Está en la página 1de 2

Dice el libro del Eclesiastés que hay un tiempo para todo, y que todo tiene su tiempo.

Esta gran verdad


presente en la Revelación, está unida a la más importante de las verdades que iluminan la existencia humana
y, por ende, nuestra Fe. Todos los seres humanos tenemos en común, un tiempo dado para amar a Dios
sobre todas las cosas, de allí que todo tiempo resulte propicio para volver al Señor. Regresar, por tanto, es
vencer y vencer es obra de Dios, esta es la enseñanza de fondo de nuestro personaje del mes.

En esta oportunidad peregrinando nos presenta la figura de Gedeón, quien nos adentra en el misterio de la
fortaleza divina operante en la debilidad humana.

Gedeón perteneció al grupo de los llamados Jueces de Israel, los cuales precedieron a la institución de los
Reyes.
Los Jueces, a diferencia de los profetas, no tenían como misión hablar de parte de Dios, sino defender al
pueblo ante las amenazas y opresiones de sus enemigos.

La particularidad de estos ministros radicaba en dos aspectos fundamentales, a saber:

1. Que no era esta una institución estable sino transitoria y carismática.

2. Que la elección de los jueces no era popular sino divina.

Estas dos características, propias de la iniciativa divina para el pueblo, dejaban de manifiesto dos cuestiones
igualmente importantes: la primera, en lo tocante a la relación de Dios para con ellos y de ellos para con
Dios, lo cual pertenecía al misterio de la alianza; la segunda, en el hecho mismo de que la aparición de un
juez sólo estaba justificada por el abandono u olvido de los preceptos del Señor por parte del pueblo. La
aparición de un juez, por consiguiente, es un acto inmerecido de la misericordia divina, que sabe librar al
hombre en el tiempo oportuno sólo conocido por Él, enviándoles un salvador revestido de unción y de
fuerza. De esta manera, era el pueblo quien se esclavizaba con sus intentos fallidos de alcanzar la libertad y
la felicidad por sus propias manos. Y era Dios quien, por su mano, en la persona del juez, libraba y
salvaba al pueblo de la opresión y la esclavitud.

En la historia de Gedeón (Jueces 6-8) Dios sale al encuentro de nuestro personaje para enseñar a todos que,
ante Él, no hay ejército numeroso ni enemigo grande. Está claro que Dios no necesita del hombre para la
victoria, pero la victoria es esquiva al hombre cuando éste pretende prescindir de Dios.

El tiempo sólo puede ser realmente aprovechado cuando contamos con Dios, cuando obedecemos su
Palabra; únicamente de esta forma podemos estar seguros de que no perdemos el tiempo y que lo que
hacemos nos es de gran provecho aquí y para siempre. Esta es una verdad revelada y atestiguada en las
palabras mismas del Señor: “Sin Mí no podéis hacer nada”; efectivamente, el hombre no triunfa por su
fuerza, sino por la confianza puesta en el Señor. El hombre que deposita su confianza en las propias fuerzas,
pierde la luz de la vida; de allí que todo tiempo ha de ser vivido como tiempo de encuentro con Dios, porque
es de dicho encuentro de donde nace la alegría de experimentar la nueva vida que el Señor nos ofrece,
dejando atrás lo que el mundo nos brinda.
El hecho de que Gedeón con sólo 300 hombres haya vencido a un ejército de 135.000, es un indicador de lo
que implica acoger la verdad de la Fe y las verdades de Fe en nuestra existencia. Así pues, de la misma
manera que resultaba ilógica la propuesta de Dios a Gedeón, de alcanzar con tan insignificante puñado de
hombres la victoria, resulta descabellado para el mundo y para no pocos cristianos hoy, mantenerse fieles a
las enseñanzas que la Iglesia ha visto, oído y trasmitido desde los tiempos apostólicos.

El hombre de hoy, como el de ayer, pretende encontrar en la coherencia de sus argumentos la salvación y el
sentido de la propia existencia, dejando de lado lo que de parte de Dios nos parece inaceptable. De allí que
lo propio del cristiano radique en no escandalizarse de su Señor, al Cristiano, por tanto, le corresponde
actuar en la confianza de los que se han fiado y se fían de Dios. Cristiano, de esta manera, significa decir con
Pedro y Juan ante el tribunal de este mundo, “es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres”. Lo
anterior nos hace más comprensibles las situaciones actuales, donde nuestras verdades de Fe son
cuestionadas, criticadas, puestas en tela de juicio y abandonadas. Está claro, entonces, que nuestras verdades
de Fe no entran en el campo de la lógica humana, porque los pensamientos del Señor no son nuestros
pensamientos, ni sus caminos son nuestros caminos; por tanto, a nuestros ojos resulta imposible llevar a
cabo el testimonio cristiano, pero lo que para nosotros parece imposible no lo es para Dios, precisamente
fueron esas las últimas palabras del ángel Gabriel ante la Virgen María: «Para Dios no hay nada
imposible», efectivamente, esas son las palabras que estimulan nuestra Fe y fundamentan nuestra fuerza.

También podría gustarte