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El sembrador salió a sembrar. Al ir sembrando, una parte de la semilla cayó a lo largo del camino,
vinieron los pájaros y se la comieron. Otra, parte cayó entre piedras, donde había poca tierra, y las
semillas brotaron en seguida por no estar muy honda la tierra. Pero cuando salió el sol, las quemo
y, como no tenían raíces, se secaron. Otras semillas cayeron entre espinos: los espinos crecieron
las sofocaron, de manera que no dieron fruto. Otras semillas cayeron en tierra buena: brotaron,
crecieron y produjeron unas treinta, otras sesenta y otras cien.
Lo que el sembrador siembra es la Palabra de Dios. Los que están a lo largo del camino cuando se
siembra, son aquellos que escuchan la Palabra, pero en cuanto la reciben, viene Satanás y se lleva la
palabra sembrada en ellos. Otros reciben la palabra como un terreno lleno de piedras. Apenas
reciben la palabra, la aceptan con alegría; pero no se arraiga en ellos y no duran más que una
temporada; en cuanto sobrevenga alguna prueba o persecución por causa de la Palabra, al
momento caen. Otros la reciben como entre espinos; éstos han escuchado la Palabra, pero luego
sobrevienen las preocupaciones de esta vida, las promesas engañosas de la riqueza y las demás
pasiones, y juntas ahogan la Palabra. que no da fruto. Para otros se ha sembrado en tierra buena.
Estos han escuchado la palabra le han dado acogida y dan fruto: unos el treinta por uno, otros el
sesenta y otros el ciento.
52.- Dios, que «habita una luz inaccesible» (1 Tm 6, 16), quiere comunicar su
propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de
ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos. Al revelarse a sí mismo, Dios quiere
hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más
allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas.