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Memorias de la Sociedad Patriótica de La Habana. Año 1843. Tomo XVII
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Salvador Massip: Geografía Física de Cuba. La Habana, 1941.
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largo curso de la provincia. Frente a la costa hay infinidad de cayos, acusando
tratarse de una costa típica de sumersión, y más lejanamente están las isletas del
Laberinto de la Doce Leguas.
No conocemos con certeza el proceso diastrófico de la costa sur de Camagüey.
En general, parece estar aún en lento descenso. Cuando en 1847 Rodríguez Ferrer
visitó los alrededores del estero del Remate, pudo observar que estaban
sumergidos lugares que no debían estarlo diez años antes, a juzgar por las
referencias que de ellos tenía 3. El terrateniente José Tomás de Socarrás, que en el
1848 escribe sobre un caney de su hacienda La Trinidad, dice que el mismo “puede
que esté ahora destruido por la marea que llega allí, lo que no sucedía antes” 4.
Siglos atrás, en 1511, la relación histórica del paso del conquistador Ojeda 5 por la
citada costa, nos hace ver como entonces la ciénaga litoral, que él cruzara de Oeste
a Este, evitando encontrarse con los indios, era más extensa e intransitable de lo
que es ahora: Posiblemente Ojeda atravesaba zonas hoy sumergidas, y los
aborígenes estaban establecidos en lugares más adentrados, que han pasado
hacer en nuestros días litoral cenagoso, donde hoy los caneyes, para nosotros
inexplicablemente allí situados, acusan aquel establecimiento.
Los suelos de la región Sur de Camagüey están compuestos en su mayor parte
de arcillas oscuras e impermeables, capaces de gran endurecimiento durante la
seca,. Se conservan algunos montes de júcaro, ácana, yaba, guiraje, jobo,
almácigo, etc., y hoy en día hay algunas zonas sembradas de cañaverales,
habiéndose intentado también el cultivo del arroz. Pero lo que da carácter peculiar a
la región, son las grandes haciendas, de extensas sabanas de cañamazo y pajilla,
dedicadas a la crianza de ganado. Por otra parte, se encuentran no pocas áreas de
suelos salinos, desnudas de vegetación.
Los caneyes están generalmente enclavados en la costanera cenagosa. El más
interior de los que conocemos, está a unas cinco leguas de la verdadera costa.
Algunos de ellos son más fácilmente accesibles por mar, adentrándose en los
complicados esteros litorales, que no al través de las sabanas y marismas de las
fincas en que están; y los más pueden ser visitados únicamente en épocas de seca.
Apartados de todo lugar hoy habitado, y habitable a no ser movilizando un completo
campamento, el viaje a ellos es por lo regular fatigoso, y la estancia en sus
cercanías insoportable por los jejenes y demás insectos y la falta de las más
elementales comodidades. La invasión de los jejenes es a veces tan feroz, que
hace realmente imposible la permanencia en el lugar. Algunos caneyes están
rodeados y cubiertos por la vegetación propia de aquella zona, —mangles, jibas,
güiras, jobos, etc.—, y para excavarlos hay que desmontarlos previamente. Por otra
parte, si bien es cierto que alguna vez se encuentran dos o tres cercanos,
generalmente están muy distantes y el traslado de unos a otros entraña una nueva
expedición. Todo ello significa tiempo y dinero; y como no siempre se cuenta con
estos factores en la proporción necesaria, las excavaciones no se hacen con el rigor
y la amplitud que debieran hacerse. Así la costa Sur de Camagüey, de cuyas
riquezas indoarqueológicas tenemos referencias históricas desde hace más de un
siglo, no ha sido aún debidamente estudiada; y es de lamentarse, porque lo que de
ella sabemos abre interesantes interrogaciones sobre nuestros pobladores
precolombinos. En tanto, lógico es que se juzgue con benevolencia la labor
realizada por los que en Cuba hacemos exploraciones de este género, contando
con medios limitados, y llevados de una sincera devoción científica.
3
Miguel Rodríguez Ferrer: Naturaleza y Civilización de la Grandiosa Isla de Cuba, Madrid, 1873.
4
Obra citada anteriormente
5
Fray Bartolomé de las casas: Historia de las Indias. Madrid.1927
3
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Miguel Rodríguez Ferrer: Obra citada en Nota 3.
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superiores, de tierra vegetal y caracoles sueltos. En realidad, la masa de cenizas y
pequeños caracoles, éstos casi siempre del género neritrina, que forma el estrato
de los caneyes donde generalmente se encuentran los huesos humanos, que el
tiempo y la descomposición adhieren a ella, es de notable dureza, y vista desde
lejos, sin distinguirse las neritinas cubiertas por la ceniza gris, da la sensación de un
cemento especial. Si Rodríguez Ferrer hubiese llegado a un caney intacto,
conservado sin mayor erosión en un lugar donde fuere posible la excavación, y
hubiese realizado ésta, habría podido ver la capa interior de pequeños caracoles y
cenizas, a la que los huesos humanos se adhieren, —tal como nosotros la hemos
visto.
Rodríguez Ferrer pudo recoger en el medio sumergido caney que visitaba, una
mandíbula humana. Obsequiada por él en 1850 al Gabinete de Historia Natural del
Museo de Madrid, fue estimada como fósil y prehistórica, hasta que en 1881, en el
Congreso de Americanistas entonces celebrado en dicha capital, fue presentado
por el profesor M. Henri Seassure un informe sobre la misma demostrando que su
estado de fosilización no era completo, y que si bien correspondía a un individuo,—
posiblemente mujer—, que había vivido precolombinamente, no debía estimarse
como prehistórica en el sentido universal de esta palabra. No se recogió ningún
objeto procedente de aquel caney, ni de ningún otro, —aunque a Rodríguez Ferrer
7
se le informó que de algunos se habían extraído pedazos de burenes.
La breve exploración de Rodríguez Ferrer, —de la que pronto hará un siglo—,
fue la primera hecha en un caney a impulsos de una curiosidad científica.
Ciertamente que antes que él, Francisco de Agramonte y Bernabé Mola llamaron en
1843 la atención del público hacia los caneyes, en la comunicación recogida en las
MEMORIAS de la Económica; y aún más anteriormente, en 1834, don Ramón
Suárez había visitado el que años después exploró Rodríguez Ferrer. Pero fue éste
el primero que trató de excavar en el enterrorio indio, queriendo estudiar su
verdadera naturaleza, recogiendo la mandíbula humana que entregó a los hombres
de ciencia que hicieron ver su notable antigüedad. El ilustre profesor español, que
emparentado por su matrimonio con una de las más antiguas familias del
Camagüey, —la de Montejo—, se estableció años después de su exploración en
Puerto Príncipe, fomentando dos fincas modelo y obteniendo premios para su
ganado vacuno y caballar en la gran exposición allí celebrada en 1860, nos ha
dejado en su magnífica obra NATURALEZA Y CIVILIZACION DE LA GRANDIOSA
ISLA DE CUBA, —admirablemente documentada y no superada aún por ninguna
de su clase—, el detallado itinerario de su viaje al caney del estero del Remate. En
nuestra primera excursión a la costa-Sur de Camagüey en busca de los caneyes,
nosotros anduvimos parte de ese itinerario, sin que el seguirlo fuera realidad
nuestro propósito, —lo que, por otra parte, no es fácil sin previo estudio, porque
aquellas tierras, de Rodríguez Ferrer acá, se han dividido y subdividido, cambiando
de nombres y dueños. Hace cien años, seguramente el viaje del notable
investigador fue más incómodo que el nuestro, y prueba indudable de su amor a la
ciencia. Hoy posiblemente, —y por nuestra parte nos atrevemos a decir que
seguramente—, el caney que visitó Rodríguez Ferrer ha desaparecido del todo, y
sobre su antiguo emplazamiento están las turbias aguas de la marisma o el estero;
pero el recuerdo del notable profesor español, que a pesar de esta nacionalidad y
del momento en que le tocó vivir en nuestra tierra, trató en todas sus obras con
dignidad y aprecio a Cuba y los cubanos, no puede desaparecer, y con orgullo le
rendimos el homenaje que merece.
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Obra anteriormente citada.
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Después de 1848, en que Rodríguez Ferrer visita el enterrorio del estero del
Remate, nuestra literatura indoarqueológica no registra referencia alguna a los
caneyes del Sur de Camagüey; si bien aquella exploración pasó a ser clásica entre
nosotros y se la citaba constantemente al hablar de la arqueología indocubana. Y
no es sino hasta nuestros días ochenta y cuatro años después de Rodríguez Ferrer,
que los citados montículos funerales han sido visitados con espíritu científico y
podemos decir que se completa el estudio que inició el profesor español. Nos cabe
la honra de haber contribuido a esta labor y justo es reconocer que nos impulsó a
ella la devoción hacia los estudios indocubanos que en nosotros despertara la
lectura de las obras de dos maestros de tal disciplina, Fernando Ortiz y Juan
Antonio Cosculluela, a quienes enviamos desde aquí el testimonio de nuestra
admiración y nuestro afecto.
Hemos dicho que prestan peculiar carácter a la región Sur de Camagüey sus
grandes haciendas dedicadas a la crianza de ganado. Estas haciendas, —en cuyas
costaneras están enclavados los caneyes—, con extensas sabanas de mediano
pasto y no pocas partes de terreno inútil, consideradas de poco valor en aquella
provincia tan rica en fértiles potreros, permanecen en su mayoría sin cercar,
atendidas por rústicos monteros. Algunos de éstos, que viven en ellas de antiguo
son los únicos seres humanos que las recorren y conocen por enteros, en tantos
son prácticamente desconocidas para sus propietarios, residentes en la ciudad, que
generalmente se limitan a visitadas muy de tarde en tarde, cuando se hace la
recogida del ganado para marcarlo. De aquí que la mayoría de esos propietarios
ignore que en las costaneras de sus haciendas duermen su sueño centenario los
caneyes, y que cuando nosotros nos interesamos en su estudio y quisimos localizar
alguno, no supieran darnos noticias de ellos, —cuando allá en la costa su existencia
era tradicionalmente conocida de los pocos vecinos. Esas noticias llegaron al fin a
nosotros, al través de algunos amigos, jóvenes profesionales residentes en la
ciudad de Florida comunicada por la ferrovía particular del central Agramonte, con el
puerto de Santa María en la costa Sur de la provincia, que en vacaciones de caza y
pesca habían topado casualmente con algún caney, llamándoles la atención su
estructura. Fueron verdad estos jóvenes los redescubridores, en nuestros días, de
los enterrorios indios del Sur de Camagüey, olvidados desde los tiempos de
Rodríguez Ferrer, ya que, repetimos, eran conocidos solamente por los apartados
vecinos de aquellas costaneras. Sabida así la situación de algunos caneyes,
pudimos dirigirnos concretamente a los dueños de las fincas en que están
enclavados, afirmándoles su existencia; y por la generosa cooperación que
prestaron a nuestro estudio, facilitándonos el traslado a aquellos lugares y la
estancia en ellos, nos complacemos en expresarles públicamente nuestro
agradecimiento. Posteriormente, después de la publicación en la REVISTA
BIMESTRE CUBANA, en “Carteles” y en la REVISTA DE ARQUEOLOGIA 8, de
nuestros trabajos sobre los caneyes, éstos han interesado a algunos de los
terratenientes de aquellas regiones, que nos han dado noticias de muchos aún no
explorados. Desgraciadamente, no es fácil para esos terratenientes impedir que en
aquellas fincas, abiertas y con extensas costaneras y a veces con inciertos linderos,
se introduzcan personas que por simple curiosidad destruyen o mal excavan los
caneyes, perdiéndose los restos humanos y los objetos que en ellos puede haber,
8
Felipe Pichardo Moya: Notas sobre el Camagüey Precolombino, en la Revista Bimestre Cubana, Marzo de
1934. – Una Visión de Prehistoria Cubana, en la Revista Carteles, junio 14 de 1936. – Zonas Indoarqueológicas
en Camagüey, en la Revista de Arqueología, Número 2, Noviembre de 1938.
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así como la oportunidad de su correcto estudio.
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Irving Rouse: Archeology of the Maniabon Hills, Cuba. New Haven. 1942
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aspectos culturales objetivos.
Por otra parte, una referencia histórica nos dice que los indios de la costanera
camagüeyana donde están los caneyes, hablaban un idioma distinto al de los indios
del extremo Oeste de Cuba, donde abundan las huellas del cíboney de Harrington:
Colón durante su segundo viaje, al través de los Jardines de la Reina y con escalas
en las inmediatas costas de Camagüey, pudo entenderse con los indios que
habitaban isletas y costaneras por medio del intérprete haitiano que traía con él.
Pero cuando llegó al extremo occidental y se adentró en tierra, el intérprete no pudo
entender a los indocubaños que encontró. Es un dato que robustece nuestra teoría.