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HONDURAS
CUENTA: 20181000453
Lo general y lo concreto.
Hay una expresión castiza en los ambientes taurinos que afirma que
"es muy fácil ver los toros desde la barrera". Con ello se está
expresando el abismo que separa al dicho del hecho, al espectador
del actor, lo distinto que es ver a otros enfrentar una situación o
problema que tenerla que enfrentar uno personalmente. En esta
misma línea diferenciadora se ha tratado de resolver el problema de
la relación entre actitud y conducta. Una cosa es tener una actitud
general y otra cosa es traducir en comportamientos esa actitud en
una situación concreta, donde no sólo se enfrenta a un objeto en
abstracto, sino a un objeto concreto en una situación precisa. Donald
T. Campbell (1963/1971), por ejemplo, habla de un umbral de
dificultad para la ejecución de un determinado comportamiento que
en buena medida depende de la situación y las presiones que en ella
se ejercen sobre la persona. Según Campbell, el estudio de LaPiere
presentaba dos situaciones con un umbral de dificultad muy
diferente para los comportamientos. Una cosa es rechazar por
escrito a "los chinos" en general, y otra cosa muy distinta negar
personalmente la entrada o la recepción en el propio establecimiento
a una pareja de chinos educados y bien vestidos. El estudio de
LaPiere hubiera sido sorprendente si los que rechazaron cara a cara
a los chinos los hubiesen aceptado teóricamente en el cuestionario;
entonces sí hubiera sido significativa la discrepancia, ya que el
umbral de dificultad para negarse a algo en un cuestionario es
mucho más bajo que el de negarse a ello frente a la persona
interesada. La idea, por consiguiente, es que la manera concreta
como se manifieste la actitud depende también en parte de las
condiciones y presiones de cada situación.
DEFICIENCIAS METODOLÓGICAS.
La más común de las respuestas a la objeción sobre la relación
entre actitud y conducta consiste en afirmar que el problema se cifra
en las deficiencias metodológicas. El defecto puede deberse a que
no se mide bien la actitud o a que no se determina bien el objeto de
la actitud. En cualquier caso, la falta de correlación entre actitud y
conducta se debería a la inadecuación de los instrumentos de
medición. 286 287 Ya se ha insinuado el problema de que para
medir la actitud normalmente se utilicen cuestionarios que utilizan
respuestas verbales. Como indicaba LaPiere (1934/1967, pág. 31), '
el cuestionario sólo puede garantizar una reacción verbal a una
situación completamente simbólica". De ahí no habría que concluir,
como hace el mismo LaPiere (pág. 27), que "cualquier medida de las
actitudes mediante la técnica del cuestionario se basa en el
supuesto de que hay una relación mecánica entre la conducta
simbólica y no simbólica", pero quizá sí podría concluirse que la
correlación entre ambas conductas que se presupone al utilizar los
cuestionarios no sea lo suficientemente grande como para apoyar
una predicción fiable. Daryl J. Bem, para quien las actitudes son
simplemente "gustos y disgustos", "afinidades y aversiones hacia las
situaciones, objetos, personas, grupos o cualquier otro aspecto
identificable de nuestro medio, incluyendo ideas abstractas y
políticas sociales" (Bem, 1970, pág. 14), llega a afirmar con ironía
que, en la práctica, las actitudes son más bien "la descripción que un
individuo hace sobre sus propias afinidades y aversiones" (Bem,
1971, pág. 323), ya que, aunque ningún psicólogo las defina así, a la
hora de medirlas todos o casi todos se convierten operacionalmente
a esta definición. Como ya se indicó, la validez de los cuestionarios
se basa en el presupuesto de que tanto la conducta verbal como la
conducta manifiesta son mediadas por la misma estructura latente o
intermedia, es decir, por el esquema- actitudinal. Si el supuesto es
válido, conocidas las respuestas de un tipo lógicamente se pueden
predecir las respuestas de otro tipo, y los errores se deberían a que
se ha realizado una mala medida de la actitud. El mismo problema
de la mala medida puede darse por el otro polo de la actitud, es
decir, por la determinación del objeto. Según no pocos psicólogos, la
baja correlación entre actitudes y conducta se debe a que se precisa
mal el objeto de la actitud y, por consiguiente, a que se pretende
predecir el comportamiento que se observará hacia un objeto a partir
de la actitud hacia un objeto más amplio, genérico o simplemente
distinto. No es lo mismo medir una actitud hacia la "raza negra" en
general o hacia "la reforma agraria", que medir una actitud hacia una
persona negra en concreto o hacia el proyecto de Transformación
Agraria propuesto por el Coronel Molina. Es posible que, a pesar de
su aparente relación, en uno y otro caso se trate de actitudes
diferentes ya que sus respectivos objetos son más o menos amplios,
más o menos significativos.
La persona y su mundo. Las soluciones propuestas, tanto las
teóricas como las metodológicas, no cuestionan el principio de que
la relación entre actitud y conducta sea una relación simple, del tipo
A-B. De ahí la necesidad en algunos casos de postular diversas
actitudes (a las que corresponden diversas conductas), de postular
una diversidad de objetos (general y específico) o de convertir cada
conducta concreta en el objeto mismo de la actitud. Es claro, como
lo indica entre otros el modelo de Fishbein y Ajzen, que la ejecución
de una conducta no depende sólo de la actitud. Sin embargo,
conviene revisar si el problema de la relación entre la actitud y la
conducta está bien planteado y, por consiguiente, si se debe esperar
una alta correlación entre una actitud y una determinada conducta
como supone el esquema A-B. Al examinar el concepto de actitud,
veíamos que la naturaleza de las actitudes no se cifra tanto en sus
elementos cuanto en la relación de sentido, la relación
"comprometida" que se establece entre la persona y un determinado
objeto, basada en una evaluación personal sobre el objeto, en un
sentimiento de aceptación o rechazo sobre ló que es o la persona
cree que es un determinado objeto. Esta relación de sentido entre la
persona y el objeto es la que se materializa en una postura, que se
afinca en él esquema fisiológico y se articula en procesos
psicológicos. De ahí que la predisposición con que se ha definido
tradicionalmente la actitud no puede consistir tanto en la tendencia a
ejercer una y sólo una forma concreta de conducta manifiesta,
cuanto en la tendencia de la persona a mantener el sentido de su
relación con un objeto y a canalizar mediante la conducta la
evaluación de ese objeto. Si de lo que se trata es de mantener una
relación de sentido, entonces cabe admitir la posibilidad de
expresarlo a través de una diversidad de acciones, distintas en su
esquema, pero consistentes en su significación estructural. La
correlación no habría que medirla en lo que respecta a un tipo
concreto de conducta cuanto al significado que diversas conductas
pueden expresar en la relación de la persona hacia el objeto de la
actitud
LA REALIDAD DE LAS ACTITUDES.
En el concepto de actitud muchos psicólogos sociales creyeron
encontrar la adecuada integración de lo individual y lo grupal, de lo
personal y lo social (ver Thomas y Znaniecki, 1918); por su parte,
algunos sociólogos consideraron que esa síntesis se obtenía mejor
con el concepto de rol. En uno y otro caso lo que se buscaba es dar
razón suficiente de la acción de las personas, que es el acto de un
individuo pero que es de carácter social. Hay, por supuesto,
importantes diferencias entre ambos conceptos: la actitud explica la
acción desde el esquema del individuo mientras que el rol lo hace
desde el esquema del grupo; la predisposición que en la actitud se
atribuye a la evaluación personal sobre un objeto, el rol la sitúa en la
expectativa que tienen los miembros de un grupo sobre cómo debe
actuar una persona en una determinada situación; finalmente, lo que
la actitud vincula a las creencias personales, el rol lo liga a las no
más sociales. Es claro, por tanto, que mientras el concepto de
actitud mantiene el énfasis analítico en el individuo, el concepto de
rol pone el acento en lo dinámico del grupo social.
CONCLUSIÓN
El carácter ideológico del sistema de actitudes apunta de nuevo al
problema de la correlación entre los regímenes imperantes en cada
sociedad y las actitudes de las personas. También desde esta
perspectiva se puede afirmar que hay actitudes convenientes y
actitudes inconvenientes 294 295 para cada tipo de régimen político.
Esa es en parte la intuición que desencadenó el conocido estudio
sobre la "personalidad autoritaria" (Adorno y otros, 1950/1965): en
qué medida un sistema de creencias y una estructura de actitudes
personales (etnocéntricas) posibilitaban y hasta potenciaban la
instauración de un régimen fascista, como había ocurrido en la
Alemania de los años treinta. Una forma de verificar la importancia
que para los regímenes políticos tiene el sistema de creencias y
actitudes de las personas consiste en examinar el esfuerzo puesto
en controlar la difusión de información. Es bien conocida la lucha
propagandística que realizan a todo nivel las grandes potencias. En
El Salvador, se ha hecho ya rutinaria la queja sobre la "campaña de
desinformación" cuando las brutalidades cometidas por el régimen
logran filtrar los controles establecidos sobre los medios
informativos. Según Armand Mattetart (1976), "el 650 /o de todos los
mensajes que circulan en el mundo son producto de los Estados
Unidos". No está muy claro cómo puede llegarse a una
cuantificación de este tipo; pero sí está claro que Estados Unidos
dedica grandes esfuerzos a transmitir su ideología por todos los
medios posibles de comunicación. Por eso, afirma el mismo
Mattelart, "en el transcurso de los últimos quince años, el garrotazo
cultural se ha ejercido esencialmente a través de los canales de
televisión y radiodifusión, de las agencias de publicidad, de las
ediciones de paquines, revistas y textos escolares, de los trusts
cinematográficos y de las agencias de prensa internacional".
BIBLIOGRAFÍA
Capitulo sexto, acción e ideología- Ignacio Martin Baro