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1. ÉTICA PROFESIONAL
1.1. DEFINICIONES:
1.1.1. ÉTICA.
La palabra ética proviene del griego ethikos (“carácter”). Se trata del estudio de la moral y del
accionar humano para promover los comportamientos deseables. Una sentencia ética supone
la elaboración de un juicio moral y una norma que señala cómo deberían actuar los integrantes
de una sociedad.
Según Fernando Savater la ética la define como la práctica de reflexionar sobre lo que vamos a
hacer y los motivos por los que vamos a hacerlo.
Existen dos concepciones de ética ante lo que llamamos ética profesional
ETICA AFIRMATIVA: Donde se enmarcan los principios y valores que se plantean para ejercer
con libertad y autonomía sabiendo que los valores profesionales son propios a la profesión
ETICA NEGATIVA: Enmarcadas en las normas, deberes y obligaciones impuestas a regir un
comportamiento, limitada al dictamen de la moral y evitar un castigo
1.1.2. PROFESIÓN.
Por profesión se entiende una ocupación que se desarrolla con el fin de colaborar con el
bienestar de una sociedad. Para realizar dicha labor es necesario que el profesional (persona
que ejerce la misma) actúe con responsabilidad, siguiendo los requisitos que la ley vigente
plantee para el desarrollo de esa actividad.
1. Qué es la deontología
Deontología Ética
Se ocupa de los deberes y los Se ocupa de las necesidades del
derechos del Cliente psicólogo
Adopta el punto de vista del cliente Adopta el punto de vista del psicólogo
A partir del cuadro anterior, podemos entender fácilmente que hablar única- mente de
deontología profesional es un enfoque sesgado, dado que deja de lado los derechos de
los usuarios y, por lo tanto, afecta a la manera en la que se entienden las relaciones que
se establecen entre el psicólogo y su cliente. Es evidente que la persona a la cual el
psicólogo presta servicio también tiene derechos y deberes. De este modo, por lo tanto,
adoptar una perspectiva ética, y no exclusivamente deontológica, es una manera
diferente de afrontar los dilemas éticos que se producen en las relaciones entre los
psicólogos y las personas. Esto nos per- mite establecer unas relaciones psicólogo-
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cliente (El término cliente se refiere, siguiendo la propuesta del Metacódigo de ética de
la Federación Europea de Asociaciones de Psicólogos (EFPA), a «cualquier persona,
paciente, personas en interdependencia u organizaciones con quienes los psicólogos
tienen una relación profe- sional, incluyendo relaciones indirectas».)
más equilibradas, en las que el psicólogo no es superior al cliente y se da una relación
entre dos personas con derechos, lo cual nos permitirá evitar relaciones paternalistas y
de dependencia del cliente hacia el psicólogo.
En resumen:
– La ética nos proporciona criterios para determinar qué actos son correctos o
incorrectos.
– La deontología detalla los deberes y las normas de conducta profesional de los
psicólogos. Podemos decir que trata las normas para la «buena práctica»
psicológica.
2. Bioética y psicoética
En nuestro país carecemos de datos exactos acerca de la cantidad de psicólogos que han sido
demandados. Sólo se conocen algunas sentencias aisladas. En los Estados Unidos, de
acuerdo al informe anual 2003 del organismo oficial al cual se debe denunciar cualquier
reclamo de este tipo (Nacional Practitioner Data Bank), más de 1500 psicólogos sufrieron
reclamos en la última década. Aproximadamente el 1% de los pagos resarcitorios en concepto
de mala praxis en ese país se originarían en casos que involucran a psicólogos.
Relaciones no profesionales
Este tipo de relaciones se dan cuando el terapeuta interactúa con un paciente excediendo su
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rol profesional, involucrándose por ejemplo como socio comercial o como pareja sexual. Debe
tenerse en cuenta que el vínculo que se establece entre el profesional y paciente es de franca
asimetría. La posición de este último en la consulta suele ser de fragilidad, vulnerabilidad y
dependencia debido a la patología, sumado a las consecuencias frecuentes, en los cuadros
graves de enfermedad mental, de marginación social, laboral o auto marginación personal. En
estos casos la dependencia al terapeuta es tan importante que el paciente llega a delegar
decisiones personales en forma irracional y subjetiva. Esta posibilidad lo hace francamente
influible, pudiendo esta situación conllevar a "situaciones de abuso". Esto trae aparejada la
necesidad y obligación de actuar con prudencia y máxima diligencia.
Como regla general los pacientes deberían ser vistos en el consultorio del profesional. Si bien
puede ser apropiado por motivos terapéuticos ver al paciente en otro ámbito, estas circunstancias
deberían ser extremadamente raras. Deberá documentarse en la historia clínica el propósito y lo
que espera obtenerse de la consulta fuera del consultorio.
A pesar de los recaudos tomados y surgiera una relación afectiva importante entre el
consultante y el psicólogo que obstaculizara el alcance de las metas profesionales, pueden
tenerse en cuenta las siguientes recomendaciones:
Actúe inmediatamente. No espere a que sea el paciente el que saque a la luz el problema
que ha surgido en la relación. Derive al consultante a otros profesionales. En este proceso de
derivación pude ser útil para el profesional la consulta con un colega que le ayude a
comprender la dinámica de la relación y que le ayude a finalizar su actuación profesional con
el menor daño posible para el paciente. Se deberá evitar en esta instancia la figura de abandono
involucrando al paciente en el diseño de la alternativa más conveniente analizando su
receptividad hacia un cambio de terapeuta.
Los terapeutas tienen el deber ético y legal de prevenir que los pacientes se dañen a sí
mismos o a terceros. Si el terapeuta considera que un paciente es peligroso, deberá tomar
acciones que razonablemente protejan y adviertan a la posible víctima. La base de la
doctrina actual en casi todo el mundo la sentó el caso que dio origen en el año 1969 a la
"Doctrina Tarasoff: El señor Poddar reveló al terapeuta que lo atendía la intención de matar
a una joven. Aunque no dio su nombre, el terapeuta se dio cuenta de que se trataba de la
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novia de su paciente, Tatiana Tarasoff. Ordenó la internación del paciente en un instituto
psiquiátrico, pero los médicos forenses determinaron que el estado de Poddar no requería
internación y bajo la promesa de que no se acercaría a la muchacha, no lo retuvieron.
Dos meses más tarde, Poddar mató a Tatiana. Los debates suscitados por este caso dieron
origen a la doctrina actual que sostiene que es un deber del psicólogo o psiquiatra romper el
secreto profesional cuando la no revelación implique riesgos de daños para terceras
personas. El secreto médico terminaría entonces donde empieza el peligro para la
comunidad. Una revisión reciente de juicios contra psicólogos en los Estados Unidos indica
que, si bien la ruptura de la confidencialidad para advertir a posibles víctimas expone a los
psicólogos a recibir demandas, deben romper el secreto para evitar responsabilidad en
casos de violencia.
La amenaza debe ser contra un objetivo definido y específico. Puede ser una persona en
particular o personas identificadas más que un grupo general o categoría
La amenaza debe ser creíble. Debe ser explícita, no vaga. Los motivos importan, como así
también los antecedentes del paciente en hechos de violencia, particularmente si los mismos
han sido recientes, severos o frecuentes.
El psicólogo tiene un deber de medios, y ante un desenlace violento no será responsable si
adoptó los recaudos del profesional diligente y prudente. Su documentación deberá poder
probar dicha diligencia.
Por último, dentro del riesgo para terceras partes y la comunidad en general el secreto
profesional también se ve limitado en el caso de pacientes con graves alteraciones cuyo
desempeño laboral implique el tener a su cargo la conducción de otras personas (ej.: pilotos
de avión o conductores de transportes en general)
b) Riesgo de Suicidio
El deber de protección se extiende a disponer los medios adecuados para preservar la vida
del paciente. Ante la tentativa de suicidio o suicidio consumado, surgirán procesalmente
diferentes cuestiones a develar (los peritajes en estos casos suelen basarse en estas 4
preguntas):
1. Si las ideas de suicidio eran de conocimiento del terapeuta
2. Si el profesional evaluó adecuadamente el riesgo suicida
3. Si el suicidio o la tentativa pudo haber sido desencadenado o facilitado por una técnica
erróneamente aplicada
4. Si en conocimiento de las ideas suicidas se tomó alguna medida biológica, psicológica
o social para evitar el suicidio dentro de lo razonable
Si bien hay coincidencia generalizada en que la conducta suicida es difícil de predecir, los
psicólogos pueden ser considerados responsables ante la falta de evaluación del riesgo
suicida.
Dice Kraut : "El psiquiatra no tiene el deber de prever y evitar el suicidio de cualquier
paciente bajo tratamiento psiquiátrico, sino tan sólo de realizar un correcto diagnóstico
sobre el estado clínico del paciente y una evaluación del riesgo".
Llamas Pombo señala: "Es clara la responsabilidad del psiquiatra que no advierte la
tendencia suicida o agresiva de un enfermo mental o que, advirtiéndolas, no toma las
medidas de prevención oportunas."
La evaluación individual del riesgo de suicidio resulta fundamental a la hora de defender
estos casos. El propósito de dicho análisis es el de identificar rápidamente factores de riesgo
tratables y tomar las medidas de seguridad adecuadas. La evaluación del riesgo suicida es
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un proceso continuo y dinámico que requiere un profundo conocimiento del paciente. Cada
caso es único. Sin embargo, cuando trata de determinarse el potencial suicida y el curso de
acción preventivo puede ser útil al psicólogo formularse las siguientes preguntas:
Algunos consejos:
En el caso del SIDA existe un marco legal constituido básicamente por la Ley 3729 "LEY
PARA LA PREVENCION DEL VIH-SIDA, PROTECCION DE LOS DERECHOS
HUMANOS Y ASISTENCIA INTEGRAL MULTIDISCIPLINARIA PARA LA PERSONAS
QUE VIVEN CON EL VIH-SID. Art 2 iniciso d: “ Confidencialidad: La condición clínica de las
personas que viven con VIH-SIDA deben sujetarse a normas de confidencialidad
establecidas en los códigos de ética, protocolos médicos y epidemiológicos y la presente
Ley”. Esta legislación especial tiende a resguardar la privacidad de las personas,
previéndose en sus estipulados situaciones concretas con la obligación de guardar silencio
y, por otro lado, determinan taxativamente otras situaciones representantes de una "justa
causa legal"que releva de la obligación de guardar secreto. Articulo 9 (Derecho a la
Reserva)
Según este punto, el profesional puede bajo su responsabilidad revelar esta información a
quienes considere necesario para evitar un mal mayor. Es el único caso en que el peso de la
responsabilidad de la decisión cae sobre el profesional, ya que él debe decidir a quien
puede informar. Mientras que en los otros estipulados se enuncia claramente la justa causa
legal de la obligación de informar ya quiénes (por ej a otro profesional médico cuando sea
necesario para el cuidado o tratamiento de una persona infectada o enferma, a los entes del
Sistema Nacional de Sangre, etc), queda el profesional de la salud librado a una suerte de
"desamparo" al tener bajo su responsabilidad la elección de a quién o a quienes informar.
Esta situación más que incómoda expone al profesional, en este caso al psicólogo cuyo
paciente con HIV o SIDA se niega a decírselo a su pareja, a una posible demanda por
violación de secreto, en la que el juez, analizando la situación, argumentos y
circunstancias, dictaminará en definitiva si hubo violación o no.
El psicólogo tiene la opción de poder revelar esta información a quien crea conveniente,
tendiendo a evitar un mal mayor que el que implica el daño de la propia revelación del
secreto.
e) Medicina Gerenciada
Los informes escritos o verbales sobre personas o grupos deberán excluir aquellos
antecedentes entregados al amparo del secreto profesional. Hay datos que sólo deberían
incorporarse cuando a criterio del profesional interviniente constituyan elementos
ineludibles para configurar el informe.
Así lo establecen la mayoría de los códigos de ética. En el caso de que puedan trascender
a organismos donde no sea posible cautelar la privacidad, deberán adoptarse las
precauciones necesarias para no generar perjuicios a las personas involucradas.. Por otra
parte, cuando los psicólogos comparten información confidencial como resultado del
trabajo en equipo o por las características de la Institución en que se desempeñaba la
obligación de guardar secreto se extiende a todos los profesionales participantes.
Muchos reclamos son originados por informes psicológicos que se presentan en los Juzgados
de Familia y que son objetados por la otra parte acusando al psicólogo por presunta mala
praxis aduciendo haber producido daño a quien disputa la tenencia (o a los hijos u otros
miembros de la familia).
Se debe tener en cuenta que un informe que se presenta en un Juzgado de Familia, en un
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conflicto matrimonial, a instancias de una de las partes en litigio será analizado en detalle,
primero por el abogado de esa parte quien estimará si el informe favorece a su cliente. En
consecuencia, los informes de parte que llegan al Juzgado y que finalmente se intentan
aportar como prueba, suelen beneficiar a la parte que los ha propuesto, ya que en caso
contrario, bastaría con no presentarlos. Una vez que el informe se ha presentado, el letrado
de la otra parte (a quien no suele favorecer el informe), también lo estudia con detalle y
obviamente tratará que no surja efecto utilizando todo tipo de argumentos, entre otros contra
su autor. En ambos casos, es probable que los aspectos descriptos en el informe se
interpreten a conveniencia y se extraigan conclusiones fuera de contexto, según la línea
argumental de defensa que haya establecido el asesor jurídico. Desgraciadamente, algunos
psicólogos sin experiencia en el ámbito de la psicología jurídica y en la realización de
informes periciales, acceden con mayor o menor ingenuidad a los requerimientos que les
plantean y realizan informes sin las debidas garantías éticas y científicas.
1. Comentar aspectos personales y/o psicológicos, o de su relación con los hijos, de uno
de los cónyuges sin haberlo evaluado, utilizando únicamente la información que
proporciona el otro cónyuge o allegados.
2. Quizás sea éste el problema más habitual. Elaborar un informe aportando datos de
una persona que no ha sido evaluada a sabiendas de que va a ser presentado como
prueba en un proceso de separación o divorcio, supone una conducta profesional
incompetente e imprudente.
3. Ser parcial
4. Un informe que se elabora a partir de los datos de una sola de las dos partes
interesadas y en conflicto, corre bastante riesgo de ser parcial, salvo que se limite
estrictamente a la descripción de los aspectos psicológicos de la parte evaluada sin
extraer conclusiones generales que afecten a la otra parte.
5. Comentar datos de una persona sin que ésta haya dado su autorización
6. ecabar datos irrelevantes para el objetivo del informe y que atentan contra la intimidad
de las personas
9. Utilizar términos poco científicos y/o devaluadores para referirse a algún sujeto del
informe
Otro factor que expone a los profesionales a enfrentarse a un tribunal es atribuir a ultranza
a condiciones psicológicas la sintomatología del paciente, pasando por alto la posibilidad
de que esos síntomas sean secundarios a una enfermedad orgánica (Ver Tabla). Los
profesionales de la Salud Mental no están obligados a tratar estas patologías médicas,
pero sí a investigar y reconocer todas las situaciones que puedan provocar los
desórdenes psíquicos del paciente y a realizar la derivación o interconsulta.
Tabla. Patología orgánica que puede presentarse con síntomas que suelen atribuirse a
problemas psicológicos/psiquiátricos
Los principios éticos básicos de la psicología, la psicoética, se derivan del principio ético
más general de respeto de la dignidad humana.
El valor ético máximo, del cual se deriva el resto de los principios éticos, es el respeto
de la dignidad humana y hace referencia a la necesidad de considerar que cualquier
intervención con las personas tiene por única finalidad su desarrollo y
perfeccionamiento.
Este principio se concreta y se detalla en los principios éticos básicos, que primero la
bioética y posteriormente la psicoética han adoptado como guía para la práctica
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profesional. El cumplimiento de estos principios es el camino mediante el cual los
psicólogos pueden llevar a la práctica un comportamiento profesional que respete la
dignidad de las personas.
En este nivel de detalle, no hay unanimidad entre los autores ni entre los diferentes
códigos deontológicos sobre cuáles son los principios éticos propios de la profesión de
psicólogo. Mientras que França-Tarragó (1996) destaca tres normas éticas, el Ethical
Principles of Psychologist and Code of Conduct de la American Psychological
Association (APA, 2002) identifica cinco principios y el metacódigo de ética de la de la
Federación Europea de Asociaciones de Psicólogos (EFPA) enumera cuatro (Infocop,
2001). Los códigos deontológicos vigentes en nuestro país (Código Deontológico del
Psicólogo, 1993; Código Deontológico del Colegio Oficial de Psicólogos de La Paz,
2002) hacen referencia, aunque de manera poco explícita.
• El principio de beneficencia
• El principio de no maleficencia
• El principio de autonomía
• El principio de justicia
• Las reglas psicoéticas
• Los principios éticos de la APA
El principio de beneficencia
El principio de no maleficencia
El principio de autonomía
Este principio implica que la persona tiene derecho a gobernarse y dirigirse a sí misma,
y las decisiones tomadas de acuerdo con este principio tienen que ser respetadas,
siempre que no comporten perjuicios para los otros. Por lo tanto, las personas tienen
derecho a establecer sus principios y valores, y también a desarrollar su proyecto vital.
La autonomía significa que las personas tienen derecho a optar por las normas y los
valores que consideren válidos.
El principio de autonomía se basa en la concepción de la persona como un ser con
capacidad de autodeterminación, considerada como una característica básica de la
persona por los psicólogos. Esta capacidad de autodeterminación se manifiesta en la
habilidad que tenemos las personas de establecernos objetivos. Por otra parte, esta
autonomía individual necesita ser protegida; frecuentemente hay riesgo de desequilibrio
de poder entre las personas y las instituciones y la autonomía puede ser fácilmente
vulnerada.
Una persona que se encuentra mal no está en las mejores condiciones de defender su
derecho a decidir por sí misma; por el contrario, el profesional que la atiende está sano
y tiene más conocimiento. En este caso, el psicólogo se encuentra en situación de
superioridad y tiene poder sobre su cliente.
Las implicaciones de este principio respecto del ejercicio profesional son muy
importantes cuando sugiere que una persona tiene derecho a decidir por sí misma y, por
lo tanto, debemos respetar sus decisiones. Cuando los valores del cliente entran en
conflicto con los del psicólogo, éste tiene que respetar y facilitar su auto- determinación y
permitirle la toma de decisiones. No hay respeto a la dignidad de las personas si no
respetamos sus diferencias.
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Sin embargo, esta obligación ética de respetar la autonomía del cliente tiene sus
limitaciones. Las personas únicamente pueden decidir por sí mismas si están en
condiciones de considerar de manera consciente sus valores y pueden actuar sin
limitaciones externas. Por lo tanto, una de las obligaciones principales del psicólogo es
informar adecuadamente a su cliente para permitirle decidir de manera autónoma.
Las implicaciones y limitaciones del principio de autonomía son claramente visibles en
las situaciones en las que las personas piden ayuda al psicólogo. Cuando una persona
va a un psicólogo, por ejemplo con un trastorno mental o con una angustia elevada por
las relaciones laborales, lo hace en unas condiciones en las que no puede decidir de
manera autónoma. Su trastorno no le permite actuar y decidir con conocimiento y libre
de influencias externas. Su voluntad y su sistema de valores se ven alterados y es tarea
del psicólogo ayudarla a recuperar su autonomía.
Otro caso muy ilustrativo del principio de autonomía hace referencia a la posibilidad de
los clientes de un psicólogo de decidir si quieren seguir el tratamiento o las pautas de
intervención propuestas por el profesional. Una persona a la cual proponemos utilizar un
procedimiento de implosión para tratar de solucionar su fobia tiene el derecho a decidir
si quiere seguir este procedimiento o, por el contrario, prefiere un procedimiento que no
le genere tanta angustia.
En la relación psicólogo-cliente, este último tiene derecho a consentir, o no, si la
intervención que le propone el psicólogo se tiene que llevar a la práctica. La relación
profesional se tiene que establecer en términos de igualdad de condiciones.
Esta obligación del psicólogo de garantizar la autonomía del cliente es de una especial
relevancia en los casos de menores o personas que no puedan decidir por sí mismos,
en los que es necesario el consentimiento de sus padres o tutores. Otros grupos
especialmente sensibles que pueden sufrir los efectos de decisiones externas sin
consentimiento son los drogadictos, los ancianos y las personas ingresadas en
instituciones (como las personas con retraso mental o disminuciones psíquicas).
Del principio ético de autonomía se derivan algunas obligaciones morales que han sido
recogidas por los códigos deontológicos de los psicólogos:
– No revelar la información referente al cliente.
– Fidelidad a los compromisos adquiridos.
– Veracidad en la información aportada al cliente.
Si un psicólogo quiere atender de la mejor manera posible los intereses de sus clientes,
tiene que entender cuál es el mejor modo en el que los clientes perciben y valoran las
ventajas e inconvenientes de su intervención.
El principio de justicia
Este principio nos obliga a respetar a todo ser humano y a procurar igualdad de
oportunidades, lo que se traduce en la necesidad de evitar todo tipo de discriminación,
bien en razón de edad, sexo, raza, religión, nacionalidad o clase social.
El principio de justicia nos indica que todos los ciudadanos son respetables y que tienen
derecho a la igualdad de oportunidades.
Este principio de justicia lo podemos entender como una extensión social del principio
de no maleficencia. Es decir, indica que tenemos la obligación ética de no lesionar la
consideración social de los seres humanos. Este principio implica que, como psicólogos,
tenemos el deber de procurar igualdad de oportunidades, lo cual se puede traducir en
que también debemos velar para que las personas tengan acceso a la mejora de su
salud, educación y trabajo.
Puesto que en la realidad hay diferencias significativas entre distintos grupos sociales,
únicamente podemos considerar aceptables las menores diferencias posibles y las que
favorezcan a los grupos más perjudicados. Esto nos obliga muchas veces a dejar de
lado nuestros intereses particulares y profesionales para actuar de manera que la
persona o colectivo con el que trabajamos tenga un acceso equitativo a prestaciones
sociales y sanitarias.
Con respecto a este principio, hay que considerar que las personas tienen derecho a
desarrollar sus necesidades básicas (salud, educación, trabajo), aunque pueden optar
por desarrollar otras o bien sacrificar alguna para obtener un máximo nivel en otra. Hay
personas o colectivos que optan por vivir alejados de pueblos y ciudades, sin asistencia
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médica o sin escuela, para poder disfrutar de su libertad. También encontramos que las
personas priorizan el trabajo por encima de la educación.
Las personas que viven en «comunas» o como «neohippies» optan por vivir en contacto
con la naturaleza, lejos de un médico o de una escuela. Igualmente, muchos jóvenes
optan por empezar a trabajar lo antes posible sin haber acabado los estudios.
Hasta ahora hemos visto cuáles son los principios éticos que guían la actuación
profesional del psicólogo y que comparte con otras profesiones relacionadas con las
ciencias de la salud, como la medicina. Estos principios éticos básicos son la aspiración
y el ideal a los cuales el psicólogo tiene que tender, pero por sí mismos no nos permiten
evitar ni resolver las situaciones conflictivas a las cuales, seguramente, se enfrentará el
psicólogo en su ejercicio profesional.
Estos principios generales y básicos de la psicoética y de la bioética se han ido
traduciendo en una serie de normas éticas más específicas que, como afirma França-
Tarragó (1996), son «como las condiciones imprescindibles para que aquéllos se
puedan poner en práctica».
França-Tarragó (1996), destaca tres normas o reglas que considera básicas y
prescriptibles en la relación psicólogo-persona.
Es importante aclarar que con las reglas psicoéticas de confidencialidad y el secreto
profesional hay diferencia; en el secreto profesional se mantiene incluso en un juicio. En
cambio, la confidencialidad es “lo que se hace o dice en confianza, esto es: con seguridad
recíproca entre dos o más personas”; es un principio ético.
La regla de confidencialidad
Esta regla tiene mucha tradición en las relaciones profesionales e implica que el
psicólogo tiene que respetar las confidencias, privacidad, intimidad y confianza de la
persona a la cual presta sus servicios. Es evidente que esta regla es básica para facilitar
una relación fluida, respetuosa y al mismo tiempo bastante íntima que posibilite una
relación terapéutica y/o asistencial óptima. Por otra parte, romper el acuerdo, explícito o
implícito, de secreto, implica una vulneración del principio de autonomía y, por lo tanto,
una falta de respeto hacia la autonomía y los derechos de la persona. Toda información
aparecida en el transcurso de la relación psicólogo-persona es considerada secreta.
También se tiene que considerar la posibilidad de que la información aparecida a lo
largo de la relación psicólogo-persona o psicólogo-colectivo tenga que ser protegida,
dado que su divulgación puede tener consecuencias para la persona que nos la facilita.
Imaginemos que en el transcurso de una entrevista con un adolescente en un centro de
secundaria confiesa que es portador del virus del sida. ¿Se pueden imaginar las
consecuencias que podría tener para el joven el hecho de que esta información saliera
de entre las cuatro paredes del despacho del psicólogo? Y también las
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consecuencias para el prestigio profesional del psicólogo entre los estudiantes y el
profesorado.
Ahora bien, imaginemos la situación en la que se encuentra un psicólogo cuyo cliente le
avisa de que quiere suicidarse, o bien que quiere cometer un asesinato. Posiblemente
dudará sobre si tiene que respetar la confidencialidad de su cliente o tiene que avisar a los
familiares o la policía. Aquí se tiene que aclarar que la regla de confidencialidad, si bien en
principio se tiene que respetar, también debe evaluar- se si entra en conflicto con otras
reglas o principios de orden superior, como el de beneficencia o el de autonomía. De esta
manera, un suicida puede atentar contra su dignidad humana y el asesino contra los
derechos de terceras personas.
Los psicólogos tienen el deber de guardar secreto de todo conocimiento obtenido en el
ejercicio de su profesión. Desde la perspectiva legal, lo que se intenta proteger con el deber de
confidencialidad es el derecho a la intimidad, en relación con la información privada que un
sujeto recibe de otro en función del ejercicio de su profesión. La confidencialidad alude a una
relación establecida sobre la fe o confianza que está ya expresada en el propio término. En
efecto "con" designa la conexión con otro, en tanto que "fidencialidad" remite al concepto de
"fe" y de "fidelidad".
Al hablar de confidencialidad y secreto profesional hay situaciones especiales que merecen ser
consideradas ya que plantean desafíos éticos y legales para el psicólogo ya que el deber de
confidencialidad no es absoluto
El psicólogo tiene que brindar a sus clientes información que tendría que incluir como
mínimo datos referentes a la formación que ha recibido, básicos y especializados, el tipo
de ayuda que le puede ofrecer y los beneficios que se pue- den derivar de la misma, y
también el coste económico y la confidencialidad de la información, verbal y escrita.
Esta regla se basa en el clásico juramento hipocrático que hacían los médicos y que
trasladado al ámbito de la psicología se puede equiparar con el compromiso que
adquieren los psicólogos que adoptan el Código deontológico como regla de actuación.
De esta manera, se puede entender que el psicólogo adopta un compromiso público e
implícito de prestar los servicios profesionales con competencia y respetando el código
ético y deontológico. Por lo tanto, cuando un psicólogo acepta iniciar una relación
profesional con una persona, se crea una serie de expectativas hacia la actuación del
psicólogo y las consecuencias de esta actuación sobre su vida que hace que si este
compromiso se rompiera muy probable- mente tendría efectos muy negativos sobre la
misma.
Cuando un psicólogo y un cliente aceptan iniciar una relación profesional hay un
acuerdo de prestar servicio por parte de psicólogo y de recibirlo por parte del cliente.
Este acuerdo de prestación de servicios implica que el psicólogo dará el servicio de
acuerdo con sus conocimientos técnicos y saber profesional, mientras que el cliente
tendrá que cumplir las instrucciones recibidas.
Es evidente que en el marco del establecimiento de las bases de una relación
profesional, una vez el psicólogo ha decidido iniciar esta relación adquiere un compromiso
hacia el cliente que tiene carácter de promesa inviolable. Por lo tanto, parece
recomendable delimitar el alcance de la relación profesional, cuáles serán las
actuaciones profesionales y las consecuencias que tendrán sobre el cliente, para evitar
que el cliente desarrolle expectativas poco realistas que posibiliten una vivencia de que
las promesas que se le habían hecho no se han cumplido.
Los principios éticos de la APA
Beneficencia y no maleficencia
Un psicólogo experto utilizaba técnicas de meditación oriental para tratar a sus clientes.
A pesar de no tener muchos años de experiencia, nunca había tratado de contrastar ni
publicar sus experiencias. Tampoco explicaba a sus clientes el carácter experimental de
su actuación profesional. Algunos de sus clientes experimentaban mejo- ras
«milagrosas», otros no notaban mejoras e, incluso, algunos empeoraban su estado.
Uno de estos clientes lo denunció por incompetente. Nagy, T. F. (2000).
Fidelidad y Responsabilidad
La actuación de los psicólogos se caracteriza por el compromiso con las personas con
las que trabajan y, por otra parte, tienen que ser conscientes del alcance de su
responsabilidad hacia la sociedad y la comunidad en la que desarrollan su actividad
profesional. Para poder mantener este compromiso, los psicólogos tienen que revisar
sus criterios de actuación, aceptar la responsabilidad de sus actuaciones y tratar de
evitar que los conflictos de intereses a los cuales se ven sometidos puedan derivar en
situaciones de explotación o daños a las personas.
Otro punto afectado por este principio es la recomendación de que el psicólogo consulte
y/o coopere con otros profesionales e instituciones para dar el mejor servicio posible a
sus clientes. El compromiso y la responsabilidad de los psicólogos también los implica
hacia la actuación profesional y el respeto de los principios éticos de otros psicólogos.
Integridad
Justicia
Este principio reconoce el derecho de todas las personas a acceder a las contribuciones
de la psicología y beneficiarse de las mismas, y también a recibir servicios psicológicos
de la misma calidad que los que reciben el resto de las personas. Por lo tanto, el
psicólogo tiene que ser prudente y evaluar si su actuación es sesgada, de una calidad
inferior o si da apoyo a prácticas injustas con las personas.
Los psicólogos tienen que respetar los derechos y la dignidad de todas las personas.
Esto implica el derecho a la privacidad, la confidencialidad, la autodeterminación y la
autonomía. Este principio supone, además, que los psicólogos deben tener mucho
cuidado para salvaguardar y proteger los derechos y el bienestar de las personas y los
colectivos más desfavorecidos. Concretamente, los psicólogos tienen que velar por
respetar las diferencias individuales y culturales, como las de edad, género, raza, etnia,
origen, religión, orientación sexual, incapacidad, lengua y estatus socioeconómico.
El psicólogo tratará de eliminar los sesgos basados en estas diferencias cuando trabaje
con personas de estos grupos y evitará o condenará toda actividad basada en prejuicios
Una mujer sudamericana de unos cincuenta años había ido a Santa Cruz de la Sierra a
visitar a sus parientes y fue llevada por un taxista al servicio de urgencias de un hospital
porque la había atropellado con el taxi cuando cruzaba despistada por el medio de la
calle. El médico no apreció ningún daño físico, pero encontró que la mujer mostraba
síntomas de ansiedad y alteración cognitiva, con aparentes delirios. La mujer hablaba
constantemente, y de manera incoherente, de muertes y el psicólogo del hospital
diagnosticó un ataque de pánico con posible trastorno psicótico leve. Su recomendación
era el internamiento en el hospital. Afortunadamente, en urgencias había un médico que
consiguió averiguar la causa de su estado: a su hijo le habían diagnosticado un cáncer.
El médico recomendó que se avisara a la familia para que la fueran a recoger al hospital
y se pudiera recuperar en su entorno familiar, un elemento clave en nuestra cultura, en
lugar de estar aislada en un entorno extraño para ella.
Cuando se trabaja con personas de cultura, raza, orientación sexual o religión diferente,
hay que asegurarse que se entienden estas diferencias antes de poder ofrecer una
intervención de calidad. Tratar a una persona con menos cuidado porque es gay,
incapacitado físico, pobre, inmigrante o musulmán puede representar un delito de
discriminación.
Como ya hemos indicado anteriormente, los principios representan aspiraciones, pero
posiblemente no son la manera más detallada y eficiente de definir cómo tiene que ser
la conducta apropiada de un psicólogo. Si bien el código deontológico de la APA detalla
los estándares de conducta, éstos no deberían ser aislados de los principios éticos,
incluso en su uso en el día a día (Knapp y VandeCreek, 2006). De hecho, no se respetan
los principios si se vulneran los diferentes estándares deontológicos. Así, por ejemplo, se
vulnera el principio de beneficencia si no se dispone de la competencia necesaria.
Tampoco se respeta la autonomía del cliente si no se utilizan procedimientos de
consentimiento informado. A este respecto, es fácil que un estudiante o un psicólogo
que se inicia en el ejercicio profesional trate de ser escrupuloso en el cumplimiento de
los principios éticos. Para ello, y siguiendo el redactado del código deontológico puede
tratar de evitar discriminar, de adquirir la cualificación profesional mínima para ejercer,
evitar abusar de su posición, cumplir con la normativa legal de protección de datos,
ofrecer a sus clientes protocolos de consentimiento informado y garantizar la
confidencialidad.
El lector coincidirá con nosotros que esta postura supone un gran avance respecto a
prácticas pasadas. A pesar de que estas prácticas profesionales son consistentes con
una buena práctica ética Knapp y VandeCreek (2006) proponen que los psicólogos
deben ir más allá y maximizar su adhesión a los principios éticos. Esto es posible si se
acepta que comportarse de forma ética implica ir más allá del respeto de la ley y los
estándares profesionales. Es lo que Knapp y VandeCreek (2006) denominan ética
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positiva. Desde este punto de vista los psicólogos tratan de: acercarse a los grupos
desfavorecidos, trabajan por desarrollar al máximo su competencia, cultivan la calidad
en sus relaciones profesionales, mejoran la participación del cliente en el desarrollo y
objetivos de la terapia y, finalmente, establecen relaciones profesionales basadas en la
confianza.
Depresiones mayores
Trastorno de ansiedad discapacitantes (fobia social, agorafobia, hipocondría)
Sean como sean, las consecuencias, positivas o negativas, éstas retroalimentan nuestra auto-
imagen, hablándonos de lo bien o mal que hacemos las cosas y configurando nuestra
autoestima.
Una de las dificultades con las que nos solemos encontrar a la hora de pensar sobre una
determinada situación, son los sesgos cognitivos, las distorsiones y el pensamiento irracional.
Utilizando la analogía mente/ordenador, el pensamiento irracional viene a ser lo que los virus
son a nuestros instrumentos informáticos. Hay virus pequeños que producen molestias
pequeñas, hay virus mayores que ralentizan o paralizan y hay virus grandes que estropean
nuestros instrumentos. En el caso de la mente ocurre algo parecido; hay sesgos distorsiones y
pensamientos irracionales que nos generan emociones exageradas, coloreando nuestro
comportamiento de un modo intenso, duradero y casi siempre negativo. Esto en pequeñas
proporciones produce molestias y desadaptaciones, pero cuando, por acumulación se juntan
muchas de estas distorsiones o exageraciones, podemos provocarnos a nosotros mismos un
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estado emocional alterado. Si no se soluciona, puede dar pie a trastornos psicológicos que
impiden que nuestra mente (ordenador) funcione con fluidez y eficacia.
ÁREA SOCIAL
Entendemos la intervención social psicológica de un modo sistémico. Es decir concebimos a
los individuos como componentes de diferentes sistemas: pareja, familia, trabajo, equipo
deportivo, organizaciones, etc. Cuando un cliente acude a nosotros con un problema con su
pareja, familia, o en el trabajo, entendemos que ese cliente es un síntoma de un sistema que
probablemente no esté funcionando bien y estropea sus integrantes.
Qué hace el Psicólogo cuando un sistema o esfera no funciona
Analizamos la repercusión que ese sistema está teniendo en la vida de nuestro cliente y la
idoneidad o no de adaptarse o alejarse.
No obstante, no siempre son los sistemas los que no funcionan bien. En otras ocasiones somos
las propias personas las que no nos adaptamos convenientemente a determinadas
circunstancias. Y estas pueden generar en nosotros mismos problemas de tipo de dependencia
afectiva, de pareja, timidez, celos inadaptación a las condiciones laborales, retraimiento social,
aislamiento, abuso de sustancias…
En estos casos también se hace un análisis se efectúa un diagnóstico y se propone una
intervención que ataje el/los problemas
Este es un listado de todos los problemas psicológicos, emocionales y psicosomáticos más
comunes que se trata en terapia
Áreas de intervención
fectivo - emocionales
Depresión y Estados de ánimo
Ansiedad y Fobias
Estrés y Trastorno de Estrés Postraumático (TEP)
Duelo
Traumas
Pensamiento
Personalidad
Distorsiones
Obsesividad y Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC)
Celos
Autoestima y Autoconcepto
Crisis Vitales
Problemas Existenciales y Conflictos Internos
Conducta
Sueño
Adicciones
Tecnologías
Adicción al móvil
Adicción Redes sociales:
Depresión
Problemas de Autoimagen
Adicción a Instagram
Adicción a TikTok
Adicción a Whatsapp
Adicción a Youtube
Adicción a Internet
Adicción a Videojuegos
Ludopatía y Adicción al Juego
Otros
Sexualidad
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Impulsividad
Social
Pareja
Dependencia afectiva
Timidez
Celotipia
Familia
Trabajo
Informes periciales psicológicos
Periciales
Forenses
Clínicos
Psicopedagógicos
Trastornos Infantiles y Juveniles
Aprendizaje
Inteligencia emocional y Conducta
Adaptación
Alteraciones clínicas
Acoso y Bullying