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Queridos docentes:
Dado los nuevos contenidos curriculares, les ofrecemos La aventura del lector 4 con una
propuesta de literatura universal. El libro está pensado para iniciar el ciclo de especialización
de la escuela secundaria y lo hemos titulado así porque es el lector, especialmente el lector
adolescente, el destinatario de este libro.
Todo escritor siempre imagina, antes de escribir, a su lector y, por eso en el primer
módulo, al que titulamos “El lector adolescente”, se le da protagonismo. Es con ese lector
adolescente con el que nos sentimos comprometidas y en el que pensamos en cada módulo
para seleccionar lo que les vamos ofreciendo.
Deseamos hacerle vivir la aventura de ir descubriendo en cada obra o fragmento literario
qué sentía el hombre de cada época y cómo los escritores lo manifiestan o expresan a través
de la belleza de la palabra. Esa palabra que piensan, tachan, pulen, retocan y vuelven a
escribir, porque es el vehículo con el que se comunican con el lector. Los escritores conocen las
posibilidades que tiene la palabra, lo que puede potenciar en el lector, al igual que un color,
una forma en las artes plásticas moviliza al espectador.
Intentamos que los adolescentes comprendan lo que leen, no se queden en lo superficial y
aborden distintos tipos de textos con las estrategias pertinentes; por eso, la selección de
textos es muy importante al igual que los andamios que se les proporcionan, los conocimientos
previos que se movilizan, la elección de un propósito de lectura, actividades que ayuden a
comprender los textos con otros niveles de profundidad y propuestas de escritura relevantes,
así como prácticas de lengua oral.
Parafraseando a Borges, intentamos que los textos “dialoguen” y es por eso que hemos
trabajado el recurso de la intertextualidad. Nos interesa mostrar a los adolescentes cómo un
texto cohabita en un lector y se mantiene oculto como un duende hasta que llega el momento
de la creación para surgir como un nuevo texto. Cuando se escribe puede ocurrir que
imágenes, ideas, pensamientos que se han vivenciado como lector aparezcan recreados en un
nuevo texto a través de citas, parodias. Por eso es importante un buen bagaje de lecturas para
poder aventurarse con la palabra en una página en blanco y disfrutar del placer de escribir.
Además de textos literarios, hemos introducido otros tipos textuales como dibujos, óleos y
esculturas para que el alumno pueda observar cómo un texto literario se hace presente en
otras artes o viceversa.
La necesidad de construir hablantes y receptores críticos nos llevó a proponer la técnica del
debate para aprender a defender ideas con argumentos, evitar la utilización de falacias y
también a escuchar con respeto las opiniones diferentes que pueden no compartirse e invitan a
contraargumentar.
La propuesta de películas relacionadas con los temas tratados tiende a que los alumnos
aprendan en qué medida lo que enfoca la cámara provoca connotaciones en el espectador y,
además de una valoración estética, se constituya en un receptor crítico de otros tipos de
mensajes y no quedarse sólo con el argumento. De ahí que les proponemos una guía para el
análisis de películas que contempla tres niveles: denotativo, connotativo e ideológico.
Si bien utilizamos un criterio cronológico en la presentación de las obras literarias, vamos
relacionando el ayer y el hoy para que comparen con obras de escritores contemporáneos, por
ejemplo, El Lazarillo de Tormes con El pez dorado de Le Clézio.
Con respecto a los textos no ficcionales, hacemos hincapié en el expositivo y en el
argumentativo con informaciones u opiniones que guardan relación con los temas tratados en
cada módulo.
Al finalizar cerramos con la sección “Humorismo versus amarguismo” cada módulo porque
consideramos que el humor además de divertir fortalece la conciencia crítica al desestructurar
nuestra mirada de la realidad.
Y como novedad en la sección “Para la mesa de luz” les proponemos la lectura de una obra
literaria con el propósito de que los alumnos logren el placer de leer y la valorización de lo
estético. Los alumnos que realicen esta actividad podrían contar el argumento a sus
compañeros hasta un cierto punto para provocar el deseo de la lectura a sus pares.
ideológico en películas.
Aplicación de una guía para el
análisis del debate.
Reconocimiento de elementos
paratextuales y procedimientos
explicativos en textos
expositivos.
Identificación de la organización
de las ideas en textos
expositivos y graficarlas.
Reconocimiento de recursos
utilizados en los textos
humorísticos.
MÓDULO 3. El héroe en la Gestión del proceso de lectura: Valoración de los héroes del
antigüedad clásica y en la movilización de conocimientos mundo clásico y medieval como
Edad Media previos, predicciones y propósito modelos de conducta para sus
Literatura y ficción, modelos de lectura. respectivas épocas.
sociales en la construcción de Confirmación o revisión de Disposición favorable para la
ficciones: el héroe del mundo predicciones. lectura comprensiva con actitud
clásico. Conocimiento de héroes del reflexiva y crítica.
El mito de Odiseo y Penélope. mundo clásico y del medieval. Actitud de apertura ante las
Ulises, un arquetipo de la Reconocimiento del recurso de la manifestaciones literarias,
existencia humana. intertextualidad en la literatura, apreciando la proyección
Escritura y ficción. La en las artes plásticas y en los personal del ser humano y
intertextualidad: elementos y textos humorísticos. capacidad de representación del
recursos. Comparación del concepto de mundo exterior.
La intertextualidad como recurso héroe actual con el de los Valoración del texto literario
humorístico. griegos. como hecho lingüístico, estético
El mito en las artes plásticas y Relación entre texto y contexto. y cultural.
en la literatura. Análisis de fragmentos de obras Responsabilidad en el manejo de
Los dioses actuales. Su morada. literarias. datos y fuentes consultadas.
El héroe en el mundo medieval: Identificación de la voz del Valoración de la importancia de
Cantar de Mio Cid. narrador y la de los personajes. la competencia cultural para
El personaje y su función. Exposición de ideas e descubrir relaciones de
La voz del narrador. intercambio de opiniones. intertextualidad.
Proyecto de lectura: Los días del Narración oral de relatos. Valoración del humor en el
venado, de Liliana Bodoc. Producción de escritos ajustados desarrollo de la conciencia
El texto expositivo. a propósitos, contexto y efectos crítica.
El texto fuente y el texto de sentido determinados. Valoración de la lectura como
resumen. Las macrorreglas. Reconocimiento de elementos disfrute estético.
Lectura para disfrutar: paratextuales y procedimientos
El curioso incidente del perro a explicativos en textos
medianoche, de Mark Haddon. expositivos.
Identificación de la organización
de las ideas en textos
expositivos y graficarlas.
Reconocimiento de recursos
utilizados en los textos
humorísticos.
Reelaboración de la información
obtenida: confección de
resúmenes atendiendo a las
macrorreglas.
Autocontrol de la coherencia y la
cohesión en la producción
escrita.
Gestión del proceso de escritura:
planificación, textualización y
revisión.
Consulta a fuentes de
información: diccionarios,
enciclopedias, libros de otras
disciplinas.
Gestión y autocontrol
ortográfico.
MÓDULO 5. Don Quijote y el Gestión del proceso de lectura: Valoración del ideal de don
deseo de cambiar el mundo movilización de conocimientos Quijote: hacer el bien.
La literatura del Barroco. Sus previos, predicciones y propósito Disposición favorable para la
características. de lectura. lectura comprensiva con actitud
La novela moderna. Miguel de Confirmación o revisión de reflexiva y crítica.
Cervantes Saavedra. El predicciones. Actitud de apertura ante las
ingenioso hidalgo don Quijote de Lectura y análisis de fragmentos manifestaciones literarias,
la Mancha. de don Quijote. apreciando la proyección
Argumento de la novela. Caracterización de personajes. personal del ser humano y
Universalidad de don Quijote. Reconocimiento de figuras capacidad de representación del
La argumentación en la literarias. mundo exterior.
literatura. Estrategias Lectura de cuentos, poesías y Valoración del texto literario
argumentativas. canciones. como hecho lingüístico, estético
Mulá Nasrudín, un don Quijote Reconocimiento de la y cultural.
islámico. intertextualidad. Responsabilidad en el manejo de
Lectura para disfrutar: Identificación del ideal datos y fuentes consultadas.
Los árboles mueren de pie, de caballeresco de don Quijote. Valoración de la importancia de
Alejandro Casona. Diferenciación de los dos planos la competencia cultural para
de la novela: ilusión y realidad. descubrir relaciones de
Explicación de la unidad don intertextualidad.
Quijote-Sancho a partir de una Seguridad en la defensa de sus
escultura. argumentos y flexibilidad para
El teatro argentino del siglo XX. Puesta en escena de una obra mundo exterior.
Una viuda difícil, de Conrado teatral. Valoración del texto literario
Nalé Roxlo. Oralización expresiva en la como hecho lingüístico, estético
Lectura para disfrutar: representación de obras y cultural.
La Sacramento, de Estela teatrales. Responsabilidad en el manejo de
Smania. Producción escrita de un cuadro datos y fuentes consultadas.
dramático. Valoración de la creatividad en la
Producción de un texto escritura.
argumentativo humorístico.
Algunas respuestas
HISTORIA DE V. FRANKESTEIN
1. Niñez feliz junto a sus padres y su hermana adoptiva. 2. Muerte de la madre y nacimiento del hermano. 3.
Compromiso con Elizabeth y viaje a Ingolstad. 4. Encuentro con el profesor Waldman. 5. Muerte del profesor.
6. Creación del monstruo con ayuda de las notas de Waldman. 7. Huida del monstruo por el rechazo de la
gente. 8. Refugio en el bosque. 9.Humanización del monstruo. 10. Descubrimiento del diario y aprendizaje de
la lectura. 11. Odio y decisión de vengarse de su creador. 12. Rechazo de los campesinos al monstruo. 13.
Viaje a Ginebra. 14. Asesinato de Willie. 15. Encuentro del monstruo con el doctor F. 16. Pedido del monstruo,
aceptación de Víctor y posterior arrepentimiento. 17. Casamiento con Elizabeth. 18. Muerte de Elizabeth. 19.
Resucitación de Elizabeth. 20. Suicidio de la joven. 21. Huida del monstruo. 22. Persecución por parte del
doctor. 23. Encuentro del doctor con el capitán.
HISTORIA DEL CAPITÁN. 3. Muerte de Víctor. 4. Aparición del monstruo. 5. Suicidio del monstruo junto al cadáver de
su “padre”. 6. Regreso del capitán a su casa.
Argumento de FRANKESTEIN
La historia comienza en el Polo Norte cuando la embarcación del capitán Walton queda varada en el hielo. Mientras
trata de solucionar los problemas aparece el doctor V. Frankestein solicitando ayuda. Luego, narra su historia al capitán.
La historia de V. F. comienza desde su niñez feliz junto a sus padres y su hermana adoptiva Elizabeth. La muerte de
la madre cuando nace su hermano lo sume en la desesperación y lo decide a estudiar medicina para tratar de vencer a
la muerte. Por ello viaja a Ingolstad después de haberse comprometido con Elizabeth. Allí concurre a la Universidad.
Entabla una profunda amistad con un compañero, Henry Clerval. También conoce al profesor Waldman con quien
comparte su concepción sobre la ciencia. La muerte de este profesor lo determina a hacer experimentos para crear a un
ser humano sin medir las consecuencias. Nace así Frankestein, un ser de aspecto repugnante quien huye del
laboratorio y se refugia en el campo ante el rechazo de la gente. Allí espía la vida de una familia y comienza su
aprendizaje sobre la relación afectiva entre los seres humanos. Es un ser inocente y deseoso de afecto. Pero encuentra
el diario de su creador, aprende a leerlo y al enterarse de que es un experimento fallido, nace el odio contra su creador.
El rechazo de los campesinos lo determina a viajar a Ginebra para llevar a cabo su venganza y comienza asesinando a
Willie, el hermano de V. Frankestein. Dialoga con su creador, le reprocha su abandono y le pide la creación de un ser
similar para tener compañía. El doctor accede pero luego cambia de idea. Se casa con Elizabeth y ésta es asesinada en
la noche de bodas. V.F. intenta resucitarla. El monstruo se hace presente y la reclama como esposa. Elizabeth se
suicida. Frankestein huye hacia el Polo Norte y Víctor parte en su búsqueda. Es en esa situación cuando se encuentra
con el capitán Walton quien, como él, tiene obsesión por hacer un descubrimiento que ayude a la humanidad sin
importarle la vida de sus propios marineros y la suya propia para conseguirlo.
Víctor Frankestein le aconseja que no cometa el mismo error que él. Muere, aparece el monstruo que se suicida junto
al cadáver de su “padre”. El capitán decide regresar influenciado por el dramatismo de la historia de V.F.
La era de Frankestein
El escritor ha elegido este título porque en la novela también se creó un ser humano artificial.
Las voces que aparecen en los textos defienden la selección de seres humanos por medio de la
manipulación genética. El autor no está de acuerdo con esta postura.
La tesis no aparece explícita. La adecuada es deshumanización de la ciencia.
El tono utilizado es irónico y también dramático.
Eros y Psique
Rasgos similares de Afrodita a los seres humanos: el orgullo y la competitividad.
Comentario del narrador: “Al fin y al cabo, la admiración es vecina del temor…”
Al contar el narrador que las hermanas están “aparentemente” horrorizadas, el indicio que ofrece
al lector es su falsedad. Sienten envidia por su hermana.
Las hermanas son intrigantes y las acciones consisten en fingirle cariño y crearle inseguridades;
producen en Psique el miedo y la curiosidad. Su accionar provoca la ruptura de la pareja.
El vínculo familiar vulnerable es el fraterno. Surgen los celos y la envidia al igual que en Caín y
Abel.
Se contradice Psique porque primero dice que es joven y luego de avanzada edad.
Psique es inocente, influenciable y no respeta las prohibiciones ni escucha los buenos consejos de
Eros.
Superestructura narrativa.
En busca de los por qué, los cómo, los dónde y los cuándo
Los juegos olímpicos
La intención del autor: explicar y la función del lenguaje informativa.
Trama predominante: descriptiva. Modo verbal: indicativo. Persona gramatical: tercera.
Poseidón: dios del mar y Apolo el dios de la belleza.
Tipo de recursos de cohesión: referencia, hiperónimos e hipónimos.
Gráfico comparativo entre los antiguos juegos olímpicos y los actuales. Otras categorías posibles:
tipo de deportes, ciudades y período en que se realizan, etc.
La escultura en el Neoclasicismo
Recurso gráfico utilizado: palabras en negrita a nivel textual y a nivel paratextual, la imagen.
Marcas de subjetividad: técnica extraordinaria y sus obras especialmente bellas, preciosa
metáfora del amor, si advertimos la posición.
La cosmología griega
El pensamiento griego dio prioridad a lo racional.
Marcas subjetivas del autor: desgraciadamente, de hecho, al parecer.
Evaluación 1
Lean el texto siguiente para informarse sobre este mito:
Plutón autorizó a Eurídice a regresar al mundo de los vivos pero con una condición, que Orfeo no
girase su cabeza para mirarla en su viaje de regreso, debiendo confiar en que ella lo estaría siguiendo.
Orfeo, acompañado del barquero regresó por el mismo camino lúgubre que lo había conducido hasta
el Averno, atravesando sus macabras y oscuras sendas y rodeado de tenebrosos aullidos y lamentos.
Mientras atravesaban el río Estigio, Orfeo pudo ver una fuente de luz que anunciaba la salida y
ambos se apresuraron a salir de la caverna.
Una vez afuera, Orfeo no pudo evitar darse vuelta para comprobar si detrás de él venía Eurídice, sin
recordar que la condición impuesta por los reyes del Averno era que ambos tenían que estar afuera para
poder mirarse mutuamente.
Ni bien sus ojos se posaron en el bello rostro de Eurídice, ésta le dijo adiós y desapareció para
siempre.
”Torre de Papel”, Mitos Griegos, Mary Pope Osborne, Ed. Norma, 2005
Averno: el infierno.
Furias: Son la personificación de la venganza y del antiguo concepto del castigo. Su misión era castigar los crímenes
humanos.
Algunas respuestas:
Complicaciones: 1. Mordedura de la serpiente. 2. No cumplir con la condición impuesta por los
reyes del Averno. La primera se resuelve con la muerte de Eurídice y la segunda con su
desaparición.
Secuencia narrativa: Boda de O. y Eurídice – Mordedura de la serpiente – Muerte de Eurídice –
Descenso al Averno - Súplica y autorización condicionada del regreso de Eurídice – No
cumplimiento de la condición – Desaparición de Eurídice
Recurso de cohesión: elipsis.
Evaluación 2
Lean el texto siguiente para informarse sobre este mito:
Apolo Y Daphne
Apolo, gran cazador, quiso matar a la temible serpiente Pitón que se escondía en el monte Parnaso.
Habiéndola herido con sus flechas, la siguió, moribunda, en su huída hacía el templo de Delfos. Allí
acabó con ella mediante varios disparos de sus flechas.
Delfos era un lugar sagrado donde se pronunciaban los oráculos de la Madre Tierra. Hasta los dioses
consultaban el oráculo y se sintieron ofendidos de que allí se hubiera cometido un asesinato. Querían que
Apolo reparase de algún modo lo que había hecho, pero Apolo reclamó Delfos para sí. Se apoderó del
oráculo y fundó unos juegos anuales que debían celebrarse en un gran anfiteatro, en la colina que había
junto al templo.
Orgulloso Apolo de la victoria conseguida sobre la serpiente Pitón, se atrevió a burlarse del dios Eros
por llevar arco y flechas siendo tan niño:
Irritado, Eros se vengó disparándole una flecha, que lo hizo enamorarse locamente de la ninfa Daphne,
mientras a ésta le disparó otra flecha que le hizo odiar el amor y especialmente el de Apolo.
Apolo la persiguió y cuando iba a darle alcance, Daphne pidió ayuda a su padre, el río Peneo, el cual la
transformó en laurel.
Este nuevo árbol es, no obstante, el objeto del amor de Apolo, y puesta su mano derecha en el tronco,
advierte que aún palpita el corazón de su amada dentro de la nueva corteza, y abrazando las ramas como
miembros de su cariño, besa aquél árbol que parece rechazar sus besos. Por último le dice:
- Pues veo que ya no puedes ser mi esposa, al menos serás un árbol consagrado a mi deidad. Mis
cabellos, mi lira y aljaba se adornarán de laureles. Tú ceñirás las sienes de los alegres capitanes cuando el
alborozo publique su triunfo y suban al capitolio con los despojos que hayan ganado a sus enemigos. Serás
fidelísima guardia de las puertas de los emperadores, cubriendo con tus ramas la encina que está en medio,
y así como mis cabellos se conservan en su estado juvenil, tus hojas permanecerán siempre verdes.
Algunas respuestas:
Defectos de Apolo: orgulloso, soberbio, burlón.
Complicaciones: Profanación del oráculo y burla a Eros. La primera se resuelve con la apropiación
del oráculo y la segunda con la venganza de Eros.
Secuencia narrativa:
a. Muerte de la serpiente en el templo. b. Apropiación del oráculo. c. Burla a Eros.
d. Venganza de Eros. e. Persecución de Dafne. f. Transformación de Dafne
Módulo 3
Aparecen héroes en la literatura porque la sociedad necesita un modelo de conducta y el héroe lo
representa.
Odiseo y Penélope
Rasgos de la personalidad de Odiseo y de Penélope que se exaltan en el mito: la astucia y la
fidelidad respectivamente.
Penélope y sus pretendientes
Waterhouse en su cuadro resalta la figura de Penélope que está en el centro, es la más iluminada, el
color llamativo del vestido, está de espaldas, sumida en su tarea de tejedora, ignorándolos mientras los
pretendientes le ofrecen flores y música.
El conocimiento del mito es necesario para aumentar la competencia cultural y comprender el poema y
el cuadro.
La tela de Penélope o quién engaña a quién
© Editorial Comunicarte, 2012
Ituzaingó 882, Córdoba – Tel.: 468 4342 – mail: editorial@comunicarteweb.com.ar
13
El Cid.
Tirada 26
El Cid lucha para reconquistar España del poder de los moros.
Con sus enemigos es justo y generoso.
El Cid demuestra fidelidad al rey don Alfonso a pesar de que lo ha desterrado injustamente.
Verso: que con mi rey don Alfonso no querría yo luchar.
Se comporta con justicia con sus vasallos pues reparte el botín. Versos:
Pagados estáis ya todos, nadie queda por pagar,
Tirada 41
Religiosidad en Santa María de Burgos por mí pagaréis mil misas
Evaluación 1
Lean los siguientes fragmentos que corresponden al Cantar Primero: El destierro del Cid.
Propósito de lectura: descubrir cómo enfrenta el Cid y su familia la separación.
Tirada 15
[…]
He aquí a doña Jimena que con sus hijas va llegando;
dos dueñas las traen a ambas en sus brazos.
Ante el Campeador doña Jimena las rodillas ha hincado.
Lloraba de los ojos, quiso besarle las manos:
«¡Ya Campeador, en hora buena engendrado,
por malos intrigantes de Castilla sois echado! »
Tirada 16
1. ¿Qué denuncia doña Jimena, la esposa del Cid, respecto del destierro de su esposo?
2. ¿En qué situación queda la familia del Cid a causa de este hecho?
3. ¿Qué actitud asume el héroe frente a su familia?
Respuestas:
Doña Jimena denuncia que el destierro se debe a una calumnia contra su esposo.
La familia queda sola, abandonada y sin sus posesiones.
Actitud del héroe: de dolor, y el deseo de reparar el daño.
Evaluación 2
• En el siguiente fragmento que corresponde al cantar tercero, La afrenta de Corpes,
comparen la actitud de los infantes de Carrión, la de los guerreros del Cid y la del héroe.
Tirada 112
Evaluación 3:
• Lean otro fragmento del Cantar tercero que da origen a su título. ¿Qué significa la palabra
“afrenta” y en qué consiste en este caso.
© Editorial Comunicarte, 2012
Ituzaingó 882, Córdoba – Tel.: 468 4342 – mail: editorial@comunicarteweb.com.ar
16
Tirada 128
[…]
En el robledal de Corpes entraron los de Carrión,
las ramas tocan las nubes, muy altos los montes son
y muchas bestias feroces rondaban alrededor.
Con una fuente se encuentran y un pradillo de verdor.
Mandaron plantar las tiendas los infantes de Carrión
y esa noche en aquel sitio todo el mundo descansó.
Con sus mujeres en brazos señas les dieron de amor.
¡Pero qué mal se lo cumplen en cuanto que sale el sol!
Mandan cargar las acémilas con su rica cargazón,
mandan plegar esa tienda que anoche los albergó.
Sigan todos adelante, que luego irán ellos dos:
esto es lo que mandaron los infantes de Carrión.
No se quede nadie atrás, sea mujer o varón,
menos las esposas de ellos, doña Elvira y doña Sol,
porque quieren solazarse con ellas a su sabor.
Quédanse solos los cuatro, todo el mundo se marchó.
Tanta maldad meditaron los infantes de Carrión.
"Escuchadnos bien, esposas, doña Elvira y doña Sol:
vais a ser escarnecidas en estos montes las dos,
nos marcharemos dejándoos aquí a vosotras, y no
tendréis parte en nuestras tierras del condado de Carrión.
Luego con estas noticias irán al Campeador
y quedaremos vengados por aquello del león."
Allí los mantos y pieles les quitaron a las dos,
sólo camisa y brial sobre el cuerpo les quedó.
Espuelas llevan calzadas los traidores de Carrión,
cogen en las manos cinchas que fuertes y duras son.
Cuando esto vieron las damas así hablaba doña Sol:
"Vos, don Diego y don Fernando, os lo rogamos por Dios,
sendas espadas tenéis de buen filo tajador,
de nombre las dos espadas, Colada y Tizona, son.
Cortadnos ya las cabezas, seamos mártires las dos,
así moros y cristianos siempre hablarán de esta acción,
que esto que hacéis con nosotras no lo merecemos, no.
No hagáis esta mala hazaña, por Cristo nuestro Señor,
si nos ultrajáis caerá la vergüenza sobre vos,
y en juicio o en corte han de pediros la razón."
Las damas mucho rogaron, mas de nada les sirvió;
empezaron a azotarlas los infantes de Carrión,
con las cinchas corredizas les pegan sin compasión,
hiérenlas con las espuelas donde sientan más dolor,
y les rasgan las camisas y las carnes a las dos,
sobre las telas de seda limpia la sangre asomó.
Las hijas del Cid lo sienten en lo hondo del corazón.
¡Oh, qué ventura tan grande si quisiera el Creador
que asomase por allí el Mío Cid Campeador!
Desfallecidas se quedan, tan fuertes los golpes son,
© Editorial Comunicarte, 2012
Ituzaingó 882, Córdoba – Tel.: 468 4342 – mail: editorial@comunicarteweb.com.ar
17
Algunas respuestas:
La afrenta consiste en despreciarlas, golpearlas y dejarlas abandonadas.
El juglar interpreta el deseo de justicia de los oyentes en forma directa mediante los siguientes
versos.
¡Oh, qué ventura tan grande si quisiera el Creador
que asomase por allí el Mío Cid Campeador!
El narrador interviene en tercera persona y dándole la voz a los personajes.
Evaluación 4
Lean los fragmentos siguientes y observen cómo actúa el Cid para recuperar la honra de sus hijas
repudiadas y abandonadas por sus maridos:
Tirada 138
[…]
"Merced, mi rey y señor, por amor de caridad:
la queja mayor de todas no se me puede olvidar.
Que me oiga la corte entera y se duela con mi mal:
los infantes de Carrión me quisieron deshonrar,
sin retarlos a combate no los puedo yo dejar".
Tirada 139
Algunas respuestas:
El Cid acude al rey y a las cortes porque sus hijas fueron repudiadas y abandonadas por los infantes de
Carrión y les solicita justicia para reparar su honra y la de sus hijas.
Metáfora: ¿Para qué me desgarrasteis las telas del corazón?
Texto expositivo
Sirenas ¿o manatíes y dugongos?
Los manatíes y dugongos dieron origen al mito de las sirenas por su canto armonioso y la presencia
de mamas.
Procedimientos explicativos usados: definiciones y reformulaciones.
Estructura del texto: presentación, desarrollo y conclusión. Presentación: 1° y 2° párrafos.
Desarrollo donde se los describe y compara. El cierre comienza en “Peligros de extinción” hasta el
final.
1. Las ideas se pueden organizar de distintas maneras: descriptiva, secuencial, comparativa,
causa-consecuencia y problema solución. Este texto presenta tres modos de organizarlas.
Identifíquenlos y realicen los gráficos correspondientes. Organización comparativa, y en
“Peligros de extinción”: problema-solución, pero también se indican causas del peligro
de extinción.
Héroes y superhéroes
Organización comparativa.
Categorías Héroes Superhéroes
Características valientes, astutos, perdedores a veces, omnipotentes (nunca pueden
cooperativos perder)
Poderes humanos sobrehumanos
Ayuda entre ellos de otros planetas, mágica
Función modelo a seguir no son modelos posibles
Imitación posible imposible
Evaluación 1
La familia olímpica
El Olimpo era la morada de los dioses; allí residían pero no todos los dioses olímpicos eran
iguales, ya que existía una clara jerarquía. Por ejemplo, al igual que los hombres, vivían
organizados en una familia patriarcal en la que Zeus ejercía la máxima autoridad. Era una
reproducción de la familia griega de la época arcaica: ya fuese ésta la familia nuclear o la gran
familia que era la pólis, es decir, la ciudad griega y comunidad de ciudadanos.
Los dioses olímpicos tenían comportamientos y sentimientos muy humanos, como los
celos, la venganza, la perfidia, y también representaban todo aquello que, oculto, puede morar en
el hombre.
Los antiguos griegos pusieron nombre a sus dioses, pero a pesar de estas similitudes con
los humanos había una diferencia básica e infranqueable: los olímpicos eran inmortales y, de
hecho, al hablar de ellos se podía usar indistintamente la palabra dioses o inmortales. En cambio,
la principal preocupación del hombre era intentar adaptarse a su realidad, a lo que sabía que tenía
un fin ineluctable, su vida.
La principal diferencia entre los dioses y los hombres era que a los primeros no les corría
sangre por las venas, sino un líquido más fluido, el ícor, que hacía que su cuerpo fuera
incorruptible. Se alimentaban de olores y perfumes, del néctar y la ambrosía (sustancia
desconocida) y del humo que ascendía de los huesos y la grasa quemada de los animales que los
hombres, en la Tierra, sacrificaban en su honor.
1) ¿Qué tipo de texto es? Fundamenten.
2) Identifiquen los procedimientos explicativos utilizados.
3) Identifiquen el recurso de cohesión que constituyen las palabras recuadras e indiquen con una flecha a qué
vocablo sustituyen.
4) ¿Cómo están organizadas las ideas? Confeccionen los gráficos correspondientes.
Respuestas:
Procedimientos explicativos: definición, reformulación y ejemplificación.
Organización descriptiva:
Organización comparativa:
Evaluación 2
Las sirenas
Las sirenas son personajes mitológicos cuyo canto embrujador llevaba a los marinos a su perdición.
En la mitología griega, las sirenas vivían en una isla del Mediterráneo. Su canto era tan bello que
los marinos que las escuchaban no podían resistírseles y arrojaban sus naves contra los arrecifes.
Los sobrevivientes eran asesinados sin piedad.
En esta época eran representadas como seres alados, con cara humana y cuerpo de ave como lo
prueban diferentes vasijas griegas antiguas.
Aunque las sirenas nacieron de la imaginación de poetas griegos antiguos, la tradición que éstas
inspiraron se transformó y se desarrolló con el paso del tiempo. Las representaciones de sirenas se
multiplicaron durante la Edad Media y se transformaron en uno de los temas favoritos de
decoración de los manuscritos. Su transformación en creaturas mitad mujer, mitad pez, con la parte
inferior recubierta de escamas, se remonta aparentemente a la Edad Media.
En 1492, mientras se encontraba frente a las Antillas, el navegante genovés, Cristóbal Colón,
creyó divisar tres de estas criaturas que bailaban en el agua. Las describió como feas y mudas, pero
descubrió en su mirada como una «nostalgia de Grecia».
En 1869, en las Bahamas, seis hombres que se dirigían en canoa hacia una bahía divisaron una
sirena de deslumbrante belleza, con los cabellos azules flotando sobre sus hombros y las manos
hendidas. Esta emitía unos grititos de sorpresa al ver a los marinos y desaparecía poco después, sin
dejar que se acercaran.
En el siglo XX, el sentido comercial de algunos pueblos asiáticos contribuyó igualmente al
desarrollo de la leyenda. Incluso se edificaron fortunas con la venta de curiosidades a los europeos:
monstruos fabricados con la ayuda de pedazos de animales, simios y peces. Asimismo, en Djibuti,
unos comerciantes falsificaron el esqueleto de una sirena y lo vendieron como auténtico a unos
norteamericanos.
1) ¿Qué tipo de texto es? Fundamenten.
2) ¿Qué procedimiento explicativo se utiliza?
3) Identifiquen el recurso de cohesión que constituyen las palabras recuadras e indiquen con una flecha a qué
vocablo sustituyen.
4) ¿Cómo están organizadas las ideas? Confeccionen el gráfico correspondiente.
Respuestas:
Procedimiento explicativo: definición.
Organización secuencial
Mitología griega Canto embrujador, seres alados con cara humana y cuerpo alado.
Edad Media Creaturas mitad mujer, mitad pez, con la parte inferior recubierta
de escamas.
Antillas, 1492 Feas y mudas con mirada nostálgica.
Bahamas, 1869 Deslumbrante belleza, cabellos azules, manos hendidas.
Siglo XX Comercialización de la leyenda.
Módulo 4
Lazarillo de Tormes. Tratado I
Palabras que han caído en desuso son “arcaísmos”.
Narrador protagonista, 1° persona.
Circunstancias familiares que condicionan a Lázaro a servir al ciego: la muerte del padre, la pobreza
de la madre, el encarcelamiento del padrastro.
Burla con que comienza a “educarlo: lo golpea contra un toro de piedra. Aprende que debe valerse
por sí mismo, a desconfiar y a engañar al ciego.
El amo le promete enseñarle cómo sobrevivir.
Sentimientos que le inspira el ciego a Lázaro: admiración, desconfianza y rechazo.
Anécdotas con las que va “progresando la educación” del muchacho: episodio de las uvas y la longaniza y el
golpe en el pilar.
Vicios que adquiere y cómo se las ingenia para satisfacerlos: el robo, la mentira, mediante el engaño y
fundamentalmente con la astucia
El tratado presenta una estructura simétrica y complementaria. Comienza con una burla al mozo por parte del
ciego. Lázaro al final se la devuelve: se repite el episodio del golpe en la cabeza y Lázaro se convierte de
víctima en victimario.
Se advierte que Lázaro aprendió las “enseñanzas” del ciego por la astucia y la violencia que utiliza.
Cuadro comparativo:
Héroe Antihéroe
Narración en tercera persona Narración en primera persona.
Hijo de familia noble. Hijo de padres pobres, sin honra
Abandona su hogar en pos de ideales. Abandona su hogar por la pobreza.
Sirve a su rey. Sirve a diversos amos.
Es honesto. Es ladrón, usa tretas para sobrevivir.
Logra mejoras en la escala social. Aspira a ascender en la escala social, pero
no lo logra.
La escena presenta a dos niños que acaban de conseguir un botín, melón y uvas, y se lo comen
con glotonería y rapidez. Sus ropas rotas, su suciedad y la rapidez que lo están comiendo nos
aluden a que son dos pícaros que han conseguido robar esos manjares. Utiliza unos tonos
oscuros, marrones, pero con gran luminosidad. Aunque el fondo parece neutro, estamos frente a
un edificio en ruinas.
Modalizadores: evidentemente.
Tipo de texto: argumentativo.
Película: Agua para elefantes
Época de la película, ámbito, clase social: Crisis del 30. Ámbito del circo. Los personajes se
mueven en un mundo marginal.
Se denuncia el manejo inhumano de la empresa manifestado en el maltrato a los animales, en la
explotación de las personas, en los crímenes.
Evaluación 1 y 2 (Se trabaja literatura comparada con el mismo fragmento pero con distintas
preguntas).
Lean el siguiente fragmento de El pez dorado de Le Clézio y comparen las similitudes con el
episodio del ciego en Lazarillo de Tormes.
[…] Pero muy pronto las cosas volvieron a ser como antes. Después de algún tiempo, Zohra volvió a
portarse mal conmigo. Me pegaba y me gritaba que no servía para nada. Se enfurecía con el menor
pretexto: porque yo había roto una taza azul, porque no había lavado las lentejas, porque había dejado mis
huellas en el suelo de la cocina.
No me dejaba salir de casa. Decía que el juez había dictado una orden que me prohibía frecuentar malas
compañías. Cuando tenía que salir, me encerraba con llave dentro de casa, con un montón de ropa para
planchar. Un día, chamusqué ligeramente el cuello de una camisa de Abel, y, para castigarme, me quemó la
mano con la plancha. Yo tenía los ojos llenos de lágrimas, pero apretaba los dientes con todas mis fuerzas
para no gritar. Era como si alguien me apretara con las manos la garganta y no me dejara respirar; estuve
a punto de desmayarme. Todavía hoy conservo en el dorso de la mano un pequeño triángulo blanco que
nunca desaparecerá.
Pensaba que iba a morirme. Apenas me daban de comer. Zohra cocía arroz para su perrito, un shi-tzu de
pelo largo y blanco tirando a amarillento, y me ponía un poco de ese arroz regado con caldo de gallina. Me
daba de comer menos que a su perrito. De vez en cuando birlaba alguna fruta de la cocina. Me moría de
miedo pensando en lo que podría pasar si llegaba a enterarse. Tenía las piernas y los brazos llenos de
moretones a causa de sus correazos. Pero pasaba tanta hambre que seguía robando azúcar, galletas y fruta
de la alacena de la cocina.
Un día, Zohra había invitado a comer a unos franceses que se apellidaban Delahaye. Había comprado
para ellos un hermoso racimo de uvas negras en el supermercado del Ocean. Mientras comían los
entremeses, yo esperaba en la cocina picoteando las uvas. De pronto me di cuenta de que había acabado
con todas las uvas de la parte de abajo del racimo. Entonces, para que no descubrieran mi delito, coloqué
unas cuantas bolitas de papel debajo del racimo de forma que pareciera bien grueso en el plato. Sabía que
antes o después se darían cuenta, pero me daba igual. Las uvas eran suaves y azucaradas y sabían como a
miel.
Al final de la comida llevé el racimo a la mesa, y los invitados pidieron a Zohra que me permitiera
quedarme. Le decían: “Su pequeña protegida”.
Zohra ponía caritas. Me había obligado a quitarme mis harapos y a ponerme el vestido azul de cuello
blanco que llevaba en casa de Lalla Asma. Me venía un poco corto y estrecho, pero Zohra me había dejado
la cremallera abierta y me había puesto un delantal encima. Además, había adelgazado mucho.
“¡Es encantadora, es preciosa! Enhorabuena”. Los franceses parecían muy amables. El señor Delahaye
tenía unos ojos azules muy luminosos, que resaltaban en su rostro bronceado. Su mujer era rubia y tenía la
piel un poco roja, pero todavía bastante lozana. Me hubiera gustado pedirles que me llevaran con ellos, que
me adoptaran, pero no sabía cómo decírselo. Quería que leyeran la desesperación en mi mirada, que se
dieran cuenta de todo.
Sobra decir que, en el momento de tomar el postre, Zohra descubrió la parte de abajo del racimo, que me
había comido completamente, y las bolitas de papel. Gritó mi nombre. Los extremos de los tallos sin granos
parecían pelos erizados. Incluso el racimo parecía avergonzado.
–No la regañe, es sólo una niña. ¿Quién de nosotros no ha hecho algo así cuando era pequeño? –dijo la
señora Delahaye. Mientras tanto, su marido reía abiertamente, y Abel esbozaba una vaga sonrisa.
Zohra no hizo el paripé de reírse, se limitó a dirigirme una mirada penetrante y, cuando los franceses se
marcharon, fue a buscar el cinturón de cuero con la gran hebilla:
–¡Un correazo por cada uva! ¡Chuma! –Me azotó hasta hacerme sangre.
[…]
No hice las maletas para no ponerles sobre aviso. Me metí todos los ahorros en la ropa, todo lo que había
robado y todo lo que había ganado trabajando en la casa de los Delahaye y que había escondido tras el
zócalo de la habitación en la que dormía. Me guardé las monedas en los bolsillos, me cosí los billetes a la
blusa, a la altura del estómago, y me prendí los pendientes Hilal debajo de la cinta del pelo.
Para poder salir, esperé a que Zohra volviera de la compra y, mientras tendía la colada, dejé caer por la
ventana del lavadero algunas prendas. Le dije que iba a buscarlas. El corazón me latía a toda velocidad, no
quería que sospechara algo por el sonido de mi voz. Era después de comer y Zohra tenía sueño.Al principio
dudó, pero, como estaba demasiado cansada, al final me dio la llave diciéndome:
–¡No aproveches la ocasión para irte a callejear por ahí!
No podía creérmelo, era demasiado fácil.
–No, tía, volveré enseguida.
Ella bostezaba.
–Cierra bien la puerta. Cuando subas tendrás que volver a lavarlo todo.
Salí al rellano de la escalera. Para vengarme, me llevé al perro y cerré la puerta con llave desde fuera.
Sabía que Abel tenía la otra llave y que no volvería hasta la noche.
Una vez abajo me deshice del shi-tzu dándole un puntapié y tiré la llave al cubo de la basura. La hundí
bien dentro de los desperdicios para que nadie pudiera encontrarla. Después me marché por las calles
vacías, al sol, sin apresurarme. […]
Fila a.
1. Comparen este texto con el Lazarillo en cuanto a:
• ¿Quién narra? ¿Cómo se denomina este tipo de narrador?
• Los protagonistas, ¿son héroes o antihéroes? Fundamenten.
• Ambos pertenecen a un mundo miserable, ¿cómo sobreviven?
2. Describan al personaje de Zohra y determinen qué similitudes presenta con el ciego.
3. ¿Qué treta utilizan los protagonistas para terminar la relación con sus amos? ¿Qué
sentimientos les han provocado estos?
4. ¿Qué recursos literarios se utilizan en el siguiente fragmento?
Las uvas eran suaves y azucaradas y sabían como a miel.
Fila b.
1. Comparen el episodio de las uvas en los dos textos atendiendo a:
• causa que lleva al robo
• astucia de los personajes para comer las uvas
• reacción de los amos respectivos
2. ¿Qué denuncia el texto?
3. ¿Cómo termina la relación de cada uno con sus respectivos amos? ¿Qué sienten por ellos?
4. ¿Qué recursos literarios se utilizan en el siguiente fragmento?
Los extremos de los tallos sin granos parecían pelos erizados. Incluso el racimo parecía
avergonzado.
Algunas respuestas
Texto argumentativo.
Punto de partida: Denuncia sobre maltrato infantil.
Tesis: A los niños se los educa no con violencia sino con límites claros y coherentes.
Conclusión: última oración.
Estrategias argumentativas: preguntas retóricas, concesión-refutación (Está bien, me parece […]a
todo. Pero lo malo es […]); Desde luego, no se me ocurre equiparar […] padecen; pero el
problema […] la frontera en estos casos.) (Lo cual no quiere decir que no haya que castigar a los
niños, evidentemente. Pero hay muchas maneras de castigar que no tienen que pasar por el daño
físico.); ejemplificación.
Subjetivemas: realidad aterradora, infiernos, guantazo, tortazo, etc.
Modalizadores: desde luego, evidentemente.
Evaluación 2
• Lean el texto y determinen su tipología:
También la severidad excesiva de padres muy exigentes estropea al niño a fuerza de querer
hacerlo perfecto, o hacen nacer la rebeldía en vez de favorecer la honradez. Y así vemos cómo estas
víctimas de una disciplina fría y brutal aprovechan la primera ocasión favorable para liberarse de
toda tutela y cometer toda clase de desmanes.
Lo mismo ocurre con los niños consentidos que no aprenden a respetar los límites adecuados en
sus relaciones con los demás, y no desarrollan aptitudes para tolerar frustraciones.
En el caso de las familias que han fallado en los procesos de integración inicial, el joven puede
encontrar en su grupo de pares intereses comunes y unas relaciones internas muy fuertes. La
banda juvenil pasa a sustituir a la familia, y si en ella predominan las malas compañías, las
costumbres perniciosas, la vida callejera, la burla a todo límite, la inasistencia escolar, el
adolescente puede llegar a un desenfreno total.
Además de la familia, tampoco la sociedad protege adecuadamente a niños y adolescentes. Si
bien la ley los protege prohibiendo a los menores de dieciocho años la entrada a espectáculos
inconvenientes y en la televisión se advierte sobre el horario adecuado para menores, en la práctica
no siempre se respetan.
Las crisis socio-económicas también originan la vagancia y la mendicidad que lleva a los
jóvenes a deambular por calles y lugares públicos y este nomadismo los expone a situaciones de
alto riesgo. A lo largo de los siglos la literatura hizo cobrar conciencia a los lectores de las
consecuencias de estos problemas sociales. Podemos citar en la literatura española, por
ejemplo, la novela picaresca El lazarillo de Tormes, y en las letras inglesas, Oliver Twist, de
Charles Dickens. Estas obras son contundentes denuncias sobre varios males sociales de la época,
como el trabajo infantil y la utilización de niños para cometer delitos.
En la actualidad, esto sigue vigente. Los adolescentes que cometen actos fuera de las normas
impuestas por la sociedad representan un problema que se hace más inquietante cada día; las
estadísticas indican cifras en constante progresión. La edad de los jóvenes que sufren el flagelo de
la delincuencia tiende a descender cada vez más y la franja etaria de mayor riesgo es la de los
adolescentes.
Algunas respuestas:
Tipo de texto: expositivo.
Estructura del texto: Introducción: 2 primeros párrafos. Conclusión: último párrafo.
Procedimiento explicativo: ejemplificación.
Palabras que pertenecen al mismo campo semántico de delincuencia: actos vandálicos, actividades
ilegales, alcoholismo, drogas, gente de mal vivir, víctimas, desmanes, límites, malas compañías, las
costumbres perniciosas, vida callejera, burla a todo límite, inasistencia escolar, desenfreno, vagancia,
mendicidad, males sociales, flagelo.
Causas
Factores personales:
alcoholismodey las
Organización drogas
ideas:
Factores sociales:
ambiente familiar:
-hogares incompletos
-necesidades básicas no satisfechas
-severidad excesiva
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Ituzaingó-niños consentidos
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ambiente social:
-no adecuada protección
-crisis económicas
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El fragmento denuncia cómo el avance del progreso desde la economía agraria, pasando por la
revolución industrial hasta llegar a las multinacionales fue matando los ideales y convirtiéndolos en
engranajes de una maquinaria de la que no se puede salir.
La expresión “hoy en día, ya no prestan atención a las voces de los sanchos” y “las fauces del
gran monstruo espejado”: La primera manifiesta la quijotización de Sancho que se ha convertido en
un idealista cuya voz no se escucha actualmente. La segunda alude a la seducción de la
globalización que atrae y devora.
Castillos en el aire
La sociedad cree que el personaje es un idiota porque cree en la posibilidad de volar, de concretar
los ideales. Por eso lo marginan.
Se convierte en una amenaza para los demás porque cree que puede ser libre, tener ideales y ser
feliz. La locura muestra la realidad alienante a la que los demás están sometidos.
Lo condenan a “convivir de nuevo con la gente vestido de cordura”: El sistema exige la adaptación
a sus normas.
Semejanzas y diferencias: Ambos son soñadores y aspiran a ver triunfar sus ideales; se permiten
soñar pero finalmente la sociedad los obliga a respetar sus pautas. Pertenecen a épocas y
circunstancias diferentes.
Expresiones en que se manifiesta la oposición: Fantasía, magia, amor y locura frente a razón,
cordura y norma.
En el poema se utiliza la ironía: “no vaya a ser que fuera contagioso tratar de ser feliz de aquella
forma”.
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El último verso implica al lector, le sugiere una reflexión. El autor deja abierta la puerta a los
ideales.
Esta canción se construye sobre dos campos semánticos: chifladura vs. cordura
Chifladura: volar, gaviotas, libre, aire, cielo, alas, altura, castillos, luz, magia, amor, feliz, idiota
Cordura: suelo, razón, normas, imposible.
Vencidos
Evaluación 1
Lean un fragmento de Don Quijote de la Mancha (capítulo LXXIV de la segunda parte) para
conocer el final de la obra y cómo termina su protagonista:
[…] Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me
pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus
disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me
deja tiempo para hacer alguna recompensa, leyendo otros que sean luz del alma. Yo me siento,
sobrina, a punto de muerte; querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi
vida tan mala que dejase renombre de loco, que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta
verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos: el cura, al bachiller Sansón Carrasco
y a maese Nicolás, el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento.
Pero de este trabajo se escusó la sobrina con la entrada de los tres. Apenas los vio don Quijote,
cuando dijo:
–Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso
Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de
Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje, ya me son odiosas todas las historias profanas de
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la andante caballería, ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído, ya,
por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino.
Cuando esto le oyeron decir los tres, creyeron, sin duda, que alguna nueva locura le había tomado.
Y Sansón le dijo:
–¿Ahora, señor don Quijote, que tenemos nueva que está desencantada la señora Dulcinea, sale
vuestra merced con eso? Y ¿agora que estamos tan a pique de ser pastores, para pasar cantando la
vida, como unos príncipes, quiere vuesa merced hacerse ermitaño? Calle, por su vida, vuelva en sí,
y déjese de cuentos.
–Los de hasta aquí –replicó don Quijote–, que han sido verdaderos en mi daño, los ha de volver mi
muerte, con ayuda del cielo, en mi provecho. Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda
priesa; déjense burlas aparte, y tráiganme un confesor que me confiese y un escribano que haga mi
testamento, que en tales trances como éste no se ha de burlar el hombre con el alma; y así, suplico
que, en tanto que el señor cura me confiesa, vayan por el escribano.
Miráronse unos a otros, admirados de las razones de don Quijote, y, aunque en duda, le quisieron
creer; y una de las señales por donde conjeturaron se moría fue el haber vuelto con tanta facilidad
de loco a cuerdo, porque a las ya dichas razones añadió otras muchas tan bien dichas, tan
cristianas y con tanto concierto, que del todo les vino a quitar la duda, y a creer que estaba cuerdo.
[..]
1. Cuando don Quijote recupera la cordura, ¿qué cambios manifiesta?
2. ¿Cuál es la reacción de sus amigos? ¿Qué le proponen?
3. ¿Qué tipo de libros recomienda leer?
Algunas respuestas:
Cambios: reniega de los libros de caballería, quiere confesarse y hacer testamento. Señala que es
Alonso Quijano y no don Quijote de la Mancha.
Sus amigos creen que le ha dado otro tipo de locura y le proponen continuar con la vida anterior.
Recomienda libros de formación espiritual, “que sean luz del alma”.
Evaluación 2
Lean un fragmento de Don Quijote de la Mancha (capítulo LXXIV de la segunda parte) para
conocer el final de la obra y cómo reacciona Sancho ante las palabras de don Quijote:
–Ítem, es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi
escudero, tiene, que, porque ha habido entre él y mí ciertas cuentas, y dares y tomares, quiero que
no se le haga cargo dellos, ni se le pida cuenta alguna, sino que si sobrare alguno, después de
haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le
haga; y, si como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora,
estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de
su trato lo merece.
Y, volviéndose a Sancho, le dijo:
–Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el
error en que yo he caído, de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.
–¡Ay! –respondió Sancho, llorando–: no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo
y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse
morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía.
Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como
tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea
desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí
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la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más, que
vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos
caballeros a otros, y el que es vencido hoy ser vencedor mañana.
–Así es –dijo Sansón–, y el buen Sancho Panza está muy en la verdad destos casos.
–Señores –dijo don Quijote–, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros
hogaño: yo fui loco, y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he dicho,
Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a
la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el señor escribano. […]
»Ítem, suplico a los dichos señores mis albaceas que si la buena suerte les trujere a conocer al
autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las
hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda,
perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como
en ella escribe, porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos.
Cerró con esto el testamento, y, tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama.
Alborotáronse todos y acudieron a su remedio, y en tres días que vivió después deste donde hizo el
testamento, se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alborotada; pero, con todo, comía la
sobrina, brindaba el ama, y se regocijaba Sancho Panza; que esto del heredar algo borra o templa
en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto.
En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos, y después de
haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallóse el escribano
presente, y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante
hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre
compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu: quiero decir que se murió.
1. La crítica literaria afirma que en la segunda parte se produce una quijotización de Sancho y
una sanchificación de don Quijote. Identifiquen en el texto los párrafos en que esto se
manifiesta.
2. ¿Qué quiso decir don Quijote con: “…ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”?
3. Alonso Quijano opina sobre su vida como si no fuera un personaje de ficción. ¿En qué
párrafo se manifiesta?
Algunas respuestas:
Con esa expresión quiso decir que la vida del ser humano se transforma y que los ideales pueden
quedar en el olvido.
El párrafo es el siguiente: Ítem, suplico a los dichos señores mis albaceas […] porque parto desta
vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos.
derrotado. Atravesamos un sombrío bosque tan oscuro y glacial que un escalofrío de supersticioso terror me
recorrió el cuerpo. La estela de chispas que las herraduras de nuestros caballos producían en las piedras
dejaba a nuestro paso un reguero de fuego, y si alguien nos hubiera visto a esta hora de la noche, nos habría
tomado a mi guía y a mí por dos espectros cabalgando en una pesadilla. De cuando en cuando, fuegos fatuos
se cruzaban en el camino, y las cornejas piaban lastimeras en la espesura del bosque, donde a lo lejos
brillaban los ojos fosforescentes de algún gato salvaje. La crin de los caballos se enmarañaba cada vez más,
el sudor corría por sus flancos y resoplaban jadeantes. Cuando el escudero los veía desfallecer emitía un grito
gutural sobrehumano, y la carrera se reanudaba con furia. Finalmente se detuvo el torbellino. Una sombra
negra salpicada de luces se alzó súbitamente ante nosotros; las pisadas de nuestras cabalgaduras se hicieron
más ruidosas en el suelo de hierro, y entramos bajo una bóveda que abría sus fauces entre dos torres
enormes. En el castillo reinaba una gran agitación; los criados, provistos de antorchas, atravesaban los patios,
y las luces subían y bajaban de un piso a otro. Pude ver confusamente formas arquitectónicas inmensas,
columnas, arcos, escalinatas y balaustradas, todo un lujo de construcción regia y fantástica. Un paje negro en
quien reconocí enseguida al que me había dado el mensaje de Clarimonda, vino a ayudarme a bajar del
caballo, y un mayordomo vestido de terciopelo negro con una cadena de oro en el cuello y un bastón de
marfil avanzó hacia mí. Dos lágrimas cayeron de sus ojos y rodaron por sus mejillas hasta su barba blanca.
-¡Demasiado tarde, padre! -dijo bajando la cabeza-, ¡demasiado tarde!, pero ya que no pudo salvar su
alma, venga a velar su pobre cuerpo.
Me tomó del brazo y me condujo a la sala fúnebre; mi llanto era tan copioso como el suyo, pues acababa
de comprender que la muerta no era otra sino Clarimonda, tanto y tan locamente amada. Había un
reclinatorio junto al lecho; una llama azul, que revoloteaba en una pátera de bronce, iluminaba toda la
habitación con una luz débil e incierta, y hacía pestañear en la sombra la arista de algún mueble o de una
cornisa. Sobre la mesa en una urna labrada, yacía una rosa blanca marchita, cuyos pétalos, salvo uno que se
mantenía aún, habían caído junto al vaso, como lágrimas perfumadas; un roto antifaz negro, un abanico,
disfraces de todo tipo se encontraban esparcidos por los sillones, y hacían pensar que la muerte se había
presentado de improviso y sin anunciarse en esta suntuosa mansión. Me arrodillé, sin atreverme a dirigir la
mirada al lecho, y empecé a recitar salmos con gran fervor, dando gracias a Dios por haber interpuesto la
tumba entre el pensamiento de esa mujer y yo, para así poder incluir en mis oraciones su nombre santificado
desde ahora. Pero, poco a poco, se fue debilitando este impulso, y caí en un estado de ensoñación. Esta
estancia no tenía el aspecto de una cámara mortuoria. Contrariamente al aire fétido y cadavérico que estaba
acostumbrado a respirar en los velatorios, un vaho lánguido de esencias orientales, no sé qué aroma de
mujer, flotaba suavemente en la tibia atmósfera. Aquel pálido resplandor se asemejaba más a una media luz
buscada para la voluptuosidad que al reflejo amarillo de la llama que tiembla junto a los cadáveres.
Recordaba el extraño azar que me había devuelto a Clarimonda en el instante en que la perdía para siempre y
un suspiro nostálgico escapó de mi pecho. Me pareció oír suspirar a mi espalda y me volví sin querer. Era el
eco. Gracias a este movimiento mis ojos cayeron sobre el lecho de muerte que hasta entonces habían evitado.
Las cortinas de damasco rojo estampadas, recogidas con entorchados de oro, dejaban ver a la muerta
acostada con las manos juntas sobre el pecho. Estaba cubierta por un velo de lino de un blanco
resplandeciente que resaltaba aún más gracias al púrpura del cortinaje, de una finura tal que no ocultaba lo
más mínimo la encantadora forma de su cuerpo y dejaba ver sus bellas líneas ondulantes como el cuello de
un cisne que ni siquiera la muerte había podido entumecer. Se hubiera creído una estatua de alabastro
realizada por un hábil escultor para la tumba de una reina, o una doncella dormida sobre la que hubiera
nevado.
No podía contenerme; el aire de esta alcoba me embriagaba, el olor febril de rosa medio marchita me
subía al cerebro, me puse a recorrer la habitación deteniéndome ante cada columna del lecho para observar el
grácil cuerpo difunto bajo la transparencia del sudario. Extraños pensamientos me atravesaban el alma. Me
imaginaba que no estaba realmente muerta y que no era más que una ficción ideada para atraerme a su
castillo y así confesarme su amor. Por un momento creí ver que movía su pie en la blancura de los velos y se
alteraban los pliegues de su sudario. Luego me decía a mí mismo: "¿acaso es Clarimonda? ¿Qué pruebas
tengo? El paje negro puede haber pasado al servicio de otra mujer. Debo estar loco para desconsolarme y
turbarme de este modo". Pero mi corazón contestaba: "es ella, claro que es ella". Me acerqué al lecho y miré
aún más atentamente al objeto de mi incertidumbre. Debo confesaros que tal perfección de formas, aunque
purificadas y santificadas por la sombra de la muerte, me turbaban voluptuosamente, y su reposado aspecto
se parecía tanto a un sueño que uno podría haberse engañado. Olvidé que había venido para realizar un oficio
fúnebre y me imaginaba entrando como un joven esposo en la alcoba de la novia que oculta su rostro por
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pudor y no quiere dejarse ver. Afligido de dolor, loco de alegría, estremecido de temor y placer me incliné
sobre ella y cogí el borde del velo; lo levanté lentamente, conteniendo la respiración para no despertarla.
Mis venas palpitaban con tal fuerza que las sentía silbar en mis sienes, y mi frente estaba sudorosa como
si hubiese levantado una lápida de mármol. Era en efecto la misma Clarimonda que había visto en la iglesia
el día de mi ordenación; tenía el mismo encanto, y la muerte parecía en ella una coquetería más. La palidez
de sus mejillas, el rosa tenue de sus labios, sus largas pestañas dibujando una sombra en esta blancura le
otorgaban una expresión de castidad melancólica y de sufrimiento pensativo de una inefable seducción. Sus
largos cabellos sueltos, entre los que aún había enredadas florecillas azules, almohadillaban su cabeza y
ocultaban con sus bucles la desnudez de sus hombros; sus bellas manos, más puras y diáfanas que las hostias,
estaban cruzadas en actitud de piadoso reposo y de tácita oración, y esto compensaba la seducción que
hubiera podido provocar, incluso en la muerte, la exquisita redondez y el suave marfil de sus brazos
desnudos que aún conservaban los brazaletes de perlas. Permanecí largo tiempo absorto en una muda
contemplación, y cuanto más la miraba menos podía creer que la vida hubiera abandonado para siempre
aquel hermoso cuerpo.
No sé si fue una ilusión o el reflejo de la lámpara, pero hubiera creído que la sangre corría de nuevo bajo
esta palidez mate; sin embargo, ella permanecía inmóvil. Toqué ligeramente su brazo; estaba frío, pero no
más frío que su mano el día en que rozó la mía en el eco de la iglesia. Incliné de nuevo mi rostro sobre el
suyo derramando en sus mejillas el tibio rocío de mis lágrimas. ¡Oh, qué amargo sentimiento de
desesperación y de impotencia! ¡Qué agonía de vigilia! Hubiera querido poder juntar mi vida para dársela y
soplar sobre su helado despojo la llama que me devoraba. La noche avanzaba, y al sentir acercarse el
momento de la separación eterna no pude negarme la triste y sublime dulzura de besar los labios muertos de
quien había sido dueña de todo mi amor. ¡Oh prodigio!, una suave respiración se unió a la mía, y la boca de
Clarimonda respondió a la presión de mi boca: sus ojos se abrieron y recuperaron un poco de brillo, suspiró
y, descruzando los brazos, rodeó mi cuello en un arrebato indescriptible.
-¡Ah, eres tú Romualdo! -dijo con una voz lánguida y suave como las últimas vibraciones de un arpa-;
¿qué haces? Te esperé tanto tiempo que he muerto; pero ahora estamos prometidos, podré verte e ir a tu casa.
¡Adiós Romualdo, adiós! Te amo, es todo cuanto quería decirte, te debo la vida que me has devuelto en un
minuto con tu beso. Hasta pronto.
Su cabeza cayó hacia atrás, pero sus brazos aún me rodeaban, como reteniéndome. Un golpe furioso de
viento derribó la ventana y entró en la habitación; el último pétalo de la rosa blanca palpitó como un ala
durante unos instantes en el extremo del tallo para arrancarse luego y volar a través de la ventana abierta,
llevándose el alma de Clarimonda. La lámpara se apagó y caí desvanecido en el seno de la hermosa muerta.
Cuando desperté estaba acostado en mi cama, en la habitación de la casa parroquial, y el viejo perro del
anciano cura lamía mi mano que colgaba fuera de la manta. Bárbara se movía por la habitación con un
temblor senil, abriendo y cerrando cajones, removiendo los brebajes de los vasos. Al verme abrir los ojos, la
anciana gritó de alegría, el perro ladró y movió el rabo, pero me encontraba tan débil que no pude articular
palabra ni hacer el más mínimo movimiento. Supe después que estuve así tres días, sin dar otro signo de vida
que una respiración casi imperceptible. Estos días no cuentan en mi vida, no sé dónde estuvo mi espíritu
durante este tiempo, no guardé recuerdo alguno. Bárbara me contó que el mismo hombre de rostro cobrizo
que había venido a buscarme por la noche, me había traído a la mañana siguiente en una litera cerrada, y se
había vuelto a marchar inmediatamente. En cuanto recuperé la memoria examiné todos los detalles de
aquella noche fatídica. Pensé que había sido el juego de una mágica ilusión; pero hechos reales y palpables
tiraban por tierra esta suposición. No podía pensar que era un sueño, pues Bárbara había visto como yo al
hombre de los caballos negros y describía con exactitud su vestimenta y compostura. Sin embargo, nadie
conocía en los alrededores un castillo que se ajustara a la descripción de aquel en donde había encontrado a
Clarimonda.
Una mañana apareció el padre Serapion. Bárbara le había hecho saber que estaba enfermo y acudió
rápidamente. Si bien tanta diligencia demostraba afecto e interés por mi persona, no me complació como
debía. El padre Serapion tenía en la mirada un aire penetrante e inquisidor que me incomodaba. Me sentía
confuso y culpable ante él, pues había descubierto mi profunda turbación, y temía su clarividencia.
Mientras me preguntaba por mi salud con un tono melosamente hipócrita, clavaba en mí sus pupilas
amarillas de león, y hundía su mirada como una sonda en mi alma. Después se interesó por la forma en que
llevaba la parroquia, si estaba a gusto, a qué dedicaba el tiempo que el ministerio me dejaba libre, si había
trabado amistad con las gentes del lugar, cuáles eran mis lecturas favoritas y mil detalles parecidos. Yo le
contestaba con la mayor brevedad, e incluso él mismo pasaba a otro tema sin esperar a que hubiera
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terminado. Esta charla no tenía, por supuesto, nada que ver con lo que él quería decirme. Así que, sin ningún
preámbulo y como si se tratara de una noticia recordada de pronto y que temiera olvidar, me dijo con voz
clara y vibrante que sonó en mi oído como las trompetas del juicio final:
-La cortesana Clarimonda ha muerto recientemente tras una orgía que duró ocho días y ocho noches. Fue
algo infernalmente espléndido. Se repitió la abominación de los banquetes de Baltasar y Cleopatra. ¡En qué
siglo vivimos, Dios mío! Los convidados fueron servidos por esclavos de piel oscura que hablaban una
lengua desconocida; en mi opinión, auténticos demonios; la librea del de menor rango hubiera vestido de
gala a un emperador. Sobre Clarimonda se han contado muchas historias extraordinarias en estos tiempos, y
todos sus amantes tuvieron un final miserable o violento. Se ha dicho que era una mujer vampiro, pero yo
creo que se trata del mismísimo Belcebú.
Calló, y me miró más fijamente aún para observar el efecto que me causaban sus palabras. No pude
evitar estremecerme al oír nombrar a Clarimonda, y, la noticia de su muerte, además del dolor que me
causaba por su extraña coincidencia con la escena nocturna de que fui testigo, me produjo una turbación y un
escalofrío que se manifestó en mi rostro a pesar de que hice lo posible por contenerme. Serapion me lanzó
una mirada inquieta y severa, luego añadió:
-Hijo mío, debo advertirte, has dado un paso hacia el abismo, cuidado de no caer en él. Satanás tiene las
garras largas, y las tumbas no siempre son de fiar. La losa de Clarimonda debió ser sellada tres veces, pues,
por lo que se dice, no es la primera que ha muerto. Que Dios te guarde, Romualdo.
Serapion dijo estas palabras y se dirigió lentamente hacia la puerta. No volví a verlo, pues partió hacia
S** inmediatamente después.
Me había recuperado por completo y volvía a mis tareas cotidianas. El recuerdo de Clarimonda y las
palabras del anciano padre estaban presentes en mi memoria; sin embargo, ningún extraño suceso había
ratificado hasta ahora las fúnebres predicciones de Serapion, y empecé a creer que mis temores y mi terror
eran exagerados. Pero una noche tuve un sueño. Apenas me había quedado dormido cuando oí descorrer las
cortinas de mi lecho y el ruido de las anillas en la barra sonó estrepitosamente; me incorporé de golpe sobre
los codos y vi ante mí una sombra de mujer. Enseguida reconocí a Clarimonda. Sostenía una lamparita como
las que se depositan en las tumbas, cuyo resplandor daba a sus dedos afilados una transparencia rosa que se
difuminaba insensiblemente hasta la blancura opaca y rosa de su brazo desnudo. Su única ropa era el sudario
de lino que la cubría en su lecho de muerte, y sujetaba sus pliegues en el pecho, como avergonzándose de
estar casi desnuda, pero su manita no bastaba, y como era tan blanca, el color del tejido se confundía con el
de su carne a la pálida luz de la lámpara. Envuelta en una tela tan fina que traicionaba todas sus formas,
parecía una estatua de mármol de una bañista antigua y no una mujer viva. Muerta o viva, estatua o mujer,
sombra o cuerpo, su belleza siempre era la misma; tan sólo el verde brillo de sus pupilas estaba un poco
apagado, y su boca, antes bermeja, sólo era de un rosa pálido y tierno semejante al de sus mejillas. Las
florecillas azules que vi en sus cabellos se habían secado por completo y habían perdido todos sus pétalos;
pero estaba encantadora, tanto que, a pesar de lo extraño de la aventura y del modo inexplicable en que había
entrado en mi habitación, no sentí temor ni por un instante.
Dejó la lámpara sobre la mesilla y se sentó a los pies de mi cama; después, inclinándose sobre mí, me
dijo con esa voz argentina y aterciopelada, que sólo le he oído a ella:
-Me he hecho esperar, querido Romualdo, y sin duda habrás pensado que te había olvidado. Pero vengo
de muy lejos, de un lugar del que nadie ha vuelto aún; no hay ni luna ni sol en el país de donde procedo; sólo
hay espacio y sombra, no hay camino, ni senderos; no hay tierra para caminar, ni aire para volar y, sin
embargo, heme aquí, pues el amor es más fuerte que la muerte y acabará por vencerla. ¡Ay!, he visto en mi
viaje rostros lúgubres y cosas terribles. Mi alma ha tenido que luchar tanto para, una vez vuelta a este
mundo, encontrar su cuerpo y poseerlo de nuevo... ¡Cuánta fuerza necesité para levantar la lápida que me
cubría! Mira las palmas de mis manos lastimadas. ¡Bésalas para curarlas, amor mío! -me acercó a la boca sus
manos, las besé mil veces, y ella me miraba hacer con una sonrisa de inefable placer.
Confieso para mi vergüenza que había olvidado por completo las advertencias del padre Serapion y el
carácter sagrado que me revestía. Había sucumbido sin oponer resistencia, y al primer asalto. Ni siquiera
intenté alejar de mí la tentación; la frescura de la piel de Clarimonda penetraba la mía y sentía estremecerse
mi cuerpo de manera voluptuosa. ¡Mi pobre niña! A pesar de todo lo que vi, aún me cuesta creer que fuera
un demonio: no lo parecía desde luego, y jamás Satanás ocultó mejor sus garras y sus cuernos. Había
recogido sus piernas sobre los talones y, acurrucada en la cama, adoptó un aire de coquetería indolente. Cada
cierto tiempo acariciaba mis cabellos y con sus manos formaba rizos como ensayando nuevos peinados. Yo
me dejaba hacer con la más culpable complacencia y ella añadía a la escena un adorable parloteo. Es curioso
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el hecho de que yo no me sorprendiera ante tal aventura y, dada la facilidad que tienen nuestros ojos para
considerar con normalidad los más extraños acontecimientos, la situación me pareció de lo más natural.
-Te amaba mucho antes de haberte visto, querido Romualdo, te buscaba por todas partes. Tú eras mi
sueño y me fijé en ti en la iglesia, en el fatal momento; me dije: ¡es él! y te lancé una mirada con todo el
amor que había tenido, tenía y tendría por ti. Fue una mirada capaz de condenar a un cardenal, de poner de
rodillas a mis pies a un rey ante su corte. Tú permaneciste impasible y preferiste a tu Dios. ¡Ah, cuán celosa
estoy de tu Dios al que has amado y amas aún más que a mí!
"¡Desdichada, desdichada de mí!, jamás tu corazón será para mí sola, para mí, a quien resucitaste con un
beso, para mí, Clarimonda la muerta, que forzó por tu causa las puertas de la tumba y viene a consagrarte su
vida; recobrada para hacerte feliz."
Estas palabras iban acompañadas de caricias delirantes que aturdieron mis sentidos y mi razón hasta el
punto de no temer proferir para contentarla una espantosa blasfemia y decirle que la amaba tanto como a
Dios.
Sus pupilas se reavivaron y brillaron como crisopacios:
-¡Es cierto, es cierto!, ¡tanto como a Dios! -dijo rodeándome con sus brazos-. Si es así, vendrás conmigo,
me seguirás donde yo quiera. Te quitarás ese horrible traje negro. Serás el más orgulloso y envidiable de los
caballeros, serás mi amante. Ser el amante confeso de Clarimonda, que llegó a rechazar a un papa, es algo
hermoso. ¡Ah, llevaremos una vida feliz, una dorada existencia! ¿Cuándo partimos, caballero?
-¡Mañana!, ¡mañana! -gritaba en mi delirio.
-Mañana, sea -contestó-. Tendré tiempo de cambiar de ropa, porque ésta es demasiado ligera y no sirve
para ir de viaje. Además tengo que avisar a la gente que me cree realmente muerta y me llora. Dinero, trajes,
coches, todo estará dispuesto, vendré a buscarte a esta misma hora. Adiós, corazón -rozó mi frente con sus
labios.
La lámpara se apagó, se corrieron las cortinas y no vi nada más; un sueño de plomo se apoderó de mí
hasta la mañana siguiente. Desperté más tarde que de costumbre, y el recuerdo de tan extraña visión me tuvo
todo el día en un estado de agitación; terminé por convencerme de que había sido fruto de mi acalorada
imaginación. Pero, sin embargo, las sensaciones fueron tan vivas que costaba creer que no hubieran sido
reales, y me fui a dormir no sin cierto temor por lo que iba a suceder, después de pedir a Dios que alejara de
mí los malos pensamientos y protegiera la castidad de mi sueño.
Enseguida me dormí profundamente, y mi sueño continuó. Las cortinas se corrieron y vi a Clarimonda,
no como la primera vez, pálida en su pálido sudario y con las violetas de la muerte en sus mejillas, sino
alegre, decidida y dispuesta, con un magnífico traje de terciopelo verde adornado con cordones de oro y
recogido a un lado para dejar ver una falda de satén. Sus rubios cabellos caían en tirabuzones de un amplio
sombrero de fieltro negro cargado de plumas blancas colocadas caprichosamente, y llevaba en la mano una
fusta rematada en oro. Me dio un toque suavemente diciendo:
-Y bien, dormilón, ¿así es como haces tus preparativos? Pensaba encontrarte de pie. Levántate, que no
tenemos tiempo que perder -salté de la cama-. Anda, vístete y vámonos -me dijo señalándome un paquete
que había traído-; los caballos se aburren y roen su freno en la puerta. Deberíamos estar ya a diez leguas de
aquí.
Me vestí enseguida, ella me tendía la ropa riéndose a carcajadas con mi torpeza y explicándome su uso
cuando me equivocaba. Me arregló los cabellos y cuando estaba listo me ofreció un espejo de bolsillo de
cristal de Venecia con filigranas de plata diciendo:
-¿Cómo te ves?, ¿me tomarás a tu servicio como mayordomo?
Yo no era el mismo y no me reconocí. Mi imagen era tan distinta como lo son un bloque de piedra y una
escultura terminada. Mi antigua figura no parecía ser sino el torpe esbozo de lo que el espejo reflejaba. Era
hermoso y me estremecí de vanidad por esta metamorfosis. Las elegantes ropas y el traje bordado me
convertían en otra persona y me asombraba el poder de unas varas de tela cortadas con buen gusto. El porte
del traje penetraba mi piel, y al cabo de diez minutos había adquirido ya un cierto aire de vanidad.
Di unas vueltas por la habitación para manejarme con soltura. Clarimonda me miraba con maternal
complacencia y parecía contenta con su obra.
-Ya está bien de chiquilladas, en marcha, querido Romualdo. Vamos lejos, y así no llegaremos nunca
-me tomó de la mano y salimos. Las puertas se abrían a su paso apenas las tocaba, y pasamos junto al perro
sin despertarlo.
En la puerta estaba Margheritone, el escudero que ya conocía; sujetaba la brida de tres caballos negros
como los anteriores, uno para mí, otro para él y otro para Clarimonda. Debían ser caballos bereberes de
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España, nacidos de yeguas fecundadas por el Céfiro, pues corrían tanto como el viento, y la luna, que había
salido con nosotros para iluminarnos, rodaba por el cielo como una rueda soltada de su carro; la veíamos a
nuestra derecha, saltando de árbol en árbol y perdiendo el aliento por correr tras nosotros. Pronto aparecimos
en una llanura donde, junto a un bosquecillo, nos esperaba un coche con cuatro vigorosos caballos; subimos
y el cochero les hizo galopar de una forma insensata, Mi brazo rodeaba el talle de Clarimonda y estrechaba
una de sus manos; ella apoyaba su cabeza en mi hombro y podía sentir el roce de su cuello semidesnudo en
mi brazo. Jamás había sido tan feliz. Me había olvidado de todo y no recordaba mejor el hecho de haber sido
cura que lo que sentí en el vientre de mi madre, tal era la fascinación que el espíritu maligno ejercía en mí. A
partir de esa noche, mi naturaleza se desdobló y hubo en mí dos hombres que no se conocían uno a otro. Tan
pronto me creía un sacerdote que cada noche soñaba que era caballero, como un caballero que soñaba ser
sacerdote. No podía distinguir el sueño de la vigilia y no sabía dónde empezaba la realidad ni dónde
terminaba la ilusión. El joven vanidoso y libertino se burlaba del sacerdote, y el sacerdote detestaba la vida
disoluta del joven noble. La vida bicéfala que llevaba podría describirse como dos espirales enmarañadas que
no llegan a tocarse nunca. A pesar de lo extraño que parezca no creo haber rozado en momento alguno la
locura. Tuve siempre muy clara la percepción de mis dos existencias. Sólo había un hecho absurdo que no
me podía explicar: era que el sentimiento de la misma identidad perteneciera a dos hombres tan diferentes.
Era una anomalía que ignoraba ya fuera mientras me creía cura del pueblo C**, ya como il signor
Romualdo, amante titular de Clarimonda.
El caso es que me encontraba - o creía encontrarme- en Venecia; aún no he podido aclarar lo que había
de ilusión y de real en tan extraña aventura. Vivíamos en un gran palacio de mármol en el Canaleio, con
frescos y estatuas, y dos Ticianos de la mejor época en el dormitorio de Clarimonda: era un palacio digno de
un rey. Cada uno de nosotros tenía su góndola y su barcarola con nuestro escudo, sala de música y nuestro
poeta. Clarimonda entendía la vida a lo grande y había algo de Cleopatra en su forma de ser. Por mi parte,
llevaba un tren de vida digno del hijo de un príncipe, y era tan conocido como si perteneciera a la familia de
uno de los doce apóstoles o de los cuatro evangelistas de la serenísima república. No hubiera cedido el paso
ni al mismo dux, y creo que desde Satán, caído del cielo, nadie fue más insolente y orgulloso que yo. Iba al
Ridotto y jugaba de manera infernal. Me mezclaba con la más alta sociedad del mundo, con hijos de familias
arruinadas, con mujeres de teatro, con estafadores, parásitos y espadachines. A pesar de mi vida disipada,
permanecía fiel a Clarimonda. La amaba locamente. Ella habría estimulado a la misma saciedad, y habría
hecho estable la inconstancia. Tener a Clarimonda era tener cien amantes, era poseer a todas las mujeres por
tan mudable, cambiante y diferente de ella misma que era: un verdadero camaleón. Me hacía cometer con
ella la infidelidad que hubiera cometido con otras, adoptando el carácter, el porte y la belleza de la mujer que
parecía gustarme. Me devolvía mi amor centuplicado, y en vano jóvenes patricios e incluso miembros del
Consejo de los Diez le hicieron las mejores proposiciones. Un Foscari llegó a proponerle matrimonio;
rechazó a todos. Tenía oro suficiente; sólo quería amor, un amor joven, puro, despertado por ella y que sería
el primero y el último. Hubiera sido completamente feliz de no ser por la pesadilla que volvía cada noche y
en la que me creía cura de pueblo mortificándome y haciendo penitencia por los excesos cometidos durante
el día. La seguridad que me daba la costumbre de estar a su lado apenas me hacía pensar en la extraña
manera en que conocí a Clarimonda. Sin embargo, las palabras del padre Serapión me venían alguna vez a la
memoria y no dejaban de inquietarme.
La salud de Clarimonda no era tan buena desde hacía algún tiempo. Su tez se iba apagando día a día. Los
médicos que mandaron llamar no entendieron nada y no supieron qué hacer. Prescribieron algún
medicamento sin importancia y no volvieron. Pero ella palidecía visiblemente y cada vez estaba más fría.
Parecía tan blanca y tan muerta como aquella noche en el castillo desconocido. Me desesperaba ver cómo se
marchitaba lentamente. Ella, conmovida por mi dolor, me sonreía dulcemente con la fatal sonrisa de los que
saben que van a morir.
Una mañana, me encontraba desayunando en una mesita junto a su lecho, para no separarme de ella ni un
minuto, y partiendo una fruta me hice casualmente un corte en un dedo bastante profundo. La sangre, color
púrpura, corrió enseguida, y unas gotas salpicaron a Clarimonda. Sus ojos se iluminaron, su rostro adquirió
una expresión de alegría feroz y salvaje que no le conocía. Saltó de la cama con una agilidad animal de mono
o de gato y se abalanzó sobre mi herida que empezó a chupar con una voluptuosidad indescriptible. Tragaba
la sangre a pequeños sorbitos, lentamente, con afectación, como un gourmet que saborea un vino de Jerez o
de Siracusa. Entornaba los ojos, y sus verdes pupilas no eran redondas, sino que se habían alargado. Por
momentos se detenía para besar mi mano y luego volvía a apretar sus labios contra los labios de la herida
para sacar todavía más gotas rojas. Cuando vio que no salía más sangre, se incorporó con los ojos húmedos y
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brillantes, rosa como una aurora de mayo, satisfecha, su mano estaba tibia y húmeda, estaba más hermosa
que nunca y completamente restablecida.
-¡No moriré! ¡No moriré! -decía loca de alegría colgándose de mi cuello-; podré amarte aún más tiempo.
Mi vida está en la tuya y todo mi ser proviene de ti. Sólo unas gotas de tu rica y noble sangre, más preciada y
eficaz que todos los elixires del mundo, me han devuelto a la vida.
Este hecho me preocupó durante algún tiempo, haciéndome dudar acerca de Clarimonda, y esa misma
noche, cuando el sueño me transportó a mi parroquia vi al padre Serapion más taciturno y preocupado que
nunca:
-No contento con perder tu alma quieres perder también el cuerpo. ¡Infeliz, en qué trampa has caído!
El tono de sus palabras me afectó profundamente, pero esta impresión se disipó bien pronto, y otros
cuidados acabaron por borrarlo de mi memoria. Una noche vi en mi espejo, en cuya posición ella no había
reparado, cómo Clarimonda derramaba unos polvos en una copa de vino sazonado que acostumbraba a
preparar después de la cena. Tomé la copa y fingí llevármela a los labios dejándola luego sobre un mueble
como para apurarla más tarde a placer y, aprovechando un instante en que estaba vuelta de espaldas, vacié su
contenido bajo la mesa, luego me retiré a mi habitación y me acosté decidido a no dormirme y ver en qué
acababa todo esto. No esperé mucho tiempo, Clarimonda entró en camisón y una vez que se hubo despojado
de sus velos se recostó junto a mí. Cuando estuvo segura de que dormía tomó mi brazo desnudo y sacó de
entre su pelo un alfiler de oro, murmurando:
-Una gota, sólo una gotita roja, un rubí en la punta de mi aguja... Puesto que aún me amas no moriré... ¡Oh,
pobre amor!, beberé tu hermosa sangre de un púrpura brillante. Duerme mi bien, mi dios, mi niño, no te haré
ningún daño, sólo tomaré de tu vida lo necesario para que no se apague la mía. Si no te amara tanto me
decidiría a buscar otros amantes cuyas venas agotaría, pero desde que te conozco todo el mundo me produce
horror. ¡Ah, qué brazo tan hermoso, tan perfecto, tan blanco! Jamás podré pinchar esta venita azul -lloraba
mientras decía esto y sentía llover sus lágrimas en mi brazo, que tenía entre sus manos. Finalmente se
decidió, me dio un pinchacito y empezó a chupar la sangre que salía. Apenas hubo bebido unas gotas tuvo
miedo de debilitarme y aplicó una cinta alrededor de mi brazo después de frotar la herida con un ungüento
que la cicatrizó al instante.
Ya no cabía duda. El padre Serapion tenía razón. Pero, a pesar de esta certeza, no podía dejar de amar a
Clarimonda y le hubiera dado toda la sangre necesaria para mantener su existencia ficticia. Por otra parte, no
tenía qué temer, la mujer respondía del vampiro, y lo que había visto y oído me tranquilizaba. Mis venas
estaban colmadas, de forma que tardarían en agotarse y no iba a ser egoísta con mi vida. Me habría abierto el
brazo yo mismo diciéndole:
-Bebe, y que mi amor se filtre en tu cuerpo con mi sangre.
Evitaba hacer la más mínima alusión al narcótico y a la escena de la aguja, y vivíamos en una armonía
perfecta. Pero mis escrúpulos de sacerdote me atormentaban más que nunca y ya no sabía qué penitencia
podía inventar para someter y mortificar mi carne. Aunque todas mis visiones fueran involuntarias y sin mi
participación, no me atrevía a tocar a Cristo con unas manos tan impuras y un espíritu mancillado por
semejantes excesos reales o soñados. Para evitar caer en semejantes alucinaciones, intentaba no dormir,
manteniendo abiertos mis párpados con los dedos, y permanecía de pie apoyado en los muros luchando con
todas mis fuerzas contra el sueño. Pero la arena del adormecimiento pesaba en mis ojos, y al ver que mi
lucha era inútil dejaba caer mis brazos y, exhausto y sin aliento, dejaba que la corriente me arrastrase hacia la
pérfida orilla. Serapion me exhortaba de forma vehemente y me reprochaba con dureza mi debilidad y mi
falta de fervor. Un día en que mi agitación era mayor que de ordinario me dijo:
-Sólo hay un remedio para que te desembaraces de esta obsesión, y aunque es una medida extrema la
llevaremos a cabo: a grandes males, grandes remedios. Conozco el lugar donde fue enterrada Clarimonda;
vamos a desenterrarla para que veas en qué lamentable estado se encuentra el objeto de tu amor. No
permitirás que tu alma se pierda por un cadáver inmundo devorado por gusanos y a punto de convertirse en
polvo; esto te hará entrar en razón.
Estaba tan cansado de llevar esta doble vida que acepté; deseaba saber de una vez por todas quién era víctima
de una ilusión, si el cura o el gentilhombre, y quería acabar con uno o con otro o con los dos, pues mi vida no
podía continuar así. El padre Serapion se armó con un pico, una palanca y una linterna y a medianoche nos
fuimos al cementerio de** que él conocía perfectamente. Tras acercar la luz a las inscripciones de algunas
tumbas, llegamos por fin ante una piedra medio escondida entre grandes hierbas y devorada por musgos y
plantas parásitas, donde desciframos el principio de la siguiente inscripción:
Segundo texto. Modalizadores: posiblemente, sin duda. Subjetivemas: ridículas gafas, sofisticadas
metamorfosis. También usa recurso de la repetición como subjetivemas: excesiva pelambrera, etc.;
Evaluación 1
Lean fragmentos de “La ajorca de oro” de Gustavo Adolfo Bécquer y descubran rasgos
románticos:
Ella era hermosa, hermosa con esa hermosura que inspira el vértigo, hermosa con esa
hermosura que no se parece en nada a la que soñamos en los ángeles y que, sin embargo, es
sobrenatural; hermosura diabólica, que tal vez presta el demonio a algunos seres para hacerlos
sus instrumentos en la tierra.
Él la amaba; la amaba con ese amor que no conoce freno ni límite; la amaba con ese amor en
que se busca un goce y sólo se encuentran martirios, amor que se asemeja a la felicidad y que, no
obstante, diríase que lo infunde el Cielo para la expiación de una culpa.
Ella era caprichosa, caprichosa y extravagante, como todas las mujeres del mundo; él,
supersticioso, supersticioso y valiente, como todos los hombres de su época. Ella se llamaba María
Antúnez; él, Pedro Alonso de Orellana. Los dos eran toledanos, y los dos vivían en la misma
ciudad que los vio nacer.
[…]
II
Él la encontró un día llorando, y la preguntó:
-¿Por qué lloras?
Ella se enjugó los ojos, lo miró fijamente, arrojó un suspiro y volvió a llorar.
[…]
La hermosa, rompiendo al fin su obstinado silencio dijo a su amante con voz sorda y
entrecortada:
-Tú lo quieres; es una locura que te hará reír; pero no importa; te lo diré, puesto que lo deseas.
Ayer estuve en el templo. Se celebraba la fiesta de la Virgen, su imagen, colocada en el altar mayor
sobre un escabel de oro, resplandecía como un ascua de fuego; las notas del órgano temblaban,
dilatándose de eco en eco por el ámbito de la iglesia, y en el coro los sacerdotes entonaban el
Salve, Regina. Yo rezaba, rezaba absorta en mis pensamientos religiosos, cuando maquinalmente
levanté la cabeza y mi vista se dirigió al altar. No sé por qué mis ojos se fijaron, desde luego, en la
imagen; digo mal; en la imagen, no; se fijaron en un objeto que, hasta entonces, no había visto, un
objeto que, sin que pudiera explicármelo, llamaba sobre sí toda mi atención... No te rías...; aquel
objeto era la ajorca de oro que tiene la Madre de Dios en uno de los brazos en que descansa su
Divino Hijo... Yo aparté la vista y torné a rezar... ¡Imposible! Mis ojos se volvían
involuntariamente al mismo punto. Las luces del altar, reflejándose en las mil facetas de sus
diamantes, se reproducían de una manera prodigiosa. Millones de chispas de luz rojas y azules,
verdes y amarillas, volteaban alrededor de las piedras como un torbellino de átomos de fuego,
como una vertiginosa ronda de esos espíritus de las llamas que fascinan con su brillo y su increíble
inquietud... Salí del templo; vine a casa, pero vine con aquella idea fija en la imaginación. Me
acosté para dormir; no pude... Pasó la noche, eterna con aquel pensamiento... Al amanecer se
cerraron mis párpados, y, ¿lo creerás?, aún en el sueño veía cruzar, perderse y tornar de nuevo
una mujer, una mujer morena y hermosa, que llevaba la joya de oro y pedrería; una mujer, sí,
porque ya no era la Virgen que yo adoro y ante quien me humillo; era una mujer, otra mujer como
yo, que me miraba y se reía mofándose de mí. ¿La ves? parecía decirme, mostrándome la joya.
¡Cómo brilla! Parece un círculo de estrellas arrancadas del cielo de una noche de verano. ¿La
ves? Pues no es tuya, no lo será nunca, nunca... Tendrás acaso otras mejores, más ricas, si es
posible; pero ésta, ésta, que resplandece de un modo tan fantástico, tan fascinador..., nunca,
nunca. Desperté; pero con la misma idea fija aquí, entonces como ahora, semejante a un clavo
ardiendo, diabólica, incontrastable, inspirada sin duda por el mismo Satanás... ¿Y qué?... Callas,
callas y doblas la frente... ¿No te hace reír mi locura?
Pedro, con un movimiento convulsivo, oprimió el puño de su espada, levantó la cabeza, que, en
efecto, había inclinado, y dijo con voz sorda:
- ¿Qué Virgen tiene esa presea?
- La del Sagrario -murmuró María.
- ¡La del Sagrario! - repitió el joven con acento de terror - . ¡La del Sagrario de la Catedral!...
Y en sus facciones se retrató un instante el estado de su alma, espantada de una idea.
[…] El mismo día en que tuvo lugar la escena que acabamos de referir se celebraba en la
catedral de Toledo el último de la magnífica octava de la Virgen.
La fiesta religiosa había traído a ella una multitud inmensa de fieles; pero ya ésta se había
dispersado en todas direcciones, ya se habían apagado las luces de las capillas y del altar mayor, y
las colosales puertas del templo habían rechinado sobre sus goznes para cerrarse detrás del último
toledano, cuando de entre las sombras, y pálido, tan pálido como la estatua de la tumba en que se
apoyó un instante mientras dominaba su emoción, se adelantó un hombre que vino deslizándose
con el mayor sigilo hasta la verja del crucero. Allí, la claridad de una lámpara permitía distinguir
sus facciones.
Era Pedro.
[…] La catedral estaba sola, completamente sola y sumergida en un silencio profundo. No
obstante, de cuando en cuando se percibían como unos rumores confusos: chasquidos de madera
tal vez, o murmullos del viento, o, ¿quién sabe?, acaso ilusión de la fantasía, que oye y ve y palpa
en su exaltación lo que no existe; pero la verdad era que ya cerca, ya lejos, ora a sus espaldas, ora
a su lado mismo, sonaban como sollozos que se comprimen, como roce de telas que se arrastran,
como rumor de pasos que van y vienen sin cesar.
Pedro hizo un esfuerzo para seguir en su camino; llegó a la verja y siguió la primera grada de
la capilla mayor. Alrededor de esta capilla están las tumbas de los reyes, cuyas imágenes de
piedra, con la mano en la empuñadura de la espada, parecen velar noche y día por el santuario, a
cuya sombra descansan por toda una eternidad. ¡Adelante!, murmuró en voz baja, y quiso andar y
no pudo. Parecía que sus pies se habían clavado en el pavimento. Bajó los ojos, y sus cabellos se
erizaron de horror; el suelo de la capilla lo formaban anchas y oscuras losas sepulcrales.
[…] Tornó empero a dominarse, cerró los ojos para no verla, extendió la mano, con un
movimiento convulsivo, y le arrancó la ajorca, la ajorca de oro, piadosa ofrenda de un santo
arzobispo, la ajorca de oro cuyo valor equivalía a una fortuna.
Ya la presea estaba en su poder; sus dedos crispados la oprimían con una fuerza sobrenatural;
sólo restaba huir, huir con ella; pero para esto era preciso abrir los ojos, y Pedro tenía miedo de
ver, de ver la imagen, de ver los reyes de las sepulturas, los demonios de las cornisas, los
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endriagos de los capiteles, las fajas de sombras y los rayos de luz que, semejantes a blancos y
gigantescos fantasmas, se movían lentamente en el fondo de las naves, pobladas de rumores
temerosos y extraños.
Al fin abrió los ojos, tendió una mirada, y un grito agudo se escapó de sus labios. La catedral
estaba llena de estatuas, estatuas que, vestidas con luengos y no vistos ropajes, habían descendido
de sus huecos y ocupaban todo el ámbito de la iglesia y lo miraban con sus ojos sin pupila.
Santos, monjes, ángeles, demonios, guerreros, damas, pajes, cenobitas y villanos se rodeaban y
confundían en las naves y en el altar. A sus pies oficiaban, en presencia de los reyes, de hinojos
sobre sus tumbas, los arzobispos de mármol que él había visto otras veces inmóviles sobre sus
lechos mortuorios, mientras que, arrastrándose por las losas, trepando por los machones,
acurrucados en los doseles, suspendidos en las bóvedas ululaba, como los gusanos de un inmenso
cadáver, todo un mundo de reptiles y alimañas de granito, quiméricos, deformes, horrorosos.
Ya no pudo resistir más. Las sienes le latieron con una violencia espantosa; una nube de
sangre oscureció sus pupilas; arrojó un segundo grito, un grito desgarrador y sobrehumano, y
cayó desvanecido sobre el ara.
Cuando al otro día los dependientes de la iglesia lo encontraron al pie del altar, tenía aún la
ajorca de oro entre sus manos, y al verlos aproximarse exclamó con una estridente carcajada:-
- ¡Suya, suya!
El infeliz estaba loco.
…colocada en el altar mayor sobre un escabel de oro, resplandecía como un ascua de fuego; las
notas del órgano temblaban, dilatándose de eco en eco por el ámbito de la iglesia,
Millones de chispas de luz rojas y azules, verdes y amarillas, volteaban alrededor de las piedras
como un torbellino de átomos de fuego…
Algunas respuestas:
1. el amor por la amada. Es un sentimiento enfermizo. 2. La locura. 3. Está presentada como
demonio.
Evaluación 2
Lean el siguiente fragmento de la novela Cumbres borrascosas de Emily Brontë en el que se
observan rasgos románticos y respondan las preguntas:
Capítulo 29 (Habla Heathcliff, el enamorado de Catalina)
[…] Te voy a contar lo que hice ayer. Ordené al sepulturero que cavaba la fosa de Linton que
quitase la tierra que cubría el ataúd de Catalina y lo hice abrir. Creí que no podría separarme de
allí cuando vi su cara. ¡Sigue siendo la misma! El enterrador me dijo que se alteraría si seguía
expuesta al aire. Arranqué entonces una de las tablas laterales del ataúd, cubrí el hueco con tierra
(no del lado del maldito Linton, que ojalá estuviera soldado con plomo, sino del otro) y he
sobornado al sepulturero para que cuando me entierren a mí quite también el lado correspondiente
de mi féretro. Así nos confundiremos en una sola tumba y si Linton nos busca no sabrá
distinguirnos.
[…] Luego tú no sabes lo que me sucede… Pero empezó así: yo creo en los espíritus y estoy
convencido de que existen y viven entre nosotros. Y desde que murió Catalina no hice más que
invocar el suyo para que me visitase. El día que la enterraron nevó. Cuando oscureció fui al
cementerio. Soplaba un viento helado y reinaba la soledad. Yo no temí que el simple de su marido
fuese tan tarde y no era probable que nadie merodease por allí. Al pensar que sólo me separaban
de ellas dos yardas de tierra blanda, me dije: “Quiero volver a tenerla entre mis brazos. Si está
fría, lo atribuiré a que el viento del norte me hiela, y si está inmóvil pensaré que duerme”.
Tomé una azada y cavé con ella hasta que tropecé con el ataúd. Entonces me puse a trabajar
con las manos, y ya crujía la madera cuando me pareció percibir un suspiro que sonaba al mismo
borde de la tumba. “¡Si pudiese quitar la tapa –pensaba– y luego nos enterraran a los dos!” Y me
esforzaba en hacerlo. Pero sentí otro suspiro. Y me pareció notar un tibio aliento que caldeaba la
frialdad del aire helado. Bien sabía que allí no había nadie vivo, pero tan cierto como se siente un
cuerpo en la oscuridad, aunque no se le vea, tuve la sensación de que Catalina estaba allí y no en
el ataúd, sino a mi lado. Experimenté un inmediato alivio. Suspendí mi trabajo y me sentí
consolado. Ríete, si quieres, pero después de que cubrí la fosa otra vez tuve la impresión de que me
acompañaba hasta casa. Estaba seguro de que se hallaba conmigo y hasta le hablé. Cuando llegué
a las Cumbres recuerdo que aquel condenado Earnshaw y mi mujer me cerraron la puerta. Me
contuve para no romperle el alma a golpes y después subí precipitadamente a nuestro cuarto. Miré
a mi alrededor con impaciencia. ¡La sentía a mi lado, casi la veía, y, sin embargo, no lograba
divisarla! Creo que sudé sangre de tanto como rogué que se me apareciese, al menos un instante.
Pero no lo conseguí. Fue tan diabólica para mí como lo había sido siempre durante su vida. Desde
entonces, unas veces más y otras menos, he sido víctima de esa misma tortura. Ello me ha sometido
a una tensión nerviosa tan grande que si mis nervios no estuviesen tan templados como cuerdas de
violín, no hubiera resistido sin hacerme un desgraciado, como Linton.
Si me hallaba en el salón con Hareton, se me figuraba que la vería cuando saliese. Cuando
paseaba por los pantanos, creía que la encontraría al volver. En cuanto salía de casa regresaba
creyendo que ella debía de andar por allá. Y si se me ocurría pasar la noche en su alcoba, me
parecía que me golpeaban. Dormir allí me resultaba imposible. En cuanto cerraba los ojos, la
sentía al otro lado de la ventana, o entrar en el cuarto, correr las tablas y hasta descansar su
adorada cabeza en la misma almohada donde la ponía cuando era niña. Entonces abría los ojos
para verla, y cien veces los cerraba y los volvía a abrir, y cada vez sufría una desilusión más. Esto
me aniquilaba hasta el punto de que a veces lanzaba gritos y el viejo turro de José me creía
poseído por el demonio… Pero ahora que la he visto estoy más sosegado, ¡Bien me ha
atormentado durante dieciocho años, no pulgada a pulgada, sino por fracciones del espesor de un
cabello, engañándome año tras año con una esperanza que no se realizará jamás!
Algunas respuestas:
1. El sentimiento es el amor, pero un amor enfermizo. 2. Soplaba un viento helado y reinaba
la soledad / el viento del norte me hiela/ frialdad del aire helado. 3. mujer-demonio
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4. Pero sentí otro suspiro. Y me pareció notar un tibio aliento… tuve la sensación de que
Catalina estaba allí y no en el ataúd, sino a mi lado.
En cuanto cerraba los ojos, la sentía al otro lado de la ventana, o entrar en el cuarto, correr
las tablas y hasta descansar su adorada cabeza en la misma almohada donde la ponía cuando
era niña.
El texto expositivo
La química del amor
Ideas principales:
1° párrafo: Qué es el amor; 2° p.: la mayor parte de estas reacciones se deben a un complicado,
pero absolutamente natural proceso biológico según aportes de diversas disciplinas científicas; 3°
p.: ninguna de esas disciplinas ha podido hacerlo entrar en su campo de acción con exclusividad; 4°
p.: El verdadero responsable del enamoramiento es el cerebro; 5° p.: La feniletilamina provoca el
estado de enamoramiento; 6° p.: el romance comienza a marchitarse, entonces entran a jugar las
endorfinas; 7° p.: Las teorías de la química cerebral y la genética no son aceptadas por los
científicos más religiosos; 8°.p.: El amor redunda positivamente en la salud; 9° p.: Las técnicas de
seducción y los gestos asociados al cortejo son los mismos en distintas culturas; 10° p.: La biología
cumple su cometido, pero el mantener viva la ilusión del primer encuentro depende de cada uno.
Títulos: P. 1. Intento de definición; P.2.: Síntomas y origen del enamoramiento; P. 3: Necesidad
de un tratamiento interdisciplinario; P. 4.: Responsable: el cerebro; P. 5.: Efectos de la
feniletilamina; P. 6: Función de las endorfinas; P. 7: Rechazo de estas teorías; P.8.: Efectos del
amor en la salud; P. 9.: Similares técnicas de seducción; P. 10.: Responsabilidad personal.
Texto expositivo. Estructura: Presentación: 1° párrafo – Desarrollo – Conclusión: último párrafo.
Procedimientos explicativos: definiciones por nombre científico: “de una sustancia llamada
feniletilamina emparentada con las anfetaminas”; “moléculas de la química cerebral, denominadas
endorfinas [...] placer”; (se sugiere que los alumnos reformulen estas definiciones completándolas
pero siguiendo el orden lógico, por ejemplo: la feniletilamina es una sustancia segregada por el
cerebro emparentada con las anfetaminas”); ejemplos; párrafos 8 y 9; reformulación: párrafo 7:
“en otras palabras (...) relación de pareja.
Los conectores “sin embargo” y “pero” relativizan lo dicho anteriormente.
Oración compuesta: Otra teoría dice que la base del amor reside en la genética; así, el
comportamiento sexual estaría regido por nuestros genes. Relación de consecuencia.
El comportamiento sexual estaría regido por nuestros genes porque la base del amor reside en la
genética. Relación causal.
Reformulación del cuarto párrafo: El verdadero [...] cerebro aunque siempre [...] Cupido ya que
esta parte de la anatomía se limita a cumplir órdenes.
Resumen correcto: el N° 2.
La porfiria y el mito del vampiro
El Eleuterio y la Lucinda
Nota: la evaluación en este módulo se sugiere que consista en la representación de alguna de las
obras.