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Es de noche Señor y estamos ante ti, después de ir preparando nuestro corazón para vivir contigo
los días de tu pasión, muerte y resurrección… es de noche, pero tu presencia callada en la
Eucaristía nos interpela y nos invita a no tener miedo ante el dolor y los sufrimientos de la vida,
porque sabemos que tú has pasado también por todo ello… es de noche Señor, sí, pero nos
recuerdas que nunca nos has dejado solos y hoy queremos acompañarte en la oración y recordar
la promesa que nos hiciste antes de entregar la vida en un madero: Que nos darías tu Espíritu
Santo…
Hoy queremos seguirte Señor, dejarte cambiar nuestras vidas, transformarlas en un reflejo de la
tuya, queremos vivir con alegría, con congruencia, con santidad, con abandono, queremos vivir
agradecidos por tu amistad y contagiar a muchos jóvenes con la alegría de conocerte, pero
muchas veces Señor nos quedamos cortos, nos ganan las dudas, la pereza, la apatía, la comodidad
¡Ayúdanos Señor a ser reflejos fieles de tu amor en el mundo!
El libro de los Hechos de los Apóstoles, escrito por el evangelista Lucas, comienza con la promesa
que Jesús Resucitado hace a los apóstoles poco antes de dejarlos para volver definitivamente al
Padre: recibirán de Dios mismo la fuerza necesaria para continuar anunciando y construyendo su
Reino en la historia humana:
- "Si me aman guardarán mis mandamientos y yo rogaré al Padre y les dará otro abogado y
consejero, para que esté con ustedes para siempre. El Espíritu de verdad a quién el mundo no
puede recibir porque no lo ve ni le conoce. Pero ustedes le conocen porque mora en ustedes y en
ustedes está". Juan 14, 15-17.
Nosotros podemos sentirnos frágiles, pecadores, e incluso alejados del Señor por la cantidad de
problemas que cargamos. Sin embargo, el día de hoy Él te quiere recordar que no estás sólo, nos
prometió su Espíritu para no abandonarnos en el viaje de la vida y nos lo ha dado a cada uno de
nosotros el día de nuestro bautismo. En un momento de silencio, te invito a que le preguntes al
Señor ¿Qué promesa me has hecho Señor? Detente un momento a pensar ¿En dónde puedo ver la
mano providente de Dios en mi vida? ¿Dónde descubro la presencia de su Espíritu en mi día a día?
El Espíritu Santo es el Amor entre el Padre y el Hijo y ese Amor habita en nosotros desde el día en
que fuimos bautizados. ¡Somos templo del Espíritu Santo! ¡El vive, se mueve y crece en nuestros
corazones si nosotros se lo permitimos! Pero ¿Qué hace el Espíritu Santo en mí? ¿Cómo puedo
descubrir su presencia?
Probablemente, estos días nos han servido para reflexionar sobre cómo está nuestra vida,
conocernos un poco, contemplar nuestra humanidad frágil y reconocer qué pecados me alejan del
Sueño que Dios tiene para mí… pero, más que quedarme en el pecado, más que vivir en la culpa,
estos días me han servido para encontrarme con alguien que no tiene miedo de tocar mis
miserias, de llamarme amigo y dar la vida por mí… Jesús, mi hermano mayor, mi amigo, mi
maestro. Jesús es el compañero de camino que me conoce y que quiere aliviar mis cargas, sanar
mis heridas, saciar mis hambres y aliviar mi sed.
¿Cuáles son esas cargas que ya no soporto cargar?, ¿cuáles son las heridas que me duelen y que
no quiero ni tocar? ¿De qué tengo hambre y sed? Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre
experimentó todas estas situaciones, hoy me propongo a compartirlas con él para encontrar
consuelo y alivio.
Te invito a que en un momento de silencio escribas en las papeletas todas esas cosas que te
agobian, te cansan, te debilitan. Deja que el Espíritu del Señor te consuele y te conforte y de
manera simbólica, los dejes a los pies de Jesús en la canasta que está dispuesto para ello.
Enseñar y recordar…
Al igual que a los primeros discípulos, el haber conocido a Jesús, haberlo escuchado y haber visto
sus obras muchas veces no es suficiente para comprender que Dios actúa de un modo diferente al
que los hombres suelen esperar… Dios no busca el triunfo, el reconocimiento, el mérito o la fama,
su lógica de misericordia y predilección por los pequeños y olvidados muchas veces nos deja
confundidos…
Necesitamos ayuda para entenderlo. ¿Cuántas veces Jesús no sorprendió a sus discípulos
buscando seguridades terrenas, discutiendo por el camino quién era más importante o buscando
un lugar de honor? El siendo Señor se inclina para lavar los pies a sus discípulos y nos pide hacer lo
mismo; pero, qué difícil se nos hace adoptar sus actitudes…
Por ello, ya Jesús nos había prometido que recibiríamos, desde el Padre, el don del Espíritu Santo:
“Les he hablado de esto ahora que estoy a su lado, pero el Consolador, el Espíritu de Santo, que
enviará el Padre en mi nombre, será quien les enseñe todo y les vaya recordando todo lo que les
he dicho”
Defender y aconsejar…
Todos los cristianos hemos recibido el Espíritu Santo como regalo en el bautismo, pero Él habla
también a la conciencia de todas las personas que buscan sinceramente el bien y la verdad. Por
eso todos podemos hacer sitio al Espíritu de Dios y dejarnos guiar.
Envía a la misión…
«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Hch 1,
8).
Los apóstoles, y con ellos todos los discípulos de Jesús, son enviados como «testigos».
En efecto, cuando el cristiano descubre a través de Jesús lo que quiere decir ser hijo de Dios,
descubre también que es enviado. Nuestra vocación y nuestra identidad de hijos se realizan con la
misión, yendo hacia los demás como hermanos. Todos estamos llamados a ser apóstoles que
testimonian con su vida y luego, si hace falta, con la palabra.
Somos testigos cuando adoptamos el estilo de vida de Jesús. Es decir, cuando cada día, en nuestro
entorno familiar, laboral, de estudio o de ocio nos acercamos a las personas con espíritu de
acogida y con ánimo de compartir, pero teniendo en el corazón el gran proyecto del Padre: la
fraternidad universal.
Con y por este amor de Dios en el corazón podemos llegar lejos y hacer partícipes a muchísimas
otras personas de nuestro descubrimiento: […] los “confines de la tierra” no son solo los
geográficos. También indican, por ejemplo, personas cercanas a nosotros que aún no han tenido la
alegría de conocer en verdad el Evangelio. Hasta ahí tiene que llegar nuestro testimonio. […] Por
amor a Jesús se nos pide “hacernos uno” con cada cual, olvidándonos completamente de nosotros
mismos, hasta que el otro, dulcemente herido por el amor de Dios en nosotros, quiera “hacerse
uno” con nosotros en un intercambio recíproco de ayuda, de ideales, de proyectos y de afectos.
Solo entonces podremos dar la palabra. Y será un don, por la reciprocidad del amor» .
CANTO: RECÍBEME