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C a r a c te r ís tic a s y p r e s u p u e s t o s p r i n c i p a l e s d e la c o r r i e n t e d o m i n a n t e , 8 7 .— C u a tr o t i
p o s d e c r ític a s a la te o r ía d e la e le c c ió n r a c io n a l, 8 9 .— L e c t u r a s r e c o m e n d a d a s , 1 01 .
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mía clásica. Sin duda, el instrum ento m ás im portante es la teoría de juegos, que entra
en contacto con la eleccíoñ'racional allí dónde hay interdependencia estratégica, esto
es, donde la elección de la estrategia óptim a por parte de un individuo se hace en fun
ción d e lo que elijan los dem ás, y viceversa. L a teoría d e ju eg o s há transform ado n o
tablem ente la de la acción colectiva, perm itiéndonos explicar cóm o los fracasos de
esta acción pueden evitarse a veces si el núm ero de individuos que decide es pequeño
(por ejem plo, Taylor, 1987). La teoría de juegos ha sido m uy utilizada para construir
m odelos de disuasión nuclear, de la carrera de arm am entos, de desarm e, y en otros
fen óm enos de relevancia para los especialistas en relaciones internacionales (véase
N icholson, 1989). T am bién ha sido crucial para intentar explicar la form ación de coa
liciones parlamentarias (L aver y Schofield, 1990).
La subárea de la teoría de la elección social se desarrolló cuando los. econom istas
se plantearon si era p osible encontrar alguna form a satisfactoria.y. suficientem ente
dem ocrática de agregar las preferencias de cada ciudadano con el fin d e alcanzar una
ordenación social de las alternativas. S e p u ed e utilizar el gobierno m ayoritario com o
ejem plo de este procedim iento, colocando X por encim a de Y si X puede obtener la
m ayoría frente a Y , p ero hace tiem po que se sabe que este m étodo conduce a una pa
radoja si existen m últiples alternativas (M cLean, 1987, cap. 8). E l teorem a clave, que
K enneth A rrow fue el prim ero en verificar (Arrow, 1951), es que no existe un m éto
do d e agregación dem ocrático satisfactorio, de forma que este problem a no es priva
tivo del gobierno m ayoritario sim ple. E sta conclusión ha ten ido com o consecuencia
que se plantearan nuevas preguntas fundam entales acerca de la dem ocracia (véase,
por ejem plo, Sen, 1970). Para algunos autores conclusiones com o la de A rrow , junto
a otras afines, relativas al v o to estratégico y a la m anipulación d e la agenda (por
ejem plo, Gibbard, 1973), p onen en cuestión la idea de que la dem ocracia em ane de la
voluntad popular, tal y com o se representa en una ordenación social d e las preferen
cias (Riker, 1982).
La preocupación central de la subárea de la elección pública es que las interven
ciones d e los gobiernos dem ocráticos con el fin de enm endar lo s errores d el m ercado
su elen crear más problem as de los que resuelven. U na d e las explicaciones sería que
la com binación del interés personal de lo s burócratas por maxim izar su presupuesto y
del control que ejercen sobre la inform ación referida a la estructura de costes de la
provisión estatal de bienes públicos produce un sum inistro excesivo de los m ism os, a
costa de los ciudadanos (N iskanen, 1971). O tro de los asuntos im portantes es la bús
queda de rentas, es decir, la provechosa presión que ejercen grupos de interés organi
zados para lograr m onop olios u oligopolios, así com o subvenciones d e los Estados,
con la consiguiente m erm a en la eficiencia d el m ercado y la dism inución del creci
m iento económ ico (véase O lson, 1982). La bibliografía sobre el ciclo de las transac
ciones políticas indica que la búsqueda de! éxito electoral m ediante la m anipulación
de la econom ía conduce a la inestabilidad de la misma y a un nivel de inflación supe
rior al deseable (por ejem plo, N ordhaus, 1975). La teoría d é la elección pública tiene
un com ponente norm ativo que la inclina tanto hacia la lim itación constitucional del
tam año y d e la autonom ía del E stad o com o hacia la desvinculación resp ecto a las
com plejas relaciones corporativas. La elección pública, tal com o la filtraron los gru
pos de expertos neoliberales, fue crucial para el desarrollo del «thatcherism o» y de la
econom ía «reaganista» (Self, 1993).
L a t e o r í a d e l a e le c c i ó n r a c i o n a l 87
KarlNY
E v id e n tem en te , la ex p lica ció n d e lo s fe n ó m e n o s p o lítico s en fun ción d e in tereses
p erson ales y racion ales ya existía a n tes d e lo s tex to s q u e he esta d o analizando. Las
raíces in telectu a les d e la s c o m e n te s d e la postguerra se rem ontan, a través d e la m i-
cro econ om ía y la ec o n o m ía d el b ien esta r, d el lib eralism o y utilitarism o d ecim o n ó n i
co s y de la obra d e teó rico s clá sico s de la ec o n o m ía p o lítica com o A d am Sm ith, a au
to res c o m o J o h n L o c k e y T h o m a s H o b b e s . E l p ro b lem a d el o rd en so c ia l y d e la
justificación norm ativa d el E sta d o , q u e ha sid o crucial en la teoría p olítica occid en tal
d esd e el sig lo xvrr, reside en si lo s b ien es p ú b licos del o rd en so cia l p ueden ser su m i
nistrados, sin coacción extern a, p o r in dividu os racion ales q u e actúan según su p rop io
in terés; esto co n stitu y e un p ro b lem a es e n c ia l p ara la teo r ía d e 1a a cción co lec tiv a
(T aylor, 1987, pp. 125-150). A u n q u e la teoría d e la elec ció n racional tien e una deuda
in telectu a l con el lib eralism o, la deu da ha sid o pagada m ed ia n te la aportación de n u e
vas lín eas argu m én tales y d e análisis. P o r ejem p lo , la in fluyente obra de J oh n R aw ls
(1972) p lan tea la id ea d e q u e, d en tro d e los con d icio n a n tes q u e crea una distribución
eq u itativa d e las lib ertad es y d e ciertos d erech os, e s justo que la socied ad m axim ice el
b ien estar d e sus m iem b ros m ás d esfa v o recid o s (v éa se tam bién el cap. 2 d e e s te libro).
E l argu m en to señ a la q u e in d ivid u os q u e (h ip o tética m en te) n o con ocieran la p o sició n
so cial q u e iban a ocupar (y, p or lo tanto, fueran im parciales), aceptarían d e form a ra
cional un contrato social que en ca m a ra un p rincipio que les p rotegiera en el caso d e
q u e ello s acabaran esta n d o en tre lo s m ás d esfavorecid os (v éa se Barry, 1989).
D e es te m o d o , la elec ció n racional es tanto una form a p ositiva d e acercarse a la
exp licación d e la p o lítica co m o una em p resa ab iertam en te norm ativa, cuya fuerza re
side e n su capacidad d e agrupar, bajo u n m ism o ep ígrafe, una con sid erable variedad
de fe n ó m e n o s y p reocu p a cio n es d e lo s teó rico s p o lítico s (para la revisión m ás sen ci
lla, v é a s e M cL ean, 1987). Sin em b argo, en este capítulo p la n teo que la elección racio
nal n o d ebería con sid erarse un p arad igm a y a q u e las ap licacion es d e esta teoría viv en
a costa d e lo s p resu p u esto s que tien en otras acerca d e la estructura social y las varia
b les in stitu cionales, a sí c o m o de la exp licación q u e dan al interés personal; d e m anera
q u e lo s m o d e lo s y las co n secu en cia s n orm ativas resu ltan tes varían en función d e la
p ro ced en cia de lo s p réstam os. P or esta razón, la elecció n racional n o está n ecesaria
m en te vin cu lad a a la agen d a de la ele c c ió n p ú b lica sin o que es m ejor considerarla
co m o u n a serie de técn icas de las q u e p u ed en apropiarse otros paradigm as, siem p re
que se to m en en 'se r io la acciórr-ind ivid u alrS ureiitb argo, es p reciso p erfeccion ar e l
utiiláje’ d e Ta elec ció n ra cio n a rá lá lii z d e lo q u e ahora sa b em o s acerca d e las d ecisio
n es in dividuales.
E n el p rim er apartado d e e s te cap ítulo d escrib o con d eta lle lo s p resu p u estos d e la
principal variante d e la teo ría d e la e lec ció n racion al, para ocuparm e d esp ués d e las
diversas críticas que h a recib id o el con jun to d e la teoría y d e có m o lo s que la suscri
b en han resp on d id o a ellas.
plicación accesible de los m ateriales que se incluyen en este apartado, véase Iíargrea
ves-H eap et a l., 1992, pp. 3-26 y 93-130). A un qu e reconoce q u e ja s m otivaciones hu
manas son com plejas, la principal variante de la elección racional presupone qüé~iós
individuos se guían por sü lñ terés personal. E l concepto d e interés personafpuSíie ser
extrem adam ente flexible. ¿Contem pla el caso del individuo que se presenta volunta
rio para ir a la guerra por un «ardiente d eseo» de hacer lo que sus iguales dicen que
es correcto? H ay quien señala que tales «m otivaciones m orales» no deberían incluir
se en los m odelos de elección racional. Más tarde volveré a este asunto.
M uchos teóricos de la corriente principal d e la elección racional-aceptajj el princi
pio del individualism o m etodológico; que propugna que las explicaciones _<¿de foijdo»
de los fenóm enos sociales de.berían partir de las creencias y objetivos de ¡os-indlvi-
duos. C om o verem os, la crítica sociológica a la elección racional cuestiona esta afir
mación.
La co m e n te que nos ocupa presupone que todo individuo tiene la capacidad ra-
ciona!7 el tiem po y la independencia em ocional necesarias para elegir la.m ejor-línea
de conducta, cualquiera que sea la com plejidad d e la elección. C onceptualm ente, el
caso más sencillo es la decisión «paramétrica» sin incertidum bre, en la que toda ac
ción tiene un resultado conocido (de ahí que no haya riesgo de incertidum bre) y las
acciones de otros individuos no afectan a la relación entre acciones y resultados (por
lo que las acciones ajenas pueden tratarse com o «parámetros» fijos). S e presupone
que los individuos son capaces de dar un orden de prioridades a los resultados o, lo
que es lo m ism o en este caso, a las acciones. D e este m odo, por cada par de alternati
vas a y b, pueden precisar si a es m ejor que b , si b es m ejor que a, o si los dos resulta
dos son indiferentes. A sí m ism o, las preferencias responden a la propiedad transitiva:
esto supone que si a es m ejor que b y b es m ejor que c, a es m ejor que c. D ecir que a
se prefiere a b significa únicam ente que a se elegiría antes que b , no siendo esenciales
las referencias a la utilidad o a otros fen óm enos m entales «no observables» que pu
dieran apreciarse. Los individuos racionales eligen, dentro de lo que es factible, una
de las acciones o uno de los resultados que están en los puestos más altos de la lista
de que disponen.
La primera com plicación que se plantea es que las acciones pueden tener resulta
dos diversos a consecuencia de un acontecim iento aleatorio o que los individuos p u e
den no estar seguros de las consecuencias de sus acciones. Y a se ha dem ostrado que,
si se aceptan ciertas condiciones, los individuos eligen com o si estuvieran maximizan-
do la utilidad («m edia») que esperan, teniendo en cuenta los diversos resultados que
puede tener la acción y las probabilidades de que éstos se produzcan. Las utilidades
que se precisan para representar aquí estas decisiones pueden desprenderse, al m enos
en principio, de los experim entos en los que los individuos eligen los resultados ai
azar, y es posible interpretar que dichas utilidades contienen inform ación sobre la in
tensidad de las preferencias, lo cual n o es esencial para prever la elección paramétrica
cuando hay certidumbre. -------------- ---
La id ea más im portante de la teoría de juegos £s.la~dei'equilibrio estratégico? En
aquéiróá'juégos'eñ“lds“qüe"es'im posible un acuerdo vinculante entre jugadores el
equilibrio constituye un conjunto de estrategias, una por jugador, en el que, al no
producirse cam bios en las estrategias de cada uno, nadie puede aumentar sus ganan
cias de este m odo. La interdependencia estratégica plantea el problem a de un posible
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re tro ce so in fin ito se g ú n cá lcu lo s estr a té g ic o s d e l tipo: «si e l otro cr ee q u e yo v o y a
eleg ir a é l elegirá b , p e r o si e lig e b y o e leg ir é c, p ero s i yo elijo c é l elegirá rf, y a sí su
ce siv a m en te» . E sto n o o cu rre cu a n d o la s estra teg ia s está n e n eq u ilib rio. S u p o n g a m o s
q u e la estra teg ia s d e A y la e s tr a te g ia í d e B está n e n eq u ilib rio y que se sa b e q u e lo s
d o s son racion ales. E n to n c e s , si A esp e ra q u e B elija t, lo m ejor q u e p u e d e h acer es
e leg ir s, y si A cr ee q u e B p ie n sa q u e e leg ir á s, e n to n c e s B eleg irá r, cu m p lien d o las
esp era n za s d e A . E l a rg u m en to ta m b ién fu n c io n a en e l se n tid o con trario, d e B a. D e
e s te m o d o , e n un eq u ilib rio , la e le c c ió n d e estra teg ia s d e lo s ju g a d o re s co n cu erd a con
su s esp eran zas. A d e m á s , lo s eq u ilib rio s so n a u to -im p u esto s, m ien tras q u e las e le c c io
n es estr a té g ica s n o d e eq u ilib rio n o lo son : in clu so si lo s ju g a d o re s afirm an q u e se
a ten drán a las estra teg ia s q u e n o sea n d e eq u ilib rio , sie m p re habrá in cen tiv o s para
q u e, al m e n o s, un ju g a d o r la s a b a n d o n e. E l c o n c e p to d e eq u ilib rio s e h a ex te n d id o y
m a tiz a d o d e d iversas m an eras, por eje m p lo para dar cab id a a la p o sib ilid a d d e q u e
lo s ju g a d o res u tilicen estr a te g ia s m ixtas, p o r las q u e las a cc io n es eleg id a s d ep en d en
d el re su lta d o d e algú n s u c e so a le a to r io c o m o la n za r u na m o n e d a al aire; ta m b ién se
ha a m p lia d o p ara ten er e n cu en ta la p o sib ilid a d d e q u e c o a lic io n e s d e ju g a d o res p u e
dan llegar a acu erd o s v in cu la n te s.
L o s h e re je s
fin de limitar las alternativas (H argreaves-H eap et a l., 1992, cap. 7). E l problem a es
que la existencia de equilibrios m últiples reduce la capacidad predictiva del m odelo y
hay que servirse de otras teorías para acotar m ás las posibilidades (Johnson, 1993).
Schelling, por ejem plo, propone que algunos equilibrios son cualitativam ente su p e
riores y que se diferencian de otros porque son «evidentes» psicológica o norm ativa
m ente (Schelling, 1960). C onsiderem os el juego «divide el dólar», en el que dos juga
dores com partirán un dólar sólo si la sum a de lo que solicita cada uno es exactam ente
esta cantidad; lo cual es una sim ple m etáfora de las políticas distributivas. Cualquier
par de solicitudes positivas que sum e un dólar constituye un equilibrio: si A solicita x
centavos, lo m ejor que p uede hacer B es solicitar 100 m en os x , porque si solicitara
otra cifra obtendría cero. La idea de equilibrio no lim ita en absoluto el núm ero de re
sultados posibles. Sin em bargo, una división del dólar en dos partes iguales es una s o
lución plausible porque, a falta de diferencias evidentes en cuanto a la necesidad, es
superior en cuanto a su capacidad norm ativa. En segundo lugar, hay m uchos con cep
tos que pugnan p or solu cionar ju egos en tre m ás de d os jugad ores en lo s que los
m iem bros de una coalición pueden llegar a acuerdos vinculantes (O rdeshook, 1986,
cap. 9). Cada uno de estos conceptos da lugar a una com prensión diferente del com
portam iento racional en contextos com o la form ación d e coaliciones parlam entarias.
A lgunos teóricos de la elección racional creen que el m o d elo predom inante p lan
tea presupuestos p oco plausibles acerca de la racionalidad de los individuos. La obra
de H erbert Sim ón (1982; 1985) sobre la racionalidad vinculada ha sido especialm ente
influyente. En situaciones en las que tanto la inform ación com o el tiem po y la capaci
dad cognitiva para procesarla sean lim itados este autor prevé que los individuos utili
zarán procedim ientos operativos com unes a m odo de m ecanism os heurísticos y guías
de bolsillo para la acción racional. M oseley, por ejem plo, señala que, entre lo s años
cuarenta y los prim eros setenta, el M inisterio de H acienda británico se enfrentó de
form a extrem adam ente sim ple a unas condiciones m acroeconóm icas cam biantes, en
friando la econom ía cuando la cotización del dólar se veía am enazada y forzando la
marcha de la m ism a cuando la cifra de desem pleados sobrepasó el m edio m illón (M o
seley, 1976).
D esd e esta perspectiva, es m ejor considerar a los que deciden m ás com o los que
satisfacen a los dem ás que com o m axim izadores d e su propio beneficio. En realidad,
continúan su actividad hasta que las ganancias caen por debajo de un nivel satisfacto
rio, para buscar después una alternativa que les ofrezca rendim ientos m ejores; sin
em bargo, lo habitual es que esta búsqueda tenga un alcance lim itado y que se suela
guiar por procedim ientos heurísticos, de form a que finaliza en cuanto se alcanza un
nivel satisfactorio, aunque n o sea el óptim o en absoluto. A lgu nos autores han señala
do que esta clase de proceso decisorio que, en general, da lugar únicam ente a una
evolución gradual de las m edidas que se tom an en los con textos políticos, es norm ati
vam ente defendible si hay una incertidumbre radical (B raybrooke y L indblom , 1963).
Sin em bargo, sus resultados pueden ser realm ente m en os que óptim os y, sin duda,
ésta no es una buena form a de tomar «grandes» d ecisiones respecto a las políticas,
aunque sí funcione en la vida cotidiana (véase E tzioni, 1967).
Cuando se hace hincapié en los procedim ientos y en los grados de am bición que
definen lo que es satisfactorio y lo que no lo es surgen problem as de explicación por
que ¿de dónde proceden las norm as? Los m odelos que presuponen una racionalidad
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vinculada tam b ién tien en el in c o n v e n ie n te d e ser, e n gen era l, m ás co m p lejo s y d ifíci
les d e utilizar a la hora d e h acer p red ic cio n es ú tiles. L a p arq uedad d el e n fo q u e p re
d o m in a n te aún atrae a m u c h o s te ó r ic o s d e la e le c c ió n racional y, sin em b argo, las
cu estio n es q u e aq u í s e p la n tea n so n im p o rta n tes. P o r ejem p lo , ¿es v erosím il p resu p o
ner q u e lo s p artid os p o lítico s q uieran m axim izar su v o to en v e z d e o b te n e r un n ú m e
ro d e su fragios sa tisfa cto rio , cu a n d o sa b e m o s q u e ta n to su co n o cim ien to d e lo s e fe c
to s del ca m b io d e p o lítica s e n la in te n c ió n d e v o to co m o su cap acidad d e p rocesar la
in form ación so n im p e rfec to s? (K o llm a n e t a l , 1992).
L o s s o c ió lo g o s
A xelrod dem uestra que, en la aplicación em pírica, p uede que estem os de nuevo en el
problem a de la estructura y la actuación, al alcanzar los lím ites prácticos del indivi
dualism o m etodológico; de form a que este autor, al tom ar el sistem a de m eta-norm as
com o dado, puede dem ostrar de qué m anera su m od elo ilustra la aparición de nor
m as pero no parece que pueda explicar el sistem a en sí. E s cierto que las publicacio
nes de teoría de juegos que se ocupan de la acción colectiva ponen de relieve que el
aprovecharse de ios esfuerzos ajenos para llevar a cabo am enazas quizá no represente
un problem a porque si A n o lleva a cabo la am enaza p uede ser castigado por B y, sí
este castigo de segundo grado n o se lleva a cabo, A p uede castigar a B , y así sucesiva
m en te (véase F udenberg y M askin, 1986). Sin em bargo, este sistem a d e am enazas
autoim puesto parece em píricam ente inviable.
H ay, adem ás, otra variación del argum ento básico que se refiere a las ideologías.
É stas pueden considerarse com o estructuras d e creencias que atribuyen un significa
do a la acción. Para m uchos sociólogos la característica clave de la acción hum ana es
e l significado que ésta tiene para el individuo (por ejem plo W inch, 1958). La elección
racional puede considerarse com o una form a de investigar el significado de las accio
n es ajenas que nos ordena que observem os los d eseos y creencias individuales, repre
sentados com o algo que conduce a las in tencion es y a las acciones (H indess, 1988,
p. 59). Sin em bargo, m uchos sociólogos señalarían que la acción sólo p uede conside
rarse racional o irracional dentro del contexto de un determ inado sistem a de signifi
cado o forma de discurso. D e l m ism o m odo, con frecuencia la acción tam poco puede
interpretarse desde una perspectiva instrumental. E n realidad, las acciones sim bólicas
y rituales son cruciales en la política (E delm an, 1964). Las id entidades individuales se
constituyen en procesos sociales com plejos en los que los discursos se articulan o de
sarticulan, concediendo únicam ente una autonom ía lim itada al individuo. L os proce
sos de form ación de identidad de este tipo son esen ciales para la configuración de las
creencias y preferencias, y tam bién indican que los elem en tos im portantes del m o d e
lo de la elección racional vienen dados por procesos sociales d e tipo discursivo a los
que los m étodos de esta teoría no son sensibles.
E stas críticas son realm ente significativas pero hay argum entos que las contradi
cen: norm alm ente existe cierta autonom ía individual respecto de los condicionantes
ideológicos y las estructuras ideológicas surgen, se reproducen y transforman com o
resultado de la acción individual que, a veces, es instrum entalm ente racional. E xten
diéndonos en este punto podem os decir que, con frecuencia, lo s individuos com binan,
de form a novedosa, elem en tos d e una o más id eologías para favorecer instrum ental
m ente un interés y que esto p uede tener consecuencias políticas profundas. Probable
m ente, la com petencia entre partidos pueda verse más clara a partir d e esta idea. En
Gran Bretaña, e l conservadurism o de M argaret T hatcher b eb ió de las fuentes del li
beralism o y del conservadurism o tradicional y fu e, hasta cierto punto, un c o n s tru c to
deliberado.
¿H ay algo m ás que la elección racional pueda hacer para explicar cóm o cambian
las estructuras ideológicas? M i opinión es que sí, com o lo dem uestra el trabajo de Wi-
lliam R iker acerca de la m anipulación de las dim ensiones de los grandes tem as en las
dem ocracias (R iker, 1982). U tilizand o resultados form ales de teorías espaciales de
vo to y eleccion es R iker p one de m anifiesto que, introduciendo en el debate otras di
m ensiones de los grandes tem as, los políticos pueden desestabilizar las m ayorías y h a
L a t e o r í a d e ¡a e le c c i ó n r a c i o n a l 95
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cerlas m ás sólid as al fav o recer que tales tem as se discutan p o r separado. P or ejem p lo,
se p u ed e interpretar q u e lo q u e p reten d e la d erech a conservad ora británica resp ecto
a la U n ió n E u rop ea ( U E ) es p o n er e s te gran tem a en prim era lín ea del d eb a te p olíti
co, para a sí rom per la co a lició n electoral que se basa en políticas centristas, apartan
d o de ella a algunos d e lo s e u ro -e sc é p tic o s. E sto podría generar un vacío d e tipo p o lí
tico q u e un p ro y ecto th atch eriano reform ado p odría llenar. A u n q u e R iker considera
q ue estas estrategias expresan e l p ro p io in terés d e una e lite y q u e son antidem ocráti
cas, otros las han visto c o m o form as d el arte d e gobern ar que p u ed en llevar al b ien
com ú n (N a g e l, 1993). E l a rgu m en to d e R ik er p u ed e d esarrollarse — n o n ece sa r ia
m en te co m o él m ism o lo haría— para indicar q u e detrás d e la m anip ulación de las di
m en sio n es de lo s grandes tem as está la creación o m ovilización de las id eo lo g ía s que
organizan «hacia d entro» o «hacia afuera» ciertas cu estio n es y tam b ién las in terco n e
xion es q u e hay en tre ellas. E l argu m en to d e R ik er deja claro hasta qué p u n to tales
m o vim ien tos id e o ló g ic o s p u ed en estar vin cu lad os a la su erte electoral de lo s partidos
y a la d e las políticas durante una legislatura.
A m en u d o se ha m an ten id o que la elec ció n racional represen ta a los individuos
co m o á tom os so cia les aislados, c o m o fu e n tes au tón om as d e causalidad en e l p roceso
social. G ran p arte d e la so c io lo g ía , p or e l contrario, se centra en la interrelación entre
individuos. E s to n o q uiere d ecir q u e las rela cio n es se estab lezcan en tre individuos
co m p leta m en te con stitu id os sin o q u e m od ifican esen cia lm en te las id en tidad es d e é s
tos. S e d ice que e l cuadro atom izad o q u e pinta la teoría d e la elecció n racional se c o
rrespon de co n id eo lo g ía s in dividu alistas que, al n egar la realidad ex isten cia l d e los
grupos so cia les, com u n id ad es, clases, e in clu so so cied a d es, m an tien en el statu quo. A l
m ism o tiem p o, se n iega la certificación de racionalidad a las form as de acción p olítica
que confirm an la id en tid ad so cia l d e l in dividu o y q u e n o se basan en e l in terés p erso
nal (v éa se S en , 1977). S e con sid era q u e e l m ism o co n ce p to d e racionalidad que la te o
ría d e la e lec ció n racion al alaba e s p rop io, histórica y culturalm ente, d e las so cied ad es
capitalistas y que su lógica ex clu y e otras racion alid ades y form as d e com p rensión , e s
p ecia lm en te to d a id ea d e racion alid ad q u e h aga m ás co m p lejo s lo s ob jetivos hacia los
que se orien ta la acción (D ry zek , 1990, cap. 1 ). E n p ocas palabras, la representación
que d el m u n d o p olítico h a ce la elec ció n racional es un reflejo d istorsion ado de una
realidad a la q u e s ó lo s e ha acercado e l capitalism o, y q u e gen era form as d e com p ren
sión d e la esfera 'p o lítica q u e im p id e n fótfa crítica profunda d el statu q uo (M acPher-
so n , 1970).
M e p arece q u e la teoría d e la ele c c ió n racional n o tien e por q u é apegarse a la v i
sió n d el individuo co m o á to m o so cia l aislado ni a la id ea d e q u e s e guía p or el interés
personal: lo s m o d e lo s d e la elec ció n racional parten d e creencias y preferencias d a
das, cu alq uiera que sea su origen . E s prob able que la id ea de que la racionalidad ins
trum ental apareció por p rim era v e z con la ec o n o m ía capitalista de m ercado n o pueda
d efen d erse d esd e e l p u n to d e vista h istórico ya que, al igu al que otras form as d e ac
ción hum ana, ésta siem p re ha sid o im p ortan te fuera d el in m ed ia to círculo fam iliar
(por ejem p lo, Sahlins, 1972, pp. 191-204). A n terio rm en te indiqué que la elec ció n ra
cional h a sid o una h erram ien ta u tilizada p or lo s m arxistas, q u e critican abiertam ente
la socied ad capitalista (por ejem p lo, P rzew orski y W allerstein, 1982), y no m e parece
q u e estas críticas se a n m en o s afiladas p or utilizar m é to d o s d e la elec ció n racional,
m á s b ien , ésto s han alcanzado una m ayor claridad d en tro d e l m arxism o.
L o s p s ic ó lo g o s
Norm alm ente los psicólogos m antienen que las intenciones de los individuos no
tienen por qué reflejar interés personal ya que la envidia es im portante e incom pati
b le con la preocupación por uno m ism o, y que sentim ientos com o la venganza, la
culpa y la avaricia pueden existir, independientem ente de que se reconozcan cons
cientem ente. L os críticos han m ostrado una especial preocupación por la exclusión
d él altruism o de la m ayoría de lo s m od elos p o lítico s de la elecció n racional (por
ejem plo, Lew in, 1991). Para ellos los datos em píricos indican que los individuos ac
túan frecuentem ente de forma altruista en la vida política. Por ejem plo, aunque las
expectativas económ icas de los individuos puedan influir en su voto, existen num e
rosos indicios de que el estado general de la econom ía tam bién les im porta, lo cual
sugiere que, con frecuencia, los votantes también se preocupan del bienestar ajeno
(véase L cw is-B eck, 1990, cap. 4). D e l m ism o m odo, cuando los individuos se com
portan de acuerdo con las norm as sociales, parece que se sacrifica el interés per
sonal.
La elección racional de orientación norm ativa n o va unida al presupuesto del in te
rés personal. Por ejem plo, la teoría de la elección social no presupone nada respecto
a los m otivos que subyacen tras las preferencias individuales y sólo se preocupa de
cóm o pueden agregarse éstas con el fin de hacer una elección para la sociedad. Los
teóricos de la elección racional interesados en explicar los fenóm enos políticos siem
pre han sido conscientes de la im portancia del altruismo (por ejem plo, D ow ns, 1957,
p. 29) y a m enudo han postulado que las aplicaciones de su teoría deberían limitarse a
las áreas en las que dom ina el interés personal. M. O lson, por ejem plo, indicó que su
teoría de la acción colectiva sería m ás adecuada para los grupos de interés económ ico
que para los filantrópicos (O lson, 1965, pp. 64-5). En este sentido, la cuestión sería
cuánto margen de maniobra les concede a los teóricos de la elección racional esta ab
negada regulación. Tam bién podría señalarse que los m odelos que se basan en el in
terés personal, aunque sean em píricam ente falsos, aportan un patrón con el que pue
de compararse el com portam iento (M ansbridge, 1990, p. 20).
Se p uede salvar el escollo del altruismo indicando que los individuos disfrutan con
la felicidad de otros. N o resulta difícil construir un m odelo para este fenóm eno ba
sándose en la interacción de utilidades positivas entre los individuos (véase Collard,
1978). E l m odelo de Margoiis tam bién recoge este cam bio en la im portancia relativa
que se otorga al interés personal y a otros intereses, concediendo un m ayor peso al
prim ero, en función del grado de altruismo del individuo en el pasado reciente (Mar-
golis, 1990). A lgunos autores afirman que es necesario utilizar aún m ás este tipo de
m odelo (por ejem plo, M ansbridge, 1990c). A l igual que en los tipos m ás generales de
«m otivación moral», que antes hem os discutido brevem ente, existe el peligro de que
el conceder im portancia al yo se utilice com o un «margen de error recurrente» que
inm unice el m odelo frente a la falsación porque una com binación del interés personal
y del altruismo siem pre ofrecerá la predicción correcta. Las claves son: (a) que los
presupuestos sobre la im portancia relativa de los dos m otivos en un contexto em píri
co dado sean firmes para que el m odelo resulte falsable, y (b) tener en cuenta otras
explicaciones posibles para las anomalías, en lugar de m odificar el m odelo de las m o
tivaciones según convenga (véase Barry, 1970, pp. 19-23).
KarlNY
L a te o r ía d e la e le c c ió n r a c io n a l 97
lizarse así. E xiste, por ejem plo, una «ten dencia a la sujeción», o adaptación insufi
ciente de los cálculos de probabilidad iniciales a los nuevos datos (Tversky y K ahne-
m an, 1982, pp. 14-18). Tam bién hay un efecto form ulación por el que el im pacto de la
m ism a inform ación d ep en d e d e form a d eterm in ante d el m o d o en que s e p resen ta
(Tversky y K ahnem an, 1986, pp. 73-9). E l en foqu e d e los individuos es crucial para
explicar su com portam iento ya que n o suelen tener en cuenta aspectos esen ciales de
la realidad (Sim ón, 1986, p. 31). L os individuos confian en ciertos principios heurísti
cos y en datos lim itados para calcular los riesgos y, en general, esto les lleva a juzgar
lo s deficientem ente (Tversky, 1982). E sto s problem as son cruciales para explicar las
decisiones en áreas com o la política exterior (Jervis, 1976).
El com portam iento se aparta am pliam ente, de form a sistem ática y fundam ental,
de las predicciones que se basan en el m o d elo de la utilidad esperada (H argreaves-
H eap e ta l., 1992, cap. 3). P or ejem plo, descripciones alternativas de problem as entre
decisiones dan lugar con frecuencia a eleccion es diferentes, aunque desde la perspec
tiva del en foqu e convencional s e consideren la mism a. E n com paración con las pre
dicciones que haría el m odelo d e la utilidad esperada, la gen te su ele verse excesiva
m en te atraída p or las p o sib ilid a d e s red u cid a s d e o b te n e r en o rm e s gan ancias y
repelida, tam bién en exceso, por las pocas posibilidades de ob tener m alos resultados
(H argreaves-H eap e t a l , 1992, p. 38). E n vez d e favorecer cálculos de probabilidad
subjetivos, análogos a los cálculos de riesgo ob tenid os con criterios objetivos, a los in
dividuos la incertidum bre su ele producirles sentim ien tos difusos e indefinidos, de for
m a que eluden la am bigüedad d e los verdaderos riesgos a los que se enfrentan (Ein-
h o m y H ogarth, 1986, pp. 43-7). L os d eseos q u e suscitan las op cion es pueden influir
en la percepción que se tiene d e las posibilidades de que ocurran — com o en el fen ó
m eno de hacerse ilusiones— o la probabilidad d e que ocurran p uede influir en lo s d e
seo s que suscitan — com o en el fen óm eno de rechazar aquello que n o podem os tener
(E in h om y H ogarth, 1986, p. 42; Elster, 1989a, pp. 17-20).
L a idea de que estam os habitados por m últiples «yoes» en pugna parece explicar
ciertas form as observables de com portam iento irracional, aunque sólo sea de form a
m etafórica (E lster 1985, introducción). E sta id ea tien e una larga tradición e n filosofía
y ha sido m uy im portante para la p sicología, especialm ente en lo s trabajos d e Sig-
m und Freud. E s m uy habitual el incum plim iento d el p resup uesto de transitividad,
aunque sea fundam ental para lo s m od elos de decisión principales. E sto p uede vincu
larse a la idea d e que los individuos tienen «yoes m últiples» que abordan las d ecisio
n es desde diferentes puntos de vista, lo cual conduce a la im posibilidad de actuar ra
cionalm ente en el sentido convencional (Steedm an y Krause, 1985). A un qu e puede
haber una lista de m eta-preferencias que nos indique qué yo d eb e dom inar en un
con texto determ inado (Sen, 1977), el conflicto entre d ecisiones p uede deberse a una
lucha interna en tre y o es d iferentes. Q uattrone y Tversky señalan que engañarse a
u no m ism o de form a inconsciente — lo cual su pon e que un yo engañe a otro— puede
explicar por qué se utiliza la cabina electoral (Q uattrone y Tversky, 1988). E l enga
ñarse a uno m ism o surge de la creencia de que si tú votas, otros com o tú tam bién se
verán anim ados a hacerlo, de form a que tu propio acto de votar se revela instrum en
talm ente racional. Se puede considerar la debilidad d e la voluntad com o una incapa
cidad del «yo superior» para controlar los d eseos im pulsivos, incluyendo el aplazar la
gratificación inm ediata para disfrutar de ganancias m ayores en el futuro. La idea de
L a te o r í a d e la e le c c ió n r a c io n a l 99
KarlNY
q ue ten em o s ta n to un yo in stru m en ta lm en te racional, gu iad o p or el in terés personal,
c o m o un y o o rien ta d o a lo so cial, gu ia d o p or las norm as, e s u na form a d e abordar las
ten sio n es in dividu ales que s e gen era n cu an d o el in terés p erso n a l choca co n lo q u e es
n orm ativam ente correcto.
E l eco n o m ista , fren te a lo s in d icio s em p íricos d e q u e ex iste una ap aren te irracio
nalidad, trad icion alm en te se ha d e fe n d id o in d ican d o que, e n un a m b ien te c o m p etiti
vo, lo s a gen tes tien en q u e actuar « co m o si» fueran m axim izad ores racion ales para s o
brevivir, y q u e e l co m p o rta m ien to irracional será d escu b ierto y se le sacará partido,
co n d u cien d o e s to a un arbitraje e n e l m erca d o q u e , a largo p lazo, expulsará lo que
haya de in eficien te. E s te a rgu m en to ta m b ién p a rece ap licab le a la poh'tica. P or ejem
p lo , un p artido p u e d e sab er p o c o o nada so b re c ó m o m axim izar su v o to , p a d ecer p a
to logías organizativas re sp ec to al d esarrollo d e un program a q u e lo con d uzca a la v ic
toria y n o actuar d e form a coo rd in a d a . Sin em b argo, a largo p la zo , la in capacidad
para satisfa cer lo s g u sto s d e l e le c to r a d o p u e d e con d u cir a la ex tin ció n d e l p artido
(E lster, 1989c, p. 80). E n cu alq u ier caso, lo s argu m en tos q u e se o p o n en a la d efen sa
d el ec o n o m ista son ig u a lm en te v á lid os, o aún m ás, en p olítica. D e form a q u e en un
en torn o q u e cam b ia rá p id a m en te p u e d e q u e n u n ca se lle g u e al equilibrio; en m uchas
áreas, in clu y en d o la p ugna en tre p artidos, las p resio n es d e tip o co m p etitiv o se ven
m uy aten uad as p o r las barreras q u e s e im p o n en a la entrada d e actores m ás racion a
les, y el argu m en to d e la s e le c c ió n n o e s v á lid o si el n iv el d e racionalidad es, d e form a
uniform e, rela tiv a m en te bajo.
L o s d atos a n alizad os e n e s te ap artado indican que lo s m o d e lo s d e d ecisio n es p re
d om in an tes con frecu en cia d escrib en d e form a im precisa y sus p red iccion es s ó lo so n
correctas en á m b itos m ás lim ita d o s d e lo q u e a lgu n os teó ricos d e la elec ció n racional
creen. P or su p u esto , todavía se p u e d e afirm ar q u e lo s m o d e lo s p red om in an tes apor
tan un patrón d e co m p o rta m ien to co n e l q u e com parar e l q u e realm en te se p ro d u ce y
que algunas d e c isio n e s se acercan a d ich o s m o d e lo s. S ig u ien d o lo s argu m en tos del
en fo q u e d e la racion alid ad vin cu lad a p o d e m o s d ecir q u e es m uy n ecesario llegar a un
m o d e lo m ás ex a c to d e d escrip ción d e l m o d o en q u e lo s in d ivid u os m anejan la infor
m ación y la incertidum bre.
L a c o r r i e n t e m a y o r i t a r i a e n la c ie n c ia p o l í t i c a
que por convicción o preocupaciones sociales (por ejem plo, Lew in, 1991, cap. 3). En
m uchos casos parece falsa la predicción de que los gobiernos m anipulen la econom ía
para ganar elecciones (véase por ejem plo, L ew is-B eck, 1990, cap. 9). E n este sentido,
D ow ns predice un alto grado de convergencia ideológica en los sistem as de partidos,
que pueden correctam ente definirse com o una sim ple alineación a derecha o izquier
da en la que los votantes se agrupan dentro de este espectro. Sin em bargo, esto no
cuadra con los datos recogidos en países com o los E stados U nidos y Gran Bretaña en
los que durante períodos prolongados ha habido considerables diferencias id eológi
cas, aunque en otras épocas se haya registrado convergencia (véase B udge et a l.,
1987, cap. 3).
La cuestión es que los teóricos de la elección racional participan activam ente en la
m odificación de sus m odelos para que den cabida a tales problem as y esto es todo lo
que, sensatam ente, se les puede pedir. Tom aré un ejem plo de las publicaciones «post-
downsianas», que han evolucionado m ucho (véase E n elow y Hinich, 1990). D onald
W ittman, en su trabajo sobre com petencia de partidos (W ittm an, 1983), indica que
sus elites están apartándose de sus políticas ideales para ganar m ás votos. Sin em bar
go, lo hacen únicam ente para aumentar sus posibilidades de poder aplicar políticas
que, en sí mismas, les parecen relativam ente deseables, y no por alcanzar el poder
com o tal. W ittman señala que, si los partidos n o están seguros de quién va a votarles,
norm alm ente los equilibrios en la com petencia entre ellos serán divergentes. Tam
bién tiene en cuenta las consecuencias de que varíe el tam año de los grupos de votan
tes que ejercen el sufragio guiándose por la identificación con un partido más que con
una política y pone de m anifiesto cóm o logra equilibrios esta tendencia. Existen m u
chos más ejem plos de esta constructiva intención de manejar datos em píricos contra
puestos en subáreas tan diferentes com o la burocracia (por ejem plo, D unleavy, 1991,
segunda parte), la teoría de la acción colectiva (por ejem plo, D unleavy, 1991, caps. 2
y 3) y la teoría de las coaliciones parlam entarias (por ejem plo, Laver y Schofield,
1990).
L ecturas reco m en d a d a s