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MiSMINiA
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OCEANO
Se denomina “misoginia” a la aversión u odio a hacia las mujeres. La
misoginia ha sido considerada como un atraso cultural arraigado al
concepto de superioridad masculina y que limita el rol de la mujer al
hogar y a la reproducción. Jack Holland intenta responder en estas
páginas a una pregunta tan fundamental como inquietante: ¿Cómo
explicar la opresión y brutalización de la que ha sido objeto la mitad de
la población mundial por parte de la otra mitad? La respuesta obliga
al autor a emprender un inquietante viaje a través de la historia para
ofrecernos una amplia revisión de la misoginia. Se muestran aquí no
sólo las actitudes de rechazo y agresión individual en contra de las
mujeres, sino sobre todo aquellas que parten de instituciones como el
Estado y la Iglesia. Junto con el recuento histórico, el autor reflexiona
sobre los orígenes y modalidades de esta forma de abuso, así como el
trasfondo ideológico, psicológico y social del mismo.
Para estar en el mundo
Una breve historia de la misoginia
El prejuicio más antiguo del mundo
Una breve historia de la misoginia
El prejuicio más antiguo del mundo
Jack Holland
OCEANO
UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA
El prejuicio más antiguo del mundo
PRIMERA EDICIÓN
9002806010510
Este libro está dedicado a la memoria de su autor.
Agradecimientos, 13
Prólogo, 15
Introducción, 19
Notas, 233
[ AGRADECIMIENTOS ]
Prólogo [15]
Mi padre adoraba la historia y adoraba a las mujeres. Éstos son los dos factores que
lo llevaron al tema de la misoginia, considerablemente diferente de las cuestiones
políticas del norte de Irlanda, a las que dedicó toda su carrera.
Empezó a trabajar en Misoginia: El prejuicio más antiguo del mundo en 2002.
El tema era una buena forma de iniciar una conversación. Una respuesta usual
por parte de otros hombres, cuando mi padre les decía a qué se estaba dedicando,
era suponer que estaba escribiendo una especie de defensa de la misoginia, reac
ción que a él le resultaba sorprendente. Otra respuesta habitual era el asombro
porque un hombre pudiese escribir semejante libro. Ante esto su respuesta era
muy simple. “¿Por qué no?” decía. “Los hombres la inventaron.”
A medida que escribía se iba quedando atónito ante la asombrosa lis
ta de crímenes cometidos contra las mujeres por sus esposos, padres, vecinos y
gobernantes. Mi madre y yo nos estremecíamos mientras las relataba: desde las
inconcebibles torturas de las sospechosas de brujería en la Europa de principios
de la era moderna hasta la horrenda crueldad padecida por las mujeres en las
prisiones de Corea del Norte. Recortaba artículos de los periódicos, leía innumera
bles historias; se volcó en la poesía y la dramaturgia en su esfuerzo por encontrar
explicaciones culturales.
Mi padre consideraba que ésta era su obra más importante. En ella dirigió
su mirada de periodista a una pregunta abrumadora: ¿cómo se explican la opre
sión y la brutalidad contra la mitad de la población mundial por parte de la otra
mitad, a lo largo de toda la historia?
Las herramientas que utilizó para dar respuesta a esta pregunta fueron
las mismas que empleaba para hacer tangibles a sus lectores otros conflictos más
contemporáneos: su capacidad de condensar materiales difíciles, inaccesibles; su
considerable conocimiento de la historia y la cultura occidentales; su empatia pol
los oprimidos y su prosa lírica. Con todo esto a su disposición creó una historia que,
a pesar de su tema, muchas veces brutal, resulta notablemente agradable de leer.
En marzo de 2004, un mes después determinar Misoginia, a mi padre le
diagnosticaron cáncer. Murió ese mes de mayo de linfoma de células NK/T, una
forma de cáncer sumamente rara que casi siempre resulta fatal. Aunque debilitado
por la enfermedad y el tratamiento, siguió inmerso en el proyecto, y en su cama
del hospital continuó trabajando en las últimas correcciones.
La relación padre-hija ocupó un lugar importante en este libro, porque
es en ésta, la más íntima de las conexiones, en la que se mantienen o detienen
[ PRÓLOGO ]
[ 16 ] los efectos perniciosos de la misoginia. Es también una relación central de la vida
de cualquier joven, y, como padre, el mío se abocó a su papel de progenitor con
delicadeza, admirando sin lisonjear, aceptando con gracia y aprobación tácita mi
transformación en mujer. Lo que más me preguntaba siempre era qué pensaba.
Me instaba a discutir, a cuestionarlo. En ocasiones, con una risita, se burlaba de
mis convicciones juveniles; otras veces nuestros debates llegaban a ser muy acalo
rados. Por lo que decía yo sabía que valoraba mi inteligencia. Por la tierna mirada
de sus ojos sabía que atesoraba mi feminidad.
Es difícil medir la importancia de esa aceptación, sobre todo ahora, cuan
do ya no está. Mientras leía lo que escribió mi padre respecto al trato que han
soportado tantas mujeres, a lo largo de siglos, en todos los continentes, cobré
conciencia de una ironía. Yo me libré de los efectos de la misoginia. De manera
excepcional pude vivir, por lo menos en casa, libre de esos grilletes.
Mi recuerdo más tierno de mi padre, en toda una vida de recuerdos tiernos,
es de tres días antes de su muerte. Estábamos los dos sentados, solos, en una de las
salitas para pacientes de un hospital de Manhattan, revisando juntos el manuscrito.
Yo lo leía en voz alta y él quería saber si deseaba sugerirle algún cambio. Me sentí
halagada de que él —autor profesional, experto, adulto, padre— me pidiese mi
opinión a mí: reportera novata, experta en nada, joven, hija.
Un momento dorado, pulido ahora por el recuerdo. Me dio la sensación
de que la serena labor a la que nos dedicábamos fuese más grande que su enfer
medad. Por un breve instante en la habitación inundada de sol en la que nos
sentábamos, viendo el río Hudson, pudimos mantener alejados el sufrimiento y
el temor que nos rodeaban en ese pabellón de cancerosos.
No llevábamos mucho tiempo dedicados a nuestra labor cuando me di
cuenta de que el médico de mi padre, un hombre amable y de habla suave que
escasas dos semanas antes nos había informado a mi madre y a mi, que la muerte
de mi padre era inminente, estaba de pie, cerca, mirándonos visiblemente conmo
vido. Su expresión me dijo que no veía con mucha frecuencia escenas de ese tipo.
Jack creció en Irlanda del Norte en los años cincuenta y llegó a la mayo
ría de edad en la década de 1960, social y políticamente turbulenta. Desde edad
muy temprana estuvo rodeado por mujeres capaces. Lo criaron primordialmente
su abuela, Kate Murphy Holland, una temible matriarca del agreste condado de
Down, y su tía “Cissy”, Martha Holland, una mujer de considerable belleza que
nunca se casó y que trabajaba en una de las muchas hilanderías de lino que había
en Belfast. Su propia madre, Elizabeth Rodgers Holland, creció en tal pobreza que
sólo esporádicamente podía darse el lujo de ir a la escuela. Para él habría de ser
una inspiración a lo largo de toda su carrera. Solía decir que su propósito como
escritor era darles acceso a ideas complejas a personas como ella, sin educación
pero dotadas de inteligencia.
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
Siempre le inquietó la experiencia femenina. Cuando empezó a escribir [ i7]
su primera narración del “conflicto” (los disturbios de Irlanda del Norte que se
iniciaron en los años sesenta), urgó en las cartas y relatos de su madre y su tía,
que utilizó con notable efecto en Too long a sacrifi.ce: Life and death in Northern Ire-
land since 1969 (Un sacrificio demasiado largo: Vida y muerte en Irlanda del Norte desde
1969), que se publicó en 1981. Su primera novela, The prisoner’s wife (La mujer del
prisionero) (1982) exploraba el sufrimiento que soportan las mujeres cuando los
hombres se dedican a la guerra.
La mujer más importante en la vida de mi padre fue mi madre, Mary Hud-
son, extraordinario intelecto por derecho propio, talentosa lingüista y maestra.
Ambos gozaron, durante treinta años de un matrimonio productivo y feliz; cada
uno de ellos era invaluable para el otro tanto personal como profesionalmente.
Mientras crecía presencié a la hora de cenar innumerables discusiones sobre la
mejor manera de desarrollar este o aquel aspecto del libro que mi padre estuviese
escribiendo en ese momento. Misoginia, igual que la mayor parte de sus demás
libros, mejoró con la revisión de mi madre.
Sin su perseverancia, a lo largo de los dos últimos años, este libro nunca
hubiese visto la luz. El editor estadunidense con quien mi padre tenía un contra
to, y con el cual había colaborado estrechamente a lo largo de todo el proceso
de redacción, afirmó curiosamente, después de su muerte, que el manuscrito no
estaba en condiciones de ser publicado. Mi madre sabía que eso no era cierto y
estaba decidida a encontrar una editorial para la obra porque era una historia que
debía ser narrada. Gracias a su perseverancia esta obra, importante e inspiradora,
llegará ahora a sus lectores.
Vivimos hoy en una época relativamente esclarecida, en la cual el fenó
meno de la misoginia se ha identificado no sólo como una fuente de opresión e
injusticia, sino también como un obstáculo al desarrollo humano y al progreso
social y económico. No obstante, en términos generales a las mujeres se les sigue
pagando menos que a sus contrapartes varones, y en Estados Unidos se están ero
sionando derechos reproductivos ganados hace decenios. La verdadera igualdad
sexual sigue eludiéndonos. En muchos lugares del mundo, donde las cuestiones
de género se complican por la pobreza, la ignorancia, el fundamentalismo y las
enfermedades, la suerte de las mujeres prácticamente no ha mejorado a lo largo
de los siglos.
Jack Holland, mi padre, era plenamente consciente de que sus problemas
no podrían resolverse con un único libro, ni siquiera con muchos. Pero éste, el
último de los suyos, constituirá un importante herramienta en la lucha contra
el prejuicio más antiguo del mundo.
[ PRÓLOGO ]
Introducción [ o]
ella,
la cabeza rasurada
como un rastrojo de trigo negro,
el pañuelo sobre los ojos como una venda,
la cuerda al cuello como un anillo
Seamus Heaney,
“Castigo”, en Norte (1975)
E
paquistaní llamada Mujtaran Bibi fue sentenciada, por órdenes
de un consejo tribal, a padecer una violación tumultuaria, porque
presumiblemente su hermano la había visto en compañía de una
mujer de casta más alta. Cuatro hombres, ignorando sus súplicas
de piedad, la arrastraron hasta una choza.
-Me violaron durante una hora y después no podía mover
me —les informó a los periodistas. Centenares de personas pre
senciaron la ejecución de la sentencia pero ninguna ofreció su
ayuda.
El 2 de mayo de 2002, Sun-ok Lee, desertora de Corea del
Norte, rindió testimonio ante el Comité de Relaciones Interna
cionales del Congreso, en Washington D. C., respecto a las condi
ciones imperantes en la Cárcel Femenina de Kaechon, en Corea
del Norte, en la cual alrededor del 80 por ciento de las reclusas
son amas de casa. Vio dar a luz a tres mujeres sobre el piso de
cemento.
-Fue horrible ver al médico de la prisión pateando con sus
botas a las embarazadas. Cuando nació un bebé el médico gritó:
“Mátenlo de inmediato. ¿Cómo se le ocurre a una criminal tener
un bebé en la cárcel?”.
Nigeria, 2002. Amina Lawal fue condenada a morir lapida
da por haber tenido un hijo fuera del matrimonio. La sentenciaron
a ser enterrada hasta el cuello y a que le tirasen piedras a la cabeza
hasta aplastarle el cráneo.
Fayetteville, Carolina del Norte. En la base militar de Fort
Bragg, en el lapso de apenas seis semanas, en el verano de 2003,
[i©] cuatro mujeres murieron a manos de sus esposos enfurecidos. Una de ellas fue
apuñalada más de cincuenta veces por el hombre que alguna vez dijo amarla.
Este de Africa. Se calcula que en un área que se extiende desde Egipto has
ta Somalia, entre el 80 y el 100 por ciento de las mujeres han padecido mutilación
genital. Algunas huyeron a Estados Unidos en busca de asilo. Aducen que tienen
derecho a la misma protección que los refugiados que escapan de la opresión
política. Pero la lucha en la que están involucradas es mucho más antigua que
cualquier campaña por los derechos nacionales, políticos o civiles.
Crecí en Irlanda del Norte, a un mundo de distancia del Punjab, de Corea del
Norte y del este de Africa. Pero un lugar en el cual la palabra “coño” expresaba
la peor clase de desprecio que una persona podía sentir por otra. Si aborrecías o
menospreciadas a otra persona, con “coño” estaba todo dicho.
La palabra aparecía garabateada en los muros de los callejones cubiertos
de basura y en los baños públicos que apestaban a orines y excremento. Nada era
peor que ser llamado “coño”, nadie más estúpido que un “estúpido coño”.
Belfast, en Irlanda del Norte, la ciudad en la que crecí, tenía sus odios
propios. A lo largo de los años las inquinas sectarias la habían convertido en
sinónimo de violencia y derramamiento de sangre. Pero había una cosa acerca
de la cual coincidían las comunidades beligerantes de protestantes y católicos: el
despreciable nivel de un coño.
En este sentido, Belfast no era demasiado diferente de otras partes pobres e
industrializadas de Gran Bretaña, en la cual una forma mundana de desprecio por
las mujeres, las golpizas a las esposas, era un acontecimiento bastante usual. Los
hombres intervenían para impedir que otro hombre pateara a un perro, pero no
sentían la obligación de hacer lo mismo cuando se enfrentaban con la brutalidad
infligida por un marido sobre su mujer. Irónicamente, esto se debía al carácter
“sacrosanto” de la relación entre los esposos, que impedía toda intervención.
Cuando, a finales del decenio de 1960 estalló la violencia política, el com
portamiento misógino se expresó en forma más pública. A las chicas católicas
que salían con soldados británicos las arrastraban a la calle, las amarraban y las
sujetaban (cosa que con mucha frecuencia hacían otras mujeres), mientras que
los hombres les tijereteaban y rasuraban el pelo antes de cubrirlas de alquitrán
caliente y esparcir plumas sobre ellas. Luego las amarraban a un poste de la luz
para que los nerviosos mirones las contemplasen, y les colgaban del cuello un
cartel en el cual pintarrajeaban otro insulto sexual: “puta”.
Tal vez estábamos imitando a los franceses, ante los cuales suelen incli
narse, en materia sexual, las naciones de habla inglesa, después de haber visto las
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
imágenes periodísticas de lo que les ocurría en la Francia liberada a las mujeres [21 ]
culpables de haber salido con soldados alemanes. Pero también estábamos siguien
do la lógica interior de nuestros propios, poderosos sentimientos, la misma ira
que expresábamos con concisión en la palabra “coño”.
Era una lógica que había sido expresada unos dieciocho siglos antes por
Tertuliano (160-220 d.C.), uno de los Padres fundadores de la Iglesia católica,
quien escribió:
Eres el portal del diablo; eres quien le quita el sello al árbol prohibido; eres
la primera desertora de la ley divina. Tú eres la que convenció a aquel al
cual el demonio no tuvo el valor de atacar. Tú destruiste con tanta facilidad
al hombre, imagen de Dios.
Nuestra iglesia en Belfast era una estructura sin ninguna distinción, típica
de las iglesias irlandesas, construidas en su mayoría a finales del siglo xix y prin
cipios del xx, es decir, mucho después de que concluyese la fase gloriosa de la
arquitectura católica y fuese remplazada por otra de piedad sentimental. Estaba
hecha de ladrillos rojos, igual que las pequeñas hileras de casas que la rodeaban.
Sus únicas pretensiones de belleza eran un pórtico seudogótico y una pila de
pórfido para al agua bendita a la entrada. A la hora de la última misa de los
domingos en el fondo de la misma se habían coagulado diminutos montoncitos de
tierra.
Al ingresar al oscuro interior la atención se fijaba en la estatua de una
mujer joven cubierta con un manto azul, con un halo de estrellas que le rodeaba
la cabeza, y pies pálidos y delicados que pisaban la cabeza de una serpiente que
se retorcía. La lengua bífida de la serpiente salía amenazante de una boca abierta
pintarrajeada de rojo. Pero su ira ponzoñosa resultaba impotente: ‘Y prendió al
dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y
lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase
más a las naciones” (Revelaciones 20:2).
Una mujer que era virgen había vencido al demonio gracias a su pureza,
de una perfección inatacable. Se nos hacía entender que el diablo sobre el cual
se erigía triunfante, y por lo cual era exaltada, era el demonio de la carne, de
la lujuria, del deseo de cometer actos innombrables. Pero nos desconcertaba el
hecho de que la serpiente era un símbolo sexual demasiado obvio como para
ignorarlo. Al celebrar el triunfo de la pureza sobre el deseo corporal la estatua
afirmaba más bien una sensualidad latente, por la forma en que su vestimenta
estaba ligeramente levantada para revelar sus pies delicados y femeninos en un
contacto tan íntimo, tan físico con la serpiente que reptaba y se retorcía. Algún día
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
descubriríamos que la represión del sexo no es más que otra forma de obsesión [ 23 ]
sexual, igual que la pornografía.
Cuando llegamos a los 15 años, tanto mis amigos como yo sabíamos qué
era lo que realmente estaba aplastando en el polvo. Ese era el papel que se espe
raba desempeñasen las mujeres de nuestra sociedad: negar el deseo en los otros
y aplastarlo en ellas mismas.
No era necesario estudiar filosofía para descifrar la misoginia que se oculta
ba tras el uso de la palabra “coño”. La exaltación de la Virgen María como madre
de Dios demostraba que la misoginia puede llevar a una mujer hasta lo más alto,
así como hacia lo más bajo. En cualquiera de las dos direcciones, el destino es el
mismo: una mujer deshumanizada.
Aunque la misoginia es uno de los prejuicios más tenaces, ha cambiado y
evolucionado a lo largo de los siglos, moderado o exacerbado por las corrientes
dominantes, ya sea sociales, políticas o, sobre todo, religiosas. Con el surgimiento
del cristianismo y la promulgación de la doctrina del pecado original se produjo
una transformación importante en la historia del odio por las mujeres.
Como se explica en este libro, la doctrina fue producto de la confluencia,
en el cristianismo, de tres poderosas corrientes del mundo antiguo: el platonismo
filosófico griego, el monoteísmo patriarcal judío y la revelación cristiana, tal como
se expresa en la afirmación de que Cristo es el hijo de Dios y que en él se encarna
Dios mismo e interviene directamente en los asuntos humanos. Esta convergencia
sin precedentes de aseveraciones filosóficas, místicas e históricas contribuyó a
crear un poderoso sustento ideológico para el prejuicio más antiguo del mundo
cuando convirtió a la concepción misma en un pecado: el pecado original. La
mujer, incluso cuando se la exaltaba en forma de la Virgen María, se considera
ba responsable, al mismo tiempo, de haber perpetrado este pecado, llevando a
la caída del hombre desde el perfecto estado de gracia con Dios al horror de la
realidad de ser.
La historia de cómo pudo haberse dado este proceso dual de deshumaniza
ción —hacia arriba y hacia abajo— nos lleva mucho más allá del culto a la Virgen
María. Es, de hecho, la historia del más antiguo de los prejuicios. Ha sobrevivido de
una u otra forma a lo largo de prolongados periodos, ha emergido aparentemente
sin cambios de los cataclismos que acabaron con imperios y culturas y aniquilado
sus otras formas de pensar y de sentir. Persiste después que las revoluciones filo
sóficas y científicas parecen haber transformado permanentemente la manera en
que vemos el mundo. Cuando los trastornos sociales y políticos han configurado las
relaciones entre los ciudadanos y el Estado, cuando las democracias han vencido
a las oligarquías y derrocado a los monarcas absolutos, regresa para ensombrecer
nuestros ideales de igualdad con toda la persistencia de un fantasma al que no
[ INTRODUCCIÓN ]
[ 24 ] es posible exorcizar. Está tan actualizado como el último sitio pornográfico en
internet, y es tan antiguo como la civilización misma.
Porque somos los herederos de una antigua tradición que se remonta
a los orígenes de las grandes civilizaciones del pasado que tan profundamente
han configurado nuestra conciencia y conformado el dualismo que se oculta tras
nuestros esfuerzos por deshumanizar a la mitad de la especie humana. “La dua
lidad del mundo está más allá de la comprensión —escribió Otto Weininger, el
pensador austríaco del siglo xx, tal vez el último filósofo occidental que procuró
justificar la misoginia sobre bases filosóficas—, es la trama de la caída del hombre,
el enigma primitivo. Es la inclusión de la vida eterna en un ser perecedero, de la
inocencia en el culpable.”
Comprender la historia de este “enigma” puede ayudarnos a desentra
ñarlo. Pero para rastrear sus raíces es necesario observar lo que pudo haberlas
precedido. Si durante siglos las mujeres han sido objeto de desprecio, ¿existió
una historia de las mujeres “antes del desprecio”, antes de la misoginia? Esa es
la cuestión.
Por lo menos es la pregunta que ha estimulado el pensamiento de muchos,
en su mayoría historiadores y especialistas feministas que han tratado de ir más
allá de la historia convencional de las mujeres, la cual consiste en lo fundamental
en la historia de su relación con los hombres. De hecho, hasta hace muy poco
tiempo las mujeres han sido vistas en relación con muy pocas otras cosas.
La historia ha sido (y en gran medida sigue siendo) “la historia de él”, la
historia del impacto de los varones sobre el mundo que nos rodea en todos sus
complejos aspectos religiosos, políticos, militaristas, sociales, filosóficos, econó
micos, artísticos y científicos. Son muchos, aparte de las feministas, los que han
caracterizado la historia, de hecho, como producto de una sociedad patriarcal
en la cual el papel y las contribuciones de las mujeres han sido descartados o
ignorados. A lo largo de esa historia, la misoginia se ha manifestado de diferentes
formas en distintos momentos. En realidad, para algunos, lo que llamamos historia
no es más que la narración que quiere relatar el patriarcado, y la misoginia es su
ideología, un sistema de creencias e ideas cuyo propósito consiste en explicar el
dominio de las mujeres por parte de los hombres.
Muchas feministas, frustradas ante esta forma histórica de reclusión, han
buscado alivio en la prehistoria, y construyeron un pasado más remoto en el cual
prevalecía el matriarcado, y el estatus más elevado que éste concedía a las mujeres
las protegía, presumiblemente, de la clase de desprecio que más tarde asolaría su
vida y distorsionaría la forma en que se las veía.
En una u otra versión, a partir del siglo xix, el modelo matriarcal ha
ejercido, en ocasiones, una atracción intensa para una diversidad notablemente
amplia de individuos, desde Friedrich Engels y Sigmund Freud hasta miembros
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
del movimiento espiritista feminista de finales del siglo xx. Ha sido adoptado por [ ]
académicos serios, como la arqueóloga Marija Gimbutas, y popularizado en libros
de gran venta como Who cooked the last supper: The women ’s history of the world (Quien
preparó la última cena: la historia del mundo contada por las mujeres), de Rosalind
Miles. Esta afirma:
Miles brinda una cronología del culto a la Gran Diosa (que se equipa
ra con el predominio de las sociedades matriarcales) y asevera que “el estatus
sagrado de la feminidad se remonta a por lo menos 25 mil años; hay quienes lo
harían retroceder aún más, a 40 y hasta a 50 mil años. En realidad no existe un
solo momento de esta etapa de la historia humana en el que la mujer no fuese
especial y mágica”.
El problema consiste en encontrar evidencias de la existencia del matriar
cado. E incluso si hubiese pruebas de que existió, esto no alteraría por sí mismo
el hecho de que la relación de las mujeres con los hombres define su papel en la
historia; la historia matriarcal se limita a sustituir un papel subordinado por uno
dominante. Durante gran parte del tiempo en el cual se supone que imperó el
matriarcado no hay registros escritos. Artefactos tales como las figurillas llamadas
Venus paleolíticas, que se encuentran desde el sur de Francia hasta Siberia, sue
len citarse como prueba del difundido culto a la (irán Diosa. No obstante, son
notoriamente difíciles de interpretar. Para algunos expositores de la interpreta
ción matriarcal constituyen una prueba de la reverencia y veneración con que se
veía a las mujeres en esa época, pero otros han considerado que las figurillas son
grotescas y que no inspiran reverencia y veneración sino horror. Sin embargo,
incluso si pudiese probarse que representan un culto a la Gran Diosa, la historia
demuestra que no necesariamente existe un vínculo entre la adoración a una diosa
y un elevado estatus social para las mujeres; por ejemplo, el culto de la Virgen
María iba en ascenso durante la quema de brujas de la Edad Media.
En Europa es mucho después del paleolítico, y sólo cuando llegamos a
los celtas, donde encontramos una cultura preclásica que nos proporciona cierta
base documental de la aseveración de que, antes de que los griegos y los roma
nos afirmasen su hegemonía en la historia, existía una forma de matriarcado. La
evidencia consiste tanto en los mitos y sagas célticos como en los escritos de la
época, obra de griegos y romanos, acerca de las que consideraban impresionantes
libertades concedidas por los celtas a sus mujeres.
[ INTRODUCCION ]
[ 16 ] La tentación de creer en una Arcadia, en una edad de oro perdida en la
cual las relaciones entre hombres y mujeres se daban sin conflicto, es muy grande,
pero hay que resistirse a ella. Lo más que podemos esperar, por lo menos en la
sociedad celta, son evidencias de una relación más equilibrada entre los sexos.
Esta obra demostrará que este equilibrio se perdió con el surgimiento de Gre
cia y Roma, y pasará revista al dualismo, identificado por Weininger, que ambas
civilizaciones crearon. En este dualismo los varones eran la tesis y las mujeres la
antítesis.
Está en la naturaleza de este dualismo (a diferencia de lo que ocurre en
la dialéctica) que no haya síntesis: los sexos están condenados a un perpetuo
conflicto. Las mujeres se enfrentaron a una batería de argumentos filosóficos,
científicos y legales, destinados a demostrar y codificar su “inherente inferioridad”
ante los hombres. Más tarde el cristianismo aportó un argumento adicional, teo
lógico, que tuvo un impacto tan profundo que sus ramificaciones siguen vigentes
en la actualidad.
El surgimiento de la democracia liberal en la era posterior a la Ilustración
presenció el inicio de una larga lucha por la igualdad política y legal de las mujeres.
Pero la misoginia nunca ha permitido que el progreso se oponga a ella. Cuando
la igualdad política y legal en Occidente fue seguida por la revolución sexual, se
produjo una reacción violenta tanto de los protestantes fundamentalistas como
de los católicos conservadores. En muchas naciones del tercer mundo la lucha
por los derechos femeninos representaba una amenaza para ideas religiosas y
costumbres sociales muy arraigadas. Esto culminó en Afganistán durante el régi
men talibán; un Estado que consideraba objetivo primordial la supresión de las
mujeres. Legisló su desaparición de la vida pública, negándoles derechos básicos,
algo comparable con la forma en que las leyes nazis de Nuremberg convirtieron a
los judíos alemanes en no personas. Pocas veces ha sido tan explícito el propósito
de la misoginia: deshumanizar a la mitad de la especie humana.
El odio por las mujeres nos afecta como ningún otro, porque nos pega en
nuestro yo más interior. Se ubica en la intersección entre el mundo público y el
privado. La historia de ese odio puede encontrarse en sus consecuencias públicas,
pero al mismo tiempo nos permite especular por qué, en un nivel personal, la
compleja relación del hombre con la mujer ha hecho posible que la misoginia
prosperase. En última instancia, esa especulación debería permitimos ver que
eventualmente la igualdad entre los sexos logrará desterrar la misoginia y ponerle
fin al prejuicio más antiguo del mundo.
E
la misoginia tiene fecha de nacimiento, debe corresponder a algún
momento del siglo vm a.C. Y si tiene una cuna, ésta se encuentra
en alguna parte del Mediterráneo oriental.
Más o menos en esa época tanto en Grecia como en Judea
surgieron historias de la creación que habrían de adquirir el poder
del mito, que describían la caída del hombre y cómo la debilidad
de la mujer es responsable de todo el sufrimiento humano, la
infelicidad y la muerte posteriores. Desde entonces ambos mitos
se introdujeron a la corriente central de la civilización occidental,
impulsados por dos de sus afluentes más poderosos: en la tradición
judaica, tal como lo relata el Génesis (que todavía la mayoría de los
estadunidenses siguen aceptando como una verdad),1 la culpable
es Eva, y en la tradición griega es Pandora.
Los griegos fueron los primeros colonizadores de nuestro
mundo intelectual. Su visión del universo regido por leyes natu
rales que el intelecto humano puede descubrir y comprender es
la base sobre la que descansan nuestra ciencia y nuestra filosofía.
Crearon la primera democracia. Pero en la historia de la misoginia
los griegos también ocuparon un lugar único como pioneros inte
lectuales de una perniciosa visión de las mujeres que ha persistido
hasta la época moderna, refutando cualquier idea que podamos
seguir teniendo en el sentido de que la razón y la ciencia implican
la declinación del prejuicio y el odio.
El mito de Pandora fue escrito por primera vez en el siglo
vm a.C. por Hesiodo, un agricultor convertido en poeta, quien lo
plasmó en dos obras: Teogonia y Los trabajos y los días. Pese a su con
siderable experiencia de campesino, su descripción de la creación
de la humanidad ignora algunos de los hechos básicos de la vida.
Antes de la llegada de las mujeres la raza de los hombres existe ya,
en dichosa armonía, como compañeros de los dioses, “alejados del
pesar y del doloroso trabajo/libres de la enfermedad”.2 Igual que
en el relato bíblico de la creación del hombre, la mujer es una idea
tardía. Pero la versión griega también es una idea maliciosa. Zeus,
el padre de los dioses, quiere castigar a los hombres impidiéndoles
[ 28 ] conocer el secreto del fuego para que, igual que las bestias, se vean obligados a
comer la carne cruda. Prometeo, un semidiós, creador de los primeros hombres,
roba el fuego del cielo y lo lleva a la tierra. Zeus, furioso por haber sido engaña
do, discurre la trampa suprema bajo la forma de un “regalo” a los hombres, “una
cosa maligna para su deleite”: Pandora, “la que todo lo da”. La frase griega que
se usa para describirla, kalon kakon, significa “el bello mal”. Su belleza se compara
con la de las diosas.
Las alianzas entre las familias nobles eran de vital importancia, y el papel
que desempeñaban las mujeres para foijar tales vínculos resultaba esencial. Esto
se refleja en la obra de Homero, el contemporáneo más dotado de Hesiodo. En la
Ilíada, la historia del sitio de Troya, Menelao, rey de Esparta y marido de Helena,
le debe el trono a su esposa. Para él es fundamental recuperar a su esposa después
que ésta huye con París a Troya, no sólo por su belleza sin igual sino porque su
reino depende de ello.
Homero basó tanto la Iliada como la Odisea (la posterior narración del
largo viaje de regreso de Odiseo, uno de los reyes griegos), en materiales que se
remontan al antiguo periodo dinástico. En estas obras a las mujeres se las retrata
por lo general con comprensión; son complejas y poderosas, y se cuentan entre
los personajes más memorables de la literatura. El final de esta era fue acompa
ñado por el tránsito de una economía pastoral a otra agrícola, intensiva en mano
de obra, preocupada por la conservación de la propiedad. Pero las expresiones
de hostilidad hacia las mujeres, no sólo por parte de Hesiodo, sino también en
otros escritos subsistentes del siglo vni, no pueden ser explicadas enteramente por
estructuras políticas y sociales cambiantes; ningún odio profundo puede serlo. No
obstante, nos proporcionan el contexto en el que los hombres se sentían cómodos
para expresar la misoginia.9 Y la mujer contra la cual se sentían más cómodos expre
sándola era una creación del siglo octavo: Helena de Troya, la reina de la misoginia
griega, el rostro “que fletó mil naves / e hizo arder las derruidas torres de Ilium”.10
[ LAS HIJAS DE PANDORA ]
[ )2 ] La madre de Helena, Leda, había sido una de las víctimas de Zeus, quien
la violó bajo la forma de un cisne. Pero Helena, en su notable carrera de complejo
icono que incita tanto el deseo como el aborrecimiento, es mucho más hija de
Pandora. Igual que en el caso de ésta, su belleza es una trampa. Despierta en los
hombres un deseo extraordinario. Pero desearla es permitirle la salida a los demo
nios del derramamiento de sangre y la destrucción. En la llíada Helena expresa
cuánto se aborrece a sí misma describiéndose como una “perra repugnante, intri
gante y maligna”.11 Se hace eco de la descripción de Pandora. En el momento
culminante del periodo más creativo de Atenas, cuando el autoaborrecimiento
se convierte en un sentimiento generalizado entre los personajes femeninos de
algunas de las grandes tragedias, Helena es el punto focal de la misoginia. Asesina
de hombres, maldición de los varones, perra, vampiro, destructora de ciudades,
cáliz envenenado, devoradora de hombres... se le arrojan prácticamente todos los
epítetos misóginos imaginables. En Las troyanas, de Eurípides, Hécuba, la viuda de
Príamo, asesinado rey de Troya, le grita a Menelao, rey victorioso de Esparta:
Así, miembros del jurado, el legislador considera que los violadores mere
cen menor castigo que los seductores: para este último ha previsto la
pena de muerte; para el primero la multa doble. Su idea era que quienes
emplean la fuerza son aborrecidos por la persona violada, mientras que
quienes han logrado lo deseado por medio de la persuasión corrompen
la mente de las mujeres de manera tal que hacen que las esposas de otros
hombres sientan más apego por ellos que por sus maridos, con lo cual
toda la casa está en su poder y no queda claro quién es el padre de los
niños, si el marido o el amante.16
Se dice que por esa época Catilino ganó muchos adeptos de toé
diciones, incluida una cantidad de mujeres que en épocas prev
vivido extravagantemente con dinero que obtenía prostituyénc
después, a medida que el avance de su edad reducía sus ingresos
sus gustos lujosos, se habían llenado de deudas. Pensó que est;
servirían para actuar como agitadoras entre los esclavos de la ciu
organizar actos incendiarios; también sus esposos podrían ser ir
unirse a su causa, o de lo contrario asesinados.10
Una mujer que había cometido muchos crímenes, los que der
que tenía la implacable audacia de un varón. La fortuna la h
[ UNA BREVE HISTORIA DE Lf
recido abundantemente, no sólo con su cuna y su belleza sino también [ 53 ]
con un buen marido e hijos. Versada en literatura griega y latina, tenía
más habilidad para tocar la lira y bailar de lo que requiere una mujer
respetable... A nada le concedía menos valor que a la corrección y la cas
tidad... Sus pasiones eran tan ardientes que con más frecuencia les hacía
proposiciones a los hombres que éstos a ella. Ya muchas veces había roto
una promesa solemne, repudiado una deuda cometiendo perjurio y sido
cómplice de asesinatos... Mas sus habilidades no eran despreciables. Sabía
escribir poesía, hacer un chiste y conversar a voluntad con decoro, tiernos
sentimientos o desenfreno; de hecho era una mujer de gran ingenio y
considerable encanto.11
Espero que todos presten intensa atención a la vida moral de los tiempos
pasados... y aprecian la consiguiente declinación de la disciplina y de los
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
criterios morales, el derrumbe y la desintegración de la moralidad hasta [ >7]
el día de hoy. Porque hemos llegado a un punto en el cual nuestra dege
neración es intolerable, y también lo son las únicas medidas con las que
es posible reformarla.18
Tal como ocurrió en los decenios de 1960 y 1970, el problema era que las
mujeres tenían menos hijos pero más sexo. El resurgimiento del movimiento de
los “valores familiares” era un intento por invertir esta tendencia. No obstante, el
Estado romano tenía más poder de coerción que la mayoría moralista estaduni
dense de los años ochenta.
La antigua forma de matrimonio estricto, que ponía a la mujer bajo la
autoridad absoluta de su esposo, fue decayendo con el paso de los siglos para ser
remplazada por arreglos más informales. Evidentemente los maridos no estaban
hechos al modo estricto de los Padres fundadores de Roma, y con los años se
habían vuelto demasiado tolerantes. Incluso se acusó a unos pocos de lucrar con
ello. Se consideraba que esta clase de liberalismo era la causa de la podredumbre
que los moralistas veían a su alrededor. Augusto redactó una serie de leyes, cono
cidas como la ley Julia, con el propósito de promover que hombres y mujeres se
casasen y de restaurar la familia romana tradicional. Augusto imponía sanciones
sobre los que no estuviesen casados a determinada edad y recompensaba a los que
lo hacían y engendraban hijos. Revivió la antigua ley que permitía que los padres
matasen a sus hijas y los maridos a sus esposas si las atrapaban en un acto sexual;
una vez más se obligaba a los hombres a divorciarse de sus mujeres adúlteras so
pena de enfrentar graves castigos. Augusto le retiró la jurisdicción de los casos de
adulterio a la familia y la puso en manos de un tribunal público. No bastaba con el
divorcio. El emperador quería que las esposas culpables fuesen arrastradas por los
tribunales y castigadas. Al marido engañado se le daban sesenta días a partir del
divorcio para llevar ajuicio a su exesposa. Si resultaba tener el corazón demasiado
blando para hacerlo ella podía ser juzgada por cualquier miembro de más de 25
años del público, lo que sin duda fue uno de los más grandes estímulos jamás
codificados para los entremetidos que se sentían moralmente superiores y que
gozaban con el espectáculo de una mujer a la que se hacía caer públicamente en
desgracia. Aunque la nueva ley permitía que una mujer se divorciase de su esposo
por adulterio, no la forzaba hacerlo, y tenía prohibido denunciarlo criminalmente.
Es decir que el adulterio era un delito público sólo para las mujeres.19
Las nuevas leyes convertían también en delito que un hombre tuviese
relaciones sexuales con cualquier mujer fuera del matrimonio, excepción hecha
de las prostitutas. Esto, aplicado a las mujeres de clase alta, significaba que no
podían tener ninguna clase de relación sexual, a menos que estuviesen casadas.
Como señal de protesta algunas mujeres se apuntaron en el registro de prostitutas
[ LAS MUJERES A LAS PUERTAS: LA MISOGINIA EN LA ANTIGUA ROMA ]
[ 58 ] que llevaban las autoridades romanas responsables de supervisar los 35 burdeles
oficiales de la ciudad. Esta acción desesperada fue eliminada después cuando
Tiberio, el sucesor de Augusto, prohibió que las mujeres de familias respetables
(es decir, de clase media o senatoriales) se registrasen como meretrices.
Augusto proclamó esta nueva legislación desde la antigua tribuna, la pla
taforma de los oradores en el Foro, que redecoró con mármoles y proas de barco
hechas de bronce. Son las únicas leyes expedidas durante su largo reinado a las
cuales dio su nombre (Julia, en honor de su familia, los Julianos, de la que lo
había hecho parte, por adopción, Julio César), señal de la importancia que les
concedía. Fue uno de los momentos de más orgullo como gobernante. Se declaró
que Augusto había vuelto a fundar Roma. Poco después, en el 2 a.C., el senado
lo proclamó padre de su país, y fue el primer romano en recibir tal honor. Pero
la ley Julia era enormemente impopular. En vista de las libertades morales de
que gozaban los hombres y las mujeres de Roma era inevitable una represalia
contra esa legislación. Para el orgulloso emperador se presentó de la manera más
humillante posible.
Al cabo de unas semanas, días, tal vez, de la proclamación por el senado,
Julia, la hija de 37 años del “padre de su país”, se burló de esas leyes de una
manera increíble que hizo estremecer los cimientos del nuevo orden moral que
su padre había tratado de imponer. Si en la época hubiesen existido periódicos
amarillistas la primera plana seguramente hubiese revelado: “Julia causa shock
por orgía: retozos sexuales en la tribuna”.
Según el filósofo estoico y consejero imperial Séneca, “Había recibido
hordas de amantes. Había vagado por la ciudad regodeándose por las noches,
escogiendo para sus placeres el Foro y la tribuna misma desde la que su padre
había propuesto la ley sobre el adulterio”. Se la acusó de buscar toda clase de gra
tificaciones de amantes efímeros.20 Incluso se le imputó haberse contratado como
prostituta. (Las mismas imputaciones se harían posteriormente contra Mesalina,
la esposa del emperador Claudio.)
Las anécdotas que sobreviven sobre Julia, la única hija de Augusto, pintan a
una joven llena de ingenio y de fuerte voluntad. Una vez, su padre hizo un comen
tario poco favorable sobre la falta de modestia con que se vestía. Al día siguiente,
cuando apareció con las prendas apropiadas, él la felicitó, a lo cual ella respondió:
“Hoy me vestí para los ojos de mi padre, ayer para los de un hombre”.21
Empero, los talentos o ambiciones de las hijas tenían poca importancia en
comparación con su capacidad para tener hijos. Entre los 14 años, cuando Julia
se casó por primera vez, y los 28, tuvo tres maridos, todos escogidos por su padre,
que estaba desesperado por tener un heredero varón. En ocasiones la mujer debe
de haberse sentido como una incubadora imperial. Dio a luz, debidamente, a
tres niños y dos niñas, todos con su segundo esposo, Agripa, mano derecha de su
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
padre, que le doblaba la edad cuando se casaron. Pero ninguno de los varones [ 59]
sobrevivió para satisfacer los sueños de Augusto de encontrar un heredero varón
en su linaje directo. Fue una de las dos hijas, Agripina, la que logró brindarle un
heredero varón al trono: el emperador Calígula.
El comportamiento de Julia era algo más que una mera juerga alocada. El
momento y el lugar de la orgía en la tribuna se calcularon para lograr el máximo
efecto. En el mismo año en que Augusto fue declarado padre de su país su hija
demostró su total fracaso como padre de su propia familia. Sabía cómo una hija
podía herir más intensamente a su padre. Su promiscuidad fue la venganza de
una hija que se rebelaba de la única manera en que podía hacerlo: buscando su
propia gratificación personal, como lo señala horrorizado Séneca. Estaba prac
ticando la política sexual, obligada a ello porque su cuerpo se había convertido
en una mercancía política. Paradójicamente, al entregarlo lo estaba reclamando
como propio. Pero los actos de Julia fueron actos de desafío político así como
de protesta personal. Las leyes de Augusto eran profundamente impopulares (tal
como lo observó Livio), y en ningún lado tanto como en el grupúsculo de los inte
lectuales en el que participaba Julia y a partir del cual se desarrolló una rebelión
contracultural. Algo parecido ocurrió en Estados Unidos y en otras democracias
occidentales con la revolución sexual de los años sesenta contra el código moral
conservador y orientado a la familia de las décadas previas.
Augusto, enfurecido, no trató de mantener secreto el escándalo. Arrastró
a su hija y sus amigos ante los tribunales, y la acusó de promiscuidad y adulterio,
así como de prostituirse. El tribunal oyó toda la escandalosa historia. Julia fue
condenada. Su padre la desterró para siempre. Murió dieciséis años más tarde,
sin haber vuelto a verlo ni regresado a Roma.
Con eso se había montado el escenario para una de las grandes creacio
nes de la misoginia. Catón el Viejo Ies había advertido mucho tiempo atrás a sus
compatriotas romanos, cuando las mujeres estaban exigiendo el derecho a vestir
prendas hermosísimas, que “la mujer es un animal violento y sin control”, a la
cual cualquier concesión, en materia de libertad, la conducirá al abandono total
y al derrumbe de todas las normas morales. Ese temor se encarnó en Mesalina,
la esposa del emperador Claudio (10 a.C.-54 d.C.).
Mesalina era bisnieta de Octavia, hermana de Augusto, que se casó con
Marco Antonio tras la muerte de Fulvia. Se casó con Claudio en el año 37 d.C.,
cuando probablemente era una adolescente (aunque no se sabe con certeza en
qué año nació) y él tenía casi 47. Cuatro años más tarde, tras el asesinato de
Calígula, Claudio lo sucedió como emperador, cargo que ocuparía durante trece
años. Fue tal vez el más inusual de los gobernantes romanos; se lo retrata como un
excéntrico de inclinaciones académicas, inepto y entregado por entero al estudio
de la historia arcana. En dramático contraste, su joven esposa ha sido identificada
[ LAS MUJERES A LAS PUERTAS: LA MISOGINIA EN LA ANTIGUA ROMA ]
[6c j con un padecimiento psicosexual: “Heterosexualidad excesiva (promiscuidad) o
lo que se conoce como complejo de Mesalina...”22
Según Havelock Ellis, uno de los expertos en sexualidad más famosos
del siglo xx: “Para el tipo Mesalina el sexo no es un verdadero placer. Es sólo un
intento por hallar alivio para una infelicidad más profunda. Podría considerárselo
una huida hacia el sexo.”23
En la época moderna se han expuesto diversas teorías para explicar “el
tipo Mesalina”, desde la frigidez, pasando por instintos maternos frustrados, hasta
el lesbianismo latente; más recientemente se ha cuestionado la idea misma de que
exista la ninfomanía.24 Pero la Mesalina de la historia es más que una categoría
psicológica. Entre otras cosas, es uno de los ejemplos más notorios de cómo el
prejuicio funciona como una especie de reduccionismo.
La importancia histórica de Mesalina se deriva del hecho de que fue apenas
la segunda mujer en convertirse en emperadora romana. El único modelo que
tenía era Livia, la austera esposa de Augusto, cuya vida privada era tan impecable
como la de cualquier matrona. En al menos una cosa, Mesalina parece haberla
imitado: su decisión de librarse de cualquiera de quien se sospechaba sintiese
hostilidad hacia ella o su esposo, o que pudiera albergar ambiciones de suplantar
a su hijo Británico como heredero de Claudio. En ese sentido era brutalmente
eficiente y eliminaba a los rivales potenciales del dominio de los Julios-Claudios
antes de que fuesen capaces de actuar. Pero la Mesalina que ha llegado hasta noso
tros no es la política implacable, sino la ninfomaniaca, gracias, en gran medida,
al retrato que de ella pinta el poeta Juvenal en su Sexta sátira. En ella la acusa de
escabullirse por las calles oscuras en cuanto se dormía Claudio, con el cabello
negro oculto por una peluca rubia, para entrar a un prostíbulo:
Mira a esos padres de los dioses, y oye que lo que ha sufrido Claudio.
En cuanto su augusta esposa se aseguraba de que su marido dormía,
esta puta imperial prefería, antes que una cama en el palacio, un infame
colchón, se cubría con la capucha que usaba por las noches, se escabullía
por las calles sola, o con un único acompañante, ocultaba su negro cabello
con una peluca rubia y entraba en un burdel.
Apestando a sábanas usadas, aún calientes, su celda le estaba reservada,
vacía, apartada en nombre de Licisca. Allí se desnudaba, exhibía sus tetas
doradas y las partes de las que provenía Británico, recibía a los clientes
con gestos más que invitantes, solicitaba y obtenía su precio y se pasaba
una noche maravillosa, luego, cuando el lenón dejaba que las chicas se
fueran, partía entristecida, la última en irse, aún caliente, con una erección
de mujer, cansada por sus hombres pero aún insatisfecha, con las mejillas
manchadas, arranciada por el olor de las lámparas, inmunda, totalmente
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
repugnante, perfumada con el aroma del prostíbulo, y volvía a casa, por [ 61 ]
fin, a su almohada.25
Sus apetitos son siempre los mismos, sin importar de qué clase provengan;
elevada o baja, sus lujurias son todas parecidas...26
¿Pero este retrato será también un mito? Juvenal estaba escribiendo unos
sesenta años después del reinado de Claudio, y la nueva dinastía bajo la cual vivía
era opuesta a la de los Julios-Claudios. Había hecho su reaparición la virtuosa
matrona romana encarnada en las esposas de los emperadores Trajano (98-117
d.C.) y Adriano (117-138 d.C.). Además, Juvenal era un satírico, entregado a ridi
culizar los vicios de la humanidad y de la sociedad. El método satírico involucra
llevar los vicios a los extremos, en busca de efectos tanto cómicos como morales.
No hay nada que disfruten más los moralistas de todas las épocas, ya sea la Roma
del siglo n o los Estados Unidos del XXI, que horrorizar a su público apelando
a sus temores y prejuicios más profundos. Puede discutirse en qué medida el
mismo Juvenal era un misógino, pero sin duda se dirigía a la misoginia de su
público. Y lo hacía con notable elocuencia, tal como lo hicieran antes y después
tantos otros misóginos. La Sexta sátira de Juvenal es un ejemplo más de lo que a
primera vista parecería ser una paradoja respecto a la misoginia; ha inspirado más
literatura grandiosa que cualquier otro prejuicio. Uno no se puede imaginar que
el antisemitismo o cualquier otra clase del prejuicio produjese buena poesía. La
paradoja toca el corazón mismo de la misoginia y su contradicción más profunda.
El retrato que pinta Juvenal de la mujer a la que desaprueba tan enérgicamente
está matizado por la fascinación y el deseo. Y son ese deseo y fascinación, tanto
como su indignación, los que lo vuelven elocuente.
Mesalina estuvo siete años junto a Claudio, y al parecer durante ese lap
so él no tuvo ningún conocimiento de sus aventuras sexuales. El incidente que
precipitó su caída del poder ha dejado perplejos a los historiadores. En 48 d.C.,
cuando el emperador estaba fuera de Roma, se casó con el amante que en ese
momento era su favorito, un guapo aristócrata llamado Cayo Silio, en el curso
de un festival de las bacanales. La teoría de que el matrimonio fue parte de un
complot para remplazar a Claudio como emperador no se sostiene, en vista del
historial de Mesalina de defender los intereses de su hijo como futuro gobernante.
¿Por qué habría de confiar a Británico al cuidado de un padrastro que ya tenía
[ LAS MUJERES A LAS PUERTAS: LA MISOGINIA EN LA ANTIGUA ROMA ]
[ 61 ] hijos propios? Tanto sus intereses como los de su hijo estaban mejor protegidos
garantizando la supervivencia de Claudio. El historiador Cornelio Tácito da una
explicación más razonable y menos complicada: “El adulterio de Mesalina fun
cionaba tan bién que ella, por aburrimiento, iba recayendo en nuevos vicios...
la idea de ser llamada esposa [de Silio] le resultaba atractiva simplemente por
escandalosa: la máxima satisfacción de una sensualista.”27
El matrimonio de Mesalina fue el equivalente moral de la diversión sexual
de Julia en la tribuna desde la cual su padre había pronunciado sus leyes contra
el adulterio, desafiante acto de teatro sexual. Pero carecía de la motivación polí
tica de Julia. Mesalina fue descubierta rápidamente y la lista de sus escandalosas
transgresiones sexuales le fue entregada a Claudio por los hombres del emperador,
preocupados por la creciente licenciosidad de la mujer. A ella se le ordenó come
ter suicidio. Pero la fortaleza de la joven la abandonó y un oficial de la guardia
pretoriana la mató a puñaladas.
Para un relato más contemporáneo de las batallas dinásticas de Roma
durante el siglo i tenemos que acudir al genio sombrío e irónico de Tácito,
que reflexiona sobre los años en los cuales la familia de los Julios-Claudianos
estaba reforzando su ensangrentado control de la maquinaria administrativa
que manejaba el vasto imperio. Nos brinda retratos extraordinarios de los prime
ros Césares y de sus esposas. No hay ninguno más evocador que el de la mujer
que sucedió a Mesalina como emperatriz, Julia Agripina, la madre de Nerón.
Agripina estuvo más cerca del poder que cualquier otra mujer romana antes o
después de ella.
Los conservadores y los misóginos utilizaron el extraordinario ascenso al
poder de Agripina como prueba de que Catón el Viejo había tenido razón cuando
más de doscientos años antes había advertido sobre los peligros de la emancipación
femenina y el temor de que las mujeres adquiriesen poder político: “Una vez que
alcancen la igualdad serán sus amas...”
Agripina fue una de los nueve hijos de Germánico, el popular sobrino del
emperador Tiberio, y de Agripina la Vieja, una de las hijas de la primera Julia,
la condenada hija de Augusto. Seis de esos hijos, tres varones y tres mujeres,
sobrevivieron para llegar a la edad adulta. Sólo una de ellos, la hermana menor
de Agripina, Drusila, falleció por causas naturales. Todos los demás habrían de
morir violentamente, víctimas de las luchas dinásticas que le dieron forma al
imperio temprano. Agripina viviría para llegar a ser hermana, esposa y madre de
emperadores. El chismorreo malicioso dice que fue amante de los tres.
Como descendiente de la hermana de Julio César, Agripina heredó una
tradición imperiosa, que en su ambicioso carácter se plasmó tan plenamente como
el de su madre. Agripina la Vieja, mientras acompañaba a su marido en una cam
paña en Germania, impidió que una legión aterrorizada abandonase su puesto al
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
hacerse cargo del mando y mantener un importante cruce del río Rin hasta que [ 63 ]
Germánico y su ejército regresasen de una peligrosa expedición al interior. Ger
mánico era el John Fitzgerald Kennedy de Roma, una de las grandes posibilidades
truncadas, despojado del poder absoluto por una muerte prematura (y sospecho
sa). La madre de Agripina gozaba del apoyo de una poderosa facción romana a
la que Tácito llamó “el partido de Agripina”, que pretendía hacerlos llegar a ella
y a sus hijos al poder supremo. Ya había comandado tropas, ahora comandaba un
partido; se ganó el oprobio de ser calificada como mujer “masculina”. Pero más
que eso, su ambición “masculina” inspiraba temor. Tiberio le preguntó: “Hija mía,
¿crees que te va mal si no gobiernas?”. Finalmente él se vio forzado a exiliarla.
Ella, en señal de protesta, se abstuvo de comer y murió de hambre en el año 33.
Su hija Julia Agripina tenía casi 18 años. Habría de vivir para provocar los mismos
calificativos e inspirar los mismos temores.
Agripina la Joven se casó con Claudio, su tío y tercer esposo, en el año 13
d.C., tras la aprobación de una ley especial que hacía legal el matrimonio entre
sobrina y tío. “A partir de ese momento el país quedó transformado” escribió
Tácito. “Se le rendía obediencia completa a una mujer, y no a una mujer como
Mesalina, que jugaba con los asuntos públicos para satisfacer sus apetitos. Este era
un despotismo vigoroso, casi masculino.”28
Al cabo de un año la nueva esposa aparecía en las monedas oficiales junto
a Claudio, con el título de Augusta, lo que señalaba la primera ocasión en la que
la esposa de un emperador vivo gozaba de este honor. “No es posible exagerar
el significado de la elevación de Agripina”, escribió un historiador. “Tal vez, más
que cualquier otra cosa, transmitía la noción de una emperatriz, no, desde luego,
en el sentido técnico de una persona que cuenta con la autoridad formal para
tomar decisiones con fuerza de ley, sino de alguien que podía pretender la misma
majestad que revestía el cargo de emperador.”29
En 51 d.C., tras una larga guerra en la nueva provincia de Bretaña, el
rebelde celta Carataco fue llevado en cadenas a Roma. Agripina apareció con
el emperador para recibir a las legiones triunfantes y a sus prisioneros, algunos
de los cuales fueron liberados. Tácito apuntó:
¿Cómo puede ser decente una mujer que se pone un casco en la cabeza,
negando el sexo con el cual nació? [...]
[ LAS MUJERES A LAS PUERTAS: LA MISOGINIA EN LA ANTIGUA ROMA ]
[66] Éstas son las mujeres que transpiran en las prendas más delgadas y vapo
rosas; hasta las telas más transparentes son demasiado cálidas para su
delicado cuerpo.
Oirla gruñir y gemir mientras se esfuerza, parando un golpe, dándo
lo...33
l ascenso del cristianismo desde ser una secta oscura hasta con
E
vertirse en la religión dominante del mundo, es un fenómeno sin
precedentes en la historia humana. Lo es también el poder y la
complejidad de su visión misoginia, que se deriva esencialmente
de tres fuentes.
Los primeros cristianos tomaron de los judíos el mito de
la caída del hombre, así como la noción de pecado y un profundo
sentimiento de vergüenza. Más tarde, adoptaron de los griegos
aspectos de la filosofía dualista de Platón y las pruebas “científicas”
de Aristóteles respecto a la inferioridad inherente de las mujeres.
A este poderoso brebaje el cristianismo mismo contribuyó con su
principio central y singular, que Dios había intervenido la historia
humana en la persona de Jesucristo, a fin de salvar a la humanidad
de la muerte, el pecado y el sufrimiento, efectos malignos de la
caída de la gracia, producida por la mujer.
Los cristianos habían heredado la actitud judía hacia la
historia como el despliegue reordenado del plan divino: la Iglesia
elegida sustituyó al pueblo elegido, de la misma forma que, siglos
más tarde, Karl Marx trasladaría el manto del determinismo históri
co a los hombros de la clase elegida. Pero ninguna otra religión, ni
antes ni después, ha tenido tanta audacia o ingenuidad como para
afirmar que Dios fue un personaje histórico tan real como Julio
César o Marilyn Monroe, y que la salvación sólo estaría al alcance
de quienes lo reconociesen. Se dotó a la enseñanza cristiana con
el poder de la revelación divina. Esto, respaldado por una institu
ción agresiva, con espíritu de cruzada y omnipotente, resultó ser
una combinación letal, en especial para los herejes y las mujeres.
La ironía más amarga es que, durante los primeros tres siglos del
cristianismo, las mujeres fueron una de las claves de su notable
éxito, gracias al hecho de que les daba una clase de liberación
totalmente insólita en el mundo antiguo.
La dieta de la misoginia judía tenía ya una larga historia
en el momento en que fue absorbida por las enseñanzas cristianas.
Pero en gran medida hubiese seguido siendo irrelevante para el
[70 ] resto del mundo de no haber sido por los diversos acontecimientos que se produ
jeron a mediados del siglo I d.C. en relación con un oscuro profeta llamado Jesús.
Así, lo que parecía no ser más que otra escisión en las filas siempre beligerantes
del judaismo atrajo muy poca atención en su momento. Si hubiesen existido los
titulares de los periódicos, éstos se hubiesen ocupado de la sangrienta caída de
Sejano, el favorito del emperador Tiberio, y el conflicto resultante que se produ
jo dentro de la elite gobernante de Roma; lo que ocurría en Judea no hubiese
sido digno siquiera de una mención en la última página. No obstante, gracias al
extraordinario triunfo del cristianismo a lo largo de los siguientes siglos, un puña
do de proverbios y prácticas pertenecientes a una nación pequeña y políticamente
insignificante han alcanzado un estatus casi universal. El mito de la creación, tal
como se lo narra en el Génesis, resulta central ahora para las creencias de dos mil
millones de cristianos en 260 países; es decir, casi una tercera parte de la población
mundial ha heredado un mito que culpa la mujer de los males y sufrimientos de
la humanidad.
A diferencia de lo que ocurrió con la misoginia griega, la versión judía,
junto con la religión judía, se mantenían en el nivel del proverbio, la parábola y la
práctica. En lugar de filosofía, los judíos tenían vastos comentarios e interpretacio
nes de los textos sagrados. Pero las semejanzas entre los mitos de la creación y de la
caída del hombre resultan claras. Igual que en el mito griego, en la tradición judía
Dios crea al primer hombre, Adán, como ser autónomo que vivió en existencia feliz
y satisfecha en el jardín del edén. Su única comunión es con lo divino. Eva, como
Pandora, es una ocurrencia posterior. Es creada de una costilla de Adán porque
Dios creyó que éste necesitaba “una ayuda”. Y tal como ocurre con su equivalente
griega, Pandora, Eva es desobediente e ignora la instrucción de Dios de no comer
el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. “La serpiente me engañó,
y comí”, confiesa Eva con bastante desparpajo (Génesis, 3:13).
El Dios del Antiguo Testamento se muestra exactamente tan vengativo
como Zeus. Le dice a Eva:
“Multiplicaré en gran manera tus dolores y tus preñeces; con dolor parirás
los hijos; y a tu marido será tu deseo, y él se enseñoreará de ti” (Génesis, 3:16).
El mensaje para Adán es claro: “Y enemistad pondré entre ti y la mujer”,
le dice Dios en lo que resultaría ser una profecía autocumplida (Génesis, 3:15).
El universo moral del judaismo difería marcadamente del vigente en el
mundo clásico de tal manera que, a través del cristianismo, afectarían de modo
profundo el desarrollo de la misoginia. Estaba dominado por un sentimiento de
pecado, concepto desconocido para sus vecinos griegos y romanos. Zeus y las
demás divinidades tenían rencores y quejas contra algunos mortales, pero con
excepción del castigo infligido a la humanidad debido a la desbordante ambición
de Prometeo (véase el capítulo: Las hijas de Pandora), raras veces amenazan con
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
castigar al mundo por esta o aquella violación. Pero Jehová se ofendía fácilmente, [ 71 ]
veía pecados por doquier, y a lo largo de gran parte del Antiguo Testamento está
sentado en el cielo con el dedo puesto, metafóricamente, en el botón nuclear:
Y dijo Jehová: Raeré los hombres que he criado de sobre la faz de la tierra,
desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo: porque
me arrepiento de haberlos hecho (Génesis, 6:7).
El Dios del Antiguo Testamento era notable, si acaso no único, entre las
divinidades, por ser, al mismo tiempo, grandioso y extraordinariamente mezqui
no, creando en un instante el universo y en otro haciendo que se cayese el ca
bello de las mujeres.
En Ezequiel, Dios va aún más allá de las amenazas para que las mujeres
tengan un mal día con su cabello. Las que estén acusadas de idolatría, así como
de adulterio y prostitución con los asirios y los egipcios, a los que les permiten
apretar y acariciar su seno, deberá “beber una copa de horror y desolación...”
Y pondré mi celo contra ti, y obrarán contigo con furor; quitarte han tu
nariz y tus orejas... Y la compañía de gentes las apedreará con piedras,
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
y las acuchillará con sus espadas: matarán a sus hijos y a sus hijas, y sus [ 73 ]
casas consumirán con fuego. Y haré cesar la depravación de la tierra, y
escarmentarán todas las mujeres, y no harán según vuestra torpeza (Eze-
quiel, 23:47-48).
Porque untan su piel con afeites, se manchan las mejillas con colorete, se
hacen prominentes los ojos con antimonio, pecado contra El. Supongo
que para ellas la habilidad artística de Dios es desagradable. En sus per
sonas, me imagino, sentencian, censuran, al artífice de todas las cosas.
Porque censurarlo es lo que hacen cuando corrigen, cuando le añaden a
su obra, tomando esas adiciones, desde luego, del artífice adversario. Ese
artífice adversario es el demonio. Porque quién mostraría el camino para
cambiar el cuerpo sino aquel que con su maldad transfiguró el espíritu
humano.20
La sentencia de Dios sobre tu sexo vive hasta esta era: la culpa, necesaria
mente, también debe seguir viva. Eres el portal del demonio: eres la que
arrancó el sello de ese árbol prohibido: eres la primera desertora de la ley
divina: eres aquella que convenció a aquel a quien el demonio no tenía
el valor de atacar. Destruiste tan fácilmente al hombre, imagen de Dios.
Debido a tu deserción [es decir, la muerte] hasta el hijo de Dios debió
morir. ¿Y piensas en adornarte por encima de tus túnicas de pieles?22
Tertuliano truena contra las mujeres al estilo del Dios del Antiguo Testa
mento que la amenazara alguna vez con que haría que se les cayese el cabello.
Pero su tono y sus palabras son mucho más amenazantes. No sólo se hace a las
mujeres responsables de la caída del hombre, sino que es a ellas —no a los judíos,
no a los autoridades romanas— a quienes se culpa por el sufrimiento y la muerte
de Jesús, redentor del hombre. Es a través de su carne que el demonio llega al
mundo. De hecho, sin pensar en las actitudes del mismo Jesús hacia las mujeres,
Clemente de Alejandría afirma que la misión de Jesús había sido, específicamen
te, “deshacer la obra de las mujeres”, por la cual entendía el deseo sexual, el
nacimiento y la muerte. Sus palabras se asemejan a las del Eclesiastés (3:19): “Y
el matrimonio siguió a la mujer, y la reproducción al matrimonio, y la muerte a
la reproducción”. '
[ INTERVENCIÓN DIVINA: LA MISOGINIA Y EL ASCENSO DEL CRISTIANISMO ]
[ si ] Con el cristianismo hubo un concepto nuevo en el mundo: el concepto de
salvación. Cada vez más, a medida que su fe se debatía por definirse a sí misma,
los cristianos creían que la salvación sólo podía alcanzarse mediante el rechazo
del sexo. Este sentimiento se intensificó hasta alcanzar niveles inauditos durante
el siglo ni. Fue acompañado de una misoginia de ferocidad nunca antes vista.
El antecedente de estos acontecimientos fue una crisis que se produjo unos
doscientos años después de la muerte de Jesús, cuando la civilización occidental
casi se había extinguido. Su impacto sobre la forma en que la gente pensaba y
sentía acerca de sí misma y del mundo fue aún más desestabilizador que el que
tuviera la guerra del Peloponeso sobre los atenienses del siglo v a.C. (véase el
capítulo: Las hijas de Pandora). Una serie de guerras de sucesión debilitaron
internamente a Roma: entre los años 235 y 28423 veinte emperadores ascendieron
al poder, y una inflación sin control amenazaba al imperio con el derrumbe eco
nómico. Las hordas bárbaras irrumpieron más allá de las fronteras y penetraron
hasta el interior de las provincias imperiales, antes tranquilas. Por primera vez en
setecientos años Roma tuvo que rodearse de enormes muros.24 Un emperador
romano inclinó la rodilla ante un rey persa.25 Dos grandes epidemias de lo que
ahora se cree fueron los primeros estallidos de viruela y sarampión golpearon a
las grandes ciudades y su entorno rural, causando la muerte de entre la cuarta
y la tercera parte de las personas y ahondando una crisis poblacional que ya era
profunda.26 Raras veces el mundo había parecido más cambiante y transitorio. Y
fue durante esas décadas de desastre y desesperación cuando el cristianismo gozó
de su periodo de crecimiento más rápido; cuando esto concluyó la fe contaba con
más de seis millones de miembros, lo que la convertía en una fuerza que había
que tomar en cuenta.27
Desde san Pablo, en el seno del cristianismo siempre había predominado
un intenso sentimiento de ambivalencia respecto a la sexualidad. Pero los pri
meros cristianos experimentaban la alegría de creer que el retorno de Jesús era
inminente, y que entonces todos esos problemas se resolverían. Ese estado de
ánimo fue cambiando a medida que pasaba el tiempo. Orígenes (185-254 d.C.),
el primer filósofo verdadero de la Iglesia primitiva, decidió no esperar al reino de
los cielos y resolvió el conflicto entre el cuerpo y el alma cuando se hizo castrar.28
Durante los siglos m y IV el deseo de evitar las tentaciones de la carne se radica
lizó para convertirse en un cabal rechazo del cuerpo. En su Decadencia y caída del
imperio romano, Edward Gibbon observó que los cristianos sentían “desprecio por
su existencia presente”, la cual creían no era más que una fase transitoria que era
necesario soportar. Algunos declaraban “un boicot del vientre”. Una joven esposa
que se convirtió al cristianismo rechaza con estas palabras a su marido cuando se
acerca a su cama: “No hay lugar para ti junto a mí porque mi señor Jesús, con el
que estoy unida, es mejor que tú”.29 Otra joven transmite su rebelión contra el
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
matrimonio y la reproducción informándoles a sus padres que se niega a lavarse. [ 83 ]
Posteriormente san Jerónimo (342-420 d.C.) ensalzaría a Paula, “asquerosa de
sucia”, como ideal de la feminidad cristiana.30 Según Brown, “romper el hechizo
del lecho era romper el hechizo del mundo”.31 El efecto, de estos sentimientos
hizo que el cristianismo temprano —con su hostilidad por el sexo, desprecio del
estado conyugal y obsesión por la virginidad— fuese uno de los movimientos más
profundamente antifamiliares que han existido jamás.
En la mitad oriental del imperio este sentimiento contra la familia se
expresó de la forma más radical en el ascenso del ascetismo militante. No es sor
prendente que el Mediterráneo oriental, cuna originaria de la misoginia, diese a
luz también su manifestación más profunda y perturbadora. Juan el Bautista había
sentado un precedente bíblico al vivir en el desierto, sobreviviendo de langostas y
miel silvestre. El mismo Jesús había pasado cuarenta días y cuarenta noches en la
desolación. Durante los siglos 111 y rv, miles de monjes, conocidos colectivamente
como “los padres del desierto”, se refugiaron del mundo en los desiertos de Siria
y Egipto, viviendo en cuevas o en chozas primitivas, e incluso encima de pilares, a
veces solos, otras en pequeñas comunidades. Huir de la sociedad era muchísimo
más fácil que huir del cuerpo, que tiene la costumbre de andar con uno junto con
su bagaje de deseos y necesidades, especialmente las relacionadas con las mujeres.
“Tortura tus sentidos, porque sin tortura no hay martirio”, le aconsejaba
un anciano monje a un neófito.32 El hechizo del lecho se transfiguró en una
pesadilla de autoaborrecimiento a medida que las tendencias misóginas se inten
sificaban hasta alcanzar niveles psicópatas, creando escenas como de película de
horror barata. Un monje asceta, enloquecido de lujuria, desenterró el cadáver
descompuesto de una mujer, impregnó su manto en la carne putrefacta, lo olió
y luego hundió la cara en él. Esperaba —sin duda con cierta justificación— que
eso le hiciese olvidarse de las mujeres por el resto de su vida.33
Mientras tanto, en Occidente, el cristianismo estaba experimentando otras
transformaciones profundas que afectarían la historia de la misoginia. Había lle
gado a ser tan poderoso como religión y como fuerza cultural que las autoridades
se vieron obligadas a reconocerlo. En el año 313 el emperador Constantino (306-
337) expidió el edicto de Milán, proclamando la tolerancia religiosa. En forma de
catolicismo, la Iglesia universal, dominada por el obispo de Roma, el cristianismo
empezó a asumir el papel de la religión establecida, regida por una clase clerical
más decidida que nunca a restringir el papel de las mujeres. Pocos años antes
el consejo eclesiástico de Elvira había emitido una serie de reglas que imponían
controles estrictos sobre las mujeres, tanto sexual como socialmente. Los clérigos
podrían seguir estando casados pero tenían prohibido mantener relaciones sexua
les con sus esposas. A los cristianos se les prohibía tenerlas con los judíos. De las
81 reglas puestas en vigor, 34 eran códigos que aplicaban mayores restricciones al
[ INTERVENCIÓN DIVINA: LA MISOGINIA Y EL ASCENSO DEL CRISTIANISMO ]
[ «4 ] matrimonio y al comportamiento de las mujeres, especialmente en relación con
su papel en la Iglesia. Era como si los mismos clérigos del consejo se prohibiesen
el sexo y luego volcasen su ira contra las mujeres.34
Siete años después del edicto de Milán, Constantino, como primer empe
rador cristiano, reveló la firme mano de la nueva moral cada vez más absolutista.
Aprobó una ley que castigaba con la pena de muerte a cualquier virgen y su galán
por el crimen de huir juntos. La pena para cualquier esclava que se afirmara había
colaborado en esa huida (y siempre se sospechaba de tal colaboración) era la
muerte con plomo fundido vertido por la garganta. El consentimiento de la joven
para escapar se consideraba irrelevante “en razón de la invalidez asociada con la
irresponsabilidad y falta de lógica del sexo femenino”.35 Encontramos aquí ecos
de la antigua misoginia de Solón y de Catón, pero impuesta con una brutalidad
horrorosa.
La creciente intolerancia se manifestaba también de otras maneras. Duran
te el reinado del piadoso emperador católico Teodosio I (379-395 d.C.) las turbas
cristianas se soltaron enloquecidas por las calles, haciendo caer la cabeza de las
estatuas de las vírgenes vestales del Foro romano (donde hasta el día de hoy es posi
ble ver el resultado de su vandalismo), atacando templos paganos e incendiando
una sinagoga.36 La revolución contra el cuerpo llevó a su fin a los juegos olímpicos
en el año 393, porque los atletas competían desnudos. El cuerpo, como tema del
arte, desapareció de la vista en Occidente durante alrededor de mil años. Otro
indicio de lo que deparaba el futuro a medida que la Iglesia reforzaba su control
sobre el comportamiento sexual se produjo en el año 399, cuando se llevaron a
cabo incursiones contra los burdeles homosexuales (que durante siglos habían
florecido en Roma). A los prostitutos que se encontró allí se los quemó vivos en
público. Habían sido condenados por interpretar el papel de la mujer en el acto
sexual; crimen contra la nueva ortodoxia que afirmaba que las diferencias entre
los sexos habían sido ordenadas irrevocablemente por Dios y que, por lo tanto,
eran eternas. El cristianismo más temprano había tolerado una noción más fluida
de lo masculino y lo femenino. Pero la fluidez, como la flexibilidad, tanto en pen
samiento como en obra, estaba llegando a su fin. La ortodoxia católica empezó
a definir todas las esferas fijas —social, moral, religiosa, intelectual y sexual— en
las cuales los hombres y mujeres estaban destinados a permanecer para siempre,
tan fijos como las esferas del cielo estrellado.
Sin embargo, si bien habría de dárseles una dimensión filosófica a las pro
fundas dualidades del cristianismo entre alma y cuerpo, hombre y Dios, varón y
mujer, el mundo del espíritu y el mundo de los sentidos, aún quedaba por realizar
una labor intelectual.
El cristianismo temprano era tan inocente de toda filosofía como el protes
tantismo estadunidense moderno. Su evangelismo relegaba el pensamiento racio
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
nal en favor de la revelación basada en la fe. Tertuliano desechó con desprecio [85]
cualquier sugerencia de que “los griegos” (como denominaba a los filósofos)
pudiesen servir de algo a los cristianos. La única excepción importante era el
cuarto evangelio, el de san Juan, con su marcada veta de pensamiento platónico:
“En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante Dios, y la Palabra era Dios”
(1:1). La palabra se identifica con la forma perfecta de Platón, que existe en un
estado de perfección intemporal entre el reino de los sentidos, la realidad absoluta
que los cristianos identificaban con el único Dios verdadero: ‘Y la Palabra se hizo
carne, puso su tienda entre nosotros, y hemos visto su Gloria: la Gloria que recibe
del Padre el Hijo único, en él todo era don amoroso y verdad” (1:14).
De esta forma declara Juan que la perfección de la eterna presencia divina
hizo su entrada al escenario de la historia en la persona de Jesús. La forma per
fecta de Platón se había vuelto humana, lo ideal se había fusionado con lo real,
declarando el fin del dualismo. De manera que una de las profundas ironías del
cristianismo es que cuando comenzó a absorber sistemáticamente el platonismo
(para volverse catolicismo), fue como justificación filosófica para el conjunto de
dualidades sobre las que se basaba el pensamiento cristiano acerca del mundo.
Hay dos razones por las cuales el catolicismo estuvo tan dispuesto a adoptar
el platonismo. La atracción de Platón se hacía sentir sobre bases tanto intelectuales
como sociales. Su teoría de las formas se adaptaba muy bien a una religión que
subrayaba la importancia del otro mundo y expresaba su desprecio por éste. Su
teoría de la sociedad, tal como se la plasma en La república, atraía directamente a
una Iglesia que estaba desarrollando una estructura jerárquica cada vez más elabo
rada, con una casta gobernante de clérigos que, como los guardianes platónicos,
han captado la verdad absoluta y están allí a fin de interpretarla para los fieles y
protegerla de los herejes. Según Bertrand Russell, Orígenes fue el primero en dar
inicio a la síntesis del pensamiento platónico y las escrituras judías. Pero habría
de ser san Agustín (354-430 d.C.), el más grande pensador desde Platón, quien
estableciese el edificio filosófico que sustentó intelectualmente la visión cristiana
del mundo, incluyendo su mirada misógina.
Aurelio Agustín, hijo de padres humildes quien nació en lo que es hoy el
este de Argelia, fue miembro de una familia que tipificaba el patrón que se vio
ya con el ascenso del cristianismo: Mónica, su madre, era cristiana, y su padre,
Patricio, era un pagano que se convirtió antes de morir. Tan intelectual y emocio
nalmente complejo como sexualmente motivado, Agustín empezó a vivir con una
concubina de Cartago cuando tenía 17 años. Mónica se mostró muy afectada y con
gran devoción deseaba que su hijo se volviese católico y se entregase a cosas más
elevadas, de manera muy parecida a como las madres irlandesas rezarían después
con fervor para que sus hijos fuesen curas. Primero estudiante y después maestro
de gramática y literatura, Agustín se trasladó a Cartago, luego a Roma y a Milán.
[ INTERVENCIÓN DIVINA: LA MISOGINIA Y EL ASCENSO DEL CRISTIANISMO ]
[ 86 ] Coqueteó durante años con el maniqueísmo, que finalmente rechazó debido a la
incoherencia de su cosmología.37Fue en Milán, en el año 386, por influencia de
los sermones de san Ambrosio, donde Agustín se convirtió al catolicismo. Pero
antes de encontrar al Señor había encontrado a Platón.
Agustín es una de esas personalidades que representan un parteaguas de
la historia. Se ubica en la gran división entre el mundo de la antigüedad clásica,
que había subsistido unos mil años, y el de la civilización cristiana. Es la primera
persona de la antigüedad que nos revela el torbellino de su mundo interior, tal
como lo registra en su notable obra Confesiones. Es como sintonizar un talk show
en televisión, en el cual el invitado está revelando su más profunda vergüenza,
su más grande amor, su peor pecado y su meta más elevada, un programa trans
mitido hace 1,700 años, pero que sigue teniendo la frescura de una entrevista de
Oprah Winfrey. En el centro del torbellino de la búsqueda de Dios, por parte de
Agustín, está la lucha entre el deseo de la carne y la fuerza de la voluntad, el pro
fundo dualismo que él incorporaría en el mismo corazón del catolicismo usando
el aparato filosófico de Platón. Su grito de angustia se hace eco del de san Pablo,
pero con un poder y una complejidad que el apóstol no puede igualar:
L
sico y el surgimiento del moderno presenciaron el desarrollo de
dos procesos en apariencia contradictorios: la beatificación de la
mujer y su demonización. La Edad Media empezaría por elevar a
las mujeres hacia el cielo y terminaría consignando a muchos miles
de ellas al infierno. Sin embargo, en este último caso el proceso
era algo más que místico o metafórico. Las llamas eran muy reales.
Marcaron un periodo extraordinario durante el cual la imagina
ción humana se elevó con las grandes torres de las catedrales góti
cas de Francia, que parecían rozar el piso mismo del paraíso. Fue
también un periodo en el cual el espíritu humano se convulsionó
con estallidos de histeria masiva, pogroms y cacerías de brujas que
convirtieron a esa época en una de las regiones infernales más
terribles que aquél haya visitado jamás.
En el año 431 el supremo consejo de la Iglesia católica
declaró que María, una joven campesina judía de Palestina, era
la madre de Dios. La muchacha, acerca de la cual, en términos
históricos, no se sabía prácticamente nada aparte de su nombre,
no sólo era la madre de un dios —-y en el mundo clásico los dioses
eran tan numerosos como lo son las celebridades en el mundo
moderno—, sino la madre del único Dios creador de todo el uni
verso. Los demás dioses habían sido desterrados o transformados
por san Agustín en demonios, dejando al dios cristiano rigiendo el
cosmos en solitaria majestad. María era su madre, Theotokos (la que
da a luz al dios). Debido a esta singular propiedad, María habría
de desempeñar no sólo un papel sin precedentes en la historia de
la religión, sino una parte vital y determinante en la historia de
la misoginia.
La proclamación hecha por la congregación de los obispos
se produjo tras un acalorado debate en el curso del cual por las
calles de Efeso —la antigua ciudad ubicada en la costa oriental
de lo que es hoy Turquía—, donde se reunió el concilio, se mani
festaron multitudes a favor y en contra de la elevación de María
como Theotokos. Efeso era célebre como centro del culto a la diosa
virgen Diana, cuyo templo en ese lugar había sido una de las siete
maravillas del mundo antiguo, antes de ser destruido por un ejército de godos en
los disturbios del siglo m. Una de las personas que se involucró más activamente
en la controversia fue san Cirilo de Alejandría, todo un experto en incitar muche
dumbres: un feroz sermón suyo, dieciséis años antes, había instado a una turba
de cristianos a desollar viva a la filósofa pagana Hipada. Pero en esta ocasión, san
Cirilo estaba ardientemente en favor de promover a la mujer, bajo la forma de
María, a la máxima altura imaginable, y excomulgó a Nestorio, el obispo de Cons-
tantinopla, quien había señalado que, ya que Dios había existido desde siempre,
era imposible que María o cualquier otra mujer, por virtuosa y milagrosa que fuese,
hubiese sido su madre. A Nestorio le preocupaba que declarar Theotokos a María
la elevase al nivel de una diosa, lo que olía a paganismo; tal vez al dirigirse a las
reuniones del consejo, que se llevaban a cabo en la Iglesia de la Virgen María,
les había echado una ojeada a las ruinas del templo de Diana, y se preocupaba
de que la iglesia católica corriese el peligro de remplazar a una diosa virgen por
otra. Unos cincuenta años antes otra docta congregación de eclesiásticos había
declarado ya que María era virgen perpetua. En todo caso la victoria de Cirilo
resultó popular para las masas, que llevaron a cabo una procesión a la luz de las
velas por las antiguas calles, para celebrar a María, madre de Dios. La persistencia
de la devoción por María ha resultado ser una de las características más notables
y perdurables del catolicismo. En 1950, 1,431 años después del concilio de Efeso,
enormes multitudes de fieles, que se decía ascendían a un millón de personas,
se reunieron en la plaza de San Pedro, en Roma, para aclamar la proclamación
del dogma de la asunción de María al cielo por parte del papa Pío XII, que reci
bieron con estallidos de cánticos, lágrimas y gozosas plegarias. Mientras tanto, la
joven campesina judía de Palestina encontraría su nombre en veintiocho iglesias
de Roma y millares más en el resto del mundo, y sería inspiración de algunas de
las obras de arquitectura y de arte (incluyendo la poesía y el canto) más grandes
que ha producido el mundo.
El debate sobre la condición de María fue originalmente producto de las
enconadas controversias en torno al estatus de su hijo, Jesús. Los obispos estaban
tratando de aclarar cuestiones relativas a su naturaleza: ¿debía ser definida como
humana, divina o alguna combinación de ambas? Con el tiempo la Iglesia ortodoxa
rechazó ambos extremos del argumento, que Jesús era humano o divino, en favor
de un complejo compromiso denominado consustanciación. Es decir, Jesús, como
hijo de Dios, era “consustancial” con su padre, compartía su naturaleza divina; al
mismo tiempo era “consustancial con la carne”, es decir que compartía plenamen
te la naturaleza humana. La condición de María, como la de cualquier otra madre,
se elevó junto con la de su hijo. Los Evangelios la habían descrito ya como virgen.
Para el siglo v la Iglesia decidió que había sido virgen antes, durante y después del
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
nacimiento de su hijo. Una vez establecida la naturaleza “consustancial” de Jesús [ 93 ]
con Dios, correspondía que María fuese declarada madre de Dios.
Después de eso, su ascenso por la escalera mitológica fue imparable, por
lo menos hasta la Reforma del siglo xvi. Por esa época el culto a María, en todas
sus complejas manifestaciones, había sustituido a la encarnación y la resurrección
como centros de fe para la enorme mayoría de los católicos. Los mil años transcu
rridos entre el cristianismo de los padres de la Iglesia y la culminación del culto
de María presenciaron un alejamiento de la expectativa de la segunda venida y las
esperanzas de redención inmediata que habían animado a los primeros seguido
res de la fe. Aunque los sacudimientos del milenarismo estremecieron a la Edad
Media, sobre todo a medida que se acercaba el momento, la gran mayoría de los
fieles no esperaban la redención en esta vida y se dirigían a María para que los
consolase en el arduo y doloroso paso al otro mundo.
Se consideraba inapropiado que la madre de Dios, al morir, tuviese el
mismo destino que otros mortales. A partir del año 600 la Iglesia celebró la fiesta
de la asunción el 15 de agosto, cuando se pensaba que María había sido elevada
corporalmente al cielo. Comparte el privilegio casi exclusivo de desafiar el destino
humano y existir en forma corporal en el paraíso con Jesús.1 Una vez instalada
entre los ángeles, junto a su hijo, no habría de pasar mucho tiempo antes de que
María fuese coronada como reina del cielo. Más tarde, se planteó la cuestión de su
propia concepción. Para algunos teólogos de la Iglesia resultaba impensable que
la virgen perpetua, madre de dios y reina del cielo hubiese estado contaminada
por el pecado original, compartiendo nuestra caída de la gracia divina, conse
cuencia directa de nuestra lascivia sexual. La ansiedad respecto que la pureza de
la madre de Dios estuviese manchada por este aspecto de la condición humana
preocupó a Duns Escoto ya en el siglo xrv. Pero hubo que esperar otros quinientos
años antes de contar con una decisión firme al respecto. En 1854 el papa Pío IX
proclamó la doctrina de la inmaculada concepción de María, lo que la convertía
en el único ser humano (aparte de Jesús) que se había librado de la mácula del
pecado original. Esto implicaba que María era el único ser humano (una vez más
aparte de Jesús) que había sido concebido en perfección, sin la tendencia innata
al pecado. Es decir que vivió una vida enteramente libre de tentación, superando
así el estado de perfección de que gozaran Adán y Eva en el jardín del Edén antes
de la caída.
Sin duda un progreso notable para unajoven campesinajudía de Palestina,
sobre todo si se toma en consideración la escasez de referencias a ella que hay en
la Biblia. El apóstol Pablo, la primera fuente de nuestro conocimiento de Jesús,
ni siquiera la menciona por su nombre, y se limita a señalar que Jesús había sido
“hecho de mujer” Gálatas 4:4. Marcos se refiere a ella por su nombre una vez, y
otra en el contexto de un intercambio bastante indiferente entre Jesús y “su madre
[ DE REINA DEL CIELO A MUJER DEL DEMONIO ]
[ 94 ] y sus hermanos”. Se hacen de lado sus súplicas por obtener su atención debido
a que son su familia.
“¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”, replica Jesús (3:33). Responde
su propia pregunta al declarar que todos los que lo siguieron son su verdadera
familia.
Juan contiene dos referencias a la madre de Jesús, que está más presente
en Mateo y Lucas, quienes incluyen la narración de la natividad y la infancia de
Cristo sobre la que se basa la rica tradición navideña del cristianismo. Incluso allí
María está lejos de ser la figura central. Pero la falta de detalles no impidió que a
lo largo de los siglos del cristianismo, y en particular la Iglesia católica, depositaran
sobre sus hombros el enorme peso de sus dogmas más importantes. De hecho,
la ausencia misma de la tradición en las escrituras permitió la proliferación de
mitos y leyendas acerca de María que contribuyeron a convertirla en la mujer más
venerada de la historia humana.
La encarnación, el núcleo esencial de la fe cristiana, se basa en la afirma
ción de que María era virgen cuando concibió. Desde luego, las aseveraciones de
partos virginales debido a alguna intervención divina no eran raras en el mundo
antiguo, como manera de establecer la naturaleza excepcional de la persona res
pecto a la cual se afirmaba eso; Alejandro el Grande es un ejemplo; otro es Pla
tón. Pero debido a su profundo rechazo del cuerpo como puerta del demonio al
mundo, los cristianos tenían que proteger a la madre de Dios de toda sugerencia
de que la experiencia que había llevado al hecho milagroso era de alguna forma
física, es decir, placentera. Por consiguiente, el asunto no podía involucrar sexo.
El redentor no podía venir, este mundo a consecuencia de un acto de inmunda
lujuria. Tal como lo expresó el teólogo del siglo xvu, Francisco Suárez:
La mujer más venerada del mundo sólo podía serlo sobre la base de que
no tenía en común con las demás mujeres algo tan fundamental en su naturaleza
como la experiencia del sexo. Se estaba exaltando a una mujer aun a costa de
despreciar su sexualidad. María, como madre de Dios, quedaba exenta de los
dolores, así como de los placeres de la maternidad, y los doctos teólogos de la
Iglesia primitiva debatían cómo podía haber dado a luz a jesús sin que se rompiese
su himen; se rechazaba la opinión alterna de que se rompió pero fue restaurado
milagrosamente. Comenzó así un largo proceso que volvería a María cada vez más
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
abstracta y remota de la experiencia de las mujeres que buscaban en ella algún [ 95 ]
consuelo procedente del panteón cristiano dominado por los hombres. La palabra
se hizo carne en forma de su hijo Jesús, pero la carne de la mujer que lo parió se
convirtió en una abstracción. En cierto sentido la abstracción de María debida a
su elevación en un ser asexual, edulcorado, similar al de una diosa, muy distante
de la naturaleza humana, actuaba como contrapunto de la encarnación. El antiguo
dualismo de cuerpo y espíritu, amenazado por la creencia en la encarnación, se
reafirmaba con el culto de la Virgen María. La “palabra hecha carne” marcó el
fin del dualismo, pero el culto a la Virgen María implicó que se perpetuase el
antiguo desprecio por la materia.
Incluso hoy penetrar al interior penumbroso y lleno de fríos mármoles
de las grandes basílicas dedicadas a María le provoca al visitante el abrumador
sentimiento de la pertenencia a otro mundo de la virgen madre convertida en
reina celestial. En Santa María Maggiore, que según la leyenda fue fundada entre
los años 352 y 366 por el papa Liberio I, la reina del cielo, gloriosamente cubierta
por telas de oro y perlas, se sienta sobre un diván lujosamente acojinado, mien
tras, con las manos ligeramente elevadas y un rostro casi sin expresión alguna,
acepta la corona de manos de Jesús. Al otro lado del Tíber, en la basílica aún más
antigua de Santa María del Trastevere, se retrata a la reina del cielo en un icono
que mide casi dos metros de altura. Está sentada sobre cojines imperiales; junto a
ella está su hijo Jesús, que extiende un brazo protector sobre los hombros de su
madre. Una gran diadema corona su cabeza y un débil nimbo resplandece a su
alrededor. El rostro largo y estrecho muestra una expresión impasible, remota y
de otro mundo, mientras mira hacia abajo desde un plano del ser muy por encima
del de la carne y la sangre mortales.
Los iconos envían un mensaje complejo, si no es que contradictorio. Desde
luego, tienen la intención de transmitir mensajes distintos de los relativos a las
mujeres. En una época en la que Roma estaba afirmando su primacía sobre los
demás obispados, las imágenes ofrecen una señal muy clara de que su posición
como capital de la Iglesia católica contaba con la sanción divina. Pero si nos fija
mos en lo que nos dicen acerca del estatus de la mujer, advertimos que mientras
se exalta a una mujer como a ningún ser humano antes, elevándola por encima
del mismo papa, coronada por el rey del cielo, ella no es agente de su propia
exaltación. Y la causa de su elevación al cénit es su misma pasividad (“He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”, Lucas 1:38) y asexualidad.
Como modelo de comportamiento para las mujeres María les planteaba
normas contradictorias (si es que no directamente imposibles) para su cumpli
miento, en la medida en que representaba la apoteosis de la pasividad, la obe
diencia, la maternidad y la virginidad. Su falta de sexo era un reproche a la
sexualidad de aquéllas, su obediencia un impulso para creer que las normas de
[ DE REINA DEL CIELO A MUJER DEL DEMONIO ]
[ ] las relaciones sociales contaban con la sanción divina, su maternidad virginal un
estado milagroso fuera del alcance de las mujeres meramente humanas. Es decir,
es un reproche específico para las mujeres de una forma en la que Jesús no lo es
para los varones. El sufrimiento y la muerte de Jesús constituyen un reproche a
toda la humanidad, y no se dirige de manera específica a los hombres de la misma
forma en que la Iglesia utilizó la elevación de María para convertir en blanco de
su denigración al resto del sexo femenino. Hasta el día de hoy, en la imaginería
católica el pie de María sigue estando firmemente asentado sobre la cabeza de la
serpiente, en un llamado a las niñas y mujeres católicas a reprimir el deseo en sí
mismas y negar su satisfacción en sus hombres.
La única manera en que las mujeres podían aspirar a emularla era la
renuncia a su sexualidad.
En los primeros años del cristianismo eso fue lo que hicieron millares
de mujeres que se entregaron a una vida ascética, por lo general convirtiendo
en retiro una residencia o una villa privada. Para el año 800, unos cuatro siglos
después de la proclamación de que María era la madre de Dios, el movimiento
ya se había institucionalizado, y conventos, monasterios y prioratos eran un rasgo
común por toda Europa. La energía y el compromiso de las mujeres, que tanto
había contribuido al surgimiento del cristianismo, no se vieron recompensados
por la asignación de papel alguno en las estructuras de poder de la Iglesia, sino
que se los canalizó hacia las grandes instituciones monacales que, por primera
vez en la historia, les ofrecían, a un gran número de mujeres, una alternativa al
matrimonio y la maternidad... aunque fuese a costa de aceptar la castidad y otras
restricciones para toda la vida, como parte de una manera de vivir, muchas veces
rigurosa. Pero era el precio que miles y miles de mujeres estaban dispuestas a
pagar. Hacia el siglo xi los conventos se habían transformado en un importan
tísimo recurso educativo para las mujeres, que aprendían allí a leer y escribir, y
podían familiarizarse con el conocimiento y con los clásicos. Para 1250 tan sólo
en Alemania había unos quinientos conventos de monjas que contenían en total
entre 25 y 30 mil mujeres.3 Se pasaban el tiempo orando, meditando y trabajando
la lana y el lino. Las monjas de Normandía fueron las que realizaron la bellísima
tapicería de Bayeux en conmemoración de la victoria de los normandos sobre el
rey anglosajón Harold, en la batalla de Hastings, Inglaterra, en 1066. También
bordaban las vestimentas de sacerdotes y obispos (labor que siguen llevando a
cabo muchas monjas en la actualidad). Durante esa época las mujeres, como
abadesas, también podían supervisar las instituciones, y unas pocas se elevaron
hasta cargos con mucho poder. Podía ocurrir que las abadesas rigieran sobre los
hombres en comunidades conjuntas, como la que fundó santa Fara en Brie, en
el norte de Francia. Ella y otras incluso oían confesiones. Las monjas de la abadía
de Las Huelgas, en España, designaban a sus propios confesores.4
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
No obstante para comienzos del siglo xin esa libertad e independencia [9-]
iban en declive. Muchas de las abadías perdieron sus tierras y el control se fue
volviendo cada vez más centralizado. El papa Inocencio III (1198-1216), quien
inició la cruzada contra los cátaros en el Languedoc, impuso prohibiciones al
papel de las mujeres en la iglesia. Se abolieron las comunidades conjuntas, acción
bien recibida a la manera misógina por un abad que escribió:
La mujer ideal de los siglos XVI y xvu era débil, sometida, caritativa, virtuo
sa y modesta, como la esposa del ministro de Massachusetts de la década
de 1630 a la cual su esposo ensalzó públicamente por su “incomparable
pobreza de espíritu, sobre todo en lo que a mí se refiere”.7
¡Pero no era tan simple! Las relaciones dentro del matrimonio habían
adoptado un rumbo hacia una mayor intimidad conyugal, y no serían desviadas
del mismo hasta que dieron origen a la familia nuclear.
En el mismo momento en que con la revolución astronómica iniciada por
Copérnico las armas demoledoras de la ciencia le asestaron su primer gran golpe
a la autoridad de la Biblia, la Reforma estaba declarando que la autoridad bíblica
era esencial para la fe. No obstante, irónicamente, esa declaración fue buena para
las mujeres porque la dependencia de las Escrituras implicaba que para todos
los protestantes —hombres y mujeres— era importante saber leer, por lo que se
planteaba el asunto vital de la educación de las mujeres. Había habido defensores
tempranos de esa educación. En el siglo xv la poetisa y estudiosa Cristina de Pisa
había escrito: “Si se acostumbrase enviar a las niñitas a la escuela y enseñarles los
mismos temas que a los varones, aprenderían igual de bien y comprenderían las
sutilezas de todas las artes y las ciencias”.8
En 1552 un panfleto publicado en Inglaterra sostenía que las discapa
cidades de las mujeres no eran resultado de la naturaleza sino “de la crianza y
formación de la vida femenina”.9 Había una especie de movimiento en favor de
[ OH, MUNDO FELIZ: LITERATURA, MISOGINIA Y EL ASCENSO DE LA MODERNIDAD ]
[ n8] la educación de las mujeres, entre cuyos exponentes se contaba el filósofo santo
Tomás Moro, el autor de Utopía, la visión de una sociedad ideal que más influen
cia tuvo desde La república de Platón. “No veo por qué el aprendizaje... no puede
sentarles igualmente bien a ambos sexos”, escribió.10 Pero al siglo siguiente la
idea seguía enfrentando una intensa oposición, muchas veces en los niveles más
elevados. El rey Jacobo I denunció esa noción. “Volver a las mujeres doctas y a
los zorros mansos tiene el mismo efecto: hacerlos más astutos”, dijo, expresando
el prejuicio misógino de siglos, aunque vale la pena advertir que en este caso fue
un insulto al carácter de las mujeres, y no a su inteligencia.11
La opinión del rey Jacobo prevaleció durante cierto tiempo. Se calcula
que para el año 1600, en Londres —el Londres de Shakespeare—, sólo el diez
por ciento de las mujeres sabían leer.12 Fuera de la ciudad la situación era todavía
peor. Para 1754 apenas una de cada tres mujeres de Inglaterra podía firmar los
libros de matrimonio, en comparación con algo menos de dos terceras partes de
los hombres.13 Hacia esa fecha la población total de Inglaterra rondaba los seis
millones de personas. Irónicamente, si se considera su oposición a la educación
femenina, fue durante el reinado de Jacobo cuando se emprendió la primera
gran traducción de la Biblia al inglés, con lo que se creó el incentivo para que
los protestantes ingleses les enseñasen a leer a sus hijas, a fin de que pudiesen
conocer de manera directa la palabra de Dios, defensa vital contra las seducciones
de la aún poderosa Iglesia católica.
“Por naturaleza tenemos una comprensión tan clara como la de los hom
bres, y si se nos educase en las escuelas nuestro cerebro maduraría”, escribió
Margarita, duquesa de Newcastle.14 Pero las mujeres de clase alta y bien educadas
como la duquesa de Newcastle eran vistas con sorna implacable y satirizadas en el
escenario por su capacidad de leer griego y latín. El “Platón con enaguas” se con
virtió en una figura usual de burla por atreverse a desafiar las nociones masculinas
sobre las capacidades intelectuales de las mujeres. Sin embargo, gradualmente los
beneficios más amplios de educar a las mismas iban obteniendo aceptación.
Con el surgimiento de la clase media a partir de mediados del siglo xvn se
puso enjuego otro importante incentivo para educar a las mujeres: el desarrollo
de la idea del matrimonio como compañerismo y la necesidad subsecuente de
que una esposa fuese compañera adecuada para su marido, alguien con quien
él pudiese mantener una conversación inteligente. En 1697, Daniel Defoe (1660-
1731), uno de los autores más influyentes de su época, era un enérgico defensor
de la educación de las mujeres. Tenía buenas razones para enarbolar la bandera de
la educación femenina; al ser uno de los primeros novelistas sabía que las mujeres
representaban una parte creciente de sus lectores. Estos acontecimientos fueron
la manifestación de una transformación social mucho más profunda, que habría
de tener un gran impacto en el estatus de la mujer.
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
Según Bertrand Russell: “El mundo moderno, por lo que se refiere a la [119]
perspectiva mental, comienza en el siglo xvn”.15 Una parte esencial de esa pers
pectiva se arraigó en Holanda, Inglaterra y las colonias norteamericanas, la cual
se definía por nociones revolucionarias, relativas a la importancia del individuo,
que hacían hincapié en la igualdad y en la búsqueda de la felicidad. El concepto
de autonomía individual, tal como surgió en los inicios de la época moderna,
involucró una redefinición de la relación entre los hombres, su gobierno y su
sociedad, y las responsabilidades que correspondían a cada uno.16 Convertir en
el centro del esquema de las cosas al individuo, ya no a Dios, fue un cambio de
énfasis que habría de tener consecuencias revolucionarias para el estatus de las
mujeres.
Todas estas ideas eran fundamentales en el pensamiento del filósofo inglés
John Locke (1632-1704), quien sentó las bases de la filosofía del liberalismo. Loc-
ke atacaba la idea de que la estructura de la familia debía reflejar la estructura
patriarcal de la sociedad, en la cual el rey, como cabeza del Estado, era un modelo
para el dominio del padre sobre quienes vivían bajo su techo. Ofreció una teoría
más fluida de la familia, del Estado y de la relación del individuo. Con este último
punto, su concepto de autonomía se vinculaba con ideas de igualdad, así como
el derecho del individuo a ir en pos de la felicidad. Locke declaró que “todos los
hombres nacen iguales por naturaleza”, y que “la necesidad de tratar de lograr la
verdadera felicidad es el fundamento de toda libertad”.17
Algo tal vez igualmente importante es que Locke era un empirista que
sostenía que todos los seres humanos son, al nacer, una pizarra en blanco sobre la
cual las circunstancias, especialmente la crianza y la educación, inscriben eso que
denominamos “naturaleza humana”. La hipótesis de la pizarra en blanco ubica
las causas del comportamiento humano, no en el cerebro, sino, primordialmente,
en el mundo exterior. Con el tiempo esa hipótesis llegaría a sustituir la noción
del pecado original como estado primigenio del ser para todos nosotros. Las
implicaciones que esto tuvo para las mujeres fueron profundas. Si al igual que
el hombre la mujer era, al nacer, una pizarra en blanco, su “inferioridad” no era
algo inherente a su naturaleza ni predeterminado por ella, sino producto de su
crianza y su educación.18
Esto ponía a debate una de las piedras fundacionales de la misoginia. El
Génesis había decretado que el sometimiento de las mujeres a sus maridos y su
sufrimiento al dar a luz eran castigos por el papel que desempeñó Eva en la caí
da del hombre. En sus Dos tratados sobre el gobierno, Locke adoptó un enfoque de
sentido común y afirmó: “no hay ley que obligue a una mujer a tal sometimiento,
si las circunstancias de su condición o de su contrato con su marido la eximen de
él, como no la hay de que deba parir a sus hijos con pesar y dolor, que es también
parte de la misma maldición contra ella, si acaso llega a encontrarse un remedio”.
[ OH, MUNDO FELIZ: LITERATURA, MISOGINIA Y EL ASCENSO DE LA MODERNIDAD ]
[ i2o ] Como Locke equiparaba el bien con el placer y el mal con el dolor, no tenía sen
tido soportar el sufrimiento si era posible evitarlo. Fue uno de los primeros en
protestar contra la moda de encerrar el cuerpo femenino en apretados corsets.
No resulta difícil imaginar qué desafío representó esto para el orden pre
valeciente, en el cual la subordinación de las mujeres era parte del plan divino
y modelo de la estructura misma del cosmos. La idea de que aquéllas pudiesen
escapar de lo que se consideraba su destino biológico sigue siendo para algunos
una afrenta a lo que creen es el gran designio de Dios o de Alá, y se ha topado
durante siglos con una feroz oposición. Las Iglesias habrían de protestar contra el
uso de cloroformo para calmar los dolores de parto en el siglo xix (véase el capítulo
6); en el XX los católicos conservadores y los protestantes fundamentalistas harían
campañas, en ocasiones con violencia, contra la anticoncepción y el aborto.
Resultó imposible evitar las implicaciones del liberalismo tan pronto como
se formularon los principios de los cuales se derivaban. Las mujeres inglesas no
tuvieron que esperar a que Locke planteara la nueva filosofía con todas sus rami
ficaciones. En 1642, por primera vez desde finales de la república romana, las
mujeres tomaron las calles para protestar políticamente. Unas cuatrocientas de
ellas se congregaron frente al Parlamento inglés para quejarse de sus dificultades
financieras. Durante la guerra civil inglesa (1642-1649) mujeres que pertenecían
a una de las sectas más radicales entonaban:
No seremos esposas
ni amarraremos nuestra vida
en infame esclavitud.^
Bolita de marfil
en medio de la cual se encuentra
una fresa o una cereza,
cuando alguien te ve muchos hombres sienten
en sus manos el deseo de tocarte y sostenerte.
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
Posteriormente compuso el opuesto: [123]
Muchos de esos ataques a las mujeres son parte de una convención retó
rica y consisten esencialmente en gastados clichés que se remontan a la tradición
misógina griega y romana. En inglés, esto persistió como importante tradición
literaria a lo largo de todo el siglo xvni. En Epiceno, o La mujer silenciosa, de Ben
Jonson (¿ 1573?-l637) un marido, el capitán Otter, describe a su esposa en términos
que hubiese comprendido —al margen de las referencias contemporáneas— el
poeta romano Juvenal:
¡Oh, rostro más vil! Y, sin embargo, me cuesta cuarenta libras al año de
mercurio y huesos de cerdo. Todos sus dientes se hicieron en Blackfriars,
sus dos cejas en el Strand y su pelo en Silverstreet. Cada rincón de la ciu
dad posee una parte de ella... Se desarma toda cuando se va a acostar, en
unas veinte cajas, y alrededor del mediodía siguiente se vuelve a armar,
como un gran reloj alemán.25
Para el público masculino puede resultar gratificante ver que una mujer
levanta de manera tan conspicua la bandera blanca. La fierecilla domada parece cele
brar una vuelta al statu quo, con la mujer como sujeto y el hombre como amo.
Sin embargo, en la obra se confunden la apariencia y la realidad. Muchas
veces se olvida que se trata de una obra dentro de otra obra. La fierecilla domada es
una diversión que ponen en escena dos nobles para engañar a un mendigo borra
cho y pusilánime llamado Sly y hacerle creer que es un señor. Cuando concluve
la obra lo arrojan a la calle, donde cae en un estupor alcohólico. Se despierta de
su sueño de señorío para enfrentarse a la perspectiva de verse frente a una esposa
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
enojada porque se pasó toda la noche afuera, bebiendo. Asevera: “Ahora ya sé [ 125 ]
cómo domar a una fierecilla”, y añade rápidamente: “Me pasé soñándolo toda la
noche, hasta ahora”. La doma de la fierecilla es el sueño de un borracho, una mera
apariencia de realidad, que se desvanece cuando Sly se despierta. Shakespeare deja
a su público con una incómoda ambigüedad: el amansamiento y la domesticación
de la mujer rebelde, ¿son apariencia o realidad?
En la obra de William Shakespeare hay mucho de incómodo y ambiguo
cuando trata de las mujeres y la relación de las mismas con los hombres. Pero
no resulta fácil generalizar sobre ningún aspecto de Shakespeare, ya que exploró
una asombrosa diversidad de emociones con una extraordinaria complejidad y
profundidad. Al hacerlo produjo el más grande conjunto de literatura dramática
desde los autores teatrales ateniense del siglo v, y la llenó de una poesía que está
al nivel de la de Homero, Virgilio y Dante. De manera que no causa sorpresa que
la misoginia se encuentre entre los sentimientos de los que se ocupa. En dos de sus
grandes tragedias se expresa con una intensidad poética tal vez sin par, haciendo
que nos preguntemos si el poeta más grande del mundo sentía o no un profundo
desprecio por las mujeres.
Ellas desempeñan papeles clave en la mayoría de sus obras. En sus come
dias, los romances que viven son centrales para la trama, y en esas obras le presenta
al público una gran diversidad de personajes femeninos enfermos de amor, iróni
cos, románticos, rebeldes, inteligentes, engañosos, animados e independientes, en
un abanico nunca igualado por ningún otro escritor. Sin embargo, a diferencia
de los trágicos atenienses, Shakespeare no convirtió a las mujeres en figuras cen
trales de sus más grandes obras, sus tragedias, todas ellas escritas en un increíble
periodo de diez años de logros poéticos, entre 1599 y 1609. Aunque las mujeres
son cruciales para la acción principal de todas las tragedias, el elemento principal
es el héroe y las debilidades que lo acongojan. Es decir que en las tragedias el
interés principal de Shakespeare radica en las cualidades necesarias para que los
hombres muestran su poder y su autoridad. En ellas las mujeres no cuestionan la
autoridad masculina, tal como lo hacen en las grandes tragedias atenienses. Pero
su relación con el héroe es frecuentemente la fuerza impulsora que lo lleva a la
tragedia. Los casos más célebres son los de la ambición de Lady Macbeth de que
su marido sea rey, que lo lleva a él al asesinato e incluso al regicidio, y el amor
de Marco Antonio por Cleopatra, que lo induce a creer que puede ser el único
gobernante de Roma, con ella como su reina.
En ninguna de estas obras el héroe condenado desprecia y reprueba a
la mujer por el papel que desempeña en su caída. Shakespeare no aprovecha la
oportunidad (que para un misógino resultaría ideal) de reinterpretar el tema de
la caída del hombre con Lady Macbeth y Cleopatra en el predecible papel de Eva
[ OH, MUNDO FELIZ: LITERATURA, MISOGINIA Y EL ASCENSO DE LA MODERNIDAD ]
[ izó ] o de Pandora, que acarrean la destrucción del varón. Macbeth y Marco Antonio
van a su muerte aceptando la plena responsabilidad de su destino.
Sin embargo, tanto en Hamlet como en el Rey Lear se culpa a las mujeres
no sólo como individuos, sino también como sexo, en general, por contribuir a
producir el sufrimiento y la caída del héroe. Como suele considerarse que éstas
son las dos más grandes obras de Shakespeare, ello ha hecho que algunos lo
acusasen de ser misógino o, “en el mejor de los casos, un poco ambivalente con
respecto al valor y la sexualidad de la mujer”.28
No resulta fácil sacar de Hamlet conclusiones acerca de la actitud de su
autor respecto a las mujeres y la sexualidad. La obra es un enigma y se la ha lla
mado “la Mona Lisa de la literatura”.29 Al mismo tiempo que se la elogiaba como
la mejor obra jamás escrita, se la denostaba como “indiscutiblemente un fracaso
artístico”.30 El problema radica en la dificultad de identificar precisamente de qué
se trata Hamlet. Macbeth es sobre la ambición; Antonio y Cleopatra sobre la pasión;
Coriolano trata del orgullo; Otelo de los celos; Rey Lear de la ingratitud. Pero Hamlet,
que debería haber sido la más fácil de clasificar de todas, ya que por lo menos en
su superficie es una obra sobre la venganza, elude toda síntesis simple. Si se nos
pregunta de qué trata la obra, podemos decir que Claudio, el tío de Hamlet, ha
asesinado a su padre, el rey, casándose con su madre, impidiendo así el ascenso
al trono de Hamlet. Este debe vengar la muerte de su padre. Pero con eso no
tocamos siquiera las emociones intensas, complejas y turbulentas que se desbor
dan en una de las obras más grandiosas escritas jamás. No obstante, lo que vuelve
importante a Hamlet para la misoginia es el hecho de que una de esas emociones,
tal vez incluso la más intensa de toda la obra, sea la expresión de su ira y disgusto
hacia su madre, Gertrudis, por haberse casado con su tío.
Antes incluso de que el fantasma de su padre ponga sobre aviso a Hamlet
acerca de la malvada acción de su tío, lo vemos sumido en un estado de profunda
melancolía, que linda con la desesperación, debido al apresurado matrimonio
de Gertrudis. Su enojo contra ella se ha generalizado en forma de un disgusto
profundo el mundo y el cuerpo humano, que es tema del primero de los grandes
soliloquios de la obra, que comienza (acto 1, escena 2):
Una vez más, como sucediera en Hamlet, lo que se inicia con un ataque
contra una mujer en particular (o contra un tipo particular de mujer, en este
caso la que presume falsa modestia) se convierte en una feroz denuncia de la
sexualidad femenina. Y una vez más, tal como ocurre con Gertrudis y con Desdé-
mona en Otelo, es el “apetito” por el sexo el que disgusta al héroe y perturba su
imaginación. Pero, a diferencia de Hamlet, el rey Lear es redimido por una mujer,
su tercera hija, Cordelia, quien lo enfrentó al inicio de la obra con una muestra
de honestidad que socava el juego de la misoginia. Cuando se niega a alabarlo
con falsos elogios demuestra la relación que hay entre la verdad y el amor, que su
padre no capta plenamente hasta el final —al precio de la vida de Cordelia, quien
la pierde mientras trata de rescatarlo. La misoginia no sobrevive a la visión trágica
de Shakespeare, como tampoco lo hacen otras locuras que provoca la infelicidad
humana. La compasión, que emana de una profunda simpatía por la condición
humana, tal como la soportan por igual hombres y mujeres, la sustituye como
emoción dominante de sus más grandes obras. El triunfo de la tragedia shakespe-
riana es que, a través de la compasión, revela que compartimos una humanidad
común, en la cual todas las distinciones, incluyendo las que existen entre hombres
y mujeres, se vuelven insignificantes.
En las siguientes obras, trabajo de sus últimos años como dramaturgo,
por ejemplo La tempestad y Cuento de invierno, desaparecen las diatribas contra las
mujeres, ya sean retóricas o profundamente sentidas. El ánimo que predomina
es de reconciliación, por lo general entre el padre y la hija. El conflicto entre
[ OH, MUNDO FELIZ: LITERATURA, MISOGINIA Y EL ASCENSO DE LA MODERNIDAD ]
[i?o] hombres y mujeres se resuelve satisfactoriamente en la relación que un padre
tiene con su hija.
En otros textos la misoginia mostró su resistencia, a lo largo de los siglos
xvn y xviii, ante acontecimientos sociales, morales, económicos y políticos que
habrían de transformar profundamente el estatus femenino. En Inglaterra es posi
ble discernir un proceso dual. A medida que se desarrollaba un nuevo modelo
de familia entre las clases medias en ascenso, con mayor énfasis en el afecto
mutuo entre el hombre y su esposa, en los círculos cortesanos cultos del periodo
posterior a 1660 se produjo una ruptura de la moralidad sexual tradicional, que
por momentos se acercaba al nihilismo. Junto con ella aparecieron algunos de
los ataques poéticos más infamantes contra las mujeres desde Juvenal (véase el
capítulo: Las mujeres a las puertas: La misoginia en la antigua Roma).
John Wilmot, conde de Rochester (1647-1680), el poeta que plasmó algu
nas de lirismos amorosos más exquisitos de la lengua inglesa, incluyendo el que
comienza “Una era pasada en su abrazo / parecería un corto día de invierno”
era capaz, asimismo, de describir a una mujer como “pasiva bacinica para el des
ahogo de los tontos”, y asemejar los genitales femeninos a una cloaca.34 El conde
de Rochester formaba parte de un nuevo fenómeno: la primera generación de
“disolutos” jóvenes de clase alta que se entregaban a un estilo de vida libertino,
lascivo, abierto, rebelde, irreligioso, muchas veces políticamente progresista y, al
mismo tiempo, implacablemente satírico, tan entregados a los estallidos de des
esperación misantrópica como a los versos misóginos. Rechazaban ferozmente
el puritanismo oficial que había prevalecido en la generación anterior. Habrían
de dar inicio, en Occidente, a una serie de ciclos morales donde los periodos de
conservadurismo sexual serían seguidos por brotes de hedonismo, seguidos a su
vez por una reacción conservadora, que ha perdurado hasta nuestros días.
Los disolutos llegaron a crear una subcultura en torno a la corte del perio
do de la Restauración (1660-1688), en el cual se buscaba el sexo exclusivamente
por placer. En el continente europeo predominaba el mismo tipo de hedonismo
en la corte de Luis XIV (1643-1713). Constituía una rebelión contra la moralidad
sexual judeocristiana, y estaba inspirada por el humanismo de la Italia del Rena
cimiento. En el pasado, como en la Roma de finales de la república y principios
del imperio, había habido “rupturas” comparables de la moralidad convencional
entre sectores de la clase dirigente. Pero, en general, eran castigadas severamente.
No obstante, a finales del siglo xvn, con el debilitamiento de la autoridad de las
Iglesias y con una naciente cosmovisión de la clase media de la cual no se deri
vaba aún una moral coherente, ninguna institución tenía el poder de restringir
el nuevo hedonismo.
Las mujeres que formaban parte del círculo de los disolutos iban, en rango
social, desde las prostitutas de la clase más baja y las actrices (que por entonces
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
eran un hecho novedoso de la escena social) hasta las damas de la aristocracia, [ 131 ]
algunas de las cuales, por lo menos por su reputación, eran tan promiscuas como
los hombres. Por primera vez en la historia inglesa unas pocas de ellas dejaron
tras de sí su visión del juego erótico y verbal en el cual se involucraban tan inten
samente, cruzando la espada poética con algunos de los ingenios más notables
del periodo. La más famosa de ellas, Aphra Behn (1640-1689), era renombrada y
vilipendiada como dramaturgo y poetisa de éxito, y fue la primera mujer inglesa
en alcanzar tal fama literaria. Se la denunció como una “ramera lasciva” que se
atrevió a revelar cómo una joven esposa podía agotar sexualmente a su marido y
dejarlo convertido en una ruina temblorosa. Hizo historia literaria al ofrecer la
versión femenina de la eyaculación precoz, de la cual los poetas varones con tanta
frecuencia culpaban a sus “bellas ninfas”. En su poema “El desencanto” se acusa
al infortunado galán de tratar de prolongar su placer “que tanto amor destruye”,
y descubrir así “su enorme placer convertido en dolor”.35
Por su parte, la actitud de los disolutos hacia las mujeres era, al mismo
tiempo, decorosa y vulgar; oscilaba entre la adoración y el desprecio, nacido habi
tualmente de la desilusión o el rechazo. Contenía también una fuerte veta de
ansiedad acerca de su desempeño sexual, como puede observarse en la cantidad de
poemas que hay acerca de la impotencia y en el creciente uso de consoladores por
parte de las damas de la corte. El hecho de que a partir del decenio de 1660 los
consoladores fuesen normalmente de fabricación italiana aumentaba la angustia
sexual de los varones ingleses de clase alta, ya que Italia se asociaba con un erotis
mo feminizante. ¿Que podía ser más humillante para un inglés que ser relegado
mediante un consolador italiano?36 Los disolutos no abrieron nuevas fronteras en
las crónicas de la misoginia, con la salvedad de que por su lenguaje explícito y
ordinario anunciaron al primero de los que reconoceríamos como pornógrafos.
De hecho, Wilmot fue considerado así hasta hace relativamente poco tiempo.
En 1926 la policía incautó y destruyó una edición de sus poemas.37 No obstante,
los disolutos se diferenciaban de los pornógrafos en varios aspectos importantes;
uno de ellos era que se ocupaban tanto de las frustraciones del sexo como de sus
deleites, y se mostraban tan francos acerca de sus episodios de impotencia como
de sus conquistas. Predominaba también un sentimiento, especialmente poderoso
en el caso de Rochester, de que la búsqueda del placer sexual no es más que otra
de las transitorias ridiculeces de la vida.
Para finales del siglo xvu un número significativo de personas veían al
sexo como una actividad independiente de la procreación y del amor. Desde
luego, la biología seguía imponiendo restricciones a la capacidad de los hom
bres, y más aún a la de las mujeres, para poner en práctica esa opinión, pese a la
existencia del condón y del consolador. Si bien se trata de una visión que ha sido
recibida con más de una violenta reacción moral conservadora, ha seguido pros-
[ OH, MUNDO FELIZ: LITERATURA, MISOGINIA Y EL ASCENSO DE LA MODERNIDAD ]
[ 15z ] perando en la sociedad occidental, ignorando todos los intentos por suprimirla o
limitarla.
Sin embargo, distaba mucho de ser la moralidad dominante, y tampoco fue
la que habría de determinar la forma que adoptaría la misoginia en los siguien
tes siglos. Para principios del siglo xvm la clase media mercantil de Inglaterra y
de Holanda, gracias a la inmensa expansión del comercio ultramarino, se había
establecido como un poder político que debía ser tomado en cuenta. Había for
jado un código moral que reflejaba sus prioridades. Este era, en cierto sentido,
conservador, y destacaba las virtudes de la frugalidad, el ahorro, el trabajo duro
y la restricción sexual. Pero gracias a su hincapié revolucionario en las necesida
des e importancia del individuo, fue haciendo cada vez más difícil negarles a las
mujeres su total humanidad, incluso mientras la misoginia era reacondicionada
para coincidir con ciertos aspectos de la nueva moralidad dominante.
Durante la primera parte del siglo XVIII, surgió una nueva forma literaria
que encarnó ese individualismo: la novela. Esta habría de desempeñar un papel
único en la historia de las mujeres. Por primera vez se retrataba a los personajes
como individuos que vivían su vida en un momento real, en un lugar real. La
novela le era fiel a la experiencia femenina de una manera que ninguna literatura
previa había intentado. Antes los grandes poetas y dramaturgos habían presentado
personajes y tramas que permanecieron fíeles a ciertos tipos universales derivados
de la mitología o de la historia, y que no pretendían tanto representar al indivi
duo como encarnar alguna verdad general respecto a la vida. Estas verdades se
consideraban absolutos platónicos atemporales, inmutables, que contrastaban con
lo efímero de la experiencia individual. En oposición a ello, desde su inicio, en
la obra de Daniel Defoe (1660-1731), la novela se basa en el detalle realista para
narrar las historias de los personajes. Llegamos a conocer a Molí Flanders y a
Roxana, protagonistas de Defoe, de una forma íntima, muy diferente de aquella
en la que conocemos a Medea o al rey Lear. La novela fue un instrumento para
explorar la vida personal de individuos reconocibles y, como tal, permitía la pre
sentación de personajes femeninos y sus relaciones de manera totalmente nueva.
No es casual que la novela fuese también la primera forma literaria que los gustos
e intereses femeninos contribuyeron a conformar; tampoco es sorprendente que,
aunque sus primeros autores fueron varones, habría de ser pronto el género en el
cual, más que en ningún otro, destacarían las mujeres. Para finales del siglo xvm
en Inglaterra había más mujeres que hombres novelistas.38
En Inglaterra, la prosperidad de las clases medias se había visto acompa
ñada por una expansión del público lector y una explosión de información; apa
recían imprentas por todo Londres y producían panfletos, así como los primeros
periódicos y revistas. Además, un número creciente de mujeres gozaba de más
tiempo libre. Debido a una perdurable desconfianza protestante por el teatro, con
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
siderado más o menos vergonzoso, gran cantidad de esas mujeres se volcaron a la [ 133 ]
novela en busca de entretenimiento. Era evidente su atractivo para la clase media y
para las mujeres. No se requería una educación sobre los clásicos ni conocimiento
de la historia griega o romana para disfrutar de Molí Flanders. Después de todo
su autor se había educado en una escuela comercial y había practicado un oficio
(primero como mercader de medias y después como panfletista y periodista).
El hecho de que muchas veces las novelas tuviesen por protagonistas personajes
femeninos representaba también un poderoso atractivo para las lectoras. Dos de las
más grandes novelas de Defoe versan sobre mujeres: Molí Flanders (1722) y Roxana
(1724).39 Defoe era un enérgico defensor de la educación femenina. Al margen
de todo lo demás, era un autor de éxito, que comprendía la importancia de las
mujeres como lectoras. Contribuyó también a influir sobre la opinión creciente
que se oponía a que los padres obligasen a las hijas a casarse contra su voluntad,
cosa que equiparaba con la violación. Como vocero de las clases medias destacó
la importancia del amor en el matrimonio y sostuvo que “decir que el amor no es
esencial para una forma de matrimonio es correcto; pero decir que no es esencial
para la felicidad del estado conyugal... no lo es”.40 No obstante, como protestante
temeroso de Dios ponía en guardia contra la “lascivia”, o pasión sexual, como
motivo para el matrimonio, y afirmaba en un panfleto que “acarrea locura, des
esperación, la ruina de las familias, suicidios, asesinato de bastardos, etcétera”.41
No obstante, el mensaje moral que transmiten estas novelas no es tan claro.
Todos los personajes de Defoe son básicamente iguales al primero y más famoso de
ellos, Robinson Crusoe: son náufragos. Crusoe naufraga debido a una tormenta en
alta mar; Roxana, en cambio, queda en calidad de náufraga por un esposo tonto y
egoísta que los abandona a ella y a sus cinco hijos para que se mueran de hambre.
Todas las historias son narraciones de supervivencia en circunstancias difíciles.
Roxana sobrevive y prospera convirtiéndose en prostituta y cortesana de una serie
de hombres ricos. Cabría pensar que era una vía bastante predecible, si bien no
respetable, para una mujer hermosa, y Defoe trata de tranquilizar al lector con
frecuentes acotaciones morales en las que insiste en que no está recomendando
que las mujeres sigan el ejemplo de su heroína. Pero Roxana no coincide con el
estereotipo predominante de las mujeres y, aunque Defoe hace todo lo que puede
por desaprobarla, a lo largo de la novela resulta evidente que su admiración por
ella, como relato de éxito económico, supera su moralización convencional contra
la forma en que gana dinero. Y algo más importante aún, ella no está regida por
el amor, sino por el deseo de conservar la autonomía que ha alcanzado gracias
a su éxito económico. Una parte considerable de la novela tiene que ver con la
forma en que maneja el dinero. Al hacerlo, Roxana redefine su relación con los
hombres. Rechaza el matrimonio que le ofrece un hombre que la ama porque,
dice, “aunque podría entregar mi virtud, y exponerme a mí misma, no podría
[ OH, MUNDO FELIZ: LITERATURA, MISOGINIA Y EL ASCENSO DE LA MODERNIDAD ]
[ 134 ] renunciar a mi dinero”. Y explica: “mi corazón se inclinaba por la independencia
de la fortuna, y le dije que no conocía ningún estado matrimonial que no fuese,
en el mejor de los casos, un estado de inferioridad, si no de esclavitud; que no
tenía noción de ello; que vivía una vida de absoluta libertad; que era tan libre
como cuando había nacido y que, al tener una cuantiosa fortuna, no entendía
qué coherencia había entre las palabras honrar y obedecer y la libertad de una
mujer independiente”.42
Incluso cuando está embarazada se resiste a la oferta de matrimonio. Defoe
invierte la situación habitual. Es el padre el que le suplica que se case con él a
la madre, en consideración de su hijo no nacido. Roxana lo rechaza y él queda
atónito. “Porque nunca se ha sabido”, responde “que mujer alguna se negase a
casarse con un hombre que antes se había acostado con ella, y mucho menos
con un hombre que la hubiese preñado, pero tú tienes nociones diferentes de las
de todo el mundo y las expones con tanta firmeza que un hombre apenas sabe
qué responder, aunque tengo que reconocer que tienen algo que contradice a la
naturaleza.”43 La inquietud de Roxana acerca de la seguridad de su fortuna refle
ja con precisión la situación legal de las mujeres casadas en el siglo XVIII, regida
aún por nociones patriarcales que se remontaban a los tiempos de Roma. En el
momento del matrimonio la propiedad de una mujer pasaba a ser de su esposo.
(Eso seguiría ocurriendo hasta bien entrado el siglo XIX.)
Al final Roxana se casa por obtener un título, y sólo después de haber
puesto en práctica las medidas más rigurosas para preservar la independencia
de su fortuna. Los personajes más fuertes del relato son mujeres, y las relaciones
más intensas se dan entre ellas. Los personajes masculinos son criaturas pasivas,
insustanciales, que ni siquiera tienen nombre, simples escalones en el ascenso de
Roxana a la cima.44 Así como Robinson Crusoe era el retrato del hombre autóno
mo, que se labraba una vida independiente para sí, pese a todas las contrariedades,
Roxana es su equivalente femenino: la primera visión que tenemos de una mujer
autónoma. A lo largo de la novela se la denomina una “amazona” —miembro de la
legendaria tribu de guerreras que vivían sin hombres—, indicación de la profunda
y perdurable ansiedad que inspira la idea de una mujer autónoma.
Los valores de la clase media que presentan visiones de individualidad
resultarían estar repletos de ambigüedades para las mujeres. La nueva moral de la
clase media se asemejaba a la antigua en su identificación del valor de una mujer
con su castidad. Si bien se esperaba que la esposa y madre de clase media del
nuevo modelo de familia fuese capaz de “reconfortar” sexualmente a su marido,
se la estaba representando cada vez más como una persona para la cual el placer
sexual carecía de importancia. Su virtud se volvió propaganda en la guerra moral
librada por la clase media contra los ociosos y degenerados de la aristocracia. La
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
imagen de la buena esposa de clase media del siglo xvm abriría el camino para [ 135 ]
las doncellas victorianas lánguidas y asexuadas del xix.
La resistencia de la misoginia puede explicarse, en parte, por el hecho de
que los misóginos siempre han proclamado dos cosas distintas. En forma tal vez
comparable con la propaganda nazi, que retrataba a los judíos, al mismo tiempo,
como bolcheviques y banqueros, los misóginos han condenado a las mujeres por
ser insaciables sexualmente o negado que tuviesen deseo sexual alguno. En este
dualismo contradictorio se veía a las mujeres como depredadores sexuales insa
ciables o como víctimas sexuales castas y virtuosas.
Este dualismo se manifestó claramente en el decenio de 1740. El más
grande poeta de la época, Alexander Pope (1688-1744), en poemas tales como “A
una dama”, sintetizó un aspecto del pensamiento misógino tradicional:
Algunos hombres se inclinan por los negocios, otros por obtener placer,
pero todas las mujeres son, en el fondo, disolutas.45
Por la misma época apareció una visión totalmente opuesta de las mujeres
con la publicación de Pamela: Or, Virtue rewarded (Pamela o la virtud recompensada),
la primera novela de Samuel Richardson, un impresor, hijo de un carpintero,
que recibió el encargo de un editor de escribir un volumen de cartas que ense
ñase a las hijas inocentes —o presuntamente inocentes— de la clase media cómo
comportarse cuando trabajaban como sirvientas en las mansiones de la aristocra
cia. Pamela era la historia de cómo una joven virtuosa se resiste a los variados y
decididos esfuerzos de su patrón, el señor B, un disoluto, por seducirla. Pamela
afirma que su máxima es “¡Que no sobreviva ni un instante al momento fatal en
el que entregue mi inocencia!”46 El señor B, enfrentado a su inexpugnable pure
za, termina por rendirse y proponerle matrimonio. Pamela reconsidera todas sus
objeciones morales previas contra él y, tras decir que después de todo no es tan
mala persona, acepta. Para el final de la novela, gracias al virtuosísimo ejemplo
de su esposa, el disoluto se ha convertido en puritano. Desde luego, no era la
primera historia de una mujer virtuosa que se resistía a un varón lascivo, pero sí
era la primer ocasión en que a una sirvienta se le concedía ese papel heroico, para
demostrar que si bien la aristocracia podía seguir siendo socialmente superior a
la ascendente clase media, ésta era superior moralmente.
Pamela gozó de un éxito extraordinario, primero en Inglaterra, donde se
hicieron cuatro ediciones en un breve lapso, y después en Francia. Algunas de sus
lectoras más devotas eran mujeres de la clase media. Por esta razón la novela es
un hito tanto en la historia de las mujeres como en la de la literatura. Al convertir
a Pamela en un éxito de ventas, las mujeres (al menos las de clase media) habían
ejercido por primera vez su derecho a opinar qué esperaban de los escritores.
[ OH, MUNDO FELIZ: LITERATURA, MISOGINIA Y EL ASCENSO DE LA MODERNIDAD ]
Y lo que escogieron fue Pamela, una parábola de la pureza femenina de la clase
inedia, enfrentada a los deseos del rapaz varón de la clase alta. Su protagonista
representaba un modelo a emular para las hijas de los comerciantes, los impresores
y los dueños de mercerías. Pero la parábola contenía una profunda ambigüedad
moral. ¿Pamela era “pura” por la pureza misma o simplemente como señuelo
para atrapar al señor B?47
Evidentemente la pureza de Pamela resulta una irresistible incitación a
la lujuria para el señor B. Las clases medias inglesas no fueron las primeras en
descubrir el poderoso atractivo sexual de las mujeres virtuosas; la “chica buena”
original, Lucrecia, fue violada porque su virtud era muy provocadora sexualmente.
Como lo expresa Angelo, el supremo puritano, en Medida por medida de Shakes
peare (acto 2, escena 3):
¿Es posible
que la modestia pueda traicionar nuestros sentimientos
más que la ligereza de una mujer?... Angelo,
¿deseas aprovecharte malamente de ella por las mismas cosas
que la hacen buena?
Una joven llena de marcas de viruela y a la que le faltan dientes, o que tiene
el cabello ralo, pero con un piececillo que no mide más que tres pulgares
y medio, se considera cien veces más hermosa que otra que, de acuerdo
con las normas europeas, sería vista como excepcionalmente bella, pero
cuyo pie mide cuatro pulgares y medio de largo.
Esas prostitutas son las únicas mujeres de la India que pueden aprender a
cantar, a leer y a danzar. Esos logros les corresponden de manera exclusiva
y, por esa razón, son vistos con tal aborrecimiento por el resto de su sexo
que cualquier mujer virtuosa consideraría una afrenta la sola mención de
los mismos.19
... que sepa el hombre que las mujeres son las continuadoras de la red de la
Samsara [el mundo de los sentidos]. Son el campo arado de la naturaleza,
de la materia... los hombres se manifiestan como el alma; por lo tanto, que
el hombre, antes que cualquier otra cosa, las deje atrás a todas ellas.24
Incluso los países en los que puede considerárselas más felices [las mujeres
están] restringidas en lo que desean acerca de la disposición de sus bienes;
despojadas de libertad y voluntad por las leyes; son esclavas de la opinión
que gobierna sobre ellas con absoluto poder y convierte las apariencias
más tenues en culpa; rodeadas por doquier de jueces que al mismo tiempo
son sus tiranos y sus seductores... porque incluso con los cambios de las
actitudes y las leyes persisten prejuicios sociales profundamente enraizados
y opresores que confrontan a las mujeres minuto a minuto, día a día.26
A menos que se llegase al asesinato, esas fechorías muy pocas veces lle
gaban a la atención de las autoridades. En condiciones de apiñamiento la gente
dormía de manera promiscua, a veces cuatro, cinco o seis personas en una cama,
en ocasiones más, por lo general sin reparar en sexo, edad o relación.
Las mujeres de los barrios bajos con frecuencia se dedicaban a la pros
titución para completar sus ingresos. En 1841 había, según se calcula, 50 mil
prostitutas en Londres, ciudad que tenía una población de dos millones de per
sonas. La mayoría estaba horriblemente desfigurada por las enfermedades vené
reas. Una prospección realizada en 1866 halló que más de 76 por ciento de las
rameras examinadas estaban infectadas y que todas padecían alguna enfermedad
debilitante, con mucha frecuencia viruela.40 Las mujeres más afortunadas eran las
que encontraban espacio en un burdel, donde por lo menos podían esperar ser
alimentadas y vestidas. La madame de un prostíbulo londinense, conocida como
Madre Willit, presumía de que siempre “sacaba a sus chicas con el culo limpio y
buenos trapos; y que así como ella las sacaba no le importaba quién las volteaba
porque iban limpias como un pececito y con olor a fresco, como una margarita”.
La ley trataba a esas mujeres con el mayor desprecio. Un visitante de la prisión
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
de Newgate informó horrorizado: “Casi trescientas mujeres, todos los niveles del [ i55 ]
delito, 120 en un pabellón, sin colchones, casi desnudas, todas borrachas... sus
oídos fueron heridos por los insultos más terribles”.41
Los misioneros de clase media se esforzaban por rescatar a las “mujeres
caídas”. Se calcula que hacia la época en que ascendió al trono la reina Victoria, en
1837, la Religious Tract Society (Sociedad de Textos Religiosos) había impreso ya
quinientos millones de panfletos para tratar de ganarse a las prostitutas y conven
cerlas de abandonar esa vida. En las décadas siguientes la inundación de esos folle
tos aumentó, pero sin efecto perceptible.42 La pobreza motivaba a la mayoría de las
mujeres, y la profunda dicotomía moral de la época victoriana, en relación con el
sexo, les aseguraba una constante clientela de hombres para los cuales las “mujeres
respetables” —es decir, las mujeres que llegaban a ser sus esposas— estaban, para
todo fin práctico, castradas. El sexo era para las “mujeres caídas”, o las mujeres de
los pobres promiscuos, consideradas no del todo humanas. El deseo sexual era un
lamentable impulso que afligía mayormente a los hombres y que, en ocasiones,
sus esposas se veían obligadas a aliviar. Esa era la época en la cual las esposas de la
clase media se acostaban de espaldas y pensaban sólo en Inglaterra... o en Estados
Unidos, según dónde estuviesen. La visión misógina adoptaba su habitual aspecto
dual y contradictorio, denigrando a las mujeres de los barrios bajos como no del
todo humanas, debido a su promiscuidad sexual, y elevando, al mismo tiempo, a
la mujer de clase media al estatus más que humano de “ángel del hogar”, gracias
a su innata asexualidad. De acuerdo con uno de los expertos médicos más destaca
dos de su tiempo, el doctor William Acton, la buena esposa “se somete a los abrazos
de su marido, pero principalmente para gratificarlo, y de no ser por el deseo de
ser madres preferirían, con mucho, verse libres de sus atenciones”. Esto se debía
porque, según Acton, “la mayoría de las mujeres (para fortuna de la sociedad)
no están demasiado preocupadas por sentimientos sexuales de ninguna clase”.
Encontrar placer en el sexo producía cáncer de útero o demencia, advertía.43
Si bien la mayoría de las autoridades médicas reconocían que las muje
res experimentaban algo de placer sexual durante la cópula, consideraban que
toda señal de excitación, o pérdida de control, era una alarmante indicación de
degeneración moral, o desequilibrio mental, que podía conducir a la locura y la
enfermedad. En esa época tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos el
comportamiento sexual estaba empezando a ser estudiado “científicamente” y
dividido en categorías de tipos aceptables e inaceptables. La ciencia representaba
una forma objetiva de ver al mundo, incluyendo el cuerpo y el comportamiento
humanos. Pero detrás de las nuevas categorías presuntamente científicas de las
“enfermedades” acechaba muchas veces una moralidad que nos resulta familiar.
La preferencia por hacer el amor con un miembro del propio sexo se convirtió
en un padecimiento denominado homosexualidad. En el área de la sexualidad,
[ SECRETOS VICTORIANOS ]
[ 156] sobre todo de la sexualidad femenina, la noción de “enfermedad” entrañaba,
con frecuencia, una enérgica desaprobación moral. Por ejemplo, las mujeres que
disfrutaban demasiado con el sexo podían ser clasificadas de ninfomaniacas y
descritas como “peligrosas, antinaturales y sexualmente fuera de control”.44 Tanto
en la Grecia clásica como en la antigua Roma se creía tradicionalmente que las
mujeres tenían deseos sexuales más fuertes que los hombres, y que era necesario
vigilar su carnalidad ya que fácilmente podía perder el control. Testimonio de ello
es el destino de Mesalina, la joven esposa del emperador Claudio, cuya ansia de
sexo la llevó a hacerse pasar por prostituta en un burdel, según las fuentes anti
guas (y hostiles) (véase el capítulo: Las mujeres a las puertas: La misoginia en la
antigua Roma). Pero a partir de finales del siglo xviii el deseo sexual “excesivo” de
las mujeres empezó a ser considerado primordialmente como un desorden físico,
no moral. Para la época victoriana había alcanzado el carácter de una enfermedad
indiscutible, con síntomas diversos y con frecuencia contradictorios.
Una indicación cierta de problemas futuros era la masturbación de las
jovencitas, obsesión victoriana que persistió en Estados Unidos hasta bien entra
da la década de 1950. La masturbación masculina ya era cosa bastante mala, pero
la femenina, si quedaba sin control, hacía estremecerse los cimientos mismos
de la sociedad. Después de todo, al concentrarse en el clítoris la mujer estaba
ignorando su vagina y, de hecho, rebelándose contra su papel biológico y pre
determinado de paridora de niños. Se la veía como una perturbadora señal de
tendencias “masculinas”, las cuales, entre otras malignas consecuencias, podían
conducir al lesbianismo, la ninfomanía y una multitud de horripilantes enfermeda
des, entre ellas hemorragia uterina, prolapso del útero, irritación espinal, convul
siones, rostro envejecido, delgadez extrema y alteraciones funcionales del corazón.
En 1894, el New Orleans Medical Journal llegaba a la conclusión de que “ni la pla
ga, ni la guerra, ni la viruela, ni una mulütud de males similares, han resultado
más desastrosos para la humanidad que el hábito de la masturbación: es el ele
mento destructor de la civilización”.45 Desde luego, muchas veces se prescribía
una acción drástica, cuanto antes mejor.
Como ejemplo de lo que podía hacerse el New Orleans Medical and Surgical
Journal informaba también del caso de una niña de 9 años cuya madre sospechaba
que se masturbaba. La examinó un ginecólogo, A. J. Block. Le tocó la vagina y los
labios menores pero la niña no respondió. El médico informa: “Tan pronto como
llegué al clítoris abrió mucho las piernas, su rostro empalideció, la respiración se
hizo agitada y rápida, el cuerpo se retorcía de excitación y la paciente dejaba oir
la ligeros gemidos”. La prescripción: una clitoridectomía.46
En 1867, el British Medical Journal describió cómo llevaba a cabo la opera
ción un ginecólogo Victoriano, Isaac Baker Brown:
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
Se utilizaron dos instrumentos: el par de fórceps en forma de gancho que [ i57 ]
el señor Brown emplea siempre para las clitoridectomías, y un hierro caute
rizador como el que utiliza para dividir el pedúnculo en las ovariotomías...
Se tomó el clítoris con los fórceps de la forma acostumbrada. Luego se
pasó el borde delgado del hierro al rojo vivo alrededor de su base hasta
que el órgano quedó desprendido; las ninfas a cada lado se seccionaron de
manera similar con un movimiento aserrado del hierro caliente. Después
de eliminar el clítoris y las ninfas se concluyó la operación tomando la
parte posterior del hierro y aserrando las superficies de los labios y otras
partes de la vulva que no habían sido tocadas por el cauterio, y el instru
mento se frotó hacia adelante y hacia atrás hasta que esas partes quedaron
mejor destruidas que cuando el señor Brown utiliza las tijeras para lograr
el mismo resultado.
Dijo que una tal lady Amberley, quien había osado presentar una ponencia
en la que escribía en favor del voto para la mujer, en el Instituto de Mecánica de
Stroud, se merecía una buena azotaina. Muchas mujeres, de la reina para abajo,
se oponían al cambio y destacaban el hecho de que el statu quo no parecía tan
opresivo para algunas de ellas como para otras. Esta habría de ser una constante
dificultad a la que se enfrentarían los defensores de los derechos femeninos en los
años siguientes, sobre todo cuando entre sus más ruidosos oponentes figuraban
las mujeres mismas.
No obstante, la era de la revolución había creado una nación nueva en
América del Norte, donde la idea de progreso era un imperativo económico, social
y cultural que amenazaba con socavar muchos de los supuestos sobre los que se
había basado la misoginia tradicional. Los primeros colonos europeos del noreste
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
del continente llevaron consigo la tradición cristiana en la cual la mujer se veía [163]
como fuente de tentación y pecado. Al mismo tiempo, la reforma protestante había
engendrado una visión de colaboradora valiosa y respetada. Es posible imaginar
las duras condiciones de las primeras colonias si se recuerda que de las dieciocho
esposas que llevaron consigo los llamados Padres peregrinos (puritanos), sólo
cinco sobrevivieron al primer invierno en el Nuevo Mundo. Las mujeres eran un
recurso esencial en la frontera, pues trabajaban a la par de sus hombres. Las trans
gresiones sexuales se castigaban severamente, muchas veces con azotes y marcas
con un hierro al rojo vivo, pero las penas se infligían sobre los transgresores tanto
masculinos como femeninos. Ya se mencionó que en Nueva Inglaterra, a finales
del siglo xvn, la locura de las brujas se agotó rápidamente y la creencia en la
brujería se desprestigió pronto. El resultado fue que, incluso tomando en cuenta
la escasa población, muchísimas menos mujeres fueron condenadas y castigadas
como brujas en Nueva Inglaterra que en Europa durante los mismos decenios
(véase el capítulo: De reina del cielo a mujer del demonio).
La hostilidad de los puritanos hacia el cuerpo se manifestaba con los tra
dicionales ataques misóginos contra las mujeres por adornarse. El más influyente
de toda una serie de panfletos antiguos sobre este viejo tema familiar fue el que
escribió el reverendo Cotton Mather (1663-1728), quien durante más de cuaren
ta años fue el pastor de la iglesia del norte de Boston. (Fue también uno de los
que defendían vigorosamente la creencia en las brujas.) Este texto, titulado The
character of a virtous woman (La personalidad de una mujer virtuosa) vuelve a pasar
revista al viejo lugar común que homologa el amor por el adorno con un peca
do o con la laxitud moral: “La belleza por la cual una mujer virtuosa siente un
notable disgusto es la que incluye las pinturas artificiales”. Las mujeres virtuosas
mantenían cubierto todo el cuerpo, con excepción del rostro y las manos, por
que de lo contrario “encenderían un sucio fuego en los espectadores masculinos,
razón por la cual hasta los escritores papistas, no menos correctamente, las han
atacado con severidad”.61
Sin embargo, Mather se esmera por matizar sus amonestaciones y adverten
cias con elogios a las mujeres. Denuncia como “hombres perversos y malhumora
dos” a quienes han sometido a las mujeres a todo un catálogo de “indignidades”.
Sólo los malos hombres podrían afirmar que femina nulla bona (“no hay ninguna
mujer buena”). “Si existen hombres tan malvados... como para negar que sean
ustedes criaturas racionales, los mejores medios para refutarlos consistirán en
demostrar que son seres religiosos.”62 En ocasiones parece estar tan avergonzado
de los hombres por atacar a las mujeres como lo está de las mujeres por usar cos
méticos. Su enérgico apoyo a la educación femenina demuestra también que en
el Nuevo Mundo se tenía ya a las mujeres en más estima de lo que era tradicional
en el caso de Europa.
[ SECRETOS VICTORIANOS ]
[ i64 ] Durante la revolución norteamericana, Thomas Paine abogó por los dere
chos de la mujer. Esa tradición la continuó Abigail Adams (1744-1818), esposa del
segundo presidente de Estados Unidos, John Adams (1735-1826, presidente de
1797 a 1801), la cual afirmó, en 1777, que las mujeres “no nos veremos limitadas
por leyes en las cuales no contemos con voz”.
Las doctrinas del siglo xvni acerca de la igualdad y el derecho a buscar
la felicidad se entronizaron en la Constitución estadunidense y representaron un
punto de referencia fundamental para quienes querían librar la guerra contra la
discriminación política y social a la que seguían estando sometidas las mujeres.
Por ello se cuestionaron inevitablemente las tradicionales creencias misóginas
que yacían en la base de esa discriminación. La misoginia se puso a la defensiva
intelectual, política y socialmente.
Incluso antes de que se alcanzasen los derechos de la mujer, la influencia
benéfica de la democracia norteamericana sobre el estatus de las mujeres resultó
obvia para visitantes como Alexis de Tocqueville, el aristócrata francés liberal
que visitó Estados Unidos a lo largo de ocho meses entre 1831 y 1832. En 1835
publicó su obra maestra, La democracia en Estados Unidos. En ella observa que las
mujeres norteamericanas están mejor educadas y tienen sorprendentemente, una
mentalidad más independiente, en ocasiones, que sus contrapartes francesas e
inglesas. “Con frecuencia me he sorprendido y casi atemorizado ante la singular
elocuencia y alegre audacia con la cual las jóvenes de Estados Unidos logran
organizar sus pensamientos y su lenguaje en medio de todas las dificultades de
la conversación libre.”63
En Europa, dice, los hombres halagan a las mujeres pero dejan entre
ver su desprecio subyacente, mientras que en Estados Unidos “los varones raras
veces les hacen cumplidos a las mujeres, pero demuestran diariamente cuánto
las aprecian”. Observa que en este país la violación sigue siendo un delito que se
castiga con la pena capital, y que “una joven soltera puede emprender un largo
viaje sola y sin temor”. La experiencia de De Tocqueville en Estados Unidos lo
insta a plantear la pregunta más importante de todas las que tienen que ver con
la relación entre hombres y mujeres. ¿Llegará la democracia “en última instancia
a afectar la gran desigualdad entre hombre y mujer que, hasta el día de hoy, ha
parecido estar basada eternamente en la naturaleza humana?” Es una interrogante
que, al iniciarse el nuevo milenio, continúa reverberando por todo el mundo en
desarrollo, mientras Occidente exporta su modelo político y social a culturas que
siguen mostrándose hostiles a las ideas de igualdad entre los sexos. En 1835, De
Tocqueville predijo con confianza cuál sería la respuesta. La democracia, pensaba,
“elevará a la mujer y la convertirá cada vez más en igual del hombre”.64
De Tocqueville había pasado la mayor parte de su tiempo en el noreste
de Estados Unidos y relativamente poco en los estados esclavistas del sur, donde
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
la perspectiva de la igualdad entre hombres y mujeres hubiese parecido tan poco [ 165 ]
probable como la de la equidad entre los negros y sus amos blancos. Si bien la
esclavitud, igual que la pobreza, no crea la misoginia, sin duda le brinda la opor
tunidad de prosperar. Y, lo que resulta fundamental, elimina toda barrera legal
a la explotación sexual de las mujeres. “Desde el momento en que la primera
esclava africana fue violada por su amo norteamericano —escribió el erudito en
materia judicial León Higginbotham— el mensaje quedó aún más claro: a los ojos
de la ley una esclava negra no era vista como ser humano y no tenía derechos, ni
siquiera el de controlar su propio cuerpo.”65 Como en la esclavitud las personas
eran consideradas propiedad de otros, las africanas se usaban muchas veces como
reproductoras para producir más propiedad.
Según la historiadora Beverly Guy-Sheftall: “La explotación sexual de las
negras durante el esclavitud fue tan devastadora como la castración de los esclavos
negros”.66 Sojourner Truth, una exesclava que participó activamente en los inicios
del movimiento por los derechos de la mujer, tuvo trece hijos, y atestiguó que la
mayoría de ellos fueron vendidos como esclavos.67
Las primeras feministas encontraban un paralelismo entre la esclavitud y
la misoginia, en el sentido de que las mujeres, igual que los esclavos, eran vistas
como una propiedad. De hecho, cuando se excluyó a Lucretia Mott (1793-880),
la abolicionista cuáquera, de expresarse en una reunión abolicionista celebrada
en Londres, en 1840, porque era mujer, decidió luchar en pro de los derechos
femeninos. Ocho años después, en Seneca Falls, en el estado de Nueva York, se
llevó a cabo la primera convención por los derechos de la mujer, organizada por
Mott y por Elizabeth Cady Stanton (1815-1902). Allí declararon: “Creemos que
estas verdades son evidentes por sí mismas: que todos los hombres y las mujeres
son creados iguales”. Al año siguiente, en 1849, las primeras mujeres médicas obtu
vieron licencia para practicar en Estados Unidos. Veinte años después el territorio
de Wyoming hizo historia política, social y de género, al convertirse en la primera
entidad política moderna que le dio a la mujer el derecho al voto.68 Habrían de
pasar cinco décadas más para que se aprobase la 19a. enmienda de la Constitución
norteamericana que hizo extensivo el voto a las mujeres de todos los estados.
En Inglaterra, en 1867, el filósofo empirista John Stuart Mili (1806-1873),
quien proponía enérgicamente los derechos femeninos, y que fue autor de The
subjection of women (El sometimiento de las mujeres), procuró incluir en un proyecto
de ley de la Cámara de los comunes una estipulación que le concedería el voto
a las mujeres, aunque el mismo hubiese estado restringido por consideraciones
educativas. Fracasó, como también lo hizo, en 1879, el intento del Congreso Socia
lista Francés por conquistar derechos políticos para las mujeres.
Mili fue uno de los primeros en aplicar a la política y al sistema social
lo que se conoce como la hipótesis de la pizarra en blanco: la idea de que no
[ SECRETOS VICTORIANOS ]
[ i66 ] existía la “naturaleza humana” como tal, y que todas las diferencias entre razas e
individuos podían ser explicadas por las circunstancias. Sostenía que la creencia
en las diferencias innatas, incluyendo las existentes entre hombres y mujeres, era
el principal obstáculo al progreso social.
Sus oponentes demostraron que tenía razón. A medida que iba ganando
fuerza el argumento del empirista en favor de la igualdad de las mujeres, la reac
ción en su contra fue dependiendo cada vez más de deducciones de la naturaleza
para refutar una noción tan descabellada. ¿Acaso la naturaleza no hacía a las
mujeres más débiles que los hombres? ¿No tenían la cabeza más pequeña, según
observó un tal Charles Darwin, quien sostuvo que, por lo tanto, su cerebro estaba
“menos evolucionado”?69 ¿No menstruaban? Se puede calar el nivel del análisis
científico a partir del hecho de que a lo largo de seis meses, durante 1878, el
British Medical Journal publicó un debate respecto a si una mujer que menstruaba
podía arranciar un jamón al tocarlo.70
La reacción se expresó filosóficamente. A la misoginia nunca le han hecho
falta filósofos, de Platón en adelante. En el siglo xix, entre pensadores sobre todo
alemanes, adoptó la forma de una reacción contra el empirismo y contribuyó a
crear el movimiento romántico bajo la influencia de Rousseau (véase e\ capítulo:
Oh, mundo feliz: literatura, misoginia y el ascenso de la modernidad) y de Imma-
nuel Kant (1724-1804). Resulta bastante irónico que los románticos se alineasen
del lado de los perpetradores de la misoginia, ya que lo “romántico”, por lo menos
en el pensamiento popular, tiene el aura de ser aliado de la mujer. Pero los román
ticos (en poesía y en filosofía) fueron para la liberación de las mujeres lo que los
cómicos imitadores de negros para el movimiento de los derechos civiles.
La noción kantiana de que el conocimiento más profundo es independien
te de la experiencia (es decir esencialmente intuitivo) se presta a una interpreta
ción semimística y panteísta del mundo. Se volvió antirracionalista, rechazando
el intelecto y elevando la voluntad como medio de alcanzar el significado del
mundo, que veía compuesto por esencias. A las mujeres se les asignaron ciertas
cualidades, a los hombres otras. Para Kant, la mujer era la esencia de la belleza, y
su único papel en la vida era el de una glorificada acomodadora de floreros a la
que era preferible no perturbar con los esfuerzos del hombre pensador, de los que
cuanto menos supiera, mejor. En la filosofía de Arthur Schopcnhauer (1788-1860),
que siguió a Kant, es una niña crecida, una criatura de desarrollo interrumpido,
apta sólo para cuidar a los hombres. Schopenhauer, el autor de El mundo como
voluntad y representación, era budista, creía en la magia y el misticismo; amaba a
los animales, nunca se casó y era absolutamente antidemocrático. Pensaba que
“las mujeres existen principalmente para la propagación de la especie”. Sin duda
su contribución más importante a la historia de las ideas fue su influencia sobre
Friedrich Nietzsche (1844-1900).71
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
Para Nietzsche, igual que para Schopenhauer, la única realidad era la [ 167]
voluntad. Admiraba a Napoleón y al poeta británico lord Byron (1788-1824). Napo
león parece una elección más evidente que Byron, la primera celebridad literaria
en el sentido moderno. Pero éste encarnaba lo que Nietzsche consideraba debía
ser el papel del Übermensch, el superhombre, que pisoteaba las convenciones, desa
fiaba las normas morales predominantes, personificaba la voluntad de poder. En
el caso de Byron se trataba del poder sobre las mujeres... era célebre como “Don
Juan” viviente.72
“La felicidad del hombre es: ‘Yo quiero’. La felicidad de la mujer es: ‘El
quiere’”, escribió Nietzsche en Así hablaba Zaratustra. Y también: “Todo en la mujer
es un enigma, y todo en la mujer tiene una solución: el embarazo”. Cuando no
está pariendo bebés superhombres se dedica al “reposo del guerrero”. “Todo lo
demás es una tontería.” En La voluntad de poder escribió de las mujeres: “¡Qué pla
cer es encontrar criaturas que sólo tienen en la cabeza los bailes, las estupideces
y las elegancias!”
Las fantasías de poder y violencia de Nietzsche son las de un recluso
enfermizo, y su desprecio por las mujeres es el de un hombre que les teme.73 La
tonta frívola que retrata como su mujer ideal es hija de Rousseau y de Schopen
hauer, una combinación de inocencia e ignorancia, no muy lejana del “ángel del
hogar” Victoriano. Pero su descendiente directa habría de nacer más tarde, en la
mente de Adolf Hitler. En el siglo xx adoptaría la forma de la doncella germana
de estirpe pura, la madre asexuada de la raza superior.
Debido a su impacto sobre Hitler, Nietzsche bien puede haber sido el misó
gino decimonónico de mayor influencia, pero no fue el más famoso. Esa dudosa
distinción le corresponde a un hombre cuya identidad sigue siendo tan misteriosa
como lo fue hace poco más de cien años, cuando se ganó el apodo por el cual
seguimos conociéndolo: Jack el Destripador, el primer asesino serial de la época
moderna. El asesinato puede hablar con tanta elocuencia de los temores, deseos
y preocupaciones de una sociedad como lo hace su poesía. En este sentido no hay
expresión más aterradoramente elocuente de la misoginia victoriana que los cinco
asesinatos que llevó a cabo Jack el Destripador, entre agosto y noviembre de 1888.
Sólo había pasado un año desde que la reina Victoria celebrase su jubileo de oro.
El imperio británico estaba en la cúspide y Gran Bretaña era la nación más segura
de sí misma y poderosa de la tierra. Sin embargo, los asesinatos sórdidos y encar
nizados de cinco prostitutas de clase baja habrían de sacudir a la capital imperial,
proporcionándole un espejo ensangrentado en el cual contemplar atemorizantes
reflejos del arraigado odio que la sociedad sentía por las mujeres.
Desde luego, los Victorianos no desconocían la violencia contra las mujeres,
aunque bien pueden haber optado por ignorarla cuando las víctimas eran de clase
baja, como ocurría en la mayoría de los casos. Cuando no bastaba la realidad de la
[ SECRETOS VICTORIANOS ]
[ ió8 ] violencia, la pornografía la ofrecía en dosis generosas para estimular las fantasías
de los caballeros de la clase media. El mismo año de los asesinatos del Destripador
se publicó una obra anónima, My secret life (Mi vida secreta). Sus once volúmenes
son presuntamente la autobiografía sexual de un caballero casado adicto a las
prostitutas y a las mujeres de clase baja. Después de una de sus escapadas, durante
la cual creía haber contraído sífilis, vuelve a su casa, con su esposa, la cual se niega
a tener relaciones sexuales con él.
El desprecio por las mujeres que se expresa tan intensamente en este frag
mento da por resultado una especie de asesinato psíquico, en el cual el pene se esgri
me como arma mortal. El Destripador tenía inclinaciones más literales y empleaba
un cuchillo. Pero lo que revela la manera en que la misoginia puede transformarse
es la forma en que lo usaba. En esos momentos se modificó para adaptarse al
triunfo del nuevo paradigma científico, que crecientemente iba sustituyendo a la
religión como árbitro de lo correcto y lo incorrecto en el comportamiento sexual.
Antes que categorías morales explícitas prefería el vocabulario de la ciencia médi
ca. Jack el Destripador aplicó este paradigma de la manera más directa y brutal que
quepa imaginar: reducía a las mujeres a ejemplares aptos sólo para la disección.
Sus cinco víctimas fueron Mary Ann Nichols, asesinada el 31 de agosto;
Annie Chapman, asesinada el 8 de septiembre; Elizabeth Stride, asesinada el 30
de septiembre; Catherine Eddowes, asesinada el mismo día, y Mary Jane Kelly,
asesinada el 9 de noviembre.75 Todas las víctimas eran prostitutas que trabajaban
en las calles, en las pensiones baratas y las tabernas del área de Whitechapel, en
el East End. Todas eran alcohólicas. Todas estaban separadas de su marido. Todas
estaban luchando desesperadamente por sobrevivir.
El modus operandi de su asesino consistía en estrangular a su víctima cuando
ésta se levantaba la falda en preparación para el sexo. La acostaba en el piso de
espaldas, le cortaba dos veces el cuello y luego empezaba su verdadero trabajo.
Por lo general, se dice que mutilaba a sus víctimas. Pero lo que realmente hacía
se parece más a una disección concentrada en el área púbica de la mujer. Saca
ba el útero, acuchillaba o cortaba partes de la vagina. (Al parecer en el caso de
Stride lo interrumpieron y no llegó tan lejos.) También extraía las entrañas de la
víctima. El propósito de la disección era exponer a las mujeres desde su interior.
El peor caso fue el de Mary Kelly, quien murió en el miserable cuartucho que
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
rentaba. Un reportero de The Pall Malí Gazette observó que su cuerpo parecía “uno [ 169 ]
de esos horribles ejemplares anatómicos hechos de cera”.76 Más seguro contra las
interrupciones allí que en la calle, el Destapador le hizo una disección completa.
De acuerdo con el informe del médico policial Thomas Bond," le quitaron los
senos, uno de los cuales se le colocó debajo de la cabeza; el otro estaba junto su
pie derecho. También el útero apareció debajo de la cabeza, al igual que los riño
nes. Los genitales habían sido despojados de la carne, y lo mismo se había hecho
con el muslo derecho. El rostro estaba mutilado hasta hacerlo irreconocible. La
carne del abdomen fue colocada sobre la mesa de noche. Una de sus manos se
introdujo en la cavidad abdominal, que estaba vacía. La mujer tenía tres meses
de embarazo, pero los informes no mencionan al feto. El Destapador la dejó con
las piernas abiertas, en un claro gesto de burla sexual. Todas sus demás víctimas
se encontraron con la falda levantada, exponiendo el área genital. Sin embargo,
los Victorianos, aunque celebres por tapar las patas de las mesas porque las encon
traban sexualmente provocadoras, no clasificaron los asesinatos del Destapador
como crímenes sexuales.
Igual que la locura de las brujas a finales de la Edad Media y principios de
la época moderna, los asesinatos de Jack el Destapador nos dicen mucho sobre lo
que acechaba en la visión de las mujeres que tenía la sociedad. Una viuda de 46
años escribió a un periódico londinense diciendo que las “mujeres respetables”
como ella no tenía nada que temer, porque Jack “respeta y protege a las mujeres
respetables”.78 De hecho, algunas opiniones respetables de la clase alta del West
End sostenían que las “malas” mujeres habían recibido su merecido. La suposición
victoriana de que las mujeres buenas eran seres asexuales y que por lo tanto el
deseo sexual por parte de una mujer era señal de “enfermedad” había llevado
a la práctica de la mutilación genital como cura para la masturbación, la histeria,
la ninfomanía y otras afecciones “femeninas”. A las prostitutas se las denominaba
habitualmente “mujeres caídas” o “hijas de la alegría”, ya que la misoginia victo
riana no veía sus actividades como resultado de la desesperación económica, sino
de un deseo sexual incontrolable. Jack el Destapador llevó esto hasta su extremo
lógico, aunque sicópata. Ya que las “mujeres caídas” padecían una enfermedad
sexual les practicaría cirugía y las dejaría expuestas, como cualquier otro ejemplar
enfermo, para que el mundo las contemplase.79
En la locura de las brujas la misoginia había actuado a través de un ins
titución poderosa, la Iglesia. En el caso de Jack el Destapador se expresaba en
el nivel de un individuo sicótico. Desgraciadamente el siglo xx proporcionaría
demasiadas oportunidades para que la misoginia adoptase ambas formas.
[ SECRETOS VICTORIANOS ]
VII La misoginia en la era de los superhombres
uando se está viviendo eso que llamamos historia, raras veces hay
una clara línea de división entre una época y otra. Nosotros tra
zamos una separación entre nuestro mundo moderno y el de los
Victorianos, sobre todo en cuestiones sexuales, olvidando que fue
ron hombres con raíces en la época victoriana quienes contribu
yeron a configurar el siglo xx y la forma en que se vería y trataría
las mujeres. Sigmund Freud (1856-1939), Charles Darwin (1809-
1882) y Karl Marx (1818-1883), hombres del siglo XIX, nos legaron
ideas cuyas consecuencias sólo se comprendieron plenamente en
el siguiente siglo. Las ideas de los tres han tenido influencia (a
veces profunda) en la historia de la misoginia. Esta no resulta evi
dente a primera vista en el caso de Marx y de Darwin, pero desde
luego sí en el de Freud.
Al iniciarse el siglo xx, los ideales de la Ilustración, con
su énfasis en la igualdad y la autonomía del individuo, parecían
haberse impuesto en toda Europa occidental, Estados Unidos y las
naciones que se habían desprendido de esas regiones. Con ella se
vinculaba la idea de progreso, también profundamente inserta en
Occidente. Parecía ser mucho más que una mera idea. Parecía una
realidad. Un periodo de crecimiento industrial y expansión econó
mica sin precedentes prometía una prosperidad generalizada. En
Europa y América del Norte, en los Estados en los que prevalecían
formas democráticas de gobierno, los derechos de la mujer —entre
ellos el derecho al voto— estaban firmemente asentados en el pro
grama político. En 1893, Nueva Zelanda se había convertido en el
primer Estado-nación en concederle el sufragio a las mujeres. Le
siguieron Dinamarca, Finlandia, Islandia y Noruega. La revolución
bolchevique de Rusia les dio ese derecho en 1917. Al año siguiente,
tras una campaña larga y a veces amarga que duró casi todo un
siglo, el Reino Unido le otorgó derecho al voto a las mujeres de
más de 30 años, y una década después redujo la edad para votar a
21. El derecho femenino al voto llegó a ser, en agosto de 1920, la
19a. enmienda de la Constitución norteamericana. Mientras tanto
las mujeres eran una parte cada vez más importante de la fuerza
laboral. La esfera pública no era ya un dominio exclusivamente
[i72] masculino. Las mujeres de clase media tenían acceso a la educación superior y
estaban ingresando en profesiones hasta entonces consideradas exclusivas para
varones.
El progreso de las mujeres, no por primera vez en la historia de la miso
ginia, provocó una reacción. Esta se manifestó en varios ámbitos diferentes: cien
tífico, filosófico y político. Pero si esas reacciones tenían un objetivo en común
era el de demostrar que el desprecio de los hombres por las mujeres estaba justi
ficado. Era necesario reconfirmar, si acaso no reforzar, el antiguo prejuicio, a fin
de tranquilizar a los hombres asegurándoles que, al margen de la igualdad y los
derechos de la mujer, había ciertos aspectos de la relación macho-hembra que
jamás cambiarían.
Esto se observa con mucha claridad en la obra de Freud, la cual ha tenido
una influencia extraordinaria, hasta el punto de que, en palabras del poeta inglés
W. H. Auden, se convirtió “en todo un clima de opinión/bajo el cual llevábamos
a cabo nuestras diferentes vidas”.1 Su obra representa el primer examen extenso
y detalladamente “científico” de las diferencias psicológicas entre ambos sexos.
Freud intentó encontrar las raíces psicoanalíticas de las diferencias que se per
cibían en la naturaleza de hombres y mujeres. En sus primeros años se inclinó
por destacar los paralelismos, más que las diferencias, en el desarrollo de niños y
niñas. En determinado momento abrigó incluso la noción de que los niños expe
rimentaban “envidia del útero”.2 No obstante, según iba envejeciendo desarrolló
una visión más dualista. Durante este periodo, en la década de 1920, pronunció
sus formulaciones más famosas acerca de los hombres y las mujeres.
Cuando se los analiza a fondo, algunos de estos hallazgos resultan pareci
dos a los que sostienen los médicos brujos africanos. El hecho de que el médico
brujo haga sus declaraciones envuelto en la bata blanca nueva y resplandeciente
de la ciencia no puede ocultar sus notables semejanzas. Piénsese, por ejemplo,
en el ataque de Freud contra el clítoris. En un artículo que escribió en 1925 veía
el clítoris como el elemento “masculino” de la sexualidad femenina, ya que tenía
erecciones, y consideraba que la masturbación del clítoris era “una actividad mas
culina”. Declaró: “La eliminación de la sexualidad clitoriana es una precondición
necesaria para el desarrollo de la feminidad”.3 La feminidad se logra mediante una
especie de cambio de régimen, en el cual el clítoris le entrega “su sensibilidad, y
al mismo tiempo su importancia, a la vagina”.
La tribu dogón de Nigeria, en Africa occidental, cree que todas las personas
nacen con un alma masculina y otra femenina. Para que las jóvenes alcancen su
verdadera feminidad es necesario eliminar esa parte de ellas en la que reside su
alma masculina, el clítoris, así como los niños tienen que someterse a la circun
cisión para retirar su alma femenina oculta en el prepucio? Como hemos visto,
algunos expertos médicos Victorianos propugnaban la clitoridectomía para curar
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
las “enfermedades femeninas”. ¿Cuál es la diferencia entre un curioso mito afri [173]
cano, la clitoridectomía victoriana y las afirmaciones de Sigmund Freud, aparte
de que éste propone una mutilación psíquica, y no física, de la mujer? Afirma
que la verdadera feminidad se presenta cuando la mujer renuncia al placer sexual
derivado de la actividad “masculina”, que se identifica con el clítoris, porque es
una fuente de placer puro, sin relación alguna con la reproducción. Semejante
egoísmo es característico del macho, y por lo tanto tiene que ser abandonado a
fin de que la hembra pueda llegar a ser una criatura plenamente femenina, ya
que la feminidad implica el autorrenunciamiento y la autonegación con fines más
elevados, lo cual se identifica con la vagina. ¿Y que podría inspirar a una joven,
cabría preguntarse, a renunciar a sus deleites clitorianos? Las niñas, escribe Freud,
“advierten el pene de un hermano o un compañero de juegos, notablemente
visible y de mayores proporciones, reconocen de inmediato que es la contraparte
superior de su propio órgano pequeño e inconspicuo, y a partir de ese momento
son víctimas de la envidia del pene”.5 Evidentemente, al menos para Freud, el
tamaño es importante. Determina también la forma en que los hombres ven a las
mujeres, y brinda una explicación de la misoginia:
“Esta combinación de circunstancias lleva a dos reacciones, que pueden
fijarse y que, en conjunción con otros factores, determinará de manera perma
nente las relaciones del niño con las mujeres: horror por la criatura mutilada o
desprecio triunfal por ella.” De acuerdo con Freud esto explica no sólo por qué los
hombres desprecian a las mujeres, sino por qué ellas mismas desarrollan desprecio
“hacia un sexo que ocupa el segundo lugar en un aspecto tan importante”.6 Por lo
tanto esta teoría predice que la misoginia no es una aberración, sino, de hecho,
una reacción normal universal, por parte tanto de hombres como de mujeres,
hacia la hembra “mutilada”.
La descripción que hace Freud del desarrollo femenino recuerda no sólo
la de los médicos brujos africanos, sino también las opiniones de Aristóteles. Unos
2,200 años antes, también Aristóteles veía a las hembras como machos “mutilados”,
criaturas que no había logrado realizar su pleno potencial (véase el capítulo Las
hijas de Pandora). El punto de partida de Freud, igual que el de Aristóteles, con
siste en asumir que el macho es la norma sexual con respecto a la cual se mide el
otro sexo. Esto establece una especie de dualidad —normalidad masculina contra
anormalidad femenina— que se va profundizando en su pensamiento a medida
que pasa el tiempo. Al final la utiliza para repetir muchos de los viejos prejuicios
misóginos contra las mujeres, salvo que en esta ocasión están justificados en nom
bre de la ciencia? Su teoría de que la feminidad dependía de transferir el enfoque
del sexo clitoriano al vaginal podría verse como la justificación “científica” del
prejuicio, expuesto de manera tan tronante en la propaganda nazi de esa época,
de que el papel de las mujeres debía limitarse a ser madres.
[ LA MISOGINIA EN LA ERA DE LOS SUPERHOMBRES ]
[r4] Para cuando escribió una de sus últimas obras, El malestar en la cultura,
en 1929, los hombres se equiparaban con la civilización misma y las mujeres
con sus oponentes, una fuerza hostil, resentida y conservadora impulsada por la
envidia del pene. Las conclusiones de Freud eran que la sexualidad femenina era
un “continente negro”, reveladora metáfora que ubica a las mujeres, junto con
los africanos, firmemente fuera del reino de la civilización, que es “asunto de los
hombres”.8
En Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos
Freud admitió que sus teorías sobre la sexualidad femenina se basaban “en un
puñado de casos”. Erigir grandes teorías sobre datos limitados no es un buen hábi
to científico. La ciencia es una de esas áreas en las que el alcance (de la muestra
de hechos sobre la cual se basan las teorías), tiene importancia. La disposición
de Freud a plantear sus opiniones a pesar de la ausencia de evidencias suficientes
dicen más respecto al tamaño de su propio ego, que acerca de la naturaleza de
la sexualidad femenina.
“Siempre me resulta raro”, escribió “cuando no puedo entender a alguien
en términos de mí mismo.”9 Las observaciones de este tipo han hecho que haya
quienes lo incluyen en la tradición de los “superhombres” de Nietzsche, esos mons
truos autorreverentes ante cuyo enorme ego masculino todo lo demás palidece
hasta ser insignificante.10 Desde luego, la visión dualista de los sexos de Freud
encaja muy bien en esa tradición, aunque no se deriva de los mismos principios
irracionales y románticos. Nietzsche veía a la mujer como enemiga de la verdad,
mientras que Freud la veía como enemiga de la civilización.
La tradición nietzscheana del dualismo esencial del varón y la mujer pro
porcionó una de las bases principales para la reflexión filosófica, y posteriormen
te política, contra las mujeres en el siglo xx. En el otoño de 1901, Freud trabó
conocimiento con uno de sus exponentes menos conocido, pero no por ello
carente de significación. Un estudiante graduado de la Universidad de Viena, de
21 años, llamado Otto Weininger, se acercó a él con el bosquejo de un libro que
planeaba escribir y titular Sexo y carácter. Freud leyó el esbozo y no quedó muy
impresionado; señaló —bastante irónicamente, si se considera su propio hábito
de arreglárselas con datos escasos—: “El mundo desea evidencias, no ideas”. Y le
dijo al joven que se dedicase durante diez años a reunir evidencias de sus teorías.
Semejante empresa era ajena a la naturaleza de Weininger. De cualquier manera,
no le quedaba tanto tiempo de vida.11
Según todas las versiones, Otto Weininger (1880-1903) era un estudiante
brillante que a los 18 años hablaba ya ocho idiomas. Su pensamiento estaba pro
fundamente influido por Schopenhauer y Nietzsche. Es decir, había heredado una
tradición en extremo hostil a las mujeres, y la llevó a su culminación filosófica en
Sexo y carácter, que se publicó en 1903. En él su dualismo misógino adquiere una
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
calidad casi mística. Todos los logros positivos de la civilización se asocian con 1 '75 1
los hombres —los hombres arios. Las mujeres son su negación. Weininger llega
al extremo de negarles a las mujeres su humanidad y las reduce a no-entidades:
“Las mujeres no tienen existencia ni esencia; no son, no son nada”.12 Invoca la
distinción platónica entre materia y forma, entre el mundo mutable y transitorio
de los sentidos y el ideal. La mujer es materia, el hombre forma. Afirmar que la
mujer no tiene “esencia” significa que no existe en el elevado nivel de la forma
pura y, por lo tanto, para Weininger su existencia material real no tiene ninguna
importancia.
Weininger repite el mito de la caída del hombre en el nivel filosófico.
“Porque la materia en sí misma no es nada, sólo puede cobrar existencia a través
de la forma”, es decir, deseando a una mujer que es “el material sobre el cual
actúa el hombre”. Ella es “la sexualidad misma”. Según Weininger:
E
n la década de 1960 la política del cuerpo hizo su ingreso al cuerpo
de la política.
Durante los últimos millares de años el control del cuerpo
—es decir, del cuerpo de la mujer— ha sido una preocupación cen
tral de muchas de las doctrinas e instituciones religiosas, sociales y
políticas creadas por el hombre. De no ser así no hubiese habido
necesidad de escribir una historia de la misoginia. No obstante,
en lo más hondo de la psique masculina están los manantiales de
temor y fascinación que provoca la contemplación de la mujer.
Su deshumanización, ya fuese por medio de la elevación o de la
denigración, siempre fue (en términos generales) un asunto polí
tico. Es decir que la política del cuerpo no se inventó en los años
sesenta. Pero no fue sino hasta mediados del siglo xx cuando las
mujeres mismas tuvieron el poder de determinar cómo se definiría
la política del cuerpo. En ese punto una innovación tecnológica
y la reaparición del feminismo se combinaron para imponer la
cuestión en la esfera pública como nunca antes.
La primera mitad de ese siglo había sido testigo, en Occi
dente y en las naciones desarrolladas (fuera de la esfera totalita
ria) de las mujeres que iban ganando derechos políticos, legales y
sociales. En las siguientes décadas la lucha habría de desplazarse
a un escenario mucho más profundo: el derecho de las mujeres a
controlar su propia fertilidad, a medida que la tecnología necesaria
para ello se iba volviendo más refinada, confiable y disponible. Se
trató de una batalla por el último mecanismo de control sobre el
cuerpo de una mujer: su ciclo reproductivo. Para una mujer este
derecho es el más crucial que existe y la clave para alcanzar una
verdadera autonomía. La misoginia le niega esa autonomía; de la
falta de ella depende su subordinación. A medida que la revolución
sexual se iba desplegando en Occidente la misoginia se enfrentó
a su peor pesadilla. La virulencia de su respuesta al desafío no
dejaría nada que desear.
La idea de que las mujeres tengan relaciones sexuales sin
el riesgo de quedar embarazadas es profundamente perturbadora
para la visión del papel de la mujer que ha heredado la civilización
[194] occidental de la tradición judeocristiana que, en su núcleo, es profundamente
misógina. En Gran Bretaña, la Iglesia anglicana la denunció como “la horrible
herejía”.1 A medida que en Estados Unidos las familias iban haciéndose más peque
ñas durante los primeros años del siglo xx, cuando la mujer promedio daba a
luz aproximadamente a tres hijos en 1900, en comparación con siete en 1800, la
reacción moral fue ganando fuerza. Las mujeres mismas presentaban oposición,
sobre bases morales, a la anticoncepción. Elizabeth Blackwell, la primera mujer de
Estados Unidos que obtuvo título de médico, afirmó que utilizar anticonceptivos
para “consentir la sensualidad de un marido y al mismo tiempo contrarrestar a la
naturaleza es, por un lado, de éxito muy incierto y, por el otro, eminentemente
nocivo para la mujer”.2 Theodore Roosevelt atacó el uso de condones como “deca
dente”. Adelantándose a los términos que usarían después los nazis en su campaña
por mantener a las mujeres en la cocina, descalzas y embarazadas, declaró que las
mujeres que utilizaban anticonceptivos eran “criminales contra la raza... objeto de
un despectivo aborrecimiento por parte de las personas sanas”.3
El embarazo, con sus dolores y sufrimientos, había sido preordenado por
Dios como parte del castigo, junto con el trabajo y la muerte, del que se había
hecho merecedora Eva por su maligna curiosidad. Si no existía el riesgo de emba
razo, las mujeres se entregarían el sexo por placer y abandonarían sus responsabi
lidades maternas, volviéndose tan egoístas como los varones o aún peores, ya que
la idea de que las mujeres eran sexualmente insaciables nunca había desaparecido
y seguía representando una fuente de ansiedad masculina. Para algunos era así
de simple. Eso hacía que la demanda de un control natal eficaz fuese mucho más
amenazante que la exigencia del voto. Si no existía un control natal confiable la
igualdad de las mujeres siempre estaría muy condicionada. Quienes se oponían
a esa exigencia tanto en la Iglesia como en el Estado se alegraban de que así fue
se; podrían confiar a las mujeres el voto pero no el poder de decidir su destino
reproductivo.
No obstante, la demanda de acceso al control natal no llegaría a convertirse
en una grave amenaza al dominio que la sociedad tenía de las mujeres, mientras
los métodos anticonceptivos siguiese siendo burdos, poco confiables, toscos o sim
plemente demasiado vergonzosos para usarlos, como lo fueron durante la mayor
parte de la historia humana —hasta la invención de la pastilla anticonceptiva, en
1955. Hasta entonces los hombres tenían a las mujeres más o menos a su merced
al decidir si usarían o no condones, que eran el recurso anticonceptivo más habi
tual. Desde luego, en teoría una mujer podía negarse a tener relaciones con un
hombre a menos que se lo impusiese, pero en la práctica los hombres amenazaban,
coaccionada, extorsionaban o presionaban de alguna otra manera a las mujeres
para que se arriesgasen en pro del placer masculino. Y siguen haciéndolo. Pero
a principios de los sesenta, cuando se difundió la píldora, eso implicó que por
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
primera vez en la historia humana las mujeres podían decidir por sí mismas si [ 195 ]
querían o no regular su fertilidad, sin necesidad de consultarle al hombre con el
cual mantenían relaciones sexuales.
El antiguo sistema de dominio masculino, con sus teorías de la misoginia,
era algo más que un simple reflejo de las relaciones de propiedad, como afirmaron
en términos burdos Marx y Engels. Se basaba también en la subyugación biológica
de las mujeres a los hombres, que se mantuvo en ausencia o rechazo de medidas
de control natal para regular la fertilidad femenina. Este sistema patriarcal tuvo
un éxito notable (y sigue teniéndolo en muchos lugares del mundo), y les dio a
los hombres la clase de libertad sexual que le estaba negada a las mujeres. Como
escribió el filósofo Bertrand Russell: “los hombres, que dominaban, tenían una
considerable libertad, y las mujeres, que sufrían, estaban tan totalmente subyu
gadas que su infelicidad parecía no tener importancia”.4 Por primera vez, en la
década de 1960 la pastilla anticonceptiva amenazó esta antigua jerarquía y abrió
un panorama de igualdad sexual.
Tradicionalmente el movimiento de las mujeres se había abstenido de dis
cutir el tema de la igualdad sexual, por temor a desalentar el apoyo de las clases
respetables. De hecho, quienes propugnaban por el control natal a principios del
siglo xx se preocupaban más por el control poblacional y la reglamentación de los
pobres, cuyo número creciente se veía como un peligro para la estabilidad social,
que por nivelar el terreno de juego sexual entre los sexos.5 Si los que abogaban
por los derechos de la mujer se pronunciaban en favor de la igualdad sexual
entre hombres y mujeres era, por lo general, para destacar la necesidad de que
los varones respetasen la moral de la monogamia que les habían impuesto a las
mujeres. Se ubicaban firmemente dentro de la tradición moral cristiana que, dos
mil años antes, había atraído a las mujeres, al considerar que el marido adúltero
pecaba tanto como la esposa adúltera. La idea de que podía llegarse a la igualdad
al permitir que las mujeres se comportasen tan promiscuamente como los hom
bres desafiaba hasta tal punto el código tradicional, así como ciertas realidades
biológicas, que el movimiento femenino temía que manchase su propio esfuerzo
con el estigma del radicalismo bohemio. Pero con el advenimiento de la pastilla
comenzó a ser físicamente posible que las mujeres tuviesen relaciones sexuales
tan informales como los hombres, si así lo deseaban, sin miedo a embarazarse. El
derecho a decidir es, como siempre, la clave del progreso de las mujeres, tal como
lo es para los hombres. Quince años después de su introducción, 20 millones de
mujeres estaban ejercitando ese derecho tomando la pastilla, y otros 10 millones
usaban el dispositivo intrauterino o diu.6
La misoginia procura deshumanizar a las mujeres por medio de defini
ciones restrictivas de cuál se supone que es su “verdadero” papel, y cerciorándose
de que estén limitadas a él. En la civilización occidental no hubo ningún aparato
[ LA POLÍTICA DEL CUERPO ]
[i96] más poderoso para imponer esa definición que las Iglesias cristianas. Pero para
mediados del siglo XX su influencia se había debilitado considerablemente en la
mayor parte del mundo occidental. A partir del siglo xvm, la Iglesia católica, que
tal vez había hecho más que cualquier otra institución de la historia por definir
la manera en que los hombres veían y trataban a las mujeres, pasó a un retiro
intelectual irreversible. Había visto alejarse el peligro de la Reforma pero no el
desafío de la Ilustración y la subsecuente revolución científica. En lugar de elabo
rar una respuesta filosófica seria a la visión científica del mundo, buscó refugio
en una edulcorada simplicidad. El arma propagandística más eficaz de la Iglesia
en la guerra por mantener a las mujeres en su lugar, la Virgen María, comenzó a
aparecer repentinamente ante los ojos atónitos de niñas y niños campesinos en
Portugal, Francia e Irlanda. Se produjeron más de doscientas apariciones de ese
tipo que se iniciaron en el siglo xix; de ellas la Iglesia sólo autentificó un puña
do, como la de Lourdes, en el sur de Francia, que sigue atrayendo a millones de
creyentes todos los años. Supuestamente la Virgen estaba angustiada por la falta
de fe del mundo moderno, y su mensaje fue que sólo el rosario podía salvar a la
humanidad. Las apariciones se produjeron después de la declaración del papa
Pío IX, en 1854, del dogma de la inmaculada concepción de María, aclamándola
como el único ser humano concebido jamás sin pecado original, y convirtiendo
esta creencia en una de las bases de la fe católica. La respuesta de la Iglesia a la
revolución científica fue confiar en una credulidad sentimental y proclamar que
sus dogmas estaban más allá y por encima de la razón. A partir de esta posición
desencadenaría sus ataques contra la anticoncepción y el aborto.
La Iglesia podía haber perdido la discusión intelectual con la ciencia,
pero seguía ejerciendo una enorme influencia moral sobre millones de fieles,
sobre todo en el mundo en desarrollo, tal como ocurre hasta el día de hoy, y ha
utilizado esa influencia para tratar de impedir que las mujeres pudiesen tener
acceso a medidas de control natal, incluso en los países más pobres, donde eso
resulta esencial si se desea tener alguna esperanza de librarse del ciclo de pobreza
y carencias. “La práctica antinatural conocida como control natal está causando
estragos en Estados Unidos”, escribió, en 1944, Orville Griese, un jesuíta conside
rado una autoridad en derecho canónigo y vida conyugal. “Si se mantiene la tasa
actual, el pueblo estadunidense ya no sobrevivirá. Lamentablemente la mayoría
de los norteamericanos se muestran indiferentes a los efectos nocivos de este
abominable vicio. De hecho, el único ataque organizado contra el crimen de la
anticoncepción es el que está llevando a cabo la Iglesia católica.”7 Griese sostenía
que incluso si eso implicaba una muerte cierta para la mujer, sin duda era pecami
noso que “llevase a cabo el acto matrimonial en forma contraria a la naturaleza”,
es decir, que usarse algún recurso anticonceptivo.8 A principios de los sesenta, en
respuesta al llamamiento de muchos millones de mujeres católicas, sobre todo
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
de Estados Unidos, que querían limitar el tamaño de su familia mediante el uso [ 197]
de anticonceptivos, se instauró una comisión papal para revisar las enseñanzas
católicas en materia de control natal a la luz del conocimiento científico de la
época. Se encontró que no existía ninguna razón evangélica, teológica o filosó
fica, o base en la ley natural, para la prohibición del control natal por parte de
la Iglesia.9 Millones de parejas católicas soltaron un suspiro de alivio esperando
que la Iglesia adoptaría una actitud más liberal. No obstante, en 1968, el papa
Paulo VI respondiéi con una encíclica, Humanae vitae. Esta reafirmaba la postura
de rechazo de la Iglesia: los anticonceptivos eran malignos y estaban contra la ley
divina. Diez años más tarde el papa Juan Pablo II declaró que Humanae vitae era
una “cuestión de fe católica fundamental”.10
En Occidente muchos, si acaso no la mayoría de los católicos, ignoró la
prohibición. Para ellos, por dolorosa que fuese, la decisión de concebir o no raras
veces era cuestión de vida o muerte. Lamentablemente, para las mujeres que viven
en los lugares más pobres del mundo muchas veces lo es. Allí el derecho a escoger
si se desea concebir o no está vitalmente relacionado con las posibilidades de que
una mujer se libere a sí misma y a su familia de la pobreza. Es en este contexto
donde la misoginia inherente y profundamente arraigada de la Iglesia ha cobrado
su mayor precio sobre la vida de las mujeres. El papa Juan Pablo II dedicó una
parte considerable de su pontificado a hacer propaganda en nombre de una
doctrina que les dice a las mujeres pobres y analfabetas que usar un preservativo
equivale a un asesinato, y que cada vez que usan un anticonceptivo hacen que el
sacrificio de Cristo en la cruz haya sido “en vano”. Dijo: “Ninguna circunstancia
personal o social ha podido ni podrá jamás rectificar el error moral del acto anti
conceptivo”.11 Lo que subyace en esta actitud es la suposición de que cuando se
trata de tener un bebé no se requiere el consentimiento de la mujer y que, una
vez que ésta ha quedado embarazada, accidentalmente o no, su propia voluntad
resulta irrelevante. Las implicaciones morales de ello son interesantes cuando
se las compara con las que rigen nuestras actitudes en relación con la violación.
Todas las sociedades civilizadas aceptan que se necesita el consentimiento de una
mujer para poder tener relaciones sexuales con ella. No procurar obtener ese
consentimiento y forzarla a la cópula es cometer una violación, lo que constituye
un grave delito. No obstante, de acuerdo con la Iglesia, en la cuestión vital del
embarazo el consentimiento de la mujer no viene al caso. Es posible embarazarla
en contra de sus deseos y sin su consentimiento. La inexorable ley de Dios es
más importante que su voluntad, y el hecho de que esté embarazada determina
su destino. Se le niega su autonomía personal.
Negar la necesidad de su consentimiento para este aspecto, el más impor
tante de la vida de una mujer, es sin duda el equivalente moral de justificar la
violación. Nos recuerda, una vez más, el profundo desprecio en el que se han
[ LA POLÍTICA DEL CUERPO ]
[ i9s ] sustentado las actitudes católicas hacia las mujeres y que a lo largo de los siglos
ha sido responsable de tanto sufrimiento. Millones de mujeres en los países más
pobres, que son las más vulnerables, siguen padeciendo debido a ello. La Iglesia
se opone a que los gobiernos de los países católicos desarrollen sistemas para la
planeación familiar, que se necesitan desesperadamente en cualquier lugar en el
que el crecimiento de la población rebase el desarrollo económico. En 1980, el
papa visitó Brasil, la nación católica más poblada del mundo. Durante años, Bra
sil siguió la doctrina católica y se opuso a la planificación familiar. El aborto era
ilegal y sobre cualquiera que lo llevase a cabo recaían sentencias que iban de 6 a
20 años de cárcel. Como consecuencia de ello, millones de mujeres brasileñas se
veían obligadas a buscar aborteras clandestinas, o a recurrir a agujas de tejer, o
ganchos para la ropa a fin de interrumpir sus embarazos no deseados. Se calcula
que alrededor de 50 mil mujeres al año mueren por los esfuerzos frustrados de
poner fin a una preñez.12 Sin embargo, dos años después de la visita del papa,
el gobierno dio marcha atrás a su posición previa y le pidió ayuda al Fondo de
Población de las Naciones Unidas, cuyo objetivo consiste en difundir la ayuda
para la planificación familiar en las naciones más pobres, que son las que más lo
necesitan. Pero el aborto sigue estando prohibido en Brasil, y sigue matando a más
mujeres brasileñas que cualquier otra cosa. Desde luego, las más pobres son las que
más sufren. La rica elite de Brasil tiene acceso al aborto sin temor al arresto o al
estigma social. “Nuestra ley sólo sirve para castigar a los pobres”, comentó Elsimar
Coutinho, director de la Asociación Brasileña de Planificación Familiar.13
La Iglesia católica no es la única institución poderosa y de alcance mundial
que está llevando a cabo una campaña para restringir el acceso de las mujeres más
pobres y vulnerables a la planificación familiar. En la década de 1980, el gobierno
de Estados Unidos, durante la presidencia de Ronald Reagan, adoptó la política
de negar financiamiento a los grupos de planificación familiar que proporciona
ran servicios de abortos o brindaran información acerca del aborto. Esa política
le fue impuesta al gobierno por los cabilderos de las organizaciones protestantes
fundamentalistas, cuya influencia en la política norteamericana ha aumentado
desde esa época. Son parte de una reacción conservadora y religiosa contra los
logros que las mujeres alcanzaron en los años sesenta y setenta. Para las eleccio
nes legislativas de 1994 dos de cada cinco votos a favor del Partido Republicano
provenían de la derecha cristiana.14 El presidente George W. Bush, el núcleo de
cuyos defensores son fundamentalistas, resucitó esa política y declaró “la guerra”
contra el aborto antes de su “guerra” contra el terrorismo. En su primer día en el
cargo, en 2001, volvió a poner en vigor la “ley mordaza” contra el financiamiento
a los grupos que proporcionaban servicios de aborto e información al respecto.
Centenares de organizaciones para la salud de la mujer en algunos de los países
más pobres del mundo tuvieron que hacer la difícil elección entre abandonar
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
sus servicios de aborto y asesoría o perder su financiamiento. Uno de los que se [ 199]
negó a firmar la ley mordaza fue Amare Badada, de la Asociación Etíope de Guía
a la Familia. Dijo que debido a su negativa probablemente para 2004 cerraran 44
de las 54 clínicas de planificación familiar de su región. Cada una de ellas daba
atención a alrededor de quinientas mujeres, algunas de las cuales caminaban diez
kilómetros para llegar. Los problemas a los que se enfrentan sus clínicas día con
día incluyen la violación, el matrimonio forzoso y la mutilación genital. “Bajo la
ley mordaza podía atender a una mujer que llega con una hemorragia después
de un aborto ilegal pero no se me permitía advertirle de los peligros antes de que
vaya a hacérselo”, dijo el señor Badada. “No deberían decirnos qué pensar y qué
hacer.” Y concluyó: “Estados Unidos está empujando a las mujeres a las manos de
las aborteras clandestinas”.15
En 1999 el aborto era ilegal en la mayoría de las naciones centro y sud
americanas, excepto en casos de violación o incesto, o cuando estaba en riesgo la
vida de la madre. Las mismas restricciones se aplican en la mayoría de los Estados
africanos y en gran número de naciones del Cercano Oriente y del sur de Asia. En
1983 en la República de Irlanda, esencialmente católica, se incluyó en la Constitu
ción del país una cláusula contra el aborto.16 La Organización Mundial de la Salud
calcula que, como resultado de tales restricciones, alrededor de 70 mil mujeres
mueren cada año por abortos mal realizados, y que muchos centenares de miles
más padecen terribles infecciones o pierden la fertilidad.17 Esto significa que tantas
o más mujeres mueren cada año porque se les niega el derecho a decidir, como
las que fueron asesinadas anualmente en el punto crítico de las cacerías de brujas
europeas de los siglos xvi y xvn. Igual que entonces, la misoginia del cristianismo
es directamente responsable de la mayor parte de este sufrimiento innecesario.
Puede parecer algo irónico que la Iglesia católica se encuentre abogando
por la misma posición contra el aborto que sus críticos más severos, los fundamen-
talistas protestantes. De hecho, no es más sorprendente que hallar al movimiento
denominado provida en compañía de Adolf Hitler, José Stalin y el presidente
Mao, todos los cuales, en un momento u otro, prohibieron los abortos. Lo que
todos ellos tienen en común es su creencia, arraigada en la misoginia, de que el
derecho de la mujer a elegir —aspecto fundamental de su autonomía— debe ser
aplastado a fin de lograr lo que han considerado un objetivo religioso, moral o
social “superior”.
La campaña por el derecho de la mujer a elegir se ha contado entre las
luchas más amargas y controvertidas de Estados Unidos en el siglo xx. Provocó
la reacción misógina de los años ochenta y noventa, que en sus expresiones más
fanáticas condujo a atacar las clínicas de planificación familiar y asesinar a médicos
y trabajadores de la salud.
[ LA POLÍTICA DEL CUERPO ]
[ 200 ] La justificación ideológica de esta campaña emanaba de la tradicional
misoginia del cristianismo y de su principio básico de que la subordinación de
la mujer, su inferioridad evidente, es el juicio divino por la culpa que le corres
ponde debido a la caída del hombre (véanse los capítulos: Intervención divina:
la misoginia y el ascenso del cristianismo y, De reina del cielo a mujer del demo
nio). Sin embargo, ni siquiera la Iglesia católica se ha mostrado siempre tan
intolerante acerca del aborto como en la actualidad. Hasta 1588 la Iglesia seguía
el dictado de Aristóteles de que el feto no tenía “alma” hasta después de 40 días
tras la concepción, si era varón, y 60 días, si era mujer. De manera que, en ciertas
circunstancias, el aborto podía tener lugar hasta esa fecha. No obstante, en ese
año el papa Sixto V decretó que el aborto, en cualquier etapa de la concepción,
era un asesinato. El dogma de la inmaculada concepción proclamado en 1854
reforzó aún más la postura antiaborto de la Iglesia, porque asumía que María
había sido “dotada de alma”, como el único ser humano libre del pecado original,
desde el momento mismo de su concepción, lo que significaba que a partir de ese
segundo era plenamente humana. Pío IX reiteró esa enseñanza en 1869. Y para
asegurarse de que no habría discusión al respecto, al año siguiente proclamó el
dogma de la infalibilidad papal. Sin duda la curva de creciente intensidad con la
que la Iglesia proclamaba que el aborto era un asesinato iba de la mano con el
ascenso de las demandas femeninas para disponer de control natal y del derecho
a elegir. Se convirtió en el campo de batalla en el que se determinaría el destino
de la familia misma: “desde el punto de vista de la unión de marido y mujer, se
han reunido estadísticas que demuestran que el divorcio prácticamente no existe
entre los padres de familias grandes, y que se multiplica a medida que se reduce
el número de niños... nada desarrolla tanto la solidaridad del marido y de la mujer
como la multitud de sus hijos”.18 Los teólogos eruditos sostendrían que si no tenía
una gran familia de la cual ocuparse, una esposa se volvía egoísta, se entregaba al
chismorreo, a la lectura de libros peligrosos y a andar en malas compañías.19
Tras la muerte de Stalin, en 1955, volvió a legalizarse el aborto en la Unión
Soviética (donde había sido proscrito en 1936) y, más o menos en esa misma época,
en todas las naciones que dependían de ella. Fue legalizado en Gran Bretaña en
1967, en Estados Unidos seis años más tarde, en Francia en 1974 y en Italia en
mayo de 1978. No obstante, ha sido en Estados Unidos donde la legislación en
favor de la elección se ha encontrado con una resistencia feroz, violenta y fanática,
que involucra tanto a los fundamentalistas protestantes como a los católicos con
servadores. En la década de 1980, cuando llegó a su punto crítico el número de
abortos realizados en ese país,20 surgió una organización denominada Operación
Rescate, que montaba protestas frente a las clínicas de planificación familiar en
las que se proporcionaban servicios de aborto. Sus miembros eran en su mayoría
hombres maduros o ancianos. Algunos de los manifestantes recitaban el rosario
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
mientras las mujeres ingresaban a las clínicas; otros agitaban modelos o fotos de [ 201 ]
fetos mutilados. Canturreaban “el aborto es un asesinato”, “no mates a tu bebé”,
o les gritaban “asesinos de bebés” a los médicos y al resto del personal. Hacían
frecuentes comparaciones entre el aborto y el Holocausto. Los millones de fetos
abortados se comparaban con los asesinatos masivos de judíos durante el régimen
nazi. Para muchas mujeres que ya padecían de estrés por la difícil decisión que
habían tenido que tomar para poner fin a su embarazo, verse expuestas a este
diluvio de intimidaciones e insultos podía resultar dolorosísimo y traumático.
Las autoridades religiosas, del papa para abajo, se habían pasado años
denunciando al aborto como asesinato. Prácticamente cada vez que un cura cató
lico hablaba del aborto desde el púlpito pronunciaba las palabras “asesinos” y
“asesinato”. Los predicadores protestantes no se quedaban muy atrás en la carre
ra por ver quién podía salir con la comparación más sensacionalista, obscena y
cruel entre el aborto y algún horror real o imaginario. Las autoridades religiosas
tanto protestantes como católicas acostumbraban emponzoñar su retórica contra
el derecho de una mujer a elegir con alusiones al Holocausto. La retórica histé
rica de los manifestantes no hacía otra cosa que seguir el ejemplo impuesto por
sus mentores, a medida que sus ataques verbales contra las mujeres adquirían la
intensidad de discursos de odio. La lógica de ello es inescapable. Si las mujeres
que ejercitan su derecho a ponerle fin a un embarazo y el personal médico que
les ayuda son el equivalente moral de asesinos y administradores de campos de
concentración, se deduce que deben ser castigados como tales —o al menos eso
ocurría en la mente de quienes se tomaban literalmente el discurso del odio.
Entre ellos se contaba Michael Griflfin, quien en 1993 mató de un balazo al
doctor David Gunn en una clínica de abortos de Pensacola, Florida. Este inspiró a
Paul Hill, de 40 años, padre de tres hijos y exministro presbiteriano, manifestante
frecuente fuera de las clínicas de abortos, donde gritaba por la ventana: “¡Mamá,
no me mates!”: Hill apareció en televisión y en programas tales como Nightline y
Donahue; comparó matar a un médico que practicaba abortos con matar a Hit-
ler.21 El 29 de julio de 1994, cuando el doctor John Bayard, de 69 años, su chofer
James H. Barret, teniente retirado de la fuerza aérea, de 74 años, y la esposa de
este último entraron al estacionamiento de otra clínica de abortos de Pensacola,
Hill abrió fuego contra ellos con una escopeta. Mató primero a Barret, antes de
dispararle en la cabeza al doctor Bayard. Más tarde explicó que apuntó delibera
damente a la cabeza de éste, sabiendo que era probable que el doctor usase un
chaleco antibalas. También hirió a la señora Barret, que se agazapaba aterrorizada
en el vehículo.
Hill se entregó, fue juzgado, convicto y sentenciado a muerte. La víspera de
su ejecución, el 3 de septiembre de 2003, se reunió una multitud de manifestantes
en las afueras de la prisión de Starke, Florida. Algunos se oponían a la pena de
[ LA POLÍTICA DEL CUERPO ]
[ 202 ] muerte, algunos habían ido a apoyar a Hill, y otros a defender el derecho a elegir.
Los carteles que llevaban algunos miembros del grupo pro Hill eran una incitación
al asesinato, si no es que al odio. “Los médicos muertos no pueden matar”, decía
uno. “Matar a quienes matan bebés es un homicidio justificado”, proclamaba
otro. Uno de los manifestantes le dijo al New York Times que Hill había “elevado
el estandarte” del movimiento antiaborto. “Espero tener algún día el valor de
ser tan hombre como él.” En una conferencia de prensa, antes de ser ejecutado,
Hill habló de su convicción de que el Estado estaba haciendo “de mí un mártir”.
Sus últimas palabras fueron: “Si crees que el aborto es una fuerza maligna debes
oponerte a esa fuerza y hacer todo lo necesario para ponerle un alto”.22
Entre 1993 y 1998 quienes como Hill seguían la lógica de la violenta
retórica de la campaña contra el derecho a decidir acabaron con la vida de siete
médicos que practicaban abortos y empleados de clínicas de planificación familiar.
En 2001, terroristas “provida” de Australia emularon sus ataques y mataron a un
guardia de seguridad que estaba fuera de la Clínica de Control de la Fertilidad de la
zona este de Melbourne. Desde luego, las Iglesias protestantes y católicas, así como
las principales organizaciones antiaborto, se apresuraron, comprensiblemente, a
poner distancia entre ellas y los asesinatos. La paradoja de una organización que
afirmaba ser provida pero que se identificaba con los asesinatos era demasiado
notoria como para que le ignorase cualquiera que no fuese un absoluto fanático.
Sin embargo, el movimiento “provida” no puede librarse de las consecuencias
morales de los discursos de odio que suele utilizar contra el personal de las clí
nicas y las mujeres que recurren a ellas. Tampoco pueden hacerlo los dirigentes
protestantes fundamentalistas y católicos conservadores cuya retórica que describía
el aborto en términos del Holocausto, sin duda influyó para enviar a los homicidas
a asesinar en nombre de la vida. Hill comparó matar a un médico con matar a
Hitler. James C. Kopp, un converso al catolicismo de 48 años, fue convicto, en
mayo de 2003, por el asesinato, en octubre de 1998, del doctor Barnett A. Slepian
en su casa cerca de Buffalo, Nueva York. En su declaración ante el tribunal, Kopp
comparó a Margaret Sanger, la fundadora de Planned Parenthood (Paternidad
Planificada) con Hitler, y dijo que el aborto era “la continuación del Holocausto
[el cual] no terminó en 1945”.23 Y continuó: “Espero que mis hermanos y herma
nas más jóvenes del movimiento sepan que todavía podemos hacer huecos en las
cercas de los campos de la muerte y permitir que unos cuantos bebés se arrastren
hacia la seguridad”.24
La imagen de bebés (en realidad debería ser de fetos) que se arrastran
para atravesar cercas de alambre de púas es tan extraña como ridicula pero, dado
el contexto, no es una fantasía sorprendente. El terrorismo “provida” atrajo a una
desagradable colección de intolerantes e inadaptados, que arroja luz sobre los
vínculos entre la misoginia y otras formas de odio. En junio de 2003, Eric Robert
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
Rudolph fue acusado de cuatro ataques con bombas entre 1996 y 1998. Entre ellos [203]
se incluye la voladura de un ducto en un parque que albergaba las Olimpiadas de
Verano en Atlanta, Georgia, que dejó una mujer muerta y un centenar de heridos,
y una bomba fuera de una clínica de abortos en Birgmingham, Alabama, que cobró
la vida de un oficial de policía, que en su día de descanso actuaba como guardia. Se
lo vincula también con el bombardeo de un bar homosexual en Atlanta. Rudolph
era miembro de una organización “supremacista” blanca y un antisemita que se
quejaba de que los judíos se habían apoderado del mundo. Rudolph sigue siendo
una especie de héroe popular en la comunidad de Murphy, Carolina del Norte,
donde creció y donde mucha gente expresa apoyo a sus puntos de vista. A un
residente del pueblo se lo citó en distintas publicaciones afirmando: “Rudolph es
un cristiano y yo soy cristiano y él dedicó su vida a luchar contra el aborto. Esos
son nuestros valores”.25 John A. Burt es un conocido activista contra la libertad
de elegir que ha sido acusado en varias ocasiones de organizar protestas violentas
en clínicas de control natal del estado de Florida. La familia del doctor Gunn,
asesinado en 1993, ganó un juicio civil contra Burt afirmando que instó al hombre
convicto del asesinato, Michael Griffin, a llevarlo a cabo. Burt también es miembro
del Ku Klux Klan. En 2003 fue acusado de abuso sexual contra una adolescente.
Treinta años después de que la decisión de la Suprema Corte respecto al
caso Roe versus Wade les otorgó a las mujeres estadunidenses el derecho a elegir,
el llamado movimiento “provida” sigue activo, tratando de hacer retroceder esa
victoria y obligar a las mujeres a volver a los días del gancho para ropa y la aguja
de tejer. El hecho de que algunos miembros del movimiento hayan recurrido
en ocasiones al terrorismo es un recordatorio de que la misoginia, igual que
cualquier odio o prejuicio, puede dar por resultado la extrema violencia. Resulta
tentador descartar a quienes asesinan en nombre del movimiento “provida” como
extremistas dementes. Pero comparar a una mujer desesperada que requiere un
aborto con un nazi genocida, como lo han hecho los líderes eclesiásticos, tampo
co confiere una garantía de cordura. Sin embargo, estas odiosas comparaciones
siguen siendo esenciales para la retórica deshumanizante de los voceros religiosos
y conservadores de derecha, decididos a mantener a las mujeres en su posición
subordinada.
Las políticas del cuerpo han tenido consecuencias aún más letales en las
áreas de África, Asia y el Cercano Oriente en las que se ha dejado sentir, desde
el siglo xix, la influencia de Occidente. Pero, paradójicamente, fue con frecuen
cia debido al intento occidental de imponer valores más progresistas y liberales
que cuestionaban las prácticas locales. Tras la segunda guerra mundial comenzó
a ascender la oposición al colonialismo. Muchas veces esta oposición adoptó la
forma de defender costumbres y tradiciones que los colonialistas atacaban. Lamen
tablemente, en numerosas ocasiones se trataba de costumbres decisivas para las
[ LA POLITICA DEL CUERPO ]
[ 2o+ ] mujeres, o que expresaban las creencias misóginas del lugar. Los esfuerzos bri
tánicos por prohibir el sati, la cremación de las viudas, en India, habían creado
una intensa hostilidad hacia su gobierno (véase el capítulo: Secretos Victorianos).
En la década de 1950, en Kenia, el intento del gobierno británico de proscribir la
práctica tribal de la clitoridectomía hizo que aumentase el apoyo al movimiento
anticolonialista conocido como los man mau. La independencia se alcanzó en
1962 y aún persiste la práctica de la mutilación genital femenina.
Lo mismo ocurre en Egipto, donde fue condenada en una conferencia
de Naciones Unidas sobre control de la población, que se llevó a cabo en El Cai
ro, en septiembre de 1994, como una violación del derecho humano básico a la
integridad del cuerpo. Después que en 1966 dos niñitas murieron desangradas
tras clitoridectomías mal practicadas, el gobierno del presidente Mubarak declaró
ilegal esa práctica. Pero el apoyo popular a la mutilación de las niñas sigue siendo
fuerte. “¿Tengo que quedarme parado mientras mi hija persigue a los hombres?”,
dijo Said Ibrahim, un agricultor. “¿Y qué tiene que algún médico infiel diga que
no es saludable? ¿Eso lo vuelve cierto? Hubiese circuncidado a mi hija incluso si lo
hubieran castigado con la pena de muerte. Ya sabe cómo es el honor en Egipto. Si
una mujer es más pasiva eso le conviene a ella, le conviene a su padre y le conviene
a su esposo.”26 Un adolescente de 17 años estuvo de acuerdo: “Prohibirlo haría
que las mujeres enloqueciesen como las de Estados Unidos”, según lo citan.27 Se
calcula que entre 80 y 97 por ciento de las niñas egipcias han padecido alguna
forma de mutilación genital. Alrededor de cien millones de mujeres de todo el
mundo han sido sometidas al procedimiento, y dos millones más lo sufren cada
año, incluidas 40 mil de comunidades de inmigrantes en Estados Unidos, según
la feminista egipcia Nawal Assaad.28 Sin embargo, la oposición más memorable a
la influencia occidental se manifestó en el Cercano Oriente, contra los esfuerzos
gubernamentales por proscribir la práctica islámica de obligar a las mujeres a
usar velo.
Raras veces se percibe a la misoginia como catalizador histórico; sin embar
go, ha desempeñado un papel profundo para contribuir a determinar el curso
que habrían de seguir los asuntos humanos. No resultaría exagerado afirmar que
la larga y sangrienta secuencia de acontecimientos que llevó a los ataques del 11
de septiembre en Estados Unidos se inició cuarenta años antes en Afganistán,
cuando un alumno enfurecido le arrojó ácido a la cara a una joven estudiante
porque no tenía puesto el velo. El se llamaba Gulbuddin Hekmatyar, y habría de
contribuir a fomentar una rebelión contra el gobierno reformista de Afganistán,
que atraería primero a los soviéticos y posteriormente, a los estadunidenses a una
guerra brutal contra los fundamentalistas musulmanes, en la cual Estados Unidos
sigue comprometido hasta el día de hoy.
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
A partir del siglo xix, cuando la influencia occidental en el mundo árabe [ 205 ]
empezó a desafiar las costumbres musulmanes, la práctica del velo femenino ha
estado en el centro de un ardiente debate que involucra a occidentales contra
reformistas, nacionalistas y fundamentalistas musulmanes. Con frecuencia ha pro
vocado revoluciones, violencia y derramamientos de sangre. En su impulso por
controlar y dominar a las naciones árabes, Occidente señalaba el velo como prueba
del retraso y la inferioridad inherente de las culturas islámicas. En respuesta, quie
nes luchaban contra los poderes coloniales muchas veces usaban esa costumbre
como algo fundamental para la preservación de una identidad musulmana que
se enfrentaba al abrumador poderío político, económico y cultural de Occidente.
Mientras tanto, a las mujeres, cuyo bienestar y estatus estaban, presuntamente, en
el centro de esta batalla, se les ordenaba cubrirse o descubrirse de acuerdo con
los dictados de la tendencia que hubiese logrado la hegemonía. Por lo general,
no se ha permitido que la preocupación occidental acerca de la forma en que se
las trata interfiriese con el objetivo más importante de lograr el dominio.
Y detrás de este y otros argumentos siempre se yergue la cuestión de la
misoginia inherente del islam. Realmente sería un milagro que una religión tan
estrechamente vinculada con el cristianismo y el judaismo como la musulmana
no manifestarse poderosas tendencias misóginas. Después de todo, el islam acepta
la tradición bíblica como revelada por Dios, y eso incluye sus historias misóginas
acerca de las mujeres. El mito de la caída del hombre es tan importante en el
islam como en el judaismo y el cristianismo, como clave para explicar el estatus
inferior de la mujer.
Si bien el islamismo temprano les concedía a las mujeres algunos dere
chos que les eran negados por el cristianismo, como el de heredar propiedades,
Mahoma (570-632) adoptó otras prácticas, entre las que se incluyen la poligamia,
la reclusión y el velo, que afectaron de manera adversa la forma en que las mujeres
eran vistas y tratadas. Los años posteriores a la muerte de Mahoma, mientras los
ejércitos árabes barrían, conquistadores, el Medio Oriente y el norte de Africa,
se retiraba a las mujeres de la vida pública, se instituía la segregación durante las
plegarias y se introducía la lapidación como castigo para el adulterio. Al mismo
tiempo, la civilización musulmana estaba alcanzando la cúspide del esplendor
intelectual, científico y artístico. Preservó el conocimiento del mundo antiguo y
volvió a transmitírselo a los bárbaros que habían triunfado en Occidente después
de la caída de Roma. Sir Richard Burton, el explorador del siglo xix que tradujo
la obra maestra del erotismo árabe, El jardín perfumado, describió a Bagdad, que
se encontraba en el corazón de esta cultura, como “el centro de la civilización
humana, que estaba restringido entonces a Grecia y Arabia, y la metrópolis de un
imperio cuya extensión rebasaba los más amplios límites de Roma... esencialmente
una ciudad de placer, un París del siglo ix”.29 Tal como ocurre en el Kamasutra de
[ LA POLÍTICA DEL CUERPO ]
[ zoó ] la India (véase el capítulo: Secretos Victorianos), en El jardín perfumado la mujer
es celebrada por la belleza de su sexualidad, y el libro, como pasa con las obras
más antiguas sobre erotismo de China y de la India, es una guía para alcanzar la
satisfacción sexual tanto para hombres como para mujeres. “Alabado sea Dios”,
empieza “que ha colocado el mayor placer del hombre en las partes naturales de
la mujer y que ha destinado las partes naturales del hombre para proporcionarle
el mayor gozo a la mujer.”30 Este reconocimiento franco y explícito de la sexuali
dad femenina acerca más al islam, desde el punto de vista erótico, a la tradición
oriental que al cristianismo, con su permanente represión del cuerpo.
Pero no sería la primera vez que ese reconocimiento, así como el respeto
por el saber y las artes, coexistía junto con el desprecio intelectual, espiritual y
social hacia las mujeres. A partir del siglo vui, la palabra que significa “mujer” se
volvió sinónimo de la palabra “esclava”. No obstante, el islam, en su expansión,
absorbió muchas costumbres y tradiciones locales, de manera que los especialistas
aducen que resulta difícil aislar prácticas misóginas, o discriminatorias, específicas
de las culturas islámicas. Por ejemplo, la poligamia, el velo y la reclusión eran
características establecidas desde antiguo en los estratos más altos de la sociedad
bizantina.31
El teólogo islámico medieval Gazali (1058-1111) expresó la misma y cono
cida misoginia que sus contrapartes cristianos y judíos cuando afirmó: “Es un
hecho que todas las tribulaciones, infortunios y pesares que recaen sobre los
hombres provienen de las mujeres”. Enumera los 18 castigos que deben sufrir
las mujeres como resultado de la desobediencia de Eva. Entre ellos se cuentan la
menstruación, el parto y el embarazo. Pero se esmera en ir más allá de lo biológi
co para incluir en la lista costumbres sociales, profundamente peijudiciales para
las mujeres, como “no tener control sobre su propia persona... la posibilidad de
que se divorcien de ella y su incapacidad de divorciarse... que sea legal que un
hombre tenga cuatro esposas pero que una mujer tenga [sólo] un marido... el
hecho de que deba estar recluida en la casa... el hecho de que deba mantener
la cabeza cubierta dentro de la casa... que [se requiera] el testimonio de dos
mujeres contra el de un hombre... el hecho de que no tenga que salir de la casa
a menos que vaya acompañada por un pariente cercano”.32 Al convertir una cos
tumbre social en expresión de la voluntad de Dios, Gazali le da el poder de la
sanción religiosa. Algunas de estas costumbres, aunque no todas, se han podido
rastrear hasta Mahoma. Pero Gazali representa una consolidación conservadora
del pensamiento islámico acerca de las mujeres. Un destacado historiador ára
be sólo puede mencionar a un erudito musulmán de importancia, Ibn al-Arabi
(1165-1240) que mostró simpatía por las mujeres, y dice que “probablemente sea
el único”.33 Con la declinación del poder árabe y la creciente penetración en el
Cercano Oriente de Europa primero y después de Estados Unidos, tales prácticas
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
—o “castigos”, como los denomina Gazali— representaban el bajo estatus y el trato [ 207 ]
de las mujeres del Medio Oriente. Además, se convirtieron en parte de la guerra
de propaganda que se libraba y sigue librándose entre Occidente y sus oponentes
islámicos.
Las contradicciones, las inconsistencias y, en ocasiones, una duplicidad sin
ambages, han formado parte siempre de la relación de Occidente con las naciones
musulmanas. Los británicos, que ocuparon Egipto en 1882, condenaron el uso del
velo como parte del retraso del cual estaban tratando de rescatar a los egipcios,
pero, al mismo tiempo, suprimieron el financiamiento para la educación de las
niñas.34 Los esfuerzos de reforma económica en Irak, en 1951, fueron víctimas de
las rivalidades de la guerra fría, cuando la CIA y Gran Bretaña instrumentaron un
golpe que le devolvió el poder dictatorial al sha. Egipto obtuvo la independencia
de Gran Bretaña en 1953, después de un levantamiento político en el cual las
mujeres desempeñaron un papel prominente. Eso llevó al ascenso al poder del
presidente Gamel Abdel Nasser (1918-1970), quien, en 1952, les concedió a las
mujeres una forma limitada de sufragio. El mismo año, los británicos, los franceses
y los israelíes invadieron Egipto, después de que Nasser nacionalizara el canal de
Suez. Aunque se iba volviendo cada vez más dictatorial, el presidente siguió siendo
una figura apreciada por el pueblo porque se lo veía como alguien que se oponía
a la agresión occidental. Con el sha de Irán ocurría lo contrario. A partir de 1951,
los fundamentalistas islámicos veían su programa de modernización, que incluía la
prohibición del velo, como una entrega a los poderes occidentales. Esto provocó
una enorme manifestación de mujeres en Teherán, en 1979, exigiendo el derecho
a usar el velo. Ese mismo año la revolución islámica de Irán hizo ascender al poder
al ayatola Jomeini. Este impuso serias restricciones a las mujeres, sacándolas de
la vida pública como parte de su propósito de dar marcha atrás a los progresos
alcanzados durante el reinado del sha. Las nuevas leyes incluían un castigo de
74 azotes a quien desafiase el nuevo código de vestir que exigía que estuviesen
veladas en todo momento cuando se mostraban en público. Las mujeres iraníes
quedaron reducidas “al estatus de objetos sexuales privatizados que debían estar
permanentemente a disposición de sus maridos”.35 A las mujeres acusadas de violar
las restricciones se las dejaba expuestas a la violencia masculina y, si se consideraba
que iban inadecuadamente cubiertas, eran atacadas en la calle por pandillas de
fundamentalistas. Se modificó el sistema legal, que se convirtió en una misoginia
codificada. Fueron depuestas las mujeres jueces y no se aceptaba evidencia de
testigos femeninos, a menos que fuese corroborada por varones. Se prohibió que
las mujeres concurriesen a la escuela de derecho. La edad en que podía casarse
una joven se redujo de los 18 a los 13 años. Como el ayatola era enemigo de
Estados Unidos, su conducta hacia las mujeres se enarboló como ejemplo de la
barbarie del islam y como prueba de la necesidad de una fuerte acción occidental
[ LA POLÍTICA DEL CUERPO ]
[ ios ] en el Cercano Oriente, mientras convenientemente se olvidaba que la complicidad
occidental para apoyar la dictadura del sha contra sus oponentes democráticos
era responsable, al menos en parte, de la reacción islámica.
Más hacia el este, en Pakistán, se estaba dando una reacción similar con
tra la occidentalización. En 1980, durante la dictadura del general Zia ul-Uq, se
impuso el uso obligatorio del velo. Las mujeres fueron declaradas “razón y causa
de la corrupción”, y se condenó especialmente a las que trabajaban, por ser res
ponsables de un derrumbe de la moralidad y de la desintegración de la familia. El
nuevo régimen quería que se retirasen y se jubilasen.36 Estas declaraciones suenan
familiares, pues se hacen eco de la propaganda del partido nazi en Alemania,
en la década de 1930, con su impulso para obligar a las mujeres a regresar a la
esfera “correcta” de encarcelamiento doméstico. Un asesor islámico del gobierno
propugnó que las mujeres “nunca debían abandonar los confines de su hogar
excepto en caso de emergencia”. El Estado estuvo a punto de abolir la violación
como crimen cuando su experto en derecho islámico sostuvo que mientras las
mujeres se dejen ver en la esfera pública ningún hombre tiene que ser castigado
por violación. En otras palabras, es comprensible que un hombre que ve a una
mujer en público sea avasallado por la lujuria y la viole, ya que ella no tiene por
qué ser vista fuera de su casa. Si se producía una violación, una mujer necesitaba
cuatro testigos varones antes de poder iniciar una demanda. El testimonio de las
mujeres y el de quienes no sean musulmanes no es admisible. El sesgo misógino
del tribunal es descarado, ya que se debe suponer que cualquier mujer que pre
sente un cargo por violación tiene que haber estado, cuando fue atacada, fuera
del control de su guardián masculino, lo que inmediatamente arroja una luz de
sospecha sobre su comportamiento.
Aunque el estricto gobierno del general Zia quedó en el pasado, su legado
misógino aún subsiste. En mayo de 2000, una mujer de 26 años fue condenada a
muerte por lapidamiento después de acusar de violación a su cuñado. Zafran Bibi,
quien dio a luz a una niña mientras su marido estaba en la cárcel, le informó al
tribunal que había sido asaltada sexualmente repetidas veces por el hermano de
su marido, Jamal Jan, ya fuese en la loma que había detrás de su casa en la remota
zona montañosa de Pakistán, cerca de la frontera con Afganistán, o en su granja,
cuando estaba sola. El juez, aplicando la ley islámica, declaró:
La dama declaró ante este tribunal que sí, había tenido relaciones sexuales,
pero con el hermano de su marido. Esto no le dejó al tribunal otra opción
que imponer la pena máxima.37
El señor Jan quedó en libertad sin ser acusado formalmente. Los activistas
de derechos humanos afirmaron que incluso si se anulaba la pena de muerte,
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
la señora Bibi se enfrentaba a un periodo de 10 a 15 años de prisión por haber [ 2C9 ]
practicado sexo ilegal.
Los tribunales de Pakistán hacen pocas distinciones entre el sexo por
consenso y la violación. Hasta el 80 por ciento de las mujeres que están en las
cárceles pakistaníes han sido condenadas de acuerdo con las leyes islámicas contra
el adulterio.38 Se informa que niñas de apenas 12 o 13 años se enfrentan a esas
sentencias y a azotes públicos si son por tener relaciones sexuales ilegales.39 Casi la
mitad de las mujeres que denuncian una violación terminan siendo sentenciadas
por adulterio. La ley desalienta en forma activa a las mujeres de presentar cargos
de violación, pero si acaso no lo hacen, y quedan embarazadas, pueden ser decla
radas culpables de adulterio. Pocas semanas después de que el caso de Zafran Bibi
llamase la atención de los medios de información salió a la luz del otro lado de
Pakistán, en el distrito de Punjab, el de Mujtaran Bibi (no hay parentesco entre
ellas). Había sido víctima de una violación masiva por órdenes del consejo local
de su aldea, debido a que su hermano menor había sido acusado de entablar
relaciones con una mujer de casta superior. Sin embargo, después de una recla
mación pública, la policía presentó cargos contra seis hombres en relación con la
violación.40 El Estado le otorgó a Mujtaran Bibi poco más de ocho mil dólares a
título de compensación.41 Normalmente la inmensa mayoría de los casos de esta
clase no son denunciados.
Por brutal y represivos que Irán y Pakistán fuesen para las mujeres, los
hechos que tuvieron lugar allí no serían más que un simple preludio de lo que
habría de ocurrir en Afganistán, donde quizá por primera vez en la historia se
formalizó un Estado cuyo propósito primordial era poner en obra política, social
y legahncnte, una visión misógina de una crueldad aterradora.
Afganistán ocupó un lugar en la imaginación de Occidente porque los
hombres que tripularon los aviones secuestrados contra las Torres Gemelas, el
Pentágono y un campo de Pensilvania fueron producto, en gran medida, de los
campos de entrenamiento que musulmanes fundamentalistas habían establecido
allí a lo largo de las últimas décadas. Mohamed Atta, quien se cree que estrelló
el vuelo 11 en la torre norte del Word Trade Center de Nueva York, justo antes
de las 9 de la mañana del 11 de septiembre de 2001, estipuló en su testamento
que no se permitiese que mujer alguna tocase su cuerpo o concurriese siquiera
a sus últimos ritos. En realidad este crimen inhumano, en una horrorosa ironía,
hizo que los átomos de su cuerpo se mezclaran con los de muchos centenares de
mujeres en el incendio y el derrumbe provocados por el ataque. No era simple
coincidencia que Atta fuese misógino. La misoginia es parte esencial de la cosmo-
visión de los terroristas musulmanes entrenados en las montañas de Afganistán,
con quienes está en guerra Estados Unidos, así como ingrediente ineludible de
la historia reciente de esa infortunada tierra.
[ LA POLÍTICA DEL CUERPO ]
[ 213 ] El hilo que atraviesa la historia reciente de Afganistán y que lo vincula con
los ataques del 9 de septiembre es la feroz resistencia a todo esfuerzo por hacer que
las mujeres sean tratadas como seres humanos. Desde 1959, cuando un gobierno
reformista decretó que las mujeres ya no estaban obligadas a cubrirse con el velo,
los fundamentalistas islámicos han estado en el centro de esa resistencia. En ocasio
nes colaboraron con diversos grupos nacionalistas así como con una diversidad de
alianzas tribales —las tribus se han reunido periódicamente para combatir contra
un enemigo común— antes de empezar, invariablemente, a luchar entre sí. Las
mujeres afganas obtuvieron el voto en 1964. En ese momento, Afganistán era más
progresista que la mayoría de las naciones musulmanas; en algunas ciudades, como
Kabul, se permitía que algunas niñas fuesen a la escuela. No obstante, la enorme
mayoría de las mujeres seguían siendo analfabetas. Y las que se atrevían a tratar de
obtener educación se enfrentaban a fanáticos fundamentalistas como Gulbuddin
Hekmatyar, cuya primera acción memorable como muyaidín, o guerrero sagrado,
fue encabezar un grupo que les arrojaba ácido a la cara, a las jóvenes que iban en
la escuela sin velo. Más tarde, sus hombres crucificaron a una joven estudiante,
cuyo cuerpo desnudo y partido a la mitad se encontró clavado a la puerta de un
salón de clases de la Universidad de Kabul.42
Estados Unidos no empezó a prestarle atención a Afganistán hasta que
socialistas prosoviéticos montaron un golpe de Estado contra el gobierno, en 1978.
Los esfuerzos reformistas del nuevo régimen, frecuentemente dirigidos a mejorar
la posición de las mujeres, se encontraron con una feroz resistencia, y el apoyo al
fundamentalismo islámico aumentó. Esto instó a la Unión Soviética a intervenir
a finales de 1979. A partir de ese momento, Estados Unidos dio su firme apoyo
a Hekmatyar, quien por ese entonces era un títere del régimen fundamentalista
pakistaní del general Zia ul-Huq. Durante el gobierno del presidente Reagan, se
destinaron miles de millones de dólares, a través del servicio secreto de Pakistán,
a Hekmatyar y sus seguidores.43 Nunca se financió hasta ese punto a muyaidines
más moderados. Los soviéticos fueron obligados a retirarse en 1989, tras una
guerra sangrienta, aunque se ha cuestionado la contribución de Hekmatyar a su
derrota.
Evidentemente los responsables de la política de Estados Unidos supusie
ron que los comunistas eran más peligrosos que los misóginos. La historia habría
de demostrar que estaban equivocados. Del caos que se produjo después de la
retirada soviética surgió el movimiento conocido como talibán. Estaba integrado
esencialmente por estudiantes de religión formados en las madrasas o escuelas
coránicas de Pakistán. Sus raíces se hallaban en el deobandismo, una tendencia
ultraconservadora del islam que se remonta al siglo xix y que provino del norte
de la India. Enseñaba una lectura estricta y literal del Corán.44
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
La misoginia era para los talibán lo que el antisemitismo para los nazis: [ -n ]
el núcleo mismo de su ideología. A medida que expandían su dominio desde
Kandahar, en el sur, hasta Kabul, en el norte, se expulsaba sistemáticamente a
las mujeres de la esfera pública. En una larga serie de decretos, que son el equi
valente misógino de las leyes nazis de Nuremberg contra los judíos alemanes, a
las mujeres se les prohibía trabajar, ir a la escuela, asistir a médicos varones, usar
maquillaje o cualquier forma de ornamentación, aparecer en público, a menos que
fuesen acompañadas por un pariente varón y estuviesen completamente cubiertas
de pies a cabeza por una burka, el velo oscuro de tela opaca unido a una gorra
ajustada que les oculta por entero el cuerpo. Sólo una mirilla a la altura de los
ojos permite que en esa tumba ambulante entre algo de luz. Quedaron prohibidas
la televisión, la música, la danza y toda forma de entretenimiento. La radio can
turreaba plegarias coránicas y una serie, al parecer interminable, de restricciones
y edictos, por ejemplo:
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1 Véanse las evidencias estadísticas en The blank slate: The modem denial of human nature, Steven
Pinker, Viking, 2002.
2 Hesiod: Theogony / Works and days [elip], traducción de Dorothea Wender, Penguin Classics,
1973.
3 Ibíd.
4 Helen: Myth, legend and the culture of misogyny, Robert Meacher, Continuum, 1995.
5 Wender, op. cit.
6 Goddesses, whores, wives and slaves, Sarah Pomeroy, Schocken Books, 1975.
’ The epic of Gilgarnesh, traducción de N. K. Sanders, Penguin Classics, 1960.
8 Women in Greece, Sue Blundell, Harvard University Press, 1995.
9 Semónides, el poeta del siglo VII, escribió: “Porque Zeus lo designó como el peor de todos
los males: la mujer/nos unió a ella con grilletes imposibles de romper”.
111 The tragical history of Dr Faustus, Christopher Marlowe.
11 The ¡liad, traducción de Richmond Lattimore, citado por Robert Meacher, op. cit.
12 The Trojan women, traducción de Gilbert Murray, George Alien & Unwin Ltd., 1905.
13 Civilization and its discontents, Sigmund Freud, Dover Publications, 1994.
14 De la introducción a Larousse Encyclopaedia of Mythology, Hamlyn, 1968.
13 Menander, citado en The reign of the phallus, Eva Keuls, University of California, 1985.
16 “A Husband’s Defense, Athens ciña 400 b.C.”, citado en Women's Ufe in Greece andRome: A source
book in translation, Mary R. Lefkowitz y Maureen B. Fant, eds., John Hopkins University, 1982.
” Pomeroy, op. cit.
18 Ibíd.
19 Courtesans and fishcakes: The consuming passions of Classical Athens, James Davidson, Harper
Perennial, 1999.
20 Keuls, op. cit.
21 “Aunque heridas, aporreadas, derrotadas y subyugadas por las jabalinas de los héroes clásicos,
por la indignación moral de los Padres de la Iglesia y de innumerables defensores cristianos, por
los fantásticos hechizos y poderes de los héroes del Renacimiento y por la audacia y voracidad de
los primeros conquistadores modernos, las amazonas siguieron con vida para reaparecer una y otra
vez en la cultura occidental”, escribe Abby Kleinbaum, al comentar la extraordinaria persistencia
de este mito en su libro The war against the Amazons, New Press, 1983.
22 Blundell, op. cit.
23 Las comedias de Aristófanes, escritas también en el siglo V, suelen jugar con temas similares,
en los que las mujeres desafían el orden moral, social y político prevaleciente. Su obra refleja,
indiscutiblemente, las inquietudes, obsesiones y preocupaciones del mundo de su época. En vista de
que tanto las tragedias como las comedias tienen temas comunes, podemos asumir la importancia
contemporánea de unas y otras.
24 Antigone, traducción de F. F. Watling, Penguin Classics, 1947.
25 Ibíd.
26 Hippolyta, traducción de Judith Peller Hallet, Oxford Classical Texts, 1902-1913.
27 El dualismo de Platón no era nuevo. En el siglo vi a.C. la escuela filosófica de Pitágoras elaboró
un cuadro de los opuestos. La I isla comprendía diez pares que según creían los pitagóricos regían
el universo, como bien y mal, derecha e izquierda, luz y oscuridad, limitado e ilimitado, masculino
y femenino. Los cuatro elementos a los que los antiguos reducían toda la naturaleza también eran
pares de opuestos: fuego y aire, tierra y agua. Un hábito del pensamiento veía las diferencias entre
hombres y mujeres como opuestos inmutables y eternos, fuente de un interminable conflicto.
28 Citado en An introduction to Western philosophy: Ideas and arguments from Plato to Popper,
Anthony
Flew, Thames and Hudson, 1989. The open society and its enemies, de Popper, es una crítica del
pensamiento político y social de Platón y de Marx.
25 The history of Western philosophy, Bertrand Russell, George Alien and Unwin, 1946.
3(1 The Republic, traducción de H. D. P. Lee, Penguin Classics, 1955. Todas las citas son de esta edición.
31 En la parábola de los prisioneros en la caverna transmite su visión de la falsedad del mundo tal como es percibido por
los sentidos. Imaginemos que los prisioneros han estado allí desde la infancia, encadenados entre sí. Cerca de la entrada
arde un fuego y por un camino elevado, entre la hoguera y los prisioneros, pasa gente. Mientras afuera el mundo sigue su
curso, los prisioneros no ven otra cosa de él que sus sombras titilando sobre la pared de la caverna. Como no conocen otra
cosa, lo confunden con la realidad. Así como los prisioneros son engañados por las sombras de una realidad que nunca
han percibido directamente, nosotros, que sólo conocemos el mundo por medio de los sentidos, no sabemos nada del
mundo de las formas perfectas, absolutas y eternas, del cual el mundo de los ojos y los oídos, el sabor y el tacto, es una mera
sombra. Se equipara al filósofo con un prisionero que ha escapado de la caverna y visto el mundo que hay más allá.
32 Russell, op. cit.
33 Keuls, op. cit.
34 “On the generation of animáis”, citado en Misogyny in the Western philosophical traditúm. A Reader, Beverley Clack, ed.,
Routledge, 1999.
35 Women’s Life in Greece and Rome: A source book in translation, Mary R. Lefkowitz y Maureen B. Fant, John Hopkins
University Press, 1982.
36 Pomeroy, op. cit.
37 Too many women?: The sex ratio question, Marcia Guttentag y Paul Secord, Sage Publications, 1983.
38 De Lysistrata, en The complete plays of Aristophanes, Moses Hales, ed., Bantam Books, 1962.
1 Esto proviene de un manuscrito hebreo del Eclesiastés, descubierto en el siglo XII, y citado por Russell, op. cit.
2 A history of Christianity, Paul Johnson, Simón and Schuster, 1976.
3 Hay ciertas evidencias de que Pitágoras y las escuelas que fundó permitían la entrada de mujeres.
4 Citado por Pinker, en Pinker, op. cit.
5 Citado en Body and society: Men, women, and sexual renunciation in early Christianity, Peter Brown, Columbia University
Press, 1988.
6 Tácito, The annals. La acusación fue investigada por el marido y la mujer fue declarada inocente.
7 Un pariente del emperador Domiciano (81-96 d.C.) era un cristiano que trabajó junto a san Pablo cuando el apóstol
fue a Roma. Según la leyenda, la hermosa iglesia de San Clemente, en Roma, se erige donde su ubicaba la silla de su
familia.
8 El argumento y las evidencias que aquí se citan se basan en The rise of christianity: ,4 soáologist reconsiders history, Rodney
Stark, Princeton University Press, 1996.
’ Primero las mujeres tomaban dosis de diversos venenos, para provocar el aborto. Si eso fallaba se recurría a la cirugía,
para lo cual se empleaban navajas, punzones y ganchos a fin de cortar y extraer el feto por partes. Con gran frecuencia
las mujeres eran obligadas a hacerse un aborto por sus amantes o esposos. La sobrina del emperador Domiciano murió
a consecuencia de un aborto que él la forzó a practicarse después de haberla embarazado.
10 Stark, op. cit.
11 Guttentag y Secord, op. cit.
12 Stark, op. cit. Cita argumentos en el sentido de que la infame referencia que aparece en la Epístola a los Corintios,
de san Pablo (14:34-36) en el sentido de que las mujeres deben mantener silencio en la iglesia no corresponde a lo que
dice Pablo, sino que éste está citando una afirmación de un opositor al que trata de refutar.
13 “Is Paul the father of misogyny and anti-Semitism?”, Pamela Eisenbaum, Cross Currents, invierno 2000-2001. La autora
sostiene insistentemente que san Pablo no es ninguna de las dos cosas.
14 Esta descripción, tomada de las Hechos apócrifas de san Pablo, es citada por Johnson, op. cit.
13 Brown, op. cit.
16 Ibíd.
17 De leuinion 5.1, Corpus Christianorum 2:1261.
18 “On female dress”, en The wnlings of Tertullian, vol. 1, traducción del reverendo S. Thelwall, Edimburgo, 1869.
19 2 Corintios, 6:16.
20 Tertuliano, “On the apparel of women”, en The Ante-Nicene Fathers, vol. II, cap. 5, traducción del reverendo S.
Thelwall, Edimburgo, 1869.
21 Citado por Brown, op. cit.
22 Tertuliano, op. át.
23 Esto se compara con quince en los primeros 130 años de dominio imperial.
24 Se construyeron durante el reinado de Aureliano (270-275 d.C.). Siguen siendo uno de los rasgos prominentes de
Roma hasta el día de hoy.
25 El emperador Valeriano, derrotado por Shapur I en el año 260.
26 La primera duró desde 165 hasta 180 d.C., y la segunda se produjo en el año 251.
27 Stark, op. cit.
28 En un ejemplo especialmente doloroso del literalismo, Orígenes interpretó fielmente las palabras de Mateo: “Porque
hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre; y hay eunucos, que son hechos eunucos por los hombres; y hay
eunucos por causa del reino de los cielos; el que pueda ser capaz de eso, séalo” (19:12).
29 El Evangelio según santo Tomás, citado en Brown, op. át.
30 Citado en A history of their awn, vol. 1, Bonnie S. Anderson yjudith P. Zinsser, Oxford, 2000.
31 Brown, op. át.
32 Ibíd.
33 Ibíd.
34 De una conferencia de Paul Surlis, 2002.
33 Brown, op. át.
36 Cuando los funcionaros romanos quisieron enjuiciar a los responsables del ataque contra los judíos, Ambrosio, obispo
de Milán, intervino para proteger a los maleantes antisemitas sobre la base de que eran buenos cristianos.
[ NOTAS ]
37 Las doctrinas de Maní eran en extremo dualistas y sostenían que toda la materia era inherentemente malvada. Por
[236]
eso sus seguidores veían la reproducción como la perpetuación del mal, de modo que la prohibieron y rechazaron la
idea de que Dios hubiese podido permitir que su hijo entrase al universo material. Según sus enseñanzas, Jesús era un
fantasma. Mani fue ejecutado por los persas en el año 276.
38 Confessions, traducción de Henry Chadwick, Oxford University Press, 1991. Todas las citas posteriores provienen de
este texto.
39 The city of God, traducción de Gerald G. Walsh, S. J. Demetrius. B. Zema, Grace Monahan y Daniel J. Honan, Image
Books, 1958. Las citas restantes provienen de este texto.
40 Russell, op. cit.
41 Walsh et al., op. dt.
42 En su compilación de inscripciones, cartas y textos, Womrn’s Ufe in Greece and Rome, los editores Lefkowitz y Fant
incluyen dos, Hiparquia y Apolonia, de los siglos III y II d.C., respectivamente.
43 En Ecclesiastical history de Sócrates Scholasticus.
44 Life of Isidore, de Damasceno, traducción de Jeremiah Reedy, Phanes Press, 1993.
45 De la "Crónica de Juan”, obispo de Nikiú.
46 Ibíd.
47 Sócrates Scholasticus, op. dt.
48 The decline and fall of the Román Empire, Edward Gibbon, Penguin Classics, 2000.
1 Se debate, hasta cierto punto, si Moisés estuvo presente en cuerpo. También se considera que otros profetas del Antiguo
Testamento, Enoch y Elias, tomaron una ruta directa al cielo, sin necesidad de la larga espera de la resurrección.
2 Citado en Alone of all her sex: The myth and the culi of the Virgin Mary, Marina Warner, Vintage Books, 1983.
3 The Medieval warld: Europe 1100-1350, Friedrich Heer, Welcome Rain, 1998.
4 Anderson y Zinsser, op. cit.
5 Citado en The perfect heresy: The revolutionary Ufe and death of the medieval Cathars, Stephen O’Shea, Walker and Com-
pany, 2000.
6 Anderson y Zinsser, op. dt.
7 Heer, op. dt.
8 Ibíd.
9 Ibíd.
10 Warner, op. dt.
11 Los ataques contra la opulencia de la Iglesia y su creciente distanciamiento de los fieles ha constituido la base de otros
movimientos heréticos, como el que estuvo inspirado por Peter Waldo, quien predicaba el regreso a la pobreza de Jesús.
12 O’Shea, op. cit.
13 Warner, op. dt.
14 Ibíd.
15 The Canterbury tales, Geoffrey Chaucer, versión en inglés moderno de Nevill Coghill, Penguin Books, 1951.
16 Ibíd.
17 Citado en Medieval misogyny and the invention of Western romantic lave, Howard Bloch, University of Chicago Press,
1991.
18 En la Roma del siglo III se prescribió la muerte por fuego de una bruja que, con magia, había provocado el falleci
miento de alguien. En el siglo VI la reina de los francos, Fredegunda, mandó quemar por brujas a varias mujeres, acusadas
de haber provocado la muerte de dos de los jóvenes hijos de la reina. Antes de quemarlas las acusadas fueron torturadas
hasta lograr que confesasen. El uso de la tortura y el hecho de que fuese una mujer la que acusó a otras de matar a los
hijos se convertiría en una característica de la posterior locura de la quema de brujas.
19 Cuando en 1080 unas mujeres fueron acusadas de brujería, culpadas de provocar tormentas y la pérdida de las
cosechas, el papa Gregorio VIII se quejó al rey danés y prohibió ese trato. Sin embargo, la superstición popular persistió,
muchas veces con crueles consecuencias. En 1090 una turba quemó a tres mujeres en Baviera. Noventa años después una
mujer sospechosa de brujería fue eviscerada por órdenes de los ciudadanos acaudalados del lugar y obligada a caminar
por las calles de Gante con sus propios intestinos en las manos.
211 The waning of the Middle Ages, J. Huizinga, Peregrine Books, 1965.
21 Demon lovers: Witchcraft, sex and the crisis of belief Walter Stephens, University of Chicago Press, 2002.
22 Posteriormente habría bastantes especulaciones eruditas sobre cómo y cuándo se producía esa extracción, y si se
podía usar o no el semen de las “poluciones nocturnas”.
23 Stephens, op. cit.
24 Citado por Stephens, ibíd.
1 En el Oxford English Dictionary el término “misoginia" aparece por primera vez en un glosario de 1656 y se lo define
como odio o desprecio hacia las mujeres. “Misógino" había aparecido en 1630 en un panfleto titulado “Swetman arraigned”.
Swetman fue el autor de un notorio texto que atacaba a las mujeres: “El nombre de Swetman sonará más terrible en el
oído de las mujeres / que el de ningún misógino que haya existido”.
2 The weaker vessel: Women in 17th century England, Antonia Fraser, Alfred A. Knopf, 1984.
3 The family, sex and marriage in England 1500-1800, Lawrence Stone, Pelican Books, 1979.
4 Citado por Stone, ibíd.
5 Ibíd.
6 William Blackstone, profesor de derecho de la Universidad de Oxford, citado en A vindication of the rights of woman,
de Mary Wollstonecraft, con una introducción de Miriam Brody, Penguin Classics, 1992.
7 Stone, op. cit.
* Citado en Who cooked the Last Supper: The women’s history of the world, Rosalind Miles, Three Rivers Press, 2001.
9 Anderson y Zinsser, Ibíd.
10 Stone, op. cit.
11 Fraser, op. cit.
12 Ibid.
13 Stone, op. cit.
14 Ibíd.
15 Russell, op. cit.
[ NOTAS ]
16 Los mitos de la caída de los griegos y los judíos se plantearon a partir de un concepto de autonomía masculina
[ 238 ]
específica: la idea de que los hombres fueron creados antes que las mujeres y que vivieron felices y autónomos sin ellas,
gozando de una relación privilegiada con la o las deidades.
17 Citado por Russell, op. cit.
18 Esta sigue siendo la visión del mundo dominante entre los científicos sociales, aunque está siendo cuestionada por
los hallazgos de la biología evolutiva.
19 Stone, op. cit.
20 Locke, op. cit.
21 Ibid.
22 El segundo paso habría de esperar otros tres siglos, hasta que en la década de 1960 se difundió la píldora anticon
ceptiva.
23 “The poetry of the 18th century”, T. S. Eliot, The Pelican Guide lo English Literature, vol. 4, From Dryden to Johnson,
editada por Boris Ford, Pelican Books, 1973.
24 Citado en A history of the breast, Marilyn Yalom, Ballantinc Books, 1997.
25 Ben Jonson’s plays, vol. 1, con una introducción de Félix Schelling.J. M. Dent and Sons, 1960.
26 Citado en Befare pomography: Erotic writing in early modem England, lan Frederick Moulton, Oxford University Press,
2000.
27 William Shakespeare, The Complete Works, Stanley Wells y Gary Taylor (eds. gen.), Oxford, 1988.
28 Misogyny: The male malady, David Gilmore, University of Pennsylvania Press, 2001.
29 Selected Essays by T. S. Eliot, Faber and Faber, 1969.
30 Ibíd.
31 Otelo deja oir la misma lamentación acerca de su esposa Desdémona; a medida que sus celos se van volviendo más
intensos, señala (Otelo, acto 3, escena 3):
¡Oh. maldición del matrimonio,
que llamemos nuestras a estas delicadas criaturas,
pero no a sus apetitos!
32 Era eso o, como sugirió T. S. Eliot, que Shakespeare simplemente no logró crear en Gertrudis una personalidad
capaz de justificar el feroz odio que su hijo sentía por ella. Es uno más de los muchos enigmas de la obra.
33 Shakespeare: A lije, Park Honan, Oxford University Press, 1998.
34 The completepoems ofJohn Wilmot, Earl of Bochester, editados y con una introdcción de David M. Vieth. Yale University
Press, 1968. Esta fue la primera edición completa y sin censura de la poesía de Rochester. En otro poema la higiene personal
parece suplantar a la misoginia como tema, cuando el poeta le ruega a su amante: “Ninfa bella y desagradable, / sé limpia
v amable, y devuélveme todos mis goces. / usando papel para atrás / las esponjas para adelante". En este caso Rochester
no hacía más que reflejar el hecho de que los ingleses y las inglesas de la época eran notoriamente sucios y ajenos a la
higiene corporal, recordatorio de que tras la caída del imperio romano se perdieron sus magníficos baños públicos, sus
acueductos y el agua corriente permanente, y que Europa soportó más de un milenio de terrible suciedad. En el Londres
del siglo XVII la higiene personal solía limitarse a lavarse las manos y la cara. El diarista Samuel Pepys (1633-1703), quien
llevó una célebre narración de su vida cotidiana, que incluía descripciones explícitas de sus múltiples encuentros sexuales,
tuvo un alejamiento sexual con su esposa Elizabeth después que ésta fue a un baño público (por primera vez en su vida)
y luego se negó a acostarse con él mientras no hiciese lo propio. Al cabo de tres días su hostilidad hacia los baños fue
superada por su necesidad sexual, y aceptó. Pero por lo general se consideraba que las mujeres eran las más sucias.
35 Citado en Rochester’s Poetry, David Farler-Hills, Rovvman and Littlefield, 1978.
36 La ansiedad resultante halló salida en una corriente de poesías ingeniosas. Entre las más famosas figura “Signior
Dildo”, de Rochester.
37 The secret museum: Pomography in modem culture, Walter Kendrick, University of California Press, 1987.
38 The rise of the novel, lan Watt, University of California Press, 1957.
39 En general se considera que las otras dos son Robinsm Crusoe (1719) y Ajoumal of the plague year (1722).
441 Stone, op. cit.
41 Defoe, “Conjugal lewdness", 1727.
42 Roxana: The fortúnate mistress, Daniel Defoe, editado y con una introducción de David Blevvett, Penguin Classics,
1982.
43 Ibid.
44 Otra característica curiosa de Roxana es que se trata de la historia de una prostituta, pero que no le dice casi nada
al lector sobre su vida sexual. De hecho la única escena erótica del libro se produce entre Roxana y su devota doncella
Amy. El amante de Roxana le ha echado ojo a Amy, quien le devuelve las miradas, pero es demasiado tímida y “delicada”
como para tomar aluna iniciativa. Roxana invita a Amy a acostarse con él y cuando la joven se niega, le insiste. Cuando
Amy sigue mostrándose tímida, Roxana empieza a desvestirla. Al principio Amy se resiste, pero después de un jaloneo se
rinde ante Roxana, quien informa “me dejó hacer todo lo que quise”, utilizando la frase que se emplea habitualmente
cuando una mujer se entrega a un hombre. Luego Roxana la empuja desnuda a la cama con su amante y observa, mientras
ambos hacen el amor. La escena tiene el propósito de establecer la capacidad de la heroína de actuar con decisión de
' The golden bough: The roots of religión and folklore, James Frazer, Avenel Books, 1981.
2 Sexual Ufe in Ancient India: A study in the comparative history of Indian culture, Johann Jakob Meyer, Bames and Noble,
1953. El análisis de Meyer se basa en el antiguo poema épico indio Mahabharata.
5 Se han hallado figurillas parecidas por toda Europa occidental y se las ha utilizado como evidencia de la existencia
de una civilización matriarcal anterior a la historia registrada, más o menos entre 8000 y 3000 a.C. No obstante, es noto
riamente difícil extraer de los artefactos conclusiones acerca de las relaciones sociales. Si lo único que conociésemos de
la Edad Media fuesen los retratos de la Virgen María, podríamos llegar a la conclusión de que la Europa católica había
sido un matriarcado.
4 Citado en Sexualia: From prehistory to cyberspace, Clifford Bishop y Xenia Osthelder, eds., Koneman, 2001.
5 Conjundions and disjunctions, Octavio Paz, traducido del español por Helen R. Lañe, Seaver Books, 1982.
6 Erotic art of the East, Philip Rawson, citado por Paz, ibíd.
7 Paz, ibíd.
8 Citado en Sex and history, Reay Tannahill, Abacus, 1981.
9 Ibíd.
19 Ibíd.
11 Paz, op. cit.
12 Ibíd.
18 Bishop y Osthelder, op. cit.
14 Citado en Tannahill, op. cit.
15 Publicado en The New York Times, 20 de julio de 2003.
16 Citado en Bishop y Osthelder, op. cit.
17 Meyer, op. cit.
18 Difundido por Associated Press, 10 de noviembre de 2002.
19 Citado en Bishop y Osthelder, op. cit. Cabe esperar que la indignación del abate se dirigiese también contra el
hecho de que la enorme mayoría de las mujeres de Europa occidental también tenían vedado obtener una educación de
la misma calidad que los hombres.
20 Ibíd.
21 Ibíd.
22 Meyer, op. cit.
23 Tannahill, op. cit.
24 Meyer, op. cit.
25 Tannahill, op. cit.
26 De “An occasional letter to the Female Sex”, citada en la introducción del editor a Common Sense, Isaac Kramnick,
ed., Penguin American Library, 1976.
27 De la introducción a A vindicalion of the rights of woman, Mary Wollstonecraft, editada y con una introducción de
Miriam Brody, Penguin Books. 1992.
[ NOTAS ]
, , 28 Brodv, introducción, ibíd.
U4°]
“ Ibíd.
31 Ibíd.
32 Russell, op. cit.
33 Citado en Of woman bom: Motherhood as experience and institution, Adrienne Rich, W. W. Norton, 1986.
34 En una tesis inédita de 7998 del Trinity College, Dublin, Jenny E. Holland ha sostenido que esta historia del hombre
que crea la vida es una crítica alegórica a la ciencia que se apoderó del papel de la partera, cosa que ocurrió durante el
siglo xix, con la rápida expansión de la ciencia médica.
35 Tannahill, op. cit.
36 Ibíd.
Charles Dickens: Selected jmmalism, 1850-70, editado, con introducción y notas de David Pascoe, Penguin Classics,
1997.
38 Hippolyte Taine, citado en The warm in the bud: The world of Victorian sexuality, Ronald Pearsall, Pelican Books,
1969.
35 The people of the abyss, Jack London, con una introducción de Brigitte Koenig, Pluto Press, 2002.
« Ibíd.
41 Señora Elizabeth Fry, citado en Pearsall, op. cit.
42 Ibíd.
43 Ibíd.
44 Nymphomania: A history, Carol Groneman, Norton, 2001.
45 Citado en John Duffy, Tulane L'niversity School of Medicine, en "Masturbation and clitoridectomy", Journal of the
American Medical Association, 19 de octubre de 1963.
46 El caso se cita en Groneman, op. cit.
47 Descrito en “Women at our mercy”, Peter Stothard, The Times, 27 de marzo de 1999. Posteriormente Brown negó
haberse reunido con un periodista o haber afirmado que la cirugía pudiese curar enfermedades mentales. Pero el periódico
sostuvo su historia. Más tarde el British Medical Journal encontró pacientes mentales femeninas que habían sido operadas
por Brown, quien perdió su pertenencia al Royal College y dejó Inglaterra para proseguir su carrera en Estados Unidos.
48 Duffy, op. cit.
* Citado en Pearsall, op. cit. La señora Greenaway también tuvo gran éxito en Francia y en Alemania.
30 Ibíd.
31 La obra de Dickens sigue presentando un marcado contraste con la de su contemporáneo Entile Zola, de Francia,
en cuyas novelas abundan vividos retratos de mujeres sexualmente maduras, pero que no puede pintar convincentemente
a los niños. Su La Terre fue censurada como obscena en Inlaterra en 1888, cuando fue tema de debate en la Cámara de
los comunes. Un enfurecido miembro del parlamento declaró que “la literatura de este tipo [estaba] corroyendo” la fibra
moral de Inglaterra. El editor inglés fue a dar a la cárcel por tres meses.
32 Rich, op. cit.
53 The Lancet, citado en Pearsall, op. cit.
54 Miles, op. cit. Según Miles el código le permitía al marido forzar a su esposa a residir o trasladarse al lugar que él
decidiese, adquirir sus propiedades y ganancias al divorciarse, mandarla a la cárcel hasta por dos años en caso de adulterio,
mientras él no estaba sujeto a sanción alguna, y despojar a los hijos de todo derecho. Llega a la conclusión de que “las
francesas habían estado mejor en las edades oscuras...”
53 Pearsall. op. cit.
36 Citado en Ibíd.
37 Herbert Spencer, citado en Miles, op. cit.
38 Saturday Review, febrero de 1868, citado en Pearsall, op. cit.
39 Tannahill, op. cit.
“ Citado en Pearsall. op. cit.
61 Citado en Wilches of the Atlantic World: A historical reader and primary source book Elaine G. Breslaw, ed., New York
University Press, 2000.
62 Ibíd.
63 De Tocqueville, Democracy in America, Everyman’s Library, 1972.
64 Ibíd.
63 Shades offreedom: Racial politics and presumptions of the American legal process, A. León Higginbotham, Oxford University
Press, 1996.
“ Citado en una entrevista aparecida en el sitio web de la revista Essence Magazine. Sheftall es autor, junto con Johnetta
B. Colé, de Gender talks: The struggle for women's equality in African American communities, Ballantine Books, 1999.
67 Miles, op. cit.
68 Incluso en esa época se especulaba mucho sobre por qué esa tierra de frontera, sin ley, del lejano oeste, debía dar
un paso tan progresista. Los vaqueros y los pistoleros parecían haber llegado a la conclusión de que con eso mejoraría
la imagen de Wyoming, ya que las mujeres representaban, para la mayoría de los estadounidenses, todo lo que había de
[ NOTAS ]
. 20 The face of the Third Reich, Joachim C. Fest, Pelican Books, 1972.
I 242 7 21 Kershaw, op. át.
22 Ibid.
29 Ibíd.
24 Ibíd.
25 Ibíd.
26 Fest, op. cit.
* Ibíd.
28 Ibíd.
29 Kershaw, op. cit.
39 The Third Reich: A new history, Michael Burleigh, Pan Books, 2001.
31 Ibíd.
32 Del sitio web Truth at Last Archives, 11 de noviembre de 2003. Streicher fue procesado y ejecutado por los aliados
en octubre de 1946.
33 Burleigh, op. cit.
34 Ibíd.
35 Mein Kampf citado en Fest, op. cit.
K Citado en Fest, Ibíd.
37 Ibíd.
38 Ibíd.
39 Women wnting the Holocaust, sitio web, 17 de noviembre de 2003.
* Hitlers willing executioners: Ordinary Germans and the Holocaust, Daniel Goldhagen, Vintage Books, 1997.
41 Las fotos se reproducen en Goldhagen, ibid.
42 The nazi doctors, Rover Jay Lifton, citado en The New York Times, 19 de noviembre de 2003.
43 Women in concentralúm camps, sitio web, 17 de noviembre de 2003.
44 The oñgins of the family, prívate property and the State, Friedrich Engels, con una introducción de Michael Barren,
Penguin Classics, 1985.
45 Rosalind Delmar, citada en Michael Barrett, ibíd.
46 The woman question: Selections from the wnlings of Kart Marx, Frederick Engels, vol. 1. Lenin, Joseph Stalin, International
Publishers, 1951.
47 Ibíd. Lenin seguía a Engels, quien en Origins (Engels, op. cit.) había afirmado que la liberación de “todo el sexo
femenino” sólo podía lograrse por medio de la integración en la economía general.
* Ibíd.
49 Basic wnlings on politics and philosophy, Anchor Books, 1989.
50 Adrienne Rich, op. át.
51 The People’s Daily Online, 12 de noviembre de 2003.
52 De Life and fale, citado en The faU of Berlín, Antony Beevor, Viking, 2002.
53 El gobierno de Corea del Norte ha calificado sus aseveraciones de “una mentira escandalosa". Pero organizaciones
de derechos humanos que cuentan con credibilidad han sustanciado los testimonios de los defectores.
54 Todas las siguientes citas y referencias a la señora Lee provienen de la transcripción de su testimonio ante el
comité.
55 New York Times, 3 de mayo de 2002.
56 Iris Chang, The rape of Nanking, citado en War's dirty titile secret: Rape, prostitution and other dimes against women, Anne
Llewellyn, ed., The Pilgrim Press, 2000.
57 Beevor, op. át.
58 Citado en Llewellyn, op. cit.
59 Ibíd.
“ Ibíd.
61 Uno de los pocos casos de soldados castigados por violación se produjo durante la invasión de Alejandro Magno
a Persia en el año 3345 a.C. Mandó ejecutar a dos soldados por haber violado a las esposas de dos persas. Alejandro los
comparó con “bestias brutas que pretender destruir la humanidad". Véase Plutarch ’s Life ofAlexander, traducción de Thomas
North, Southern Illinois Press, 1963.
[ NOTAS ]
han vuelto a escoger como presidente del comité a esos criminales que han acarreado estos desastres al pueblo afgano?”
[ 244]
—preguntó. Según la BBC, 18 de diciembre de 2003, fue necesario colocarla bajo la protección de las Naciones Unidas.
Ninguna mujer fue elegida para integrar alguno d elos comités establecidos por la convención.
abadesas, 96, 97
abandono de recién nacidos a la intemperie, 42-43, 46-47, 75, 77
Abbas, Mohammed, 214
abolicionismo, 165
aborto, 43, 75, 77, 101, 102, 105, 120, 181, 184, 186, 187,
196, 198, 199, 200, 201, 202, 203, 215, 222
Acton, William, 155
Adams, Abigail, 164
Adams,John, 164
Adán, 70, 93, 97, 100, 224
adulterio, 34, 47, 48, 57, 58, 59, 62, 71, 72, 77, 161, 164, 205, 209, 212, 214
Afganistán, 21, 26, 40, 65, 204, 208, 209, 210, 214, 215, 229
África, 20, 153, 157, 172, 203, 205, 218, 223, 225
Agamenón (Esquilo), 36
Agripina la Vieja, 62, 63
Agripina, 45, 59, 62, 63, 64, 65
Agustín, san, 48, 74, 85, 86, 87, 88, 91, 103, 127
alcohol, 52, 124, 168
Alejandría, 88, 89
Alejandro Magno, 54
Alemania, 40, 96, 104, 105, 108, 109, 110, 176, 178, 181, 183, 189, 208, 222
Véase también régimen nazi
almas, 97, 154
alquitrán y plumas, 20
altruismo, 159
amazonas, 35, 36, 37, 46, 149
Amberley, lady, 162
amor
en la literatura, 98-100, 227-228
en el matrimonio, 132-133
amor cortesano, 97, 98, 99, 101
“ángel del hogar”, 155, 167
anticoncepción, 120, 153, 194, 196
Antígona (Sófocles), 37
Antiguo Testamento, 70, 71, 72, 73, 74, 78, 81
antisemitismo, 101-102, 113, 114, 175-177, 179, 181-183, 203
paralelismos con la misoginia, 172, 175, 222
Antonio y Cleopatra (Shakespeare), 126
Aquitania, 57
Aquitania, Leonor de, 97, 98, 100
[ 246 ] Arabia Saudita, 47, 215
Aristófanes, 49, 100
Aristóteles, 21, 38, 41, 42, 43, 44, 69, 75, 113, 115, ,121, 122, 173, 190, 200, 225
Arras, Gautier d’, 100
ascetismo, 83, 143
asesinos seriales, 21, 189, 219
Assaad, Nawal, 204
Astell, Mary, 120, 149
asunción de la virgen María, 92, 93
asuntos políticos
papel de la mujer en los, 55-57, 62-64, 65
Véase también sufragio
Atenas, 29, 32, 33, 35, 36, 38, 42, 44, 45, 88, 146
Atta, Mohamed, 209
Anden, W. H., 172
Augusto, 56, 57, 58, 59, 62
Auschwitz, 183
Australia, 202
Austria, 182
autonomía
femenina, 121, 139, 186, 193, 197, 199
individual, 119, 171, 224, 230
masculina, 30, 121, 133, 137, 224
autosacrificio, 159
Babilonia, 29, 34
bacantes, Las (Eurípides), 37, 52
Baco, culto de, 51
Badada, Amare, 199
Ban Zhao, 146
Barret, James H., 201
barrios bajos, 152-155
Bayard,John, 201
Beatriz (Portanari), 98, 99, 100
Beaujeu, Renaut de, 98
Beauvoir, Simone de, 81
bebés, comercio de, 146
Behn, Aphra, 131
Belfast, 16, 20, 21, 22
belleza, devoción de las mujeres a,
bestialidad, 161
Bibi, Mujtaran, 19, 209
Bibi, Zafran, 208, 209
Biblia, véanse Evangelios; Nuevo testamento; Antiguo Testamento, 93, 98, 100,
104, 115, 117, 118, 159
bigamia, 161
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
Bin Laden, Osama, 214 [ 247 j
Binsfield, Peter, 107
Blackwell, Elizabeth, 194
Blake, William, 150
Bloch, Ivan, 176
Block, A.J., 156, 157
Bodin.Jean, 110
Bogart, Humphrey, 225
Bona Dea, 75
Bond, Thomas, 169
Bowdler, Thomas, 158
brahmanes, 141
Brasil, 198
Británico, 60, 61, 64
Bronté, Charlotte, 159
Bronté, Emily, 159
Brown, Isaac Baker, 156-157
Brown, Peter, 83
brujas, 52, 89, 101-114, 163, 169, 221-222
cacería de brujas, 21, 51, 91, 99, 104, 105, 107, 109, 111, 112, 113, 114, 115, 122, 199
quemas y ejecuciones, 25, 107, 109, 110, 163, 217
Bruto, Décimo, 53
budismo, 141, 142, 143, 144, 148, 223
burdeles infantiles, 158
burka, 211
Burt, John A., 203
Burton, Richard, 205
Bush, George W„ 98, 214, 215
Byron, George Gordon, lord, 167
caída del hombre, 23, 24, 27, 29, 30, 41, 69, 70, 81, 86, 87,
119, 125, 175, 200, 205, 222, 224, 225, 226
Calígula, 59
campos de concentración, 183, 201
Carataco, 63
castidad, 96, 134, 138
castigos, para las mujeres, 19-20, 65-66, 89, 99, 116, 163, 180,
187-188, 189, 206-207, 208-209, 211-212
castración, 165
cátaros, 97, 99, 101
Catilino, Lucio, 247
Catón el Viejo, 50, 59, 62, 106
celibato, 76, 116
Céline, Louis Ferdinand, 224
celtas, 25, 30, 32, 33
Centroamérica, 199
[ ÍNDICE ANALÍTICO ]
[ 248 ] Cercano Oriente/Medio Oriente, 199, 203, 204, 205, 206, 207, 208, 213, 215
César, Julio, 49, 53, 54, 58, 62, 69
chaperonas, 33
Chapman, Annie, 168
Chaucer, Geoffrey, 100
China, 40, 43, 141, 143, 144, 145, 146, 147, 185, 186, 188, 189, 206
circuncisión femenina, véase mutilación genital
Cirilo de Alejandría, san, 89, 92
Ciudad de Dios, La (san Agustín), 86, 88
ciudades-estado griegas, 31, 33, 34
Clauber, Cari, 183
Claudio, 58, 59, 60, 61, 62, 63, 64, 75, 126, 127, 128
Cleland, James, 139
Clemente de Alejandría, 79, 81
Cleopatra, 45, 54, 55, 125, 126
Clitemnestra, 36, 37
clítoris, 156, 157, 172, 173, 220
clitoridectomía, 156-157, 172-173, 204, 217
cloroformo, 120, 160
código napoléonico, 160, 161
colonias
estatus de la mujer en las, 112, 120, 162-163
movimiento anticolonialista, 203-204
Common Sense (Paine), 149
comunismo, 185
condiciones de trabajo, 153
condones, 153, 194
confesión
de brujería, 107-108, 109, 110
en la iglesia, 97, 101
Confesiones (san Agustín), 86, 87
Confraternidad del Santo Rosario, 104
confucianismo, 141, 142, 143, 146
Connolly, James, 153
consoladores, 131
Constantino, 76, 83, 84
control natal, véase anticoncepción
conventos, 96, 220
coño, como término despectivo, 20, 21, 23
Copérnico, Nicolás, 113, 114, 115, 117
Corea del Norte, 15, 19, 20, 185, 187, 188
Coriolano, 49
Cornelio Nepote, 49
corsets, 116, 120
Coutinho, Elsimar, 198
cría selectiva, 39, 40, 181
[ UNA BREVE HISTORIA DE LA MISOGINIA ]
crímenes contra las mujeres, disculpas por los, 114 [ ¿491
cristianismo
crecimiento del, 76, 82-84
iglesia temprana y misoginia, 69-89
importancia de las mujeres en la iglesia temprana, 75, 76-77, 96
origen de su misoginia, 69-70
y el estatus de las mujeres, 77-78, 83
Véanse también iglesia católica; caída del hombre; pecado original; protestantismo
Cromwell, Oliver, 121
Cuento de invierno (Shakespeare), 129
“cuento de la comadre de Bath, El” (Chaucer), 100-101
Cuentos de Canterbury (Chaucer), 100
cuerpo
política del, 193-215
repugnancia y rechazo del, 78-79, 82, 84, 86-88, 163, 229
cultos, romanos, 51
cultura rap, 218
cunnilingus, 144
Lawal, Amina, 19
Ledrede, Richard, 103
Lee, Ok-Tan, 187
Lee, Sun-ok, 19, 187-188
Lenin, Vladimir, 77, 184, 185
Lepido, Marco, 56
ley
igualdad ante la, 26
reglamentación a las mujeres por la, 26, 33, 34-35, 46, 47, 57-58, 160-161 207-209 211
y los derechos de las mujeres, 116, 117
ley de propiedad de las mujeres casadas, 161
ley Julia, 57, 58
“ley mordaza”, 198, 199
ley Oppia, 49, 50, 51
leyes de Nuremberg, 26, 211
[ ÍNDICE ANALÍTICO ]
Jack I lolland nació en Belfast, Irlanda, en 1947, y falleció en Esta
dos Unidos en 2004. Fue periodista, narrador y poeta. Colaboró en
numerosas revistas y periódicos, destacando su labor en la agencia
BBC Belfast. Sus crónicas y reportajes sobre la situación política en
Irlanda del norte se consideran referencias inevitables para compren
der la compleja situación en esa parte del mundo. Escribió alrededor
de once libros de ficción v no-ficción, entre ellos: Phoenix: Policingthe
Shadows, /huerican Connection y Hof>e Against History.
EL PREJUICIO MAS ANTIGUO ¡
DEL MUNDO
OCEANO
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