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LOS CANEYES DEL SUR DE CAMAGÜEY 1843-1943


Trabajo presentado al Segundo Congreso Nacional de Historia
por
Felipe Pichardo Moya

A todo lo largo de la costa sur de la provincia de Camagüey, desde Santa Cruz


basta Júcaro, se usa frecuentemente por los residentes dé aquellos contornos, —
guajiros o pescadores—, la palabra. caney para designar unos lometones que
abundan en la zona, formados artificialmente por caracoles y tierra. La palabra con
tal significado pertenece allí al lenguaje vulgar desde muy antiguo, y tomada de la
correspondencia de un hacendado de aquella costa, informando como
tradicionalmente se conservaba en el lugar la noticia que los caneyes eran
enterrorios de indios, es que se la encuentra por vez primera, en 1843, en nuestra
literatura indo arqueológica. 1
En nuestros días, y antes de las actuales deliberadas exploraciones de los caneyes,
aquella noticia sobre su carácter funeral había sido a veces casualmente
confirmada porque al establecerse salinas primitivas sobre algunos, o al ararse
algún otro o levantarse sobre él un bohío, se desenterraran del lometón huesos
humanos de notable antigüedad. Hoy sabemos, por los estudios que desde 1932
venimos realizando en unión del doctor Antonio R. Martínez, que sí bien algunos
caneyes, con determinada estructura, son realmente monumentos funerales
expresamente éonstruídos, hay otros que no son sido simples residuarios. Pero no
es posible distinguirlos a primera vista, sin por lo menos iniciar su excavación.
Hay caneyes en toda la costa sur camagüeyana; pero el tramo de la misma en que
parecen ser más abundantes, es aquel comprendido entre los estros de Santa Clara
y Vertientes que hace un entrante hacia el Noroeste formando el gran golfo de Ana
María. Este tramo, como toda la restante costa, es en realidad una extensa ciénaga,
totalmente inundada casi todo el año, debida a la deficiencia del drenaje de la
región, de una superficie casi plana con ligero declive hacia el mar. Al Oeste, la
ciénaga litoral continúa en la provincia de Santa Clara, por el Sur de Sancti Spíritus
hasta Casilda; y por el Este se hace más amplia en la provincia de Oriente, en
Birama y el Buey, hacia la desembocadura del Cauto. En la costanera
camagüeyana, innumerables y muy ramificados esteros penetran varios kilómetros
en el interior. Es uno de los litorales de Cuba donde es más ancha la plataforma
insular. “Si el nivel del mar, —dice Salvador Massip en su GEOGRAFIA FISICA DE
CUBA, 2—, bajara sólo unos cuantos metros y la plataforma que bordea la costa
meridional de Camagüey emergiera, quedaría unida a la región del mismo nombre
sin solución de continuidad, presentando caracteres físicos idénticos a los de Ia
misma. La sumersión de esta plataforma ha sido geológicamente reciente: Por el
fondo del Golfo de Ana María se puede aún reconstruir todavía el antiguo curso
larguísimo, orientado hacia el Noroeste, del río San Pedro, en el que vertían sus
aguas todos los ríos que desembocan al Sur de Camagüey, y que hoy
desmembrados contribuyen a formar la ciénaga. Son actualmente los ríos de más

1
Memorias de la Sociedad Patriótica de La Habana. Año 1843. Tomo XVII
2
Salvador Massip: Geografía Física de Cuba. La Habana, 1941.
2
largo curso de la provincia. Frente a la costa hay infinidad de cayos, acusando
tratarse de una costa típica de sumersión, y más lejanamente están las isletas del
Laberinto de la Doce Leguas.
No conocemos con certeza el proceso diastrófico de la costa sur de Camagüey.
En general, parece estar aún en lento descenso. Cuando en 1847 Rodríguez Ferrer
visitó los alrededores del estero del Remate, pudo observar que estaban
sumergidos lugares que no debían estarlo diez años antes, a juzgar por las
referencias que de ellos tenía 3. El terrateniente José Tomás de Socarrás, que en el
1848 escribe sobre un caney de su hacienda La Trinidad, dice que el mismo “puede
que esté ahora destruido por la marea que llega allí, lo que no sucedía antes” 4.
Siglos atrás, en 1511, la relación histórica del paso del conquistador Ojeda 5 por la
citada costa, nos hace ver como entonces la ciénaga litoral, que él cruzara de Oeste
a Este, evitando encontrarse con los indios, era más extensa e intransitable de lo
que es ahora: Posiblemente Ojeda atravesaba zonas hoy sumergidas, y los
aborígenes estaban establecidos en lugares más adentrados, que han pasado
hacer en nuestros días litoral cenagoso, donde hoy los caneyes, para nosotros
inexplicablemente allí situados, acusan aquel establecimiento.
Los suelos de la región Sur de Camagüey están compuestos en su mayor parte
de arcillas oscuras e impermeables, capaces de gran endurecimiento durante la
seca,. Se conservan algunos montes de júcaro, ácana, yaba, guiraje, jobo,
almácigo, etc., y hoy en día hay algunas zonas sembradas de cañaverales,
habiéndose intentado también el cultivo del arroz. Pero lo que da carácter peculiar a
la región, son las grandes haciendas, de extensas sabanas de cañamazo y pajilla,
dedicadas a la crianza de ganado. Por otra parte, se encuentran no pocas áreas de
suelos salinos, desnudas de vegetación.
Los caneyes están generalmente enclavados en la costanera cenagosa. El más
interior de los que conocemos, está a unas cinco leguas de la verdadera costa.
Algunos de ellos son más fácilmente accesibles por mar, adentrándose en los
complicados esteros litorales, que no al través de las sabanas y marismas de las
fincas en que están; y los más pueden ser visitados únicamente en épocas de seca.
Apartados de todo lugar hoy habitado, y habitable a no ser movilizando un completo
campamento, el viaje a ellos es por lo regular fatigoso, y la estancia en sus
cercanías insoportable por los jejenes y demás insectos y la falta de las más
elementales comodidades. La invasión de los jejenes es a veces tan feroz, que
hace realmente imposible la permanencia en el lugar. Algunos caneyes están
rodeados y cubiertos por la vegetación propia de aquella zona, —mangles, jibas,
güiras, jobos, etc.—, y para excavarlos hay que desmontarlos previamente. Por otra
parte, si bien es cierto que alguna vez se encuentran dos o tres cercanos,
generalmente están muy distantes y el traslado de unos a otros entraña una nueva
expedición. Todo ello significa tiempo y dinero; y como no siempre se cuenta con
estos factores en la proporción necesaria, las excavaciones no se hacen con el rigor
y la amplitud que debieran hacerse. Así la costa Sur de Camagüey, de cuyas
riquezas indoarqueológicas tenemos referencias históricas desde hace más de un
siglo, no ha sido aún debidamente estudiada; y es de lamentarse, porque lo que de
ella sabemos abre interesantes interrogaciones sobre nuestros pobladores
precolombinos. En tanto, lógico es que se juzgue con benevolencia la labor
realizada por los que en Cuba hacemos exploraciones de este género, contando
con medios limitados, y llevados de una sincera devoción científica.

3
Miguel Rodríguez Ferrer: Naturaleza y Civilización de la Grandiosa Isla de Cuba, Madrid, 1873.
4
Obra citada anteriormente
5
Fray Bartolomé de las casas: Historia de las Indias. Madrid.1927
3

Es generalmente sabido que la primera noticia publicada en relación con los


enterrorios de indios en el Sur de Camagüey, se encuentra, bajo el epígrafe
Esqueletos humanos fósiles en Puerto Príncipe, en la página 457 del tomo XVII de
las MEMORIAS de la Sociedad Económica de La Habana, correspondiente al año
1843. La noticia se atribuye a don Bernabé Mola, quien la recibiera de don
Francisco de Agramonte. El bachiller Francisco Antonio de Agramonte y Arteaga, —
del mismo noble ronco del que iba a surgir el inmortal Ignacio Agramonte y
Loynaz—, que había sido Alcalde Ordinario en 1835 y 1838, era hacendado culto y
amigo del adelanto de su país; y había visto con sus propios ojos el cementerio
indio. Estaba a unas diez y seis leguas provinciales de la villa del Príncipe, rumbo
O.S.O., en las cercanías de la bahía de Santa María y junto al estero llamado de los
Caneyes por verse allí diseminados varios de éstos, “especie de sepulcros de forma
cónica, —dice textualmente la comunicación de las MEMORIAS—, bastante
achatados, y presentando de consiguiente, vistos de perfil, la abertura de un ángulo
muy obtuso”. Efectivamente, hoy existen aún en las cercanías de la citada bahía
varios caneyes. Pero los esqueletos vistos por Francisco de Agramonte, —al
parecer de adultos y de niños—, no aparecían en un montículo, sino como
incrustados en un suelo duro, de cierta extraña argamasa o mezcla, que dejaba al
descubierto la marca baja, quedando en la alta completamente inundado.
La noticia de las MEMORIAS, que según parece había sido anteriormente
publicada en varios periódicos de la Isla, interesó sin duda a Pedro Santacilia, —
que ya entonces iniciaba su vida literaria con la publicación de sus Ensayos—, y la
confirmó y amplió con algunos amigos de Puerto Príncipe; y con el nombre del
propietario de la hacienda donde se decía estaba el cementerio indio, se la
trasladaba en 1847 al profesor español Miguel Rodríguez Ferrer, a quien conociera
en Santiago de Cuba cuando regresaba de visitar el famoso terraplén de Pueblo
Nuevo, aunque sin mencionarle el artículo de las MEMORIAS, que no llegó sino
muchos años más tarde a conocimiento de Rodríguez Ferrer. En su carta a éste,
hace Santacilia algunos comentarios sobre aquel extraño pavimento donde estaban
enclavados los esqueletos, que se comparaba con la llamada mezcla romana y con
el hormigón.6
Cuando más adelante Rodríguez Ferrer llega a Camagüey, e impulsado por la
carta de Santacilia visita la costa Sur de la provincia, arribando a un lugar cercano al
estero del Remate, donde el comerciante don Ramón Suárez le manifestó haber
visto en 1834, —y es ésta la primera referencia sobre un caney de que tenemos
constancia—, varios esqueletos descansando sobre un pavimento como de
hormigón, encuentra que ya entonces, en 1847, el lugar está invadido por los
mangles y la marisma, y no puede excavar con él porque el agua filtra, y llena la
excavación; pudiendo notar que el llamado hormigón era como un desleído formado
por arena coralífera y multitud de conchitas y endurecido por el sol.
Hoy sabemos que Rodríguez Ferrer vio en parte la verdad; y podemos afirmar,
partiendo del conocimiento adquirido por nuestras excavaciones en los caneyes,
que el extraño pavimento donde estaban los esqueletos como incrustados, que
diera lugar a los comentarios de Santacilia, no era sino alguna capa intermedia,
formada por la sólida mezcla de cenizas y pequeños caracoles, sobre la que se
depositaban los cadáveres, de algún caney funeral, situado en una costa en
sumersión y al que la constante erosión del mar había ya destruido las capas

6
Miguel Rodríguez Ferrer: Obra citada en Nota 3.
4
superiores, de tierra vegetal y caracoles sueltos. En realidad, la masa de cenizas y
pequeños caracoles, éstos casi siempre del género neritrina, que forma el estrato
de los caneyes donde generalmente se encuentran los huesos humanos, que el
tiempo y la descomposición adhieren a ella, es de notable dureza, y vista desde
lejos, sin distinguirse las neritinas cubiertas por la ceniza gris, da la sensación de un
cemento especial. Si Rodríguez Ferrer hubiese llegado a un caney intacto,
conservado sin mayor erosión en un lugar donde fuere posible la excavación, y
hubiese realizado ésta, habría podido ver la capa interior de pequeños caracoles y
cenizas, a la que los huesos humanos se adhieren, —tal como nosotros la hemos
visto.
Rodríguez Ferrer pudo recoger en el medio sumergido caney que visitaba, una
mandíbula humana. Obsequiada por él en 1850 al Gabinete de Historia Natural del
Museo de Madrid, fue estimada como fósil y prehistórica, hasta que en 1881, en el
Congreso de Americanistas entonces celebrado en dicha capital, fue presentado
por el profesor M. Henri Seassure un informe sobre la misma demostrando que su
estado de fosilización no era completo, y que si bien correspondía a un individuo,—
posiblemente mujer—, que había vivido precolombinamente, no debía estimarse
como prehistórica en el sentido universal de esta palabra. No se recogió ningún
objeto procedente de aquel caney, ni de ningún otro, —aunque a Rodríguez Ferrer
7
se le informó que de algunos se habían extraído pedazos de burenes.
La breve exploración de Rodríguez Ferrer, —de la que pronto hará un siglo—,
fue la primera hecha en un caney a impulsos de una curiosidad científica.
Ciertamente que antes que él, Francisco de Agramonte y Bernabé Mola llamaron en
1843 la atención del público hacia los caneyes, en la comunicación recogida en las
MEMORIAS de la Económica; y aún más anteriormente, en 1834, don Ramón
Suárez había visitado el que años después exploró Rodríguez Ferrer. Pero fue éste
el primero que trató de excavar en el enterrorio indio, queriendo estudiar su
verdadera naturaleza, recogiendo la mandíbula humana que entregó a los hombres
de ciencia que hicieron ver su notable antigüedad. El ilustre profesor español, que
emparentado por su matrimonio con una de las más antiguas familias del
Camagüey, —la de Montejo—, se estableció años después de su exploración en
Puerto Príncipe, fomentando dos fincas modelo y obteniendo premios para su
ganado vacuno y caballar en la gran exposición allí celebrada en 1860, nos ha
dejado en su magnífica obra NATURALEZA Y CIVILIZACION DE LA GRANDIOSA
ISLA DE CUBA, —admirablemente documentada y no superada aún por ninguna
de su clase—, el detallado itinerario de su viaje al caney del estero del Remate. En
nuestra primera excursión a la costa-Sur de Camagüey en busca de los caneyes,
nosotros anduvimos parte de ese itinerario, sin que el seguirlo fuera realidad
nuestro propósito, —lo que, por otra parte, no es fácil sin previo estudio, porque
aquellas tierras, de Rodríguez Ferrer acá, se han dividido y subdividido, cambiando
de nombres y dueños. Hace cien años, seguramente el viaje del notable
investigador fue más incómodo que el nuestro, y prueba indudable de su amor a la
ciencia. Hoy posiblemente, —y por nuestra parte nos atrevemos a decir que
seguramente—, el caney que visitó Rodríguez Ferrer ha desaparecido del todo, y
sobre su antiguo emplazamiento están las turbias aguas de la marisma o el estero;
pero el recuerdo del notable profesor español, que a pesar de esta nacionalidad y
del momento en que le tocó vivir en nuestra tierra, trató en todas sus obras con
dignidad y aprecio a Cuba y los cubanos, no puede desaparecer, y con orgullo le
rendimos el homenaje que merece.
7
Obra anteriormente citada.
5

Después de 1848, en que Rodríguez Ferrer visita el enterrorio del estero del
Remate, nuestra literatura indoarqueológica no registra referencia alguna a los
caneyes del Sur de Camagüey; si bien aquella exploración pasó a ser clásica entre
nosotros y se la citaba constantemente al hablar de la arqueología indocubana. Y
no es sino hasta nuestros días ochenta y cuatro años después de Rodríguez Ferrer,
que los citados montículos funerales han sido visitados con espíritu científico y
podemos decir que se completa el estudio que inició el profesor español. Nos cabe
la honra de haber contribuido a esta labor y justo es reconocer que nos impulsó a
ella la devoción hacia los estudios indocubanos que en nosotros despertara la
lectura de las obras de dos maestros de tal disciplina, Fernando Ortiz y Juan
Antonio Cosculluela, a quienes enviamos desde aquí el testimonio de nuestra
admiración y nuestro afecto.
Hemos dicho que prestan peculiar carácter a la región Sur de Camagüey sus
grandes haciendas dedicadas a la crianza de ganado. Estas haciendas, —en cuyas
costaneras están enclavados los caneyes—, con extensas sabanas de mediano
pasto y no pocas partes de terreno inútil, consideradas de poco valor en aquella
provincia tan rica en fértiles potreros, permanecen en su mayoría sin cercar,
atendidas por rústicos monteros. Algunos de éstos, que viven en ellas de antiguo
son los únicos seres humanos que las recorren y conocen por enteros, en tantos
son prácticamente desconocidas para sus propietarios, residentes en la ciudad, que
generalmente se limitan a visitadas muy de tarde en tarde, cuando se hace la
recogida del ganado para marcarlo. De aquí que la mayoría de esos propietarios
ignore que en las costaneras de sus haciendas duermen su sueño centenario los
caneyes, y que cuando nosotros nos interesamos en su estudio y quisimos localizar
alguno, no supieran darnos noticias de ellos, —cuando allá en la costa su existencia
era tradicionalmente conocida de los pocos vecinos. Esas noticias llegaron al fin a
nosotros, al través de algunos amigos, jóvenes profesionales residentes en la
ciudad de Florida comunicada por la ferrovía particular del central Agramonte, con el
puerto de Santa María en la costa Sur de la provincia, que en vacaciones de caza y
pesca habían topado casualmente con algún caney, llamándoles la atención su
estructura. Fueron verdad estos jóvenes los redescubridores, en nuestros días, de
los enterrorios indios del Sur de Camagüey, olvidados desde los tiempos de
Rodríguez Ferrer, ya que, repetimos, eran conocidos solamente por los apartados
vecinos de aquellas costaneras. Sabida así la situación de algunos caneyes,
pudimos dirigirnos concretamente a los dueños de las fincas en que están
enclavados, afirmándoles su existencia; y por la generosa cooperación que
prestaron a nuestro estudio, facilitándonos el traslado a aquellos lugares y la
estancia en ellos, nos complacemos en expresarles públicamente nuestro
agradecimiento. Posteriormente, después de la publicación en la REVISTA
BIMESTRE CUBANA, en “Carteles” y en la REVISTA DE ARQUEOLOGIA 8, de
nuestros trabajos sobre los caneyes, éstos han interesado a algunos de los
terratenientes de aquellas regiones, que nos han dado noticias de muchos aún no
explorados. Desgraciadamente, no es fácil para esos terratenientes impedir que en
aquellas fincas, abiertas y con extensas costaneras y a veces con inciertos linderos,
se introduzcan personas que por simple curiosidad destruyen o mal excavan los
caneyes, perdiéndose los restos humanos y los objetos que en ellos puede haber,

8
Felipe Pichardo Moya: Notas sobre el Camagüey Precolombino, en la Revista Bimestre Cubana, Marzo de
1934. – Una Visión de Prehistoria Cubana, en la Revista Carteles, junio 14 de 1936. – Zonas Indoarqueológicas
en Camagüey, en la Revista de Arqueología, Número 2, Noviembre de 1938.
6
así como la oportunidad de su correcto estudio.

Después de la expedición de Rodríguez Ferrer a los caneyes del Sur de


Camagüey, la primera de que tenemos noticias fue la realizada en 1932 por el
doctor Carlos Hevia Alvarez Recio, Notario entonces en Florida y hoy
Representante a la Cámara, que nos puso en contacto con un pequeño caney
situado en la finca Santánica, no lejana del puerto de Santa María. Anteriormente
habíamos fracasado dos veces en nuestros intentos para localizar uno de aquellos
montículos funerarios.
La estratificación del caney pequeño de Santánica no fue debidamente
determinada, aunque sí pudo comprobarse que el montículo estaba constituido
principalmente por neritinas, mezcladas con tierra y cenizas. En él se recogieron
huesos humanos rotos, de adultos y de un niño; y numerosas esferas líticas, de
distintos diámetros todas perfectas y algunas con pulimento, así como otros objetos
de piedra, entre los que descollaban por su perfección un hacha de forma petaloíde,
sin bisel y sin pulimento, y un bello gladiolito.
En el mismo año, en expediciones que hicimos a las fincas “La Trinidad” y “El
Caney”, pudimos comprobar la existencia de la misma estructura de neritínas y
tierra en un gran caney situado en la última de las citadas fincas, y excavar
totalmente un conchal enclavado en su costanera, —hasta ahora el único de su
clase que hemos encontrado en aquellas regiones. En este conchal recogimos una
gubia, pedazos de un mortero, un martillo de piedra casi esférico con concavidades
en los polos, y la mitad de un disco de piedra, —así como otros objetos líticos de
menor interés.
Posteriormente, podemos registrar las siguientes exploraciones a los caneyes,
de algunas de las cuales sus autores no han publicado informes, conociéndolas
nosotros por referencias verbales y por haber visto los restos y artefactos recogidos:
“En el mismo año 1932, el profesor norteamericano H. W. Krieger, hizo
excavaciones en El Cimarrón y en otros montículos. Desconocemos detalles de su
informe, sabiendo que recogió restos humanos en algún caney.
En distintas fechas entre las aquí referidas, el señor Leonardo B. Fox,. y el
doctor Bartolomé Selva León, así como otros profesionales de Florida, en
Camagüey, han hecho hoyos de prueba en algunos caneyes. A veces han recogido
restos humanos, observando la constitución de los montículos, de caracoles y tierra,
aunque no detallando la estratificación en capas.
En 1934 y 1935, el autor, con los doctores Antonio R. Martínez y José Acosta
Jiménez, hizo zanjas de prueba en un caney, escogido entre cuatro situados en la
finca “La Victoria”, en otro en la finca “El Cenizo”, y en dos en la costanera del sitio
“La Barrigona”. En todos se comprobó la constitución de los montículos, de
caracoles, —principalmente neritínas—, tierra y cenizas, aunque el trabajo hecho no
permitió determinar la estratificación. En el caney de “La Victoria”, situado en pleno
monte y con firme vegetación, la primera capa era de tierra vegetal, alternando
luego las de tierra y caracoles. No se recogieron restos humanos, —si bien es
prematuro afirmar nada en excavaciones tan incompletas.
En 1934, el doctor Adalberto Ramírez Calas excavó dos caneyes cerca del
estero de Bocha Chica, recogiendo numerosos restos humanos, sin determinarse la
constitución de los montículos.
En 1935, el doctor Antonio Navarrete Sierra excavó en el caney llamado del
7
Pesquero, junto al estero de Manatí, recogiendo numerosos restos humanos y
determinando la constitución del montículo, con capas de caracoles y tierra
alternando.
En 1935, el señor Andrés Porro recogió restos humanos de un caney situado
junto a la desembocadura del río San Pedro, sin determinar la constitución del
montículo.
En 1936, el señor Manuel Brunet excavó en un caney junto al estero de
Sabanalamar, sin detallar su estructura. Desconocemos si encontró restos
humanos, habiendo visto tan sólo artefactos del mismo. Excepcionalmente, algunos
de estos artefactos era de clasificación taína, como una espátula vómica de hueso y
un fragmento de hacha petaloide pulimentada.
En 1942 el doctor Bartolomé Selva León hizo un hoyo de prueba en un caney
cercano al estero dc Manatí, recogiendo fragmentos de alfarería ornamentada, de
clasificación taína. No se recogieron restos humanos ni se determinó la constitución
del montículo.
En 1942 y 1943, el autor, enviado por la Junta Nacional de Arqueología y
Etnología, y en unión de los miembros de la misma Antonio R. Martínez y Bartolomé
Selva León, hizo excavaciones en cuatro çaneyes, dos en la finca “La Maboa”, de
los que uno resultó ser un verdadero taller de pedernales, y en el otro, mucho
mayor, se recogieron algunos restos humanos en una zanja de prueba; uno en la
finca “La Gloría”, que había sido arado y en el que se encontraron algunos huesos
humanos, y otro junto al estero del Gato. En todos los casos se comprobó la
constitución de los montículos, de caracoles, tierra y cenizas. La excavación del
caney del Gato fue la única que pudo hacerse metódicamente, determinándose
perfectamente la estratificación del montículo, a la que más adelante haremos
referencia detallada, y recogiéndose dos esqueletos humanos de adultos, uno con
el cráneo entero.
En 1942, Raúl Acosta Rubio hizo exploraciones en dos caneyes, uno situado
junto al estero de Vertientes, donde se recogieron numerosos restos humanos, sin
determinarse la constitución del montículo; y otro junto al estero de La Barrigona, en
el que no aparecieron restos humanos; determinándose su constitución de
caracoles y tierra, pero no que existiera la disposición en capas.
En 1943, el doctor Antonio R. Martínez hizo nuevas excavaciones en el caney
del Gato, explorado el año anterior con el autor, y en el Chico de La Barrigona,
también con el autor explorado en 1934. Completó cuidadosamente la excavación
del primero, del que recogió nueve esqueletos humanos, quedando tres más
asomados en la pared de la zanja excavada; y no se hallaron restos humanos en el
de La Barrigona.”
Como puede verse, en muchos de los casos anteriormente citados, la
investigación no se llevó a cabo como debe llevarse, generalmente por falta de
medios, o porque fue realizada por simple curiosidad por personas no
especializadas. Naturalmente no nos referimos al caso del profesor Krieger.
Además, siempre lo excavado ha sido insignificante en relación con la masa del
montículo, —aún en el caney del Gato, donde el trabajo realizado fue más completo
y metódico. De todos modos, resalta el hecho de que los caneyes están
constituidos por conglomerados de caracoles, tierra y cenizas, y que en ellos se
encuentran generalmente restos humanos. Tomando el cuadro de las exploraciones
que hemos hecho en unión del doctor Antonio R. Martínez, podemos ver que en un
total de 10 caneyes incompletamente excavados, los restos humanos aparecieron
en 4, sin que pueda en lo más mínimo afirmarse que no existieran en los otros, por
no permitir tal afirmación lo deficiente de las excavaciones hechas. En el mismo
total de 10 caneyes, uno de los en que no se recogieron restos humanos era un
8
conchal, verdadero residuario de tipo distinto de todos los otros; y los 9 restantes se
determinó perfectamente que estaban constituidos de caracoles, —generalmente
neritinas—, tierra y cenizas; y en los tres en que la excavación pudo llevarse
metódicamente hasta el fondo del montículo, se acusó con toda claridad la
estratificación, de capas alternas de caracoles y tierra, caracoles sueltos y caracoles
y cenizas.
Esta estratificación parece ser la propia del verdadero caney funeral, aunque no
es idéntica en todos. Las excavaciones de 1942 y 1943 hechas por el autor y los
doctores Antonio R. Martínez y Bartolomé Selva León en el caney del Gato,
posteriormente ampliadas por Martínez, y la de éste en 1943 en el caney Chico de
La Barrigona, permitieron fijar claramente la de ambos caneyes, muy semejantes,
pero sin llegar a la identidad. 9
El caney del Gato está situado entre mangles, en terreno cenagoso inundado
gran parte del año, a cosa de medio kilómetro de un recodo que hace el estero de
aquel nombre, —que se adentra en tierra al fondo de la ensenada de Boca Chica, al
NO del embarcadero de Santa María—, en la costanera de la finca Santánica. Es
un montículo casi circular, con los bordes confusos por la erosión, y un diámetro en
su base de 23 metros; siendo su mayor altura en el centro, con un metro sesenta
centímetros, decreciendo suavemente hacia los bordes. En nuestra opinión, —
disintiendo en esto de nuestro compañero el doctor Martínez—, toda la superficie ha
sido también erosionada, quedando desprovista de una primera capa de tierra
vegetal, y al descubierto una capa formada por una mezcla de neritinas y tierra.
Esta es, de todos modos, la primera que hoy nos presenta el caney, con un espesor
de unos sesenta centímetros. La segunda capa está formada por un duro
conglomerado de neritinas y cenizas, integrando un verdadero cemento, —sin duda
el hormigón que llamó la atención a Santacilia y que buscaba Rodríguez Ferrer—,
con un espesor de quince centímetros. Sobre esta capa, a veces incrustándose en
ella algunos huesos, tan adheridos que aún no hemos podido separarlos temiendo
romperlos, aparecieron los esqueletos humanos, todos en decúbito supino y
orientados con la cabeza al Este. En la segunda expedición al caney, hecha por el
doctor Martínez, pudo notar que los enterramientos aparecían formando fajas
paralelas de un metro aproximado de ancho, dispuestas de Oeste a Este, y
distantes entre sí los ejes de cada faja algo más de dos metros. La tercera capa del
caney estaba formada por neritinas sueltas, con un espesor de quince centímetros.
La cuarta repetía el duro conglomerado de neritinas y cenizas, con un espesor de
cuarenta centímetros. La quinta, ya sobre el piso normal de la costanera, era de
neritinas sueltas, con veinte centímetros de espesor.
En total se recogieron en el caney del Gato huesos correspondientes a once
esqueletos, uno de ellos de niño, y en su mayoría completos; pudiéndose notar
como dato curioso que algunas veces los huesos craneales presentaban antiguas
fracturas. No menos de tres esqueletos más quedaron asomando en la pared de la
excavación hecha; debiéndose subrayar que ésta se redujo en total a una zanja de
un metro de ancho, paralela al diámetro del caney del SO al NE, y llevada hasta el
fondo del montículo. Es de suponerse que sea mucho mayor el número de
esqueletos enterrados en este caney del Gato, verdadero monumento funeral que
tal parece conmemorar alguna catástrofe.
La excavación en el caney Chico de La Barrigona no ofreció restos humanos,
acusando sin embargo como ya dijimos una estructura muy semejante a la del
caney del Gato. Ambos caneyes, muy distantes entre sí, están situados en lugares
análogos, entre manglares y a la margen de esteros adentrados en la costanera.
Las excavaciones en ellos practicadas no coincidieron en su forma y direcciones:
9
Antonio R. Martínez y F. Pichardo Moya: Informes a la Junta Nacional de Arqueología sobre excavaciones en
los caneyes de La Barrigona y del Gato. 1943.
9
Ya dijimos que la del Gato siguió una zanja paralela al diámetro del montículo, del
SO al NE; y en La Barrigona el doctor Martínez siguió en su excavación un radio en
la dirección O y otro en la dirección S. Las capas del caney de La Barrigona fueron
cuatro: Una, muy gruesa, de tierra mezclada con neritinas; otra de ampularias, de
unos 20 centímetros; luego una muy delgada de cenizas, y finalmente, ya sobre el
piso de la costanera, una capa de grandes cobos formando como un afirmado. La
forma del caney es un óvalo imperfecto, con 35 metros en su mayor eje, de N a S, y
24.50 en el menor, de E a O. Tiene un metro veinte centímetros de altura en el
centro, decreciendo hacia los bordes.
Tanto en el Gato como en La Barrigona, la primera capa hoy visible es de tierra
y neritínas. Esta puede decirse que no falta en ningún caney conocido, pues se ha
determinado aún en aquellos imperfectamente explorados, —„aparte el conchal
excavado por nosotros en 1932. En algunos casos, como en el del caney Número
Uno de la “Victoria”, —finca en que localizamos cuatro—, la primera capa era de
tierra vegetal, apareciendo seguidamente la de tierra y neritinas o tierra y ampularia.
Parece lógico que siempre la superficie del caney fuese de tierra, y que los que hoy
vemos como el del Gato y el Chico de La Barrigona, presentando su superficie de
neritinas y tierra, daban este aspecto a la denudación sufrida. Hay que subrayar que
estos caneyes están en su mayor parte situados en costaneras inundadas casi todo
el año, y muchos pasan largos meses cubiertos por las aguas, si no están
recibiendo las grandes lluvias de la región y el embate de las mareas que se hacen
sentir en aquellas ciénagas; y de algunos se dice, —recuérdese el mismo ejemplo
de Rodríguez Ferrer—, que en las mareas bajas presentan a flor de superficie los
propios restos humanos empotrados en un piso de caracoles y cenizas.‟ Caneyes
situados más tierra adentro, protegidos por el monte y la vegetación, —como ocurre
en el caso de “La Victoria” y el del Cenizo—, pueden así haber conservado su
primera capa de tierra vegetal.
El número de caneyes del litoral sur camagüeyano no baja del centenar, y
posiblemente es mucho mayor. Aunque por persona digna de crédito se nos ha
hablado de un caney en forma de caimán, visto accidentalmente durante una
cacería, es lo cierto que hasta ahora no hemos podido determinar en ninguno de
ellos otras formas que la circular o la oval aproximadas, más o menos desfiguradas
por la erosión y la vegetación. Hay caneyes pequeños, de unos diez metros de
diámetro en su base: y los más están entre los treinta y los cuarenta metros en su
mayor eje, por poco menos en el menor. Siempre la altura, —salvo alguna
irregularidad que puede atribuirse a la erosión—, declina suavemente del centro
hacia los bordes. Pero hay caneyes de mucho mayor tamaño, —y no son pocos. El
caney grande de La Maboa, visitado por nosotros en 1942 y donde encontramos
algunos restos humano y un precioso pinjante de hueso, tiene en su base setenta
metros en el mayor eje, y unos cincuenta en el más corto. Su altura es superior a
los dos metros. Krieger habla de un caney de diez pies de alto y una extensión en
su base de “una manzana de casas”. Un caney del sitio „El Cimarrón” pasa, según
referencias, de los cien metros en su mayor eje, y lo mismo se dice de uno de los
muchos que están enclavados en la hacienda “Altamira”, —de unas, mil caballerías
de extensión, y donde uno de sus monteros nos aseguró existir no menos de treinta
caneyes. Con muy pocas excepciones, siempre en los caneyes en que se han
recogido huesos humanos, pertenecen a varios individuos, —aunque no se recojan
esqueletos completos. En realidad, aquella zona puede estimarse como una
necrópolis indocubana. Sólo el caney del Gato, con sus once esqueletos en una
excavación reducida a una pequeña parte de su masa, y tres más asomando en sus
paredes, sobrepasa en restos humanos a todo otro yacimiento funeral hasta ahora
explorado en Cuba. La existencia de estos caneyes acusa la de una muy apreciable
población, y por muy largo tiempo; y sin embargo, no se ha localizado hasta la fecha
en aquellos lugares un solo asiento de pueblo, —aparte la posibilidad de que pueda
serlo el yacimiento de Mojacasabe de que luego hablaremos. Por otra parte, en
10
aquella región la tierra es ingrata, de triste vegetación, casi constantemente
inundada y con plaga permanente de jejenes: El país luce inhabitable, aún para un
salvaje que pudiéramos suponer alzara aquellos montículos funerarios. ¿Quién era,
de dónde vino, dónde y cómo vivía el constructor de los caneyes?
No conocemos ninguna referencia histórica de los colonizadores acerca de los
caneyes del Sur de Camagüey, aunque sí las hay muy superficiales sobre los indios
que habitaban aquellas costas y cayos adyacentes. Como puede verse por el
resumen antes hecho, lo excavado y estudiado en los caneyes es insignificante
comparado con su número y extensión. El haber arqueológico que de ellos se tiene
es muy reducido. Todo ello no debe olvidarse al hacer generalizaciones e intentar
responder a las anteriores preguntas. Cuanto se diga, lógicamente deberá
estimarse provisional, sujeto a lo que arrojen las futuras investigaciones.

Los artefactos de concha comunes a la indocultura cubana que Harrington y


Rouse han llamado ciboney, —para la que nosotros propusimos desde 1934 el
nombre de guanatahabey—, en realidad puede decirse que brillan por su ausencia
en los caneyes camagüeyanos. No sabemos de una sola cuenta, de uno solo de los
que llamamos plato, o uno solo de los que llamamos pico, encontrados en ellos.
Una sola vasija o taza, y no más de una docena de gubias se han recogido en
excavaciones en diez y ocho caneyes, —si bien algunas de estas excavaciones se
han limitado, como ya hemos visto, a ser zanjas de prueba de no mayor longitud
que el radio del montículo, aunque llevadas al fondo del mismo. Sin embargo, la
materia prima para fabricar las gubias y las vasijas existe en el litoral; y en el caney
Chico de La Barrigona, del que en 1934 recogimos una gubia, y donde el doctor
Antonio R. Martínez, que lo excavó más metódicamente en 1943, recogió dos más,
todo el piso inferior, situado como una base sobre lo que era el nivel normal de la
ciénaga çostanera, era formado por grandes caracoles—, Melongena melongena,
Lin.
En cambio, los artefactos líticos sí se encuentran, y en las láminas que
acompañamos pueden verse algunos. Abundan en los caneyes las lajas y cantos
de río, y pequeñas guijas de forma oval y otras mayores adaptadas para martillos y
bruñidores. También, de modo extraordinario, las astillas de pedernal, sin notarse
entre ellas formas predominantes. Pero no faltan otros implementos en los que es
notable la técnica humana, con conocimiento de la simetría y del pulimento. Así, por
ejemplo, algunos majadores y manos de morteros que no desmerecen de sus
similares de las colecciones taínas, y las que nosotros llamamos mitades de discos;
y muy especialmente dos tipos de artefactos, —y usamos aquí la palabra tipo en su
significado usual y no en el de clasificación que le presta Rouse—, que se
distinguen por su perfección y por el uso simbólico que debiera tener: Las esferas
líticas y los gladiolitos.
Hay también en los caneyes colgantes de hueso, y pedazos de hematite, y
hemos visto rastros de esta pintura en un mortero de forma acanalada, semejante a
algunos metates de las kivas de Leyit Kim, en Chaco Canyon, New México. 10
Hoy no podemos afirmar que no pueda .hallarse alfarería en algunos caneyes.
Ya en tiempos de Rodríguez Ferrer se informó a éste haberse recogido a veces en
tales montículos pedazos de burenes, sin que la noticia tuviera posterior
confirmación. Pero cuando en 1942 y 1943 hacíamos exploraciones en aquella
zona con los doctores Martínez y Selva León, este último nos obsequiara con
10
Bertha P. Dutton: Leyit Kim, small house ruin. University of New Mexico Press, 1938.
11
algunos fragmentos de alfarería ornamentada, recogida en un hoyo de prueba en
un caney situado junto al estero llamado de Manatí, al que en aquellos momentos
no pudimos trasladarnos. Estos fragmentos de alfarería acusan formas de
escudillas y ollas comunes a la indocultura cubana taína, —aclarando que al decir
cultura taína estamos comprendiendo indistintamente la de este nombre de Rouse y
la que éste llama subtaína, ya que nosotros, hasta ahora, no compartimos el criterio
del ilustre profesor aceptando tales dos tipos de cultura neolítica y con alfarería y
agricultura en Cuba—, y presentan ornamentos por incisión y adición, y por
modelado en el mismo borde de la vasija. La factura es siempre tosca, y siempre
imperfecta la simetría. Naturalmente, este hallazgo único no autoriza a hacer
afirmación alguna. Pero en el caney de la finca “La Gloria”, por nosotros explorado
en aquella misma fecha, se han recogido in situ fragmentos de alfarería sin
ornamento alguno, y que por su tamaño y número no permiten apreciar la forma de
las vasijas originales; y en un extenso yacimiento localizado por el doctor Antonio R.
Martínez no lejos de dicho caney, en la misma finca “La Gloria”, a orillas del arroyo
“Mojacasabe”, —quizás un sitio de población—, se encontraron numerosos
fragmentos del mismo tipo de alfarería, y un cráneo sin deformación artificial.
Sin deformación artificial son también todos los cráneos encontrados en el
caney del Gato, —uno del todo entero y los restantes en pedazos, permitiendo la
reconstrucción. También los que encontró en el caney del Pesquero el doctor
Navarrete Sierra. En el indio de los caneyes, que parece ofrecer características
antropológicas arcaicas—, llaman la atención los fuertes maxilares de anchas
ramas, y la sínfisis mentoniana bien acusada. En todos los casos, las piezas
dentarias muestran un notable desgaste, ya notado en 1881 por M. Henri de
Seassure en la mandíbula recogida por Rodríguez Ferrer en el caney del estero del
Remate.

Algunas consideraciones que seguidamente exponemos, nos hacen suponer


que el indocubano de los caneyes fuera poseedor de una cultura esencialmente
distinta de la que generalmente se llama taína, —con sus modalidades la subtaína
de Rouse y la siboney de Cosculluela—, y distinta también de la que Harríngton
llamó cíboney. Creemos que se trata del que Rouse ha designado como aspecto
Cayo Redondo de esta última cultura, pero que, salvo el respeto que nos merece la
autoridad de Rouse, consideramos no como un aspecto, sino como una cultura
fundamentalmente distinta de la citada ciboney de Harríngton, para la que nosotros
desde 1934 reservamos el nombre de guanatahabey. Aclaremos que al hablar de
distintas indoculturas, no estamos queriendo significar distintos orígenes raciales.
La indocultura de los caneyes puede estimarse caracterizada, a grandes rasgos,
por los siguientes elementos
“Su ubicación, ceñida siempre a lugares cercanos a la costa, en lugares bajos
inundados gran parte del año, en ciénagas y costaneras y a orillas de esteros y
desembocaduras de ríos; sin que nada hasta ahora nos permita afirmar el tipo de
habitación, que en hipótesis podemos estimar de palafitos.
Su menaje de piedra, en el que si bien abundan los cantos de río, las guijas y
las astillas de pedernal sin formas especiales, no faltan artefactos de notable
factura, como las esferas líticas, los gladiolitos, las mitades de discos, algunos
martillos y majadores, etc.
La ausencia, o notable escasez, del menaje de concha común a la indocultura
siboney de Harrington; y la presencia a veces de adornos de hueso.
12
La alimentación de jicoteas, ostras, cobos y otros caracoles, y en menor escala
jutías, pájaros y peces.
La costumbre de pintarse, que suponemos por los fragmentos de hematites y
ocre recogidos a veces, y los rastros en algunos morteros.
El entierro en caneyes, —esto es, en montículos funerales deliberadamente
construidos con capas de tierra, caracoles y cenizas; apareciendo los esqueletos
orientados con el cráneo hacia el Este y los pies al Oeste. En tales caneyes,
generalmente se encuentran esferas líticas y gladiolitos, implementos a los que es
lógico suponer un uso ceremonial o simbólico.
La posesión por la cultura taína, en cualquiera de sus modalidades, del
conocimiento de la agricultura, la alfarería y el pulimento de la piedra, basta para
diferenciar fundamentalmente dicha cultura de la del indio de los caneyes. El
encuentro en algún único caney de restos de alfarería, así como la notable técnica
de las esferas líticas y algunos gladiolitos, en nada aminoran esa diferencia,
acentuada por la mayor perfección, diversidad y significación del menaje taíno,
lítico, de hueso y de madera, del que tenernos numerosas muestras y referencias.”
Algunos de los tipos inferiores de artefactos de los caneyes, se han encontrado
junto con los objetos de concha, en los yacimientos estudiados por Harrington en
cavernas y abrigos roqueros de Oriente y Occidente, en los que él basó la
existencia en Cuba de su índocultura ciboney. Harrington no conoció los caneyes, ni
tuvo de ellos referencias detalladas. Rouse sí las tuvo a su paso por Cuba; y
encontró en algunos lugares de Oriente, —por cierto, según él mismo dice,
sorprendentemente uniformes, situados en costaneras y ciénagas y cerca de
esteros y desembocaduras de ríos, esto es, en paisaje igual a‟ la costa Sur de
Camagüey—, yacimientos con artefactos líticos diferenciados de los hallados por
Harrlngton y similares a los de los caneyes, y en los que no faltaron los objetos de
concha. Tanto Harrington frente a aquellos yacimientos en cavernas y abrigos
roqueros como Rouse frente a éstos en costaneras y ciénagas, se hallaron frente a
una cultura no agrícola, sin conocimiento de la alfarería y del pulimento de la piedra.
Rouse estimó que se trataba de una misma cultura, en la que podían señalarse dos
aspectos, en uno de los cuales, que llamó Cayo Redondo, incluyó el caudal
arqueológico de los caneyes; y nos hace el honor, que sinceramente agradecemos,
de señalar que fuimos los primeros en notar la diferencia entre los dos aspectos que
él reconoce de la indocultura cubana que llama ciboney. 11
Pero en realidad hay características, a nuestro juicio de esencial significación,
que diferencian fundamentalmente al ciboney de Harrington del indio de los
caneyes. La distinta habitación de uno y otro, respectivamente en cuevas y abrigos
roqueros y en costaneras bajas y cenagosas, determina necesariamente distintas
condiciones de vida, que influyen en la formación y evolución de una cultura. El
menaje lítico de los caneyes es más rico y de técnica superior al del ciboney de
Harrington, y algunos de sus artefactos como las esferas los gladiolitos, acusan
indudablemente la existencia de ritos o símbolos peculiares de sus constructores.
Nada encontrado en los yacimientos del ciboney de Harrington nos permite suponer
tales ritos o símbolos. Simbolismo, mítica o religión diferencian esencialmente las
culturas, y aún más en los pueblos primitivos. Análogas razones debemos
considerar en relación con la costumbre de entierro en los caneyes. El caney,
montículo deliberadamente construído con especial estructura, es ciertamente un
monumento funeral, evidencia de costumbres o creencias referidas a la muerte.
Lógicamente, al indio enterrado en los caneyes debe suponérsele una religión o
mítica distinta de la del indio enterrado en las cavernas. Religión y mítica se
adentran en la esencia misma de la cultura, —determinan algo más que simples

11
Irving Rouse: Archeology of the Maniabon Hills, Cuba. New Haven. 1942
13
aspectos culturales objetivos.
Por otra parte, una referencia histórica nos dice que los indios de la costanera
camagüeyana donde están los caneyes, hablaban un idioma distinto al de los indios
del extremo Oeste de Cuba, donde abundan las huellas del cíboney de Harrington:
Colón durante su segundo viaje, al través de los Jardines de la Reina y con escalas
en las inmediatas costas de Camagüey, pudo entenderse con los indios que
habitaban isletas y costaneras por medio del intérprete haitiano que traía con él.
Pero cuando llegó al extremo occidental y se adentró en tierra, el intérprete no pudo
entender a los indocubaños que encontró. Es un dato que robustece nuestra teoría.

Un documento contemporáneo de la colonización de Cuba, de puño y letra de


uno de sus principales actores, escrito con la intención de proponer remedios para
conservar las poblaciones indígenas, y que se utilizó en la Instrucción dada a los
Jerónimos sobre el gobierno de las Indias, es el MEMORIAL PARA REMEDIO DE
LAS INDIAS, del Padre Las Casas. Se encuentra reproducido en el tomo LXXV,
folio 380, de Documentos del Archivo de Indias de la Colección Muñoz, y también
fragmentariamente, en el tomo VI de los Documentos Inéditos de Indias publicados
por la Academia de la Historia de Madrid.
En ese documento se habla de tres distintas clases de indios de Cuba, y hasta
se señalan distintas características de cada clase, que permiten pensar en distintas
culturas.
Según el MEMORIAL, hay unos indios que están dentro de Cuba, en una
provincia al cabo de ella, los cuales son como salvajes, que en ninguna cosa tratan
con los que el MEMORIAL llama indios de la Isla. No tienen casas, sino están en
cuevas de continuo; y se llaman guanatahabeyes. Como la baja indocultura cubana
caracterizada por los artefactos de concha nos ofrece hoy su caudal arqueológico
en yacimientos generalmente ubicados en cavernas y abrigos roqueros, nosotros
damos el nombre de guanatahabey a esa baja cultura, que Harrington llamó
ciboney, posiblemente por errónea traducción del texto antiguo del MEMORIAL de
Las Casas, que está erróneamente citado en la página 244 del estudio de Fewkes:
A PREHISTORIC ISLAND CULTURE AREA OF AMERICA, de donde lo traduce
Harrington, en la página 410 dc CUBA BEFORE COLUMBUS.
En el mismo MEMORIAL se hace referencia a los indios de las isletas de los
Jardines, que no acostumbran comer sino pescado solo, y que son iguales a los
siboneyes que los llamados indios de la Isla tienen sometidos a servidumbre. No
tenemos evidencias arqueológicas procedentes de los Jardines de la Reina, que no
han sido explorados; pero en la costanera situada frente a ellos, se alzan los
monumentos funerales de los caneyes, que construyó un pueblo que lógicamente
tuvo que ser principalmente, si no Únicamente, pescador. Por otra parte, los
doctores Morales Patiño y Herrera Fritot han encontrado artefactos líticos peculiares
de la cultura de los caneyes en un cayo del archipiélago Sabana-Camagüey, que
comprende los Jardines del Rey. Parece que el nombre siboney se impone para
esta cultura que hoy ofrece su evidencia arqueológica en los lugares donde vivía el
indio de los Jardines, que según Las Casas era igual al siboney.
El MEMORIAL no dice quiénes eran los indios de la Isla; pero en su HISTORIA
DE LAS INDIAS, el Padre Las Casas llama así a los indios que él conoció como
generales pobladores de Cuba cuando la colonización, que habían venido de la
Española y sojuzgado a los siboneyes. Eran, sin duda alguna, los taínos de los
actuales arqueólogos. El hecho de que a veces se encuentren en el interior de la
14
Isla, donde prevalecen las muestras de la cultura taína, hallazgos aislados de
artefactos típicos de los caneyes, puede estimarse como una confirmación del
aserto Las Casas sobre el sojuzgamíento de los siboneyes, —esto es, los indios de
los caneyes—, por los taínos invasores de Cuba, a la par que robustece nuestra
identificación del siboney con el constructor de los caneyes del Sur dc Camagüey.

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