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GUION HOMILETICO

VIERNES SANTO

Queridos hermanos, celebramos el viernes santo. En este día


conmemoramos la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Es el
día para meditar, en silencio, el valor de la muerte Redentora de Cristo
en la Cruz. Es un tiempo para confrontar nuestra propia vida delante del
crucificado. Es el espacio del silencio interior colmado de esperanza
porque la muerte de Jesucristo es victoria sobre el pecado y en esperanza
porque esperamos la Resurrección gloriosa del Señor como victoria sobre
la muerte.

Lo primero que debemos recordar es que la Sagrada Escritura siempre


nos ha mostrado el rostro de un Dios cercano, misericordioso, amoroso y
compasivo. Desde el momento de la creación presentada por el libro del
génesis hasta la última parte del libro del Apocalipsis, nos encontramos
con Dios que siempre sale al encuentro del hombre y de manera especial
con el hombre pecador y que sufre, esta es la misericordia de Dios. Dios
que da su corazón, si vida al pecador para ponerlo en el camino de
santidad. El acontecimiento que refleja la cercanía c de Dios al hombre
ha estado en su mimo Hijo Jesucristo. Él es el rostro de auténtico amor
de Dios. “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre” (MV1). Por eso el
viernes santo es la celebración de la cercanía de Dios a la humanidad que
con la muerte de Jesucristo, abre las puertas de la salvación a todo el
género humano.

Esta cercanía es fruto del amor eterno de Dios hacia la humanidad. El


acontecimiento que sella y expresa el amor de Dios es la muerte de Cristo
en la cruz. Esto es lo que hoy celebramos, que Dios nos ama, «Nadie
tiene mayor amor que el de dar la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Una
muerte aceptada como rescate por todos, muerte redentora, muerte que
nos da vida. Es la muestra que ha asumido el ser hombre hasta la muerte
y una muerte de cruz. La cruz es la fuente de toda bendición, la causa de todas
las gracias. “en la Cruz de Cristo se manifiesta el amor infinito de Dios por los
hombres, y cómo a ese amor deben entregarse los cristianos para encontrar la
verdadera sabiduría. En la Cruz se había manifestado el amor gratuito y
misericordia de Dios. Manifiesta todo el poder del Amor infinito de Dios” (Papa
Benedicto XVI). La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de
salvación y de esperanza.
Hoy dirigimos nuestra mirada hacia la cruz. Es vienes de Cruz. Es la cruz
gloriosa, de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte, es la
cruz salvadora, es la expresión más grande del amor de Dios. «La cruz es la
inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre. La cruz es como un
toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del
hombre» (San Juan Pablo II). Es la cruz de la obediencia y fidelidad de Cristo. Por
eso cuando rezamos el viacrucis decimo: “Te adoramos o cruz y te bendecimos
porque con tu santa cruz redimiste al mundo”.

Este viernes santo también es una mira a cada uno de nosotros, porque la
cruz es signo de nuestra respuesta a Dios. La cruz es el camino del
discipulado. Es el ejemplo del discípulo, dar la vida. Somos cristianos,
creemos, amamos y seguimos a Cristo por tanto este seguimiento implica
saber dar la vida por amor a Dios y al prójimo. “Si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese así mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24).
Cargar la cruz es vivir haciendo la voluntad de Dios. «No se trata de una
cruz ornamental, o de una cruz ideológica, sino que es la cruz del propio deber, la
cruz del sacrificarse por los demás con amor por los padres, los hijos, la familia, los
amigos, también por los enemigos, la cruz de la disponibilidad para ser solidarios
con los pobres, para comprometerse por la justicia y la paz. Asumiendo esta
actitud, estas cruces, siempre se pierde algo. No debemos olvidar jamás que “quien
perderá la propia vida [por Cristo], la salvará”. Es un perder para ganar.»
(Homilía de S.S. Francisco, 19 de junio de 2016).

Hermanos que este día santo sea de verdad un tiempo de gracia, de bendición y de
una profunda meditación de nuestra propia vida, de la necesidad de conversión y
de contemplación de la misericordia de Dios.

Pbro. Javier Ignacio Claros


Rector

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