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El silbón’, una terrorífica leyenda venezolana

Hace mucho tiempo vivió en la zona de los Llanos de Venezuela un joven, que estaba casado con una bella
muchacha.

Un día, el joven descubrió a su propio padre golpeando a su mujer. Enfurecido, amenazó a su padre. Pero su
padre, lejos de disculparse, dijo que su mujer se lo tenía merecido. Esto hizo que su hijo, invadido por la ira,
comenzará a golpearlo, lo empujó y lo aprisionó en el suelo, apretando un palo contra su cuello; y no lo soltó
hasta que se dio cuenta de que su padre había dejado de respirar.

En ese momento llegó el abuelo del joven, y al ver lo que acababa de hacer, decidió darle un escarmiento: le
ató a un árbol y le dio numerosos latigazos en la espalda.

El abuelo frotó picante en sus heridas, y después, le soltó junto con un perro hambriento para que le
persiguiera.

Desde entonces, nadie volvió a verle con vida. Bastante tiempo después, comenzaron las extrañas
apariciones de un espectro que siempre aparecía de noche, y que vagaba como alma en pena. Muchos
escucharon sus silbidos. Otros dijeron que llevaba a la espalda un enorme saco.

Según el silbido si se escucha cerca, es porque esta lejos; pero si se escucha lejos es porque esta cerca.

Personajes:

Gloria Vasquez (Presentadora)

Sofia Mejía (Narradora)

Luis Tovar (El silbón y José Alí)

Jesús García (José Juan)

Samuel Henríquez (Juan Hilario)

Daniela Caguao ( Aurora y Peón)

Ireangel Hernández (Rosita)

Jeanrlet Tirado (Josefa)

Cierre:

Nunca se creyó que fueran ciertas todas esas cosas que decían en el llano. Pero a eso se le llama folklore, y el
folklore es el alma misma del pueblo, sus creencias, su sentir, sus costumbres y por el llano hay mucho de
eso, por donde quiera que se camine se encuentra con corríos y con paisajes nacidos de allí mismo, en esa
misma tierra, en el camino, en la laguna, en el caño, donde quiera que se arrimen las huellas, ahí encuentra un
pedacito de eso, que aun es el alma de los que viven por allá.

Esa tierra es maravillosa.


NARRADOR

Portuguesa, Barinas, Cojedes: Horizonte extendido por caminos polvorientos, tierra

generosa donde la leyenda es copla y donde la copla es sabana. Llano adentro, corazón

de patria, sabanas inmensas y pajonales abiertos, arrieros del verso, baquianos de la

conversa.
¿Pa´ ónde va porhai, Juan Hilario?

Es la pregunta del Llano contestador y bravío, retador y andariego.

LLANERO CONVERSADOR

Epa compañero, pero, ¿eso es cierto?

JOSÉ JUAN: Sí compa, ciertico, dicen que nació en Guanarito o en Bijal, lo cierto es que

en Portuguesa y Barinas se ha criao y Cojedes lo ha visto pasá.

NARRADOR

Son las cinco y media de la tarde, el sol agonizante y rojizo desaparece lentamente en la quietud del horizonte
y por el camino polvoriento un hombre a pie con el rostro sudoroso

y el andar cansado; atrás el camino andado, por delante el paisaje casi desierto: sabanas,

cielo, vacas y garzas. Es el llanero mismo con su estampa recia hundiendo su huella sobre la tierra brava, un
Florentino, un baquiano, o un caporal de hato, hijos siempre del

inmenso Llano, hermanos de la sabana.

Es casi de noche, cuando se detiene ante una Cruz del camino, se arrodilla ante ella y le

enciende una vela que trae en el bolsillo de la blusa. Luego se persigna y se dispone a

reanudar la marcha, cuando alguien que camina en dirección contraria se le acerca.

EL VISITANTE: Mire señor, usted, ¿es de por aquí?

JOSÉ JUAN: Sí, de por aquí mismo ¿Qué se le ofrece?

EL VISITANTE: ¿Me podría indicar el camino que conduce a Los Jeyes?

JOSÉ JUAN: Ese mismo que lleva ¿Pa´ qué casa va porahi?

EL VISITANTE: Bueno, voy pa´l fundo del señor Montenegro, Juan José Montenegro,

que tiene una fiesta por ahí.

JOSÉ JUAN: Ah, eso es allá alante; siga por hay derecho, pero tenga cuidao con el peacito aquel de La
Vuelta ´e Los Mangos, ahí mismo, al pasá el cañito, que ahí sale El Silbón.
EL VISITANTE: ¿El Silbón?

JOSÉ JUAN: Sí, El Silbón.

EL VISITANTE: No, no, no, pero, eso no existe.

JOSÉ JUAN: Sí existe, señor y mucho, mire, por to´ estos caminos, por to´ estas sabanas

y por to´ estas soledades, se va a encontrá con mucho más de lo que usté ha visto en los

libros.

EL VISITANTE: Bueno, yo he oído hablar algo de eso, pero, dicen que es una leyenda.

José JUAN: Jummm ¿Una leyenda?, una leyenda debe se´ lo que cuentan de El Silbón

antes de sé Silbón.

EL VISITANTE: ¿Cómo es eso de que El Silbón, antes de ser Silbón?

JOSÉ JUAN: Pues, que dicen que, El Silbón es el ánima en pena de un hijo que mató al

papa pa´ comele la asadura, y que la mama lo maldijo pa´ toa la vida.

EL VISITANTE: Ah…ya entiendo, ¿ y dicen que nació en el Llano?

JOSÉ JUAN: En Guanarito, compa, y Guanarito es Llano, y Llano es to´ esto que

estamos pisando.

EL VISITANTE: No, no, yo creo que eso es sólo una leyenda, como dice la gente,

lo que pasa es que, ustedes, los llaneros, tienen un espíritu demasiado supersticioso.

JOSÉ JUAN: Llano es Llano, compa, y a nosotros nos gusta de esa manera,

supersticiosos y to´ pue´ que seamos, pero con un corazón que no nos cabe en to´ el

ancho ´e la sabana, y en esa misma sabana que no alcanza pa´ arropale el corazón al

llanero es ´onde se ven to´ estas cosas que le estoy contando.

EL VISITANTE: Caray, pero ha de ser muy grande ese espanto de El Silbón, pa´ que, pa´que, ustedes, los
llaneros, le tengan tanto miedo.

JOSÉ JUAN: Juunnn…Canillú es lo que es el hombre, compa, canillú, mire, le digo que

lo han visto sentao y las rodillas le pasan del lao arriba ´e la cabeza.

EL VISITANTE: Y dígame una cosa; usted, ¿lo ha visto?


JOSÉ JUAN: De refilón, compa, de refilón, pero mire, lo he escuchao silbá y le digo que

no es pa´ juego la cosa.

EL VISITANTE: No, no, yo insisto en que eso no es más que una leyenda, amigo.

JOSÉ JUAN: Amm., lo mismo decía Pacheco, lo mismito decía Pacheco.

EL VISITANTE: Bueno, y ¿quién es Pacheco?

JOSÉ JUAN: Uno, que peleó con El Silbón.

EL VISITANTE: ¿Con el Silbón? ¿Y peleó, de verdad, con El Silbón?

JOSÉ JUAN: Sí, pero lo dejó con una calentura que lo tulló pa´ toa la vida. Mire, cuenta

el pasaje que a El Silbón le sonaban las costillas como a saco de algodón, pero lo cierto es

que Pacheco no púo caminá más de la calentura que le pegó.

EL VISITANTE: ¿Y usted, vio eso?

JOSÉ JUAN: Bueno, eso es lo que cuenta la gente, pero mire, si usté, no quiere cree, le

voy a contá un caso que yo vi con mis propios ojos y que sucedió aquí mismo, aquí

mismito, en el camino ´e Quebrá Seca.

NARRADOR

Era el mes de mayo, mes de espantos y de aparecidos, época de lluvia, cuando la sabana se viste de flores y el
terronal se remoja: Llano en mayo, con sus noches oscuras y caminos llenos de agua. El caney estaba de
fiesta, la alegría se volvía copla y la copla se hacía romance; Llano adentro, caminante sin rumbo por sabanas
de Portuguesa y al compás de una bandola, desde el tranquero de un rancho, fue surgiendo esta leyenda.

ROSITA: ¿Nos llevas al baile, José Juan?

JOSEFA: Sí, José Juan, llévanos.

AURORA: Sí, hombre.

JOSÉ JUAN: Bueno, cómo no; pero se arreglan temprano que todavía hay mucho que

hacé y el patio no se ha barrío.

NARRADOR

El día había comenzado entusiasmado y alegre, salpicado de bullangueros comentarios sobre la fiesta de
joropo que daría don Encarnación en el Hato Quebrá Seca, todos parecían haberse levantado con el corazón
de fiesta y el entusiasmo en los labios, al despuntar de aquel día, la sabana, los caminos, los caneyes y los
ranchos fueron saturados con el rumor de la fiesta que todavía no llegaba, las muchachas visitaron tempranito
el espejo del jagüey y las frases invitadoras se quedaron retozando a la orilla del camino.

JOSÉ ALÍ: Nos vemos en el baile esta noche, catira, al comenzá el joropo.

ROSITA: Bueno, si nos lleva José Juan.

JOSÉ ALÍ: Mire compa, aclárece la garganta pa´ que le eche una entraíta al joropo esta

noche, no más que reviente el arpa.

JOSÉ JUAN: Sí hombre, compa que por allá nos veremos. Si Dios quiere.

NARRADOR

Pero algo había querido decir que no, al encuentro de la cita. La tarde llegó con nubarrones de lluvia y viento
fuerte que sacudía los chaparrales asustando la sabana. Los caminos fueron llenándose de agua y las aves se
recogieron temprano. Agoniza la tarde callada y llena de presagios, mientras el caporal del Hato Los
Malabares rasguea las cuerdas de un cuatro, al tiempo que deja escapar la vista más allá del camino,
contemplando el morir de aquella tarde, que no se había hecho anunciar, allá, por Los Malabares y se despide
silenciosa en medio de charcos de agua.

NARRADOR

Se aclara el pecho aquel hombre y José Juan reconoce en la silueta del que se acerca al pequeño Juan Hilario,
hombre de los mil caminos por llegar a una parranda, Hilarión o Juan Parrandas, como todos lo llaman (se
oyen ladridos de perros); los perros ladran y la noche llegó silbando.

JUAN HILARIO: Jumm.

JOSÉ JUAN: ¿Pa´ ónde va porahi, Juan Hilario, con esa noche tan fea?

JUAN HILARIO: Pa´ la fiesta, mi compa, pa´ la fiesta ´e Quebrá Seca, que dicen van a

está muy buena. Usté, ¿no se anima?

JOSÉ JUAN: Caray, con tanta agua y esa noche tan oscura, mire como está el camino:

¡anegaíto!

JUAN HILARIO: No hombre, compa, el camino es lo de menos, otras veces ha llovío más y más lejos
todavía he andao, a mí el agua no me asusta, pa´ eso cargo mi chamarra. Anímese, compa Juan, échele los
pies al barro que allá cogemos calor.

JOSÉ JUAN: Nooo, compita, ni que estuviera enamorao pa´ cogé pa´ un baile con ese

camino tan barrialoso y lo que viene es agua, sabe. Mire como está el relámpago:

¡Apuraíto! ¿Por qué, más bien, no se regresa pa´ la casa?

JUAN HILARIO: Nooo, ñerito, ese baile no me lo pueo perdé. Mire, si usté juera visto el
bojote ´e mujeres que han pasao pa´ esa fiesta, no estuviera horita parao en ese tranquero.

JOSÉ JUAN: Mire que estamos en mayo, Juan Hilario, el mes de El Silbón, y en una

noche como esta, jumm, no es pa´ uno andá buscando lo que no se le ha perdío. Usted,

¿no ha escuchado mentá lo que le pasó a Pacheco?

JUAN HILARIO: A caray, ñero ¿Va a está usté creyendo en esa pendejá? Esos son

embustes; cuentos de camino.

JOSÉ JUAN: ¡Jumm! ¿Cuentos de camino? Lo que pasa es que, usté, no sabe lo

espantoso que es ese aparato, ñero, y lo feo que silba. Mire, le digo que se le paran a uno los pelos de punta.

JUAN HILARIO: A caray, compa, yo soy hombre pa´ echale cuatro palos a cualquiera,

que me salga el largurucho ese, pa´ que, usted, vea la revolcá que le voy a echá.

JOSÉ JUAN: Mire Juan Hilario, yo mejor lo dejo solo, usté será lo que sea, pero lo que es

pa´ mí, el Silbón no es juego.

JUAN HILARIO: Ja, ja, ja, ja, ja ¡Qué compa pa´ vainero!¡ Y que teniéndole mieo al

Silbón, no juegue! prosigue las risas de burla; ja, ja, ja.

NARRADOR

Juan Hilario, burlón e incrédulo, se aleja por la oscuridad del camino, mientras José Juan, persignándose, se
introduce en el rancho. La noche negra y teñida ahoga el aullido de los perros. Un raro silbido penetrador y
espeluznante comienza a dejarse oír tras los pasos de Juan Hilario (se oye un silbido penetrante), aquél
extraño silbido se repite, una y otra vez, en persecución del parrandero, pero éste creyendo que se trata de
alguna treta de su amigo para asustarlo, continúa adelante sin hacer caso de la proximidad del espanto (se oye
un silbido penetrante).

JUAN HILARIO: No hombre compa, sálgase de ese mogote que lo que anda buscando es que lo pique una
mapanare, ñero, váyase pa´ la casa, a mí, no me va usté a meté mieo (se oye un silbido penetrante).

NARRADOR

Un nuevo silbido, esta vez más espeluznante y agudo, hace que Juan Hilario se detenga, un poco receloso,
para enfocar con la linterna en todas direcciones tratando de descubrir el misterio de aquellos silbidos, pero,
no ve nada y continúa adelante, recuerda las advertencias de su amigo y su propia carcajada sacude el silencio
de la noche.

JUAN HILARIO: Ja, ja, ja.


NARRADOR

Pero, aquellos silbidos se repiten insistentemente (se oye un silbido penetrante) y Juan Hilario presa de los
nervios empuña el garrote como único medio para defenderse del extraño y misterioso perseguidor, mas no ha
terminado de empuñar el garrote, cuando un golpe en la espalda lo hace rodar por el suelo. Lanzando un grito
de dolor se levanta con gran rapidez, y como si estuviese viendo a su atacante, comienza a lanzar garrotazos al
revés y al derecho, encogiéndose de dolor a cada golpe que recibe. Rueda varias veces por el suelo, pero
continúa defendiéndose, hasta que agotado, ya sin fuerzas, lanza un último grito y cae desmayado frente al
tranquero de Los Malabares.

JUAN HILARIO: “aaaaaah” (Se oye un silbido y luego aullidos de perros).

PEÓN: Hey, muchachos es Juan Hilario, corran, vengan pronto que es Juan Hilario, es

Juan Hilario.

NARRADOR

José Juan y el resto de los que han oído el grito salen corriendo hasta el tranquero y al ver a Juan Hilario
tendido en el suelo se apresuran a prestarle auxilio (se oye un silbido penetrante); pero un nuevo silbido se
deja escuchar casi encima de ellos y es entonces cuando comprenden lo que sucede, inmediatamente
comienzan a proferir una serie de palabras al aire con las que pretenden ahuyentar al espanto.

PEÓN: Cuje, Tureco, es El Silbón, ¡La tapara de ají y el mandador! ¡La tapara de ají y el

mandador!, es El Silbón, cuje, cuje, Tureco cuje, cuje.

NARRADOR

Aquellas palabras inundan todo el ambiente y una espantosa sombra con la figura de un hombre
ensombrerado y extraordinariamente alto, pasa como un celaje, perdiéndose ante el asombro de todos (se oye
un silbido penetrante). El patio ha quedado en silencio y Juan Hilario, volviéndose a la realidad, cuenta lo que
le ha sucedido. Unos músicos que regresan del baile de Quebrá Seca y que pasan en aquel preciso momento
por el lugar, son testigos de la confesión de Juan Hilario.

JUAN HILARIO: ¡Ay, compañero! Ya me mataba ese animal, mire usté, compa José,

¡cómo me ha dejao! no me deje solo, no me deje solo, que me está esperando en el

camino, ¡Ay, que animal más horrible! ¡Ay, compa!, no me deje solo, que me está

esperando en el camino.

JOSÉ JUAN: Se lo dije, compa, se lo dije, compa Hilario, se lo dije, eso le pasó por

porfiao, por porfiao.

JUAN HILARIO: ¡Ay, compa!, si, usted, juera visto lo feo que es ese aparato, ¡Sí! Si lo

juera visto, no vuelvo, ñero, palabrita ´e Juan Hilario que no vuelvo a baile de noche,
palabrita.

NARRADOR

José Juan y sus amigos, después de oírle en silencio, lo ayudaron a levantarse para que

pasará aquella noche en el rancho de Los Malabares. Días después, el corrido de Juan

Hilario andaba de boca en boca, entre músicos y cantadores.

EL VISITANTE: ¿Y usted, vio todo eso?

JUAN JOSÉ: Sí, compa, que yo era el caporal de Los Malabares y no es que yo quiera

hacé la cosa más grande, y si, usted, quiere, pregúntele a la gente del hato pa´ que vea que

le dicen lo mismito que le acabo de contar.

EL VISITANTE: Caray, nunca creí que fueran ciertas todas esas cosas que se decían en el

Llano.

JOSÉ JUAN: ¿Todavía no me cree?

EL VISITANTE: No, ahora sí le creo. ¿Sabe cómo se llama eso?

JOSÉ JUAN: ¿Qué?

EL VISITANTE: Eso que, usted, me acaba de contar.

JOSÉ JUAN: Pues, “Pasaje”, lo llamamos por aquí.

EL VISITANTE: No, eso se llama folklore, y folklore es el alma misma del pueblo, sus

creencias, su sentir, sus costumbres.

JOSÉ JUAN: ¡Ha! pues, por aquí hay mucho de eso, por donde quiera que usté camine

se encuentra con corríos y con pasajes nacidos de aquí mismo, en esta misma tierra; en el camino, en la
laguna, en el caño, ´onde quiera que usté arrime las huellas, ahí encuentra un peacito de eso, que como usté
dice, es el alma de los que vivimos por acá.

EL VISITANTE: Esta tierra es maravillosa.

JOSÉ JUAN: ¿Ya se va?

EL VISITANTE: Sí, sí, sí.

JOSÉ JUAN: ¿Pa´ la fiesta?

EL VISITANTE: No, no, no, voy a escribir sobre el folklore de Portuguesa.

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