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De huérfanos y solitarios: Paisaje, sonido y lenguaje como comentario político en El Llano en

Llamas

A lo largo del curso hemos examinado, casi siempre de la mano de Norman Valencia, la figura
literaria del padre y su influencia tanto en el fondo como en la forma de diversas obras de la literatura
latinoamericana. Ya sea el padre presente de novelas como Vidas secas de Graciliano Ramos o el
Pedro Páramo de Juan Rulfo, o sea el padre ausente de Gran Sertón: Veredas de João Guimarães
Rosa; sea la forma compacta y silenciosa o la proliferación barroca del lenguaje, el padre siempre se
perfila como la figura alrededor de la cual revuelve la palabra y por ende, la ley y el poder. Es él quien
determina el uso que haga su progenie del lenguaje, cuando está presente, y es él a quien busca el hijo
en el exceso de palabras, cuando no lo está. Es él quien, según Valencia, funciona como lugar retórico
para explorar nuestras grandes ansiedades históricas como continente1. Y es a través de este lente
retórico que nos hemos acercado a diferentes textos latinoamericanos, buscando en ellos y en su
lenguaje las huellas del padre. De esta manera hemos explorado, a lo largo del curso, más el mundo de
los hijos que el mundo de los huérfanos, el mundo de los solitarios.
Quisiera entonces, a lo largo de este ensayo, detenerme un momento en la figura y en el
mundo del huérfano y del solitario, el que no tiene, ni ha tenido nunca, padre ni presente ni ausente, el
que no pertenece a nadie ni a nada. Me refiero al huérfano y solitario latinoamericano por excelencia:
el que retrata Juan Rulfo en su colección de cuentos El Llano en llamas. Publicada por primera vez en
1953, esta colección de relatos se ha convertido ya en un clásico de la literatura latinoamericana, tanto
por la originalidad de su forma como por la maestría con la que Rulfo teje su propio realismo mágico
para contar las realidades más crudas de la historia de su natal México a través de su mundo vacío,
desolado y periférico, habitado por los marginados y los desheredados de la patria mexicana. Es en
este mundo y mediante el realismo mágico rulfiano que surge uno de los retratos más agudos de la
soledad y la orfandad universal, pero especialmente latinoamericana, de la modernidad.
Mi propósito por lo tanto es explorar cómo esta doble condición se ve reflejada tanto en el
fondo como en la forma de los cuentos de El Llano en llamas (de ahora en adelante sencillamente El
Llano), y cómo tanto orfandad como soledad se manifiestan en la obra del autor mexicano de manera
constante y consistente, como uno de los temas centrales a todo el conjunto de relatos cortos. Mi
propuesta en ese orden de ideas es que Rulfo construye, a lo largo de su obra, un mundo en el que
paisaje, el sonido y el lenguaje se unen para mostrar, a través de sus personajes, la soledad y orfandad
de un pueblo abandonado y marginado por un Estado ausente. Para esto examinaré primero la forma
en la que Rulfo utiliza elementos narrativos como el paisaje, los sonidos y el lenguaje, y la manera en
la que estos se relacionan entre sí. Luego, una vez establecida la relación entre estos elementos
narrativos, analizaré a los personajes de Rulfo, entendiéndolos como producto y habitantes naturales
del ambiente que crea el escritor en sus cuentos, en función de la forma en la que significan y
transmiten significados. Por último intentaré demostrar que todos estos recursos literarios en conjunto
funcionan en Rulfo como la imagen, pero también como la consecuencia, de la ausencia y el
abandono del Estado en el mundo de El Llano. Me enfocaré sobre tres cuentos de El Llano: “Nos han
dado la tierra”, “El Llano en llamas” y “Luvina”.
Comencemos entonces por el ambiente en estos tres cuentos de Rulfo. El cronotopo es, en
esencia, el mismo a lo largo de todos los relatos de El Llano. Se trata de pueblos o zonas rurales que
han quedado ya devastadas, ya despobladas, tanto por la Revolución de 1910 como por la Guerra

1
Valencia, 11.
Cristera de los años 202. Se ubican a lo largo del Llano Grande, territorio al sur del estado mexicano
de Jalisco y escenario principal de los relatos rulfianos. Sobre esta base real construye Rulfo su
mundo de marginados y solitarios, en el que el paisaje lo es todo: es el grandísimo vacío central a El
Llano, un espacio completamente desolado y totalmente estéril. Miguel Díez lo resume bien en esta
cita: “Esta breve, pero tan intensa creación narrativa, está poblada de campos áridos, paisajes
desolados, clima abrasador, pueblos yermos y deshabitados… Violencia y revolución, venganza y
muerte; y, en fin, la degradación humana, el odio, la culpa y el fanatismo.”3 Las imágenes de
vacuidad, aridez, esterilidad, sequía y soledad se repiten a lo largo de todos los cuentos analizados a lo
largo de este texto. En “El llano en llamas”, por ejemplo, los personajes se mueven a través del Llano
Grande, cuya amplitud está tan vacía que incluso se oyen los ecos de los pitidos que suenan a lo lejos4.
Las lomas y los cerros que rodean al Llano están a su vez tan despoblados que los protagonistas se
exilian en ellas, escondidos de los ojos del ejército, las milicias y la población civil. En “Nos han dado
la tierra” la aridez y la sequía que se adivinan el “El Llano en llamas” son llevadas por Rulfo al
extremo. La tierra no es solo seca sino dura, impenetrable, y el calor se siente en este cuento como en
ningún otro de toda la colección. Las imágenes que evoca el autor son poderosas y contundentes:

“No hay nada. (...) Se le resbalan a uno los ojos al no encontrar cosa que los detenga. (...) Y en este
comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo, para ver si algo retoña y se levanta. Pero
nada se levantará de aquí. Ni zopilotes. Uno los ve allá cada y cuando… tratando de salir lo más
pronto posible de este blanco terregal endurecido.”5

No obstante es quizás en “Luvina” donde más se siente la desolación que reina en el mundo de Rulfo.
Se trata de una topografía ligeramente distinta a la del resto de los cuentos, ya que no es un espacio
ubicado en el Llano de por sí, sino en “los cerros altos del sur”6. Aunque seguimos en la misma región
el espacio es ahora empinado y alto, y no plano y extenso como el Llano que vemos en los relatos
anteriores. El paisaje de San Juan de Luvina resulta inquietante y abrumador:

“Nunca verá usted un cielo azul en Luvina. Allí todo el horizonte está desteñido; nublado siempre por
una mancha caliginosa que no se borra nunca. Todo el lomerío pelón, sin un árbol, sin una cosa verde
para descansar los ojos; todo envuelto en el calín ceniciento. Usted verá eso: aquellos cerros apagados
como si estuvieran muertos y a Luvina en el más alto, coronándolo con su blanco caserío como si
fuera una corona de muerto…Sí, llueve poco. Tan poco o casi nada, tanto que la tierra, además de
estar reseca y achicada como cuero viejo, se ha llenado de rajaduras… como si allí hasta a la tierra le
hubieran crecido espinas. Como si así fuera.”7

Vemos así cómo toda la topografía de El Llano comparte el mismo aire de desesperanza y desolación,
y cómo las imágenes que evoca Rulfo son recurrentes e incluso repetitivas y agotadoras. El autor ha
construido de esta forma su escenario, que le dará pie para terminar de crear un ambiente de soledad
absoluta.

2
De Mora, 371.
3
Díez, 2.
4
Rulfo, 76.
5
Rulfo, 9-11.
6
Rulfo, 99.
7
Rulfo, 101-102.
El vacío del paisaje encuentra un eco y un complemento en las imágenes sonoras que crea
Rulfo en El Llano. En este mundo no imperan solo la resequedad y la aridez, sino también el sonido
de la naturaleza que viene construyendo el autor a través de sus relatos. Lo vemos en los tres cuentos
en cuestión: en “Nos han dado la tierra” el viento es el vehículo que lleva a los personajes el sonido
del pueblo, haciendo patente el silencio que envuelve al Llano: todo está tan vacío que es el aire el que
más hace ruido. Algo similar sucede en “El Llano en llamas”, donde las barrancas reproducen, como
una caja, los pocos sonidos humanos que rompen con la quietud del espacio:

“De repente sonó un tiro. Lo repitió la barranca como si estuviera derrumbándose. Eso hizo que las
cosas despertaran: volaron los totochilos, esos pájaros colorados que habíamos estado viendo jugar
entre los amoles....El chirriar de las chicharras aumentó de tal modo que nos dejó sordos y no nos
dimos cuenta de la hora en que ellos aparecieron por allí.”8

El viento reaparece en “Luvina”, donde aparentemente lo único que se oye es el sonido del mismo,
que cesa solo en una ocasión. En este momento en el que el viento deja de soplar, dice el narrador, es
“como si el cielo se hubiera juntado con la tierra, aplastando los ruidos con su peso…”9. La esposa del
narrador pregunta por el rumor, a lo cual el narrador contesta que “es el silencio”. Estas imágenes nos
muestran una curiosa paradoja: el viento en Luvina es tan fuerte que su ausencia es lo que genera la
sensación de opresión y la ilusión de sonido.
Esto me lleva a mi siguiente punto: la forma en la que Rulfo construye el sonido dentro de
estos espacios desolados les da una cualidad casi que personal a estas imágenes auditivas, de forma
que se convierten prácticamente en personajes en sí mismos. La evidencia se ve más claramente en
“Luvina”, en donde “…dicen los de allí que cuando llena la luna, ven de bulto la figura del viento
recorriendo las calles de Luvina, llevando a rastras una cobija negra…”10. En “El Llano en llamas”, el
sonido recorre el espacio como si fuese un ente consciente: “...otro grito torció por el recodo de la
barranca, volvió a rebotar en los paredones y llegó todavía con fuerza junto a nosotros.”11 El viento en
“Nos han dado la tierra” también está curiosamente personificado, cuando el narrador se queja de que
el Llano no tiene tierra buena, “ni la tantita que necesitaría el viento para jugar a los remolinos."12
A la desolación del paisaje y al protagonismo y personificación del sonido se une un tercer
elemento: el lenguaje. Este es quizás el sello más característico de Rulfo, quien logra crear, a través de
un tipo determinado de vocablos articulados de una forma específica, una experiencia de inmersión, si
se quiere, en el mundo lingüístico del campesino mexicano marginado, el campesino del Llano. El
vocabulario y la forma en la que el autor captura la oralidad en lo escrito es un tema que merece su
propio ensayo, pero sí quisiera detenerme en una de las características decisivas de lo oral en El
Llano: la de su parquedad, laconismo y escasez. Son pocas las ocasiones en las que los personajes
verdaderamente hablan en la obra de Rulfo; la mayoría del tiempo hacen monólogos sin interlocutor
alguno, o hablan más para sí mismos que para un tercero. Y cuando hablan, dicen siempre pocas
palabras. Prima, ante todo, la economía del lenguaje.
Al mirar todos estos elementos en conjunto se hace evidente la relación entre ellos, así como
su importancia en la construcción del universo rulfiano. Todos contribuyen a la creación de la soledad
en El Llano, pero el autor los ha dispuesto de forma que cada uno pueda cumplir múltiples funciones:

8
Rulfo, 70-71.
9
Rulfo, 105.
10
Rulfo, 102.
11
Rulfo, 69.
12
Rulfo, 11.
la propia y la de otros elementos. Así, por ejemplo, el paisaje puede funcionar como espacio pero
también como personaje, como señala Pol Popovic Karic sobre el paisaje en “Nos han dado la tierra”:

“Las grietas, cuya esencia se fundamenta en la ausencia de tierra, se prolongan y penetran en el


ámbito de las palabras… La adversidad climática no atañe únicamente a la articulación de las palabras
sino también al individuo que intente pronunciarlas. El resuello es el denominador común de los
sonidos y de la respiración, al acabar con él, el calor elimina la palabra y la vida humana. Los arroyos
se estiran y atraviesan la cara plana del llano reproduciendo la boca humana en la cual se evapora el
resuello… El lector sigue el paso de una narración de enajenación que se efectúa por tierra y por aire:
la fragmentación del suelo y el enmudecimiento de los hombres.”13

El calor, personificado, impide a los personajes articular su lenguaje, y los deja mudos, como en otros
textos dejara mudo un padre a sus hijos. El paisaje se enmudece como si fuera personaje, reforzando
el silencio de los humanos de El Llano. De la misma forma, los sonidos el cumplen su función como
elementos naturales y del ambiente, pero al mismo tiempo operan como lenguaje, diciendo las cosas
que los personajes no dicen.

“...Los silencios… en Rulfo son tan significativos como el lenguaje en la expresión de la marginalidad
y la soledad de los personajes. Los silencios humanos permiten el protagonismo de los ruidos, los
murmullos… que dibujan claramente no solo el paisaje interior de los personajes… que no se
comunican… También delinean un paisaje desolado (...) Esos ruidos del paisaje que se superponen al
silencio… actúan como enunciadores de la desolación que termina por instalarse en la vida de esos
personajes.”14

De esta forma explica José Luis de la Fuente la manera en la que los sonidos en El Llano tienen
también la capacidad de cumplir con múltiples funciones. Lo mismo es cierto en el caso de los
personajes, que se mezclan y mimetizan con el paisaje, como dicen Octavio Paz y Carmen de Mora,
respectivamente: “El mexicano excede en disimulo… El indio se funde con el paisaje... Se vuelve
piedra, pirú, muro, silencio: espacio.”15 “La naturaleza, el paisaje, en Rulfo, está dentro del hombre y
son una misma cosa.”16 Es claro cómo funcionan paisaje, sonido y lenguaje en la obra de Rulfo: tanto
en sí mismos como haciendo el papel de otros elementos. El que sean intercambiables de esta forma
es indicativo de lo cercanamente relacionados que están entre sí; es esta cercanía la que permite que
unos elementos jueguen a ser otros, y que juntos construyan una sola unidad de sentido: el universo
rulfiano de El Llano en llamas. Este universo no solo no sería posible sin las partes que lo componen,
sino que no podría existir si estas partes no estuvieran tan íntimamente relacionadas como lo están, si
no pudieran entrecruzarse entre sí como lo hacen en estos relatos.
Ahora bien, habiendo examinado estos elementos y su relación entre sí como componentes
del universo de Rulfo, surge la pregunta por los habitantes de este mundo. ¿Quiénes son los
personajes de El Llano? ¿Cómo transmiten significados, y cómo afecta su entorno la manera en que lo
hacen? Lo primero que hay que decir es que estos personajes no solo viven dentro de la topografía
rulfiana; la verdadera cuestión es que son producto de ella: “La presencia de la naturaleza pasa a
ocupar el primer plano de la preocupación y meditación rulfiana; parece como si los caracteres

13
Popovic Karic, 61-62.
14
De la Fuente, 95.
15
Paz, 68-69.
16
De Mora, 380.
humanos estuvieran determinados por ella.”17. Con esta oración resume Ana María López la
característica fundamental de los personajes de El Llano. Son muchas las maneras en las que el
entorno influye sobre los personajes, pero quiero enfocarme sobre las que yo creo fundamentales para
este análisis: la soledad y el silencio. Podemos ver la soledad de los personajes, por ejemplo, en el
caminar de los hombres en “Nos han dado la tierra.” El deambular sin rumbo hacia un lugar que
parece ser un destino final es una forma de peregrinación, de la vida nómada propia de los huérfanos.
Este incesante peregrinaje también es propio de quien vive en los márgenes, solitario18. Hay mucho en
los personajes de Rulfo asociado a la marginalidad: la carencia de tierras, la pobreza, la emigración,19
la inseguridad que los acecha, la constante presencia de la violencia y la falta de justicia, como vemos
a lo largo de toda la colección. El entorno periférico es también el responsable de eso: estar al margen
del centro es también vivir al margen de la ley y de la justicia, situación que ilustra Carlos Arriola
perfectamente: “El ejercicio individual de la violencia produce un desgarramiento moral en los
personajes de Rulfo y los sume en la soledad y en el aislamiento.”20 Los personajes de Rulfo son, en
otras palabras, huérfanos del Estado, y los solitarios en el mundo de El Llano.
El silencio, por otra parte, se manifiesta a través del espacio tanto en la forma en la que el
ambiente calla las voces de los personajes como en la forma en la que el lenguaje se pierde en el
espacio para volverse murmullo ininteligible. En “Nos han dado la tierra”, por ejemplo, el sol inhibe
el habla de los hombres21, que quedan enmudecidos. Al llegar la pareja de esposos al pueblo en
“Luvina”, la esposa parece perder la capacidad de hablar, contestándole a su esposo a través del gesto,
encogiéndose de hombros. El despojo del que son víctima los personajes, relegados a este espacio
desolado, se evidencia así mismo en la falta de comunicación y de diálogo22. El vacío del espacio se
corresponde con el silencio de los personajes: “Su lenguaje es tan parco y severo como su mundo. La
penuria económica, espiritual y la falta de esperanza de los personajes se corresponde con la economía
narrativa...”, como bien identifica Luis Harss23. En cuanto a la pérdida del lenguaje en el espacio,
podemos ver un ejemplo en “Luvina”, en donde lo único que se oye es el silencio. Dice el narrador del
cuento: “...en cuanto uno se acostumbra al vendaval que allí sopla, no se oye sino el silencio que hay
en todas las soledades.”24 Lo mismo sucede en “El Llano en llamas”, en el que las palabras se
desarticulan y viajan solas por el espacio, eventualmente desapareciéndose en él. “El grito se vino
rebotando por los paredones de la barranca y subió hasta donde estábamos nosotros. Luego se
deshizo. Por un rato, el viento que soplaba desde abajo nos trajo un tumulto de voces amontonadas…”
25
. El entorno en estos cuentos cumple la doble función de inhibir la expresión de los personajes, al
tiempo que dispersa y desarticula lo que no logra inhibir; son personajes cuya voz escasamente se oye,
cuyas palabras no llegan a nadie.
Rulfo crea de esta forma una serie de personajes que pertenecen todos a un grupo social
determinado: el de los no pertenecientes. Viven en la periferia y en la miseria, solos en medio de un
gran vacío, lejos de cualquier forma de autoridad legítima y sumidos en “mundos rurales de intensos
silencios y de economías verbales”26, donde ni hablan ni se les escucha. En estos mundos rurales, la

17
López. 173.
18
De Mora, 374.
19
De la Fuente, 88.
20
Arriola, 15.
21
Popovic Karic, 63.
22
Jiménez de Báez, 582
23
De la Fuente, 100.
24
Rulfo, 109.
25
Rulfo, 69.
26
Jurado Valencia, 78.
soledad y el silencio que impone el espacio determinan la forma en la que los personajes transmiten
significados. Lo hacen a través de un escaso uso del lenguaje, que cuando aparece resulta ser parco y
escueto, y lo hacen a través de su presencia en el espacio. Como mencioné antes, lo que prima en El
Llano es la economía verbal; los significados se producen más en la relación entre el personaje, su
entorno y su lenguaje que en las palabras mismas de estos individuos.
¿Qué significa entonces el mundo que crea Rulfo en El Llano en llamas? ¿Cómo interpretar el
paisaje desolado, el silencio, la falta de diálogo entre los personajes? En mi opinión, el mensaje de
Rulfo es claro: este es el mundo de los huérfanos y de los solitarios mexicanos, en el que el gran vacío
que se construye a través de los cuentos es el que ha dejado un Estado ausente, que ha abandonado a
toda esta población del Llano. Lo vemos en “Nos han dado la tierra”, en donde el gobierno hace
oídos sordos a los reclamos de los campesinos que incluso han luchado por él. El delegado les dice
que los reclamos no son problema suyo, a lo que el narrador contesta “Espérenos usted, señor
delegado. Nosotros no hemos dicho nada contra el Centro. Todo es contra el Llano…”27 Esta sencilla
frase dice mucho: el que haya un Centro (en este caso el gobierno) implica que existe una periferia,
que en este caso es el Llano. De esta forma Rulfo confirma, muy sutilmente, el estatus de marginados
de sus personajes, estatus que se ve reforzado en “Luvina”, en donde los habitantes del pueblo se
burlan sardónicamente del profesor cuando este sugiere que abandonen ese lugar con ayuda del
gobierno. El narrador confirma lo que los habitantes de Luvina ya sabían: “El señor ese sólo se
acuerda de ellos cuando alguno de los muchachos ha hecho alguna fechoría acá abajo. Entonces
manda por él hasta Luvina y se lo matan. De ahí en más no saben si existe.”28 En “El Llano en llamas”
el gobierno solo hace presencia esporádicamente, para luchar contra los rebeldes, hasta que estos
descarrilan el tren. Entonces aparecen los federales, pero solo por un momento. Pichón menciona, más
adelante, que los habitantes de la región ya no gustan de los rebeldes. “Hasta los indios de acá arriba
ya no nos querían. Dijeron que les habíamos matado sus animalitos. Y ahora cargan armas que les dio
el gobierno y nos han mandado decir que nos matarán en cuanto nos vean.”29 Aquí, de nuevo, nos
habla Rulfo sutilmente sobre la forma en la que el gobierno opera: abandonando a los ciudadanos a su
suerte, dándoles las armas necesarias para defenderse con el fin de no tener que hacerlo él mismo. El
retrato que hace Rulfo del Estado como ente ausente el El Llano es resumido claramente por Julio
Rodríguez-Luis: “La voz que Rulfo se apropia es la un pueblo campesino al que siglos de opresión
han colocado prácticamente al margen de la historia… El compromiso de Rulfo con la realidad
histórica hace de su obra un acto político.”30
El Llano en llamas se constituye entonces como una obra sobre el huérfano y el solitario: el
campesino mexicano. A través de la creación de un entorno desolado de paisajes áridos, vientos
fuertes y sonidos fantasmales, personajes marginados y silencios y murmullos, Rulfo nos muestra un
mundo azotado por el gran vacío de un Estado que no responde por su gente, que la ha abandonado y
sumido en la soledad de su ausencia, condenándola a una vida, como dice Carmen de Mora, “al
margen de la historia”.31

Bibliografía

27
Rulfo, 10.
28
Rulfo, 108.
29
Rulfo, 85.
30
Rodríguez-Luis, 136-137.
31
De Mora, 377.
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21, no. 4, 1985, pp. 15–20.

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