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DE DEO CREANTE
ANTROPOLOGIA TEOLOGICA I
Pbro. Dr. Pablo Peralta Ansorena
DESARROLLO DEL CURSO
DE DEO CREANTE
Antropología Teológica I
2. Fundamentos bíblicos
2.1. Formas literarias de la fe judeocristiana en la creación
2.1.1. Creación y salvación en los escritos del AT
2.1.1.1. Testimonios de la época preexílica
2.1.1.2. Testimonios durante el exilio en Babilonia
2.1.1.3. Testimonios de la época postexílica
2.1.1.4. Síntesis
2.1.2. Creación y salvación en la predicación de Jesús según los escritos del
NT
2.1.2.1. Vinculación de la predicación de Jesús con la teología de la
creación en el judaísmo
2.1.2.2. Cristología de la creación en los escritos neotestamentarios
2.1.2.3. Síntesis
3. Desarrollo dogmático
3.1. Antigüedad
3.1.1. Vinculación de cosmología y ética
3.1.2. La pregunta por el origen de la materia y la doctrina de
la creación "de la nada"
3.1.3. Cristología de la creación y especulaciones sobre el Logos
3.1.4. La providencia divina y la doctrina de la creación contínua
3.1.5. Formación de la doctrina cristiana sobre el pecados de
los orígenes y el pecado original hereditario
3.1.6. Teología cristiana de la creación y salida de época antigua
3.2. Edad Media
3.2.1. Influencia de la cosmología (neo)platónica
3.2.2. Visión conjunta de creación y salvación
3.2.3. Recepción crítica de la metafísica aristotélica
3.2.3.1. La pregunta sobre la eternidad del mundo
3.2.3.2. Providencia y causalidad final
3.2.4. Aumento de aprensión contra una comprensión
exclusivamente racional de la temática de la creación
3.2.5. Recuerdo de la doctrina de la creación, en sentido
bíblico, de historia salutis, en el período de la Reforma
3.2.6. Doctrina de la creación cristiana al final de la Edad Media
3.3. Nuevo Tiempo
3.3.1. El conflicto en torno a una nueva cosmovisión heliocéntrica
3.3.2. Antropocentrismo y cosmovisión mecanicista
3.3.3. Teodicea filosófica
3.3.4. Unidad dialéctica de Dios y el mundo
3.3.5. Desafío de la doctrina cristiana de la creación a través
de la teoría de la evolución
3.3.6. Acentuaciones del Concilio Vaticano II
4. Reflexión sistemática
1. Acceso al tema
"Lo místico no es cómo es el mundo, sino que el mundo es" (L.Wittgenstein, Tractatus,
6,44). Esta afirmación remite la pregunta humana por el fundamento de la existencia y del
ser del mundo experimentable al ámbito de lo místico, de lo inefable, allí donde no es posible
afirmación verificable alguna y donde el discurso filosófico debe callar. "En cualquier caso,
existe lo Inefable. Se muestra (manifiesta, se da a experimentar). Es lo Místico. El método
filosófico auténtico sería éste: No decir más que lo que se deja decir, es decir, afirmaciones
de la ciencia natural" (Wittgenstein, Tractatus 6,522 y 6,53). La antigua pregunta filosófica,
en la que se expresa el radical asombro ante la existencia del mundo, el qué del mundo, "por
qué es algo y no nada?", no admite respuesta en el lenguaje de la ciencia natural. El asombro
agradecido y feliz sobre el ser y la existencia de algo y el dolor sin consuelo por el hecho de
tener que ser y ser
así y no de otra manera, son experiencias humanas que mantienen despierta la pregunta sobre
el fundamento de lo existente y sobre el abismo sin fundamento de la existencia que tantas
veces se experimenta.
Mirado históricamente, los hombres experimentan en primer lugar el "ser así" de su ambiente
vital y de su ambiente relacional. Aprenden a asombrarse ante la multiplicidad de formas y el
orden de las cosas, lo que estimula la pregunta por el posible plan, por el espíritu ordenador
de la multiplicidad de fenómenos. Pero cuán a menudo hace doler el "ser así" del mundo,
cuando muestra la existencia de las cosas siempre amenazada, y la amenaza de las relaciones
personales a través de la culpa, el dolor, la muerte. El sufrimiento de los justos despierta
siempre de nuevo la duda respecto del sentido del todo, respeto de la bondad de la realidad y
de la posibilidad de su llegar a hacerse, a ser buena.
Hasta hace poco tiempo, la doctrina cristiana sobre la creación era sometida a múltiples
sospechas por parte de la investigación científica, cultural e histórica. La constitución, a
partir del Siglo XIX de una visión y comprensión evolutiva del hombre y del mundo, se
colocó en posición opuesta las enseñanzas teológicas, por entonces conocidas y aceptadas,
que asumían las narraciones bíblicas de la creación como si fueran informes históricos. La
falsa alternativa "creación o evolución" llevó a muchos fieles a la incertidumbre. Hasta
nuestros días se encuentra el "prejuicio" de que una teología de la creación es incompatible
con la visión moderna del mundo. Poco ha penetrado la conciencia general de los cristianos
la exhortación de Pío XII, en su encíclica "Humani generis" (1950), dando coraje para que
las ciencias profanas y la teología, juntas, sometieran a una profunda investigación al
evolucionismo, lo cual, entre tanto, ha dado comienzo a un diálogo fecundo e intenso sobre
los contenidos y limitaciones de la reflexión de las ciencias y de la teología.
Una segunda sacudida en relación a algunas afirmaciones de la teología de la creación, fue
producida, en los últimos tiempos, por el reproche, formulado por historiadores de la cultura
y publicistas, de que el mandato bíblico al hombre. de dominar la tierra y servirse de ella, ha
contribuido de manera decisiva a las amenazas presentes sobre el medio ambiente y el
equilibrio ecológico. Carl Amery en su obra "El fin de la providencia. Las desgraciadas
consecuencias del cristianismo" (1972), así como el Informe del "Club de Roma" sobre los
"Límites del crecimiento" (Denis Meadows), que ve el abuso y explotación de la tierra
firmemente anclado en la tradición judeocristiana, son ejemplos de ello.
Crisis del medio ambiente, consecuencia del cristianismo? Esta pregunta suscitó a partir de
los años setenta, una profunda investigación, discusión, diálogo, que tuvo como resultado un
juicio diferenciado. Muchos aceptaron que la comprensión de la realidad nacida de los
escritos bíblicos ("desdivinización") fue lo que hizo posible el trato y la manipulación sin
miedos de las realidades mundanas y estimuló, de esta manera, el desarrollo técnico.
Igualmente se sostuvo con claridad, que en la perspectiva bíblica, el llamado mandato al
hombre de "dominar la tierra", implica una exigencia de cuidar el ambiente natural vital y
que en realidad debe realizarse en contra de todo tipo de amenaza o destrucción de las
condiciones de vida.
Se trata de preguntarse en qué medida es posible una "teología de la naturaleza" que, como
resultado de una opción consciente, no contemple las cosas creadas desde lo humano, sino
desde su propio valor. La acentuación antropocéntrica en la doctrina de la creación perdió, en
los últimos tiempos, cada vez más en plausibilidad. Los motivos de esto son variados: los
daños del medio ambiente, que la humanidad misma ha provocado, en sentido negativo, pero
también, en sentido positivo, la visión acerca del orden maravilloso existente, sin que a ello
haya contribuido el hombre de modo alguno, en innumerables procesos y realidades del
mundo mineral, vegetal, animal, y que nos han sido iluminados por las técnicas modernas.
Todo esto invita a recordar, de modo nuevo, al asombro y alabanza bíblicos del Creador en la
silenciosa alabanza de las obras de su creación.
La fe en que el mundo, en su forma concreta, sea la obra de un Dios Creador, es común a las
grandes religiones monoteístas. Ideas sobre la creación existían, sin embargo, en forma de
mitos, mucho antes del surgimiento de las religiones históricas de la revelación, tanto en
pueblos primitivos como en otros de desarrollada cultura. La pregunta por el de dónde, el
por qué, y el hacia dónde del mundo y del hombre es común a todas las religiones. Por esto,
la doctrina sobre la creación es desde el primer momento una temática "ecuménica". Para las
religiones que vinculan su identidad a una revelación histórica, es característica la afirmación
de un vínculo estrecho entre creación y salvación, entre la acción creadora y redentora de
Dios. En los escritos del NT no sólo se da testimonio de la obra redentora de Jesucristo, sino
también de su mediación en la obra creadora de Dios. La protología cristiana así como la
escatología se encuentran y unen así en la persona y la obra de Jesucristo.
2.
FUNDAMENTOS BÍBLICOS
Como toda otra literatura conocida, proveniente del tiempo prebíblico o bíblico, también los
escritos del pueblo de Israel y de la comunidad cristiana narran lo relativo a los comienzos,
los orígenes de la realidad experimentada. La redacción final de la historia de los orígenes
(Gen.1-11), elaborada en el período postexílico y ubicada formalmente antes de la historia de
los patriarcas (Gen. 12-50), utiliza acontecimientos y modelos de explicación que han sido
también utilizados en forma similar en enormidad de mitos de creación provenientes del
Oriente antiguo.
Sin embargo, desde la primera página de la Biblia, aparece algo radicalmente peculiar en un
horizonte cósmico y universal: Yavé, el Dios de Israel, es el Creador y redentor de todos los
hombres. El mundo, en su orden y belleza, es para Israel un signo de conocimiento de la
presencia de Dios. Jesús, el judío, anuncia con su palabra y obra la afirmación creadora de la
vida. En su vida y destino afirmaron los primeros cristianos su fe en el comienzo de un nuevo
cielo y una nueva tierra y en Jesucristo mismo aceptaron la realización de esa novedad
definitiva.
La investigación exegética coincide en afirmar que en los escritos del AT son muy escasas
las afirmaciones acerca de la creación, provenientes del período anterior al exilio en
Babilonia (Siglo VI a.C). Entre ellas se destacan la versión Yavista (Y) de la historia de los
orígenes (Gen.2), algunos breves pasajes en los libros de los primeros profetas escritores y
pocos salmos.
a. La historia de los orígenes YAVISTA (relato yavista) : Se trata del "segundo relato"
(Gen.2,4b - 3,24) por su ubicación en el canon actual, proviene con toda probabilidad de los
primeros tiempos de la monarquía davídica-salomónica (Siglos X.IX a.C.). Se consideran
provenientes de la misma fuente algunas partes de la historia del diluvio (Gen.6,1-4; 8,21-22)
y la narración de la construcción de la torre de Babel (Gen.11,1-9). La característica
fundamental de la historia de los orígenes yavista es que, en diversas narraciones se describen
casos de pecados "individualizados" de los hombres y en todas se destaca la acción del Dios
que por un lado castiga y por otro manifiesta su misericordia. Esto hace que no sea posible
un análisis de la caída del pecado narrada en Gen.2-3 como algo aislado, por más que este
relato, en base a su significa intrabíblico, tenga una peculiar relevancia para la globalidad de
la teología.
Por esto la narración comienza con la descripción de la situación anterior a la creación del
hombre (Gen.2,4b-6), cuando aún no había ni lluvias ni corrientes, porque "no había aún
hombre alguno que cultivara la tierra" (Gen.2,5). La creación del hombre es mostrada,
visualmente, como un ser formado por Dios "de la tierra, barro, del suelo" (Gen.2,7). Dios
hace del hombre, a
través del soplo de su aliento divino (nefesch), un ser viviente. (También los animales son
hechos, como el hombre, a partir del barro, Gen.2,19).
Según la mayoría de los exégetas, en el relato yavista de la creación fueron unidos dos relatos
originalmente independientes, el de la creación del hombre y el de la caída por el pecado, por
lo cual, el relato de la creación del hombre debe considerarse que continúa en Gen.2,18-24.
Dicho pasaje informa sobre los dos intentos divinos de dar al hombre, aún sólo, una "ayuda"
(ezer) adecuada, porque "no es bueno que el hombre esté sólo" (Gen.2,18). La narración
sobre la creación de los animales, que no aparecen como interlocutores del hombre, ha de
referirse como un testimonio (común en los mitos de la creación) de una cercanía original
entre el hombre y el animal. Con la creación de la mujer a partir de la "sela" del varón ( a
menudo traducida por "costilla", pero en realidad significando algo más general: el costillar,
la estructura que sostiene la construcción, viga, estructura fundamental...), de la misma
"carne y de los mismos huesos" (Gen.2,21-23) que éste, y que constituye el logro feliz de la
intención divina de superar la soledad del hombre, y con la fórmula conclusiva, de carácter
etiológico (Gen.2,24). habría terminado la tradición contenida primordialmente en las fuentes
yavistas.
Podemos decir que estamos ante una etiología, si es que la intención del autor fue aclarar una
realidad experimentada actualmente como una realidad que llegó a ser realidad: "Por eso deja
el varón a su padre y a su madre y se une a su mujer y los dos se hacen una sola carne". Para
aquellos exégetas que manifiestas una peculiar sensibilidad para la explicación bíblica de una
diferenciación sexual, se vuelven relevantes, en este relato yavista, las peculiaridades
siguientes:
2. Antes de la creación de la mujer el texto habla del hombre formado de la tierra (adam);
recién después de la creación de la mujer, diferenciará, terminologicamente entre "varón"
(isch) y "mujer" (ischah) (Gen.2,23).El paso de la denominación neutral del hombre como
adam a la denominación del varón Adam, con esta palabra, ocurrirá posteriormente en la
tradición sacerdotal (cf.Gen.5,2 ss).
3. La "ayuda" que Dios quiere dar al hombre no debe ser entendida como una prestación de
servicios, sino que en Gen.2,18 es claramente explicitada como "ayuda" (rescate) de la
miseria de la soledad. La intención del texto es describir al ser humano como "ordenado" a la
comunión entre los sexos, entre los seres humanos.
Entretejida con la narración yavista de la creación del hombre aparece la historia del primer
pecado, que acontece en el jardín del Edén, donde Dios a colocado al hombre después de su
creación, para que "lo cultive y cuide" (Gen.2,15) El jardín del Edén, descripto en Gen.2,9-
14) sirve de escenario para la tentación del varón y la mujer descriptos en Gen.3.
La compleja redacción de esta narración sigue los siguientes momentos: 2,16: prohibición,
bajo amenaza de muerte, de comer de los frutos del árbol del conocimiento del bien y del
mal; 3,1-7: tentación lograda, a través de la serpiente, primero de la mujer y luego del varón,
con el resultado de descubrirse desnudos uno ante el otro; 3,8-13, aceptación, contra
voluntad, ante Dios, de haber cometido el acto prohibido. 3,14-19, el juicio del castigo divino
sobre la serpiente, la mujer y el varón (junto a múltiples afirmaciones etiológicas); 3,20-24,
el hombre se cubre con hojas y pieles y es expulsado del jardín. Llama la atención que
también en estos versículos se mantiene la afirmación de una estrecha vinculación del
hombre y su trabajo a la tierra (Gen.3,17-19.23).
Entre los variados aspectos de esta narración daremos especial atención a los siguientes:
3. La muerte, con la que Dios amenaza (Gen 2,17) al hombre para el día de la
desobediencia, no acontece. Los capítulos 2 y 3 del Génesis sufren una deformada y
recortada interpretación en el contexto intrabíblico, discriminadora de la mujer: " El pecado
comenzó con una mujer y por eso todos debemos morir" (Sir.25,24).
5. El castigo expresado en Gen.3,15, que debe comprenderse ante todo como afirmación
etiológica, ha experimentado en la tradición cristiana, en la que es conocido como
Protoevangelio, una interpretación cristológico-mariológica.
No se trata de una pregunta por la causa sino la pregunta de aquél que es víctima de la
división. De modo diferente a lo que acontece en otros mitos de la creación de la antigüedad
oriental, la narración yavista intenta explicar los dolores presentes no como consecuencia de
una lucha entre dioses ni como el reflejo de un conflicto entre el bien y el mal, sino que
incluye al hombre mismo en la responsabilidad por las situaciones de perdición que
contradicen el plan original de Dios.
Históricamente se vincula profundamente este texto con la historia del asesinato de Abel por
Caín, también de procedencia yavista (Gen.4,1-16). Este segundo texto explica la relación
existente entre los hombres, enemistad mortal que contradice la voluntad de Dios. Después
de la expulsión del jardín del Edén el hombre experimenta no sólo la dolorosa lejanía de
Dios, sino también la división y conflicto en las relaciones con sus semejantes. También en
Gen. 6,5 se reitera (procedencia yavista) la idea sobre la "tendencia" de Adam hacia el mal,
al expresarse de que "Yavé se arrepintió", a partir del conocimiento amargo de la maldad
humana, de haberlo creado (Gen.6,6ss).
La afirmación teológica central de la historia yavista de los orígenes es que Yavé, a pesar de
todas las rupturas culpables del plan original de Dios por parte del hombre, una y otra vez
vuelve a mostrar misericordia y una y otra vez omite cumplir el castigo prometido
explícitamente de destruir o librar al hombre a la muerte como consecuencia de sus actos. El
final de la historia yavista del diluvio confirma de manera viva esta tesis teológica
fundamental : "Yavé...se dijo (a sí mismo): nunca más quiero maldecir la tierra por culpa del
hombre, porque la acción del hombre es mala desde su juventud. En el futuro no volveré a
destruir a todos los vivientes. Mientras dure la tierra no cesarán la siembre y la cosecha, el
frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche" (Gen.8,21ss). A este texto se vincula
profundamente , en la elaboración histórica yavista, la promesa de bendición a Abraham
(Gen.12,1-8): "Quiero bendecir a los que te bendicen...Por tí recibirán la bendición todas las
generaciones..."
b. Afirmaciones sobre la creación en los libros de los profetas escritores del preexilio.
Ejemplos: Amós 4,13; 5,8; 9,6; Os. 8,14; Is. 1,2; Jer.1,5; 2,27. Aparecen en la forma de
himnos de alabanza o lamentación profética sobre el olvido o alejamiento de Dios por parte
de Israel. Todos estos textos podrían ser intrapolaciones del período posterior al exilio. La
discusión al respecto no se ha cerrado.
c. Salmos sobre la creación del período preexílico: Los salmos 19 y 104 y sobre todo el
Salmo 24, que tiene su origen y Sitz im Leben en la entrada de los peregrinos al templo en la
celebración litúrgica. Yavé es alabado como el Creador del universo: "De Yavé es la tierra y
cuanto contiene, el universo y sus habitantes, porque El la fundó sobre los mares y la afirmó
sobre los ríos..."
El hecho llamativo de que muy pocas de las afirmaciones relativas a la creación provengan
del tiempo anterior al exilio tiene explicaciones diversas. Israel podría haber tenido poca
necesidad de reflexionar sobre el misterio de la creación en virtud de las concepciones
existentes al respecto en el entorno cultural anterior al exilio. Por otra parte podemos
fortalecer la tesis de que Israel reconoció la acción de Yavé sobre todo en sus acciones
salvíficas en la historia, y en ese sentido la reflexión sobre y desde la historia fue
marcadamente más importante que la reflexión sobre los orígenes.
2.1.1.2. Testimonios de la época del exilio babilónico
De acuerdo a la opinión unánime de los exégetas a partir del período inmediatamente anterior
al exilio babilónico (587-538 a.C.) crece, no sólo el número de los textos escritos que tratan
sobre la creación, sino que adquieren y sobre todo durante el exilio un significado teológico
fundamental. El paso del preexilio al exilio, en lo que se refiere a las narraciones bíblicas,
debe reflexionarse como paso de comunicación fluido. Inmediatamente antes de la catástrofe
(destrucción del templo, aniquilamiento de la dinastía davídica, destierro de importantes
sectores del pueblo) el profeta Jeremías daba coraje a los atemorizados israelitas aludiendo a
la superioridad de Yavé sobre todas los poderes y dioses extranjeros (Jer.10,6s.10-12).
La primera tradición tiene por contenido ante todo la creación del cielo y la tierra, así como
el señorío de Yavé sobre la creación. Su Sitz im Leben es la alabanza y por lo tanto afirma el
poder superior de dios sobre todo otro poder. La segunda tradición tiene como contenido la
creación del ser humano, que se vuelve a Dios lamentándose. Su Sitz im Leben es la
lamentación y el oráculo de salvación, que apunta, ante el contraste de las relaciones entre
Dios y el hombre, marcadas por el fracaso y la ruptura, a la íntima comunidad entre el
Creador y la creatura. Se trata de generar confianza en el pueblo respecto del Dios que no lo
abandonará y volverá a él su rostro.
1. En un tiempo en que Israel debe experimentar que los pueblos vecinos lo derrotan
militarmente, que se destruyen dos elementos fundamentales de la identidad de Israel, el
templo y la dinastía, el anuncio profético de la voluntad salvífica de Yavé, fiel a Israel, sólo
podía ser creíble, si se superaba la duda, de que Yavé fuera inferior o más débil que los
dioses de los pueblos vecinos. El Deuteroisaías le disputa a todos los demás dioses aún la
posibilidad teorética de existencia (Is.45,18; Is.44,6-8; 45,14.21ss). La introducción de la
temática de la creación en la argumentación del profeta, le posibilita confesar a Yavé como el
creador de todos los pueblos y regiones. De este modo se vuelve creíble que Yavé pueda
servirse de los enemigos de Israel para realizar el juicio sobre Israel y que pudiera elegir una
autoridad extranjera (Ciro) para cumplir su designio de salvación para Israel. (Is.45,1-8).
Yavé es el poderoso en toda situación histórica.
2. En un tiempo de máxima opresión, desesperación, angustia, Israel debe recordar que Yavé
ha creado a cada uno, a todo el pueblo y que lo ha elegido. Como figura literaria elige el
Deuteroisaías los elementos de la liturgia de lamentaciones, conocida para los israelitas
(sobre todo en el ámbito doméstico), y basada en la memoria de la obra creadora de Yavé, a
la que ahora se vincula la lamentación sobre la crisis y experiencia de no salvación presentes.
La generación de confianza va por la vía de reafirmar que Yavé volverá a mostrar su gracia
para su pueblo (Is.43,1; 44,1-3; 49,5) De este modo, la lamentación que Yavé escucha, se
vuelve oráculo de salvación, afirmación del rescate futuro (Is.51,1-4s).
Mientras que el Deuteroisaías abrió a Israel una perspectiva dinámica y escatológica del
futuro, la tradición escrita sacerdotal anuncia la estabilidad de la historia universal, en la que
si bien existe el cambio permanente, su fundamento y existencia no está amenazada o peligra.
Del mismo modo que en la narración yavista, la sacerdotal no puede ser interpretada
aisladamente de las otras partes de la historia sacerdotal de los orígenes (Gen.5,1-32; 6,9-
9,29; 10,1-32; 11,10-26) así como del planteo sacerdotal global.
Según esta narración Dios realizó su obra creadora en ocho acontecimientos creadores (Día
y noche, cielos, tierra, plantas, sol y luna, peces y pájaros, animales terrestres, el ser humano)
en seis días y descansó al séptimo. El poema tiene una construcción esquemática y contiene
múltiples expresiones recurrentes.
La historia de los orígenes sacerdotal narra, como también la yavista, el orden bueno de la
creación de Dios y el desorden que acontece fáctica e históricamente. Tampoco da una
respuesta sobre el origen del mal. La salvación se espera de una vida adecuada al orden
original, a través del cual se mantiene el ambiente vital del ser humano, en el que hay
alimento disponible y suficiente para todos y en el que tiene lugar la promesa de bendición de
una fecundidad ordenada de las generaciones. Sólo Dios sostiene y es fundamento de la
entera creación, en la medida en que el cumple eternamente su voluntad de alianza.
Ej.: Salmos 98,100, 113, 145, 149, 150. La mayor parte de estos salmos expresa la fe del
salmista en la obra creadora de Yavé. Los acentos fundamentales a nivel de contenido son:
3. Confianza en la estabilidad del mundo gracias a las leyes naturales establecidas por Dios
(S.93; 96).
4. El mundo, su orden y belleza son aparecen cada vez más a menudo como contenido
explícito de la admiración del orante.
Resumiendo podemos decir que en los salmos del postexilio la temática de la creación
aparece en la forma de alabanza al Creador. Simultáneamente crece la necesidad de tematizar
la limitación y pequeñez del hombre en relación a Dios.
b. Literatura sapiencial
2. El Libro de Job, que tiene un larguísimo proceso de elaboración a través de los Siglos IV y
III a.C. desarrolla la temática del cuestionamiento que producen las explicaciones
tradicionales respecto del sufrimiento humano. El duro destino de Job no podía explicarse ni
como consecuencia del pecado humano culpable ni como castigo que pretende restablecer,
por parte de Dios, el orden de justicia que ha sido quebrantado o herido. Si bien al principio,
literariamente se presenta como una prueba de la firmeza de la fe de Job (Job 1,6-2,10), en
última instancia la angustiosa pregunta acerca del posible sentido del sufrimiento de los
inocentes, no recibe ninguna respuesta. La temática de la creación juega un gran papel. El
recordar que se ha sido creado por Dios debe reforzar la confianza en la acción futura y
redentora de Yavé. El motivo de la creación del ser humano se utiliza, en el Libro de Job,
sobre todo para tematizar la finitud, limitación, pecaminosidad, caducidad de toda creatura
(Job 4,17-21). Esto se une con la acentuación reiterada de que el poder de Dios y su señorío
sobre todo lo creado son insuperables. También esto ha de despertar y reforzar la confianza
en que Dios no abandona y asiste (Job 5,10ss), pero a la vez hace callar toda lamentación del
hombre ante este Señor del Universo, que parece haberse alejado y volverse inalcanzable y
cuyos designios permanecen inescrutables para el hombre (Job.37,23; 26,5-14). Las amargas
acusaciones a las desesperadas preguntas de Job sobre el sentido de su sufrimiento son
tomadas en serio por Dios, en la medida en que responde justificándose a través de preguntas
cargadas de ironía que dejan de lado el intento de Job de hacer justicia con Dios: "Atate los
pantalones como un hombre; voy a preguntarte y tú tendrás que enseñarme: Dónde estabas tú
cuando yo fundaba la tierra? Habla, si es que sabes tanto" (Job 38,3ss) En la forma literaria
del discurso divino se dejan pasar ante la mirada de Job las maravillas del orden creado. En
estas expresiones se despliega expresamente el interés, crecido durante estos últimos siglos
respecto de una observación lo más ajustada posible de la naturaleza: la fuerza poderosa del
hipopótamo, la inexpugnabilidad de la coraza del cocodrilo, la estabilidad de las leyes
naturales, todo sirve como argumento a favor del señorío y atención de Dios sobre el mundo.
Ante esto a Job sólo le resta callar, el aceptar la ceguera de sus inútiles pretensiones contra su
destino, por desconocer la verdadera grandeza de Dios, así como la súplica humillante de ser
devuelto por Dios a la noche oscura del dolor.
3. La inescrutabilidad de los designios de Dios y la caducidad de la vida humana son los dos
temas que se unen con la temática de la creación en el Libro del Eclesiastés (Qohelet)(Siglo
III a.C.) Ej. Qoh. 12,1.6.s., ante el tiempo que se escapa y la seguridad de la muerte y ante la
convicción de que, si bien Dios ha decidido todo acontecimiento desde toda la eternidad
(Qoh.3,14s), pero teniendo en cuenta que el poder y la sabiduría de Dios son inescrutables
para el hombre, al hombre sólo le resta aceptar la felicidad de cada instante como un regalo
de Dios y experimentar la acción inescrutable de Dios al menos en el ya de cada presente.
(Qoh.3,11-13).
5. El libro de la Sabiduría, el más joven del AT (Siglo I a.C.) desarrolla la idea de que todo
los hombres podrían, a través de la contemplación de la realidad creada, llegar al
conocimiento del único Dios creador de todas las cosas (Sab.13,1-7). Crece la conciencia
nueva de la propia realidad del cosmos, el cual es lentamente desacralizado, desdivinizado y
cuya belleza y orden, descritos cada vez con mayor frecuencia, son signos de la grandeza y
sabiduría de Dios.
c. Apocalíptica judía
1. La literatura profética tardía expresa la esperanza de que alguna vez la creación, por obra
de Dios, recibirá de modo
nuevo, restablecido, la forma original con que Dios la pensó. Desde allí anuncia el Tritoisaías
(Is.56-66), a los israelitas que vuelven del exilio, la creación de un "nuevo cielo y una nueva
tierra". El profeta piensa sobre todo en la renovación de la grandeza y dignidad del pueblo de
Israel, pero deja abierta la respuesta respecto de si esto acontecerá en el futuro histórico o
recién en el nuevo eón. También Jeremías anuncia la voluntad de Dios de cerrar una nueva
alianza con Israel (Jer.31,31) y Ezequiel profetiza que Yavé regalará a Israel un nuevo
corazón y un nuevo espíritu y los conducirá a su tierra (Ez. 11,19; 36,22-28). Ya el
Protoisaías había desarrollado la visión del futuro en el que la rivalidad entre el hombre y el
animal acabaría al irrumpir un reino de paz universal (Is.11,1-10) En vinculación estrecha
con esa visión el Tritoisaías describe el final de los tiempos que se espera como un tiempo en
el que no habrá muerte repentina, en el que todos cosecharán los frutos de su trabajo, en el
que la paz reina entre todos los vivientes y nadie obra el mal (Is.65,20-25).
2. El apocalipsis de Isaías, proveniente del tiempo tardío del AT (Is.24,1-27,13) amenaza con
la destrucción del cielo y la tierra, dado que Israel ha herido la ley y roto la alianza. La
escena describe de manera admirable las fuerzas de la creación desencadenadas. También
esta narración descuenta la definitiva victoria de Dios sobre todos los poderes enemigos de su
creación. Yavé cambiará la miseria de los justos y despertará los muertos a una vida nueva.
2.1.1.4. Conclusión
Los escritos neotestamentarios anuncian al "dios que da vida a los muertos y que llama al ser
lo que (aún) no es" (Rom.4,17). La revelación central del NT basada en la palabra y obra de
Jesús, en muchas partes encuentra su fundamentación en la doctrina de la creación. Estos
escritos presuponen la fe en la acción creadora de Yavé. En las afirmaciones sobre la
creación el NT une la fe de la comunidad cristiana a la de los Padres y da a ésta una
explicación e interpretación propia, centrada en el acontecimiento Jesucristo.
Sobre todo en los Evangelios Sinópticos, Jesús, en sus palabras y obras, asumió
explicitamente la confesión de fe de los padres sobre la acción creadora de Yavé.
Los evangelios hacen hablar a Jesús, explícitamente, sobre la creación del mundo, en muy
contados pasajes. Generalmente es en contexto de la tradición de una afirmación sobre el
juicio, en que se recuerda el dato temporal ("desde la creación del mundo") y que en boca de
Jesús hace, por un lado, manifiesta cuán larga ha sido la duración de esta historia de no-
salvación (cf. Lc.11,50), mientras que por otro lado remite a la determinación de Dios,
tomada "en el principio" de conducir el mundo a su salvación definitiva (cf. Mt.25,34).
a. Atención a la obra divina de la creación. Sobre todo en las parábolas se descubre que
Jesús ha observado con detenimiento los procesos en la naturaleza, en la vida en común entre
seres humanos y animales, respecto de la acción humana sobre el mundo (siembre,
sembrados, trigo y cizaña, grano de mostaza, pesca, trabajo en la viña, preocupación del
pastor, fermento en la mesa, la construcción sobre roca o arena...). Estas realidades cotidianas
fueron utilizadas por Jesús para hacer comprensible y accesible su predicación sobre el reino
de Dios.
c. El amor de Dios por todas las creaturas. Jesús exhorta a sus oyentes a mostrar
misericordia hacia todas las creaturas. En esta línea se ubica la exigencia de honrar con ese
amor particularmente a los entonces marginados, despreciados, publicanos y prostitutas,
mendigos y enfermos, como un modo de honrar al Creador.
d. Restitución del orden original y bueno de la creación. Jesús expulsa demonios y cura
enfermos. Hace posible la experiencia de cómo la voluntad salvífica de Dios se concretiza en
sus criaturas y a favor de ellas. En la pregunta discutida entonces respecto de en cuáles
condiciones era lícito repudiar a la mujer y desvincularla del matrimonio (Mc.10; Mt.19),
Jesús argumenta teologicamente desde la doctrina de la creación. La bisexualidad querida
por Dios y su determinación a una vida en común hace decidir a Jesús en su argumentación
que debe haber un tratamiento igualitario del varón y la mujer al responderse la pregunta
sobre cuándo se dan las condiciones para un divorcio.
Los acentos doctrinales y teológicos relativos a la creación en la palabra y en los gestos del
Jesús terreno, se vinculan todos a su mensaje central de que el Reino de Dios está cerca y que
ha comenzado. Jesús, diferenciándose claramente de la apocalíptica judía y de la sabiduría
helenista, no anuncia un Dios inaccesible en su lejanía, ni un Dios que recién actuará en los
últimos tiempos, tras la decadencia o destrucción de este mundo, sino a Yavé, el Padre, su
Padre, hoy y aquí ocupándose de todos y cada uno de los hombres. La predicación de Jesús
tiene marcados acentos universales, los cuales, en atención a la tradición, fundan su
argumentación en la doctrina de la creación.
a. Cartas paulinas
Resumiendo, podemos decir que según Pablo, en Jesucristo, el Primogénito de entre los
muertos, ha comenzado la nueva creación. En el bautismo, por hacernos participar en el
destino de Jesucristo y por efecto de la vida nueva obrada en la acción del Espíritu Santo, la
vida nueva se hace experimentable en el ya de la historia. Ella llegará a plenitud por Cristo
al final de los tiempos, cuando pasen todos los dolores de este mundo. Como Sabiduría de
Dios, Primogénito y Mediador de la creación, corresponden a Jesucristo la majestad y
dignidad divina.
b. Escritos Deuteropaulinos
2. En la Carta a los Efesios se afirma en diversos momentos que Dios recapitulará todas las
cosas en Jesucristo, el que ha sido sentado a su derecha (Ef.1,10.20-22). La humillación y
exaltación de Jesucristo apuntan a su señorío sobre todo lo creado (Ef.4,10).
d. Evangelio de Juan
La cristología joánea del Logos comprende la idea de la mediación del Logos en la creación.
El prólogo de Juan es un verdadero himno a la mediación creadora-salvífica de Jesucristo. El
anuncio de la acción mediadora del Logos se une en Juan con la doctrina de la preexistencia
del Logos y su comunidad con Dios en la creación del mundo.
2.1.2.3. Conclusión
La inclusión de la cristología neotestamentaria en la teología judía veterotestamentaria de la
creación persigue esencialmente tres intereses:
Las narraciones bíblicas no quieren hacer afirmación científico-natural alguna. Por esto, no
hay conocimiento en el ámbito de las ciencias naturales que pueda contradecir las
narraciones bíblicas o quitarles su valor, así como es también imposible poner en duda los
conocimientos y resultados de las ciencias naturales apelando a lo que sostiene la Biblia. Las
afirmaciones bíblicas sobre la creación son un testimonio auténtico para una contemplación
creyente del mundo y su interpretación. La Escritura no informa sobre hechos de la ciencia
natural sino que ayuda a afirmar y comprender la existencia, quieren consolar, dar coraje e
invitar a la alabanza comunitaria del Creador.
Narraciones sobre la creación del mundo y del hombre tienen una prehistoria importante. No
surgen recién entre las grandes culturas del Lejano Oriente, Medio Oriente o Centroamérica,
sino que podemos encontrarlas ya en las culturas más primitivas y llegan tan atrás en la
historia como las tradiciones orales más antiguas. Recientemente se ha descubierto que las
narraciones sobre la creación del hombre y del mundo no aparecen desde el principio unidas,
sino que normalmente constituían tradiciones independientes. Curiosamente, se ha podido
constatar, que las narraciones referentes a la creación del hombre son más antiguas o
anteriores a las de la creación del mundo. Más bien estas últimas suelen aparecer recién
cuando se ha logrado un cierto desarrollo y elevado grado cultural. Esto implica que el
concepto de "creación", del "crear", del "origen", surge en el contexto de la creación del
hombre. Antes de que el hombre pudiera ver el mundo como totalidad y de que pudiera
tomar distancia de él para preguntarse por su origen y surgimiento, pudo comprender su
humanidad, en tal globalidad, que se preguntó por el "de dónde" del hombre, por su propio
origen. Esta pregunta no nace de un interés teorético, sino de la experiencia del sentirse
amenazado, desde la peligrosidad que implica la realización de la existencia humana. Desde
allí debemos comprender que la pregunta por el ser existiendo es anterior a la pregunta por
los entes (las cosas, lo existente).
Dado que las narraciones bíblicas, miradas en sentido cultural-histórico, han sido formuladas
muy tarde, en una época en que ambos tipos de tradiciones ya se habían unido, no
encontramos en los escritos bíblicos, de modo explícito y preciso, una prioridad temporal de
la tradición sobre la creación del hombre. Sin embargo, llama la atención que la narración de
la creación yavista es en realidad una narración de la creación del hombre, mientras que la
tradición sacerdotal narra fundamentalmente la creación del mundo, a la que posiblemente se
integró luego el relato de la creación del hombre.
Las observaciones del teólogo del AT Gerhard von Rad resultaron verdaderamente
estimulantes para la investigación exegética y sistemática al reconocer que dentro de la fe en
Yavé la fe en la creación nunca logró independencia o actualidad. La encontramos siempre
en radical vinculación y dependencia de la soteriología. Con toda probabilidad, la fe en la
creación ya existía en Canaan desde mucho antes y tomaba la forma, en el culto, de visiones
míticas sobre la lucha con el dragón para superar el caos, conocida en tiempos muy anteriores
al de la existencia de Israel. La fe judía en la creación se desarrolla desde la experiencia
salvífica de Israel. A partir de estas investigaciones, alcanzó aceptación unánime la idea de
que la enorme mayoría de las afirmaciones bíblicas sobre la creación, está en relación directa
con una experiencia de salvación o de no-salvación. También ha resultado reconocido sin
discusión el hecho de que la fe en Yavé se desarrolló desde la experiencia histórica de
salvación del pueblo de Israel en la salida de Egipto y que permanece unida a ella.
Las afirmaciones sobre la creación son, en última instancia, una forma de confesión de fe. En
su miseria los creyentes ponen su esperanza en Dios, que ha creado los cielos y la tierra, que
es más poderoso que todas las potestades oscuras y cuyo apoyo salvífico han podido
experimentar de diversas maneras.
Según el testimonio bíblico la acción creadora de Dios comprende su obrar creador (original
y permanente), su ocupación ordenadora y "conservadora" de su creación y su otridad
soberana, actuante en su creación.
A través de diversas expresiones del lenguaje los escritos bíblicos expresan que Dios ha
llamado al ser y conserva en él todo lo que existe. La confesión creyente de que toda la
realidad, en cuanto contingente, no-necesaria, se debe a la libre determinación de Dios que
quiso llamarla al ser, se expresa en los textos antiguos a través de la constatación de que todo
lo que existe, una vez no fue, no existía (Gen.2,4b). La expresión "al principio", tan usada
para expresar la acción creadora de Dios, expresa que no existía un antes. El uso del verbo
"bara" (acción creadora), que se utiliza exclusivamente para el "hacer creador" de Dios, debe
comprenderse como un testimonio de la acción divina, sin analogía posible con cualquier
acción humana. La fórmula "Dios ha hecho todo de la nada" (2 Mac.7,28; Job 26,7;
Rom.4,17) quiere expresar de manera clara y dramática, aquello que querían confesar los
escritos más antiguos: Dios es en su divinidad lo absolutamente Otro, cuya otridad consiste,
entre otras cosas, en que crea sin presuponer nada, crea lo otro respeto de sí, no a partir de
algo preexistente y coloca en el ser por decisión absolutamente libre de su voluntad.
Según el testimonio bíblico Dios actúa también en el tiempo y en la historia (no sólo "al
principio") como creador , "renueva la faz de la tierra", "crea al hombre un corazón y un
espíritu nuevos"; "resucita a Cristo a una vida nueva" y da su espíritu "dador de Vida" a los
hombres para que participen de su nueva creación. El Salmo 104,29ss describe la acción
creadora de Dios como algo permanente:"escondes tu rostro..."
A la vez, todo lo que llegó o llegará al ser por voluntad de Dios, ha de confiarse a su
permanente acción y atención providente. Dios ordena las cosas y hace posible, de esta
manera, un relacionamiento pacífico de la humanidad con el mundo animal y la naturaleza.
Dios protege a la creación aún de su propia ira (Gen.8,21) y la determina a una realización
final y definitivo cumplimiento (Apoc.21,1-4). Dios hace posible la vida y permanencia de
la humanidad: da alimento y descendencia. Las acciones salvíficas de Dios en la hora
histórica (liberación de Egipto o Babilonia), pueden acontecer porque Dios tiene poder sobre
todo otro poder o potestad.
No sólo antes de todo tiempo, sino también en todo tiempo y más allá de todo tiempo actúa
Dios creativamente la vida y salvación de sus creaturas.
Los libros bíblicos presentan la acción creadora de Dios como una acción de la que participan
su palabra, su sabiduría, su espíritu.
- (Is.55,10ff) La palabra de Dios no vuelve a El sin haber actuado, sino después de haber
establecido nuevas realidades. La palabra de Dios tiene poder sobre todos los poderes
naturales (Sir.43).
- El espíritu de Dios actúa donando y sosteniendo la vida, desde el principio y hasta el fin.
Los escritos bíblicos destacan la pluralidad y multiplicidad de formas y seres creados y de esa
manera dan testimonio de su dilapidadora riqueza , bondad, paciencia y plenitud de vida. La
multiplicidad de lo visible, de lo que es accesible para el conocimiento humano es pequeña
en relación con lo que permanece oculto e inalcanzable para él. A través del mundo el
hombre puede llegar al conocimiento de la grandeza de Dios y junto con el salmista
exclamar:"Todo lo que respira, alabe al Señor" (S.150,6).
2.3.2.2. Adamah (tierra) y cosmos (mundo) como ambiente vital del hombre
Según la narración sacerdotal de la creación Dios prepara primero el ambiente vital del
hombre, antes de crear al varón y la mujer. Por otro lado el yavista expresa la radical
relacionalidad del hombre con la tierra, al describir en el centro de su narración la relación
constitutiva de Adam y adamah.
Con el mandato de hacer habitable la tierra y servirse de ella y de dominar sobre todas las
creaturas no humanas (Gen.1,28) Dios deja participar al hombre en su ocupación y cuidado
de la creación. El dominio humano sobre la tierra, animales y plantas no se identifica en
absoluto con "explotación" y muchos menos con su consecuente destrucción de las
condiciones humanas de vida. Dios no obra la salvación al margen de la creación y no existe
una salvación que pase o coincida con la destrucción de la creación. La convicción de que el
hombre, como parte integral de la creación, sobrevive con la tierra, en caso de vivir "con"
ella o se destruye, en caso de vivir "contra" ella, significa teológicamente: quien obra en la
salvación de la creación que le ha sido confiada, participa en la obra de su propia salvación.
En Gen.1,26 se afirma que el hombre ha sido creado "a imagen de Dios". Tanto la
denominación y descripción de cada uno de los hombres como "imagen de Dios", como la
relación de este modo de hablar del hombre con la creación de éste, no tienen paralelos en el
ambiente oriental.
En comparación con otras tradiciones orientales, los relatos yavista y sacerdotal relatan con
especial énfasis la creación del hombre como varón y mujer. Incluso el modo concreto en que
ha de desarrollarse esta relación entre varón y mujer, encuentra una interpretación concreta:
Recién la mujer, entre todas las criaturas es "ayuda adecuada" para el varón, a quien libera de
la "soledad", lo que se explicita en la exclamación de júbilo del varón. El dominio del varón
sobre la mujer, existente y vivido ya en tiempos en que surgen estos relatos, es vista como
consecuencia del pecado y por lo tanto como contraria a la voluntad original de Dios.
Los libros del NT ofrecen múltiples testimonios sobre el modo abierto y natural con que
Jesús trataba y se relacionaba con mujeres (samaritana, adúltera, las discípulas, las testigos de
la resurrección...). En el grupo de los Doce, que revela una manifiesta intención simbólica
(doce tribus de Israel), Jesús no integró mujeres, sin embargo, entre los líderes y responsables
de las primeras comunidades paulinas, encontramos una serie de mujeres, que son
mencionadas concretamente (Prisca , en Romanos; Evodia y Syntyche en Filipenses, la
diaconisa Phoebbe y la apóstol Junia, en Romanos...).
La igualdad de varón y mujer delante de Dios es expresada por Pablo de una manera radical
en una frase enfática: "no existe más judío o griego, esclavo o libre, varón o mujer, porque
todos sois uno en Cristo Jesús" (Gal.3,28).
En cierto modo, la argumentación de la Primera Carta a los Corintios ("El varón no proviene
de la mujer, sino la mujer del hombre. El varón no fue creado para la mujer, sino la mujer
para el varón...Sin embargo, en el Señor no hay la mujer sin el varón ni el varón sin la mujer.
Porque así como la mujer viene del varón, el varón viene al mundo a través de la mujer; pero
todo viene de Dios", 1 Cor.11,8s.11s). La dependencia o sujeción de la mujer al dominio del
varón exigen quizás una tardía inclusión en la 1.Corintios (1 Cor.33b-36) de la Carta a
efesios (cf.Ef.5,22-24) y de la 1 Timoteo (1 Tim.2,11s). La historia del desarrollo interno de
la Biblia falsea la intención de Gen.3 introduciendo tendencias antifeministas. En 1
Tim.2,11-15 leemos:" Una mujer debe, tranquila y en obediencia, dejarse enseñar. No
permito que una mujer enseñe ni que domine sobre el varón. Debe comportarse
tranquilamente. Porque primero fue creado Adán y luego Eva. Y no fue Adán seducido sino
que la mujer se dejó seducir y desobedeció el mandamiento. Sin embargo, ella será salvada
en cuanto que trae hijos al mundo, con tal de que lleve una vida santa y ordenada en la fe y
en el amor". Aquí, la tradición yavista de la creación es utilizada de un modo que no se
corresponde a la intención del autor, para fundamentar relaciones de dominación
fácticamente existentes. Los castigos de Gen.3 se asumen en sentido moralizante y se
deforma su verdadero sentido e intención: mostrar el tiempo presente, son sus dolores y
rupturas, como contrario a la voluntad de Dios y fruto de la propia culpabilidad humana. En
todos los casos debemos recordar que la regla hermenéutica fundamental consiste en
permanecer fieles al contexto total. Sólo la Biblia, como un todo, salva de que
malinterpretemos o manipulemos frases o pasajes aislados.
a. nefesch (aliento vital, espíritu). La Biblia habla del nefesch humano particularmente allí
donde quiere expresar la íntima vitalidad, la voluntad de vida, la pasión por la vida, el apetito
y el deseo, la necesidad humanas. El significado original de la palabra deja en claro que al
respirar y el alimentarse son las funciones que aseguran la vida humana. El que ha sido
creado de la tierra (al igual que los animales) es hecho un ser viviente a través del nefesch,
acto divino por el que Dios le vivifica. Este término fue traducido al griego por "psyché" y
al latín por "anima" (alma), pero es importante tener en claro que con esos términos, en
fidelidad al original no se dice o se limita una acción o principio espiritual opuesto a uno
corporal, sino que se expresa siempre todo el hombre y todo lo humano en cuanto vivo y en
la realización de esa vitalidad como capacidad de trascender.
b. basar (carne). Con este término el hebreo menciona y caracteriza lo humano de cara, ante
todo, a su corporalidad, limitación, caducidad, y también en relación a la corporalidad en
cuanto medio de comunicación y comunitariedad. Traducido por "carne" puede denominar
también una relación de parentesco, la familia, el pueblo, la humanidad. Cuando se utiliza en
la expresión "ser una sola carne", no dice en absoluto algo limitado a la vida corporal o
sexual (bio-fisiológica), sino que intenta hacer una afirmación totalizante de la humano: el
varón y la mujer viven en comunidad comprehensiva su humanidad.
c. ruach (espíritu). Llama la atención que el término "ruach", que se emplea habitualmente
para hablar de Dios (espíritu de Dios), en la Biblia también se utilice como concepto
antropológico. Con el significado fundamental de "viento", "aliento", este concepto sirve
fundamentalmente para designar los sentimientos y emociones del hombre, su conocimiento,
comprensión y capacidad de juicio. La traducción "espíritu" puede despertar en hombres de
mentalidad contemporánea relaciones con lo "intelectual", ajenas al sentido de "ruach". El
término original significa ante todo la voluntad dinámica del hombre, su esfuerzo,
superación, ambición.
d. leb (corazón). El corazón es, en la comprensión judía, la sede del entendimiento. Por
tanto, en el corazón no se ubican primordialmente las reacciones emocionales, sino más bien
el conocimiento, la intuición, la percepción, la capacidad de decisión y desde allí las actitudes
y sentimientos como alegría o preocupación.
La Biblia narra acciones del diablo, de demonios y de ángeles. El tema aparece diferenciado
y permite reconocer un desarrollo en la reflexión. En los diversos contextos, cuando la Biblia
habla de estas realidades creadas, lo hace con una intención teológica que es preciso
reconocer:
1. Ángeles: Los escritos bíblicos dan testimonio de la realidad de seres angélicos en dos
contextos diversos por su significación: Como mensajeros de Dios comunican a los hombres,
a quienes se dirigen, una noticia o un encargo divino. En los escritos más tardíos aparecen
ángeles con nombres propios y reciben un perfil más fuerte y autónomo, en su calidad de
protectores (Rafael: "Dios ha salvado", Miguel: "quién es como Dios?", Gabriel: "fuerza de
Dios"). Por otra parte se habla en visiones e imágenes de la existencia de una corte celestial
formada por ángeles (Is.6,1-4) En el contexto del culto real de los cananeos los ángeles
aparecían como los protectores del rey. Yavé, "el Dios sobre todos los dioses" (S.95,3) reúne
a todos los poderes delante de su trono y manifiesta así, ante todos y sobre todos, su absoluta
unicidad (1 Re 22,19-23). Los "rivales" de Yavé aparecen así como quienes han perdido en
su presencia y ante su divinidad todo poder.
2. Demonios: Los libros bíblicos hablan a menudo de "demonios", seres que se ubican en el
"entre" de la relación entre Dios y el hombre. En el AT se expresa la fe en los demonios,
bastante extendida en los siglos anteriores a la era cristiana, de un modo bastante sobrio. Dios
mismo aparece muchas veces como alguien que aqueja a los hombres a través de malos
espíritus para moverlos, de esta manera, a determinadas reacciones (cf. 1 Sam. 16,14;
Jue.9,23). Recién aparece la referencia al tema, determinada de un modo claramente
negativo, en el Libro de Tobías (3,8) al referirse al demonio "aschmodai".
En la discusión con los contemporáneos judíos, que consideran el poder de Jesús como
vinculación con Beelzebu (Mt.12,22-30; Lc.11,14-23), Jesús valora su acción como causada
por el espíritu (Mt.12,28) y el dedo de Dios (Lc.11,20), a través de la cual el Reino de Dios
ha llegado a los hombres.
Mientras que la palabra "diablo" sólo aparece una vez en el AT (en el libro más joven, Sab.
2,24) en que se hace responsable a la envidia del diablo de la irrupción de la muerte en el
mundo. El NT habla en muchos y variados contextos de las obras del diablo. Los Sinópticos
narran la tentación de Jesús por parte del diablo (Mc1,13; Mt.4,1-11; Lc.4,1-13). La
afirmación fundamental consiste en ratificar que el "nuevo Adán" ha vencido el poder
diabólico. Jesús ha resistido las tentaciones y de ese modo se ha manifestado como el
verdadero abogado de Dios ante los hombres, como abogado y no como acusador de los
pecadores, de los débiles y miserables (Mc.2,17).
Jesús contempla la caída de Satanás, el fin del dominio de Satanás (Lc.10,18), anuncia el
momento en que será arrojado el dominador de este mundo (Jn.12,31)
En los escritos paulinos aparece Satanás en vinculación estrecha con la realidad del pecado (1
Cor.7,5; 2 Cor.11,3-13). Con un sentido realista y sobrio, los escritos del NT advierten contra
las tentaciones del mal que permanecen (1 Pe.5,8). Sobre todo son interpretados los dolores
que hay que soportar como obras del poder diabólico, que quiere confundir a la comunidad
para que defeccione de su fe. En esta situación, los testimonios bíblicos dan coraje para
perseverar en la fe y superar el miedo al mal por la creciente confianza en el poder invencible
de Dios.
Los libros bíblicos testimonian y explicitan de diversas maneras la realidad del pecado
humano y sus dolorosas consecuencias, tanto para el pecador en sí como para la convivencia
humana y la relación del hombre con el mundo.
a. Pecado como alteración del orden de la creación: el pecado humano es siempre pecado
contra Dios y contra la creación (afecta todo el ámbito de la creaturalidad). La esencia del
pecado consiste en el desorden del orden de la creación bueno querido por Dios y por lo tanto
una ruptura en la comunidad entre Dios y el hombre, así como en la comunidad del hombre
con sus semejantes y la creación no humana. Esta ruptura de la comunidad y la alianza tiene
consecuencias fatales para toda la creación.
c. Universalidad del pecado: "No existe nadie que no peque" (1 Re.8,46). Según la historia
de los orígenes sacerdotal el querer y hacer del corazón humano siempre ha sido sólo el mal
(Gen.6,5 ). Los profetas se quejan de la tendencia del pueblo, ratificada una y otra vez, de dar
vuelta la cara a Dios. Jeremías considera la posibilidad de que el pueblo, acostumbrado al
mal, pueda mejorarse, como imposible (Jer.13,23). También según el NT es la
pecaminosidad de los hombres algo universal. Pablo acentúa la idea de que todos, judíos o
griegos, están bajo el dominio del pecado (Rom.3,9). Según él, la pecaminosidad
corresponde a la realidad del hombre, de ahí que haya que afirmar rotundamente el hecho de
que Jesús "no conoció el pecado" (2 Cor.5,21). Los escritos joaneos hablan del "pecado del
mundo" (Jn.1,29; 3,19), que ha sido superado por Cristo, de quien nadie puede predicar un
pecado (Jn.8,46).
d. Herencia generacional del pecado personal: S.51,7 describe la pecaminosidad del
hombre como un poder que lo acompaña causalmente desde el comienzo de su vida. La
narración de la caída en el pecado de Gen.3-4 quiere expresar, por una parte, la
pecaminosidad de toda la familia humana a través de la mirada hacia el comportamiento
ejemplar del que fuera raíz de todo el género humano. Por otra parte, debe quedar claro en
ello, que los hechos de uno sellan dolorosamente la vida de los demás. La muerte que pendía
como amenaza sobre Adán y Eva (Gen.2,16), se realiza recién en el fratricidio de Caín-Abel.
La idea de estar presos, colectivamente, del pecado de los padres es común al AT (Ex.20,5).
En la literatura profética, más tarde, se irá acentuando la idea de una responsabilidad personal
sobre los propios actos, que no puede ser sustituida (Jer.17,10; 31,19; Ez.18,3; Job.34,11;
Eclo. 16,12-14.
e. Redención del pecado por la acción de Dios en Cristo: La acción de Jesús, que por su
obediencia en el amor ha roto la cadena de la violencia, es contrapuesta por Pablo,
estableciendo una tipología, a la obra de Adán (Rom.5,12). La humanidad no pudo salvarse a
sí misma del encadenamiento universal en el pecado. La redención acontece exclusivamente
por la iniciativa de Dios, por acontecimiento de su gracia, que alcanzó su meta de manera
escatológica y definitiva, irreversible, en Jesucristo.
La narración yavista de los orígenes vincula el dolor humano y la muerte violenta con la
caída del orden de la creación querido por Dios en el principio. El dolor, experimentado
facticamente, debe aparecer como una realidad de la que los hombres son responsables. En la
intención de esta afirmación, expresada narrativamente como un antes y un después, no
quiere afirmarse que, historicamente mirado, haya existido alguna vez vida humana sin
sufrimiento y muerte.
3.1. Antigüedad
En los primeros siglos de la era cristiana, la teología cristiana alcanzó su propio perfil a
través de su vinculación a la tradición filosófica de aquél tiempo y en contraposición con ella.
En el primer plano de la discusión estaban las especulaciones cosmológicas, que en sus
formas concretas, influenciaban la comprensión del mundo y de la existencia humana.
En las corrientes filosóficas fundamentales de los primeros siglos del cristianismo (Stoa,
Epicureísmo, Escepticismo), el esfuerzo principal se dirigía a poner las bases de pensamiento
para una praxis existencial, a través de la cual los hombres podrían alcanzar la felicidad
(eudaimonia) o bienaventuranza.
También en las obras de los teólogos del cristianismo primitivo aparecen afirmaciones sobre
la creación vinculadas estrechamente a orientaciones éticas. El conocimiento verdadero del
Creador conduce a un comportamiento bueno y de ese modo sirve a una vida más humana.
Si no se llegó, hasta la segunda mitad del Siglo II, por parte de los teólogos cristianos, a una
confrontación con la convicción filosófica griega acerca de la "eternidad" del cosmos y del
"no-haber-llegado-a-ser" de la materia, fue sobre todo, porque los maestros de la doctrina
cristiana sobre la creación no desarrollaban su reflexión primariamente a partir de intereses
teorético-especulativos, sino que compartían la orientación ética, la praxis vital, con las
corrientes filosóficas de esa época.
Algunos teólogos, a comienzos del Siglo II, comienzan a desarrollar esta perspectiva. El
Pastor de Hermas afirma: " Ante todo, cree que existe un sólo Dios, que todo lo ha hecho de
la nada y todo lo lleva a plenitud, que todo lo abarca, mientras él permanece lo único
inabarcable" (Herm.1,1). La situación se transformará radicalmente por influencia y
expansión de ideas marcionistas y gnóstico-cristianas, lo que hará necesario y urgente un
poner los límites entre la comprensión griega y el pensamiento bíblico.
Teófilo de Antioquía (+186) asume el lenguaje bíblico para afirmar con claridad que Dios
"ha creado todo de la nada". Presenta, contra los errores gnósticos y la doctrina platónica, tres
argumentos fundamentales: 1) la concepción de una materia preexistente, hace peligrar la
confesión de fe de que Dios es el creador de todo. Sólo podemos hablar de monarquía divina,
si afirmamos que también la materia es creada. 2) Si la materia no hubiera sido creada,
entonces sería también inmutable y por lo tanto de igual dignidad que Dios. 3) La grandeza
de Dios se manifiesta realmente como grandeza, si aceptamos, que El tiene el poder de crear
de la nada y dar al todo el cambio, el movimiento, la vida.
En el Siglo II, como consecuencias del diálogo entre los pensadores platónicos y los teólogos
cristianos, se eleborará una cristología del Logos que argumentará desde la doctrina de la
creación. Por ejemplo, Ignacio de Antioquía (+ 117) confiesa, en su Carta a los Efesios, "el
hombre nuevo" y destaca el significado soteriológico de la nueva creación en Cristo.
También el Pastor de Hermas destacará el rol mediador del Hijo de Dios en la creación. Los
Padres Apostólicos pondrán sus propios acentos, cuando fundamentan el misterio eucarístico
de acuerdo a la doctrina de la creación (La Didaché compara los dones que nos han sido
dados en la creación con aquellos definitivos que nos han sido dados en Cristo).
Según la filosofía del platonismo medio, así como en la Gnosis, cristiana o no, influida por
él, se presenta la esencia de Dios como idéntica con el ser eterno, opuesto al mundo,
inmutable. La exigente pregunta respecto de cómo vincular la inmutabilidad de Dios con su
acción en el mundo, se hizo posible a través de la reflexión en torno a la figura del Logos
como esencia mediadora (humano-divino). Muchos autores cristianos tendrán parte en estas
especulaciones del Logos La tradición teológica tendrá que hacer un gran esfuerzo para
encontrar un camino entre posturas subordinacionistas y posturas modalistas.
Como algo unido inseparablemente a la acción creadora del Logos, Justino y Teófilo de
Antioquía describen el engendrar del logos prophorikos desde el Padre. La existencia
preexistente del Logos (antes de la creación en la forma del logos endiathetos) es pensada por
estos escritores como una existencia inmanente en el Padre, de una manera que no expresa
claramente la personalidad e igualdad esencial del Hijo y el Padre. Al igual que en la Stoa,
también en la teología cristiana, el Logos es venerado como ordenador y regente del mundo.
Es primordial y primitiva la idea de que el acontecer del mundo es dirigida o conducida por
una fuerza ordenadora. Con el concepto de "pronoa" vincularon los estoicos la idea de una
razón divina, no personal, que dirige el mundo a su meta, la cual permanece oculta para la
percepción de los individuos.
También aquí pone acentos muy propios Ireneo de Lyon, en la medida en que considera la
conservación de lo creado como acción del Logos. La doctrina de la providencia,
desarrollada por Clemente de Alejandría (+ antes de 215), también aparece centrada
cristológicamente. Plantea la actividad del Logos como la de un maestro, educador y redentor
de la humanidad y de cada uno. Como algo central a su pensamiento, plantea la idea de la
creatio continua, expresión de la pedagogía divina. En Oriente, la idea de providencia no se
refiere a una visión pronóstica de acontecimientos futuros ni a una planificación teórica de la
marcha del mundo, sino afirma, primariamente, la acción creadora de Dios para conservar en
el ser lo que ha creado. Para Juan Crisóstomo (+407), el orden regular de los acontecimientos
naturales y la belleza del cosmos, serán las verdaderas pruebas, signos de la atención divina
por su creación. Por el contrario, en Occidente, se profundiza la tendencia de considerar la
acción divina en el mundo, a través del uso de categorías racionales, como el desarrollo de un
programa predispuesto y planificado. Lactancio (+ después de 317) plantea la estructura del
tiempo en tres momentos articulados (pasado-presente-futuro) y al describir la providencia
divina, señala la función de Dios: "conservación de lo pasado, conocimiento de lo presente,
anticipación de lo futuro".
Los Padres de los Siglos II y III se ubicaron de frente, nítidamente, s todo dualismo cósmico,
en lo referente a la pregunta acerca al origen de la materia. Con ello superaron la tentación de
ver al mundo, la realidad experienciable y material, como algo malo en sí. Pero aún en los
Siglos IV y V existen corrientes dualistas muy influyentes. Para la imagen cristiana del
hombre y la relación al mundo, resultó determinante, trágicamente, el hecho de que el
pensamiento dualista del maniqueísmo influya en los escritos tardíos de Agustín, lo cual deja
a las generaciones siguientes la herencia de una valoración pesimista de las posibilidades
humanas del bien y un juicio escéptico respecto de las tendencias, apetitos y ambiciones
humanas.
El pesimismo ético de Agustín adquiere una forma concreta en su doctrina del "pecado
original", que se forma y desarrolla a través de la controversia con Pelagio.
Pelagio (+ 418), como Agustín, combatió las formas primitivas del dualismo maniqueo.
Permaneció fiel a la convicción de que un hombre, dispuesto al bien, es también capaz de
realizarlo. Pelagio se ubica detrás de la imagen optimista del hombre característica de la ética
antigua, para mover a sus contemporáneos al esfuerzo moral, con lo que quería obrar en
contra de un laxismo reinante, incluso en la misma Iglesia.
La protesta de Agustín contra el optimismo ético pelagiano, tuvo diferentes causas. Respecto
de la pregunta sobre el origen del mal, Agustín había sido sensibilizado por el maniqueísmo.
Agustín había experimentado en sí mismo, con dolor, que un hombre no puede realizar nada
bueno desde sus solas fuerzas y que todo lo bueno es obra de la gracia de Dios. La causa de
la radical perdición y podredumbre de la naturaleza humana, manifiesta ya en las raíces, es
encontrada por Agustín en una impronta dada de antemano (antes de toda determinación
personal), innata, del hombre. Como fundamentación bíblica, Agustín utilizó sobre todo
Rom.5,12, cuya afirmación interpretó, erróneamente. Esta perícopa dice (en su traducción de
la Vulgata): "Per unum hominem peccatum intravit in mundum, et per peccatum mors et ita
in omnes homines pertransiit, in quo (griego: eph ho) omnes peccaverunt" ("A través (por)
un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y ésta/éste pasó a todos
los hombres, porque todos han pecado". Agustín vio en la palabra "pecado" el sujeto de
"pasó" y vinculó entonces "in quo" relativamente a "unum hominem" (un hombre). Estos
desvíos de interpretación llevaron a Agustín a encontrar en la afirmación de Rom 5,12, la
afirmación de que el pecado de Adán pasó a todos los hombres, dado que todos, en Adán,
habrían pecado.
En el texto primitivo, la comprensión adecuada de Rom 5,12 habría sido que la muerte
("mors" y no "peccatum") sería el sujeto de "pasó". El latín "in quo" debe leerse en el sentido
del griego "eph ho" y traducirse como una conjunción causativa:"porque todos han pecado,
todos deben morir".
Si uno mira cual era el sentido y experiencia de vida del hombre medieval, se puede hablar
de una gran confiabilidad en la naturaleza y de la conciencia de una vinculación con ella
sobrentendida. El medio ambiente, el microcosmos del hombre medieval, con su ritmo de
estaciones regulares, aparece en una relación análoga a su relación con la totalidad
(macrocosmos). A pesar del riesgo vivido por los cataclismos naturales, el mundo pequeño,
accesible, regala al hombre una patria y le comunica seguridad. En esta experiencia pone sus
raíces el optimismo cosmológico, que es característico para la teología de esta época.
Los teólogos del Siglo XII intentarán realizar una justificación y fundamentación racional de
las verdades de la fe y se mostraron abiertos para el reconocimiento de una unidad íntima
entre la acción creadora de Dios y su obra salvífica.
Por esto, por ejemplo Anselmo de Canterbury (+1109) describirá la salvación como algo
necesario de cara a la restauración del orden original de la creación.
Con variaciones se ubican en esta perspectiva Abelardo, Pedro Lombardo, Hugo de San
Víctor y Rupert von Deutz. Este último entiende el engendramiento intratrinitario del Hijo
por el Padre como un acontecimiento que está ordenado a la actividad mediadora de la
creación del Logos. Pero también la encarnación del Hijo le resulta comprendida en el plan
original de la creación por parte de Dios. No es el pecado del hombre el motivo fundamental
de la encarnación, sino que más bien existe acto creador para hacer posible la encarnación del
Logos. Por cierto que el Hijo se encarnó también para bien de la humanidad caída, pero más
allá de ello y desde toda la eternidad, Jesucristo es la imagen original, el origen, el mediador
y la meta (redentor y plenificador) de toda la realidad creada. Este cristocentrismo se vincula
en la doctrina sobre la creación de Rupert con una dimensión pneumatológica: el Espíritu,
como expresión del amor entre el Padre y el Hijo vivifica y transfigura la obra creadora de
Dios.
Al asumir la denominación neoplatónica de Dios como "bonum diffusivum sui" (bien que se
derrama desde sí mismo) en la teología cristiana, la doctrina de la creación medieval expresa
su rasgo fundamental: el optimismo. La realidad creada es buena, porque ella es don e
imagen de Dios. Por otra parte, esta visión hace posible una fundamentación de la creación
desde el misterio de la Trinidad, en la medida en que vincula las procesiones intradivinas de
la Palabra y el espíritu (fuente de todo lo no divino) con la asunción redentora del mundo en
la encarnación e inhabitación del Espíritu Santo.
Hacia la mitad del Siglo XII se abre la reflexión a la filosofía aristotélica, que hace su
renacimiento en Occidente. La teoría platónica de las ideas, que concentraba la reflexión en
la causalidad ejemplar, dejará lugar a una doctrina, aristotélica diferenciada, basada en la
doctrina de los fundamentos (causas: aitiai), que influye en la reflexión teológica de la
creación.
La idea de un principio temporal del mundo no era posible de ser explicada a través de la
teoría aristotélica de las causas. En la búsqueda de los fundamentos externos e internos de
todo ente, Aristóteles ofrece una causa para responder, en cada caso, a las preguntas por el
qué, el de dónde, el para qué y el desde dónde. Diferencia cuatro causas: la causa formal
responde a la pregunta por el qué; la causa material a la pregunta de con qué (desde dónde);
la causa final, la pregunta del para qué y hacia dónde y la causa eficiente la pregunta por el
de dónde. El juego conjunto de estas causas de cara al cambio posible de un ente, presupone,
en el pensamiento aristotélico, la preexistencia de una materia a ser formada por una causa
hacia su finalidad, pero entendiendo que esta materia (hyle), no debe entenderse
primariamente como una substancia material, sino como la condición fundamental de
posibilidad de que algo llegue a ser. Aristóteles presupone, al pensar en el paso de la potencia
al acto, la existencia de la materia como principio de posibilidad. Este sistema no era por lo
tanto muy adecuado para fundamentar filosóficamente la doctrina cristiana de la creación ex
nihilo.
Dentro de los teólogos medievales, sobre todo Tomás de Aquino, asumió la doctrina de las
causas aristotélica. Fue su opinión que no era posible rechazar, filosóficamente, la doctrina
sobre la eternidad del mundo, pero que tampoco era exigido o necesario. Alcanza con
mostrar que la comprensión creyente del mundo no es incompatible con la visión filosófica.
Además, agrega fundamentos de conveniencia para desarrollar la doctrina teológica acerca de
la creación del tiempo. La obra creadora de Dios es pensada como un acontecimiento libre,
que no se deja demostrar filosóficamente como necesario, pero que es accesible con
categorías filosóficas. Afirma la causalidad universal de Dios, que ha llamado al ser todo lo
que existe. La recepción de la idea aristotélica de la "relación" como "categoría" (es decir,
una de las diez determinaciones de todo ente) permitió a Tomás la concepción de la creación
no como cambio, movimiento, transformación de lo ya existente, sino como el modo de
hacer comprensible la "colocación en una relación" entre el Creador y la creatura: Dios, el ser
en sí (ens a se), en quien no es posible diferenciar esencia de existencia, porque en cuanto ser
de la máxima libertad es el único ente necesario, fuera de cuya existencia no sería nada, da a
todo ente contingente (ens ab alio, ser desde otro ser) existencia y permanencia. El ente
contingente, no necesario es sostenido en el ser por Dios. Por eso la acción de Dios, no sólo
es una creatio ex nihilo, sino una gubernatio que dura permanentemente y sostiene al ente en
el ser.
Esto no significa que Tomás haya dejado definitivamente de lado la doctrina de la causalidad
ejemplar de Platón. La puesta creadora en el ser (en el sentido de causa eficiente) es
concretizada por él en la doctrina platónica de la participación. Dios da a la creación
participación en su ser verdad y bondad. La semejanza que así se constituye, entre el creador
y la creatura tiene sus límites en la diferenciación ontológica entre el ser necesario de Dios y
el ser no necesario de la creatura.
Tomás colocó los carriles fundamentales para la reflexión futura en la cuestión acerca de la
creación y la providencia. Tomás comprende la providencia como una razón (plan) que
ordena toda la realidad creada hacia su meta, en última instancia, hacia Dios mismo. Tomás
asume la teoría de la causalidad final para hacer comprensible que Dios se determina a sí
mismo como la meta de su creación, en la medida en que prevé , en la creación del mundo,
que El quiere la comunión con lo creado. La providencia, es un modo de decir, la idea de la
finalidad del orden creado. De esta manera logra un concepto teológico, estrictamente, de la
providencia: Dios ha creado el mundo de tal manera, que éste llega a sí mismo (se realiza en
cuanto tal) en la medida en que se deja plenificar por Dios. El cambio en la creación, la
marcha del mundo, se debe entender primariamente como una conversión, un retorno a Dios,
movimiento hacia su origen, que es a la vez su meta, camino hacia la plenificación definitiva
en Dios. Por eso es adecuado a la voluntad de Dios y a su acción, que la creatura experimente
felicidad (beatitudo) y salvación. Tomás diferencia entre la providencia divina (ordenamiento
de lo creado hacia Dios) de la realización temporal-histórica (executio) y de la conducción
(gubernatio) del plan creador-salvífico. Sólo en este ámbito de la conducción divina del
mundo existe la posibilidad de un actuar propio por parte de la creatura. Ello no significa que
la acción de Dios y la de la creatura sean complementarias, porque ambas se desarrollan en
niveles completamente diferentes, por cuanto la acción de Dios es recién lo que hace posible
la acción de la creatura.
Tomás asumió, como la mayoría de sus contemporáneos la teoría aristotélica según la cual
sólo el varón tiene una virtus activa en la generación de la prole, mientras que la mujer, en el
llegar a ser de la vida humana, sólo coactúa pasivamente, poniendo a disposición de la nueva
persona el espacio de crecimiento y el alimento necesarios. Esa depreciación del sexo
femenino será radicalizada hasta llegarse a decir que el generar un ser del sexo femenino
debe considerarse una "desgracia", porque esto impide que sea dado a luz un ser humano
100%, es decir, un varón. La mujer es un"mas occasionatus", un varón, por "casualidad",
impedido de llegar a ser. Esto llevará a una deformación de la visión de muchas afirmaciones
antropológicas fundamentales.
Ya en la obra de Duns Scoto (+1308) se reconoce una tendencia que luego se fortalecerá: el
poder de convicción de la argumentación filosófica pierde tanto peso cuanto se comienza a
reconocer que la mirada creyente incluye verdades que no son demostrables racionalmente.
Scoto proclamó la causalidad todopoderosa de Dios, la cual no es racionalmente verificable.
En torno a la temática de la creación, Scoto afirmará que el motivo de la acción creadora es
exclusivamente la voluntad de Dios. Todo es posible a la "potentia Dei absoluta" y por lo
tanto la acción de Dios no está atada a ningún tipo de necesidad, pero nos da a conocer su
acción a través de la revelación de la "potentia Dei ordinata". Scoto se pronuncia nitidamente
por la contingencia de lo creado. La acentuación extensiva de la omnipotencia ilimitada de
Dios la encontramos también en la teología posterior de Guillermo de Ockham (+1347). La
teología de esta época quiso, ante todo, destacar y desarrollar la idea de la radical e
incomprehensible libertad de Dios y su diferenciación trascendente respecto de todas las
creaturas. La consecuencia será la creciente dificultad por entender algún tipo de
"ordenamiento" de Dios a su creación. Esto tiene como resultado que la reflexión sobre la
creación en la baja Edad Media dejará al hombre en medio de los temores existenciales, que
se profundizan en la creciente distancia que existe respecto del único capaz de todo, Dios.
La mística alemana desarrolló también, desde su perspectiva, estas ideas. Sus principios
fundamentales son: la imposibilidad de conocer la esencia de Dios y la creciente conciencia
de la individualidad humana. El Maestro Eckhart (+1328) da nueva vida a la doctrina
platónica de las ideas. Su mirada mística de la unidad entre Dios y el mundo lo lleva a
afirmar la eternidad del mundo, lo que lleva a una afirmación de Juan XXII: "en la
afirmación acerca de que el mundo sea "ab aeterno", estamos ante un error". Un intento que
impresiona, respecto de la tendencia platónica para acentuar la unidad de Dios y del mundo,
y para asumirlas en la doctrina cristiana sobre la creación, fue llevado a cabo por Nicolás de
Cusa (+1464): en su visión aparece algo novedoso, que nos pone ya de cara a las visiones de
las modernas ciencias naturales (por ejemplo, la de la ilimitación del Universo), y que se
expresa en su esfuerzo por hacer patente la actividad de Dios, en su íntima vitalidad, en
relación con la apertura, el cambio y la dinámica del mundo.
Lutero (+1546) piensa y enseña en una época en que despierta y se profundiza la conciencia
acerca de la individualidad humana. La temor existencial del hombre de la baja Edad Media
no se fundamentaba exclusivamente en la experiencia de su creciente aislamiento por
individuación, sino que además se relaciona a los rasgos característicos de la imagen de Dios
que se tiene en ese tiempo: Dios es un Señor, dominador todopoderoso y lejano, ante quien
no hay esfuerzo humano capaz de ponerlo en sintonía con el querer del hombre. El corazón
de la teología luterana, el anuncio de la inclinación misericordiosa y plena de gracia por parte
de Dios hacia el hombre, adquiere, sobre ese trasfondo, su verdadero sentido redentor.
La teología sobre la creación de la Alta Edad Media y del apogeo de esta época, se
caracterizan por ser teocéntricas en su contenido y precríticas en relación a la perspectiva
metodológica. El escepticismo creciente en la Baja Edad Media respecto de las posibilidades
de la filosofía natural para responder a la pregunta por la esencia de la acción creadora de
Dios, se unirá en tiempos de la Reforma con una vinculación acentuada a los escritos
bíblicos, como la fuente exclusiva de la revelación divina y con una nueva valoración de la
dimensión ética y práctica de la dimensión creyente de la fe en la creación. La tradición
católica de la contrareforma se vinculará de un modo más fuerte a la convicción de que la
argumentación filosófica y la doctrina teológica se apoyan recíprocamente. Ambas
posiciones, protestante y católica, dificultaron luego el diálogo con la ciencia natural del
Nuevo Tiempo, cuyos conocimientos cuestionaron, de modo creciente, la cosmovisión
aristotélico-ptolemaica del mundo, que hasta ahora habían sido los marcos tradicionales e
indiscutibles de comprensión. La radicalización de las posiciones demoró el desarrollo de una
adecuada diferenciación y subordinación entre los métodos de las ciencias naturales y los de
la teología.
La gran confianza en las posibilidades humanas, así como la tensión hacia la libertad y
autodeterminación, tan características de la Edad Moderna, se expresan ya en el Siglo XV,
como por ejemplo, en el discurso "Sobre la dignidad del hombre" de Giovanni Picco della
Mirandolla (+1494). El reconocimiento, por parte del hombre, de que no está en el centro
local del Universo, sino como perdido en algún rincón de un sistema planetario inmenso e
inconmensurable, fortaleció la perspectiva moderna de que el hombre está referido a sí
mismo, arrojado a sí mismo y a sus solas posibilidades de percepción. En el pensamiento de
Descartes (+1650) se muestra, de modo ejemplar, como el antropocentrismo moderno exige
la tendencia a una visión del mundo mecanicista. El hombre, que se piensa y siente como
centro de su propio mundo (el Yo, el espíritu, la res cogitans) se enfrenta a la naturaleza no
humana (el objeto, lo medible, la res extensa). La diferenciación cartesiana entre el espíritu
pensante, inextenso (pensado en abstracción de su corporalidad) y la naturaleza no humana,
no espiritual, condujo a una cosificación, objetivación, utilitarismo de cara a la naturaleza (el
hombre se hace no sólo su señor sino sobre todo, su propietario), que provoca la concepción
de que los procesos en la naturaleza obedecen, de un modo puramente mecánico, a reglas y
leyes "no espirituales" (materiales?).
La convicción de que la marcha del mundo se puede explicar por la acción y eficacia de
causas reconocibles, lleva en la época moderna, a intentar una nueva determinación de la
acción de Dios en el mundo. Spinoza (+1677) entiende la acción divina no como una
actuación (histórica, aprehensible) en los procesos naturales, sino que más bien identifica la
acción de Dios con las leyes naturales. La acción de Dios no pone fuera de juego el orden
natural, sino que el orden natural es la voluntad de Dios. Dios es una causa inmanente, y no
trascendente, que no obra fuera de sí mismo, porque no existe nada fuera de sí mismo.
Spinoza logra evitar que se considere a Dios un "tapa agujeros", un "cubre lagunas", que
aparece allí donde los fenómenos no se dejan aclarar naturalmente, pero, a la vez, surge el
peligro de que se termine afirmando con ello la necesidad de lo fáctico. Esta interpretación
determinista no logra convencer a los pensadores modernos que se interrogan acerca de las
causas de la visible imperfección de la realidad experimentable.
La pregunta respecto del origen del mal y del problema que se une a ésta, pregunta por el
sentido posible y la fundamentación del dolor y el sufrimiento que se experimenta, ha sido
característica de los hombres de todos los tiempos y culturas. Esta pregunta será la central en
la problemática de la teodicea: la Teodicea filosófica intenta una justificación que sea
ofrecida por la razón, una defensa del Dios acusado, del Creador y gobernador del Universo,
cuyo poder, sabiduría y bondad, son puestas en duda ante la experiencia dolorosa de la
imperfección del mundo. La disposición de sentar a Dios, el acusado, delante del tribunal de
la razón humana y el rechazo de todo intento dualista de cargar la realidad del mal sobre las
espaldas y responsabilidad de otro, que no sea el Dios que actúa libremente, son
característicos de la Teodicea moderna.
El mundo que existe es el mejor dentro de los posibles porque ha sido creado por Dios, en la
conjunción de la mayor multiplicidad posible de fenómenos dentro del orden más excelente
que imaginarse pueda. La diferencia entre el Creador y la creación se manifiesta en un grado
menor de perfección por parte de la creatura de cara al grado máximo de perfección realizado
en Dios. El mal es comprendido, al igual que por Santo Tomás, como carencia, deficiencia
de perfección, no como una realidad con cualidad ontológica propia. La imperfección de las
criaturas es posible, porque Dios permite que rechacen el bien. Dios no quiere que exista el
mal, pero ha permitido la posibilidad de que llegue a haberlo en virtud de un valor superior,
es decir, para hacer posible la razón y la libertad de la creatura.
Leibniz sostiene la opinión de que Dios no ordena de un modo determinista la marcha del
mundo, porque quiso dar a sus criaturas la mayor perfección posible y por eso les regaló la
libertad. De cara a la pluralidad de posibilidades acerca de cómo pueden suceder las cosas,
eligió Dios un mundo que es el más perfecto dentro de los posibles. Esta Teodicea de Leibniz
fue aceptada y reconocida por casi todos los filósofos de la Ilustración y el Iluminismo, pero
pronto surgieron también críticos radicales al "optimismo" de Leibniz.
Sin embargo, desde el nivel y perspectiva racional, la Teodicea de Leibniz puede ser
considerada como un intento impresionante de poner en comunicación la bondad y
omnipotencia de Dios, su perfección, con la imperfección que experimentamos en el mundo.
En lo referente al mal apunta a la nueva perspectiva con que se abordará teológicamente esta
temática. Fracasa sin embargo en la capacidad de comunicar consuelo o esperanza ante la
experiencia concreta del dolor.
También Kant (+1804) considera el intento de Leibniz como malogrado. Dice: todos estos
intentos consideran el mundo, tal como es fácticamente, como una situación que se
fundamenta en Dios, su providencia, su gobierno del mundo. Esto los lleva a considerar esta
situación como querida por Dios. Pero de esta manera superan las posibilidades de lo que es
sensiblemente perceptible y cognoscible. Del mundo que nos aportan los sentidos no
podemos deducir que esté fundado en una acción divina, ni podemos deducir que esté
gobernado por una voluntad divina. La crítica filosófica de la razón sólo puede llevarnos a
esta conclusión: nuestra razón, de cara a las relaciones en las que existe el mundo que
podemos conocer a través de la experiencia, es incapaz de deducir que este mundo esté en
consonancia con alguna sabiduría suprema. Si quisiéramos ver el mundo como la
manifestación divina de la intención de voluntad de Dios, estaríamos ante un conocimiento
que permanecería como un libre cerrado para la razón. Es imposible realizar una Teodicea
doctrinal. Este reconocimiento abre, recién, la posibilidad de una verdadera Teodicea, porque
conduce la realidad del mundo en una intención práctica hacia el originante del mundo, en un
sentido moral, de manera que el hombre pueda tomar el mundo como el ámbito de
realización de su autodeterminación moral, de su razón práctica. Quien obra moralmente cree
en el sentido de la moralidad. Por eso la Teodicea auténtica exige y presupone como
postulado, la posibilidad de realización de la moralidad a pesar de la inmoralidad reinante, a
pesar de la tendencia al mal, a pesar de la dureza de corazón por la cual los hombres se
subordinan a principios inmorales. Kant se limita, en su Teodicea, conscientemente, a tratar
el asunto del mal moral, aquél del cual los hombres son culpables. Para él resulta imposible
una visión global y totalizante de la intención última y final de Dios. En este sentido, la
comprensión de la marcha del mundo permanece algo inaccesible a la razón humana.
De un modo muy diverso al de los filósofos del Iluminismo, que justamente acentúan la
diferencia entre Dios y el mundo, Hegel (+1831), el más significativo autor del Idealismo
alemán, realiza el gran intento de fundamentar, a través del pensamiento, la unidad dialéctica
entre Dios y el mundo. El presupuesto fundamental de comprensión de la idea hegeliana de la
creación es el conocimiento de su dialéctica y de la orientación de su pensamiento desde lo
trinitario y la fenomenología del espíritu.
Según él, hemos de pensar la existencia de la realidad creada en su concreción histórica como
un momento necesario en el proceso dialéctico de alienación y reconciliación de Dios
consigo mismo. "El mundo es el destino necesario de Dios. Mundo significa
automanifestación (vaciamiento) en el ser-fuera-de-sí de la naturaleza y reconciliación
consiste, por lo tanto, en el hacerse de la autoconsciencia de la unidad del espíritu humano
con el Espíritu". Hegel comprende la reconciliación del espíritu humano con el espíritu
absoluto, divino, como un acontecimiento dialéctico. Esto le posibilita comprender la
realidad del mal como una "necesidad", con lo cual se libera a Dios del reproche de la
impotencia y de la arbitrariedad ante la existencia del mal. La Teodicea de Hegel parte de
que la reconciliación del yo individual, del espíritu humano. con el espíritu bueno y absoluto,
sólo es posible si antes domina una situación de división y ruptura. Como Hegel piensa el
acontecimiento de reconciliación como un acontecimiento libre, debe suponer que el hombre
está en situación, al menos potencialmente, de rechazar el movimiento de reconciliación, es
decir, de permanecer en la situación de división. Actual será el (sólo) mal potencial necesario
si el hombre se endurece en su soledad individual y se niega al movimiento que lo lleva a la
comunión con Dios.
En referencia a la creación del alma humana se afirma, sin embargo, - desde la perspectiva de
una imagen dualista del hombre-, expresamente: "animas enim a Deo inmediate creari
catholica fides non retinere iubet" (La fe católica nos exige afirmar que las almas son creadas
inmediatamente por Dios). La pregunta acerca del poligenismo es tratada por Pio XII en
referencia a la doctrina sobre la universalidad del pecado original, considerando necesario el
monogenismo a los efectos de que dicha doctrina se pueda sostener. Por lo menos quedan
abiertas las posibilidades de argumentar poligénicamente, en tanto no se obstaculice una recta
comprensión de la doctrina del pecado original.
En los documentos del Concilio no encontramos una teología sistemática de la creación. Sin
embargo, en muchos textos se explicita una enorme confianza en las fuerzas creativas del
hombre, lo que se une a una contemplación sobria de los ambientes de vida humanos, en los
que debe experimentarse concretamente el acontecimiento de la salvación En estrecha
relación con el testimonio bíblico, Jesucristo es presentado como la "Palabra de Dios, por la
que todo fue hecho" (GS 38), como el hombre perfecto que devuelve a los hijos de Adán y
Eva su calidad de imagen de Dios (GS 22) y como la meta de la historia humana (GS 45). En
el plan de Dios para la salvación de la especie humana el acontecimiento Jesucristo tiene un
significado decisivo, porque a El, por quien creó Dios el mundo, lo constituyó como
heredero de todas las cosas, porque todo ha sido renovado en El (AG 3). El valor y la
dignidad del hombre son fundamentados por el concilio en la realidad del hombre como
imagen de Dios, lo que le hace capaz de reconocer y amar a su Creador, lo cual se concretiza
en el señorío sobre toda creatura terrestre (GS 12). Aún sin la sensibilidad que tenemos en
nuestros días de cara a las consecuencias amenazadoras para el ambiente y la naturaleza, las
afirmaciones conciliares incluyen en relación al hombre una "fe en el progreso", aún no
quebrada no cuestionada en los años sesenta. Si bien se afirma que la forma de este mundo
está marcada por el pecado (GS 39) y de que la plenificación se alcanzará cuando sean
renovadas todas las cosas, "nuevo cielo y nueva tierra", no hemos de dejar que se debilite
nuestra atención y cuidado por dar forma a este mundo (GS 39). Este cuidado se realiza,
según la concepción de los padres conciliares, sobre todo en el "progreso terreno", en el
aumento de los frutos naturales y culturales. El trabajo humano, su acción creadora en el
mundo, experimenta, consecuentemente, una peculiar dignificación (GS 34). Se rechaza
expresamente la concepción de que la creatura humana, dotada de razón, exista en alguna
rivalidad con el Creador (GS 34). Se confiere a las realidades creadas una cierta autonomía,
en el sentido de que éstas tienen su propia realidad, su propia verdad, bondad y también su
propia normatividad y sus propios órdenes (GS 36), En relación expresa al caso Galileo, el
Concilio lamenta que los cristianos no hayan reconocido y respetado de modo adecuado la
legítima autonomía de las ciencias y que de este modo hayan despertado la impresión de que
exista una contradicción entre la fe y el conocimiento (GS 36).
La gran atención que prestaron los obispos a las condiciones de vida humana, fue motivo de
su valoración positiva de la convivencia social, sobre todo en las formas de la pareja y la
familia humana (GS 47-52). La espiritualidad y la corporalidad del hombre son descritas
como buenos dones de Dios al hombre, sin establecer entre corporalidad y espiritualidad
alguna subordinación o jerarquía de valor (GS 14).
REFLEXIÓN SISTEMÁTICA
4.1. Presupuestos hermenéuticos
Como otro parentesco con la historia de la reflexión escatológica de nuestros días, debemos
nombrar la acentuación en la centralidad cristológica de la doctrina de la creación, tarea que
ha sido asumida, particularmente en la mitad del presente siglo, tanto por parte de la teología
católica como de la protestante.
El desarrollo de una doctrina de la creación histórico salvífica alcanzó su apogeo en los años
60 y 70 y es resultado de una nueva comprensión de las afirmaciones bíblicas sobre la
creación, que se ha hecho posible a través de la utilización de los métodos exegéticos
histórico-críticos. Así pudo ponerse en evidencia que la doctrina bíblica de la creación no
está motivada ni interesada cosmológicamente, sino teológica y soteriológicamente. Los
escritos bíblicos quieren dar testimonio de la fe del pueblo en la acción de Dios en el mundo
y quieren alabar a este Dios por su cuidado y solicitud para con sus creaturas.
Sobre estas bases se han producido aclaraciones e iluminaciones que desde los años 80 han
permitido realizar un gran cambio en la reflexión teológica de los orígenes. La crisis de
sobrevivencia ecológica, de la que hemos tomado conciencia y ante la cual nos sentimos
peculiarmente sensibilizados ha sido una fuente creciente de desafíos para el tratamiento
teológico de esta temática. Junto a una perceptible concentración en los aspectos éticos de la
creación ha cambiado también el clima en el diálogo interdisciplinar. Los teólogos son
llamados como interlocutores válidos y necesarios en la lucha común por la consolidación de
una conciencia acerca del problema ecológico. El reconocimiento de la situación ecológica,
verdaderamente amenazante para toda forma de vida, actúa sobre el método y contenido de la
teología de la creación: sin lugar a dudas es necesario un esfuerzo interdisciplinario,
dialógico, ecuménico, planetario, para el mantenimiento de las condiciones de vida. No
existe religión que no tenga una visión del mundo, que no tematice, de algún modo, la
relación entre lo divino y el mundo. Esto implica que el trabajo y la reflexión sólo podrán
ser exitosos si se plantean en un diálogo intercultural y ecuménico.
Una reflexión teológica sobre la acción creadora de Dios supone, esencialmente, dos tareas:
Se plantea en primer lugar la pregunta, "por qué es algo y no nada"?, es decir, por qué existe
la realidad experimentable, que en la fe confesamos es obra de Dios? Por otro lado, debe
responder a la pregunta acerca de cómo actúa Dios creadoramente. Es posible dar una
respuesta creyente, tanto a la pregunta por el fundamento del ser de lo creado como a la
pregunta respecto de los modos en que Dios crea, porque Dios se ha revelado como el
Creador de todo y ha capacitado al hombre para conocerlo y recibir esta revelación. El
Concilio Vaticano I describe esto del modo siguiente: los bienes de la creación revelan la
bondad del creador. Dios no crea para aumentar su perfección o bienaventuranza sino para
revelar su perfección a las criaturas. La voluntad de Dios, su voluntad de relacionamiento, su
deseo movido por el amor, es dejar participar a lo no divino en su plenitud de vida y ésto es
lo que fundamenta su acción creadora. Sólo sobre la base de la no necesidad, de la
contingencia de lo creado, podemos comprender los testimonios de la Escritura que expresan
el interés de Dios por el mundo creado, su cuidado por las criaturas, su compasión con los
afligidos, su busca de los caminos de la salvación. El NT confiesa a Jesucristo, la Palabra de
Dios hecha hombre, como el origen, el fundamento y la meta de la creación (Col. 1,12-20).
El Dios trinitario que es en sí mismo origen, oposición (relación) y comunidad, deja
participar lo otro de sí en su plenitud de vida. La expresión máxima del Dios que quiere ser
Dios-para-el-hombre, en relación de amor con él, es la autocomunicación de Dios en
Jesucristo, en quien Dios renueva su creación y en cuya vida y destino se funda la esperanza
cristiana de que Dios llevará a plenitud la creación, todas las cosas.
Hablar de "creatio ex nihilo" es inusual, por el hecho de que al incluir la partícula "ex" se
despierta la idea de que se crea "desde" una materia preexistente. Sin embargo esto mismo es
negado por la expresión "nihil". Esto significa que estamos ante una afirmación que carece,
en el ámbito de lo creado, de toda analogía. La Biblia expresa justamente que la acción
creadora de Dios carece de toda analogía, cuando reserva el verbo "bara" exclusivamente
para describir la acción exclusiva de Dios.
Hemos de tener la precaución de sostener que la obra creadora no ocurre por necesidad y que
lo que resulta de ella no aumenta la plenitud de ser de Dios. Dios actúa oblativamente,
dándose creadoramente y sostiene la autonomía de su creación.
La reflexión acerca de la "creatio ex nihilo" también nos lleva a los límites de las
posibilidades del pensamiento humano cuando queremos describir lo que entendemos por
"creación". Para la conciencia humana, vinculada ineludiblemente a la temporalidad, es
imposible imaginar un acontecimiento atemporal. En la forma de una confesión de fe,
"creatio ex nihilo" apunta a tomar conciencia de las posibilidades infinitas del Dios eterno.
Todo intento de reflexionar teológicamente el "hacerse" del ser existente deberá plantearse la
cuestión de si la acción específica de lo ya existente es tenido en cuenta adecuadamente en la
producción de lo nuevo. A la vez, habrá de mantenerse el testimonio bíblico de la revelación
sobre la acción creadora de Dios de cara al surgimiento de las formas vivas concretas. Por
ello, hechos de rechazar como insuficiente, cualquier modelo según el cual Dios sólo "en el
principio" pone algo indeterminado en el ser, el cual luego se desarrolla desde sus solas
posibilidades. La idea de que Dios podría haber puesto en los principios, en las semillas, un
plan que luego sólo se realiza en el desarrollo de la evolución, también queda atrapada en los
límites de un pensamiento que reduce la actividad creadora de Dios como un acontecimiento
temporal, al principio, y que no expresa adecuadamente la libre confirmación de Dios al
"hacerse" concreto de la creatura. Por esto hemos de buscar el modelo de comprensión, según
el cual ambas fuerzas (la acción divina y la de la creatura) no aparecen en competencia sino
que actúan, cada una, lo propio. Este intento fue realizado, entre otros, por K.Rahner al
hablar de la "autotrascendencia activa" de lo creado. Según esta concepción, la acción de la
creatura en el proceso evolutivo, es una acción propia posibilitada por Dios. Dios capacita a
la creatura para cambiar y desarrollarse, de un modo tal, que el resultado de la
transformación de la creatura no podría haber sido alcanzado por las solas fuerzas, puesto que
toda creatura (en su ser y en el cambio) permanece en todo momento bajo la amenaza de caer
en el no-ser, si no es porque Dios le permite participar en Su ser. Lo creado, desarrollándose,
"trasciende", supera, gracias a la acción creadora de Dios en el acontecimiento de la
evolución, sus propias posibilidades y recibe, de Dios, el regalo de una nueva cualidad de ser.
A la vez, el ser creado debe ser pensado como creado por Dios de tal manera que permite,
potencialmente, un desarrollo posterior en el sentido querido por El, puesto que Dios,
creadoramente, actúa lo nuevo a través de una activación de las propias fuerzas de lo creado.
La creatura, en un continuo acontecimiento creador (creatio continua) es capacitada por Dios
para asumir las posibilidades que Dios ha puesto en ella y superar, activamente, esas mismas
posibilidades.
He aquí una nueva dimensión de la acción de Dios: crea y da el ser, lo sostiene y lo orienta a
su realización. Dios da origen, duración y meta. Al hablar de la acción de Dios que gobierna
y conduce hemos de integrar la reflexión acerca de la acción histórica de una creación
“dejada” por Dios en libertad y autonomía. Aquí se hace ineludible y urgente la pregunta:
Por qué Dios ha dado a sus creaturas la posibilidad de pervertir el orden bueno de la creación
y el cómo Dios trata las consecuencias de las acciones pecaminosas.
Hablar de providencia no significa que Dios actúa de antemano en los actos humanos
individuales, sino que Dios cuida de que las consecuencias de la acción humana no hagan
peligrar o fracasar la realización de su voluntad salvífica. Desde allí hemos de preguntarnos
por el significado de la acción humana en el desarrollo salvífico. Acaso no fracasa Dios, ante
la posibilidad que El ha dado al hombre, cuando éste no quiere aceptar su cuidado y oferta?
San Agustín expresa que Dios le ha dado la libertad al hombre, y con ella la posibilidad de la
caída en el pecado, porque El es capaz de hacer de lo malo, bueno: "Dios nunca permitiría la
existencia de algún mal, si El no fuera tan poderoso y tan bueno, de actuar aún desde el mal,
el bien. Le ha parecido mejor actuar el bien desde el mal, que el no permitir el mal en
absoluto" (Agustín, Ench. XI,3). Las posibilidades de Dios de obrar la salvación en su
creación, si bien son, en los hechos y en situaciones individuales, "limitadas" como
consecuencia de las decisiones humanas, no le pueden ser quitadas. En su cuidado
permanente Dios mueve siempre al cambio (conversión) hacia el bien, que ha sido
definitivamente revelado en Cristo. Ante la pregunta acerca de por qué Dios le ha dado a su
creatura la posibilidad de darle vuelta la cara y elegir caminos de perdición, la tradición
teológica ha respondido siempre refiriendo al amor de Dios: Dios ha dado la libertad porque
espera una respuesta libre a su amor. La bondad de Dios, profundamente discreta, crea
espacio para la acción autónoma de la creatura, pero no se hace dependiente de ella en lo que
respecta a la realización de la voluntad salvífica de Dios. De este modo se deja ver por qué
Dios no impide el mal provocado culpablemente por el hombre (mal moral), pero este tipo de
Teodicea no ofrece demasiada luz sobre hechos tales como ciertas enfermedades o catástrofes
naturales (mal físico), que no pueden referirse sin más a las decisiones libres de las creaturas.
De un modo análogo a lo dicho sobre el mal mora, Gisbert Greshake, trata de apelar, en el
caso del mal físico, también a la libertad concedida por Dios a la creatura, en un esfuerzo por
tratar de aclarar teológicamente el surgimiento del dolor y sufrimiento. Señala: "En el
universo evolutivo anterior a la aparición del hombre se encuentra una especie de pre-
proyecto de estructuras de libertad, y justamente allí, donde el universo no aparece como
definido y determinado, sino donde se desarrolla "probando" y volviendo a probar, en el libre
juego de las fuerzas; allí donde lo casual irrumpe una y otra vez en lo necesario". Esta
reflexión ofrece alguna luz para comprender el fenómeno del sufrimiento, de la
desintegración, de la frustración del mundo. Que exista algo como el cáncer, enfermedades
virales, nacimientos fallidos, accidentes, inundaciones, es una consecuencia necesaria del
hecho de que la evolución se realiza como pre-proyecto de libertad, no determinista o
necesariamente, no de manera fijista, sino en el juego, en la prueba de posibilidades, en el
juego de las casualidades. Para aquellos que sufren bajo los efectos de los males aquí
enumerados, estas reflexiones no serán de consuelo, pero quieren llamar la atención acerca de
la vinculación del destino del individuo en el acontecimiento global del universo. Estas
reflexiones son malinterpretadas cada vez que se las pretende utilizar para relativizar el
sufrimiento que se experimenta.
Desde los años 60, en el ámbito de la investigación sobre el universo y la historia humana, se
ha extendido el discurso acerca de un "principio antropofizante" en la evolución, con lo que
se apoya la afirmación creyente de que el surgimiento de la vida humana no se debe a una
casualidad o azar, sino que se fundamenta en el querer creador de Dios. Los biólogos y
paleontólogos llaman la atención a la increíble multiplicidad y complejidad de los sucesos y
constelaciones que posibilitan el "hacerse" del hombre. Hubiera bastado algo tan pequeño
que ni siquiera podemos imaginar, una pequeñísima modificación en los procesos impulsados
por las leyes naturales, para determinar la evolución en un sentido que hubiera impedido los
presupuestos necesarios para el surgimiento de la vida humana. Los conocimientos de las
ciencias naturales se pueden hacer, sin embargo, exclusivamente en atención a lo que
fácticamente ocurrió; para ellas no es pensable hacer una afirmación segura respecto de los
posibles efectos de otras causas que no sean las observables en el marco de las leyes
naturales. Esta reflexión deja espacio para el pensamiento teológico respecto de que Dios
podría haber elegido, dentro de una multiplicidad infinita, una posibilidad, en la que se daba
el presupuesto necesario para el surgimiento de la vida humana. Dentro de sus límites, la
concepción de una vida humana, dependiente de innumerables condicionantes, amenazada
por la posibilidad de no llegar a ser en el contexto de períodos de tiempo inimaginables,
puede fortalecer la conciencia creyente respecto de la acción admirable de Dios al crear la
vida humana.
La relación del hombre con el mundo, su ser de cara a la creación no humana, se expresa en
el mandato de "ser señor" y "dominar la tierra" (Gen.1,26). La orientación del hombre hacia
los otros, hacia el hombre existiendo como varón y mujer, hacia los semejantes en su unidad
corporal-espiritual, se expresa en Gen.1,27. Si bien en el plano de la comprensión puede
resultar adecuada la diferenciación entre las diversas dimensiones existenciales de la
relacionalidad humana (consigo mismo, el mundo, los otros, Dios), no hay dudas de que en
cada uno de los niveles se coimplican siempre todas las dimensiones.
Los escritos bíblicos comprenden la relación hombre-mundo como un mandato o encargo del
Creador, que llama al hombre a la corresponsabilidad para el mantenimiento y realización de
la creación. Por eso el servicio al mundo es siempre, de alguna manera servicio a Dios, culto.
Las posibilidades humanas para dar forma al mundo en relación, cultura, trabajo, juego, ocio
son inmensas, pero siempre cuentan con los límites que surgen de la necesidad de tener que
tener (como Dios) siempre la mirada puesta en el bien de la totalidad. Dentro de sus límites
el hombre pueda dar forma a su vivienda y a su ambiente, dar forma al mundo o, a través del
mundo, realizar su relación responsable para con sus semejantes, ... Como su relación a Dios
y su relación consigo mismo, también es consciente el hombre de su ser-en-el-mundo y
puede planificar el desarrollo de esta relación, y puede luego mirar el resultado feliz o
arrepentido.
En una forma intransferible e incomunicable cada hombre existe como un individuo, pero
ello no elimina la referencia clara a un fundamental "ser-gracias-a-otros" y a la influencia del
comportamiento y las decisiones de otros. El hombre, que es puesto en el ser sin que se le
consulte, no puede sobrevivir o realizarse sin la ayuda de otros. Sólo la experiencia de un
"tú" que le enfrenta, opone, permite la formación de la autoconciencia y el alumbramiento
del Yo. Sin el tú no existe el yo. Toda experiencia del tú transforma la experiencia del yo.
La percepción cierta de la relación del hombre al mundo se aprende a través de la
experiencia, ante todo la experiencia de que otros se comportan en referencia a nosotros
porque nos aman, nos alaban o nos odian. Al mismo tiempo, el hombre puede diferenciarse
de la acción de los demás y por su propia conciencia ganar una diferenciación refleja respecto
de los demás. En todo caso, la autoconciencia depende de la posibilidad de su
exteriorización, comunicación, quiere hacerse comprensible a los demás para poder
permanecer conciente de sí. Comunicación y lenguaje, en un sentido amplio, es toda
manifestación del ser humano: su vestimenta o su ambiente vital, sus gestos y sentimientos,
sus palabras. Al menos intencionalmente toda persona vive en la relación, busca comprensión
y reconocimiento y experimenta de esta manera el fundamento de su existencia.
Si miramos la realidad total del hombre, ser relacional, no podemos omitir el tema de la
libertad personal, don de Dios, que así mirado, no constituye una afirmación de una
desvinculación e independencia respecto de Dios y los otras creaturas, sino que es ante todo
una afirmación de la propia afirmación de la relacionalidad hacia el creador y la creación. La
libertad es actualización del si (o el no) a sí mismo, a los otros, al mundo o a Dios. La
verdadera libertad humana consiste en el reconocimiento, la aceptación y el dar forma
conscientemente a la existencia relacional.
Al hablar del pecado original de Adán y del pecado originario de los hombres, la fe quiere
expresar experiencias que se recogen en el testimonio bíblico. El motivo principal de todo
nuevo intento teológico y sistemático en el tratamiento de esta temática ha de ser custodiar el
testimonio bíblico y lo que este testimonio afirma: 1) que el origen del mal se encuentra en
un hecho humano y no en la esencia divina; 2) que la libertad del hombre para el bien no ha
sido totalmente destruida por el pecado y que por lo tanto 3) fácticamente, todos los hombres,
en la lucha contra la tentación del mal, siempre han de experimentar también el fracaso.
Tomás de Aquino, con su reflexión acerca de que el alma, en cierto modo, es "todas las
cosas" (quodammodo omnia) expresó la orientación del espíritu cognoscente hacia la
totalidad. El conocimiento y la apertura al mundo es un acontecimiento existencial y siempre
abierto a la experiencia de Dios.
Esta confesión de fe, que el Vaticano I reasume literalmente, tiene como intención el rechazo
de una comprensión dualista de los orígenes de la realidad creada. Todo ha sido creado bueno
por Dios. Lo malo proviene del comportamiento desordenado de la libertad creada.
Desde los testimonios bíblicos, hablar hoy del "mundo invisible" debe apuntar a: 1) Los
testimonios sobrios y tímidos de la Escritura y la Tradición relativos a los ángeles y los
demonios, aparecen nítidamente al servicio de una determinación más adecuada de la
situación existencial del hombre en el marco de referencia universal y cósmico. Independizar
del contexto soteriológico una doctrina sobre ángeles o demonios debe ser rechazada como
falsificación de la revelación. 2) Al hablar de Diablo, demonios, ángeles, no se habla de
"dioses adjuntos" o de dioses que se oponen al único Dios. Según la fe cristiana, el mundo de
lo invisible pertenece al ámbito de la realidad creada.
El cambio de los tiempos surge de la acción de Dios y tiene el mismo origen que el
surgimiento de los espacios, del cielo y de la tierra, del mar y los continentes. La tradición
judeo-cristiana comprende el tiempo como una magnitud creada, de la cual sólo podemos
hablar, con sentido, en referencia al resto de la realidad creada, a su hacerse y pasar.
Tensionado entre un principio intemporal y un intemporal final, el tiempo del mundo es un
don de Dios, en el que lo no divino y la realidad temporal pueden llegar al conocimiento de
la vida de Dios y a la participación en su vida eterna.
Mientras que en la tradición teológica agustiniana se nos proponen, ante todo, reflexiones
psicológicas sobre el fenómeno del tiempo, y de esta manera mantiene la memoria sobre una
comprensión bíblica y cualitativa del tiempo (kairós, plenitud de los tiempos, fin de los
tiempos...), el tema del tiempo, en cuanto magnitud creada, adquirió en nuestro siglo, a través
del desarrollo del concepto del tiempo desde la teoría de la relatividad, un nuevo contexto.
A.Einstein (+1955) logró explicar y aclarar que el tiempo de movimiento de partículas, que
se mueven en extremas velocidades, son efectos de una expansión real del tiempo, la cual
crece en el mismo sentido que la velocidad de lo que se mueve en el tiempo. Este
conocimiento no parece coincidir en principio con la percepción humana. Este conocimiento
afirma que cuanto mayor es la velocidad, el tiempo transcurre más lentamente. El tiempo
"aumenta" mientras que las distancias en el espacio "disminuyen", el espacio se vuelve más
estrecho. Esto es una convicción fundamental e irrevocable de la física moderna, que parte de
un contínuo espacio-temporal dado y trabaja, por ejemplo para los cálculos de los viajes
espaciales, en base al concepto de tiempo de la teoría de la relatividad.
El tiempo no puede pensarse como una magnitud absoluta, independiente de todas las demás
realidades y condicionantes, sino que debe comprenderse como una realidad relativa, de la
que podemos hablar sólo vinculándola con el estado del movimiento o las relaciones de
gravitación del objeto, cuyo tiempo debe ser calculado. Esto muestra que no puede haber un
"ahora", un “ya”, un "instante" determinable del mismo modo para la totalidad de la realidad.
No existe una medida del tiempo absoluto.
Si bien estas reflexiones pueden parecer inusuales, pueden ayudar a determinar más
claramente el concepto del tiempo: como todo lo creado, el tiempo es también contingente,
no es necesariamente siempre idéntico consigo mismo, sino dependiente de otras realidades
creadas. Junto al largo, el ancho y la profundidad (dimensiones espaciales), el tiempo es una
cuarta dimensión, que debe ser calculable para una constelación dada. Este descubrimiento
científico despertó inseguridades sanantes, que pueden abrir un nuevo acceso a reflexiones
teológicas sobre la creación acerca de la confesión de Dios, quien junto a los espacios es
creador también de los tiempos y que es el fundamento trascendente, no temporal y eterno de
cada "ya", de cada "instante".
2. En los escritos del Antiguo y Nuevo Testamento encontramos múltiples testimonios acerca
de la acción creadora de Dios, los cuales no se comprenden en su más profundo sentido, si no
se descubre en ellos la dimensión soteriológica.
3. Dios ha creado al hombre "a su imagen y semejanza", varón y mujer y les ha confiado el
cosmos. Aquí encontramos el fundamento de la dignidad y la vocación humanas.
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