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Iglesia A/D Alfa Siloé Pastor Isaí Roca

LECCIÓN Nº 13:
HUMILDAD FRENTE AL QUE VIENE DEL CIELO
JUAN 3: 22-36

Una sublime humildad


Juan 3: 22-30
Ya hemos visto que uno de los propósitos del autor del Cuarto Evangelio era asegurar que Juan el Bautista
ocupaba el lugar que le correspondía como precursor de Jesús, pero no más. Todavía había algunos que
estaban dispuestos a llamar a Juan maestro y señor; el autor del Cuarto Evangelio quiere mostrar que Juan
ocupaba un lugar importante, pero que el más importante le correspondía exclusivamente a Jesús; y quiere
mostrar que el mismo Juan nunca tuvo la menor duda de que Jesús era supremo.
Con ese fin hace referencia al tiempo en que coincidieron los ministerios de Juan y de Jesús; al presentar la
coincidencia de los dos ministerios, muestra la superioridad de Jesús más claramente en el contraste.
Una cosa es segura: que este pasaje nos presenta el encanto de la humildad de Juan el Bautista. Estaba
claro que la gente estaba dejando a Juan para irse con Jesús. Los discípulos de Juan estaban preocupados.
No les gustaba que su maestro quedara en un segundo lugar, ni verle abandonado por las multitudes que se
agolpaban para escuchar al nuevo Maestro.
En respuesta a sus quejas habría sido comprensible que Juan se hubiera dado por ofendido, abandonado e
injustamente olvidado.
Algunas veces la compasión de un amigo es lo que peor nos cae. Puede hacer que nos sintamos víctimas y
que nos han tratado injustamente.

Pero Juan estaba por encima de esas actitudes. Les dijo tres cosas a sus discípulos.
a) Les dijo que nunca había esperado otra cosa. Les recordó que ya les había advertido que no era a él al
que le correspondía el puesto más importante, sino que él no era más que un heraldo, el precursor que viene
a anunciar y preparar las cosas para la llegada de Otro más importante. Haría más fácil la vida el que
hubiera más personas dispuestas a representar papeles secundarios. Muchos quieren ser los protagonistas;
pero Juan no era uno de ellos. Sabía muy bien que Dios le había asignado una misión subordinada.
Nos ahorraríamos un montón de resentimiento y de frustración si nos diéramos cuenta que hay ciertas cosas
que no nos corresponden, y aceptáramos de corazón e hiciéramos lo mejor posible la labor que Dios nos ha
asignado. El hacer algo secundario para el Señor lo convierte en una gran tarea, porque todo servicio cuenta
igual para Dios; cualquier cosa que se hace para Dios es grande por naturaleza.
b) Les dijo que nadie puede recibir más de lo que Dios le dé. Si el nuevo Maestro estaba ganando más
seguidores no era porque se los estaba robando a él, a Juan, sino porque Dios se los estaba dando.
¡Cuántos celos, frustraciones y resentimientos nos ahorraríamos si tuviéramos presente que el éxito de los
demás se lo da Dios, y estuviéramos dispuestos a aceptar el veredicto de Dios y su elección!
c) Por último, Juan puso un ejemplo que cualquiera podría entender, y más los judíos, porque era
parte de su herencia cultural. Llamó a Jesús “el Novio”, y dijo que él, Juan, era “el amigo del Novio”.
Una de las grandes figuras del Antiguo Testamento es la de Israel, que es la novia, con Dios, que es el
Novio. La unión que hubo entre Dios e Israel era tan íntima que podría compararse con un matrimonio.
Cuando Israel se apartaba tras dioses extraños era como si fuera infiel al vínculo matrimonial (Éxodo 34:15,
cp. Deuteronomio 31:16; Salmo 73:27; Isaías 54:5)… El Nuevo Testamento hereda esta alegoría y habla de
la Iglesia como la Esposa de Cristo (2 Corintios 11:2; Efesios 5:22-32)…
Esta era la figura que Juan tenía en mente: Jesús había venido de Dios; era el Hijo de Dios; Israel era Su
prometida, y Él era el Novio. Juan sólo se reservaba el papel del amigo del Novio.
El amigo del novio, en hebreo shoshben, tenía un papel exclusivo en una boda judía. Era el que arreglaba
la boda; repartía las invitaciones, y presidía la fiesta. Era el que traía la novia al novio. También tenía que
cuidarse de la cámara nupcial y de que no se introdujeran intrusos. Sólo cuando oía y reconocía la voz del
esposo en la oscuridad, le abría la cámara nupcial para que entrara, y se retiraba gozoso cuando había
cumplido su cometido y los esposos estaban juntos.
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No lo hacía de mala gana, sino considerando un honor el introducir la novia al novio; y, cuando había
cumplido su misión, se retiraba contento del centro de la escena: La misión de Juan había sido traerle Israel
a Jesús, el Mesías enviado de Dios, y arreglar sus bodas. Una vez cumplido su cometido estaba contento de
desaparecer en la oscuridad. No dijo con envidia que Jesús tenía que crecer y él menguar, sino con júbilo.
Nos vendría bien a veces recordar que no es a nosotros a los que tenemos que atraer a la gente, sino a
Jesucristo. No es para nosotros para quienes reclamamos la lealtad de la Iglesia, sino para el Novio, el Hijo
de Dios.

El que ha venido del Cielo


Juan 3: 31-35
Como ya hemos visto, una de las dificultades del Cuarto Evangelio es saber cuándo hablan los personajes y
cuándo es Juan el que añade el comentario. Estos versículos puede que contengan las palabras de Juan el
Bautista; pero parece más bien que son el testimonio y comentario del evangelista.
Juan empieza por afirmar la supremacía de Jesús. Si queremos información, tenemos que acudir a la
persona que la tiene. Si queremos información acerca de una familia, la obtendremos de primera mano
solamente de uno de los miembros de esa familia. Si queremos información sobre una ciudad, la recibiremos
de primera mano sólo de alguien que viva o haya estado allí.
De la misma manera, si queremos información acerca de Dios, sólo la podremos obtener del Hijo de Dios; y
si la queremos acerca del Cielo y de la vida que se vive allí, sólo la podremos recibir del que vino de allí.
Cuando Jesús habla de Dios y de las cosas celestiales, dice Juan, no habla de segunda mano, sino nos
cuenta lo que ha oído y visto por sí mismo.
Para decirlo simplemente, como Jesús es el único que conoce a Dios, es el único que puede comunicarnos
los hechos acerca de Dios, y eso es lo que es el Evangelio.
Lo que le da pena a Juan es que sean tan pocos los que acepten el Mensaje que nos ha traído Jesús; pero,
cuando uno lo recibe, atestigua el hecho de que en su fe la Palabra de Dios es verdad.
En el mundo antiguo, si una persona quería autenticar un documento como, por ejemplo, un testamento o un
tratado, le ponía su sello al pie. Ese sello era la señal de que él estaba de acuerdo con el contenido del
documento y lo consideraba fidedigno y efectivo. De la misma manera, cuando alguien acepta el Evangelio,
afirma y pone su sello atestiguando que cree que lo que Dios dice es cierto.
Y Juan prosigue: podemos creer lo que nos dice Jesús porque Dios derramó en Él su Espíritu en plenitud,
sin reservarse nada. Hasta los mismos judíos decían que los profetas recibían de Dios una cierta medida del
Espíritu. La totalidad del Espíritu estaba reservada para el Escogido de Dios...
Ahora bien: según la manera de pensar de los judíos, el Espíritu de Dios tenía dos misiones: la primera era
revelar a la humanidad la verdad de Dios; y la segunda, capacitar a los seres humanos para reconocer y
entender esa verdad cuando venía a ellos. El decir que el Espíritu estaba en Jesús de la manera más
completa es decir que Jesús conocía y entendía perfectamente la verdad de Dios.
Para decirlo de otra manera: escuchar a Jesús es escuchar la misma voz de Dios.

La Vida o la muerte
Juan 3: 36

Por último, Juan nos presenta otra vez la alternativa eterna, la vida o la muerte. A lo largo de toda su historia,
Dios le había presentado al pueblo de Israel esta gran elección (Deuteronomio 30:15-20; Josué 24:15 y ss.).
Se ha dicho que toda la vida se concentra en las encrucijadas. Una vez más, Juan vuelve a su tema favorito:
lo que importa es nuestra reacción a Cristo.
Si esa reacción es amor y anhelo, esa persona conocerá la vida. Si es indiferencia u hostilidad, esa persona
no cosechará más que la muerte. No es que Dios descargue su ira sobre ella; es que ella se la atrae sobre sí
misma.

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