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Pensamiento económico

El mercantilismo. Transición al capitalismo (Siglos XV al XVIII)

En el siglo XVI se multiplicó el comercio. A partir de la llegada de los europeos a América y a Asia, los
intercambios se extendieron al mundo. Se difundieron en la sociedad nuevos valores inclinados hacia lo
terrenal. Una visión del mundo centrada en el ser humano reemplazó a la que, centrada en Dios, había
ordenado la vida en la Antigüedad y en el Medioevo. Los estados nacionales europeos constituían una
realidad política muy diferente al ideal de la unidad imperial del mundo que había animado a la Edad Media.
Los comerciantes, sector social antes marginado, adquirieron prestigio y un poder creciente en la sociedad.

Sobre estos pilares se desarrolló un capitalismo comercial denominado genéricamente «mercantilismo» y se


expandió a lo largo de tres siglos. Esta etapa culmina con la Revolución Industrial. El mercantilismo
constituyó un conjunto de medidas de política económica necesarias para fortalecer a los nacientes estados
nacionales europeos y a las burguesías comerciales. Tuvo como objetivo lograr la riqueza del Estado.

«El mercantilismo fue fundamentalmente el producto mental de los estadistas, los funcionarios públicos y los
líderes financieros y comerciales de la época.»

En la sociedad desaparecieron los valores opuestos al comercio y a la especulación.

Los nacientes estados nacionales intervinieron en materia económica con el objeto de:
1. Fomentar las exportaciones de manufacturas y las importaciones de materias primas.
2. Limitar o incluso impedir las importaciones de manufacturas y las exportaciones de materias primas.

El objetivo era lograr que las exportaciones superaran en valor a las importaciones (balanza comercial
positiva).

Todas estas medidas se asentaban en la consideración general de que la riqueza de un Estado dependía
del volumen de oro y de plata que este poseyera. La política económica, es decir, las medidas tomadas
desde el poder político, fueron así el eje que permitió una enorme acumulación de riquezas. No hubo
teorías, hubo políticas o decisiones gubernamentales.

El proteccionismo fue uno de los aspectos fundamentales de las políticas. Se prohibió la importación o se
aplicaron aranceles o recargos a los productos extranjeros cuyo ingreso se quería reducir o impedir.
También se otorgaron subsidios para promover la producción de manufacturas. Se adjudicaron concesiones
exclusivas (monopolios) a ciertas compañías dedicadas al comercio exterior (Compañías de Indias). En
Francia, el ministro Colbert desarrolló las industrias o manufacturas del Estado. En Inglaterra se prohibió la
exportación de lanas, lo que constituyó el inicio de la manufactura textil de este país. Cromwell dictó el Acta
de Navegación (año 1651) que impedía la entrada o salida de mercaderías en barcos extranjeros. Su
resultado fue el desarrollo de la industria naviera y el poderío marítimo inglés.

España recibió grandes cantidades de oro y plata de sus territorios de América, pero estos metales no
quedaron allí, sino que se desparramaron por toda Europa, a raíz de que España debía comprar trigo,
metales, pólvora y cañones en Francia, Alemania, Italia, los Países Bajos e Inglaterra para abastecer a sus
reinos de América. Además, los Austrias o Habsburgos, en especial Felipe II, utilizaron la riqueza
proveniente de América en las guerras para la expansión de la fe, «sin que se hiciera esfuerzo alguno para
incorporar a España a la carrera mercantilista que comenzaba entre las potencias del continente».

Los mercaderes aceptaron la protección del Estado porque esta favorecía su crecimiento. (Ejemplo:
creación de compañías comerciales monopólicas como la Compañía Británica de las Indias Orientales en el
año 1600 y la Compañía Francesa de las Indias Orientales en 1664).

La lucha de los estados mercantilistas por obtener una balanza comercial favorable no podía beneficiar a
todos. Algunos resultaron ganadores y otros, perdedores.

Existieron múltiples factores que llevaron a la aparición de un capitalismo comercial. Durante ese proceso
surgieron y se consolidaron transformaciones políticas, sociales, culturales y económicas. Esto nos permite
sostener que comenzó a aparecer un sistema económico diferente. Por ese motivo hablamos de transición
al capitalismo.
Francia y la Fisiocracia

En Inglaterra, en Holanda y en Italia, la nobleza terrateniente se adaptó a los intereses de los mercaderes.
Contrariamente, en Francia, el poder creciente de los comerciantes produjo una reacción por parte de los
sectores vinculados a la agricultura y surgió, hacia la segunda mitad del siglo XVIII, una nueva forma de
interpretar la realidad económica que produjo aportes a la teoría económica.

Este pensamiento se denominó Fisiocracia (del griego: physis, naturaleza y kratos, poder). Esta
denominación tuvo su origen en el libro La Phisiocratie que compiló y publicó las obras del más destacado
representante de esta corriente: Francois Quesnay (1694 -1774), quien fue médico de Luis XV.

Los fisiócratas consideraron que la riqueza se hallaba en la tierra y en lo que ella contiene o genera
(minerales, bosques, ganado, cultivos). Como consecuencia de ello, la importancia social de los
comerciantes y de los incipientes sectores manufactureros quedaba relegada a un segundo plano, en
relación con los terratenientes.

Concibieron al dinero como un intermediario incapaz de crear riqueza. La tierra era la única generadora de
un producto neto porque producía un valor mayor o excedente sobre lo invertido en la producción de una
cosecha, en la extracción de minerales o en la explotación forestal. La industria sólo modificaba la forma de
las materias existentes. Creaba ciertas formas útiles pero no daba ningún producto neto. El comercio se
limitaba a trasmitir y a cambiar productos sin aumentar su valor. Al igual que la industria, no agregaba nada.
Sólo el agricultor, el pastor o el minero creaban una nueva materia, la reproducían, la multiplicaban.

De acuerdo con este concepto, la clase social esencial era la de los propietarios rurales o terratenientes. Le
seguían, en orden de importancia, los productores que cultivaban, criaban ganado o extraían minerales.
Luego, el sector social improductivo o estéril, integrado por comerciantes, manufactureros y artesanos.

Para los fisiócratas, el bienestar nacional derivaba fundamentalmente de la agricultura y, exclusivamente, de


la tierra. Era necesario, por lo tanto, fomentar la actividad agrícola mediante la reducción de los impuestos.
Para Quesnay «la agricultura es la fuente de toda la riqueza del Estado y de la riqueza de todos los
ciudadanos».

El punto de partida o supuesto teórico fundamental de la fisiocracia es el concepto de derecho natural que,
según consideraba, regía el comportamiento social y, por lo tanto, el económico. Así como en la naturaleza
existía un orden, producto de un equilibrio natural, también existía un orden de igual carácter para las activi-
dades humanas. Este derecho natural procedía de las leyes de la naturaleza y no de un derecho natural
originado en Dios, como el que constituye el fundamento del pensamiento medieval. «En el siglo XVIII se
dio un nuevo significado a la ley natural, que en sí era una vieja idea.»

La mayoría de los pensadores del Iluminismo creía en el deísmo o religión natural, según la cual, Dios creó
el mundo y las leyes naturales que lo gobiernan: «todos los hombres y todas las potencias humanas deben
estar sometidas a estas leyes soberanas, establecidas por el Ser Supremo, son inmutables y las mejores
leyes posibles». Las leyes económicas eran las únicas leyes naturales ciertas en lo relativo a las relaciones
humanas, las demás eran artificiales. Gobernaban la producción y la distribución de riqueza. La obediencia
a ellas traería prosperidad, y la desobediencia, pobreza. Por lo tanto, era necesario dejar que las cosas
funcionaran por su cuenta pues así, más cerca estaban de la perfección y de la justicia.

La libertad pasó a constituir el valor fundamental sobre el cual se basaba el funcionamiento de las leyes
económicas. La producción, distribución, comercio y consumo debían ser libres. El gobierno no tenía que
intervenir porque, si lo hacia, impediría el normal funcionamiento de las leyes naturales. Los fisiócratas
acuñaron la célebre expresión que luego haría también suya el liberalismo: «laissez faire, laissez passer»,
que significa dejar hacer, dejar pasar sin que el Estado interfiera. Dar plena libertad a los individuos a fin de
no alterar el libre juego, el autoequilibrio de las leyes económicas. Esto significó una afirmación del
individualismo.

Con la oposición al intervencionismo estatal, los fisiócratas pretendían poner fin a la etapa en la cual el
Estado había favorecido a los comerciantes y fabricantes de manufacturas (mercantilismo). Creían
firmemente que, si se dejaba todo librado a sí mismo, la solución sobrevendría por sí sola. El poder superior
de la naturaleza garantizaba el mejor resultado posible, el más óptimo. Y esto requería de la libertad, sin la
cual no funcionaba el aceitado mecanismo. La autoridad no debía intervenir sino garantizar el libre juego de
la libertad. Los fisiócratas fueron así los precursores del liberalismo económico.
Revolución Industrial

En el siglo XVIII, Inglaterra había desarrollado enormemente su comercio. Era una «nación de tenderos»,
«significaba una nación de productores para la venta en el mercado, además de una nación de clientes».

Había logrado un gran desarrollo del mercado interno, en parte porque contaba con centros urbanos que
no podían tener una economía cerrada y autosuficiente y, por lo tanto, demandaban alimentos y
combustibles. El campo británico tampoco era autosuficiente: las aldeas estaban «atrapadas en la red de
compra-venta de mercado y la economía había terminado con la autosuficiencia local y regional».

A partir del siglo XVI, el modo de producción en Inglaterra consistió en un trabajo domiciliario que se
realizaba en las zonas rurales, a pedido de los comerciantes que compraban fundamentalmente lana y la
entregaban a los campesinos para que la hilaran y tejieran en sus cabañas, de forma totalmente manual. Se
trataba de una manufactura rural cuyo trabajador era un artesano rural que se especializaba en la
fabricación de tejidos, medias y una cierta variedad de utensilios metálicos. Recibía del mercader la materia
prima, le entregaba el producto terminado y obtenía de él un pago. Se fue así convirtiendo en un obrero
asalariado. Este sistema de industria doméstica rural se extendió por todo el campo inglés y las distintas re-
giones se especializaron: unas producían manufacturas y otras les vendían alimentos. Se extendieron las
transacciones dinerarias.

Además, Inglaterra había desarrollado un importante comercio exterior con las colonias debido a una
serie de factores, entre los que merecen citarse su particular posición geográfica, que le permitía el control
de las rutas oceánicas, y el desarrollo de su marina mercante.

Todas estas transformaciones fueron favorecidas por valores religiosos que consideraban el trabajo como
un mandato divino y condenaban el ocio, vinculándolo con el pecado. Además, rechazaban el lujo y el
dispendio, con lo que fomentaron el ahorro y la acumulación. El éxito económico y profesional era un signo
de estar entre los elegidos por Dios para lograr la salvación. La nobleza inglesa era heredera de los
puritanos y no se guiaba por los valores del honor o la gallardía. «Sus parlamentos y gobiernos harían la
guerra y la paz en función del beneficio comercial, colonias y mercados, y con el fin de derrocar a los
competidores comerciales.»

La necesidad de los comerciantes de contar con más bienes condujo a la aplicación de inventos a la
producción con el objeto de aumentar la cantidad de mercancías. Hacia 1750 debido, entre otras cosas, a
la riqueza que había dejado el comercio colonial, la trata de negros y el comercio interior, los mercaderes
habían acumulado un excedente amplio que permitía la inversión en un equipo no muy costoso para
transformar la producción e incrementarla. Invirtieron porque tenían la posibilidad de comerciar cada vez
más y, con ello, obtener cada vez más beneficios. En la primera etapa, la aplicación de ideas y recursos
sencillos nada caros, y generalmente conocidos desde mucho tiempo atrás, produjo resultados
sorprendentes. La gente se valió de la ciencia y la técnica que durante mucho tiempo habían estado a su al-
cance: los artesanos y empresarios utilizaron su experiencia práctica de taller para incrementar la
producción ante la perspectiva de obtener ganancias. Centraron su preocupación en lo útil y no en la
búsqueda de soluciones a interrogantes filosóficos-teológicos.

El mercado interior y el exterior proporcionaron el incentivo a la transformación de la producción. Y sobre


todo el exterior porque, a pesar de la importancia del mercado interno, la exportación creció mucho más:
«Entre 1700 y 1750, la industria doméstica creció un 7% mientras la industria para la exportación crecía un
76%. Entre 1750 y 1800, la industria doméstica creció un 7% y la industria para la exportación un 80%».

La manufactura del algodón fue la primera que se industrializó y estaba vinculada al comercio ultramarino.

El gobierno de Inglaterra fue el tercer factor que impulsó la transformación, porque emprendió y financió la
conquista de mercados. Inglaterra subordinó toda su política exterior a sus fines económicos.

Surgimiento del capitalismo.

La particular combinación de factores culturales, geográficos, económicos, sociales y políticos produjo la


Revolución Industrial. No se trató de una aceleración del crecimiento económico, sino que esta aceleración
se debió a una transformación del sistema político, económico y sociocultural: surgió el sistema capitalista.

«El sistema capitalista se caracteriza por la búsqueda de la ganancia. El objetivo del productor no es ya
asegurar la satisfacción de las necesidades sino realizar la mayor ganancia monetaria posible.»
Desde el punto de vista jurídico, el capitalismo se basa en la propiedad privada de los medios de
producción. Se produce la separación entre capital y trabajo. Los que aportan el trabajo no son dueños de
los medios de producción: materias primas y maquinarias. Estas relaciones de propiedad producen
relaciones de distribución diferentes a las de los sistemas anteriores. En ellos, los trabajadores eran dueños
del producto que elaboraban. En cambio, en el sistema capitalista, el producto queda para el dueño de la
fábrica, que paga un precio por el servicio que le prestan los trabajadores: el salario. El salario depende del
precio que alcance el producto en el mercado y de la cantidad de trabajadores que ofrecen sus servicios.

El motor del capitalismo es el ánimo de lucro. Para lograrlo los productores o dueños del capital requieren
libertad económica. La libertad económica significa ausencia de trabas para colocarse en las actividades
económicas que resultaren más rentables y, si bien hubo etapas en las cuales el capitalismo existió y se
desarrolló con restricciones por parte del poder político o Estado, a la plena libertad económica, fue porque
resultaba la única posibilidad o porque era lo más conveniente en esa etapa. En reglas generales el
capitalismo requiere de libertad de comercio y libertad de trabajo. La primera consiste en la libre circulación
de mercaderías, materias primas, capitales, tecnología y empresas. La segunda consiste en el libre acceso
a la profesión, el libre ejercicio de la misma y la libre determinación de las condiciones de trabajo.

Adam Smith

Se considera al escocés Adam Smith (1723-1790) el fundador del liberalismo económico del siglo XIX y el
principal economista del Iluminismo.

En su ensayo acerca de la riqueza de las naciones (1776), consideró que existía un orden natural que se
cumplía en todos los lugares en los que se dejaba libre campo a la naturaleza. Era el mejor de todos los
órdenes posibles.

Adam Smith tomó mucho de los fisiócratas. La principal diferencia que lo separó de ellos estuvo en la
consideración acerca del origen de la riqueza. Según Smith, la industria y el comercio, tanto como las
actividades primarias (agricultura, minería, pesca) eran por igual productoras de riqueza.

Según su visión antropológica, los seres humanos tienden a mejorar su suerte y están capacitados para
discernir cuáles son sus intereses personales. Basan sus decisiones en el interés por si mismos y por los
suyos (self-interest). Por ello, se los debe dejar en libertad de acción, «de perseguir su interés a su propia
manera, y hacer competir su capital y productos con los de cualquier otro hombre».

Todos los empresarios buscaban la riqueza individual. En la competencia o lucha económica por la
ganancia, triunfaban algunos y perdían otros, pero una «mano invisible» conducía los intereses
individuales hacia la consecución del bien comunitario, que era entendido como resultado de los bienes
individuales. «Al perseguir su propio interés, frecuentemente promueve el de la sociedad de manera más
efectiva que cuando tiene realmente la intención de promoverlo». Se lograba de manera automática el
bienestar general. Todos, ganadores y perdedores de la lucha económica, al final del balance ganaban. Así
crecía la riqueza de la Nación.

Para mejorar los procesos de producción y aprovechar al máximo las capacidades individuales, sugería que
cada individuo se especialice en la producción de lo que hace mejor, aplicando así una división del trabajo
que permitirá aumentar notablemente la eficiencia y la producción.

Adam Smith limitaba la función del Estado a la defensa de la Nación contra la agresión extranjera y a la
protección de la vida, libertad y prosperidad de los ciudadanos (seguridad). Debía proporcionar las garantías
para que se desarrollaran en un marco de total libertad las actividades económicas: hacer cumplir los
contratos, castigar los fraudes, etc. (justicia) También debía erigir y sostener ciertas obras públicas que no
resultaran de interés para ningún individuo debido a que su utilidad nunca podría reembolsar los gastos
realizados.

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