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La Habana, 2019
Edición y corrección: Oday Enríquez Cabrera
Diseño interior: Salvador González García
Diseño de cubierta: Heinz Benítez Jiménez
Composición: Susel Barceló Castillo
ISBN 978-959-237-896-4
CITMATEL
INTRODUCCIÓN 8
CAPÍTULO 1. FORMACIÓN ECONÓMICO-SOCIAL
PRETRIBAL 15
Generalidades 15
CAPÍTULO 2. ESTADIO TEMPRANO 18
Antecedentes 18
Origen 20
Distribución de la población en Cuba 21
Economía y organización social 23
Aspectos de la superestructura 27
Aspecto físico 28
Distribución en las Antillas 28
Consideraciones finales 29
CAPÍTULO 3. ESTADIO MEDIO 30
Antecedentes 30
Origen, cronología y distribución de la población 37
La economía 39
La recolección 40
La caza 42
La pesca 46
La captura 47
Las materias primas 49
Artefactos e instrumentos 52
El «vestido» 63
Uso del fuego 64
Los sitios de habitación 67
El transporte 72
Otros aspectos sociales y manifestaciones
de la superestructura 75
Aspecto físico 75
Salud y mortalidad 77
Organización social 78
Relación entre comunidades 80
El lenguaje 82
Concepción del mundo 83
Prácticas funerarias 84
Manifestaciones artísticas 88
Consideraciones finales 91
CAPÍTULO 4. ESTADIO TARDÍO 94
Antecedentes 94
La cerámica 97
Artefactos e instrumentos líticos y de concha 98
Economía y organización social 99
Consideraciones finales 100
CAPÍTULO 5. FORMACIÓN ECONÓMICO-SOCIAL
TRIBAL 101
Antecedentes e información básica 101
De la crónica a la arqueología 102
Orígenes 106
La entrada a Cuba 110
La ocupación del territorio 112
Caracterización 115
Aspecto físico 115
Salud 116
Etnicidad 117
Distribución geográfica. Explotación del medio 118
Características de los sitios de habitación 122
Las viviendas 125
El fuego y su utilización 126
Las vías de transportación 127
La agricultura 128
Caza, pesca, captura y recolección 131
Los medios de producción 134
La «industria» alfarera 135
La «industria» de la piedra tallada 138
La «industria» de la piedra en volumen 139
La «industria» de la concha 140
La «industria» del hueso 141
La «industria» de la madera 141
La metalurgia 142
La cestería, el hilado y el tejido 142
El lenguaje 143
La sociedad 144
Composición de la familia 146
Organización de la producción 146
Posición en la comunidad del cacique, el jefe
de familia, el behique y el naboria 148
La transmisión de conocimientos 150
Conceptos morales y normas de conducta 151
La «religión» 152
Las prácticas funerarias 153
Vestidos y ornamentos 155
Otras manifestaciones del arte 158
Consideraciones finales 160
CAPÍTULO 6. DESPUÉS DE 1510… 161
Parte I 161
Parte II 185
Anexos 189
Bibliografía 248
INTRODUCCIÓN
Estimado lector:
Ante todo, resulta necesario anunciar que este libro pretende ofrecer algo
más que una nueva aproximación al conocimiento de los grupos humanos
que poblaron el archipiélago cubano antes que ocurriera el llamado «en-
cuentro entre dos mundos» en 1492. Esta aspiración se fundamenta en que,
gracias a los resultados de investigación obtenidos en los últimos años, hoy
existen argumentos para demostrar que la historia de Cuba comenzó hace
más de seis mil años, siendo protagonizada desde entonces y hasta hace casi
500 por aquellos aborígenes; además, de que aquel segmento del proceso
de formación y desarrollo de la sociedad humana en nuestra tierra, no solo
es inseparable de los que le siguieron, sino que en su carácter precedente,
de fundamento o base, condicionó en buena parte los rumbos posteriores
de ese proceso. Para comprobar la validez de esta última afirmación, sin
necesidad de adentrarnos por el momento en complejas consideraciones
teóricas, bastaría meditar acerca de si lo ocurrido después en nuestra his-
toria hubiera sido igual, de haber encontrado Colón aquí a la civilización
maya o azteca… Sin embargo, es un hecho que el criterio de que nuestra
historia comenzó en 1492, 1510 o 1514, sea aún aceptado consciente o
inconscientemente por muchos. Ello obedece a distintos factores causa-
les, como la influencia de conceptos sociohistóricos tradicionales ya su-
perados, pero que aún propugnan muchos en el mundo; porque en esencia
avalan las doctrinas racistas y colonialistas que sustentan ideológicamente
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Formación pretribal
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Formación tribal
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CAPÍTULO 1.
FORMACIÓN
ECONÓMICO-SOCIAL
PRETRIBAL
Generalidades
Los grupos humanos que poblaron más tempranamente el archipiélago, y
que dieron comienzo a la historia de Cuba, basaban su subsistencia en la
apropiación de los productos de la naturaleza —según indica la arqueo-
logía—, de modo que es posible considerar aquellas comunidades como
representantes de la denominada «formación pretribal».
El carácter pretribal de esta formación radica, precisamente, en las condi-
ciones creadas por aquel tipo de economía, ya que la ausencia de excedentes
estables de alimentos, así como la consecuente baja densidad poblacional, no
requerían ni permitían formas superiores de organización social como la tribu.
Aunque en constante desarrollo por causas evolutivas y transculturales,
los principales rasgos socioeconómicos que caracterizan esta formación se
manifestaron en Cuba entre no menos de 6000 y probablemente 400 años
a.p. (antes del presente); de tal manera, y dando fe de las particularidades de
la historia, esta formación llega a coexistir con la que le sucedió en el tiempo.
Para entrar en el conocimiento de toda esta complejidad, es inevitable
recurrir a nuevas subdivisiones, que permitan ir caracterizando más clara-
mente los distintos momentos del proceso histórico en general y de esta
formación en particular. Estas se dividen operativamente en tres estadios:
temprano, medio y tardío, que no marcan «fronteras» cronológicas rígidas
y absolutas en el decursar del proceso en el territorio.
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CAPÍTULO 2.
ESTADIO TEMPRANO
Antecedentes
El nivel de desarrollo socioeconómico y cultural de los apropiadores
tempranos en Cuba, ha sido comparado con el del paleolítico superior
euroasiático, aunque no así su antigüedad. Realmente, no es posible afirmar
con seguridad que los 5140 años a.p., registrados con procedimientos con-
fiables en el sitio Farallones de Levisa I, Mayarí, correspondan al momento
inicial de la historia de Cuba; todo parece indicar, como se verá más adelan-
te, que ese crucial momento puede ser mucho más antiguo.
Esta incertidumbre proviene de que, tanto esa antigüedad como la na-
turalmente baja densidad poblacional, propia de aquel nivel de desarrollo
y de las circunstancias en las que comenzó aquel poblamiento, traían por
consecuencia que las evidencias materiales de la vida y actividad de aquellos
grupos —única fuente existente para conocer lo sucedido entonces— sean
escasas y pobres, lo que determina el bajo nivel de conocimiento alcanzado
sobre este estadio. Por lo pronto es posible inferir con cierta base que se
prolongó hasta hace aproximadamente 3000 años; por lo que, de haber
comenzado realmente hace unos 6000, se le puede asignar una duración
de no menos de tres milenios.
No obstante, por lo antes señalado y por la obtención de otros fechados
en varios sitios en estudio, no es desacertado tener en cuenta que la antigüe-
dad de los primeros poblamientos pudiera alcanzar hasta los 10 000 años.
Los primeros indicios arqueológicos, que conducirían a identificar la
existencia del estadio temprano en Cuba, fueron encontrados en el territo-
rio de la actual provincia de Holguín por Antonio Núñez Jiménez (1980),
a finales de la década del treinta. Sin embargo, fue más de 30 años después,
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con los estudios del especialista polaco Janus Kozlowski (1975), que se de-
finió el significado histórico de aquellos indicadores, los cuales consistían
principalmente en contextos arqueológicos, con la presencia de una muy
particular tipología de artefactos líticos, sobre los que se tratarán en detalles
en las siguientes páginas.
Durante las décadas del sesenta, setenta y ochenta se investigó
intensamente en las áreas de Seboruco, Levisa, Melones y El Purio, todas
en Holguín, por los siguientes autores: Milton Pino (1962), José Manuel
Guarch y Ernesto Tabío (1964), Janus Kozlowski, Oswaldo Teurbe y Milton
Pino (1973), Jan Trzeciakowski y Jorge Febles (1981), Jorge Febles y Alexis
Rives (1983, 1984), Jorge Febles, Alexis Rives y Frank García (1985), Ruslán
Vasilievski y otros (1986), y Jorge Febles (1984, 1986, 1987); y se reali-
zaron estudios tecnotipológicos de grandes grupos de muestras líticas.
Estos resultados, unidos a consideraciones preliminares de paleopaisajes y
sedimentos geológicos, demostraron que aquellas podían ser más tempra-
nas de lo que se pensaba con antelación.
En años posteriores se desarrollaron otras investigaciones relativas a
esos grupos, esta vez en territorios de las provincias centrales y occiden-
tales. Así se descubrieron y estudiaron las estaciones Cambaíto, Punta del
Vizcaíno y Sierrezuela en el municipio de Caibarién, provincia de Villa
Clara (Godo y otros, 1987).
También en el municipio de Limonar, en la provincia de Matanzas, se
reportaron y trabajaron emplazamientos localizados en las cuencas de los
ríos Morato-Canímar-Yaití (Godo y otros, 1987; Martínez, Rives y Baena,
1993) y en el área del cañón del río Camarioca (Miranda, Esquivel y Sampé,
comun. pers.).
Son destacables los reportes que se produjeron en la provincia de Villa
Clara a partir de los años noventa del siglo pasado, donde se llegaron a con-
tabilizar más de 200 lugares con presencia de evidencias aparentemente
muy antiguas, los cuales aún carecen de estudios especializados que pue-
dan afirmar en todos los casos la verdadera filiación (Sampedro, Izquierdo,
1998; Sampedro, Izquierdo, Grande y Villavicencio, 2001 y 2003).
A partir del momento en que por vía arqueológica se identificó en Cuba
la presencia de antiguos grupos humanos con aquel nivel de desarrollo, es-
tos fueron denominados con fines de estudio, de distintas maneras: «paleo-
líticos», «complejo Seboruco-Mordán», «protoarcaicos», «paleoarcaicos»,
«paleoindios», «comunidades preagroalfareras con tradiciones paleolíticas»
y «cazadores-recolectores», atendiendo a los presupuestos en los que se
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ABORÍGENES DE CUBA
Origen
Con respecto a la procedencia de esos primeros pobladores, aún no exis-
te una identificación certera del lugar o los lugares desde donde partieron
para llegar hasta aquí y, aunque se supone, procedan de alguna región del
ámbito continental circumcaribeño, la migración desde otras islas antilla-
nas no se puede descartar, ya que su presencia fue detectada en Haití y
Santo Domingo hace 5580 años.
Pero para conseguir aproximarse algo más a la solución de este im-
portante problema, es preciso tener en cuenta no solo la semejanza en-
tre «industrias líticas» u otras tradiciones técnicas que, con antigüedades
congruentes, se apreciaban en Cuba y en otras regiones circundantes,
para después suponer que aquellas migraciones necesariamente tuvieron
que producirse desde allí y a través de los espacios marítimos más cortos
—como casi siempre se ha creído—, olvidando la decisiva influencia de las
corrientes marinas sobre la navegación primitiva, sino que esos viajes no
pudieron ser planeados con anticipación, mientras sus protagonistas no
conocieran lo que había detrás del horizonte marino.
No obstante, sí es seguro que para ellos la exploración constante —por
tierra o por mar— era ya un principio omnipresente, impuesto por la ne-
cesidad de acceder a nuevos territorios cuando la «capacidad de sustenta-
ción» de los que explotaban sostenidamente se iba agotando... recuérdese
que esa es la principal causa de la dispersión de la especie humana por todo
el planeta desde hace millones de años.
Por tanto, puesto que las corrientes marinas y también los vientos rei-
nantes tuvieron que influir sobre las trayectorias de aquellos desplaza-
mientos más que las distancias a recorrer, no es imprescindible suponer
que para llegar a Cuba fue inevitable transitar a través del estrecho de la
Florida, con apoyo del posiblemente emergido entonces Banco de Bahamas
o a través de la cadena de islas, igualmente emergidas, que se extendió entre
el cabo de Gracias a Dios (Honduras-Nicaragua) y Jamaica.
Lo único cierto hasta ahora es que se ha detectado, con antigüeda-
des aceptablemente congruentes, la presencia de tradiciones técnicas de
talla de artefactos líticos parecidas a las que poseyeron los apropiadores
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Aspectos de la superestructura
A un nivel semejante de conocimiento se encuentra hoy todo lo referente a
otras manifestaciones de la superestructura de aquella primigenia sociedad
humana, debido a que el carácter «multicomponente» —ya explicado—, que
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Aspecto físico
Debido a la misma limitante, sobre el aspecto físico de aquellos aborígenes
solo es posible informar que, en general, debieron presentar los rasgos típi-
cos de la raza mongoloide americana, como el resto de los pobladores que
habitarían después el territorio cubano en tiempos prehispánicos y que se-
rán descritos, con más fundamento, en el próximo capítulo.
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Consideraciones finales
Hasta donde se sabe hoy, y teniendo en cuenta todos los fechados conoci-
dos, no hay seguridad aún de si Cuba comenzó a ser poblada simultánea-
mente con Haití y Santo Domingo por apropiadores tempranos de pro-
cedencia continental, o si estos arribaron a tierra cubana desde esa vecina
isla. De cualquier manera, prevalece el criterio de que estas comunidades
en Cuba no se extinguieron, sino que fueron receptoras posteriores de
otros «inmigrantes» y que, en procesos de imbricación biológica y cultural,
devinieron primera raíz del tronco fundamental de la historia de Cuba.
Detalles acerca de especificidades de la naturaleza cubana, que inciden
sobre la práctica de la caza, la pesca y la recolección, válidos para toda la
formación pretribal, así como sobre otros aspectos de la vida aborigen de
entonces, se exponen en el próximo capítulo.
La lograda identificación de lo mucho que falta por conocer sobre el
estadio inicial de esa historia, así como las nuevas posibilidades que el
desarrollo de la ciencia va ofreciendo, y las también mayores oportunida-
des de intercambio de ideas y coordinación de acciones entre investiga-
dores del tema en los países del área, indican que todas esas interrogantes
están en vías de encontrar respuesta en un futuro próximo. Se confía en
que así sea.
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CAPÍTULO 3.
ESTADIO MEDIO
Antecedentes
Los aborígenes pobladores del archipiélago cubano, que hoy se conside-
ran como representantes de lo que en términos científicos se denomina
abreviadamente formación pretribal en su estadio medio, a diferencia de
sus antecesores en Cuba, al parecer alcanzaron la época de la «conquista» y
colonización ibérica temprana en el siglo xvi de n.e.
Es por eso que se puede disponer de alguna referencia escrita sobre
ellos en aquel momento histórico. Sin embargo —se insiste—, como no
practicaban sistemáticamente la agricultura, no eran capaces de obtener
excedentes estables de su trabajo, de modo que no fue posible someter-
los a la «encomienda» y a la servidumbre que sí sufrieron sus contemporá-
neos aborígenes más desarrollados y, por esa causa, tampoco fueron objeto
de contacto sostenido con los conquistadores, lo que explica la escasez y
vaguedad de las mencionadas referencias escritas que, además, no fueron
hechas por científicos sociales, sino principalmente por un sacerdote y un
funcionario con origen y formación en la naciente y medieval España del
siglo xv.
Siendo así, estos documentos de fray Bartolomé de las Casas y del ade-
lantado Diego Velázquez recogen, tal vez, más de lo que ellos conocieron
directamente y lo que consiguieron entender de lo que les refirieron a sus
subordinados los «indios de la misma Isla» (mucho después denominados
«taínos»), con los que más se relacionaron.
Esa información se resume de la siguiente manera: en la segunda década
del siglo xvi, Cuba estaba poblada por tres «clases de indios»: los «indios
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de la misma Isla», los «zibuneyes», a quienes los primeros «tenían como sir-
vientes» y los «guanahatabeyes» o «guanahatabibes», que en nada trataban
con los otros y eran «como salvajes», porque no tenían «asientos de pueblos
ni labranzas» y vivían «de las carnes que toman por los montes y de tortu-
gas y pescado», habitando «en cuevas» del extremo occidental de la Isla.
(Pichardo, 1971; Ortiz, 1935).
Obsérvese que, con todas las reservas del caso, estas referencias vienen
a constituir la primera versión existente acerca de una «nomenclatura», in-
fortunadamente no basada en verdaderos endoetnónimos, y de una «carac-
terización», entre otros, de los aborígenes objeto de estudio, razón por la
cual son presentadas como primeros antecedentes del conocimiento sobre
el tema.
Durante los tres siglos siguientes no hubo aporte alguno a este conoci-
miento; únicamente sucedió que, ya entrado el siglo xix y como resulta-
do de la maduración de las condiciones para que fuera tomando cuerpo el
sentido de la nacionalidad cubana, se comenzó a tratar el tema indigenista
en distintas manifestaciones intelectuales, principalmente literarias, en las
que se utilizó el término «siboney» para designar a todos los antecesores
aborígenes.
No es hasta 1876, que se reporta la existencia de los restos de algunos si-
tios de habitación y cementerios aborígenes en la región centro-oriental de
Cuba (Rodríguez Ferrer, 1876), al parecer ubicables en lo que hoy se deno-
mina formación pretribal, aunque ya Cirilo Villaverde, en un capítulo de su
extraordinaria «Excursión a Vuelta Abajo» informaba que, alrededor de 1839,
los campesinos de la zona conocían una cueva en el Pan de Guajaibón (en la
actual provincia de Pinar del Río), que según sus descripciones, debió ser un
sitio de habitación y funerario de los grupos tratados, lo que fue confirmado
por las exploraciones siglo y medio después.
Como resultado de los descubrimientos del doctor Montané en 1888, se
presentó una nueva información referente a un poblamiento muy antiguo
en la región de Banao (Sancti Spíritus) por aborígenes de cultura rudimen-
taria, que habitaron y realizaron entierros secundarios allí, conocieron el
uso del fuego, utilizaron instrumentos líticos para moler y no practicaron
la costumbre de deformarse el cráneo, asignables al estadio tratado en este
capítulo.
Ya, durante la segunda década del siglo xx, se produjeron las investi-
gaciones del ingeniero José A. Cosculluela en la Ciénaga de Zapata y de
Mark R. Harrington en los dos extremos de Cuba. El primero descubrió
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La economía
En concordancia con el fundamento filosófico que aborda este estudio, se
considera que en la esfera de la economía se estructura la base sobre la que
se sustenta el resto de los elementos que conforman el complejo conjunto
de cualquier sociedad humana.
Los modos de subsistencia condicionan, aunque fuera en última instan-
cia, los modos de vida y sus correspondientes modos de ser y de pensar.
Siendo así, se continuará con la presentación de lo conocido sobre los mo-
dos de subsistencia de las comunidades pretribales en su estadio medio en
Cuba, o sea, de los apropiadores medios.
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La recolección
La evidencia arqueológica indica claramente que todos los aborígenes consu-
mieron como alimento casi la totalidad de las especies de moluscos marinos,
litorales, terrestres y de agua dulce existentes en Cuba. Sin embargo, esas es-
pecies todas tienen no solo una distribución acorde con esos medios ambien-
tes más generales, sino también una distribución regional y zonal mientras
que, algunas solo son colectables en determinados momentos del año.
Siendo así, en los diferentes sitios de habitación utilizados por apro-
piadores, aparecen restos de aquellas especies propias de los ecosistemas
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La caza
Se considera como productos de la actividad de «caza», los restos ar-
queológicos correspondientes a mamíferos terrestres y acuáticos, saurios y
ofidios de gran talla, y aves adultas.
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La pesca
Las comunidades practicaron intensamente la pesca, tanto en aguas
marinas litorales como en las corrientes fluviales y depósitos lacustres. Es
preciso aclarar que no se consideran los moluscos marinos como objeto de
«pesca» —como otros autores han estimado—, sino de «recolección», ya que
se ha comprobado que hasta los grandes gasterópodos pueden ser colectados
con la mano en menos de dos metros de profundidad, en algunos lugares y
momentos, de modo que la práctica de esta actividad tiene su evidencia
arqueológica en los restos de peces y crustáceos marinos y fluviales.
En los sitios más costeros, predominan los restos de peces y crustáceos
marinos, mientras que en los de tierra adentro predominan los de aguas flu-
viales y lacustres, con excepción de los ubicados cerca de importantes ríos,
que permitieran el fácil acceso al mar mediante la navegación, casos en los
que se consumió con alguna intensidad productos marinos. Estas observa-
ciones contribuyen a confirmar una vez más el principio de que los campa-
mentos, más o menos poblados, permanentes o estacionalmente durante
el año, se establecían en las cercanías de los principales recursos necesarios
para la subsistencia.
Con respecto a las corrientes fluviales y depósitos lacustres, algunos son
intermitentes, o sea, que durante los períodos anuales de escasa pluviosidad
se secan, de modo que los peces y crustáceos desaparecen o, algunas espe-
cies, pueden permanecer sepultadas en los fondos secos por algún tiempo
sin perecer. Esta última particularidad se observó directamente en el cauce
de un arroyo seco en la llanura sur del distrito físico geográfico de Pinar del
Río. La evidencia de que se practicó la pesca fluvial o lacustre en los sitios
más interiores, contribuye a confirmar la estacionalidad de esos campamen-
tos, que se considera utilizados solo en la estación lluviosa de cada año.
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La captura
Los objetos de la actividad de «captura» que se analizarán, son los crustá-
ceos terrestres y todos los quelonios, o sea, los cangrejos y «macaos», «tor-
tugas», «caguamas», «careyes» y «jicoteas».
Entre esos crustáceos, indudablemente, el más consumido fue el cangre-
jo rojo (Gecarcinus ruricola), seguido del cangrejo azul (Cardisoma guanhumi).
Escasos restos de cangrejo ermitaño o macao aparecen también en algunos
sitios costeros.
Con respecto al cangrejo rojo, es preciso aclarar que, aunque algunos
sostienen que su «carne» siempre es venenosa, la experiencia personal, más
las enormes cantidades consumidas por todos los aborígenes, indican que
esto solo ocurre en algunas zonas donde abundan ciertas plantas, cuyas
toxinas se incorporan al cangrejo que las consume, aunque sí se pudo cons-
tatar que esta especie no proporciona tanta calidad y cantidad de alimento
como el cangrejo azul, que aún hoy es abundantemente consumido y muy
apreciado por la población. Pero ambas especies son de «tiempo crítico»,
es decir, solo se pueden capturar en algunos momentos del año.
El cangrejo rojo, hoy relegado a zonas apartadas en las que el bosque se
acerca al litoral marino, debió tener en el pasado una distribución algo más
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amplia, pero lo esencial es que solo se deja ver durante los momentos de
apareamiento y desove, después del primer chubasco de la segunda quin-
cena del mes de marzo y el de la segunda quincena de abril, en las áreas
que habita. Un tercer momento de abundancia, pero solo de integrantes de
la nueva generación —cangrejillos con carapachos de cinco milímetros de
diámetro—, se produce después del primer aguacero de la segunda quince-
na de mayo, cuando «nacen» de los huevos depositados en la línea de la cos-
ta y en unas horas, cubriendo como una sábana el terreno, desplazándose
hasta el bosque.
La importancia de este «programa» reside en que revela cuáles de los
sitios arqueológicos —para este o cualquier otro estadio— fueron pobla-
dos, al menos, durante esos meses primaverales. Se repite como regularidad
el hecho de que, en algunas regiones, en las que fue necesaria la migración
estacional de cada comunidad, hay más consumo relativo de este cangrejo
en los sitios más alejados de la costa y emplazados en los bosques de tierra
adentro, que en los sitios costeros de la misma región, lo que prueba que
estos últimos no eran poblados en esa época del año, y que se practicaban
largas incursiones de grupos con el objetivo de capturarlos para consumir-
los en los campamentos más interiores. Para el cangrejo azul, por iguales
causas, el momento de su captura está dado por el inicio de la temporada
lluviosa en las llanuras costeras.
Con respecto a los quelonios marinos, es una regularidad la aparición de
sus restos en sitios de habitación costeros de zonas que, por las caracterís-
ticas del litoral, resultaban propicias para que las tres principales especies,
caguama (Caretta caretta) tortuga verde (Chelonia mydas) y carey (Eretmochelys
imbricata) pudieran desovar en sus playas. Ello sugiere fuertemente que era
en ese momento que se podían capturar, pues, a pesar de su gran tamaño y
peso, podían ser dominadas por un par de hombres con ayuda tal vez de una
simple palanca; además, era el momento durante el cual se obtenía también
el nutritivo huevo.
La presencia de estos restos en los residuarios se limita a algunos hue-
sos de las extremidades, lo que indica que los ejemplares capturados eran
beneficiados inicialmente en los sitios de captura —como se continúa
haciendo hoy— y se trasladaba al campamento la carne ya procesada.
Los momentos de desove son: para la caguama de abril a junio; para la
tortuga verde de junio a agosto, y para el carey de octubre a diciembre.
Además, la carne de estos quelonios también se puede conservar mediante
el secado y ahumado.
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–– «Los pedernales tienen sin duda una distribución más amplia pero,
hasta donde se sabe hoy, en unión de los cuarzos hialinos y lechosos,
constituyen la casi totalidad del sílex disponible en la geología de las
dos provincias más occidentales y en otras regiones del archipiélago
cubano. Para esas áreas, el pedernal aparece en fragmentos generalmen-
te muy intemperizados de estratos delgados (menos de cinco centíme-
tros) y las otras especies en forma de pequeños nódulos o de cristales, de
modo que no es posible contar allí con núcleos potenciales apropiados
para producir artefactos característicos de una industria laminar ni, en
general, para obtener piezas de más de 40 milímetros». (Alonso, 1995b).
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Se ha observado que las especies gigas y costatus del género Strombus, sin
dudas, de singular importancia económica para el aborigen, presentan varie-
dades al parecer no recogidas por la taxonomía científica, pero sí debieron ser
conocidas entonces, por lo que ello significaba, en cuanto a su utilidad como
materia prima. Para ambas especies, los individuos que habitaban en aguas ale-
dañas a litorales afarallonados presentaban conchas mucho más robustas que
los que poblaban aguas más tranquilas, cuestión que hoy, cuando hace siglos
que se abandonó esa materia prima, parece una simple curiosidad, pero que en-
tonces determinaba sobre la calidad de la producción de artefactos tan impor-
tantes como las gubias de concha a construir en diferentes escenarios naturales.
Por otra parte, tanto esta peculiaridad como la ya señalada distribución
espacial de las especies, sin duda alguna influyó fuertemente sobre la pre-
sencia, ausencia o abundancia relativa de algunos productos elaborados
con materia prima de conchas en los sitios poblados en este estadio.
Igualmente, la sustitución de alguna especie «clásica» para la fabrica-
ción de un artefacto, puede obedecer a la ausencia de esta en la región,
más que a una costumbre particular o a una diferente tradición técnica.
Por su parte, las conchas de los pelecípodos marinos litorales, así como
de algunos fluviales, sirvieron de materia prima principalmente para la
confección de cuentas de collar; por supuesto, también fueron utilizados
directamente como instrumentos para raspar, sin elaboración previa.
Finalmente, se debe señalar que la concha como materia prima se puede
obtener no solo mediante la recolección de moluscos vivos, útiles también
como alimento, sino mediante la colecta de ejemplares muertos en las are-
nas de litorales marinos o fluviales.
Artefactos e instrumentos
Los objetos naturales utilizados por el hombre antiguo como medios de
trabajo o con otros fines —conocidos como instrumentos—, así como
aquellos que construyó con iguales propósitos, utilizando las materias pri-
mas ya mencionadas —calificados como artefactos—, presentan diferen-
tes tipos, o sea, distintas formas y dimensiones, determinadas por:
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Dentro de esos restos de taller figuran los llamados «martillos» del labio
de Strombus costatus, así como los denominados «picos de concha» de igual
especie, lo que no niega, que ambos restos de taller se hayan utilizado des-
pués como medios de trabajo.
Igualmente, se debe tener en cuenta que la gubia original siempre
tuvo una altura similar a la del cuerpo de la concha utilizada; aunque un
uso prolongado, con los correspondientes afilados sucesivos, es sin du-
das la causante de que aparezcan gubias hasta con la mitad de su altura
original, sin que esto justifique que se les considere como un subtipo
especial.
Con respecto a las vasijas elaboradas con ejemplares de las mencionadas
especies de gasterópodos, igualmente, el proceso constructivo mediante
la percusión directa es rápido y sencillo, pero con iguales requerimientos
tecnológicos: si no se golpea en el lugar preciso, en un orden riguroso, con
el ángulo de ataque adecuado y con el percutor de forma, tamaño, dureza y
peso requeridos, no se logra la pieza.
Entre los restos de taller, producto de ese proceso, se encuentran
ciertos fragmentos de capas de la columela, calificados como «puntas
de proyectil». Las vasijas rotas durante su construcción —que dadas las
exigencias técnicas del proceso son abundantes— proporcionan los tan co-
munes «platos de concha», así como unos fragmentos de la región basilar de
la columela, calificados como «anzuelos atragantadores».
Estas vasijas, por supuesto, tuvieron la función de «contener», tanto lí-
quidos como materias sólidas de cualquier clase y, aunque con muy corta
perdurabilidad, pueden haber servido de recipientes para cocinar algunos
productos de consistencia líquida.
No está comprobada una abundante presencia de trompetas de concha
en el ajuar aborigen en este estadio, aunque la sencillez del proceso técnico
a aplicar para su construcción en conchas de Strombus gigas y otros grandes
gasterópodos marinos, muy utilizados por aquellas comunidades, sugiere
que pueden haberlas construido y utilizado.
Otros artefactos de concha, elaborados por estas comunidades aborí-
genes, son de función ornamental, y consisten en pendientes y cuentas de
collar, incluyendo las llamadas «microcuentas».
Las cuentas de collar elaboradas, tomando como materia prima la con-
cha de algunos pelecípodos principalmente marinos, fueron cortadas por
medio de alguna técnica aún discutida, y consisten en pequeñas piezas discoi-
dales de entre cuatro y diez milímetros de diámetro y uno o dos milímetros
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de espesor, con una perforación central para ser ensartadas en algún tipo de
hilo o cordel.
Experimentos realizados, demuestran que tales perforaciones pueden
ser practicadas en aquel material en pocos segundos, utilizando para ello
un rústico pero eficiente taladro de arco, que será descrito más adelan-
te. Estas cuentas aparecen con una abundancia sorprendente en algunos
sitios, así como que su existencia es prueba de que sus constructores cono-
cían también la técnica de la cordelería, pues una simple fibra natural (ani-
mal o vegetal), sin elaboración previa, no hubiera sido capaz de mantener
unido el collar por un tiempo aceptable.
Como prueba del uso eficiente de cordeles por aquellos aborígenes, está
la huella de desgaste, por uso prolongado, que ha quedado en algunos pen-
dientes de concha. Ejemplo notable de esta afirmación se observa en un
pendiente de concha de forma triangular, con perfil plano a ligeramente
convexo, de unos 75 milímetros de altura, encontrado en las capas medias
del residuario de la cueva de la Pintura (Guanahacabibes), en el que esa
huella de desgaste, producida por el cordel del que pendía, revela la forma
en que fue ensartado y, además, que colgó de la cintura pélvica y no del
cuello de quien lo usara.
Un ensayo posterior demostró además, que ese pendiente solo pudo ser
usado con comodidad por alguien del sexo femenino. Otro pendiente de
igual forma y menor tamaño, decorado con perforaciones no pasantes en
su cara externa, fue encontrado en un sitio de la Sierra de los Órganos.
También han aparecido pendientes de concha de forma cilíndrica, al-
gunos de ellos con decoración incisa de líneas entrecruzadas, realizada
necesariamente con un pequeño «buril» de sílex. Otro tipo de pendiente,
frecuentemente asociado a contextos arqueológicos propios de este esta-
dio, consiste en un diente de tiburón, al que se le practicaron dos o más
perforaciones en la zona de la «raíz» para colgarlo.
Asimismo, aparecen con cierta frecuencia verdaderas «agujas», prepara-
das en espinas o con partes óseas, de las aletas de ciertos peces. Un artefac-
to probablemente usado entonces, pero construido con materiales varios
(madera, cordel y sílex), pudo ser el citado taladro de arco. Se insiste en
mencionarlo, a pesar de que no está probado su uso, debido a la evidencia
indirecta que lo sugiere, como se verá a continuación.
En primer lugar, la enigmática función de los mal llamados «percutores
de hoyuelo», producidos por fricción, no puede ser más parecida al tope en
el que se apoya la varilla rotatoria de uno de esos taladros en su extremo
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El «vestido»
Con respecto al vestido, existe coincidencia de criterios entre los investi-
gadores que se han ocupado del tema, en cuanto a que todos los aborígenes
apropiadores andaban desnudos.
La amplitud cronológica (no menos de 3000 años) y la antigüedad, asig-
nables al estadio medio, permiten suponer que aquellas comunidades pu-
dieron vivir aquí durante etapas climáticas más frías y secas, así como más
cálidas y húmedas que la actual, lo que induce a pensar en la posibilidad
de que hayan necesitado de algunos medios, incluibles en la categoría de
«vestidos» para protegerse de las inclemencias del tiempo, los que como
se sabe, no han dejado evidencia arqueológica directa. No obstante, la se-
ñalada evidencia indirecta de su dominio de la cordelería, antecedente del
conocimiento del tejido, así como la presencia de ciertos perforadores y
agujas en su ajuar, contribuye a fortalecer la tendencia a no descartar la
posibilidad expresada en el párrafo anterior.
Sí debe quedar definitivamente aclarado que la suposición, defendida
por algunos, de que los apropiadores, con el fin de protegerse de las bajas
temperaturas y los vientos durante el paso de los frentes fríos propios de
la temporada invernal, habitaban en esa época del año en sitios de tierra
adentro y solo se acercaban a las costas en las temporadas veraniegas, es ab-
solutamente errónea. La relación, detallada en páginas anteriores, acerca
de la temporalidad de los recursos alimentarios propios de esos ambientes
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De todo esto resulta una planta circular, cuyo diámetro más común
fluctúa entre 20 metros y 30 metros. La acumulación de todos esos restos,
a lo largo de todo el tiempo durante el cual el sitio fue habitado, da lugar a
la formación de verdaderos montículos, que hoy indican a simple vista su
carácter de sitios arqueológicos.
El hecho de que algunos de esos montículos presenten una planta ova-
lada más o menos regular, según se ha podido comprobar ya, obedece a
que el centro del área habitada cambió a lo largo del tiempo de utilización
del sitio, pero con corta diferencia, de modo que el «montículo oval» está
conformado realmente por más de un montículo simple.
Cuando la distancia entre dos centros es mayor de 30 metros, aparecen
dos montículos adyacentes. En algunos lugares se presentan más de dos
montículos adyacentes, y también se da el caso, menos frecuente, de mon-
tículos con forma de herradura, producida por la misma causa que dio lugar
a los ovales.
La circunferencia más comúnmente observada para los «anillos» en los
que aparecen escasas evidencias, que se identifican como «áreas de descan-
so», induce a plantear que el tamaño de los grupos humanos que acampa-
ron allí, o sea, las comunidades, debió fluctuar entre 100 y 150 individuos,
entendiendo siempre que estos eran en mayoría infantes y adolescentes,
en virtud de la baja esperanza de vida propia de aquella época y de la alta
fertilidad que, a consecuencia de lo anterior, tuvo que ser la causa de la
supervivencia milenaria de aquellos grupos humanos, como se ha señalado
reiteradamente.
Aunque no se ha encontrado evidencia arqueológica que lo pruebe de-
finitivamente, algunos indicios observados, así como referencias etnográ-
ficas, sugieren que en esos campamentos se construyó algún tipo de abrigo
—no necesariamente verdaderas «casas»— para proteger a sus habitantes
de las inclemencias del tiempo. Huellas de postes, y hasta restos de algunos
que pueden haber sido parte de esas construcciones, se han encontrado en
varios sitios de habitación asignables a este estadio.
Cuando en estos montículos residuales aparecen entierros humanos,
hasta donde se ha podido comprobar, estos se ubican en esas áreas de des-
canso, lo que indicaría, de ser realmente una regularidad, que los fallecidos
en el sitio eran sepultados en el lugar donde acostumbraban a dormir. Por
supuesto, la complejidad provocada por los frecuentes cambios en la ubi-
cación de los «centros», dada principalmente, a partir de los antes señala-
dos abandonos, con frecuencia supra anual de territorios —y por tanto de
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entre 100 metros cuadrados y 150 metros cuadrados, hasta donde se sabe
hoy.
También han sido observados en algunos de estos sitios, indicios suge-
rentes de que se pudieron construir allí algunos aditamentos de maderas
y hojas, capaces de mejorar la protección brindada por el abrigo natural,
cuestión de marcada importancia durante la temporada del año en que fue-
ron habitados.
Finalmente, se señala lo siguiente: algunos sitios de habitación de co-
munidad reunida, con independencia del sistema de asentamiento al que
puedan ser vinculados, y caracterizados por constituir gruesos montículos
residuales, que se pueden observar hoy en zonas litorales ocupadas por el
manglar, como el clásico cayo Redondo, tuvieron en la época en que fueron
habitados por el aborigen una ubicación menos costera, debido a movi-
mientos eustáticos e isostáticos que han modificado la línea de la costa
en el tiempo transcurrido desde entonces, según lo prueban los estudios
realizados con los restos de alimentos consumidos allí y otros sobre paleo-
geografía de esa zona.
Esto no niega que pudo haber paraderos de grupos por objetivos, com-
puestos por no más de 10 adultos, en algunas zonas pantanosas o de man-
glar, pero se considera que nunca se trató de campamentos base de comu-
nidad reunida o de grupos económicos, concebidos para la estancia de un
grupo mucho mayor y heterogéneo durante varios meses.
Por último, se reitera que la mencionada rotación de territorios pudo ser
practicada sin dificultades en un espacio isleño como el de Cuba, en la me-
dida en que la densidad demográfica del mismo —en constante y estrecha
relación con la capacidad de sustentación de los territorios— lo permitiera.
Para situaciones límites, que se pueden haber producido en algún momen-
to, la migración hacia otras tierras, mediante la navegación, tuvo que ser la
única alternativa. Téngase presente que esta es la principal causa de la dis-
persión de la especie humana por todo el planeta, así como que la presencia
en la Florida de la tradición manicuaroide, pudiera resultar una prueba de su
tránsito hacia allí, con punto de partida en Cuba.
El transporte
A nivel de los conocimientos actuales sobre el tema, es incuestionable la
utilización de medios de transporte acuático por las comunidades apropia-
doras en el estadio medio.
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Aspecto físico
Aunque los más recientes aportes de la Antropología Física al conocimien-
to de los aborígenes de Cuba no han sido sistematizados, razón por la cual
no es posible aún avalar o modificar los criterios sobre su aspecto físico
emitidos hace más de tres décadas, se puede pronosticar que en breve se
conseguirá incorporar significativos conocimientos sobre este interesante
aspecto.
En relación con el estadio medio, diversos factores concurren a compli-
car la interpretación antropológica de tendencia reconstructiva del aspec-
to de los aborígenes que lo vivieron, partiendo de la única fuente accesible:
sus restos óseos.
Esto se debe a que se trata de una población que se extendió por un pe-
ríodo multimilenario, durante el cual se deben haber producido numerosas
mezclas —aunque siempre dentro de la raza mongoloide americana hasta
el siglo xvi de n.e.— relacionadas con la incorporación al territorio cubano
de distintos grupos «inmigrantes» de procedencia no totalmente estable-
cida, y también con normas de organización social, cuyas particularidades
están por conocerse en detalle.
Desde las primeras comparaciones efectuadas entre los cráneos halla-
dos en la cueva de la Boca del Purial y en Guayabo Blanco, resultó evidente
que había significativas diferencias somáticas entre pobladores aborígenes
en este estadio.
Hallazgos posteriores vienen contribuyendo a reforzar esa apreciación,
de modo que se ha generalizado la tendencia a vincular los tipos físicos que
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se pueden observar con uno u otro de aquellos tipos «clásicos». Pero este es
un tema algo más complejo, como se aprecia en la siguiente cita:
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Salud y mortalidad
Estudios realizados por profesionales de la Medicina, revelan la huella de
distintas enfermedades, lesiones y otros padecimientos observables en res-
tos óseos de aborígenes ubicables en este estadio.
Entre las atribuibles a enfermedades se destacan, por su aparente fre-
cuencia, distintos tipos de osteomielitis y osteoporosis, así como lesiones
a consecuencia de padecimientos sifilíticos. (Ercilio Vento, comun. pers.).
Igualmente frecuentes eran los signos de anemia, mientras que las lesio-
nes traumáticas, en unión de las caries dentales y otros problemas maxilo-
faciales parecen ser las más abundantes, con reportes de fracturas óseas no
soldadas, como el caso de un húmero al que le falta el tercio distal y presen-
ta un callo en la fractura, indicador de un proceso de recuperación; fractu-
ras soldadas en posiciones incorrectas, y un caso (Vento, comun. pers.) de
una tibia cuya fractura, al parecer, fue tratada con técnicas de reducción e
inmovilización tan efectivas como las actuales.
En resumen, sobre la base de un aún corto número de estudios, se pue-
de concluir provisionalmente que existió entre estos aborígenes una cierta
sífilis endémica; que sufrieron eventualmente deficiencias nutricionales y
frecuentes lesiones traumáticas, a consecuencia de su azaroso modo de vida.
Por otra parte, son realmente escasos los reportes de malformaciones
congénitas u otros indicadores de problemas genéticos vinculables a los
efectos de uniones consanguíneas, lo que informa sobre aspectos sociales
a tratar más adelante.
Se reporta la evidencia de una alta mortalidad infantil y juvenil en los
contextos funerarios de los aborígenes estudiados. Pero en la mayor parte
de los casos no existe un registro riguroso de la edad real de los individuos
al morir, por lo que con solo el pequeño tamaño de la muestra, no es posi-
ble aún establecer un cálculo estadístico general y definitivo sobre la espe-
ranza de vida para este estadio.
No obstante, sobre la base de un reducido número de 88 individuos en-
terrados en dos sitios, se pueden presentar, con carácter provisional, cifras
aproximadas de 65 % de fallecimientos de menores de 10 años (46 % me-
nores de seis y 19 % de seis a diez), más 20 % para jóvenes de 10 a 15 años,
lo que indicaría, de ser representativo, que entonces solo 15 de cada 100
nacidos llegaban a ser adultos.
Nada de lo observado en esos sitios permite conocer si esos entierros
corresponden a épocas en las que se presentaron excepcionales condicio-
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Organización social
La afirmación de que la comunidad aborigen que hoy se sitúa en el estadio
medio de la formación pretribal... «debió sustentarse en un núcleo funda-
mental de carácter gentilicio» (Tabío y Rey, 1979), como se ve, no es nueva;
sin embargo, ya es posible aportar algunos elementos capaces de explicar
particularidades de ese tipo de organización social para estos aborígenes.
Las citadas investigaciones de Vladimir Kabo (1980) identifican como
de carácter universal ciertos principios de organización de las estructuras
sociales primitivas, como el papel de la comuna como célula económica
fundamental, con segregación eventual de «grupos económicos» y «grupos
guiados por objetivos concretos», así como otros mecanismos sociales, que
responden al proceso de asimilación económica de la naturaleza por los
grupos humanos en diferentes marcos geográficos. Según las conclusiones
de ese autor:
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natural del trabajo por sexo y edades, para cumplir una tarea económica o
social determinada. (Kabo, 1980:221).
Para los fines que ahora interesan, es necesario conocer cómo pudo
funcionar todo eso en las comunidades objeto de estudio, para lo cual es
preciso comenzar por esclarecer el concepto de familia en aquel momento
histórico. Sobre la base de numerosos estudios etnográficos y sociológicos
clásicos se puede considerar hoy, para este caso, que ese concepto se iden-
tifica con «un círculo cerrado de parientes por línea materna», entre los
cuales estaba vedada la relación sexual, o sea, la gens matrilineal.
De tal manera, cada comunidad estaría compuesta por varias gens o
grupos familiares, cuyos integrantes devenían así verdaderos «grupos con-
yugales», mediante la fórmula denominada «matrimonio dual gentilicio
exogamio en grupo», es decir, al estar vedadas las relaciones sexuales entre
los integrantes de una misma gens o familia, las parejas «conyugales», más
o menos estables, estaban compuestas por miembros de distintas familias.
Dada la «informalidad» de aquellas uniones, la ascendencia de sus hijos solo
podía ser establecida por línea materna (ascendencia matrilineal).
Esta aparentemente compleja organización social fue producto de una
milenaria experiencia, obtenida y organizada a través de esas normas a ni-
vel mundial, lo que está probado por los estudios etnográficos practicados
a ese nivel y, entre otros, por las antes citadas observaciones acerca de la
escasísima evidencia encontrada en Cuba de posibles uniones consanguí-
neas entre los aborígenes de referencia.
Repárese en la importancia de esa organización para la reproducción
de la población, así como la trascendencia de su flexibilidad a los efectos
de la subsistencia en el medio ambiente cubano: realmente no había en-
tonces forma más adecuada para lograr esos dos objetivos, y la evidencia
arqueológica confirma, como ya se ha explicado, que ese fue el papel de
la comunidad, célula económica fundamental de aquella sociedad, inte-
grada por esos componentes básicos, a manera de moléculas vitales, que
fueron las gens.
Por tanto, resulta válida la calificación de «gentilicia», tanto para cada
una de las comunidades como para la sociedad en su conjunto, cuando no
se había instituido aún la organización tribal en ella, durante aquel remoto
amanecer de la historia de Cuba. Por supuesto, aquellas normas no estaban
plasmadas en documentos legales escritos, sino que formaban parte de la
concepción del mundo y, por tanto, de los códigos de conducta de aquellos
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aborígenes, los que también tuvieron otras expresiones que serán tratadas
más adelante.
Por el momento, queda por agregar que los grupos económicos estaban
compuestos —como ya se dijo— entre 30 y 40 individuos de ambos sexos
y todas las edades, debido a que tenían programada la subsistencia inde-
pendiente durante varios meses, mientras que los más pequeños grupos
por objetivos, en función de las misiones concretas que tenían, debieron
estar formados solo por individuos aptos para cumplirlas, y en el menor
tiempo posible. En ambos casos, se incluye como «individuos» a personas
de ambos sexos.
En cuanto a la división del trabajo, es evidente que existió una determi-
nada distribución por sexos y edades. Sin caer en extremismos machistas
o feministas, es indiscutible que con aquel modo de vida, aquellas normas
sociales y la alta fertilidad comprobada, las hembras sanas y en edad de
concebir debieron pasar gran parte del tiempo lactando o embarazadas, lo
que sin dudas limitaba su capacidad para participar en misiones fuera del
campamento, como sucedió en el estadio anterior y sucedería después.
De esta manera se infiere que tareas como la conservación del fuego,
la preparación de alimentos, el mantenimiento del área habitacional, tal
vez, algo de recolección de moluscos y productos vegetales en el entorno
cercano, así como la decisiva prioridad de amamantar y atender a los más
pequeños y a enfermos o lesionados, fueron realizadas principalmente por
mujeres con ayuda de algunos niños, lo que funcionaría así en los campa-
mentos de comunidad reunida y en los de grupos económicos.
El resto de las actividades subsistenciales como caza, pesca, recolección
y captura en zonas más alejadas, acarreo pesado de leña, fabricación de ca-
noas y otros artefactos, se debieron realizar con fuerza de trabajo, princi-
palmente masculina y adulta, con apoyo de adolescentes de ambos sexos
y, tal vez, de alguna mujer en condiciones de participar en aquellos grupos
por objetivos que, en ocasiones, pernoctaban por varios días fuera del cam-
pamento. En todos los casos, la distribución de los productos de aquellas
actividades era igualitaria.
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de las reglas de lo que hoy se llama «exogamia gentilicia» que, en este caso,
tendrían también implicaciones «económicas».
De cualquier manera, con igual fundamento arqueológico y etnográfico,
se puede afirmar hoy que, al menos en ese momento del desarrollo de la hu-
manidad, no se debe pensar exclusivamente en «invasiones», «conquistas»,
sometimiento o desplazamientos forzosos de comunidades autóctonas
por grupos «inmigrantes» como única explicación del complejo proceso de
poblamiento antiguo de las Antillas.
En cuanto a las relaciones entre comunidades largamente emplazadas
en territorios cercanos, cabe entender que, en momentos en los que por
cualquier causa alguna de ellas no rebasara el número máximo permisible
de integrantes para ser autosustentable, hayan podido aceptar, en virtud
de iguales principios, nuevos miembros procedentes de otras. Pero no es
ese intercambio de individuos —como fuerza de trabajo y como nuevo
material genético— el único que se pudo producir entre las comunidades,
especialmente en este último caso citado.
Es evidente que los territorios comunales, concebidos como las áreas en
las que cada comunidad obtenía el sustento, no tenían fronteras o límites
«legales» rígidamente trazados, sino que solo eran la suma de los sectores
que los distintos grupos por objetivos cubrían con su actividad durante
cada ciclo anual.
Siendo así, se debieron producir frecuentes contactos de grupos de
distintas comunidades en esos sectores limítrofes, lo que puede incluso
haber sido sistemático y hasta intencional, explicándose así la presencia,
en algunos contextos arqueológicos, de artefactos e instrumentos de mate-
ria prima, cuyos yacimientos más cercanos distan más de 200 kilómetros,
mediante el intercambio, durante esos contactos propiciadores de otros
muchos posibles tratos no tan conspicuos.
También resulta evidente que el carácter de esos contactos pudo variar
de manera sustancial, según se realizaran entre grupos de igual o diferente
filiación étnica, lo que cabe esperar que haya ocurrido antes de alcanzar un
nivel de organización tribal, en un escenario histórico al que, como se ha
venido explicando, arribaron diferentes actores a lo largo del tiempo.
El lenguaje
El lenguaje oral, la palabra, debió jugar un decisivo papel en aquellos en-
cuentros, como medio de transmisión de información de todo tipo con lo
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Prácticas funerarias
Aunque la inhumación de los cadáveres no es necesariamente prueba de
la práctica de un ritual mágico-«religioso», sí hay evidencia arqueológica su-
ficiente para probar la existencia de un culto a los muertos en este estadio,
la cual consiste en la existencia de sitios dedicados única o fundamental-
mente a esos enterramientos; en la práctica de verdaderos entierros secun-
darios y múltiples; en la distribución geográfica y características de algunos
recintos funerarios en cuevas; en el tratamiento dado a algunas osamentas,
y en la presencia de posibles ofrendas asociadas a estas.
A pesar de que se han reportado algunos casos, no se considera hoy
como significativos elementos los abundantes fragmentos de huesos que-
mados en el piso de algunas cuevas y determinadas orientaciones de esque-
letos con respecto a los puntos cardinales, debido a que, por una parte, no
constituyen verdaderas regularidades y a que también pueden responder al
azar, en el último caso, o a factores de alteración y habitación posterior, en
el primero.
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tran en áreas de sus pisos, que son iluminadas directamente por el sol du-
rante algunas horas del día y, debido a la declinación estacional del astro, al
menos durante algunos días del año.
Los dos ejemplos más rigurosamente comprobados de esta costumbre,
aunque no los únicos, corresponden precisamente a las dos cuevas funera-
rias donde se ha encontrado hasta hoy el mayor número de entierros ubi-
cables en este estadio en Cuba: la cueva de Calero, con 65 individuos y la
cueva del Perico, con 162.
Aclarar, que este último número es el resultado del minucioso estudio
realizado por especialistas de la Universidad de La Habana (Travieso y
otros, 1999), de los 56 entierros identificados in situ y del conjunto adi-
cional de huesos alterados y dispersos también rescatados allí en las exca-
vaciones practicadas en distintos momentos, aunque la observación de la
regularidad detectada en ambos sitios corresponde a Enrique Alonso.
Para mayor precisión y alcance informativo de la evidencia de esta cos-
tumbre, se debe agregar que cuando se realizaron las excavaciones en la
cueva de Calero, por los días del equinoccio de primavera de 1989, el sol
iluminaba en horas de la tarde toda el área donde fueron localizados los
entierros, pero un sector casi central de la misma, de unos dos por seis
metros de planta en el que no apareció entierro alguno, coincidía con la
sombra que a esas horas de esos días proyectaba allí una gruesa columna es-
talactítica que hay en la entrada de la espelunca. Esa coincidencia revela no
solo la intención de sepultar en el área soleada, sino también que aquellos
entierros fueron realizados en períodos coincidentes con los equinoccios
de primavera o de otoño de distintos años.
En cuanto a la posibilidad, sugerida por algunos investigadores, de que
estos aborígenes hayan practicado sistemáticamente el infanticidio, ba-
sándose en la alta proporción de restos de niños que aparecen en los sitios
funerarios estudiados, se puede comentar que, sin que se disponga de ele-
mentos para negarlo, se estima que el azaroso modo de vida de aquellas
comunidades, detallado a lo largo de estas líneas, es causa suficiente para
justificar tan altas cifras de mortalidad infantil y juvenil de entonces.
Manifestaciones artísticas
Para nuestros apropiadores medios, como para cualquier otro pueblo pri-
mitivo de igual nivel de desarrollo, se puede considerar que la elaboración y
uso de los ornamentos corporales —tratados anteriormente—, así como la
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Los aglutinantes empleados están por descubrir, pero los más probable-
mente utilizados pueden haber sido sustancias grasas o resinas vegetales,
hidrosolubles o no.
En cuanto al medio empleado para aplicar la pintura, en algunos casos,
puede haber sido el dedo o la mano, pero otros trazos parecen haber sido
por la utilización de verdaderos pinceles, probablemente similares a los
que por necesidad se han construido, machacando el extremo de pedúncu-
los de ciertas palmeras (guano de campeche, guano de sierra), durante la-
bores de señalización de sitios arqueológicos en las que faltó por accidente
el pincel moderno, ocasión en la que se pudo comprobar que aquel lo sus-
tituía hasta con ventaja. Los dibujos conocidos parece que fueron trazados
con carbón vegetal. En cuanto a los grabados, son pocos los que pueden ser
atribuidos a estas comunidades.
Los temas relativos a la interpretación o lectura del significado de «di-
seños» y «motivos» como integrantes de sistemas ideográficos, así como de
su validez como indicadores de filiación de sus realizadores, son aún objeto
de discusión.
Sobre la base de una de las pocas generalizaciones realizadas al respecto,
además de 174 diseños reportados más recientemente en Pinar del Río, se
coincide con Guarch (1987), en que hay indicios de cierto parentesco esti-
lístico entre lo que puede ser calificado como «regiones pictográficas» de la
mitad occidental de Cuba, con especial afinidad de la región pinareña y de
la Isla de la Juventud, dada por la aparición de círculos concéntricos rojos y
también negros, en seis de las nuevas localidades reportadas en la primera,
donde han aparecido también, como elementos comunes a otras regiones,
impresiones de manos y motivos reticulados, aunque en menor proporción
que los círculos.
Cada localidad conocida presenta marcadas individualidades en la va-
riedad de sus diseños, buena parte de los cuales son por el momento sin-
gulares, así como, que no todos los objetos de arte rupestre existentes en
Cuba pueden ser atribuidos a realizadores aborígenes, sino también a otros
múltiples habitantes posteriores de las cuevas cubanas.
En resumen, hasta donde se sabe hoy, las expresiones gráficas de las comu-
nidades pretribales durante su estadio medio, en sus formas de pintura, dibu-
jo y grabado en paredes y techos de cuevas y abrigos rocosos, son de carácter
abstracto o representan objetos naturales extremadamente estilizados; que
los círculos concéntricos pintados en rojo, en negro o en combinación de
ambos colores, resultan uno de sus diseños más característicos para la región
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Consideraciones finales
Como se ha explicado en este capítulo, los aborígenes pretribales alcan-
zaron, en este estadio medio, un grado de desarrollo socioeconómico que
permite cuestionar su inclusión en la categoría de «salvajes», la cual les fue
impuesta por la visión que de ellos tuvieron los conquistadores, en los al-
bores del siglo xvi.
Herederos, en principio, del acervo cultural y genético, acumulado por
miles de generaciones ancestrales, las que subsistieron y consiguieron pre-
servar y difundir la especie humana en el planeta, sus primeros represen-
tantes se establecieron en Cuba, se mezclaron genética y culturalmente
con otros más antiguos pobladores, vivieron, crecieron, evolucionaron,
recibieron nuevos aportes de ambas clases a lo largo de tres milenios, y
se esfumaron finalmente al incorporarse, en iguales procesos, al estadio
tardío de aquella formación, a las comunidades tribales que comenzaron a
establecerse aquí después, o al «criollo» antecesor del cubano durante los
primeros siglos coloniales.
Atendiendo a esos presupuestos, se puede comprender que este esta-
dio, como cualquier otro, desempeñó un papel imprescindible en el inin-
terrumpido proceso histórico de esta pequeña región del mundo que es el
archipiélago cubano. Los grupos humanos que lo vivieron no son más que
los sujetos ejecutores de las acciones vitales de ese primigenio eslabón de
la larga cadena que forma esa historia.
Y precisamente, el conocimiento que se logre alcanzar sobre todos los
aspectos de su vida, es lo que permitirá comprender hasta dónde influyó
lo ocurrido en aquellos tiempos, principalmente, lo que ocurriría después,
cuestión equivalente también a descubrir la unidad del proceso histórico
en donde no hay hecho o fenómeno aislado, sin causas y consecuencias,
con todo lo que ello signifique a los efectos de entender qué es la historia y
para qué sirve conocerla y comprenderla.
Lo que se ha conseguido conocer hasta hoy sobre las comunidades que
vivieron aquel estadio medio muestra, en primer lugar, que por entonces
el hombre se consideraba —muy acertadamente— parte de la naturaleza,
y también que había acumulado un conocimiento empírico sobre sí mismo
y sobre el mundo circundante, suficiente para alcanzar cierto «desarrollo
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gradualmente con ellos, según parece que estaba aceptado y tal vez indica-
do, por los códigos de conducta social de ambos grupos humanos, cuestión
sobre la que hay hasta evidencia arqueológica, dada por la incorporación de
técnicas de la tradición manicuaroide a la cultura del «taíno» de Cuba y no
al de otras antillas; otros indicios de ese proceso de imbricación etnocultu-
ral están por descubrir en el futuro.
En fin, de haber sido otra la historia durante este estadio, la posterior
historia de Cuba tampoco fuera la misma…, por lo que se invita al lector a
meditar serenamente sobre estas simples razones, con el fin de que pueda
acercarse a conocer un poco más las raíces cubanas…
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CAPÍTULO 4.
ESTADIO TARDÍO
Antecedentes
Los primeros reportes conocidos sobre la aparición en Cuba de restos de
cerámica aborigen en residuarios típicamente «preagroalfareros» —o sea,
asignables a lo que hoy se identifica como formación pretribal— fueron
hechos por Mark R. Harrington, quien los encontró durante sus explora-
ciones practicadas en 1915 y 1919. A partir de entonces, se han ido produ-
ciendo nuevos descubrimientos de sitios con esa particularidad, de modo
que hoy su número se acerca al centenar, coincidiendo todos en que las
evidencias de apropiadores en ellos son ubicables en el estadio medio, y en
que la cerámica observada no incluye burenes.
También es significativo que la mayoría se ubica en la región oriental
(antiguas provincias de Oriente y Camagüey) y algunos se extienden hasta
Sancti Spíritus, Villa Clara, Cienfuegos, Matanzas y La Habana. Realmen-
te, ninguno ha aparecido en Pinar del Río o la Isla de la Juventud.
La cerámica aborigen, reportada en varios sitios pinareños, poblados
por apropiadores medios, aparece siempre en áreas marginales de los resi-
duarios, en la superficie y con burenes, indicando la presencia allí de algu-
nos productores dispersos, más probablemente en el siglo xvi.
Pero sucede que, aún en los pocos sitios que han sido excavados científi-
camente, resulta muy difícil definir con seguridad absoluta hasta qué pun-
to todos los elementos del contexto arqueológico responden a una misma
unidad socioeconómica, o si se está en presencia de una superposición físi-
ca de esos indicadores. No obstante, la tendencia que ha predominado es
la de aceptar que todos esos sitios identifican la existencia del denominado
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La cerámica
Al parecer, en casi todos los casos conocidos, la mencionada «cerámica
simple sin burenes» consiste en tiestos de vasijas de barro cocido, elabo-
radas con procedimientos cerámicos algo primitivos, con formas redon-
deadas y, en algunos casos, alargadas o «naviculares», de pequeño tamaño
y función utilitaria, no decoradas o con solo algunas decoraciones hechas
principalmente, mediante la incisión de líneas perpendiculares, inclinadas
o alternas con respecto a los bordes, entrecruzadas, y también mediante el
punteado; en otros casos mediante la aplicación de «pintura» o engobe de
color rojo a sectores de sus superficies exteriores.
Estas dos formas de decoración coinciden con las que caracterizan a
los estilos cerámicos caribeños, denominados por los especialistas «mei-
llacoide» y «ostionoide», respectivamente, los que son considerados como
muy antiguos o tempranos en las Antillas; el primero tiene su «sitio tipo»
en Haití, y el segundo en Puerto Rico; en estos sitios, así como en otros
similares de esas islas, esa cerámica sí aparece acompañada de burenes,
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Consideraciones finales
Ahora bien, partiendo del conocimiento alcanzado hasta hoy sobre este
tema, resumido en todo lo antes dicho, es evidente la necesidad de cues-
tionarse la tesis de que la única diferencia que marca el tránsito de los apro-
piadores a un estadio tardío es la evidencia arqueológica «cerámica simple
sin burenes», principalmente porque todo parece indicar que esta no es
producto de la invención independiente, sino del contacto y/o la transcul-
turación.
Otras consecuencias de todo género —tal vez muchas otras de orden
idiomático, tecnológico, ideológico, sociológico, productivo, etcétera—,
necesariamente tienen que haberse producido en el ámbito social de la
Cuba de entonces, es decir, tanto en los apropiadores como en los produc-
tores protagonistas del contacto. Pero para llegar a conocer la verdad al
respecto se precisan nuevos estudios, encaminados a dilucidar, mediante
investigaciones adecuadas a esos fines, incógnitas como la siguiente:
En los casos observados, los grupos de apropiadores en posesión de
aquella cerámica ¿la adquirieron por contacto ocasional con productores, y
continuaron su vida al modo tradicional sin volver a relacionarse con ellos?...
o ¿el contacto se mantuvo, con intercambio sostenido de connotación
socioeconómica, cultural y hasta biológica para ambas partes?... ¿arribaron
a Cuba en algún momento apropiadores con cerámica procedentes de otras
islas o del continente? Se estima que todas esas posibilidades se pueden ha-
ber materializado, pero para esclarecer dónde, cuándo, cómo y por qué, así
como para poder valorar sus consecuencias históricas reales, hay que con-
vertir esas incógnitas en verdaderos objetos de investigaciones por realizar.
Entre tanto, teniendo en cuenta que todo este complejo panorama
social se ubica a las puertas del «encuentro entre dos mundos», es razonable
aceptar —provisionalmente— que, tanto las comunidades tribales, como
las pretribales, en distintos momentos de su desarrollo, incluyendo aquellas
que en estadio tardío ya habían contactado con los productores, pasaron
gradualmente, a partir de 1510, a incorporarse de diversas maneras a la cada
vez más compleja amalgama sociocultural que ha caracterizado a la historia
de Cuba en todos los tiempos.
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CAPÍTULO 5.
FORMACIÓN
ECONÓMICO-SOCIAL
TRIBAL
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De la crónica a la arqueología
Los rasgos básicos del concepto de sociedad tribal (Bate, 1998:85-88) que
este libro asume (ya presentado en la Introducción) son visibles en las in-
formaciones que brindan los textos históricos y etnohistóricos referidos a
los siglos xv y xvi en Cuba y en los contextos que descubre la arqueología.
Resulta difícil, sin embargo, correlacionar datos históricos y arqueo-
lógicos, considerando que en ambos casos no siempre se dispone de una
información suficientemente completa como para lograr una caracteriza-
ción efectiva de la sociedad.
Los «descubridores» y conquistadores europeos hablan ampliamente de
un poblador con caracteres tribales: asentado en aldeas costeras o interiores
que podían tener hasta mil habitantes, con prácticas agrícolas y alfarería, y
similar en usos y lengua al que aparecía en La Española. Paradójicamente no
dan una denominación clara para estas comunidades, aunque las distinguen
de grupos aparentemente más atrasados, los aislados guanahatabeyes, que
«habitan en cuevas» y los «modestos y simples» cibuneyes (Las Casas, 1972) e
incluso, de habitantes de otras islas, los belicosos caribes. (Colón, 1961).
Según Las Casas (1951), este poblador había arribado algo menos de cin-
cuenta años antes de que llegaran los europeos, desde La Española, impo-
niéndose a los «siboneyes». Si se sigue literalmente la crónica, en menos de
cincuenta años llegaron a dominar casi todo el oriente, centro y parte del
occidente de la Isla, pues los europeos refieren haber contactado con ellos
en esas áreas.
Estas ideas, y el dato de la crónica en general, fueron asumidos sin mayor
análisis hasta casi el siglo xx, resultando la fuente básica para considerar un
pasado que en muchos casos era ignorado o rechazado. No obstante, en el
siglo xix se realizaron, aunque de modo muy puntual, revisiones acuciosas
de estos textos, encaminadas al análisis de la presencia aborigen en el terri-
torio cubano y al estudio lingüístico de estos grupos, así como de su origen
territorial. La posibilidad de disponer de una contrapartida arqueológica
demoró casi trescientos años.
Aunque a finales del siglo xviii y durante el xix se menciona el hallazgo
de objetos que se atribuyen a los aborígenes, no es hasta 1847 que se reali-
zan las primeras exploraciones arqueológicas, a cargo de Miguel Rodríguez
Ferrer (1876).
Parte de la evidencia que hoy se relaciona con las comunidades tribales
tuvo en aquel momento interpretaciones bastante singulares. El carácter
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Orígenes
La visión del origen de estas comunidades, generada a partir de los resul-
tados de investigaciones lingüísticas, biológicas y arqueológicas, y con una
reconocida dependencia de datos aportados por el análisis de la cerámica,
ha sido concebida básicamente alrededor de esquemas desarrollados por el
arqueólogo Irving Rouse durante casi sesenta años.
La propuesta de Rouse (1992) define culturas marcadas mayormente
por ciertos caracteres cerámicos, que se mueven en el tiempo y el espacio,
ocupando gradualmente los territorios, mientras se adaptan y transforman.
Aunque este enfoque no alcanza a explicar el significado social de esos
indicadores, a falta de mejores opciones, se resumirán a continuación sus
resultados.
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La entrada a Cuba
Aunque en los últimos años se han incrementado los fechados radiocar-
bónicos de materiales y contextos arqueológicos pertenecientes a comu-
nidades de productores tribales en Cuba, estos aún son escasos y ofrecen
una imagen incompleta; pero, aun así, resulta una herramienta vital para
entender muchos elementos de la sociedad aborigen. La compilación de
dataciones preparada por Cooper (2008), que incluye un trabajo de calibra-
ción, aporta una perspectiva muy interesante al respecto, en tanto sugiere
que muchos procesos de ocupación de espacios se pudieron dar en fechas
más tempranas que las aceptadas hasta hoy.
Los sitios El Paraíso y Damajayabo, en el litoral suroriental de Cuba,
con fechas de 820 años y 830 años de n.e., respectivamente (1130 años a.p. y
1120 años a.p.), marcan la presencia más temprana conocida de comunida-
des tribales en la Isla. Las calibraciones indican que quizás estas ocupacio-
nes son más antiguas. Relativamente cerca en el tiempo aparecen, al norte,
en la provincia de Holguín, Aguas Gordas (950 años de n.e. o sea, 1000 años
a.p.) y Loma de la Forestal (980 años de n.e., o sea, 970 años a.p.) que, según
la calibración, pudieran ser también mucho más tempranamente habitados.
El Paraíso y Damajayabo son sitios costeros con evidencias de agricul-
tura y fuerte explotación marina, que no parecen responder a habitaciones
de muy larga duración. Todo un grupo de asentamientos, posiblemente
antiguos y de ocupación similar, se da en la costa sur (Trincado y Ulloa,
1996:77).
En la cerámica de Damajayabo y de otros sitios cercanos, se ha señalado
la presencia de elementos «meillacoides» y, en menor medida, «ostionoi-
des» (Trincado y Ulloa, 1996:75). El aspecto «ostionoide» se identifica bá-
sicamente, a partir de la presencia de pintura o engobe rojo. Estos rasgos
cerámicos y ciertos adornos corporales, también presentes en sitios con
cerámica «meillacoide» y «ostionoide», sirven para fundamentar un pobla-
miento realizado, aparentemente, desde La Española.
En Aguas Gordas se acentúa el aspecto «meillacoide». Hay muy poca
pintura o engobe rojo y, en general, los elementos «ostionoides» son ves-
tigiales. En Loma de la Forestal este proceso se repite de cierta manera,
aunque ya no aparece la pintura o engobe rojo. El posible contrapunteo en-
tre elementos «ostionoides» y «meillacoides» también se da en Arroyo del
Palo, contexto típicamente apropiador tardío del oriente de la Isla, hacia
el año 980 de n.e. (970 años a.p.).
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islas antillanas, debió ser más complejo. No se pueden excluir los contac-
tos que quizás generaran poblamientos estables de gentes venidas de otras
islas o zonas (Las Bahamas, Jamaica, la Florida) y que pudieron darse por
puntos de la costa central u occidental.
En este sentido, el caso más interesante es la posibilidad de asentamien-
tos de grupos venidos de la Florida, fundamentado en las significativas si-
militudes, en lo que respecta a la cerámica y a la piedra tallada, de sitios del
occidente cubano con establecimientos tempranos del período Weeden
Island de la Florida (Rives, García e Izquierdo, 1996), aunque el factor «co-
rrientes marinas» contradice esa posibilidad, sugiriendo más bien un trán-
sito Cuba-Florida.
Es significativo que algunos sitios antiguos del área de Banes, mues-
tren presencia aborigen aún en el siglo xv o xvi. Esta estabilidad en el uso
de los espacios puede estar relacionada con la calidad ambiental de tales
territorios y la fertilidad de los terrenos (Guarch, 1989), aunque también
parece expresar determinaciones motivadas por el simbolismo de esos
lugares, y por su función y significado dentro de ciertos esquemas de con-
trol de los territorios.
El importante reporte de material suntuario y ceremonial que mues-
tran estos asentamientos y el hallazgo de enterramientos portando objetos
de gran valor, indica que en algunos casos pudieron ser centros de poder
ideológico y, quizás, político, a los que se subordinaban aldeas cercanas
(Valcárcel, 2002a) y en los que residían grupos de élite que controlaban
esos aspectos.
Al parecer, estas condiciones de subordinación, referidas por los euro-
peos como vínculos de dependencia entre caciques (Velásquez, 1971:66) se
podían producir en espacios geográficos bastante amplios. Se desconoce,
sin embargo, cuán extendida se hallaba esta situación y el significado real
de estos nexos, aunque es claro que todo ello revela un proceso de crecien-
te diferenciación social, en marcos cada vez más institucionalizados y de
centralización de poderes, con desarrollo de estructuras de jefatura asocia-
das a cacicazgos. (Valcárcel, 2002a; Valcárcel y Rodríguez, 2005).
Con el arribo europeo, la presencia de las comunidades de productores
tribales había logrado extenderse hacia el oeste, aunque aún no se había he-
cho estable en el área más occidental de aquella región. Alcanzaba un mon-
to demográfico, todavía no bien precisado, de entre 100 000 y 200 000
personas (Domínguez, Febles y Rives, 1994:7); si se considera la potencial
diversidad sugerida por los distintos desarrollos locales, que la crónica
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ABORÍGENES DE CUBA
Caracterización
Los individuos que constituyeron el gran grupo de los productores triba-
les en las Antillas y en Cuba están plenamente incluidos dentro de la raza
mongoloide americana. La apariencia física de estos aborígenes ha llegado
hasta hoy, a través de los relatos de europeos que los conocieron en su es-
tado natural, y por los restos óseos hallados en las excavaciones arqueoló-
gicas.
Aspecto físico
Una de las descripciones más conocidas y también de las más ilustrativas,
fue hecha por Colón (1961:49-50):
(…) muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y buenas caras; los cabellos
gruesos casi como sedas de colas de caballos y cortos: los cabellos traen por en-
cima de las cejas, salvo unos pocos… que los traen largos, que jamás cortan…
y todos de frente y cabeza muy ancha, más que otra generación que hasta
aquí haya visto, y los ojos muy hermosos y no pequeños, y de ellos ningún
prieto, salvo del color de los canarios…
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Salud
En cuanto a la salud de estos aborígenes, resalta la frecuente presencia de
desgastes en las cúspides dentarias, lo que puede acarrear procesos infec-
ciosos en las piezas, al quedar destruido su esmalte y dejar expuesta, en los
casos de mayor desgaste, la dentina y hasta la pulpa. Todo parece indicar
que esto se debió a la masticación habitual de alimentos que contenían
partículas erosivas. Otras patologías observadas en sus sistemas dentarios
son las caries, por lo general en la región oclusal, piorrea alveolar, osteolisis,
trayectos fistulosos, así como osteítis y cálculos dentarios. (Torres y Rive-
ro, 1972:11).
En lo referente a patologías vistas en los cráneos y en el esqueleto axial,
han sido estudiadas infecciones, osteoartritis, osteolisis, osteoporosis,
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Etnicidad
Para discutir la estructura étnica de estas comunidades es conveniente de-
jar bien esclarecido el concepto de etnia que se utilizará y que se acepta. Se
coincide con Bromley (1986:18) en que:
(…) el etnos representa solo aquella comunidad cultural de gente que se con-
sidera como tal, separándose dentro de otras comunidades análogas. Esta
conciencia de su unidad de grupo, por parte de los miembros del etnos, como
regla, se denomina, según se sabe, autoconciencia étnica, cuyo rasgo exterior
es la autodenominación (endoetnónimo).
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no muy alejadas del mar que, con sus recursos, daba la posibilidad de com-
pletar una dieta adecuada en ciertas épocas del año, cuando escaseaban los
recursos terrestres.
La búsqueda del equilibrio entre las necesidades de cada aldea y los
recursos que podía suministrarle el medio, en forma relativamente estable,
constituyó el punto clave del sedentarismo de estas comunidades que, como
es conocido, permanecieron en determinadas localidades por espacio de cen-
turias. Resulta clara la tendencia a usar zonas de alto potencial económico y a
regular su uso, recurriendo incluso a un distanciamiento de los poblados para
limitar el nivel de impacto sobre el medio ambiente.
Otra estrategia para facilitar el acceso a mayor cantidad y variedad de
recursos, fue la de dividir la población, de manera permanente o con carác-
ter rotativo, estableciendo poblados menores en áreas de interés económi-
co. Estos «subpoblados» o poblados satélites, se deben ver como parte del
poblado o aldea nuclear, sin existencia alguna de dependencia tributaria o
de sojuzgamiento, sino como parte de un todo único. Por medio de estas
variantes y con un sistema comunitario de explotación ambiental, estos
grupos no debieron padecer hambrunas por períodos prolongados, sino
solo de manera ocasional, por causa de desastres naturales.
La información sobre el uso del medio indica un conocimiento profun-
do de sus características y potencialidades, así como un manejo completo
de este en función de las necesidades humanas. En el caso de las materias
primas, muchas llegaban del entorno del poblado; la obtención de otras,
impuso la necesidad de desplazamientos importantes: en el sitio la Güira
de Barajagua, en Cueto, provincia de Holguín, hay evidencia de trayectos
de más de 40 kilómetros para hallar, en la ribera de un río, la arcilla necesa-
ria para la producción alfarera.
La búsqueda de las fuentes de materia prima en el bosque y las sabanas,
los cuerpos de agua dulce y el mar, sin importar las distancias o la labor
a realizar, sino el producto que se deseaba obtener, demuestra la compe-
tencia de estas comunidades para imponerse al medio, en una forma que
rebasa las posibilidades de una simple adaptación pasiva.
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Las viviendas
Los cronistas señalan la presencia de cobertizos para actividades diversas,
así como de construcciones de mayor tamaño, principalmente para fines
de habitación, aunque no se excluye que, como ocurría en La Española,
estas también sirvieran para otras funciones.
En lo que se refiere a las «casas», los cronistas indican que eran de made-
ra y paja u hojas de palma. Aparentemente, todo indica que contaban con
paredes de cañas, que no eran muy altas, por lo que la techumbre descendía
algo más que en los actuales bohíos de Cuba. Colón (1961) refiere en su
Diario de Navegación del Primer Viaje, que no poseían ventanas, sino solo
dos puertas, opuestas una a la otra.
Existen algunas discrepancias en el tema de la forma. Los investigadores
aceptan la existencia de casas de planta circular, a manera de caney o bohío
de techo cónico y paredes, formando un gran círculo. Colón, durante su
primer viaje por la costa norte de las provincias orientales, se refiere al in-
forme que le rinden los dos hombres que envió tierra adentro desde Puerto
de Mares, hoy Gibara, sobre el parecido de las «casas» por ellos vistas con
«alfaneques» muy grandes. Estos alfaneques eran tiendas de campaña de
forma cilindro-cónica.
No parece que Colón o Las Casas observaran en algún momento casas
rectangulares en sus viajes por Cuba y las otras antillas. Solo Fernández de
Oviedo (1851, T. 1:163) señala también la existencia de casas rectangulares,
pero en La Española, aunque solo para caciques y principales de la tribu.
Investigadores como Sven Loven (1935) difieren totalmente del criterio
de Oviedo, estimando que las casas rectangulares vistas por el cronista en
«Haití», fueron el resultado de la influencia española. En Cuba hay eviden-
cia arqueológica de la existencia de casas de planta circular y de planta oval.
(Valcárcel et al., 2006).
En cuanto a los habitantes de cada casa y su número aproximado, exis-
ten discrepancias en la información ofrecida por los cronistas e informantes
de la época, y lo planteado por algunos investigadores. Según los enviados
de Colón tierra adentro, durante el primer viaje (Colón 1961:83), el número
promedio de habitantes por casa era de unas 20 personas, considerando el
dato de unos 1000 habitantes en una aldea de 50 bohíos. Sven Loven (1935)
calcula de 10 a 15 hombres con sus esposas e hijos, lo que parece algo elevado.
La siguiente referencia de Las Casas (1951, T I): (…) «aquellas casas eran
de manera que se acogían en ellas mucha gente en una sola y debían ser
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El fuego y su utilización
Para encender el fuego, según Las Casas (1967), estos aborígenes hacían
rotar entre las palmas de las manos una varilla de madera seca de «guácima»
(Guazuma tomentosa), árbol de madera blanda, para que su extremo inferior
girase como un taladro sobre una muesca en un palo de igual madera, suje-
to con los pies.
Mediante el fuego quemaron espacios de bosques, con la finalidad de
hacer en ellos sus sembradíos. Otro aspecto, sobradamente significativo,
fue la utilización del fuego para elaborar alimentos, los que pudieron ser
asados, hervidos o ahumados para su conservación.
Los propios recipientes de que se valieron fueron preparados al fuego,
como toda la cerámica. Muchos autores plantean que las armas de madera
como las azagayas y las puntas de venablos, anzuelos, etcétera, eran tem-
pladas al fuego, y los cronistas refieren que mediante el fuego se ahuecaban
los árboles para fabricar las canoas.
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La agricultura
Aun cuando la agricultura no fue siempre la única actividad sustentadora
de la alimentación de estos aborígenes, fue sin dudas el aspecto que más
resaltó de su economía, dado el adelanto técnico que presupone la capaci-
dad de domesticar las plantas. No se puede hablar de una agricultura inci-
piente en el caso de la que se practicaba entonces en Cuba, pero tampoco
se puede plantear que se trataba de una agricultura desarrollada, teniendo
en consideración, que las especies cultivadas no eran tan variadas como las
que se cultivaban en el territorio continental de América.
Por otra parte se destaca que, tanto para las comunidades más desarro-
lladas de tierra firme como para las insulares, solo existió un medio de tra-
bajo básico para el cultivo: el bastón sembrador o «coa» que, en el mejor
de los casos, recibió solo algunas innovaciones, como puntos de apoyo y,
excepcionalmente, punta metálica, lo que no se produjo en las variantes
antillanas.
La cuestión del aumento de la productividad estuvo dada por una mejor
selección de las simientes cultivadas, por la diversificación de los cultivos y
por la preparación de los suelos.
Entre las especies cultivadas resalta, en primer lugar, la yuca (Manihot
sp.) en su variedad amarga. Esta variedad, de gran productividad, puede
comenzar a cosecharse a los nueve meses de sembrada la planta y puede
permanecer en el campo hasta algo menos de dos años sin que se deterio-
ren los tubérculos. Su consumo requiere de un procesamiento previo, el
que permite obtener la harina con la que se elaboran las tortas de casabe, a
la vez que elimina el ácido prúsico venenoso que contiene.
Otras plantas cultivadas fueron el boniato (Ipomea batatas, L.) y el ají pi-
cante (Capsicum frutescens, L.). El ají «guaguao» y las dos especies silvestres
de ají que hoy se encuentran en Cuba, se usaron como condimento. Colón
(1961:82) cita, en varias oportunidades, haber observado la siembra de frijo-
les, sin que hasta ahora esté esclarecido cuál o cuáles fueron las especies o
variedades cultivadas. La siembra del maní y su existencia como planta au-
tóctona, también se ha discutido (Roig, 1988, T. 1:650). El maíz (Zea mays,
L.) fue utilizado, aunque persiste la duda sobre su aparente poca importan-
cia económica entre estos agricultores.
Muchas otras plantas y frutales se pudieron sembrar en los caseríos
como es el caso de la piña (Ananas sp.), de la que había tres variedades, y
también el anón, la guanábana, el mamón, el mamey (Mammea americana)
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La «industria» alfarera
La alfarería, desarrollada principalmente por mujeres, estuvo dirigida bási-
camente a la confección de recipientes y artefactos para almacenamiento,
procesamiento o consumo de sustancias sólidas y líquidas. También pro-
dujo, aunque en menor medida, imágenes de carácter escultórico. Desde
la extracción del silicato de alúmina —la arcilla— de la mina o de las orillas
de un río, hasta el ceramio terminado, el material pasó por varias fases en
el proceso de trabajo, que lo convirtieron en materia prima primero y pro-
ducto con valor de uso después.
La técnica antillana para la confección de las vasijas, totalmente manual,
se basó en el acordelado o «enrollado», o sea, empleando cuerdas o tiras de
arcilla, con las que se iban levantando las paredes de los ceramios, a veces,
a partir de una inicial «plancha» de barro que conformaba el fondo. Todos
los demás aspectos de forma y tipos de vasijas fueron producto de la habi-
lidad de las alfareras y de las necesidades y tradiciones del grupo, dictadas
por sus planes éticos y estéticos.
Las alfareras alisaban las paredes, eliminando las huellas de los rolletes;
golpeaban los cuerpos de los ceramios para obtener mayor resistencia en el
material al expulsar agua y aire de los intersticios de sus piezas constituyentes;
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ABORÍGENES DE CUBA
Otros artefactos de la industria alfarera son las figuras exentas, que con-
sisten en pequeñas esculturas modeladas con representaciones humanas
(más abundantes las femeninas que las masculinas) y animales. Algunas
de ellas se han relacionado con cultos a la fertilidad, y es indudable que
muchas debieron ser representaciones de «dioses» o espíritus, así como de
personajes y animales legendarios.
Los burenes, artefactos sobre los que se cocían las tortas de casabe, eran
planchas circulares de barro de diversos tamaños y grosores. Se pueden ha-
llar burenes con 40 cm de diámetro y 1.9 cm de espesor y, hasta de 120 cm
de diámetro y 6 cm de espesor. Las estadísticas indican que, por lo regular,
la tendencia fue elaborar burenes medianos hasta grandes, de 60 cm de diá-
metro y 3 cm de espesor. Recientemente se ha probado, mediante análisis
químicos, que los burenes fueron también utilizados para procesar otros
productos vegetales (Jouravleva y González, 2000b) e, incluso, cárnicos.
Los bordes de los burenes se terminaban de varias formas, pudiendo
ser rectos, semicirculares o biselados hacia arriba o hacia abajo. Muchos
burenes poseen en su parte superior una forma ligeramente cóncava, que
favorece la contención de la torta de casabe; los bordes, en estos casos,
se levantan suavemente. En muchos fragmentos de burenes se ha podido
observar la huella dejada por las esteras sobre las que se confeccionaron, lo
que es muy importante para el estudio de las diferentes formas de tejer las
fibras y la naturaleza de estas; otras veces, la base utilizada consistió sim-
plemente en ramajes o la hoja de una palma, lo que también quedó impreso
en el futuro artefacto.
Entre los burenes se distinguen, en número minoritario, los denomina-
dos «burenes marcados», que presentan en una de sus caras un diseño, el
cual puede ser una estilización zoomorfa o un dibujo geométrico de cierta
complejidad. Se ha dicho que estos dibujos incisos marcaban su figura en
relieve en las tortas de casabe, las que se confeccionaban así para casos y
personas especiales. Se debe señalar que los burenes marcados conocidos
son de pequeño a mediano tamaño, nunca grandes.
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ABORÍGENES DE CUBA
La «industria» de la concha
Esta «industria» forma parte de una tradición en Cuba (manicuaroide), an-
terior a la presencia de los productores, por lo que no se puede ver como
algo exclusivo de estos. Aunque su presencia y diversidad es inferior a la
que se reporta para los apropiadores, se destaca en lo que se refiere a los
objetos de carácter superestructural, que presentan una calidad estética
inédita hasta ese momento. Empleó las conchas de bivalvos y univalvos
marinos.
En sentido general, sus productos se pueden dividir en instrumentos y
artefactos de trabajo, y en artefactos superestructurales. En el caso de los
instrumentos de trabajo —los que no tuvieron elaboración previa— se des-
tacan los raspadores, consistentes en valvas de moluscos marinos (familias
Lucinidae y Tellinidae) empleados, según Las Casas (1967:63), para quitar
la corteza exterior de la yuca. Los artefactos de trabajo comprenden pun-
tas, picos de mano, los llamados anzuelos atragantadores, vasijas, cucharas,
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ABORÍGENES DE CUBA
La «industria» de la madera
Esta debió ser sin dudas una de las más extendidas y desarrolladas, aun-
que las pruebas arqueológicas son débiles, debido a la desaparición de las
evidencias materiales producto del clima húmedo tropical y, quizás, por
la acción de los colonizadores que, siguiendo conceptos religiosos medie-
vales, pudieron destruir muchos de estos objetos como ocurrió en diversos
lugares de América.
El conocimiento, a través de las fuentes documentales, de la existencia
de canoas, canaletes para impulsarlas, azagayas, macanas, arcos y flechas
poco desarrollados, el maderamen especializado de las casas y herramientas
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ABORÍGENES DE CUBA
La metalurgia
Los europeos refieren haber visto en Cuba objetos de oro y de una aleación
de oro, plata y cobre, llamada guanín. Los guanines eran producidos en
Suramérica y se movían a través de redes de intercambio que conectaban
las Antillas con el continente. La técnica aplicada a las alhajas de oro en
Cuba, fue la del laminado por martillado, a partir de una pepita natural.
Estas láminas, de no más de un milímetro de grueso, fueron recortadas y
perforadas en un extremo para servir de colgantes. En otros casos, sirvie-
ron para ser incrustadas en ídolos de madera a modo de ojos o de orejeras,
según lo expuesto por los conquistadores hispanos, y por un dujo encontra-
do en el territorio de la actual República Dominicana.
Los objetos de oro tenían un alto valor ornamental y ritual, y eran contro-
lados por los grupos élite. Recientes investigaciones sobre cuentas de oro y
guanines recuperados, junto a esqueletos aborígenes en El Chorro de Maíta
(Valcárcel et al., 2008), revelan que algunos son de indudable factura colom-
biana. Se ignora cómo pueden haber llegado a la aldea y no se descarta que
hayan sido entregados por europeos en trueque por oro de altos quilates.
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ABORÍGENES DE CUBA
El lenguaje
El estudio de este importante sistema de señales presenta grandes dificul-
tades, debido a que los numerosos trabajos lingüísticos, lexicográficos y
literarios sobre el tema, no esclarecen ni a medias la estructura del léxico,
ni sintáctica ni gramaticalmente, llegando solo a la discusión de fonemas, a
sus posibles raíces y desinencias, afijación, yuxtaposición y posible signifi-
cación en lengua española, cuando tuvieron «homólogos», lo que no siem-
pre se produjo en los campos de los fitónimos, zoonónimos y topónimos,
debido a su autoctonía.
Está claro, sin embargo, que la lengua hablada en Cuba por los aborígenes
productores era de la familia aruaca, originaria de Suramérica. Es evidente
que desde el inicio de su entrada a las islas, fue una lengua «híbrida», que
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ABORÍGENES DE CUBA
La sociedad
Es muy confuso el panorama de la sociedad, a pesar de las referencias que
de la misma hacían los cronistas, pues en muchos casos la visión que tenían
era sumamente superficial o prejuiciada por las concepciones de la época;
sin embargo, se puede afirmar en términos generales, que la sociedad de los
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ABORÍGENES DE CUBA
Composición de la familia
Se considera como variante más aceptable para Cuba, de acuerdo con algu-
nas fuentes escritas, la presencia de la familia fundamentada en un núcleo
gentilicio. Como es conocido, el carácter exogámico es propio de la socie-
dad gentilicia, con características dislocales, lo que se confirma para estas
comunidades con lo dicho por Las Casas (1967): «Cuanto a los casamien-
tos que entre aquesta gentes había, no entendimos que tomásen por mujer
hermana ni prima...».
Esta solución exogámica determina la presencia de «alienígenos» llega-
dos al grupo por matrimonio, fueran hombres o mujeres. En el caso feme-
nino, aun reduciendo el fenómeno a un mínimo, representado por las cón-
yuges de los caciques y behiques —quienes fueron seleccionados dentro
de la gens y, por tanto, obligados a la búsqueda de consortes en otra— se
establece de todas formas una línea patrilocal. Falta por conocer cómo se
incorporaban todos esos forasteros a la economía del colectivo que los ad-
mitió, lo que quizás pudiera explicar la posición de los llamados «naborías».
Organización de la producción
El grado de desarrollo de las fuerzas productivas existente y la organiza-
ción social preclasista ya mencionada, determinan que no se pueda hablar,
para Cuba, de otra forma de organización y distribución de los bienes de
consumo en esta formación que no sea la comunitaria.
Los hombres del grupo, ayudados por los niños, también como una for-
ma de aprendizaje, realizaban por lo común, las tareas agrícolas, de pesca,
caza, captura, recolección y manufactura de medios de trabajo; las mujeres
por su parte, ayudadas por las niñas y, tal vez, por algunos viejos —cuando
los había—, se dedicaban a las labores de alfarería, cestería, hilado y tejido,
confección del casabe, preparación de otros alimentos y, quizás, a algún
tipo de recolección cercana a la aldea (Las Casas, 1967).
Esta división natural del trabajo, por sexos y edades, se corresponde ple-
namente todavía con las funciones económicas propias de la comunidad
preclasista desarrollada, a las que se deben sumar aquellas de interés de
la familia nuclear o de la colectividad, como por ejemplo, la reparación o
construcción de un nuevo bohío u otras que, por su envergadura, debieron
requerir del concurso de todo el grupo o, en última instancia, de determi-
nada familia nuclear dentro del colectivo, sin atender a sexos ni edades.
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La transmisión de conocimientos
Estas comunidades dependían del conocimiento empírico del medio am-
biente y de la interpretación que hacían de los fenómenos de la naturaleza.
Sin duda alguna, el cúmulo de esos conocimientos constituyó un valioso
acervo cultural, que formó parte inseparable e identificativa de la colecti-
vidad. Las vías para la comunicación de este patrimonio fueron la oral y la
práctica.
La división del trabajo por sexos debió ejercer una fuerte influencia en
este aspecto, así como la participación de los más viejos, como portadores
de experiencias. La incorporación de los niños a las tareas cotidianas desde
edades tempranas, fue un vehículo idóneo para que el colectivo les trans-
mitiera los conocimientos imprescindibles para la producción de bienes de
consumo y el mantenimiento de la cohesión social.
Determinadas especializaciones debieron ser objeto de una selección
por habilidades y, en algunos casos, no se puede descartar la designa-
ción por motivos sociales, pero siempre y cuando el elegido —del sexo
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La «religión»
Las ideas «religiosas» de estas comunidades muestran una mezcla de tradi-
ciones totémicas y de creencias animistas. La reminiscencia de los cultos
totémicos está dada por la presencia de los mitos sobre antecesores, seres
con determinada influencia sobre la vida de la gens o de héroes culturales
con aspecto de animales.
Se debe recordar que el tótem es la creencia de que un animal o planta
tiene un vínculo sobrenatural con un grupo de personas. No se puede pre-
cisar si el culto a ídolos familiares tuvo una connotación totémica o una
tendencia hacia la individualización de imágenes rituales del culto animis-
ta, debido a que su representación, hasta donde se conoce, no fue de ani-
males. No obstante, la presencia en el registro arqueológico de pequeños
colgantes e incluso, de artefactos de uso ritual que muestran la representa-
ción de animales o de estos antropomorfizados, hace pensar en la existen-
cia mucho más extendida del totemismo.
Las creencias animistas —la fe en el alma y en los espíritus— tuvieron
una repercusión mucho más amplia en la tribu, lideradas por el behique y,
en ocasiones, con la participación del cacique, llegaron también a ser po-
testativas de familias nucleares dentro de la comunidad, como en el culto
a cráneos, observado desde un inicio por el propio Colón (1961:110), aun-
que aquel tuvo también en algunos casos rango tribal. Se observa, además,
su presencia en los mitos, donde se advierte la existencia de creencias en
espíritus y en el alma, aunque los aborígenes no separaban el cuerpo mate-
rial del alma, haciendo aparecer a los espíritus materializados, así como la
existencia de ultratumba del alma, acompañada de su cobertura material.
Es en los mitos donde se advierte, con mayor precisión, la incorporación
animista de grandes espíritus cosmogónicos y de otros menores, vincula-
dos unos a cultos agrícolas y/o creativos del universo, y otros a fenómenos
naturales y/o a aspectos económicos y culturales de su interés.
Muchos de estos espíritus superiores y, al menos, algunos inferiores,
fueron materializados en los ídolos denominados cemíes, a través de los
cuales se producía la comunicación con el espíritu mediante determinados
ritos o que también protegieron, como amuletos portables, a sus poseedo-
res. Este paso hacia la materialización de los espíritus representa un avance
en las creencias animistas, llegando a tal grado que ya se daba el poder del
espíritu directamente al cemí, originando el encumbramiento de algunos,
a los que se les atribuía grandes poderes como cemíes familiares o tribales.
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Una situación de gran interés son las llamadas «cuevas cerradas», en las
que se procedió a tapiar las entradas con piedras. Esta práctica se ha po-
dido observar de forma reiterada en la zona de Maisí y, con detalles muy
particulares, en el área de El Guafe. Allí se observó, además, la presencia
de cinco ídolos labrados en estalagmitas (cemíes sedentes), dos de ellos a
los lados de la única entrada que se dejó libre de piedras. En Maisí se ha
obtenido evidencia de incineración de cadáveres, al menos, de los huesos
del esqueleto axial, no así del cráneo.
Los enterramientos en áreas despejadas se encuentran regularmente en
zonas de los poblados donde los aborígenes acumularon basura. En muchas
ocasiones, sobre los lugares de entierro, se realizaron con posterioridad
tareas de carácter doméstico. Un caso excepcional es el sitio Chorro de
Maíta, donde los enterramientos se han hallado en un área seleccionada
para ese fin, en la «plaza» central del lugar, sin restos de habitación.
Los entierros en áreas despejadas, en ocasiones, presentan ofrendas
rodeando el cadáver o encima de este. En el Chorro de Maíta, hasta el pre-
sente, han sido extraídos 108 enterramientos humanos mediante excava-
ciones científicas. Es posible advertir allí la presencia de lo que se puede
considerar ofrendas, con la variante de tratarse siempre de artefactos de
adorno personal y no de vasijas; sin embargo, la mayoría de los esqueletos
no presenta estas ofrendas. (Guarch, 1988).
Las posiciones básicas de los cuerpos enterrados, tanto en cuevas como
en áreas despejadas, pueden ser: boca arriba (decúbito supino), boca abajo
(decúbito prono), sobre el lado derecho, o sobre el lado izquierdo. Se han
presentado con las extremidades superiores extendidas a lo largo del cuer-
po; cruzadas sobre la pelvis, dobladas sobre el pecho y levantadas hacia la
cabeza, o mezclas de ambas posiciones. Las extremidades inferiores se han
observado extendidas, semiflexionadas, flexionadas y fuertemente flexio-
nadas, mientras que en ocasiones las piernas se encuentran cruzadas. La
orientación de los esqueletos con respecto a los puntos cardinales es muy
variada.
Lo poco numeroso de los restos hallados es un indicador de que pudie-
ron existir otros tipos de ceremonias funerarias, de las que no quedó evi-
dencia. Aun, considerando que la población entonces fuera escasa, que los
agentes naturales destruyeran parte de esas evidencias, y que los saqueado-
res de reliquias hayan depredado cientos de ellas, resulta insignificante el
número de restos hallados para una ocupación humana desarrollada duran-
te más de 700 años.
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ABORÍGENES DE CUBA
Vestidos y ornamentos
En el caso de Cuba, como en las restantes antillas, no es posible hablar de
verdaderos vestidos, ya que los elementos del vestuario sobre los que se
tiene conocimiento a través de las crónicas y por el registro arqueológi-
co, se pueden catalogar más bien como objetos suntuarios, ornamentos o
elementos de significación ritual. Ya fuera por la reducida área del cuerpo
que cubrían, por el uso ocasional que se les daba, o por las condiciones del
clima, no podían resultar objetos destinados a cubrir y proteger a sus por-
tadores contra la intemperie y las inclemencias del tiempo.
Colón observó este aspecto desde sus primeros contactos con ellos en
las islas Bahamas. En su diario escribió: «Son gente..., muy sin mal ni de gue-
rra: desnudos todos hombres y mujeres como su madre los parió. Verdad
es que las mujeres traen una cosa de algodón solamente tan grande que les
cobija su natura y no más...» (1961:86). No obstante, existe una referencia
sobre «mantas» tejidas de algodón (Las Casas, 1967), que se cree puede ser
una confusión, tratándose de posibles hamacas en proceso de fabricación.
La información más ilustrativa de todo cuanto se ha dicho al respecto,
es la de Bernáldez (1953), quien describe a un grupo de aborígenes en las
proximidades de Jamaica, donde no habitaban los aruacos de mayor evolu-
ción cultural, por lo que estos datos representan un buen índice promedio
antillano. Aunque da una visión de personas de alto rango, posiblemente
preparadas para una situación especial, esta cita, no por repetida, deja de
tener una valiosa información para aproximarse a este asunto:
En la canoa más grande, vino él [el cacique] en persona con su esposa y dos hi-
jas… En su canoa él llevaba a un hombre como heraldo. Este joven se paraba
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pudieran llamar cobertores, con los peciolos de las palmas (yaguas) para
protegerse de los rayos del sol durante exposiciones muy prolongadas, y
también para protegerse de la lluvia. Esta solución también se pudo haber
empleado en Cuba.
Como ya se ha expresado, los adornos corporales fueron muy solicita-
dos por estos aborígenes, no solo por los antillanos, sino también por los
del continente. Para su confección utilizaron múltiples materiales. Se tie-
ne referencia sobre artefactos de uso corporal de plumas, concha, piedra,
hueso, metales, madera, cestería y tejidos, casi siempre combinando varios
de ellos.
En sus cabezas usaron tocados, cascos y coronas, confeccionados con
plumas multicolores, así como bandas de tela que, contorneando la cabeza
por la frente, se anudaban en la nuca con un largo fleco; esta forma de ador-
no era muy utilizada por las mujeres. Algunos hombres ataban en la parte
delantera de sus tocados, sobre la frente, ídolos de figuras exentas (cemíes
portables) para ciertas ceremonias y durante actividades bélicas. También
se adornaban con orejeras que traspasaban el lóbulo perforado del pabe-
llón auditivo, las que podían ser de piedra, concha, madera, plumas, resina
o metales.
Hay indicios de besotes (adorno para los labios), aunque no está ple-
namente confirmado. Las narigueras podían ser de metal (oro o guanín) o
simplemente de plumas. Se debe añadir el uso de la pintura —que sobrepa-
só la cabeza para ser enteramente corporal— con la que se trazaron múlti-
ples diseños geométricos, desde líneas negras en los pómulos, hasta bigotes
retorcidos u otras formas, sobre un fondo rojo que cubría toda la piel.
Usualmente, lograban la pintura negra con el tinte de la jagua (Genipa
americana, L.) y el rojo con la bija (Bija orellana, L.), mezclados con aceites
vegetales o grasa animal. Colón, el mismo día que descubrió la isla que lla-
mó San Salvador (Bahamas), relata el aspecto físico de sus habitantes cu-
biertos por pinturas corporales:
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ABORÍGENES DE CUBA
Consideraciones finales
Estimado lector, como habrá podido apreciar en lo expuesto hasta aquí,
el conocimiento alcanzado sobre los productores tribales precisa también
de respuestas definitivas a algunos problemas, aún no esclarecidos en tér-
minos que permitan comprender su verdadera historia, lo que es conse-
cuencia de lo apuntado en la Introducción de este libro, cuando se señaló
que el proceso de aproximación al conocimiento de la historia de Cuba en
general, y en especial, al de la más temprana, sigue en curso.
Cuestiones como explicar las diversas causas de la dispersión de los pro-
ductores tribales por el territorio cubano, incluyendo aspectos nada claros
aún de las relaciones con los más antiguos pobladores del mismo; cómo y
cuándo se inició su presencia en Cuba; cómo fue después la relación entre
comunidades; si se puede o no identificar más de un estadio de desarrollo
dentro de esta formación, y otras muchas más —que afortunadamente se
pueden identificar, al analizar lo que se ha logrado exponer hasta aquí—,
constituirán sin dudas, el objeto de las investigaciones por venir.
Entre tanto, al menos, se puede tener la certeza de que los productores
tribales fueron continuadores del proceso de formación y desarrollo de la
sociedad humana aquí comenzado varios milenios antes, en el que tam-
bién, con raíces en otras tierras de América y del mundo, de alguna manera
se injertaron y lo continuaron, resultando —dados su nivel de productores
y su mayor densidad poblacional en el momento del encuentro entre dos
mundos— los aborígenes que mayores influencias directas produjeron en
el posterior decursar de la historia de Cuba.
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CAPÍTULO 6.
DESPUÉS DE 1510…
Parte I
El descubrimiento del «Nuevo Mundo» por parte de los europeos, tuvo
consecuencias devastadoras para los antiguos pobladores de América, so-
bre todo, si se tiene en cuenta que el proceso de desarrollo de las fuerzas
productivas y las relaciones de producción en sus sociedades fue interrum-
pido de manera abrupta por los modelos económicos impuestos por el
régimen colonial, cambios para los cuales no estaban preparados aquellos
grupos humanos. Y este encuentro cultural y étnico no solo fue evidente
en los elementos de la base económica, sino que necesariamente repercu-
tió de manera fuerte en la superestructura.
Los habitantes de América fueron observados por los recién llegados
como portadores de una cultura idólatra y atrasada; no se puede obviar que
en el siglo xvi no se reconocía el concepto de culturas diferentes y, por tan-
to, el europeo legitimó lo que podía comparar con su referente cultural, o
sea, con sus costumbres y tradiciones; así, todo aquello que se apartaba de
este modelo fue visto con recelo y preocupación. Además, es importante
recordar que los hombres que llegaron entonces a esta otra parte del mun-
do, en su inmensa mayoría, no poseían mucha instrucción.
El aborigen no fue visto como civilizado y portador de cultura, pues era «di-
ferente» no solo en su aspecto físico, sino en sus costumbres. Sin embargo, sus
rasgos culturales particulares fueron apreciados con matices muy variados, en
dependencia de la postura que asumieron los hispanos en estas tierras, como
cuando se encontraban hombres (como fray Bartolomé de las Casas), que apo-
yaban la conquista, pero no compartían los métodos empleados en ella, y esta-
ban involucrados en el proceso por el simple hecho de extender la fe católica.
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que permitió iniciar una tradición a través de la poesía, como expresión del
criollismo, donde se exaltan y recrean los valores de la cultura americana,
incluso, con un matiz político por las aspiraciones libertarias que muchos
de sus exponentes profesaban; entre sus integrantes, se destacan Domingo
del Monte (1804-1852) y Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, “El Cucalambé’’
(1829-1862), así como el máximo representante de este movimiento, José
Fornaris (1827-1890), con su obra Cantos del Siboney (1855).
Este movimiento surge como un intento de reconocimiento del «otro»,
del aborigen; es una revelación de la condición del aborigen cubano, que se
diferencia de lo hispano y se manifiesta en la creación de lo criollo, donde
lo autóctono se asume como inseparable de lo originario. Es allí donde lo
aborigen cobra fuerza, durante un período en el que se destacan los estu-
dios de Bachiller y Morales, José María de la Torre y Esteban Pichardo.
En la segunda década del siglo xx, los descubrimientos del ingeniero
cubano José A. Cosculluela han aportado gran cantidad de evidencias ar-
queológicas correspondientes a lo que se consideró, en aquellos momen-
tos, una de las sociedades más tempranas de Cuba; los resultados de sus
trabajos, publicados en 1918, abordan lo aborigen como nacional.
Es evidente que la idea del etnocidio influyó, de manera definitiva, en la
exclusión de lo aborigen de la cultura cubana, puesto que, si los historiado-
res comprometidos con el sistema colonial anulaban a este hombre como
etnia desde épocas tan tempranas como el siglo xvi, nada de su cultura
podía haber interactuado con lo hispano y lo africano porque, desde esa
perspectiva, cultura y etnia son sinónimos, error que todavía subsiste en el
discurso sobre el impacto o no de la cultura aborigen en la actualidad.
Tal influencia han tenido estas ideas estereotipadas, que han impedido
que aspectos muy importantes, como todo lo aportado por la arqueología
hasta hoy, se incorporen al debate sobre el tema.
En el prólogo de la obra de Bartolomé de las Casas, Brevísima relación de
la destrucción de las Indias, Consuelo Varela realiza un análisis pormenori-
zado sobre los vínculos entre la idea del etnocidio y la figura de Las Casas,
concluyendo que, con el ánimo de defender a los aborígenes de las cruelda-
des de los hispanos, él exageró en lo referente a la extinción.
Por otra parte, algunas fuentes escritas de los siglos xv y xvi, y el registro
arqueológico, documentan la baja expectativa de vida de los aborígenes, de
modo que si se suman todos estos elementos, se encontrarán algunas de las
razones por las que continúa sin ser reconocida la historia más temprana
de Cuba.
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murió, dejando muchos hijos, entre ellos una mestiza, fruto de sus rela-
ciones con una india.
En la Villa de Sancti Spíritus, fundada en 1514, había 20 españoles y 20
indios casados en 1570. La Villa de La Habana contaba en 1550 con 70 espa-
ñoles y 60 indios, mientras que en la de Remedios, fundada en 1515, había
10 vecinos blancos y 10 indios casados.
Morales Patiño (1951:378) plantea:
(…) pero esa misma familia ignora su origen y no hay documento alguno
que lo acredite (…) no es imposible que en Cuba hayan quedado descendien-
tes de los primitivos indios, lo que sí creo imposible es que haya quién sepa
señalarla.
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(…) Pero ya en estas villas hay muy poca población, á causa que se han ydo
los mas vecinos á la Nueva España y á otras tierras nuevas, porque el officio
de los hombres es no tener sosiego en estas partes y en todas las del mundo, é
mas en aquestas Indias, porque como todos los mas que acá vienen, son man-
cebos é de gentiles deseos (…) no se contentan con lo que está conquistado (…).
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legado musical materno, nada que diga cómo era la música de los aborígenes, ya
que su formación musical fue eminentemente europea y esta, definitivamente,
no concordaba en modo alguno con la «atrasada música aborigen».
Es evidente, por demás, que los nacidos en la Isla a consecuencia de
estas uniones sexuales, se quisieran parecer más a los hispanos que a los
aborígenes, en tanto todo lo autóctono era visto como señal de atraso y
barbarie. No obstante, hay que preguntarse si hubieran podido sobrevivir
los hispanos en estas tierras sin la contribución de sus antiguos morado-
res…
Las «reconcentraciones» hablan de la supervivencia de los aborígenes;
claro está que no se puede aseverar que la mera existencia de ellos como
raza bastó para mantener sus tradiciones culturales, pues, aunque este pro-
ceso permite, entre otras cosas, que perduren algunas costumbres y tradi-
ciones, sobre todo el lenguaje, una realidad ineludible se impone, y es que
fueron arrancados de su medio natural por el propio proceso de la recon-
centración, y obligados a vivir en condiciones limitadas y muy diferentes;
lo cual, sin dudas, contribuyó a que transformaran su herencia cultural y
desaparecieran o se atemperaran muchas costumbres y hábitos; por con-
siguiente, en esos casos, aquellos rasgos culturales no asimilados por los
hispanos y su descendencia, en algún tiempo llegaron a desaparecer, aun
cuando todavía existieran aborígenes como raza.
Sobre las reconcentraciones, Morales Patiño señala:
(…) Entre los pueblos que surgieron de esas agrupaciones urbanas forzadas
están Jiguaní y Holguín. Los primeros formaban una comunidad de expul-
sados o empujados de las ciudades en 1777, es decir, en el último tercio del
siglo xviii (…). En 1844 se declararon extinguidos en San Luis, el Caney,
los privilegios que como a naturales concedió la reina Isabel la Católica a los
indios de América, pues se consideró como desaparecida la raza india que
allí se conservaba, quedando los 1000 vecinos del lugar confundidos con los
demás habitantes del país respecto a derechos y obligaciones. (Morales Pati-
ño y Pérez de Acevedo, 1951:387).
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(…) que en los veinte años que lleva viviendo en Cuba no ha habido uno en
que no haya habido necesidad de echar sisa para pacificar y conquistar los
indios cimarrones o bravos (…) (1952:313).
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ABORÍGENES DE CUBA
(…) Hoy sabemos que es preciso estudiar nuestra historia como pueblo, mi-
rándola desde el pasado hacia el presente; no dando saltos al vacío, sino
encadenando pacientemente todos los eslabones dispersos y atendiendo a la
formación de nuestra personalidad, cuya existencia justificó la independen-
cia… Nuestros grandes hombres del siglo xix no cayeron del cielo: Tenían el
recuerdo de sus antecesores y la esperanza de sus descendientes (…).
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La fecha de 1580 que apunta Segeth prueba que el lugar estaba ocu-
pado aún después de la abolición de las encomiendas, y después de que
el gobernador Mazariego ordenara la concentración de los indios en po-
blados cercanos a los españoles. Según Rouse, que consigna todos estos
datos, El Yayal puede haber sido un lugar donde los indígenas vivían aún
en 1749. Aquí el proceso de transculturación parece haberse prolongado
más que en otros sitios. (Morales Patiño y Pérez de Acevedo, 1945:14).
El sitio de El Yayal resulta muy interesante para estudiar el proceso del
contacto indohispánico y la transculturación, pero no solo considerando
los materiales que la arqueología ofrece, sino también teniendo en cuenta
lo que desde el punto de vista espiritual ha perdurado en la conciencia de los
pobladores de la región oriental de Cuba.
Es evidente que en el período de convivencia de los aborígenes con los
hispanos y los negros, se produjeron procesos de organización de la con-
ducta, emociones, costumbres y de aprovechamiento de conocimientos
sobre lo que el medio ambiente les proporcionaba; estos trueques cultu-
rales generalmente se traducían en modelos para percibir y relacionar los
objetos materiales y espirituales, no ya en su pureza, sino con la riqueza de
la mezcla.
Tanto los hispanos como los africanos, tuvieron que reconstruir mu-
chos de sus rasgos culturales (costumbres, modos y otros) para adaptarlos
a un medio geográfico que no era el suyo, para lo cual tuvieron que servirse
de la experiencia de los aborígenes, como portadores culturales de todo
lo concerniente al medio ambiente, que no solo se circunscribía al medio
geográfico; así, tanto el negro, con tendencia a aliarse con los aborígenes
—por ser ambos grupos sojuzgados— como los hispanos, se vieron necesi-
tados de incorporar a su cultura modos de consumo y obtención de alimen-
tos, costumbres constructivas, medios de supervivencia y otros rasgos que
conformaron la conciencia de lo que sería posteriormente el cubano, y que
se encuentran aún en la urdimbre de la cultura actual.
Julio Le Riverend (1991:4) considera que:
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(…) Los que luego escribieron sobre Cuba —La Sagra, Arboleya, Pezuela—
pudieron utilizar más amplia documentación; sobre todo la de Pezuela, sa-
bemos que fue formidable; pero ellos escribían la historia de una colonia
española cuando estaban amargadas sus relaciones con la Metrópoli, de la
que eran hijos distinguidos y naturalmente simpatizantes (…). Y por lo que
abonaban a favor del ideal de «compenetración», era aceptada sin discu-
sión la escasa población indocubana precolombina, su rápida extinción, y
su negativa influencia en la formación del cubano. Una mejor disposición a
percibir lo indígena en nuestro pueblo y su desarrollo, se nota en Rodríguez
Ferrer y en Guiteras, que sentía en lo íntimo la cubanidad (…). Lograda la
independencia, pecamos los cubanos en sentido contrario al de los historia-
dores coloniales, cegados por el deslumbramiento de nuestra epopeya liberta-
dora. Despreciamos nuestro pasado, del que solo nos interesaban los errores
y despotismos metropolitanos, que justificaban y precipitaban la indepen-
dencia obtenida. Hicimos nuestra historia más patriotera y polémica que
sólidamente patriótica y científica. (Pichardo Moya, 1945: 7-8).
Resulta evidente que ese vacío histórico, ese silencio cultural sobre lo
precolombino, sumió en una ignorancia casi total al pasado más remoto
cubano, lo que lamentablemente aún se arrastra.
Robaina (2003:52), refiriéndose al concepto «transculturación» de
Ortiz, señala:
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A esto se añade que ese análisis se circunscribe a la época en que Ortiz vivió
y al nivel de conocimiento alcanzado por la disciplina arqueológica entonces,
lo que pudiera ser el motivo del marcado enfoque étnico, contradictorio en
esencia, cuando también asume el carácter «mestizo» de la cultura cubana.
García Castañeda (1948:203-204) alude al proceso transcultural indo-
hispánico que se produce en Holguín en 1512, donde los españoles trajeron
consigo objetos de su cultura a la aldea (hoy sitio arqueológico) de El Yayal:
Es apreciable cómo las ideas del etnocidio habían prendido desde el si-
glo xix y los primeros arqueólogos, influenciados por el positivismo como
corriente filosófica, limitaban sus trabajos a la descripción del hallazgo
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(…) Para nosotros, esta clase de individuos se hizo interesante, porque indu-
dablemente conservan, desde los tiempos de la conquista, la tradición de los
behiques y bohitos aborígenes… la práctica de su ciencia es la misma que la de
aquellos: golpes dados con cordones hechos de bejucos, extracción de piedras,
bichos, pequeños animales, administración de pócimas hechas con hierbas
silvestres, aguas magnetizadas o bendecidas, aciertos espirituales, bálsamos
tranquilos, espíritus vencedores,… manteca de ranas, de majá y otros, y final-
mente el despojo, para sacar del cuerpo del enfermo el ser que perturba (…).
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(…) E tenian ciertos hombres entre si que llamaban bohití, que servían de
auríspices ó agoreros adevinos (…). Estos, por la mayor parte eran grandes
hervolarios é tenian conoscida las propiedades de muchos árboles é plantas é
hiervas; é como sanaban á muchos con tal arte teníanlos en gran veneración
é acatamiento (…). Una cosa he yo notado de lo que he dicho y passaba entre
esta gente y es que el arte de adevinar y quantas vanidades los cemies daban
a entender á esta gente, andaba junto con la medicina el arte mágica (…).
(…) a los cuales llaman bohitis; son casados con muchas mujeres (…). Tienen
grande auctoridad, por ser médicos y adivinos con todos, aunque no dan
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respuestas ni curan sino a gente principal (…) hacen mil visajes con la cabeza
y soplan luego el paciente y chúpanle por el tozuelo, diciendo que le sacan por
allí todo el mal (…) algunas veces muestran una piedra o hueso o carne que
llevan en la boca y dicen que luego sanará, pues le sacaron lo que causaba el
mal, guardan las mujeres aquellas piedras para bien parir, como reliquias
santas. (…) Muchas viejas eran médicas, y echaban las melecinas con la boca
por unos cañutos. Hombres y mujeres todos son muy devotos.
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(…) usaban los indios desta isla entre otros sus vicios uno muy malo, que es
tomar unas ahumadas, que ellos llaman tabaco, para salir de sentido. Y esto
hacian con el humo de cierta hierva que, á lo que yo he podido entender, es
de calidad del beleño (…) la qual toman de aquesta manera: los caciques é
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Parte II
De Nicot se derivó su nombre científico, Nicotiana tabacum. El uso de esta
planta en la farmacopea contribuyó a extender su fama por todo el mundo
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y, según Robert Cudell, a finales del siglo xvi se usaba en forma de tinturas,
cosméticos, píldoras, polvos, siropes, lavados, ungüentos y otros produc-
tos para curar cólicos intestinales, erupciones cutáneas, fracturas óseas, así
como en el tratamiento de la epilepsia, del asma y de la peste. Tal fue la
popularidad del tabaco, que el médico alemán Johann Neander, publicó el
texto Tabacología, donde enumera las diferentes aplicaciones del tabaco en
la medicina.
En el siglo xvii estaba tan difundido en Europa que, en 1635, una or-
denanza parisina prohibió su venta por parte de personas que no fueran
farmacéuticos. Lo cierto es que los aborígenes utilizaron el tabaco con
múltiples usos y que el conocimiento que poseían sobre esta planta y sus
funciones curativas se lo trasmitieron a los europeos y a sus descendientes
comunes.
El empleo de la cohoba por parte de los behiques, según Francisco
López de Gómara (s/f, Tomo XXII: 173) fue como sigue:
Para curar algo, toman también aquella yerba cohoba, que no la hay en
Europa; enciérranse con el enfermo, rodeándolo tres o cuatro veces, echan
espumajos por la boca, hacen mil visajes con la cabeza y soplan luego al
paciente y chúpanle (…).
(…) el cual hacen y aderezan con tantas cosas aromáticas como clavos, al-
mizque, ámbar y otras especies olorosas, que da en si gran fragancia. To-
mado de esta manera cuando es menester decargar la cabeza, divierte los
corrimientos della, sana los reumas y hace otros saludables efectos.
Según Ortiz (1963:169), los monteros en Cuba utilizaban la hoja del ta-
baco en cocimiento como vomitivo, costumbre aprendida de los aboríge-
nes, al que añadían azúcar, y que Las Casas, en Ortiz, refiere:
Tenían otro uso nuestros indios, que parecía vicio, pero no por vicio, sino por
sanidad lo hacían, y éste fue que acabando de cenar (cuya cena era harto del-
gada) tomaban ciertas yerbas en la boca (…), las cuales primero las marchi-
taban al fuego, y envolvíanlas en un poco ceniza, y puestas como un bocado
en la boca sin tragallo, les revuelve el estómago é idos al río… les provocaba
echar lo que habían cenado (…).
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Elaborado es, como hemos visto, la ofrenda que más aprecian las divinida-
des masculinas. Todos los orishas varones fuman y mastican anduyo. Les en-
canta el rapé (…). El jugo de la raíz, de las hojas y flores, de los tallos verdes
en sazón, sirve, con algunas yerbas más, para obtener un gran emoliente. El
cocimiento de las hojas, para curar el pasmo. Como vomitivo, una breva; en
infusión, a cucharadas (…).
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Anexos
Fig. 1. Configuración física del área circuncaribe entre el año 20 000 y el año 5000 a.p.,
según E. Tabío, 1978. Las líneas más gruesas representan la configuración actual. La flecha
en líneas intermitentes representa una posible ruta del poblamiento más temprano.
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Fig. 8. Herramientas del sitio arqueológico Melones 21. 1: lasca con muesca o muescas en
un borde; 2: lasca con retoque denticulado en un borde; 3: hacha de pico tipo Seboruco;
4: tajadera en lasca masiva retocada; 5: lámina con retoque denticulado.
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Fig. 11. Grandes martillos de los sitios arqueológicos Melones 10 y Melones 15.
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Fig. 19. Representación hipotética del sistema de asentamiento de los aborígenes apropia-
dores medios en una subregión físico geográfica de Cuba (península de Guanahacabibes).
Fig. 20. Reconstrucción hipotética del uso del fuego y otras actividades económicas de las
comunidades de apropiadores medios, según J. Martínez.
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Fig. 21. Herramientas de piedra tallada de los aborígenes apropiadores medios de Cuba.
1-2: raedera-cuchillo tipo Guayabo Blanco; 3: raedera simple; 4: raedera transversal doble;
5,7: lasca parcialmente bifacial con retoque denticulado; 6: raedera doble típica; 8: pieza
discoidal con retoque denticulado; 9: lasca con muesca o muescas en un borde; 10: lasca
con muesca o muescas en la cima; 11: lasca con retoque denticulado en dos bordes; 12:
lasca microlítica retocada; 13: tajador parcialmente unifacial (1-3 Guayabo Blanco, 4 cueva
Funche, 5-7 El Carnero, 8,11-12 Jutía, 9-10 cueva del Muerto, 13 laguna de Potosí).
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Fig. 31. Artefactos de concha de los aborígenes apropiadores medios y tardíos de Cuba.
I: tajador; II: martillo elaborado de la columela de Xancus angulatus; III: «punta de proyectil»
con espiga, hecha del manto de Strombus sp.; IV: «anzuelo atragantador»; V: «punta de
proyectil» con pedúnculo, hecha de la columela de Strombus sp.
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Fig. 32. Ornamentos corporales y otros objetos de las comunidades de apropiadores medios
y tardíos de Cuba, elaborados en concha, hueso, marfil y piedra. I-V: pendientes de concha
(I: cueva de la Pintura, Pinar del Río; II: cueva del Jagüey, Pinar del Río; III: Bacunayagua
II, Matanzas; IV: cueva de la Pintura; V: Arroyo del Palo, Holguín); VI-VIII: cuentas de
concha (cueva de la Pintura); IX: Flauta de hueso de ave (Arroyo del Palo); X-XIII: cuentas
de vértebras de pescado (El Mango, Granma); XIV-XV: pendientes de dientes de tiburón
(Punta del Macao, La Habana y cueva de la Pintura); XVI: pendiente en hueso de pescado;
XVII: pendiente en incisivo humano (cueva del Pozo, Villa Clara); XVIII: pendiente lítico
(San Francisco, Pinar del Río); XIX-XX: agujas en espinas de pescado.
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Fig. 34. Cerámica elaborada por comunidades de apropiadores tardíos en Cuba. Parte
superior: sitio arqueológico Punta del Macao, provincia La Habana. Parte inferior: sitio
arqueológico Arroyo del Palo, provincia Holguín.
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Fig. 36. Versión artística de las migraciones aruacas que poblaron las
grandes Antillas, según J. Martínez.
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Fig. 37. Formas de vasijas de cerámica, asas, decoraciones en paneles y bordes de los
ceramios elaborados por productores tribales.
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Fig. 39. Asas, decoraciones en paneles y formas de vasijas de cerámica elaboradas por
productores tribales.
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Fig. 41. Decoraciones en las vasijas de cerámica de los productores tribales. A: aplicación
sigmoidal y punteado sobre panel; B-H: asas tabulares con relieve, representaciones
figurativas.
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Fig. 45. Artefactos de piedra en volumen de los productores tribales. A-B: sumergidores
de redes; C-D: pulidores; E: yunque; F: guijarro utilizado como majadero; H: majadero
cilíndrico tallado; I: majadero campaniforme tallado.
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Fig. 46. Artefactos de piedra en volumen de los productores tribales. A-D: majaderos
simbólicos de uso ritual tallados con figuras representativas; E: piedra de moler o
metate simbólico de uso ritual.
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Fig. 47. Artefactos de piedra en volumen de los productores tribales. A-C, E-G:
pendientes para adorno personal tallados en piedras duras. D: collar de cuentas de
cuarcita.
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Fig. 48. Artefactos de piedra en volumen de los productores tribales para uso ritual:
A-F: pendientes de uso personal (ídolos) de pequeño tamaño tallados en piedras
duras.
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Fig. 52. Artefactos de concha de los productores tribales. A: cuchara; B: gubia; C: pico de
mano; D: raspador; E: punta; F: guamo o fotuto (en varias regiones llamado botuto).
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Fig. 57. Artefactos de madera tallada de los productores tribales. A: bandeja con
decoraciones incisas y cabeza antropomorfa proyectante; B: detalle de la cabeza
antropomorfa tallada en la bandeja; C: dujo.
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Fig. 58. Artefactos de madera tallada de los productores tribales. A: ídolo (conocido como
Taguabo); B: ídolo (conocido como «del tabaco»); C: pieza tallada que representa una
posible estilización de la cabeza de un ave.
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Fig. 59. Artefactos de oro de los productores tribales. A: ídolo del sitio arqueológico
Santana-Sarmiento, Banes; B: cabeza de ave, C: láminas grabadas, E: cascabel, hallados
en el entierro No. 54 del cementerio aborigen el Chorro de Maita, Banes; D: lámina
grabada del sitio arqueológico Alcalá, Báguano; F, G: láminas del sitio arqueológico El
Palmar, Banes; H: lámina del sitio arqueológico Esterito, Banes; I: lámina grabada del
sitio arqueológico El Paraíso, Santiago de Cuba.
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Fig. 62. Viaje por mar en canoa monóxila de aborígenes productores tribales de origen
aruaco, antes del arribo a las costas de Cuba, según J. Martínez.
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Fig. 66. Elaboración de la cerámica por mujeres pertenecientes a los productores tribales.
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Fig. 68. Elaboración del pan de casabe a partir de la yuca amarga (Manihot utilissima) por
productores tribales.
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Fig. 69. Rallado de la yuca y preparación de la masa sobre el burén por productores tribales.
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Bibliografía
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Datos de los autores
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