Tras la devastación ocurrida ese día en el bosque, la noche llega silenciosa.
Algunos animales aún asustados se mantienen escondidos en sus refugios, prefieren no arriesgarse ante la amenaza de una nueva masacre. Mientras tanto el mapache, el búho y la liebre decidieron unir fuerzas y salir a explorar. Al ver la total destrucción del lugar comprendieron que sus planes y sueños se quemaron en el intenso fuego. Los tres se miraron buscando respuestas o ,tal vez, una esperanza en los ojos del otro que les diera la fuerza para continuar adelante. Ninguno dijo palabra alguna, el silencio invadió su espacio durante algunos minutos. De pronto oyeron a lo lejos una melodía que no lograban distinguir bien. Decidieron ir a explorar, mientras más se acercaban, más fuerte se escuchaba y sus corazones se sincronizaban a su ritmo. Llegaron hasta el lugar desde donde provenía la canción, al parecer era el único lugar que no había sido destruido por el fuego. Vieron unas carpas y algunos hombres bebiendo, parecían ser socorristas. Entre botellas y cantos, los hombres bailaban y gritaban cosas que no tenían mucho sentido. La liebre, el búho y el mapache se rieron de manera cómplice al mirarse. Se dieron cuenta de que no habían reído hace días y decidieron hacerlo con más ganas. Los hombres nunca descubrieron que los observaban, estaban tan ebrios que eran incapaces de reconocer presencia alguna. Mientras tanto los tres sobrevivientes del caos decidieron hacer su propia fiesta escondidos entre las hojas. Se entregaron al sonido embriagante de la música, rieron y cantaron, olvidando por un momento cualquier temor y dolor. Los tres parecían estar en éxtasis, nunca se habían sentido así. Eran completamente extraños entre ellos y era primera vez que compartían un espacio tanto tiempo, pero esto no los detuvo. Entre ellos había una energía inexplicable, una conexión genuina y natural difícil de controlar. Se entregaron a la noche, olvidando que hace unas horas habían estado a punto de morir. Mientras tanto la luna los acompañaba con su luz, parecía ser la única en saber lo que ahí sucedía y les brindó una noche mágica y segura, ella entendía que todo era incierto en la Tierra y que un momento así quizás no volvería a repetirse para ellos. Y así avanzó la noche, los tres animalitos sacaron afuera su vulnerabilidad y se mostraron tal cual eran. No dudaron en mirarse a los ojos y reconocer y sentir el dolor del otro, se abrazaron fuertemente y los embargó la anhelada esperanza que deseaban al comienzo de esta aventura. Al día siguiente, el mapache despertó con la luz del sol. Se dio cuenta de que estaba solo, sus nuevos amigos ya no estaban ahí. No sabía muy bien si los volvería a ver, pero decidió guardar ese momento en su caja de recuerdos mentales para volver a él cada vez que lo pudiese necesitar. Luego, tomó aire profundamente y decidió emprender su camino, tal vez buscando un nuevo hogar o quizás volviendo al suyo para comenzar la reconstrucción.