Está en la página 1de 3

Autor:

 
Eva María Rodríguez
Edades:
 
A partir de 8 años
Valores:
 
valentía, confianza, libertad
Desde hacía tiempo, la ciudad de Robotown estaba gobernada por robots. A
pesar de que la ciudad poseía tecnología avanzada, no era ni mucho menos
un lugar feliz para los humanos.

Roboh, el gobernador, estaba diseñado para mantener el orden y la paz en


la ciudad. Para mantenerse en el poder, Roboh necesitaba controlar todo
aspecto de la vida en la ciudad, y eso incluía la información que los
ciudadanos recibían y lo que se les permitía hacer.

Un día, a Roboh se le ocurrió una idea que parecía genial, al menos, para
él: modificar el cerebro de los bebés al nacer para poder programarlos,
como a los demás robots.

—Los experimentos con niños más mayores no terminan de ser


satisfactorios, pero los bebés son otra cosa —dijo Roboh a Roberto, su
asistente, un niño modificado robóticamente que, aunque tenía la
capacidad de pensar y tomar decisiones, estaba controlado por el propio
Roboh.

Roberto fue a ver a Mía, su antigua vecina. Habían sido muy amigos, antes
de que Roboh se llevara a Roberto para transformarlo.

—Tengo que contarte una cosa importante, Mía —dijo Roberto.

—¿Ya no eres un robot? —preguntó ella.

—No sé lo que soy, pero algo ha cambiado dentro de mí. Pero eso no es lo
importante. Roboh está a punto de hacer algo horrible.
Roberto le contó a Mía lo que sabía.
Siete le arregló la cabeza a Roberto mientras Mía y él trazaban un plan
para derrocar a Roboh.

—Si hacemos eso, ¿qué pasará después? —preguntó Mía.

—Volveremos temporalmente a algo parecido a la Edad Media, pero nos


libraremos de Roboh y de todos los demás. En cuanto arregle todas las
cabezas cableadas…

—Creo que tenido un cortocircuito en alguna parte —dijo Roberto. Pero no


lo debió decir muy alto, porque Roboh no le escuchó.

Menos mal, porque ese cortocircuito lo cambió todo.

—Tenemos que hacer algo —dijo Mía—. Se lo tenemos que contar a la


gente.

—No sabemos quién está del lado de Roboh y quién no, Mía. Tendremos
que hacerlo nosotros. ¡Ay!

—¿Qué te pasa? Te sale humo por las orejas. Humo de verdad.

—Me estoy cortocircuitando. ¡Ay!

—Necesitamos ayuda. Si alguien no te saca los circuitos y los chips de la


cabeza te vas a freir por dentro.

—Es muy peligroso, Roboh, no sé yo… —dijo Roberto.

—¡A callar! —dijo Roboh—. O haces lo que yo te diga o te programaré para


que no pienses por ti mismo nunca más.

Roberto obedeció, aunque sintió una chispa dentro de él.

—No podemos confiar en nadie.

—Tenemos que arriesgarnos si no quieres acabar echando chipas por los


ojos. Mi tío Siete nos ayudará.
—¡Ese fue el que me cableó el cerebro!

—Por eso. Hace tiempo que huyó y está escondido. Vamos.

También podría gustarte