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La despoblación de Marina Closs Reseña para Otra parte

Blatt y Ríos

Por Alejandra Rodríguez Ballester

La región del Guayrá, donde se fundaron las primeras misiones jesuíticas –una zona que
actualmente se encuentra en territorio brasileño- es el ámbito en el que transcurre La
despoblación, esta novela luminosa, deslumbrante, de la escritora misionera Marina Closs. Con
una lengua poética que evoca las narraciones legendarias, el oasis de ese pequeño país de vida
húmeda toma forma ante el lector, un mundo entre mítico y utópico, en el que la exuberancia de
la naturaleza es el marco del encuentro peculiar entre lenguajes, canciones y cosmovisiones
frondosas y diversas. Si de creencias se trata, los distintos personajes encarnan posturas tan
extremas como exóticas y alucinadas.

Místico e intenso, el jesuita Antonio Ruiz es acosado por visiones y sensaciones físicas que lo
martirizan. Sólo lo alivia navegar hacia el santuario de Nuestra Señora del Pepirí, acompañado por
un séquito de nadadores guaraníes. Más intelectual y terreno, su compañero Jesús Maceta lo
admira y cuida amorosamente de él, mientras intenta encontrar una interpretación a las imágenes
que brotan incesantes de la mente atormentada de Antonio. Los indios se acercan y les cuentan
sus sueños para que ellos desentrañen su sentido. En cada relato de los guaraníes y en cada
suceso de la naturaleza, los jesuitas buscan una interpretación religiosa, alguna clase de
comprensión; los relatos de unos y otros se yuxtaponen, sin que unos lleguen a predominar sobre
los otros. Frente a la autoridad de los religiosos, las viejas creencias persisten con fuerza, como el
culto a los huesos de los antepasados, que Antonio se empeña en desterrar.

Un buen día, la armonía de la misión se verá trastocada a partir de la llegada de Overá, un guaraní
que se considera Hijo de Dios. “Nací de un rayo de luz guardado nueve meses en un cántaro”,
afirma Overá, convencido de ser “hermano menor de Jesús”, para escándalo de los religiosos. Este
personaje curará enfermos con métodos estrafalarios y se hará llevar en andas por otro, en pleno
ejercicio de su divinidad. Aunque intente someterse a las enseñanzas de Antonio, hay algo
irreductible en él que lo hace cuestionar los preceptos que resultan ajenos a su cultura. Otros
personajes refuerzan el sesgo mítico de la novela: la distante y nómade Anastasia Tatí, que dice
haber sido una planta y enamora perdidamente a Overá, o la inquietante bruja Bei Jasmin, de
padre portugués y madre tupí, que llega descolgándose de los árboles, vestida de ángel.

Las matanzas de los mamelucos brasileños, que avanzan sobre el Guayrá con la intención de
esclavizar a los indios, impulsan a los religiosos a abandonar la reducción de San Ignacio en busca
de tierras más seguras. Los cadáveres de los guaraníes muertos bajan por el río, sus flechas nada
pueden contra las armas de fuego de los atacantes; Antonio se enfrentará entonces al dilema de
usar la pólvora o dejarse vencer.

Con gran libertad, Marina Closs se apoya en ciertos personajes y hechos históricos pero logra
evitar que esto ahogue la invención que resplandece en cada episodio y en cada personaje de esta
novela. El humor y la ironía rondan los diálogos entre sacerdotes e indígenas, sus dudas e
indagaciones filosóficas, y cada uno lleva al límite su propia lógica, un poco enigmática y delirante.
Pero es la soltura de la prosa poética -la cadencia de las frases, la potencia de ciertas imágenes- la
que sostiene ese mundo impalpable, maravillado, un mundo en el que todo parece creado por
primera vez como en una cosmogonía viva, juguetona, recién alumbrada.

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