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Segunda Palabra que pronunció nuestro Señor Jesucristo en la Cruz

«Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43)

De Pie
«Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, Pero inesperadamente el otro de ladrón crucificado
al lado de Jesús, sale a defensa suya lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos;
en cambio, éste no ha faltado en nada”. Y decía: “acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
«Nunca es tarde si la dicha es buena», asegura la sabiduría popular. En efecto, nunca es tarde para
volver al buen camino y alcanzar la salvación, aunque sea en los últimos instantes de la vida. El
perdón de Dios, invocado por Jesús en la primera palabra, encuentra eco en uno de los dos
malhechores crucificados junto al Señor, mientras el otro se pone a insultarle: «¿No eres tú el
Mesías?, sálvate a ti mismo y a nosotros».

Quizás el reproche respondía a la frustración de quienes habían creído que el Mesías debía liberar al
pueblo de la ocupación de los romanos (cf. Lc 24,21). Ignoraban que el elegido de Dios tenía que
cumplir su función mesiánica como un «hombre de dolores..., traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes...» (Is 52,5-7). Por eso difícilmente podían reconocer en Jesús al Mesías
esperado. Hoy son muchos también los que tienen de Jesús una imagen incompleta o distorsionada,
desconociendo al verdadero Jesús, el de los Evangelios y que se da a conocer en el ámbito de la
comunidad cristiana. En esta segunda palabra Jesús va a colmar los deseos de un pobre condenado a
muerte.
La piedad popular lo ha llamado el buen ladrón. En efecto, se puso a increpar al que insultaba a Jesús:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios...? Y lo nuestro es justo...; en cambio, éste no ha faltado en nada» (Lc
23,40-41). E inmediatamente, vuelto al Señor, le dijo: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
reino» (Lc 23,42; cf. Mt 16,28). Este hombre aceptaba el castigo por el mal que había realizado, pero
sobre todo ponía toda su confianza en Cristo. Por eso nunca es tarde para pedir a Dios el perdón de
los pecados, petición implícita en la sincera confesión: «lo nuestro es justo».
El reconocimiento de culpabilidad del buen ladrón es semejante a la palabra de arrepentimiento del hijo
pródigo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo» (Lc 15,21). El
buen ladrón había tomado conciencia de lo que merecía a causa de sus culpas, según las normas de
la justicia de aquel tiempo. Pero, como en la parábola del hijo pródigo, la justicia va ser sobrepasada
también por la misericordia. Nuevamente, por la fuerza misteriosa del perdón divino invocado por Jesús,
se van a encontrar juntas «la misericordia y la fidelidad» y se van a besar «la justicia y la paz» (cf. Sal
85,11).
«Justicia y paz» unidas por el vínculo de «la misericordia». La justicia no es atropellada ni relegada. Lo
que sucede es que el amor de Dios, manifestado en la misericordia, llega mucho más allá de lo que
sería la estricta justicia restituyendo al hombre pecador su dignidad perdida, es decir, su condición de
hijo como en la parábola del hijo pródigo4. Porque Dios, no solamente es «compasivo y misericordioso»,
sino que revela también ser «fiel a su paternidad, fiel al amor que desde siempre sentía por su hijo»5.
Misericordia y fidelidad son también rasgos característicos por los que Jesús se hace conocer (cf. Hb
2,17).
Su respuesta no pudo ser más alentadora: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc
23,43). Esta es la palabra definitiva, una palabra de absolución por parte de quien ha recibido del Padre
todo poder en el cielo y en la tierra (cf. Mt 28,18) para perdonar los pecados (cf. Lc 5,24) y que confiará
al ministerio de la Iglesia en el sacramento de la Penitencia (cf. Jn 20,23).
El perdón otorgado al buen ladrón le abría las puertas del paraíso. Esto demuestra que todos pueden
obtener el perdón de sus culpas incluso en el último instante de su vida, si se dejan ganar por la gracia
de Jesucristo.
Jesús es consciente de que entra directamente en la comunión con el Padre y de que abre nuevamente
al hombre el camino hacia el paraíso de Dios. Así, a través de esta respuesta da la firme esperanza de

Ministerio de Evangelización, Parroquia San Blas, Diócesis de León


que la bondad de Dios puede tocarnos incluso en el último instante de la vida, y la oración sincera,
incluso después de una vida equivocada, encuentra los brazos abiertos del Padre Bueno que espera el
regreso del hijo”. Pidamos, queridos hermanos, la gracia de una buena muerte para poder contemplar
cara a cara a nuestro Salvador en el Reino de los Cielos.
Todos. Padre nuestro, Dios te Salve Maria…, Gloria…
Canto: Oh mi Buen Pastor

Ministerio de Evangelización, Parroquia San Blas, Diócesis de León

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