
Y es que, aún así les construyeran un castillo con muros de oro, a ellos les faltaba
lo más importante: su verdadera familia, su verdadera casa… sus corazones, sus
almas. Sentían el pecho frío, vacío, lleno de desesperación y soledad, amarga
soledad.
—Sus caprichos no les llevarán a ningún lado – advirtió la mujer, antes de salir de
la habitación y cerrar con llave.
Edward suspiró. Se preguntaba en qué momento había cambiado tanto las cosas.
Hacía unos cuantos días había estado entre sus brazos, amándola, sintiéndola, y
ahora… ahora estaba encerrado por un par de locos "caza fantasmas" que hacían
llamarse sus padres y querían emparejarle con su propia hermana. Soltó una áspera
risita, atiborra de negro y sarcástico humor. Después, cuadró la mandíbula y
empuñó las manos – sin hacerle daño a la mariposa –. La verdad era que no había
nada de gracioso en todo esto. No era divertido este cambio tan radical que el
destino había interpuesto en su vida. La impotencia era grande, golpeaba en su
espalda como un edificio brutalmente estrellado contra ella.
—Tienes que salir de aquí – interrumpió ella, con la mirada aún ajena a la realidad.
Hablaba de modo mecánico, delirante– Tienes que irte ahora mismo al panteón.
—Bella…
La pequeña reaccionó con un salto y un sonoro jadeo. —Alice, ¿Qué sucede con
Bella? – pidió saber.
- 130 -
—Ellos no solamente han venido por nosotros – susurró – Irán al panteón… Irán al
panteón para acabar con las almas que hay ahí.
Sin embargo, pese al control que estaba luchando por mantener, su cuerpo
temblaba de miedo, de pavor, de angustia; el pecho amenazaba con comprimirse
hasta desaparecer y su mente sólo repetía un juego de palabras: "Ella, no". Podía
soportar todo, todo, menos el hecho de que esa alma tan preciosa, de la cual se
había enamorado, dejara de existir por completo.
Los señores Masen llegaron casi al instante, sorprendidos de que, al fin, fueran
ellos quienes solicitaran su presencia.
—No será fácil – admitió – el incesto no es algo que teníamos planeado en nuestras
vidas; pero podemos intentarlo. Edward dice que, si es cierto que en nuestras venas
corre la sangre de una importante y legendaria familia, debemos de estar orgullos y
acatar, por muy exuberantes que nos parezca, sus tradiciones y costumbres.
—¿Es cierto eso, hijo? – los ojos de Elizabeth brillaron de contenida emoción
—Supongo que el abuelo Anthony era tan vulnerable como yo – contestó, con una
inocencia angelical en su rostro, incapaz de poner en duda.
Elizabeth saltó a sus brazos y le llenó de besos las mejillas; después se abalanzó
contra Alice e hizo lo mismo
—Mis niños, mis adorados, ¡Me alegra tanto que al fin hayan recapacitado! Oh,
pero vengan – los jaló por el pasillo – esto hay que celebrarlo con un banquete.
Están tan delgados y estos días no han comido bien.
Edward se estremeció
—Sabía que sería inútil – susurró Alice, haciendo un teatral puchero – ustedes
siempre tendrán cosas qué hacer…
- 133 -
Hasta el final, parte I
N/A. Gracias a la chica (lo siento no recuerdo cuál es el nombre ˆˆ) que me
recomendó esta canción, es hermosa, ¿no creen?. Bueno, pasando a otra cosa, sé
que no es el medio indicado para decirlo, y quizás hasta resulte un poco tonto, pero
no pude evitarlo. Chicas, creo que ya todas sabemos la situación por la que está
pasando Haití, no vengo a darles un sermón, sé que muchas me ignorarán y dirán
"¿Eso qué?" Pero intentarlo no me quita nada. Por favor, si pueden, si quieren,
vayan a un centro de acopio y donen por lo menos una botellita de agua, ¿Vale?. No
seamos tan egoístas, puede que mañana ese terremoto surja en nuestro país y
estemos tan necesitados y desamparados como ellos. Ok, ya las dejo con la historia.
Espero la disfruten,
..
La única manera de aniquilar a las almas en pena es incinerar el cuerpo que les
sirvió de alojo y esparcir sus cenizas. "Lo que es de la tierra, a la tierra regresará".
El mismo Señor lo dice, pero la mayoría de los humanos no son capaces de
interpretar correctamente lo que está escrito.
- 134 -
La muerte no existe cuando el corazón de un ser humano deja de latir. La muerte
es nada. Y no existe la nada después de que tu cuerpo ha sido enterrado. Aún
incinerado, si tus cenizas están reunidas, sigues teniendo un lugar en este mundo.
No hay asesinos en la Tierra. Quien introduce un puñal en el pecho de una persona
no está realmente acabando con su vida, si no transformándola. Su alma –que es lo
que realmente vale – abandonará ese cuerpo inservible y pasará a su juicio, en
donde se decidirá hacia qué lugar SEGUIRÁ existiendo.
Sea el infierno, sea el cielo, es voluntad del Todo Poderoso que el espíritu
prevalezca en alguno de esos dos lugares creados por Él mismo. Sin embargo, hay
almas que hasta el más bondadoso aborrece. Dios no puede matar, va contra sus
leyes, por eso la mayoría de los humanos son incapaces de asesinar
verdaderamente.
Si Él consintiera que una simple arma mortal, un virus, un simple accidente, fuera
capaz de convertir a sus hijos en nada, no sería mejor que un animal sin
sentimientos. Por eso creó solo a unos cuantos como nosotros, quienes somos los
únicos y reales homicidas, para que fuéramos su mano derecha e hiciéramos eso que
Él, para conservar su virtud, no puede llevar a cabo. Dios se limita a mandarnos a
esas almas que simplemente no merecen existir hacia la tierra, para que nosotros
las exterminemos. Somos sus ángeles oscuros. Estamos libres de pecado, pues
tenemos toda su adhesión y nos brinda dones espléndidos que nos muestran lo
especiales que somos para Él.
Nuestra familia es una de las más antiguas y poderosas que hay. Las riquezas de
los Masen son incalculables. Las mismas religiones son las que nos pagan. No hay ni
una sola que no nos haya dado antes una buena cantidad de dinero, oro o terrenos.
Aquí, por ejemplo, en Forks, sólo basta presentarnos a una de sus iglesias y no
tardarán en atendernos como reyes.
El problema viene cuando hay otros espíritus tenaces que se reúnen entre todos
para formar una clase de complot y proteger a esa alma que está a punto de ser
desterrada. Ahí es cuando usamos a nuestros esclavos.
Ellos son dos almas errantes, atadas por un de conjuro. ¿No abrieron sus regalos?
- 135 -
Dentro de esas cajas iba una clase de medallón labrado en plata. Todos los Masen lo
tienen. Su escudo, una cruz atravesando por la mitad a una luna menguante,
representa el símbolo de nuestra familia. Estos medallones, que solamente pueden
ser usados por personas como nosotros, son unos encapsuladores de energía. Solo
tienen que elegir al fantasma que deseen, quemar su cuerpo e introducir un poco de
sus cenizas en un diminuto agujero que hay en el centro. Eso bastará para
convertirse en sus dueños. Ellos harán todo lo que ustedes le pidan y le seguirán a
donde quiera que vayan. No los miren como amigos o compañeros, porque no lo son.
Están obligados a permanecer con nosotros no importa si es de noche o de día, lo
cual los extenúa y los vuelve más hambrientos. Esa hambre la utilizamos a la hora
de cazar. Se alimentan de la energía de los fantasmas que se niegan a ser
exterminados, convirtiéndolos, nuevamente, en presas fáciles…
Las palabras se repetían sin cesar en su cabeza, mientras su pie apretaba, lo más
fuerte posible, el acelerador del carro. Engañar a los Masen había sido una tarea
fácil. Gracias a Alice, habían logrado entretenerlos dos días más, hasta obtener las
llaves de uno de los carros e información más precisa sobre ese extraño y cruel
trabajo.
Las cinco de la tarde. Aún estaba retirado del cementerio. Aceleró más. Las llantas
se volvían casi invisibles al rodar por el húmedo asfalto. Alice había engatusado a
Elizabeth diciéndole que, como los hijos de la importante y poderosa familia que
eran, necesitaban ropa de marcas distinguidas. La señora, encantada y fascinada,
les había llevado a un ostentoso centro comercial ubicado en Port Angeles, de
donde, a la más mínima posibilidad, se habían logrado escabullir.
Hay algo curioso en los cadáveres que fueron usados por las almas en pena: no
están deteriorados; permanecen tal y como fueron enterrados. Esto se debe a que, si
se desintegraran como el resto, el espíritu que se alojó ahí, terminaría por
desaparecer tarde o temprano. Esto nos regresa al impedimento que Dios tiene para
matar; admitir que los espíritus se anulen sin nuestra intervención, lo convierte en
el asesino que no puede ser. Así que no le quedó otra opción más que conservar esos
cuerpos para nosotros.
—¿Qué piensas hacer? – preguntó Alice, rompiendo el silencio por primera vez.
- 136 -
Él no contestó. No le había escuchado. Sus pensamientos estaban concentrados en
no dejarse invadir por la angustia. Sus dedos apretaron el volante. Por nada del
mundo iba a permitir que la tocaran.
Cinco de la tarde con treinta minutos. Habían logrado llegar a Forks. Manejó hacia
su casa y entraron en ella sin pararse a dar explicaciones. Corrieron hacia sus
recamaras y cogieron las pequeñas cajas que habían recibido días atrás.
—Edward, Alice, ¿Qué sucede? – exigieron saber Esme y Carlisle caminando tras
ellos, mientras se dirigían hacía el jardín y cogían una pala y otros instrumentos
que, al parecer, no tenían un uso común.
—Estaré bien – prometió y, tomando a Alice por los hombros dijo – Gracias. Hasta
aquí he necesitado tu ayuda.
Suspiró. Su hermana no le dio tiempo de discutir ni una sola palabra más y subió a
la camioneta.
Era extraño, un poco irónico. Recordaba la noche en que la había visto por
primera vez. Nunca antes había recorrido esa parte tan desolada del cementerio,
hasta en esa bendita ocasión. Y había quedado maravillado con los detalles de esa
olvidada senda adornada por caídos y raídos arboles, por los rayos de luna que
apenas y se filtraban por sus ramas y alumbraban tenuemente el labriego suelo.
- 137 -
Había sido mágico. Un hechizo silencioso que le había llamado, apresado y
conducido, paso a paso, suspiro tras suspiro, hacia ella: la hermosura más sublime
que la noche pudiera crear.
—¡Bella!
La castaña giró el rostro inmediatamente y sus ojos destellaron con esas mismas
miles de emociones reflejadas en los suyos propios.
La recibió con fervor, dejando caer todos los desvariados objetos al suelo,
olvidándose un momento de todo, mientras se permitía hundir la nariz en sus largos
y perfumados cabellos. Era sorprendente, quizás hasta un poco enfermizo, como es
que el aire ya no dolía al llegar a su pecho. Es más, sentía el alma cálida, suave y
dulcemente aletargada; en paz…
—Bella – dijo su nombre, con voz ahogada en sosiego, apretándola hacia sí,
deseando poder envolver en su sangre, para que nada le hiciera daño
—Estás bien – musitó la fantasma, acariciándole el rostro con sus finos dedos de
neblina – me tenías tan preocupada…
—¿Qué?
—Ahora todo tiene sentido – dijo Erick, con el semblante serio – Por eso ustedes
pueden vernos con tanta claridad, tocarnos como si fuéramos materia común…
El verde de sus ojos le confirmaba cada una de sus palabras. Palabras contra las
cuales ella no podía luchar. Sus frentes se unieron, sus manos no paraban de
acariciar sus rostros, paseando las yemas de sus dedos lentamente sobre la tez del
otro.
—¿Confías en mí?
—Confío en ti
Se permitió besarla una vez más. Su boca acarició lentamente sus suaves labios,
mientras sus dedos se entrelazaban fuertemente entre sí, afianzando más que su
piel con esa unión. El momento había llegado. No podían esperar más.
La fantasma retrocedió tres pasos, resignada, (sabía que nada podía decir o hacer
para evitarlo), se sentó sobre su lápida, con el rostro bañado en preocupación, no
por lo que le fuera a pasar a ella, si no por lo que le fuera a pasar a él.
—¡Alice!
La pequeña giró al escuchar su nombre siendo pronunciado por esa voz tan
conocida.
—Tú mamá me habló, me dijo que tú y Edward habían regresado a la casa, pero
que se habían marchado sin dar ningún tipo de explicación. Me imaginé que estarían
aquí – miró hacia Edward, quien no dejaba de enterrar la pala en la húmeda tierra
–¿Qué pasa?
—Es una historia muy larga – contestó – Lo que ahora necesitamos es tu ayuda.
Ocho de la noche. Los tres adolescentes jadeaban, exhaustos, mientras los últimos
pocos de tierra eran expulsados.
—No tenemos mucho tiempo – musitó Alice, mientras Edward tomaba el frágil
- 140 -
cuerpo que yacía entre la tierra.
Contuvo las lágrimas mientras la alcanzaba entre sus manos. Contemplarla de esa
forma, con los ojos cerrados y las heridas secas surcando la áspera piel de sus pies y
brazos, le llenaban de melancolía al recordar la historia de su pasado. Pero, al
mismo tiempo, era mágico, una experiencia que jamás creyó posible, poderla tocar
realmente, poder verla en su forma totalmente humana.
Por una casi extinta fracción de segundo se imaginó una historia distinta entre los
dos. Una historia en el que la muerte no les separaba, en el que ella era tan humana
como él… Una sonrisa triste se dibujó en sus labios. Debía de estar totalmente
dislocado del cerebro, pero, ninguna historia era mejor que la que ya estaba escrita.
No es que no la hubiera amado conociéndola en otro tiempo, en la misma dimensión,
era solo que cada noche a su lado, cada roce de su boca, cada caricia otorgada,
había sido tan especial que cambiarlo era una idea inaceptable.
La cargó hasta una cripta, que Jasper había logrado abrir, y la acomodó sobre el
suelo, con extrema delicadeza. "La muerte, que robó la dulzura de tu aliento, no ha
rendido tu belleza". Se inclinó hasta alcanzar sus fríos labios.
—Ella es más que esto – le reconfortó la pequeña, adivinando lo difícil que era
para él ver el cuerpo de la que amaba arder entre llamas.
—¿Dime?
—Hay que ir por Cristal y Erick – anunció, dirigiéndose hacia las tumbas de los
niños
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—Espera – frenó su hermana, con la espalda rígida y la mirada dilatada –
Retrocede. Retrocede, Edward
—¿Qué sucede…?
—¡Retrocede!
—¿Cómo es posible? – Siseó el caballero, con las pupilas, bañadas de rabia, fijas en
el cofre que contenía las cenizas de Bella – Traicionar a tu familia, a tu propia
sangre, por algo que no vale nada…
—¿Nada? – Repitió Edward, cubriendo la caja con su cuerpo – Nada es lo que era
yo antes de conocerla. No permitiré que le hagan daño. Primero muerto… a aceptar
que ella desaparezca de este mundo.
—Supongo que tener que acostarme con mi propia hermana es algo digno de
aplausos, ¿no? – ironizó
—Prefiero mil veces arder en el infierno que ir con ustedes – tajó Edward.
—Es una lástima – musitó el hombre, introduciendo una mano dentro de su negro
y lujoso saco de satín – pero, no tenemos otra opción.
- 142 -
—¡No! – graznó Alice, un segundo antes de que una pistola saliera de entre las
telas, apuntándole directamente.
—Tú señor es el Diablo – contestó, con el rostro impávido y la mirada llena de hiel
—Contesta.
—Sabes mi respuesta.
—Por favor… - suplicó Alice, con voz ahogada, al predecir el siguiente movimiento:
el disparo.
—Pero…
..
..
..
La velocidad de sus pies se veía impedida por la tierra húmeda y blanda que se
hundía bajo su peso y el viento que se azotaba contra él, nublándole la vista y
enfriándole la garganta, agitando su respiración, cansándolo, recordándole que no
era el superhéroe y que poderes mágicos no aparecerían para ayudarle.
Frenó y se recargó sobre lo que parecía ser un grueso roble. No lo sabía, la densa
neblina no le permitía predecir una ubicación exacta. Tomó una profunda bocanada
de aire y comenzó a correr de nuevo. Los pies le pesaban, cayó una vez, sin soltar
bajo ningún momento el cofre, embarrándose las manos y rodillas con el fango. Se
levantó en menos de un segundo y continuó andando lo más rápido que podía.
Tenía que hacer algo para evitar que tocaran sus cenizas. Entre su desesperación,
sospesó la posibilidad de usar el medallón para salvarla, pero la idea se deshizo
instantáneamente en cuanto recordó aquellas cadenas que le iban a atar. No podía,
no era capaz de condenarla a una existencia así. Lo que él deseaba era su libertad,
la más absoluta libertad que se le pudiera otorgar.
Se ocultó tras una enorme y vieja estatúa gótica, que tenía la forma de un ángel
triste. La herida le punzaba y seguir corriendo no tenía caso alguno. Le iban a
capturar de todas formas. Lo único que restaba era luchar cara a cara contra ellos.
Apretó la caja de madera contra su pecho y, con sus labios lívidos por el frío y el
miedo, acarició su lisa superficie.
—Estarás bien, mi amor – musitó, más para él que para ella – Yo te protegeré
siempre, hasta el final…
...
UF! *La neuronita fantasmal de Anju ha sido expirada por los Masen* Estoy
muerta. Este capítulo me costó como no tienen una idea. ¿Qué les pareció?
¿Valió o no la pena? Espero sí T_T. Nos acercamos al capítulo final, que es el
siguiente. Así que, ¿Serían tan amables de dejarme su importantísima
opinión?
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Hasta el final, parte II
Toda de blanco vestida, toda blanca, sobre un ramo de violetas reclinadate veía y a
las rosas moribundas y a ti, una luz tenue y diáfana muy suavemente alumbraba,luz
de perla diluida en un éter de suspiros y de evaporadas lágrimas.
Ni una hoja susurraba; no se oía una pisada;todo mudo, todo en sueños, menos tú
y yoA Elena – Edgar Allan Poe
No tenía armas para defenderse, más que sus propias manos que, contra el plomo
disparado violentamente por las pistolas, eran nada. La herida en su pierna ardía y
laceraba con tortura, el viento silbaba fríamente; podía escuchar las secas ramas de
los arboles agitarse.
Pasos. Se estaban acercando. Alzó la mirada hacia el cielo; seguía oscuro, como
terrible boca de lobo. Le gustaba la noche, pero no cuando la luna se ocultaba tan
tímida entre los mantos negros de las nubes.
- 145 -
Las hojas secas crujían bajo las sigilosas pisadas de los Masen. Estaban jugando
con él, lo sabía. Estaban disfrutando de cada suspiro entrecortado, de cada pizca de
sudor, de cada gota de sangre que estaba derramando por lo que ellos consideraban
nada.
Siempre se había preguntado por qué Alice y él, a pesar de tener muchos rasgos
diferentes, sus ojos eran tan similares. ¿Quién diría que, como productos de un
incesto generado desde hacía décadas enteras, fuera característico de los Masen el
poseer el mismo color en la mirada?
—Edward…
Dejó de respirar, mientras buscaba algo que le pudiera ser de ayuda. Nada, más
que estériles raíces de árboles tiradas sobre la tierra. Tomó dos de ellas, las que
prometía ser más fuertes y puntiagudas, y esperó.
Cogió la pistola y, retrocediendo para tener más libertad, apuntó hacia la pareja.
Elizabeth irradiaba furia completa, mientras Anthony, su pareja, gemía de dolor y
apretaba con sus manos la cuenca sangrante.
- 146 -
Como la vez anterior, Edward ignoró el daño adquirido por el plomo e, imitando
los movimientos de su agresora, intentó hacer lo mismo; sin embargo, Elizabeth le
propinó una patada con uno de sus tacones y el arma salió arrojada junto con un
chorro de sangre desterrado de su boca.
Gimió al caer contra el fango, pero sus manos no dejaban bajo ningún momento de
sostener con firmeza las cenizas de Bella; inconscientemente, aún tirado y
sangrando, su cuerpo no dejaba de cubrir la cajita, de protegerla, de amarla… Se
arrastró hasta volver a coger el arma, mientras Antonhy le arrebataba el revólver a
su esposa y apuntaba en su dirección, totalmente dispuesto a matarle.
..
..
¡Erick!
Matar a mis padres fue como arrojarle a la cara el papel en el que tenía escrito mi
destino. Fue como decir "No quiero esta vida que me has dado". E ir en contra de lo
que Él cree correcto, necesario y justo es lo peor que puedes hacer si no quieres
terminar siendo un alma en pena.
Pero eso no importa, nada importó después de haberla conocido. Ahora sé que si
soporté tanta soledad, fue porque la estaba esperando.
- 147 -
¡Erick!...
—¿Eres un ángel? – le pregunté al verla aparecer, pues con sus dorados cabellos y
sus azules ojos brillando como un zafiro, eso era lo que parecía.
—¿Por qué? – pregunté más para mí que para ella. No me lograba explicar cómo
alguien tan bello podía no ser expiado de pecados.
—No le creí –contó, mientras jugaba con uno de sus bruñidos rizos – Estaba
jugando en la terraza de mi casa, cuando apareció frente a mí, me sonrió y me
tendió la mano, diciéndome que era mi amigo y que debía de bajar, pues podía ser
peligroso. Yo retrocedí y le dije que se marchara, que mamá no me dejaba platicar
con extraños. "No soy un extraño" discutió con voz suave, "Sólo quiero ayudarte, soy
tu amigo". Negué con la cabeza, con mucha más desconfianza de la que un niño
normal de mi edad pudiera mostrar, e intenté correr lejos, pero me olvidé que me
encontraba de espaldas a orillas de la terraza y caí desde el tercer piso… ¿Sabes
algo? – agregó, sonriéndome dulcemente. Yo esperé en silencio – Ahora sé que el
Cielo no está en un solo lugar.
—Mis papás me decían que el Cielo estaba arriba, más allá de las nubes y el Sol. Y
yo lo he encontrado abajo, al chocar contra el suelo… y verte a ti.
Erick abrió los ojos al recordar éstas últimas palabras e instantáneamente, las
fuerzas robadas por el fantasma que le tenía ceñido, parecieron regresar. Fijó sus
manos en la espalda de la absorta alma que sólo se limitaba a obedecer órdenes y
ésta vez, fue él quien comenzó a debilitarla. Era claro que el andrógino y demacrado
ser hacía todo lo posible por darle una oportunidad y ventaja de ganarle.
Finalmente, convertirse en nada no era mucho peor que el estar condenado a ser un
esclavo.
Poco a poco, los brazos que le sostenían fueron cediendo hasta liberarle. El
enorme y escuálido fantasma se derrumbó contra el suelo y Erick buscó a Cristal
con apremio. La encontró a pocos metros, tendida en el regazo de la otra alma
subyugada, que parecía también dormir.
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Se acercó lentamente, invadido en consuelo al saberla bien. Al llegar, se hincó
para quedar a la altura de su cansado rostro, la cogió entre sus brazos y la atrajo
hacia su pecho.
—¿Erick?
—Estoy aquí – susurró él. Ella abrió perezosamente los ojos y al mirarle, sonrió.
—Sí…
..
..
El cuerpo de Anthony cayó frente a él. Edward retrocedió, sin darse tiempo pensar
en lo que había hecho, pues Elizabeth aún seguía de pie, apuntándole con la pistola
que las manos de su esposo habían liberado.
—Te voy a mandar al infierno – bramó la señora – Para que desde ahí mires cómo
acabo con la existencia de ese fantasma que te ha llevado a derramar la misma
sangre que corre por tus venas.
Edward vislumbró la escena hasta creerla realmente posible. Bajó la mirada hacia
el cofre que siempre había mantenido pegado a su pecho…. Bella se encontraba a
salvo. Suspiró y sonrió mientras acercaba sus labios hacia la fría cajita salpicada con
sangre, con su sangre.
—Ya estás en casa, Bella – musitó, cediendo finalmente ante la debilidad y dejando
caer su cuerpo sobre el montón de húmeda tierra acumulada bajo de él.
—No – frenó Alice – Ya no hay nada que se pueda hacer – explicó, con sus ojitos
bañados en lágrimas, pues el momento de cumplir su promesa había llegado…
..
..
El frío se disipó en cuanto sintió su piel acariciarle. La lluvia había cesado por
completo, dejando como rastro solamente una fresca brisa que había movido las
nubes que obstruían el reflejo plateado de la luna, que ahora parecía centrar su luz
solamente en la pareja que descansaba en aquella desolada parte del cementerio.
—Te amo – susurró ella, tan bajito que parecía como si hubiera sido el viento quien
había hablado
—Bella…
—Shhh… – le silenció dulcemente, con un breve beso, entibiando sus lívidos labios,
acariciando sus desordenados cabellos, rozando con la punta de su nariz sus
cansados y pálidos parpados – Duerme, mi amor. Duerme…
—¿Estaremos juntos?
—Siempre… - prometió
Edward sonrió y, reconfortado por el dulce canto que le aletargaba el alma, cerró
los ojos, tomó un último suspiró, inhaló el suave perfume de la morena que le
acunaba entre sus brazos… y dejó que su corazón dejara de latir.
..
..
..
..
Epílogo.
..
Edward Cullen.
1990-2010
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La rosa roja se sentó bajo los pies de la lápida recién puesta en el camposanto. Sus
tristes ojos verdes le contemplaron una vez más.
—Te voy a extrañar– susurró Alice, mientras una lágrima se perdía en la entrada
de su boca.
—Ya voy – Suspiró y se acercó hacia la otra lápida que se encontraba justo al lado.
En ella, dejó caer un capullo de níveos pétalos.
Una agradable brisa le removió sus cabellos. Sonrió. Quizás ya no podía verla –
Debido a la muerte de su hermano se había roto aquella herencia vidente que
cargaban desde hacía décadas – pero sí podía sentirla.
Miró hacia la luna que comenzaba a aparecer en el cielo. Faltaba poco… Extrajo
de su bolsillo una pequeña mariposa negra y un prendedor plateado y los acomodó
en sus respectivos lugares, antes de dar media vuelta. Jasper aún le esperaba.
Ambos sonrieron, se tomaron de las manos y, juntos, caminaron de regreso por
aquel silencioso y apartado sendero; de regreso a casa…
—Gracias – musitó Bella, mientras los miraba marchar y cogía entre sus manos la
blanca rosa y el broche que habían dejado sobre su tumba. Miró hacia la lápida
contigua… Silencio.
Se llevó el capullo hacia la nariz y cerró los ojos, inhalando su dulce fragancia…
recordando. "Te amo. Tal vez te canses de escucharlo todo el tiempo, pero esta
necesidad de decírtelo es más fuerte que mi necesidad de respirar"
¿Cómo seguir sin él? Se preguntó, abrazando su pecho vacío. Las cosas tenían que
ser así, desde el principio se tenía predestinado que el final entre los dos sería triste.
¿Qué otra opción cabía entre el romance de una fantasma y el ser humano más
precioso que la Tierra pudiera concebir? Era doloroso… Sí, pero ya estaba
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anunciado desde el primer momento en que ella le miró, que no podían estar juntos.
Por eso le había huido, para evitar más sufrimiento. Sin embargo, jamás se imaginó
que tan penetrante y lacerante sentimiento fuera a su vez tan hermoso.
—Bella, mírame.
—No – sollozó ella. Un par de pulgares se pasearon poco a poco por sus parpados.
—Por favor…
—Estoy aquí – musitó el pálido muchacho de ropas negras, con una pequeña
sonrisa.
En silencio, y aún escéptica, la fantasma izó sus manos hacia las mejillas
masculinas, palpándolas con cuidado, como si la imagen de Edward pudiera
desvanecerse en cualquier momento. Después, con un poco más de confianza,
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condujo la punta de sus dedos hacia cada ángulo de su rostro, mientras él
comenzaba a hacer lo mismo con ella y le demostraba, con la suave e inesperada
presión de sus labios, que era real.
—Bella – suspiró él, uniendo sus frentes y mirándola profundamente a los ojos –
Estoy en el cielo. En mi cielo.
Una frágil sonrisa se fue dibujando en los labios de ambos. Edward volvió a
besarla, con más fuerza y vigor, y ella aceptó hilando sus neblinosos dedos en sus
cabellos color cobre, afianzándose a él, al alma que le acompañaría para siempre,
mientras las tumbas, la noche y la luna cantaban una tierna canción coreada por
lechuzas y cuervos. Una canción especialmente para ellos. Una Balada… La Balada
de un Cementerio.
..
FIN
Agradecimientos.
Disculpen la tardanza, pero este final, a pesar de ser lo primero que se me vino a
la mente antes de escribir el primer capítulo, me costó mucho trabajo. Espero les
haya gustado. Muchas gracias por todo su apoyo, sus comentarios, alertas, favoritos,
etc. Me alegra mucho que le dieran una oportunidad a esta pequeña idea y les
gustara. Sé que muchas querían que la historia se alargara más, pero realmente me
fui imposible hacerlo, pues hubiera sido, desde mi punto de vista, forzar la trama.
Mil disculpas.
Quiero agradecer también a la señora Meyer, por crear estos personajes con los
cuales jugué un poco y a mis amadas bandas de música. Para las que les interese, en
mi perfil tengo la playlist de este fic, así como una portada (Gracias Liss, mejor
conocida como Cunning Angel, por regalármela) y un intento de tráiler (nada bueno,
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por cierto, pero por si quieren arriesgarse a verlo).
Ah sí, una cosa más y muy importante: POR EL MOMENTO, NO PERMITO QUE
ESTE FIC SEA PUBLICADO EN NINGUNA OTRA PARTE. Acepto recomendaciones
que traigan el link directo hacia la historia original, pero no que la historia sea
copiada y pegada en un blog, página o lo que sea. Por el momento, aclaro. Quiero
disfrutar un poco de intimidad con mi pequeño intento de novela xD.
Nos leemos pronto, en alguna otra historia, si es que gustan. Por cierto, tengo
planeado hacer un final alternativo, el cual subiría dentro de un par de semanas más
(no es seguro), pero por si también les interesa, nos leemos ahí entonces. Hasta
pronto.
atte
AnjuDark
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