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I.

Empezó todo con la muerte de mi abuelo. Apenas lo conocí mientras vivió. Siempre fue un
hombre distante, según le contó mi papá a mi mamá. Le contó también que se iba días
enteros de la casa, semanas, en las que no estaba. Se había casado con una mujer mucho
más joven que él, Lucía, con la cual tuvieron a mis tres tíos. Parece que al ser mi padre
bastante mayor que ellos, acompañaba en la crianza a su madrastra. Recuerdo que cada
tanto, papá mencionaba a uno de sus hermanos, cuando algo le hacía acordar a ellos. Eran
de los pocos momentos en que se lo veía sonreír genuinamente, emocionado. Por lo
general, ante alguna macana que me mandaba yo, o algún otro chico del grupo de amigos.
Papá dejó de ver a sus hermanos poco antes de que yo naciera, por lo tanto, los recordaba
siendo niños. Su padre lo echó de la casa de manera definitiva ni bien pudo hacerlo, y
desde ese momento dejó de dirigirle la palabra.
Mi papa murió antes de que yo terminase la primaria. Viví con mi mama hasta que cumplí
los dieciocho, y lo único que conservé de la familia paterna fue el apellido, ese apellido de
aristócrata falso, excomulgado. Nunca le dí la menor importancia. Quizás porque me crié
más bien imbuído por el sello materno. La familia de mi mama pertenece a otra casta,
infinitamente diversa. Ella es un típico ejemplar de intelectual clasemediera progresista,
peregrinando por universidades haciendo gala de su saber, transformando todo en un
debate político.
Nunca entendí qué le vió mi mamá a mi papá. Era un hombre tierno y asustadizo. Frágil.
Femenino. Ahora con el correr del tiempo puedo entender que ese peso lastimoso que
reflejaba su mirada era el de una profunda culpa, mezclada con una melancolía irreversible.
Lo que decía mi mamá, cuando le preguntaba sobre él en mi adolescencia, es que la sedujo
su vulnerabilidad, verlo tan indefenso. Un hombre roto, decía. Le inspiró ternura, o algo
similar. Cuando se fue de la casa familiar, se mudó a un pequeño departamento a una
cuadra de la facultad de Sociales. Nunca trabajó. Recibía una renta de unos campos que mi
abuelo le había cedido antes de su ruptura. Peregrinó por varias carreras, sin terminar
ninguna. Intentó la militancia en una agrupación de izquierda, donde conoció a mamá. Fue
en la época de la primavera democrática. Euforia, libertad, contracultura. Se empezó a
quedar a dormir en el departamento de ella, donde vivía con dos amigas, y un día no se fue
más. Mamá quedó embarazada de mí a los pocos meses de conocerse ellos.
Fui yo el que lo encontró, ocho años más tarde, colgando de la viga de madera en el living
de nuestra casa, cuando llegue del colegio al mediodía. Había usado la soga de la hamaca
del patio, que a partir de ese momento, quedó por siempre renga. Ese día terminó
oficialmente mi infancia. Empecé a hacerme pis encima por las noches, y a tener miedo de
la oscuridad y las sombras, un terror espantoso que me duró hasta los primeros años de la
carrera, a pesar de que mamá, fiel a su credo, me llevó a hacer terapia dos veces por
semana a los pocos días de que el viejo se quitase la vida.
Hasta ese momento, ninguno de los dos había conocido a mi abuelo. Yo ni siquiera sabía
que tenía uno. Apareció en la escena para encargarse de los arreglos fúnebres. Recuerdo
la mirada de vergüenza e impotencia de mamá mientras telefónicamente le comunicaban
esta expropiación de su marido, una vez muerto, por un hombre que le había dado la
espalda en sus últimos años. Mi viejo, según entendía mamá, hubiese preferido que lo
cremasen, una ceremonia atea, y listo. Cuando se impuso que lo iban a velar en una iglesia,
mi madre lo aceptó con amargura, sabiendo que no podría ganar esa batalla, mucho menos
sin tener el ánimo como para librarla. Cuando le preguntaba sobre el abuelo, sólo decía que
era un hombre poderoso, que nosotros no éramos como él, y alguna perorata rencorosa al
respecto. Le tenía cierto temor, y quizás, un secreto respeto de fondo. Ella sabía muy poco
de él, y según fui entendiendo con el tiempo, las referencias que le había transmitido papá
habían sido bastante escuetas.
Recuerdo que mamá, esa mañana, antes de ir a la iglesia, me dijo que iba a conocer a la
familia de papá. El velorio se hizo en una enorme catedral. Cuando llegamos al lugar, había
una gran cantidad de personas en el recinto. Mi abuelo y los tíos ya estaban ahí, al lado del
féretro, conversando en voz baja, recibiendo los pésame de la gente. Ahí lo vi por primera
vez; su pelo blanco cuidadosamente peinado hacia atrás, su rostro arrugado, de mejillas
blandas derritiéndose hacia abajo, con bolsas violáceas en lugar de ojeras y párpados
enormes caídos sobre sus ojos claros, en una expresión altanera y adusta. Al adivinar quién
era yo, terminó de voltearse y se acercó entrecerrando los ojos, en un gesto
condescendiente, tratando de congraciarse con el dolor que yo estaba sintiendo
-Hola Tomás. Yo soy tu abuelo Noé
La edad que transmitían las arrugas de su frente era incalculable. Era un hombre enorme,
alto y esbelto, cuyo porte contrastaba con la decrepitud que podía intuírse en esa piel
gastada. La impresión que generaba en un primer momento era de intimidación sutil, de
severidad. Tenía el arquetipo de figura mítica, el estilo de un juez o de un sacerdote,
encubriendo un miramiento exacto por un código desconocido para mí. Mis tíos bien
podrían haber pasado por nietos, o bisnietos. Uno de ellos, Bautista, era apenas un año
mayor que yo. Me miraban los tres con igual proporción de curiosidad que de cautela.
Lucía también estaba ahí, con un velo negro traslúcido cubriéndole la cara. No tendría más
de treintaicinco años en ese entonces, era una mujer hermosa, de facciones delicadas. El
pelo castaño y lacio, la boca torcida en un gesto que parecía una sonrisa trunca, haciendo
un hoyuelo en su mejilla. Pestañas enormes en dos ojos redondos y adolescentes que me
dirigían una mirada cargada de pena. Una pena inmensa. No entendía muy bien si era pena
por mi o por la muerte de papá. También era una mirada tierna, amorosa, de profunda
compasión. Incluso siendo tan chico recuerdo sentir algo parecido al enamoramiento frente
a esa mujer adulta, de sentirme seducido por esos ojos. En ese momento no podía
comprender de qué se trataba aquello que le pasaba a mi cuerpo, esa corriente intensa de
erotismo tuvo que esperar a la pubertad para terminar de despertar. Quizás frente a la
proximidad de la tragedia, la sensualidad de Lucía funcionó como señuelo para distraer mi
atención hacia regiones más placenteras.

Yo era muy chico. Todavía estaba conmocionado por la imagen de mi viejo colgando. El
contraste con ese mundo suntuoso y protocolar me empujaba a un sentimiento de
irrealidad, como si todo fuese un sueño nebuloso. No comprendía porqué había tanta gente
que no había visto nunca, alrededor de un cajón con mi padre muerto. De más grande supe
que ese día hubo personajes muy influyentes, haciendo acto de presencia, todos muy
cercanos a mi abuelo. No tengo un registro exhaustivo de la lista completa, pero presumo
que representaban la mayoría en ese evento, dando sus condolencias por alguien que
jamás habían conocido. Correspondía hacerlo. Ese era mi abuelo. Un hombre de rituales.
Un hombre que sabía que son los rituales los que permiten ordenar el flujo del poder.
No recuerdo en detalle mucho más de aquél día. La psicóloga a la que me llevaron en ese
momento le dijo a mi mamá que mis pérdidas de memoria recurrentes se debían al estrés
postraumático provocado por la muerte de mi padre. Mamá le creyó, hasta que medio año
después, tuve el primer ataque epiléptico, una crisis tónico-clónica completa. Tengo
enormes lagunas en mi historia, fragmentos enormes que parecen haber sido borrados por
completo. En ocasiones, mi conciencia se sumerge en un océano blanco, donde siento por
un instante que recupero la memoria del mundo. Se llama ​aura, ​según mi neurólogo. Luego
de unos segundos, sobreviene un ataque. Cuanto mayor es la sensación previa, más fuerte
es el ataque. La caída es abrupta, como si una nube oscura se tragase todo lo que fuí. A
veces pierdo recuerdos de momentos lejanos a las crisis. Con el tiempo, me fuí
acostumbrando a lidiar con esto. Tengo que tomar una medicación de por vida. Mis amigos
se burlan de esta labilidad mnémica, afectuosamente, y a veces la uso de excusa cuando
me resulta conveniente desentenderme de algo.

Hace tres años murió mi abuelo. Me enteré por los obituarios del diario. Decidí buscar el
contacto de Bautista para llamarlo. Me invitó a pasar por su casa, a conversar y merendar
algo. Vivía en un departamento hermoso sobre la calle Libertador, enorme. Nos sentamos
en unos sillones muy cómodos, que daban a un ventanal desde el cual se veía el río. Una
señora que trabajaba en su casa nos trajo el té y se retiró silenciosamente después de
servirlo.
-Que bueno que viniste, Tomi- dijo Bautista-. Estuve pensando mucho en vos este tiempo.
Encontré algo revisando las cosas de mi padre, que eran de tú papá. Pensé que quizás te
gustaría tenerlas.- Me acercó una caja de cartón cuidadosamente embalada, explicando
que había puesto todo lo que había encontrado de mi papá ahí adentro. Me dijo que mis
otros tíos lo habían querido mucho, que lo extrañaron mucho cuando se fue de la casa, que
él casi no pudo conocerlo, y me preguntó un poco sobre mi trabajo. Sonrió con cierto
desdén al escuchar sobre mis problemas en la cátedra, disimulando la lejanía que sentía
respecto a un tipo que había dedicado su vida a la antropología. Bautista se había hecho un
camino en la vida en las antípodas del mío. Recuerdo mirarlo ese día con una envidia
secreta, esa elegancia no forzada que emanaba cada uno de sus movimientos, su forma de
vestirse, impecable e informal. Era un hombre muy atractivo, en su forma de sonreír daba a
entender que jamás había experimentado el rechazo de una mujer como un mal crónico,
sino como una curiosa eventualidad. Estando al lado de él uno caía en la ilusión de que la
vida era un tránsito fácil, y de que el mundo no era tanto un lugar hostil como un patio de
juego para la gente afortunada. No parecía afectado por la muerte de su padre. De hecho,
se lo veía muy tranquilo. Lo cierto es que ninguno de los hijos le había guardado mucho
cariño al viejo.

La parada del colectivo me quedaba a siete cuadras. Las caminé con la caja de cartón
encima. Era pesada, estaba repleta de papeles. No tuve mucha curiosidad,
paradójicamente, de abrir esa caja que prometía recuperar algo de la historia que mi viejo
nunca me había dado. Quedó incluso sin abrir hasta el fin de semana siguiente.

Era domingo por la tarde, era un día de mucho frío. No había salido a la calle en absoluto, y
por puro aburrimiento, decidí revisar que habría. Papeles. Cuadernos. Recortes de diario.
Dibujos, fotos. Cassettes. Un pequeño archivo. Lo primero que alcance a agarrar fue un
cuaderno de tapa dura, de esos que se usan en los primeros años de la escuela. La
caligrafía de mi padre todavía estaba desarrollándose. Había unos cuantos dibujos
coloreados con lápiz. Tercer grado, decía la primera hoja. Un dibujo de la familia. Una figura
alta, enorme, con una especie de túnica marrón, que supuse sería mi abuelo frente a los
ojos infantiles de papá. Al lado, una mujer con un vestido blanco, con una especie de cofia,
que bien podría haber sido una enfermera. Y en el otro extremo de la hoja, un chico,
parado, al lado de una pelota de fútbol. Ninguno sonreía, porque a ninguno de los tres
personajes les había dibujado una boca. Sentí esa sensación en la boca del estómago, la
angustia acercándose. Era inevitable, cada vez que algo me recordaba lo mambeado que
había sido mi viejo. Supongo que la forma de seguir adelante fue borrar todo lo que tuviese
que ver con él, sobre todo, ​con ese costado de él.​ Ese dibujo espantoso daba a entender
que el viejo estaba roto desde mucho antes de que el abuelo lo echase. Abajo, una
pequeña leyenda explicaba el dibujo, con el lenguaje escaso que mi padre tenía a los siete
años: “Esta es mi familia. A mi papá le gusta mucho rezar, le gusta que todos recemos
mucho. Mi mama es muy buena y quiere que todo salga bien. Me gusta jugar al fútbol”. Mi
mente luego de tratar de adivinar qué consigna dió lugar a esa producción escrita, se
detiene en el dibujo de la mujer de blanco, y en la palabra ​mama.​ ¿Porqué es que no sabía
prácticamente nada acerca de mi abuela? Jamás había reparado en que jamás había sido
un tópico, ni siquiera recordaba una explicación acerca de qué le había pasado, ni algún
comentario que indicase que era un tema tabú.

Me quedé mirando durante algunos minutos ese dibujo, como si fuese posible extraer algún
otro dato de esa imagen. Jamás se me había ocurrido que papá ​hubiese tenido una madre.​
Dí por sentado que habría muerto cuando él era demasiado chico como para recordarla, o
algo por el estilo. Sentí como se me tensaban los músculos del cuello, y tuve la sensación,
como si fuese un fragmento olvidado de un sueño lejano, de que alguna vez había visto a
esta mujer, y se me hizo visible en mi imaginación un rostro, con esta cofia blanca, una
especie de delantal sin botones en su cuerpo. Era probable que hubiese visto cuando era
chico una foto de esta mujer, y que la hubiese olvidado, como tantas otras cosas. Siento
una gran desconfianza frente a estas ausencias. ¿Sería posible que hubiese sabido algo de
mi abuela que quedó borrado por el tiempo?

Empecé a sentir ese zumbido, ligero todavía, que indicaba un esfuerzo excesivo de mi
sistema nervioso. Era un presagio de que la marea iba a arrasar con mis neuronas en
cualquier momento. Respiré tranquilo, con el diafragma, como me había enseñado el
neurólogo, e intenté pensar en otra cosa. En menos de un minuto la sensación se había
aplacado. Decidí cerrar el cuaderno, preparar un café, y dedicarme a corregir los exámenes
que tenía que entregar al día siguiente.

No recuerdo por qué motivo volví a escribirle a Bautista unos días más tarde. Quizás algo
había quedado picando en aquella charla. Bastó un “hola, como estas?”, para
desencadenar un breve diálogo que derivó en un nuevo encuentro. Esta vez, nos reunimos
en la que fue la casa donde ellos se criaron, donde se crió mi padre, el pequeño palacio, en
una cortada rodeada de embajadas y casas suntuosas. “De esto se trataba”, pensé
mientras llegaba a la dirección que me había dado. Era una edificaciòn enorme, de un estilo
arquitectónico de otra época, puertas y ventanas gigantes, techo de tejas negras con tres
ventanas saliendo del mismo, con sus propios techos cada una. Parecía traída de algún
lugar de París. De afuera contaba tres pisos. Un enrejado de hierro antiguo dejaba ver un
ceibal y un jacaranda gigantes, en el gran parque que rodeaba la casa. Toqué timbre en una
caseta de seguridad que había en la entrada. El hombre me preguntó mi nombre y me pidió
el documento antes de dejarme pasar. Me sorprendió contar más de cinco personas,
vestidas de traje y con un auricular en el oído, en distintos puntos del predio, algunos con
armas largas. Jamás hubiera imaginado semejante grado de seguridad en una residencia
privada. Supuse que no me revisaron exhaustivamente únicamente porque mi tío debía
haberlo pedido de forma explícita.
Escuché que la puerta de entrada se habría, Bautista salió a recibirme. Sonrió, esa sonrisa
canchera, que me hacía entrar en confianza en seguida, como si de verdad fuese un
pariente mío, como si hubiésemos tenido algún tipo de relación más que vernos las caras
un par de veces.
Me saludó con un abrazo, y me hizo pasar a la casa. Me sentí incómodo. Como si estuviese
fuera de lugar pisando ese lugar. El techo altísimo, con adornos, figuras. Ni sé cuál es el
nombre de ese tipo de decoración. Las paredes empapeladas, dos arañas enormes
colgando, una escalera con una baranda de una madera oscura, trabajada en detalles
exquisitos. Había un cuadro enorme, de prácticamente dos metros de altura, encima de una
chimenea, en el cual se lo veía a mi abuelo en su versión joven, posando erguido, vestido
de acuerdo a la usanza de principios del siglo pasado, en un gesto épico.
Todo en esa casa era anacrónico. Era una burbuja en el tiempo, una cápsula enviada al
espacio. El contraste con el departamento moderno de Bautista era abrumador: uno
representaba una elegancia ​aggiornada​, contemporánea; esta, era una especie de
ornamentación residual, un descuido en seguirle el ritmo al mundo, alcurnia con olor a
naftalina. Sin embargo, por un motivo que me era incomprensible, había también algo sacro,
que le daba sentido a la armonía del lugar. Había una pared con varios cuadros más
pequeños, de personajes diversos, junto a pequeñas esculturas, grabados antiguos, y
varias artesanías y pequeñas reliquias distribuídas por todo el recinto, de culturas
precolombinas, ubicadas con muy buen gusto, o por lo menos eso me sugería mi criterio
estético.

Me dirigí hacia una pequeña estatuilla ubicada sobre una mesa ratona enorme, de madera
maciza, donde también había otros objetos.
- Este árbol es un ​nawe-epaq. ​Es una fuerza cósmica para los ​qom-​ le dije a Bautista
mientras levantaba la estatuilla para verla mejor.-Los Tobas tenían una cultura espiritual
interesantísima. Los ​pio'oxonak ​lo buscaban, en sueños, para subirlo con ayuda de los espíritus
compañeros, para recuperar el ​haloik​- Bautista me miró sin hacer ningún gesto. Al empezar a
sentirme incómodo, añadí- ​Hice mi tesis de doctorado sobre chamanismo precolombino en
sudamérica. Hubo cientos de culturas en américa latina, y en el territorio argentino, varias
decenas distintas. Se perdió gran parte de esa historia con la conquista. Quedan algunos
archivos, pocos, de lo que fue esa época
- Mirá vos, sabés más que yo de estas cosas, y eso que viví toda mi vida acá. Mi padre era
un gran coleccionista. Le encantaban estas cosas. Yo no sé si lo que tenía acá era una
familia o un museo-, replicó Bautista.
Intenté reírme, pero sólo alcancé a emular una mueca torpe. Me sentía nervioso. No estaba
seguro de cómo actuar, ni qué era lo que estaba haciendo ahí. Ni siquiera estaba muy
seguro de qué era lo que me unía a esa familia, a ese lugar, más que una contingente
coincidencia genética. Sí, mi padre. Pero ni siquiera lo había conocido tanto. Ni él a
Bautista. Era difícil sostener una conversación teniendo tan pocas cosas en común.
Miré alrededor. Mi tío tenía razón: la casa era un museo. Empecé a examinar cada una de
las piezas en el salón, y sin margen de error, cada una remitía a algún tipo de reliquia con
un significado que me era muy íntimo dentro del campo de mi especialidad. Quizás si
teníamos algo en común después de todo.
Salí de mi sopor con la voz de Bautista preguntando qué quería tomar. Le pidió a una
señora mayor, una mujer morena de ojos achinados, que nos trajera un café con masas, y
un whisky para él.
-Que personaje que sos, Tomi. Sos un tipo raro- me dijo Bautista mientras se prendía un
cigarrillo- Nunca entendí a los tipos como vos, me imagino que tu viejo debe haber sido
igual, por eso se debe haber ido de acá
-Porque raro?
-No se, dedicarse a cosas tan raras. Mirá que la vida es corta. Tu viejo sobre todo.
Pudiendo haber disfrutado de una vida cómoda, con su familia, se fue a hacerse el che
Guevara con tu mamá.
-No se bien como fue la historia, pero hasta donde tengo entendido, fue el abuelo el que lo
rajó. No se volvieron a hablar nunca.
-Eso te dijo?
-Eso me dijo mi vieja. Con él imaginate que mucho no hable. Estaba en segundo grado
cuando murió.
-A mi papá le dolió mucho que se fuera. Por lo menos esa fue la sensación que tuvimos
nosotros. Cuando hablaba de él, lo mencionaba con orgullo. Decía que era el único que le
había salido bien. Que iba a mantener viva la estirpe. El zurdo ese, le decía. Fue el único
que se le rebeló
Me quedé callado unos segundos. No sabía bien qué responderle. En eso entra a la
habitación la señora, con una bandeja grande de metal ornamentado, con un plato con
masas finas, tres tazas pequeñas y una tetera que largaba olor a café.
-Ahora le traigo el whisky, señor
-Dejá Marisa, yo me lo preparo.
La mujer me miró unos instantes con ojos suplicantes. Parecía querer enviar un mensaje
cifrado a través de la intención en su mirar. Eran ojos vidriosos, cansinos. Indudablemente,
tenía rasgos indígenas. Probablemente de ascendencia guaraní, por el acento. En un
ambiente plagado de objetos coleccionables referidos a su cultura -entre otras-, su
presencia como sirvienta tenía un tinte cruel, como un detalle folklórico más que se
agregaba a la casa. Tenía el pelo negro, espeso, atado en un rodete a la nuca; y una piel
morena, tersa, apenas arrugada alrededor de los ojos. Vestía de manera sobria un pulóver
gris y una larga pollera negra.
Bautista se levantó y salió por una de las puertas de la sala de estar. La señora comenzó a
presentar las tazas y servír el café
- ¿Usted es el hijo del señor Salvador? -me preguntó tímidamente, en voz baja. La pregunta
me tomó por sorpresa
-Si, soy Tomás, el hijo -le contesté. Y tras una pausa- ¿Usted lo conoció?
-Lo conocí desde bebé. Vivió aquí muchos años -contestó la señora en el mismo tono, sin
mirarme, mientras llenaba las tazas- El señor era muy especial. Era muy fuerte, ¿sabe?
-Gracias. Tengo poquitos recuerdos de él, murió cuando yo era todavía muy chico
-El señor se fue a ​Yvága​ -me dijo, levantando la mirada- El ​Añá​ quería devorarlo. Seguro lo
está esperando a usted, a que lo encuentre
-Perdoname, pero no te entiendo -respondí lo más amable que pude
En ese momento Bautista vuelve con su vaso cargado, y otro que presumo es para mí. La
señora se dispuso a marcharse sin emitir palabra, y no me atreví a continuar conversando
con ella delante de mi tío. Al ver que se retiraba, pregunté porqué había servido un tercer
café
- Es para mamá. Se está terminando de arreglar, ahora baja. Estaba muy entusiasmada
cuando le dije que venías, tenía muchas ganas de conversar con vos.
Recordé a Lucía, la escena en el velatorio de mi padre, esa primera impresión que había
sobrevivido al paso del tiempo y a los sacudones epileptoides que desordenaban mi
memoria. Traté de disimular la excitación que me generaba, al modo de la euforia en un
niño pequeño, la expectativa de volver a encontrarla.
II.

Gonzalez Catán, 14 de Julio de 2006

REPORTE Nro 146 DEL JUZGADO 14

A las 10:43 del día de la fecha, se toma testimonio al Tte JOSE ALBERTO MARIN, DNI
2.308.153, domiciliado en la localidad de FORMOSA, calle MONSEÑOR LAGUNA 301, en
referencia al expediente 23.407 del Juzgado General de la Nación Argentina, carátula
"DESAPARICION FORZADA CON APROPIACION DE INFANTE: RAQUEL ALDANA PAEZ,
MARIELA VENTURA, JOHANA GRACIELA MANRIQUE, MIRTHA BEATRIZ SALGADO,
JULIETA ROLDAN DIAZ", fechada el 3 de Agosto de 1993, reabierta el 2 de Marzo del año
en curso.

El Sr. MARIN refiere haber participado como director del centro de operaciones clandestino
que funcionó en la dependencia de las FAA ubicada sobre la calle MARTIN CORONADO
2271, partido de LA MATANZA, conocida informalmente con el nombre de "LA
GUARDERIA", el cual funcionaba como centro de detención ilegal, en condiciones de
secuestro, tortura, y posterior desaparicion de los individuos detenidos.

El Sr. MARIN accede a brindar testimonio bajo la condición de entrar en un programa de


protección a testigos internacional, donde se le permita cumplir con el arresto domiciliario
bajo condiciones de anonimato, refiriendo que al momento de acceder a presentar
testimonio al juzgado, recibió amenazas anónimas, las cuales atribuye a otras personas
implicadas en la causa, sobre las cuales afirma que no han sido juzgadas y que se
encuentran en la actualidad ejerciendo funciones públicas.

El Sr. MARIN se niega brindar testimonio acerca de estas supuestas personas implicadas
en la causa, hasta que se le garantice la protección exigida. Afirma que en "LA
GUARDERIA" se realizaban tareas especiales, y se trabajaba en conjunto con miembros de
la población civil, usando a los prisioneros para realizar trabajos en residencias particulares,
y que el testimonio que está dispuesto a brindar permitirá exhumar los restos de personas
desaparecidas que estuvieron detenidas en "LA GUARDERIA", así como vincular a sectores
de la población civil en la causa de desaparición forzada de personas y apropiación ilegal de
niños.

Se posterga la sesión para el día 25 de Julio de 2006, a la espera de la implementación de


los recaudos solicitados.
III.

Formosa, 20 de Mayo de 1934

Querida Adriana,
Te extraño infinitamente. No hay día que no piense en vos, y a cada paso que doy te pienso
y te imagino caminando a mi lado. ¡Si supieras lo lindas que son estas tierras! Me muero de
ganas de llegar a casa y contártelo todo. La gente aquí es sencilla, simple. Hay un aire
colonial todavía en las casas, las plazas, ¡A vos te encantaría! Y yo, como testarudo que
soy, buscando papeles en oficinas del estado. Vos me conocés, no puedo parar de trabajar.
Al final, parece que la pista sobre Lynch era bastante precisa: Acá en Formosa hay varias
familias importantes que manejan todo como si fuese un pequeño feudo, emparentados con
los Álzaga Unzué. ¡Están por todos lados! No solo son dueños de la tierra, sino que tienen
cargos importantes en la policía, en el ejército, en donde te imagines. El primo segundo, el
marido de la cuñada, el hijo del padrino de, con el lazo que te puedas imaginar, los tipos se
armaron menudo feudo aca. ¡Y pensar que no me creias vos! Los lazos de sangre aquí son
muy valorados, y las uniones en matrimonio son, en las familias de bien, alianzas políticas.
La brecha entre éstos y los pueblerinos es inmensa ¡Son dos mundos distintos en un mismo
lugar!
Las últimas dos semanas me las pasé en un pueblito de Paraguay, Piribebuy, un lugarcito
precioso, pero lúgubre. ¡Tiene una historia! ¿Viste la guerra de la triple alianza? Parece que
ahí en 1869 se libró la batalla de Acosta Ñu, donde ancianos, mujeres, y más de tres mil
niños pelearon contra las fuerzas argentinas y brasileras. ¡Niños, Adriana! Los hicieron puré.
La sangre no solamente está en los lazos aquí, sino manchando la tierra. Hay crónicas muy
cruentas. Algunos personajes del pueblo me contaron algunas historias sobre aquella
época, que aquí son el tipo de historias que se cuentan para dar miedo a los chicos.
Leyendas que les contaron sus abuelos, mezcladas con datos históricos. La gente de aquí
es muy dada a los mitos. El pomberito era el único que ya conocía de antes, ¡estos creen en
muchos más! Son igual de supersticiosos que de católicos, no falta uno a la misa del
domingo. Humildes y obedientes, temerosos y laburantes.
Hay una curandera en el pueblo, a la que van los ñatos cuando se tienen que curar una
gripe, o el mal de ojo. Les da yuyos y consejos. Ya varios me dijeron que es la más viejita
del pueblo, la que más historias conoce. Estoy entusiasmado como un pibe, escuchando los
cuentos de aquí, y presiento que me voy a dar una panzada con esta señora. De yapa, me
tiraron un dato sobre Alicia Lynch y Solano López que me va a permitir reconstruir un poco
mejor la historia que vengo armando.
Mañana recibo el gramófono por encomienda, el que me prestó Enrique. Voy a empezar a
registrar estas historias, que sin duda tienen una importancia histórica tremenda, y no deben
perderse con el paso del tiempo. Tengo la sensación de que va a ser más que interesante.
Si tu hermano tenía razón, voy a armar tremenda nota con todo esto. ¡Que nota!¡Menudo
libro mas bien! Si todo sale bien, con esto no solo voy a terminar como periodista de
renombre, sino quizás como gran escritor o historiador. Decile a tu hermano que en cuanto
recopile suficiente material, le mando el disco, que lo transcriba y lo guarde bien.
Te amo. Te mando millones de besos.

Lisandro
IV.

12 de Septiembre de 2005

TRANSCRIPCION DE REGISTRO ORAL

TESTIMONIO DE JORGE PABLO CASSALS(fragmento)

"Bueno...disculpe, me puse medio nervioso...bueno, lo vuelvo a repetir todo? Lo que le


conté por teléfono? Bueno...estuve detenido del 76 al 79......yo entré de operario en
IETCRA, y empecé a ir a las reuniones del sindicato...y con unos compañeros entramos en
la JP, era muy pibe... cuando me chuparon en Junio, yo no entendía nada...sabía que
estaba todo caldeado, que estaban chupando gente, que me tenía que cuidar...había
compañeros que estaban enfierrados y metiendo bombas, pero en esa época todavía no
sabíamos nada de lo que se ve ahora...la triple a y todo eso...bueno, no sabíamos
nada...cuando me chuparon termine en la guardería...teníamos los ojos vendados, no
veíamos nada...nos tenían a todos tirados en un cuarto, no nos dejaban hablar...y varias
veces por día nos llevaban al quirófano...muy jodido, muy jodido...yo no duré nada, ni dos
minutos...sabes lo que es que te metan máquina?...yo no soy un mal tipo, yo no era un mal
tipo...pero me hicieron mierda...me hicieron mierda...los tipos te metían máquina hasta que
de desmayaras, no paraban...me quemaron las piernas y los brazos, después me
mandaban en el cuello...ya después me metieron la picana...me la metieron adentro,
entendes?...me desmayaba, me cagaba encima...y no me moría, la puta madre...en ese
momento solo quería morir... me tuvieron semanas así, meses...yo cantaba todo lo que
podía, tiraba hasta los nombres que no me sabia, no sabia que más hacer...tenían un tordo
que cuidaba que nadie muriera, me acuerdo bien, no me olvido mas de ese nombre:
Salamanca le decían...no se si se llamaba así, pero le decían así...era el más hijo de
puta...se me acercaba a la oreja y me decía: te cagaste encima de vuelta, zurdo del
orto...no ves que sos un cagon? te haces el poronga pero sos un cagon...así me decía el
hijo de puta...un desalmado, un demonio...te pensas que te vas a morir tan fácil, zurdito de
mierda? vos aca te moris cuando yo quiero, cuando yo lo digo...yo acá soy dios...todo eso
me decía...era el diablo...yo ahora te lo cuento, pero durante años me daba terror solo
recordarlo, estuve años en terapia, ahi en lo de las madres...donde te atendían a los que
habían vivido estas cosas...no podía dormir, no sabia quien era...me quebraron,
entendes?... nos querían cambiar el espíritu, se querían meter adentro...a los que se morían
le sacaban todo el pelo...desde el cuero cabelludo...nos querían volver monstruos, igual que
ellos, para que no pudiésemos contar nada…primero nos inyectaban algo, todas las
noches...al rato venía un tipo, a la noche, y nos hablaba...el paraguayo...era bueno, nos
cuidaba, nos decía cosas buenas...no estaba vestido de militar, cuando entraba nos sacaba
la venda de los ojos...nos hacía repetir cosas que no entendiamos...nos hacía tomar una
especie de té amargo que te hacía alucinar...te hacía ver cosas, a veces lindas, a veces
horribles...éramos cuatro los que íbamos con él...primero nos hacía hacer cosas entre
nosotros...después nos hacían cuidar y vigilar a los que entraban, al principio nos vigilaban
de que lo hiciéramos bien...una vez me quise hacer el vivo...y me agarraron de vuelta...y
después de ahí empezó lo...lo mas feo...me hicieron hacer...me hicieron hacer cosas
feas...hacer las cosas que hacían ellos, tenía que hacerlo todo, sino me lo hacían a mí...lo
primero que me hicieron hacer fue...había una comp...una mujer...una nena, era muy
piba...me hicieron...me dijeron que tenía que hacerlo, que tenía que agarrarla...que estaba
buena, que aprovechara...que sino iban a pensar que me gustaba que me cogieran...porque
también me lo habían hecho a mí antes...le habían obligado a otros también...y yo lo
hice...yo la agarré..(el sujeto se interrumpe. llora)...yo no quería, pero no entendía nada... yo
no sabía que iba a vivir, era el infierno...era el infierno...era querer sufrir menos, lo menos
posible...antes de que me boletearan...y la violé...le hice de todo...le hice de todo...cosas
feas... es como si me hubiera transformado en ellos....como si me hubiese desquitado con
ella...me sentía raro...era otra persona...la nena termino hecha mierda...no se murió...la
resucitó el tordo...igual después la mandaron a otro lugar...a mi casi me mandan
tambien...le decian la casona...pibe, ponete bien que vas para la casona...que bien te estas
portando pibe, te conseguimos un buen lugar para que vayas....asi me decian...bien pibe, te
vas para arriba, sabes? vas con gente importante, muy importante...te estamos entrenando
para que estés con los mejores...cosas asi me decian...y me iban a mandar ahí...no sé qué
fue lo que paso, pero un dia aparecio...aparecio este otro hijo de puta...el oso le decían, el
oso Marin...imaginate lo que era...yo ya lo había sentido escuchar muchas veces...esta vez
fue la primera y única vez que me habló...me dijo: pibe, te volves a tu casa...de todo esto ni
una palabra, entendido?...te vamos a estar vigilando...yo no entendía, pensé que era otra
prueba...me encapucharon, me metieron en un coche, y me dejaron en un terreno baldío
por longchamps...camine hasta mi casa...estuve como un día entero caminando,
perdido....no me animaba a hablar con nadie, escuchaba voces, me sentía mirado todo el
tiempo...no se fue nunca eso...escuchaba voces que me decían...portate bien jorgito,
portate bien...yo me porte bien y fui caminando hasta casa...cuando llegue mi vieja no lo
podía creer...lloraba...yo tambien...pero poco, era como un sueño, no lo podía creer,
pensaba que me iban a despertar en cualquier momento....mi vieja me preguntaba cosas,
pero no podía responderle...ahora no ma...ahora no...y no dije nada...cuando me
preguntaban, me ponía malo, me daba miedo...y les decia con cara de malo: seguro que
queres saber?...y nadie preguntaba nada...los asustaba...pero porque me daba miedo a mi,
todavía tengo miedo, y mira que paso tiempo...yo me mori ahi adentro...y quedo
esto...(llora)".

(fin de la transcripción)
V.

Formosa, 30 de Mayo de 1934

Adriana, no sabés lo que me ha pasado. Vine buscando agua y encontré oro. Decile a tu
hermano que guarde con mucho cuidado el paquete que le mande, y que empiece cuanto
antes a transcribirlo. Si es posible, que le haga alguna copia en un formato que se conserve
mejor. Tengo miedo de que el traqueteo del viaje haya dañado la grabación. No sé si
volverme mañana a Buenos Aires, o si quedarme una semana más. La señora Sabina, la
que entrevisté, me invitó a participar mañana de una ceremonia acá. Una ceremonia
indígena, parece ser.
En este pueblo son muy cerrados, la gente que parecía tan amable empezó a mirar con
desconfianza pasados unos días. No quieren hablar, no cuentan nada.
La señora Sabina dice haber nacido hace más de cien años. ¡Así como lo escuchás! Fuí a
cotejar los datos con el catastro municipal, pero no aparece. El primer registro es en una
ficha que le hicieron en 1883, donde figuraba que tenía sesenta y siete años. ¡Creer o
reventar! Hay varios casos de gente muy longeva aquí, parece que es por la dieta que
llevan, la vida en el campo, lejos del ajetreo de la ciudad, ¡pero esto ya me pareció mucho!
1O es una chanta, o tiene algo de bruja. No sabes el respeto que le guarda la gente de acá.
Hay una especie de símbolo que usan, en vez de una cruz, es una especie de círculo con
unas figuras dentro. Ella tiene uno tallado en madera en su casa. El otro día, me acerqué a
la pequeña capillita del pueblo para hablar con el cura, conocerlo, para ver si sacaba una
opinión sobre todo esto, y sabes que me encontre? ¡La estructura de hierro de las ventanas
de la misma iglesia replicaba ese símbolo! Y la iglesia fue construída según los registros en
1787. Fue una de las primeras que fundaron los jesuitas aquí. Mientras colonizaban a los
indios se fueron empapando ellos con las costumbres de acá. La señora Sabina sabe
muchísimo de la historia de la región. Sabina es ​avá​, así se llama el pueblo del cual viene. Y
no eran los únicos. Estaban los ​payagua​ también, los ​tová, ​y varios más. Pueblos que
guerreaban desde mucho antes que llegase el hombre europeo. Quiero ver si me permiten
estudiar los registros de los primeros asentamientos jesuíticos, ¡Es un lugar lleno de vida
este! Y de muerte también, se derramó mucha sangre. Mucha.
Perdón, sé que te prometí volver lo antes posible, pero siento que se abre una oportunidad
única aquí, y que sería un idiota si la desaprovechara. Sos la luz de mis ojos, Adriana, no
hay nada que añore más que volver a tenerte entre mis brazos. Una semana más, lo
prometo. Una semana y vuelvo a Buenos Aires, con material suficiente para trabajar los
próximos meses. ¡Y te invito a cenar al lugar ese tan pituco que me contaste!
Te ama, y te besa en ese cuello precioso,
Lisandro

Mi nombre es Martín Pereyra. Mi padre era brasilero, dejó embarazada a mi madre en un


viaje que ella hizo con amigas al terminar el secundario. Nunca lo conocí, y por lo que mi
madre me contó, tampoco ella llegó a conocerlo demasiado. Mi mamá se llama Susana
Pereyra, y trabaja en un puesto administrativo para OSDE, la obra social del empresario. El
papá de mi mamá se llamaba Arturo, y tenía una ferretería a media cuadra de Boedo y
Estados Unidos. Y el papá de mi abuelo se llamaba Lisandro Pereyra, y era periodista, o
escritor, no lo sé. Es lo que estoy tratando de averiguar. Mi bisabuelo mató a mi bisabuela
mientras sus hijos estaban en el colegio. Con un alambre. La ahorco con un alambre. Le ató
luego las manos al barral de la cortina, en cruz, a lo Jesus. Eran barrales fuertes los de esa
época, porque cuando mi abuelo y su hermana volvieron del colegio, la encontraron
colgadita ahí. Salieron corriendo asustados y una vecina los atajó y llamó a la policía.
Encontraron a mi bisabuelo en la habitación, rezando enfrente de un dibujo que había hecho
en la pared con la sangre de su esposa y la suya propia. La habitación estaba llena de
gatos, dijo la policía. Algunos estaban clavados, con cuchillos de cocina, a las puertas del
armario, al respaldo de la cama, o a la puerta de la habitacion. Había uno al cual le habian
aplastado el craneo levantando el pie de la cama y apoyandoselo en la cabeza. Y otro tanto,
quizas una veintena, pululando aterrados por toda la habitacion.
Mi bisabuelo ni siquiera se resistió al arresto. Estaba catatónico. Termino en el Hospicio de
las Mercedes, que ahora se llama Borda. Murió ahí. Lo único que le escucharon decir, en
los 12 años que pasó ahi, era "pirivevui", o algo asi, como un pajarito. Cuando murió,
parecía un anciano, tembloroso, babeante. Casi no parpadeaba. O eso es lo que decían. Mi
abuelo nunca fue a visitarlo, se fueron con Marité a vivir a lo de Enrique, su tío.

Marité se quedó con parte de las cosas de Enrique cuando murió, porque Enrique nunca
tuvo hijos ni mujer. Otra parte fue a parar a mi abuelo Arturo. Marité le dejó las cosas a su
hija, Cecilia, prima de mi madre, tía Ceci para mí. Y Cecilia murió de cancer hace dos
meses. Pobre Ceci. Cuidó de Marité durante diez años, para terminar ella postrada por la
misma enfermedad. Y fui yo a vaciar el departamento. Regalamos muebles, vajilla,
electrodomésticos viejos, eran poquitas las cosas que nos servían o que valía la pena
conservar. Y encontré un baúl con cuadernos. Había hasta un disco de pasta, libros viejos.
Imaginen mi euforia. Soy historiador, orgullosamente recibido de la UBA, con una tesis
hecha sobre la cultura rioplatense en las primeras letras de tango del siglo XIX y XX. Tenía
frente a mí unos documentos históricos de valor incalculable. No imaginaba que iba a
encontrar algo de ese tenor.

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(pag 61)
POLICIALES
20 de Julio de 2007

BRUTAL ASESINATO DE PRINCIPAL ACUSADO POR LOS CRIMENES DE "LA


GUARDERIA"
El ex teniente Jose Alberto Marín, principal acusado por las tareas realizadas en el centro
de operaciones clandestino "La Guarderia", es asesinado por uno de los testigos que lo
implicó en la causa, Jorge Pablo Cassals. En la medianoche del día de ayer, Cassals habría
entrado en la residencia provisoria de Marin, luego de disparar a los tres custodios del
mismo con un subfusil automático, dos de los cuales fallecieron al instante, uno se
encuentra todavía en terapia intensiva. Luego de entrar al lugar, Cassals habría utilizado un
elemento cortante para reducir a la víctima, tras lo cual la inmovilizó y la roció con
combustible, prendiéndole fuego. El perpetrador no logró huir del lugar y se sospecha quedó
inconsciente por el humo provocado, se encuentra internado con graves quemaduras en
todo el cuerpo en el Hospital del Quemado.

origen mágico por hechizo de la viejecita Talek

El arco iris es considerado un monstruo que vive bajo tierra y cuyo aliento es de colores tal
como lo vemos. Entre los tobas la personalidad del arco iris está vinculada con las
termiteras (Mogonaló).

Antes era todo agua, y de ahí Lapichí que trabajo. Hizo como miel bien batido y quedó duro,
fuerte, como piso. Cuando hizo agua en el Paraguay había un palo con punta, pero la punta
era fierro. Atrás viene el agua. Lapichí, palo largo al hombro, punta de fierro, venía
caminando: detrás de él, el agua. Cuando paraba, plantaba palo: el agua paraba. Venían en
el agua todos los bichos que él había hecho.

Había un yuchán grande. Sacó un pedazo, como no es duro, hizo carne. Un yuchán entero
echó en el agua e hizo uno grande que se llama Lek (traga-gente).

Lapichí es el dueño de todo. Cuando vino no había gente, nada. Quería sólo un río. Pero
Lapichí topó un día con Nowaikalachiguí que tenía hambre. Hay muchos pescaditos en el
agua. Tenía flecha, se levantó, cuando flechó un pescado grande, gordo, y el agua se
levantó. Nowaikalachiguí se cayó al agua y se quedó adentro. Lapichí vio los pelos de
Nowaikalachiguí, a puñados los frotó entre las manos, los tiró al aire y salieron muchos
zancudos (mosquitos).

Mañik (avestruz) lokaik (cabeza): se llama así porque cazaron un avestruz grande y su
cabeza cortada la pusieron en un árbol, favorece la caza.

Bajo esta tierra hay otro igual, pero sin árboles. Y hay cielo, y hay gente, muchos tobas
como nosotros, pobres. No hay árboles, porque hubo fuego grande y la tierra está cocida
como un ladrillo. Abajo hay tres cielos. En el inferior no hay árboles. Cada siete días hay
fuego grande, pero las casas son de fierro y cuando llega el fuego, cierra las puertas.
Lapichí manda el fuego.

El mundo se quemó

Hawoik murió. Le dijo a su mujer que lo tape cuando muero, "pero cuando yo resucite no
hay que asustarse". Lo tapó con una manta grande. La mujer tocó la manta golpeándolo.
Salió Hawoik y se asustó la mujer. Y Hawoik se fue al cielo. Si la mujer no se hubiera
asustado no se habría ido. Por eso Hawoik se fue, por el susto de la mujer.

Había una mujer, madre de las víboras. Se llamaba Pichakchik. Tenía panza grande.
Cuando uno quiere llegar a ella y quiere casar el marido no dura, por la mañana murió.
Tenía dientes abajo. Otros hombres murieron con esa mujer. Vino otro hombre viejo que ya
se dio cuenta. "Voy a hacer un palo y mataré a la mujer". Por la noche se armó el hombre, y
a medianoche y con un palo con punta, escondido. Tenía un pañuelo atao cabeza. A
medianoche preguntó a la mujer: "¿Cuándo va a levantarse?" Y le dijo el hombre: "Yo estoy
enfermo, con dolor de cabeza". Ella se levantó, y arrimó al fuego para calentarse abriendo
las piernas. Y el viejo vio como salían todas las víboras. El hombre se levantó y dijo:
"Bueno, yo te voy a coger". Pero engañó, tenía un palo. Vino la mujer, el hombre fue encima
y el hombre tenía un palo y se lo metió hasta el corazón. Cuando ya se murió, el viejo sacó
un cuchillo, le partió la panza y salieron las víboras, y el hombre las pedasió, y los pedazos
hincaban sobre el pueblo como langostas. Y se murieron las víboras y el hombre que mató
a la mujer la echó al fuego.

Nawe Epaq. Árbol integrador cosmológico y de iniciación chamánica.


Nawe significa "negro", epaq refiere a "madera" o "árbol"; el color negro se asocia con el
poder de los seres no humanos y con la muerte. Es un árbol negro, de superficie resbalosa,
cuyas raíces alcanzan la región de los muertos y su copa se confunde con los cielos. Está
ubicado en medio de una laguna habitada por seres peligrosos.

Nawe Epaq
Nawe Epaq
Dibujos aportados por el toba Ángel Achilai (1989) a las investigaciones de Pablo Wright.
Notar la representación de los seres no humanos que deben ser sorteados por el chamán.
Es el eje de la estructura cosmológica toba de varios planos superpuestos y el lugar donde
se concentra todo el poder -haloik- disponible para los piogonak (chamanes). Allí
concurrirán éstos -o los que aspiren serlo- para adquirir, probar o acrecentar poderes.

Según la mitología toba, antiguamente en la fronda del Nawe epaq existía una región
paradisíaca a la que los hombres acudían libremente a cazar y pescar trepando por el
tronco. La avaricia de algunos hombres con un anciano provocó su cólera y lo llevó a
derribar el árbol. Los cazadores sorprendidos en las ramas no pudieron descender y se
transformaron en constelaciones. Desde entonces, las comunicaciones entre los planos
cosmológicos quedaron reservadas a los piogonak.

En distintas circunstancias, y siempre en sueños, a través del dominio de las "caminatas" o


"vuelos" nocturnos ayudados por sus ItaGaiaGawa (espíritus auxiliares), los chamanes
suben por él debiendo sortear los espíritus malos realizando cantos o plegarias enseñados
por sus espíritus auxiliares. Cada nivel sorteado tiene un animal o ser guardián que lo
representa y el chamán absorberá el haloik de ellos a medida que logre continuar su
ascenso.

La llegada a la cúspide supone contactarse con el ser más poderoso, el héroe cultural
llamado Tanki -luchó con éxito contra las bestias peligrosas del monte en los tiempos
primigenios-. Una vez arriba deberá arrojarse hacia las aguas oscuras evitando las bestias
acuáticas para subirse a una especie de canoa; su capacidad para llegar a tierra firme
aparece como un viento que expresa su poder chamánico.

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