Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
“Otras sociedades, la nuestra en cualquier caso, valoran en primer lugar al ser humano
individual: a nuestros ojos cada hombre es una encarnación de la humanidad entera, y como
tal es igual a cualquier otro hombre, y libre. Esto es lo que llamo «individualismo». En la
concepción holista, las necesidades del hombre como tal son ignoradas o subordinadas,
mientras que por el contrario la concepción individualista ignora o subordina las necesidades
de la sociedad. Pues bien, entre las grandes civilizaciones que el mundo ha conocido, ha
predominado el tipo holista de sociedad. Incluso da la impresión de haber sido la regla, con la
única excepción de nuestra civilización moderna y su tipo individualista de sociedad” (Dumont,
1982, pp.14).
“[…]En la mayoría de las sociedades, y en primer lugar en las civilizaciones superiores o,
como las llamaré con más frecuencia, las sociedades tradicionales, las relaciones entre
hombres son más importantes, más altamente valorizadas que las relaciones entre hombres y
cosas. Esta primacía se invierte en el tipo moderno de sociedad, en el que, por el contrario, las
relaciones entre hombres están subordinadas a las relaciones entre los hombres y las cosas.
Marx, como veremos, ha dicho esto mismo a su manera. Estrechamente ligada a esta inversión
de primacía, encontramos en la sociedad moderna una nueva concepción de la riqueza. En las
sociedades tradicionales en general, la riqueza inmobiliaria se distingue con nitidez de la
riqueza mobiliaria; los bienes raíces son una cosa; los bienes muebles, el dinero, otra muy
distinta. En efecto, los derechos sobre la tierra están imbricados en la organización social: los
derechos superiores sobre la tierra acompañan al poder sobre los hombres. Esos derechos, esa
especie de «riqueza», al implicar relaciones entre hombres, son intrínsecamente superiores a la
riqueza mobiliaria, despreciada como una simple relación con las cosas. También éste es un
punto que Marx percibió con claridad. Subraya el carácter excepcional, especialmente en la
antigüedad, de las pequeñas sociedades comerciantes en las que la riqueza había alcanzado un
estatuto autónomo” (Dumont, 1982, pp. 16).
“Con los modernos se produce una revolución en este punto: roto el lazo entre la riqueza
inmobiliaria y el poder sobre los hombres, la riqueza mobiliaria adquiere plena autonomía, no
sólo en sí misma, sino como la forma superior de la riqueza en general, mientras que la riqueza
inmobiliaria se convierte en una forma inferior, menos perfecta; en resumen, se asiste a la
emergencia de una categoría de la riqueza autónoma y relativamente unificada. Únicamente a
partir de aquí puede hacerse una clara distinción entre lo que llamamos «político» y lo que
llamamos «económico». Distinción que las sociedades tradicionales desconocen. Como
recordaba recientemente un historiador de la economía, en el Occidente moderno ha ocurrido
que el «soberano (the ruler) abandonó, voluntariamente o no, el derecho o la costumbre de
disponer sin más diligencias de la riqueza de sus súbditos» (Landes, 1969, p. 16). De hecho,
ésta es una condición necesaria de la distinción que tan familiar nos es (cf. H.H., pp. 384-385).
Con ello nos acercamos a la vigorosa demostración por Karl Polanyi del carácter excepcional
de la era moderna en la historia de la humanidad (The Great Transformation, 1957 a). El
«liberalismo» que ha dominado el siglo XIX y las primeras décadas del XX, es decir
esencialmente la doctrina del papel sacrosanto del mercado y sus concomitantes, reposa sobre
una innovación sin precedentes: la separación radical de los aspectos económicos del tejido
social y su construcción en un dominio autónomo.” (Dumont, 1982, pp. 17)
Polanyi
Esbozo del funcionamiento de las economías de mercado
Hirschman
El espíritu del capitalismo del siglo XIV y XV reemplazó el afán por la gloria, el cual
era el valor dominante durante la edad media. Durante la edad media se despreció en el
general el deseo por el dinero y las posesiones, junto con el deseo sexual y al poder. Sin
embargo, esta última fue la menos condenada, iba junto con la búsqueda de la gloria,
esa aspiración individual del héroe que a la larga garantizaba el bien común. Como
explica Montesquieu, las monarquías en búsqueda de honor llevan vida al cuerpo
político, que beneficia a la sociedad.
Pero durante el siglo XVII, con pensadores como Hobbs y Pascal, además del impulso
que toman las tragedias, este ideal tan importante, el caballeresco, entra en su ocaso.
Uno de esos pensadores veía a las virtudes heroicas como mero sentido de auto
conservación y de amor a uno mismo, en este sentido las acciones que realizaban los
héroes no apuntaban al bien común, sino a alimentar su propio ego.
De la mano con estos procesos y teniendo en cuenta los distintos descubrimientos y
leyes de la naturaleza que se estaban dando a la par, distintos intelectuales reflexionaron
acerca de formas de mejorar el funcionamiento del Estado, buscando un enfoque que se
adapte a su naturaleza. Esto surge como respuesta a los modelos de estados de los
filósofos moralistas que no conciben al hombre y por extensión al Estado, tal y como es,
prefiriendo ridiculizar los afectos y acciones de estos.
Hay varios conceptos que considero necesarios destacar de este proceso que reconstruye
Hirschman para relacionar con la idea principal. En primer lugar, el desarrollo que se
hace de las pasiones, las propuestas de Spinoza y Hume son importantes ya que ellos
ponen sobre la mesa la idea de que las pasiones no pueden reprimirse y son
impenetrables a la razón. La única manera de controlarlas es oponiendo las mas
inofensivas frente a las más peligrosas, se debilitan mediante lucha entre ellas. Ahora
bien, el salto intelectual que se da las pasiones al interés: el segundo era ordenado,
racional, libre de impulsos. Por tanto, se vuelve la guía de la acción, en particular de
reyes y príncipes. En el marco de este proceso una frase toma gran relevancia y es: “el
interés no mentirá”. Esta influyó mucho en el desarrollo de lo económico del interés, y
en un contexto propicio como el que se dio a partir del final de las distintas querellas
religiosas del siglo XVII, permitió a muchas personas crecer económicamente. Para
hacerlo tomaban como lema esa máxima, que permitía a los individuos alcanzar sus
aspiraciones de manera organizada y razonable, apoyadas en las distintas pasiones
antaño refrenadas, pero ahora consideradas como deseables como la codicia, la avaricia
o el amor por el lucro. A partir de allí, esas cualidades comenzaron a percibirse de
forma benigna, en ellas se apoyaba el afán por el interés comercial que se reflejaba en la
figura del comerciante, el cual se veía como inocente al lado de los grandes guerreros y
héroes que gracias al proceso anteriormente explicado habrían progresivamente
perdiendo el prestigio, por retratar a las pasiones mas violentas y dañinas. Por tanto, el
comercio y el interés traían aparejada en el imaginario social, una imagen positiva, la
ganancia del dinero se manifestaba como una pasión positiva, la cual a partir de ella se
comienza a edificar la teoría económica.
---Frank Bloch (prologo)
“Antes del siglo XIX, insiste, la economía humana se arraigaba siempre en la sociedad.
El término “arraigo" expresa la idea de que la economía no es autónoma, como debe
serlo en la teoría económica, sino que está subordinada a la política, la religión y las
relaciones sociales” (pág. 27)