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Dr. Rogelio Rodríguez Coronel
Facultad de Artes y Letras
Universidad de La Habana
Esta cultura, como todas las del Caribe, posee un fundamento eminentemente dialógico,
derivado de las encrucijadas que han vivido sus pueblos en territorios demarcados por la
expansión de fronteras coloniales primero, y luego imperiales. La cultura en el Caribe
surge en los intersticios de estas confluencias.
Un esbozo de la cartografía cultural de Cuba tendría que tomar en cuenta –en apenas
114.525 km², poblados por alrededor de 11 millones de habitantes—, estratos locales y
regionales donde se encuentran las huellas de procesos de sincretismo e hibridación
diversos. Así, por ejemplo, en la zona de Santiago de Cuba y Guantánamo la emigración
francesa y haitiana de finales del siglo XVIII y principios del XIX ha dejado su rastro en
la arquitectura de las haciendas cafetaleras y, más visible aún, en la llamada Tumba
francesa, manifestación de música y danza que parece revivir la corte de Henri
Christophe, como hiciera Alejo Carpentier en El reino de este mundo (1949). Mucho
más localizadamente, japoneses, suecos, judíos, libaneses, norteamericanos, maya-
yucatecos… han dejado rastros perceptibles en diversas localidades de la geografía
nacional.
Las etnias que con mayor vigor han conformado la cultura cubana son, sin dudas, las
hispánicas y las africanas, y en tercer lugar las chinas, diferenciadas, además,
racialmente, lo que propiciaba una mayor discriminación. Generalmente se clasifican,
grosso modo, las fuentes de la cultura cubana como la española, la africana y la china.
Pero los procesos de transculturación, de sincretismo y de hibridación han sido mucho
más complejos por la intervención de diferentes etnias provenientes de cada uno de los
polos emisores, además del entrecruzamiento de las mismas. Así, por ejemplo, en las
localidades de Jovellanos, Perico y Agramonte, de la provincia de Matanzas, la etnia
africana arará dejó su impronta, la cual no es visible en otras localidades del país. Por
otro lado, las etnias provenientes de la península ibérica, verdadero tapiz multicultural,
durante el período colonial impusieron sus determinaciones, y bajo su égida, por
sometimiento o por desafío, por tener que compartir un ámbito común y una historia, las
culturas de las diferentes etnias iniciaron un proceso de maridaje, de transculturación
(aculturación, sincretismo, hibridación) tanto de una manera horizontal (entre las
subordinadas), como de un modo vertical (de ellas con la regente); en ambos ejes se
1
Esta exposición se complementa con imágenes y audio.
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encuentran las formas de resistencia y de sobreviva. Sin embargo, tampoco se debe
perder de vista que dentro de cada grupo étnico hubo una dominante, bien sea por el
número de inmigrantes, bien por la capacidad centrífuga de esta cultura; así, dentro de
las etnias africanas, prevaleció la cultura yoruba; dentro de las chinas, la cantonesa, y
dentro de las hispánicas, la gallega a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Los
gallegos, y también los canarios, llegaron a Cuba entonces para nutrir la mano de obra
asalariada.
Los estudios cubanos han hecho énfasis, desde los tiempos de Fernando Ortiz y Lydia
Cabrera, en el diálogo intercultural entre lo africano y lo español, como matriz de la
cultura nacional. Las distintas etnias africanas comenzaron a arribar al país desde fecha
temprana, y la necesidad de mano de obra esclava de la economía de la plantación trajo
consigo que desde 1792 hasta 1846, según los datos censales de esos años, la población
negra superara numéricamente a la blanca1. Como consecuencia de ello, y por terror a
los sucesos de Haití, las autoridades coloniales auspiciaron el incremento de la
población blanca (Decreto de Colonización Blanca del 21 de octubre de 1817), base
legal para que, en 1847, comenzara la trata china y maya-yucateca, así como la
inmigración de campesinos de la península, principalmente de Galicia e Islas Canarias.
Aunque Juan Pérez de la Riva publicara Demografía de los Culíes Chinos en Cuba
(1853-74), en 1967, y escribiera Los culíes chinos en Cuba, entre 1960 y 1967, sólo
recientemente los antropólogos están prestando atención a la concurrencia de la cultura
china en este entramado nacional a partir de la segunda mitad del siglo XIX. En Cuba,
los chinos conformaron la más antigua y estable comunidad del Nuevo Mundo.
Los “californianos”, que comenzaron a llegar al país a partir de 1860, constituyó una
clase socioeconómica diferente de los culíes por el capital que trajo consigo; su
influencia se puso de relieve inmediatamente por la estimulación del desarrollo de
sociedades clánicas, deportivas y culturales, que conformaron el Barrio Chino habanero,
espacio donde inicialmente se promovió la reproducción en la isla de los elementos
esenciales de la cultura china. Sin embargo, hasta los californianos llegó la
discriminación a que estaban sometidos los culíes por parte de los españoles.
Ramón Meza, notable novelista de la segunda mitad del siglo XIX, traza el perfil
sociocultural de los “californianos” en Carmela (1887) a través del personaje Cipriano
Assam, quien “no era chino más que en apariencia, que en todo lo demás era una
persona decente”. Es la primera vez que aparece un personaje y asunto similares en la
narrativa cubana, en una novela de tipo costumbrista según los cánones literarios de la
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época, mientras que la cultura africana y la hispánica mantenían casi cuatro siglos de
sincretismos en los espacios rurales y urbanos, en las plazas y en los ambientes
domésticos. En ese mismo siglo, el asunto de la esclavitud negra fue el sustento de una
novela abolicionista, que encuentra en Sab (1841), de Gertrudis Gómez de Avellaneda,
su primera expresión en el mundo hispánico; en la poesía, poetas negros y mulatos
libres, como Juan Francisco Manzano o Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido)
ofrecían testimonio de la situación del esclavo con estrategias discursivas canónicas de
la cultura española. Mientras tanto, en los cabildos de negros, en los barracones, entre la
servidumbre de las mansiones señoriales, otra literatura, de carácter oral, a través de
leyendas (patakkines), refranes y apólogos, iba transmitiendo un saber ancestral
asociado a las prácticas adivinatorias de las etnias africanas (sobre todo, de la yoruba);
sus cantos, danzas, vestimentas y comidas encontraban un espacio de libertad el Día de
Reyes, lo cual derivó con el tiempo en una de las manifestaciones populares más
sólidas: el carnaval, en el cual, hasta hoy, desfila una comparsa china interpretando la
danza del león.
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Durante la segunda mitad del siglo XIX, en el Barrio Chino de La Habana se fundaron
teatros de ópera, donde actuaban grupos traídos directamente de China o de los Estados
Unidos; en las primeras décadas del siglo XX se crearon orquestas chinas que
interpretaban música china y llegaron a incorporar instrumentos musicales de
Occidente, como saxos, violines y xilófonos, e incluso hubo grupos corales que
interpretaban canciones chinas aprendidas fonéticamente, pues sus integrantes no
dominaban el idioma. Sin embargo, muy poco trascendió las fronteras del Barrio; en lo
que respecta a los instrumentos, sólo la corneta china, la cajita china y el tambor Cu se
acogieron por distintas agrupaciones musicales populares y de manera muy aislada,
salvo la corneta china en los carnavales santiagueros.
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En la literatura contemporánea, las interrelaciones han sido desiguales. Las
apropiaciones de lo afrocubano en los discursos legitimados son conocidos, pero no lo
es tanto una tradición de literatura oral que también ha encontrado su espacio escrito
enmascarado en la literatura infantil, cuyo clásico exponente son Cuentos negros de
Cuba, de Lydia Cabrera, escritos originalmente en francés y, luego del éxito, traducidos
al español y dados a conocer en 1940. Siguiendo este rastro, han aparecido textos más
recientes como Kele kele (1987), de Excilia Saldaña, y Akeké y la jutía (1989), de
Miguel Barnet.
Las huellas de la cultura china en la literatura canónica son más sofisticadas porque
remiten al pensamiento filosófico, a Confucio y a Lao-Tsé, al Yin y al Yang, al Tao y al
I-Ching4. El cuento valorado como altamente significativo por su apertura vanguardista,
“Los chinos” (1923), de Alfonso Hernández Catá, sólo muestra su sentido más profundo
si se analiza tomando en cuenta la dialéctica del Yin y el Yang. Una novela tan críptica
como Paradiso (1966), de José Lezama Lima, sólo muestra las claves de algunos
pasajes si se miran desde el Tao y en el I-Ching o Libro de las mutaciones; piénsese si
no, en aquel momento del Capítulo VII cuando Rialta juega a los yaquis con sus hijos y,
con el movimiento de las baldosas del piso —espacio que se convierte en el Tao
creador—, surge la imagen del padre muerto de José Cemí, el protagonista. Todos los
números mencionados en este episodio remiten al sentido de un hexagrama del I-Ching.
Iniciamos esta exposición refiriéndonos a la fusión que hace un grupo musical
contemporáneo con la corneta china y la conga santiaguera en un reguetón. Quisiera
terminar con dos ejemplos tomados de las fuentes africanas: El canto religioso
tradicional a Ogún, orisha guerrero, “levantado” (interpretado) por Lázaro Ros —cuya
voz es, por excelencia, la del apkón—, y la versión del mismo canto que realizó el
grupo “Síntesis” con las sonoridades del rock.
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BIBLIOGRAFÍA:
5
Valdés Bernal; “Relaciones Inter-étnicas e interraciales en el Barrio Chino de La
Habana”, de Pablo Rodríguez Ruiz, entre otros).
Rodríguez Coronel, Rogelio: “La huella del dragón en cuatro narradores cubanos”. En
Temas, No. 30, La Habana, julio-septiembre de 2002. Nueva época, pp. 99-108.
Varios: Presencia china en Cuba. (Plegable). Ediciones GEO, La Habana, 1999.
1
Para que se tenga una idea de las proporciones demográficas de este proceso en la primera mitad del
siglo XIX, en 1827 la población blanca era de 311,051 habitantes, mientras que la negra (libre y esclava)
ascendía 393,436.
2
Tabla elaborada por Eduardo San Marful en su Cuba: Población y azúcar en el siglo XIX (Inédito):
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Chinos procedentes de los Estados Unidos, particularmente de California, que emigraron a Cuba
huyendo de la discriminación y persecución de que eran objeto.
4
V. RRC: “La huella del dragón en cuatro narradores cubanos”. En Temas, No. 30, La Habana, julio-
septiembre de 2002. Nueva época, pp. 99-108.