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Lo anterior, nos permite identificar que los hombres en su mayoría ejercen altos cargos
ejecutivos, y en los niveles superiores de los empleos profesionales, mientras que las
mujeres se encuentran con cargos inferiores a los directivos. De acuerdo con, Moncayo,
Zuluaga (2014) esta situación se agudiza cuando la sociedad y en este caso las empresas,
asumen que las mujeres, a diferencia de los hombres, no son capaces de consagrar toda su
energía y su tiempo al trabajo remunerado debido a sus responsabilidades familiares.
En tal sentido, cuando las mujeres ingresan en el ámbito laboral, deben esforzarse más para
demostrar su desempeño y capacidad en su trabajo. A pesar de esto, su esfuerzo laboral es
reconocido en el ejercicio del liderazgo. El cual, de acuerdo con Gutiérrez, (2015) las mujeres
en el ámbito laboral, presentan una mayor respuesta de liderazgo y un estilo más
democrático y participativo (orientado hacia las relaciones), mientras que los hombres
presentan un estilo de liderazgo más autoritario o directivo.
En este sentido, las personas suelen asignar a los hombres cualidades tales como: la competencia,
el control, la racionalidad y el asertividad. En cambio, las mujeres suelen ser calificadas como:
sensibles, amigables, expresivas y preocupadas por los otros. (Gutiérrez, 2015). Teniendo en cuenta
lo anterior, para Lassaga, como se cita en Batista y Bermúdez (2009) el liderazgo femenino es un
proceso que permite la nueva contribución relacionada con ofrecer un liderazgo ejercido por
mujeres en organizaciones tanto públicas como privadas, relacionado con un conjunto de
cualidades, habilidades y retos diferentes que buscan alcanzar los mejores resultados, permitiendo
salir de la concepción social.
Referencias