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daño que puedan sufrir.

El observador europeo tiene la impre-


sión de que estos indios (Yahgan) no dan el menor valor a sus
utensilios y que han olvidado por completo el esfuerzo que les
demandó su fabricación 12. En realidad, nadie se aferra a sus
escasos bienes y enseres, ya que, si bien se pierden con fre-
cuencia y fácilmente, no resulta nada difícil reemplazarlos... El
indio no ejercita el cuidado ni siquiera cuando podría hacerlo
de un modo conveniente. Un europeo sacudiría la cabeza ante
la ilimitada indiferencia de estas gentes que arrastran por el fan-
go objetos recién fabricados, preciosas vestimentas, alimentos
frescos y otros productos valiosos, o dejan que los niños o los
perros los destrocen con prontitud... Los objetos valiosos que
se les entregan son atesorados durante unas pocas horas, mien-
tras dura su curiosidad; después de ese lapso dejan que todo se
deteriore dentro del barro y la humedad. Cuantas menos cosas
posean, con tanta mayor comodidad pueden viajar, y lo que
se estropea lo reemplazan cuando es necesario. Es por eso que
las posesiones materiales los tienen sin cuidado (Gusinde, 1961,
páginas 86-87).
Uno siente la tentación de decir que el cazador es un
«hombre antieconómico». Por lo menos en lo que respecta
a los artículos no esenciales para la subsistencia, es lo
opuesto a la clásica caricatura inmortalizada en la primera
página de cualquier tratado sobre Principios generales de
la Economía. Sus apetencias son escasas y sus medios abun-
dantes (en relación). Como consecuencia, se encuentra «re-
lativamente libre de urgencias materiales», carece de «sen-
tido de posesión», da muestras de «no haber desarrollado
el sentido de propiedad», es «totalmente indiferente a las
presiones materiales de cualquier clase», manifiesta una
«ausencia de interés» por mejorar sus dotes tecnológicas.
En esta relación del cazador con los bienes terrenales
hay un aspecto muy claro e importante. Desde la perspec-
tiva interna de la economía, es erróneo afirmar que las
necesidades están «restringidas», los deseos «reprimidos» e
incluso que la noción de fortuna es «limitada». Dichas
afirmaciones implican de antemano la noción de Hombre
Económico y una lucha del cazador con su propia naturaleza
inferior dominada finalmente por un voto cultural de po-
breza. Esas palabras implican el renunciamiento a una po-
sibilidad de adquisición que en realidad nunca llegó a
desarrollarse, una supresión de deseos en los que nunca
se pensó. El Hombre Económico es una invención burgue-
sa: como lo dijo Marcel Mauss, «que no se sigue de nos-
otros, sino que nos antecede, como el hombre moral». No
se trata de que los cazadores y recolectores hayan domi-
12
Recordar al respecto el comentario de Gusinde: «Nuestros fue-
guinos consiguen y hacen sus implementos con poco esfuerzo» (1961,
página 213).

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