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15. Reflexiones a las Lecturas del Domingo de Resurrección.

Abril 9

Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles 10, 34a. 37-43. En aquellos días, Pedro tomó
la palabra y dijo: Hermanos: Vosotros conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando
Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los
oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que
hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al
tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a
nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó
predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y
muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su
nombre, el perdón de los pecados. Palabra de Dios

Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 3,1-4. Hermanos: Ya que habéis
resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la
derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y
vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra,
entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. Palabra de Dios

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 20,1-9. El primer día de la semana, María
Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del
sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería
Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro
discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio
las vendas en el suelo: pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el
sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por
el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro
discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían
entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Palabra del Señor

Tenemos aquí, en la Primera Lectura, un compendio de la predicación de Pedro. Vemos en


sus palabras cómo describe la actividad de Jesús siguiendo el esquema que hallamos en el
evangelio de Mc, subrayando que la cosa comenzó en Galilea. Destaca igualmente los rasgos
característicos del segundo evangelio: Jesús, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu, pasa
haciendo bien, esto es, curando a los enfermos y liberando a los oprimidos por el diablo.
Sabemos que Mc recogió en su evangelio la catequesis de Pedro. Así lo atestigua, ya en el año
130, Papías de Hierápolis. Pedro está convencido de lo que dice. No habla de lo que le han
contado, sino de lo que él mismo ha visto con sus propios ojos. Pero él no es el único testigo;
Pedro habla solidariamente con todos los apóstoles: «Nosotros somos testigos…» En sentido
estricto, «apóstol», es el testigo cualificado, elegido por Dios para proclamar que Jesús de
Nazaret, el mismo que fue crucificado en Jerusalén, es ahora el Señor que ha resucitado.

La resurrección no es sólo lo que sucedió una vez en Cristo, sino lo que ha de suceder en
nosotros por Cristo y en Cristo. Más aún: en cierto sentido, es lo que ya ha sucedido por el
bautismo. Ha sucedido radicalmente, en la raíz, pero ha de manifestarse aún en sus
consecuencias, en los frutos. Porque ya ha sucedido en nosotros, es posible la nueva vida;
porque todavía no se ha manifestado, es necesario dar frutos de vida eterna. Nuestra vida se
mueve entre el «ya» y el «todavía-no». Hay, por lo tanto, un camino que recorrer y un deber
que cumplir. Estamos en ello, en el paso o trance de la decisión. Hay que elegir, y nuestra
elección no puede ser otra que «los bienes de arriba». Lo cual no significa que el cristiano se
desentienda de los «bienes de la tierra», si ello implica desentenderse del amor al prójimo.
Pues los «bienes de arriba», es decir, lo que esperamos, es también la transformación por el
amor del mundo en que habitamos.

«Él había de resucitar de entre los muertos» También en los relatos pascuales el Evangelio de
San Juan presenta notables diferencias respecto a los evangelios sinópticos, si bien es
probable que parta de tradiciones comunes, que, no obstante, han pasado por la criba de la
teología propia del círculo juánico. En las palabras de María Magdalena resuena
probablemente la controversia con la sinagoga judía, que acusaban a los discípulos de haber
robado el cuerpo de Jesús, para así poder afirmar su resurrección. Los discípulos no se han
llevado el cuerpo de Jesús. Más aún, al encontrar doblados y en su sitio la sábana y el sudario,
queda claro que no ha habido robo. La carrera de los dos discípulos puede hacer pensar en
un cierto enfrentamiento, en un problema de competencia entre ambos. De hecho, se nota un
cierto tira y afloja: «El otro discípulo» llega antes que Pedro al sepulcro, pero le cede la
prioridad de entrar. Pedro entra y ve la situación, pero es el otro discípulo quien «ve y cree».
Seguramente que «el otro discípulo» es «aquel que Jesús amaba», que el evangelio de Juan
presenta como modelo del verdadero creyente. De hecho, este discípulo, contrariamente a lo
que hará Tomás, cree sin haber visto a Jesús. Sólo lo poco que ha visto en el sepulcro le
permite entender lo que anunciaban las Escrituras: que Jesús no sería vencido por la muerte.

Virgen María, intercede para que al final de nuestra vida, resucitemos con Cristo.

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