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Colectivo de Autores

La Habana, 2019
Edición y corrección: Oday Enríquez Cabrera
Diseño interior: Salvador González García
Diseño de cubierta: Heinz Benítez Jiménez
Composición: Susel Barceló Castillo

© Gerardo Izquierdo Díaz


© Enrique Manuel Alonso Alonso (†)
© Ulises M. González Herrera
© Giselda Hernández Ramírez
© Roberto Valcárcel Rojas
© Milton Pino Rodríguez
© CITMATEL ®, 2019. Todos los derechos reservados

ISBN 978-959-237-896-4

CITMATEL

Avenida 47 No. 1802 entre 18-A y 20,


Playa, La Habana, Cuba. CP: 11300
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www.libreriavirtualcuba.com
Agradecimientos

Queremos agradecer en primer lugar, a la sagrada memoria de nuestros primeros


padres que en esta madre tierra dieron comienzo a la historia. A los arqueólogos
pioneros que abrieron las brechas por donde transitan hoy generaciones de profesio-
nales, por sus agudezas, sagacidades y propuestas; a ellos que cimentaron las bases
de la Arqueología contemporánea. Al entonces director del Instituto Cubano de
Antropología Jesús R. Robaina Jaramillo, por encomendarnos la tarea de hacer
posible esta obra. Un reconocimiento especial al oponente principal, arqueólogo
Dr. Jorge Ulloa Hung, por sus agudas valoraciones y recomendaciones que per-
mitieron culminar con mayor calidad este libro. Al colectivo del departamento
de Arqueología del Instituto por su colaboración, en especial, en las discusiones y
debates, y por la confianza depositada en el colectivo de autores. En fin, a aquellos
que son capaces de descubrir lo bello en las cosas simples. A todos gracias.
Índice

INTRODUCCIÓN 8
CAPÍTULO 1. FORMACIÓN ECONÓMICO-SOCIAL
PRETRIBAL 15
Generalidades 15
CAPÍTULO 2. ESTADIO TEMPRANO 18
Antecedentes 18
Origen 20
Distribución de la población en Cuba 21
Economía y organización social 23
Aspectos de la superestructura 27
Aspecto físico 28
Distribución en las Antillas 28
Consideraciones finales 29
CAPÍTULO 3. ESTADIO MEDIO 30
Antecedentes 30
Origen, cronología y distribución de la población 37
La economía 39
La recolección 40
La caza 42
La pesca 46
La captura 47
Las materias primas 49
Artefactos e instrumentos 52
El «vestido» 63
Uso del fuego 64
Los sitios de habitación 67
El transporte 72
Otros aspectos sociales y manifestaciones
de la superestructura 75
Aspecto físico 75
Salud y mortalidad 77
Organización social 78
Relación entre comunidades 80
El lenguaje 82
Concepción del mundo 83
Prácticas funerarias 84
Manifestaciones artísticas 88
Consideraciones finales 91
CAPÍTULO 4. ESTADIO TARDÍO 94
Antecedentes 94
La cerámica 97
Artefactos e instrumentos líticos y de concha 98
Economía y organización social 99
Consideraciones finales 100
CAPÍTULO 5. FORMACIÓN ECONÓMICO-SOCIAL
TRIBAL 101
Antecedentes e información básica 101
De la crónica a la arqueología 102
Orígenes 106
La entrada a Cuba 110
La ocupación del territorio 112
Caracterización 115
Aspecto físico 115
Salud 116
Etnicidad 117
Distribución geográfica. Explotación del medio 118
Características de los sitios de habitación 122
Las viviendas 125
El fuego y su utilización 126
Las vías de transportación 127
La agricultura 128
Caza, pesca, captura y recolección 131
Los medios de producción 134
La «industria» alfarera 135
La «industria» de la piedra tallada 138
La «industria» de la piedra en volumen 139
La «industria» de la concha 140
La «industria» del hueso 141
La «industria» de la madera 141
La metalurgia 142
La cestería, el hilado y el tejido 142
El lenguaje 143
La sociedad 144
Composición de la familia 146
Organización de la producción 146
Posición en la comunidad del cacique, el jefe
de familia, el behique y el naboria 148
La transmisión de conocimientos 150
Conceptos morales y normas de conducta 151
La «religión» 152
Las prácticas funerarias 153
Vestidos y ornamentos 155
Otras manifestaciones del arte 158
Consideraciones finales 160
CAPÍTULO 6. DESPUÉS DE 1510… 161
Parte I 161
Parte II 185
Anexos 189
Bibliografía 248
INTRODUCCIÓN

«Por condicional que sea cualquier periodización,


sin ella es imposible un estudio teórico del proceso.
Son necesarios esfuerzos sucesivos en este camino»
Yu. Bromley

Estimado lector:

Ante todo, resulta necesario anunciar que este libro pretende ofrecer algo
más que una nueva aproximación al conocimiento de los grupos humanos
que poblaron el archipiélago cubano antes que ocurriera el llamado «en-
cuentro entre dos mundos» en 1492. Esta aspiración se fundamenta en que,
gracias a los resultados de investigación obtenidos en los últimos años, hoy
existen argumentos para demostrar que la historia de Cuba comenzó hace
más de seis mil años, siendo protagonizada desde entonces y hasta hace casi
500 por aquellos aborígenes; además, de que aquel segmento del proceso
de formación y desarrollo de la sociedad humana en nuestra tierra, no solo
es inseparable de los que le siguieron, sino que en su carácter precedente,
de fundamento o base, condicionó en buena parte los rumbos posteriores
de ese proceso. Para comprobar la validez de esta última afirmación, sin
necesidad de adentrarnos por el momento en complejas consideraciones
teóricas, bastaría meditar acerca de si lo ocurrido después en nuestra his-
toria hubiera sido igual, de haber encontrado Colón aquí a la civilización
maya o azteca… Sin embargo, es un hecho que el criterio de que nuestra
historia comenzó en 1492, 1510 o 1514, sea aún aceptado consciente o
inconscientemente por muchos. Ello obedece a distintos factores causa-
les, como la influencia de conceptos sociohistóricos tradicionales ya su-
perados, pero que aún propugnan muchos en el mundo; porque en esencia
avalan las doctrinas racistas y colonialistas que sustentan ideológicamente

…8…
ABORÍGENES DE CUBA

al imperialismo neofascista de hoy. De ahí la importancia capital que tiene


la demostración de su improcedencia.
Por razones inherentes al desarrollo de la ciencia, así como por influen-
cia de esos conceptos subyacentes, también ha sucedido que arqueólogos e
historiadores han confrontado grandes dificultades para reunir esfuerzos y
encaminarlos a cumplir el objetivo de rectificar tan funesto error.
En el terreno de la investigación histórica, partiendo de fuentes docu-
mentales, el principal obstáculo para profundizar en el tema ha consistido
en la falta o ausencia de referencia directa escrita sobre los pueblos que
vivieron el amanecer de nuestra historia. Debido a su desconocimiento de
la escritura solo quedó como testimonio el legado de los llamados cronistas
o algún participante en el proceso de conquista y colonización temprana
de Cuba en el siglo xvi. Pero aquellos informantes solo contactaron de
manera sostenida con aborígenes agricultores —los únicos que en aquel
momento eran capaces de obtener excedentes estables de su trabajo y, por
tanto, los únicos que resultaban explotables—, de modo que solo sobre
ellos tratan sus observaciones directas.
Asimismo, se debe tener en cuenta que sus capacidades para interpretar
y relatar aquella realidad social que observaban —y que era el producto
de toda una larga historia anterior, que ni siquiera imaginaron— no eran
ni remotamente comparables con las de científicos sociales modernos y
progresistas. De tal manera, hoy el análisis crítico y la correcta interpre-
tación de esos documentos representan un gigantesco reto, portador del
peligro, de conducir a lecturas conclusivas erradas, lo que ha sucedido con
frecuencia.
La Arqueología, por su parte, teniendo sus principales fuentes para in-
vestigar la historia en las evidencias materiales remanentes de la actividad
humana en el pasado, resulta el medio por excelencia para reconstruir lo
ocurrido en aquellos tiempos. Pero, al igual que el documento escrito, la
evidencia material casi nunca dice todo de manera clara y terminante; igua-
les peligros que al historiador, acechan al arqueólogo y semejantes fallos de
interpretación ha cometido reiteradamente.
Como reflejo de todos estos problemas y de su incidencia en la acción
de gran parte de los historiadores y arqueólogos, además del error de no
considerar la época prehispánica como historia, fue generalizada la ten-
dencia positivista de convertir la evidencia arqueológica en objeto de la
investigación, cuando no es más que uno de sus materiales. Tampoco fue
considerada en toda su significación la omnipresente y decisiva relación

…9…
ABORÍGENES DE CUBA

dialéctica entre sociedad y naturaleza, así como abordar la interpretación


de las antiguas relaciones sociales con visión de presente. De este modo
solo logró alcanzar, en el propósito reconstructivo de aquel pasado, con
algunas encomiables y escasas excepciones, a describir muy someramente
la existencia de algunos «complejos culturales», «aspectos», «fases» o «va-
riantes», como entidades inconexas y estáticas.
Valga insistir, en honor a la memoria de nuestros entrañables maestros,
que esos postulados formulados desde otros paradigmas científicos, se
deben ver como resultado natural de los avatares del desarrollo de la Ciencia,
así como del liderazgo que llegaron a obtener aquellas concepciones «pri-
mermundistas» en este campo del conocimiento, problemas que no concier-
nen exclusivamente a la investigación en Cuba y que, afortunadamente, se
encuentran en vías de solución aquí, en nuestra América y en el mundo.
Lo que a continuación se presenta es solo una nueva aproximación al
tema, debido a que el proceso de desarrollo y perfeccionamiento de la
Ciencia —y de los científicos— sigue en curso; por lo que, en la medida que
aumente el universo de evidencias a estudiar, se perfeccionarán los medios
para investigarlas y, tal vez, se consiga partir de enfoques científicos y ob-
jetivos más certeros para planear la investigación e interpretar sus resulta-
dos, logrando de manera gradual perfilar con nitidez todo lo ocurrido en
aquella historia.
Por el momento, se ha tratado de señalar con claridad aquello que
puede darse por probado y todo lo que no rebasa los niveles de hipó-
tesis fundadas y contrastables o de simple inferencia y así, en adición
al valioso nuevo conocimiento histórico que se presenta, se aporta un
registro de lo que queda por precisar mediante investigaciones futuras;
he ahí el valor agregado que asignamos a esta nueva aproximación al
conocimiento del más antiguo, prolongado y desconocido segmento de
nuestra historia.
También es necesario aclarar que esta no es una obra escrita para uso
exclusivo de especialistas, debido a que se ha identificado como necesidad
prioritaria, la de poner estos conocimientos a disposición de los educa-
dores cubanos de todos los niveles, quienes encontrarán en estas páginas
información básica para aproximarse un poco más a explicar en las aulas,
no solo a relatar, qué sucedió realmente en esa historia.
De ahí que se haya procurado emplear a lo largo de todo el texto un len-
guaje claro y directo, así como un estilo de redacción acorde, igualmente,
con el propósito de facilitar la comunicación con los principales receptores

… 10 …
ABORÍGENES DE CUBA

a quienes va dirigido, lo que además justifica la reducción al mínimo de las


citas, notas y referencias intercaladas en el texto, y puede no satisfacer a los
especialistas, aunque la bibliografía general de la obra contenga la totalidad
de las fuentes consultadas (no solo las citadas) y, por tanto, la identificación
de los autores de otras investigaciones que han contribuido a completar los
conocimientos que se presentan.
Entonces, aunque con el riesgo de complicar la deseada fluidez del
discurso, es inevitable exponer ahora el fundamento teórico de nuestro
enfoque, con el fin de que ese resultado de investigación consiga también
demostrar científicamente su validez.
En primer lugar, recalquemos que el hecho de disponer de información
necesaria para comenzar a descifrar la vida aborigen aquí, fue lo que reafir-
mó que nos hallábamos ante un proceso continuo de formación y desarrollo
de la sociedad humana en este espacio, de modo que fueron las comunidades
aborígenes las verdaderas protagonistas de los primeros capítulos de nuestra
historia, como ya lo habían sugerido algunos otros investigadores, aunque
sin toda la fundamentación de que hoy se dispone.
Con este enfoque era imprescindible revisar críticamente los modelos
de periodización vigentes —también a la luz del resultado de un análisis
crítico de las distintas concepciones filosóficas aplicadas en diferentes mo-
mentos para tratar de explicar la historia—, de modo que aquellos se pu-
dieran acercar más a cumplir su misión, de reflejar en toda su complejidad
y significación aquel proceso.
Con fundamento filosófico en el materialismo histórico y, aplicando
principios de la Arqueología como ciencia social para interpretar la infor-
mación más actualizada disponible sobre el objeto «Comunidades Abo-
rígenes de Cuba», identificamos en ellas la presencia de dos formaciones
económico-sociales (Marx, 1951:76), sustentadas por la evidente existencia
de dos bien definidos modos de producción y correspondientes superes-
tructuras que, aunque reflejan dos etapas sucesivas en cuanto a desarrollo
socioeconómico, coexisten durante siglos en Cuba, mientras que el segun-
do no es aquí consecuencia evolutiva del primero.
Reconociendo que la obtención de alimento es la actividad humana
primordial, sin la que no se puede realizar cualquier otra, aplicamos el con-
cepto según el cual se puede definir un modo de subsistencia en el que
«predomina la apropiación de los productos que la naturaleza da ya hechos,
en el que las producciones artificiales del hombre están destinadas, sobre
todo, a facilitar esa apropiación (Engels, 1975) y otro modo en el que «se

… 11 …
ABORÍGENES DE CUBA

aprende a incrementar la producción de la naturaleza mediante el trabajo


humano» (ibídem), el cual, en el caso de Cuba, se evidencia por la práctica
de la agricultura sistemática, productora de excedentes estables, sin aban-
donar las actividades apropiadoras.
En ambos casos, esas características de las fuerzas productivas se
acompañan de sus correspondientes relaciones sociales de producción y
aspectos de la superestructura, de manera que todo ello permite avalar la
existencia de las dos referidas formaciones económico-sociales, caracteri-
zadas, cada una, por una economía «apropiadora» o «productora», con sus
correspondientes formas de organización social «pretribal» o «tribal». Por
tanto, optamos por denominarlas abreviadamente «formación pretribal» y
«formación tribal», así como a sus protagonistas, «apropiadores» y «produc-
tores», respectivamente.
Los rasgos esenciales de ambas formaciones, según estudios de Luis
Felipe Bate (1998), que interpretamos de manera resumida al aplicarlos a
Cuba, son:

Formación pretribal

• Los recursos alimentarios se obtienen principalmente mediante la


apropiación de productos de la naturaleza.
• Ausencia de excedentes estables de alimentos.
• Ausencia de clases sociales.
• Propiedad colectiva de los medios de trabajo, con algunas formas de
propiedad individual, pero aún no sobre los objetos naturales de tra-
bajo.
• División natural del trabajo, por sexo y edad.
• Distribución igualitaria.
• Partiendo de la unidad básica de la gens o familia consanguínea,
como necesidad para garantizar la subsistencia y la reproducción,
inicialmente se organizan pequeñas comunidades («bandas mínimas»
u «hordas»), compuestas por 25 o 30 personas integrantes de varias
familias.
• Ausencia de sedentarismo absoluto, practicándose primero el noma-
dismo total y después, la migración estacional o la explotación de un
territorio durante todo el ciclo anual; en ambos casos con rotación
supra anual de territorios.

… 12 …
ABORÍGENES DE CUBA

Formación tribal

• La producción agrícola sistemática se incorpora a las actividades


apropiadoras.
• Producción de excedentes estables de alimentos.
• Ausencia de clases sociales.
• La propiedad colectiva se extiende a los objetos naturales de trabajo
de un territorio.
• División natural del trabajo por sexo y edad, introduciéndose la
división social del trabajo entre productores directos de alimentos y
artesanos.
• Sobre igual base de la familia consanguínea se amplía el alcance de las
relaciones de parentesco y crece la densidad poblacional.
• Se establece el modelo tribal de relaciones sociales, surgiendo una estruc-
tura dirigente que toma decisiones, organiza el trabajo y la distribución
de sus productos, así como las relaciones intercomunales y la defensa.
• Existencia de asentamientos poblacionales permanentes (sedentarismo).

En cuanto al polémico tema de la interpretación de la categoría «cultura»,


debido a la pluralidad de significados o —polisemia de esa palabra—, se
debe aclarar que partimos del presupuesto según el cual, el objeto de estu-
dio de la arqueología es la sociedad en su devenir histórico y, entendiendo
que la cultura es solo una de sus manifestaciones más particulares que se
expresa como «efecto de las condiciones concretas de existencia de una
formación económico social (FES)» (Bate, 1998:68, resumido); no compar-
timos el criterio tradicionalmente asumido por algunos antropólogos, se-
gún el cual se sitúa a la cultura de los pueblos desaparecidos como principal
objeto de estudio de la arqueología.
Además, comprendiendo que dentro de una misma formación econó-
mico social existen diferentes «condiciones concretas de existencia», las
cuales dan lugar a distintos modos de vida, es válido reconocer que dentro
de la propia formación pueden haber distintas culturas. Y es por todo eso
que no le otorgamos a la categoría «cultura» el papel determinante en la
identificación de segmentos socioeconómicos diferenciables en cuanto a
niveles de desarrollo y cronología, por todo lo cual, sin descartarlo, debe-
mos ser más cuidadosos al emplear el controvertido término.
Tras este necesario paréntesis teórico, que indudablemente será mejor
comprendido y aceptado cuando se aprecie su aplicación práctica en el

… 13 …
ABORÍGENES DE CUBA

contenido de los capítulos aquí, agreguemos que este resultado, de nues-


tros modestos esfuerzos, no se debe considerar como un libro de texto ni
como un tratado científico especializado; solo pretendemos que pueda
contribuir en algo a que se generalice, entre todos los cubanos, un nuevo
nivel de aproximación al conocimiento de sus verdaderos orígenes, de ma-
nera que algún día no muy lejano todos estemos en condiciones de procla-
mar, a plena conciencia y con absoluta satisfacción y certeza, lo que hoy
solo pudieran decir algunos investigadores avanzados: «Porque sé de dónde
vengo, descubro hacia dónde voy, conozco mejor quién soy, más defiendo
lo que tengo... Que, en cuanto a tener, yo tengo algo más que Nicolás, por-
que yo tengo además, esto que andaba perdido: tengo lo que se ha vivido
aquí, todo el tiempo atrás».

Enrique Manuel Alonso Alonso, 1996.


Instituto Cubano de Antropología.

… 14 …
CAPÍTULO 1.
FORMACIÓN
ECONÓMICO-SOCIAL
PRETRIBAL

Generalidades
Los grupos humanos que poblaron más tempranamente el archipiélago, y
que dieron comienzo a la historia de Cuba, basaban su subsistencia en la
apropiación de los productos de la naturaleza —según indica la arqueo-
logía—, de modo que es posible considerar aquellas comunidades como
representantes de la denominada «formación pretribal».
El carácter pretribal de esta formación radica, precisamente, en las condi-
ciones creadas por aquel tipo de economía, ya que la ausencia de excedentes
estables de alimentos, así como la consecuente baja densidad poblacional, no
requerían ni permitían formas superiores de organización social como la tribu.
Aunque en constante desarrollo por causas evolutivas y transculturales,
los principales rasgos socioeconómicos que caracterizan esta formación se
manifestaron en Cuba entre no menos de 6000 y probablemente 400 años
a.p. (antes del presente); de tal manera, y dando fe de las particularidades de
la historia, esta formación llega a coexistir con la que le sucedió en el tiempo.
Para entrar en el conocimiento de toda esta complejidad, es inevitable
recurrir a nuevas subdivisiones, que permitan ir caracterizando más clara-
mente los distintos momentos del proceso histórico en general y de esta
formación en particular. Estas se dividen operativamente en tres estadios:
temprano, medio y tardío, que no marcan «fronteras» cronológicas rígidas
y absolutas en el decursar del proceso en el territorio.

… 15 …
ABORÍGENES DE CUBA

Es necesario aclarar que el término «estadio» responde, hasta donde ha


informado la arqueología, a lo largo de los referidos milenios en los que
apareció esta formación en Cuba, a que se aprecien algunos cambios que
implican desarrollo —dado por la evolución y la transculturación, que se-
rán expuestos oportunamente—, pero siempre dentro de los marcos de
aquel modo de producción y correspondiente superestructura más genera-
les que caracterizan a la formación pretribal.
Con respecto a esos estadios, téngase presente que el primero de ellos fue
el iniciador de la historia de Cuba, con el arribo gradual de escasos y pequeños
grupos humanos apropiadores, los cuales, a lo largo de más de tres milenios
se extendieron por el territorio, evolucionando, desarrollándose o recibiendo
aportes de nuevos pobladores y, por tanto, creando las condiciones básicas
para que en cierto momento se pudiera identificar el inicio del estadio medio
durante el cual, y por otros 3000 años, se manifestaron en toda su riqueza,
significado y complejidad, las características de aquella formación.
A su vez, el tránsito del estadio medio al tardío solo se puede probar por
la evidencia de algunos grupos de apropiadores medios, quienes comenza-
ron a incorporar a sus cuerpos conocimientos sobre la tradición técnica
de la cerámica, probablemente por contacto, préstamo o transculturación
con nuevos «inmigrantes», portadores de una economía de producción.
Por todas esas razones, el estadio medio no solo aporta mayor canti-
dad y calidad de evidencias materiales para investigarlo y conocerlo, sino
que también, es donde la formación pretribal en Cuba alcanza su plenitud,
de modo que la descripción y explicación de muchos aspectos, comunes a
todos sus estadios, se han incluido en este, lo cual justifica plenamente la
extensión o volumen de este texto.
En cercana relación con todo lo expuesto está que gran parte de los si-
tios vinculados a este estadio o a investigaciones que se citan sobre él, se
ubiquen en la provincia de Pinar del Río. Ello obedece a las siguientes ra-
zones: el espacio que ocupa la décima parte del territorio nacional, a cau-
sa de su posición relativa dentro del archipiélago cubano y las Antillas; y
las particularidades del inicio de la historia en esta parte del mundo, hasta
donde se sabe hoy, no alcanzó a ser realmente poblado de forma estable en
la época prehispánica por aborígenes productores, según lo indican más de
40 años de exploración sistemática.
Esta singularidad lo convierte en polígono por excelencia para investi-
gar el estadio medio que, afortunadamente, se ha podido materializar por
un mismo colectivo científico de manera ordenada y sistemática.

… 16 …
ABORÍGENES DE CUBA

He aquí que se disponga de más información confiable y sistematizada


sobre los apropiadores medios procedentes del territorio pinareño, lo cual
ha permitido identificar regularidades que pudieran ser válidas para cono-
cer mejor ese segmento del proceso histórico en toda Cuba.
Téngase en cuenta todo lo expuesto preliminarmente aquí, durante el
estudio de esta nueva aproximación al reconocimiento de los primeros pa-
dres cubanos.

… 17 …
CAPÍTULO 2.
ESTADIO TEMPRANO

Antecedentes
El nivel de desarrollo socioeconómico y cultural de los apropiadores
tempranos en Cuba, ha sido comparado con el del paleolítico superior
euroasiático, aunque no así su antigüedad. Realmente, no es posible afirmar
con seguridad que los 5140 años a.p., registrados con procedimientos con-
fiables en el sitio Farallones de Levisa I, Mayarí, correspondan al momento
inicial de la historia de Cuba; todo parece indicar, como se verá más adelan-
te, que ese crucial momento puede ser mucho más antiguo.
Esta incertidumbre proviene de que, tanto esa antigüedad como la na-
turalmente baja densidad poblacional, propia de aquel nivel de desarrollo
y de las circunstancias en las que comenzó aquel poblamiento, traían por
consecuencia que las evidencias materiales de la vida y actividad de aquellos
grupos —única fuente existente para conocer lo sucedido entonces— sean
escasas y pobres, lo que determina el bajo nivel de conocimiento alcanzado
sobre este estadio. Por lo pronto es posible inferir con cierta base que se
prolongó hasta hace aproximadamente 3000 años; por lo que, de haber
comenzado realmente hace unos 6000, se le puede asignar una duración
de no menos de tres milenios.
No obstante, por lo antes señalado y por la obtención de otros fechados
en varios sitios en estudio, no es desacertado tener en cuenta que la antigüe-
dad de los primeros poblamientos pudiera alcanzar hasta los 10 000 años.
Los primeros indicios arqueológicos, que conducirían a identificar la
existencia del estadio temprano en Cuba, fueron encontrados en el territo-
rio de la actual provincia de Holguín por Antonio Núñez Jiménez (1980),
a finales de la década del treinta. Sin embargo, fue más de 30 años después,

… 18 …
ABORÍGENES DE CUBA

con los estudios del especialista polaco Janus Kozlowski (1975), que se de-
finió el significado histórico de aquellos indicadores, los cuales consistían
principalmente en contextos arqueológicos, con la presencia de una muy
particular tipología de artefactos líticos, sobre los que se tratarán en detalles
en las siguientes páginas.
Durante las décadas del sesenta, setenta y ochenta se investigó
intensamente en las áreas de Seboruco, Levisa, Melones y El Purio, todas
en Holguín, por los siguientes autores: Milton Pino (1962), José Manuel
Guarch y Ernesto Tabío (1964), Janus Kozlowski, Oswaldo Teurbe y Milton
Pino (1973), Jan Trzeciakowski y Jorge Febles (1981), Jorge Febles y Alexis
Rives (1983, 1984), Jorge Febles, Alexis Rives y Frank García (1985), Ruslán
Vasilievski y otros (1986), y Jorge Febles (1984, 1986, 1987); y se reali-
zaron estudios tecnotipológicos de grandes grupos de muestras líticas.
Estos resultados, unidos a consideraciones preliminares de paleopaisajes y
sedimentos geológicos, demostraron que aquellas podían ser más tempra-
nas de lo que se pensaba con antelación.
En años posteriores se desarrollaron otras investigaciones relativas a
esos grupos, esta vez en territorios de las provincias centrales y occiden-
tales. Así se descubrieron y estudiaron las estaciones Cambaíto, Punta del
Vizcaíno y Sierrezuela en el municipio de Caibarién, provincia de Villa
Clara (Godo y otros, 1987).
También en el municipio de Limonar, en la provincia de Matanzas, se
reportaron y trabajaron emplazamientos localizados en las cuencas de los
ríos Morato-Canímar-Yaití (Godo y otros, 1987; Martínez, Rives y Baena,
1993) y en el área del cañón del río Camarioca (Miranda, Esquivel y Sampé,
comun. pers.).
Son destacables los reportes que se produjeron en la provincia de Villa
Clara a partir de los años noventa del siglo pasado, donde se llegaron a con-
tabilizar más de 200 lugares con presencia de evidencias aparentemente
muy antiguas, los cuales aún carecen de estudios especializados que pue-
dan afirmar en todos los casos la verdadera filiación (Sampedro, Izquierdo,
1998; Sampedro, Izquierdo, Grande y Villavicencio, 2001 y 2003).
A partir del momento en que por vía arqueológica se identificó en Cuba
la presencia de antiguos grupos humanos con aquel nivel de desarrollo, es-
tos fueron denominados con fines de estudio, de distintas maneras: «paleo-
líticos», «complejo Seboruco-Mordán», «protoarcaicos», «paleoarcaicos»,
«paleoindios», «comunidades preagroalfareras con tradiciones paleolíticas»
y «cazadores-recolectores», atendiendo a los presupuestos en los que se

… 19 …
ABORÍGENES DE CUBA

sustentaban diversos enfoques científicos vigentes en el mundo durante


las últimas décadas del siglo xx. Hoy, se denominan abreviadamente «apro-
piadores tempranos».

Origen
Con respecto a la procedencia de esos primeros pobladores, aún no exis-
te una identificación certera del lugar o los lugares desde donde partieron
para llegar hasta aquí y, aunque se supone, procedan de alguna región del
ámbito continental circumcaribeño, la migración desde otras islas antilla-
nas no se puede descartar, ya que su presencia fue detectada en Haití y
Santo Domingo hace 5580 años.
Pero para conseguir aproximarse algo más a la solución de este im-
portante problema, es preciso tener en cuenta no solo la semejanza en-
tre «industrias líticas» u otras tradiciones técnicas que, con antigüedades
congruentes, se apreciaban en Cuba y en otras regiones circundantes,
para después suponer que aquellas migraciones necesariamente tuvieron
que producirse desde allí y a través de los espacios marítimos más cortos
—como casi siempre se ha creído—, olvidando la decisiva influencia de las
corrientes marinas sobre la navegación primitiva, sino que esos viajes no
pudieron ser planeados con anticipación, mientras sus protagonistas no
conocieran lo que había detrás del horizonte marino.
No obstante, sí es seguro que para ellos la exploración constante —por
tierra o por mar— era ya un principio omnipresente, impuesto por la ne-
cesidad de acceder a nuevos territorios cuando la «capacidad de sustenta-
ción» de los que explotaban sostenidamente se iba agotando... recuérdese
que esa es la principal causa de la dispersión de la especie humana por todo
el planeta desde hace millones de años.
Por tanto, puesto que las corrientes marinas y también los vientos rei-
nantes tuvieron que influir sobre las trayectorias de aquellos desplaza-
mientos más que las distancias a recorrer, no es imprescindible suponer
que para llegar a Cuba fue inevitable transitar a través del estrecho de la
Florida, con apoyo del posiblemente emergido entonces Banco de Bahamas
o a través de la cadena de islas, igualmente emergidas, que se extendió entre
el cabo de Gracias a Dios (Honduras-Nicaragua) y Jamaica.
Lo único cierto hasta ahora es que se ha detectado, con antigüeda-
des aceptablemente congruentes, la presencia de tradiciones técnicas de
talla de artefactos líticos parecidas a las que poseyeron los apropiadores

… 20 …
ABORÍGENES DE CUBA

tempranos de Cuba, en el suroeste de Norteamérica, en la costa caribeña


de Centroamérica (Belice y Nicaragua) y, tal vez, en la costa centro-occi-
dental de Venezuela (Estado de Falcón), regiones todas que pueden haber
sido puntos de partida de los primeros pobladores. Pero lo ocurrido real-
mente entonces está aún por probar.

Distribución de la población en Cuba


Aspecto no menos conflictivo es la distribución de la población de apro-
piadores tempranos en el territorio cubano. Esto se debe a que, hasta hace
muy poco, el único elemento tenido en cuenta para identificar su presencia
en un contexto arqueológico, era el hallazgo en él de artefactos de piedra
tallada con características «tecnotipológicas» similares a las de la llamada
«industria Seboruco-Mordán», denominada así por dos de los sitios donde
fue detectada, en Cuba y en República Dominicana respectivamente, aun-
que su antigüedad en Mordán es alrededor de 500 años menor que la de
Cuba. Esta «industria» se caracteriza, en lo fundamental, por la elaboración
de artefactos líticos mediante la percusión directa, indirecta y el retoque,
consiguiéndose con ello láminas y lascas generalmente de grandes dimen-
siones, que sirvieron como cuchillos, raspadores, tajadores, cuñas, buriles,
perforadores y puntas de proyectil.
Pues bien, siguiendo aquella norma, se identificó abundante presen-
cia de apropiadores tempranos en las cuencas de los ríos Mayarí y Levisa
—provincia de Holguín— y en el norte de la provincia de Villa Cla-
ra, con ciertas particularidades allí, así como indicios de su presencia en
varios sitios de otras provincias orientales y de las provincias de Matanzas y
Cienfuegos.
Al examinar esta distribución espacial, teniendo en cuenta otro aspec-
to de la relación sociedad-naturaleza también olvidado, se descubre que
la materia prima lítica con las características físicas imprescindibles para
poner en práctica aquella tradición técnica o «industria», existe en Cuba
casi exclusivamente en las mencionadas regiones…
Esta coincidencia solo pudiera tener dos explicaciones:

1. Afirmar que los apropiadores tempranos vivían exclusivamente en las


regiones donde existía, en la naturaleza, la materia prima adecuada
para poner en práctica ciertas técnicas tradicionales de construcción
de artefactos de piedra tallada, y cuando los recursos alimentarios a

… 21 …
ABORÍGENES DE CUBA

disposición de sus limitados medios de apropiación se agotaban en


esos espacios, a causa de la explotación sostenida y del crecimiento
poblacional, perecían por inanición... pero esto les negaría no solo
la condición de seres pensantes propia de la especie humana, sino
hasta la condición de animales inferiores. Esta explicación se rechaza
rotundamente.
2. O que los apropiadores tempranos alcanzaron la supervivencia
milenaria porque, cuando los recursos alimentarios comenzaban a
escasear como resultado de su explotación sostenida y del crecimiento
poblacional en un territorio, se desplazaban hacia otros, donde, en de-
pendencia de la existencia o no de la materia prima adecuada, cons-
truían sus artefactos líticos a la manera tradicional o adaptaban sus
técnicas y diseños a las posibilidades del material disponible en esos
espacios. De ahí se concluye entonces que las características tecnoti-
pológicas de los artefactos de piedra tallada, asignables a la «industria
Seboruco-Mordán» u otras de semejante «antigüedad», no se pueden
aceptar como únicos indicadores de la presencia de apropiadores
tempranos en los contextos arqueológicos y, por tanto, que aquellos
aborígenes, aunque siempre con ínfima densidad poblacional, pue-
den haber llegado a extenderse por toda Cuba durante los no menos
de 3000 años de duración que, como mínimo, es posible asignar al
estadio temprano. Entonces, se opta por esta explicación.

Teniendo en cuenta también lo que hoy se denominaría «carta tecnológi-


ca» para la construcción de aquellos artefactos, nunca estuvo escrita en ma-
nuales, sino que se transmitía directamente de generación en generación.
Hay que comprender que cuando alguno de los grupos humanos radicó
durante un período superior a la vida de dos generaciones en territorios, en
ausencia de la materia prima adecuada para ponerla en práctica, esa «carta
tecnológica», indicadora de aquella tradición técnica o «industrial», se per-
dió para ellos definitivamente.
Esta consideración, además de contribuir a explicar algunos elementos
palpables de un proceso de cambio «cultural», permite inferir que los por-
tadores de esa tradición técnica pueden haber arribado a Cuba por algunas
de las regiones donde existía la materia prima adecuada para ponerla en
práctica o, cuando menos, llegaron a ocuparlas en momentos separados
por no más de 30 años o 40 años de su llegada, lo que también contribuye
a fortalecer un tanto la hipótesis de su arribo por la costa septentrional y,

… 22 …
ABORÍGENES DE CUBA

así, con procedencia estadounidense, aunque no necesariamente siguiendo


la ruta Florida-Bahamas.
Otro de los indicios que sostiene la tesis de la presencia de apropiado-
res tempranos en toda Cuba es el hallazgo de algunos artefactos similares
a los típicos de la «industria» Seboruco-Mordán, construidos con la roca
silícea característica de la región de Mayarí, en las capas más tempranas
de dos residuarios arqueológicos (cueva Funche y cueva de la Pintura) de
la península de Guanahacabibes, en el extremo occidental de Cuba y de
las Antillas, así como en áreas alteradas de otros dos sitios (cueva de los
Musulmanes y cueva del Guayacán) y de otros dos de la provincia de Pinar
del Río.
Todo esto sugiere que aquellos lugares pudieron ser habitados por apro-
piadores tempranos procedentes de las regiones oriental o central que, en
sus constantes desplazamientos para procurar su sustento, llevaban consi-
go algunos instrumentos de trabajo construidos con anterioridad en leja-
nos lugares. Es indiscutible que esa materia prima no existe en la geología
de Guanahacabibes ni en la de otra zona de Pinar del Río; de cualquier
manera, es indudable que, si bien la existencia de esos artefactos en un con-
texto arqueológico puede probar la presencia de apropiadores tempranos
en él, la falta de aquellos no prueba la ausencia de estos allí, por todas las
razones antes expuestas.
Es preciso agregar que algunas de las evidencias de piedra tallada asig-
nables a este estadio, encontradas en el norte de Villa Clara —incluyendo
parte del norte de la actual provincia de Sancti Spíritus— difieren tipo-
lógicamente de las típicas de la «industria» Seboruco-Mordán, pero son
igualmente aceptadas como de antigüedad o primitivismo semejante; de
manera que lo señalado para los indicadores «seborucoides» también es vá-
lido para estos otros.

Economía y organización social


En cuanto a economía y organización social de los apropiadores tem-
pranos, hay que reconocer que las investigaciones realizadas hasta hoy en
el terreno no aportan mucho sobre estos temas, pues, como se ha aprecia-
do, no se había llegado a profundizar en algunos aspectos clave para identi-
ficar los indicadores arqueológicos capaces de demostrar su presencia, de
modo que esta se asociaba solo con el hallazgo de los citados artefactos de
piedra tallada.

… 23 …
ABORÍGENES DE CUBA

Por esa razón también, la mayoría de los sitios reportados, vinculados


a este estadio, consiste en paraderos-talleres, en los que abundan esos ar-
tefactos, restos de talleres remanentes del proceso de su construcción, y
los instrumentos empleados en él, con escasez o ausencia absoluta de evi-
dencias de otras actividades, capaces de informar sobre otros aspectos de
la vida de aquellos grupos, todo lo cual demuestra la improcedencia de la
concepción positivista de convertir la evidencia arqueológica en objeto de
la investigación, cuando no es más que uno de sus materiales.
Otra limitante ha sido la tendencia a considerar el «sitio arqueológico»
—o sea, el lugar donde se han conservado naturalmente evidencias materia-
les de la vida y actividad del hombre— necesariamente vinculado a un solo
grupo humano o a una sola «cultura» o a un solo período de ocupación, cuan-
do lo más probable y natural es que un lugar con excelentes condiciones para
acampar sea usado reiteradamente, incluso a través de milenios, por todos
los que pasaran por allí, con la necesidad de hacer un campamento.
Siendo así, es muy común la existencia de lo que se ha dado en llamar
«sitios multicomponentes», es decir, contextos arqueológicos en los que se
registra la presencia, a través del tiempo, de múltiples «usuarios» del lugar
que dejaron, por tanto, un complejo y variado universo de evidencias muy
difícil de interpretar de manera objetiva; a todo lo que hay que agregar que,
de unos 200 sitios reportados, supuestamente habitados por apropiadores
tempranos, solo se han excavados aceptablemente cuatro, de los que solo
uno no parece ser multicomponente ni estar alterado. No obstante, sobre
la base de la etnografía comparada, el conocimiento del medio ambiente y
la escasa evidencia arqueológica disponible, se puede adelantar, con carác-
ter de hipótesis fundada, algo más sobre cómo fue la vida de los apropiado-
res tempranos.
Partiendo de lo que se ha logrado descifrar hasta hoy sobre el modo
de subsistencia de aquellos apropiadores tempranos, se puede inferir que
estuvieron organizados en pequeñas comunidades (o «bandas mínimas»,
según Bate, 1998), compuestas por no menos de dos «grupos familiares», y
cuyo número estaba determinado por imperativos de eficiencia económi-
ca, es decir, que no podían dejar de ser autosustentables por exceso o por
falta de integrantes.
Se calcula, provisionalmente para una comunidad, un número de 20 a 30
individuos como máximo, señalando que buena parte de ellos debieron ser
niños y adolescentes. Este criterio se fundamenta, porque entonces tuvo
que ser muy baja la esperanza de vida, por causa de los efectos negativos

… 24 …
ABORÍGENES DE CUBA

para subsistir a fenómenos meteorológicos adversos, a enfermedades in-


controlables, a desnutrición eventual y de accidentes; además, la influen-
cia en la baja densidad demográfica propia de ese nivel de desarrollo,
indica que únicamente una alta fertilidad pudiera explicar la superviven-
cia milenaria de aquellos apropiadores tempranos. Recuérdese también
que aquella baja densidad demográfica es precisamente uno de los más
sugerentes indicadores de la forma de organización pretribal que prac-
ticaron.
En cuanto a los mencionados grupos familiares, son grupos de parientes
por línea materna, en los que estaba vedada la relación sexual entre sus
miembros, de modo que cada comunidad, para reproducirse, debía estar
integrada por dos o más de ellos. En otras palabras, se estima que para ese
entonces existía, al menos de forma incipiente, la gens matrilineal como
molécula esencial de aquella sociedad y, en consecuencia, al menos, se co-
menzaba a perfilar el principio de la exogamia gentilicia.
Ahora bien, teniendo en cuenta que la migración hacia Cuba, la cual dio
lugar a su poblamiento inicial por estas comunidades, no pudo en modo al-
guno consistir en «oleadas» masivas. Pudiera pensarse que el primer grupo
en pisar tierra cubana debió estar integrado, al menos, por adultos de am-
bos sexos, de manera que pudieran reproducirse; aunque también pudiera
ser que muy poco después arribaran por lugares cercanos otros grupos con
igual o distinta procedencia y así, en tiempo relativamente corto, pusieran
en práctica los mecanismos sociales antes citados.
De cualquier manera, sí es indiscutible que los primeros pobladores del
territorio cubano, aunque herederos y portadores de una cultura, que no
por primitiva dejaba de ser el producto de la acumulación de conocimien-
tos lograda por miles de generaciones anteriores, provenían de otras tierras
con distintas características medioambientales; de modo que debieron
comenzar por tratar de descifrar los secretos de la naturaleza, adaptando
activamente a ella su bagaje cultural para lograr cada vez más eficientes
medios y vías de apropiación de los recursos naturales, como garantía de
subsistencia y desarrollo, o sea, necesariamente se manifestó durante este
estadio, como en cualquier otro, la evolución de la sociedad.
Por tanto, en cuanto a los modos de subsistencia, aquellas comunida-
des sin dudas, practicaron la caza, la captura, la pesca y la recolección de
productos vegetales y moluscos, con énfasis en unas u otras de esas activi-
dades, motivado no solo por la eficiencia de los medios de que dispusie-
ran para practicarlas con éxito, sino también, de la particular distribución

… 25 …
ABORÍGENES DE CUBA

espacial de aquellos recursos naturales en los distintos paisajes explotados,


y de sus ciclos de abundancia-escasez estacional.
Ya, desde aquel tiempo, los recursos alimentarios proporcionados por
los bosques de tierra adentro a los apropiadores en Cuba, escaseaban crí-
ticamente durante la estación seca de cada año (noviembre-abril, según el
calendario actual), razón por la cual en esas temporadas era imprescindible
para aquellas comunidades acercarse a las costas, para explotar los recursos
marinos.
La suposición de que hubo campamentos de tierra adentro habitados
«permanentemente», parece ser errónea. Todo esto demuestra que no es
posible establecer «modelos subsistenciales característicos» de estas co-
munidades, sobre la base de estudios de restos de alimentos practicados
aisladamente, sin un plan previo, dirigido a buscar regularidades y ten-
dencias.
Por estas razones, todos los apropiadores nunca pudieron ser comple-
tamente sedentarios y, como característico de este estadio temprano, se
acepta el nomadismo total de las comunidades, o sea, que al parecer no se
llegó a sistematizar entonces la explotación de un territorio dotado de re-
cursos marinos y de tierra adentro desde campamentos fijos o estacionales
hasta que aquellos comenzaran a agotarse, sino que se movían sin un «pro-
grama» de retorno sistemático a lugares anteriormente habitados, práctica
que pudiera contribuir a explicar las exiguas acumulaciones de restos de
habitación encontradas en los sitios conocidos.
Además, es inevitable aclarar que la suposición sostenida por algunos
(Moreira, 1999:10; Torres y Loyola, 2001:12), de que aquellos primitivos
grupos humanos, al arribar a territorio cubano se vieron obligados a esta-
blecerse en las costas, porque sus rudimentarios medios de trabajo no les
permitían superar el obstáculo que para penetrar tierra adentro les oponía
una vegetación tupida, es probadamente errónea.
Es aceptable también que entonces solo pudo existir una división na-
tural del trabajo, correspondiendo a mujeres y niños tareas de atención a
menores y enfermos, mantenimiento del sitio habitado, preparación de
alimentos, conservación del fuego y recolección de frutos y moluscos o
captura de crustáceos en el entorno cercano del campamento.
Los adultos masculinos y los adolescentes pudieron encargarse princi-
palmente de la caza, la pesca, la colecta y elaboración de materia prima
lítica y madera (como leña para el fuego y para otros usos), de la recolec-
ción y captura de otros recursos alimentarios a mayores distancias, y de las

… 26 …
ABORÍGENES DE CUBA

imprescindibles tareas de exploración. Por supuesto, en todos los casos, la


distribución de los productos obtenidos era igualitaria.
Hay que dejar bien claro que esta concepción de la participación feme-
nina en el trabajo se sustenta en la siguiente inferencia lógica: la ya mencio-
nada alta fertilidad atribuible a estas comunidades, única explicación que
se puede dar al hecho probado de que lograran subsistir durante milenios
con la muy probable baja esperanza de vida que alcanzaban sus integran-
tes, lo cual significa que la inmensa mayoría de su población femenina sana
y en edad de concebir, como norma, debió pasar buena parte del tiempo
embarazada o lactando, y que sin dudas, la limitaba para realizar otras acti-
vidades diferentes a las mencionadas.
Esta interpretación del tema no solo es válida para el estadio temprano,
sino también para toda esta formación. Además, aunque no haya aparecido
evidencia que lo demuestre, no es imposible considerar la probabilidad de
que para ese entonces se pudieran realizar algunas prácticas anticoncepti-
vas o abortivas, ante situaciones subsistenciales críticas.
Por todo lo señalado hasta aquí se puede aceptar que, tanto la necesidad
de mantener un número funcional de integrantes en cada comunidad, como
la condición impuesta por el principio de la exogamia gentilicia antes ci-
tado, trajeran por consecuencia que pequeños incrementos demográficos
se tradujeran en la formación de nuevas comunidades, con una expansión
territorial del poblamiento, y la inevitable relación entre ellas; todo lo cual
sugiere que entonces pudo existir en ellas cierto grado de «autoconciencia
étnica», aunque sin llegar aún al grado de organización de esas relaciones,
que se pudiera calificar de «tribal», ya que este solo se llegó a alcanzar aquí
con la práctica de una economía de producción.
De ser real todo esto, se infiere que debió existir también una lengua co-
mún que, como sucedería después a lo largo del tiempo —como con todas
las otras manifestaciones de la cultura—, iría transformándose por evolu-
ción y por la influencia de otros grupos humanos, de igual o diferente ori-
gen y procedencia, que se incorporarían como pobladores del archipiélago
cubano, pero no es posible aún decir algo más sobre este tema.

Aspectos de la superestructura
A un nivel semejante de conocimiento se encuentra hoy todo lo referente a
otras manifestaciones de la superestructura de aquella primigenia sociedad
humana, debido a que el carácter «multicomponente» —ya explicado—, que

… 27 …
ABORÍGENES DE CUBA

tienen varios sitios en los cuales ha aparecido evidencia de esas manifestacio-


nes, impide arribar a conclusiones definitivas sobre aspectos como prácticas
funerarias, manifestaciones artísticas o posibles actividades rituales.
Por esa razón, únicamente se puede hoy informar sobre la probabili-
dad de que los apropiadores tempranos hayan practicado cierto culto a sus
muertos, realizado algunas pinturas rupestres y utilizado adornos corpora-
les, todo ello apoyado —entre otros reportes igualmente problemáticos—
en el hallazgo de algunos fragmentos de huesos humanos coloreados y po-
siblemente asociados a varios instrumentos de trabajo, de un colmillo de
foca tropical (Monachus tropicalis) perforado a modo de pendiente y de las
pictografías en la cueva de los Cañones, todo ello en Seboruco, Holguín,
sitio multicomponente.

Aspecto físico
Debido a la misma limitante, sobre el aspecto físico de aquellos aborígenes
solo es posible informar que, en general, debieron presentar los rasgos típi-
cos de la raza mongoloide americana, como el resto de los pobladores que
habitarían después el territorio cubano en tiempos prehispánicos y que se-
rán descritos, con más fundamento, en el próximo capítulo.

Distribución en las Antillas


Finalmente, y también con todas las reservas derivadas de las limitaciones
del conocimiento sobre este estadio antes expuestas, se puede indicar algo
sobre la distribución de los apropiadores tempranos en otras antillas; por
supuesto, sobre la base de la presencia de indicadores de la «industria» Se-
boruco-Mordán en los siguientes sitios: Barreras, Mordán, río Pedernales,
El Curro, Las Salinas, Capulín, Capá y Puerto Alejandro, todos en Repú-
blica Dominicana; península de Barahona, Cabaret, Courí y otros en Haití;
además, en Puerto Rico y en la isla Antigua. En todos los casos las antigüe-
dades máximas hasta hoy conocidas fluctúan entre 5580 y 5270 años a.p., o
sea, de 3630 a 3320 a.n.e.
Es oportuno explicar que, según plantean los especialistas, en los últi-
mos 7000 años, el nivel del mar en las Antillas ha fluctuado en varios mo-
mentos entre más de tres metros y menos de tres metros del nivel actual,
mientras que entre 7000 y 11 000 años atrás estuvo hasta 18 metros por
debajo (Ortega, 1983).

… 28 …
ABORÍGENES DE CUBA

Se comprenderá cómo puede haber influido todo esto, tanto en la con-


figuración de las islas y distancias entre ellas, como en la composición de
sus paisajes y ecosistemas terrestres y marinos litorales. Esos fenómenos,
asociados a cambios climáticos, indican igualmente fluctuaciones en los
regímenes de pluviosidad y temperaturas, con la imaginable influencia de
todo ello en la biota y en la vida aborigen de entonces.

Consideraciones finales
Hasta donde se sabe hoy, y teniendo en cuenta todos los fechados conoci-
dos, no hay seguridad aún de si Cuba comenzó a ser poblada simultánea-
mente con Haití y Santo Domingo por apropiadores tempranos de pro-
cedencia continental, o si estos arribaron a tierra cubana desde esa vecina
isla. De cualquier manera, prevalece el criterio de que estas comunidades
en Cuba no se extinguieron, sino que fueron receptoras posteriores de
otros «inmigrantes» y que, en procesos de imbricación biológica y cultural,
devinieron primera raíz del tronco fundamental de la historia de Cuba.
Detalles acerca de especificidades de la naturaleza cubana, que inciden
sobre la práctica de la caza, la pesca y la recolección, válidos para toda la
formación pretribal, así como sobre otros aspectos de la vida aborigen de
entonces, se exponen en el próximo capítulo.
La lograda identificación de lo mucho que falta por conocer sobre el
estadio inicial de esa historia, así como las nuevas posibilidades que el
desarrollo de la ciencia va ofreciendo, y las también mayores oportunida-
des de intercambio de ideas y coordinación de acciones entre investiga-
dores del tema en los países del área, indican que todas esas interrogantes
están en vías de encontrar respuesta en un futuro próximo. Se confía en
que así sea.

… 29 …
CAPÍTULO 3.
ESTADIO MEDIO

Antecedentes
Los aborígenes pobladores del archipiélago cubano, que hoy se conside-
ran como representantes de lo que en términos científicos se denomina
abreviadamente formación pretribal en su estadio medio, a diferencia de
sus antecesores en Cuba, al parecer alcanzaron la época de la «conquista» y
colonización ibérica temprana en el siglo xvi de n.e.
Es por eso que se puede disponer de alguna referencia escrita sobre
ellos en aquel momento histórico. Sin embargo —se insiste—, como no
practicaban sistemáticamente la agricultura, no eran capaces de obtener
excedentes estables de su trabajo, de modo que no fue posible someter-
los a la «encomienda» y a la servidumbre que sí sufrieron sus contemporá-
neos aborígenes más desarrollados y, por esa causa, tampoco fueron objeto
de contacto sostenido con los conquistadores, lo que explica la escasez y
vaguedad de las mencionadas referencias escritas que, además, no fueron
hechas por científicos sociales, sino principalmente por un sacerdote y un
funcionario con origen y formación en la naciente y medieval España del
siglo xv.
Siendo así, estos documentos de fray Bartolomé de las Casas y del ade-
lantado Diego Velázquez recogen, tal vez, más de lo que ellos conocieron
directamente y lo que consiguieron entender de lo que les refirieron a sus
subordinados los «indios de la misma Isla» (mucho después denominados
«taínos»), con los que más se relacionaron.
Esa información se resume de la siguiente manera: en la segunda década
del siglo xvi, Cuba estaba poblada por tres «clases de indios»: los «indios

… 30 …
ABORÍGENES DE CUBA

de la misma Isla», los «zibuneyes», a quienes los primeros «tenían como sir-
vientes» y los «guanahatabeyes» o «guanahatabibes», que en nada trataban
con los otros y eran «como salvajes», porque no tenían «asientos de pueblos
ni labranzas» y vivían «de las carnes que toman por los montes y de tortu-
gas y pescado», habitando «en cuevas» del extremo occidental de la Isla.
(Pichardo, 1971; Ortiz, 1935).
Obsérvese que, con todas las reservas del caso, estas referencias vienen
a constituir la primera versión existente acerca de una «nomenclatura», in-
fortunadamente no basada en verdaderos endoetnónimos, y de una «carac-
terización», entre otros, de los aborígenes objeto de estudio, razón por la
cual son presentadas como primeros antecedentes del conocimiento sobre
el tema.
Durante los tres siglos siguientes no hubo aporte alguno a este conoci-
miento; únicamente sucedió que, ya entrado el siglo xix y como resulta-
do de la maduración de las condiciones para que fuera tomando cuerpo el
sentido de la nacionalidad cubana, se comenzó a tratar el tema indigenista
en distintas manifestaciones intelectuales, principalmente literarias, en las
que se utilizó el término «siboney» para designar a todos los antecesores
aborígenes.
No es hasta 1876, que se reporta la existencia de los restos de algunos si-
tios de habitación y cementerios aborígenes en la región centro-oriental de
Cuba (Rodríguez Ferrer, 1876), al parecer ubicables en lo que hoy se deno-
mina formación pretribal, aunque ya Cirilo Villaverde, en un capítulo de su
extraordinaria «Excursión a Vuelta Abajo» informaba que, alrededor de 1839,
los campesinos de la zona conocían una cueva en el Pan de Guajaibón (en la
actual provincia de Pinar del Río), que según sus descripciones, debió ser un
sitio de habitación y funerario de los grupos tratados, lo que fue confirmado
por las exploraciones siglo y medio después.
Como resultado de los descubrimientos del doctor Montané en 1888, se
presentó una nueva información referente a un poblamiento muy antiguo
en la región de Banao (Sancti Spíritus) por aborígenes de cultura rudimen-
taria, que habitaron y realizaron entierros secundarios allí, conocieron el
uso del fuego, utilizaron instrumentos líticos para moler y no practicaron
la costumbre de deformarse el cráneo, asignables al estadio tratado en este
capítulo.
Ya, durante la segunda década del siglo xx, se produjeron las investi-
gaciones del ingeniero José A. Cosculluela en la Ciénaga de Zapata y de
Mark R. Harrington en los dos extremos de Cuba. El primero descubrió

… 31 …
ABORÍGENES DE CUBA

y excavó limitadamente el montículo de Guayabo Blanco (que consideró


como de construcción intencional y no como un residuario), donde se de-
tectó la presencia de un rústico ajuar de piedra y concha, restos de la fauna
del entorno consumida como alimento y algunos entierros primarios, con
cráneos no deformados y orientados uniformemente con la cabeza hacia el
este. También fueron reportados otros montículos y conchales en la zona.
Harrington, por su parte, en misión del Museo Nacional del Indio
Americano de New York, exploró entre 1915 y 1919 las citadas regiones de
forma sistemática, aunque no exhaustiva, reportando numerosos sitios ar-
queológicos vinculados a aborígenes de variado nivel de desarrollo socioe-
conómico, consiguiendo con esto los elementos necesarios para plantear
su tesis sobre la existencia de dos «culturas» indias en Cuba precolombina,
que denominó «ciboney» y «taína».
Señaló que la primera, muy antigua, se extendió por toda Cuba «con solo
pequeñas variaciones locales» (Harrington, 1935), además de que, a su en-
tender, esta fue confinada al occidente como consecuencia de la migración
taína que, procedente de La Española, ocupó la región oriental y en el mo-
mento de la conquista se hallaba en proceso de expansión hacia el oeste.
También aportó observaciones relativas a la no vinculación prehispánica
de Cuba con Yucatán y sí con el sureste de Estados Unidos, aunque soste-
niendo el criterio de un origen suramericano para ciboneyes y taínos.
Las «variaciones locales» que Harrington observó para el ciboney no se-
rían tratadas, aunque de manera aún incipiente, hasta más de una década
después, cuando Felipe Pichardo Moya, al encontrar «bolas líticas» en algu-
nos sitios de Camagüey, comenzó a elaborar su tesis sobre las tres culturas
indias de Cuba. (Pichardo, 1934).
Los trabajos de Herrera Fritot y Royo Guardia, presentados al Primer
Congreso Histórico Municipal Interamericano en 1942, y los de Cornelius
Osgood e Irving Rouse sobre cayo Redondo y Maniabón, respectivamen-
te, aportaron elementos para cerrar una etapa en el proceso del conoci-
miento de los aborígenes tratados en este capítulo.
Con ellos se consiguió, como conclusión más general, fundamentar lo
que entonces se concebía como dos «complejos culturales» entre las comu-
nidades que hoy se incluyen en la formación pretribal, criterio que se argu-
menta en Las cuatro Culturas Indias de Cuba (Ortiz, 1943) y Caverna, Costa y
Meseta (Pichardo, 1945a), aunque los elementos científicamente aceptables
y no realmente determinantes, aportados hasta entonces para sustentar
la existencia de aquellos dos «complejos culturales», consistían en la vaga

… 32 …
ABORÍGENES DE CUBA

información de los cronistas de Indias y en la presencia o ausencia de «bo-


las» y «dagas», o de algún otro artefacto lítico, en las pocas parcelas arqueo-
lógicas investigadas hasta entonces.
Las décadas del cuarenta y del cincuenta del siglo xx se caracterizaron
por un interés creciente de profesionales de distintas ramas y aficionados
por los temas arqueológicos, con un consiguiente auge de las exploraciones
y excavaciones, pero la sistematización científica de sus descubrimientos
no se consiguió en esa etapa.
Reflejando las inquietudes teóricas de los estudiosos de la época, la reu-
nión en mesa redonda de arqueólogos del Caribe, celebrada en La Habana
en 1950, acordó aceptar la presencia de tres grupos culturales indígenas
para Cuba y, como medio de salvar las discrepancias sobre las denomina-
ciones, se designaron estos como «complejos I, II y III».
De igual tónica es el trabajo de Ernesto Tabío Culturas más primitivas de
Cuba precolombina (1951), en el que se argumenta muy seriamente la mayor
antigüedad del «complejo II», criterio novedoso y contrario a la concep-
ción más generalizada entonces.
No fue hasta 1966, con el triunfo de la Revolución Cubana, que se pro-
dujo un nuevo trabajo encaminado a conseguir la necesaria sistematización
científica de la información acumulada, el que incluía ya algunos resultados
preliminares de la primera institución que existiera en el país dedicada ex-
clusiva y profesionalmente a la investigación arqueológica: el departamen-
to de Antropología de la Comisión Nacional de la Academia de Ciencias
de Cuba, creado en 1962.
Contemporáneamente con esta obra, titulada Prehistoria de Cuba (Tabío y
Rey, 1966; reeditada en 1979), se editó otra con iguales propósitos sintetiza-
dores, del doctor Manuel Rivero de la Calle: Las Culturas Aborígenes de Cuba
(1966). El estudio de ambas concluyó que en aquel momento existía consenso
en cuanto a aceptar dos «grupos culturales» para el después llamado «preagro-
alfarero de Cuba», aunque planteaban aún distintos esquemas clasificatorios
y nomenclaturas para el estudio de lo que hoy se considera formación pretri-
bal, mientras que ya comenzaba a perfilarse la existencia de grupos más tem-
pranos y también más tardíos, que los hasta entonces reconocidos.
Prehistoria de Cuba fue el primer trabajo que abordó el tema de la his-
toria prehispánica con fundamento teórico en el materialismo histórico
y dialéctico; consiguió ordenar e interpretar algo más coherentemente la
información disponible entonces, y sostener una periodización capaz de
mantener vigencia durante algunos años.

… 33 …
ABORÍGENES DE CUBA

No obstante, en aquel momento había aún grandes vacíos en la infor-


mación primaria existente, así como algunas limitaciones conceptuales
y técnicas, a consecuencia de los avatares del desarrollo de la arqueolo-
gía como ciencia en Cuba y en el mundo, de modo que, en la medida en
que algunos de aquellos vacíos y limitaciones fueron siendo superados,
se continuó después avanzando en la aproximación a la verdad histórica
buscada.
En ese sentido, Ernesto Tabío expuso un nuevo proyecto de periodi-
zación en 1979 y José Manuel Guarch, en 1988, y sobre la base de los re-
sultados obtenidos en los dos quinquenios anteriores, de amplio e intenso
trabajo colectivo institucional, presentó su propuesta de Estructura para
las Comunidades Aborígenes de Cuba, entendida, según su autor, como «es-
quema de estructura básica para organizar la labor investigativa y no como
la historia, o un breve resumen, de las comunidades aborígenes de Cuba».
(Guarch, 1990:14).
Utilizando esa estructura en estos términos, Enrique Alonso encontró
la oportunidad de introducir los resultados de las arduas labores que había
venido realizando durante casi un decenio de puesta en práctica de su con-
cepción de «Atlas Arqueológico como Estrategia de Investigación», las que
habían contemplado intensas exploraciones en toda la mitad occidental de
Cuba y excavaciones en una muestra del potencial arqueológico registrado
en la provincia de Pinar del Río.
Al aplicar esos resultados en la contrastación empírica de lo que Guarch
proponía como «variante cultural Guanahacabibes» de la «fase pescado-
res-recolectores», inevitablemente tuvo que someter a prueba la validez de,
al menos, toda esa «fase», hoy identificable como «estadio medio de la for-
mación pretribal», de modo que ese ensayo (Alonso, 1995b) devino inten-
to de contribuir a la necesaria sistematización científica del conocimiento
acumulado hasta entonces sobre el tema, razón principal por la que se utili-
zará como fundamento de este texto.
Entre otros muchos resultados, mediante ese ensayo logró probar que
en algunas regiones fue imprescindible para el aborigen objeto de estudio
practicar la migración estacional, con concentración y dispersión de cada
comunidad, mientras que en otras no, además de que en ningún caso exis-
tió verdadero sedentarismo absoluto para comunidades con aquel nivel de
desarrollo de sus fuerzas productivas, de modo que siempre se practicó
también lo que abreviadamente se denomina rotación de territorios, con
periodicidad supra anual.

… 34 …
ABORÍGENES DE CUBA

De esta manera, quedó probada igualmente la existencia de diferentes


sistemas de asentamiento practicados por comunidades de la misma «fase»
o estadio, determinados por factores de índole económica y no por alguno
de los tradicionalmente considerados como de diferenciación «cultural».
Siendo así, una misma comunidad, durante la vida de una misma gene-
ración, pudo acampar en distintos sitios enclavados en diferentes entor-
nos, explotando recursos variados, con disímil composición del grupo y,
por tanto, dejando muy diversa huella arqueológica de su vida y actividad...
entonces, quedaba descartada la vieja tendencia de asignar una comunidad
a un solo sitio o a un determinado contexto arqueológico, o a un único
paisaje, con todo lo que eso significa a los efectos de la «clasificación», con
fines investigativos, de «culturas».
En cuanto a la presencia o ausencia de indicadores de las distintas tradi-
ciones técnicas de elaboración de artefactos líticos o de concha que, entre
otras implicaciones, venían sirviendo de base fundamental para diferenciar
«culturas», «aspectos» o «variantes culturales», se pudo comprobar, en pri-
mer lugar, que esa presencia o ausencia no solo dependía de que esas tradi-
ciones integraran o no el bagaje cultural de los habitantes de un sitio, sino
que ello estaba fuertemente —y a veces absolutamente— determinado o
condicionado por factores de utilidad de sus productos en aquel lugar, y
también de disponibilidad de la materia prima adecuada para elaborar esos
artefactos allí.
También se comprobó que en sitios reiteradamente poblados, a lo largo
de mucho tiempo, era muy frecuente la aparición superpuesta de indicado-
res de varias de aquellas tradiciones técnicas, sin que ello esté acompañado
de cambios significativos de orden cualitativo en los hábitos o patrones
alimentarios practicados, lo que sugiere fuertemente que la incorporación
de algunos de esos elementos no necesariamente implicaron cambios de-
terminantes en el modo de subsistencia.
Ejemplo notable de esta complejidad resulta el gran residuario de la cue-
va de la Pintura en Guanahacabibes. En sus capas más tempranas —como
también en el clásico de cueva Funche— apareció un pequeño buril en lá-
mina tallado con técnica propia de la «industria» Seboruco-Mordán en sili-
cita, típica de la cuenca del río Mayarí, Holguín, sin presencia de industria
de concha en el contexto.
A esa capa temprana se superponen otras en las que se manifiesta, en
toda su intensidad y diversidad, la tradición manicuaroide de elaboración
de artefactos de concha, diagnóstica por excelencia de los llamados en-

… 35 …
ABORÍGENES DE CUBA

tonces «aspecto Guayabo Blanco de la fase ciboney» o «variante cultural


Guanahacabibes de la fase pescadores-recolectores» y, ya hacia las capas
medias y tardías, se suman a esta indicadores de la presencia de la tradi-
ción banwaroide de elaboración de artefactos líticos con simetría bilateral
y cierto pulimento, diagnóstica del llamado «aspecto Cayo Redondo de la
fase ciboney» o «variante cultural Guacanayabo de la fase pescadores-reco-
lectores».
Para más complicación, en las capas superficiales del residuario apare-
cieron varios fragmentos de burenes y cazuelas típicamente «subtaínas»...
no se apreció cambio significativo alguno en los modelos subsistenciales
o hábitos alimentarios practicados por los pobladores del sitio, a lo largo
de todo el tiempo en que fue habitado con tantos cambios de implicación
«cultural», de manera que estos no incluyeron variación sustancial en el
modo de subsistencia... todo lo que cuestiona fuertemente la tendencia
a considerar las entonces denominadas distintas «culturas», «aspectos» o
«variantes» como compartimientos estancos o segmentos inconexos en el
devenir histórico de aquella etapa, y un «sitio» como vinculado a un solo
grupo humano en un solo momento histórico.
Entre los numerosos resultados de las investigaciones realizadas en la
segunda mitad del pasado siglo, en otras regiones del globo, que avalan la
significación de los citados, hay dos imprescindibles: Utensilios de piedra y
conducta humana de Sally y Lewis Binford (1975) y La naturaleza y la sociedad
primitiva de Vladimir Kabo (1980), aparecido este último después de ha-
ber encontrado Alonso en el panorama arqueológico que acababa de des-
cubrir, en el área protegida Mil Cumbres, Pinar del Río (Alonso, 1980),
las regularidades y tendencias señaladas por Kabo para otras partes del
planeta.
En resumen: las comunidades aborígenes que hoy se ubican en el «estadio
medio de la formación pretribal», o sea, los apropiadores medios, han sido
denominadas, a lo largo de la historia del desarrollo de la ciencia arqueoló-
gica en Cuba de distintas maneras: guanahatabeyes, siboneyes, ciboneyes,
auanabeyes, complejo I y complejo II, cultura de la costa y cultura de las
cavernas, preagroalfareros, aspectos Guayabo Blanco y Cayo Redondo de
la fase ciboney, variantes culturales Guanahacabibes y Guacanayabo de la
fase pescadores-recolectores, arcaicos, mesolíticos, mesoindios, comunida-
des con tradiciones mesolíticas.
A la luz de los conocimientos actuales se propone una nueva nomencla-
tura, pero también es posible un mayor acercamiento a las particularidades

… 36 …
ABORÍGENES DE CUBA

de su existencia, así como al lugar que ocupan en la historia, todo lo cual


será tratado en detalles más adelante. Por el momento, vale señalar que
estas comunidades se caracterizaron principalmente por vivir de los pro-
ductos de las actividades de recolección, captura, caza y pesca, tanto en las
costas como en la tierra adentro.
No practicaban la agricultura sistemáticamente productiva, por estar
compuesta cada una por un máximo de 100 a 150 individuos, con predomi-
nio de infantes y jóvenes, en virtud de una baja esperanza de vida dada por
los azares de la subsistencia a ese nivel de desarrollo, pertenecientes a varias
«familias» o gens matrilineales, entre las cuales existía el «matrimonio» por
grupos (Tabío, 1979; Guarch, 1990; Alonso, 1995); por efectuar, cuando la
particularidad regional de distribución espacial y temporal de los recursos
alimentarios así lo exigía, la migración estacional con reunión y dispersión
en grupos menores o la explotación de un territorio desde un campamento
de comunidad reunida durante todo el año y, también, en todos los casos,
una rotación supra anual de territorios a explotar. (Alonso, 1995).
Además, a lo largo de los tres milenios en los que la arqueología ha en-
contrado prueba de su existencia, llegaron a poblar todo el archipiélago
cubano y, tanto por factores de evolución y adaptación sociocultural activa
al medio, como por haber incorporado a lo largo de esa historia aportes
de algunos «inmigrantes» procedentes de Sudamérica y de otras Antillas
en procesos transculturales, llegaron a ser portadores de varias tradicio-
nes técnicas de construcción de artefactos de piedra y concha, así como
de otras muchas tradiciones de diversa índole no tan fácil o directamente
identificables hoy.
Obsérvese cómo, por todas las causas hasta aquí resumidas, se conoce
mucho más sobre este estadio que sobre el anterior, aunque también que-
da mucho por esclarecer definitivamente.
A continuación se conocerá esta nueva aproximación a la verdadera his-
toria de aquellos tiempos que, no por remotos y poco conocidos aún, dejan
de ser los tiempos en los que se afincan algunas de las más profundas raíces
conocidas de la identidad nacional cubana.

Origen, cronología y distribución de la población


El inicio del estadio medio de la formación pretribal tiene su evidencia en
distintos indicadores de cambio en la composición y distribución de los
contextos arqueológicos conocidos, enmarcables en la misma.

… 37 …
ABORÍGENES DE CUBA

Con antigüedades probadas de 3500 años a 3000 años ap (1500 a 1000


a.n.e.), comienzan a aparecer, según la ubicación más occidental u oriental
de las parcelas arqueológicas respectivamente, indicadores de la presencia
de una «industria» de concha inexistente en otras islas del arco antillano
—tradición manicuaroide— o indicadores de la presencia de otra «indus-
tria», lítica en este caso —tradición banwaroide—, que sí existe en la veci-
na Quisqueya (Haití-Santo Domingo) y en el resto de las Antillas; ambas
«industrias», o mejor, tradiciones que con el tiempo ocuparon toda Cuba,
de modo que hacia mediados del período de este estadio, sus evidencias
comienzan a aparecer mezcladas en los contextos arqueológicos.
Coincidiendo con la aparición de estos nuevos indicadores de distin-
tas tradiciones, tanto el análisis de cada contexto arqueológico estudiado
como el considerable aumento de sitios de habitación con esas evidencias,
señalan un importante crecimiento en el número de integrantes de los gru-
pos que los poblaron, y también un mayor número de territorios habitados,
todo lo que constituye prueba de un notable incremento de la población
en general.
Igualmente, el análisis de distribución de los sitios y sus magnitudes —
equivalente al análisis de la distribución de la población y de los tipos de
campamentos—, en unión de otros estudios que serán expuestos más ade-
lante, dan fe de que todo lo observado responde a la aparición de nuevas y
más eficientes formas de explotación del medio.
Estas nuevas formas consisten, en esencia, en la explotación combinada,
mediante nuevos y diferentes sistemas de «asentamientos», de los recursos
marinos costeros y los de tierra adentro, según sus períodos estacionales
de abundancia-escasez, con cambios en la composición y número de los
grupos, en función de elevar la eficiencia de la gestión de subsistencia.
De tal manera, para este estadio —como para toda la formación pretri-
bal— no se debe pensar en diferencias «culturales» o «étnicas» entre sitios
costeros y de tierra adentro, o entre campamentos en cuevas y en áreas
despejadas, basándose exclusivamente en las correspondientes tendencias
observadas en ellos con respecto al mayor o menor consumo de productos
de la naturaleza, propios de aquellos distintos entornos.
Como ya se informó, el inicio del estadio medio puede ser situado entre
3500 años ap y 3000 años a.p. y, aunque no se ha encontrado en los sitios
estudiados un fechado absoluto posterior a 650 años a.p. (en Mogote de La
Cueva, Pinar del Río), se considera que las comunidades que lo caracteri-
zaron subsistieron hasta por lo menos, el siglo xvi, aunque involucradas en

… 38 …
ABORÍGENES DE CUBA

complejos procesos de transculturación e imbricación biológica o «mesti-


zaje», tanto con aborígenes de superior nivel de desarrollo, como con colo-
nizadores europeos tempranos.
No se debe estimar como contradictoria de esta tesis la ausencia de fe-
chados más tardíos que el señalado porque, además de la norma seguida
tradicionalmente, de no tomar muestras para análisis cronodiagnósticos
en los veinte centímetros más superficiales de los residuarios —motivada
principalmente por un erróneo mayor interés en los fechados más tempra-
nos—, es casi imposible encontrar en Cuba un contexto arqueológico abo-
rigen que conserve sus capas más tardías intactas, por factores de erosión
natural o por alteración antrópica.
También sucede que, con la posibilidad de aplicación de más moder-
nas tecnologías en la obtención de fechados absolutos, viene apareciendo
evidencia de una presencia humana muy antigua en algunos sitios aparen-
temente poblados por apropiadores, como es el caso de un abrigo roco-
so utilizado como sitio de habitación y funerario en las márgenes del río
Canímar, Matanzas, que se está investigando por especialistas de la Uni-
versidad de La Habana y del Instituto Cubano de Antropología.
De cualquier manera se puede considerar que las comunidades aboríge-
nes apropiadoras en el estadio medio se extendieron por toda Cuba, evolu-
cionaron y también se mezclaron con nuevos «inmigrantes», así como muy
probablemente también realizaron otras migraciones que pueden haber
influido en la historia de otras áreas circumcaribeñas, en el lapso de 3000
años que se propone como extensión máxima para este estadio que, como
otros, se traslapa en el tiempo, tanto con el anterior como con los que le
sucedieron.

La economía
En concordancia con el fundamento filosófico que aborda este estudio, se
considera que en la esfera de la economía se estructura la base sobre la que
se sustenta el resto de los elementos que conforman el complejo conjunto
de cualquier sociedad humana.
Los modos de subsistencia condicionan, aunque fuera en última instan-
cia, los modos de vida y sus correspondientes modos de ser y de pensar.
Siendo así, se continuará con la presentación de lo conocido sobre los mo-
dos de subsistencia de las comunidades pretribales en su estadio medio en
Cuba, o sea, de los apropiadores medios.

… 39 …
ABORÍGENES DE CUBA

Primeramente, es necesario recordar que los recursos naturales son


parte, como objeto de trabajo, de las fuerzas productivas de cualquier so-
ciedad, por lo que sus características determinan, en razón inversa con el
grado de desarrollo de los otros componentes de esas fuerzas, los presu-
puestos fundamentales de los modos de subsistencia humana. Las condi-
ciones naturales, por su parte, influyen también en el comportamiento de
ese proceso de formación y desarrollo de la sociedad que es la historia, con
mayor fuerza en tanto aquella sea más primitiva.
Por tanto, únicamente conociendo las particularidades de distribución
espacial y temporal de esos recursos en el medio ambiente cubano, se con-
seguirá interpretar de manera objetiva el mensaje histórico-sociológico
contenido en las evidencias materiales remanentes de la vida y actividad de
los lejanos ancestros cubanos.
Hay que reconocer que, como resultado de un multimilenario proce-
so de acumulación de conocimiento empírico, forzado por la necesidad,
estas comunidades llegaron a conseguir y a aplicar en la práctica una com-
prensión de la dinámica objetiva de su entorno natural que hoy envidiarían
algunos especialistas, ya que, aunque protagonistas de un nuevo estadio
de desarrollo, este no es un compartimiento estanco, sino un marco de re-
ferencia metodológico, creado en la actualidad, para comprender mejor el
continuo movimiento del proceso histórico, de manera que sus integran-
tes fueron herederos del conocimiento sobre este y otros muchos temas,
de todos sus antecesores.
De este modo, se debe entender que gran parte de las observaciones
presentadas a continuación son válidas para, al menos, todas las comunida-
des pretribales, no solo para las protagonistas de este estadio. A continua-
ción se explica cómo se manifestó todo eso en la práctica.

La recolección
La evidencia arqueológica indica claramente que todos los aborígenes consu-
mieron como alimento casi la totalidad de las especies de moluscos marinos,
litorales, terrestres y de agua dulce existentes en Cuba. Sin embargo, esas es-
pecies todas tienen no solo una distribución acorde con esos medios ambien-
tes más generales, sino también una distribución regional y zonal mientras
que, algunas solo son colectables en determinados momentos del año.
Siendo así, en los diferentes sitios de habitación utilizados por apro-
piadores, aparecen restos de aquellas especies propias de los ecosistemas

… 40 …
ABORÍGENES DE CUBA

incluidos dentro del área de influencia económica del grupo establecido en


cada uno de ellos más o menos prolongadamente, pero en el caso de cam-
pamentos ocupados exclusivamente en una estación del año, predominan
o solo aparecen restos de las especies presentes o abundantes en el área
durante esa estación.
Por todo eso, es que el estudio de la composición por especies de esta
clase de restos, cuando se tienen en cuenta esas particularidades espa-
cio-temporales, informa sobre los sistemas subsistenciales o de «asenta-
miento» de esas comunidades. Así, se repite como tendencia general un
mayor consumo de moluscos marinos y litorales en los sitios más costeros,
y de moluscos terrestres en los sitios ubicados más tierra adentro…; pero
como los moluscos terrestres solo se colectan durante la temporada llu-
viosa de cada año, la presencia de sus restos en un sitio indica que este fue
habitado, al menos, durante esa temporada.
Cuando la presencia de restos de moluscos marinos, litorales y terrestres se
encuentra simultáneamente en un contexto arqueológico, puede indicar que
el lugar fue habitado durante todo el ciclo anual. Todo esto viene a constituir
una de las pruebas irrefutables de que estas comunidades practicaron, tanto la
migración estacional —con dispersión y reunión del colectivo— como la ex-
plotación de varios paisajes desde campamentos fijos durante todo el año, se-
gún lo permitieran las características naturales del territorio de la comunidad.
Asimismo, las conchas de los moluscos, principalmente de los marinos
y costeros, sirvieron como instrumentos de trabajo y como materia prima
para la confección de artefactos, los que resultan indicadores de la pose-
sión por sus realizadores de algunas tradiciones técnicas, las que a su vez
son indicadoras decisivas en el rastreo de los orígenes de aquellas comuni-
dades, lo que será tratado aquí oportunamente.
También sucede que por lo vulnerables, ante el impacto humano, que
son los moluscos, especialmente los terrestres y litorales, el consumo sos-
tenido de estos a lo largo de siglos, apreciable en algunos contextos arqueo-
lógicos de este estadio, es prueba indiscutible de que aquellas comunida-
des practicaron siempre la rotación de territorios, o sea, que no habitaban
indefinidamente un área, sino que cuando apreciaban una disminución
sensible de la abundancia de alguno de aquellos recursos en el territorio
comunal —entendido este como el que explotaban durante todo el año
desde campamento fijo o con movimientos estacionales— se trasladaban a
otro y después a otros, con retorno posterior al primero, lo cual se estima
que llegó a hacerse de forma programada.

… 41 …
ABORÍGENES DE CUBA

Con respecto a los alimentos de origen vegetal, no solo la presencia de


algunas semillas excepcionalmente conservadas en los residuarios, sino la
abundancia de instrumentos líticos para moler, la etnografía comparada y
la lógica elemental, indican que muchos frutos y semillas eran colectados
con fines alimenticios por aquellas comunidades.
Con relativa abundancia se han podido colectar, en varios residuarios,
semillas de jocuma (Mastichodendron foetidissimum), jobo (Spondias mombin),
uña de gato (Cleome spinosa) y nogal (Juglans insularis). En la actualidad,
análisis químicos que vienen practicándose están revelando la presencia,
en majadores y piedras molederas, de restos de almidones procedentes de
otras especies vegetales procesadas entonces por el aborigen.
Por supuesto, esta clase de recurso natural está también sujeta a una
particular distribución espacial y temporal. Cada especie aparece en su
correspondiente ecosistema o tipo de bosque y sus frutos maduran en su
correspondiente momento del año. Por tanto, la identificación por espe-
cies de los escasos vestigios de estos productos vegetales en los residuarios,
informa sobre la temporalidad de la ocupación humana de los sitios.
Las pocas observaciones que se han podido realizar por esta vía, rea-
firman lo aportado por los estudios de moluscos antes citados: el bosque
—principalmente semideciduo— de tierra adentro parece haber sido ex-
plotado por estos aborígenes solo durante las temporadas lluviosas de cada
año, que es cuando fructifican y maduran los frutos de la inmensa mayoría
de las especies propias de esos ecosistemas. Por supuesto, las semillas por-
tadoras de almendras comestibles pudieron ser conservadas naturalmente
y ser consumidas, o incluso colectadas, en otros momentos del año.
Solo queda agregar que, aunque no se ha encontrado evidencia que lo de-
muestre, es posible que también se consumiera entonces algunas especies de
algas marinas, como lo hicieron muchos pueblos primitivos en otras partes del
mundo. Igualmente se puede inferir, sobre la base de la etnografía comparada
y del estudio de algunos de los citados almidones remanentes en rocas utiliza-
das para moler, recuperadas en contextos arqueológicos, que estos apropiado-
res medios llegaron a cultivar de manera incipiente algunas especies vegetales.

La caza
Se considera como productos de la actividad de «caza», los restos ar-
queológicos correspondientes a mamíferos terrestres y acuáticos, saurios y
ofidios de gran talla, y aves adultas.

… 42 …
ABORÍGENES DE CUBA

Como tendencia general, estos restos resultan relativamente más abun-


dantes en los sitios de tierra adentro que en los costeros, aunque se debe
tener presente que algunos sitios ubicados a corta distancia del litoral ma-
rino, también dispusieron en su entorno cercano de áreas pobladas por
bosques semideciduos o siempreverdes, hábitats por excelencia de la ma-
yor parte de los recursos faunísticos antes mencionados.
Son las distintas especies de jutía —de los géneros Capromys, Boromys y
Geocapromys— los mamíferos terrestres autóctonos más consumidos aquí
por el hombre en todos los tiempos. Para la época que ahora interesa,
fueron sin dudas los más abundantes, pues con excepción de restos de
algún almiquí (Soledonon cubensis) u otro insectívoro y de algún edentado
pleistocénico (géneros Megalocnus, Parocnus, Neocnus), de muy discutible
asociación real a contextos arqueológicos, sus restos óseos constituyen el
grueso de las evidencias de cacería de mamíferos terrestres que allí apa-
recen.
Aunque las jutías habitan esos bosques durante todo el año, la madu-
ración de los frutos de las especies forestales que constituyen su princi-
pal alimento, hace que durante las temporadas lluviosas sea más evidente
su presencia allí. También habitan las jutías en la manigua costera y en el
manglar.
Es oportuno aclarar que para cazar la jutía con aceptable productividad
no son imprescindibles medios especializados complejos. Está comproba-
do hoy, cuando no es tan abundante como hace siglos, que un garrote, una
pequeña vara de 1.5 metros de largo y 20 centímetros de cordel, unidos a
la necesaria habilidad y experiencia, resultan suficientes para obtener en
menos de 30 minutos, carne de jutía suficiente para satisfacer el apetito de
no menos de 20 personas. También se pueden cazar con rústicas trampas,
como lo hacía el aborigen en cualquier momento de su historia, o derribán-
dolas con piedras lanzadas con la mano.
En sus hábitats por excelencia, la jutía vive en grupos de entre 50 y 100
individuos. La observación etnográfica revela que para conseguir que ese
recurso no acabe, no se debe impactar uno de esos grupos en más de 70 %,
lo cual garantiza que en algo más de un año su población se restituya. La
evidencia arqueológica indica que alguna norma semejante de explotación
sostenible era conocida y aplicada por los aborígenes todos.
Queda agregar que este recurso alimentario se puede conservar fácil-
mente mediante el asado y ahumado, procedimiento aún en uso en las más
intrincadas regiones, donde perdura esa tradición, así como que la jutía,

… 43 …
ABORÍGENES DE CUBA

además de alimento de altísimo contenido proteico, proporciona su piel,


que pudo ser aprovechada entonces con distintos fines utilitarios.
Con respecto a la caza de mamíferos acuáticos, solo ha aparecido clara
evidencia de que se practicara la del manatí (Trichechus manatus), habitante
en aquellos tiempos de los cursos bajos de los ríos, las aguas marinas aleda-
ñas a sus desembocaduras y aquellas en las que desembocan de forma no
superficial otras aguas dulces. También se debe tener en cuenta que esta
especie fue más abundante entonces que en la actualidad. Debido a su gran
corpulencia y peso, es probable que haya sido necesario algún tipo de red o
«tranque» para atraparlo, una embarcación y algún instrumento punzante
adecuado para causarle la muerte.
Es posible, sobre todo en los inicios de este estadio y en el anterior, que
los aborígenes hayan podido cazar alguna foca tropical (Monachus tropicalis),
que por entonces debe haber poblado ciertos sectores de las costas pero,
como se anunció antes, no ha aparecido evidencia definitiva que lo pruebe;
algo semejante ocurre con algunos cetáceos propios de estos mares.
En relación con los saurios que se pueden considerar objeto de caza, es
frecuente encontrar en los residuarios de este estadio restos de cocodrilos
(Crocodylus rombifer) y de iguana (Cyclura nubila).
El cocodrilo habita principalmente zonas pantanosas, lagunas costeras,
desembocaduras de ríos y los entornos terrestres próximos a todos estos
lugares, en los que desova y nidifica entre abril y junio. «Su captura, peligro-
sa siempre, lo es en razón directa con el tamaño del ejemplar, y debemos
anotar que su fama de agresivo tiene sobrada justificación, especialmente
con respecto a las hembras que cuidan su nidada; sin embargo, una cuerda
y un garrote, más la habilidad y decisión imprescindibles, bastan por lo ge-
neral para conseguir atrapar a cualquier individuo». (Alonso, 1995b).
La iguana, por su parte, habita hoy principalmente en la manigua cos-
tera de zonas cársicas y en otros entornos más interiores de iguales zonas.
Hay que suponer que su población fue mucho mayor en el pasado y tal vez
más extendida que en la actualidad; también aparea y desova en primavera.
«Su agilidad en la carrera, su fuerza, desconfianza en el hombre cuando lo
conoce y agresividad cuando es acorralada, hace que su captura sea consi-
derada como caza» (Alonso, 1995b). Cabe agregar que un ejemplar prome-
dio proporciona una sorprendente cantidad de exquisita carne.
Entre los ofidios, únicamente el majá de Santa María, la boa cubana
(Epicrates angulifer), dados el tamaño y la fuerza que llega a alcanzar, es con-
siderado como objeto de la actividad de «caza».

… 44 …
ABORÍGENES DE CUBA

Un ejemplar adulto irritado puede resultar peligroso, pero se ha com-


probado que normalmente no se encuentra en ese estado, de manera que,
disponiendo de la habilidad, decisión y fuerza necesarias, se puede capturar
con las manos. Habita principalmente en los bosques, con cierta preferen-
cia por las zonas cársicas y se reproduce en primavera, cuando su presencia
se hace más evidente allí. Aunque por extraña razón hoy es comúnmente
despreciada como alimento, se ha comprobado que un majá proporciona
gran cantidad de exquisita y nutritiva carne, así como que su grasa posee
cualidades terapéuticas, aspecto que se registra en la medicina tradicional
del cubano.
La avifauna en Cuba —que incluye las especies endémicas, autóctonas y
migratorias— posee una gran riqueza. La actividad cazadora del aborigen
pudo encontrar objeto en una gran cantidad de aves, distribuida en prácti-
camente todos los paisajes y ecosistemas del archipiélago, con la particula-
ridad de que, para las que anidan aquí, el período de apareamiento, desove
y nidificación ocurre durante la primavera y el verano, cuando su presencia
es más evidente y resultan más vulnerables, así como cuando se pueden
colectar sus huevos o capturar los pichones en los nidos.
Las especies migratorias solo aparecen en los meses invernales. Sin
embargo, los restos de aves no son abundantes en los residuarios arqueo-
lógicos vinculables a esta formación, lo que puede obedecer a que no se
explotara ese recurso con gran intensidad, a que la mayoría de sus frágiles
huesos fueran consumidos o triturados, o a que un consumo importante
recayera sobre los pichones capturados en los nidos, cuyos huesos aún más
frágiles y ligeros fueran ingeridos o no hayan perdurado. Tampoco aparece
evidencia del consumo de huevos, aunque eso se pudiera explicar por la
fragilidad de los restos que este pudo dejar.
De cualquier manera, existen numerosas técnicas que pudieron ser
puestas en práctica para lograr una aceptable productividad de la caza de
aves, sin necesidad de poseer armas arrojadizas complejas, que van desde
la piedra y las resinas adherentes, hasta los lazos y trampas sencillas o la
captura nocturna a manos limpias.
No es posible concluir este epígrafe sin recalcar que el consumo mile-
nario y sostenido de productos de la caza «como de otras actividades» que
la arqueología confirma, se relaciona principalmente con una explotación
«racional», impuesta por la necesidad de esos recursos que, de no haberse
realizado así, los hubiera agotado sin falta. Por tanto, la relativa «alta pro-
ductividad» de la cacería —sobre todo de jutías—, que parece sugerir la

… 45 …
ABORÍGENES DE CUBA

evidencia arqueológica, en realidad representa el consumo sostenido que


tal tipo de explotación permitió.
No se comparte la hipótesis de que entonces se llegó a domesticar la
jutía y a criarla en cautiverio (Posse, Sampedro y Celaya, 1990), sustentada
en el supuesto de que los medios a disposición del aborigen durante ese
estadio no eran lo suficientemente productivos para conseguir tan «altos»
resultados, sin tener en cuenta todo lo que aquí se ha explicado al respecto
y sobre las exigencias de explotación racional que la probada conservación
de este recurso natural imponía.

La pesca
Las comunidades practicaron intensamente la pesca, tanto en aguas
marinas litorales como en las corrientes fluviales y depósitos lacustres. Es
preciso aclarar que no se consideran los moluscos marinos como objeto de
«pesca» —como otros autores han estimado—, sino de «recolección», ya que
se ha comprobado que hasta los grandes gasterópodos pueden ser colectados
con la mano en menos de dos metros de profundidad, en algunos lugares y
momentos, de modo que la práctica de esta actividad tiene su evidencia
arqueológica en los restos de peces y crustáceos marinos y fluviales.
En los sitios más costeros, predominan los restos de peces y crustáceos
marinos, mientras que en los de tierra adentro predominan los de aguas flu-
viales y lacustres, con excepción de los ubicados cerca de importantes ríos,
que permitieran el fácil acceso al mar mediante la navegación, casos en los
que se consumió con alguna intensidad productos marinos. Estas observa-
ciones contribuyen a confirmar una vez más el principio de que los campa-
mentos, más o menos poblados, permanentes o estacionalmente durante
el año, se establecían en las cercanías de los principales recursos necesarios
para la subsistencia.
Con respecto a las corrientes fluviales y depósitos lacustres, algunos son
intermitentes, o sea, que durante los períodos anuales de escasa pluviosidad
se secan, de modo que los peces y crustáceos desaparecen o, algunas espe-
cies, pueden permanecer sepultadas en los fondos secos por algún tiempo
sin perecer. Esta última particularidad se observó directamente en el cauce
de un arroyo seco en la llanura sur del distrito físico geográfico de Pinar del
Río. La evidencia de que se practicó la pesca fluvial o lacustre en los sitios
más interiores, contribuye a confirmar la estacionalidad de esos campamen-
tos, que se considera utilizados solo en la estación lluviosa de cada año.

… 46 …
ABORÍGENES DE CUBA

Por otra parte, la diversidad de especies y la gran talla de algunos ejem-


plares de peces consumidos, principalmente en los sitios costeros, así como
de otros realmente diminutos, indican que estos aborígenes emplearon algu-
nas artes de pesca, de la que no ha quedado clara evidencia directa. El com-
probado dominio de la cordelería que poseyeron, así como su instrumental
apropiado para trabajar maderas, cortezas y fibras, apuntan hacia la posibili-
dad de que hayan podido elaborar y utilizar algún tipo de redes o trampas y
algún tipo de «arpón». No se comparte el criterio de considerar ciertas piezas
calificadas como «anzuelos atragantadores», lo que no niega que se pudiera
haber utilizado algún otro tipo de anzuelo, de material vegetal, lítico o de con-
cha, pero todo eso está hoy aún por demostrar.
Finalmente, también se debe tener en cuenta —con el propósito de pro-
fundizar algo más en los modos de subsistencia de aquellas comunidades—
los ciclos de abundancia, o de mayor accesibilidad, en los que se presentan
algunas especies de peces y crustáceos en las aguas marinas litorales, así
como que la carne de todos los peces, no así la de todos los crustáceos, pudo
ser objeto de conservación mediante el proceso de secado y ahumado.

La captura
Los objetos de la actividad de «captura» que se analizarán, son los crustá-
ceos terrestres y todos los quelonios, o sea, los cangrejos y «macaos», «tor-
tugas», «caguamas», «careyes» y «jicoteas».
Entre esos crustáceos, indudablemente, el más consumido fue el cangre-
jo rojo (Gecarcinus ruricola), seguido del cangrejo azul (Cardisoma guanhumi).
Escasos restos de cangrejo ermitaño o macao aparecen también en algunos
sitios costeros.
Con respecto al cangrejo rojo, es preciso aclarar que, aunque algunos
sostienen que su «carne» siempre es venenosa, la experiencia personal, más
las enormes cantidades consumidas por todos los aborígenes, indican que
esto solo ocurre en algunas zonas donde abundan ciertas plantas, cuyas
toxinas se incorporan al cangrejo que las consume, aunque sí se pudo cons-
tatar que esta especie no proporciona tanta calidad y cantidad de alimento
como el cangrejo azul, que aún hoy es abundantemente consumido y muy
apreciado por la población. Pero ambas especies son de «tiempo crítico»,
es decir, solo se pueden capturar en algunos momentos del año.
El cangrejo rojo, hoy relegado a zonas apartadas en las que el bosque se
acerca al litoral marino, debió tener en el pasado una distribución algo más

… 47 …
ABORÍGENES DE CUBA

amplia, pero lo esencial es que solo se deja ver durante los momentos de
apareamiento y desove, después del primer chubasco de la segunda quin-
cena del mes de marzo y el de la segunda quincena de abril, en las áreas
que habita. Un tercer momento de abundancia, pero solo de integrantes de
la nueva generación —cangrejillos con carapachos de cinco milímetros de
diámetro—, se produce después del primer aguacero de la segunda quince-
na de mayo, cuando «nacen» de los huevos depositados en la línea de la cos-
ta y en unas horas, cubriendo como una sábana el terreno, desplazándose
hasta el bosque.
La importancia de este «programa» reside en que revela cuáles de los
sitios arqueológicos —para este o cualquier otro estadio— fueron pobla-
dos, al menos, durante esos meses primaverales. Se repite como regularidad
el hecho de que, en algunas regiones, en las que fue necesaria la migración
estacional de cada comunidad, hay más consumo relativo de este cangrejo
en los sitios más alejados de la costa y emplazados en los bosques de tierra
adentro, que en los sitios costeros de la misma región, lo que prueba que
estos últimos no eran poblados en esa época del año, y que se practicaban
largas incursiones de grupos con el objetivo de capturarlos para consumir-
los en los campamentos más interiores. Para el cangrejo azul, por iguales
causas, el momento de su captura está dado por el inicio de la temporada
lluviosa en las llanuras costeras.
Con respecto a los quelonios marinos, es una regularidad la aparición de
sus restos en sitios de habitación costeros de zonas que, por las caracterís-
ticas del litoral, resultaban propicias para que las tres principales especies,
caguama (Caretta caretta) tortuga verde (Chelonia mydas) y carey (Eretmochelys
imbricata) pudieran desovar en sus playas. Ello sugiere fuertemente que era
en ese momento que se podían capturar, pues, a pesar de su gran tamaño y
peso, podían ser dominadas por un par de hombres con ayuda tal vez de una
simple palanca; además, era el momento durante el cual se obtenía también
el nutritivo huevo.
La presencia de estos restos en los residuarios se limita a algunos hue-
sos de las extremidades, lo que indica que los ejemplares capturados eran
beneficiados inicialmente en los sitios de captura —como se continúa
haciendo hoy— y se trasladaba al campamento la carne ya procesada.
Los momentos de desove son: para la caguama de abril a junio; para la
tortuga verde de junio a agosto, y para el carey de octubre a diciembre.
Además, la carne de estos quelonios también se puede conservar mediante
el secado y ahumado.

… 48 …
ABORÍGENES DE CUBA

Por su parte, la jicotea, (Pseudemys decussata) habita las corrientes fluvia-


les de aguas tranquilas y las lagunas costeras e interiores, aunque se des-
plaza por tierra con frecuencia en los entornos de esas aguas. Fue también
muy consumida como alimento por todos los aborígenes, manteniéndo-
se hasta hoy la costumbre de comerla. Se aparea y desova en primavera,
como otros reptiles, y pudo ser capturada tanto en el agua, con ayuda de
algún implemento desconocido y tal vez una embarcación, como en tierra,
durante sus desplazamientos en este medio, simplemente tomándola con
la mano. Su carne también pudo ser objeto de conservación mediante los
procedimientos de secado y ahumado.

Las materias primas


Se considera oportuno recalcar que la literatura arqueológica referente a
Cuba y al área antillana —hasta donde se sabe hoy— carece de trabajos que
sinteticen los aparentemente escasos conocimientos acumulados sobre la
distribución espacial de algunos recursos naturales utilizados por las comu-
nidades aborígenes en el pasado, ausencia que es tal vez más aguda en lo refe-
rente a la distribución de las materias primas de sus primitivas «industrias».
A falta de otras fuentes de información sobre el tema, se recurre a las pro-
pias observaciones practicadas en el terreno:

–– «Para las comunidades objeto del presente estudio se puede estable-


cer con certeza un reducido grupo de minerales, conchas, huesos y
maderas como materias primas; otras sustancias solo pueden ser in-
cluidas por inferencia. (Alonso, 1995b).
–– »Entre las materias primas básicas pueden ser incluidas como mine-
rales distintas especies y variedades de rocas silíceas que componen
la categoría de sílex arqueológico; las piedras tintóreas, consistentes
mayormente en diferentes minerales ferrosos; formas pétreas de
bauxita —mal llamadas basalto rojo—, en forma de cantos rodados;
cantos rodados de otras rocas de alto peso específico, dureza y te-
nacidad; rocas areniscas de distinto grano y rocas coralinas, aunque
sobre estas últimas cabe pensar que para algunas funciones fueron
utilizadas únicamente a falta de mejores alternativas. (Alonso, 1995b).
–– »Con respecto a las variedades minerales de sílex arqueológico, ha de
tenerse en cuenta —lo que no siempre se ha hecho— que no todas tie-
nen iguales propiedades a los efectos de su utilización como materia

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ABORÍGENES DE CUBA

prima para aplicar determinadas técnicas de construcción de artefac-


tos, tanto por sus cualidades intrínsecas de dureza, grano y cristaliza-
ción, como por las formas y dimensiones en las que se presentan en la
naturaleza de las distintas localidades, los potenciales núcleos, cues-
tiones que varían aún dentro de las mismas especies». (Alonso, 1995b).

Se ha comprobado que las rocas silicificadas en forma de los estratos re-


lativamente delgados (de cinco a siete centímetros) y muy poco intempe-
rizadas, propias de las cuencas de los ríos Mayarí y Levisa —material por
excelencia de la «industria» Seboruco-Mordán— constituye una materia
prima rara para el resto de Cuba. Sí aparecen rocas de igual estructura mi-
neralógica, pero en forma de nódulos o de fragmentos de estratos grue-
sos, en localidades del norte de Villa Clara, Sancti Spíritus y Matanzas, así
como en Cienfuegos.

–– «Los pedernales tienen sin duda una distribución más amplia pero,
hasta donde se sabe hoy, en unión de los cuarzos hialinos y lechosos,
constituyen la casi totalidad del sílex disponible en la geología de las
dos provincias más occidentales y en otras regiones del archipiélago
cubano. Para esas áreas, el pedernal aparece en fragmentos generalmen-
te muy intemperizados de estratos delgados (menos de cinco centíme-
tros) y las otras especies en forma de pequeños nódulos o de cristales, de
modo que no es posible contar allí con núcleos potenciales apropiados
para producir artefactos característicos de una industria laminar ni, en
general, para obtener piezas de más de 40 milímetros». (Alonso, 1995b).

Para algunas regiones, como la península de Guanahacabibes, las rocas


silíceas no existen en absoluto en su naturaleza y sí en todos los sitios po-
blados por el aborigen de referencia; lo mismo sucede con las rocas ferrugi-
nosas incluibles entre los materiales tintóreos, lo que permite asegurar que
ciertas materias primas insustituibles, por su carácter de «recurso lejano»
en ciertas zonas, eran obtenidas mediante largas incursiones de «grupos
por objetivos» (Kabo, 1980) o a través del intercambio.
Igual situación presentan en esa península los cantos rodados de bauxita
pétrea y otras rocas de semejantes propiedades, idóneas para las funciones
de majar, triturar, moler y percutir. «Para esa región, la fuente más cercana
de bauxita pétrea se encuentra en el entorno del Pan de Guajaibón, situado
a 200 kilómetros al este del Cabo de San Antonio». (Alonso, 1995b).

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ABORÍGENES DE CUBA

Vasijas en secciones de troncos ahuecados, enigmáticos palillos en


ocasiones decorados, esferas y otros fragmentos de maderas trabajadas,
aparecen en algunos sitios poblados por aborígenes en este estadio; tam-
bién, aunque no ha aparecido la evidencia directa y concreta, se acepta que
aquellas comunidades conocieron la técnica de fabricación de canoas
monóxilas, en troncos ahuecados, función para la que resulta idónea la
gubia de concha, característica de su ajuar productivo.
Hay que destacar que los pocos objetos de madera, ubicados en este
estadio, que han aparecido, son sin excepción de maderas «duras», como el
mangle prieto (Avicennia nitida) y el guayacán (Guaiacum officinale), lo que
no significa que no se hayan trabajado entonces maderas «blandas» que,
probablemente, no resistieron el paso del tiempo.
También la madera constituyó para estas comunidades el combustible
principal de sus hogueras, presentes en todos los sitios donde acamparon,
así como elemento básico para la construcción de algún tipo de vivienda
o abrigo que pudieron haber utilizado al establecerse durante una tempo-
rada o por períodos más prolongados en áreas despejadas, o para mejorar
la protección de algunas cuevas o abrigos rocosos durante las temporadas
lluviosas y ciclónicas, de todo lo cual no ha aparecido aún prueba conclu-
yente.
Evidencias indirectas confirman que utilizaron fibras y cortezas para el
trenzado o torcido de cuerdas o cordeles, como los empleados para ensar-
tar las cuentas de collares y colgantes, elaborados algunos con huesos de
pescado, que con tanta frecuencia aparecen. Algunas agujas elaboradas con
ese material también sugieren su dominio de la cordelería.
Es probable que hayan utilizado además, huesos de otros animales como
materia prima, pero de lo que sí hay evidencia es de una intensa utilización
de material de concha, principalmente marina. El ajuar aborigen en este es-
tadio comienza a presentar variados artefactos elaborados principalmente
en las conchas de los grandes gasterópodos que pueblan las aguas marinas
litorales del archipiélago cubano, de los géneros Strombus, Cassis, Charonia,
Melongena, Fasciolaria y Xancus, los cuales, como ya se indicó, fueron im-
portante fuente de alimento.
Como también se señaló, estas especies tienen sus hábitats particulares:
Strombus prefiere los fondos arenosos, aunque para la especie pugilis, algo
más fangosos; Cassis, Charonia y Xancus tienen semejantes preferencias,
mientras que Melongena y Fasciolaria habitan en los fondos fangosos de las
costas acumulativas.

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ABORÍGENES DE CUBA

Se ha observado que las especies gigas y costatus del género Strombus, sin
dudas, de singular importancia económica para el aborigen, presentan varie-
dades al parecer no recogidas por la taxonomía científica, pero sí debieron ser
conocidas entonces, por lo que ello significaba, en cuanto a su utilidad como
materia prima. Para ambas especies, los individuos que habitaban en aguas ale-
dañas a litorales afarallonados presentaban conchas mucho más robustas que
los que poblaban aguas más tranquilas, cuestión que hoy, cuando hace siglos
que se abandonó esa materia prima, parece una simple curiosidad, pero que en-
tonces determinaba sobre la calidad de la producción de artefactos tan impor-
tantes como las gubias de concha a construir en diferentes escenarios naturales.
Por otra parte, tanto esta peculiaridad como la ya señalada distribución
espacial de las especies, sin duda alguna influyó fuertemente sobre la pre-
sencia, ausencia o abundancia relativa de algunos productos elaborados
con materia prima de conchas en los sitios poblados en este estadio.
Igualmente, la sustitución de alguna especie «clásica» para la fabrica-
ción de un artefacto, puede obedecer a la ausencia de esta en la región,
más que a una costumbre particular o a una diferente tradición técnica.
Por su parte, las conchas de los pelecípodos marinos litorales, así como
de algunos fluviales, sirvieron de materia prima principalmente para la
confección de cuentas de collar; por supuesto, también fueron utilizados
directamente como instrumentos para raspar, sin elaboración previa.
Finalmente, se debe señalar que la concha como materia prima se puede
obtener no solo mediante la recolección de moluscos vivos, útiles también
como alimento, sino mediante la colecta de ejemplares muertos en las are-
nas de litorales marinos o fluviales.

Artefactos e instrumentos
Los objetos naturales utilizados por el hombre antiguo como medios de
trabajo o con otros fines —conocidos como instrumentos—, así como
aquellos que construyó con iguales propósitos, utilizando las materias pri-
mas ya mencionadas —calificados como artefactos—, presentan diferen-
tes tipos, o sea, distintas formas y dimensiones, determinadas por:

1. La función a la que estarían asignados.


2. Las tradiciones técnicas o estilísticas empleadas en su elaboración o
en su concepción previa.
3. Las características de su material constituyente.

… 52 …
ABORÍGENES DE CUBA

Aplicando estos presupuestos se puede conocer en todos los casos, me-


diante estudios especializados, la función a que fueron asignados y los pro-
cesos de trabajo en los que intervinieron aquellos destinados a esos fines;
con respecto a los que fueron construidos, o sea, los artefactos, se pueden
conocer las técnicas empleadas en su elaboración, que generalmente son
parte de una tradición (tradición técnica) y detectar rasgos asignables a al-
guna tradición estilística que pudieran estar presentes en ellos.
Es por todo eso que el análisis de esta clase de objetos arqueológicos
puede informar tanto sobre el modo de vida y la cultura en general de las
sociedades que los construyeron y los utilizaron. A continuación se mues-
tra cómo se comprueba esto en la realidad.
Para tratar sobre los artefactos e instrumentos, se organizará la exposi-
ción utilizando la clásica división que atiende a los materiales constituyen-
tes: la piedra, la concha y otros.
Los instrumentos líticos encontrados en el ajuar de las comunidades
apropiadoras en su estadio medio, que por definición son rocas en su es-
tado natural, se identifican por sus formas y por las huellas que dejaron en
ellos los procesos de trabajo en los que intervinieron. Los tipos general-
mente aceptados consisten en percutores o martillos, majadores o tritura-
dores, majadores-percutores o martillos-trituradores, piedras molederas,
algunos morteros y ciertas «escofinas» de rocas coralinas.
Es posible incluir algunas piezas de rocas areniscas, con huellas de
haberse usado como herramientas abrasivas, conocidas como «lajas» o «la-
jitas» (Dacal, 1970) y puede discutirse la inclusión de las «piedras tintóreas»
o colorantes en esta categoría, pues, aunque son de material lítico, no cons-
tituyen verdaderos instrumentos de trabajo ni objetos superestructurales,
sino materia prima de pigmentos a utilizar en actividades ceremoniales,
artísticas u otras.
Los percutores consisten casi exclusivamente en cantos rodados de
varias especies minerales, desde las bauxitas y dioritas de alta dureza, te-
nacidad y peso específico que fueron las preferidas, hasta las deleznables
rocas coralinas, con diversas formas, pero predominando las de sección
ovalada, propias de los cantos rodados, y con una regularidad absoluta: son
manejables con una sola mano.
Por otra parte, existe una señalada subdivisión tipológica entre los
percutores: percutores simples y percutores «de hoyuelo». Los primeros
presentan las huellas de trabajo en los bordes y extremos, mientras que
los últimos, con frecuencia de forma aplanada, las presentan en una o dos

… 53 …
ABORÍGENES DE CUBA

caras. Para ejemplares de forma no aplanada, pueden aparecer huellas en


forma de «hoyuelo» en más de dos planos.
También hay «hoyuelos» claramente producidos como huella de la per-
cusión, mientras que otros son de origen distinto, pues su forma cónica,
más o menos redondeada en el ápice y regular, indica el desgaste producido
por el movimiento rotatorio de otro objeto actuando sobre la pieza.
Cuando el «hoyuelo» de percusión aparece en una cara de forma cercana
al círculo o a un polígono regular, esa huella como de picoteo tiene un solo
centro bien definido, mientras que cuando la cara es de forma cercana al
óvalo o al rectángulo, hay dos centros para la huella, más alejados entre sí,
en relación directa con la magnitud de la diferencia entre ambos ejes del
plano.
Todo esto demuestra que el trabajo realizado por estos instrumentos
consistió en una percusión indirecta, es decir, golpeo sobre una pieza in-
termedia entre el percutor y el objeto de trabajo, como cuando se usa un
cincel, y también que el desplazamiento del percutor durante el trabajo
tuvo su centro en la articulación de la muñeca del operario, más que en la
del codo o del hombro. Con cierta frecuencia aparecen estos «hoyuelos» en
percutores simples, en majadores y en percutores-majadores, indicando la
polifuncionalidad de los estos.
Los majadores, por su parte, son también cantos rodados, identificables
por la huella de fricción que se presenta en una o varias de sus caras. Sin
que llegue a ser frecuente, aparecen majadores en cantos rodados de for-
ma alargada, apropiados para ser manejados con las dos manos. Dadas las
características del trabajo a realizar, resulta útil para la función de majar
una más amplia variedad de rocas, lo que no contradice el principio de que
siempre se usó, en primera instancia, el material disponible, y también se
buscó el más idóneo, es decir, el más duro y tenaz.
El percutor-majador, como su nombre lo indica, es un canto rodado que
presenta huellas de haberse utilizado para percutir y para majar, con la re-
gularidad de que son manejables con una sola mano.
Los majadores, en general, están relacionados en cuanto a forma y ta-
maño con sus piezas acompañantes: las piedras molederas y los morteros.
Las primeras no son más que guijarros con no menos de una cara plana,
cuya amplitud se asocia con la forma del majador: majadores alargados, ci-
lindroideos, que se vinculan a piedras molederas de amplia cara aplanada,
en la que se puede efectuar un trabajo de fricción lineal de doble sentido,
como en el metate centroamericano, mientras que los majadores de formas

… 54 …
ABORÍGENES DE CUBA

más redondeadas se asocian a piedras molederas de más reducida superfi-


cie útil, en la que se efectuaban movimientos rotatorios. En ambos casos,
la función principal consistió en el molido de semillas y otros productos
vegetales, y también en el molido de piedras tintóreas.
La mayor profundidad de la huella de trabajo diferencia al mortero de
la piedra moledera; se debe señalar que algunos morteros que aparecen
en el ajuar aborigen de este estadio son, evidentemente, artefactos y no
instrumentos, pues la profundidad y simetría de la cavidad que presen-
tan revelan que fue preparada intencionalmente. Este tipo de mortero
requiere también de un majador o «mano» de mortero de forma cilindroi-
dea alargada que, a todas luces, también fue construido. Con frecuencia
aparece más de una de estas cavidades identificadas como de mortero en
una misma roca.
Hay que agregar que, tanto estos morteros como sus majadores cilín-
dricos acompañantes, calificados como artefactos, se consideran como
indicadores, entre otros muchos, de la tradición técnica y también estilís-
tica de «talla de artefactos líticos en volúmenes simétricos con cierto puli-
mento», que se denomina «tradición banwaroide», presente en el resto de
las Antillas, con mayores antigüedades que en Cuba y con remoto origen
conocido (7500 años ap) en la isla Trinidad.
Con cierto «parentesco» con estos morteros y con los «hoyuelos» de al-
gunos percutores, aparecen unas perforaciones múltiples en algunas piezas
líticas de tamaño semejante al de las piedras molederas, las cuales fueron
producidas, sin duda alguna, por el desgaste generado por la rotación de
otro objeto sobre la piedra, es decir, por la misma causa que se atribuye a
las de los percutores con hoyuelo semejante. En el pasado se estimó que la
función de estas perforaciones u hoyuelos era la de servir, a manera de yun-
que, para partir semillas de corojo. Hoy no se comparte ese criterio, pero
la función real de esos hoyuelos está por demostrar.
Con respecto a las «escofinas» de roca coralina, se trata de fragmentos
de las ramificaciones del coral conocido como «cuerno de ciervo» (Tubipora
alcicornis), las que presentan una superficie lo suficientemente áspera para
poder desbastar con ellas maderas blandas o materiales semejantes. No po-
seen la dureza ni la tenacidad suficiente para ser utilizadas en otros obje-
tos, así como tampoco alto rendimiento, pero su abundancia en algunos
entornos marinos litorales puede haber condicionado su uso allí con esa
función. No se ha encontrado este instrumento en sitios arqueológicos de
tierra adentro ubicables en este estadio.

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ABORÍGENES DE CUBA

En cuanto a las «lajas» o «lajitas», como fragmentos de roca arenisca de


forma alargada y huellas de abrasión, todo parece indicar que se utilizaron
como limas para pulir o desbastar materiales como la concha o similares,
por lo que se ha estimado que pudieron ser útiles para afilar gubias, aunque
se ha comprobado que para esa función son mucho más eficientes los bor-
des de lajas de arenisca, usadas como piedras molederas.
Otros objetos naturales, que sin haber sido elaborados presentan
huellas de que fueron utilizados para realizar algún trabajo, son los llama-
dos «raspadores de concha», consistentes en las valvas de pelecípodos ma-
rinos o fluviales con desgastes o fracturas en sus bordes, las cuales indican
claramente que se emplearon para raspar algún otro objeto, por el momen-
to indefinido.
Acerca de las piedras tintóreas solo se puede agregar que, hasta donde
se sabe, en todos los casos se trata de rocas ferruginosas capaces de pro-
ducir pigmentos de tonos violetas, rojos, naranjas y ocres. No se tiene en
cuenta la pirolusita reportada por Dacal (1970:5) en la cueva Funche, por
considerar que lo que realmente observó allí fue pedernal negro.
Es de destacar que estas piedras tintóreas aparecen en casi todos los
lugares habitados por el aborigen objeto de estudio, con independencia de
las distancias que los separan de las fuentes de materia prima. Asimismo,
se estima que esos colorantes no solo se aplicaron en pinturas rupestres,
que es donde más ha aparecido su huella, sino que también se usaron para
colorear huesos en algunos entierros secundarios y ciertos objetos ceremo-
niales, así como probablemente, para elaborar pinturas corporales de sig-
nificación ritual o más práctica, como repelente de insectos. Por supuesto,
como ya se indicó, este material primero debió ser molido y después mez-
clado con algún aglutinante para cumplir esas funciones.
Para tratar los artefactos construidos por las comunidades aborígenes
en este estadio, se comenzará por los líticos.
Importante categoría dentro de estos, ocupan los artefactos de «piedra
tallada», denominación que se aplica para calificar los tallados en rocas si-
líceas que, por su dureza, grado de cristalización y consiguiente fragilidad,
se fracturan de forma particular al ser golpeados, produciendo piezas de
bordes filosos ideales para las funciones de cortar, tajar, rajar, raspar, ase-
rrar y perforar.
Sin duda alguna, fueron practicadas diferentes técnicas para tallar estos
materiales, las cuales se pueden considerar componentes de distintas tra-
diciones, generalmente calificadas como «industrias», las que han influido

… 56 …
ABORÍGENES DE CUBA

fuertemente en la designación de los contextos arqueológicos, donde apa-


recen como pertenecientes a unos u otros «complejos», «fases», «aspectos»
o «variantes culturales».
La presencia de alguna de estas tradiciones técnicas —indicada por los
artefactos líticos— en un contexto arqueológico cualquiera, informa con
seguridad que sus constructores eran portadores de esa tradición, pero su
ausencia en otro contexto no indica necesariamente que quienes habita-
ron ese lugar no la poseyeran, debido a que la mayor parte de esas técnicas
requiere de determinadas variedades de roca para ser aplicadas, de modo
que la ausencia de las adecuadas en una región, condicionaba la aplicación
de otros procedimientos para construir artefactos útiles para iguales fun-
ciones.
También resulta evidente, se reitera, que si un grupo humano portador
de cualquier tradición técnica en esa época, se desplazaba hacia regiones
donde no existía la materia prima necesaria para aplicarla durante un pe-
ríodo superior al de la vida de dos generaciones, esa tradición desaparecía
de su bagaje cultural, como muy bien han señalado, aunque refiriéndose
a los homínidos, científicos estadounidenses que han investigado experi-
mentalmente la tecnología primitiva. (Schick y Toth, 1994).
La tradición técnica que caracteriza la «industria» de piedra tallada para
el estadio medio en casi toda Cuba, tiene como materia prima pedernales,
cuarzos opalizados y otras variedades de rocas que se presentan en forma
de nódulos o de estratos muy delgados, por lo que sus artefactos no suelen
ser mayores de 50 milímetros, predominando los constituidos por lascas
sobre los laminares, y con una elaboración mucho más rústica que la típica
de la más antigua tradición macrolítica, considerada como propia del esta-
dio temprano de esta formación.
Los procesos de trabajo empleados en la construcción de artefactos de
piedra tallada en el estadio medio, consisten básicamente en la percusión
directa, con preparación previa del plano de golpeo, y también en el poste-
rior retoque por presión o por percusión fina.
No obstante su aparente rusticidad, estos artefactos fueron suficientes
para cumplir adecuadamente las citadas funciones de cortar, tajar, rajar,
raspar, aserrar y perforar, aplicables en carnes, huesos, pieles, cortezas, fi-
bras, maderas, conchas y otras rocas, así como, en general, para cubrir ne-
cesidades básicas de sus constructores durante varios milenios.
Otras técnicas para tallar rocas se aplicaron también en este esta-
dio, pero en este caso con el procedimiento de «picoteo», para producir

… 57 …
ABORÍGENES DE CUBA

artefactos —medios de trabajo o superestructuras— de formas simétricas


y con cierto pulimento los que, como se refirió anteriormente, han servido
también para identificar «complejos», «fases», «aspectos» y «variantes cul-
turales». Se considera que esta técnica está adscrita a la antigua tradición
antillana llamada «banwaroide», cuyos portadores se estima arribaron al
oriente cubano entre 3000 años y 3500 años atrás, procedentes de la vecina
Quisqueya (hoy Haití-Santo Domingo).
Estos artefactos «banwaroides» consisten principalmente en percuto-
res, majadores, percutores-majadores o manos de mortero, morteros, va-
sijas, «cucharas», bolas líticas o esferolitias y dagas líticas. Para los cinco
primeros, sus funciones utilitarias están indicadas por sus nombres; no está
clara la función de las llamadas cucharas o cucharones, mientras que las
bolas y dagas líticas se vinculan a actividades rituales.
La tradición técnica, generadora de este tipo de artefactos de formas
simétricas, llegó a extenderse por toda Cuba en este estadio, lo que revela
características de la dinámica social, propias de aquella época, que serán
tratadas más adelante.
Con respecto a los artefactos de concha, los más significativos son
aquellos asignables a la tradición manicuaroide, existentes únicamente en
la península de Araya y zonas aledañas del oriente venezolano, en las islas
Cubagua y Margarita, en la isla Aruba, en la costa caribeña de Yucatán
—aunque con distinto acabado y función allí— en toda Cuba y en la Florida.
Esta última ubicación de artefactos manicuaroides indujo a muchos a
sostener la idea de que esa tradición llegó a Cuba procedente de la Florida.
Lo cierto es que, tanto las antigüedades relativas de todas esas evidencias
como, y sobre todo, las condiciones naturales de esa gran región (vientos
y corrientes marinas), están casi probando que su lugar de «origen» está
en la actual Venezuela, y que su presencia en la Florida tiene procedencia
cubana y no al revés.
También sucedió que en Cuba esta tradición pasó, por transculturación,
a las comunidades aborígenes de la formación tribal, las cuales comenza-
ron a establecerse aquí alrededor de 2000 años después. Hacia mediados
del período que abarca este estadio, se había extendido por toda Cuba esta
tradición, por lo que sus indicadores comienzan, a partir de entonces, a
aparecer mezclados con los de la tradición banwaroide en muchos sitios de
habitación del aborigen.
Los artefactos diagnósticos de esta tradición se caracterizan por ser,
principalmente, producto de la talla por percusión directa de la concha

… 58 …
ABORÍGENES DE CUBA

de grandes gasterópodos marinos (géneros Strombus, Cassis y otros) para


producir gubias y vasijas.
Los procesos de trabajo empleados para construir esos dos tipos de ar-
tefactos han sido reconstruidos, mediante el experimento práctico, entre
otros, por Enrique Alonso quien, al construir la preforma de gubia pudo
comprobar que el procedimiento, aunque sencillo y rápido, exige el cum-
plimiento de varios requisitos tecnológicos que, de no tenerse en cuenta,
frustran el resultado, lo que explica la categoría de producto resultante de
una tradición técnica que tiene este artefacto.
Estas gubias, a todas luces, tuvieron la función de tallar o desbastar, prin-
cipalmente madera, a la manera de las actuales herramientas de carpintería
que reciben ese nombre. Son instrumentos idóneos para, enmangadas o
no, ahuecar troncos con ayuda del fuego para construir canoas monóxilas
o recipientes al estilo del «pilón» clásico del ajuar campesino tradicional en
Cuba. Se estima que, aunque pudo dárseles otras aplicaciones eventuales,
fue esa la función básica de las gubias de concha.
Además, aunque en Cuba aparecen gubias elaboradas con conchas de
las especies gigas y costatus del género Strombus, es sin dudas costatus la más
frecuentemente utilizada, así como que el artefacto «cuchara de concha»,
aunque pudo tener después alguna función utilitaria, no parece ser origi-
nalmente más que gubia de concha en proceso de construcción (preforma)
o gubia descartada durante el proceso por rotura, o por no presentar el
necesario grosor en su pared, lo que va implícito en la variedad de concha
empleada.
Ahora bien, lo que se logra con técnicas de percusión es el boceto o pre-
forma de gubia, la que se debe terminar mediante la creación del filo con
procedimientos de erosión, para lo que resultan útiles las rocas areniscas
silíceas. Tanto las «lajas» como los bordes de piedras molederas, como ya se
indicó, son adecuados para producir ese afilado.
Esta etapa del proceso de construcción de la gubia es mucho más pro-
longada y engorrosa que la anterior producción de la preforma, la que con
mayor frecuencia parece haber sido realizada en lugares de paradero en el
litoral, donde abundaban las conchas a utilizar como materia prima, mien-
tras que el afilado probablemente fue realizado en áreas de los campamen-
tos más interiores. Todo esto se infiere, a partir del hallazgo más frecuente
de restos de taller del proceso de talla por percusión, en aquellos paraderos
que en los campamentos más estables, donde predominan las gubias ter-
minadas.

… 59 …
ABORÍGENES DE CUBA

Dentro de esos restos de taller figuran los llamados «martillos» del labio
de Strombus costatus, así como los denominados «picos de concha» de igual
especie, lo que no niega, que ambos restos de taller se hayan utilizado des-
pués como medios de trabajo.
Igualmente, se debe tener en cuenta que la gubia original siempre
tuvo una altura similar a la del cuerpo de la concha utilizada; aunque un
uso prolongado, con los correspondientes afilados sucesivos, es sin du-
das la causante de que aparezcan gubias hasta con la mitad de su altura
original, sin que esto justifique que se les considere como un subtipo
especial.
Con respecto a las vasijas elaboradas con ejemplares de las mencionadas
especies de gasterópodos, igualmente, el proceso constructivo mediante
la percusión directa es rápido y sencillo, pero con iguales requerimientos
tecnológicos: si no se golpea en el lugar preciso, en un orden riguroso, con
el ángulo de ataque adecuado y con el percutor de forma, tamaño, dureza y
peso requeridos, no se logra la pieza.
Entre los restos de taller, producto de ese proceso, se encuentran
ciertos fragmentos de capas de la columela, calificados como «puntas
de proyectil». Las vasijas rotas durante su construcción —que dadas las
exigencias técnicas del proceso son abundantes— proporcionan los tan co-
munes «platos de concha», así como unos fragmentos de la región basilar de
la columela, calificados como «anzuelos atragantadores».
Estas vasijas, por supuesto, tuvieron la función de «contener», tanto lí-
quidos como materias sólidas de cualquier clase y, aunque con muy corta
perdurabilidad, pueden haber servido de recipientes para cocinar algunos
productos de consistencia líquida.
No está comprobada una abundante presencia de trompetas de concha
en el ajuar aborigen en este estadio, aunque la sencillez del proceso técnico
a aplicar para su construcción en conchas de Strombus gigas y otros grandes
gasterópodos marinos, muy utilizados por aquellas comunidades, sugiere
que pueden haberlas construido y utilizado.
Otros artefactos de concha, elaborados por estas comunidades aborí-
genes, son de función ornamental, y consisten en pendientes y cuentas de
collar, incluyendo las llamadas «microcuentas».
Las cuentas de collar elaboradas, tomando como materia prima la con-
cha de algunos pelecípodos principalmente marinos, fueron cortadas por
medio de alguna técnica aún discutida, y consisten en pequeñas piezas discoi-
dales de entre cuatro y diez milímetros de diámetro y uno o dos milímetros

… 60 …
ABORÍGENES DE CUBA

de espesor, con una perforación central para ser ensartadas en algún tipo de
hilo o cordel.
Experimentos realizados, demuestran que tales perforaciones pueden
ser practicadas en aquel material en pocos segundos, utilizando para ello
un rústico pero eficiente taladro de arco, que será descrito más adelan-
te. Estas cuentas aparecen con una abundancia sorprendente en algunos
sitios, así como que su existencia es prueba de que sus constructores cono-
cían también la técnica de la cordelería, pues una simple fibra natural (ani-
mal o vegetal), sin elaboración previa, no hubiera sido capaz de mantener
unido el collar por un tiempo aceptable.
Como prueba del uso eficiente de cordeles por aquellos aborígenes, está
la huella de desgaste, por uso prolongado, que ha quedado en algunos pen-
dientes de concha. Ejemplo notable de esta afirmación se observa en un
pendiente de concha de forma triangular, con perfil plano a ligeramente
convexo, de unos 75 milímetros de altura, encontrado en las capas medias
del residuario de la cueva de la Pintura (Guanahacabibes), en el que esa
huella de desgaste, producida por el cordel del que pendía, revela la forma
en que fue ensartado y, además, que colgó de la cintura pélvica y no del
cuello de quien lo usara.
Un ensayo posterior demostró además, que ese pendiente solo pudo ser
usado con comodidad por alguien del sexo femenino. Otro pendiente de
igual forma y menor tamaño, decorado con perforaciones no pasantes en
su cara externa, fue encontrado en un sitio de la Sierra de los Órganos.
También han aparecido pendientes de concha de forma cilíndrica, al-
gunos de ellos con decoración incisa de líneas entrecruzadas, realizada
necesariamente con un pequeño «buril» de sílex. Otro tipo de pendiente,
frecuentemente asociado a contextos arqueológicos propios de este esta-
dio, consiste en un diente de tiburón, al que se le practicaron dos o más
perforaciones en la zona de la «raíz» para colgarlo.
Asimismo, aparecen con cierta frecuencia verdaderas «agujas», prepara-
das en espinas o con partes óseas, de las aletas de ciertos peces. Un artefac-
to probablemente usado entonces, pero construido con materiales varios
(madera, cordel y sílex), pudo ser el citado taladro de arco. Se insiste en
mencionarlo, a pesar de que no está probado su uso, debido a la evidencia
indirecta que lo sugiere, como se verá a continuación.
En primer lugar, la enigmática función de los mal llamados «percutores
de hoyuelo», producidos por fricción, no puede ser más parecida al tope en
el que se apoya la varilla rotatoria de uno de esos taladros en su extremo

… 61 …
ABORÍGENES DE CUBA

superior, opuesto al otro en el cual se inserta una simple astilla de sílex,


que realiza la función de perforar la varilla rota en ambos sentidos, movida
por la cuerda de un pequeño arco rústico (una fina rama de árbol de no más
de 50 centímetros de largo). Por supuesto, mediante una vuelta del arco,
se hace que la cuerda envuelva la varilla, de modo que al mover el arco en
sentido perpendicular a esta, la haga funcionar.
En el experimento practicado se perforó limpiamente un orificio de dos
milímetros de diámetro en una concha de tres milímetros de grueso, en
solo cinco segundos. Otra ventaja de este taladro consiste en que la pieza
lítica perforante no tiene que ser un artefacto muy elaborado.
Simples astillas obtenidas como restos de taller en la elaboración de
otros artefactos, con la única condición de que posean extremos adecua-
dos para insertarse a presión en la varilla y para perforar el objeto de traba-
jo, son útiles en este caso. Cuando esa pieza se desgasta, lo que sucede en
corto tiempo, es muy simple sustituirla por otra.
Ya sea aplicando este artefacto o por otros medios, los perforadores de
sílex empleados no pudieron ser nunca demasiado largos y delgados, en aras
de su mayor resistencia, de modo que las perforaciones que producían no
podían ser muy profundas, razón por la cual casi todos los orificios cono-
cidos en cuentas y pendientes son de sección bicónica, porque se debieron
realizar trabajando consecutivamente desde ambas caras el objeto.
Finalmente, los hoyuelos producidos por rotación de un objeto sobre
una roca aplanada, por su notable similitud tipológica con los aparecidos
en los citados «percutores de hoyuelo» o topes de taladro de arco, pueden
ser la huella de la acción de uno de esos artefactos complejos, utilizado
en este caso para producir por fricción, el calor necesario para inflamar
algún material, más probablemente vegetal, con el propósito de encender
hogueras.
Como artefactos de madera, además del hipotético taladro, sí hay evi-
dencia de que en este estadio se construyeron ciertos recipientes, ahuecan-
do piezas de madera por el procedimiento de colocar brasas encendidas en
el área a desbastar, raspar las partes quemadas emparejando en lo posible
las superficies con gubias de concha u otros raspadores, y repetir ese ciclo
cuantas veces fuera necesario. Igual procedimiento tuvo que haber sido
empleado para construir canoas.
También han aparecido en algunos sitios funerarios vinculados a este
estadio unas piezas de madera, a manera de clavijas, de entre 10 centímetros
y 20 centímetros de largo y forma cilíndrica, con un extremo terminado en

… 62 …
ABORÍGENES DE CUBA

punta y el otro en un engrosamiento esferoideo. Una de ellas, colectada en


un sitio alterado de la Sierra del Rosario, estaba además cubierta por restos
de una pintura originalmente rojiza, la que se preparó con un aglutinan-
te de resina vegetal. Esas piezas solo se pudieron tallar y pulir, utilizando
«herramientas» de sílex, y todo parece indicar que su función fue exclusiva-
mente ritual o ceremonial.
Sin duda alguna, otros muchos artefactos fueron construidos por el
aborigen en este estadio, de los cuales no ha perdurado evidencia direc-
ta o indirecta; no obstante, puede ser inferida su existencia con cier-
to grado de certeza, como pueden ser los casos de recipientes de güira
(Crescentia cujete) o «catauros» de yagua de la palma real (Roystonea regia)
o algún tipo de cesto o bolsa tejido con hojas, lianas, o de piel; algún tipo
de azagaya y muchos otros…, pero todo eso está aún por probar, de una
forma u otra.

El «vestido»
Con respecto al vestido, existe coincidencia de criterios entre los investi-
gadores que se han ocupado del tema, en cuanto a que todos los aborígenes
apropiadores andaban desnudos.
La amplitud cronológica (no menos de 3000 años) y la antigüedad, asig-
nables al estadio medio, permiten suponer que aquellas comunidades pu-
dieron vivir aquí durante etapas climáticas más frías y secas, así como más
cálidas y húmedas que la actual, lo que induce a pensar en la posibilidad
de que hayan necesitado de algunos medios, incluibles en la categoría de
«vestidos» para protegerse de las inclemencias del tiempo, los que como
se sabe, no han dejado evidencia arqueológica directa. No obstante, la se-
ñalada evidencia indirecta de su dominio de la cordelería, antecedente del
conocimiento del tejido, así como la presencia de ciertos perforadores y
agujas en su ajuar, contribuye a fortalecer la tendencia a no descartar la
posibilidad expresada en el párrafo anterior.
Sí debe quedar definitivamente aclarado que la suposición, defendida
por algunos, de que los apropiadores, con el fin de protegerse de las bajas
temperaturas y los vientos durante el paso de los frentes fríos propios de
la temporada invernal, habitaban en esa época del año en sitios de tierra
adentro y solo se acercaban a las costas en las temporadas veraniegas, es ab-
solutamente errónea. La relación, detallada en páginas anteriores, acerca
de la temporalidad de los recursos alimentarios propios de esos ambientes

… 63 …
ABORÍGENES DE CUBA

costeros y de tierra adentro, más la evidencia arqueológica de su consumo,


demuestran que sucedió exactamente lo contrario.
Por otra parte, si bien es cierto que en la naturaleza cubana no hay
reptiles, arácnidos o insectos venenosos, al punto de ser capaces de pro-
ducir la muerte a una persona adulta y saludable, sí abundan, sobre todo
entre los insectos y arácnidos, especies cuyo ataque no solo puede resul-
tar molesto en extremo, sino también producir serias afectaciones a la sa-
lud, como arañas (Demotardus sp.), escorpiones (Ropalurus sp.), mosquitos
(Aedes sp.), avispas (Vespa sp.), jejenes (Decanta sp.), «rodadores», «guinchos»
(Pandion sp.), etcétera; así como múltiples vegetales espinosos, urticantes o
cáusticos, cuyo contacto puede producir desde molestias transitorias has-
ta graves lesiones cutáneas, como las cactáceas, la «zarza» (Pisonea sp.), la
«uña de gato» (Cleome spinosa), la «ortiguilla» (Platygyne sp.), el «palo bronco»
(Malpighia sp.), el «bejuco colorado», la «pica-pica» (Mucuna sp.), el «chichi-
cate» (Urera sp.), el «guao» (Comocladia sp.), el «pinipiniche» (Grimmeodendron
sp.), entre otros.
De cualquier manera, mientras no aparezcan evidencias de lo contrario,
hay que suponer que el mismo fenómeno de adaptación, que permite hoy a
algunos hombres correr descalzos sobre el más agresivo lapiez de las zonas
cársicas, fue extensible en aquellos aborígenes al resto de su piel, tal vez con
la ayuda de algunas sustancias protectoras o repelentes para moderar el ata-
que de ciertos insectos, con carácter de pintura corporal que, además de un
posible efecto del color, pudieron haber contenido como aglutinante algún
componente graso, albuminoideo o resinoso que actuara en ese sentido.
Los objetos mencionados anteriormente como «adornos corporales»,
parecen haber tenido esa función exclusiva, a reserva de un posible simbo-
lismo mágico-«religioso» de algunos; pero no se debe olvidar que, aunque
no se hayan conservado objetos de adorno corporal o de vestir, elaborados
con cortezas, fibras, maderas, pieles, plumas, hojas y semillas, no significa
que no hayan sido confeccionados y utilizados por estas comunidades que,
según se está tratando de demostrar, poseyeron una rica vida espiritual y
el suficiente nivel de desarrollo socioeconómico y cultural para producir
estos variados artefactos.

Uso del fuego


Si no fuera suficiente prueba el uso del fuego por las comunidades apropia-
doras, el hallazgo constante de restos de hogueras en todos los sitios en que

… 64 …
ABORÍGENES DE CUBA

habitaron, se pudiera decir que algunos alimentos, cuyos restos aparecen


asociados a aquellas cenizas, requieren de cocción para ser consumidos por
el hombre. Se trata principalmente de las carnes de los grandes gasterópo-
dos y de algunos pelecípodos marinos, para los que no es suficiente la tritu-
ración o el molido para hacerlos aceptablemente digeribles. Las carnes de
todos los mamíferos, reptiles, algunas aves y otros moluscos, que pudieran
haber sido consumidas crudas, resultan indiscutiblemente más asimilables
después de ser sometidas al calor, a lo que no escapan incluso peces y crus-
táceos de carnes blandas.
Igualmente, el desgaste de las mesetas dentales, comúnmente obser-
vado en los restos de todos los aborígenes, sugiere una masticación mu-
cho más intensa que la que practica el hombre actual y, principalmente,
la presencia en algunos alimentos de muy pequeñas partículas de las rocas
abrasivas, componentes de los morteros, majadores y piedras molederas,
empleadas en preparar aquellos alimentos.
Con respecto a los productos vegetales, ciertas almendras, como la de
la palma real (Roystonea regia) y el encino (Quercus sp.), deben ser cocidas de
alguna manera para el consumo humano, así como algunas raíces.
Estas consideraciones no pretenden negar que ciertos productos cár-
nicos, como muchos productos vegetales, hayan sido consumidos crudos
al igual que los huevos de aves y reptiles, así como anfibios e insectos en
distintas fases de su desarrollo; más bien lo que se pretende es introducir el
tema relativo a que la ausencia de vasijas de barro cocido o de metal no es
obstáculo para que estas comunidades hayan podido disponer de una dieta
regularmente adecuada a sus necesidades vitales aunque, muy posiblemen-
te, no compatible con los hábitos y gustos del hombre moderno.
En efecto, tanto las harinas, pastas o papillas vegetales, consumibles cru-
das o después de someterlas a la acción directa o indirecta del fuego, como el
asado y ahumado de carnes y de vegetales, no requiere de tales vasijas.
Pero la cocción en agua u otros líquidos de esos u otros productos se
pudo realizar igualmente en recipientes como la «jícara» o vasija del fruto
de la güira (Crescentia cujete) u otras especies, o en el recipiente de yagua de
la palma real o «catauro», o en la vasija de concha, bien por el método de los
guijarros calentados o colocando esos contenedores directamente al fue-
go, cuestión perfectamente posible y comprobada, siempre que los niveles
del líquido se mantengan altos y el fuego controlado. Por supuesto, estos
medios no son tan duraderos como las vasijas de barro o metal, totalmente
desconocidas por aquellas comunidades.

… 65 …
ABORÍGENES DE CUBA

Si bien el asado, ahumado y secado al sol o al fuego son procedimientos


eficientes para la conservación de carnes y algunos productos vegetales,
no resultan efectivos para conservar algunos crustáceos y huevos de aves,
como tampoco la cocción en agua constituye como regla un método ade-
cuado para esos fines.
Como ejemplo de lo primero está el ahumado de la jutía, que aún se
practica, así como el secado al sol del pie musculoso del molusco Strombus
gigas, o cobo, en ristras ensartadas en «ariques» de yagua de palma real que,
cuando es seguido de un discreto ahumado, permite conservar el producto
por largo tiempo; iguales resultados se obtienen mediante el secado al fue-
go y el ahumado de algunos peces y de los huevos de los quelonios marinos.
Por falta de evidencia que lo pruebe, no se ha mencionado el uso de la
sal, de sustancias azucaradas (fermentadas o no) y de algunas plantas aro-
máticas en la conservación de alimentos, aunque son procedimientos que
pudieron también ser utilizados entonces.
De todo lo anterior se desprende la conclusión de que en este estadio,
el aborigen poseía ya ciertos medios para conservar eventualmente algu-
nos alimentos «sobrantes», en virtud de encontrarse en sus ciclos de abun-
dancia o por alguna causa fortuita, con todo lo que eso significa en cuanto
al modo de subsistencia y, por tanto, para el modo de vida en aquellos
tiempos.
En cuanto a la producción y conservación del fuego en sí, y recurriendo a
la evidencia arqueológica y a la etnografía comparada, se puede aceptar que
estos aborígenes eran capaces de encenderlo a voluntad, mediante alguno
de los procedimientos basados en el aprovechamiento del calor generado
por la fricción de dos o más piezas de madera, al actuar sobre alguna otra
sustancia fácilmente combustible, con la ayuda de una oportuna inyección
de oxígeno mediante el soplado.
No obstante, más que por lo aparentemente engorroso del encendido,
por la necesidad de aprovechar maderos gruesos difícilmente seccionables
con rudimentarios medios de trabajo, así como por la conveniencia de
mantener luz, calor y humo en el campamento, los fuegos parecen haber
estado encendidos casi permanentemente, como sugieren fuertemente las
grandes acumulaciones de cenizas que aparecen en todos los sitios habi-
tados de manera regular. Actuales experiencias personales —semanas de
acampada en las cuevas de Guanahacabibes— avalan esta hipótesis. Ade-
más, como se apuntó antes, el fuego fue un decisivo medio para facilitar
el vaciado de troncos en el proceso de convertirlos en canoas o en otros

… 66 …
ABORÍGENES DE CUBA

artefactos, mediante las también mencionadas técnicas, aún en uso en


algunas zonas rurales.

Los sitios de habitación


La prospección arqueológica integral de grandes regiones, ha venido pro-
porcionando evidencia de que la selección de los emplazamientos de los
sitios de habitación en el estadio medio respondió a determinadas normas.
En primer lugar, el sitio debía reunir las mejores condiciones ambienta-
les del entorno; además, era escogido en función de su cercanía al principal
recurso necesario, generalmente el agua potable y, también, a la mayoría de
los recursos a explotar desde ese emplazamiento en una estación o durante
todo el año, según el caso, tal como se viene comprobando que sucedió
entonces en otras partes del mundo. Cuando el sitio radicaba en cueva o
abrigo rocoso, se elegía la más habitable del sector, o sea, la más conforta-
ble, ventilada, clara, seca y de más fácil acceso.
Ahora bien, igualmente se viene comprobando que esos sitios habita-
dos entonces presentan diferentes magnitudes, en cuanto al tamaño del
área ocupada y al grosor de los restos acumulados, producto de la actividad
humana realizada allí. Ambos aspectos responden al tamaño del grupo que
utilizó el espacio, al tipo de actividades efectuadas en él, y al tiempo duran-
te el que fue habitado, de forma «permanente» o cíclica.
Toda esa complejidad, tratada con adecuados niveles de inferencia y
apoyada en observaciones practicadas por otros investigadores en distin-
tas regiones del globo, entre las que se destacan las citadas de Vladimir
Kabo (1980), revela la práctica de diferentes sistemas de asentamiento por
aquellos aborígenes, sistemas que se caracterizan por la permanencia de
la comunidad reunida en un sitio durante todo el año, o por la reunión y
dispersión de la comunidad en grupos económicos dentro del territorio
comunal.
Cabe adelantar aquí que, con fundamento arqueológico, se considera
que la extensión de estos territorios comunales fluctuó en Cuba entre 50
kilómetros cuadrados y 200 kilómetros cuadrados, según las ventajas o
desventajas del medio ambiente en las diferentes regiones del archipiélago.
Por supuesto, los sitios poblados por la comunidad reunida durante
todo el año o durante una estación, ocupaban un área mayor, y también
presentaban una más gruesa acumulación de restos de la actividad reali-
zada allí que los paraderos, utilizados durante pocos días, aunque a veces

… 67 …
ABORÍGENES DE CUBA

muy reiteradamente, por los grupos por objetivos que se desprendían de


los primeros constantemente.
Los sitios poblados estacionalmente por los grupos económicos en los
que la comunidad se dividía en algunas regiones, presentan una menor área
ocupada que los primeros, pero pueden mostrar igualmente gruesas acu-
mulaciones de restos. De ellos se desprendían constantemente también los
grupos por objetivos que acampaban por pocos días en similares paraderos.
En ambos casos, la misión de los grupos por objetivos consistía en obte-
ner determinados recursos, alimentarios o no, que eran trasladados para su
uso o consumo al campamento mayor. Algunos de esos paraderos fueron
verdaderos talleres de elaboración primaria de material lítico o de concha.
También aparecen huellas de habitación, breve y escasa, en algunos sitios
funerarios o ceremoniales radicados en otras cuevas de los territorios co-
munales.
Resumiendo, sobre este complicado tema, lo que se puede considerar
probado es que estas comunidades no practicaron un patrón habitacional
uniforme, sino que, sobre la base de la experiencia acumulada, utilizaron
sistemas de asentamiento acordes con las características biogeográficas de
las distintas regiones naturales a las que el azar, factores de orden demográ-
fico, económico u otras causas las condujeron a habitar.
Para regiones como la península de Guanahacabibes, la ciénaga orien-
tal de Zapata, el sur de la Isla de la Juventud y otras, la proximidad de
los recursos marinos costeros a los propios de los bosques semideciduo
y siempreverde, les permitió explotar estacionalmente los recursos de
esos paisajes desde un mismo campamento de comunidad reunida duran-
te todo el año, con solo el desprendimiento por pocos días de pequeños
grupos por objetivos, encargados de obtener los recursos en un área cir-
cundante de unos 50 kilómetros cuadrados, los que eran trasladados al
campamento base.
En el caso de las regiones con una mayor distancia entre esos paisajes
claves, la norma observada consiste en la ubicación de los campamentos de
comunidad reunida en las llanuras costeras, cerca del mar, o más interiores
cuando las vías fluviales adecuadas permitían, mediante la navegación, ex-
plotar desde allí los recursos marinos.
Estos campamentos eran habitados únicamente durante la temporada
de seca de cada año (noviembre-abril), mientras que durante la estación
lluviosa (mayo-octubre) y la temporada ciclónica, la comunidad se dividía
en grupos menores o grupos económicos, que acampaban en sitios más

… 68 …
ABORÍGENES DE CUBA

interiores poblados principalmente por el bosque semideciduo y con fre-


cuencia, enclavados en las montañas, así como al abrigo de formas negati-
vas del relieve, como cuevas y solapas.
De ambas clases de campamentos estacionales indistintamente se des-
prendían, con similares propósitos, los grupos por objetivos, para cubrir
con su actividad áreas de hasta 200 kilómetros cuadrados.
Se entiende como área de influencia económica aquella que podía ser
explotada desde cualquiera de los tipos de campamento mencionados, y
como territorio de la comunidad, aquel que suma todas las áreas de in-
fluencia económica en las que esta practicó sus actividades subsistenciales
desde uno o varios campamentos.
Como ya se explicó, estos territorios comunales y, por tanto, todos los
campamentos de distinto tipo y magnitud en ellos enclavados, no fueron po-
blados sostenida o ininterrumpidamente durante todo el tiempo —a veces
en períodos milenarios— que tardó en acumularse la «basura» arqueológica,
que hoy compone los residuarios y los identifica, sino que, inevitablemente,
hubo que practicar una rotación de esos territorios, abandonando cada uno
cuando los recursos alimentarios más sensibles comenzaban a decrecer apre-
ciablemente, ocupando sucesivamente otros territorios bajo igual condición,
y retornando a los anteriormente poblados, cuando la naturaleza se hubiera
recuperado de los impactos humanos.
Por supuesto, todo ese «programa» de cambios de territorio comunal se
pudo realizar sin dificultad, en tanto las densidades demográficas en gran-
des regiones lo permitieron. En caso negativo, la migración hacia regiones
más distantes, incluso ultramarinas, fue la única alternativa de subsisten-
cia. Además, la evidencia arqueológica ya viene mostrando, con suficiente
claridad, cómo se organizaba entonces la vida y las actividades de todo tipo
en aquellos campamentos de distinta magnitud y función.
La norma observada en los campamentos de comunidad reunida —
siempre establecidos en áreas despejadas, a cielo abierto— consiste en la
ubicación del espacio dedicado a las hogueras y, por tanto, a la cocción
o preparación final de los alimentos, en el centro del área de habitación.
Alrededor de esta área central, aparece la mayor cantidad de restos de
alimentos y de artefactos e instrumentos dedicados a su elaboración; des-
pués, se repite la presencia de un sector con escasas evidencias de todo
tipo y, finalmente, un sector marginal con abundantes artefactos e ins-
trumentos propios para trabajar sobre otras materias primas, así como
restos de taller.

… 69 …
ABORÍGENES DE CUBA

De todo esto resulta una planta circular, cuyo diámetro más común
fluctúa entre 20 metros y 30 metros. La acumulación de todos esos restos,
a lo largo de todo el tiempo durante el cual el sitio fue habitado, da lugar a
la formación de verdaderos montículos, que hoy indican a simple vista su
carácter de sitios arqueológicos.
El hecho de que algunos de esos montículos presenten una planta ova-
lada más o menos regular, según se ha podido comprobar ya, obedece a
que el centro del área habitada cambió a lo largo del tiempo de utilización
del sitio, pero con corta diferencia, de modo que el «montículo oval» está
conformado realmente por más de un montículo simple.
Cuando la distancia entre dos centros es mayor de 30 metros, aparecen
dos montículos adyacentes. En algunos lugares se presentan más de dos
montículos adyacentes, y también se da el caso, menos frecuente, de mon-
tículos con forma de herradura, producida por la misma causa que dio lugar
a los ovales.
La circunferencia más comúnmente observada para los «anillos» en los
que aparecen escasas evidencias, que se identifican como «áreas de descan-
so», induce a plantear que el tamaño de los grupos humanos que acampa-
ron allí, o sea, las comunidades, debió fluctuar entre 100 y 150 individuos,
entendiendo siempre que estos eran en mayoría infantes y adolescentes,
en virtud de la baja esperanza de vida propia de aquella época y de la alta
fertilidad que, a consecuencia de lo anterior, tuvo que ser la causa de la
supervivencia milenaria de aquellos grupos humanos, como se ha señalado
reiteradamente.
Aunque no se ha encontrado evidencia arqueológica que lo pruebe de-
finitivamente, algunos indicios observados, así como referencias etnográ-
ficas, sugieren que en esos campamentos se construyó algún tipo de abrigo
—no necesariamente verdaderas «casas»— para proteger a sus habitantes
de las inclemencias del tiempo. Huellas de postes, y hasta restos de algunos
que pueden haber sido parte de esas construcciones, se han encontrado en
varios sitios de habitación asignables a este estadio.
Cuando en estos montículos residuales aparecen entierros humanos,
hasta donde se ha podido comprobar, estos se ubican en esas áreas de des-
canso, lo que indicaría, de ser realmente una regularidad, que los fallecidos
en el sitio eran sepultados en el lugar donde acostumbraban a dormir. Por
supuesto, la complejidad provocada por los frecuentes cambios en la ubi-
cación de los «centros», dada principalmente, a partir de los antes señala-
dos abandonos, con frecuencia supra anual de territorios —y por tanto de

… 70 …
ABORÍGENES DE CUBA

los sitios habitados en ellos—, complica en extremo la identificación de


estas últimas regularidades en casi todos los sitios estudiados.
Para otros campamentos habitados brevemente por los grupos por ob-
jetivos destacados de la comunidad reunida, siempre que se ubiquen tam-
bién en áreas despejadas y más frecuentemente, en zonas del litoral ma-
rino, se cumplen las mismas regularidades aunque, por supuesto, tanto el
diámetro del área ocupada como la acumulación de «basura» son mucho
menores, y también es diferente el contenido del residuario, puesto que la
función de esos emplazamientos fue otra.
Los residuarios, indicadores de campamentos estacionalmente utilizados
por los grupos económicos, en los que se dividía la comunidad en algunas
regiones durante la temporada lluviosa de cada año, ubicados generalmente
—esto es, con excepciones dadas por particularidades zonales del paisaje—
más tierra adentro, tienen como norma, con posibles variaciones no bien
definidas aún, su emplazamiento en cuevas o abrigos rocosos, útiles para
protegerse de las lluvias y las tormentas tropicales propias de la estación en
que fueron habitados.
Se repite el emplazamiento del área habitacional en el espacio bajo te-
cho de las bocas o salones exteriores de las cuevas o bajo la cobertura de
solapas; esto es, siempre en áreas iluminadas naturalmente durante el día,
ventiladas, secas, de fácil acceso y con piso relativamente llano, condición
esta que se pudo perfeccionar en algunos casos mediante el movimiento de
algunos clastos e, incluso, mediante el relleno.
La magnitud del área a ocupar por el grupo para el descanso, la prepara-
ción de alimentos con las correspondientes hogueras y el trabajo, en estos
casos, está determinada por el espacio del abrigo natural. Las observacio-
nes hechas en los pocos sitios estudiados, teniendo en cuenta la necesidad
de descubrir cómo funcionó la vida allí, indican que esos grupos no debie-
ron ser mayores de 30 o 40 individuos de todas las edades. Como ejemplo
de estas observaciones, está la investigación realizada por Alonso (1995a)
en la cueva del Arriero, Sierra de los Órganos.
En estos sitios se repite la norma de utilizar como áreas de descan-
so las más abrigadas, o sea, las más cercanas a las paredes y alejadas de
la boca o del borde del techo del abrigo rocoso; las hogueras quedaban
ubicadas hacia el centro del espacio bajo techo, rodeadas del sector más
exterior, de preparación y consumo de alimentos, al que sigue, ya en la
parte más externa, la zona de trabajo de elaboración de artefactos. En
conjunto, el área total utilizada de esta manera fluctúa, como máximo,

… 71 …
ABORÍGENES DE CUBA

entre 100 metros cuadrados y 150 metros cuadrados, hasta donde se sabe
hoy.
También han sido observados en algunos de estos sitios, indicios suge-
rentes de que se pudieron construir allí algunos aditamentos de maderas
y hojas, capaces de mejorar la protección brindada por el abrigo natural,
cuestión de marcada importancia durante la temporada del año en que fue-
ron habitados.
Finalmente, se señala lo siguiente: algunos sitios de habitación de co-
munidad reunida, con independencia del sistema de asentamiento al que
puedan ser vinculados, y caracterizados por constituir gruesos montículos
residuales, que se pueden observar hoy en zonas litorales ocupadas por el
manglar, como el clásico cayo Redondo, tuvieron en la época en que fueron
habitados por el aborigen una ubicación menos costera, debido a movi-
mientos eustáticos e isostáticos que han modificado la línea de la costa
en el tiempo transcurrido desde entonces, según lo prueban los estudios
realizados con los restos de alimentos consumidos allí y otros sobre paleo-
geografía de esa zona.
Esto no niega que pudo haber paraderos de grupos por objetivos, com-
puestos por no más de 10 adultos, en algunas zonas pantanosas o de man-
glar, pero se considera que nunca se trató de campamentos base de comu-
nidad reunida o de grupos económicos, concebidos para la estancia de un
grupo mucho mayor y heterogéneo durante varios meses.
Por último, se reitera que la mencionada rotación de territorios pudo ser
practicada sin dificultades en un espacio isleño como el de Cuba, en la me-
dida en que la densidad demográfica del mismo —en constante y estrecha
relación con la capacidad de sustentación de los territorios— lo permitiera.
Para situaciones límites, que se pueden haber producido en algún momen-
to, la migración hacia otras tierras, mediante la navegación, tuvo que ser la
única alternativa. Téngase presente que esta es la principal causa de la dis-
persión de la especie humana por todo el planeta, así como que la presencia
en la Florida de la tradición manicuaroide, pudiera resultar una prueba de su
tránsito hacia allí, con punto de partida en Cuba.

El transporte
A nivel de los conocimientos actuales sobre el tema, es incuestionable la
utilización de medios de transporte acuático por las comunidades apropia-
doras en el estadio medio.

… 72 …
ABORÍGENES DE CUBA

Además del hecho indiscutible, de que todo poblamiento humano


ocurrido en Cuba antes de la invención de la aeronáutica tuvo que ser
realizado mediante la navegación, la presencia aquí de la tradición mani-
cuaroide, como en todos los puntos del área antillana y del circumcaribe,
donde las corrientes marinas pudieron conducir a sus portadores —si es
que realmente esta tuvo origen en la mencionada región venezolana hace
más de 3500 años—, constituye casi una prueba más de la práctica de la na-
vegación, al menos, por los aborígenes tratados en este capítulo porque, de
otra manera, habría que suponer que la técnica de construcción de la gubia
de concha fue inventada casi simultáneamente en todos aquellos lugares, y
en ningún otro.
Algunos han sostenido que tal periplo no se pudo haber realizado en-
tonces, argumentando que aquellos aborígenes nunca se hubieran aventu-
rado a tratar de realizar tan largo viaje en medios tan rudimentarios como
la canoa o la balsa..., olvidando que entonces no existían mapas ni otros
medios técnicos para informarles lo que había detrás del horizonte marino
que tenían delante y que, además, aquellos pueblos poseían ya una tradi-
ción más que centenaria de navegación fluvial.
Todo eso, unido a su absoluta ignorancia del carácter y dimensiones del
gran río salado, el cual descubrieron al asomarse por primera vez al mar,
son razones más que suficientes para no tener dudas de que navegarlo a
favor de la corriente —según aquella experiencia, siempre conduciría
a alguna parte— era una buena opción para las exploraciones que necesa-
riamente debían realizar en busca de nuevos territorios hacia donde des-
plazarse, cuando los niveles de densidad demográfica en el espacio original
llegaran al límite permisible por su capacidad de sustentación, todo lo que
no niega que, en algunos de estos viajes, haya influido la casualidad.
Iguales causas e igual explicación, como ya se reiteró, pudieran convali-
dar el hipotético tránsito de Cuba a la Florida. Aunque no ha aparecido evi-
dencia directa y concluyente que lo pruebe más allá de toda duda razonable,
todo indica que estas comunidades apropiadoras construyeron y utilizaron,
tal vez entre otros medios, canoas monóxilas, ahuecando troncos de made-
ra de dimensiones y características apropiadas, que les sirvieron como me-
dio auxiliar en tareas de pesca, caza y captura, y como medio de transporte
de productos de aquellas y otras actividades, así como para el traslado de
personal, tanto en los medios fluviales y lacustres como en el mar.
Debido a su nivel de desarrollo y a las características de la fauna au-
tóctona, los aborígenes de Cuba no dispusieron de medios de transporte

… 73 …
ABORÍGENES DE CUBA

terrestre. Sin dudas, como lo confirma la observación etnográfica, fueron


grandes caminantes, por lo que marchas de más de 20 kilómetros pueden
haber sido normales como parte de la gestión subsistencial cotidiana de
algunos, en el estadio aquí tratado.
Para un grupo establecido con cualquier sistema de asentamiento y du-
rante cierto tiempo en un territorio, este tuvo que ser conocido en sus
menores detalles, de modo que el tránsito entre determinados puntos
vitales, a fuerza de frecuente y obligado, llegara a conformar verdaderas
rutas o «caminos», inicialmente memorizados por los conocedores, con
ayuda de puntos de referencia naturales, a los que se pueden haber agrega-
do algunas marcas intencionales, como aún sucede hoy en las más intrin-
cadas regiones.
La evidencia arqueológica prueba que fue el aborigen quien trazó por
primera vez las veredas que hoy todavía enlazan los principales puntos
acuíferos de la península de Guanahacabibes y otras regiones de similar
topografía, y quien descubrió los pasos o «cruceros» de las zonas montaño-
sas que hoy por imperativo topográfico se continúan empleando y que, en
muchos casos, se han convertido en modernas carreteras. Todo esto está
muy vinculado al hecho, confirmado en la práctica hasta la saciedad, de
que, aunque en la naturaleza cubana no hay paisaje o ecosistema inaccesi-
ble para un hombre a pie, sí hay sectores no transitados en algunos, ya que
siempre fue más práctico desviarse unos metros o hectómetros y buscar el
«paso».
La larga experiencia en la exploración, el consecuente conocimiento del
panorama natural y arqueológico, sobre todo, del occidente de Cuba, y el
continuo ejercicio del diálogo, encaminado a recibir o brindar información
sobre ubicación geográfica y descripción de lugares con personas descono-
cedoras del recurso del mapa, la brújula y la notación topográfica, inclina
a pensar en la posibilidad de que algunos pictogramas elaborados por es-
tos aborígenes, tuvieran en realidad la función de rudimentarios esquemas
cartográficos o, al menos, de señales encaminadas a conducir a otros hacia
ciertos lugares.
Por otra parte, la aparición en algunos sitios de evidencias como restos
de cangrejos terrestres, consumidos a grandes distancias de las áreas don-
de pudieron ser capturados, así como abundantes restos de pequeños fru-
tos del bosque y moluscos terrestres, permite inferir con aceptable grado
de seguridad, que estos aborígenes poseyeron algunos medios apropiados
para transportar objetos pequeños en grandes cantidades, a manera de bolsas,

… 74 …
ABORÍGENES DE CUBA

cestos u otros contenedores como pudo ser el tradicional «catauro» de yagua


de la palma real.

Otros aspectos sociales y manifestaciones


de la superestructura
Sobre la base de todo lo hasta aquí tratado, y en constante interacción dia-
léctica con ello, funcionaron otros muchos aspectos sociales y de la historia
de aquellas comunidades pretribales en su estadio medio que la arqueolo-
gía permite conocer, y que serán presentados a continuación, comenzando
por el sujeto de ese proceso.

Aspecto físico
Aunque los más recientes aportes de la Antropología Física al conocimien-
to de los aborígenes de Cuba no han sido sistematizados, razón por la cual
no es posible aún avalar o modificar los criterios sobre su aspecto físico
emitidos hace más de tres décadas, se puede pronosticar que en breve se
conseguirá incorporar significativos conocimientos sobre este interesante
aspecto.
En relación con el estadio medio, diversos factores concurren a compli-
car la interpretación antropológica de tendencia reconstructiva del aspec-
to de los aborígenes que lo vivieron, partiendo de la única fuente accesible:
sus restos óseos.
Esto se debe a que se trata de una población que se extendió por un pe-
ríodo multimilenario, durante el cual se deben haber producido numerosas
mezclas —aunque siempre dentro de la raza mongoloide americana hasta
el siglo xvi de n.e.— relacionadas con la incorporación al territorio cubano
de distintos grupos «inmigrantes» de procedencia no totalmente estable-
cida, y también con normas de organización social, cuyas particularidades
están por conocerse en detalle.
Desde las primeras comparaciones efectuadas entre los cráneos halla-
dos en la cueva de la Boca del Purial y en Guayabo Blanco, resultó evidente
que había significativas diferencias somáticas entre pobladores aborígenes
en este estadio.
Hallazgos posteriores vienen contribuyendo a reforzar esa apreciación,
de modo que se ha generalizado la tendencia a vincular los tipos físicos que

… 75 …
ABORÍGENES DE CUBA

se pueden observar con uno u otro de aquellos tipos «clásicos». Pero este es
un tema algo más complejo, como se aprecia en la siguiente cita:

Analizando cinco cementerios sénecas en Nueva York, Lane y Sublett, con-


sideraron que cada uno reflejaba un patrón de asentamiento tipo vecindad
rural de unidades exógamas, y que los cinco juntos representaban una po-
blación endógama. Después razonaron que si la residencia era patrilocal, los
esqueletos masculinos deben mostrar pequeña variabilidad morfológica
dentro de un cementerio y considerable variabilidad de un cementerio a
otro; las mujeres, siendo de origen externo, deben mostrar mayor variabi-
lidad en un mismo cementerio y menor variabilidad entre cementerios que
los hombres. Si la residencia fuera matrilocal, prevalecería una situación
inversa. (Ubelaker, 1978:90. Traducción libre de E. Alonso).

Es evidente que ante un panorama de igual complejidad que cabe espe-


rar en las comunidades aquí tratadas, muy poco puede informar el análisis
de algunos cráneos rescatados como producto de trabajos tan encomiables
como aislados, sin un plan que dirija la investigación hacia la búsqueda de
respuestas a interrogantes decisivas y bien definidas con anterioridad.
En 1989 se observó a simple vista marcadas diferencias somáticas en-
tre los 53 esqueletos aborígenes ubicados en este estadio, exhumados en la
cueva de Calero, Matanzas. La medición de esas diferencias sigue hoy en
proceso, pero hay que preguntarse si de sus resultados se puede esperar —
teniendo en cuenta las complejidades antes expresadas— algo que pueda
ser llamado «aspecto físico del hombre de la cueva de Calero».
Con todas esas reservas, por el momento se puede concluir sobre este
tema que el aborigen pretribal, tanto en su estadio medio como en el tem-
prano, dentro del tipo más general del indio americano, tuvo «cara ancha y
pómulos prominentes, órbitas cuadradas, ancho espacio interorbital, mar-
cado desgaste en las mesetas de las piezas dentarias y aberturas piriformes
medianas o estrechas, según casos individuales, con bordes filosos y no muy
pronunciados en las escotaduras» (Tabío y Rey, 1979, citando a Herrera y
Rivero); que no practicaron la costumbre de deformarse el cráneo y que su
estatura media fue de 1.574 metros para los hombres y de 1.437 metros para
las mujeres (Torres y Rivero, 1970:34), con capacidad craneana promedio de
1280 centímetros cúbicos (según datos tomados de Tabío y Rey, 1979), pre-
dominando los cráneos hipsi-mesaticéfalos e hipsi-subraquicéfalos (ibídem).
En fin, que fueron... «hombres bajitos de cara mongoloide». (Herrera, 1970).

… 76 …
ABORÍGENES DE CUBA

Salud y mortalidad
Estudios realizados por profesionales de la Medicina, revelan la huella de
distintas enfermedades, lesiones y otros padecimientos observables en res-
tos óseos de aborígenes ubicables en este estadio.
Entre las atribuibles a enfermedades se destacan, por su aparente fre-
cuencia, distintos tipos de osteomielitis y osteoporosis, así como lesiones
a consecuencia de padecimientos sifilíticos. (Ercilio Vento, comun. pers.).
Igualmente frecuentes eran los signos de anemia, mientras que las lesio-
nes traumáticas, en unión de las caries dentales y otros problemas maxilo-
faciales parecen ser las más abundantes, con reportes de fracturas óseas no
soldadas, como el caso de un húmero al que le falta el tercio distal y presen-
ta un callo en la fractura, indicador de un proceso de recuperación; fractu-
ras soldadas en posiciones incorrectas, y un caso (Vento, comun. pers.) de
una tibia cuya fractura, al parecer, fue tratada con técnicas de reducción e
inmovilización tan efectivas como las actuales.
En resumen, sobre la base de un aún corto número de estudios, se pue-
de concluir provisionalmente que existió entre estos aborígenes una cierta
sífilis endémica; que sufrieron eventualmente deficiencias nutricionales y
frecuentes lesiones traumáticas, a consecuencia de su azaroso modo de vida.
Por otra parte, son realmente escasos los reportes de malformaciones
congénitas u otros indicadores de problemas genéticos vinculables a los
efectos de uniones consanguíneas, lo que informa sobre aspectos sociales
a tratar más adelante.
Se reporta la evidencia de una alta mortalidad infantil y juvenil en los
contextos funerarios de los aborígenes estudiados. Pero en la mayor parte
de los casos no existe un registro riguroso de la edad real de los individuos
al morir, por lo que con solo el pequeño tamaño de la muestra, no es posi-
ble aún establecer un cálculo estadístico general y definitivo sobre la espe-
ranza de vida para este estadio.
No obstante, sobre la base de un reducido número de 88 individuos en-
terrados en dos sitios, se pueden presentar, con carácter provisional, cifras
aproximadas de 65 % de fallecimientos de menores de 10 años (46 % me-
nores de seis y 19 % de seis a diez), más 20 % para jóvenes de 10 a 15 años,
lo que indicaría, de ser representativo, que entonces solo 15 de cada 100
nacidos llegaban a ser adultos.
Nada de lo observado en esos sitios permite conocer si esos entierros
corresponden a épocas en las que se presentaron excepcionales condicio-

… 77 …
ABORÍGENES DE CUBA

nes adversas por causas naturales o sociales, o todo lo contrario; de ahí


la provisionalidad de estas cifras que, de ser válidas, indicarían también
la altísima fertilidad que para aquellos grupos fue garantía de supervivencia
milenaria, con tan corta esperanza de vida.

Organización social
La afirmación de que la comunidad aborigen que hoy se sitúa en el estadio
medio de la formación pretribal... «debió sustentarse en un núcleo funda-
mental de carácter gentilicio» (Tabío y Rey, 1979), como se ve, no es nueva;
sin embargo, ya es posible aportar algunos elementos capaces de explicar
particularidades de ese tipo de organización social para estos aborígenes.
Las citadas investigaciones de Vladimir Kabo (1980) identifican como
de carácter universal ciertos principios de organización de las estructuras
sociales primitivas, como el papel de la comuna como célula económica
fundamental, con segregación eventual de «grupos económicos» y «grupos
guiados por objetivos concretos», así como otros mecanismos sociales, que
responden al proceso de asimilación económica de la naturaleza por los
grupos humanos en diferentes marcos geográficos. Según las conclusiones
de ese autor:

(...) Cuando se hace imposible realizar la economía de caza y recolección


de la comuna en su conjunto, la comuna se segrega en grupos económicos,
económicamente independientes, dinámicos, variables por su composición y
número, y a veces la comuna se divide en familias. Cuando las condiciones
de obtención de alimentos cambian, la comuna se reintegra a su composición
anterior (...) las oscilaciones en la composición numérica de los grupos econó-
micos, el carácter de sus movimientos por el territorio, se deben a los intereses
económicos que a ese nivel de desarrollo se hallan en estrechísima depen-
dencia de las condiciones naturales, debió decirse los recursos naturales. La
repetición, el carácter cíclico de esas oscilaciones y desplazamientos están ló-
gicamente relacionados con la caza, la recolección, la pesca marítima; con los
cambios que se producen en la naturaleza (aumento o reducción de recursos
alimenticios, cambio de estaciones y comunidades vegetales, ciclos de popu-
lación y migraciones de animales, etc. (...) El grupo económico es brillante
manifestación de la dinamicidad y plasticidad de la comuna primitiva, de
su adaptabilidad a las condiciones cambiantes (...) El grupo guiado por un
objetivo concreto se forma, como regla general, de acuerdo con la división

… 78 …
ABORÍGENES DE CUBA

natural del trabajo por sexo y edades, para cumplir una tarea económica o
social determinada. (Kabo, 1980:221).

Para los fines que ahora interesan, es necesario conocer cómo pudo
funcionar todo eso en las comunidades objeto de estudio, para lo cual es
preciso comenzar por esclarecer el concepto de familia en aquel momento
histórico. Sobre la base de numerosos estudios etnográficos y sociológicos
clásicos se puede considerar hoy, para este caso, que ese concepto se iden-
tifica con «un círculo cerrado de parientes por línea materna», entre los
cuales estaba vedada la relación sexual, o sea, la gens matrilineal.
De tal manera, cada comunidad estaría compuesta por varias gens o
grupos familiares, cuyos integrantes devenían así verdaderos «grupos con-
yugales», mediante la fórmula denominada «matrimonio dual gentilicio
exogamio en grupo», es decir, al estar vedadas las relaciones sexuales entre
los integrantes de una misma gens o familia, las parejas «conyugales», más
o menos estables, estaban compuestas por miembros de distintas familias.
Dada la «informalidad» de aquellas uniones, la ascendencia de sus hijos solo
podía ser establecida por línea materna (ascendencia matrilineal).
Esta aparentemente compleja organización social fue producto de una
milenaria experiencia, obtenida y organizada a través de esas normas a ni-
vel mundial, lo que está probado por los estudios etnográficos practicados
a ese nivel y, entre otros, por las antes citadas observaciones acerca de la
escasísima evidencia encontrada en Cuba de posibles uniones consanguí-
neas entre los aborígenes de referencia.
Repárese en la importancia de esa organización para la reproducción
de la población, así como la trascendencia de su flexibilidad a los efectos
de la subsistencia en el medio ambiente cubano: realmente no había en-
tonces forma más adecuada para lograr esos dos objetivos, y la evidencia
arqueológica confirma, como ya se ha explicado, que ese fue el papel de
la comunidad, célula económica fundamental de aquella sociedad, inte-
grada por esos componentes básicos, a manera de moléculas vitales, que
fueron las gens.
Por tanto, resulta válida la calificación de «gentilicia», tanto para cada
una de las comunidades como para la sociedad en su conjunto, cuando no
se había instituido aún la organización tribal en ella, durante aquel remoto
amanecer de la historia de Cuba. Por supuesto, aquellas normas no estaban
plasmadas en documentos legales escritos, sino que formaban parte de la
concepción del mundo y, por tanto, de los códigos de conducta de aquellos

… 79 …
ABORÍGENES DE CUBA

aborígenes, los que también tuvieron otras expresiones que serán tratadas
más adelante.
Por el momento, queda por agregar que los grupos económicos estaban
compuestos —como ya se dijo— entre 30 y 40 individuos de ambos sexos
y todas las edades, debido a que tenían programada la subsistencia inde-
pendiente durante varios meses, mientras que los más pequeños grupos
por objetivos, en función de las misiones concretas que tenían, debieron
estar formados solo por individuos aptos para cumplirlas, y en el menor
tiempo posible. En ambos casos, se incluye como «individuos» a personas
de ambos sexos.
En cuanto a la división del trabajo, es evidente que existió una determi-
nada distribución por sexos y edades. Sin caer en extremismos machistas
o feministas, es indiscutible que con aquel modo de vida, aquellas normas
sociales y la alta fertilidad comprobada, las hembras sanas y en edad de
concebir debieron pasar gran parte del tiempo lactando o embarazadas, lo
que sin dudas limitaba su capacidad para participar en misiones fuera del
campamento, como sucedió en el estadio anterior y sucedería después.
De esta manera se infiere que tareas como la conservación del fuego,
la preparación de alimentos, el mantenimiento del área habitacional, tal
vez, algo de recolección de moluscos y productos vegetales en el entorno
cercano, así como la decisiva prioridad de amamantar y atender a los más
pequeños y a enfermos o lesionados, fueron realizadas principalmente por
mujeres con ayuda de algunos niños, lo que funcionaría así en los campa-
mentos de comunidad reunida y en los de grupos económicos.
El resto de las actividades subsistenciales como caza, pesca, recolección
y captura en zonas más alejadas, acarreo pesado de leña, fabricación de ca-
noas y otros artefactos, se debieron realizar con fuerza de trabajo, princi-
palmente masculina y adulta, con apoyo de adolescentes de ambos sexos
y, tal vez, de alguna mujer en condiciones de participar en aquellos grupos
por objetivos que, en ocasiones, pernoctaban por varios días fuera del cam-
pamento. En todos los casos, la distribución de los productos de aquellas
actividades era igualitaria.

Relación entre comunidades


Como lo indica el razonamiento lógico y lo prueba la etnografía (Bromley,
1986:108), una gestión económica eficiente generaba incrementos demográ-
ficos en la comunidad que, en tiempo más o menos corto, determinaban que

… 80 …
ABORÍGENES DE CUBA

esta se dividiera, o más bien, que se separaran de ella algunos integrantes


para incorporarse a otras o para formar nuevas comunidades independien-
tes que fueran a establecerse en otros territorios, aunque conservando en
principio su filiación gentilicia.
Está probado por la arqueología y la etnografía que así tuvo lugar la dis-
persión del hombre por todo el planeta, y que ese fenómeno está presente
en la esencia de las migraciones, sobre las que comentó Alexei P. Okladni-
kov (1964:87):

El ininterrumpido e irresistible proceso de dispersión constituye un fenóme-


no normal y natural en la vida de las tribus de cazadores y pescadores (...)
Estas dispersiones no fueron, por tanto, oleajes de pueblos que se desplaza-
ban a través de continentes enteros, rápidos y catastróficos desplazamientos
de macizos étnicos completos. Fue, indudablemente, un proceso espontáneo
de filtración de pequeños grupos aislados; fueron como pequeños movimien-
tos moleculares de unas regiones a otras, frecuentemente complicados con
movimientos de retroceso, o sea, cabe suponer, zigzagueantes e intermitentes.

Se estima que tales conductas reflejan lo que se ha dado en llamar prin-


cipio de la exploración constante, que se considera consustancial a las
maneras de pensar y de actuar del hombre, al menos, mientras practicó
una economía de apropiación en cualquier lugar, todo lo que explica las
causas de los antiguos poblamientos humanos de Cuba y su vínculo con
comunidades «matrices» en otras zonas de Las Antillas y el área circum-
caribe.
Iguales causas, muy bien pueden haber determinado otras migraciones
posteriores con origen en Cuba, algunas de las cuales —se reitera de nue-
vo— pueden haber conducido a la Florida pequeños grupos portadores de
la tradición manicuaroide, lo que puede explicar la presencia de esta allí en
esos tiempos, porque las migraciones en sentido inverso (La Florida-Cuba)
no pudieron practicarse con facilidad por imperativo natural, dado por la
dirección de las corrientes marinas.
Sustentada en la etnografía, hay razones para aceptar que para que esos
«movimientos moleculares» tuvieran éxito, sus protagonistas, en función
de humildes exploradores y no de «conquistadores», tuvieron que ser bien
recibidos cuando arribaban a regiones pobladas por otros grupos de nivel
de desarrollo socioeconómico semejante, con posibilidad de incorporarse,
de algún modo a las comunidades receptoras en cumplimiento, entre otras,

… 81 …
ABORÍGENES DE CUBA

de las reglas de lo que hoy se llama «exogamia gentilicia» que, en este caso,
tendrían también implicaciones «económicas».
De cualquier manera, con igual fundamento arqueológico y etnográfico,
se puede afirmar hoy que, al menos en ese momento del desarrollo de la hu-
manidad, no se debe pensar exclusivamente en «invasiones», «conquistas»,
sometimiento o desplazamientos forzosos de comunidades autóctonas
por grupos «inmigrantes» como única explicación del complejo proceso de
poblamiento antiguo de las Antillas.
En cuanto a las relaciones entre comunidades largamente emplazadas
en territorios cercanos, cabe entender que, en momentos en los que por
cualquier causa alguna de ellas no rebasara el número máximo permisible
de integrantes para ser autosustentable, hayan podido aceptar, en virtud
de iguales principios, nuevos miembros procedentes de otras. Pero no es
ese intercambio de individuos —como fuerza de trabajo y como nuevo
material genético— el único que se pudo producir entre las comunidades,
especialmente en este último caso citado.
Es evidente que los territorios comunales, concebidos como las áreas en
las que cada comunidad obtenía el sustento, no tenían fronteras o límites
«legales» rígidamente trazados, sino que solo eran la suma de los sectores
que los distintos grupos por objetivos cubrían con su actividad durante
cada ciclo anual.
Siendo así, se debieron producir frecuentes contactos de grupos de
distintas comunidades en esos sectores limítrofes, lo que puede incluso
haber sido sistemático y hasta intencional, explicándose así la presencia,
en algunos contextos arqueológicos, de artefactos e instrumentos de mate-
ria prima, cuyos yacimientos más cercanos distan más de 200 kilómetros,
mediante el intercambio, durante esos contactos propiciadores de otros
muchos posibles tratos no tan conspicuos.
También resulta evidente que el carácter de esos contactos pudo variar
de manera sustancial, según se realizaran entre grupos de igual o diferente
filiación étnica, lo que cabe esperar que haya ocurrido antes de alcanzar un
nivel de organización tribal, en un escenario histórico al que, como se ha
venido explicando, arribaron diferentes actores a lo largo del tiempo.

El lenguaje
El lenguaje oral, la palabra, debió jugar un decisivo papel en aquellos en-
cuentros, como medio de transmisión de información de todo tipo con lo

… 82 …
ABORÍGENES DE CUBA

mucho que eso implica, tanto en la conservación como en la difusión de


tradiciones y en los procesos de cambio cultural; aunque, por supuesto, fue
la convivencia prolongada, a consecuencia de la asimilación de nuevos inte-
grantes por las comunidades en virtud de los principios antes citados, la que
tiene que haber generado las más importantes transculturaciones, incluidas
en ellas, las de significación idiomática, cuya ocurrencia está fuertemente
sugerida por el complejo panorama lingüístico que encontraron en Cuba los
conquistadores hispanos, según se desprende de sus incompletos y confusos
testimonios al respecto.
Sin embargo, debido a que aquellos conquistadores y colonizadores más
tempranos solo contactaron sostenidamente con comunidades agricul-
toras de indudable filiación lingüística aruaca, al parecer todo lo que ha
perdurado sobre las lenguas aborígenes tiene esa filiación, de modo que
el idioma de los apropiadores en su estadio medio, al parecer, se ha per-
dido para siempre. No obstante, tal vez un profundo estudio —si fuera
posible— del aruaco hablado en Cuba en el siglo xvi, pudiera revelar algo
de lo que en él haya podido subsistir, de lo que tiene que haber aportado
la lengua de las comunidades más autóctonas, con las que contactaron los
grupos productores que comenzaron a arribar, procedentes de Quisqueya,
alrededor de un milenio antes.
También pudiera, tal vez, aportar algo a este tema —entre otros de in-
terés para la historia más antigua de Cuba— una profundización en el estu-
dio de aquellas comunidades de «guaiqueríes» y «guamonteyes», reportadas
por misioneros en las costas y llanos de Venezuela en el siglo xvii (Acosta,
1983). Todo esto no niega que la lengua de los apropiadores medios pudiera
haber tenido filiación aruaca temprana.

Concepción del mundo


Teniendo en cuenta todo lo expuesto hasta aquí con respecto al acervo
cultural de las comunidades pretribales durante su estadio medio en Cuba,
tan larga y azarosamente conformado, acumulado y transmitido, se puede
comprender que sus integrantes habían logrado descubrir —como los de
cualquier parte del mundo en ese momento de su desarrollo— algunas de
las evidentes interrelaciones existentes entre muchos objetos y fenómenos
de la naturaleza con que interactuaban y de la que se consideraban parte
aunque; por supuesto, no alcanzaban aún a conocer la explicación real de
sus causas.

… 83 …
ABORÍGENES DE CUBA

De tal manera, según lo prueba la información etnográfica, en todo el


planeta, en ese momento de su desarrollo, el hombre poseía una concep-
ción animista del mundo, es decir, consideraba que los objetos y fenóme-
nos de la naturaleza, él incluido, poseían un «alma» o «espíritu», que podía
ser influido mediante actividades rituales mágicas.
También se considera, con igual fundamento, que entonces se practi-
caba un tipo de culto a los antepasados de esencia similar al denominado
culto totémico, consustancial a la organización gentilicia de la sociedad.
Se trataba, pues, de una especie de «religión» muy vinculada a los procesos
de la naturaleza y a las acciones del propio hombre y su colectivo, distante
aún de la etapa en que surgirían los conceptos de «dioses» o «divinidades».
Tal vez la más directa evidencia arqueológica observada sobre tan com-
plejas cuestiones, se encuentre entre los testigos materiales de las prácticas
funerarias de aquellas comunidades, aunque para referirse a ellas, así como
a otros aspectos concretos de la esfera de su ideología, no se debe olvi-
dar —se reitera— que se está tratando sobre un estadio de desarrollo que
abarca un período milenario y que no es un compartimiento estanco, sino
que durante él ocurrieron procesos evolutivos y transculturales los cuales,
sin dudas, influyeron en particularidades observables dentro de una regula-
ridad que lo caracteriza.

Prácticas funerarias
Aunque la inhumación de los cadáveres no es necesariamente prueba de
la práctica de un ritual mágico-«religioso», sí hay evidencia arqueológica su-
ficiente para probar la existencia de un culto a los muertos en este estadio,
la cual consiste en la existencia de sitios dedicados única o fundamental-
mente a esos enterramientos; en la práctica de verdaderos entierros secun-
darios y múltiples; en la distribución geográfica y características de algunos
recintos funerarios en cuevas; en el tratamiento dado a algunas osamentas,
y en la presencia de posibles ofrendas asociadas a estas.
A pesar de que se han reportado algunos casos, no se considera hoy
como significativos elementos los abundantes fragmentos de huesos que-
mados en el piso de algunas cuevas y determinadas orientaciones de esque-
letos con respecto a los puntos cardinales, debido a que, por una parte, no
constituyen verdaderas regularidades y a que también pueden responder al
azar, en el último caso, o a factores de alteración y habitación posterior, en
el primero.

… 84 …
ABORÍGENES DE CUBA

La posición fetal que presentan algunos esqueletos ha sido atribuida al-


gunas veces a prácticas rituales; sin negar esta posibilidad, se debe tener
en cuenta que, para las comunidades aquí tratadas, esa posición se presen-
ta —hasta donde se sabe hoy— exclusivamente en entierros realizados en
cuevas, al parecer usadas como recinto funerario, o sea, dedicados única o
principalmente a esos fines, donde aparecen también esqueletos en posi-
ción extendida, por lo que es posible interpretar que el limitado espacio
disponible allí haya aconsejado disponer los cadáveres en la posición más
recogida posible, como es precisamente la posición fetal.
Los entierros practicados entonces en áreas despejadas se realizaban,
hasta donde se conoce hoy, en los propios sitios de habitación, con la re-
gularidad de que hasta el momento ninguno ha aparecido en posición fe-
tal. Además, todo parece indicar que los entierros en sitios de habitación
—tanto en cuevas como en áreas despejadas— sucedieron en los sectores
de estos dedicados al descanso, o sea, en el lugar donde se acostumbraba a
dormir.
En las cuevas con carácter de recinto funerario, se repite también el ha-
llazgo de entierros secundarios, en los que se ha sepultado de nuevo un con-
junto de huesos con cierto orden o tratamiento especial, perteneciente a
uno o varios individuos, el que no se debe confundir, como a veces sucede,
con entierros alterados, que son simplemente producto del desorden causa-
do a entierros primarios por excavaciones practicadas por el propio abori-
gen con cualquier fin, en el área donde aquellos yacían, y que eran vueltos a
enterrar en desorden. También aparecen entierros residuales, que consisten
en el conjunto de huesos de uno o varios individuos, que no fueron selec-
cionados para realizar un entierro secundario. El orden dado a los huesos
en los verdaderos entierros secundarios varía, destacándose algunos, porque
todo indica que fueron colocados como formando un «paquete», o sea, como
envueltos en algún contenedor apretado que no ha perdurado, mientras que
otros presentan los huesos largos cruzados, con el cráneo colocado encima
del centro del conjunto, o en otras combinaciones.
En cuanto al tratamiento dado a los huesos enterrados secundariamente,
es frecuente que aparezcan pintados de rojo, así como, a veces, fracturados in-
tencionalmente. Se estudió un caso en el que aparecieron —infortunadamen-
te en un sitio alterado en la Sierra de los Órganos— dos húmeros pintados de
rojo después de haber sido cuidadosamente aserrados por sus diáfisis con
un instrumento lítico a manera de lima. Cabe agregar que, al menos, en
los muchos casos observados directamente, esos huesos fueron pintados

… 85 …
ABORÍGENES DE CUBA

con un colorante de consistencia líquida, y no coloreados por haber estado


envueltos en polvo rojo.
La práctica de entierros secundarios puede indicar, entre otras manifes-
taciones de culto a los muertos, tanto intenciones de racionalizar el espa-
cio en algunos recintos de especial connotación ritual, como la intención
de reubicar al difunto en un nuevo recinto, lo que puede responder a dis-
tintas motivaciones aún por descubrir.
De cualquier manera, todo eso puede tener relación con la verdadera
connotación que, para una comunidad o para alguna familia gentilicia,
haya tenido algún recinto funerario, interrogantes todas que habrán de ser
resueltas por nuevas indagaciones cronológicas, anatómicas y genéticas,
a practicar en esos posibles santuarios totémicos que bien pueden haber
constituido para aquellos grupos humanos esas cuevas funerarias.
En cuanto a los entierros colectivos, también practicados allí, consisten
en la inhumación primaria de dos o más individuos en estrecho contacto.
Los más frecuentes corresponden a un adulto —probada o probablemente
femenino— acompañado por uno o varios infantes. También se ha obser-
vado algún caso de dos adultos en semejante disposición, sin que se haya
conseguido esclarecer si es de uno o de ambos sexos, así como de varios
niños.
Se debe aclarar que no siempre la relativa cercanía de dos o más esque-
letos otorga al conjunto la categoría de entierro colectivo, pues en algunos
casos se puede tratar de inhumaciones independientes en una misma fosa
o en dos adyacentes casi simultáneas, sin que mediara la intención de que
yacieran juntos.
Con respecto a las ofrendas u objetos asociados a entierros, con posible
significación ritual, están en primer lugar, las esferas o «bolas líticas», algu-
nas de las cuales han aparecido junto a esqueletos aborígenes ubicables en
este estadio, sepultados en cuevas, al igual que algunas «dagas líticas».
Para ambos objetos, a todas luces ceremoniales, se debe señalar que
también han aparecido en contextos no funerarios, así como recordar que
se construyeron con técnicas propias de la tradición banwaroide, por lo
que su presencia revela que sus constructores la poseían. Pero estos obje-
tos no son los únicos que se consideran ofrendas funerarias.
Se repite el hallazgo de entierros, también en cuevas, en los que el ca-
dáver fue colocado sobre una capa uniforme de conchas marinas induda-
blemente preparada con intención, como es el caso de algunos entierros
en la cueva del Perico, en donde todas las valvas de Isognomon alatus que la

… 86 …
ABORÍGENES DE CUBA

conforman, fueron colocadas con la cara interna nacarada hacia arriba. En


otros casos, se reporta que las conchas cubren el esqueleto.
También es frecuente encontrar objetos ornamentales de uso corporal
como collares o pendientes, portados por el difunto en el momento del
entierro, así como algún artefacto o instrumento de trabajo a su lado, o la
concha de algún gasterópodo marino.
Hay reportes de varios casos en los que aparecen conchas marinas que
fueron colocadas en las manos de los cadáveres al enterrarlos, y otros en los
que el tamaño de las conchas asociadas a los difuntos es proporcional a las
edades de estos. Igualmente se informa sobre una muy frecuente asocia-
ción de los esqueletos con restos variados de alimentos, lo que no siempre
se debe atribuir a acciones rituales, ya que no es raro que esos restos abun-
den, por otras causas, en algunas áreas donde eran excavadas las sepulturas.
Se debe mencionar también un esqueleto infantil encontrado en po-
sición anatómica, o sea, como entierro primario, cuyos huesos estaban
coloreados de rojo, sin que se detectara indicio alguno de que el cadáver
hubiera sido cubierto de polvo colorante cuando fue enterrado en la cueva
del Perico.
Asimismo, como caso raro, en una cueva aparentemente funeraria en
la Sierra del Rosario, dentro de un contexto alterado totalmente por ig-
norantes buscadores de tesoros, y mezclados con fragmentos de huesos
humanos y otras evidencias que permiten ubicarlo en este estadio, apare-
cieron tres «palillos» tallados en madera, con un extremo puntiagudo y otro
terminado en una protuberancia esferoidea, uno de los cuales conservaba
restos de la pintura roja con aglutinante resinoso con el que estuvo cubier-
to, como ya se informó en otro momento.
Es frecuente encontrar en estas cuevas funerarias entierros primarios
asociados a rocas, aparentemente colocadas de manera intencional en las
sepulturas, con el fin de forzar determinadas posiciones del cadáver, o para
servirle de «protección» lateral o superior, pero esos casos se deben anali-
zar cuidadosamente para comprobar si realmente fueron dispuestas con
esos fines. Además, queda por aclarar que las posiciones de los entierros
primarios —tanto fetal como extendida— varían en cuanto a que pueden
descansar sobre uno u otro costado, y en el caso de los extendidos, apare-
cen en decúbito prono o supino, aunque esta última es la más frecuente.
Pero sin dudas, la mayor novedad, encontrada recientemente, sobre las
prácticas funerarias de estos aborígenes, consiste en que, al parecer como
regularidad, todos los entierros realizados en cuevas funerarias se encuen-

… 87 …
ABORÍGENES DE CUBA

tran en áreas de sus pisos, que son iluminadas directamente por el sol du-
rante algunas horas del día y, debido a la declinación estacional del astro, al
menos durante algunos días del año.
Los dos ejemplos más rigurosamente comprobados de esta costumbre,
aunque no los únicos, corresponden precisamente a las dos cuevas funera-
rias donde se ha encontrado hasta hoy el mayor número de entierros ubi-
cables en este estadio en Cuba: la cueva de Calero, con 65 individuos y la
cueva del Perico, con 162.
Aclarar, que este último número es el resultado del minucioso estudio
realizado por especialistas de la Universidad de La Habana (Travieso y
otros, 1999), de los 56 entierros identificados in situ y del conjunto adi-
cional de huesos alterados y dispersos también rescatados allí en las exca-
vaciones practicadas en distintos momentos, aunque la observación de la
regularidad detectada en ambos sitios corresponde a Enrique Alonso.
Para mayor precisión y alcance informativo de la evidencia de esta cos-
tumbre, se debe agregar que cuando se realizaron las excavaciones en la
cueva de Calero, por los días del equinoccio de primavera de 1989, el sol
iluminaba en horas de la tarde toda el área donde fueron localizados los
entierros, pero un sector casi central de la misma, de unos dos por seis
metros de planta en el que no apareció entierro alguno, coincidía con la
sombra que a esas horas de esos días proyectaba allí una gruesa columna es-
talactítica que hay en la entrada de la espelunca. Esa coincidencia revela no
solo la intención de sepultar en el área soleada, sino también que aquellos
entierros fueron realizados en períodos coincidentes con los equinoccios
de primavera o de otoño de distintos años.
En cuanto a la posibilidad, sugerida por algunos investigadores, de que
estos aborígenes hayan practicado sistemáticamente el infanticidio, ba-
sándose en la alta proporción de restos de niños que aparecen en los sitios
funerarios estudiados, se puede comentar que, sin que se disponga de ele-
mentos para negarlo, se estima que el azaroso modo de vida de aquellas
comunidades, detallado a lo largo de estas líneas, es causa suficiente para
justificar tan altas cifras de mortalidad infantil y juvenil de entonces.

Manifestaciones artísticas
Para nuestros apropiadores medios, como para cualquier otro pueblo pri-
mitivo de igual nivel de desarrollo, se puede considerar que la elaboración y
uso de los ornamentos corporales —tratados anteriormente—, así como la

… 88 …
ABORÍGENES DE CUBA

práctica de las pinturas corporales, pudo tener carácter de manifestación


artística, con independencia de las posibles implicaciones rituales o más
prácticas que pudieron tener ambas costumbres.
De igual manera, es muy posible que la transmisión oral de tradiciones
o de aspectos de sus concepciones del mundo, tal vez asociadas a rituales
mágicos, puedan ser colocadas dentro de sus manifestaciones artísticas, te-
niendo en cuenta que los elementos de etnografía comparada indican que
esos rituales pudieron incluir cantos y bailes, con posible acompañamiento
de algunos rústicos instrumentos musicales, de los que no ha quedado más
huella que alguna trompeta de concha y ciertos componentes de posibles
sonajeros de concha, todos de aparente ubicación en este estadio.
Todas estas inferencias se sustentan, además de lo aportado por la etno-
grafía, en la nueva aproximación al conocimiento de la evidencia material
de la cultura de aquellas comunidades, la cual se ha venido resumiendo a
lo largo de estas líneas, la que sugiere fuertemente que estos aborígenes
poseían ya, a más de un apreciable bagaje de conocimiento empírico de la
naturaleza, las posibilidades sicofisiológicas y sociales necesarias para ser
portadores de lo que se puede calificar como una «sólida cultura primitiva».
Sin embargo, la principal evidencia material de las manifestaciones artís-
ticas propias de este estadio que ha subsistido, está en los pictogramas y
petroglifos, cuya filiación al mismo pueda ser establecida con aceptable
grado de certeza.
Pinturas, dibujos y grabados en paredes y techos de cuevas o abrigos ro-
cosos, en cuyos suelos se conservan objetos típicos de la época, presentan,
sin excepción, figuras geométricas abstractas y algunas que se pudieran to-
mar como interpretaciones muy estilizadas de entes de la naturaleza. Las
técnicas de realización utilizadas consisten en la pintura, o sea, el trazado
de diseños y motivos sobre una superficie, mediante la aplicación de una
sustancia colorante más o menos líquida: el dibujo, cuando se utiliza colo-
rante sólido, y el grabado, cuando la superficie es rayada con un objeto más
duro que la misma.
Para las pinturas conocidas, se reportan dos colores básicos: el rojo y el
negro. Los distintos tonos rojizos observados, que van desde el violeta al
naranja, permiten conocer que el material colorante empleado se obtuvo al
moler las piedras tintóreas de composición ferruginosa, tan abundantes en
el ajuar recuperado por la arqueología. Para las pinturas negras se ha proba-
do, mediante análisis físico-químicos realizados, que el colorante consistió
en carbón vegetal o en el hollín que hoy se conoce como «negro de humo».

… 89 …
ABORÍGENES DE CUBA

Los aglutinantes empleados están por descubrir, pero los más probable-
mente utilizados pueden haber sido sustancias grasas o resinas vegetales,
hidrosolubles o no.
En cuanto al medio empleado para aplicar la pintura, en algunos casos,
puede haber sido el dedo o la mano, pero otros trazos parecen haber sido
por la utilización de verdaderos pinceles, probablemente similares a los
que por necesidad se han construido, machacando el extremo de pedúncu-
los de ciertas palmeras (guano de campeche, guano de sierra), durante la-
bores de señalización de sitios arqueológicos en las que faltó por accidente
el pincel moderno, ocasión en la que se pudo comprobar que aquel lo sus-
tituía hasta con ventaja. Los dibujos conocidos parece que fueron trazados
con carbón vegetal. En cuanto a los grabados, son pocos los que pueden ser
atribuidos a estas comunidades.
Los temas relativos a la interpretación o lectura del significado de «di-
seños» y «motivos» como integrantes de sistemas ideográficos, así como de
su validez como indicadores de filiación de sus realizadores, son aún objeto
de discusión.
Sobre la base de una de las pocas generalizaciones realizadas al respecto,
además de 174 diseños reportados más recientemente en Pinar del Río, se
coincide con Guarch (1987), en que hay indicios de cierto parentesco esti-
lístico entre lo que puede ser calificado como «regiones pictográficas» de la
mitad occidental de Cuba, con especial afinidad de la región pinareña y de
la Isla de la Juventud, dada por la aparición de círculos concéntricos rojos y
también negros, en seis de las nuevas localidades reportadas en la primera,
donde han aparecido también, como elementos comunes a otras regiones,
impresiones de manos y motivos reticulados, aunque en menor proporción
que los círculos.
Cada localidad conocida presenta marcadas individualidades en la va-
riedad de sus diseños, buena parte de los cuales son por el momento sin-
gulares, así como, que no todos los objetos de arte rupestre existentes en
Cuba pueden ser atribuidos a realizadores aborígenes, sino también a otros
múltiples habitantes posteriores de las cuevas cubanas.
En resumen, hasta donde se sabe hoy, las expresiones gráficas de las comu-
nidades pretribales durante su estadio medio, en sus formas de pintura, dibu-
jo y grabado en paredes y techos de cuevas y abrigos rocosos, son de carácter
abstracto o representan objetos naturales extremadamente estilizados; que
los círculos concéntricos pintados en rojo, en negro o en combinación de
ambos colores, resultan uno de sus diseños más característicos para la región

… 90 …
ABORÍGENES DE CUBA

occidental, y que la lectura de esos diseños, de muy probable significación


simbólica o ideográfica, constituye aún un objetivo por alcanzar en el futuro.

Consideraciones finales
Como se ha explicado en este capítulo, los aborígenes pretribales alcan-
zaron, en este estadio medio, un grado de desarrollo socioeconómico que
permite cuestionar su inclusión en la categoría de «salvajes», la cual les fue
impuesta por la visión que de ellos tuvieron los conquistadores, en los al-
bores del siglo xvi.
Herederos, en principio, del acervo cultural y genético, acumulado por
miles de generaciones ancestrales, las que subsistieron y consiguieron pre-
servar y difundir la especie humana en el planeta, sus primeros represen-
tantes se establecieron en Cuba, se mezclaron genética y culturalmente
con otros más antiguos pobladores, vivieron, crecieron, evolucionaron,
recibieron nuevos aportes de ambas clases a lo largo de tres milenios, y
se esfumaron finalmente al incorporarse, en iguales procesos, al estadio
tardío de aquella formación, a las comunidades tribales que comenzaron a
establecerse aquí después, o al «criollo» antecesor del cubano durante los
primeros siglos coloniales.
Atendiendo a esos presupuestos, se puede comprender que este esta-
dio, como cualquier otro, desempeñó un papel imprescindible en el inin-
terrumpido proceso histórico de esta pequeña región del mundo que es el
archipiélago cubano. Los grupos humanos que lo vivieron no son más que
los sujetos ejecutores de las acciones vitales de ese primigenio eslabón de
la larga cadena que forma esa historia.
Y precisamente, el conocimiento que se logre alcanzar sobre todos los
aspectos de su vida, es lo que permitirá comprender hasta dónde influyó
lo ocurrido en aquellos tiempos, principalmente, lo que ocurriría después,
cuestión equivalente también a descubrir la unidad del proceso histórico
en donde no hay hecho o fenómeno aislado, sin causas y consecuencias,
con todo lo que ello signifique a los efectos de entender qué es la historia y
para qué sirve conocerla y comprenderla.
Lo que se ha conseguido conocer hasta hoy sobre las comunidades que
vivieron aquel estadio medio muestra, en primer lugar, que por entonces
el hombre se consideraba —muy acertadamente— parte de la naturaleza,
y también que había acumulado un conocimiento empírico sobre sí mismo
y sobre el mundo circundante, suficiente para alcanzar cierto «desarrollo

… 91 …
ABORÍGENES DE CUBA

sostenible» sobre la base del equilibrio en la relación sociedad-naturaleza,


lo que le permitió la subsistencia milenaria, aunque todo eso no significa
que su vida fuera paradisíaca, tal como se concibe hoy ese término, sino
sujeta a innumerables limitaciones, contingencias y amenazas, según se ha
informado en detalle en este capítulo.
Pues bien, una vez en posesión de todos esos elementos de juicio, se
comprenderá que, por una parte, la distribución espacial que tenía toda
la población aborigen dentro del archipiélago cubano, en la segunda dé-
cada del siglo xvi —a consecuencia de las particularidades de la historia
anterior— condicionó, en unión de otros factores, la ubicación geográfica
de las primeras villas fundadas por los conquistadores hispanos y, de esa
manera, la primera regionalización política —y tal vez incluso socioeconó-
mica— del territorio cubano durante la colonia.
Por otra parte, y en estrecha relación con esto, los sectores más occiden-
tales, donde al parecer existía entonces población aborigen con economía
de apropiación, no fueron objeto de atención hasta unas cuatro décadas
después, cuando comenzaron a ser «pobladas» por personal foráneo radi-
cado en las primitivas haciendas ganaderas, que iniciaron su proliferación
hacia mediados de aquel siglo.
De tal manera, es probable que algunos aborígenes pretribales pudieran
haber comenzado a conocer los efectos del «encuentro entre dos mundos»
solo entonces, y a través del contacto sostenido no con agresivas huestes
conquistadoras, sino con dispersos y humildes ganaderos, contratados o
esclavos, de muy disímil composición etnocultural y procedencia. Eso ex-
plicaría la «desaparición» de aquellos aborígenes en el curso de unas pocas
generaciones, a consecuencia del mestizaje con esos pobladores nuevos, de
modo que sus descendientes comunes fueron, sin dudas, herederos del acer-
vo cultural de ambos progenitores y, dentro de este, tuvo que presentar es-
pecial relevancia, dada por su utilidad práctica, todo lo relacionado con el co-
nocimiento de la naturaleza regional aportado por el componente aborigen.
Pero esta no fue la única manera en que trascendió la cultura de estos
aborígenes; con anterioridad a estas fases tempranas de la colonización
hispana, ese bagaje cultural se había transmitido, en iguales procesos de
«mestizaje», a los pequeños grupos portadores de una economía de pro-
ducción, quienes comenzaron a arribar por el extremo oriental a Cuba
procedentes de Quisqueya, alrededor de un milenio antes, y quienes no
necesariamente forzaron a los pobladores autóctonos a desplazarse hacia
occidente —como siempre se ha dicho—, sino que se fueron mezclando

… 92 …
ABORÍGENES DE CUBA

gradualmente con ellos, según parece que estaba aceptado y tal vez indica-
do, por los códigos de conducta social de ambos grupos humanos, cuestión
sobre la que hay hasta evidencia arqueológica, dada por la incorporación de
técnicas de la tradición manicuaroide a la cultura del «taíno» de Cuba y no
al de otras antillas; otros indicios de ese proceso de imbricación etnocultu-
ral están por descubrir en el futuro.
En fin, de haber sido otra la historia durante este estadio, la posterior
historia de Cuba tampoco fuera la misma…, por lo que se invita al lector a
meditar serenamente sobre estas simples razones, con el fin de que pueda
acercarse a conocer un poco más las raíces cubanas…

… 93 …
CAPÍTULO 4.
ESTADIO TARDÍO

Antecedentes
Los primeros reportes conocidos sobre la aparición en Cuba de restos de
cerámica aborigen en residuarios típicamente «preagroalfareros» —o sea,
asignables a lo que hoy se identifica como formación pretribal— fueron
hechos por Mark R. Harrington, quien los encontró durante sus explora-
ciones practicadas en 1915 y 1919. A partir de entonces, se han ido produ-
ciendo nuevos descubrimientos de sitios con esa particularidad, de modo
que hoy su número se acerca al centenar, coincidiendo todos en que las
evidencias de apropiadores en ellos son ubicables en el estadio medio, y en
que la cerámica observada no incluye burenes.
También es significativo que la mayoría se ubica en la región oriental
(antiguas provincias de Oriente y Camagüey) y algunos se extienden hasta
Sancti Spíritus, Villa Clara, Cienfuegos, Matanzas y La Habana. Realmen-
te, ninguno ha aparecido en Pinar del Río o la Isla de la Juventud.
La cerámica aborigen, reportada en varios sitios pinareños, poblados
por apropiadores medios, aparece siempre en áreas marginales de los resi-
duarios, en la superficie y con burenes, indicando la presencia allí de algu-
nos productores dispersos, más probablemente en el siglo xvi.
Pero sucede que, aún en los pocos sitios que han sido excavados científi-
camente, resulta muy difícil definir con seguridad absoluta hasta qué pun-
to todos los elementos del contexto arqueológico responden a una misma
unidad socioeconómica, o si se está en presencia de una superposición físi-
ca de esos indicadores. No obstante, la tendencia que ha predominado es
la de aceptar que todos esos sitios identifican la existencia del denominado

… 94 …
ABORÍGENES DE CUBA

«grupo cultural Mayarí» (Tabío y Guarch, 1966); «formativo» (Dacal, 1979,


citado por Guarch, 2001); «protoagrícola» (Veloz et al., 1977) y «fase protoa-
gricultores», integrada esta última por las «variantes culturales Canímar y
Mayarí». (Guarch, 1990).
A la luz de los conocimientos actuales, es evidente que para acercarse
un poco más a lo realmente ocurrido entonces —paso previo indispensable
para poder denominar satisfactoriamente cualquier fenómeno histórico—
hay que tener en cuenta algunas cuestiones no siempre valoradas en su real
significación.
En primer lugar está probado, a nivel continental, que la aparición de la
cerámica en comunidades primitivas de apropiadores, no siempre estuvo
acompañada por el inicio de sistemáticas prácticas agrícolas o ganaderas,
las que hubieran marcado el tránsito de aquellas comunidades a la forma-
ción tribal.
Siendo así, la presencia de una «cerámica simple sin burenes», cuando
está realmente incorporada a contextos arqueológicos claramente ubica-
bles en el estadio medio de la formación pretribal, sugiere más bien que
eso se pudiera entender como indicio de un momento tardío dentro de esa
formación —la que había comenzado a manifestarse en Cuba hace no me-
nos de 6000 años— en la cual, bien fuera por causas evolutivas —o sea, por
invención o descubrimiento de las técnicas ceramistas— o por préstamo o
transculturación, el uso y producción de vasijas de barro cocido se incorpo-
ran al ajuar de algunas comunidades de apropiadores medios.
El carácter tardío, que dentro de esa formación presentan aquellos re-
siduarios, está apoyado por los fechados —algunos polémicos— obteni-
dos en varios de ellos, pues arrojan antigüedades máximas de alrededor de
2000 años y mínimas de unos 700. Eso indica que los más antiguos se fue-
ron formando en momentos en los que —aunque esto está por probar—
podían haber comenzado a arribar algunos grupos humanos agricultores y
ceramistas, que ya entonces poblaban otras islas antillanas y costas caribe-
ñas de Centro y Suramérica, razón que permite inferir, que algunos de esos
contextos bien pudieran resultar indicadores del contacto y muy posible
intercambio cultural y de todo tipo, que pudo comenzar a efectuarse en-
tonces entre productores y apropiadores.
Todo esto se puede comprender así, teniendo en cuenta que: el burén
es un artefacto de cerámica con la función principal, aunque no única, de
cocinar las tortas del casabe o pan de la yuca que cultivaban aquellos aborí-
genes productores, de modo que cuando aparece en un sitio arqueológico,

… 95 …
ABORÍGENES DE CUBA

puede probar la presencia de esos productores allí; pero su ausencia en otro,


no prueba la ausencia de productores en él. Esto se debe a que —como
se explicará después— el cultivo de la yuca, para la elaboración posterior
del casabe, se relaciona con el asentamiento de una comunidad de produc-
tores en un lugar, lo cual siempre estuvo precedido por reconocimientos
del territorio por pequeños grupos de exploradores que, durante esos mo-
vimientos, no se podían haber sustentado, transportando yuca y burenes
para ir elaborando casabe, sino con productos de la caza, la recolección
y la pesca, para todo lo cual pudieron llevar consigo, cuando más, algunas
pequeñas vasijas utilitarias de cerámica.
Estos imprescindibles razonamientos permiten proponer una explica-
ción para la presencia de aquella «cerámica simple sin burenes» en algunos
sitios arqueológicos, típicos de los apropiadores medios, e indicar los pa-
raderos de los primeros pequeños grupos de productores que fueron lle-
gando a Cuba, hasta los paraderos de exploradores o de grupos por objeti-
vos que, mucho después, se desprendían de las aldeas ya establecidas para
procurar recursos subsistenciales y materias primas, o en busca de nuevos
territorios a explotar.
En ambos casos, lo más probable es que esos grupos acamparan brevemente,
aunque tal vez de forma repetida, en sitios utilizados en esos momentos o con
anterioridad, por apropiadores medios, los que poblaban esos territorios desde
mucho antes.
Por eso, aquella cerámica puede aparecer de cierta manera «superpuesta»
o incorporada al contexto apropiador, según se produjera o no el contac-
to directo de ambos grupos en esos momentos. Además, el régimen tribal
propio de la formación, que se tratará en detalle en el capítulo siguiente,
para el caso del panorama socioeconómico de la Cuba de entonces, se es-
tima que debió propiciar, y tal vez exigir, relaciones de varios tipos entre
productores y apropiadores. Esas relaciones —y esto pudiera probar que
existieron— fueron erróneamente interpretadas por los conquistadores
hispanos, en los albores del siglo xvi, como de «servidumbre» de los «cibu-
neyes» apropiadores.
Por tanto, no se comparte la tesis del «desplazamiento» forzoso hacia
occidente de estos por los productores, sostenida por casi todos los que
hasta hoy han tratado sobre el tema. Lo que necesariamente tuvo que su-
ceder fue el contacto gradual, incruento, con intercambio mutuo de or-
den cultural y genético entre apropiadores y productores, según lo indica
la lógica elemental, la etnografía comparada y la evidencia arqueológica de

… 96 …
ABORÍGENES DE CUBA

un proceso de transculturación e imbricación biológica entre ellos, que no


se extendió a toda Cuba al ser interrumpido por la intervención europea,
como se señaló anteriormente.
Por otra parte, la posible invención o descubrimiento de la cerámica por
aquellos apropiadores, como explicación de la presencia de esta en los re-
feridos contextos arqueológicos, no parece aceptable, pues la similitud de
los estilos encontrados en ella con los propios de otros sitios antillanos —
como se verá después— apunta claramente al tránsito de esas técnicas, por
contacto y transculturación de sus portadores con apropiadores medios.
Por todas las razones hasta aquí presentadas, se concluye, que la apari-
ción de aquella cerámica simple sin burenes, cuando está realmente aso-
ciada y no solo superpuesta a contextos arqueológicos de los apropiadores
medios, por cualquiera de las causas mencionadas, está indicando allí la
apertura de lo que puede ser conceptuado como un estadio tardío para los
apropiadores pretribales.
Después de este resumen introductorio, se expone a continuación lo
descubierto sobre los apropiadores en su estadio tardío, adelantando que
en este recuento se pondrán de manifiesto nuevos aspectos conflictivos, a
los que se tratará, igualmente, de dar la explicación más racional y convin-
cente posible, siempre al nivel actual de conocimiento sobre el tema.

La cerámica
Al parecer, en casi todos los casos conocidos, la mencionada «cerámica
simple sin burenes» consiste en tiestos de vasijas de barro cocido, elabo-
radas con procedimientos cerámicos algo primitivos, con formas redon-
deadas y, en algunos casos, alargadas o «naviculares», de pequeño tamaño
y función utilitaria, no decoradas o con solo algunas decoraciones hechas
principalmente, mediante la incisión de líneas perpendiculares, inclinadas
o alternas con respecto a los bordes, entrecruzadas, y también mediante el
punteado; en otros casos mediante la aplicación de «pintura» o engobe de
color rojo a sectores de sus superficies exteriores.
Estas dos formas de decoración coinciden con las que caracterizan a
los estilos cerámicos caribeños, denominados por los especialistas «mei-
llacoide» y «ostionoide», respectivamente, los que son considerados como
muy antiguos o tempranos en las Antillas; el primero tiene su «sitio tipo»
en Haití, y el segundo en Puerto Rico; en estos sitios, así como en otros
similares de esas islas, esa cerámica sí aparece acompañada de burenes,

… 97 …
ABORÍGENES DE CUBA

mientras que la cronología aceptada para ambos resulta congruente con la


hipótesis de un posible traslado de algunos de sus portadores a Cuba, a par-
tir de unos 2000 años ap, los que, al menos a su llegada, no confeccionaron
burenes por las causas expuestas en párrafos anteriores.

Artefactos e instrumentos líticos y de concha


Con respecto a los artefactos e instrumentos líticos aparecidos en esos
contextos, coinciden totalmente con los construidos y utilizados por los
apropiadores medios en Cuba, tratados en detalle en el capítulo anterior.
No obstante, algunas diferencias de orden «tecnotipológico», observa-
das en los artefactos de sílex (piedra tallada) de algunos sitios de la región
centro-occidental, con respecto a los de otros sitios de la región oriental,
motivaron hace más de 15 años la fundamentación de una propuesta, que
consiste en adscribir esos contextos a dos diferentes «variantes culturales»:
«Canímar» y «Mayarí», dentro de la entonces denominada «fase protoagri-
cultores».
Otros argumentos considerados entonces para sustentar esas subdivi-
siones, consistían en la observación de cierta «preferencia» por la habita-
ción en sitios más costeros para la primera de esas variantes, y más tierra
adentro para la segunda…
Pero si se tienen en cuenta todos los elementos, ya explicados en capí-
tulos anteriores, acerca de lo que pueden realmente significar los cambios
en la técnica y la tipología de la piedra tallada, así como sobre la selección
de los lugares de campamento más o menos costeros o de tierra adentro,
todo ello para los apropiadores en los estadios temprano y medio, se com-
prenderá que ambas diferencias deben ser atribuidas, en primera instancia,
a motivos de adaptación sociocultural activa, a los distintos medioambien-
tes regionales —entiéndase distinta calidad y distribución espacial o tem-
poral de los recursos alimentarios y calidad de las materias primas líticas
y otras—, lo que no niega la posibilidad de que se haya podido producir
cualquier «transferencia tecnológica», por contacto con otros portadores
de esos conocimientos, en algunos grupos centro-occidentales, pero todo
ello sin conexión directa con la aparición de la cerámica y, por supuesto,
sin implicaciones de cambio socioeconómico que marque el tránsito a otro
«momento» de desarrollo.
Las características de los artefactos de piedra en volumen, hallados en
estos sitios, continúan siendo los típicos de la tradición banwaroide, o sea,

… 98 …
ABORÍGENES DE CUBA

majadores, percutores-majadores y morteros, así como las bolas y dagas


líticas presentan formas simétricas y cierto pulimento. También abundan
los majadores, percutores y piedras molederas, conformados por guijarros
en su estado natural, sin elaboración previa, como es característico del
ajuar de todos los apropiadores.
En cuanto a los artefactos de concha, se mantiene igualmente la presen-
cia de la tradición manicuaroide, de elaboración de gubias y vasijas que son
más o menos abundantes en los residuarios, según las características más o
menos favorables de la materia prima disponible en el entorno natural de
cada uno y, tal vez principalmente, según su vinculación con las funciones a
realizar por el grupo —comunidad reunida, grupo económico o grupo por
objetivos— en cada emplazamiento. También aparecen «platos», «martillos»,
«puntas», raspadores, cuentas y pendientes de este material de concha, como
es típico en el ajuar de los apropiadores medios.
Sin embargo, lo observado en buen número de sitios ubicables en este
estadio, parece indicar que fue precisamente entonces cuando la elabora-
ción de todos esos artefactos, de trabajo o superestructurales, alcanzó su
mejor acabado, resultando notable que, en cuanto a las «gubias de concha»,
presentan los bordes alisados por abrasión, así como la variedad conocida
como «gubia de dedo», todo lo que no es frecuente encontrar, ni siquiera en
el ajuar de los grupos tribales.
Como artefacto excepcional, se debe mencionar una flauta, confeccio-
nada en un hueso de ave, que fue encontrada en el clásico sitio Arroyo del
Palo, en Mayarí.

Economía y organización social


Con respecto a las actividades subsistenciales de los apropiadores tardíos,
los restos de alimentos observados en los sitios estudiados no señalan dife-
rencia alguna con los conocidos modelos típicos del estadio medio. Esto,
sumado a las dimensiones de las áreas habitadas, su ubicación en diver-
sos entornos y la extensión temporal de los períodos en que se utilizaron,
permite aceptar que, tanto la economía como la organización social de
aquellas comunidades no presentó diferencias sustanciales con las tradi-
cionales del estadio medio, o sea, todo indica —aunque sería deseable po-
der contar con algunos estudios regionales que permitieran avalarlo— que
entonces se continuó practicando la migración estacional, con cambio en
la composición y número de los grupos, o la explotación de un territorio

… 99 …
ABORÍGENES DE CUBA

desde un campamento de comunidad reunida más permanentemente, en


todos los casos con desprendimiento constante de grupos por objetivos y,
por supuesto, también con rotación supra anual de territorios.

Consideraciones finales
Ahora bien, partiendo del conocimiento alcanzado hasta hoy sobre este
tema, resumido en todo lo antes dicho, es evidente la necesidad de cues-
tionarse la tesis de que la única diferencia que marca el tránsito de los apro-
piadores a un estadio tardío es la evidencia arqueológica «cerámica simple
sin burenes», principalmente porque todo parece indicar que esta no es
producto de la invención independiente, sino del contacto y/o la transcul-
turación.
Otras consecuencias de todo género —tal vez muchas otras de orden
idiomático, tecnológico, ideológico, sociológico, productivo, etcétera—,
necesariamente tienen que haberse producido en el ámbito social de la
Cuba de entonces, es decir, tanto en los apropiadores como en los produc-
tores protagonistas del contacto. Pero para llegar a conocer la verdad al
respecto se precisan nuevos estudios, encaminados a dilucidar, mediante
investigaciones adecuadas a esos fines, incógnitas como la siguiente:
En los casos observados, los grupos de apropiadores en posesión de
aquella cerámica ¿la adquirieron por contacto ocasional con productores, y
continuaron su vida al modo tradicional sin volver a relacionarse con ellos?...
o ¿el contacto se mantuvo, con intercambio sostenido de connotación
socioeconómica, cultural y hasta biológica para ambas partes?... ¿arribaron
a Cuba en algún momento apropiadores con cerámica procedentes de otras
islas o del continente? Se estima que todas esas posibilidades se pueden ha-
ber materializado, pero para esclarecer dónde, cuándo, cómo y por qué, así
como para poder valorar sus consecuencias históricas reales, hay que con-
vertir esas incógnitas en verdaderos objetos de investigaciones por realizar.
Entre tanto, teniendo en cuenta que todo este complejo panorama
social se ubica a las puertas del «encuentro entre dos mundos», es razonable
aceptar —provisionalmente— que, tanto las comunidades tribales, como
las pretribales, en distintos momentos de su desarrollo, incluyendo aquellas
que en estadio tardío ya habían contactado con los productores, pasaron
gradualmente, a partir de 1510, a incorporarse de diversas maneras a la cada
vez más compleja amalgama sociocultural que ha caracterizado a la historia
de Cuba en todos los tiempos.

… 100 …
CAPÍTULO 5.
FORMACIÓN
ECONÓMICO-SOCIAL
TRIBAL

Antecedentes e información básica


La caracterización de la formación tribal, usa como fuente principal el texto pre-
parado por un colectivo de autores dirigido por José Manuel Guarch Delmonte,
para la obra «Historia de los aborígenes de Cuba» (según datos arqueológicos).
Referido como capítulo 2, con el título «Etapa de economía producto-
ra», fue presentado en soporte digital, junto al resto de la mencionada obra
y a otros textos e informaciones arqueológicas, en el CD-ROM Taíno. Ar-
queología de Cuba (Centro de Antropología, 1995).
Ese trabajo resume el estado de los conocimientos sobre las comunida-
des de la formación tribal hacia 1990, razón por la cual, aunque ha servido
de fuente básica para este estudio, en el que se reconocen sus múltiples
valores, resultó evidente que a la luz de los conocimientos actuales fue-
ra preciso cambiar algunos conceptos e interpretaciones; por ejemplo, no
se consideraron las variantes culturales propuestas por Guarch (1990). En
más de una década de investigación, algunos temas considerados en el tex-
to han recibido nuevas explicaciones o han sido enriquecidos, desarrollán-
dose análisis de aspectos que en aquel momento no se habían tratado.
Para ampliar la información sobre determinados asuntos, se han escri-
to estas líneas introductorias, de manera que preparen el tratamiento de
los rasgos socioeconómicos básicos de estas comunidades. Estos rasgos se
ofrecen como un cuerpo independiente titulado «Caracterización de las
comunidades de la formación tribal».

… 101 …
ABORÍGENES DE CUBA

De la crónica a la arqueología
Los rasgos básicos del concepto de sociedad tribal (Bate, 1998:85-88) que
este libro asume (ya presentado en la Introducción) son visibles en las in-
formaciones que brindan los textos históricos y etnohistóricos referidos a
los siglos xv y xvi en Cuba y en los contextos que descubre la arqueología.
Resulta difícil, sin embargo, correlacionar datos históricos y arqueo-
lógicos, considerando que en ambos casos no siempre se dispone de una
información suficientemente completa como para lograr una caracteriza-
ción efectiva de la sociedad.
Los «descubridores» y conquistadores europeos hablan ampliamente de
un poblador con caracteres tribales: asentado en aldeas costeras o interiores
que podían tener hasta mil habitantes, con prácticas agrícolas y alfarería, y
similar en usos y lengua al que aparecía en La Española. Paradójicamente no
dan una denominación clara para estas comunidades, aunque las distinguen
de grupos aparentemente más atrasados, los aislados guanahatabeyes, que
«habitan en cuevas» y los «modestos y simples» cibuneyes (Las Casas, 1972) e
incluso, de habitantes de otras islas, los belicosos caribes. (Colón, 1961).
Según Las Casas (1951), este poblador había arribado algo menos de cin-
cuenta años antes de que llegaran los europeos, desde La Española, impo-
niéndose a los «siboneyes». Si se sigue literalmente la crónica, en menos de
cincuenta años llegaron a dominar casi todo el oriente, centro y parte del
occidente de la Isla, pues los europeos refieren haber contactado con ellos
en esas áreas.
Estas ideas, y el dato de la crónica en general, fueron asumidos sin mayor
análisis hasta casi el siglo xx, resultando la fuente básica para considerar un
pasado que en muchos casos era ignorado o rechazado. No obstante, en el
siglo xix se realizaron, aunque de modo muy puntual, revisiones acuciosas
de estos textos, encaminadas al análisis de la presencia aborigen en el terri-
torio cubano y al estudio lingüístico de estos grupos, así como de su origen
territorial. La posibilidad de disponer de una contrapartida arqueológica
demoró casi trescientos años.
Aunque a finales del siglo xviii y durante el xix se menciona el hallazgo
de objetos que se atribuyen a los aborígenes, no es hasta 1847 que se reali-
zan las primeras exploraciones arqueológicas, a cargo de Miguel Rodríguez
Ferrer (1876).
Parte de la evidencia que hoy se relaciona con las comunidades tribales
tuvo en aquel momento interpretaciones bastante singulares. El carácter

… 102 …
ABORÍGENES DE CUBA

primitivo atribuido a los aborígenes de la Isla, influyó en que Rodríguez


Ferrer considerara como obra de culturas de Yucatán algunas piezas de
alta calidad estética, que obtuvo durante sus trabajos (Ortiz, 1935:80). La
confusión continuó con el hallazgo de cráneos deformados, que sirvieron a
Felipe Poey (Ortiz, 1935:91) para fundamentar lo que sería el largo tema de
la presencia del caribe en Cuba.
La existencia de dos culturas, diferenciadas por su nivel de desarrollo,
y la dicotomía siboney-guanahatabey, expresada en la artefactería y en los
contextos que comenzaron a hallarse por todo el territorio, marcaron el
acontecer arqueológico de la época.
El término siboney se usó para designar las sociedades tribales por mu-
cho tiempo; no obstante, a principios del siglo xx apareció una nueva de-
nominación: taíno. Aunque manejado desde antes por algunos cubanos, el
nuevo término logró posicionarse rápidamente en la Isla gracias al peso de
la autoridad científica de Fewkes, con su texto Prehistoric Culture of Cuba
(Fewkes, 1904) y al soporte investigativo de la obra de Harrington Cuba an-
tes de Colón. Para su selección, Harrington (1935:10) se basó en hechos ocu-
rridos durante el segundo viaje de Colón en La Española, cuando un grupo
de aborígenes —al ser interrogado sobre su identidad— dijo ser «taínos», es
decir hombres buenos, no caníbales.
La similitud referida por la crónica entre los grupos de La Española y
Cuba, las conexiones lingüísticas y el reporte arqueológico de objetos
muy parecidos en ambas islas, atribuibles a estas comunidades, sirvieron a
Harrington para extender el término a Cuba. Las noticias de Las Casas
sobre una migración desde La Española también fueron presentadas como
soporte de la idea, aunque Harrington (1935:11) no consideró como taínos
solo a los grupos de esta última «oleada», sino que planteó todo un pobla-
miento anterior.
En este panorama, los ciboneyes (ahora con «c»), de los cuales los guana-
hatabeyes resultaban una variación, quedaron como iniciales pobladores,
atrasados culturalmente y dominados por el taíno.
Harrington (1935) fija los caracteres del taíno desde una perspectiva ar-
queológica: uso de la artefactería de piedra pulida, producción cerámica
con empleo de decoraciones incisas y modeladas, burén para la elaboración
de casabe, abundantes ornamentos corporales, práctica de la agricultura y
habitación en terrenos aptos para esta, uso de terraplenes o cercados té-
rreos y prácticas funerarias en asentamientos y cuevas. Mantiene además,
ideas que ya se venían manejando, dentro y fuera de Cuba, sobre su origen

… 103 …
ABORÍGENES DE CUBA

suramericano y una filiación lingüística aruaca, descartando, al definir la


filiación taína de los cráneos deformados, la presencia caribe en la Isla.
Según Ortiz (1935:234), su trabajo representa la superación de la arqueo-
logía basada en la crónica europea y el inicio de un enfoque centrado en
el estudio de las evidencias y contextos arqueológicos. La clasificación de
Harrington fue asumida rápidamente por los mejores investigadores cu-
banos. En lo que respecta al término, su éxito estuvo en la posibilidad de
aunar, en torno a su diferencia respecto al poblador caribe, esquemas de
cultura localizados en distintas islas.
El sentido real de la denominación taíno, su capacidad de definir una
identidad de grupo y su alcance étnico, fue un tema en cuyo análisis no se
profundizó; el término quizás era solamente un adjetivo, no un etnónimo,
como bien plantean Petersen, Hoffman y Curet (2004:18). Es extraño que
apenas se cite en los documentos españoles; no obstante, todo esto resulta-
ba irrelevante para enfoques teóricos que solo pretendían caracterizar las
«culturas» desde sus rasgos más generales. Tales incongruencias no escapa-
ron a intelectuales como Fernando Ortiz (1935:271); sin embargo, el térmi-
no era una etiqueta convenientemente abierta y manipulable, que evitaba
las dificultades de correlación temporal, espacial y lingüística, existentes
en denominaciones de mayor trasfondo étnico como ciboney.
Harrington reconoció diversos niveles de desarrollo dentro de los taí-
nos, y llegó a considerar una expresión particularmente simple (subtaíno)
para Jamaica. Veinte años después, y tras un intenso trabajo de exploración
y estudio de colecciones, centrado en la región de Banes, Holguín, estas di-
ferencias de complejidad fueron formuladas como dos tipos diferentes de
grupos aborígenes por Irving Rouse.
Sobre un estudio esencialmente cerámico, al que agrega detalles de
«patrones de asentamiento», probable extensión de las ocupaciones y la
valoración de la presencia de cercados térreos y petroglifos, Rouse (1942),
aprecia diferencias que vincula al dato de Las Casas sobre la migración tar-
día proveniente de La Española. Usa el término taíno para estos últimos in-
migrantes y, a falta de una denominación de base histórica para los rasgos
que observa en Banes, recupera el término «subtaíno». Establece entonces
un soporte etnográfico que correlaciona con tipos de cultura material.
Subtaíno implica, y de esa manera lo proyecta Rouse, «inferioridad cul-
tural». También compara las cerámicas cubanas con las de Haití y propone
las «culturas» Pueblo Viejo y Baní. La «cultura Baní» correspondería a los ha-
bitantes agricultores más tempranos y extendidos en Cuba, poseedores de

… 104 …
ABORÍGENES DE CUBA

una cerámica similar a la de la «cultura Meillac» de Haití (Rouse, 1942:164) y


sin las obras térreas que tipificarían al taíno que por su lado, en la formula-
ción de «cultura Pueblo Viejo», tendría una presencia relativamente reciente,
obras térreas, petroglifos y una cerámica compleja, asimilable a la de la «cul-
tura Carrier» de Haití.
En años posteriores, estos elementos se globalizaron respecto al ámbito
antillano y, como parte de una amplia estructura que Rouse iría ajustando
a los nuevos hallazgos, las «culturas» darían base a «estilos» dentro de dos
grandes «series cerámicas», la meillacoide y la chicoide.
El trabajo de Rouse en Cuba fue reconocido por la calidad de su en-
foque analítico, pero su división del taíno no fue aceptada por muchos.
En su texto «Caverna, Costa y Meseta», Felipe Pichardo Moya (1945) obje-
ta con razón el término subtaíno, completamente arbitrario y carente de
base histórica, y cuestiona la capacidad de los elementos diferenciadores
considerados por Rouse para sustentar distinciones culturales. Pichardo
(1945:8) dejó claro que la cuestión radicaba en los elementos a usar para
definir «culturas».
Se debe señalar, no obstante, que no planteó un fundamento conceptual
al respecto, y que tampoco aportó ninguna evidencia concreta, con una
seria base analítica como había hecho Rouse, que refutara los elementos
de diferenciación señalados por este.
Por muchos años, el dato arqueológico intentó ajustarse a esquemas uni-
ficadores como el de Harrington o Pichardo, o diferenciadores como el de
Rouse, recurriendo a terminologías diversas, pero sin mayores aportes en lo
referido a la base etnohistórica o a la comparación de los rasgos «culturales».
El esquema de Rouse sobrevivió, incluso, en un texto sobre la importan-
cia de la «Prehistoria de Cuba» (Tabío y Rey, 1979), que inaugura la pers-
pectiva marxista en la arqueología cubana, aunque a la larga se impuso la
idea de «uniformidad cultural».
Este enfoque se manejó, a finales de los años setenta, desde los supues-
tos de la base económica, como aspecto determinante de la conformación
social. En la propuesta de Tabío (1984), la agricultura y la presencia de una
fuerte industria alfarera servían para considerar una etapa de desarrollo
económico (etapa agroalfarera) con fases establecidas, según la cronología
y la complejidad de desarrollo dentro de la etapa. La etapa daba la base de
unidad y las fases resumían las diversas expresiones. Taínos y subtaínos se
diluyeron en este esquema, al darse prioridad clasificatoria al fundamento
agrícola y cerámico. (Torres, 2006a:88).

… 105 …
ABORÍGENES DE CUBA

Criterios semejantes ajustaron este esquema a principios de los años


noventa. La proposición de Guarch (1990), de una etapa de economía
productora con una fase denominada agricultores, sostuvo la importan-
cia del aspecto económico como elemento de integración, y relacionó los
rasgos diferenciales con situaciones de desarrollo «cultural» regional (va-
riantes culturales). Aunque este enfoque no dio solución definitiva al viejo
cuestionamiento, sí abrió un camino en la comprensión del valor de los
procesos de desarrollo local o regional, como fenómenos generadores de
esquemas arqueológicos particulares (Valcárcel, 2002a:23).
En los últimos años, la visión clasificatoria proyectada hacia la economía
y no hacia los viejos rasgos «culturales» o etnohistóricos, ha sido matizada
con nomenclaturas generalizadoras como etapa de la economía producto-
ra de las comunidades neolíticas (Domínguez, Febles y Rives, 1994) o con
enfoques que incorporan concepciones sobre la evolución de la sociedad
como comunidades tribales agroceramistas (Torres, 2006a).
En lo que respecta al «taíno», el término ha sido prácticamente aban-
donado, o se usa solo cuando se intenta discutir desde una perspectiva
antillana, pues fuera de Cuba, aún se emplea de muy diversas maneras.
Esto no supone que las interrogantes relacionadas con su manejo se hayan
resuelto dentro o fuera de Cuba.
Más allá de la validez de la denominación, sigue sin explicarse el univer-
so étnico que se intentó cubrir y el significado del conjunto de similitudes
antillanas que se pretendió nuclear a través de él, o la real presencia de
diferencias que sirvieran para segmentarlo.

Orígenes
La visión del origen de estas comunidades, generada a partir de los resul-
tados de investigaciones lingüísticas, biológicas y arqueológicas, y con una
reconocida dependencia de datos aportados por el análisis de la cerámica,
ha sido concebida básicamente alrededor de esquemas desarrollados por el
arqueólogo Irving Rouse durante casi sesenta años.
La propuesta de Rouse (1992) define culturas marcadas mayormente
por ciertos caracteres cerámicos, que se mueven en el tiempo y el espacio,
ocupando gradualmente los territorios, mientras se adaptan y transforman.
Aunque este enfoque no alcanza a explicar el significado social de esos
indicadores, a falta de mejores opciones, se resumirán a continuación sus
resultados.

… 106 …
ABORÍGENES DE CUBA

Como ancestros se reconocen a las comunidades suramericanas de base


lingüística aruaca, localizadas hacia el segundo milenio a.n.e en el bajo y
medio Orinoco. Cerámicas del sitio Ronquín y, posteriormente, del sitio
Saladero, aportan los rasgos principales de lo que Rouse (1992:75) denomina
«subserie Ronquinan Saladoid», la cual estima es la base de la «serie barra-
coide», reportada hacia el 1500 a.n.e., o sea, 3450 años a.p. (Rouse, 1992:75).
«Ronquinan Saladoid» o las cerámicas saladoides se caracterizan por va-
sijas acampanadas, con diseños geométricos pintados en rojo, o en blanco
sobre rojo, incisiones curvilíneas, entrecruzadas y asas en «d», con elemen-
tos modelados. Se relacionan con comunidades agricultoras que, en inte-
racción con grupos barrancoides, hacia el año 1000 a.n.e. (2950 años a.p.)
se movieron desde el Orinoco, ocupando la zona de costa entre Surinam y
parte del este de Venezuela. Allí desarrollaron esquemas de vida que incor-
poraron un fuerte componente marítimo, y una expresión cerámica que ha
sido denominada «subserie Cedrosan Saladoid» (Rouse, 1992:77). En esta
subserie se incrementa el uso de la decoración pintada, incluso con ele-
mentos polícromos, y de la decoración modelada, disminuyendo la impor-
tancia del entrecruzado inciso en zonas.
El crecimiento demográfico, la presión de otras comunidades también
provenientes del Orinoco, y el interés por explotar los recursos de las is-
las, se consideran causas (Curet, 2006:29) de la posterior entrada de estos
grupos, hacia el año 500 a.n.e. (2450 años a.p.) en el arco isleño antillano.
En estos territorios generaron una ocupación que, en algunos sitios de las
Antillas Menores, parece haberse mantenido hasta el siglo x de n.e.
Los grupos «saladoides» alcanzaron Puerto Rico hacia el año 200 a.n.e.
(1150 años a.p.) e incluso, se cree que llegaron a asentarse en el este de La
Española. Protagonizaron movimientos migratorios múltiples durante lar-
gos períodos, en el transcurso de los cuales se fueron conociendo, selec-
cionando y ocupando espacios en la medida en que se gestaba una notable
diversidad cultural, muy marcada por la interacción con grupos apropia-
dores. Aunque en estas migraciones se reconoce el sustrato principal de
los posteriores desarrollos antillanos, no se excluye la posible migración de
grupos no «saladoides» que también pudieron influir en estas particularida-
des propiamente antillanas.
La evidencia más consistente en este sentido, la aportan los hallazgos rea-
lizados en el sitio La Hueca-Sorcé, en Puerto Rico. En un contexto que su-
giere un arribo algo más temprano que el «saladoide» (Keegan y Rodríguez,
2004:11), aparecen algunas formas de vasijas que para este no se reportan.

… 107 …
ABORÍGENES DE CUBA

También se localiza (Curet, Torres y Rodríguez, 2004:62-63) una ce-


rámica que se distingue de los patrones «saladoides» por el no uso de pin-
tura o engobe, por la manera en que se ubican las decoraciones y por el
empleo muy marcado de diseños incisos finos, entrecruzados en zonas e
incisos rellenos de pasta blanca o rosada. Se dan también diferencias en
lo que respecta a la piedra tallada (Keegan y Rodríguez, 2004:11) y, como
un elemento muy distintivo, se reporta la confección de elementos escul-
tóricos en piedra de alta calidad, que recurre a materiales no antillanos, y
que muestra representaciones de aves, posiblemente inspiradas en espe-
cies andinas.
En Puerto Rico, la presencia «saladoide» se caracteriza por el predo-
minio de estructuras comunales igualitarias, que emplean viviendas mul-
tifamiliares y se organizan en asentamientos autónomos (Curet, Torres y
Rodríguez, 2004:63). Hacia el año 600 de n.e. (1350 años ap), este panorama
comienza a transformarse con la aparición de la llamada «serie ostionoide»
(Rouse, 1992:92) caracterizada, en términos cerámicos, por el abandono
de la calidad tecnológica y decorativa «saladoide», por la simplificación de
las formas de vasijas y por el predominio de la pintura o engobe rojo. Para
Rouse es una evolución desde los patrones «saladoides»; para Chanlatte y
Narganes (1990) y para otros investigadores (Rodríguez, 2001), esta evolu-
ción incorpora también rasgos de La Hueca y de los grupos apropiadores,
o pudiera ser un desarrollo específico de estos últimos.
El «ostionoide» es una expresión local, propia de las Antillas, que revela
un nivel de expansión demográfica hasta ese momento inédito, así como el
desarrollo del ceremonialismo y de la producción de objetos «religiosos»,
y el fomento de prácticas agrícolas intensivas como la monticulación y el
uso de terrazas, con el consiguiente incremento productivo (Curet, Torres
y Rodríguez, 2004:64).
La presencia «ostionoide» guarda claves de lo que serían los procesos de
desarrollo futuro en el área: interacción de variados componentes cultura-
les, alta velocidad de expansión territorial y diversidad en el grado de com-
plejidad social. La posterior aparición de las expresiones «meillacoides» y
«chicoides» en el territorio de la actual República Dominicana, sobre bases
«ostionoides», y su casi inmediata dispersión al resto de las Antillas Mayo-
res, ejemplifican a fondo estos elementos.
Se considera que las cerámicas «meillacoides» aparecen entre el año
770 y el año 825 de n.e., o sea, entre 1180 años ap y 1125 años a.p. (Veloz et
al., 1981:217 y 392), y que los elementos «chicoides» lo hacen de forma casi

… 108 …
ABORÍGENES DE CUBA

paralela (Veloz, 1991:181); aunque Rouse (1992:111) propone un inicio más


tardío (1200 de n.e. o 750 años a.p.) para estos últimos.
Estas cerámicas se distinguen notablemente entre sí: mientras que las
vasijas «meillacoides» son relativamente simples y poco variadas, con un
uso mínimo de la pintura o engobe, con decoraciones incisas o aplicadas,
desarrolladas a partir de elementos lineales o entrecruzados y asas poco no-
tables, el «chicoide» ofrece vasijas de múltiples cuerpos, botellas o potizas
de gran tamaño e incluso, recipientes con formas escultóricas, recurriendo
a decoraciones mediante elementos incisos curvos y rectos, que llegan a
establecer diseños de gran complejidad geométrica, relacionados con asas
de bastante tamaño y un excelente modelado antropomorfo y zoomorfo.
Marcio Veloz (1991) propone una correspondencia étnica entre los gru-
pos llamados taínos y la cerámica «chicoide», y entre macoriges —comu-
nidades mencionadas por los europeos en el norte de La Española— y la
cerámica «meillacoide». Atribuye a estos grupos taínos el desarrollo, vis-
to por los hispanos, de estructuras cacicales altamente jerarquizadas, con
gran monto demográfico, sistemas de aldeas dependientes y entrega de tri-
butos, centros ceremoniales y plazas para juegos de pelota, agricultura con
irrigación y monticulación, entre otros esquemas agrícolas.
Formas cacicales y estructuras ceremoniales también serían propias de
los macoriges (Veloz, 1991) que, en algunos casos, llegaron a mezclarse con
los «taínos», especialmente hacia el siglo xiii, aunque muchos grupos pare-
cen haberse mantenido independientes hasta el arribo español.
Para Rouse (1992) y otros especialistas (Cassá, 1992:87), tanto los grupos
con cerámica «meillacoide», como los que muestran cerámica «chicoide»,
son expresión de un gran desarrollo cultural antillano: el «taíno», respon-
diendo las diferencias cerámicas y de complejidad social a variaciones re-
gionales. Rouse (1992:7) denomina estas variaciones «taínos clásicos» (los
que ocuparon La Española, Puerto Rico y el extremo oriental de Cuba) y
«taínos occidentales» (los que ocuparon las Bahamas, Jamaica y la mayor
parte de Cuba).
Aunque ahora se dispone de mayor cantidad de detalles sobre la cultu-
ra material y de nuevos elementos de cronología, el panorama general no
parece muy alejado de las discusiones de mediados del siglo xx que antes
se ha comentado. Al parecer, la mejor comprensión del problema impone,
más que un aumento de los datos o dirigir la mirada hacia otros elementos
de clasificación al estilo cubano de los años ochenta, un cambio profundo
de perspectiva teórica.

… 109 …
ABORÍGENES DE CUBA

La entrada a Cuba
Aunque en los últimos años se han incrementado los fechados radiocar-
bónicos de materiales y contextos arqueológicos pertenecientes a comu-
nidades de productores tribales en Cuba, estos aún son escasos y ofrecen
una imagen incompleta; pero, aun así, resulta una herramienta vital para
entender muchos elementos de la sociedad aborigen. La compilación de
dataciones preparada por Cooper (2008), que incluye un trabajo de calibra-
ción, aporta una perspectiva muy interesante al respecto, en tanto sugiere
que muchos procesos de ocupación de espacios se pudieron dar en fechas
más tempranas que las aceptadas hasta hoy.
Los sitios El Paraíso y Damajayabo, en el litoral suroriental de Cuba,
con fechas de 820 años y 830 años de n.e., respectivamente (1130 años a.p. y
1120 años a.p.), marcan la presencia más temprana conocida de comunida-
des tribales en la Isla. Las calibraciones indican que quizás estas ocupacio-
nes son más antiguas. Relativamente cerca en el tiempo aparecen, al norte,
en la provincia de Holguín, Aguas Gordas (950 años de n.e. o sea, 1000 años
a.p.) y Loma de la Forestal (980 años de n.e., o sea, 970 años a.p.) que, según
la calibración, pudieran ser también mucho más tempranamente habitados.
El Paraíso y Damajayabo son sitios costeros con evidencias de agricul-
tura y fuerte explotación marina, que no parecen responder a habitaciones
de muy larga duración. Todo un grupo de asentamientos, posiblemente
antiguos y de ocupación similar, se da en la costa sur (Trincado y Ulloa,
1996:77).
En la cerámica de Damajayabo y de otros sitios cercanos, se ha señalado
la presencia de elementos «meillacoides» y, en menor medida, «ostionoi-
des» (Trincado y Ulloa, 1996:75). El aspecto «ostionoide» se identifica bá-
sicamente, a partir de la presencia de pintura o engobe rojo. Estos rasgos
cerámicos y ciertos adornos corporales, también presentes en sitios con
cerámica «meillacoide» y «ostionoide», sirven para fundamentar un pobla-
miento realizado, aparentemente, desde La Española.
En Aguas Gordas se acentúa el aspecto «meillacoide». Hay muy poca
pintura o engobe rojo y, en general, los elementos «ostionoides» son ves-
tigiales. En Loma de la Forestal este proceso se repite de cierta manera,
aunque ya no aparece la pintura o engobe rojo. El posible contrapunteo en-
tre elementos «ostionoides» y «meillacoides» también se da en Arroyo del
Palo, contexto típicamente apropiador tardío del oriente de la Isla, hacia
el año 980 de n.e. (970 años a.p.).

… 110 …
ABORÍGENES DE CUBA

Cuando se comparan estas cerámicas con materiales casi contemporá-


neos de La Española, se nota un rápido reajuste hacia lo que parece ser
formas locales. Según Valcárcel (2002:48), la cerámica predominante en el
montículo 1 de Aguas Gordas, desde el año 950 de n.e. (1000 años a.p.) pa-
rece «meillacoide», pero carece de la variedad de punteados comunes en los
inicios de esa serie (Veloz et al., 1981); sus formas aplicadas son menos com-
plejas y diversas y otorga, por otro lado, mayor peso a la incisión dentro de
las técnicas de decoración de respaldos. El hecho de que estas cerámicas
tempranas difieran tanto de los patrones foráneos, sugiere una modifica-
ción que se había iniciado antes del arribo a la Isla, y que continúa aquí.
Es notable que tal situación se produzca casi en el mismo momento que
ocurre el arribo «meillacoide» en La Española (siglos viii y ix). Esto sugiere
la posibilidad de una gestación más temprana del desarrollo «meillacoide»
allí, así como un rápido desplazamiento desde La Española hacia Cuba.
Los sitios habitados por productores tribales en la costa sur del oriente
cubano reportan numerosos casos de superposición con grupos apropia-
dores. Los artefactos de grupos apropiadores se mezclan con el menaje de
las comunidades tribales, y el uso de los mismos espacios o de áreas próxi-
mas, sugiere un nivel de interacción que incluye conocimientos sobre el
ambiente, así como características artefactuales muy particulares. La in-
fluencia de cerámicas de grupos tribales en la cerámica que se ve en Arroyo
del Palo, parece ser parte de estas interacciones y refiere, dada la localiza-
ción de este sitio (centro norte de Oriente), una rápida expansión de estos
elementos por el este de Cuba.
Aguas Gordas y Loma de la Forestal, muestran un patrón habitacional
muy diferente al de los sitios más sureños. Se establecen en la cima de al-
turas y, en el caso de La Forestal, distantes del mar; Aguas Gordas, a unos
4 kilómetros de la costa, muestra una subsistencia que se basa tanto en
alimentos marinos como terrestres.
El hecho de que estos sitios tempranos rompan con el esquema de luga-
res costeros altamente dependientes de la explotación marina, imperante
en el litoral sur, toma mayor relevancia al convertirse esta diferencia, en los
siglos siguientes, en un rasgo típico de la ocupación tribal en la Isla. Es posi-
ble que estas diferencias no respondan exclusivamente a condicionamientos
medioambientales, sino que expresen un proceso migratorio diferente, aun-
que casi paralelo, al que dio lugar a las ocupaciones sureñas. (Valcárcel, 2002).
Los arribos de comunidades tribales por el oriente de la Isla, y quizás
por otras zonas, debieron continuar produciéndose. La concentración en

… 111 …
ABORÍGENES DE CUBA

el extremo oriental de cerámicas con elementos «chicoides», no visibles


de esa manera en el resto de Cuba, parece ser evidencia de esta situación.
En la zona Baracoa-Maisí también se reportan cerámicas «chicoides» que
parecen no haber sido fabricadas en Cuba y pudieran provenir de La Espa-
ñola.

La ocupación del territorio


Una revisión de la distribución de sitios habitados por los productores tri-
bales en el territorio de Cuba, muestra grandes concentraciones de enclaves
de esta filiación en distintas partes del oriente, así como concentraciones
más pequeñas y sitios asilados hacia el centro y occidente. Este panorama
está vinculado con los procesos de ocupación del territorio, situación que
es más comprensible cuando se incorporan los datos radiocarbónicos y la
referencia cronológica que da la información europea sobre la presencia
aborigen en los siglos xv y xvi.
La cronología disponible indica que entre el siglo xi y el siglo xii de n.e.
se produce la ocupación de nuevos espacios del nororiente de la Isla, en
áreas próximas a Aguas Gordas y Loma de la Forestal. El gran salto de ocu-
pación se dará, sin embargo, durante el siglo xiii, al producirse la apari-
ción de asentamientos, tanto en el norte (El Júcaro, El Chorro de Maíta
y El Palmar, entre otros) como en el sur de oriente (El Guafe, provincia
de Granma), y en el centro (El Convento, provincia de Cienfuegos, y Los
Buchillones, provincia de Ciego de Ávila) y en el occidente de Cuba (El
Morrillo, provincia de Matanzas).
Esta expansión parece haber estado influida por situaciones de creci-
miento poblacional y, también, por factores de tipo ambiental, creando
las bases del panorama demográfico que encontraron los europeos en los
siglos xv y xvi. Indica, además, la plena consolidación de la presencia de
estos grupos en la Isla y el inicio o progreso de desarrollos locales, que de-
bieron estar influidos por los ambientes regionales y por interacciones es-
pecíficas con los grupos apropiadores asentados en esas áreas.
El desarrollo local que se dio en Banes, caracterizado por la similitud
de los asentamientos y por una evolución de rasgos que resultan típicos
de ese espacio (Valcárcel, 2002) ejemplifica estas situaciones, que también
son notables en el suroriente, y en el centrosur (Domínguez, 1991) de la
Isla. Desde estos desarrollos locales se proyectaron caracteres culturales
muy particulares que posiblemente expresan, como han sugerido algunos

… 112 …
ABORÍGENES DE CUBA

investigadores (Domínguez, Febles y Rives, 1994:7), agrupaciones étnicas


diferenciadas.
Sitios como Aguas Gordas y Potrero de El Mango, muestran un fuerte
crecimiento espacial hacia el siglo xiii (Valcárcel, 2002) relacionado con
un aumento de su población. Ambos establecimientos se ubican dentro
de grandes agrupaciones de sitios (generalmente algo más pequeños) que
guardan entre sí similitudes cerámicas, con reporte de algunos tipos de ar-
tefactos que les aportan cierta unidad cultural.
Teniendo en cuenta este esquema, es posible considerar que, debido
al crecimiento poblacional en los sitios principales y más antiguos, se ha-
yan producido salidas de grupos que dieran lugar al fomento de nuevas al-
deas en lugares próximos. Los nuevos establecimientos daban el control
de otras áreas y recursos, y permitían establecer estrategias de uso de los
espacios con mayor flexibilidad y eficiencia. (Valcárcel, 2002a).
El poblamiento no se produjo solo a través de la expansión hacia zonas
cercanas, sino que implicó salidas hacia espacios más alejados donde, en al-
gunos casos, se replicó el sistema de segmentación, una vez que se hubiera
consolidado la ocupación inicial. El carácter costero o próximo a la costa,
de los sitios reportados para el siglo xiii en el centro y occidente de Cuba,
indica que quizás se produjo un movimiento esencialmente marítimo, y
que desde los litorales se organizó la entrada y ocupación de las zonas in-
teriores.
Ernesto Tabío (1989:91) ha considerado que las restricciones que pudo
imponer el clima de occidente al fomento de la agricultura de la yuca (bajas
temperaturas que afectarían la productividad del cultivo) debieron causar
una limitada ocupación de esos territorios. Sin embargo, los cambios cli-
máticos pueden haber influido mucho en el gran avance hacia occidente
que se observa en el siglo xiii. Según Rives, García e Izquierdo (1996), ha-
cia esa época se produjo un evento Enos, que generó intensas sequías en el
oriente de Cuba, influyendo en la salida de grupos hacia zonas del occiden-
te con mejores condiciones.
Teniendo en consideración los datos sobre crecimiento de población
que aportan los sitios del nororiente de la Isla, el factor climático resultó
un catalizador de reajustes poblacionales que ya se estaban gestando.
Pero no se debe ver la ocupación del territorio cubano como un proceso
cerrado, limitado a flujos de este a oeste, teniendo como único centro emi-
sor La Española. Eso es lo que revela hasta ahora la arqueología y parece ser
la tendencia básica, aunque el proceso, atendiendo a lo que se sabe de otras

… 113 …
ABORÍGENES DE CUBA

islas antillanas, debió ser más complejo. No se pueden excluir los contac-
tos que quizás generaran poblamientos estables de gentes venidas de otras
islas o zonas (Las Bahamas, Jamaica, la Florida) y que pudieron darse por
puntos de la costa central u occidental.
En este sentido, el caso más interesante es la posibilidad de asentamien-
tos de grupos venidos de la Florida, fundamentado en las significativas si-
militudes, en lo que respecta a la cerámica y a la piedra tallada, de sitios del
occidente cubano con establecimientos tempranos del período Weeden
Island de la Florida (Rives, García e Izquierdo, 1996), aunque el factor «co-
rrientes marinas» contradice esa posibilidad, sugiriendo más bien un trán-
sito Cuba-Florida.
Es significativo que algunos sitios antiguos del área de Banes, mues-
tren presencia aborigen aún en el siglo xv o xvi. Esta estabilidad en el uso
de los espacios puede estar relacionada con la calidad ambiental de tales
territorios y la fertilidad de los terrenos (Guarch, 1989), aunque también
parece expresar determinaciones motivadas por el simbolismo de esos
lugares, y por su función y significado dentro de ciertos esquemas de con-
trol de los territorios.
El importante reporte de material suntuario y ceremonial que mues-
tran estos asentamientos y el hallazgo de enterramientos portando objetos
de gran valor, indica que en algunos casos pudieron ser centros de poder
ideológico y, quizás, político, a los que se subordinaban aldeas cercanas
(Valcárcel, 2002a) y en los que residían grupos de élite que controlaban
esos aspectos.
Al parecer, estas condiciones de subordinación, referidas por los euro-
peos como vínculos de dependencia entre caciques (Velásquez, 1971:66) se
podían producir en espacios geográficos bastante amplios. Se desconoce,
sin embargo, cuán extendida se hallaba esta situación y el significado real
de estos nexos, aunque es claro que todo ello revela un proceso de crecien-
te diferenciación social, en marcos cada vez más institucionalizados y de
centralización de poderes, con desarrollo de estructuras de jefatura asocia-
das a cacicazgos. (Valcárcel, 2002a; Valcárcel y Rodríguez, 2005).
Con el arribo europeo, la presencia de las comunidades de productores
tribales había logrado extenderse hacia el oeste, aunque aún no se había he-
cho estable en el área más occidental de aquella región. Alcanzaba un mon-
to demográfico, todavía no bien precisado, de entre 100 000 y 200 000
personas (Domínguez, Febles y Rives, 1994:7); si se considera la potencial
diversidad sugerida por los distintos desarrollos locales, que la crónica

… 114 …
ABORÍGENES DE CUBA

europea parece ignorar, entonces mostraba importantes niveles de variabi-


lidad en cuanto a expresión material, estructura étnica y complejidad social.
La zona Baracoa-Maisí, por sus particularidades dadas por la existencia
allí de estructuras térreas (plazas y terraplenes) y de una cerámica marca-
damente «chicoide», evidencia esta variabilidad. En esa área, el desarrollo
local, con indicios de centralización y formas de jefatura, indica una fre-
cuente interacción con comunidades de La Española.
Estos asentamientos tenían contacto estable con los de las islas cerca-
nas desde donde, al parecer, continuaban produciéndose movimientos de
población. La migración referida por Las Casas para el siglo xv, aunque puede
haber estado determinada por la presión de los europeos, expresa también
una situación de flujo humano y de interdependencia isleña, que parece haber
sido muy fuerte entre el oriente de Cuba y el territorio de la actual Haití.

Caracterización
Los individuos que constituyeron el gran grupo de los productores triba-
les en las Antillas y en Cuba están plenamente incluidos dentro de la raza
mongoloide americana. La apariencia física de estos aborígenes ha llegado
hasta hoy, a través de los relatos de europeos que los conocieron en su es-
tado natural, y por los restos óseos hallados en las excavaciones arqueoló-
gicas.

Aspecto físico
Una de las descripciones más conocidas y también de las más ilustrativas,
fue hecha por Colón (1961:49-50):

(…) muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y buenas caras; los cabellos
gruesos casi como sedas de colas de caballos y cortos: los cabellos traen por en-
cima de las cejas, salvo unos pocos… que los traen largos, que jamás cortan…
y todos de frente y cabeza muy ancha, más que otra generación que hasta
aquí haya visto, y los ojos muy hermosos y no pequeños, y de ellos ningún
prieto, salvo del color de los canarios…

En los cráneos estudiados se han observado características genera-


les que los identifican dentro de la raza mongoloide americana, como el

… 115 …
ABORÍGENES DE CUBA

tamaño mediano de la nariz y las órbitas, la bóveda alta, el paladar corto y


dientes fuertes (Novik et al., 1977:14).
Una de las características de sus cráneos es la platiprosopia (aplana-
miento de la cara) y el gran desarrollo de los malares. Otra de las parti-
cularidades más sobresalientes de los cráneos de estos aborígenes es la
deformación artificial a que eran sometidos. Esta deformación tradicional,
denominada fronto occipital tabular oblicua, produjo no solo el ensancha-
miento del frontal, sino también su inclinación notable y un abombamien-
to parieto-temporal.
Todos estos cambios morfológicos en el cráneo produjeron un predo-
minio de la región posterior de la cabeza y su alargamiento. La deforma-
ción se producía aplicando una tablilla en la frente de los niños de corta
edad, fijada a la región occipital mediante vendas, durante un tiempo
prolongado. Esto desplazaba el frontal y ensanchaba el cráneo, produ-
ciendo como efecto secundario huesos supernumerarios en las suturas
craneales.
Según estudios en pueblos que aún la practican, no produce grandes
efectos en la siquis o la salud de la persona. La estatura de estos aboríge-
nes, según el estudio de sus huesos largos, los sitúa entre los de más baja
talla del continente, coincidente con los aruacos y los pobladores del norte
de Colombia, Venezuela y Las Guayanas; los hombres miden 1.58 metros
como promedio, y las mujeres 1.48 metros. No obstante, en la muestra de
enterramientos obtenida en el cementerio del sitio El Chorro de Maíta,
aparecen individuos de hasta 1.72 metros de estatura. (Rodríguez, 2003).

Salud
En cuanto a la salud de estos aborígenes, resalta la frecuente presencia de
desgastes en las cúspides dentarias, lo que puede acarrear procesos infec-
ciosos en las piezas, al quedar destruido su esmalte y dejar expuesta, en los
casos de mayor desgaste, la dentina y hasta la pulpa. Todo parece indicar
que esto se debió a la masticación habitual de alimentos que contenían
partículas erosivas. Otras patologías observadas en sus sistemas dentarios
son las caries, por lo general en la región oclusal, piorrea alveolar, osteolisis,
trayectos fistulosos, así como osteítis y cálculos dentarios. (Torres y Rive-
ro, 1972:11).
En lo referente a patologías vistas en los cráneos y en el esqueleto axial,
han sido estudiadas infecciones, osteoartritis, osteolisis, osteoporosis,

… 116 …
ABORÍGENES DE CUBA

osteomielitis e inflamaciones, además de traumatismos con fractura ósea


(Rivero, 1960:251-260; Torres y Rivero, 1970; 1972:28), aunque los reportes
sobre estos últimos son realmente escasos. Lillián Moreira (1999), al citar
opiniones de Manuel Rivero de la Calle, refiere para estas comunidades
una alta mortalidad infantil y una esperanza de vida de entre 30 años y 35
años, así como la presencia de sífilis.
Finalmente, mucho se ha discutido si la población aborigen de Cuba
(apropiadores y productores) se constituye en una sola, con gran variabilidad
interpoblacional o si se trata de dos poblaciones distintas, suficientemente
diferenciadas como tales.
El antropólogo P. Hidalgo (1972) estimó, mediante métodos estadísticos
aplicados a la perfilación horizontal de la cara de los aborígenes de Cuba,
la existencia de un solo grupo; V. P. Alexeiev (1986:15-22) establece la po-
sibilidad de variables diferenciales suficientes en Cuba como para estimar
la presencia precaria de dos grupos, pero también plantea la posibilidad de
una ascendencia común en el continente, con la existencia de un solo gru-
po; Rivero (1983:157-167), mediante el estudio de los caracteres craneales
epigenéticos o discontinuos, obtenidos sobre el mismo material osteológi-
co investigado por Hidalgo, llegó a la conclusión de que en Cuba existieron
dos grupos poblacionales (uno para cada FES) diferenciados dentro de la
raza mongoloide americana. Los más recientes estudios de genética dental
avalan esta conclusión. (Coppa et al., 2005).

Etnicidad
Para discutir la estructura étnica de estas comunidades es conveniente de-
jar bien esclarecido el concepto de etnia que se utilizará y que se acepta. Se
coincide con Bromley (1986:18) en que:

(…) el etnos representa solo aquella comunidad cultural de gente que se con-
sidera como tal, separándose dentro de otras comunidades análogas. Esta
conciencia de su unidad de grupo, por parte de los miembros del etnos, como
regla, se denomina, según se sabe, autoconciencia étnica, cuyo rasgo exterior
es la autodenominación (endoetnónimo).

Se considera que, a pesar de ser un solo grupo racial y aruaco parlan-


te, las comunidades de productores constituyeron en Cuba varias etnias,
por razones inherentes a las múltiples migraciones realizadas en diferentes

… 117 …
ABORÍGENES DE CUBA

momentos y, en especial, debido a profundos cambios que van más allá de


un proceso evolutivo simple. Estas etnias tuvieron que presentar diversi-
dad de autoconciencia, a pesar de mantenerse determinadas tradiciones
ancestrales comunes.
Se estima que el término «taíno», en su acepción de cultura antillana,
no refleja la complejidad de tal situación, razón de más para que deba ser
desechado, dada su ambigüedad e inconsistencia etnológica, arqueológica
y semántica.

Distribución geográfica. Explotación del medio


Desde un punto de vista general, estas comunidades habitaron en tres
grandes entornos: el litoral, el intermedio y el mediterráneo. Como se
comprenderá, en cada uno de ellos, por las diferencias fisiográficas y eco-
lógicas que los caracterizan, los recursos inmediatos a su disposición tu-
vieron marcadas diferencias, lo que impuso determinados ajustes en las
prácticas económicas.
Se debe apuntar, no obstante, que la información documental y arqueo-
lógica indica que la Isla en general ofrecía enormes recursos naturales,
suficientes para suplir las necesidades de comunidades con este nivel de
desarrollo económico, aunque se ha profundizado poco en el estudio de la
distribución espacial y, sobre todo temporal, de esos recursos.
Los indicios de asentamiento estable descubren la presencia de pobla-
dos de productores, desde el extremo oriental de la Isla (sitios cercanos a
Punta de Maisí) hasta las cercanías de la otrora Ciudad de La Habana. Una
revisión de la distribución de los sitios de habitación en el territorio de la
Isla, indica que en su banda norte son mucho más abundantes que en la sur.
Aparecen algunos sitios en el norte de las provincias de La Habana, Ma-
tanzas y Villa Clara, con un incremento progresivo en el territorio de Cie-
go de Ávila. En esta provincia se reportan sitios, tanto en la costa como en
espacios que pueden llegar a ubicarse hasta 60 kilómetros tierra adentro.
Próximas a la loma de Cunagua, hay evidencias de asentamientos vincu-
lados a la llanura lacuno palustre (baja y cenagosa, con lagunas litorales,
manglares, playazos y pantanos), ubicados generalmente en pequeñas áreas
de tierra firme, elevadas y bien drenadas.
Frente a la línea de costa de la región lacuno palustre, se extiende la
secuencia de cayos pertenecientes al archipiélago Sabana-Camagüey. Este
archipiélago se halla separado de la costa por un mar poco profundo, en el

… 118 …
ABORÍGENES DE CUBA

que se alternan la arena y el fango, constituyendo un típico mar de sonda.


Sus recursos fueron usados por los aborígenes que también aprovecharon,
en los cayos, una ecología sustentada por una barrera coralina y un mar
abierto al canal de las Bahamas, medio muy rico en fauna marina.
Próximos a la costa camagüeyana se hallan algunos sitios, aunque tam-
bién se encuentra un pequeño núcleo de poblados en el centro de la pro-
vincia, en una línea imaginaria que cruza desde la propia ciudad de Cama-
güey hasta las proximidades del poblado de Guáimaro. Ocuparon también
la llanura septentrional de Cubitas y ejercieron una fuerte influencia so-
bre la Sierra del mismo nombre, destacándose la utilización de sus cuevas,
principalmente como espacios ceremoniales, según Calvera, Funes y Cuba
(1991).
En Las Tunas aparece un importante grupo de sitios cerca de la bahía de
Puerto Padre, el cual llega 20 kilómetros tierra adentro. En el territorio de
Holguín, los sitios comienzan en torno a la bahía de Gibara, extendiéndose
hacia el este por toda la costa y sus áreas cercanas, hasta la bahía de Nipe.
Hacia el interior, a unos 32 kilómetros del mar, hay varios asentamientos
en las proximidades sureñas de la ciudad cabecera de la provincia. Otra
concentración de sitios interiores aparece al este, entre los municipios de
Báguano y Cueto; al norte de estos se halla el gran conjunto de sitios de la
zona de Banes.
Las agrupaciones de sitios que se encuentran en Las Tunas y Holguín,
se ubican en parte de la subregión fisiográfica nombrada Grupo Mania-
bón, constituida parcialmente por mogotes aislados, cerros y colinas. En
esta subregión se advierten dos grandes complejos territoriales naturales
de primer orden: la faja de terrazas y la cuesta periclinal. (Iñiguez y Mateo,
1980).
La faja de terrazas está constituida por una llanura costera que bordea
la cuesta periclinal y llega hasta el mar; en ella se enclavan sitios arqueoló-
gicos, pero en menor cantidad que en la cuesta periclinal. Sus suelos son
calizos, con una pequeña parte de gley tropical; su altitud no excede los 10
metros sobre el nivel del mar.
La cuesta periclinal está constituida por una serie de alturas que tienen
su área central en la región de Banes, su altitud varía entre 50 metros y 150
metros sobre el nivel del mar. Casi la totalidad de los suelos son calizos,
aunque existen pequeñas zonas de otros suelos (Jardines y Guarch, 1987:19-
20). La mayor cantidad de sitios arqueológicos de toda esta zona, se locali-
za en el borde de esta cuesta periclinal, antes de iniciarse la faja de terrazas.

… 119 …
ABORÍGENES DE CUBA

En el lado norte de la provincia de Guantánamo, los sitios comienzan a


ser muy frecuentes cerca de la ciudad de Baracoa, relacionados tanto con
los sistemas de terrazas como con la desembocadura de los ríos. Siguiendo
este esquema, continúan al este y pasan al borde sur de la provincia, donde
tienen proyecciones interiores en el Valle de Caujerí y en el Valle de Guan-
tánamo.
En la zona costera de la provincia de Santiago de Cuba aparecen
también restos de asentamientos, entre la línea de costa y el pie de monte
sur de la Sierra Maestra. En esta estrecha faja de territorio, los ríos son cor-
tos, con pequeños saltos y cascadas, y se abren en profundos valles trans-
versales que han labrado en la cordillera. Los sitios arqueológicos aparecen
con mayor frecuencia en la franja de bosque xerófilo, cerca de las corrien-
tes fluviales, en pequeñas alturas y, en menor medida, en las llanuras; esca-
samente en la premontaña o a mayor altura. Algunos pocos sitios aparecen
en zonas interiores al norte de la ciudad de Santiago de Cuba, cerca de
Contramaestre.
En la llanura costera Manzanillo-Cabo Cruz, en el paisaje Cauto-Gua-
canayabo en terrenos de la provincia Granma, se reporta otro grupo
importante de sitios. Desde el punto de vista orográfico, esta región no
presenta ninguna elevación, ya que se comporta como una llanura muy
plana; no obstante, las terrazas emergidas condicionan un escalonamiento
que, hacia el sur, constituye la meseta de Cabo Cruz.
La línea de costa entre Manzanillo y Cabo Cruz es baja y pantanosa,
formando el lado oriental del golfo de Guacanayabo, que es de poca pro-
fundidad, con fondos fangosos que se alternan con bancos de arena. La
presencia aborigen muestra —como en todos los otros casos— el apro-
vechamiento de los recursos aportados por estos ambientes diversos. Al
oeste del golfo de Guacanayabo no hay evidencias de asentamientos esta-
bles hasta las provincias de Sancti Spíritus y Cienfuegos, así como de forma
muy limitada en las proximidades del litoral de la provincia de La Habana.
En el caso de Sancti Spíritus y Cienfuegos, los sitios de tierra adentro (o
mediterráneos, a 20 kilómetros o más de la costa) se localizan, en pequeñas
colinas, de hasta 100 metros de altitud sobre el nivel del mar.
Los sitios de costa sin ríos se ubican en dunas bajas o en terrenos fe-
rralíticos, con un sustrato arrecifal, vinculados al oeste con zonas cársi-
cas de la región lacuno-palustre de la parte oriental de la Ciénaga de Za-
pata. Los de franja costera, están vinculados con las desembocaduras de
los ríos, cuyas dunas presentan formas de barra costera; se localizan en las

… 120 …
ABORÍGENES DE CUBA

terrazas (acumulativas o erosivas) de las márgenes de los ríos, en cotas de entre


10 metros y 20 metros sobre el nivel del mar. Hay unos pocos sitios ubicados
en llanuras bajas, parcialmente inundadas, con suelos hidromórficos y sala-
dares.
El análisis de la ubicación de los sitios dentro de estas zonas indica que
existió una preferencia por los lugares elevados; incluso, en los parajes lla-
nos, se buscó para los asentamientos pequeñas colinas y otros accidentes
topográficos de mínima altimetría como las cuestas en terrazas o estas mis-
mas. No se usaron, sin embargo, alturas en las grandes zonas montañosas.
Los sitios costeros son minoritarios; su número es mayor en la zona de
Maisí y en la cercanía de la bahía de Jagua, Cienfuegos, aunque es posi-
ble que en ambos casos haya presencia de asentamientos dependientes de
otros del interior, a modo de campamentos, estacionales o permanentes,
donde se realizaban actividades económicas vinculadas con el mar. No
obstante, en estas áreas existen indudables poblados costeros de gran ex-
tensión, en los que se advierte un fuerte desarrollo, similar al de los sitios
intermedios y mediterráneos.
El mayor número de sitios se ubica en la zona intermedia (a menos de 20
kilómetros de la costa). Sitios en esta posición son muy comunes en todo
el país y, especialmente, en la región de Banes, en Holguín, una de las más
densamente ocupadas.
Los sitios mediterráneos están presentes en casi toda la Isla, aunque
son escasos en el suroriente de Cuba, dadas las complejidades orográficas
de esta área. Es de interés señalar que, aún en estos sitios, hay evidencias
de materiales de origen marino, por lo que se puede considerar que reali-
zaban viajes hasta la costa para obtener materias primas muy necesarias o
alimentos.
La presencia de estos productos marinos se pudo deber también, al me-
nos en el caso de los más mediterráneos, al intercambio con otros grupos o
poblados, situados en el espacio intermedio, pero es conveniente significar
que todas las agrupaciones de sitios mediterráneos contaron con una efec-
tiva red fluvial, la cual pudo facilitar el acceso al mar mediante las canoas.
Todo indica que los espacios utilizados eran definidos mayormente por
su estabilidad ecológica y según otros intereses de tipo económico; de ahí la
importancia de la ubicación de aldeas sobre o cerca de suelos calizos y gley
tropical, por ser los más útiles para la agricultura (Guarch, 1989), próximas a
corrientes fluviales o ambientes lacuno palustres, que proporcionaran agua,
medios de subsistencia, materias primas y vías de comunicación, así como

… 121 …
ABORÍGENES DE CUBA

no muy alejadas del mar que, con sus recursos, daba la posibilidad de com-
pletar una dieta adecuada en ciertas épocas del año, cuando escaseaban los
recursos terrestres.
La búsqueda del equilibrio entre las necesidades de cada aldea y los
recursos que podía suministrarle el medio, en forma relativamente estable,
constituyó el punto clave del sedentarismo de estas comunidades que, como
es conocido, permanecieron en determinadas localidades por espacio de cen-
turias. Resulta clara la tendencia a usar zonas de alto potencial económico y a
regular su uso, recurriendo incluso a un distanciamiento de los poblados para
limitar el nivel de impacto sobre el medio ambiente.
Otra estrategia para facilitar el acceso a mayor cantidad y variedad de
recursos, fue la de dividir la población, de manera permanente o con carác-
ter rotativo, estableciendo poblados menores en áreas de interés económi-
co. Estos «subpoblados» o poblados satélites, se deben ver como parte del
poblado o aldea nuclear, sin existencia alguna de dependencia tributaria o
de sojuzgamiento, sino como parte de un todo único. Por medio de estas
variantes y con un sistema comunitario de explotación ambiental, estos
grupos no debieron padecer hambrunas por períodos prolongados, sino
solo de manera ocasional, por causa de desastres naturales.
La información sobre el uso del medio indica un conocimiento profun-
do de sus características y potencialidades, así como un manejo completo
de este en función de las necesidades humanas. En el caso de las materias
primas, muchas llegaban del entorno del poblado; la obtención de otras,
impuso la necesidad de desplazamientos importantes: en el sitio la Güira
de Barajagua, en Cueto, provincia de Holguín, hay evidencia de trayectos
de más de 40 kilómetros para hallar, en la ribera de un río, la arcilla necesa-
ria para la producción alfarera.
La búsqueda de las fuentes de materia prima en el bosque y las sabanas,
los cuerpos de agua dulce y el mar, sin importar las distancias o la labor
a realizar, sino el producto que se deseaba obtener, demuestra la compe-
tencia de estas comunidades para imponerse al medio, en una forma que
rebasa las posibilidades de una simple adaptación pasiva.

Características de los sitios de habitación


Las investigaciones arqueológicas han demostrado una gran variabilidad
en cuanto a las dimensiones y estructuras de los sitios habitados, que pa-
rece ajustarse a la diversidad de los asentamientos aborígenes referida por

… 122 …
ABORÍGENES DE CUBA

los cronistas. Estos plantearon la existencia de pequeños pueblos de cuatro


o cinco casas, algunos de mediano tamaño, con alrededor de treinta casas,
y otros mayores de unas cincuenta viviendas (Jardines y Guarch, 1987:51).
El estudio arqueológico indica que, al margen de las condiciones
medioambientales necesarias para soportar la carga extractiva del grupo,
las diferencias de tamaño y riqueza de evidencias pudieron estar determi-
nadas por el tiempo que estuvo habitado el lugar, por su posible función
dentro de una estrategia de aprovechamiento de los espacios o por su ca-
rácter de sitio matriz de un área, del cual dependían económica y social-
mente otros poblados.
Se carece de datos arqueológicos que permitan definir en estos pobla-
dos una planificación urbanística estricta. Se conoce, al menos para algu-
nos poblados costeros y gracias a los datos de los cronistas, la falta de un
mínimo urbanismo. Según Colón (1961), las casas estaban ubicadas (...) «sin
orden ni concierto...».
El estudio arqueológico de algunos sitios habitados por aborígenes pro-
ductores en Cuba, ha permitido comprobar la presencia de zonas de depó-
sito de residuos (basurales), así como de áreas estériles, en muchos casos
aplanadas, que muy bien se pudieron utilizar como plazas para distintos
tipos de actividades. No obstante, estas consideraciones se deben manejar
con cuidado, pues la presencia de plazas no fue necesariamente un hecho
generalizado, pudiendo depender de las condiciones de determinados lu-
gares, de niveles de desarrollo, intereses del grupo, número de habitantes
o de la topografía.
En el sitio Laguna de Limones, Maisí, existe un área semirrectangular, de-
limitada por muros de tierra, cuya función ha sido interpretada de varias ma-
neras: para algunos autores se trataba de una plaza ceremonial (Harrington,
1935; Tabío y Rey, 1979); para otros se manejaba la posibilidad de que fuera un
sistema de captación de agua (Guarch, 1978).
Investigaciones recientes, basadas en el análisis de la topografía del área,
refuerzan la posibilidad de que se trate de una plaza ceremonial, una de las
mayores de las Antillas. (Torres, 2006b).
En el caso de El Chorro de Maíta, considerando las analogías etnográfi-
cas sobre el valor de los lugares mortuorios y el significado de los antepasa-
dos, así como la posición del área del cementerio con respecto a las zonas
con desechos domésticos, se cree que este espacio funerario también pudo
funcionar como plaza ceremonial (Valcárcel y Rodríguez, 2005). En las
excavaciones se han detectado fogones de diferentes tamaños y grosores,

… 123 …
ABORÍGENES DE CUBA

alternando con concentraciones de residuos. En estas concentraciones se


han extraído también restos de taller de diferentes «industrias», evidencias
dietarias y artefactos, rotos o enteros, de distintos materiales.
En la zona de Maisí se destacan sitios con deposiciones que forman
recintos y que pueden llegar a constituir terraplenes; estos son los casos
de los llamados cercados térreos de Pueblo Viejo, Montecristi y el Gran
Muro de San Lucas; todos ellos son acumulaciones residuales, producto
de una habitación prolongada, en la que se aprecia una gran profusión de
fogones, como muestra inequívoca de ese origen.
Ocasionalmente se han podido detectar, en la distribución habitacio-
nal de algunos sitios, áreas con una utilización o connotación especial
dentro del residuario como es el caso de las dedicadas a ritos funera-
rios o lugares como en El Chorro de Maíta (Guarch, 1988b), donde se
ha encontrado considerable cantidad de evidencias superestructurales,
ligadas a ceremonias o ritos, que se consideran como objetos propios del
behique o del cacique de la comunidad (espátula vómica y pendientes
de diverso tipo y material) y que, por tanto, pueden indicar la presencia
de un espacio escogido para estos fines o en el que habitó una de estas
personalidades.
Resulta difícil establecer con exactitud la posición de las viviendas. En
muchos casos, estas debieron estar ubicadas alrededor de las grandes áreas
estériles que pudieron ser plazas, o en los espacios que se observan entre
las acumulaciones residuales. Se han tomado medidas diametrales de esos
espacios que varían entre 12 metros y 15 metros, y coinciden con la infor-
mación documental de la época.
Bartolomé de las Casas (1967) afirmaba que, vivían (…) «en una casa de
paja que tenía comúnmente treinta y cuarenta pies de hueco, aunque re-
donda…», es decir, unos 10 metros o 13 metros de diámetro.
Las investigaciones que desde 1997 se están realizando en el sitio Los
Buchillones, en el litoral norte de la provincia de Ciego de Ávila, muestran
una distribución de restos de estructuras que sugiere un alineamiento de
las casas a lo largo de la línea de la costa (Valcárcel et al., 2006). No está
definido si se trataba de palafitos, aunque un poblado dentro del mar, con
casas sobre horcones, fue visto por Las Casas (1951, T II: 541) en el litoral
norte de Cuba. Una distribución lineal de las casas también ha sido inferi-
da para el sitio Laguna de Limones. (Torres, 2006b).

… 124 …
ABORÍGENES DE CUBA

Las viviendas
Los cronistas señalan la presencia de cobertizos para actividades diversas,
así como de construcciones de mayor tamaño, principalmente para fines
de habitación, aunque no se excluye que, como ocurría en La Española,
estas también sirvieran para otras funciones.
En lo que se refiere a las «casas», los cronistas indican que eran de made-
ra y paja u hojas de palma. Aparentemente, todo indica que contaban con
paredes de cañas, que no eran muy altas, por lo que la techumbre descendía
algo más que en los actuales bohíos de Cuba. Colón (1961) refiere en su
Diario de Navegación del Primer Viaje, que no poseían ventanas, sino solo
dos puertas, opuestas una a la otra.
Existen algunas discrepancias en el tema de la forma. Los investigadores
aceptan la existencia de casas de planta circular, a manera de caney o bohío
de techo cónico y paredes, formando un gran círculo. Colón, durante su
primer viaje por la costa norte de las provincias orientales, se refiere al in-
forme que le rinden los dos hombres que envió tierra adentro desde Puerto
de Mares, hoy Gibara, sobre el parecido de las «casas» por ellos vistas con
«alfaneques» muy grandes. Estos alfaneques eran tiendas de campaña de
forma cilindro-cónica.
No parece que Colón o Las Casas observaran en algún momento casas
rectangulares en sus viajes por Cuba y las otras antillas. Solo Fernández de
Oviedo (1851, T. 1:163) señala también la existencia de casas rectangulares,
pero en La Española, aunque solo para caciques y principales de la tribu.
Investigadores como Sven Loven (1935) difieren totalmente del criterio
de Oviedo, estimando que las casas rectangulares vistas por el cronista en
«Haití», fueron el resultado de la influencia española. En Cuba hay eviden-
cia arqueológica de la existencia de casas de planta circular y de planta oval.
(Valcárcel et al., 2006).
En cuanto a los habitantes de cada casa y su número aproximado, exis-
ten discrepancias en la información ofrecida por los cronistas e informantes
de la época, y lo planteado por algunos investigadores. Según los enviados
de Colón tierra adentro, durante el primer viaje (Colón 1961:83), el número
promedio de habitantes por casa era de unas 20 personas, considerando el
dato de unos 1000 habitantes en una aldea de 50 bohíos. Sven Loven (1935)
calcula de 10 a 15 hombres con sus esposas e hijos, lo que parece algo elevado.
La siguiente referencia de Las Casas (1951, T I): (…) «aquellas casas eran
de manera que se acogían en ellas mucha gente en una sola y debían ser

… 125 …
ABORÍGENES DE CUBA

parientes descendientes de uno solo»..., sugiere la existencia de casas


usadas por familias ampliadas; sin embargo, las dimensiones de una es-
tructura de 45 metros cuadrados en Los Buchillones, apuntan hacia una
casa usada por una familia nuclear de unas ocho personas (Valcárcel et
al., 2006:87). La antigüedad de esa estructura, fijada entre los siglos xiii
y xvii de n.e. (Cooper et al., 2008), indica que posiblemente en Cuba se
usaron al mismo tiempo grandes viviendas comunales y casas más peque-
ñas para familias nucleares, variabilidad que puede estar determinada por
la función del asentamiento o por el rango social de las personas que las
habitaban, entre otros factores.
Colón aludió a lo limpio y barrido del interior de las viviendas. Se infiere
el empleo de barbacoas destinadas a contener determinados alimentos, así
como cestos colgantes para guardar otros objetos. Las hamacas se debie-
ron colgar, al igual que lo hacen los actuales aruacos continentales, desde
el poste central de la casa a los laterales aunque, en ocasiones, también las
colgaban en los cobertizos auxiliares.
Era costumbre de estas comunidades, observada por etnólogos, que
cada matrimonio tuviera asignada una parte en el interior de la vivien-
da, donde colgaban sus hamacas y guardaban algunos objetos de uso
personal.

El fuego y su utilización
Para encender el fuego, según Las Casas (1967), estos aborígenes hacían
rotar entre las palmas de las manos una varilla de madera seca de «guácima»
(Guazuma tomentosa), árbol de madera blanda, para que su extremo inferior
girase como un taladro sobre una muesca en un palo de igual madera, suje-
to con los pies.
Mediante el fuego quemaron espacios de bosques, con la finalidad de
hacer en ellos sus sembradíos. Otro aspecto, sobradamente significativo,
fue la utilización del fuego para elaborar alimentos, los que pudieron ser
asados, hervidos o ahumados para su conservación.
Los propios recipientes de que se valieron fueron preparados al fuego,
como toda la cerámica. Muchos autores plantean que las armas de madera
como las azagayas y las puntas de venablos, anzuelos, etcétera, eran tem-
pladas al fuego, y los cronistas refieren que mediante el fuego se ahuecaban
los árboles para fabricar las canoas.

… 126 …
ABORÍGENES DE CUBA

Las vías de transportación


Es indudable que el desplazamiento a pie fue entonces el método más ex-
pedito y de mayor utilización, recorriendo los estrechos senderos que se
fueron conformando por el uso, a través del bosque o de las sabanas, hacia
los conucos, ríos, lagunas, el mar y otros lugares.
La unión entre poblados cercanos también debió verse favorecida por
esos «caminos» dentro del bosque y, alrededor de estas vías, se debió ejer-
cer, en especial por las mujeres y los niños, parte de las actividades de
recolección y captura. Pero la vía de comunicación por «río» debió verse
favorecida en todos aquellos lugares en los que una corriente fluvial se
hallaba relativamente cerca, especialmente si se debía trasladar materiales
pesados.
En el sitio arqueológico Ventas de Casanova, aldea totalmente medite-
rránea, situada junto al río Contramaestre, afluente del Cauto, a una dis-
tancia de no menos de 172 kilómetros de la línea de costa por el sistema
fluvial, y un poco menos en línea recta, se encuentran evidencias de anima-
les propios de los ecosistemas de la llanura litoral, de la zona supralitoral y
del propio mar, lo que permite probar que hubo una explotación del medio
costero y la realización de viajes con tal objetivo, usando la navegación en
canoa por las corrientes fluviales próximas.
En otras partes de la Isla esto parece haber sucedido de forma similar,
como ocurre en la zona de Cunagua, donde el medio lacuno-palustre posi-
bilitó que los grupos allí asentados se relacionaran muy estrechamente con
los ríos, canales y lagunas existentes, para trasladarse hasta el mar y obte-
ner, en todos esos medios, los recursos subsistenciales que caracterizaban
su economía.
Los sitios intermedios y costeros tuvieron una mayor comunicación
marina; sin embargo, sus habitantes debieron apelar a los ríos para movi-
mientos interiores. Los desplazamientos fluviales y marinos requieren de
habilidades para usar las canoas, lo cual no es sorpresa, pues hacía ya va-
rias centurias que los aruacos se habían convertido, de una forma u otra,
en un pueblo marinero, capaz de hacer en sus embarcaciones monóxilas
grandes recorridos de isla en isla y practicar la pesca marina. La rapidez
de las embarcaciones fue observada por Colón (1961:112), al compararlas
con «fustas», barcos rápidos de pelea utilizados en esa época en el Medi-
terráneo.

… 127 …
ABORÍGENES DE CUBA

La agricultura
Aun cuando la agricultura no fue siempre la única actividad sustentadora
de la alimentación de estos aborígenes, fue sin dudas el aspecto que más
resaltó de su economía, dado el adelanto técnico que presupone la capaci-
dad de domesticar las plantas. No se puede hablar de una agricultura inci-
piente en el caso de la que se practicaba entonces en Cuba, pero tampoco
se puede plantear que se trataba de una agricultura desarrollada, teniendo
en consideración, que las especies cultivadas no eran tan variadas como las
que se cultivaban en el territorio continental de América.
Por otra parte se destaca que, tanto para las comunidades más desarro-
lladas de tierra firme como para las insulares, solo existió un medio de tra-
bajo básico para el cultivo: el bastón sembrador o «coa» que, en el mejor
de los casos, recibió solo algunas innovaciones, como puntos de apoyo y,
excepcionalmente, punta metálica, lo que no se produjo en las variantes
antillanas.
La cuestión del aumento de la productividad estuvo dada por una mejor
selección de las simientes cultivadas, por la diversificación de los cultivos y
por la preparación de los suelos.
Entre las especies cultivadas resalta, en primer lugar, la yuca (Manihot
sp.) en su variedad amarga. Esta variedad, de gran productividad, puede
comenzar a cosecharse a los nueve meses de sembrada la planta y puede
permanecer en el campo hasta algo menos de dos años sin que se deterio-
ren los tubérculos. Su consumo requiere de un procesamiento previo, el
que permite obtener la harina con la que se elaboran las tortas de casabe, a
la vez que elimina el ácido prúsico venenoso que contiene.
Otras plantas cultivadas fueron el boniato (Ipomea batatas, L.) y el ají pi-
cante (Capsicum frutescens, L.). El ají «guaguao» y las dos especies silvestres
de ají que hoy se encuentran en Cuba, se usaron como condimento. Colón
(1961:82) cita, en varias oportunidades, haber observado la siembra de frijo-
les, sin que hasta ahora esté esclarecido cuál o cuáles fueron las especies o
variedades cultivadas. La siembra del maní y su existencia como planta au-
tóctona, también se ha discutido (Roig, 1988, T. 1:650). El maíz (Zea mays,
L.) fue utilizado, aunque persiste la duda sobre su aparente poca importan-
cia económica entre estos agricultores.
Muchas otras plantas y frutales se pudieron sembrar en los caseríos
como es el caso de la piña (Ananas sp.), de la que había tres variedades, y
también el anón, la guanábana, el mamón, el mamey (Mammea americana)

… 128 …
ABORÍGENES DE CUBA

y el mamey colorado (Calocarpum zapote). Asimismo debieron tener algún


tipo de control sobre árboles y arbustos silvestres que utilizaban para cu-
brir otras necesidades como extraer colorantes de la bija (Bixa orellana) y la
jagua (Genipa americana) o para obtener alucinógenos, para fines médicos,
de la campana (Datura arborea, L.) y para preparar recipientes con las güiras
(Crescentia cujete).
La yuquilla (Zamia sp.), de gran importancia para la alimentación de
los aborígenes en La Española (Veloz, 1976), parece que fue poco usada
en Cuba, aunque hoy se halla silvestre en parajes de las regiones oriental y
occidental. Su rizoma, rico en fécula, es venenoso en estado natural, no así
procesado mediante la fermentación, una vez reducido a harina.
La planta conocida en la actualidad por el nombre de tabaco (Nicoti-
na tabacum, Lin.) tuvo que ser cultivada. Igual debió ocurrir con el algo-
dón (Gosypium barbadense, Lin.), dada su amplia utilización, aunque Colón
(1961:82) entendió que lo tomaban de plantas silvestres.
En la agricultura de estas comunidades se debe tener en cuenta el cul-
tivo del «aje», en su variedad más dulce, la batata, o sea, el boniato. Este
cultivo, en extremo, fácil de obtener y mantener, debió producir altos ren-
dimientos; otros, como el de la malanga, tuvieron como limitante la nece-
sidad de agua pluvial o por irrigación, por lo que se debieron ubicar cerca
de las corrientes fluviales. Se recalca todo esto, debido a la errónea visión
que se ha tenido acerca de una dependencia absoluta de la yuca, la que sin
duda tuvo como gran ventaja la posibilidad de «industrializar» su producto
y conservarlo por mucho tiempo.
En términos generales, se ha hablado del cultivo de roza como técnica
básica de esta agricultura. La simple quema y apile de los troncos quema-
dos, para despeje y fertilización, era continuada con la siembra de las semi-
llas, y el terreno se empleaba mientras resultaba productivo. Con el tiempo
perdía su fertilidad y el proceso se repetía sobre otra área. No obstante,
esta no fue la única preparación que se dio a los suelos.
Desde muy temprano, en Puerto Rico se comenzó a utilizar la técnica
de «montones» para la siembra, por lo que se infiere que a la entrada de los
grupos de productores a Cuba, ya esta era la técnica generalizada, al menos
para determinados cultivos de «alto rendimiento», lo que supone un decisi-
vo paso de avance en la tecnología agrícola.
La excavación del suelo recién despojado de la cobertura vegetal con
la coa o palo cavador, el ligero enriquecimiento de este suelo por la ce-
niza y la materia orgánica no destruida por el fuego, y el apilamiento de

… 129 …
ABORÍGENES DE CUBA

la tierra en montones de hasta cuatro metros de diámetro por algo más


de un metro de altura, resultó equivalente, desde el punto de vista cuali-
tativo, a una aradura del terreno, con todos los beneficios agrícolas para
el mejor crecimiento de las plantas y, mucho más, para los tubérculos y
rizomas.
Se debe reiterar que en el caso de Cuba, como en las restantes Antillas
Mayores, esto se efectuó por lo común en suelos fértiles, de posible explota-
ción prolongada sin necesidad del barbecho periódico por empobrecimiento
de los mismos.
Según Tabío (1989:62), otra técnica referida para las Antillas y que se
empleó en Cuba fue el cultivo de roza atenuado, en el que se mantiene la
tala y quema del bosque, pero se restringe la expansión a nuevos terrenos,
aumentando el tiempo de uso de estos, lo que se consigue reduciendo el
consumo de productos agrícolas al intensificar el de productos de la caza,
la pesca y la recolección.
El cultivo en «jagüeyes», o sea, en oquedades cársicas rellenas de tierra
muy fértil, así como la «várzea» o cultivo en tierras próximas a ríos que las
fertilizan naturalmente, han sido valorados para sitios de República Do-
minicana (Veloz, 1991:180) y cabe pensar que también se pudieron utilizar
en Cuba.
Cassá (1974:40-43) establece una serie de cálculos de productividad,
sobre la base de fuentes documentales y de comparaciones con grupos
humanos actuales (sociedades tradicionales). Estos datos, muy interesan-
tes, pero en ocasiones basados solos en elementos abstractos, ayudan a
calcular la necesidad de 0.2 hectáreas promedio por individuo en el culti-
vo de la yuca por el sistema de monticulación, para mantener su alimen-
tación.
Es evidente que las monticulaciones continuaron aumentando y evolu-
cionando en las Antillas y, por lo tanto, en Cuba, desplazando el sistema
simple de roza, llegándose a producir verdaderos «terraplenes».
Ya se ha escrito acerca de los posibles terraplenes existentes en la zona
de Maisí, con la particularidad de que fueron, además, áreas habitaciona-
les. Esto debió aumentar la fertilidad del suelo, a causa de la materia orgá-
nica en descomposición que allí se depositó y abonó la tierra. Este sistema
de terraplenes en Maisí debió contribuir a conservar por un tiempo mayor
la humedad procedente de las escasas lluvias, como son los casos de los
«cercados térreos» de Pueblo Viejo, Montecristi y del Muro de San Lucas,
sin que se deba descartar Guaibanó de Caujerí.

… 130 …
ABORÍGENES DE CUBA

Caza, pesca, captura y recolección


Además de los recursos aportados por la agricultura, estos aborígenes dis-
pusieron de alimentos obtenidos mediante la práctica de otras actividades
económicas, especialmente de la caza y la pesca. En muchos casos, estas
actividades llegaron a tener un papel central en el sustento de las comu-
nidades. Según el dato arqueológico, el nivel productivo de la caza parece
haber sido mayor en los sitios mediterráneos (Guarch y Vázquez, 1990:42-
78). En este caso, se debió practicar básicamente en los bosques, aunque los
cronistas también la refieren en las sabanas, pudiendo igualmente, dadas
las especies disponibles, realizarse en los manglares, en los cuerpos de agua
dulce y, en menor cuantía, en el mar. El objeto fundamental de caza fueron
las jutías, mamíferos del orden Rodentia, familia Capromydae. También se
debieron cazar muchas aves, incluidas las acuáticas.
Cazaron en menor cantidad almiquíes (Solenodon cubensis) (Peters) e igua-
nas (Cyclura nubila). En la desembocadura de los ríos y en el mar pudieron
obtener una gran presa: el manatí (Trichechus manatus). Aunque no han sido
reportados restos arqueológicos de individuos de la familia Delphinidae,
ni de Monachus tropicalis (Gray), o sea, la foca tropical aún existente en esa
época, estas especies, por su abundante biomasa, también pudieron haber
sido de interés, al igual que el cocodrilo (Crocodylus sp.). Restos óseos, y
piezas dentarias de este, convertidas en objetos suntuarios, se han podido
identificar en las colecciones arqueológicas del país.
La cacería de los ejemplares de toda esta fauna se debió ejecutar de mo-
dos muy peculiares, ya que cada especie tenía su hábitat y costumbres muy
específicas, por lo que necesitaban utilizar distintos recursos y medios téc-
nicos, en los que era posible que se incluyera el llamado «perro mudo».
Según Fernández de Oviedo (1851): «Había en esta isla Española, en las
otras... un animal llamado hutía... Matábanlos con perros pequeños que los
indios tenían domésticos».
La pesca fue más practicada en los sitios costeros, aunque también en
los sitios intermedios. El mayor número de productos de la pesca, provino
de especies que habitan básicamente entre el sector infralitoral y la barre-
ra arrecifal, sin que esto niegue la capacidad técnica de estas comunidades
para obtener grandes presas, que penetraban en aguas someras o que se ob-
tuvieron fuera de la barrera de arrecifes. Entre las primeras se han identi-
ficado loros (Scanie guacamaia G.); bajonaos (Calamus bajonado); rabirrubias
(Ocyurus chrysurus); picudas (Sphyraena barracuda); peces perro (Lachnolaimus

… 131 …
ABORÍGENES DE CUBA

maximus); pargos (Lutjanus sp.); tiburones (Selachoidei); aguajíes (Mycteroper-


ca sp.); chernas, guasas (Epinephelus sp.) y mojarras (Gerreidae sp.).
Las complejidades de esta actividad imponen la necesidad de cierta es-
pecialización para hacer de ella una práctica desarrollada y el empleo de
recursos tecnológicos que, en este caso, debieron incluir anzuelos de con-
cha, hueso o madera, cordeles de varios grosores, redes de distintas dimen-
siones y formas, así como embarcaciones.
Todo indica que también existió otro tipo de actividad pesquera, que de-
bió tener una alta productividad, empleando artes de pesca, fijas o semimóvi-
les. Entre las primeras se debe señalar los denominados «tranques» o corrales,
consistentes en empalizadas dentro del mar, donde se podían capturar algunas
especies que habitaban o solían pasar por las aguas poco profundas del litoral.
En casi todas las regiones donde habitaron estos aborígenes, la costa y
la cayería cercana muestran características fisiográficas propicias para esos
fines, incluso para la ampliación del tranque fijo a la condición de corral,
permitiendo de esta manera mantener vivas las especies capturadas. Las
Casas (1951:511) refiere esta técnica en el puerto de Jagua (Cienfuegos):

(...) es tanta la multitud de pescado que en él hay, mayormente de lizas, que


tenían los indios dentro del mismo puerto, en la misma mar, corrales hechos
de cañas hincadas, dentro de los cuales estaban cercadas y atajadas 20 o 30 y
50 000 lizas, que una dellos no se podía salir, de donde con sus redes sacaban
las que querían y las otras dejábanlas de la manera que tuvieran en una
alberca o estanque.

Esta solución debió ser un apreciable paso de avance en la capacidad


de almacenaje de elementos subsistenciales, en especial para los poblados
costeros y para los intermedios, en ciertas regiones donde la distancia a la
costa no era muy grande.
Vinculada a la caza y la pesca, pero sin su complejo tecnológico, aparece
la captura. Esta se efectuó sobre animales que ofrecían una resistencia muy
limitada, aunque no al punto de que se pueda estimar como una forma de
recolección (Guarch, 1978:149). Mediante la captura pudieron obtener, en
sus momentos propicios, diversas especies de crustáceos, especialmente
cangrejos y también, de manera cíclica, en el momento del desove, grandes
quelonios marinos como la caguama (Caretta caretta), el carey (Eretmochelys
imbricata) y la tortuga verde (Chelonia mydas). La captura también incluyó
pequeños animales como algunos ofidios, batracios, arácnidos e insectos.

… 132 …
ABORÍGENES DE CUBA

A este amplio universo de la captura se pueden añadir los pichones de


aves, entre ellos los de algunas especies de palomas que, en la época de
anidamiento, pudieron servir de alimento a poblaciones enteras por su ex-
cepcional número de individuos como es el caso de la torcaza (Columba sp.).
La evidencia arqueológica indica que en la captura fluvial se incluyeron
las jicoteas (Pseudemys sp.), tan abundantes en ríos y lagunas; es posible que
pudieran además capturarlas con paños de redes, pero con cierta habilidad
es fácil su captura, mediante la técnica de «cuabear» o tomándola con la
mano durante sus desplazamientos por tierra.
Algunos animales fueron domesticados y consumidos como es el caso
del pequeño «perro que no ladraba»; sus restos se han hallado en algunas
excavaciones arqueológicas, dentro de las hogueras de las cocinas, junto
a otros restos de alimentos. En otras oportunidades, la acumulación de
remanentes de este animal en una cueva, acompañando algunos huesos
humanos, conlleva a pensar en su utilización ritual en una ceremonia funera-
ria. Algunos investigadores (Posse et al., 1990) consideran posible también la
domesticación de la jutía (Capromis sp.).
Los conquistadores notaron en las aldeas la presencia de algunas aves
domesticadas, y así se consigna desde el primer viaje de Colón. Las Casas
(1951:222), acerca de los flamencos (Phoenicopterus ruber, L.) refiere que: «...
si los indios tomaban alguna dellas para tenerla en casa le han de echar el
cacabi o lo que le dan de comer en una vasija de agua, y en ellas echalles un
puño de sal». Otro animal que ocasionalmente mantuvieron en cautiverio
fue la iguana (Fernández de Oviedo, 1851), lo que pudiera indicar un inicio
de domesticación.
La recolección fue otra actividad que permitió a estos grupos conseguir
considerables cantidades de productos útiles para la subsistencia o para
otros fines. En el mar obtuvieron moluscos, tanto univalvos (gasterópo-
dos) como bivalvos y anfineuros. Los más representativos desde el punto
de vista alimentario y como materia prima de múltiples medios de traba-
jo y artefactos superestructurales, fueron los grandes univalvos, entre los
que se destaca el género Strombus, de las especies gigas y costatus. Entre los
bivalvos más utilizados como alimento se hallan los ostiones (Crassostrea
rizophorae, G.), las bayas (Isognomun alatus, G.); las especies Phacoides pecti-
natus y Codakia orbicularis fueron, además, utilizadas como instrumentos
de trabajo y materia prima. Los anfineuros están representados por los
chitones, recolectados en la zona intermareal, al igual que algunos otros
moluscos.

… 133 …
ABORÍGENES DE CUBA

Entre las actividades de recolección debió tener un alto significado la


obtención de huevos, tanto de tortugas marinas como de la gran cantidad
de aves que anidaban en el litoral o en la tierra adentro.
La recolección de gasterópodos tierra adentro fue importante en algu-
nas regiones, aunque no se debe olvidar que solo es practicable durante las
temporadas lluviosas del año, que es cuando único se observan, así como
que las distintas especies habitan en diferentes ecosistemas. En el medio
fluvial, la especie más abundantemente recolectada fue la Pomacea paludosa,
gasterópodo acuático comestible y de tamaño apreciable.
La recolección vegetal debió ser muy importante, si se consideran los re-
cursos disponibles y los hábitos de comunidades similares, documentados
etnográficamente. En la zona supralitoral, a modo de ejemplo, pudieron
obtener frutos del hicaco (Chrysobalanus icaco, L.), la uva caleta (Coccoloba
uvifera, J.) y también otros frutos, además de plantas de hojas carnosas muy
comunes y abundantes en las costas cubanas.
La recolección vegetal mediterránea debió tener también una im-
portancia mayor en ciertas épocas del año, al fructificar plantas que se
consideran autóctonas, cuyos frutos son aún silvestres y de gran calidad
como por ejemplo: especies como la piña (Ananas comosus, L.), la guaná-
bana (Annona montana, Macf.), el anón (Annona squamosa, L.), el caimito
(Chrysophyllum caimito, L.), la papaya cimarrona (Carica prosoposa), el co-
rojo (Acrocomia armentalis, M.), el palmiche (Roystonea regia) y la guayaba
(Psidium guajava, L.).
Otras muchas plantas autóctonas fueron recolectadas, como el boniato
(Ipomea batata, L.) —aunque este, por su distribución continental, se esti-
ma que se trataba ya de un cultígeno—, el yerén (Calathea allouya, A.); tal
vez, la malanga blanca (Xanthosoma sagittifolium, S.), la guáyiga (Zamia sp.)
y otras bayas y tubérculos que, aún hoy proliferan en los campos cubanos.
La recolección de plantas con otros fines, en especial medicinales, de-
bió ser tarea constante de algunos individuos del grupo, ya que la medicina
verde, según lo referido por los cronistas, fue muy practicada y efectiva
entre estos aborígenes.

Los medios de producción


Esta formación se caracteriza por practicar la producción en casi todas
las actividades, económicas o no, de las comunidades. Labores de conser-
vación de alimentos, como fue el ahumado y salado del pescado y otras

… 134 …
ABORÍGENES DE CUBA

carnes, se realizaron en una magnitud y formas que indican un quehacer


«industrializado» y no una simple actividad casual. También, la compleja
preparación del pan de casabe, a partir de la yuca amarga, constituye una
«industria» definida, en la que se puede contar, a primera vista, no menos
de 22 pasos necesarios para lograr cada torta. (Cassá, 1974:46; Guarch,
1978:154).
Entre otras «industrias» no alimentarias se destacan la alfarera, la lapi-
daria o talla en piedra, la textil, la orfebrería y las no menos importantes,
de la talla en madera y del trabajo en concha y hueso. Estas «industrias» se
dividen en dos grandes grupos, según la aplicación de sus productos finales:
uno dedicado a la elaboración de instrumentos de trabajo —extractivos o
para la confección de otros medios— y el otro vinculado con la obtención
de artefactos superestructurales, en un alto porcentaje mágico «religioso».
Se es del criterio que la alfarería, la lapidaria y la textil, fueron ambiva-
lentes, no así la orfebrería y las tallas en madera, concha y hueso, donde el
porcentaje de artefactos obtenidos dedicados a la superestructura es ma-
yoritario.

La «industria» alfarera
La alfarería, desarrollada principalmente por mujeres, estuvo dirigida bási-
camente a la confección de recipientes y artefactos para almacenamiento,
procesamiento o consumo de sustancias sólidas y líquidas. También pro-
dujo, aunque en menor medida, imágenes de carácter escultórico. Desde
la extracción del silicato de alúmina —la arcilla— de la mina o de las orillas
de un río, hasta el ceramio terminado, el material pasó por varias fases en
el proceso de trabajo, que lo convirtieron en materia prima primero y pro-
ducto con valor de uso después.
La técnica antillana para la confección de las vasijas, totalmente manual,
se basó en el acordelado o «enrollado», o sea, empleando cuerdas o tiras de
arcilla, con las que se iban levantando las paredes de los ceramios, a veces,
a partir de una inicial «plancha» de barro que conformaba el fondo. Todos
los demás aspectos de forma y tipos de vasijas fueron producto de la habi-
lidad de las alfareras y de las necesidades y tradiciones del grupo, dictadas
por sus planes éticos y estéticos.
Las alfareras alisaban las paredes, eliminando las huellas de los rolletes;
golpeaban los cuerpos de los ceramios para obtener mayor resistencia en el
material al expulsar agua y aire de los intersticios de sus piezas constituyentes;

… 135 …
ABORÍGENES DE CUBA

pulían las superficies; conformaban las terminaciones de los bordes y mar-


caban y/o aplicaban las decoraciones, incluyendo las asas. Finalmente, los
ceramios eran depositados en un lugar sombreado para que se secaran y,
posteriormente, se sometían al fuego en sencillos hornos abiertos, consis-
tentes en una hoguera, dentro de la cual se situaban las piezas, cuya tempe-
ratura nunca debió sobrepasar los 1000 °C.
Ocasionalmente algunas vasijas, antes de ser quemadas, eran introdu-
cidas en un baño de barro líquido, mezclado o no con colorantes —lo que
hoy se conoce como técnica de engobe— que servía como medio decora-
tivo y como impermeabilizante, a lo que contribuía también el cuidadoso
alisado de las superficies durante la confección de la pieza.
Las características de los ceramios varían en tiempo y espacio y, aun-
que se reportan peculiaridades regionales en los tipos de decoración, así
como en cuanto a manejos tecnológicos y al predominio de ciertas formas
de vasijas, de modo general se trata de una cerámica que usó pastas de tem-
perante grueso, formado comúnmente por fragmentos de rocas básicas,
ultrabásicas, metamórficas, cuarzos y micas moscovitas. El grueso de las
paredes de los ceramios tiende a ser de mediano a grueso, es decir, de entre
cuatro y seis milímetros. La dureza de la pasta varía, como promedio, entre
cuatro y cinco en la escala de Mohs, de modo que las pastas son mediana-
mente duras, aspecto en el que incide mucho el tipo de temperante, más
que la propia cocción o el paleteado de las paredes de las vasijas.
La textura de los exteriores es pulida, aunque solo en pocas oportuni-
dades reflejan la luz; no así en sitios de la zona de Maisí, donde el efecto
de la pulimentación —o bruñido— se advierte con mayor frecuencia. Los
interiores de las vasijas son mayormente ásperos y poco trabajados, al ex-
tremo de advertirse en muchos de ellos las huellas del acordelado de los
rolletes con los que se conformó la pieza. La coloración exterior de los
ceramios presenta matices muy variados dentro de la gama de los par-
dos, predominando los pardos oscuros, rojizos y claros. Las vasijas suelen
mostrar una variación cromática entre sus caras exteriores e interiores,
pudiendo ser oscuras por el exterior y claras por su interior o viceversa,
producto del elemental proceso de cocción de las pastas en los hornos
abiertos.
En sitios de Baracoa y Maisí, el pardo rojizo se muestra en ocasiones tan
intenso, que sugiere la presencia de un colorante añadido a la pasta, pero
todo parece indicar que fue la selección de las arcillas con ese tinte lo que
dio lugar a las vasijas «rojas». El engobe o baño no es muy frecuente, pero

… 136 …
ABORÍGENES DE CUBA

aparece en diversas zonas de la Isla, tanto en amarillo como en rojo; este


último, en especial, en asentamientos del litoral santiaguero.
El tamaño de las vasijas es por lo regular mediano, entre 200 milímetros
y 300 milímetros de diámetro, siguiéndole en popularidad las grandes, de
entre 300 milímetros y 400 milímetros de diámetro; las vasijas pequeñas
son escasas. Entre los tipos de vasijas, las más comunes son las ollas, cuya
característica distintiva es presentar el diámetro de la boca mayor que la
profundidad del recipiente, con fondos globulares y espaldares de anchura
variable, en ocasiones decorados, los que están bien marcados por cinturas
aquilladas, de modo que el diámetro máximo de la vasija, en el nivel de la
cintura, es mayor que en la boca y su vista de perfil muestra una estructura
angular. Se aprecian vasijas sin espaldares y son comunes, además, los cuen-
cos y las escudillas. (Guarch, 1978:96-97).
Las vasijas vistas en planta son por lo regular circulares, aunque también
son frecuentes las naviculares, cuya planta es oval, en las que se repite, que
los extremos más altos de esos recipientes son aquellos donde se insertan
las asas. Son conocidas también las vasijas altas, de cuerpo amplio y boca
muy cerrada, clasificadas como botellas, aunque realmente son escasas.
Los extremos terminales de los bordes recibieron formas diversas, aunque
lo más usual es que se redondearan. Las decoraciones en respaldos fueron
muy comunes, especialmente las incisas, que se realizaban marcando sobre
el barro aún húmedo formas geométricas estructuradas a partir de elementos
lineales y puntos. Son muy frecuentes estos diseños de líneas incisas o de pun-
tos, paralelos al borde de la vasija, así como diseños de líneas oblicuas alter-
nantes. Otros diseños simples también pudieron decorar los bordes.
Se realizaron además, decoraciones formadas por tiras de barro aplica-
das a los respaldos y bordes. Son significativos los diseños de tiras curvas
y oblicuas en sitios de la zona de Cienfuegos, y los diseños con tiras que
representan extremidades, en el área de Banes, así como, en especial, los
diseños estilizados de caras antropomorfas y tiras sigmoidales en sitios de
Niquero y Bayamo.
Las asas son otra forma de decoración importante. Generalmente eran
tabletas de barro de contorno y grosor diverso que se aplicaban, en dis-
tintos ángulos y posiciones, sobre los bordes y respaldos. También podían
ser tiras o volúmenes, aplicados de diversa forma, que ofrecieran un agarre
efectivo. Muchas veces se representaban sobre las asas figuras animales o
humanas, aunque también se decoraban con líneas incisas que formaban
detalles geométricos o que servían para reforzar los rasgos de las figuras.

… 137 …
ABORÍGENES DE CUBA

Otros artefactos de la industria alfarera son las figuras exentas, que con-
sisten en pequeñas esculturas modeladas con representaciones humanas
(más abundantes las femeninas que las masculinas) y animales. Algunas
de ellas se han relacionado con cultos a la fertilidad, y es indudable que
muchas debieron ser representaciones de «dioses» o espíritus, así como de
personajes y animales legendarios.
Los burenes, artefactos sobre los que se cocían las tortas de casabe, eran
planchas circulares de barro de diversos tamaños y grosores. Se pueden ha-
llar burenes con 40 cm de diámetro y 1.9 cm de espesor y, hasta de 120 cm
de diámetro y 6 cm de espesor. Las estadísticas indican que, por lo regular,
la tendencia fue elaborar burenes medianos hasta grandes, de 60 cm de diá-
metro y 3 cm de espesor. Recientemente se ha probado, mediante análisis
químicos, que los burenes fueron también utilizados para procesar otros
productos vegetales (Jouravleva y González, 2000b) e, incluso, cárnicos.
Los bordes de los burenes se terminaban de varias formas, pudiendo
ser rectos, semicirculares o biselados hacia arriba o hacia abajo. Muchos
burenes poseen en su parte superior una forma ligeramente cóncava, que
favorece la contención de la torta de casabe; los bordes, en estos casos,
se levantan suavemente. En muchos fragmentos de burenes se ha podido
observar la huella dejada por las esteras sobre las que se confeccionaron, lo
que es muy importante para el estudio de las diferentes formas de tejer las
fibras y la naturaleza de estas; otras veces, la base utilizada consistió sim-
plemente en ramajes o la hoja de una palma, lo que también quedó impreso
en el futuro artefacto.
Entre los burenes se distinguen, en número minoritario, los denomina-
dos «burenes marcados», que presentan en una de sus caras un diseño, el
cual puede ser una estilización zoomorfa o un dibujo geométrico de cierta
complejidad. Se ha dicho que estos dibujos incisos marcaban su figura en
relieve en las tortas de casabe, las que se confeccionaban así para casos y
personas especiales. Se debe señalar que los burenes marcados conocidos
son de pequeño a mediano tamaño, nunca grandes.

La «industria» de la piedra tallada


Aplicando el sistema propuesto por Rives y Febles (1990) se puede no-
tar que los útiles de piedra tallada confeccionados por estas comunidades
fueron usados, básicamente, en actividades de elaboración de materias
primas, o sea, en el procesamiento de materiales y sustancias, obtenidos

… 138 …
ABORÍGENES DE CUBA

previamente de la naturaleza mediante otros procesos. Estos autores plan-


tean una desespecialización en la «industria» de la piedra tallada, con esca-
sez de series de herramientas, reportándose, a pesar de ello, posibles arte-
factos complejos como los perforadores o taladros con arco.
El tipo de herramienta más común es la lasca retocada, aunque se
pueden hallar raederas, raspadores, buriles y perforadores, en menores
cantidades. Son escasas las puntas. Todos estos tipos se aprecian en una
«industria» de medianas dimensiones o en una «microindustria». Como ma-
teria prima se usaron distintos tipos de rocas silicificadas.
Infinidad de lascas microlíticas, parecidas a restos de taller, se pudieron
utilizar para incrustarlas en superficies de madera, elaborando con ellas
ralladores o guayos, utilizados para procesar la yuca y otros vegetales.

La «industria» de la piedra en volumen


Esta «industria» fue de gran importancia, resultando una de las más varia-
das, tanto en instrumentos de trabajo como en elementos de la superes-
tructura; sus orígenes se pueden encontrar en los ajuares propios de los
apropiadores pretribales, por lo que muchos de sus artefactos se pueden
identificar como iguales o muy similares a los utilizados por aquellas comu-
nidades; sin embargo, un amplio número de útiles de piedra en volumen es
específico de los productores. Esta situación se relaciona con evoluciones
tecnológicas que mejoraron la eficiencia de ciertos instrumentos y tam-
bién refleja la necesidad de crear medios nuevos, que permitieran resolver
las necesidades específicas de las comunidades productoras.
En general, casi todos los artefactos están elaborados a partir de cantos
rodados, los que al ser modificados por medio de la abrasión, la talla y el
pulido, ya fuera como preparación o como efecto del propio trabajo eje-
cutado, cobraban formas características. Se debe destacar el interés muy
marcado en la selección de los cantos rodados, de acuerdo con su forma
y el tipo de roca. En muy pocas oportunidades se pueden observar tallas
por abrasión y pulido sobre materiales que no fueran cantos rodados que
sugirieran, en bruto, la pieza. Por otra parte, los instrumentos de trabajo
muestran, por lo regular, la dureza y tenacidad necesarias para la tarea que
debían efectuar, lo que indica una selección muy cuidadosa y un conoci-
miento empírico considerable sobre las rocas y demás materias primas.
Febles y Rives (1993) emplearon la división tecnológica de la piedra en
volumen, que incluye la «piedra utilizada» y la «industria de la piedra tallada

… 139 …
ABORÍGENES DE CUBA

en volúmenes pulidos». La piedra utilizada consistía en instrumentos de


trabajo, o sea, útiles que se emplean sin modificar la forma original de la
roca como martillos, percutores, morteros, piedras molederas, yunques,
retocadores, pesos de redes, suavizadores, hervidores y expansionadores.
Por su parte, la piedra tallada en volúmenes pulidos comprende arte-
factos de trabajo y objetos superestructurales. En el primer caso están las
azuelas, gubias, contrapesos de perforadores y de bastones de cavar, ha-
chas petaloides de trabajo, mazas flabeliformes, buriles, metates, manos
de metate, piedras de moler, morteros de trabajo, manos de mortero de
trabajo, pesos de red y vasijas; en el segundo, hachas monolíticas ceremo-
niales con mango, hachas de cuello, aretes, besotes, cuentas, canutos, pen-
dientes, colleras, cucharones, discos, cemíes sedentes y cemíes portables.
El reporte de estas piezas, especialmente las relacionadas con actividades
económicas, se ajusta a las funciones a realizar en los sitios y al énfasis que
estos pueden mostrar en labores específicas.
El trabajo de piezas en volúmenes pulidos genera el mayor número de
artefactos dedicados a ritos, ceremonias o adorno personal que se reporta
para estas comunidades. En su manufactura se utilizó todo tipo de técnicas
tradicionales de talla como percusión, corte por percusión, corte por fric-
ción, incisión, desbaste, pulido, brillado, abrasión y perforación, la que en
algunas oportunidades fue de gran profundidad.

La «industria» de la concha
Esta «industria» forma parte de una tradición en Cuba (manicuaroide), an-
terior a la presencia de los productores, por lo que no se puede ver como
algo exclusivo de estos. Aunque su presencia y diversidad es inferior a la
que se reporta para los apropiadores, se destaca en lo que se refiere a los
objetos de carácter superestructural, que presentan una calidad estética
inédita hasta ese momento. Empleó las conchas de bivalvos y univalvos
marinos.
En sentido general, sus productos se pueden dividir en instrumentos y
artefactos de trabajo, y en artefactos superestructurales. En el caso de los
instrumentos de trabajo —los que no tuvieron elaboración previa— se des-
tacan los raspadores, consistentes en valvas de moluscos marinos (familias
Lucinidae y Tellinidae) empleados, según Las Casas (1967:63), para quitar
la corteza exterior de la yuca. Los artefactos de trabajo comprenden pun-
tas, picos de mano, los llamados anzuelos atragantadores, vasijas, cucharas,

… 140 …
ABORÍGENES DE CUBA

gubias, martillos, hachas y raspadores, entre otros. Una visión clasificato-


ria más completa la plantean Izquierdo y Rives (1995).
Entre los artefactos superestructurales se incluyen los colgantes
anulares, tabulares y de otras formas, los cemíes o ídolos portables (por lo
general colgantes), sonajeros, cuentas y espátulas vómicas, las que no son
abundantes.
Las técnicas para elaborar estos artefactos, tanto de trabajo como su-
perestructurales, fueron la rotura y la fractura por percusión, el corte, la
abrasión y el pulido (Izquierdo y Rives, 1995; Dacal, 1978:30-32). Con estas
técnicas combinadas se lograron tallas, relieves, la forma general de los ar-
tefactos y su terminación.

La «industria» del hueso


Aunque esta «industria» debió generar medios de trabajo, en el caso de
Cuba se limita, de acuerdo con lo que la arqueología ha recuperado, a arte-
factos de adorno personal como cuentas y pendientes o a elementos ritua-
les como cemíes portables y colgantes, espátulas vómicas y algunas figuras
exentas que también debieron ser ídolos. Esta «industria» tuvo su máxima
expresión estética en las espátulas vómicas, implemento usado para provo-
car el vómito ritual que precedía a ciertas ceremonias.
Las técnicas empleadas fueron las mismas que en la «industria» de la
concha, aunque el material debió ofrecer menor resistencia y también ser
menos abundante. El más utilizado fue la costilla del manatí (Trichechus
manatus), vértebras de peces de esqueleto óseo y huesos, posiblemente cos-
tillas, de cetáceos del suborden Mysticeti (ballenas).

La «industria» de la madera
Esta debió ser sin dudas una de las más extendidas y desarrolladas, aun-
que las pruebas arqueológicas son débiles, debido a la desaparición de las
evidencias materiales producto del clima húmedo tropical y, quizás, por
la acción de los colonizadores que, siguiendo conceptos religiosos medie-
vales, pudieron destruir muchos de estos objetos como ocurrió en diversos
lugares de América.
El conocimiento, a través de las fuentes documentales, de la existencia
de canoas, canaletes para impulsarlas, azagayas, macanas, arcos y flechas
poco desarrollados, el maderamen especializado de las casas y herramientas

… 141 …
ABORÍGENES DE CUBA

propias para la confección de otros medios de trabajo, señala la utilización


de este material para la confección de herramientas de trabajo.
En el aspecto superestructural, la referencia escrita y arqueológica so-
bre dujos o asientos ceremoniales, cemíes, sonajeros y bandejas, indica una
gran habilidad artesanal de sus productores. Recientes hallazgos en el sitio
Los Buchillones (Brito et al., 2006), confirman el amplio uso de la madera
por los productores tribales en Cuba.

La metalurgia
Los europeos refieren haber visto en Cuba objetos de oro y de una aleación
de oro, plata y cobre, llamada guanín. Los guanines eran producidos en
Suramérica y se movían a través de redes de intercambio que conectaban
las Antillas con el continente. La técnica aplicada a las alhajas de oro en
Cuba, fue la del laminado por martillado, a partir de una pepita natural.
Estas láminas, de no más de un milímetro de grueso, fueron recortadas y
perforadas en un extremo para servir de colgantes. En otros casos, sirvie-
ron para ser incrustadas en ídolos de madera a modo de ojos o de orejeras,
según lo expuesto por los conquistadores hispanos, y por un dujo encontra-
do en el territorio de la actual República Dominicana.
Los objetos de oro tenían un alto valor ornamental y ritual, y eran contro-
lados por los grupos élite. Recientes investigaciones sobre cuentas de oro y
guanines recuperados, junto a esqueletos aborígenes en El Chorro de Maíta
(Valcárcel et al., 2008), revelan que algunos son de indudable factura colom-
biana. Se ignora cómo pueden haber llegado a la aldea y no se descarta que
hayan sido entregados por europeos en trueque por oro de altos quilates.

La cestería, el hilado y el tejido


Resultan vestigiales las evidencias arqueológicas de estas labores. No obs-
tante, las fuentes escritas y las informaciones etnológicas de pueblos afines,
indican su existencia y amplia utilización, no solo en artículos domésticos
para la conservación y manipulación de comestibles, sino como elementos
muy útiles en las artes de pesca y de caza. Por otra parte, no poca cestería
se utilizó, además, en elementos superestructurales relacionados con ritos
y festividades de la comunidad.
En el tejido se debe distinguir dos grandes grupos: el tejido de fibras pla-
nas y el hilado. El primero comprende la cestería en sus múltiples variantes

… 142 …
ABORÍGENES DE CUBA

y el segundo, la obtención del hilo y la confección de telas mediante telares


o la cordelería y su aplicación directa o en utensilios más complejos. Para
la cestería tuvieron a su alcance infinidad de materiales vegetales, desde las
hojas de determinadas plantas —de las que quedan improntas en la alfare-
ría— hasta bejucos y tallos flexibles que abundan en la flora cubana.
El hilado implicó la obtención del algodón y de otras fibras como las del
henequén y el corojo entre otras, su despulpe e hilado a mano y su poste-
rior tejido en telares rústicos; el registro arqueológico muestra contrape-
sos para el hilado a mano. Estas telas se utilizaron para confeccionar las
hamacas donde dormían, las naguas, también pañuelos, cinturones, braza-
letes y para otros usos, entre los que no se puede desechar la existencia de
pequeñas velas para las embarcaciones. Posiblemente, también se elabora-
ron, como en La Española, ídolos tejidos en torno a cráneos humanos.
La cordelería sirvió también para la pesca, con la confección de aparejos
y redes, así como de trampas para capturar animales vivos. Se han encon-
trado fragmentos de cordeles de fibras torcidas, de dos cabos por cordel,
con un grueso total de unos tres milímetros, lo que indica la posibilidad de
la existencia de cuerdas de mayor grosor.
Es conveniente dejar expresado que, en la confección de adornos cor-
porales tejidos con los hilos, se utilizaron con mucha frecuencia las plu-
mas de aves vistosas, las que abundaban en la avifauna como el guacamayo
(Ara tricolor), la cotorra (Amazona leucocephala), el catey (Aratinga euops) y
el tocororo (Priotelus temnurus sp.,) así como piedras de colores llamativos,
escamas de peces y semillas.

El lenguaje
El estudio de este importante sistema de señales presenta grandes dificul-
tades, debido a que los numerosos trabajos lingüísticos, lexicográficos y
literarios sobre el tema, no esclarecen ni a medias la estructura del léxico,
ni sintáctica ni gramaticalmente, llegando solo a la discusión de fonemas, a
sus posibles raíces y desinencias, afijación, yuxtaposición y posible signifi-
cación en lengua española, cuando tuvieron «homólogos», lo que no siem-
pre se produjo en los campos de los fitónimos, zoonónimos y topónimos,
debido a su autoctonía.
Está claro, sin embargo, que la lengua hablada en Cuba por los aborígenes
productores era de la familia aruaca, originaria de Suramérica. Es evidente
que desde el inicio de su entrada a las islas, fue una lengua «híbrida», que

… 143 …
ABORÍGENES DE CUBA

continuó evolucionando en el tiempo y, quizás, ganando nuevos compo-


nentes de la lengua de los apropiadores. En cuanto a su denominación se
coincide, al igual que algunos especialistas como Valdés (1986a:3) a deno-
minarla lengua aruaca insular, dadas sus diferencias con la lengua aruaca del
continente.
El conocimiento empírico que de ella se tiene, está dado por la innega-
ble razón de la utilización de unos 421 fonemas indoamericanos en el habla
popular, de los cuales 180 proceden de la aruaco insular y 103 de la lengua
caribe, la que según los últimos estudios realizados formó parte —en el
caso de los caribes de la costa nororiental de Venezuela y los que penetra-
ron en las Antillas— de la familia lingüística aruaca. (Valdés, 1986b:69-79).
Los restantes 138 indoamericanismos, salvo algunos escasos vocablos
dudosos, provienen del nahuatl, maya, tupiguaraní y quechua. Otros gru-
pos de indoamericanos traídos a Cuba por los europeos, al parecer, no
dejaron interferencias lingüísticas en el español de Cuba, o procedían de
pueblos que hablaban la misma lengua como los lucayos de las Bahamas y
los quisqueños de La Española, aunque no así en el caso de los tequestas
y los calusa de la Florida, que hablaban dialectos de la familia lingüística
creek, la que no dejó aparente rastro en el idioma aquí, por el aislamiento
a que fueron sometidos esos aborígenes y por el escaso número de ellos
traídos a Cuba. En cuanto a los indios guanajos, de las actuales Islas de la
Bahía, cerca de las costas de Honduras, se desconoce qué idioma hablaban,
aunque es posible fuera el maya. (Valdés, 1978:20-25).
Como se advierte, el temprano arribo forzado de aborígenes parlantes
de otras lenguas —excluyendo los de lenguas afines—, a partir de aproxi-
madamente 1516 con los guanajos, lo que se prolongó hasta 1861 con los
yucatecos, permitió una amplia hibridación lingüística en Cuba, pero la
primacía la mantuvo siempre el aruaco, que no solo se fundió íntimamen-
te con la lengua española sino que, por ser la primera con la que entraron
en contacto los hispanos, fue llevada por ellos a la conquista del territorio
continental americano. (Valdés, 1986a:3).

La sociedad
Es muy confuso el panorama de la sociedad, a pesar de las referencias que
de la misma hacían los cronistas, pues en muchos casos la visión que tenían
era sumamente superficial o prejuiciada por las concepciones de la época;
sin embargo, se puede afirmar en términos generales, que la sociedad de los

… 144 …
ABORÍGENES DE CUBA

productores transitaba por la comunidad gentilicia desarrollada (Guarch,


1990:16), en la que se observan, consecuentemente, elementos de descom-
posición de la comunidad primitiva.
Dentro de un devenir dialéctico, ya se había iniciado un proceso de en-
doexplotación (o explotación interna en cada tribu o comunidad) por parte
de diferentes individuos, sobre la base de la «parcelación de actividades», lo
que no pudo ser muy intenso debido a dos factores fundamentales: prime-
ro, por el limitado grado de desarrollo de las fuerzas productivas; segundo,
por la propiedad que ejercían las familias sobre lo producido dentro de la
comunidad, como factor esencial para la supervivencia.
La idea de un mismo y único nivel de desarrollo para todos los grupos
antillanos de esta formación tribal, basada en su integración étnica, lingüís-
tica y cultural, es una falacia. Existen suficientes pruebas de un desfasaje en
algunos aspectos de la productividad del trabajo, los modos de subsistencia
y el desarrollo económico y cultural.
La mayor parte de los cronistas, al referirse a las Indias Occidentales, ex-
traen sus experiencias de los contactos que tuvieron con los aborígenes de La
Española o de noticias recibidas de viajeros provenientes de esa isla, y es a ellos,
a sus instituciones y economía, que hacen alusión. Al hacerse un examen se-
lectivo de las citas referidas a los habitantes de La Española y a los de Cuba, se
puede advertir que no plantean lo mismo; a esto se suma el registro arqueológi-
co, que da fe de un mayor desarrollo en La Española, así como en Puerto Rico.
La existencia en La Española de cacicazgos y de confederaciones de ca-
cicazgos, con exoexplotación, parece ser un hecho probado, en lo que con-
cuerdan cronistas e investigadores modernos (Cassá, 1974:123-129; Mosco-
so, 1986:296-301). Prácticamente esa isla estaba dirigida parcialmente por
grandes caciques, lo que no se puede decir con respecto a Cuba.
El desarrollo socioeconómico, político y cultural de las comunidades
aborígenes de Cuba, aún no había alcanzado aquel grado en el tránsito de
la comunidad preclasista a la sociedad de clases. Se estima admisible la en-
doexplotación de la tribu por el cacique, el behiques y algunos otros «fun-
cionarios» y es probable una cierta dependencia —con el mismo grado de
explotación— de algunos poblados, que se podrían denominar dependien-
tes de otros «nucleares», en áreas donde se encontró gran concentración de
sitios arqueológicos, a poca distancia uno de otro.
De todo esto se infiere, para el caso de Cuba, que es muy probable que
pueda ser identificada próximamente la existencia de más de un estadio de
desarrollo dentro de la formación tribal.

… 145 …
ABORÍGENES DE CUBA

Composición de la familia
Se considera como variante más aceptable para Cuba, de acuerdo con algu-
nas fuentes escritas, la presencia de la familia fundamentada en un núcleo
gentilicio. Como es conocido, el carácter exogámico es propio de la socie-
dad gentilicia, con características dislocales, lo que se confirma para estas
comunidades con lo dicho por Las Casas (1967): «Cuanto a los casamien-
tos que entre aquesta gentes había, no entendimos que tomásen por mujer
hermana ni prima...».
Esta solución exogámica determina la presencia de «alienígenos» llega-
dos al grupo por matrimonio, fueran hombres o mujeres. En el caso feme-
nino, aun reduciendo el fenómeno a un mínimo, representado por las cón-
yuges de los caciques y behiques —quienes fueron seleccionados dentro
de la gens y, por tanto, obligados a la búsqueda de consortes en otra— se
establece de todas formas una línea patrilocal. Falta por conocer cómo se
incorporaban todos esos forasteros a la economía del colectivo que los ad-
mitió, lo que quizás pudiera explicar la posición de los llamados «naborías».

Organización de la producción
El grado de desarrollo de las fuerzas productivas existente y la organiza-
ción social preclasista ya mencionada, determinan que no se pueda hablar,
para Cuba, de otra forma de organización y distribución de los bienes de
consumo en esta formación que no sea la comunitaria.
Los hombres del grupo, ayudados por los niños, también como una for-
ma de aprendizaje, realizaban por lo común, las tareas agrícolas, de pesca,
caza, captura, recolección y manufactura de medios de trabajo; las mujeres
por su parte, ayudadas por las niñas y, tal vez, por algunos viejos —cuando
los había—, se dedicaban a las labores de alfarería, cestería, hilado y tejido,
confección del casabe, preparación de otros alimentos y, quizás, a algún
tipo de recolección cercana a la aldea (Las Casas, 1967).
Esta división natural del trabajo, por sexos y edades, se corresponde ple-
namente todavía con las funciones económicas propias de la comunidad
preclasista desarrollada, a las que se deben sumar aquellas de interés de
la familia nuclear o de la colectividad, como por ejemplo, la reparación o
construcción de un nuevo bohío u otras que, por su envergadura, debieron
requerir del concurso de todo el grupo o, en última instancia, de determi-
nada familia nuclear dentro del colectivo, sin atender a sexos ni edades.

… 146 …
ABORÍGENES DE CUBA

El grado de perfeccionamiento y la elaboración muy repetida de deter-


minados objetos suntuarios hallados, que sin dudas tuvieron que ver más
con rituales que con el mero adorno personal, así como la confección de
otros artefactos totalmente ceremoniales, con atributos específicos, que
debían ser rigurosamente copiados para beneficio del grupo, indican la
existencia de especialistas, o sea, de individuos con cierta habilidad ma-
nual, que conocían las reglas que se debían aplicar en cada caso para lograr
el producto deseado.
Es imposible pensar en improvisaciones casuales de cualquier miembro
de la comunidad, dejando de producir bienes de consumo, para dedicar su
tiempo social a la confección de estos objetos sin una preparación previa.
No se afirma que fueran verdaderos artesanos a tiempo completo, ni indi-
viduos propietarios de su obra que la vendían o canjeaban por determina-
dos bienes de consumo, sino miembros específicos de la comunidad, que
efectuaban esas tareas como parte de su contenido de trabajo socialmente
útil, por el tiempo que fuera necesario. No obstante, surgen dudas sobre
aspectos no probados como es el caso de la forma de pago a estos «espe-
cialistas», cuando su obra no tenía un fin colectivo, sino de uso personal o
familiar nuclear.
Por otra parte, todo parece indicar que fue sobre este tipo de objeto
suntuario que los individuos privilegiados del grupo comenzaron a ejercer
la propiedad, en lo que no se incluye el control que ejercía el cacique sobre
muchos de ellos, con fines de canje o de regalos para beneficio colectivo.
La existencia de estos especialistas «protoartesanos», mucho más cuan-
do lo fueran a tiempo completo, como lo sugieren las necesidades de las
aldeas de mayor tamaño, debió incentivar la producción o la introducción
de adelantos tecnológicos, siendo un gran paso de avance de la comunidad
primitiva desarrollada hacia la sociedad de clases.
Para la distribución de los bienes de consumo, como resultado funda-
mental de la producción, se debe considerar a la comunidad como su uni-
dad básica. No se puede afirmar que las familias nucleares fueran unidades
locales independientes dentro de la comunidad gentilicia, pero es induda-
ble que debió existir un sentido mínimo de «lo imprescindible» para cada
familia, de acuerdo con lo producido y, mucho más, en lo referente a los
productos no deficitarios.
Por lo demás, las familias se veían favorecidas con el reparto comunal
de los bienes de consumo, lo que conlleva a pensar que cada una no era au-
tosuficiente, ni realizaba las actividades económicas independientemente.

… 147 …
ABORÍGENES DE CUBA

Esto no indica que las familias nucleares de la comunidad no tuvieran pro-


piedades «privadas», lo que sí sucedía con los objetos suntuarios e, incluso,
con cemíes y otros artefactos de culto «religioso».
En cuanto a los excedentes de producción de toda índole, aquellos co-
mestibles que podían resistir varios días o más, como el pan de casabe, eran
acopiados por el cacique y redistribuidos oportunamente, o formaban par-
te, junto con los objetos suntuarios, de los bienes destinados al canje con
otras tribus cercanas, siendo, en última instancia, elementos de la incipien-
te endoexplotación por él ejercida, propiciada por los propios excedentes.
En Cuba se ha estudiado muy poco el intercambio entre poblados cer-
canos o a mayor distancia; sin embargo, la cercanía entre aldeas de varias
áreas pobladas, la similitud entre artefactos hallados en ellos, así como la
existencia de ciertas materias primas en determinadas regiones donde se
ubican sitios arqueológicos que elaboraban objetos con ellas, y el hallazgo
de artefactos similares, confeccionados con esos materiales en aldeas dis-
tantes, posibilitan inferir este tipo de vínculo (Domínguez, 1991).
Además, la existencia de sitios costeros, intermedios y también medi-
terráneos, con presencia de fauna de los distintos medios consumida en
todos ellos, está indicando que todo no se debió solo al traslado físico de
miembros de cada grupo, para efectuar en otro ecosistema las actividades
económicas para obtener determinados alimentos, sino que debió existir
un intercambio entre los grupos allí asentados, mucho más cuando estos
pudieron tener acopiados excedentes, como se ha planteado por los cro-
nistas. (Las Casas, 1951:511).

Posición en la comunidad del cacique, el jefe


de familia, el behique y el naboria
Con anterioridad se ha expresado que es poco probable que en Cuba exis-
tieran grandes cacicazgos, al frente de los cuales estuvieran situados po-
derosos caciques que ejercieran su mando sobre un numeroso grupo de
aldeas. Estos caciques con gran poder, diversos privilegios y bienes lujosos,
muy superiores a los del común, a quienes se les brindaba un complicado
ceremonial para su tratamiento, traslados, etcétera, no se tiene noticias
de que existieran en el territorio. Todo parece indicar que se trataba de
caciques locales, con cierta autoridad sobre aldeas dependientes cercanas
y cuyos privilegios fueron mucho menores.

… 148 …
ABORÍGENES DE CUBA

La existencia de diferencias entre el cacique y el resto del pueblo es un


hecho reiterado por los cronistas. Su alta jerarquía se debe en lo funda-
mental a la división de funciones, en la que él ocupa la posición cimera
e irrefutable, pero no con respecto a la propiedad de los medios de pro-
ducción, que continuaban siendo valores atesorados por la colectividad,
aunque divididos y distribuidos por él, incluyendo los excedentes que, aun
pareciendo un tesoro caciquil, eran el producto del enriquecimiento y el
poder del colectivo, que beneficiaba a todos con los canjes y los regalos
intercambiados con otras colectividades.
Las funciones del cacique eran muy amplias: asignaba a la comunidad
las tareas cotidianas de mayor importancia para la producción y el man-
tenimiento de la aldea, organizando cualquier tipo de actividad del gru-
po, fuera económica o de carácter superestructural, siendo sus veredictos
inapelables; se ocupaba también, cuando era necesario, de cada uno de los
integrantes de su tribu.
En muchos casos, participaba personalmente en algunos trabajos colec-
tivos, llevando una vida similar a la del resto de los habitantes de la aldea.
No es menos cierto que, al parecer en La Española, los caciques recibían
manjares especiales como pan de casabe fino, blanco y tierno, así como
colas de iguana —de gran estima—, entre otros; vivían en casas especiales
para ellos solamente y se podían «casar» con varias mujeres (Fernández de
Oviedo, 1851, T.I:133), pero no hay prueba de que así sucediera entonces en
Cuba.
Las crónicas hablan de unos subjefes o consejeros del cacique, deno-
minados «nitaínos» o «mitaínos», que compartían con él sus funciones de
dirección. Es probable que se produjera este fenómeno en grandes aldeas o
en la confederación de estas, como parece haber sucedido en La Española,
pero no en Cuba.
Los propios cronistas plantean que, cuando las aldeas eran pequeñas, el
cacique personalmente se ocupaba de esas variadas funciones de su cargo.
Sin embargo, se debe tener en cuenta la posibilidad de que se tratara de
jefes de familia, los que constituían de hecho, el consejo de la tribu, insti-
tución existente en múltiples comunidades con igual grado de desarrollo.
Otro personaje relevante dentro de la tribu fue el behique, brujo, he-
chicero, curandero, sobre cuyos hombros recaía toda la responsabilidad de
guiar y dirigir los ritos mágicos del culto tribal, la medicina comunitaria y
de ser el elemento decisivo en el acto de la cohoba, ceremonia clave para la
toma de decisiones y la comunicación con el mundo sobrenatural.

… 149 …
ABORÍGENES DE CUBA

Este individuo, especializado dentro del grupo desde su niñez, domi-


naba todos los recursos y técnicas para el desempeño de su cargo, lo que
le permitía ciertas prerrogativas dentro de la comunidad como era, vestir
diferentes atavíos y recibir determinados bienes materiales por su trabajo;
por otra parte, tenía el respeto y la aceptación de sus designios por parte
del grupo, lo cual lo situaba en una posición destacada, pero siempre bajo
el mando superior del cacique. En manos de los behiques estuvo también
la confección de determinados ídolos de importancia tribal y la atención a
los mismos.
Un rango social difícil de perfilar es el de los llamados por los cronis-
tas «naborías», a quienes categorizaron como «servidores» o individuos
obligados a servir sin ser esclavos. En páginas anteriores se ha señalado la
posibilidad de que fueran elementos foráneos, procedentes de otras co-
munidades, siendo muy posible que ello fuera un fenómeno propio de la
descomposición social que ocasionó la conquista y la colonización, que fue
achacado a las instituciones aborígenes; de ese modo, los naborías serían
servidores domésticos para los hispanos, quienes los denominaban con
el vocablo indoamericano. Otros autores, sin embargo (Moscoso, 1986),
entienden como pertenecientes a esta categoría a todos los miembros del
común de la población.

La transmisión de conocimientos
Estas comunidades dependían del conocimiento empírico del medio am-
biente y de la interpretación que hacían de los fenómenos de la naturaleza.
Sin duda alguna, el cúmulo de esos conocimientos constituyó un valioso
acervo cultural, que formó parte inseparable e identificativa de la colecti-
vidad. Las vías para la comunicación de este patrimonio fueron la oral y la
práctica.
La división del trabajo por sexos debió ejercer una fuerte influencia en
este aspecto, así como la participación de los más viejos, como portadores
de experiencias. La incorporación de los niños a las tareas cotidianas desde
edades tempranas, fue un vehículo idóneo para que el colectivo les trans-
mitiera los conocimientos imprescindibles para la producción de bienes de
consumo y el mantenimiento de la cohesión social.
Determinadas especializaciones debieron ser objeto de una selección
por habilidades y, en algunos casos, no se puede descartar la designa-
ción por motivos sociales, pero siempre y cuando el elegido —del sexo

… 150 …
ABORÍGENES DE CUBA

conveniente— llenara los requisitos de idoneidad. Habilidades como las


que tenía que poseer el behique, aparejadas a los conocimientos de la
medicina natural y otras variantes curativas, se debían aprender desde la
niñez. Es conocido que los behiques tenían ayudantes o «alumnos» que,
con el transcurso del tiempo, aprendían todo lo necesario para sustituir-
los a su muerte o para destituirlos por algún error en su trabajo como
curanderos. Igual debió suceder con los especialistas en los trabajos de
talla de madera, piedra, concha y hueso.
El conocimiento de la historia de sus antepasados también tuvo un pa-
pel importante y, aunque de forma oral, se debió transmitir de padres a
hijos; colectivamente se hizo a través de los diferentes tipos de ceremo-
nias o «areitos», que practicaron en grupos, en determinadas ocasiones re-
levantes. Al decir de Las Casas (1967), acompañaban las danzas cantando
historias sobre la forma de capturar un pez o sobre las proezas y acciones
beneficiosas para la comunidad de los caciques y antecesores. Los cantos
eran dirigidos por el «tequina» o maestro, que conocía el tema al que había
que hacer referencia. Es de interés que el tequina elegido podía ser, al pa-
recer, hombre o mujer, y que el cacique era el director máximo de la danza
coreada.

Conceptos morales y normas de conducta


Solamente a través de las referencias de los cronistas europeos, es que se
puede valorar adecuadamente el conjunto de ideas que marcaron las pautas
morales y de conducta social de estos aborígenes; sin embargo, es posible
acercarse a algunos de sus aspectos básicos.
Hay datos indicativos de que el incesto y el adulterio, efectuados por cual-
quiera de las partes, así como el hurto —sin que se sepan las connotaciones
exactas de este tipo de delito en una comunidad donde todo era de todos—
eran figuras delictivas castigadas muy severamente, por lo general con la
muerte.
Todo parece indicar que la responsabilidad de impartir justicia estaba
en manos del cacique, aunque la comunidad también tomaba parte en de-
terminados tipos de «juicios», al menos parcialmente. Así que, las muje-
res de una «casa» (interprétese familia nuclear) podían echar a un «esposo»
haragán, inepto o que no cumpliera sus funciones como tal, y que los
parientes de un cacique enfermo que moría, podían apalear al behique si
entendían que su familiar no había sido bien atendido por este.

… 151 …
ABORÍGENES DE CUBA

La «religión»
Las ideas «religiosas» de estas comunidades muestran una mezcla de tradi-
ciones totémicas y de creencias animistas. La reminiscencia de los cultos
totémicos está dada por la presencia de los mitos sobre antecesores, seres
con determinada influencia sobre la vida de la gens o de héroes culturales
con aspecto de animales.
Se debe recordar que el tótem es la creencia de que un animal o planta
tiene un vínculo sobrenatural con un grupo de personas. No se puede pre-
cisar si el culto a ídolos familiares tuvo una connotación totémica o una
tendencia hacia la individualización de imágenes rituales del culto animis-
ta, debido a que su representación, hasta donde se conoce, no fue de ani-
males. No obstante, la presencia en el registro arqueológico de pequeños
colgantes e incluso, de artefactos de uso ritual que muestran la representa-
ción de animales o de estos antropomorfizados, hace pensar en la existen-
cia mucho más extendida del totemismo.
Las creencias animistas —la fe en el alma y en los espíritus— tuvieron
una repercusión mucho más amplia en la tribu, lideradas por el behique y,
en ocasiones, con la participación del cacique, llegaron también a ser po-
testativas de familias nucleares dentro de la comunidad, como en el culto
a cráneos, observado desde un inicio por el propio Colón (1961:110), aun-
que aquel tuvo también en algunos casos rango tribal. Se observa, además,
su presencia en los mitos, donde se advierte la existencia de creencias en
espíritus y en el alma, aunque los aborígenes no separaban el cuerpo mate-
rial del alma, haciendo aparecer a los espíritus materializados, así como la
existencia de ultratumba del alma, acompañada de su cobertura material.
Es en los mitos donde se advierte, con mayor precisión, la incorporación
animista de grandes espíritus cosmogónicos y de otros menores, vincula-
dos unos a cultos agrícolas y/o creativos del universo, y otros a fenómenos
naturales y/o a aspectos económicos y culturales de su interés.
Muchos de estos espíritus superiores y, al menos, algunos inferiores,
fueron materializados en los ídolos denominados cemíes, a través de los
cuales se producía la comunicación con el espíritu mediante determinados
ritos o que también protegieron, como amuletos portables, a sus poseedo-
res. Este paso hacia la materialización de los espíritus representa un avance
en las creencias animistas, llegando a tal grado que ya se daba el poder del
espíritu directamente al cemí, originando el encumbramiento de algunos,
a los que se les atribuía grandes poderes como cemíes familiares o tribales.

… 152 …
ABORÍGENES DE CUBA

Un aspecto importante fue la concepción de las fuerzas del bien y del


mal, las que se materializaban en espíritus. Se desconoce si representaban
en cemíes las del mal, aunque existen algunas referencias que plantean que
lo hacían, rindiéndoles culto con la finalidad de mantenerlos satisfechos;
no obstante, para ellos, cualquier cemí podía hacerles daño, si no se le aten-
día correctamente.
Los ritos acompañantes de todas estas creencias fueron muy variados,
por lo que solo se señalarán las vías principales para su ejecución: la magia,
como elemento primordial utilizado por los behiques, incluso en su con-
dición de curanderos; la unción con el jugo de yuca; las ofrendas de frutos
y objetos; las danzas; la intoxicación por inhalación del tabaco y algún alu-
cinógeno y la purificación por medio del vómito, la que estuvo presente, a
modo de sacrificio, en diferentes ritos. Las ceremonias funerarias también
tuvieron sus ritos, acordes con las creencias del grupo.

Las prácticas funerarias


Las prácticas funerarias fueron diversas, existiendo muy poca información
arqueológica o de fuentes escritas, que permita establecer con certeza sus
reglas fundamentales. Se ha comprobado el culto que ofrecían a ciertas
partes de las osamentas, guardándolas en las casas; por esto y por las ofren-
das asociadas a los restos humanos, enterrados o no, se puede inferir la
creencia en un «más allá».
En sentido general, se plantea en este aspecto la existencia de dos gran-
des líneas: manejos funerarios en cuevas y entierros en áreas despejadas.
Según lo expresado por algunos autores (Tabío y Rey, 1979:115), la primera
parece haber sido una costumbre temprana y la segunda tardía. No se dis-
pone, sin embargo, de evidencias cronológicas seguras sobre este aspecto.
El sitio El Guafe, en Cabo Cruz, provincia de Granma, con fechados que
llegan hasta el año 1500 de n.e. (450 años a.p.), presenta el uso funerario
de cuevas, mientras que la playa de Damajayabo, con fechas tempranas de
hasta de 830 años de n.e. (1120 años a.p.), muestra enterramientos en áreas
despejadas.
En el caso de las cuevas, se han encontrado varias modalidades: restos
depositados en la superficie, arrojados dentro de cuevas de entrada vertical
y, los menos, enterrados en los primeros salones de las espeluncas. En oca-
siones aparecen relacionados con ofrendas, consistentes principalmente
en vasijas de barro que pudieron contener alimentos.

… 153 …
ABORÍGENES DE CUBA

Una situación de gran interés son las llamadas «cuevas cerradas», en las
que se procedió a tapiar las entradas con piedras. Esta práctica se ha po-
dido observar de forma reiterada en la zona de Maisí y, con detalles muy
particulares, en el área de El Guafe. Allí se observó, además, la presencia
de cinco ídolos labrados en estalagmitas (cemíes sedentes), dos de ellos a
los lados de la única entrada que se dejó libre de piedras. En Maisí se ha
obtenido evidencia de incineración de cadáveres, al menos, de los huesos
del esqueleto axial, no así del cráneo.
Los enterramientos en áreas despejadas se encuentran regularmente en
zonas de los poblados donde los aborígenes acumularon basura. En muchas
ocasiones, sobre los lugares de entierro, se realizaron con posterioridad
tareas de carácter doméstico. Un caso excepcional es el sitio Chorro de
Maíta, donde los enterramientos se han hallado en un área seleccionada
para ese fin, en la «plaza» central del lugar, sin restos de habitación.
Los entierros en áreas despejadas, en ocasiones, presentan ofrendas
rodeando el cadáver o encima de este. En el Chorro de Maíta, hasta el pre-
sente, han sido extraídos 108 enterramientos humanos mediante excava-
ciones científicas. Es posible advertir allí la presencia de lo que se puede
considerar ofrendas, con la variante de tratarse siempre de artefactos de
adorno personal y no de vasijas; sin embargo, la mayoría de los esqueletos
no presenta estas ofrendas. (Guarch, 1988).
Las posiciones básicas de los cuerpos enterrados, tanto en cuevas como
en áreas despejadas, pueden ser: boca arriba (decúbito supino), boca abajo
(decúbito prono), sobre el lado derecho, o sobre el lado izquierdo. Se han
presentado con las extremidades superiores extendidas a lo largo del cuer-
po; cruzadas sobre la pelvis, dobladas sobre el pecho y levantadas hacia la
cabeza, o mezclas de ambas posiciones. Las extremidades inferiores se han
observado extendidas, semiflexionadas, flexionadas y fuertemente flexio-
nadas, mientras que en ocasiones las piernas se encuentran cruzadas. La
orientación de los esqueletos con respecto a los puntos cardinales es muy
variada.
Lo poco numeroso de los restos hallados es un indicador de que pudie-
ron existir otros tipos de ceremonias funerarias, de las que no quedó evi-
dencia. Aun, considerando que la población entonces fuera escasa, que los
agentes naturales destruyeran parte de esas evidencias, y que los saqueado-
res de reliquias hayan depredado cientos de ellas, resulta insignificante el
número de restos hallados para una ocupación humana desarrollada duran-
te más de 700 años.

… 154 …
ABORÍGENES DE CUBA

Las crónicas aportan datos, básicamente sobre La Española, que refie-


ren el depósito de cadáveres de caciques en tumbas. Además de los en-
tierros en cuevas, acompañados por ofrendas, señalan la incineración del
cadáver en su propia casa o el abandono de alguien en medio del bosque,
en una hamaca —con cierta cantidad de comida y agua—, cuando se veía
próxima su muerte. Estos métodos de «enterramiento» no son ajenos a
otras comunidades preclasistas con similar grado de desarrollo en otros
lugares del mundo y, aunque no se es partidario de generalizaciones tan
abiertas, ello puede servir de pauta general para inferir lo que debió ocurrir
en esas comunidades.

Vestidos y ornamentos
En el caso de Cuba, como en las restantes antillas, no es posible hablar de
verdaderos vestidos, ya que los elementos del vestuario sobre los que se
tiene conocimiento a través de las crónicas y por el registro arqueológi-
co, se pueden catalogar más bien como objetos suntuarios, ornamentos o
elementos de significación ritual. Ya fuera por la reducida área del cuerpo
que cubrían, por el uso ocasional que se les daba, o por las condiciones del
clima, no podían resultar objetos destinados a cubrir y proteger a sus por-
tadores contra la intemperie y las inclemencias del tiempo.
Colón observó este aspecto desde sus primeros contactos con ellos en
las islas Bahamas. En su diario escribió: «Son gente..., muy sin mal ni de gue-
rra: desnudos todos hombres y mujeres como su madre los parió. Verdad
es que las mujeres traen una cosa de algodón solamente tan grande que les
cobija su natura y no más...» (1961:86). No obstante, existe una referencia
sobre «mantas» tejidas de algodón (Las Casas, 1967), que se cree puede ser
una confusión, tratándose de posibles hamacas en proceso de fabricación.
La información más ilustrativa de todo cuanto se ha dicho al respecto,
es la de Bernáldez (1953), quien describe a un grupo de aborígenes en las
proximidades de Jamaica, donde no habitaban los aruacos de mayor evolu-
ción cultural, por lo que estos datos representan un buen índice promedio
antillano. Aunque da una visión de personas de alto rango, posiblemente
preparadas para una situación especial, esta cita, no por repetida, deja de
tener una valiosa información para aproximarse a este asunto:

En la canoa más grande, vino él [el cacique] en persona con su esposa y dos hi-
jas… En su canoa él llevaba a un hombre como heraldo. Este joven se paraba

… 155 …
ABORÍGENES DE CUBA

solo en la proa de la canoa usando un peto de plumas rojas de forma parecida


a una cota de armas y en su cabeza usaba una gran corona de plumas que lu-
cían muy finas y en sus manos llevaba una bandera blanca sin diseños. Dos
o tres hombres, tenían sus caras pintadas, con colores de un mismo diseño, y
cada uno usaba sobre su cabeza un gran yelmo de plumas, y en su frente un
gran disco redondo, tan grande como un plato… Cada uno de ellos usaba un
casco muy bello de plumas verdes muy apretadas y puestas juntas. Otros
seis usaban yelmos de plumas blancas y todos ellos pertenecían al séquito de
guardadores de los objetos del cacique. El cacique usaba alrededor de su cue-
llo algunos ornamentos de cobre que ellos llamaban «guaní» de una isla de
la vecindad, el cual es muy fino y luce como oro de 8 quilates. Era en forma
de flor de lis y tan grande como un plato. Usaba alrededor del cuello, una
sarta de cuentas grandes de mármol (...) y en su cabeza usaba una corona
de pequeñas piedras ensartadas e intercaladas con algunas blancas mayores,
con muy bello aspecto; y también usaba una gran pendiente sobre su frente,
y de sus orejas colgaban dos grandes discos de oro con pequeños colgantes de
pequeñas cuentas verdes. Aunque iba desnudo, usaba una faja de la misma
confección de su corona pero todo el resto de su cuerpo estaba a la intemperie.

Aunque no se considera la existencia de un verdadero vestuario, se debe


ampliar lo concerniente a algunos adminículos que cubrían determinadas
partes del cuerpo, o eran usados durante actividades o condiciones climá-
ticas específicas. Las naguas fueron faldellines, a modo de delantales cortos
de forma algo trapezoidal, que las mujeres se ataban a la cintura. Esas telas
de algodón podían mostrar diseños pintados muy diversos, geométricos y
zoomorfos, de gran estilización. En otras oportunidades estaban recamados
por cuentas, semillas o escamas de pescado. El largo de las naguas parece que
tenía su significado, indicativo del estatus social de la mujer que las portaba,
al menos durante ciertos ritos o actividades colectivas. Por otro lado, las
niñas, mientras fueran impúberes, no se ponían naguas, sino simplemente
un cinturón ancho de características especiales que señalaba su condición.
Aunque los hombres, por lo común, andaban completamente desnudos,
parece que en ocasiones se cubrían sus genitales con un paño, a modo de
taparrabo. Sin embargo, los caribes insulares, vistos por los europeos en
el siglo xvii, llevaban puesta alrededor de la cintura una cuerda, de la que
pendía una banda de tela (Labat, 1979:59). Los niños, hasta los doce años,
solo tenían sobre el cuerpo la cuerda.
Según Cassá (1974:84), los conquistadores hispanos pudieron obser-
var que los aborígenes en las Antillas solían confeccionar lo que hoy se

… 156 …
ABORÍGENES DE CUBA

pudieran llamar cobertores, con los peciolos de las palmas (yaguas) para
protegerse de los rayos del sol durante exposiciones muy prolongadas, y
también para protegerse de la lluvia. Esta solución también se pudo haber
empleado en Cuba.
Como ya se ha expresado, los adornos corporales fueron muy solicita-
dos por estos aborígenes, no solo por los antillanos, sino también por los
del continente. Para su confección utilizaron múltiples materiales. Se tie-
ne referencia sobre artefactos de uso corporal de plumas, concha, piedra,
hueso, metales, madera, cestería y tejidos, casi siempre combinando varios
de ellos.
En sus cabezas usaron tocados, cascos y coronas, confeccionados con
plumas multicolores, así como bandas de tela que, contorneando la cabeza
por la frente, se anudaban en la nuca con un largo fleco; esta forma de ador-
no era muy utilizada por las mujeres. Algunos hombres ataban en la parte
delantera de sus tocados, sobre la frente, ídolos de figuras exentas (cemíes
portables) para ciertas ceremonias y durante actividades bélicas. También
se adornaban con orejeras que traspasaban el lóbulo perforado del pabe-
llón auditivo, las que podían ser de piedra, concha, madera, plumas, resina
o metales.
Hay indicios de besotes (adorno para los labios), aunque no está ple-
namente confirmado. Las narigueras podían ser de metal (oro o guanín) o
simplemente de plumas. Se debe añadir el uso de la pintura —que sobrepa-
só la cabeza para ser enteramente corporal— con la que se trazaron múlti-
ples diseños geométricos, desde líneas negras en los pómulos, hasta bigotes
retorcidos u otras formas, sobre un fondo rojo que cubría toda la piel.
Usualmente, lograban la pintura negra con el tinte de la jagua (Genipa
americana, L.) y el rojo con la bija (Bija orellana, L.), mezclados con aceites
vegetales o grasa animal. Colón, el mismo día que descubrió la isla que lla-
mó San Salvador (Bahamas), relata el aspecto físico de sus habitantes cu-
biertos por pinturas corporales:

Dellos se pintan de prieto y ellos son de la color de los canarios, ni negros ni


blancos, y dellos se pintan de blanco, y dellos de colorado, y dellos de lo que
hallan; dellos se pintan las caras, y dellos los cuerpos, y dellos solos los ojos, y
dellos sola la nariz... (Las Casas, 1951:204).

Otros artefactos de uso corporal de gran popularidad fueron los colla-


res. Pudieron ser desde simples cuentas de cuarcita —las valiosas «cibas»,

… 157 …
ABORÍGENES DE CUBA

más preciadas que el oro—, hasta complejos collares en que se mezclaban


los tejidos, las cuentas de piedra, concha y metal.
En el Chorro de Maíta se hallaron piezas que pudieron formar parte de
un collar portado por una mujer, entre las que se incluyen cuentas de cuar-
cita, coral, perlas y oro, pendientes laminares de guanín y un ídolo exento,
representando la cabeza de un ave, también de este metal.
Las cuentas de collar pueden ser de diversos tamaños, desde tres centí-
metros de altura y dos de diámetro las mayores, hasta microcuentas de un
milímetro de altura por uno y medio de diámetro. Las plumas también in-
tervinieron en la confección de collares, aunque no aparecen en el registro
arqueológico, debido a lo perecedero del material.
Los cinturones tejidos también tuvieron gran significación como adornos
personales. Su complejidad, al parecer, estaba relacionada con el estatus de
su portador, ya que los caciques solían llevar los más ricos y elaborados. Otro
objeto con gran acabado es la guayza (caratona o carátula), pieza aplanada
que representa un rostro y que en Cuba era confeccionada por lo regular en
concha, hallándose con frecuencia en la zona de Banes.
Como bien advierte Cassá (1974:101-102), Colón y Las Casas hicieron
muchas alusiones a las mismas y detallaron sus descripciones, las que in-
dican que fueron objetos muy lujosos asociados a la persona y al poder del
cacique. Estas guayzas se podían encontrar, además, como pendientes de
collares y en el frente de los cinturones y de las tiaras o coronas de plumas.
Ya se ha expresado que los hombres comunes solo llevaban, por lo regu-
lar, un cordel a la cintura y no así las mujeres, que llevaban cinturones te-
jidos, algunos de ellos recamados de cuentas y otros abalorios, pero nunca
del ancho y riqueza de los que poseían los caciques. Los adornos en brazos
y piernas fueron, por lo general, rollos de algodón, en muchas oportunida-
des teñidos, tejidos con flecos o simples telas estrechas atadas a los miem-
bros. Ese adorno fue muy común y formó parte del atuendo cotidiano de
estos aborígenes, tanto hombres como mujeres e incluso, niños.

Otras manifestaciones del arte


En estas comunidades, el arte estuvo muy ligado con aspectos inherentes
a las creencias «religiosas»; no obstante, también tuvieron manifestaciones
aplicables exclusivamente al adorno personal y quizás, en cierta medida, a
los artefactos suntuarios utilizados por todo el grupo; fue un arte aplicado,
según se concibe el término en la actualidad.

… 158 …
ABORÍGENES DE CUBA

La forma de representación de animales y seres humanos en ellos no


fue naturalista, sino que estilizaron y cambiaron la realidad, haciendo las
imágenes reconocibles, pero dentro de un esquematismo abstracto, sim-
bolista, para obtener figuras antropomorfizadas o zoomorfizadas, según
su interés. Ese mismo esquematismo se aprecia en las grecas geométricas
decorativas de esas imágenes o individualizadas en la cerámica y aún, en
los pictogramas y petroglifos, todo lo que puede estar asociado a creencias
totémicas tradicionales.
Un aspecto de gran interés es el mantenimiento, a lo largo de la historia
de estas comunidades, de determinados rasgos e incluso, de elementos for-
males más complejos, algunos de los cuales se identifican en remotos an-
tepasados continentales, lo que indica el sentido social y la necesidad que
tuvo la comunidad de esas tradiciones, aunque se advierten innovaciones,
como efecto de la creación de los artistas, pero siempre dentro de límites
estéticos generales.
Las técnicas utilizadas para la confección de los artefactos vinculados
con ideas mágicas, totémicas y animistas, estuvieron relacionadas con los
materiales empleados, aunque por necesidad del plan estético plasmado
en ellas, y no por limitaciones del material o del especialista que la ejecutó,
con excepción de la cerámica, que sí marcó pautas específicas de adecua-
ción tecnológica.
Los adornos personales también se rigieron por normas tradicionales
rígidas, pero en ellos existe una amplitud mayor de los cambios por nuevas
creaciones, y mucho más en cuanto a su uso. Es evidente que el uso estuvo
vinculado íntimamente con la posición social de su poseedor, lo que co-
rroboran las crónicas, al referir los atuendos de los caciques, sus esposas y
parientes cercanos.
En lo referente a pictogramas y petroglifos, se trata de ideas o conjuntos
de ellas, materializadas en ideogramas como forma anterior de la escritura.
No se incluye en esto a los cemíes sedentes hallados en algunas cuevas, los
que fueron parte de las creencias «religiosas» que se materializaron utili-
zando formas y técnicas consideradas también como manifestaciones del
arte.
Importantes conjuntos pictográficos asociados a estas comunidades se
han localizado en diferentes partes de la Isla, siendo el más conocido el de
Sierra de Cubitas, con una notable diversidad de imágenes. En lo que res-
pecta a los petroglifos, sobresalen los de la cueva de La Patana, Maisí y los
hallados en varias cuevas de la zona de El Guafe, provincia Granma.

… 159 …
ABORÍGENES DE CUBA

Consideraciones finales
Estimado lector, como habrá podido apreciar en lo expuesto hasta aquí,
el conocimiento alcanzado sobre los productores tribales precisa también
de respuestas definitivas a algunos problemas, aún no esclarecidos en tér-
minos que permitan comprender su verdadera historia, lo que es conse-
cuencia de lo apuntado en la Introducción de este libro, cuando se señaló
que el proceso de aproximación al conocimiento de la historia de Cuba en
general, y en especial, al de la más temprana, sigue en curso.
Cuestiones como explicar las diversas causas de la dispersión de los pro-
ductores tribales por el territorio cubano, incluyendo aspectos nada claros
aún de las relaciones con los más antiguos pobladores del mismo; cómo y
cuándo se inició su presencia en Cuba; cómo fue después la relación entre
comunidades; si se puede o no identificar más de un estadio de desarrollo
dentro de esta formación, y otras muchas más —que afortunadamente se
pueden identificar, al analizar lo que se ha logrado exponer hasta aquí—,
constituirán sin dudas, el objeto de las investigaciones por venir.
Entre tanto, al menos, se puede tener la certeza de que los productores
tribales fueron continuadores del proceso de formación y desarrollo de la
sociedad humana aquí comenzado varios milenios antes, en el que tam-
bién, con raíces en otras tierras de América y del mundo, de alguna manera
se injertaron y lo continuaron, resultando —dados su nivel de productores
y su mayor densidad poblacional en el momento del encuentro entre dos
mundos— los aborígenes que mayores influencias directas produjeron en
el posterior decursar de la historia de Cuba.

… 160 …
CAPÍTULO 6.
DESPUÉS DE 1510…

Parte I
El descubrimiento del «Nuevo Mundo» por parte de los europeos, tuvo
consecuencias devastadoras para los antiguos pobladores de América, so-
bre todo, si se tiene en cuenta que el proceso de desarrollo de las fuerzas
productivas y las relaciones de producción en sus sociedades fue interrum-
pido de manera abrupta por los modelos económicos impuestos por el
régimen colonial, cambios para los cuales no estaban preparados aquellos
grupos humanos. Y este encuentro cultural y étnico no solo fue evidente
en los elementos de la base económica, sino que necesariamente repercu-
tió de manera fuerte en la superestructura.
Los habitantes de América fueron observados por los recién llegados
como portadores de una cultura idólatra y atrasada; no se puede obviar que
en el siglo xvi no se reconocía el concepto de culturas diferentes y, por tan-
to, el europeo legitimó lo que podía comparar con su referente cultural, o
sea, con sus costumbres y tradiciones; así, todo aquello que se apartaba de
este modelo fue visto con recelo y preocupación. Además, es importante
recordar que los hombres que llegaron entonces a esta otra parte del mun-
do, en su inmensa mayoría, no poseían mucha instrucción.
El aborigen no fue visto como civilizado y portador de cultura, pues era «di-
ferente» no solo en su aspecto físico, sino en sus costumbres. Sin embargo, sus
rasgos culturales particulares fueron apreciados con matices muy variados, en
dependencia de la postura que asumieron los hispanos en estas tierras, como
cuando se encontraban hombres (como fray Bartolomé de las Casas), que apo-
yaban la conquista, pero no compartían los métodos empleados en ella, y esta-
ban involucrados en el proceso por el simple hecho de extender la fe católica.

… 161 …
ABORÍGENES DE CUBA

Documentos históricos revelan que la condición humana o no de


los aborígenes fue tema de discusión en las cortes de España, y que se
presentaron diferentes opiniones al respecto como la de Ginés de
Sepúlveda, quien enfatizaba, entre otros aspectos, en la inferioridad
de las culturas americanas y la necesidad de someterlas a la esclavitud,
teniendo en cuenta, entre otros elementos, su sistema «religioso», cata-
logado como bárbaro.
Para Sepúlveda, quien negaba para estas sociedades primigenias el de-
recho a estar dotados de razón como los hispanos, se justificaba el some-
timiento y hasta el castigo, pues la imperfección del «bárbaro» debía ser
enmendada en alguna medida y para eso, la iglesia y la educación a la usanza
de los hispanos, debían cumplir su tarea.
Es evidente que, al no reconocer al «otro», se justificó la evangelización
y la esclavitud, y esta fue lícita; el europeo no solo se adjudicó el papel his-
tórico de salvador cultural, sino que se reconocía en Dios y, de hecho, se
convirtió en el portador de la voluntad divina a través de la «cruzada ame-
ricana». Esto llevaba implícito, por demás, que el aborigen, desde la pers-
pectiva de la inferioridad en que fue asumido, debía sentir agradecimiento
hacia sus «salvadores».
Lastimosamente, estas ideas prevalecen aún en el pensamiento de sec-
tores de algunos pueblos de América que, al no reconocerse en su cultura
particular, en ocasiones tratan de «blanquear» la descendencia de sus an-
cestros, lo cual está dado fundamentalmente por estereotipos introduci-
dos en estas tierras americanas por el régimen colonial, que perduran hasta
hoy, y que van desde el ideal de belleza hasta modos y modas.
De cualquier manera, si se hubiese considerado a los aborígenes como
iguales, según postulaban los paradigmas humanistas de fray Bartolomé de
las Casas y Domingo de Soto, tanto la conquista como la evangelización
también hubieran sido ilegítimas, por implicar la asimilación del «otro» y
su cultura.
Las doctrinas de Las Casas, Soto y sus seguidores, utilizando las ideas
de Santo Tomás —que abogaban, entre otros aspectos, por la tolerancia
de credo, el derecho a la libertad de los aborígenes y la no injerencia de los
reyes católicos en las vidas de sus súbditos—, insistían en las capacidades
cognitivas de estos hombres, en el marco de la discusión que existía entre
los adeptos a no considerar su condición humana —lo que justificaban con
increíbles detalles, como la ausencia de barbas y vellos en el cuerpo de los
«indios»— y a los que admitían sus semejanzas con los hispanos.

… 162 …
ABORÍGENES DE CUBA

Aunque las ideas de Las Casas y sus seguidores se llegaron a convertir


en las nuevas leyes de Indias, a partir del 20 de noviembre de 1542, fue-
ron realmente letra muerta ante la visión de Sepúlveda, fortalecida en el
proceso de la conquista, pues sus criterios se avenían más a los propósitos
expansionistas de la metrópoli. Así, no solo se excluyó al «otro», tampoco
se le reconoció como portador de una cultura particular, quedando esta
excluida casi en su totalidad de lo que posteriormente se ha llamado la
«cubanidad».
La lucha teológica e ideológica fue ardua en el Consejo de Indias; cri-
terios como los de fray Tomás Ortiz se imponían, argumentando que los
aborígenes no debían ser libres, debido a las costumbres atribuidas a estos
como el canibalismo, la sodomía, la falta de sensatez, sus conductas atrasa-
das y libertinas, etcétera. Quedaba así la diversidad americana estigmatiza-
da por algunos historiadores; es en esa gran confusión racial y cultural que
se atribuyeron rasgos culturales de un grupo a otro, de una cultura a otra, lo
que se socializó en la esfera educativa, predominando el criterio del atraso
de los «indios» de Cuba con respecto a otros de América.
Como resultado de tan complejo debate, entre los que defendían los de-
rechos de los aborígenes y los que no lo hacían, aparecieron las exclusiones,
donde todo lo indígena era salvajismo superado o en vías de superar.
Esa visión del «otro» como salvaje no civilizado, al que hay que domes-
ticar, es esencial para comprender cómo la cultura aborigen fue excluida
desde el propio encuentro, no solo por considerarla inferior, sino también
por el temor que producía enfrentarse a lo «diferente»; porque el que lle-
gaba, debía y tenía que adaptarse al clima que propiciaba una vegetación
particular, y que de manera directa se revertía en hábitos alimentarios nue-
vos que el hombre blanco, como única posibilidad de subsistencia, tenía
que aprender; no obstante, él podía ofrecer resistencia cultural a aquello
que la naturaleza le imponía y que le era vital acoger para sobrevivir y, en la
medida en que se reacomodaba, asumía rasgos culturales de los aborígenes,
pero modificándolos como portador de una cultura particular que sentía
superior.
Por tanto, en estas apropiaciones se produjeron diversas mutaciones
culturales, de modo que este fenómeno, en el transcurso de los años, hizo
palidecer y enmascaró muchos rasgos de la cultura de los ancestros cuba-
nos.
Si un tema resulta controversial en el siglo xxi, es precisamente el de
la identidad cultural, término que se ha manipulado desde los círculos de

… 163 …
ABORÍGENES DE CUBA

poder, destacando aquellos elementos que, desde su posición hegemónica,


los eurocentros reconocen y dictaminan.

(…) La identidad cultural de una comunidad humana es la forma en que


dicha comunidad asume, de forma consciente (con un discurso racional o
como vivencia cotidiana) toda manifestación o expresión de su ser espiritual y
material, creado durante su devenir histórico, hállese o no organizada como
nación o Estado (…) (Zamora Fernández, 2000:183, en Vera Estrada, s/f).

La igualdad biológica entre los grupos humanos explica de algún modo


las inclusiones y exclusiones, si se tiene en cuenta que, aun cuando los indi-
viduos difieran, el hombre como especie comparte capacidades comunes
para la cultura, razón por la cual en sociedades distantes en el tiempo se
repiten modos, normas y conductas que forman parte de los rasgos cultu-
rales universales.
Sin embargo, las relaciones hegemónicas hacen que un grupo dominan-
te justifique la imposición de aquellos elementos culturales que, desde ese
instante y por siempre, los identificarán, a ellos y a los otros, excluyendo
algunas identidades y obviando la diversidad y la pluralidad.
La arqueología ha padecido el menosprecio de no ser convocada a la
plataforma teórica de lo que se discute por Identidad, entre otras razones:

(…) ha incidido la ignorancia o privación del sentido válido en cuanto a los


postulados que, como ciencia, admite en su acontecer histórico. Sin embargo,
soslayar a la arqueología como ciencia, en el contenido de lo que se entiende
por Identidad, ha devenido una amputación de su sentido humanístico y
social, divorciándola de todo contorno, acerca de lo que hoy se discute en
América como manera de vindicar el patrimonio indígena del período
pre-colonial (…). En tal sentido, el concepto identidad ha quedado incom-
pleto» (…) (Robaina et al., 2003:48).

En Cuba, desde el siglo xix, se emprendieron estudios científicos por


Miguel Rodríguez Ferrer, Arístides Mestre, Felipe Poey y Luis Montané;
cuando se fundó la Sociedad Antropológica de Cuba en 1877, fueron impulsa-
das aún más las investigaciones sobre las sociedades de los primeros poblado-
res de la Isla, y que continuaron en la Academia de Ciencias con la significativa
labor científica de Carlos de la Torre y Luis Montané, entre otros.
Al mismo tiempo, el movimiento siboneyista, con una perspectiva in-
terpretativa dentro de la cultura, utilizó como base la palabra escrita, lo

… 164 …
ABORÍGENES DE CUBA

que permitió iniciar una tradición a través de la poesía, como expresión del
criollismo, donde se exaltan y recrean los valores de la cultura americana,
incluso, con un matiz político por las aspiraciones libertarias que muchos
de sus exponentes profesaban; entre sus integrantes, se destacan Domingo
del Monte (1804-1852) y Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, “El Cucalambé’’
(1829-1862), así como el máximo representante de este movimiento, José
Fornaris (1827-1890), con su obra Cantos del Siboney (1855).
Este movimiento surge como un intento de reconocimiento del «otro»,
del aborigen; es una revelación de la condición del aborigen cubano, que se
diferencia de lo hispano y se manifiesta en la creación de lo criollo, donde
lo autóctono se asume como inseparable de lo originario. Es allí donde lo
aborigen cobra fuerza, durante un período en el que se destacan los estu-
dios de Bachiller y Morales, José María de la Torre y Esteban Pichardo.
En la segunda década del siglo xx, los descubrimientos del ingeniero
cubano José A. Cosculluela han aportado gran cantidad de evidencias ar-
queológicas correspondientes a lo que se consideró, en aquellos momen-
tos, una de las sociedades más tempranas de Cuba; los resultados de sus
trabajos, publicados en 1918, abordan lo aborigen como nacional.
Es evidente que la idea del etnocidio influyó, de manera definitiva, en la
exclusión de lo aborigen de la cultura cubana, puesto que, si los historiado-
res comprometidos con el sistema colonial anulaban a este hombre como
etnia desde épocas tan tempranas como el siglo xvi, nada de su cultura
podía haber interactuado con lo hispano y lo africano porque, desde esa
perspectiva, cultura y etnia son sinónimos, error que todavía subsiste en el
discurso sobre el impacto o no de la cultura aborigen en la actualidad.
Tal influencia han tenido estas ideas estereotipadas, que han impedido
que aspectos muy importantes, como todo lo aportado por la arqueología
hasta hoy, se incorporen al debate sobre el tema.
En el prólogo de la obra de Bartolomé de las Casas, Brevísima relación de
la destrucción de las Indias, Consuelo Varela realiza un análisis pormenori-
zado sobre los vínculos entre la idea del etnocidio y la figura de Las Casas,
concluyendo que, con el ánimo de defender a los aborígenes de las cruelda-
des de los hispanos, él exageró en lo referente a la extinción.
Por otra parte, algunas fuentes escritas de los siglos xv y xvi, y el registro
arqueológico, documentan la baja expectativa de vida de los aborígenes, de
modo que si se suman todos estos elementos, se encontrarán algunas de las
razones por las que continúa sin ser reconocida la historia más temprana
de Cuba.

… 165 …
ABORÍGENES DE CUBA

Para acercarse con más claridad al tema, es importante dilucidar lo con-


cerniente al poblamiento hispano de Cuba que, contrariamente a lo que se
viene aceptando de manera común, no fue en absoluto sincrónico y total.
La ciencia arqueológica ha demostrado que hubo lugares donde la ac-
ción de la conquista, iniciada 18 años después del encuentro, o sea, en
1510, no llegó de inmediato, mientras que a otros no llegó nunca, siendo
estos espacios ocupados entonces por muchos aborígenes para refugiarse,
costumbre adoptada, luego, por los negros esclavos que se fugaban de las
plantaciones coloniales. No es desconocido que aborígenes y negros com-
partieron algunos de estos escenarios, intercambiando tradiciones y otras
prácticas, según lo confirma la evidencia arqueológica.
Se conoce, por datos históricos (documentales y arqueológicos), que la
región de Vuelta Abajo, entre otras, fue poblada por colonizadores en épo-
cas bien tardías y no de manera simultánea, sino esporádica y gradualmen-
te, mediante la mercedación de haciendas ganaderas; pero a los futuros
hatos y corrales no llegaban los verdaderos «dueños», sino empleados man-
dados por estos, solos o acompañados de algún sirviente esclavo, con la
finalidad de fomentar la ganadería bovina, equina o porcina, situación en la
que estos colonos tuvieron que contactar, de alguna manera, con la escasa
población nativa y establecer relaciones de todo tipo, con todo lo que esto
significó en términos de «mestizaje» e intercambio cultural y biológico.
Otro hecho que confirma la persistencia aborigen tardía en el proceso
colonial es el que se recoge en las actas capitulares de Jiguaní donde, por
ejemplo, se apunta que en la zona (hoy provincia de Granma) existía un
poblado aborigen fundado por los hispanos y regido por un cacique hasta
entrado el siglo xix (1828), fecha en que las autoridades españolas regresa-
ron al lugar y fundaron la Villa del Jiguaní que hoy se conoce.
También resulta de mucho interés la descendencia de las uniones sexua-
les entre españoles y mujeres nativas de la Isla. Vasco Porcayo de Figueroa,
uno de los primeros colonos de Cuba y emparentado al parecer con los du-
ques de Feria, poseía una de las más grandes encomiendas en el área de La
Sabana (lo que hoy se conoce como parte de la región central: Trinidad-Re-
medios-Caibarién y Sabana del Cayo, que llegaba hasta Puerto Príncipe), la
que estuvo poblada por él y su séquito durante mucho tiempo. Este hombre
se destacó por sus crueldades y por su enorme descendencia, debido a sus
reiteradas relaciones con mujeres nativas.
Morales Patiño (1951) recoge un pasaje sobre la vida de este hombre y
su numerosa prole, que se refleja en la Historia de Puerto Príncipe de Tomás

… 166 …
ABORÍGENES DE CUBA

Pío Betancourt, donde aparecen los resultados de una investigación em-


prendida en la mencionada ciudad por don Esteban de la Cerda, nieto de
Porcayo. Esta pesquisa se inició en 1562 y se retomó en 1624 por el capitán
Esteban de Miranda; en ella se mencionan a varios testigos, entre los que
figura Silvestre de Balboa Troya, escribano del cabildo, quien conoció a
Juan de Argote (indio natural), que fue casado con María de Figueroa, hija
de Vasco Porcayo. En la lectura de este pasaje no queda totalmente claro el
motivo de dicha indagación, aunque se alude a la búsqueda de los primeros
pobladores de la villa.
No obstante, Morales Patiño (1951:381), al recoger el hecho, apunta que
este Juan de Argote era indio, natural de esta Isla, según claramente se
infiere de su declaración, probablemente hijo de algún cacique, y Vasco
Porcayo le casó con su hija para adquirir él y sus descendientes un derecho
legítimo a las haciendas que poseía, y también para tener más autoridad
entre los naturales.
Aunque a Porcayo se le atribuye haber criado al indio, Morales Patiño
desmiente esta idea, teniendo en cuenta la edad que este debió tener en el
momento de la conquista, que fluctuaba al parecer entre los 38 años y los
40 años. Este relato ratifica que las uniones sexuales entre colonizadores
e indias se fomentaron en la Isla principalmente para asegurar dominio
económico y que, en lo concerniente a la sexualidad, no había rigidez, al
menos en estos primeros momentos, situación que favoreció el gran mesti-
zaje racial e intercambio cultural, que continuaría con la afluencia de otros
grupos étnicos; todo ello conduce a negar la tan divulgada teoría de la ex-
tinción fulminante o etnocidio del aborigen.
Morales Patiño (1951) se refiere a la presencia de los aborígenes en las
primeras villas fundadas por la colonia, basándose en los documentos en-
viados a su majestad en 1570 por el obispo de Cuba, Juan del Castillo, los
que ofrecen datos según los cuales Baracoa, el 2 de agosto de 1570, contaba
con 17 indios casados y 78 españoles, aunque no se aclara si los 17 matrimo-
nios aborígenes, eran solo entre los naturales de la Isla.
Sin embargo, en la Villa de Bayamo, fundada al parecer en 1513, había
70 españoles y 80 indios casados en 1570. Véase cómo entonces en esa
villa había mayor cantidad de matrimonios entre aborígenes que entre
españoles, y las uniones sexuales de hispanos y nativas se mantenían, aun
cuando estos hombres tuvieran sus mujeres europeas en la Isla, como es
el caso del capitán Rodrigo Tamayo, el que abandonó la Villa de Baya-
mo para acompañar a Hernán Cortés en la conquista de México, donde

… 167 …
ABORÍGENES DE CUBA

murió, dejando muchos hijos, entre ellos una mestiza, fruto de sus rela-
ciones con una india.
En la Villa de Sancti Spíritus, fundada en 1514, había 20 españoles y 20
indios casados en 1570. La Villa de La Habana contaba en 1550 con 70 espa-
ñoles y 60 indios, mientras que en la de Remedios, fundada en 1515, había
10 vecinos blancos y 10 indios casados.
Morales Patiño (1951:378) plantea:

(…) en el archivo del Cabildo existen innumerables registros de inventarios


del año 1617 (…) de ingenios de azúcar, con crecido número de negros e indios
asalariados, lo mismo de haciendas de cacao y demás ramos.

En el documento sobre la fundación de la Villa de Santiago de Cuba en


1514, hay un vacío en el testimonio del obispo de Cuba con respecto a la
composición demográfica en esta ciudad, y no se alude a los aborígenes,
que se sabe integraban el séquito de los colonizadores.
Para 1570 había 70 indios casados en Guanabacoa. Por su parte, Alfredo
Zayas (en Roberto Maitezan, s/f) expresa que en 1845, según documentos
de la Sociedad Económica de La Habana, en una relación referente a los
primeros o principales vecinos que tenía Guanabacoa en 1605, solo que-
daban nueve mujeres y veinticinco hombres indios. Bachiller y Morales, y
Zayas, mencionan a Giuseppe Bichart, indio que en 1665 fundó una ermita
en el lugar conocido por Loma del Indio.
También, sobre los indios de Guanabacoa, Andueza (en Morales Patiño,
1951: 384) se refiere a una familia descendiente de indios, cuyos individuos se
dedicaban a la alfarería, y apunta:

(…) pero esa misma familia ignora su origen y no hay documento alguno
que lo acredite (…) no es imposible que en Cuba hayan quedado descendien-
tes de los primitivos indios, lo que sí creo imposible es que haya quién sepa
señalarla.

Según datos estadísticos demográficos, para que una sociedad se repro-


duzca y perdure en el tiempo, debe contar con una presencia mínima de
500 individuos. Es evidente que la pérdida de documentos y el registro de
aborígenes en ellos con nombres latinos, más el hecho real de ignorar que
cada matrimonio tendría una descendencia, más la población que se en-
contraba dispersa por los montes, hace que aumente considerablemente

… 168 …
ABORÍGENES DE CUBA

el número de individuos no contemplados en el censo; por ello los datos


reflejados por el centro de poder colonial oscurecen la cifra real sobre su
presencia física como grupo étnico en las villas, lugares de reconcentración
y otros no contemplados.
El historiador cienfueguero Enrique Edo, en su obra Memoria Histórica
de Cienfuegos y su Jurisdicción (según Morales y Pérez, 1951), menciona a los
indios de Jagua y, en particular, señala a dos indígenas que alcanzaron la
época de la fundación de la villa; ellos fueron el indio Yana, quien alcanzó
una longevidad de 85 años a 90 años y que hasta 1825 vivió en una choza
en el cayo que llevó su nombre —situado en la margen derecha del río Sa-
lado— y la india doña Francisca Mendoza, quien residió hasta 1829 en la
calle D´Clouet, entre Argüelles y Santa Clara. Sin embargo, el rastro de la
prole de estos dos aborígenes se pierde en la documentación; en la litera-
tura se hallan datos dispersos sobre estos grupos humanos, lo que dificulta
notablemente un análisis más objetivo sobre su supervivencia y los rasgos
culturales que legaron a la cubanidad.
Otro elemento importante a tener en cuenta es, precisamente, el aban-
dono paulatino que sufrieron muchas villas por parte de los colonos, como
lo describe el propio Fernández de Oviedo (1851: 495):

(…) Pero ya en estas villas hay muy poca población, á causa que se han ydo
los mas vecinos á la Nueva España y á otras tierras nuevas, porque el officio
de los hombres es no tener sosiego en estas partes y en todas las del mundo, é
mas en aquestas Indias, porque como todos los mas que acá vienen, son man-
cebos é de gentiles deseos (…) no se contentan con lo que está conquistado (…).

En muchas oportunidades, como prueba de la desaparición de los abo-


rígenes, se ha enfatizado en los censos realizados por parte de los hispanos,
obviando un elemento esencial, que radica en la adopción de un nombre
latino por ellos, a través del acto de bautismo.
Existen datos que prueban cómo fueron asentados en los registros o
padrones con nombres y apellidos adquiridos de los colonos. Si a este fe-
nómeno se suma el factor sicológico que significaba —en una sociedad ex-
cluyente como la que se estaba gestando— llevar sangre del «otro», bárbaro
y discriminado, esto se convertía en un problema, por lo que la descenden-
cia se «blanqueaba» y se desarraigaba. Tal es el caso de Miguel Velásquez,
músico, párroco e historiador, hijo de Diego Velázquez con una india, que
siendo aún muy joven fue llevado a estudiar a España, separándolo de sus
raíces culturales. Esto explica la razón por la que no se encuentran rasgos del

… 169 …
ABORÍGENES DE CUBA

legado musical materno, nada que diga cómo era la música de los aborígenes, ya
que su formación musical fue eminentemente europea y esta, definitivamente,
no concordaba en modo alguno con la «atrasada música aborigen».
Es evidente, por demás, que los nacidos en la Isla a consecuencia de
estas uniones sexuales, se quisieran parecer más a los hispanos que a los
aborígenes, en tanto todo lo autóctono era visto como señal de atraso y
barbarie. No obstante, hay que preguntarse si hubieran podido sobrevivir
los hispanos en estas tierras sin la contribución de sus antiguos morado-
res…
Las «reconcentraciones» hablan de la supervivencia de los aborígenes;
claro está que no se puede aseverar que la mera existencia de ellos como
raza bastó para mantener sus tradiciones culturales, pues, aunque este pro-
ceso permite, entre otras cosas, que perduren algunas costumbres y tradi-
ciones, sobre todo el lenguaje, una realidad ineludible se impone, y es que
fueron arrancados de su medio natural por el propio proceso de la recon-
centración, y obligados a vivir en condiciones limitadas y muy diferentes;
lo cual, sin dudas, contribuyó a que transformaran su herencia cultural y
desaparecieran o se atemperaran muchas costumbres y hábitos; por con-
siguiente, en esos casos, aquellos rasgos culturales no asimilados por los
hispanos y su descendencia, en algún tiempo llegaron a desaparecer, aun
cuando todavía existieran aborígenes como raza.
Sobre las reconcentraciones, Morales Patiño señala:

(…) Entre los pueblos que surgieron de esas agrupaciones urbanas forzadas
están Jiguaní y Holguín. Los primeros formaban una comunidad de expul-
sados o empujados de las ciudades en 1777, es decir, en el último tercio del
siglo xviii (…). En 1844 se declararon extinguidos en San Luis, el Caney,
los privilegios que como a naturales concedió la reina Isabel la Católica a los
indios de América, pues se consideró como desaparecida la raza india que
allí se conservaba, quedando los 1000 vecinos del lugar confundidos con los
demás habitantes del país respecto a derechos y obligaciones. (Morales Pati-
ño y Pérez de Acevedo, 1951:387).

Resulta evidente que los aborígenes y su descendencia quedaron atrapa-


dos, con sus tradiciones, en la urdimbre cultural que se gestaba en la Isla,
pero como elementos que contribuirían a la formación de la nacionalidad
cubana.
No pocas veces se ha leído que los aborígenes fueron extinguidos de ma-
nera fácil, por su cobardía y su mansedumbre; al respecto, Francisco Pérez

… 170 …
ABORÍGENES DE CUBA

de la Riva, relata algunos alzamientos de indios en 1543, y cita una carta de


Hernando de Castro, donde se plantea:

(…) que en los veinte años que lleva viviendo en Cuba no ha habido uno en
que no haya habido necesidad de echar sisa para pacificar y conquistar los
indios cimarrones o bravos (…) (1952:313).

Una información similar aparece en las actas del cabildo, celebrado en


1529 en Santiago de Cuba, donde se plantea que hay un rancho de indios
alzados, que también los hay en los términos de Bayamo y Baracoa, refi-
riendo en otros documentos que los indios en aquellos ranchos tienen la-
branzas, donde convivían indios y negros cimarrones.
En 1541, según Morales Patiño, los alzamientos de indios se incrementa-
ron y fueron utilizados aborígenes leales que, junto a los españoles, daban
captura a los huidos al monte.
Es importante hacer una reflexión sobre la presunta conducta asumida
por los aborígenes ante el proceso de colonización, pues en las crónicas se
les describe como muy cobardes o mansos, y que recurrían al suicidio casi
masivo como forma única de solución del problema de la libertad. Estos
criterios se estereotiparon en tal grado, que es lógico suponer que los na-
cidos posteriormente en la Isla, que asumieron posiciones libertarias, no
sintieran nexos de ninguna índole con aquellos que «no lucharon» por su
tierra.
No obstante, la historia revela pasajes donde se encuentra al aborigen
cimarrón en alianza con los negros huidos, luchando por su libertad. Y,
aunque no se cuenta con cifras que indiquen la cantidad de nativos refugia-
dos en lugares intrincados, o no ocupados de manera permanente por los
conquistadores, se puede plantear que el espíritu de rebeldía del cubano
tiene sus raíces en el ímpetu de aborígenes y negros cimarrones que, desde
épocas bien tempranas, se unieron en causa común contra el blanco que los
excluía y oprimía, blanco que utilizaba el enfrentamiento y la fragmenta-
ción de la comunidad primitiva para afianzar su dominación colonial.
El «sometimiento» final de los aborígenes no se debió a rasgos sicológi-
cos: carácter noble, sencillo y pacífico, como se ha pretendido explicar por
algunos arqueólogos e historiadores, sino a las características de su organi-
zación social, incompatible con la superestructura colonial.
Aunque el europeo no fue sometido por la cultura de estas sociedades
aborígenes —como los romanos lo fueron en Grecia— es imposible negar

… 171 …
ABORÍGENES DE CUBA

que el hispano, de alguna manera, asimilara al menos, elementos básicos de


la cultura de los aborígenes en el proceso de adaptación que experimentó a
su llegada a estas tierras.
En Cuba, se han hallado pruebas no solo de la presencia de los aborígenes
en el siglo xix, sino del papel que estos desempeñaron en las gestas de inde-
pendencia. Según José Sánchez Guerra (2000), en la zona de Guantánamo
acontecieron sucesos en torno al levantamiento armado del 24 de febrero
de 1895, y los combates en la zona de Yateras involucraron a los aborígenes
que aún vivían en ese lugar.
Según ese historiador, Periquito Pérez —al que algunos historiadores
creen descendiente de los aborígenes— y los insurrectos, se percataron
de que no habían desarrollado un trabajo de captación para la causa inde-
pendentista con los indios de Yateras. Ese error fue aprovechado por el
comandante colonialista Pedro Garrido Romero, jefe de las Escuadras de
Voluntarios de Santa Catalina del Guaso, quien conociendo el poco con-
tacto de los aborígenes asentados en la zona con la sociedad guantaname-
ra, y con la aprobación del coronel Juan Capello, entregó tierras y útiles
de labranza a los indios; esas tierras correspondían al antiguo realengo del
conde de Mopox y Jaruco, comprendidas entre Rancho de Cedro y Arroyo
Arenal, al oeste de San Andrés, ampliando de este modo las propiedades de
los Rojas (descendientes de aborígenes), lo que dio lugar a desavenencias
entre los Rojas y los Ramírez, por la tenencia de tierras.
Garrido y su subordinado Pedro Lescaille, organizaron un contingente
de indios para que defendieran la zona cafetalera de Yateras, destacamen-
to que se amplió en las zonas de Dios Ayuda, Monte Verde, San Andrés,
San José y en la hacienda de María Dolores Rojas, cercana a Palmarito, así
como en los cafetales de Garrido y Lescaille.
El citado autor reseña acciones combativas en las que participaron los
aborígenes como aliados de la Corona, en especial en abril de 1895, con
la persecución a los expedicionarios de la goleta «Honor», que dirigía el
mayor general Antonio Maceo y su hermano José, obligándolos a disper-
sarse. Uno de estos pelotones, comandado por Exequiel Rojas y Rojas, sor-
prendió el 10 de abril a los generales Flor Crombet y José Maceo en Alto
Palmarito, donde cayó muerto el primero, jefe de los independentistas,
junto a otros combatientes.
Periquito Pérez contactó, a través del comandante Juan de León
Serrano, con los hermanos Araújo y con Silverio Guerra Téllez, para ini-
ciar trabajos de proselitismo y persuasión y, así, sumar a los indios de

… 172 …
ABORÍGENES DE CUBA

Yateras a la causa independentista. Y es Guerra, jefe de la conspiración


—hermano a su vez de José Francisco Rojas Ramírez, cacique mayor de San
Andrés de los Indios—, en unión de Juan Crisóstomo Ramírez Rojas
—cacique menor de la ranchería de José Francisco Caridad Rojas, compadre de
Cristina— quien comienza, a través de esta mujer, a negociar la participa-
ción de los indios a favor de los independentistas, pero la muerte de Flor
Crombet los había comprometido con el gobierno de España y se respira-
ba un ambiente muy hostil y peligroso.
Es precisamente, en una sesión de espiritismo, descrita por el doctor Luis
Morlote (según Sánchez Guerra), donde la patriota Cristina consiguió cam-
biar el curso de la participación de los indios de Yateras en la gesta libertaria
y de este modo se constituyó el batallón «Cacique Hatuey», en el que los
aborígenes y sus descendientes lucharon junto al resto de los mambises por
la libertad de Cuba. El propio Maceo entregó a Cristina y a su esposo José
Francisco Rojas los grados de capitán durante la revista militar que realizara
el jefe mambí con el contingente de indios incorporados a los libertadores.
Estos hechos no solo demuestran la presencia, a fines del siglo xix, de
grupos de descendientes de los aborígenes en la región oriental de Cuba,
sino también su papel en la gesta libertaria.
El historiador Pichardo Moya (1945:8), al realizar un análisis exhaustivo
de este fenómeno, concluye:

(…) Hoy sabemos que es preciso estudiar nuestra historia como pueblo, mi-
rándola desde el pasado hacia el presente; no dando saltos al vacío, sino
encadenando pacientemente todos los eslabones dispersos y atendiendo a la
formación de nuestra personalidad, cuya existencia justificó la independen-
cia… Nuestros grandes hombres del siglo xix no cayeron del cielo: Tenían el
recuerdo de sus antecesores y la esperanza de sus descendientes (…).

Otro elemento que no se puede ignorar es el proceso transcultural que


se llevó a cabo en la Isla; el doctor Oswaldo Morales Patiño y Roberto
Pérez de Acevedo, en el artículo que dedicaron al proceso de transcultu-
ración indohispánica, valoran algunas piezas encontradas en el asiento El
Yayal, Holguín, y plantean:

José A. García Castañeda y Ernesto Segeth reportan el hallazgo de mone-


das españolas. El primero dice que las encontró de hierro, correspondientes
a la época del reinado de Fernando e Isabel. El segundo indica que las suyas
son de 1580, época de la fundación del pueblo de San Isidoro de Holguín.

… 173 …
ABORÍGENES DE CUBA

La fecha de 1580 que apunta Segeth prueba que el lugar estaba ocu-
pado aún después de la abolición de las encomiendas, y después de que
el gobernador Mazariego ordenara la concentración de los indios en po-
blados cercanos a los españoles. Según Rouse, que consigna todos estos
datos, El Yayal puede haber sido un lugar donde los indígenas vivían aún
en 1749. Aquí el proceso de transculturación parece haberse prolongado
más que en otros sitios. (Morales Patiño y Pérez de Acevedo, 1945:14).
El sitio de El Yayal resulta muy interesante para estudiar el proceso del
contacto indohispánico y la transculturación, pero no solo considerando
los materiales que la arqueología ofrece, sino también teniendo en cuenta
lo que desde el punto de vista espiritual ha perdurado en la conciencia de los
pobladores de la región oriental de Cuba.
Es evidente que en el período de convivencia de los aborígenes con los
hispanos y los negros, se produjeron procesos de organización de la con-
ducta, emociones, costumbres y de aprovechamiento de conocimientos
sobre lo que el medio ambiente les proporcionaba; estos trueques cultu-
rales generalmente se traducían en modelos para percibir y relacionar los
objetos materiales y espirituales, no ya en su pureza, sino con la riqueza de
la mezcla.
Tanto los hispanos como los africanos, tuvieron que reconstruir mu-
chos de sus rasgos culturales (costumbres, modos y otros) para adaptarlos
a un medio geográfico que no era el suyo, para lo cual tuvieron que servirse
de la experiencia de los aborígenes, como portadores culturales de todo
lo concerniente al medio ambiente, que no solo se circunscribía al medio
geográfico; así, tanto el negro, con tendencia a aliarse con los aborígenes
—por ser ambos grupos sojuzgados— como los hispanos, se vieron necesi-
tados de incorporar a su cultura modos de consumo y obtención de alimen-
tos, costumbres constructivas, medios de supervivencia y otros rasgos que
conformaron la conciencia de lo que sería posteriormente el cubano, y que
se encuentran aún en la urdimbre de la cultura actual.
Julio Le Riverend (1991:4) considera que:

A este primer contacto se le ha denominado encuentro de las culturas. O sea,


se ha unido lo espacial (geográfico) con lo histórico social. Pero ¿de cuáles
culturas se trata? (…). Es difícil contestar esta interrogación porque a la
diversidad europea se adiciona la indígena (…). De un lado y de otro del
mar eran muchos —no sin rasgos comunes en formación—, incluso, en la
propia España.

… 174 …
ABORÍGENES DE CUBA

No se puede olvidar que la diversidad cultural de los primeros mora-


dores de estas tierras —aborígenes—, una vez en contacto con los recién
llegados —hispanos—, fue objeto de intercambios, que se dieron también
mediante los préstamos y la difusión. Kottak (1997) plantea que la difusión
es directa cuando entre dos culturas se realizan uniones sexuales, se libra
una guerra o se comercia.
En Cuba, desde 1492, se da un intercambio comercial desigual —
cuentas de cristal y espejos a cambio de piezas de oro y piedras precio-
sas—, que luego desaparece con el proceso de la conquista, mediante la
apropiación por parte de los colonizadores de los recursos naturales de
la Isla; sin embargo, el trueque fue un fenómeno que se incrementó con
el avance y desarrollo de las villas; así, en muchas ocasiones se llevaron a
cabo entre los pobladores hispanos que vivían en regiones costeras y los
denominados «indios cayos», intercambios de pescados y mariscos por
productos agrícolas. Estos hechos aparecen reflejados en las actas capi-
tulares de asentamientos como Remedios, en la actual provincia de Villa
Clara.
Sobre las uniones sexuales, aunque no se puede aseverar desde qué fe-
cha se comenzaron a producir, se piensa que se dieron desde los albores de
la conquista y la colonización, pues se conoce que inicialmente no vinie-
ron mujeres del viejo continente acompañando a los hombres, sino mucho
tiempo después, una vez que fueron creadas las condiciones para reunir
a las familias; por tanto, la relación sexual entre indias e hispanos fue un
hecho seguro, máxime cuando no existía ningún tipo de rigidez al respecto
por parte de los colonizadores; años más tarde, con la implementación de
la trata de esclavos, se adicionaron los negros de ambos sexos, conformán-
dose así un mosaico étnico variado y original.
La teoría del etnocidio, junto al reduccionismo y al darwinismo cultural
en sus más diversas expresiones, o bien se han aproximado muy poco a
conocer la cultura de los aborígenes o han enfatizando en el carácter débil
de esta y de su raza. Estas ideas solo han enfocado el análisis cultural desde
una óptica racial, con los criterios propios de la valoración que han impues-
to los eurocentros de poder.
No deja de ser cierto que en los trabajos de Fernando Ortiz, desarrollados
en un contexto social de pujanza racial, las conclusiones fueron categóricas, ex-
cluyendo de manera total lo aborigen en su discurso teórico acerca del aporte
de estos a la conformación de la cultura. Con posterioridad, sus conclusiones
fueron tomadas y, aún lo son hoy día, como verdades absolutas, sobre todo

… 175 …
ABORÍGENES DE CUBA

por la historiografía, así como en los debates sobre la identidad cultural


cubana.
Si como el propio Ortiz planteara: la cubanidad no es un rasgo sino una
cualidad, se debe admitir que en la conformación de esa cualidad, la difu-
sión cultural antes, durante y después de la llegada de los hispanos a esta
Isla, desempeñó un papel esencial. Añádase a este fenómeno la «encultu-
ración» que, como proceso social, permite que la cultura sea aprendida y
transmitida; todos ellos, los aborígenes que ya se hallaban en la Isla y quie-
nes más tarde arribaron de Europa, África, y otras partes del mundo, juga-
ron un papel importante en la conformación de lo cubano.
¿Acaso se podría negar que antes de 1492 hubiera en Cuba un aprendi-
zaje cultural? Está probado que sí, y que la cultura de los aborígenes fue
transmitida de una a otra generación en los diversos grupos sociales que se
encontraban en la Isla, así como entre ellos, mediante mezclas y contactos
de intercambio, en procesos caracterizados por una gran diversidad cultu-
ral; es aquí, en primera instancia, que se dan préstamos y dejaciones en la
construcción gradual de una cultura particular, que se entronca en algunos
rasgos con las de otras áreas americanas; este proceso se complejiza con la
llegada de los hispanos, con su propia amalgama cultural, a todo lo cual se
integran a continuación los africanos.
Las huellas de lo aborigen en la cultura cubana, definitivamente no se
hallan en la pureza de sus rasgos, imposibles de aislar, sino en la madeja de
«lo cubano», pues para el caso particular de Cuba, no se puede hablar de un
proceso de «aculturación», conceptualmente definido como: «intercambio
de características culturales que resultan cuando distintos grupos se man-
tienen en un continuo contacto de primera mano, y las características cul-
turales originales de uno o ambos pueden ser modificadas, pero los grupos
se mantienen separados». (Kottak, 1997:319).
En los intercambios de características culturales entre aborígenes (li-
bres o encomendados), españoles y negros que arriban a la isla desde las
primeras décadas del siglo xvi —según Saco, en Ortiz (1963), entre 1512 y
1514— y a pesar del modelo económico que impuso la colonia, no se da una
separación de los grupos y sí un gran intercambio que rebasaba lo étnico,
pues dado el caso de que los aborígenes fuesen llevados a trabajar a las villas
como servidumbre y esto fuera en detrimento de la unidad étnica (Rey,
2003), ellos estuvieron no menos de seis mil años conformando la esencia
de su cultura particular, que fue transmitida a través de la oralidad, lo cual
posibilitó que sus rasgos no desaparecieran, sino que se mezclaran con las

… 176 …
ABORÍGENES DE CUBA

culturas particulares de los hispanos y los negros en una cultura general


como capacidad compartida de los humanos.
Aunque de todas las culturas que se entroncaron en la Isla fue la abo-
rigen la más excluida, no se debe atribuir este fenómeno a limitantes de
tipo étnico ni a su supuesto atraso, sino a que, entre otros factores, no
fue abordada por los estudiosos desde el relativismo cultural, que aboga
por el análisis de las culturas en sus propios términos —la cultura de los
primeros pobladores siempre se ha comparado con las mesoamericanas
y las europeas, entre otras—, con la consustancial conclusión de lo «atra-
sado» de aquellos que poblaron la Isla, señalando, entre otras cosas, que
al no ser una cultura desarrollada o fuerte, como la hispana o la africana,
desapareció con la extinción física, histórica y conceptual de sus porta-
dores.
Por su parte, el arqueólogo Enrique Alonso considera que:

Se ha encontrado ya información suficiente para esclarecer en algo el mito


de la desaparición de los aborígenes aquí, cuya repetición mecánica está muy
vinculada, entre otros, a problemas de división de las ciencias y a los conse-
cuentes enfoques de perfil estrecho, empleados con anterioridad al abordar
el tema. De tal manera, hay posibilidad de no dar por terminada la histo-
ria de los aborígenes con el inicio de la época colonial de nuestra historia.
(Alonso, comun. pers.).

Quizás tan complejo tema se simplificó mediante dos interrogantes:


¿hubo descendientes de los aborígenes en la Isla hasta épocas medias y tar-
días del proceso colonial?... ¿cuán extensa fue esa descendencia para que
impactara en la cultura cubana?...
Se tiene la certeza de que el paradigma científico de la época en que se
comienza a investigar la cultura aborigen, determinó el enfoque de algunas
investigaciones; no obstante, lo más alarmante es que hay que admitir que
dichas ideas se encuentran muy arraigadas, sobre todo en la cultura y en la
educación en general.
Siguiendo a Fernando Ortiz (1963:152), cuando asevera: (…) «que la
cubanidad no la da el engendro: no hay una raza cubana», parece más ab-
surda la exclusión de lo indígena en la formación de la cubanidad. Si el
etnocidio hubiese ocurrido tal y como se ha venido planteando por algunos
investigadores y la raza aborigen hubiera desaparecido totalmente en el
siglo xvi ¿se podría asegurar que en el breve tiempo de convivencia con los

… 177 …
ABORÍGENES DE CUBA

hispanos, ellos no legaron a su descendencia rasgos sicosociales? Es lógico


suponer que, aun cuando el mestizo de sangre india lo quisiera evitar en su
imitación del blanco civilizado, de algún modo quedaron en su conciencia
rasgos de la cultura aborigen.
Los aportes de las sociedades aborígenes al patrimonio cultural tangible
e intangible de los cubanos, como resultado de los procesos transcultu-
rales, son harto evidentes, entre otros muchos casos, porque el ganadero
(montero), el pescador, el leñador, el carbonero, el sitiero y el artesano,
durante el período colonial temprano (siglos xvi al xviii) necesitaron el
aporte de la cultura tradicional del aborigen para cumplir sus funciones y
hasta para subsistir.
Verdaderamente, el proceso de transculturación comienza en la Isla con
su poblamiento prehispánico, con el arribo de diferentes grupos étnicos
procedentes de otras islas y del ámbito continental circumcaribeño, que lle-
garon al archipiélago en pequeños grupos a lo largo de milenios. Ahora bien,
cuando los ibéricos, procedentes también de un interesante mosaico cultu-
ral, se ponen en contacto con estas comunidades, se desarrolla un proceso
de toma y daca o préstamos culturales mutuos, aunque desde el propio siglo
xvi la historiografía colonialista y más tarde la burguesa, le vienen poniendo
fin de un plumazo, con la supuesta «muerte» histórica de aquellas sociedades
primigenias.
Al respecto, Pichardo Moya (1945:6) en un discurso pronunciado en la
Academia de Historia, planteaba:

(…) No es tan difícil vislumbrar huellas de su existencia en incidentales no-


ticias de los siglos xvii y xviii, y aún del siglo xix, y podemos percibir hoy su
herencia en nuestro vocabulario y en determinadas costumbres de algunos
núcleos de nuestra población (…), y podemos creer que nuestros indios no
desaparecieron tan pronto ni tan totalmente como se ha venido estimando,
y que su ausencia de aquellas páginas —aceptadas como prueba de la total
extinción— puede mejor explicarse por singulares actitudes de nuestros his-
toriadores (…).

Ya se había apuntado cómo los llamados «censos», oscurecidos por una


información escasa y dispersa, ratificaban la idea del etnocidio; además,
muchos de los archivos de las primeras villas desaparecieron, debido a la
piratería que las acosó desde el siglo xvi hasta el xviii; también es válido
señalar que los documentos de Indias no estuvieron a mano de los prime-
ros historiadores como Morell de Santa Cruz, Arrate y Urrutia, quienes

… 178 …
ABORÍGENES DE CUBA

además, apoyaban el culteranismo y desechaban al aborigen. Según Pichar-


do Moya, concluye:

(…) Los que luego escribieron sobre Cuba —La Sagra, Arboleya, Pezuela—
pudieron utilizar más amplia documentación; sobre todo la de Pezuela, sa-
bemos que fue formidable; pero ellos escribían la historia de una colonia
española cuando estaban amargadas sus relaciones con la Metrópoli, de la
que eran hijos distinguidos y naturalmente simpatizantes (…). Y por lo que
abonaban a favor del ideal de «compenetración», era aceptada sin discu-
sión la escasa población indocubana precolombina, su rápida extinción, y
su negativa influencia en la formación del cubano. Una mejor disposición a
percibir lo indígena en nuestro pueblo y su desarrollo, se nota en Rodríguez
Ferrer y en Guiteras, que sentía en lo íntimo la cubanidad (…). Lograda la
independencia, pecamos los cubanos en sentido contrario al de los historia-
dores coloniales, cegados por el deslumbramiento de nuestra epopeya liberta-
dora. Despreciamos nuestro pasado, del que solo nos interesaban los errores
y despotismos metropolitanos, que justificaban y precipitaban la indepen-
dencia obtenida. Hicimos nuestra historia más patriotera y polémica que
sólidamente patriótica y científica. (Pichardo Moya, 1945: 7-8).

Resulta evidente que ese vacío histórico, ese silencio cultural sobre lo
precolombino, sumió en una ignorancia casi total al pasado más remoto
cubano, lo que lamentablemente aún se arrastra.
Robaina (2003:52), refiriéndose al concepto «transculturación» de
Ortiz, señala:

Sin embargo, resulta contradictorio que, pese a la existencia dialéctica del


concepto orticiano de transculturación y los planteamientos mencionados
aquí, este reconocido intelectual cubano negara la importancia del compo-
nente aborigen en nuestra cultura, limitándolo al aporte de algunos voca-
blos, objetos y unas pocas técnicas, entre otros elementos, como la dieta de
ciertos tubérculos y otros aspectos puntuales que se pierden en la urdimbre
identitaria cubana. Los aspectos de la espiritualidad aborigen quedaron ex-
cluidos en el discurso de Ortiz, quién anuncia la muerte del taíno al asegu-
rar que ha muerto su música, sus instrumentos, cantos y bailes, sus símbolos,
sus artes plásticas, sus ídolos y su religión. «Todo lo sacro de los indios murió
y se fue con ellos», dice. Y este parece ser el epitafio de Ortiz sobre el sepulcro
que cavó para la herencia cultural aborigen en Cuba, a la que reconoce sola-
mente un aporte trascendental para la cubanía: el tabaco.

… 179 …
ABORÍGENES DE CUBA

A esto se añade que ese análisis se circunscribe a la época en que Ortiz vivió
y al nivel de conocimiento alcanzado por la disciplina arqueológica entonces,
lo que pudiera ser el motivo del marcado enfoque étnico, contradictorio en
esencia, cuando también asume el carácter «mestizo» de la cultura cubana.
García Castañeda (1948:203-204) alude al proceso transcultural indo-
hispánico que se produce en Holguín en 1512, donde los españoles trajeron
consigo objetos de su cultura a la aldea (hoy sitio arqueológico) de El Yayal:

(…) pero mientras sus granos se sembraban y se cosechaban y sus animales se


reproducían, se ve necesitado del indio holguinero, de tomar los alimentos
por él preparados, de las raíces y granos por él cosechados, descubriendo con
ese contacto que su pan de yuca o casabe duraba más que el suyo sin des-
componerse, que su ajiaco era nutritivo, que sus raíces alimentaban, que sus
animales tenían buen sabor, que sus frutas eran exquisitas, que su algodón
era comerciable, que su tabaco era de buena calidad, haciéndolos en defini-
tiva suyos e incorporándolos a su economía, transportándolos a su cultura,
produciendo en ello la transculturación de lo indio a lo del español (…).

Sin embargo, no solo en la cultura material se da este proceso, sino tam-


bién en la espiritual, que no es medible como la anterior, pero es en ella don-
de se establecen las relaciones sociales y de intercambio entre el colonizador
que llega sin mujer y que allí la encuentra, y como resultado aparece un ente
nuevo, portador de una nueva cultura resultado del maridaje cultural.
Las Casas, según García Castañeda (1948:203), refiriéndose a otros ele-
mentos incorporados por los hispanos, plantea que este: (…) «siembra el
maíz, grano indio, para comerlo y alimentar sus animales, hace suyo los
nombres de lugares, ríos, regiones montañosas, animales y plantas» (…).
Sobre el período de transculturación indohispánico, Morales Patiño y
Pérez de Acevedo (1945:18-19) se refieren al mismo como:

(…) breve espacio de tiempo, durante el cual ocurrió un intercambio de cos-


tumbres, vocablos, útiles, enseres, etc., entre los indoantillanos y los españo-
les, comprobado por las piezas arqueológicas y por la persistencia de algunos
vocablos en la toponimia, así como ciertos objetos y costumbres que han lle-
gado hasta nuestros días.

Es apreciable cómo las ideas del etnocidio habían prendido desde el si-
glo xix y los primeros arqueólogos, influenciados por el positivismo como
corriente filosófica, limitaban sus trabajos a la descripción del hallazgo

… 180 …
ABORÍGENES DE CUBA

material, quedando fuera del discurso el hombre que lo utilizó. No obstan-


te, estos trabajos constituyeron importantes aportes, pues llevaron al de-
bate, en las primeras décadas del siglo xx, temas que algunos historiadores
habían dado por zanjados. Sin embargo, es prudente apuntar que el proceso
de transculturación en Cuba no se desarrolló en una etapa tan breve como
se ha planteado, en tanto se ha encontrado en la cultura tradicional de los
cubanos todo un legado que, a todas luces, tiene procedencia aborigen, al
que se adicionan elementos materiales y espirituales de los hispanos, ne-
gros, franceses, asiáticos, ingleses, judíos y otros que también resultaron
«ingredientes» de ese «ajiaco» con el que, tan certeramente Ortiz comparó
a la cultura cubana.
Entre los elementos espirituales mencionados, es imprescindible citar
a los curanderos —matiaberos—, como personajes populares que atesora-
ban toda la amalgama cultural que se daba en la Isla, con una gran herencia
de behiques, bohitos o sanadores aborígenes.
Fernando García y Grave de Peralta (1950:35-36) lo afirma como sigue:

(…) Para nosotros, esta clase de individuos se hizo interesante, porque indu-
dablemente conservan, desde los tiempos de la conquista, la tradición de los
behiques y bohitos aborígenes… la práctica de su ciencia es la misma que la de
aquellos: golpes dados con cordones hechos de bejucos, extracción de piedras,
bichos, pequeños animales, administración de pócimas hechas con hierbas
silvestres, aguas magnetizadas o bendecidas, aciertos espirituales, bálsamos
tranquilos, espíritus vencedores,… manteca de ranas, de majá y otros, y final-
mente el despojo, para sacar del cuerpo del enfermo el ser que perturba (…).

También se refiere a los curanderos como una plaga, que abundaba en


esa época en Puerto Padre, Las Tunas, Holguín y Jiguaní. Llama la atención
sobre un hombre llamado Luis Ramírez —probablemente descendiente de
aborigen, si se tiene en cuenta su apellido y la zona donde ejercía sus prác-
ticas—, quien entre 1902 y 1904, realizaba visitas para ejercer la curandería
en la provincia de Oriente.
En su botiquín, luego de un registro, se encontraron tres hachas abo-
rígenes del tipo cuneiforme que este hombre utilizaba para calmar las ce-
faleas, junto a las hojas de caisimú debajo del sombrero, o la piel fina que
sueltan los jubos. Y sobre las hachas del curandero, informa que (…) «di-
chas hachas habían sido compradas por un negro curandero de Santiago de
Cuba, y procedían de las cercanías del ingenio Hatillo de la jurisdicción de
Palma Soriano». (Ibídem: 36).

… 181 …
ABORÍGENES DE CUBA

Nótese cómo este artefacto aborigen pasó a la cultura de los africanos y,


de estos, probablemente a sus descendientes criollos, lo cual indica que los
préstamos fueron mucho más directos de lo que se ha pensado hasta el pre-
sente. Se pudiera agregar que en la actualidad se mantiene el uso del hacha
petaloide por las religiones de ascendencia africana, y es denominada por
los santeros «piedra de rayo», utilizándola como elemento de las ofrendas
que dedican a sus dioses y orishas.
García Grave de Peralta (1940) también se refiere a los matiaberos, hom-
bres que constituyeron una secta, que no peleaban ni servían a la causa de la
independencia de Cuba, y se dedicaban a las prácticas religiosas, matizadas
de creencias cristianas, de espiritismo, de fetichismo africano y de elemen-
tos de la «religión» de los antillanos. Estos matiaberos empleaban oraciones,
exorcismos, frases procedentes del lenguaje de los aborígenes y de los africa-
nos, plumas, piedras, huesos, caracoles y golpes propinados en determinadas
regiones del cuerpo, para la curación de enfermedades o el despojo de los
malos espíritus. Evidentemente, en las prácticas de sanación de estos curan-
deros, se encuentra un gran sincretismo religioso.
Fernández de Oviedo (1851), en su Historia General y Natural de las Indias
(Libro V:126), aludiendo a los behiques, plantea:

(…) E tenian ciertos hombres entre si que llamaban bohití, que servían de
auríspices ó agoreros adevinos (…). Estos, por la mayor parte eran grandes
hervolarios é tenian conoscida las propiedades de muchos árboles é plantas é
hiervas; é como sanaban á muchos con tal arte teníanlos en gran veneración
é acatamiento (…). Una cosa he yo notado de lo que he dicho y passaba entre
esta gente y es que el arte de adevinar y quantas vanidades los cemies daban
a entender á esta gente, andaba junto con la medicina el arte mágica (…).

Es evidente que el curandero, tan popular antes del triunfo de la Revolu-


ción, debido a la ausencia de médicos, sobre todo en los campos, y a la impo-
sibilidad de pagar este servicio para la mayoría, se consagró como sanador y
adivinador, al parecer como portador de tradiciones espirituales heredadas
de los behiques, que se fueron mezclando en una urdimbre mágico religiosa,
en la que confluyeron todas las religiones que se encontraron en la Isla.
Por su parte, el cronista Francisco López de Gómara (s/f, Tomo I: 66-
67), refiriéndose a los behiques y sus curaciones, afirma:

(…) a los cuales llaman bohitis; son casados con muchas mujeres (…). Tienen
grande auctoridad, por ser médicos y adivinos con todos, aunque no dan

… 182 …
ABORÍGENES DE CUBA

respuestas ni curan sino a gente principal (…) hacen mil visajes con la cabeza
y soplan luego el paciente y chúpanle por el tozuelo, diciendo que le sacan por
allí todo el mal (…) algunas veces muestran una piedra o hueso o carne que
llevan en la boca y dicen que luego sanará, pues le sacaron lo que causaba el
mal, guardan las mujeres aquellas piedras para bien parir, como reliquias
santas. (…) Muchas viejas eran médicas, y echaban las melecinas con la boca
por unos cañutos. Hombres y mujeres todos son muy devotos.

A modo de conclusión, se puede señalar que el curandero nació como expre-


sión, sincrética y transcultural, de todas las creencias que confluyeron en la Isla.
Las Casas dijo textualmente: «los indios tenían compuestas como coplas
sus motetes y coros en honor de nuestra Señora, que en sus bailes y dan-
zas, que llamaban areito, cantaban dulces, a los oídos bien sonantes». Lo
cual ocurriría después de 1511, cuando la invasión ocupadora del adelantado
Diego Velázquez de Cuellar.
Peña y Rodríguez (2000) mencionan el hallazgo de las imágenes de Taguabo
y Maicabó por Alejandro Reyes de Atencio (Nando) en la cueva del Júcaro,
municipio Antilla, Holguín; este hombre y su madre, ambos espiritistas de gran
reputación en la zona, cuando dieron a conocer las condiciones en que se pro-
dujo el descubrimiento de estos cemíes, lograron que se desatara en el pueblo
todo un culto a las figuras, que duró aproximadamente desde 1928 hasta 1950.
La leyenda de estos cemíes, según las autoras, le fue transmitida a Nando
en un sueño, y estaba asociada a una gran sequía que acontecía en la zona
por esos días y, a raíz del hallazgo, se produjeron lluvias que hicieron que los
pobladores, conocedores del hecho, sacaran en procesión a Taguabo, acom-
pañándolo con rezos del padre nuestro.
Tanto la procesión como la plegaria, son elementos que provienen del
cristianismo y se funden con la adoración de un cemí; estos elementos de la
espiritualidad perduraron en las Antillas durante la primera mitad del siglo
xx y, aunque desde el punto de vista antropológico no se pueda hablar de
comunidades aborígenes activas hoy en Cuba, culturalmente su herencia
sorprende a cada momento, pues su cultura trascendió a su raza.
Cosculluela (1951:78), en sus expediciones a la Ciénaga de Zapata, apor-
ta elementos significativos que ratifican los aprendizajes culturales que se
desarrollaban en la Isla:

En variados territorios se establecieron lo que se designó como Estancias de


Casabe y Puercos, y en ellas, a la par que se sembraba la yuca y otras vian-
das, fomentábanse las crías de cerdo (…).

… 183 …
ABORÍGENES DE CUBA

Este autor se refiere a la sociología en la Ciénaga de Zapata, en la época


en que se asentaron personas emparentadas con antiguos bucaneros en el
siglo xix, los que probablemente tuvieron contacto con descendientes de
los aborígenes, pues el lugar donde estos perduraron más fue en Macorix,
cacicazgo fundado en terrenos de Cubanacán, ocupado por indios que se
mantuvieron en su territorio hasta finales del siglo xvii, comandados por
el cacique Yotalogo, y que guerrearon con los españoles bajo las órdenes
de Cristóbal de Sotolongo. Las cuevas de la península sirvieron de refugio a
los aborígenes, que probablemente vivieron allí por años, lo que explica el
comportamiento sicológico de estos descendientes de bucaneros, al vivir
en la ciénaga a la usanza de los aborígenes.
Y agrega Cosculluela:

Circundando un gran batey, que los cienagueros utilizan como corral, se


levantan numerosos bohíos, donde habitan las familias cienagueras (…). En
cada uno de los poblados existe un jefe cuya voluntad acatan sus pobladores;
entre ellos todo es común, y al igual que sucedía entre los indígenas cubanos,
desconocen la palabra propiedad, lo mío y lo tuyo (…). El ganado lo poseen
en comunidad, el producto de la caza y las siembras, las pieles, los cueros,
todo en fin, pertenece a la comunidad; y hasta la voluntad individual está
enajenada por entero al Jefe de la tribu, sin cuyo consentimiento nada puede
hacerse, y las empresas diarias más triviales, deben de ser ordenadas por él
de antemano.

Refiriéndose a los habitantes de cayo Ramona, dice: «Practican miles de


supersticiosas operaciones para todos los accidentes de la vida, y casi todas
ellas tienen un origen indígena marcado. Las leyendas de los cienagueros
tienen también ese origen».
Por último, se hará referencia al tabaco, considerado una de las pocas
herencias culturales que nadie se atrevería a discutir como un legado de
los aborígenes. Debido al profundo trabajo realizado por Fernando Ortiz
(1963) en Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, solo se reseñarán aquellos
aspectos más significativos de su uso y propagación.
Según el cronista Fernández de Oviedo (1851:130):

(…) usaban los indios desta isla entre otros sus vicios uno muy malo, que es
tomar unas ahumadas, que ellos llaman tabaco, para salir de sentido. Y esto
hacian con el humo de cierta hierva que, á lo que yo he podido entender, es
de calidad del beleño (…) la qual toman de aquesta manera: los caciques é

… 184 …
ABORÍGENES DE CUBA

hombres principales tenian unos palillos huecos del tamaño de un xeme ó


menos de la groseza del dedo menor de la mano, y estos cañutos tenian dos
cañones (…). Los indios que no alcanzaban aquellos palillos, tomaban aquel
humo con unos cálamos o cañuelas de carrizos, é á aquel tal instrumento con
que toman el humo, ó á las cañuelas que es dicho llaman los indios tabaco, é
no a la hierva (…). Esta hierva tenían los indios por cosa muy preciada, y la
criaban en sus huertos é labrancas para el efecto que es dicho (…). Sé que al-
gunos chripstianos ya lo usan, en especial algunos que estan tocados del mal
de las buas, porque dicen los tales que en aquel tiempo que están assi trans-
portados no sienten los dolores de la enfermedad (…). Al presente muchos
negros de los que están en la ciudad y en la isla toda, han tomado la misma
costumbre, é crian en las haciendas y heredamientos de sus amos esta hierva
para lo que es dicho, y toman las mismas ahumadas ó tabacos; porque dicen
que, quando dexan de trabajar é toman el tabaco, se les quita el cansancio».

Las propiedades del tabaco quedan referenciadas desde 1665, cuando


Nicolás Monardes (sevillano) divulga en una obra que posteriormente am-
pliaría, las virtudes del tabaco, así como las propiedades medicinales de
todas aquellas plantas que se llevaron del nuevo al viejo mundo.
Por su parte, un jesuita español, Bernabé Cobo (1572-1659), alude al uso
dado al tabaco para curar enfermedades, aplicado este ya fuera con la hoja
verde, seca, en polvo, en humo, en cocimiento y de otros modos, todo lo
que la curandería ha resguardado en la memoria del pueblo cubano.
En el siglo xvi, la hoja fue llevada a Francia desde Portugal por Jean
Nicot, como obsequio a la reina Catalina de Médicis, quien lo utilizaba en
polvos para aliviar sus jaquecas, por lo que fue conocido en ese país como
«hierba de la reina».
De La Florida llegó a Lisboa y fue sembrado en los jardines del rey, como
expresión silenciosa de uno de los elementos culturales más propagados y
trascendentales del mundo cosmogónico y cultural de América. El tabaco
conquistó el viejo continente, en tanto sus pobladores lo consumían de las
más diversas maneras, y los conquistadores fueron conquistados para siem-
pre por el embriagador embrujo del aroma del tabaco americano.

Parte II
De Nicot se derivó su nombre científico, Nicotiana tabacum. El uso de esta
planta en la farmacopea contribuyó a extender su fama por todo el mundo

… 185 …
ABORÍGENES DE CUBA

y, según Robert Cudell, a finales del siglo xvi se usaba en forma de tinturas,
cosméticos, píldoras, polvos, siropes, lavados, ungüentos y otros produc-
tos para curar cólicos intestinales, erupciones cutáneas, fracturas óseas, así
como en el tratamiento de la epilepsia, del asma y de la peste. Tal fue la
popularidad del tabaco, que el médico alemán Johann Neander, publicó el
texto Tabacología, donde enumera las diferentes aplicaciones del tabaco en
la medicina.
En el siglo xvii estaba tan difundido en Europa que, en 1635, una or-
denanza parisina prohibió su venta por parte de personas que no fueran
farmacéuticos. Lo cierto es que los aborígenes utilizaron el tabaco con
múltiples usos y que el conocimiento que poseían sobre esta planta y sus
funciones curativas se lo trasmitieron a los europeos y a sus descendientes
comunes.
El empleo de la cohoba por parte de los behiques, según Francisco
López de Gómara (s/f, Tomo XXII: 173) fue como sigue:

Para curar algo, toman también aquella yerba cohoba, que no la hay en
Europa; enciérranse con el enfermo, rodeándolo tres o cuatro veces, echan
espumajos por la boca, hacen mil visajes con la cabeza y soplan luego al
paciente y chúpanle (…).

Refiriéndose a sus propiedades antirreumáticas, Bernabé Cobo (en


Ortiz 1963:138-139) plantea:

(…) el cual hacen y aderezan con tantas cosas aromáticas como clavos, al-
mizque, ámbar y otras especies olorosas, que da en si gran fragancia. To-
mado de esta manera cuando es menester decargar la cabeza, divierte los
corrimientos della, sana los reumas y hace otros saludables efectos.

Según Ortiz (1963:169), los monteros en Cuba utilizaban la hoja del ta-
baco en cocimiento como vomitivo, costumbre aprendida de los aboríge-
nes, al que añadían azúcar, y que Las Casas, en Ortiz, refiere:

Tenían otro uso nuestros indios, que parecía vicio, pero no por vicio, sino por
sanidad lo hacían, y éste fue que acabando de cenar (cuya cena era harto del-
gada) tomaban ciertas yerbas en la boca (…), las cuales primero las marchi-
taban al fuego, y envolvíanlas en un poco ceniza, y puestas como un bocado
en la boca sin tragallo, les revuelve el estómago é idos al río… les provocaba
echar lo que habían cenado (…).

… 186 …
ABORÍGENES DE CUBA

El tabaco sobrepasa los límites de lo cotidiano, se inserta en el culto


ritual de los africanos; no obstante, según Ortiz (1963:254):

Tampoco en las prácticas rituales de los contemporáneos y actuales cultos afro-


cubanos interviene el tabaco como elemento fundamental. Los dioses negros de
África no fuman, pero la fuerza del impulso sincretista, aun cuando apremia-
da por la mimética defensiva, ha hecho que el tabaco haya sido incorporado a los
elementos instrumentales secundarios de su liturgia y de su magia (…). El tabaco
de los indios, pasó pues a los negros sin repercusiones de sentido religioso y, por
tanto, sin entrelazarse radicalmente con sus instituciones sociales.

Este criterio es sumamente categórico y contradictorio, y se desconoce


qué fuentes consultó Ortiz para pronunciarse tan sentenciosamente, pues
la arqueología y las crónicas han demostrado que los aborígenes utilizaban
el tabaco en sus ritos y que, rápidamente, este fue incorporado —no con
una función mágica, sino inmerso en la vida cotidiana— por los hispanos y
los negros, por lo que no se descarta la posibilidad de que en el proceso de
préstamos y readaptaciones culturales los negros aprendieran e incorpora-
ran el tabaco a sus funciones rituales.
Al respecto Lidia Cabrera (1954, Tomo II: 547) plantea:

Elaborado es, como hemos visto, la ofrenda que más aprecian las divinida-
des masculinas. Todos los orishas varones fuman y mastican anduyo. Les en-
canta el rapé (…). El jugo de la raíz, de las hojas y flores, de los tallos verdes
en sazón, sirve, con algunas yerbas más, para obtener un gran emoliente. El
cocimiento de las hojas, para curar el pasmo. Como vomitivo, una breva; en
infusión, a cucharadas (…).

Lo cierto es que todos aquellos que llegaron a estas tierras después de


1492, tomaron de los aborígenes no solo las técnicas para el cultivo del ta-
baco, sino aquellos aspectos relacionados con los numerosos mitos y le-
yendas que envuelven a esta planta y que de algún modo reacomodaron e
incorporaron, y su reflejo quedó para siempre en la curandería; esto explica
cómo llegaron hasta hoy las propiedades curativas de esta planta como ver-
mífugo, antidismenorreico, antirreumático, antialopécico, antialmorraico
y, también, el nefasto vicio de fumarlo.
En conclusión, de todo lo expuesto hasta aquí, es evidente que los
criterios absolutistas de algunos historiadores con respecto a la desapari-
ción de los aborígenes pasados, los primeros momentos de la conquista y la

… 187 …
ABORÍGENES DE CUBA

colonización, condujeron, en el ámbito científico-cultural, a la reiteración de


la idea del etnocidio y, por tanto, la historia de Cuba se construyó a partir de
la fecha del llamado «descubrimiento», desconociendo totalmente la historia
precolombina.
No sería sino hasta los años cuarenta y cincuenta, que una nueva ten-
dencia asumiría la negación de la extinción absoluta del indio: Felipe Pi-
chardo Moya marca un importante hito en la arqueología de Cuba, él logra
certeramente desarrollar, a través de sus trabajos de campo y de su sólida
obra escrita, una posición, objetiva y dialéctica, sobre la permanencia abo-
rigen durante el proceso de formación de la nacionalidad cubana. (Robaina
et al., 2003:53).
Es lógico suponer que el aborigen ocupó en la organización social colo-
nial un estrato inferior, que inmediatamente se relacionó con lo que hoy se
llama «cultura baja», pero que se insertó en la cultura popular, producto de
los procesos de transculturación y sincretismo que se llevaron a cabo en la
Isla, donde todas las culturas que confluyeron se maridaron; no obstante,
los primeros historiadores de Cuba —por pertenecer o estar muy vincula-
dos con las clases sociales tributarias de la llamada «alta cultura», que es la
que referencian—, si en algún momento tratan sobre la cultura de las clases
bajas, lo hacen desde una óptica deformadora de la realidad y siempre res-
pondiendo a los centros de poder. Por tanto, al estereotiparse la desapa-
rición de los aborígenes desde el siglo xvi, ellos quedaron excluidos como
tributarios a la formación de la cubanidad.
Es un hecho cierto que, tanto en la cultura tangible como en la intan-
gible, se encuentran referentes aborígenes que rebasan la toponimia y el
tabaco, únicos elementos que se han tenido en cuenta por ciertos teóricos;
así, se halla un conjunto de valores, creencias, conocimientos, organiza-
ción de la vida cotidiana y costumbres, que dan sentido a las vidas de hoy,
tradiciones y valores que singularizan a los cubanos. La identidad cultural
cubana está matizada por una gran diversidad que se amalgamó a través del
tiempo, y que los hace originales y creativos; no es importante cuánto de
aborigen, hispano o africano se encuentre en ella, siempre que se entienda
que la historia no comenzó en 1492, y que la nacionalidad emergió de una
historia que comenzó muchos milenios antes.

… 188 …
Anexos

Fig. 1. Configuración física del área circuncaribe entre el año 20 000 y el año 5000 a.p.,
según E. Tabío, 1978. Las líneas más gruesas representan la configuración actual. La flecha
en líneas intermitentes representa una posible ruta del poblamiento más temprano.

… 189 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 2. Circulación de las aguas en el mar Caribe y el golfo de México.

… 190 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 3. Reconstrucción hipotética de los


aborígenes apropiadores tempranos, según
J. Martínez.

Fig. 4. Reconstrucción hipotética de un


refugio temporal de los apropiadores tem-
pranos, según H. Carmenate.

… 191 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 5. Herramientas y preforma de los sitios arqueológicos Seboruco 1 (Sb1) y Seboru-


co 5 (Sb5). 1 y 3: punta con espiga tipo Courí; 2: gran lasca alargada y masiva.

… 192 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 6. Herramientas del sitio arqueológico Melones 10. 1: herramienta polifuncional en


lámina con tres o más funciones; 2: Lámina retocada con muesca o muescas en uno o dos
bordes.

… 193 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 7. Herramientas del sitio arqueológico Melones 11. 1: herramienta polifuncional en


lámina con tres o más funciones; 2: lámina retocada con muesca o muescas en uno o dos
bordes; 3 y 6: punta con espiga tipo Courí; 4: punta con lascados profundos en la superficie
dorsal junto a la base tipo Seboruco; 5: punta con hombro.

… 194 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 8. Herramientas del sitio arqueológico Melones 21. 1: lasca con muesca o muescas en
un borde; 2: lasca con retoque denticulado en un borde; 3: hacha de pico tipo Seboruco;
4: tajadera en lasca masiva retocada; 5: lámina con retoque denticulado.

… 195 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 9. Herramientas del sitio arqueológico Levisa 8. 1: preforma laminar masiva; 2, 3 y 5:


lámina cuchillo con borde dorsal romo con retoque y corteza natural; 4: lámina con espiga
retocada de modo alterno; 6: punta con hombro.

… 196 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 10. Herramienta y núcleos del sitio arqueológico Levisa 8. 1:


núcleo subcónico con plano de golpeo sencillo e inclinado; 2: núcleo
subprismático para la obtención de láminas; 3: herramienta sobre
núcleo discoidal.

… 197 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 11. Grandes martillos de los sitios arqueológicos Melones 10 y Melones 15.

… 198 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 12. Hacha mariposoide del sitio arqueológico Seboruco 5.

… 199 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 13. Pictogramas descubiertos en la cueva de los


Cañones, en Farallones de Seboruco.

Fig. 14. Pictograma de carácter abstracto en la cueva


de los Cañones en Farallones de Seboruco.

… 200 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 15. Pictograma de carácter abstracto en la cueva


de los Cañones en Farallones de Seboruco.

Fig. 16. Esquema hipotético de poblamiento de Cuba por apropiadores medios


provenientes de las costas venezolanas.

… 201 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 17. Reconstrucción hipotética de un aborigen


apropiador medio, según J. Martínez.

Fig. 18. Cráneo exhumado en la cueva de La Santa,


provincia de La Habana. No presenta deformación
artificial, lo que es característico de los aborígenes
apropiadores en Cuba.

… 202 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 19. Representación hipotética del sistema de asentamiento de los aborígenes apropia-
dores medios en una subregión físico geográfica de Cuba (península de Guanahacabibes).

Fig. 20. Reconstrucción hipotética del uso del fuego y otras actividades económicas de las
comunidades de apropiadores medios, según J. Martínez.

… 203 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 21. Herramientas de piedra tallada de los aborígenes apropiadores medios de Cuba.
1-2: raedera-cuchillo tipo Guayabo Blanco; 3: raedera simple; 4: raedera transversal doble;
5,7: lasca parcialmente bifacial con retoque denticulado; 6: raedera doble típica; 8: pieza
discoidal con retoque denticulado; 9: lasca con muesca o muescas en un borde; 10: lasca
con muesca o muescas en la cima; 11: lasca con retoque denticulado en dos bordes; 12:
lasca microlítica retocada; 13: tajador parcialmente unifacial (1-3 Guayabo Blanco, 4 cueva
Funche, 5-7 El Carnero, 8,11-12 Jutía, 9-10 cueva del Muerto, 13 laguna de Potosí).

… 204 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 22. Medios de trabajo (instrumentos) de piedra en volumen de comunidades de


apropiadores medios en Cuba. I-III: percutores de hoyuelo; IV: percutor-majador en
canto rodado de bauxita pétrea; V: majador de arenisca; VI: majador de cuarcita; VII:
percutor-majador cónico de bauxita pétrea; VIII: piedra moledera; IX: mortero en canto
rodado de bauxita pétrea; X: mortero múltiple en fragmento de formación secundaria.

… 205 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 23. Medios de trabajo (artefactos) y piezas de carácter ceremonial de piedra en


volumen de apropiadores medios en Cuba. I-II: majador cónico; III-IV: mortero; V: vasija;
VI: esferolitia; VII-IX: gladiolito.

… 206 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 24. Artefactos elaborados en la concha del


molusco marino Strombus gigas por apropiadores
medios en Cuba, según H. Carmenate. 1: Guamo
o fotuto y su modo de empleo; 2: vasija.

Fig. 25. Entierros exhumados en el área no. 2


de la cueva de Calero, provincia de Matanzas.
1: entierro no.11 en posición decúbito supino;
2: entierro no.28 en posición flexada.

… 207 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 26. Pictogramas asignados a aborígenes apropiadores medios de Cuba.


I: cueva de Jorge Félix, Valle de Luis Lazo, Pinar del Río; II-III: cueva
de Camila, Valle de Luis Lazo, Pinar del Río; IV: Solapa La Perdiguera,
San Carlos, P. del Río; V: cueva del Pirata, Caguanes, Sancti Spíritus;
VI: cueva de Punta del Este, Isla de la Juventud.

… 208 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 27. Reconstrucción hipotética de la elaboración del pictograma central de la cueva


de Punta del Este, Isla de la Juventud, por comunidades de apropiadores medios, según
J. Martínez.

… 209 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 28. Herramientas de piedra tallada de comunidades de apropiadores tardíos en el


sitio arqueológico Playita, costa norte de la provincia de Matanzas. 1, 2 y 18: lámina con
retoque alterno en dos bordes; 3-5: lámina con retoque inverso semiabrupto en uno o
dos bordes; 6: Laminilla tipo Aguas Verdes; 7, 8 y 19: lámina puntiaguda con retoque; 10:
lasca microlítica retocada; 11-14, 24 y 26: lámina retocada con muesca o muescas en uno o
ambos bordes; 15 y 33: lámina regular retocada en un borde; 16, 21, 25, 29, 32, 35 y 36:
laminilla-cuchillo con borde dorsal giboso y romo; 17, 20, 22, 23, 27, 28, 30 y 31: laminilla-
cuchillo con borde dorsal arqueado y romo; 34: raspador sobre lámina microlítica; 9, 37,
38, 41-49, 51-54, 69, 74, 76, 78 y 79: punta simple tipo Canímar; 39 y 40: preformas de
punta simple tipo Canímar; 55-68, 70-73, 75 y 77.

… 210 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 29. Herramientas de piedra tallada de comunidades de apropiadores tardíos en los


sitios arqueológicos Aguas Verdes (1-3 y 13); Canímar 1 (4-8); cayo Jorajuría (9 y 10); Playita
(11, 14-16); todos en la costa norte de la provincia de Matanzas y Arroyo del Palo (12) en
la costa norte de la provincia de Holguín. 1 y 2: pieza esquirlada bipolar torcida; 3: pieza
esquirlada bipolar típica; 4: punta simple tipo Canímar; 5 y 6: punta doble tipo Canímar;
7: laminilla tipo Aguas Verdes; 8: perforador ancho tipo Canímar; 9: punta microlítica
triangular de base convexa; 10: punta microlítica triangular de base recta; 11: perforador
doble; 12: perforador con buril; 13: perforador tipo Aguas Verdes; 14: núcleo microlítico
cónico con la base ligeramente cónica; 15: núcleo microlítico cónico con la base aplanada;
16: núcleo microlítico subprismático.

… 211 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 30. Artefactos e instrumentos de concha de los aborígenes apropiadores medios y


tardíos de Cuba. I-VII: artefactos obtenidos a partir de la talla de la concha del molusco
univalvo Strombus costatus; II-V: gubia vista en diferentes posiciones; VI: martillo; VII:
Cuchara; VIII: raspador del bivalvo Phacoides pectinatus; IX: raspador de Codakia orbicularis.

… 212 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 31. Artefactos de concha de los aborígenes apropiadores medios y tardíos de Cuba.
I: tajador; II: martillo elaborado de la columela de Xancus angulatus; III: «punta de proyectil»
con espiga, hecha del manto de Strombus sp.; IV: «anzuelo atragantador»; V: «punta de
proyectil» con pedúnculo, hecha de la columela de Strombus sp.

… 213 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 32. Ornamentos corporales y otros objetos de las comunidades de apropiadores medios
y tardíos de Cuba, elaborados en concha, hueso, marfil y piedra. I-V: pendientes de concha
(I: cueva de la Pintura, Pinar del Río; II: cueva del Jagüey, Pinar del Río; III: Bacunayagua
II, Matanzas; IV: cueva de la Pintura; V: Arroyo del Palo, Holguín); VI-VIII: cuentas de
concha (cueva de la Pintura); IX: Flauta de hueso de ave (Arroyo del Palo); X-XIII: cuentas
de vértebras de pescado (El Mango, Granma); XIV-XV: pendientes de dientes de tiburón
(Punta del Macao, La Habana y cueva de la Pintura); XVI: pendiente en hueso de pescado;
XVII: pendiente en incisivo humano (cueva del Pozo, Villa Clara); XVIII: pendiente lítico
(San Francisco, Pinar del Río); XIX-XX: agujas en espinas de pescado.

… 214 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 33. Objetos de madera asignados a comunidades aborígenes de apropiadores medios


y tardíos de Cuba. I-III: bastones de mando (cayo Jorajuría, provincia de Matanzas); IV:
azagaya (Laguna del Tesoro, Matanzas); V-VII: «clavijas» (cueva funeraria de San Blas,
provincia de Pinar del Río); VIII-X: esferas talladas (Punta del Macao, provincia La
Habana).

… 215 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 34. Cerámica elaborada por comunidades de apropiadores tardíos en Cuba. Parte
superior: sitio arqueológico Punta del Macao, provincia La Habana. Parte inferior: sitio
arqueológico Arroyo del Palo, provincia Holguín.

… 216 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 35. Reconstrucción hipotética de una comunidad de apropiadores


tardíos. A la derecha se observa cerámica del tipo Arroyo del Palo, el
uso del fuego y la decoración corporal, así como otros medios de trabajo,
según J. Martínez.

Fig. 36. Versión artística de las migraciones aruacas que poblaron las
grandes Antillas, según J. Martínez.

… 217 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 37. Formas de vasijas de cerámica, asas, decoraciones en paneles y bordes de los
ceramios elaborados por productores tribales.

… 218 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 38. Vasijas de cerámica elaboradas por productores tribales.

… 219 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 39. Asas, decoraciones en paneles y formas de vasijas de cerámica elaboradas por
productores tribales.

… 220 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 40. Ídolos y vasijas de cerámica de los productores tribales.

… 221 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 41. Decoraciones en las vasijas de cerámica de los productores tribales. A: aplicación
sigmoidal y punteado sobre panel; B-H: asas tabulares con relieve, representaciones
figurativas.

… 222 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 42. Diversas formas de vasijas de cerámica elaboradas


por productores tribales.

Fig. 43. Decoraciones en paneles de las vasijas de


cerámica elaboradas por productores tribales.

… 223 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 44. Artefactos de piedra tallada de los productores tribales.

… 224 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 45. Artefactos de piedra en volumen de los productores tribales. A-B: sumergidores
de redes; C-D: pulidores; E: yunque; F: guijarro utilizado como majadero; H: majadero
cilíndrico tallado; I: majadero campaniforme tallado.

… 225 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 46. Artefactos de piedra en volumen de los productores tribales. A-D: majaderos
simbólicos de uso ritual tallados con figuras representativas; E: piedra de moler o
metate simbólico de uso ritual.

… 226 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 47. Artefactos de piedra en volumen de los productores tribales. A-C, E-G:
pendientes para adorno personal tallados en piedras duras. D: collar de cuentas de
cuarcita.

… 227 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 48. Artefactos de piedra en volumen de los productores tribales para uso ritual:
A-F: pendientes de uso personal (ídolos) de pequeño tamaño tallados en piedras
duras.

… 228 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 49. Artefactos de piedra (madrépora) en volumen de los productores


tribales. A-B: desbastadores de coral; C-D: ídolos portables.

… 229 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 50. Artefactos de piedra en volumen de los productores tribales. Artefactos


simbólicos de uso ritual; A: hacha petaloide enmangada monolítica; B: hacha-ídolo.
Artefactos de producción; C: buril; D-E: hachas petaloides.

… 230 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 51. Artefactos de piedra en volumen de los productores


tribales. A-C: rituales tallados sobre cantos rodados.

… 231 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 52. Artefactos de concha de los productores tribales. A: cuchara; B: gubia; C: pico de
mano; D: raspador; E: punta; F: guamo o fotuto (en varias regiones llamado botuto).

… 232 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 53. Artefactos de concha de los productores tribales: pendientes para


adorno personal. A: ídolo tabular; B: cuenta; C: anillo con representación
antropomorfa; D: oliva sonora tallada, cabeza antropomorfa; E: ídolo tallado
en el labio de una concha; F: cuentas talladas; G: ídolo antropomorfo tallado.

… 233 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 54. Artefactos de concha de los productores tribales. A-C, F, H: pendientes


zoomorfos y antropomorfos para el adorno personal; D: ídolo para atar en la
frente; E: caratona, adorno frontal de las fajas o cinturones; G: adorno discoidal
para ser adicionado a otro artefacto.

… 234 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 55. Artefactos de hueso de los productores tribales. Artefactos rituales;


A-C: espátulas vómicas; B, D, G: ídolos; E-F: pendientes tallados en dientes de
cocodrilo.

… 235 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 56. Artefactos de madera de los productores tribales. A: guayo o


rallador de tubérculos con incrustaciones de piedras silíceas lascadas;
B: punta de azagaya (la longitud total del arma arrojadiza es de 2.25
metros).

… 236 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 57. Artefactos de madera tallada de los productores tribales. A: bandeja con
decoraciones incisas y cabeza antropomorfa proyectante; B: detalle de la cabeza
antropomorfa tallada en la bandeja; C: dujo.

… 237 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 58. Artefactos de madera tallada de los productores tribales. A: ídolo (conocido como
Taguabo); B: ídolo (conocido como «del tabaco»); C: pieza tallada que representa una
posible estilización de la cabeza de un ave.

… 238 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 59. Artefactos de oro de los productores tribales. A: ídolo del sitio arqueológico
Santana-Sarmiento, Banes; B: cabeza de ave, C: láminas grabadas, E: cascabel, hallados
en el entierro No. 54 del cementerio aborigen el Chorro de Maita, Banes; D: lámina
grabada del sitio arqueológico Alcalá, Báguano; F, G: láminas del sitio arqueológico El
Palmar, Banes; H: lámina del sitio arqueológico Esterito, Banes; I: lámina grabada del
sitio arqueológico El Paraíso, Santiago de Cuba.

… 239 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 60. Pictogramas atribuidos a los productores tribales. A: cueva de Las


Mercedes, Camagüey; C: cueva de Nando Reyes, Camagüey; D: cueva de
Pichardo, Camagüey. Petroglifos de los productores tribales; E: Loma de
los Mates, Báguanos, Holguín; F: cueva de la Patana, Guantánamo; G: Ca-
mino del Yarín, Banes, Holguín.

… 240 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 61. Artefactos de piedra en volumen de los productores tribales. A-C:


representaciones zoomorfas y antropomorfas de carácter ritual tallados sobre
cantos rodados.

… 241 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 62. Viaje por mar en canoa monóxila de aborígenes productores tribales de origen
aruaco, antes del arribo a las costas de Cuba, según J. Martínez.

Fig. 63. Captura de quelonios y crustáceos por productores tribales.

… 242 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 64. Forma más antigua del cultivo de la


yuca por productores tribales.

Fig. 65. Construcción de una canoa monóxila por productores tribales.

… 243 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 66. Elaboración de la cerámica por mujeres pertenecientes a los productores tribales.

… 244 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 67. Elaboración de detalles de las asas


cerámicas y representación de algunos de
sus tipos más destacados por productores
tribales.

Fig. 68. Elaboración del pan de casabe a partir de la yuca amarga (Manihot utilissima) por
productores tribales.

… 245 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 69. Rallado de la yuca y preparación de la masa sobre el burén por productores tribales.

Fig. 70. La danza ceremonial o areito de los


productores tribales.

… 246 …
ABORÍGENES DE CUBA

Fig. 71. Aspecto físico de la «familia» de los productores


tribales de origen aruaco en Cuba.

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Datos de los autores

GERARDO IZQUIERDO DÍAZ


Coordinador general del proyecto: «Las Comunidades Aborígenes en la
Historia de Cuba». Doctor en Ciencias Históricas, licenciado en Historia
del Arte, 1987; investigador auxiliar y vicedirector científico del Institu-
to Cubano de Antropología; profesor auxiliar de la Universidad Central
Martha Abreu de Las Villas. Ha realizado más de 100 prospecciones y
excavaciones arqueológicas, así como investigaciones complejas, cuenta
con experiencia internacional. Ha participado en excavaciones conjuntas
con arqueólogos, mongoles, rusos y húngaros en Mongolia (1974), y en
proyecto de investigación conjunto con la National Geographic Society
de la Institución Smithsoniana, Washington, D.C. (1996). Ha desarro-
llado intensos estudios sobre la industria aborigen de la concha de Cuba
y Las Antillas. Ha investigado sobre el arte rupestrológico, la industria
lítica de los grupos pretribales tempranos y la música de las sociedades
aborígenes de Cuba, lo cual le ha permitido delimitar patrones de con-
ducta en los procesos de trabajo de las industrias y su relación con el res-
to del registro arqueológico y creado metodología de investigación. Es
autor de resultados de impacto en la actualización de los saberes sobre
la historia de las sociedades aborígenes dirigidos a las enseñanzas bási-
ca y media-superior. Ha participado en eventos científicos nacionales e
internacionales donde ha socializado sus investigaciones. Sus resultados
se han publicado en revistas especializadas cubanas y extranjeras. Osten-
ta la medalla «Tomás Romay». Obtuvo el premio Academia 2012, con el
resultado «Las comunidades aborígenes en la historia de Cuba» y gran
premio en literatura científica en el concurso «Presencia de culturas indí-
genas en Cuba» con el libro: Cuaderno de historia aborigen de Cuba. Un
estudio dirigido a la enseñanza básica.
ABORÍGENES DE CUBA

ENRIQUE MANUEL ALONSO ALONSO (†)


Doctor en Ciencias Históricas, licenciado en Historia 1997; investigador
auxiliar. En 1969 funda el grupo de aficionados a las ciencias «Guanigua-
nico». Se graduó en 1974 del curso superior de Arqueología. Cursó entre-
namientos de posgrados en el Instituto Siberiano de Arqueología en la
ex-URSS. En 1987 asesora al departamento de Arqueología del Ministerio
de Cultura de Nicaragua. Su labor en el ámbito arqueológico transita des-
de la organización y control del trabajo científico hasta su acción direc-
ta como investigador. Fue jefe de tareas y proyectos; coautor y redactor
de la historia de Pinar del Río. Participó en innumerables proyectos de
investigación arqueológica y tareas de dirección científicas: censo y atlas
arqueológico de la provincia de Pinar del Río; estudio de la variante cul-
tural Guanahacabibes; proyecto «Cambios globales»; Atlas etnoecológico
de la reserva de la biosfera península de Guanahacabibes; La etapa pre-
hispánica de la historia de la provincia de Pinar del Río; investigación y
redacción general de la primera parte de «Las comunidades aborígenes en la
historia de Cuba»; Atlas arqueológico, Pinar del Río: fundamentos natura-
les y socioeconómicos de una región histórica. Fue merecedor del premio
Nacional de la Crítica en literatura científica. Obtuvo el premio Academia
2012 con el resultado «Las comunidades aborígenes en la historia de Cuba».

ULISES M. GONZÁLEZ HERRERA


Doctor en Ciencias Históricas, licenciado en Historia, 2004; investiga-
dor agregado del departamento de Arqueología del Instituto Cubano de
Antropología. Profesor auxiliar de la Universidad Central Martha Abreu
de Villa Clara. Ha realizado investigaciones sobre el papel del movimiento
indígena en el aspecto étnico–nacional y los procesos de identidad cultural
en Venezuela y Colombia; procesos migratorios hacia la capital de la repú-
blica (1990-2000). Ha desarrollado complejos estudios sobre la problemá-
tica arqueológica en Cuba, aportando soluciones sobre problemas teóricos
neurálgicos vinculados con las nomenclaturas y periodizaciones de las so-
ciedades pretéritas en Cuba; la conciencia histórica e identidad nacional,
la protección, manejo y conservación de los recursos y valores arqueoló-
gicos, así como estudios dirigidos a fortalecer los conocimientos sobre la
historia de los aborígenes de Cuba en los diferentes niveles de enseñanza.
Ha participado en eventos científicos nacionales e internacionales. Sus
resultados se han publicado en revistas especializadas cubanas y extranje-
ras. Obtuvo el premio Academia 2012 con el resultado «Las comunidades

… 268 …
ABORÍGENES DE CUBA

aborígenes en la historia de Cuba» y gran premio en literatura científica en


el concurso «Presencia de culturas indígenas en Cuba» con el libro: Cuader-
no de historia aborigen de Cuba. Un estudio dirigido a la enseñanza básica.

GISELDA HERNÁNDEZ RAMÍREZ


Doctora en Ciencias del Arte y Cultura de Cuba, licenciada en Educación
musical (1993), Física y Astronomía (1985). Investigadora agregada y pro-
fesora auxiliar de Pedagogía Musical del Instituto Superior de Arte (ISA).
Ha desarrollado estudios sobre la música en Cuba. Es autora de un diccio-
nario sobre la música villaclareña. Ha participado en exploraciones y exca-
vaciones arqueológicas y realizado intensas investigaciones sobre la música
y los instrumentos musicales de las comunidades aborígenes de Cuba, que
le ha permitido delimitar patrones en los procesos de elaboración de ins-
trumentos y su relación con el resto del registro arqueológico, y crear me-
todologías de investigación. Es autora de resultados científicos de impacto
en la actualización y fortalecimiento de los saberes sobre los aborígenes
en la historia de Cuba, en los niveles de enseñanza básica y media-supe-
rior. Ha participado en eventos científicos nacionales e internacionales y
obtenidos premios por sus relevantes trabajos. Sus resultados, incluyendo
varias monografías, se han publicado en Cuba y el extranjero. Obtuvo el
premio Academia 2012, con el resultado «Las comunidades aborígenes en
la historia de Cuba» y gran premio en literatura científica en el concurso
«Presencia de culturas indígenas en Cuba con el libro»: Cuaderno de histo-
ria aborigen de Cuba. Un estudio dirigido a la enseñanza básica.

ROBERTO VALCÁRCEL ROJAS


Doctor en Ciencias Históricas, licenciado en Historia en la Universidad
de Oriente 1991. En 1993 ingresa como investigador en el departamento
del Centro Oriental de Arqueología; investigador auxiliar (2001). Ha di-
rigido varios proyectos de investigación arqueológica en Cuba en temas
de iconografía, estudio de sitios ceramistas tempranos, interacción indo-
hispánico y evaluación del patrimonio arqueológico. Ha sido director de
proyectos de investigación para el sitio Chorro de Maíta. Ha participado
en trabajos de campo junto al grupo de investigaciones del Caribe de la
Universidad de Leiden, en República Dominicana. Sus resultados incluyen
varias monografías y numerosos artículos sobre arqueología precolonial y
colonial en Cuba, publicados en Cuba y el extranjero. Ha participado en
eventos científicos nacionales e internacionales y obtenidos premios por

… 269 …
ABORÍGENES DE CUBA

sus relevantes trabajos. Es coordinador de la revista El Caribe Arqueológi-


co. Obtuvo premios Academia 2005 y 2012 con el resultado «Las comuni-
dades aborígenes en la historia de Cuba».

MILTON PINO RODRÍGUEZ


Máster en Ciencias Arqueológicas (1988), investigador auxiliar. Desde muy
joven forma parte de la Asociación de Jóvenes Aficionados a la Arqueolo-
gía de Holguín. En 1964 ingresa en el departamento de Antropología de
la Comisión Nacional de la Academia de Ciencias de Cuba. Graduado de
arqueólogo especializado en culturas aborígenes de América (1972). Cursó
entrenamientos en Siberia central (1982). Su labor arqueológica está diri-
gida a las temáticas relacionadas con la arqueología de Cuba, el Caribe y
la paleonutrición, con más de 30 años de trabajo. Ha propuesto métodos
y procedimientos aplicados en las investigaciones arqueozoológicas en el
país. Ha dirigido y participado en más de 60 expediciones y excavaciones
arqueológicas, lo cual le ha permitido escribir numerosos trabajos como
resultado de las investigaciones. Obtuvo el premio Academia 2012 con el
resultado «Las comunidades aborígenes en la historia de Cuba». Por su re-
levante trayectoria investigativa ha merecido numerosos reconocimientos
científicos como: placa Juan Nápoles Fajardo (1992), distinción Rafael Ma-
ría de Mendive (1992), orden Carlos J. Finlay (1999), distinción Juán Tomás
Roig (2004). Sus más de 40 años de experiencia profesional lo convierten
en un prominente estudioso de las comunidades aborígenes y uno de los
pioneros de la arqueozoología en Cuba.

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