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¿Qué es un padre? ¿Qué es un autor?

En el todo acto que implica creación, la potencia abre juego, destotaliza. No hay
agenciamiento posible; a lo sumo, uno navega con ese viento a favor. Las potencias
permiten marcar un nuevo comienzo, apelando a lo que ya ha sido, sin posibilidad de
calcular lo que será. Abrir juego es jugar a perderse, a ser parte de la potencia creadora sin
posibilidad de ejercer un dominio en lo que devendrá.
Se padre no es ser propietario. Heredar algo no implica gratuidad.

Pienso en la muerte de Diego, en cómo en el transcurso de los días, se suman las


afectaciones desde los rincones más dispares del mundo. Afectaciones que sorprenden: su
alcance no puede ser medible porque su repercusión es incesante, late con fuerza. Marcas
de pasión. ¿Cómo es que un hombre deviene mito? ¿Cómo es que un otro se inscribe como
parte de uno?
Me gustaría compartir con ustedes, en el marco de esta nueva presentación de “Clínica de
la psicosis”, una intervención acerca del Nombre del Padre, y de qué es la transmisión. En
la primera presentación participé siendo niño, en la segunda siendo estudiante, y ahora,
como colega. Quizás estas palabras tengan un carácter más testimonial que teórico, porque
es la escritura de un hijo. También es cierto que el psicoanálisis de por sí es algo
familiarista. Mamá, papá, Edipo, y esas cosas. Mi historia personal, familiar, es también una
novela atravesada por el psicoanálisis. Esta novela comienza con un nombre del padre:
Simo.

Simo, por si no lo sabían todavía, es el nombre del autor. Pablo es tan sólo una formalidad
para presentarse en el afuera. “Simo” es una deriva de “Sigmund”, nombre con el cual mi
abuelo -ávido lector amateur de las Obras Completas de Freud- marcó un deseo en él, que
germinó en el devenir de lo que ahora es. En la polisemia de la frase “el deseo es el deseo
del otro”: ¿Se indica ahí un deseo por el otro? ¿O se trata de un deseo que pertenece al
otro? ¿Es un deseo para el otro? Múltiples derivas semánticas coexisten sin que sea
necesario resolver la paradoja. También “Simo” como nombre del padre, de aquel que es mi
padre, su nombre, es también el nombre del padre de él-o sea, el nombre que su padre
elige para él-. También Simo alude de algún modo a lo que en mi se forjó como Nombre del
padre, como metáfora, como operador lógico. En mi reciente experiencia personal, al
devenir padre, ¿qué nombre transmitiré a mi hija? El nombre del padre en esta suerte de
transversalidad, ¿de quién es? ¿es potestad de alguien?

¿No es toda transmisión en psicoanálisis de algún modo una “transmisión paterna?”¿No fue
Freud una especie de padre “simbólico” para mi abuelo, para ponerle su nombre a un hijo
propio?

Cuando mi padre todavía no era padre, en los meses de espera antes de que yo naciera, le
agarro una suerte de exigencia imperiosa de terminar de estudiar en su totalidad la obra de
Lacan, de terminar de entenderlo, como si algo asi fuese posible, con Lacan o con cualquier
otro. Buscar que alguien le transmitiera su “saber hacer” frente a una experiencia inaugural
para él. “Ser padre”, “devenir padre”, es también Invocar de algún modo a un padre, alguien
que sepa de qué se trata la cosa. En este caso, se trata de padres adoptivos, aquellos que
vamos eligiendo en el camino, aquellos que nos eligen en nuestras determinaciones sin que
lo sepamos.
Después de todo, “Nombre del padre” como expresión, tiene la carga semántica de la
invocación al dios Cristiano que garantice un orden del mundo, a un dios “que no engañe”,
diría Descartes. Que nos de la seguridad de saber quien somos: Por eso “nombre del
padre” es también el apellido, la inscripción en una filiación que ordena simbólicamente el
campo social y nos define allí.

En el libro, Simo elige trocar esa formulación en un párrafo breve por la de “Norte del
Padre”, imprimiendo un sesgo náutico en el concepto, permutando una ruta o una autopista,
por el rumbo que puede leerse en una brújula. Pensarlo como Norte de una brújula
sugiere un campo de indeterminación en el cual uno puede orientarse
aproximadamente mediante una referencia, sin que haya un camino ya trazado para
seguir. Si se lo extrapolase a la transmisión en psicoanálisis, se trataría de cierto criterio,
una suerte de ordenador de los actos de fe, preteórico. Los saberes, como denuncia
con picardía Simo en las primeras páginas del libro, siempre son “posiciones tomadas”, esto
es, tomadas siempre en un a priori de la deducción axiomática. Dice Simo: “como
investigadores, como teóricos, llevamos en nuestros saberes, en nuestras teorías, las
marcas de nuestras teorías más preciadas: las teorías sexuales infantiles, y operamos
también, desde ellas”. Podemos pensar, entonces, que no hay acceso a un “teorizar” puro,
que nuestras bases epistemológicas más rigurosas se sustentan siempre sobre operaciones
de analogía y abducción necesarias para traducir la experiencia al pensamiento, y que estas
escapan por lo general al alcance de lo consciente. El registro de la axiomática se monta
siempre sobre una petición de principio, que es en última instancia, irreductible. Las
teorías, entonces, tienen un sesgo gozoso, sintomático, y coyuntural, y por todas estas
cosas, contingente, algo de lo cual siempre debemos estar advertidos.

Por eso Simo traza una distinción entre lo que denomina “enseñanza” y “transmisión”: la
enseñanza estaría del lado de lo que se estudia, de lo que se piensa que se sabe, de lo que
se “quiere decir”. La transmisión, la cual Simo ubica del lado de la experiencia del
inconsciente, se transmite a pesar de la enseñanza, a pesar de lo que se piensa que se
sabe, en una dimensión no volitiva, como anticuerpos inoculados en los constructos de
saber. Son al decir de Simo, “lo que queda como resto, lo que mueve a producir”, un Real
inasimilable por lo simbólico -y por ende, por la conciencia-. Se trata de una dimensión
puramente performativa, que no puede pensarse causalmente dentro de un entramado
simbólico, sino que puede intentar leerse en los efectos de lo que queda por fuera.
Podemos citar a la famosa china del meme del supermercado: ¿Porque? No hay porque. Es
un puro hacer, sin agenciamiento posible por el yo del que transmite o por aquel que lo
recibe.

Lo que un padre transmite, dirá Simo en la clase siguiente, es su propia castración. Dice
en la página 38: “Debe transmitir una posición con respecto a lo “otro” de la representación
metafórica, eso “otro” es su propio goce. El goce del padre, su función de síntoma”. No se
trata de separar del goce al infans mediante la prohibición, en una suerte de “paternidad
policial”: la separación es inherente a la posición en la cual el padre se ubica frente a
la heterogeneidad que lo habita como goce, que se transmite en su posición enunciativa
(y no en el enunciado). Podemos pensar la institución del No como objeto en sí, significante,
sin un agente vehiculizador y un sujeto receptor fijo, sino como posiciones permutables de
una estructura hecha carne. No vale un “haz lo que digo, pero no lo que hago”. La
relación al No, no se enseña. Se encarna. Sólo así es posible que sea transmitida.

Aquí es que voy a nombrar, ya en el orden de lo mundano, lo particular, aquello que creo
propio de la transmisión de Simo, transmisión como padre, pero también como psicoanalista

Después de meditarlo un tiempo, pienso que la palabra que lo condensa es “honestidad”.


Como límite y como potencia. Como castración que habilita: es aquello que el otro jamás se
permite, ni se permitiría hacer, a sí mismo. Este no permitirse deshonestidad, casi
impersonal, empuja a Simo a cierto riesgo. Ese es el sesgo con el cual Simo habla de su
clínica, de su experiencia en el consultorio y en el hospital. Siempre va a operar como límite,
el llamado a la honestidad, que vendría a ser algo así como intentar visibilizar las
coordenadas desde las cuales uno cree en cierta verdad, las coordenadas desde
donde uno piensa que habla, brindar al otro algo del contexto que funciona como
paratexto de lo que uno dice. Desde allí, intentar ser consecuente con aquello que se
cree, esto es, hablar desde allí, no desde una posición impostada que permita la
especulación. Correr el riesgo de exponerse. Simo es alguien que me enseñó que se
puede pensar el error, que el caso clínico más valioso para compartir es el que más dudas
nos genera, y que no hay afrenta en equivocarse. Que todavía quedan muchas cosas por
descubrir y por ser inventadas, y que esto además puede ser algo muy disfrutable si se lo
sostiene lúdicamente, con humor, y en la compañía afectuosa de colegas curiosos y lúcidos,
pero sobre todo, amigos. Dejar que el pensamiento devenga, se extravíe, y seguirlo con
confianza hasta que madure y se haga idea. No apresurarse a que las cosas tengan
sentido antes de tiempo.

Y esto es algo que se percibe desde las primeras líneas del libro, en la generosidad con la
que Simo expone aspectos polémicos de su trabajo con pacientes. Arriesgando hipótesis
propias, e intervenciones novedosas, sin garantías. En una de las últimas reediciones,
agregaba el texto “La otra prepsicosis”, en franca contradicción con toda la axiomática que
apostaba a construir en el primer tramo del libro. Todo esto, apuntalado en un caso clínico
en el cual procedió experimentalmente, porque la “aplicación de saber” hubiese
implicado para él en ese momento proceder de manera contraria. Un método de sesgo
pragmático y experimental, un proceso siempre más estocástico que teleológico. Una
brújula en la cual el norte no es el de la pura erudición o del trabajo de investigación
bibliográfico, sino un criterio de contrastabilidad pragmático y atento. Tomando distancia
y advirtiendo con picardía acerca de las imposturas que simulan un saber, rescatando
siempre el valor inapelable de confesar, como el niño que señala al rey desnudo del cuento,
que uno ahí no está viendo nada.

Las viñetas clínicas incluídas en el libro forman decididamente parte de mi formación como
analista, en los extensos diálogos que intercambiamos desde siempre con mi padre,

Mis primeros encuentros con pacientes psicóticos fueron precedidos y acompañados por la
lectura de “Intervenciones sobre el sufrimiento en un paciente psicótico: maniobras en lo
imaginario”, donde Simo relata como le “sigue la corriente” a un paciente paranoico en su
delirio, acompañándolo a identificar a sus perseguidores, para luego escribir en un papel,
como salvoconducto para presentar si era atrapado: “Estoy al tanto de todo”. Si todavía no
lo leyeron, es una novela de Le Carré, pero en el hospital Borda. Así como ese, decenas de
casos, como cuentos cortos, como versiones del análisis, fueron caballitos de batalla para ir
al encuentro con la clínica. Las construcciones teóricas, los saberes, las prácticas, mutaron
vertiginosamente con los años de formación, de debate, de experiencia clínica, y por
supuesto, de análisis personal. Sin embargo, un buen día descubro, pensando en la
intervención para el día de hoy, que ese sello de agua, esa impronta, ese rumbo que apunta
a cierta “honestidad”, ha marcado la dirección en la cual he seguido surcando
irregularmente este océano, ya por caminos nuevos, propios, pero con la confianza de que
la brújula siempre señalará un Norte que llevará a buen puerto

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