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CARRILLO, Martín:
La flexibilización del contenido laboral de la Constitución
Introducción
(* ) Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Candidato a Doctor en Derecho por la
Universidad de Salamanca (España). Coordinador de la Sección Peruana del Grupo de Laboralistas
Latinoamericanos “Bologna-Castilla La Mancha”. Integrante del cuerpo de árbitros laborales del Centro
de Arbitraje Nacional e Internacional de la Cámara de Comercio de Lima. Conciliador Extrajudicial.
(1 ) Nos referimos a los Decretos Legislativos 650; 674; 677; 688; 718; 724; 728 y 757, respectivamente.
El Tribunal de Garantías Constitucionales llegó a declarar inconstitucional a los Decretos Legislativos
650 y 674, en sus respectivos extremos referidos al efecto cancelatorio de los pagos adelantados por
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Parte I
Antecedentes y Contexto de la Constitución de 1993
El Diario Oficial publicó dos días después el Decreto Ley 25418, que sancionaba la
Ley de Bases del Gobierno de Emergencia y Reconstrucción Nacional, instituyendo
transitoriamente el mismo, cuyo objetivo fundamental era lograr la reforma
institucional del país, para lo cual fijaba como su primera meta modificar la
Constitución de 1979, “para que el nuevo proyecto resultante sirva de medio eficaz
para el desarrollo”. Sin perjuicio del proceso de reforma que habría de llevarse a
cabo, se dispuso la inmediata suspensión de los artículos constitucionales que se
opusieran a lo establecido por el propio Decreto Ley.
concepto de la Compensación por Tiempo de Servicios. El cierre de facto que sufrió el Tribunal en abril
de 1992, le impidió pronunciarse sobre las otras normas impugnadas.
(2 ) Fujimori, 1992.
(3 ) La interrupción del Estado de Derecho se ha querido justificar en que el Presidente Fujimori se
encontraba “bajo una excesiva presión: la grave situación económica y social, la extrema tensión social y
la demora de la llegada de la ayuda externa, como el avance del terrorismo y el narcotráfico. A lo que se
agregaba el recorte inconstitucional de sus facultades, la presión militar-policial requiriendo mayor apoyo
del poder político, la parcialización inconstitucional del Tribunal de Garantías Constitucionales, un nuevo
escándalo sobre el manejo de donaciones, antecedentes conspiratorios ocurridos entre setiembre y octubre
(de 1991) y la posibilidad de que (el Congreso) (…) declare la vacancia (de su cargo) (….). Estos factores
lo llevaron (…) a la conclusión de realizar lo que él mismo calificó como un CONTRAGOLPE” (Torres y
Torres Lara, 1992: 21).
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(4 ) “Primero fue la historia del Plebiscito; se plantean presiones internas e internacionales, cambia
entonces la propuesta. Dice: “Ahora ya no me quedo un año sin Parlamento, ahora me quedo cinco
meses”. Este juego de ambigüedades y cambiantes proposiciones, relativiza absolutamente todo lo que
pudiera entenderse como causas de tipo estructural que están detrás del golpe” (Bernales, 1992: 42).
(5 ) Dicha ley nunca fue promulgada, así que no existió un canal directo de participación ciudadana en la
elaboración de la vigente Constitución.
(6 ) Nueva Mayoría-Cambio 90, grupo que apoya al Presidente Fujimori, obtuvo 44 congresistas y sus
aliados de Renovación -de tendencia conservadora- otros 6. Las otras 30 plazas fueron para una
variopinta oposición, representada por el Partido Popular Cristiano (8); Frente Independiente Moralizador
(7); Movimiento Democrático de Izquierda (4); Coordinadora Democrática (4); Frente Nacional de
Trabajadores y Campesinos (3); Frente Popular Agrícola (2); Solidaridad y Democracia (1); Movimiento
Independiente Agrario (1).
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(7 ) Sus promotores se ufanan que la vigente Constitución registra 180 innovaciones frente al texto
precedente (Torres y Torres Lara, 1995: 21), mientras que sus críticos advierten que sólo un tercio de su
articulado representa algún cambio (García Belaunde y Fernández Segado, 1994: 20), es por ello que
desde una “perspectiva material” debe hablarse en estricto de una reforma del texto de 1979, más que de
una “nueva” Constitución (Fernández Segado, 1994: 12 y 14).
(8 ) Bajo este “procedimiento incoherente” (Abad, 1993: 7), por ejemplo, fue debatida y aprobada la
libertad de trabajo en la sesión del pleno celebrada el 22 de febrero de 1993, cuyas actas registran el
cuestionamiento del congresista Pease García al trámite seguido, pues éste advierte el problema que
constituye “discutir un capítulo sin tener por lo menos el resto del título” (Congreso Constituyente
Democrático (Tomo I), 1998: 135).
(9 ) La “obsesión por la brevedad” llevó a la mayoría oficialista a reducir cada vez más el articulado de
sus propuestas, “sin ningún cuidado ni sindéresis” (García Belaunde y Fernández Segado, 1994: 21). En
los dos primeros proyectos eran diez los artículos laborales, pero la última propuesta los redujo a ocho.
Situación similar se presentó con los artículos considerados bajo el título de la Función Pública: eran seis
en los dos primeros proyectos, quedando reducidos a la mitad en la última propuesta.
(10 ) “La relevante reducción del articulado tiene su origen, en lo sustancial, en la notable poda de que han
sido objeto los tres primeros Títulos de la Constitución de 1979, que en buena medida responde al
desmantelamiento de algunos de los presupuestos del Estado social que contemplaba la anterior
Constitución” (Fernández Segado, 1994: 15). Si alguien se pregunta cuál es el propósito de tal
reducción, la respuesta es que “La mayoría ha buscado eliminar prácticamente todo rastro expreso de las
obligaciones sociales del Estado, tan presentes en la Constitución de 1979” (Rubio, 1993: 11).
(11 ) La metodología empleada en el proceso constituyente es “accesoria”, en tanto el verdadero interés es
“producir aceleradamente el instrumento político” deseado por la mayoría. Para ella, “lo fundamental es
plasmar en el más breve plazo las “reformas estructurales”, el proyecto político personalista que se quiere
instrumentar” (Abad, 1993: 5 y 13).
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mayoría oficialista evadir el debate serio y la reflexión profunda que reclama toda
elaboración de un texto constitucional ( 1 2 ). La levedad del debate -a ratos,
francamente insoportable- se explica también por la ausencia de un “clima
constituyente”, pues la participación de la sociedad civil fue absolutamente
episódica o lo suficientemente mediatizada, hasta hacerla meramente simbólica
(1 3 ).
(12 ) Lo que ha llevado a calificar al CCD como “el más pobre “proceso constituyente” de nuestra historia
republicana, carente totalmente de reflexión doctrinaria” (García Belaunde y Planas, 1993: 320).
(13 ) Cfr. García Belaunde y Planas, 1993: 80. Abad, 1993: 5 y 8. Fernández Segado, 1994: 13.
(14 ) Fernández Segado, 1994: 14.
(15 ) El particular contexto socio-político que precedió y acompañó al CCD, configuró lo que se llama una
“dictadura constituyente”, en tanto dicho proceso se desarrolló con el objetivo central de instrumentalizar
una autocracia, pero “bajo un ropaje formalmente constitucional”. Con esos antidemocráticos
antecedentes, el resultado no puede ser otro que el de una “constitución semántica”, en tanto ella resulta
institucionalizando la posición prevalente de quien detenta de facto el poder, dotándole formalmente de la
legitimidad que necesita. Se predica de una constitución el carácter de semántica, cuando ella resulta
elaborada “en función de un personaje, para garantizarle el ejercicio omnímodo del poder político”
(García Belaunde y Planas, 1993: 129 y 318). Paniagua no duda en calificar así a la Constitución de 1993,
en tanto lo considera un “texto hecho “a medida” y por “encargo” de un autócrata que aspira a
perpetuarse” (1994: 143 y 150).
(16 ) García Belaúnde, 1996: 230.
(17 ) El texto aprobado “refleja la opción política del régimen, se trata de una suerte de “Constitución-
programa de gobierno” (Abad, 1993: 13).
(18 ) No es muy factible que la Constitución de 1993 sobreviva a “la vida política de su progenitor, el
Presidente Fujimori” (Fernández Segado, 1994: 14). Coincidentemente, se ha sostenido que “lo más
probable es que esta Constitución, tal cual, no sobreviva al régimen que la hizo nacer” (García Belaunde,
1996: 189).
(19 ) Se trata del Instituto de Capacitación y Estudios Laborales (ICEL). Los abogados laboralistas que
intervinieron en las reuniones -celebradas entre el 28 de enero y el 11 de marzo de 1993-, fueron: Luis
Aparicio; Carlos Blancas; Julio César Barrenechea; Alfonso de los Heros; Fernando Elías; Víctor Ferro;
Joaquín Leguía; Ricardo Marcenaro; Pedro Morales; Javier Neves; Mario Pasco; Francisco Romero; Ana
María Yañez; Jaime Zavala. Colectivo de especialistas, calificado como “grupo informal” de “amplia y
plural composición” (Pasco, 1993-A: 35). Siendo sin duda plural su composición, cabe precisar que la
mayoría de estos abogados habían colaborado en el diseño y/o aplicación de la reforma laboral
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implementada por el régimen del Presidente Fujimori. En la sesión del pleno del CCD del 22 de febrero
de 1993, el congresista Marcenaro se refiere al proyecto de articulado laboral “que estamos trabajando en
Nueva Mayoría-Cambio 90”, el cual nunca fue presentado, salvo que con esas palabras se hubiese
referido a la propuesta -en curso de elaboración en ese momento- encargada al ICEL (Congreso
Constituyente Democrático (Tomo I), 1998: 137).
(20 ) Fueron diez los artículos que inicialmente merecieron el apoyo de la mayoría, y que se mantuvieron
en las dos primeras versiones del proyecto de Constitución, pero al publicarse el tercer proyecto dos de
ellos desaparecieron: el que fijaba los deberes estatales en materia de trabajo y el que regulaba el régimen
laboral en las empresas estatales. Este último, finalmente fue incorporado al capítulo de la Función
Pública, con cambios en su redacción.
(21 ) La Comisión estaba integrada por los congresistas: Ricardo Marcenaro -quien la presidió-, Gamaliel
Barreto; Tito Chávez; María Vítor; José Gamonal (Nueva Mayoría/Cambio 90); Xavier Barrón (Partido
Popular Cristiano); Julio Chu Meritz y Willy Serrato Puse (Frente Independiente Moralizador); Eusebio
Vicuña (Frente Popular Agrícola).
(22 ) Cfr. Marcenaro, 1995: 37.
(23 ) “Habiendo debatido el Congreso el tema del trabajo por tres horas y media, la Presidencia desea
consultar al Pleno si considera que el asunto ha sido suficientemente discutido. Se va a votar (...) El
Pleno ha acordado dar el tema por agotado”. Al inicio del debate, se planteó como cuestión de orden por
la congresista Flores Nano, que las discusiones sobre el tema laboral se organicen en cuatro rondas, en
atención a la diversidad de materias y la conveniencia de un debate profundo. La iniciativa fue rechazada
por 36 votos en contra y 17 a favor (Congreso Constituyente Democrático (Tomo I), 1998: 458, 459 y
495). Es evidente que el tiempo empleado para el debate en el pleno del CCD, está en directa proporción
con el interés de la mayoría oficialista en la materia.
(24 ) Dada la pobreza e inconsistencia de la propuesta presentada por la mayoría oficialista sobre el tema,
la oposición pidió como cuestión de orden que se postergue el debate para mejorar la misma. Dicho
pedido fue rechazado. En todo caso, la breve discusión del pleno sirvió para corregir los errores y olvidos
más saltantes. Fruto de ese debate, se decidió incluir en el texto constitucional que los funcionarios y
trabajadores públicos están al servicio de la Nación; el reconocimiento de la carrera administrativa; las
categorías excluidas de la función pública; la prescripción de los delitos cometidos contra el patrimonio
del Estado, y el reconocimiento de los derechos de sindicación y huelga de los servidores públicos.
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El sintético recuento del proceso constituyente en lo que toca a las materias propias
de las relaciones de trabajo, no hace más que confirmar la crítica ya adelantada y
hecha con carácter general: injustificada celeridad en el trámite y lamentable
superficialidad en el debate. Difícilmente puede ser favorable la evaluación de la
labor de una Comisión de Trabajo, que recibe su tarea hecha por terceros y la
aprueba por unanimidad en una sola tarde, elaborando apuradamente un dictamen
que será parcialmente modificado por la Comisión de Constitución, y que el Pleno
del CCD no discutirá -desmintiendo así cualquier urgencia- hasta quince semanas
después. Difícilmente puede ser satisfactoria una discusión por contadas horas, en
un tema de tanta trascendencia y en donde se habían hecho importantes
modificaciones -de forma y fondo- al texto constitucional precedente.
Parte II
El contenido laboral de la Constitución de 1993
(25 ) El Presidente Fujimori, en gesto extremo y calculado, a pocos días de celebrarse el referéndum,
amenazó con renunciar si vencían los votos por el “no”, abdicación que no había sido solicitada ni por la
más radical de las oposiciones.
(26 ) Los resultados del referéndum, han convertido a la Constitución en un “elemento centrífugo, de
desunión social, ya que ha dividido casi por la mitad al electorado, algo que, por si mismo, es
posiblemente la peor carta de presentación que pueda esgrimir una Asamblea Constituyente a favor de su
obra” (Fernández Segado, 1994: 13).
(27 ) García Belaunde, 1996: 188 y 189.
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En todo caso, téngase presente que el carácter de brevedad que se quiere resaltar
como atributo de la Constitución de 1993, no es una nota coherente en todo su
texto, pues “a su interior, se conservan numerosos apartados con excesivo corte
reglamentarista” (3 4 ). Esta paradójica situación, queda en evidencia cuando se
advierte que “la gran prolijidad de muchos de los preceptos de la nueva Carta (...)
en ocasiones cercana a lo reglamentista (...) de modo sorprendente contrasta con
la regulación notoriamente insuficiente que el constituyente peruano ha dado a
(28 ) Cfr. Pasco, 1993-A: 35. Elogios agradecidos por la mayoría oficialista y presentados como argumento
de autoridad por el Presidente de la Comisión de Trabajo en el debate del pleno del CCD (Congreso
Constituyente Democrático (Tomo I), 1998: 492 y 493).
(29 ) Se ha señalado como atributo de la vigente Constitución, que en el ámbito de las relaciones de trabajo
ella si ha recogido metas que pueden ser cumplidas, pues sus mentores entienden que lo mejor es que no
contenga “mandatos que la realidad nacional haga de imposible cumplimiento o de un cumplimiento
inadecuado, distorsionado o incluso grotesco, porque la somete innecesariamente a estos riesgos que le
restan credibilidad y respeto” (Morales, 1993: 133 y 134). Es evidente que esta tesis -inspirada en una
interesada visión “realista”- olvida que toda Constitución “encarna un deber ser” y que le corresponde
asumir “una inevitable vocación transformadora respecto a la realidad que vivimos” (García Belaunde y
Planas, 1993: 291).
(30 ) Pasco, 1993-A: 30 y 35.
(31 ) Morales, 1993: 127.
(32 ) Marcenaro, 1995: 23. El propio congresista Marcenaro señaló ante el pleno el CCD que había
“encontrado mas de 250 derechos que no pueden estar en la Constitución, porque no se trata de un código
de trabajo”. Una tesis distinta fue sustentada en su momento por el congresista Flores-Araoz, quien señaló
“que tienen que agregarse conceptos (al texto constitucional), que si bien están legislados en materia
laboral, no son preceptos constitucionales, pero conviene que lo sean, para que en el futuro no estemos
ante el posible o pretendido pretexto de reducir esos derechos en pro de la competencia” (Congreso
Constituyente Democrático (Tomo I), 1998: 461 y 493).
(33 ) García Belaunde y Planas, 1993: 190.
(34 ) García Belaunde y Fernández Segado, 1994: 21.
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derecho que deja de procurar protección a los trabajadores, para dedicarse ahora a
promover el empleo y el desarrollo económico (3 9 ).
(39 ) Para Marcenaro tal reconversión resulta irresistible, pues el derecho laboral “viene cambiando a pasos
agigantados dejando cada vez más de ser un derecho protector para convertirse en un derecho promotor
de empleo y propiciador del desarrollo económico” (1995: 23 y 28).
(40 ) Blancas, 1993: 12.
(41 ) Abad, 1993: 10. Para algunos de los laboralistas convocados por el ICEL, esa situación no es un
riesgo sino un supuesto ideal. Con la laxitud señalada, “cualquier gobierno, sea cual fuere su orientación
política, podrá aplicar sus propuestas sin necesidad de modificar la Constitución, desconocerla o violarla”
(Morales, 1993: 128). Corresponde “a la legislación común, cualquiera sea la opción política imperante
en un momento determinado, la regulación específica (...) (del) marco laboral constitucional” (Zavala,
1993: 14). Tesis como la reseñada, convierte casi en imposible demandar la inconstitucionalidad de una
ley laboral, pues difícilmente se podría afectar el contenido normativo de una cláusula constitucional que
ha renunciado a tenerlo.
(42 ) García Belaunde y Fernández Segado, 1994: 25.
(43 ) Blancas, 1993-A: 12. La congresista Flores Nano sostuvo ante el pleno del CCD, que en materia
laboral resultaba “indispensable ser muy precisos (…) para evitar que mañana el legislador pueda
considerar arbitrariamente que cosa es posible o no de una huelga, en que consiste o no la negociación
colectiva y cuales son los alcances del derecho colectivo a la negociación” (Congreso Constituyente
Democrático (Tomo I), 1998: 478).
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(44 ) Ponderación que el propio autor relativiza, al advertir -por ejemplo-, que el artículo 26°, 1 adolece de
una deficiencia semántica al incurrir en una especie de pleonasmo, o que el artículo 24° incluye adjetivos
que no llegan a ser muy concretos (Pasco, 1993-A: 29, 30 y 35).
(45 ) Cfr. Blancas, 1993-A y 1994-A. Neves, 1993-B y 1994-B.
(46 ) Pasco, 1993-A: 35.
(47 ) Supuestamente la Constitución de 1993 mantiene el espíritu protector, pero lo que ha cambiado es el
sujeto protegido: “Así como antes se protegió al trabajador frente al empresario, estableciendo derechos
especiales, hoy la tutoría legal se construye a favor del consumidor” (Torres y Torres Lara, 1995: 43, 46,
60, 61 y 62).
(48 ) “Nadie que actúe de buena fe y con sensatez y ponderación podría calificar esta Carta de antiobrera o
retrógrada” (Pasco, 1993-A: 35). También se ha dicho que son aquellos que “gozan de privilegios”, los
que “se resisten a modificar el sistema laboral y por lo tanto acusan a la flexibilización de regresión
social” (Marcenaro, 1995: 26).
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El vigente texto constitucional “degrada” los derechos laborales, pues a estos junto
con los demás derechos sociales se les deja de catalogar como derechos
fundamentales, aunque ello no impide recurrir a las acciones de garantía para su
defensa. El trabajo, en general, pierde la centralidad que sí le dispensaba la
Constitución de 1979, pues ya no es más uno de los conceptos fundantes del
modelo socio-económico sobre el que se basa la República peruana. Si bien “el
enunciado general del “Estado social” es conservado por la nueva Constitución (…)
sin embargo, la referencia al trabajo como basamento de esta forma de Estado
desaparece” (5 2 ). También debemos de decir que los derechos laborales
formalmente pierden sus señas externas identificatorias, pues los artículos sobre la
(49 ) Entre las más representativas críticas, se ubican las siguientes: las cláusulas laborales de la
Constitución muestran “retrocesos evidentes” (García Belaunde y Planas, 1993: 321); se ha incurrido en
una “restricción de los derechos sociales, fruto de una opción neoliberal” (Abad, 1993: 11); “el texto de la
Constitución de 1993 constituye globalmente un retroceso comparado con el de la Constitución de 1979,
aunque éste ha afectado más la periferia que el centro de los derechos laborales” (Neves, 1993-A: 52); a l
menoscabar y desconocer los derechos laborales, la Constitución de 1993 es regresiva y “reaccionaria”,
pues fulmina los derechos sociales, “so pretexto de la modernización, la liberalización y la economía de
mercado” (Paniagua, 1994: 144, 145, 147 y 149); los derechos sociales han sido reducidos, “adelgazados
o replanteados” (García Belaunde y Fernández Segado, 1994: 22); en materia de derechos sociales, es
donde se ha producido el “más drástico (...) desmoche de la ordenación constitucional establecida en
1979” (Fernández Segado, 1994: 19); “el nuevo Derecho Constitucional del Trabajo (...) ha producido
una desmejora en comparación con la normativa constitucional derogada” (Boza, 1994: 33); se puede
caracterizar a la Constitución de 1993 “en razón de las normas de la CP. 79 que suprime o recorta, pues,
al parecer, su tarea ha consistido en “podar” lo que para algunos ha sido una normativa constitucional
“frondosa”, sin agregar innovación alguna que la singularice” (Blancas, 1994-B: 95); “se puede notar en
la nueva Carta un contenido marcadamente liberal-ortodoxo en el enfoque de los diversos aspectos
laborales” (Bernales, 1996: 214).
(50 ) De 16 artículos dedicados a los derechos laborales en la Constitución de 1979, se pasa a 8 en el texto
vigente. Esta disminución de artículos obliga a la exclusión constitucional de materias tales como: la
preferencia por el trabajador nacional; la igualdad salarial entre hombres y mujeres; el sistema de
asignaciones familiares; la posibilidad de reducir la jornada de trabajo; la obligatoriedad del pago de una
sobretasa por las horas extras laboradas; la regulación especial del trabajo nocturno, del trabajo a
domicilio y del trabajo en condiciones insalubres y peligrosas; la compensación por tiempo de servicios;
el pago de gratificaciones, bonificaciones y demás beneficios; la capacitación profesional; la higiene y la
seguridad ocupacional; la prescripción de 15 años para las deudas laborales; la organización de los
trabajadores independientes; la creación del Banco de los Trabajadores; el fuero sindical y las facilidades
para la acción de los representantes de los trabajadores; la participación en la gestión y la propiedad de la
empresa. También se ha eliminado la retroactividad benigna de la ley a favor de los trabajadores. Cfr.
Carrillo, 1993 y 1994.
(51 ) Algunas de estas consideraciones fueron expresadas en el debate llevado a cabo en el pleno del CCD.
Así por ejemplo, el congresista Olivera Vega señaló que el proyecto de articulado laboral “sólo favorece a
una de las partes, por lo que dice y por lo que no dice, por lo que otorga al capital y por lo que niega al
trabajador”. Por su parte el congresista Pease García calificó al proyecto presentado como “el más grande
atropello contra los trabajadores y la más clara y neta reducción de sus derechos” (Congreso
Constituyente Democrático (Tomo I), 1998: 474).
(52 ) Blancas, 1994-A: 16.
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Bajo este título, hemos agrupado tres temas de especial interés: el trabajo,
abordado desde la perspectiva de su naturaleza y consecuente valoración; la
dignidad del trabajador, garantizada al reconocerse la vigencia de los derechos
fundamentales en el ámbito de las relaciones de trabajo, y finalmente el empleo,
considerado como una responsabilidad estatal.
(53 ) Cfr. Neves, 1993-A: 45 y 1993-C: 4. Carrillo, 1993: 23. Blancas, 1993-B: 7; 1994-B: 95 y 96. El
último de los autores nombrados, afirma “que la sistemática adoptada por la Constitución (…) entraña,
conceptualmente, un retroceso y una forma ingenua de intentar una devaluación del concepto de los
derechos económicos y sociales, dentro de los cuales se incluyen los de carácter laboral. En el caso
específico de éstos, se intenta con semejante ingenuidad reducir su perfil propio dentro del texto
constitucional subsumiéndolos dentro del más amplio concepto de “derechos sociales y económicos”
denominación que en la Constitución (…) (de 1993) tampoco resulta adecuada pues en este capítulo no se
contempla ni uno solo de los derechos “económicos” (libertad de empresa; de industria y comercio;
propiedad, etc.). Todos los cuales son enumerados en el Título III sobre Régimen Económico, por lo que
hubiera bastado con denominar a aquel capítulo como “Derechos Sociales”” (1994-A: 18).
(54 ) Palomeque, 1991: 31.
(55 ) La Constitución de 1979 establecía: “Artículo 2°: Toda persona tiene derecho: (...) 12.- A elegir y
ejercer libremente su trabajo, con sujeción a la ley (...) 20.- A la libertad y seguridad personales. En
consecuencia: (...) b) No se permite forma alguna de restricción de la libertad personal, salvo los casos
previstos por la ley. Están abolidas la esclavitud, la servidumbre y trata en cualquiera de sus formas” y
“Artículo 42°: El Estado reconoce al trabajo como fuente principal de la riqueza. El trabajo es un derecho
y un deber social (...) A nadie puede obligarse a prestar trabajo personal sin su libre consentimiento y sin
la debida retribución”.
(56 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 2º: Toda persona tiene derecho: (...) 15.- A trabajar
libremente, con sujeción a ley (...) 24.- A la libertad y a la seguridad personales. En consecuencia: (...) b)
No se permite forma alguna de restricción de la libertad personal, salvo en casos previstos por la ley.
Están prohibidas la esclavitud, la servidumbre y la trata de seres humanos en cualquiera de sus formas”;
“Artículo 22º: El trabajo es un deber y un derecho. Es base del bienestar social y un medio de realización
de la persona”; “Artículo 23º: (...) Nadie está obligado a prestar trabajo sin retribución o sin su libre
consentimiento” y “Artículo 59º: El Estado estimula la creación de riqueza y garantiza la libertad de
trabajo y la libertad de empresa, comercio e industria. El ejercicio de estas libertades no debe ser lesivo a
la moral, ni a la salud, ni a la seguridad públicas (...)”. Las votaciones en el pleno del CCD registraron los
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La Constitución de 1993, regula el trabajo bajo tres dimensiones: como una libertad
(art. 2°, 15), como un derecho y como un deber (art. 22°). Como se sabe, la
libertad de trabajo comprende el derecho a la libre elección del trabajo, el derecho
a escoger libremente (5 7 ) ocupación y el derecho a elegir y ejercer cualquier
profesión u oficio. El vigente texto constitucional, en primer lugar, reconoce a toda
persona el derecho a trabajar libremente, correspondiéndole al Estado garantizar la
libertad de trabajo. En segundo lugar, hace una reserva legal para el desarrollo
normativo de las condiciones bajo las cuales queda comprendida esta libertad,
precisándose -a modo de límite- que su ejercicio, en ningún caso, puede resultar
lesivo a la moral, ni a la salud, ni a la seguridad públicas (arts. 2°, 15 y 59°).
Por su parte, se reconoce que el derecho al trabajo comprende dos ámbitos: uno
primero, como derecho de acceso al trabajo, “como derecho a obtener un trabajo,
de acceder a una ocupación remunerada”. Esta dimensión opera como un “principio
de política social”, en tanto el derecho al trabajo “no es exigible al Estado ni a los
empresarios”. El otro ámbito lo entiende como “derecho a conservar el puesto de
trabajo”, consagrando así el principio de continuidad, que garantiza al trabajador
que su empleador sólo puede dar término unilateralmente al contrato de trabajo,
siempre que medie causa justa que lo habilite a resolver el mismo (6 1 ). Extremo no
debidamente resuelto por el constituyente, como veremos más adelante, al regular
el régimen aplicable a los despidos.
La Constitución de 1993, también declara que el trabajo es base del bienestar social
y un medio de realización de la persona, fórmula por la cual se reconoce a éste
“como un valor central en el sistema económico y en el ordenamiento jurídico”,
siguientes resultados: el texto del inciso 15 del artículo 2° obtuvo 41 votos a favor y 9 en contra; el
artículo 22° obtuvo 62 votos a favor y 6 en contra, y el artículo 23° obtuvo 62 votos a favor y 7 en contra.
(57 ) En representación de la mayoría parlamentaria del CCD, el congresista Torres y Torres Lara sostuvo
que en materia de libertad de trabajo ellos querían desarrollar “una nueva mentalidad. La nueva
mentalidad está rigida (sic) a promover el trabajo; a que todos no tengan un trabajo, sino que todos hagan
un trabajo, que es distinto” (Congreso Constituyente Democrático, 1998 (Tomo I): 135 y 136)
(58 ) “Lamentablemente la Comisión de redacción final del texto constitucional cometió un error al
cambiar el copulativo “y” por una disyunción de tal modo que podría establecerse la obligación jurídica
de trabajar con tal de remunerarse dicha labor (...) o podría obligarse a trabajar gratuitamente con tal que
exista aquiescencia del “trabajador” (...). En todo caso, si bien alguno de estos supuestos pueden
presentarse en la realidad no estarán bajo el ámbito del Derecho del Trabajo” (Marcenaro, 1995: 87).
(59 ) Esta declaración “resulta hasta cierto punto innecesaria por lo genérica” (Pasco, 1993-A: 28). Con
esta fórmula, “no dice la Constitución nada novedoso ni insólito” (Chirinos, 1997: 56).
(60 ) Marcenaro, 1995: 44 y 84.
(61 ) Marcenaro, 1995: 45, 47, 48 y 84.
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Frente a la Constitución de 1979 que “con una visión más socializante daba al
trabajo una ubicación en la sociedad no solo como derecho personal sino también
como un elemento de progreso del grupo humano en su conjunto”, ahora surge la
Constitución de 1993, para la que el trabajo está focalizado “en la realización de la
persona y señala, en términos generales, que es base del bienestar social”. Este
cambio es una consecuencia más del “espíritu neoliberal imperante en el
constituyente” (6 4 ). Para nosotros es claro que ponderar al trabajo como fuente o
base de importantes consecuencias socio-económicas, encierra también una opción
ideológica, tanto como dejar de abordar el tema.
(62 ) Neves, 1993-A: 45. “Este enunciado, a pesar de su carácter principista, es de innegable utilidad para
la interpretación, en general, de la posición del trabajo y de su régimen legal dentro del ordenamiento
jurídico” (Blancas, 1993-B: 7)
(63 ) Tal cambio, en opinión de uno de sus mentores, significa que la cláusula constitucional respectiva ya
no está más “llena de contenido político-partidista, sino más bien de sentido humanista y universal”. Se
ha desterrado así una “posición materialista”, en tanto ha sido eliminada “una declaración que respondía a
una concepción propia de los grupos de izquierda, que sustentaban su ideología en la lucha de clases y la
dictadura del proletariado” (Marcenaro, 1995: 50, 205 y 206). En igual perspectiva se ubicaba el
congresista Chirinos Soto, quien sostuvo ante el pleno del CCD que “Fórmulas como decir: “el trabajo es
la fuente de la riqueza” eso es para un manual de economía política; no para la Constitución”. Distinta fue
la posición defendida por el congresista Moreyra Loredo, para quien el artículo 42° del texto
constitucional de 1979, “es una norma sustancial, que establece y da la pauta de que cosa es lo que debe
prima; y creo que algo en lo que todos los economistas coinciden es en afirmar que el trabajo es la fuente
principal de la riqueza” (Congreso Constituyente Democrático (Tomo I), 1998: 477 y 487).
(64 ) Rubio, 1999 (Tomo II): 200.
(65 ) La Constitución de 1979 establecía: “Artículo 42°: (...) En toda relación laboral queda prohibida
cualquier condición que impida el ejercicio de los derechos constitucionales de los trabajadores, o que
desconozca o rebaje su dignidad (...)”.
(66 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 23º: (...) Ninguna relación laboral puede limitar el
ejercicio de los derechos constitucionales, ni desconocer o rebajar la dignidad del trabajador”. El texto de
este artículo fue aprobado en el pleno del CCD por 62 votos a favor y 7 en contra.
(67 ) Aporte de la jurisprudencia y doctrina alemana, conocida en la literatura jurídica como la drittwirkung
der grunderchte.
(68 ) 1991: 31.
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Son cuatro los principios laborales que tiene recepción en sede constitucional. A
continuación reseñaremos las fórmulas con las que el texto de 1993 consagra el
principio protector, la igualdad de oportunidades, la irrenunciabilidad, así como el
indubio pro operario.
(73 ) Pese a sostener en primera instancia que “El Estado con economías sociales de mercado tiende a que
se consiga el equilibrio perfecto entre la demanda y la oferta de trabajo”, Marcenaro reconoce luego que
en la Constitución de 1993, “No existe un compromiso de garantizar el pleno empleo por cuanto ello no
es posible en una economía social de mercado” (1995: 45 y 73).
(74 ) Marcenaro, 1995: 48 y 72.
(75 ) Cfr. Bernales, 1996: 217. Rubio, 1999 (Tomo II): 212. Fomentar empleo productivo es “crear empleo
útil y beneficioso para la sociedad y el logro del bien común” (Marcenaro, 1995: 74).
(76 ) Otros ensayos de definición, bastante más certeros que el reseñado, la señalan como “la capacitación
del trabajador para ser cada vez más hábil en su disciplina, y también para que progrese y se especialice
en su conocimiento” (Bernales, 1996: 218), y también como “una enseñanza teórica y práctica que, a la
vez que da los fundamentos necesarios del conocimiento, capacita para la aplicación de dichos
conocimientos en la vida cotidiana” (Rubio, 1999 (Tomo II): 212).
(77 ) Marcenaro, 1995: 48, 74 y 75.
(78 ) La Constitución de 1979 establecía: “Artículo 42°: (...) El trabajo, en sus diversas modalidades, es
objeto de protección por el Estado, sin discriminación alguna y dentro de un régimen de igualdad de trato
(...) La ley señala la protección preferente que corresponde a los trabajadores nacionales tanto en el
número como en el monto total de remuneraciones de la empresa, según el caso”; “Artículo 44°: (...) La
Ley (...) Determina las condiciones del trabajo de menores y mujeres (...)°; “Artículo 45°: La ley
determinará las medidas de protección a la madre trabajadora” y “Artículo 50°: Se reconoce al trabajador
a domicilio una situación jurídica análoga a la de los demás trabajadores, según las peculiaridades de su
labor”.
(79 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 23º: El trabajo, en sus diversas modalidades, es objeto
de atención prioritaria del Estado, el cual protege especialmente a la madre, al menor de edad y al
impedido que trabajan”. El texto de este artículo fue aprobado en el pleno del CCD por 62 votos a favor
y 7 en contra.
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Una posición distinta es defendida por Neves (8 3 ), quien señala que al consagrar “la
finalidad tuitiva de la legislación del trabajo”, el nuevo texto constitucional realiza
“una graduación de protecciones: con mayor intensidad para ciertas categorías de
trabajadores y con menor intensidad para las demás. Dado que estas categorías
son las que encuentran en los hechos más dificultades para acceder al empleo u
obtener condiciones laborales equitativas, esta fórmula nos parece justificada”. En
igual sentido, Boza ( 8 4 ) sostiene que lo que hace la Constitución es “establecer una
prelación respecto del ámbito subjetivo de tutela del principio protector”, pero que
en ningún caso nos encontramos ante una protección exclusiva sino preferente, la
misma “que se justifica dadas las peculiares características de los grupos
mencionados y que requieren, por tanto, de una tutela adicional, entendida en el
sentido de equipararlos con el resto de categorías de trabajadores, más no en
perjuicio de aquéllas”. Compartimos esta línea interpretativa, pues el artículo 23°
debe ser entendido en el sentido que corresponde al Estado brindar protección
especial a tres categorías hiposuficientes, debiendo otorgar al resto de trabajadores
no comprendidos en aquellas, una protección ordinaria dado el carácter tuitivo del
derecho del trabajo, sintetizado en el principio bajo comentario.
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Siendo del todo pertinente esta última interpretación, en realidad lo que ella hace
es salvar un defecto de técnica legislativa, pues en puridad se debe distinguir el
principio de igualdad de oportunidades que “opera en el acceso al empleo”, de la
igualdad de trato, cuyo espacio de actuación es la etapa de “ejecución del trabajo”
(8 9 ).
4.2.3.- Irrenunciabilidad ( 9 0 ) (9 1 )
que al varón”; “Artículo 42°: (...) El trabajo en sus diversas modalidades, es objeto de protección por el
Estado, sin discriminación alguna y dentro de un régimen de igualdad de trato (...)” y “Artículo 43°: (...)
El trabajador, varón o mujer, tiene derecho a igual remuneración por igual trabajo prestado en idénticas
condiciones al mismo empleador”.
(86 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 2°: Toda persona tiene derecho: (...) 2.- A la igualdad
ante la ley. Nadie debe ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión,
condición económica o de cualquier otra índole” y “Artículo 26º: En la relación laboral se respetan los
siguientes principios: 1. Igualdad de oportunidades sin discriminación (...)”. El texto de este artículo fue
aprobado en el pleno del CCD por 56 votos a favor y 11 en contra.
(87 ) Marcenaro, 1995: 62, 154 y 208.
(88 ) En la misma línea de interpretación, se ha sostenido que el principio de igualdad de oportunidades
“Significa que los trabajadores deben tener, a igual calidad y rendimiento, iguales posibilidades de
remuneración, de ascenso y de capacitación dentro de su relación laboral. Para quienes aun no la han
iniciado, significa también el derecho a la oportunidad de prepararse e informarse en igualdad de
condiciones que las demás personas para poder desarrollar y obtener un empleo” (Rubio, 1999 (Tomo II):
232).
(89 ) Neves, 1993-A: 51 y 1993-B: 21.
(90 ) La Constitución de 1979 establecía: “Artículo 57°: Los derechos reconocidos a los trabajadores son
irrenunciables. Su ejercicio está garantizado por la Constitución. Todo pacto en contrario es nulo”
(91 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 26º: En la relación laboral se respetan los siguientes
principios: (...) 2. Carácter irrenunciable de los derechos reconocidos por la Constitución y la ley (...)”. El
texto de este artículo fue aprobado en el pleno del CCD por 56 votos a favor y 11 en contra.
(92 ) Cfr. Neves, 1993-A: 50 y 51, y 1993-B: 21. Blancas, 1993-B: 8. Boza, 1994: 36. Rubio, 1999 (Tomo
II): 244.
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(93 ) Neves, 1993-A: 51y 1993-B: 21. Pese a auspiciar la fallida fórmula constitucional, Marcenaro
reconoce que “Son irrenunciables los derechos otorgados por la legislación como mínimos pero si son
disponibles los que nacen del contrato individual, convenio colectivo o voluntad unilateral del empleador
y que no tengan tal carácter” (1995: 156), es decir, acepta la indisponibilidad de los derechos contenidos
en un convenio colectivo, cuando éstos tienen carácter de mínimos.
(94 ) Boza, 1994: 36 y 37.
(95 ) Blancas, 1994-B: 99.
(96 ) Boza, 1994: 36. El mencionado artículo establece: “Es nulo el acto jurídico contrario a las leyes que
interesan al orden público o a las buenas costumbres”. En esta última tesis se inscribe Rubio, quien
considera que como el texto constitucional anterior incluía en este extremo una “referencia innecesaria”,
su eliminación “no cambia en absoluto las consecuencias establecidas“ por el Código Civil (1999 (Tomo
II): 231).
(97 ) La Constitución de 1979 establecía: “Artículo 57°: (...) En la interpretación o duda sobre el alcance y
contenido de cualquier disposición en materia de trabajo, se está a lo que es más favorable al trabajador”.
(98 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 26º. En la relación laboral se respetan los siguientes
principios: (...) 3. Interpretación favorable al trabajador en caso de duda insalvable sobre el sentido de una
norma”. El texto de este artículo fue aprobado en el pleno del CCD por 56 votos a favor y 11 en contra.
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“insalvable”, con la pretensión de “impedir que el juzgador opte por el fácil recurso
de aplicar este principio sin hacer esfuerzo alguno por interpretar la norma por los
métodos tradicionales”. Con dicha calificación se busca “evitar que ante la mínima
vacilación se recurra a la interpretación favorable al trabajador” (9 9 ). Queda claro
que lo que se pretende es que el principio sólo sea aplicable en situaciones muy
especiales y extremas, pues es “prácticamente imposible” que al interprete le
quede una duda de tales características, luego de recurrir a las variadas técnicas
hermeneúticas existentes (1 0 0 ), lo que condena al principio bajo comentario a una
vigencia práctica cercana a lo marginal.
Corresponde aquí reseñar la fórmula bajo la que han sido consagradas, cuatro
instituciones de lo más representativas de los derechos individuales:
remuneraciones; jornada de trabajo; descansos remunerados y despidos.
4.3.1.- Remuneraciones ( 1 0 5 ) (1 0 6 )
(99 ) Marcenaro, 1995: 158. Propósito ya adelantado por Pasco, para quien la fórmula adoptada sirve para
desechar “aquellas interpretaciones antojadizas que, en vez de agotar los medios jurídicos de exégesis
legal, optaban por el fácil y manido recurso del menor esfuerzo, rindiéndose a una interpretación
favorable al trabajador apenas presentada la más mínima vacilación o duda sobre los alcances de una
norma” (1993-A: 29).
(100 ) Neves, 1993-A: 50 y 1993-B: 21.
(101 ) “Por norma se entiende no solamente las leyes sino también otras de menor jerarquía” (Marcenaro,
1995: 158).
(102 ) Rubio, 1999 (Tomo II): 249. En igual posición se inscribe Boza, para quien “el indubio pro operario
se aplicaría a toda disposición en materia de trabajo: normas estatales, convencionales e inclusive el
contrato de trabajo” (1994: 37).
(103 ) Cfr. Pasco, 1993-A: 29 y Marcenaro, 1995: 158.
(104 ) Rubio, 1999 (Tomo II): 249.
(105 ) La Constitución de 1979 establecía: Artículo 43°: El trabajador tiene derecho a una remuneración
justa que procure para él y su familia el bienestar material y el desarrollo espiritual (...)”.
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(106 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 24º: El trabajador tiene derecho a una remuneración
equitativa y suficiente, que procure, para él y su familia, el bienestar material y espiritual (...)” y “Artículo
40°: (...) Es obligatoria la publicación periódica en el diario oficial de los ingresos que, por todo concepto,
perciben los altos funcionarios, y otros servidores públicos que señala la ley, en razón de sus cargos”. El
texto del artículo 24° fue aprobado en el pleno del CCD por 47 votos a favor y 14 en contra.
(107 ) Se pretende poner énfasis en su carácter programático para reducir al mínimo su eficacia normativa,
dando como razón para ello “que la situación de nuestro país, por el momento, no puede asegurar su
cumplimiento”. En todo caso, pese a su efectividad aplazada, la norma debe de mantener su rango
constitucional “para que sea cuando menos recordada permanentemente y con ello se tienda a su
cumplimiento” (Morales, 1993: 130).
(108 ) Marcenaro, 1995: 116.
(109 ) Entre las posiciones más críticas, se ha sostenido que el cambio bajo comentario “a la postre, no
resolverá la ambigüedad e imprecisión de la palabra sustituida” (Blancas, 1994-B: 100). En el mismo
sentido, se ha advertido que lo “incierto y vago” de los adjetivos utilizados por la fórmula constitucional,
hace que ésta siga adoleciendo de “ambigüedad” (Zavala, 1994: 21). Las opiniones más contemplativas,
por su parte, señalan que “los adjetivos ahora utilizados, sin llegar a ser muy concretos, no son tan vastos
e imprecisos como el anterior” (Pasco, 1993-A: 30).
(110 ) Zavala, 1994: 21.
(111 ) Bernales, 1996: 219.
(112 ) Rubio, 1999 (Tomo II): 216.
(113 ) Zavala, 1994: 21.
(114 ) Rubio, 1999 (Tomo II): 216.
(115 ) Bernales, 1996: 219.
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(116 ) La Constitución de 1979 establecía: “Artículo 43°: (...) Las remuneraciones mínimas vitales se
reajustan periódicamente por el Estado con la participación de las organizaciones representativas de los
trabajadores y de los empleadores, cuando las circunstancias lo requieran (...)”.
(117 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 24º: (...) Las remuneraciones mínimas se regulan por el
Estado con participación de las organizaciones representativas de los trabajadores y de los empleadores”.
El texto de este artículo fue aprobado en el pleno del CCD por 47 votos a favor y 14 en contra.
(118 ) A pesar de la “perspectiva neo-liberal” que orienta y guía al vigente texto constitucional, no se ha
dejado de lado el concepto de remuneración mínima, “producto por excelencia de la intervención
niveladora del Estado sobre las desigualdades sociales” (Neves, 1993-A: 47).
(119 ) Solitaria voz crítica es la de Morales, para quien la participación de los sujetos sociales “no debería
estar señalada con rango constitucional” (1993: 132).
(120 ) Marcenaro, 1995: 126 y 127.
(121 ) Bernales, 1996: 220.
(122 ) Zavala, 1994: 22.
(123 ) 1995: 125 y 126.
(124 ) 1999 (Tomo II): 222.
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4.3.2.- Jornadas ( 1 3 2 ) (1 3 3 )
(125 ) Para justificar su supresión, se ha dicho que tal actualización implicaba “una fuerte intervención
estatal”, además de resultar contradictoria la redacción del precepto, al ser “impracticable un sistema de
reajustes periódicos subordinados a las circunstancias” (Marcenaro, 1995: 128). Zavala califica de
acertada esta supresión (1994: 22).
(126 ) Para Blancas, el reajuste periódico ha quedado sobreentendido. Aunque reconoce que su
consagración expresa “permitía afirmar más directamente su relación con la variación del costo de vida”
(1993-B: 9 y 1994: 101).
(127 ) Marcenaro, 1995: 128 y 220.
(128 ) La Constitución de 1979 establecía: “Artículo 49°: El pago de las remuneraciones y beneficios
sociales de los trabajadores es en todo caso preferente a cualquier otra obligación del empleador. La
acción de cobro prescribe a los quince años”.
(129 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 24º: (...) El pago de la remuneración y de los
beneficios sociales del trabajador tiene prioridad sobre cualquiera otra obligación del empleador (...)”. El
texto de este artículo fue aprobado en el pleno del CCD por 47 votos a favor y 14 en contra.
(130 ) La supresión del plazo prescriptorio ha sido considerada conveniente por Morales (1993: 131) y
Marcenaro (1995: 214). En el caso de Blancas, si bien está de acuerdo con tal eliminación, ha sostenido
que la fórmula adoptada debió precisar que “el plazo de prescripción no corre durante la vigencia de la
relación laboral” (1994-B: 101).
(131 ) 1993-A: 30.
(132 ) La Constitución de 1979 establecía: “Artículo 44°: La jornada ordinaria de trabajo es de ocho horas
diarias y de cuarenta y ocho semanales. Puede reducirse por convenio colectivo o por ley. Todo trabajo
realizado fuera de la jornada ordinaria se remunera extraordinariamente. La ley establece normas para el
trabajo nocturno y para el que se realiza en condiciones insalubres o peligrosas (...)”.
(133 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 25º: La jornada ordinaria de trabajo es de ocho horas
diarias o cuarenta y ocho horas semanales, como máximo. En caso de jornadas acumulativas o atípicas, el
promedio de horas trabajadas en el período correspondiente no puede superar dicho máximo (...)”. El
texto de este artículo fue aprobado en el pleno del CCD por 47 votos a favor y 20 en contra.
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las jornadas acumulativas o atípicas (art. 25°). Es justamente este tema, referido a
la distribución del tiempo de trabajo ( 1 3 5 ), el que permite incorporar una modalidad
de flexibilización negociada en la materia, pues el constituyente ha optado por
“conceder a las partes la libertad de fijar a través de los convenios colectivos de
trabajo o de los contratos individuales de trabajo, la distribución de la duración de
la jornada total” (1 3 6 ), es decir, el límite temporal de una jornada atípica de trabajo,
debe ser fijado por la autonomía privada (y no por decisión unilateral del
empleador), sea esta ejercida de manera individual o colectiva, sin perjuicio de la
intervención estatal por vía legislativa en la materia.
4.3.3.- Descansos ( 1 3 9 ) (1 4 0 )
(134 ) Para Morales la consagración en el texto constitucional de la jornada máxima de trabajo, se hace
“más por tradición que por necesidad” (1993: 134).
(135 ) Para Blancas, “la regulación de jornadas acumulativas o atípicas, debió corresponder a la ley laboral
y no a la Constitución” (1993-B: 9 y 1994-B: 102).
(136 ) Marcenaro, 1995: 138 y 139.
(137 ) En opinión de Blancas, “debió precisarse en que período debe establecerse el “promedio” en que las
jornadas no superen las 8 horas diarias o las 48 horas semanales”. No le falta razón cuando sostiene que
“No es lo mismo, obviamente, tomar como base para dicho promedio dos semanas que un mes, un
trimestre o un semestre” (1993-B: 9 y 1994-B: 102). Por su parte, Zavala también advierte la
inconveniente omisión, pero considera que el promedio debe ser calculado tomando como parámetro “la
semana calendaria (de domingo a sábado) y no a cualquier período de siete días que pudiera tomar el
trabajador o decidir el empleador” (1994: 23).
(138 ) Marcenaro, 1995: 137, 210 y 219.
(139 ) La Constitución de 1979 establecía: “Artículo 44°: (...) Los trabajadores tienen derecho a descanso
semanal remunerado, vacaciones anuales pagadas (...)”.
(140 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 25º: (...) Los trabajadores tiene derecho a descanso
semanal y anual remunerados. Su disfrute y su compensación se regulan por ley o por convenio”. El texto
de este artículo fue aprobado en el pleno del CCD por 47 votos a favor y 20 en contra.
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4.3.4.- Despidos ( 1 4 4 ) (1 4 5 )
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(148 ) “Este es el precepto que ha servido para que se rasguen fariseicamente las vestiduras los enemigos de
la nueva Carta Magna (...). La protesta es insincera, interesada y falsa” (Pasco, 1993-A: 31).
(149 ) Lugar paradigmático en esta cruzada le corresponde al constituyente Chirinos Soto, quien sostuvo
que “Las fórmulas marxistas del tipo de la estabilidad laboral absoluta, son las que han condenado a la
miseria a los trabajadores”, por lo que es conveniente sustituir este “concepto rígido” por un “concepto
flexible” como es el de adecuada protección frente al despido arbitrario. Las cinco objeciones que
presentó en su momento ante el pleno del CCD contra la fórmula adoptada en la Constitución de 1979, no
dejan dudas sobre la posición ideológica que lo anima. Estas son: 1.- “La estabilidad laboral favorece, en
todo caso, a quien ya tiene trabajo. Pero no favorece, desde luego, a quien no lo tiene“. 2.- “La estabilidad
laboral favorece al trabajador ineficiente, eventualmente en perjuicio del trabajador eficiente”. 3.- “La
estabilidad laboral puede representar peligro para la estabilidad misma de la empresa”. 4.- “La estabilidad
laboral, definitivamente, desalienta la inversión”. 5.- “En los Estados Unidos no hay estabilidad laboral”
(1997: 59, 60, 61 y 62).
(150 ) Neves, 1993-A: 47 y 1995:47. Similar crítica es sostenida por Blancas, al señalar que la fórmula
adoptada se caracteriza “por su vaguedad y consiguiente ambigüedad” (1994-B: 103). Este autor no duda
en señalar “que la intención de la nueva fórmula es introducir un concepto ambiguo, susceptible de
interpretaciones debilitadoras de la estabilidad en el trabajo” (1993-B: 9)
(151 ) La Constitución “reconoce la estabilidad laboral pero deja a la legislación que establezca el tipo de
protección que se le desee brindar al trabajador” (Marcenaro, 1995: 170). El artículo 27°, al “enunciar un
derecho de aplicación mediata o diferida, en cuanto remite a la ley otorgar protección adecuada al
trabajador contra el despido arbitrario, quedando por tanto, subordinada la eficacia de tal derecho a la
dación y contenido de dicha ley” (Blancas, 1993-B: 9).
(152 ) Neves, 1993-A: 47. Por su parte, Marcenaro ha señalado que de haberse consagrado en la
Constitución la estabilidad laboral absoluta, la mayoría oficialista del CCD hubiera actuado
“contradiciendo todas las recomendaciones de los especialistas moderados y ecuánimes” (1995: 167),
convirtiendo así a la propuesta de reposición en asunto de radicales jacobinos.
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extinguirían ya no por decisión unilateral del empleador, sino por el vencimiento del
plazo para el que fueron concertados (1 5 3 ), multiplicándose así la precarización
laboral.
El trípode de derechos sobre los que se estructura y asienta el derecho colectivo del
trabajo, ha sido reconocido por el artículo 28° de la Constitución de 1993. Cabe
apuntar como primeras diferencias frente a la Constitución precedente, que
mientras ésta dedicaba artículos independientes a la sindicación, la negociación
colectiva y la huelga, el vigente texto constitucional -como ya viene dicho- opta por
regular los tres derechos en un solo artículo. No nos parece técnicamente
conveniente la opción asumida, pues si bien existe una estrecha interrelación entre
los derechos mencionados, cada uno de ellos cuenta con una identidad propia
perfectamente delimitada, que aconseja regularlos bajo artículos diferentes (1 5 4 ).
Por la misma razón que se dedican preceptos independientes a típicas instituciones
del derecho individual del trabajo, como la remuneración o el despido,
consideramos que la Constitución de 1993 debió hacer lo propio con los derechos
laborales de naturaleza colectiva.
4.4.1.- Sindicación ( 1 5 7 ) (1 5 8 )
(153 ) Como la Constitución de 1993 no consagra expresamente la “estabilidad de entrada” que se traduce
“en la preferencia por la contratación de duración indeterminada sobre los de duración temporal”, la
fórmula que adopta el artículo 27° “podría quedar vaciada de contenido en la hipótesis de una
generalización de la contratación temporal” (Neves, 1993-A: 47 y 1995:48). Similar preocupación se
pone de manifiesto, cuando se sostiene que si la contratación temporal “se generaliza y deviene
discrecional, la base de la estabilidad en el trabajo y de cualquier protección cabal contra el despido
abusivo desaparece” (Blancas, 1994-B: 104).
(154 ) Para Neves, “Dada “la vinculación e interdependencia” que la doctrina reconoce entre estas
instituciones”, esta “refundición” no constituye una “cuestión esencial” (1993-A: 47).
(155 ) Blancas, 1993-B: 9 y 1994-B: 105 y 106.
(156 ) Esta disposición se ha intentado justificar, en que “en nuestro reciente pasado en muchos casos
prevaleció la dictadura de pequeños grupos dirigenciales que tomaban decisiones sin consultar a las bases,
siguiendo la teoría marxista de que la dictadura es necesaria como instrumento revolucionario para
conseguir el dominio del proletariado sobre la burguesía” (Marcenaro, 1995: 176).
(157 ) La Constitución de 1979 establecía: “Artículo 51°: El Estado reconoce a los trabajadores el derecho a
la sindicalización sin autorización previa. Nadie está obligado a formar parte de un sindicato ni impedido
de hacerlo. Los sindicatos tienen derecho a crear organismos de grado superior, sin que pueda impedirse u
obstaculizarse la constitución, el funcionamiento y la administración de los organismos sindicales. Las
organizaciones sindicales se disuelven por acuerdo de sus miembros o por resolución en última instancia
de la Corte Suprema. Los dirigentes sindicales de todo nivel gozan de garantías para el desarrollo de las
funciones que les corresponden”; “Artículo 52°: Los trabajadores no dependientes de una relación de
trabajo, pueden organizarse para la defensa de sus derechos. Les son aplicables en lo pertinente las
disposiciones que rigen para los sindicatos”; “Artículo 61°: Se reconocen los derechos de sindicación y
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huelga de los servidores públicos. Esta disposición no es aplicable a los funcionarios del Estado con poder
de decisión, o que desempeñen cargos de confianza, ni a los miembros de las Fuerzas Armadas y Fuerzas
Policiales” y “Artículo 243°: (...) Los magistrados están prohibidos de participar en política, de
sindicalizarse y de declararse en huelga” .
(158 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 28º: El Estado reconoce los derechos de sindicación,
negociación colectiva y huelga. Cautela su ejercicio democrático: 1.- Garantiza la libertad sindical (...)”;
“Artículo 42º: Se reconocen los derechos de sindicación y huelga de los servidores públicos. No están
comprendidos los funcionarios del Estado con poder de decisión y los que desempeñan cargos de
confianza o de dirección, así como los miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional” y
“Artículo 153º: Los jueces y fiscales están prohibidos de participar en política, de sindicarse y de
declararse en huelga”. El texto del artículo 28° fue aprobado en el pleno del CCD por 48 votos a favor y
20 en contra.
(159 ) “El constituyente prefirió la concisión a la pedagogía; entendió que garantizar la libertad es
suficiente porque o se la garantiza en todas sus formas y alcances o no se la garantiza, y punto” (Pasco,
1993-A: 34). Esta tesis se sustenta en que “la libertad sindical en todas sus manifestaciones envuelve
necesariamente los conceptos de libertad positiva y negativa, haciendo innecesaria la precisión de que a
nadie puede obligarse a formar parte de un sindicato ni impedírsele hacerlo” (Pasco, 1993-B: 157).
Opinión radicalmente contraria es la de Ciudad, para quien la fórmula adoptada es “antidemocrática”, en
tanto que ella resulta reconociendo “el derecho de sindicación en forma restringida, disminuida y
recortada, que prácticamente lo deja vacío y sin contenido”. Añade además, que “No basta que la norma
constitucional afirme que reconoce o garantiza el derecho de sindicación, sino acomete inmediatamente la
definición de los aspectos esenciales del derecho que se dice reconocer”. En el artículo 28° no figuran
“los contenidos esenciales del derecho de libertad sindical”, es decir, faltan aquellos elementos que
configuran el mismo (1994: 10).
(160 ) Marcenaro, 1995: 176.
(161 ) Ciudad, 1994: 10.
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Esta última obligación pública resulta del mayor interés, pues la misma deberá ser
cumplida con el respeto escrupuloso y pleno de la autonomía colectiva por parte del
Estado, exigencia oponible al Congreso en su labor legislativa ( 1 6 4 ), al Poder
Ejecutivo en sus tareas de reglamentación y en la definición de sus políticas
laborales, y aún al Poder Judicial, en tanto garante del ordenamiento jurídico. En
ejercicio de tal autonomía, por ejemplo, corresponde a los interlocutores sociales la
libre determinación de la materia negocial (1 6 5 ), así como la determinación del
ámbito o nivel en donde se desarrollarán las correspondientes negociaciones. El
siempre difícil equilibrio entre la ley y la autonomía colectiva, debe garantizar a
ésta última los espacios convenientes para su desarrollo, sin perjuicio que la
primera delimite sus fronteras mediante la fijación de “pisos” mínimos y de “techos”
máximos.
(162 ) La Constitución de 1979 establecía: “Artículo 54°: (...) El Estado garantiza el derecho a la
negociación colectiva (...)”.
(163 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 28º: El Estado reconoce los derechos de sindicación,
negociación colectiva y huelga. Cautela su ejercicio democrático: (...) 2.- Fomenta la negociación
colectiva (...)”. El texto del artículo 28° fue aprobado en el pleno del CCD por 48 votos a favor y 20 en
contra.
(164 ) Si la legislación “desarrolla consecuentemente” el sentido promocional del artículo 28°, “puede
devenir en el fortalecimiento de la autonomía colectiva” (Blancas, 1993-B: 9 y 1994-B: 106).
(165 ) Para Neves, “debe considerarse como objeto posible de la autonomía colectiva toda aquella materia
que una de las partes pueda requerir u otorgarle a la otra, salvo aquella que estuviera expresamente
excluida por la Constitución o la ley” (1994-A: 28).
(166 ) La Constitución de 1979 establecía: “Artículo 54°: Las convenciones colectivas de trabajo entre
trabajadores y empleadores tiene fuerza de ley para las partes (...)”.
(167 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 28°, 2: (...) La convención colectiva tiene fuerza
vinculante en el ámbito de lo concertado”. El texto del artículo 28° fue aprobado en el pleno del CCD por
48 votos a favor y 20 en contra.
(168 ) Al optar por este concepto, el constituyente da por satisfechos tres objetivos: “(1) sortea el escabroso
problema interpretativo del precepto (…) (de la Constitución de 1979) creado por la ambigüedad de la
expresión “fuerza de ley”; en tal sentido “fuerza vinculante” es expresión acuñada por la Constitución
española que ha dado origen a profusa doctrina académica y jurisprudencial, de modo que existe una
fabulosa cantera teórica para dilucidar sus alcances; (2) ratifica y refuerza el efecto normativo de la
convención, evitando interpretaciones privatistas o que sólo tomen en consideración los aspectos
obligacionales; en esa dirección, “fuerza vinculante” es una expresión enfática y rotunda, de indiscutible
valía; y, (3) recoge lo que ya la legislación contiene, concretamente, el artículo 42 de la LRCT; cualquier
otra formulación -fuerza de ley, fuerza imperativa, fuerza obligatoria, fuerza a secas- podría crear la falsa
impresión de que la Ley sería inconstitucional por contener un concepto distinto” (Pasco, 1993-B: 157 y
158). La fórmula adoptada fue observada en el debate del pleno del CCD por el congresista Flores-Araoz
en los siguientes términos: “cuando se dice que “La convención colectiva tiene fuerza vinculante”, eso lo
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Especial polémica, debido a los conflictos que crea, ha despertado la aplicación del
principio de los derechos adquiridos consagrado en el artículo 62° de la Constitución
(1 7 2 ) a las convenciones colectivas, debido a sus particulares consecuencias en el
ámbito de las relaciones de trabajo (1 7 3 ). Para entender mejor los efectos de este
artículo, corresponde distinguir dos supuestos (1 7 4 ): a) activo: cuando la convención
se convierte en sujeto de modificación, en este caso ella actúa sobre los contratos
individuales de trabajo; b) pasivo: cuando la convención es objeto de modificación,
en este caso ella resulta afectada por una disposición de fuente heterónoma.
entienden los abogados, pero no los trabajadores ni los empresarios. Queremos que se diga claramente
que esa convención colectiva es obligatoria. Lo vinculante lo entienden pocos, la obligatoriedad la
entienden todos” (Congreso Constituyente Democrático (Tomo I), 1998: 462).
(169 ) Cfr. Neves, 1993-A: 49. Pasco, 1993: 34. Blancas, 1993-B: 10 y 1994-B: 107. Toyama, 1995: 221.
Marcenaro, 1995: 183. Rubio, 1999 (Tomo II): 278.
(170 ) Neves, 1993-A: 49. La convención colectiva se caracteriza por: a) ser “derecho objetivo”; b) ser
“norma de aplicación automática”; c) no permitir su “derogación in peius por la autonomía individual”; d)
ser norma de “aplicación obligatoria” (Toyama, 1995: 221).
(171 ) Neves, 1993-A: 49. En igual sentido, Toyama advierte que “La Constitución de 1993 no confiere
ningún nivel jerárquico al CCT en el sistema de fuentes”, debiendo corresponderle, en todo caso, un nivel
inferior al primario (1995: 224 y 226). Por su parte, otros autores siguen manteniendo a la convención
colectiva en el nivel primario, pese a la modificación constitucional. Es el caso de Marcenaro, para quien
las convenciones le siguen en jerarquía normativa a las leyes, decretos legislativos y decretos supremos
extraordinarios (1995: 183), y de Rubio, que ha sostenido que las convenciones están “por encima de las
resoluciones y decretos” (1999 (Tomo II): 279).
(172 ) “La libertad de contratar garantiza que las partes pueden pactar válidamente según las normas
vigentes al tiempo del contrato. Los términos contractuales no pueden ser modificados por leyes u otras
disposiciones de cualquier clase (...)”. Rubio es categórico al afirmar “que el establecimiento del principio
de los derechos adquiridos a la aplicación en el tiempo de las normas referidas a los contratos es un
arcaísmo, traído a la Constitución por razones puramente ideológicas” (1999 (Tomo III): 288).
(173 ) Mientras que Toyama considera que la convención colectiva, “tanto como sujeto y objeto de
modificación, no ingresa dentro del ámbito de aplicación del artículo 62” (1995: 229), por su parte Rubio
sostiene que la convención “cae en el contexto” de dicho artículo, por lo que el mismo le resulta de
aplicación (1999 (Tomo II): 281 y 282). A pesar de los perjuicios que causa en el ámbito laboral, nuevo
ejemplo de lo técnicamente fallido que resulta el texto constitucional vigente, compartimos esta última
posición.
(174 ) Cfr. Toyama, 1995: 228.
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4.4.4.- Huelga ( 1 7 8 ) (1 7 9 )
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No está de más advertir que este es el único artículo en todo el texto constitucional
(1 8 2 ) que invoca el “interés social”, con la pretensión controlista ya señalada, la
misma que puede también buscar fundamentarse en el precepto que dispone que la
Constitución no ampara el abuso del derecho (art. 103°), con el propósito de
“imponer limitaciones adicionales y arbitrarias a las previstas expresamente por
cada uno de los artículos del texto constitucional, o aquellas que surgen de un
conflicto entre derechos fundamentales, o las que admiten un régimen de
excepción” (1 8 3 ), supuestos que bien pueden alegarse que se presentan al
ejercitarse el derecho de huelga.
(181 ) El propósito de vincular las limitaciones y restricciones con el interés social, es evitar “el riesgo de la
huelga salvaje” (Pasco, 1993-A: 35 y 1993-B: 158). Al margen del debate sobre si esa es la única o mejor
vía para alcanzar ese propósito, la fórmula adoptada “apunta a una noción restringida del derecho de
huelga, peligrosamente abierta a intervenciones estatales que pudieran tornarla ineficaz”. Además, se
advierte que “la obligación de que sea ejercida “en armonía con el interés social” -expresión, por lo
demás, exótica, en esta materia- deja en manos del Estado precisar el contenido de este concepto
indeterminado, lo que puede prestarse a múltiples formas de restricción del derecho de huelga” (Blancas,
1993-B: 10 y 1994-B: 107).
(182 ) Paniagua señala lo paradójico que resulta que la Constitución de 1993, que se pretende
“asépticamente social”, recurra al interés social como criterio regulador, cuando éste no es reconocido
“como causa de expropiación ni como límite al ejercicio del derecho de propiedad” (1994: 149), que son,
por así decirlo, sus espacios naturales de actuación. Cfr. Bernales, 1996: 228.
(183 ) Abad, 1993: 11. En cuanto a la aplicación del artículo 103°, Rubio sostiene que “hay que tener sumo
cuidado y ser restrictivo antes que laxo, con la finalidad de no estorbar el adecuado y extenso ejercicio de
los derechos constitucionales” (1999 (Tomo IV): 196).
(184 ) La Constitución de 1979 establecía: “Artículo 54°: (...) La ley señala los procedimientos para la
solución pacífica de los conflictos laborales. La intervención del Estado sólo procede y es definitoria a
falta de acuerdo entre las partes”.
(185 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 28º: El Estado (...) 2. (...) promueve formas de solución
pacífica de los conflictos laborales (...)”. El texto del artículo 28° fue aprobado en el pleno del CCD por
48 votos a favor y 20 en contra.
(186 ) Neves, 1994-A: 27.
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4.4.6.- Participación ( 1 8 7 ) (1 8 8 )
Palabras Finales
Resulta necesario que una vez que el estado de derecho sea recompuesto de forma
plena en nuestro país, se inicie un verdadero proceso de diálogo social para revisar
el contenido laboral de la Constitución, lo que debe permitir diseñar un sistema
(187 ) La Constitución de 1979 establecía: “Artículo 56°: El Estado reconoce el derecho de los trabajadores
a participar en la gestión y utilidad de la empresa, de acuerdo con la modalidad de ésta. La participación
de los trabajadores se extiende a la propiedad en las empresas cuya naturaleza jurídica no lo impide”.
(188 ) La Constitución de 1993 establece: “Artículo 29º: El Estado reconoce el derecho de los trabajadores
a participar en las utilidades de la empresa y promueve otras formas de participación”. El texto del
artículo 29° fue aprobado en el pleno del CCD por 44 votos a favor y 4 en contra.
(189 ) Tal modificación peyorativa “se ajusta a la corriente actual de flexibilización de las relaciones
laborales que conlleva a la supresión de determinados derechos considerados como “desincentivadores”
de la inversión y causantes de las crisis económicas y de la elevación de la tasa de desempleo o
subempleo” (Obregón, 1994: 26). Otra explicación de la reforma, apunta a señalar que “Los tiempos que
corren, impregnados de neo-liberalismo, no son proclives a la participación” (Pasco, 1993-A: 33). En el
pleno del CCD, el congresista Chirinos Soto advirtió “a la mayoría que si coloca la palabra “gestión” o
“cogestión”, aprueba un espantapájaros para alejar la inversión extranjera del país” (Congreso
Constituyente Democrático (Tomo I), 1998: 486).
(190 ) Blancas, 1994: 108. La “frase tan ambigua” (Obregón, 1994: 26) usada por el constituyente, hace de
la participación en la gestión y propiedad una “referencia eufemística” (Rubio, 1999 (Tomo II): 291). Tal
imprecisión deja a ambos derechos tan sólo “como una posibilidad sujeta a varias interpretaciones y
aplicaciones” (Bernales, 1996: 229).
(191 ) Marcenaro, 1995 : 198.
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BIBLIOGRAFIA
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1994-B Las fuentes del Derecho del Trabajo en las Constituciones de 1979 y
1993. En: Ius et Veritas N° 9. Lima. Pág. 57 al 64.
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OIT
1995 La Libertad Sindical. Recopilación de decisiones y principios del
Comité de Libertad Sindical del Consejo de Administración de la OIT.
Cuarta Edición (revisada). Ginebra. 250 pp.
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CARRILLO, Martín:
La flexibilización del contenido laboral de la Constitución