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C E R R O D E L A G U A 2 4 8 , D E L E G A C IÓ N C O Y O A C Á N , 0 4 3 1 0 , M E X IC O . D .F .
Problemas planteados
Tanto el análisis tradicional, basado en el Teetetes, como el
enfoque alternativo del Menón, plantean complejos problemas.
Podríamos resumirlos en tres renglones principales.
1. El saber se analiza como una especie del género creencia.
Pero ¿qué es creencia? Estamos ante un concepto vago e im
preciso. Por una parte, es menester distinguirlo de otros estados
internos del sujeto, como intenciones, actitudes, afectos. La
creencia forma parte de una personalidad; está enlazada con
otros elementos psíquicos, como motivos, propósitos, razones.
Para tener un concepto más claro de creencia, y por ende de
saber, es indispensable precisar las relaciones entre esos con
ceptos.
Por otra parte, el Menón tiene razón: cualquier definición
de creencia debe dar cuenta de su propiedad de conducirnos
por el camino de Larisa. ¿Cómo analizar tanto la creencia como
el conocimiento, de modo que nos expliquen su relación con
la práctica? Este problema supone otro inicial: si la creencia
es un estado interno del sujeto, ¿cómo podemos conocerla?
¿No será menester comprenderla en relación con el comporta
miento observable del sujeto, con su acción?
Los capítulos 1 a 5 tratarán de resolver este género de di
ficultades.
2. Las otras dos condiciones del análisis tradicional de saber
plantean diferentes interrogantes. ¿Qué es “justificación”? ¿Cuán
do son las razones suficientes para saber? Sobre todo: ¿qué
relación hay entre la segunda condición (verdad) y la tercera
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(justificación)? El saber tiene que presentarnos una garantía
segura de alcanzar la verdad. ¿Cómo llegar a la verdad si no
es por esa garantía? Pero entonces, ¿no basta con la tercera
condición? ¿Cómo debemos definir la justificación para que
sea una garantía segura de "atarnos" a la realidad?
Estos temas han recibido en los últimos años una atención
particular de los filósofos. Muchos han puesto en duda que las
tres condiciones basten para definir el saber y han propuesto
añadir condiciones suplementarias; pero el problema no ha
recibido una solución definitiva. Como veremos, está ligado a
la falta de precisión en el concepto de "razones suficientes”.
En los capítulos 4 a 8 se plantearán estas preguntas. Uno
de sus resultados será una revisión del análisis tradicional de
saber.
3. La definición tradicional se aplica a un tipo especifico
de conocimiento: el que se expresa gramaticalmente con el ver
bo “saber” seguido de una oración en acusativo ("saber que...
tal o cual cosa”). Pero hay otras formas de conocimiento; por
ejemplo, las que pueden expresarse con otros usos de "saber”
("saber lo que hacen”, "saber lo que pasa”), o bien con el
verbo "conocer” seguido de un sustantivo ("conocer a un ami
go”, "conocer una ciudad”). ¿Son esas formas reducibles a la
primera? Si no lo fueran, la definición tradicional de "saber”,
basada en el Teetetes, sólo se aplicaría a un tipo de conoci
miento. El enfoque del Menón, en cambio, podría referirse
también a las otras formas de conocimiento. Al hacer justicia
a su intuición básica, el Menón nos indicará el camino para
llegar a una definición más amplia, que pueda aplicarse a
varios tipos de conocimiento. Al hacerlo, trataremos también
de esclarecer la relación del conocimiento con los fines e in
tereses que nos mueven.
Éste es el último problema de este trabajo. Lo examinaremos
en los cuatro capítulos finales.
Sobre el método
Tales son nuestros problemas. Antes de empezar a examinar
los, tenemos que aclarar algunas cuestiones de método.
Podemos llamar "conceptos epistémicos” a una familia de
nociones que se refieren a las actividades de conocimiento
y sirven para describirlas. Definiríamos entonces la teoría del
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conocimiento como un análisis, clarificación y sistematización
de los conceptos epistémicos.
Desde siempre nos hemos referido con esos conceptos a múl
tiples actividades: las formas de conocimiento son muchas. Sin
embargo, dos prejuicios, frecuentes en la actualidad, tienden
a restringir considerablemente su uso. Al primero podríamos
llamarlo prejuicio “cientificista”: consiste en la tendencia a res
tringir la teoría del conocimiento al estudio de los conceptos
científicos. El fabuloso desarrollo de la ciencia incita a verla
como la forma paradigmática de conocimiento, pauta y norma
en que medir cualquier otra. Así, el contenido de la “episte
mología” se identifica, a menudo, con el de la filosofía de la
ciencia. Reducir el conocimiento válido al saber científico ha
sido un programa del positivismo. Pero la ciencia, con ser la
más segura de las formas de conocimiento, es sólo una de ellas.
Por una parte, el discurso científico supone un conocimiento
anterior a cualquier teoría sistemática: se levanta sobre la base
de un conocimiento natural, previo a la ciencia, compartido
por todos los hombres. La frontera entre ese conocimiento y
el saber científico es, a menudo, artificial, porque las opera
ciones de conocimiento de uno y otro no son esencialmente
heterogéneas. La ciencia suele añadir precisión y control ra
cionales a procedimientos cognoscitivos ya usados para resolver
problemas de la vida práctica cotidiana. Por otra parte, no
sólo durante los milenios anteriores a la aparición, de la ciencia
moderna, sino aún hoy, los hombres han aplicado los términos
epistémicos a muchas otras formas de actividad cognoscitiva.
Frente al saber científico, la mayoría orienta su vida por otras
formas de conocimiento. El sentido común, la moral, la reli
gión también pretenden suministrar conocimientos. ¿Y no hay
acaso un conocimiento en el arte, en la literatura, en la poesía?
Para muchos no es la ciencia, sino alguna forma de “sabiduría”
la manifestación suprema del conocimiento. Sea el que fuere
el valor de esas pretcnsiones, lo cierto es que los conceptos
epistémicos no se reducen al campo de la ciencia. La teoría
del conocimiento no puede limitarse a ella. Los conceptos que
analice deberán ser aplicables a distintos tipos de conocimiento.
El segundo prejuicio tiende a reducir el conocimiento a una
actividad teórica, desligada de la práctica. Desde los griegos, la
perfección del conocimiento se pretendía lograr en una actitud
contemplativa. Pero, como veremos, el interés que de hecho
motiva a conocer es el asegurarnos éxito y dotar de sentido a
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nuestra acción en el mundo. Y ése es un interés práctico, como
lo barruntó Platón en el Menón. Tema de una teoría del
conocimiento son los conceptos epistémicos tal como se aplican
en la vida diaria, referidos a actividades cognoscitivas que están
en íntima relación con acciones propositivas; sujeto de conoci
miento no es sólo el sujeto “puro*' de la denda, sino los hom
bres reales, concretos, miembros de comunidades de conocimiento
socialmente condicionadas.
¿Cómo lograr precisión y claridad en el análisis de los tér
minos epistémicos? Una vía prometedora parece ser la forma-
lización de las relaciones que guarden entre sí, en un sistema
lógico. A ello tienden los ensayos de lógica epistémica; el más
logrado, sin duda, el de Jaakko Hintikka (1962). El estable
cimiento de reglas lógicas que expresen las relaciones entre
varios conceptos epistémicos permite determinarlos con mayor
precisión. Con todo, la formalización tiene que partir de un
supuesto semántico: las definiciones de los conceptos son pre
vias a la formalización y no pueden provenir de ella. En la
lógica epistémica de Hintikka se toman las nociones de “sa
ber”, “creencia”, “verdad”, “existencia”, “posibilidad” y otras,
como conceptos previos a los que se les concede las relaciones
determinadas por el análisis tradicional de “saber”. Son esas
relaciones, ya establecidas en aquel análisis previo, las que se
formalizan. El análisis tradicional actúa pues como un supuesto
incuestionado de la lógica epistémica. El examen de esos su
puestos semánticos es así anterior a cualquier formalización.
Y ese examen ya no puede acudir a un lenguaje formal, sino al
uso de los conceptos en el lenguaje ordinario. Esta observación
no elimina, por supuesto, la utilidad del enfoque formal, una
vez que se han discutido y precisado sus supuestos semánticos,
pero lo excluye de nuestro trabajo, el cual está dirigido justa
mente al examen de esos supuestos.
Lo anterior no debe arredrarnos. La filosofía ha consistido
siempre en un examen de los conceptos a partir de sus múlti
ples usos en el lenguaje ordinario. Desde Sócrates hasta Witt-
genstein el material de la reflexión filosófica, donde puede ini
ciar su búsqueda incesante de claridad y distinción, es el riquí
simo mundo del pensamiento humano ordinario, tal como se
expresa en el lenguaje común. Sin embargo, los significados del
lenguaje ordinario suelen ser oscuros y confusos. Muchos tér
minos son usados sin precisión, sus fronteras de aplicáción son
vagas, a menudo una misma palabra puede tener varios signi
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ficados y expresar conceptos epistémicos diferentes; sobre todo,
en el lenguaje común no están sistematizados los conceptos, de
modo que no se expresan sus relaciones lógicas. Al análisis fi
losófico le corresponde la clarificación, distinción y sistematiza
ción de esos términos, hasta llegar a un sistema ordenado de
conceptos definidos con cierta precisión. Aunque parte de los
usos comunes del lenguaje, el análisis conceptual conduce así a
una reforma del lenguaje.
El análisis conceptual busca, ante todo, una clarificación de
los conceptos. Para ello tiene que partir de los significados
usuales de los términos, examinar sus distintos usos en diferen
tes situaciones, variarlas en ejemplificaciones sucesivas, hasta
dar con un "núcleo” de significado que permanezca al través
de todas las variantes. Este núcleo puede expresarse en las con
diciones necesarias y suficientes de aplicación del concepto. La
clarificación del concepto es también determinación de las
notas esenciales del objeto al que se refiere, esto es, de las no
tas invariables al través de las variaciones, que debemos ad
mitir en el objeto para poder aplicarle ese término. Este pro
ceso no difiere sustancialmente del "método de las variaciones”
de la fenomenología. En efecto, se trata de tomar el significado
como "hilo conductor”, al través de las variaciones de los
ejemplares que lo cumplen, hasta quedarnos con un "núcleo
invariable” que sólo desaparecería al desaparecer el significado
(E. Husserl, 1939, p. 411). La clarificación conduce, a la vez,
a una precisión del concepto y a una determinación de las notas
esenciales del objeto.
En el caso de los conceptos epistémicos, que se refieren a
estados internos del sujeto, nos encontramos con términos pri
mitivos que pueden aplicarse a datos mentales privados, de
tal modo que su sentido sólo se da por ostensión de un acto
mental. En este caso, el significado permanece vago; además
no puede expresarse claramente en una descripción comuni
cable a otros sujetos. De allí la necesidad de "traducirlo” a
significados que se refieren a hechos observables para cual
quiera. Sólo al fijarnos en el significado que tienen esos tér
minos al ser aplicados a hechos observables y no a datos priva
dos, podemos pasar de un significado vago a un concepto claro.
Es lo que tendremos que hacer con conceptos claves como
"creencia” y “actitud”.
Pero el análisis no sólo exige claridad a los conceptos, tam
bién distinción. Por ello entendemos su delimitación respecto
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de otros conceptos. El uso de varios términos en el lenguaje
ordinario responde a menudo a distinciones reales —a veces de
gran importancia teórica— en los objetos. Si tenemos dos tér
minos, que responden a sendos conceptos, y uno de ellos basta
para describir adecuadamente determinados hechos, para preci
sar la distinción entre ellos podemos preguntar en cada caso:
¿cuál es la situación exacta que obliga a utilizar los dos concep
tos en vez de uno solo, porque uno solo no acierta a describirla?
El examen de las notas características de las situaciones en que
se exige la introducción del segundo término para poder des
cribirlas, nos da la distinción precisa. Para distinguir parejas
de conceptos, tales como "creencia-actitud", "certeza-saber", "sa
ber-conocer", acudiremos a ese recurso metódico.
Claridad, distinción; todo ello en vistas a una sistematización.
Es menester relacionar entre sí los distintos conceptos episté-
micos de manera que constituyan un sistema coherente. El sis
tema debe tender a la simplicidad (el menor número de con
ceptos básicos y el menor número de condiciones para cada
concepto) y la precisión (la mayor claridad en las relaciones
lógicas entre todos los conceptos). No puede constituir propia
mente una teoría; no comprende, en efecto, enunciados gene
rales que sirvan para explicar los hechos de conocimiento. Pero
sí puede ofrecer un modelo conceptual que permita una Ínter-
pretación más precisa del conocimiento. Y sólo sobre la base
de un modelo semejante puede elaborarse cualquier teoría.
Pero el objeto de nuestro estudio son los conceptos epistémi-
cos tal como operan en hombres concretos, reales, determinados
por motivos personales, condicionados por circunstancias so
ciales. Considerados en concreto, creencia y conocimiento no
son ajenos a la voluntad, ni al deseo; sólo pueden entenderse en
sus relaciones con otros conceptos que atañen a la razón prác
tica. La sistematización de los conceptos epistémicos no puede
ser cerrada: nos remite a los fines y a los valores del individuo
y de la sociedad en que está inmerso. Por ello nuestro análisis
de los conceptos epistémicos terminará con un examen de los
intereses que .motivan el conocimiento y las normas que pueden
regularlo. Porque la teoría'del conocimiento no se entiende sin
su relación con los fines del hombre en sociedad y, en último
término, sin una ética. El estudio desembocará, así, en el es
bozo de una ética de las creencias.