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Jesús y su muerte en Cruz, desde la mirada de Benedicto XVI

La teología propuesta por Joseph Ratzinger en el relato de Pasión, nos adentra en


la contemplación del Misterio de la cruz. Un hecho irracional que pone de manifiesto a
la figura de Jesús y su anuncio atravesado por la Palabra de Dios. “No fueron las
palabras de la Escritura lo que suscitó la narración de los hechos, sino que los hechos,
en un primer momento incomprensibles, llevaron a una nueva compresión de la
Escritura”1. Por lo que estamos invitados a aproximarnos a una compresión constitutiva
de las raíces más profundas de nuestra fe.

Precisamente podemos adentrarnos en la Pasión, en lo que se refiere a su


narración desde la óptica teológica, por medio de los textos veterotestamentarios.
Aquellos que son de vital importancia para dicha compresión y que se enmarcan en el
Salmo 22 e Isaias 53, ambos reflejan una convergencia real en la persona de Cristo, una
armonización directa entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

En las oraciones que se entrecruzan en el Salmo 22 el salmista deja en claro el


desesperado grito de sufrimiento que aqueja a Israel y que parece no ser escuchado por
Dios. Sin embargo, bajo apariencia de burla, desprecio y desolación el salmista desde su
angustia convierte esta oración en un clamor vivo.

Por otro lado, se pone de relieve la alabanza en el v.26 (de la gran asamblea) y el
(carácter universal de la Iglesia) toda en el v.28, como respuesta inmediata de un Dios
que acoge al grito de su Hijo bajo expresión de abandono del v.2 “Dios mío, Dios mío
¿por qué me has abandonado?” Bajo el mismo acto sufriente se encarna de manera
cruel, humillado, golpeado, desfigurado, aquel que carga con nuestras dolencias y que el
texto de Isaias 53, 6-7 lo compara como una oveja muda, ante el que la esquila.

Pero la muerte de Jesús no puede ser asumida desde nuestra oración sin poder
antes contemplar el escenario que lo acompaña, aquel donde se enmarca el “perdón”
como petición al Padre asumida desde el Hijo, justificando a los que proceden a su
crucifixión en el grito que no desespera, pero espera con generosidad la reconciliación
de aquellos “que no saben lo que hacen” con el Creador. Puesto que aquí se extiende un
puente que une dos polos opuestos, por un lado, la ignorancia de los que proceden a la
crucifixión con la erudición o aparente sabiduría de aquellos que, conociendo la ley a su
juicio, habilitan el proceder de los primeros. El punto de unión donde convergen estos
1
RATZINGER, J., Jesús de Nazaret, Trad. Del Río J. Fernando, M
polos opuestos son puesto de manifiesto en una incomprendida armonía que se genera
por medio de la “conversión” ofrecida por el Padre, aquella que es habilitada libremente
por el pedido de Jesús, dirá Benedicto XVI.

Lo mismo se reafirmará en el grito de abandono de Jesús en la cruz, aquel que


citamos anteriormente esta enraizado con el Salmo 22, donde la angustia desesperada de
Israel, en esta oportunidad abre la puerta hacia la certeza de una respuesta que el Padre
anticipa en el Hijo por medio de la Salvación de todos.

Así testificamos que la salvación nunca ha sido de carácter individual, sino que,
al contrario, esta nutrido desde siempre en la universalidad que se manifiesta en el
pasado, presente y futuro. Y que los padres de la Iglesia lo llaman “personalidad
corporativa”, reconociendo que Jesús ora como Cabeza y Cuerpo, puesto que ora por
todos como aquel que nos une, teniendo presente nuestras luchas y esperanzas.

Sin embargo, no podemos pasar por desapercibida las palabras del evangelista
Juan en la narración de la muerte en Cruz de Jesús, aquella que reza en el capítulo 19,30
“Todo está cumplido”, debido a que

En el texto griego, esta palabra tetélestai remite hacia atrás, al principio de la Pasión, a la hora
del lavatorio de los pies, cuyo relato introduce el evangelista subrayando que Jesús amó a los
suyos “hasta el extremo télos”. Este “fin”, este extremo cumplimiento del amor, se alcanza
ahora, en el momento de la muerte. Él ha ido realmente hasta el final, hasta el límite y más allá
del límite. Él ha realizado la totalidad del amor, se ha dado a sí mismo.2

Así queda asumido el traspaso radical, y contundente a la propiedad del Padre


Dios. Puesto que el Hijo se ha donado por completo al Padre, para su glorificación. Bajo
la cruz nadie queda exento de esta donación, ni siquiera los paganos, ya que son
sostenidos por las palabras del centurión que reconocen al Dios de Jesús diciendo
“verdaderamente este, es el Hijo Dios”, poniendo de relieve nuevamente el Carácter
universal.

Por lo tanto, la muerte de Jesús como reconciliación “expiación” pone de


manifiesto a la cruz que revela una verdad, aquella que reza la superación de los
antiguos sacrificios ofrecidos de toros y cabríos machos, es decir aquellos animales que
carecen del poder de expiación para el hombre, puesto que no logran purificarlo ni
reconciliarlo con el Creador.

2
RATZINGER, J., Jesús de Nazaret, 211
Todo está dicho por el Padre en la Cruz, ya no hay nada más perfectible que Él
pueda decir, el mundo ya tiene garantía absoluta “el nuevo Cordero de Dios” ha sido
ofrecido por voluntad propia para que la humanidad acceda a la expiación.

“En la Pasión de Jesús toda la suciedad del mundo entra en contacto con el
inmensamente Puro, con el alma de Jesucristo y, así con el Hijo de Dios mismo” 3. La
gracia ha sido derramada, la semilla del bien seguirá nutriéndose del humus que le
asegura una bondad infinita, que ahora tiene presencia operante y activa en el mundo, en
la historia “ En este contacto la suciedad del mundo es realmente absorbida, anulada,
transformada mediante el dolor del amor infinito”4.

Por último, no menos importante podemos centrar la Encarnación de la Palabra,


desde el diálogo íntimo del Padre con el Hijo, aquel que refleja el Salmo 40 en su v 7
“Tú no quisiste victima ni oblación, pero me diste un oído atento, no pediste holocausto
ni sacrificios, entonces dije aquí estoy”. Aquí podemos exaltar por tanto que cuando
más nos configuramos con la Palabra, más hondo cala ella en nuestra carne. Se afirmara
entonces que “ su obediencia corpórea es el nuevo sacrificio en el cual nos incluye a
todos y en el que, al mismo tiempo, toda nuestra desobediencia es anulada mediante su
amor”5.

Por lo mencionado anteriormente, estamos en condiciones de vivir nuestra


experiencia de fe por medio de un nuevo diálogo que entablamos con Dios, gracias a la
obediencia corpórea que ofrece el Hijo en la Cruz, su muerte y resurrección nos habilita
a ofrecernos como nuevo culto en el que el hombre entero se hace Palabra en Dios,
como lo afirma la Carta a los Romanos y que nos invita a “ (…) ofrecer nuestros
cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios; este será nuestro culto
espiritual”.

3
RATZINGER, J., Jesús de Nazaret, 218
4 RATZINGER, J., Jesús de Nazaret, 218
5 4 RATZINGER, J., Jesús de Nazaret, 218

5
De esta manera nuestra existencia queda justificada por medio de un nuevo
diálogo con el Creador, un nuevo culto, que el hombre es digno de ofrecer por la
donación voluntaria y generosa del Hijo. A pesar de todas nuestras miserias, por la
entrega de Jesús en el Padre podemos ser incluidos en su Cuerpo, tan solo requiere la
conversión de nuestras vidas bajo el signo del sacrificio en la Cruz que enraíza y
retroalimenta nuestra fe.

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